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respiro
t
— ienes que admitir que es un poco extraño. —Dijo Noah frotándose la barbilla—.
¿El padre planeando algo turbio? No me calza.
—¿Ni siquiera un poco? —Preguntó Matthew, balanceándose en la silla de madera
que flaqueaba por el mal uso dado.
—Pues, sé que son corruptos, pero no es solamente Daniel. Las decisiones las toma
el Consejo en sus reuniones, Matt, es democracia. Tal vez solo sea algo de recursos, cosas
del Consejo que deben permanecer fuera del conocimiento de la comunidad. ¿No crees?
—No lo sé —Ninguno de los dos cruzaba miradas. La atención de ambos estaba en
la oscuridad del bosque—. ¿Por qué entonces todo debe preguntársele al padre? Eso no me
cuadra dentro de tu "democracia". Si Ápril tiene dudas debe ser por algún motivo.
—Ese es el problema. —Le dio un empujón en el hombro—. Ni tú sabes cuál es el
motivo de esa desconfianza.
—De todos modos, lo haré, Noah. Con o sin tu ayuda. —Matthew procedió a dejar
la silla a un lado para posarse sobre la trampilla que daba a la escalera. Intentaba parecer
seguro de lo que haría, pero su cuerpo y su aura expelían el miedo que provocaba la
incertidumbre que llegaba desde más allá de las murallas. Habría deseado que Noah
hubiese sido su compañero en aquel suicidio que estaba pronto a venir, pero su amigo solo
estaba sentado, inmóvil como una estatua recién esculpida—. Solo procura cubrir mi salida,
¿Vale? —Noah no dijo ninguna palabra.
Las botas, entrando en contacto con los maderos de la escalera bajaban con lentitud.
Cada centinela en su respectiva torre miraba a un punto perdido más allá de lo que
delimitaba Comeray, las pupilas se perdían con el negro denso y los oídos parecían radares
que captaban hasta los sonidos más mínimos del bosque. Todo lo que ocurría dentro de las
murallas era considerado sin importancia, por lo que Matthew pudo moverse con facilidad
por los caminos nocturnos libres de toda guardia. Noah, sin embargo, decidió no mirarle,
hacer oído sordo al sonido serpenteante que hacían las ropas de su amigo al moverse con
soltura por debajo de la torre.
El corazón del muchacho, que observaba a los demás centinelas, se apretaba en un
coagulo punzante por la angustia naciente en su pecho. Nadie lo notaba, ninguno de los
demás vigías le prestaba atención, era su momento. Se acomodó la chaqueta, atrapó la
linterna que Noah le había lanzado desde su lugar—pateándola sin siquiera mirar en su
dirección— y se colocó frente a la puerta este, casi tocando su nariz con el oxidado metal.
Las cadenas que raspaban la polea superior emitieron un terrible crujido, como un susurro
mal pronunciado en el oído de un esquizofrénico. Cuando las puertas rasguñaron el piso
dejando una marca en la tierra, Matthew se lanzó contra la oscuridad de la naturaleza,
perdiéndose en los primeros troncos que elevaban a los árboles, próximos a las murallas.
Riley, junto con los centinelas de la muralla sur y dos de los que estaban
descansando en la cúpula, llegaron de inmediato a la puerta que, para ese entonces, ya
estaba completamente cerrada.
—¿Qué ocurrió aquí? —La voz de Charles, uno de los tantos, se dirigía de manera
dura hacia Noah, quien sostenía las cadenas con su mano empuñada.
—Nada, creímos ver unas sombras casi a la distancia de los primeros caminos que
cruzan la picada. —Trataba de mantener el contacto visual lo más que podía—. Matthew
fue a avisarle a Pietro sobre las figuras y George decidió recorrer las murallas por fuera. —
Lo cual era verdad.
—¿Necesitan más apoyo en este lado? —Preguntó Riley, observando la trampilla de
la torre.
—No. Estamos bien...
