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Fútbol: unificador, segregador y alienador.

Comunicación Interpersonal

Alberto Méndez Fragoso

José Omar Moreno García


El deporte ha trascendido su esencia primaria. La simple práctica se ha vuelto un
mega negocio; el deporte más popular del mundo y aquel que conglomera una
red de países asociados más grande que el número de integrantes de la ONU, no
está enfrascado y su escenario suele ser una vitrina para diversas expresiones de
toda índole que rebasan el hecho físico y llevan a esta disciplina deportiva a
mostrar cuestiones como la unión y separación de distintos estratos sociales antes,
durante y después de un partido, sobre todo cuando la trascendencia de dicho
encuentro se retrata con antecedentes más allá de lo deportivo, mezclando
cuestiones ideológicas, políticas, culturales y en ocasiones el factor de la religión,
se hacen presentes en las gradas de los recintos deportivos.

Mientras los 22 jugadores van tras la pelota, alentados por lo que su entorno
los rodea y conscientes de lo que puede dar o quitarles tanto una victoria ante su
gente o el amargo sabor de la derrota en casa. Como lo menciona Eduardo
Galeano en su libro El fútbol a sol y sombra:

“El jugador corre, jadeando, por la orilla [...] El barrio lo envidia: el jugador
profesional se ha salvado de la fábrica o de la oficina, le pagan por
divertirse, se sacó la lotería. [...] Pero él, que había empezado jugando por
el placer de jugar en las calles de tierra de los suburbios, ahora juega en los
estadios por el deber de trabajar y tiene la obligación de ganar o ganar”
(Galeano, p.16. 1995).

Prueba de la cohesión entre fútbol y religión y política lo encontramos en


el clásico del fútbol escocés; el mítico Celtic-Rangers es considerada la rivalidad
más añeja en la historia del fútbol, pues el primer partido tuvo lugar en el año de
1888, casi 20 años antes de que se formara el órgano rector del balompié, la FIFA.
Por un lado tenemos al equipo protestante como lo es el Rangers y al otro lado a
los católicos representados por el Celtic; localmente el encuentro es conocido
como “the old firm derby”, esto como consecuencia de una caricatura dentro de
una revista local:

The most widely recognised reason for the name is that it was thanks to a
cartoon in a magazine called ‘The Scottish Referee’ which was published
when the teams met in a Scottish Cup Final in 1904. While not the best bit
of satire ever, the cartoon read: ‘Patronise The Old Firm’ in reference to
the ‘rivalry’ between the two sides being invented as they recognised the
bigger crowds the matches drew and the extra money they produced.
(Haigh, 2018)

Rangers fue fundado por los hermanos Peter y McNeil Moisés, McBeath
William y Peter Campbell; su nombre fue tomado de un equipo inglés de rugby
y la elección de sus colores hacen alusión a la bandera británica, cuentan con una
ideología conservadora, se tornaron protestantes (luego de que el equipo rival, el
Celtic, era visto por la colonia irlandesa de la época como un símbolo del
catolicismo) y están a favor de la unión de los países británicos. Por su parte,
Celtic fue fundado en 1887 por Andrew Kerins y el hermano Walfrid, un marista
irlandés con el objetivo de beneficiar un comedor comunitario para los irlandeses
católicos migrantes. Desde este momento, se le asoció con el catolicismo, sus
raíces irlandesas y por estar a favor de la unificación de Irlanda.

El factor social no podía quedar de fuera en un encuentro como este. La


cuestión de dividir a los aficionados por bandos fue una consecuencia del choque
cultural identitario que envuelve el contexto fuera de lo deportivo. Por un lado,
tenemos al catolicismo irlandés que llegó a apoyar al IRA (Irish Republican
Army) y por el otro al protestantismo británico que también tuvo en sus filas a
los llamados Billy Boys (grupo de choque).

Continuando con otro clásico del fútbol nos trasladamos a otra parte, pero
dentro del mismo continente, pues podemos observar el caso del juego en Serbia,
antiguo territorio perteneciente a la Unión Soviética, que tras surgir como una
nación independiente continuó arrastrando aspectos culturales de su época en lo
que fuera Yugoslavia; dentro del mundo del fútbol se puede observar el “derbi
eterno de Belgrado”: Estrella Roja de Belgrado contra el Partizan Belgrado.

