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Un último

respiro

Escrito por Carla Burdyl


Después de tanto esperar pude pensar en algo que me hiciera sentir mejor,
espero les guste. Esto es mi reflejo.
Primera Parte
Conociendo a la muerte

‹‹Incierto es el lugar donde la muerte te espera;


Espérala pues, en todo lugar››

Seneca (2 AC -65) filosofo latino


1
Un día de caza

— A tus doce. —Susurró Noah.


Matthew levantó la mirilla del rifle, respirando cuidadosamente para no temblar.
Allí estaba. El venado tomaba agua tranquilamente del lago Eye. Solo estaba pendiente de
saciar su sed a la compañía del gélido viento. Las patas del animal se perdían en las
piedrecillas y en la tierra que las cubrían, tal como cubría las botas de Matthew. Unos
segundos y el percutor golpeó. Las escasas aves de los árboles que los rodeaban apenas si
salieron volando para que Noah aturdiera alguna con su onda. Eso era lo malo de cazar con
rifle, el sonido delataba su posición y, ahora, a metros a la redonda, todos sabrían que
alguien estaba a las orillas del lago.
—Ayúdame con esto. —Le dijo Matthew mientras que tomaban a la bestia por las
patas traseras.
La sangre que desprendía el grueso cuello teñía el sendero de un burdeo oscuro. Era
el peligro que corrían al cazar algo tan grande, dejar un rastro para que los siguieran.
El camino por delante no era del todo extenso, sin embargo, la cuesta arriba y el
peso muerto que entre los dos cargaban, lo hacía exhaustivo.
Hacía meses que Matthew no veía un venado del porte de aquel. No solían pasearse
cerca de los terrenos de Comeray. Era una buena presa en comparación con todas las
ardillas que cada semana traían a la comunidad. Agotaba alimentarse siempre de aquellas
criaturas que fácilmente se quedaban entre las trampas que Noah y Matthew colocaban
cada fin de semana. Ya no había peces en el lago, al menos no alguno que se pudiese
comer. Ni siquiera las aves eran suficiente carne como para repartirla entre tanta gente, por
lo que el sacrificio de quedar completamente viscoso y cansado por el pequeño viaje valía
la pena.
—La gente está acostumbrada a comer ardillas cocidas. —Mascullaba Noah—. Si
no nos ven llegar con esta bestia, no nos juzgarán. Lo sabes, ¿verdad?
—Nos arriesgamos a que el Consejo nos expulse. —Respondió Matthew,
silenciosamente.
—Pero no vamos a poder disfrutar de una buena carne asada, o de alguna sopa de
carne cocida. Piensa, si lo escondemos en las zarzas de la muralla sur, no lo verán. Además,
el padre Daniel solo se asegura de que lleguemos con algo de comida y ya llevamos algunas
cuantas bayas. Imagina todas las posibilidades que hay dentro de esto —Decía mientras
golpeaba el estómago del venado, provocando un sonido hueco—. La señora Elise podría
hacer un abrigo con la piel de esta cosa.
—Recuerda que la bala que lo mató fue la de mi rifle. —Apenas si podía voltearse
para mirarle—. Hablemos con Pietro antes que con el padre. Tampoco quiero que el
Consejo se quede con esta maravilla. —Soltó una pequeña risa.
Cuatro años después de los once que pasaron desde la «Caída», la comunidad de
Comeray pudo organizarse de manera estable. Los dos primeros después de la catástrofe
que provocó la explosión en la planta nuclear de Kashawasaky en Japón fueron caóticos. Le
tomó unos meses llegar hasta Estados Unidos y que los efectos de la radiación comenzaran
a mostrar la peor parte de la humanidad. Ocurrieron múltiples explosiones en diversas
plantas antes de Kashawasaky, sin embargo, fue esta última la que gatilló el génesis de los
problemas. Algunas personas fueron afectadas mutando en criaturas irreconocibles y otras,
la gran mayoría, terminó falleciendo tiempo después de lo ocurrido. Nadie sabía cómo era
que la «Caída» se propagaba tan rápido por el mundo y solo algunos estaban preparados
para un final tan repentino. Pero a pesar de la preparación apocalíptica de la población, la
mayor parte no soportó la radiación de los primeros meses. Matthew, por su parte, vivió el
incidente con tan solo ocho años tratando de sobrevivir a los saqueos y asesinatos que la
locura de la explosión trajo consigo. Las ciudades fueron las más afectadas, infestándose de
lo peor que se podía pensar en ese entonces. Los lugares que mejor sobrellevaron la
situación fueron las más alejadas de las zonas pobladas, entre ellos un puñado de Forks,
quienes formaron la comunidad de Comeray dentro del bosque en el mismo estado. Sin
embargo, el salvajismo humano no cesó hasta que el Consejo tomó el liderazgo dentro de
las murallas. Y Matthew, junto con su hermana, fueron testigos de todo.