Los centinelas se quedaron expectantes de la situación por unos minutos hasta que
el chico volvió a subir a su puesto, simulando observar algún movimiento externo a lo
normal. Sin embargo, lo que le pesaba a Noah era la sensación de haber dejado a Rowe
escapar hacia su muerte, en las profundidades de la noche. Aquella que consumiría la vida
de su mejor amigo.
Comeray se convertía en una lumbrera a las espaldas de Matthew. Su respiración
fluía a la par de su cuerpo, los pensamientos estaban fijos en un solo objetivo y su
conciencia solo rogaba por no encontrarse con lo peor.
El sonido ambiente que se producía con los árboles y los arbustos, más el
deteriorado viento que volaba sobre la tierra, se asemejaba a un lamento leve que acariciaba
los sentidos de Matthew. Si la oscuridad de la noche ya lo hacía sentirse ahogado, el sonido
no le ayudaba en nada más que en desorientar su brújula interna. Cuando se halló ya lo
suficientemente lejos de la comunidad, se decidió a prender la linterna. Su camino se hizo
más claro y pudo ver con nitidez el sendero que cruzaba la vía de un antiguo campamento
cercano al lago. Ellos lo llamaban el camino del llanto.
Como el mundo ya no le pertenecía a nadie, la gente que pudo sobrevivir a la
«Caída» se dio lujos que antes solo podían conservarse dentro de la psiquis. Vivir aquella
vida libre de reglas fue una de las tantas opciones que la humanidad tomó para sí, no
obstante, los hermanos Rowe, antes de hallar su actual hogar, se dedicaban a cambiar los
nombres de los lugares en los que se sentían familiarizados. De ese pequeño juego de niños
nacieron nombres como Eye lake, El camino del llanto, o el mismo corazón del bosque que
fueron adaptados para la nueva historia forjada en Comeray. Sin embargo, Matthew y Ápril
no eran los únicos que mantuvieron sus códigos vivos con el tiempo. Algunas de las
facciones que surgieron con la Caída tomaron las bases de la convivencia humana y las
deformaron con tal de poder hacer realidad sus más oscuros deseos. La naturaleza del
hombre expresada en su forma más grotesca.
A momentos, la luna dejaba entrever su tenue luz y esta rebotaba con las
quebradizas hojas del suelo, dando la sensación de caminar sobre estrellas. Los ojos de
Matthew se guiaban por la luz artificial de su linterna, pero, a ratos, permitía que el destello
natural del gran satélite le dijera por donde avanzar. Su luz impregnaba el agua del lejano
lago haciéndolo parecer un espejo fijo e inmóvil, frágil por su delicadeza y temible por su
apariencia. Denotaba por entre las ramas de la vegetación que escaseaba a medida que se
aproximaba al lago. No había signos de vida cercana a la orilla, en donde las piedras se
unían con el agua y la luna se materializaba. Parecía ser un espectáculo el solo observar
aquel paisaje, nuevo ante sus ojos humanos y renacido ante la milenaria vida del mundo.
Matthew estaba atónito ante la naturaleza nocturna que se revelaba bajo la lumbrera del
cielo.
Sus pies estaban ya sobre las pequeñas piedras, y estas chocaban entre sí delatando
su posición. Se adentró un poco más por donde los árboles se aferraban al roquerio con sus
raíces y caminó, rodeando la ovalada figura del cuerpo de agua. Casi en un extremo del
lago se encontraba una cabaña parcialmente destruida. Matthew le otorgaba esa hazaña a
los Nómades que solían movilizarse por la carretera que bordeaba la estructura.
«Un grupo de portadores en la 101» pensó, a modo de recuerdo.
En el fondo, esperaba que aquellas bestias hubieran logrado su cometido para con la
asquerosa facción.
Su voz mental desapareció cuando notó movimiento en los arbustos que daban hacia
la carretera. Pudo notar dos siluetas totalmente negras trepar por sobre las cercas que
separaban el Eye lake del pavimento, y acercarse con paso pesado a la orilla. La luz no era
suficiente como para distinguir si eran de algún grupo conocido o si solo se trataba de un
par de sobrevivientes, sin embargo, cuando una nube descubrió el cielo nuevamente,
Matthew logró observar el equipo que cargaba cada hombre. Ambos traían puesta una
máscara de gas que se unían con unas lentillas polarizadas de un color verde musgo,
llevaban sobre sí unas ametralladoras silenciadas y en sus espaldas se dibujaba una figura
cuadrada, similar a una mochila militar.
