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Introducción
A medida que nos introducimos en el siglo XXI, a comienzos de una nueva era
denominada de la información, resulta paradójico constatar lo poco que sabemos sobre el
origen de nuestras principales poblaciones. El caso de San Pedro de Puerto de Caballos,
la villa que fundó el Adelantado Pedro de Alvarado en el entorno del pueblo indígena de
Choloma, ilustra las lagunas históricas existentes, mismas que deberán superarse antes de
ofrecer una imagen convenientemente documentada del pasado nacional.
Con el presente artículo, además de corregir los supuestos sustentantes del decreto
del ocho de octubre de 2002, pretendo arrojar un hilo de luz sobre uno de los capítulos
más oscuros del pasado colonial hondureño: el papel de San Pedro de Puerto de Caballos
en la gobernación de Honduras durante el siglo XVI. Y es que hasta ahora, cuando se
habla sobre el período de dominación hispana, éste se asocia a Gracias, Comayagua,
Trujillo, o incluso Tegucigalpa, relegándose a San Pedro a un humilde plano secundario,
bastante alejado de su realidad histórica. En los siguientes párrafos analizaré el contexto
donde se inscribe la concesión del título de ciudad a la población que Alvarado erigió
como villa, recorriendo sus principales hitos históricos desde su fundación, hasta su
posterior decadencia y definitivo abandono. Continuaré el texto haciendo un análisis
diplomático y paleográfico del documento por el cual se concedió a San Pedro el título de
ciudad. Finalmente, brindaré una transcripción paleográfica del documento referido.
Ocaso y ruina
En cuanto al tipo diplomático, por sus características se cataloga como una Real
Provisión, el documento indiano revestido de la más alta solemnidad durante el reinado
de Carlos I. El hecho consignado, que era el de elevar a la villa a la dignidad de ciudad,
justificó la elección citada. La provisión comienza con una intitulación abreviada (Don
Carlos y Doña Juana etc.), y carece de salutación. Ambos rasgos se asocian a las copias
contenidas en los libros de registro. Por lo demás, el escribano copió el texto restante de
forma íntegra, respetando la exposición, la consideración final, las cláusulas dispositivas
y finales, así como el protocolo final, donde aparece la fecha y validación. Al tratarse de
una copia asentada en un libro de registro, es normal la ausencia de firmas autógrafas o
sellos, sin que ello le reste un ápice de valor jurídico. El escribano dejó claro que el
original iba firmado por el príncipe Felipe, y no por su padre, el emperador Carlos I, ni
por su abuela, la reina Juana, quiénes le delegaron la responsabilidad de validarlo.