—¿Qué si llegamos más tarde? —Insistía Noah—. Podemos ver como separar los
trozos del venado y guardarlos en algún lugar donde los Nómades no lo encuentren. Digo,
es arriesgado y podríamos perderlo por completo, pero es lo mismo a que el Consejo nos
vea llegar con semejante botín.
—Los Nómades lo encontrarán al día, no tendría sentido esconderlo por partes.
Además, se pudrirían.
—Tienes claro que apenas nos acerquemos a las murallas los vigías les avisarán,
¿Verdad? Es una presa perdida. Piensa en Ápril, ¿Qué va a comer durante la semana? ¿Las
sobras del botín?
—Prefiero que coma eso a que un venado contaminado que pueda infectarla y
acabar con su vida. —A medida que avanzaban, Matthew levantaba tierra para cubrir las
gotas espesas de sangre—. Aún nos queda la mitad del camino, podrías adelantarte para ver
si está despejado.
—Vale, pero no lo escondas sin mí, ¿eh? —Noah sonrió mostrando sus extraños
colmillos, y se propuso a avanzar.
—¡Ey! —Gritó Matthew—. ¡Enciende la bengala si vez a uno rondando por el
sector!
Noah solo levantó el pulgar por sobre su cabeza.
Una vez completamente solo, Matthew pudo relajarse. Dejó el cuerpo del animal
apoyado sobre el tronco de uno de los millares de árboles y se sentó junto a él en un gesto
de gratitud a la extraña naturaleza: observar. Las hojas danzaban a su alrededor, los cerros
que lo rodeaban parecían tener algo de vida y el sol, que apenas si alumbraba entre las
contaminadas nubes, le hacían recordar los paisajes que visitaba cuando pequeño con su
familia, con sus padres. Los extrañaba. Era más por esa razón que le pidió a Noah que se
adelantase, necesitaba su momento de paz, de ensimismarse con sus emociones. ¿Qué sería
de su familia en ese preciso instante? Se preguntaba si aún estarían vagando en algún lugar
del mundo. De seguro que lo hacían, pero Matthew no tenía como saberlo, prefería
vislumbrarlos como seres y nada más. Ahora solamente tenía a su hermana consigo y era lo
que le importaba, era la única persona que le quedaba realmente. Ápril.
No podía evitar sonreír con melancolía al ver los ojos perdidos del venado muerto,
empalideciéndose sobre la tierra y el musgo.
«A Ápril le agradaría ver esa graciosa expresión.» Pensaba.
Matthew sacó una libreta de hojas blancas que guardaba en su bolso y uno de los
trozos de carbón que Pietro le había afilado. Comenzó a dibujar. Era lo que usualmente
hacía, dibujaba en sus momentos a solas sin importar lo que estuviese pasando en su
entorno. Lo hacía para volver. Para volver a aquellos días en los que el sol sí brillaba y el
viento se sentía ligero. El retrato era la presa. Su sangre sobre la escasa hierba y la grisácea
luz, que hacían verlo sucio, le daban una impresión más llamativa. Su hermana estaría
agradecida por otra imagen más para la pared de su habitación.
A pesar de que el día constantemente se sentía como si atardeciese, ahora si se
trataba del atardecer. El toque de queda en los límites del bosque comenzaría en unas horas.
Noah aún no aparecía, por lo que Matthew se decidió a seguir el resto del trayecto él solo.
El esfuerzo que requería cargar al animal era más de lo que imaginaba. Noah le
había facilitado la mitad del viaje anterior. No quería tener que llevar el peso muerto sobre
él cuando los vigías salieran de las murallas y comenzaran a explorar con sus armas
silenciadas. Si eso ocurría, los días de Matthew en los que había podido sobrevivir no
valdrían absolutamente nada.
Frente a la puerta de una de las cabañas que se hallaban en la zona sur de la muralla,
estaba Ápril, rompiendo las reglas que su hermano le había puesto. La gente a esa hora ya
comenzaba a cerrar sus hogares con llave y apagar las luces para encender el pábilo de las
velas. Solo eran algunos, incluyéndola a ella, los que se permitían pasear entre los caminos
que rodeaban la cúpula. La sombra del atardecer se hacía ya escasa y, aun así, Ápril
continuaba golpeando incesantemente a la puerta de Cole. La reunión que el padre Daniel
había planeado para con el Consejo se daría comienzo después del toque de queda, en unas
cuantas horas más.