Por un instante, recordó aquella organización que hace tiempo atrás se adaptó a «la
Caída». Usualmente, el Consejo hablaba de ellos como fuerzas militares del nuevo orden
mundial, el tal llamado Departamento Post Mortem, o DPM, casi como una división
especializada en recolectar muestras para el análisis de cada tipo de mutación. En un
principio dudó sobre si se trataba de aquellos hombres, pero no fue hasta que una chica de
aspecto pordiosero —vestida de un overol rasgado con las iniciales de la división— fuese
arrastrada por un hombre que cruzó entre los dos especialistas, cuando al fin Matthew pudo
confirmar de quienes se trataban.
El brazo del hombre, que lucía un cabello cano solamente en los costados del
cráneo, llevaba por el cuello a la chica que parecía estar casi inconsciente sobre las rocas
que arañaban su cuerpo.
Matthew no entendía qué era lo que ocurría ni tampoco podía distinguir sonidos ni
imágenes con claridad. Caminó en cuclillas un poco más cerca del maderío destrozado del
cual colgaba un cartel de bienvenida, y saltó por sobre lo que creía ser una antigua ventana.
El sonido de las botas golpeando los tablones hizo que los hombres se giraran en su
dirección. Sin embargo, y para alivio de sus órganos que danzaban y se enredaban dentro
de él, los especialistas y el hombre desconocido voltearon hacia sus asuntos.
La alerta del DPM era asombrosa, sin embargo, lo que fuera que estuviesen
haciendo en ese lugar de seguro que tenía relación con la carta que Ápril había encontrado,
o más bien, robado. No se veía como nada bueno y la chica del overol era la prueba de que
lo que estuviesen tramando, debía ser interrumpido. Pero cuando Matthew estaba decidido
a avanzar para tomar una buena posición, una mano se posó con una fuerza huesuda en su
hombro. La luz de su linterna se prendió como si hubiese sido parte de sus reflejos y
alumbró el rostro que lo miraba impaciente desde su costado.
Era George, quien instintivamente posó su mano sobre el lente del aparato para no
llamar la atención. El corazón de Matthew giró en 180 grados al ver el esquelético rostro de
su compañero.
—¿¡Qué mierda haces aquí, Orwell!? —Intentó gritar a través de susurros, pero solo
logró expeler un aire furioso que se esfumó en segundos.
—Noah me mandó. —Los ojos de George se entrecerraban para captar con claridad
lo que ocurría a metros de ellos—. No se confió en que podrías moverte en la oscuridad tú
solo.
—Me está subestimando.
—Quizás... —El escuálido chico estiró el cuello por sobre el marco de la ventana—.
¿Quiénes son ellos?
—Creo que son del DPM, pero no sé qué están haciendo con la chica.
A pesar de la pregunta hecha, George ignoró por completo su comentario, tal como
si Matthew no hubiese estado allí. El silencio comenzó a brotar entre ambos hasta que
George se animó a hablar nuevamente.
—Creo que conozco al hombre del medio. —Dijo refiriéndose al que sujetaba a la
moribunda mujer.
—¿De verdad? —La impaciencia empezó a juguetear nuevamente con los órganos
de Matthew—. Y según tú ¿Quién es? —Necesitaba saber de qué se trataba, o al menos
quién estaba involucrado en los turbios asuntos que refería el mensaje. Solo debía sacarse la
duda para así calmar la voz de Ápril que sonaba en su cabeza como un «te lo dije»
constante. Pero antes de que George pudiese responder, un miedo involuntario subió hasta
su cabeza y sus sentidos comenzaron a traicionarle, necesitaba oír la respuesta, pero no
sabía si quería saberla. Entonces, el chico habló.
—Pietro Gluhkovsky...
