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MAILEMAHUIDA Y EL PORVENIR DEL RÍO

SOLEDAD NATIVA

Efraín se calzó bien su capucha, estremecido por el rocío helado de la mañana. La

Cuesta de las Ánimas es traicionera y, aunque su caballo ‘Rucio’ conoce el trayecto de

memoria, no se puede dar el lujo de perderse en sus pensamientos durante ese tramo. Pocas

personas de su pueblo van a esas alturas de la montaña pero Efraín participó en veranadas

desde niño, lo que lo hizo enamorarse de la soledad de aquellos perdidos parajes

cordilleranos. Cuando joven, se planteó la posibilidad de aprovechar su experiencia con

cerros llevando turistas al nacimiento del río, hasta las tazas desconocidas del parque.

“Habría sido grito y plata”. No se podía negar la impresionante belleza del lugar. En esa

época, la gente empezaba a conocer las Siete Tazas, un parque bonito con senderos simples

de caminar, “de la talla de cualquiera, incluso niños. Las Ánimas, y más aún, las Tres Cruces,

es otra cosa”, recordó. Todavía son escasos los valientes que se adentran por allí, ya sea a

caballo o a pie. Efraín sonrió al recordar sus años mozos, mucho tiempo había pasado desde

entonces y ahora tenía familia a quienes cuidar, aunque a sus hijos los ve muy poco y a su ex-

pareja todavía menos. Efraín miró a lo alto de las montañas, donde el Colmillo del Diablo

destacaba contra el cielo gris, un lugar peligroso al que ni siquiera él mismo iba. Las

veranadas quedaron atrás pero él tenía que ir a la laguna ese día, porque en siete años jamás

dejó de cumplir la promesa hecha a Pedro: visitarlo donde descansa su cuerpo desde que la

montaña se lo llevó de este mundo. Ya no sentía tanta tristeza, pese a que Pedro fue su

mejor amigo. La amistad no acaba con la muerte. Y tal vez algún día encontrará algún vestigio

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de sus restos, jamás hallados. En su mente, reaparecieron ecos de la última conversación que

tuvo con Pedro, allí mismo.

-Ten cuidado al bajar, Efraín. La Dama es traicionera, le gusta llevarse hombres encachados

como yo- bromeó.

-¿Qué dama?

-La Dama, la señora de las cumbres, del río y del lago. Por eso le dicen la Laguna de las

Ánimas, en recuerdo de todos los que se llevó.

-¿No que ese era el diablo?

Pedro corrigió muy serio –no sea bruto, iñor. Ella y el Diablo se disputan las almas, él las lleva

pa’ abajo y ella las guarda en el fondo del lago, porque se siente sola. Es mujer, po’.

Esa historia en sí, que ya le había contado su abuela Peta (una versión algo distinta) aún no lo

impresionaba. La Dama era la novia del Diablo y las personas que tomaba eran una ofrenda

para éste.

-¡Jue! La única dama es la montaña, caprichosa y ladina; toma a quien quiere y te quita su

afecto de un día pa’ otro- ya lo sabía Efraín.

Ambos rieron juntos por última vez, luego Efraín bajó de la montaña un caluroso día de fines

de Marzo. Tres días después, cayó una nevada temprana y el piño se perdió junto con Pedro;

tuvo que esperar hasta una ventana de buen tiempo para ir a buscarlo. Pedro nunca apareció

pero Efraín sabe que está ahí; por eso sube a verlo cada año.

Un poco más allá dejó al Rucio entre unas calaminas mal llamadas ‘refugio’, con un buen

poco de alfalfa seca en un tarro, por si caía nieve. No esperaba que el tiempo empeorara

pero nunca se sabe, pocas veces ocurrió luego de aquel fatídico año. Se abrigó lo más que

pudo y se echó a su espalda su vieja mochila de cuero; debía avanzar varios kilómetros a pie

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por la peligrosa cuesta, hasta el punto donde se había despedido de Pedro antes que llevara

las ovejas al Tres Cruces. “Me queda pa’ rato”. No mucho tiempo después, el tiempo cambió

de improviso, la nubada espesa perfilada entre las altas cumbres fue el primer aviso.

-Mala cosa- murmuró, pero siguió adelante.

No esperaba nada peor que una llovizna de otoño y se arrepintió hasta lo indecible cuando el

pavoroso viento blanco lo cegó del todo, a mitad de camino de la Laguna de las Ánimas.

-Tengo que pillar el refugio- se repitió, una y otra vez.