Cole solamente la observaba desde la ventana. A diferencia de ella, él sí respetabas
las normas. Jamás le agradó que los hermanos Rowe fueran tan rebeldes respecto a la
convivencia.
—¡Vamos, Cole! ¡Sal ya! —Ápril no dejaba de insistir. Los centinelas, que se
relajaban en la cúpula, ya empezaban a irritarse con semejante bullicio.
—¡Ah! ¡Maldita sea, entra ya! —Cole abrió la puerta de manera brusca. La chica
casi como si sus pies rebotaran en el suelo.
—¡No te vas a creer lo que escuché decir a los centinelas de la torre oeste! —Su
euforia no le permitía darse cuenta de que los padres de Cole la observaban de manera
desagradable.
—Cálmate, Eip —Así le decía—. No debes estar aquí, ¿vale?, Vete a tu casa.
—¡Es el padre Daniel! —Exclamaba, ignorando a Cole—. ¡Los centinelas dijeron
que hoy sería el día! ¡Hoy es el día!
—¿El día de qué?
—¿Recuerdas la vez que te conté que el padre sacrificaba humanos? Bueno, no tenía
pruebas hasta ahora. ¡Hoy es el día, Cole! ¡Estoy segura de que algo están planeando!
—No empieces con eso de nuevo. —Cole se frotó el rostro debido a la frustración
—. Ya hemos hablado de eso. Por favor, tienes diecisiete años, actúa como una chica de tu
edad, ¿Vale? No quiero escuchar más sobre tus conspiraciones e historias imaginarias, ¿Sí?
—Pero Cole...
—Ya, vete. —Su mirada era seria, sin embargo, expresaba matices de cariño. —
Mañana conversaremos de esto, ¿Vale? —Cole empujó de manera suave a Ápril fuera de su
casa y cerró la puerta, sin antes darle un pequeño abrazo.
Se sentía consternada. Las noches habían sido extrañas aquellos meses y estaba
segura de que no era la única que lo notaba.
Matthew ya casi llegaba a las murallas. Se sentía exhausto. A la lejanía de la visión
delantera, borrosa por tanta exposición al aire y por el sobreesfuerzo, pudo ver las gruesas
láminas de lata con sus pilares de fierro oxidado rechinando entre los troncos rasgados a
propósito. Riley y Charles estaban alertas sobre una de las torres este de Comeray. En las
puertas se hallaban Pietro y Noah con un aspecto preocupado en sus rostros. Cuando Noah
divisó a Matthew corrió hacia él para echarle una mano.
—Creí que volverías, te estuve esperando —Dijo Matthew sin aliento.
—Maldito terco, deberías haber dejado al venado en el camino. —Noah bufaba
amargamente—. Sabes que cuando se da la alarma debemos regresar de inmediato.
—¿La alarma? —Matthew estaba confundido—. No escuché ninguna alarma.
—Mierda...
El rostro de Noah denotaba preocupación por donde quiera que se le observase.
Cuando hubieron llegado frente a las puertas, arrastraron la gran presa a través de
ellas. Pietro no se veía contento.
—¡Te juro que no oí nada! —Dijo Matthew antes de que Pietro pudiese hablar.
—¿Dónde estabas? —Preguntó el hombre anciano, solemnemente.
—Lo dejé cerca del camino hacia el corazón del bosque. —Respondió Noah.
—¿Estás seguro de que no escuchaste la alarma? Teníamos centinelas por ese
sector.
—Lo juro —El corazón de Matthew se aceleró.
—Vale, hablaré con el Consejo. La alarma se dio hace una hora atrás. Uno de los
centinelas avisó que vio una de las caravanas de los Nómades siendo acechada por un
grupo de portadores en la 101. Hay que estar alerta esta noche, no vaya ser que se desvíen y
lleguen a las murallas. —La mirada de Pietro se dirigió hacia el venado. Ya no era un rostro
serio—. Espero que esa cosa haya valido la pena. Procura no hacer tanto ruido cuando lo
lleves a tu cabaña.
—¡Gracias! —Exclamó Matthew, aliviado.
—No me agradezcas tan rápido. Tendrás que hacer vigía esta noche junto con Noah
y George.
—¡¿Y yo por qué?! —Objetó Noah.
—¿Y tienes el descaro de preguntar? Además, los centinelas no han vuelto y el
toque de queda está por comenzar. No puedo hacer más para aplazar los tiempos, chicos, y
si los demás no llegan a tiempo temo que no tendremos gente capacitada para una posible
horda. Lo siento mucho por ellos, pero el padre Daniel no permitirá otra falta más.