Las pupilas de Matthew se dilataron al oír semejante acusación, y como si hubiese
sido obra del demonio —o tal vez de la radiación— se lanzó contra la casi invisible figura
de George. Una especie de rabia que jamás había experimentado brotaba desde su nuca,
semejante al viento que ululaba sobre su cabello, y un sentimiento de satisfacción
misteriosa invadió cada músculo de cada dedo que apretaba, con involuntaria
determinación, el cuello de Orwell.
—¿Que mierda te pasa, Rowe? —La voz de George se entrecortaba por la falta de
oxígeno, sin embargo, su mirada seguía desafiante—. Sí no me crees obsérvalo tú mismo.
Las gélidas manos del muchacho se posaron sobre el mentón de Matthew y le
hicieron voltear la mirada hacia el oscuro acto que continuaba en las distantes piedras
húmedas. Cuando el hombre de escasos cabellos platinados levantó el rostro, ahora cubierto
por motas de sangre, a Matthew se le detuvo el corazón. Esos ojos, esas arrugas, esa mirada
inexpresiva con la que recorría el corazón del bosque. Siempre las veía entre las murallas,
eran las mismas facciones que alguna vez lo habían salvado de la muerte y le habían
enseñado todo lo que sabía. El mismo rostro de aquel hombre que les dio un hogar en
medio del caos y un plato caliente de comida. Era él, efectivamente era él.
La consternación lo tranquilizó y, luego de lacónicos segundos, se quitó de encima
de George. El susurro de su compañero maldiciendo todo lo que conformaba su persona, le
pareció irrelevante ante la fragmentada imagen que tenía ante sus ojos. Todo parecía
distinto y a la vez familiar ahora que sabía de quién se trataba, pero no por eso sentía que
era correcto. La pregunta pasó de ser un qué a un por qué
«Pietro no es capaz de hacer algo así» Quería autoconvencerse. Necesitaba creer
que sus ojos estaban equivocados. Pero cuando, el ahora conocido, noqueó de un solo golpe
a la muchacha, Matthew recobró el sentido. Ese hombre no era su familia.
—No podemos quedarnos mirando sin hacer nada. —Sus susurros tartamudeaban y
apenas sí se escuchaban entre el extraño sonido que producía la noche, sin embargo,
George pudo distinguir sus palabras sin problema. La respuesta no fue inmediata.
—Tampoco podemos correr hacia ellos. —Apuntó a escondidas hacia los agentes
—. ¿Ves al de la izquierda? Tiene un arma de larga distancia. Apenas nos vea, nos dejará
igual que el colador que utiliza la señora Elise para secar las legumbres. Tampoco podemos
ir por la derecha, no es un punto ciego. —Tuvo que callarse cuando la linterna de uno de
los agentes apuntó hacia ellos. Ambos alcanzaron a cubrirse bajo el borde de la ventana.
Una vez George recobró el aliento, prosiguió—. El lago no es opción, no sabemos que
puede haber allí dentro ni lo que nos pueda causar. Tampoco podemos devolvernos y
avisarle a los demás pues si nos equivocamos de entrada, el destino sería el mismo.
—¿Y si los rodeamos por el otro lado de la carretera?
—¿Intentas ayudar o suicidarte? —La pregunta parecía ser en serio—. No podemos
avanzar por un lugar infestado de portadores. No hay nada que hacer, Matt. Solo esperar.
—Un suspiro terminó por acompañar su silencio.
Las opciones eran casi nulas y, para la mala suerte de Matthew, el rifle se le había
quedado en la torre. Sin embargo, solo fue cosa de tiempo para que Pietro les hiciera una
señal a ambos agentes y se retiraran hacia los árboles del otro lado de la carretera. La chica
del overol estaba casi muerta con su cabeza humedeciéndose en el agua que la alcanzaba.
Era solo una mancha en el suelo, un bulto que apenas sí se hacía con aire puro. Matthew
sabía que entre las piedras que la sostenían no solamente se movía el líquido que formaba el
lago, sino también parte de la sangre que desprendía la chica desde su boca y nariz. Sin
embargo, no fue esa idea la que los motivó a ambos salir con rapidez de aquel lugar.
