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Juan Luis Amaranto Marcelo

“12 HOMBRES SIN PIEDAD”


La trama de la película “12 hombres sin piedad”, dirigida por Sidney Lumet (1957), se centra en un
juicio que evalúa la inocencia o culpabilidad de un joven de 18 años al que se le acusa de haber
asesinado a su padre. El jurado, conformado por 12 hombres, debe decidir si es inocente o culpable;
teniendo como consigna que el voto, para ser procedente alguna de las dos decisiones, debe ser
unánime. Aparentemente es un caso en que todas las evidencias condenan al acusado, pero
sorprendentemente la votación inicial da como resultado 11 votos de culpabilidad y 1 de inocencia;
esto inicia una discusión que buscaría conseguir la unanimidad de las votaciones y que representaría
el acontecimiento inicial de toda la película. Estos 12 hombres, a los que el sistema presupone
imparciales, comienzan a manifestar su personalidad a medida que deliberan sobre los testimonios
que fueron presentados. La fuerza del diálogo y de la lógica va desmoronando la consistencia de esos
testimonios que, una vez que son unidos como un “puzzle”, manifiestan su inconsistencia. Finalmente,
luego de todo este proceso, los 11 hombres que inicialmente habían votado por la culpabilidad del
chico cambian su voto y evitan que este sea condenado a muerte por un acto que incluso el término de
la película no llega, o no busca, revelar.

A pesar de su contexto policial/judicial, el tema de la película, más que el de la justicia en sí, es el


juicio humano. Resalta la trascendencia que tiene la “opinión” propia de las personas sobre la realidad
de otras, en el sentido de que era el juicio de cada uno de los integrantes del jurado los que en conjunto
podrían traer como consecuencia la condena a muerte de un chico de tan solo 18 años. Es por esto que
es impactante notar como el jurado 7, que representa una personalidad egocéntrica/narcisista y un
comportamiento egoísta y de bufonería, tomaba todo este procedimiento de votación como algo trivial,
algo que debía ser resuelto rápido para “no perder tiempo”. No demuestra el más mínimo interés por
el resultado, su única preocupación es permanecer el menor tiempo posible en aquella sala porque
tiene entradas compradas para un partido de béisbol. Este hecho, el tomarse a la ligera la vida de
otra persona, nos hace reflexionar sobre hasta qué punto una persona, por más “objetiva” que sea,
tiene derecho a decidir sobre vidas ajenas.

Dentro del ámbito judicial uno de los principios fundamentales refiere que “toda persona es inocente
hasta que se demuestra su culpabilidad”; sin embargo, podemos notar como inicialmente la mayoría
de integrantes del jurado, como suele ocurrir a menudo en la sociedad, no lo toman en cuenta al
momento de dar su opinión o juicio frente a la situación. Por otro lado, notamos como la película nos
muestra, reflejados de un modo u otro en alguno de los personajes, muchos factores que intervienen
o influyen en la formación de un juicio: prejuicios (ideas preconcebidas sobre la realidad), intereses,
apariencias e influencias del pensamiento preponderante de la sociedad.

Cuando confundimos la naturaleza de la experiencia y transformamos nuestras propias vivencias en


“ley”, la experiencia deja de ser un conocimiento práctico y se torna en prejuicio. Esto se ve reflejado
en el jurado 10, a quien sus prejuicios sociales asociados a un latente racismo, evidentes en su
desprecio y rechazo por la gente de los suburbios; y su personalidad egoísta y codiciosa, anulan su
capacidad de reflexión, alteran su juicio crítico y le llevan a encasillar al chico acusado como un simple
miembro de una clase social “amenazante” para sus intereses. Todo esto hace que se muestre muy
obstinado frente a su decisión de condena.