Ambos quedaron en silencio sabiendo que no podían hacer nada al respecto. Las
ordenes dentro de Comeray son estrictas y no se pueden discutir. Matthew suspiró.
—¿Puede cuidar de Ápril esta noche?
—Seguro. —Respondió Pietro con amabilidad.
El polvo del piso daba pequeños saltos con cada piedrecilla que arremetía contra las
pesuñas de la presa. Estaba siendo arrastrada a través de la hierba seca de Comeray hacia
una de las cabañas mejor cuidadas, la suya, la de los hermanos Rowe, Matthew y Ápril
Rowe. El camino estaba bien construido, pero para él era mejor arrastrarlo por la tierra,
quizás así la frustración y el enojo que le provocaba la idea de hacer guardia nocturna se
disiparía. Pero no, era irritante no poder expresarse libremente dentro de un refugio que
suponía tranquilidad. Para Matthew, Comeray era una pesadilla que estaba inmersa dentro
de un mundo muerto. Pero si vivir aquel mal sueño lo mantenía con vida, lo haría. Lo hacía.
La puerta rechinó al abrirse. Estaba todo oscuro excepto el intento de sala. Tres
velas brindaban su escasa y sombría luz dentro de la cabaña. La madera se quejaba con el
viento que entraba y, en las murallas, adornaban trozos de papel pintado que se estropeaban
con el polvo. Los sillones marrones se hacían negros con la oscuridad y las sombras de los
muebles, algunos siendo festín de termitas, bailaban en la penumbra. Matthew entró al
venado como pudo por el marco y se detuvo a observarlo. Sintió como se le iba la vida en
tan solo un pestañar. No te das cuenta, estás tomando agua y, de un segundo a otro, estás
muerto. Su corazón se apretaba de la angustia que le provocaba imaginar que en cualquier
momento; el siguiente en cerrar los ojos y no abrirlos más, podría ser él. O aún peor, su
hermana.
Una vez el saco de carne estuvo sobre la mesa de la cocina, Matthew encendió unas
cuantas velas más para que alumbraran el retorno de Ápril. Cerró las cortinas y las ventanas
de cada habitación para evitar al máximo la contaminación de los objetos y se centró en
mantener los trozos guardados. El hielo trizaba los huesos de su mano tal como el cuchillo
dentado había trizado los huesos del venado. Ahora, la comida se doblaba como un
contorsionista que procede a esconderse en una caja fuerte, se conservarían en el
congelador mientras el generador de la comunidad siguiera funcional. Al menos eso lo
esperanzaba. Si Pietro no abría la boca, tendría comida durante varios días, sino semanas.
Del otro lado, la iglesia se iluminaba. Era el único lugar que, después de las
prohibiciones, gozaba de electricidad. Ápril podía ver desde los arbustos la sombra del
padre Daniel caminar con impaciencia por entre las bancas barnizadas. Talvez estaba
esparciendo algo de incienso para disimular el olor a podrido que expelía el púlpito forrado
en pieles de oso, o, talvez, estaba revisando los maderos del suelo para que no lo delataran
los cadáveres que enterraba en el sótano. Su imaginación volaba con solo ver la luz tenue
salir de la ventana. Intentaba pensar en lo terrible de la situación general. Hay cosas peores
que un asesino; quizás muchos de éstos, deformes corriendo por las colinas y saltado entre
los árboles. Aquello era lo que le decía Matthew para mantenerla dentro de Comeray. No la
convencía del todo, pero es preferible mantenerse dentro de los límites del conocimiento
que arriesgarse a morir por la curiosidad.
Quizás no eran los únicos que se limitaban a vivir conformes con lo que el consejo
les daba. Nadie más que los cazadores y los centinelas salían de las murallas. Una vez los
años te consumen sin saber en qué se ha convertido el exterior, nace un pánico más allá del
que se le tiene a la muerte, más fuerte que las ganas de despertar en un día soleado después
de años sin ver un cielo despejado, más profundo que el agobio que provoca un inminente
invierno nuclear; es el miedo a lo desconocido y al peligro de conocer.
Ápril reprimía la ansiedad que le provocaba pensar en el fin de la comunidad. Si las
murallas ya no estaban, ellos serían la próxima presa a ser cazada. Ni siquiera podría
confiar en los vecinos que siempre la trataban con amabilidad. ¿Y si ellos se transformaban
en el siguiente enemigo? No sería para nada agradable. Si debía cuidar de alguien, ellos
serían Matthew y Cole. Las únicas personas que tenían un vínculo importante para ella. No
se permitiría que todo llegara a su final, que su vida se terminara así sin más, que Comeray
cayera y Daniel hiciera de las suyas.