Primero fue un sonido, seguido luego de un gorgojeo proveniente del espeso líquido
que formaba la figura del Eye lake.
Desde el centro del lago, una especie de silueta comenzó a brotar haciéndose notar
con el brillo que le daban las gotas de agua en la espalda. Apenas sus hombros habían sido
descubiertos cuando el olor a putrefacción hubo recorrido todo el perímetro del lago, como
si un hongo que echa raíces en el agua hubiese explotado en el aire y sus esporas hubiesen
viajado a todo el estado. La luz de la luna le permitía a Matthew visualizar de mejor manera
la figura que se aproximaba a la muchacha con sublime paciencia. Su piel era negra como
la noche, y de ella nacían pequeños brotes que suponían ser heridas expuestas dándole a su
apariencia una sensación grotesca, pero, por otra parte, también maravillaba a quién lo
viese. Las llagas brillaban en sobremanera, como si de estrellas, que hubiesen bajado solo
para cubrir aquella macilenta silueta, se trataran, y sus cabellos, largos hasta su pelvis ahora
descubierta, relucían a la luz nocturna permitiendo que el reflejo generado en el agua segara
a sus espectadores. No obstante, la mayor contraparte, y lo que despertó el horror en
Matthew, fueron sus ojos, vacíos en sus cuencas; eran la esencia del hermoso significado de
la muerte.
Cuando la hórrida figura hubo avanzado lo suficiente como para simular la misma
distancia que ellos tenían con la chica, Matthew sintió cómo los músculos de su abdomen y
sus piernas se contrajeron.
—Cúbreme. —Le susurró a su compañero de espionaje.
Por la misma ventana en la que ambos observaban el macabro evento, Matthew
saltó con velocidad y corrió en dirección a la chica. George, por su parte, se escabulló por
los arbustos que estaban en contradirección a la 101 y avanzó con sigilo al camino que daba
paso hacia las murallas de Comeray.
El rostro de la chica estaba hinchado, y su cuello, violáceo en toda su anatomía,
apenas si se movía cuando Matthew la intentó reanimar. Sin embargo, y a pesar de que su
conocimiento médico era nulo, el chillido gutural de la figura que ahora estaba casi encima
de ambos, hizo que el confundido muchacho reaccionara dentro de lo que sus nervios le
permitían. Con la mayor fuerza que le pudieron dar sus brazos poco entrenados, levantó el
frágil cuerpo de la chica y la arrastró en dirección al maderío que formaba a la cabaña.
Desde el otro lado del lago, la distracción funcionaba. George había dado un grito que
llamó la atención de la criatura, la cual se distinguía ahora con forma humana, y había
logrado desviarle la atención lo suficiente como para que Matthew lograra lanzarse, junto
con el cuerpo femenino, hacia los arbustos de atrás del intento de choza.
El cuerpo flaco del muchacho se perdió por entre los árboles al observar a la criatura
dirigirse a él. Sea donde sea que se dirigiese, llevaría consigo un problema mayor y la única
esperanza que traía en su conciencia era no pagar con su vida la vida de una desconocida.
La muchacha no reaccionaba, solo dejaba el pecho de Matthew lleno de la sangre
que salía de su boca. Con el esfuerzo que pudo, casi como si se tratara de la presa cazada
hace algunas cuantas horas, tomó el cuerpo de la muchacha en sus brazos y se encaminó
como pudo hacia la comunidad. Las preguntas, la consternación, la angustia, todas ellas y
algunos otros sentimientos mantenían a Matthew con una amargura en el alma. ¿Por qué?
¿Por qué tenía que ser él? ¿Por qué no pudo ser el padre Daniel, tal como Ápril lo había
dicho? ¿Qué hacía el DPM en los bosques? Más bien, ¿Qué hacían con él? Ya ni siquiera
podía decir su nombre. Y para peor ¿Qué mierda era esa bestia?