Vemos algo parecido en el jurado 3, quien veía proyectado en aquel chico la imagen de su hijo, a
quien trataba de condenar simbólicamente a través de su decisión de condena. La experiencia de
haber sido abandonado por su hijo desarrolla en él, debido a su incapacidad para enfrentarse a la
realidad de sus sentimientos, una opinión estereotipada que la proyecta hacia todos los jóvenes.
Juan Luis Amaranto Marcelo
Azarosamente declara cómo educó a su hijo a partir de su propia opinión sobre lo que significa ser un
hombre, sin darse cuenta que fue su incapacidad por comprender y respetar a su hijo lo que provocó
en su momento que éste le abandonara. Esa incapacidad le lleva a negar sus sentimientos de culpa,
pero al mismo tiempo, a ser dominado por ellos y convertirse en prejuicios personales.

Otro punto abordado por la película es la influencia que tiene el pensamiento preponderante de la
sociedad sobre los juicios individuales de las personas. Esto se ve reflejado en muchos de los
personajes inicialmente, sobretodo en el jurado 2 quien, a pesar de reconocer la importancia de su
decisión y demostrar un comportamiento respetuoso y humilde durante todo el debate, decide
condenar inicialmente al chico debido a que su personalidad endeble y falta de criterio propio lo
hicieron susceptible a solo acatar lo dispuesto por los otros integrantes del jurado. Esto se condice con
lo sugerido por Stanley Milgram quien, en base a sus investigaciones sobre relación de la autoridad y
la obediencia en el ser humano, sugería que casi todas las personas "normalmente amables y
bondadosas" son capaces de hacer o decir cosas que entran en conflicto con sus propios principios
morales (noción del bien y del mal) debido a una orden impuesta por una figura de autoridad (grupo
o individuo).

A pesar de todas estas “barreras”, la película también deja como mensaje que el camino para
superarlas es a través de la reflexión. Es así que solo mediante el debate entre todos los miembros del
jurado, se va desmoronando la consistencia de las evidencias hasta desembocar en una “duda
razonable”; que, si bien no demuestra la completa inocencia del chico, si le quita el peso absoluto de
culpa hasta ese momento. Pero más allá de esto, lo que en verdad logra este proceso es desvelar el
conjunto de prejuicios y estereotipos de algunos integrantes del jurado que condicionaban en el chico
una apariencia de culpabilidad.

Es el jurado 8, que hace de protagonista de la película, el personaje quien inicia el debate y cree
fuertemente en la importancia de hablar y reflexionar sobre la situación. Destacan en él su enorme
templanza, racionalidad, independencia de criterio y firmeza de convicciones; cualidades que le hacen
capaz de enfrentarse al entorno diverso y hostil instaurado en la sala. De hecho, sitúa sus cualidades
en una posición superior, soportando las provocaciones, insultos y ataques sin perder la calma y
manteniendo su postura dialogante en todo momento. La racionalidad del protagonista se va abriendo
camino entre la niebla de los prejuicios, pasiones y motivaciones anímicas de los demás miembros del
jurado. Uno a uno los incita a reflexionar, comprender y aclarar lo que se esconde tras las apariencias
del caso. Este proceso de reflexión, no sólo les lleva a replantear el problema mismo, sino que además
les lleva a un verdadero análisis retrospectivo y a un cuestionamiento de sus propios valores morales.

Pero hay otra característica fundamental en él; no se trata sólo de que se guíe por su razón y de que
se atenga firmemente al análisis objetivo de los hechos, sino que también es un hombre de ideales.
Cree en la justicia y se siente en la obligación de llevarla a cabo. No es el único miembro del jurado
con una conciencia moral, pero sí el único que la antepone a las apariencias, a la presión social, al
“realismo” conformista que prima en un principio en otros personajes. Incluso cuando su más
enervado adversario se desmorona, es el único que permanece cercano a él, el único que le muestra
empatía, calor humano y respeto.

Sin duda esta es una de esas películas que además de cumplir su función principal de entretener,
intenta, con una simplicidad y representatividad exquisita, reflejar algunos problemas o aspectos
trascendentales de la realidad social. Personalmente, dos son los aspectos que más destaco de esta
película, que son las que hacen que a partir de ahora sea una de mis preferidas: Por un lado, las
espectaculares interpretaciones de cada uno de los actores y por otro, el logro máximo de reflejar de
manera magistral, a través de una situación microsocial, la gran variedad de modelos de personalidad
y valores humanos, así como algunos problemas macrosociales que incluso se adelantan a su época.

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