Por la puerta de la iglesia entró un hombre con barba blanca y con apenas cabello en
sus parietales, del mismo color que el resto de su cabellera. Llevaba un abrigo con pelo de
algún animal y su aspecto era ceremonioso. Ápril no alcanzó a reconocer de quién se
trataba, pero una vez los pies del hombre tocaron el sagrado templo, su sombra pareció
unirse con la del padre Daniel.
Los centinelas de la cúpula no se divisaban a la distancia en donde la capilla estaba
ubicada, casi rosando la muralla norte. Sin dudarlo mucho, atravesó el campo de tierra que
la separaba del edificio carcomido por los insectos, y se colocó bajo el rayo de luz que
desprendían los coloridos vidrios de la ventana. Las sombras ahora eran siluetas
desdibujadas en la tierra con la capacidad de hablar.
—¿Está todo listo? —Ápril pudo reconocer la voz del padre Daniel.
—No creo que podamos hacerlo aquí, padre. —Respondió el hombre.
—¿¡Cómo qué no!? ¿¡Llevamos casi un mes esperando el envío y ahora sales con
que no podemos traerlo aquí!?
—Lo siento, padre, pero no depende de mí. Me dijeron que le entregase esto. —Las
voces de pronto se hicieron más lejanas, mientras que el sonido de las botas las
acompañaba
—¿Una carta? —Se percibía la rabia en sus palabras, sin embargo, la calma de su
voz mezclaba la extraña sensación. Antes de hablar nuevamente, el silencio se apoderó del
salón—. Vale, vete. Procura que la luz te guíe por el infierno que se avecina.
—Sí, padre.
El sonido de las botas se aproximó a la ventana y luego de unos palpitantes
segundos, se alejaron hacia la puerta. La sombra se distanciaba por el camino entre las
plantaciones que daban a las cabañas del sector norte, donde las familias del consejo vivían.
Ápril asomó la mirada por la ventana y la electricidad incandescente le nubló la visión lo
suficiente como para perder el rostro del padre, pero no tanto como no ver la ubicación de
la carta.
La vigía comenzaría en unos minutos. Matthew observaba a través de las cortinas el
oscuro vacío que consumía a la comunidad. Era un manto negro que cubría las
construcciones, los cultivos, incluso las leves lumbreras de las linternas en cada torre. No
hubo necesidad de despojarse de las armas con las que cargaba, ni de las vestimentas de
invierno que lo arropaban, eran suficientes para mantener el calor y la seguridad durante las
largas noches que soportaban los centinelas. Las luces de las velas permanecieron
encendidas dentro de la cabaña y las siluetas de los faros improvisados que no cumplían
con la labor de alumbrar, se perdían entre la visión nocturna.
Al final del camino divisaba la figura de los vigías diurnos bajando con cautela
silenciosa por las escaleras de madera y cerrando las cadenas que clausuraban el pase de
entrada de cualquier forastero, pero también la salida de algún superviviente. Durante la
noche, el ambiente se volvía espeso, como la sensación espiritual maligna que algún
entendido en el área puede sentir, sin embargo, los años no lo habían forjado como cazador
por nada. Tal vez sus padres estarían orgullosos de en quién se había convertido. Pietro lo
estaba. Después de todo, fue él quien los cuidó como a su propia familia. No obstante, aun
así, deseaba ver una vez más los ojos de su madre.
Ya distinguía con claridad la compuerta pueblerina de Comeray y, junto a ella, la
figura alta de Noah parado al lado de George Orwell, uno de los recién llegados de la
comunidad. George no se parecía en nada a los lugareños de Comeray, sus brazos eran
huesudos y su rostro esquelético daba un mal augurio que imanizaba los ojos del mundo. Su
ropa no le cubría lo suficiente como para disimular sus duras costillas y daba la impresión
de que en cualquier momento se convertiría en un cubo de hielo. En nada se parecía a
Noah, quien destacaba en diferencia por su cuerpo más tonificado y su aspecto desordenado
tanto en vestimentas como en el rostro. Hasta las cicatrices de sus labios y el cabello de
color polvo marrón le daban mejor aspecto que los huesos casi expuestos de Orwell.
Matthew quiso adelantar el paso para subir de una vez por todas a la torre en la que
debía observar la espesa vegetación del mundo en busca de movimiento, sin embargo, la
voz familiar que lo seguía por la espalda a gran velocidad lo hizo detenerse:
—¡Matt! —Era Ápril, estirando su mano hacia la chaqueta de cuero que traía su
hermano. —¡Espera!
—¡Eip! ¿¡En donde demonios estabas!? —Gritó, raspando su garganta. Sin
embargo, el abrazo cálido que le siguió pudo calmar su emoción—. Me tenías preocupado.