Es más que necesario remontarse al contexto sociopolítico de la región para


comprender el por qué de la importancia de un marco deportivo en la lucha étnica.
El Estrella Roja, clara referencia a una posición de izquierda influenciada por el
régimen yugoslavo y su relación con los ideales soviéticos. En tanto, el Partizán
tiene sus orígenes en el grupo guerrillero antifascista del mismo nombre que
combatió al Eje en la Segunda Guerra Mundial.

Con el paso del tiempo, la situación política y social en la región fue


transformándose. Debido a los constantes conflictos étnicos, las configuraciones
territoriales y cambios en los regímenes mundiales, los aficionados dieron un giro
en su ideología un tanto drástico.

A pesar de que en el caso serbio ambos comenzaron con ideales de corte


comunista, con el paso del tiempo fueron cambiando su ideología por las de
ultraconservadurismo, neonazismo, anticomunismo e intolerancia étnica, esta
última dirigida especialmente a bosnios, croatas, kosovares y gente africana.
Dentro de esta atmósfera observamos cómo portadores de un mismo estandarte
pueden rivalizar y dar pie a violentos hechos, todo con una finalidad muy sencilla:
defender el nombre de un equipo de fútbol. Hijos de la guerra, participantes de
ella o herederos de regímenes o ideales específicos, no hay mejor referencia que
la que Nicol nos dice: “lo que vamos siendo puede sólo desplazar la actualidad
de lo que ya fuimos, combinándolas en una nueva situación con otra,
implicándose las anteriores en la nueva, pero nunca suprimiéndolas.” (Nicol,
1975).
Siguiendo con Nicol: “La naturaleza de la situación depende, pues, del
modo como yo estoy en o ante determinados acontecimientos, personas, etc”.
(Nicol, 1975). Esto, sin duda, concuerda con los casos anteriormente analizados.
Sucesos históricos específicos que forman sociedades, las cuales del mismo modo
las pueden dividir. Acá el deporte llega a ser una vía canalizadora de esos
acontecimientos, por dificultades de hacerlo directamente o simplemente para
tener aún más cobertura y expansión.

El estadio de fútbol es uno de los lugares perfecto para efectuar estas


problemáticas. Todo se canaliza en el momento de que siempre se enfrentan dos
bandos naturalmente distintos. Ahí es cuando somos capaces de llevar el juego
más allá de eso mismo, un juego. Para Eduardo Galeano el aficionado, o
coloquialmente llamado hincha, es aquel que huye de su casa con rumbo al
estadio, con la finalidad de ondear banderas, hacer resonar las matracas; las
ciudades desaparecen y la rutina queda en el olvido. Una vez finalizado el partido,
el hincha celebra su victoria o llora la derrota.

El caso escocés y el serbio sin duda son ejemplos de los partidos más
enraizados en la sociedad y, sin duda, en palabras de Kapuscinski: “Un rasgo
intrínseco de cualquier cultura, consiste en que ésta tiene dificultades a la hora de
comprender a otra, o, más bien, que esas dificultades las tienen las personas que
pertenecen a una determinada cultura, sus partícipes y portadores” (Kapuscinski,
s.f.). Lo Otro nos parece extraño y por tanto no buscamos una relación con ello
por el peligro o incertidumbre que puede representar al yo, a lo mío, a lo que
pertenezco. Regularmente hemos elegido por enfrentar al otro, lo cual, también
en palabras del periodista polaco: “la guerra revela la incapacidad de entenderse
con los Otros” (Kapuscinski, s.f.), una incapacidad que justifica la violencia o la
intolerancia que varios de estos grupos de aficionados tienen para con su rival
deportivo.
De alguna manera estamos limitados en una burbuja o, como Castilla del
Pino diría: “Cada uno es libre para hacer ‘determinadas’ cosas, aquellas que su
realidad suscita.” (Castilla del Pino, 1978). Estamos en nuestra parcela,
compartimos otras o las reconocemos pero buscamos la confrontación con ellas.
No obstante, observando lo que ocasionan, se debería considerar la expresión a
lo meramente deportivo o, si lo sobrepasa, encontrar un punto medio de tolerancia
y diálogo con la facción opuesta. A pesar de esto, parecer ser una utopía, pues
como dijo Hegel: “cada consciencia busca la muerte de la otra” (Hegel en
Vernaux, 1980) y, por ende, la clasificación como utópico.