La CONAF tiene un refugio de piedra junto a la laguna: si Efraín llegaba ahí, podría ponerse a

cubierto, de lo contrario... Caminó con fuerza al principio, a duras penas otro rato y al final,

doblado en dos, casi arrastrando los pies sobre una nieve que ya tenía más de medio metro

de espesor. No se rindió pero su cuerpo si lo hizo.

-Nos vemos pronto, Pedro- fue lo último que pensó al caer desmayado y aterido.
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-Soy Mailemahuida.

Apenas entendió, encandilado con la brillante luz del mediodía que intensificaba el verdor

del pasto. El hermoso rostro frente a él lo atontaba, era una bella niña pehuenche; Efraín

veía algo más en ella, una edad indefinida, como si su juventud encerrara sabiduría milenaria.

-Soy Efraín- logró decir.

Miró alrededor, se preguntó cuánto había dormido, claramente era verano allí. Atrás del

prado, la luz diurna rebotaba en las azules aguas de la laguna; “en esta época del año jamás

está tan azul, sino gris como el cielo otoñal”, recordó. Nada tenía sentido para él pero la niña

sonrió y él se sintió cómodo junto a ella.

-Efraín, soy la guardiana de la laguna y de estas cumbres. Eres un hombre de otro lugar y de

otro tiempo, por eso no entiendes qué ocurre.


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-¿Qué ocurre?- preguntó al fin.

-La ventisca te atrapó- fue su escueta respuesta.

Tardó en comprender -¿estoy muerto?, ¿me arrastrarás hasta el fondo del lago?

La cristalina risa brotando como cascada fresca desde la garganta de la niña lo sorprendió. No

parecía lúgubre, como habría esperado de la parca.

-No y no. No tengo ningún poder especial que me permita hacerlo, y por cierto, ¿por qué

querría arrastrarte a la laguna? Se ensuciaría cuando tu cuerpo se pudra. Ya te dije que yo

protejo estas cristalinas aguas y el río- su rostro cambió de expresión.

-No entiendo ná’, si no estoy muerto, ¿dónde estoy?

-Exactamente dónde caíste durante la ventisca, pero en otro tiempo. Muy remoto.

-¡El pasado!- la sorpresa transformó su rostro.

Sus esperanzas de seguir viviendo le parecían remotas, estaba muy lejos de su hogar y lo

extrañó. Notó que se sentía muy bien, para alguien que casi muere por hipotermia. Su piel

era más tersa y su cuerpo menos achacoso.

-Venir acá te hizo bien- parecía leer su mente –la mayoría se siente así, al visitarme.

“Pedro”, recordó, y la esperanza volvió con fuerza.

-¿Viste a mi amigo?, se llama Pedro, se perdió hace siete años de mi tiempo. Aquí mismo...

-No todos los que se pierden acaban junto a mí, Efraín- se disculpó –sólo los elegidos.

-No sé a qué te refieres- le apenó, porque creyó que podría verlo, incluso.

La confusión de Efraín aumentó, si cabe. Estaba junto a una persona rara, en el mismo lugar

amado que lucía como un paraíso terrenal pero en una época muy pretérita. La sonrisa de

Mailemahuida relajó sus aprensiones, de momento.

-Te llevaré a dar un paseo- le tendió su mano, que Efraín tomó sin dudar.

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Ella guio su mirada hacia oriente, hacia las cimas de una grandiosidad superior a lo que él

recordaba. A un costado de la cumbre surgía un zigzagueante río plateado, que ya no estaba

ahí. Le contaron que hace mucho hubo un glaciar que no desaparecía en verano; de aquel

brotaba un río que llegaba hasta el parque mismo, unido al Río Claro, que formó las tazas

surgidas por todas partes del cañón. Éstas eran el único vestigio de aquel extinto río.

-Faraleufú- explicó la niña –así se llama, yo estoy preocupada por el porvenir del río.

-Lamento decirte que ya no existe- Efraín de verdad lo sentía, era hermoso.

La laguna era más verde y llena de aves; ratones y un zorro correteaban entre las chilcas.

Ellos caminaban por la ribera de la laguna, tupida de vegetación.

-Lo sé, pero eso puede cambiar. Es por su mal uso del regalo de Nguenchen que el río se

perdió. Otras cosas más se perderán. Si ustedes son capaces de cuidar el valle, Nguenchen

mantendrá las lluvias, las nieves, el glaciar y el río, intactos- su tristeza era evidente.

-No sé cómo lo sabes.

Ella miró a su alrededor con nostalgia, le sonrió otra vez.