—¡No me vas a creer! ¡El padre Dan…!
—No de nuevo con eso. —La interrumpió, pensando en las mil veces que había
escuchado aquel discurso.
—¡Esta vez tengo pruebas! —Su rostro estaba empapado en una extraña emoción
que perturbó la cordura de Matthew.
La noche lo desconcentraba y borraba las facciones de su hermana que tanto le
recordaba a los días de luz. Sin embargo, la sensación, aunque de familia, ahora le daba un
escalofrío que se seguía de un calor que corría por su espina al ver a Ápril hurgarse la ropa
de manera brusca, como igualando la ansiedad de un cachorro con un juguete nuevo.
—¡Esto! ¡Es esto! —En su delgada y pálida mano yacía un sobre arrugado, ya
abierto.
—¿Qué es eso?
—Lo saqué de la iglesia en la muralla norte, Matt. Era del padre Daniel...
—¡Por Dios, Ápril! ¡Nos pueden expulsar por tu estupidez! —La angustia comenzó
a brotar desde las rodillas de Matthew—. ¡Necesitas devolverla de inmediato!
—Léela —La expresión de su hermana había cambiado por completo. Entre la
penumbra que invadía sus ojos, alcanzaba a notar la seguridad de su mirada, pero a la vez
era como si le apuñalase la razón.
Matthew analizó como pudo el trozo de papel sucio que ahora estaba en su poder.
Era un papel timbrado de un logo que jamás había visto. Cuando se decidió a sacar el
comunicado de dentro del estropeado, sus ojos volvieron hacia Ápril llenos de claridad.
—¿Ahora si me crees?
Las letras que adornaban la pequeña misiva eran casi ininteligibles, sin embargo,
casi al final, junto al borde más maltrecho del mensaje, podían distinguirse tres palabras
que lograron aturdir el razonamiento de Matthew
«Eye Lake. Medianoche».
2
Entre los bosques

t
— ienes que admitir que es un poco extraño. —Dijo Noah frotándose la barbilla—.
¿El padre planeando algo turbio? No me calza.
—¿Ni siquiera un poco? —Preguntó Matthew, balanceándose en la silla de madera
que flaqueaba por el mal uso dado.
—Pues, sé que son corruptos, pero no es solamente Daniel. Las decisiones las toma
el Consejo en sus reuniones, Matt, es democracia. Tal vez solo sea algo de recursos, cosas
del Consejo que deben permanecer fuera del conocimiento de la comunidad. ¿No crees?
—No lo sé —Ninguno de los dos cruzaba miradas. La atención de ambos estaba en
la oscuridad del bosque—. ¿Por qué entonces todo debe preguntársele al padre? Eso no me
cuadra dentro de tu "democracia". Si Ápril tiene dudas debe ser por algún motivo.
—Ese es el problema. —Le dio un empujón en el hombro—. Ni tú sabes cuál es el
motivo de esa desconfianza.
—De todos modos, lo haré, Noah. Con o sin tu ayuda. —Matthew procedió a dejar
la silla a un lado para posarse sobre la trampilla que daba a la escalera. Intentaba parecer
seguro de lo que haría, pero su cuerpo y su aura expelían el miedo que provocaba la
incertidumbre que llegaba desde más allá de las murallas. Habría deseado que Noah
hubiese sido su compañero en aquel suicidio que estaba pronto a venir, pero su amigo solo
estaba sentado, inmóvil como una estatua recién esculpida—. Solo procura cubrir mi salida,
¿Vale? —Noah no dijo ninguna palabra. 
Las botas, entrando en contacto con los maderos de la escalera bajaban con lentitud.
Cada centinela en su respectiva torre miraba a un punto perdido más allá de lo que
delimitaba Comeray, las pupilas se perdían con el negro denso y los oídos parecían radares
que captaban hasta los sonidos más mínimos del bosque. Todo lo que ocurría dentro de las
murallas era considerado sin importancia, por lo que Matthew pudo moverse con facilidad
por los caminos nocturnos libres de toda guardia. Noah, sin embargo, decidió no mirarle,
hacer oído sordo al sonido serpenteante que hacían las ropas de su amigo al moverse con
soltura por debajo de la torre.
El corazón del muchacho, que observaba a los demás centinelas, se apretaba en un
coagulo punzante por la angustia naciente en su pecho. Nadie lo notaba, ninguno de los
demás vigías le prestaba atención, era su momento. Se acomodó la chaqueta, atrapó la
linterna que Noah le había lanzado desde su lugar—pateándola sin siquiera mirar en su
dirección— y se colocó frente a la puerta este, casi tocando su nariz con el oxidado metal.