Por último, otro fenómeno interesante del cual podamos estar más
familiarizados: el capitalismo. A nivel “élite” del fútbol se encuentran,
principalmente, clubes europeos de España, Inglaterra, Alemania e Italia, países
que históricamente han sido colonialistas, centros de conocimiento y los
beneficiados del capital mundial. En este sentido encontramos que el voraz
capitalismo y la desigualdad que desata se transmite también a las canchas de
fútbol. Las grandes marcas se alían únicamente a los grandes clubes y, lo
principal, es generar capital con base en sus seguidores, muchas veces con
bombardeos indiscriminados de publicidad. Según Castells: “La acumulación de
capital se efectúa y su creación de valor se genera, cada vez más, en los mercados
financieros globales” (Castells, s.f.) y, el fútbol, al ser el deporte más popular y
consumido, seguro que en algún momento habría de caer en las garras del capital
exacerbado. Ese momento es el presente.

El capital está centralizado en Europa. Ya sea por el supracapitalismo para


con los clubes o porque el mismo supracapitalismo es el dueño de ellos. Si bien
la FIFA (institución encargada de la reglamentación y organización del fútbol
mundial) ha tomado cartas en el asunto, específicamente con el fair play
financiero (una ley que impide a los clubes gastar más de lo que ingresan),
bastantes de estos equipos de élite continúan las prácticas de debilitamiento de
rivales basadas en la compra de sus mejores elementos. Y aunque se ha tenido la
iniciativa de prohibirles la compra durante ciertas temporadas, al final todo se
mantiene igual, los ricos siendo ricos y dominando el deporte, y los pobres
esperanzados en tener jugadores decentes para competir dignamente y
posteriormente buscar venderlos y así subsistir.

Realmente se trata de un ciclo de explotación laboral. Si haces bien tu


trabajo, a la larga terminarás en esa red de capital mientras que los clubes
pequeños seguirán en el ciclo esperando nuevas “joyas” en sus deportistas para
venderlos al mejor postor, y así limitar sus posibilidades de trascendencia.

En este punto se aliena el trabajo y el deporte como tal. No obstante,


también se aliena al seguidor. Ahora se le ofrece una experiencia en el estadio
donde, si no pagas, no estarás. Incluso, hay casos donde los equipos fueron
fundados como sociedades (aún se conservan en Sudamérica y partes de Europa),
pero por distintos manejos terminaron en las manos de empresarios que
absorbieron todo.

Aunado a ello está lo siguiente: “el liderazgo se personaliza y la creación


de imagen es la creación de poder” (Castells, s.f). Tanto las instituciones como
sus máximos referentes en el terreno de juego son elementos que se explotan hasta
el último recurso, sobre todo hablando mercadológicamente. Pasamos de ver
hazañas increíbles donde la máxima motivación era el amor al fútbol y al escudo
que portaban, al interés por quién ofrece más billetes y en dónde los futbolistas
podrán tener un mejor culto a su personalidad.

El aficionado poco a poco se fue conformando con lo poco que se le daba


debido a que los medios también engrandecen sucesos pequeños. Hoy, un chico
de 20 años que no está consagrado a nivel deportivo, puede valer más de 100
millones de dólares sencillamente por el azar, el proyecto o la especulación del
mercado. Claro está que dos de los mayores problemas mundiales: la desigualdad
y la ignorancia están presentes en este tema.

Entre los problemas sociales que no son tratados con cautela, se aminoran
por los medios de comunicación masivos y los grupos sociales que canalizan sus
problemas mediante el fútbol, hasta el abusivo capitalismo en las redes mundiales
de los clubes, es más que evidente que el fútbol no sólo es fútbol. Primeramente
habría que enseñarles a los aficionados este significado sin posibilidad que, por
ello, se justifique la violencia o la desigualdad. Posteriormente, crear conciencia
en que, si bien puede ser un escenario para expresión, también existen personas
que son distintas a nosotros, con las cuales podemos dialogar, compartir durante
90 minutos y enriquecer más ésta justa deportiva.

Por último, creemos que un cambio en el orden que actualmente observamos, el


cual está dominado por el capital, es muy difícil debido a la influencia y manejo
de los supracapitalistas incluso en el deporte. Sin embargo, nuestra propuesta es
la unión de los clubes desfavorecidos para poder tomar medidas para competir,
sino en igualdad de oportunidades, al menos de manera más leal y justa, pues de
otra manera el nivel deportivo será deficiente y, a su vez, el espectáculo muy
desequilibrado y poco llamativo.
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