-Te contaré mi historia. Hace mucho tiempo, tan sólo mi pueblo habitaba estas alturas. Ya

entonces hubo señales, mensajes de nuestros ancestros para cuidar nuestra casa. Ñgidol,

nuestro cacique, ofreció un sacrificio a Nguenchen para sellar una alianza con lo divino, por el

futuro de nuestra tierra para los hijos de nuestros hijos.

Efraín se estremeció, pese al calor. “Un sacrificio”, anticipó por dónde iría la cosa.

-No es lo que crees- prosiguió ella –ser elegida fue un gran honor y privilegio. Me llevaron a

la cumbre del Peteroa, en cuyo corazón habita el creador.

-¿Te lanzaron al fuego?

La misma cascada límpida de carcajadas fue la respuesta de Mailemahuida.

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-¡Las cosas que se te ocurren!- se burló –no te diré qué ocurrió en ese momento pero si lo

que pasó después de mi encuentro con el Nguenchen. Me quedé en la laguna para siempre,

no moriré ni envejeceré jamás. Existo ahora, mañana y siempre. He estado cerca de ti cada

vez que has subido a ver a Pedro e incluso antes, cuando eras niño. Mi pueblo se hacía llamar

‘üñümche’, amigos de las aves. En lo más caliente del verano, los pájaros iban al río a beber y

refrescarse, y a muchos se los llevaba la corriente, para nuestra tristeza. Nguenchen nos

regaló las tazas: le ordenó al río que esculpiera piscinas para las aves, para que bebieran sin

peligro de ahogarse, y sus cantos bendijeron el lugar. A cambio, lo protejo, conversando con

los elegidos que me envían.

Efraín calló, conmovido por la historia. Advirtió su sacrificio: no sólo renunció a su familia, a

una vida normal, sino que también estaría allí para siempre sin descanso, condenada a ver

cómo el lugar que amaba y debía cuidar era derrochado y alterado hasta ser irreconocible.

-¿Qué quieres de mí?- había sido elegido por algo, cumpliría de corazón lo encomendado.

-Cuida del río, debes encontrar el modo de cuidar esta tierra: río, cimas y laguna.

-Encontraré el modo- prometió, sabiendo que eran las últimas palabras que intercambiaría

con su amiga.

Una bruma repentina lo envolvió pero el viento le llevó unas palabras adicionales.

-Cuando despiertes allá, sigue al tricahue de guata roja.


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Efraín abrió sus ojos, lagrimeó sin querer por el hielo del ambiente, o tal vez por el dolor de la

despedida. Un tricahue cantó cerca y fue a buscarlo. Estaba brumoso y la nieve cubría todo,

pero ya no se sentía aterido y tenía fuerzas para salir de ahí. Lo encontró en seguida y siguió

al ave por la meseta helada. En un sector más cercano al refugio, donde ya había cierta

vegetación áspera, el pájaro revoloteó sobre un arrayán solitario y desapareció. Efraín vio
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consternado una mancha roja que sobresalía entre unas piedras y se acercó a verla. Medio

enterrado entre nieve y piedras había un pañuelo.

-¡Pedro!- exclamó, antes de estallar en sollozos.

Con sus manos desnudas, excavó hasta dar con el cuerpo de su amigo, que casi era puro

hueso. Reconoció su morral y otras pertenencias. Luego buscó piedras planas y levantó un

hito para no olvidar el punto exacto.

-Ya vuelvo, amigo- sollozó –vuelvo por ti en seguida.

Así fue, tras bajar la cuesta hasta el ‘Rucio’, regresó con el caballo y puso el cuerpo

amortajado de su amigo sobre su lomo. Tiempo después, tras toda la emoción de amigos y

familia de Pedro por el funeral que al fin pudieron celebrar, Efraín viajó a Talca y le pidió a

Nicolás, su hijo mayor, que averiguara la forma de hacerse guarda parque. Ese fue el modo

en que Efraín concibió cumplir su promesa. Hoy, él recorre los Senderos de Chile en el Maule,

para resguardar la naturaleza de esta tierra como lo prometió a Mailemahuida. No cree que

vaya a jubilar jamás.

-Las vueltas de la vida- se dijo, hablando solo en voz alta –alguna vez quise trabajar en esto

pero pasó el tiempo y me sentí muy viejo. Ahora, una nueva juventud me permite cumplir mi

juramento y disfrutar de todo esto.

Efraín sabe que no está solo, su amiga está ahí con él, vigilando y cuidándolo, al igual que al

río y sus hermosas tazas.

FIN

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