Las cadenas que raspaban la polea superior emitieron un terrible crujido, como un susurro
mal pronunciado en el oído de un esquizofrénico. Cuando las puertas rasguñaron el piso
dejando una marca en la tierra, Matthew se lanzó contra la oscuridad de la naturaleza,
perdiéndose en los primeros troncos que elevaban a los árboles, próximos a las murallas.
Riley, junto con los centinelas de la muralla sur y dos de los que estaban
descansando en la cúpula, llegaron de inmediato a la puerta que, para ese entonces, ya
estaba completamente cerrada.
—¿Qué ocurrió aquí? —La voz de Charles, uno de los tantos, se dirigía de manera
dura hacia Noah, quien sostenía las cadenas con su mano empuñada.
—Nada, creímos ver unas sombras casi a la distancia de los primeros caminos que
cruzan la picada. —Trataba de mantener el contacto visual lo más que podía—. Matthew
fue a avisarle a Pietro sobre las figuras y George decidió recorrer las murallas por fuera. —
Lo cual era verdad.
—¿Necesitan más apoyo en este lado? —Preguntó Riley, observando la trampilla de
la torre.
—No. Estamos bien...
Los centinelas se quedaron expectantes de la situación por unos minutos hasta que
el chico volvió a subir a su puesto, simulando observar algún movimiento externo a lo
normal. Sin embargo, lo que le pesaba a Noah era la sensación de haber dejado a Rowe
escapar hacia su muerte, en las profundidades de la noche. Aquella que consumiría la vida
de su mejor amigo.
Comeray se convertía en una lumbrera a las espaldas de Matthew. Su respiración
fluía a la par de su cuerpo, los pensamientos estaban fijos en un solo objetivo y su
conciencia solo rogaba por no encontrarse con lo peor.
El sonido ambiente que se producía con los árboles y los arbustos, más el
deteriorado viento que volaba sobre la tierra, se asemejaba a un lamento leve que acariciaba
los sentidos de Matthew. Si la oscuridad de la noche ya lo hacía sentirse ahogado, el sonido
no le ayudaba en nada más que en desorientar su brújula interna. Cuando se halló ya lo
suficientemente lejos de la comunidad, se decidió a prender la linterna. Su camino se hizo
más claro y pudo ver con nitidez el sendero que cruzaba la vía de un antiguo campamento
cercano al lago. Ellos lo llamaban el camino del llanto.
Como el mundo ya no le pertenecía a nadie, la gente que pudo sobrevivir a la
«Caída» se dio lujos que antes solo podían conservarse dentro de la psiquis. Vivir aquella
vida libre de reglas fue una de las tantas opciones que la humanidad tomó para sí, no
obstante, los hermanos Rowe, antes de hallar su actual hogar, se dedicaban a cambiar los
nombres de los lugares en los que se sentían familiarizados. De ese pequeño juego de niños
nacieron nombres como Eye lake, El camino del llanto, o el mismo corazón del bosque que
fueron adaptados para la nueva historia forjada en Comeray. Sin embargo, Matthew y Ápril
no eran los únicos que mantuvieron sus códigos vivos con el tiempo. Algunas de las
facciones que surgieron con la Caída tomaron las bases de la convivencia humana y las
deformaron con tal de poder hacer realidad sus más oscuros deseos. La naturaleza del
hombre expresada en su forma más grotesca.
A momentos, la luna dejaba entrever su tenue luz y esta rebotaba con las
quebradizas hojas del suelo, dando la sensación de caminar sobre estrellas. Los ojos de
Matthew se guiaban por la luz artificial de su linterna, pero, a ratos, permitía que el destello
natural del gran satélite le dijera por donde avanzar. Su luz impregnaba el agua del lejano
lago haciéndolo parecer un espejo fijo e inmóvil, frágil por su delicadeza y temible por su
apariencia. Denotaba por entre las ramas de la vegetación que escaseaba a medida que se
aproximaba al lago. No había signos de vida cercana a la orilla, en donde las piedras se
unían con el agua y la luna se materializaba. Parecía ser un espectáculo el solo observar
aquel paisaje, nuevo ante sus ojos humanos y renacido ante la milenaria vida del mundo.
Matthew estaba atónito ante la naturaleza nocturna que se revelaba bajo la lumbrera del
cielo.
Sus pies estaban ya sobre las pequeñas piedras, y estas chocaban entre sí delatando
su posición. Se adentró un poco más por donde los árboles se aferraban al roquerio con sus
raíces y caminó, rodeando la ovalada figura del cuerpo de agua. Casi en un extremo del
lago se encontraba una cabaña parcialmente destruida. Matthew le otorgaba esa hazaña a
los Nómades que solían movilizarse por la carretera que bordeaba la estructura.