Las lágrimas comenzaban a bajar por sus mejillas, se sentía mejor sin saber que las
cosas podían colocarse más mal de lo que ya estaban, y talvez, solo talvez, podían ser aún
peor. Sin embargo, allí estaba, llevando a una desconocida ensangrentada sobre sus brazos
sin saber qué pensarían sus vecinos, los centinelas, hasta el mismo Consejo. La chica traía
con ella el rasgado overol color negro, su cabello del mismo matiz, profundo como el
vantablack, colgaba por el brazo de Matthew, y su rostro, desfigurado por las lesiones,
apenas demostraba las verdaderas facciones afiladas que formaban su identidad.
Matthew sentía como sus brazos comenzaban a temblar y cómo los rugidos del
humanoide se adentraban hacia el bosque en dirección contraria. En su corazón esperaba
que George no hiciera alguna jugarreta que lo llevara de camino hacia Comeray, pero
aquella preocupación se detuvo cuando, entre los sombríos sonidos de la noche, logró
distinguir el estruendo que provocaban las armas de fuego al ser disparadas.
Ya casi llegaba a las murallas, pero la angustia no cesaba. ¿Qué si los disparos
hubieran comenzado en las torres de la comunidad? Eso explicaría por qué no lo habían
apuntado con las linternas aún. Pero, aun así, si George hubiese traído a la bestia, estos
estarían mucho más alerta. Sin embargo, cuando divisó la torre este a lo lejos, nadie estaba
allí. La puerta estaba completamente sin vigilancia, y cuando Matthew hubo se encontrado
afuera de las enormes latas, nadie jaló de las cadenas para permitirle la entrada. Intentó
hacer algo de ruido con las extremidades que tenía libres, pero el cansancio solo hizo que
sus piernas flaquearan y cayera rendido sobre la tierra, húmeda por el frío radioactivo de las
noches.
Sentía que ya lo había perdido todo, esto sería su condena ante los ojos del Consejo.
Ya no podría seguir conviviendo con la organización extrema de Comeray, ni siquiera le
permitirían acercarse a los límites que abarcaba la comunidad. Para ese entonces, Matthew
intentaba pensar en algún plan para que al menos Ápril pudiera seguir viviendo en el
refugio, pero cuando las puertas rechinaron por la fuerza ejercida en ellas desde el otro
lado, las ideas que consumían al chico se desvanecieron.
La imagen que recibió Cole, quien había logrado abrir las puertas sin utilizar la
cadena, fue deplorable. Un chico de diecinueve años, de cabellos largos casi hasta su
misma mandíbula, rasgos finos y demacrados con ojos grises que se perdían en la oscuridad
de la noche, apenas sí podía con su propio cuerpo, traía en brazos a prácticamente el
cadáver de una mujer. Cole rápidamente reaccionó a ayudar a Matthew, tomó por él a la
chica y lo ayudó con las pocas fuerzas que la adrenalina del momento le habían consumido.
El cuerpo de Cole era fuerte, su tez afroamericana y su altura sobre el promedio le daban el
aspecto de un hombre al cual temer, y más en la noche cuando sus ojos verdes claros
brillaban como los de un felino a punto de atrapar a su presa.
No obstante, para el desagrado y la angustia de Matthew, el rostro de Cole
demostraba la misma inquietud que había sentido hace unos momentos.
—¿Qué pasa, Cole? —Preguntó Matthew, esperando no recibir alguna mala noticia.
Pero el silencio fue su única respuesta. —Cole, te hice una pregunta. —Volvió a
tartamudear.
El rostro de su acompañante no denotaba nada, estaba en una seriedad que, muy en
el fondo, pedía a gritos poder expresar su dolor. Y después de un tenso instante, en el que
las puertas a sus espaldas se cerraron por los fuertes brazos del chico, eso obtuvo.
—¡¡Cole!!
—¡Es Ápril, Matt! —Se detuvo. Matthew miró su entorno dentro de la pausa que
Cole hizo, y notó la anomalía que era ver a todos los vecinos de Comeray acumulados, a
plena noche y toque de queda, alrededor de la cúpula.
Algo malo ocurría y no sabía si quería escucharlo de su cuñado. Pero, una vez más,
necesitaba oírlo.
—¡Se la llevaron! —Las lágrimas brotaron—. ¡Se llevaron a Ápril!