«Un grupo de portadores en la 101» pensó, a modo de recuerdo.
En el fondo, esperaba que aquellas bestias hubieran logrado su cometido para con la
asquerosa facción.
Su voz mental desapareció cuando notó movimiento en los arbustos que daban hacia
la carretera. Pudo notar dos siluetas totalmente negras trepar por sobre las cercas que
separaban el Eye lake del pavimento, y acercarse con paso pesado a la orilla. La luz no era
suficiente como para distinguir si eran de algún grupo conocido o si solo se trataba de un
par de sobrevivientes, sin embargo, cuando una nube descubrió el cielo nuevamente,
Matthew logró observar el equipo que cargaba cada hombre. Ambos traían puesta una
máscara de gas que se unían con unas lentillas polarizadas de un color verde musgo,
llevaban sobre sí unas ametralladoras silenciadas y en sus espaldas se dibujaba una figura
cuadrada, similar a una mochila militar.
Por un instante, recordó aquella organización que hace tiempo atrás se adaptó a «la
Caída». Usualmente, el Consejo hablaba de ellos como fuerzas militares del nuevo orden
mundial, el tal llamado Departamento Post Mortem, o DPM, casi como una división
especializada en recolectar muestras para el análisis de cada tipo de mutación. En un
principio dudó sobre si se trataba de aquellos hombres, pero no fue hasta que una chica de
aspecto pordiosero —vestida de un overol rasgado con las iniciales de la división— fuese
arrastrada por un hombre que cruzó entre los dos especialistas, cuando al fin Matthew pudo
confirmar de quienes se trataban.
El brazo del hombre, que lucía un cabello cano solamente en los costados del
cráneo, llevaba por el cuello a la chica que parecía estar casi inconsciente sobre las rocas
que arañaban su cuerpo.
Matthew no entendía qué era lo que ocurría ni tampoco podía distinguir sonidos ni
imágenes con claridad. Caminó en cuclillas un poco más cerca del maderío destrozado del
cual colgaba un cartel de bienvenida, y saltó por sobre lo que creía ser una antigua ventana.
El sonido de las botas golpeando los tablones hizo que los hombres se giraran en su
dirección. Sin embargo, y para alivio de sus órganos que danzaban y se enredaban dentro
de él, los especialistas y el hombre desconocido voltearon hacia sus asuntos.
La alerta del DPM era asombrosa, sin embargo, lo que fuera que estuviesen
haciendo en ese lugar de seguro que tenía relación con la carta que Ápril había encontrado,
o más bien, robado. No se veía como nada bueno y la chica del overol era la prueba de que
lo que estuviesen tramando, debía ser interrumpido. Pero cuando Matthew estaba decidido
a avanzar para tomar una buena posición, una mano se posó con una fuerza huesuda en su
hombro. La luz de su linterna se prendió como si hubiese sido parte de sus reflejos y
alumbró el rostro que lo miraba impaciente desde su costado.
Era George, quien instintivamente posó su mano sobre el lente del aparato para no
llamar la atención. El corazón de Matthew giró en 180 grados al ver el esquelético rostro de
su compañero.
—¿¡Qué mierda haces aquí, Orwell!? —Intentó gritar a través de susurros, pero solo
logró expeler un aire furioso que se esfumó en segundos.
—Noah me mandó. —Los ojos de George se entrecerraban para captar con claridad
lo que ocurría a metros de ellos—. No se confió en que podrías moverte en la oscuridad tú
solo.
—Me está subestimando.
—Quizás... —El escuálido chico estiró el cuello por sobre el marco de la ventana—.
¿Quiénes son ellos?
—Creo que son del DPM, pero no sé qué están haciendo con la chica.
A pesar de la pregunta hecha, George ignoró por completo su comentario, tal como
si Matthew no hubiese estado allí. El silencio comenzó a brotar entre ambos hasta que
George se animó a hablar nuevamente.
—Creo que conozco al hombre del medio. —Dijo refiriéndose al que sujetaba a la
moribunda mujer.
—¿De verdad? —La impaciencia empezó a juguetear nuevamente con los órganos
de Matthew—. Y según tú ¿Quién es? —Necesitaba saber de qué se trataba, o al menos
quién estaba involucrado en los turbios asuntos que refería el mensaje. Solo debía sacarse la
duda para así calmar la voz de Ápril que sonaba en su cabeza como un «te lo dije»
constante. Pero antes de que George pudiese responder, un miedo involuntario subió hasta
su cabeza y sus sentidos comenzaron a traicionarle, necesitaba oír la respuesta, pero no
sabía si quería saberla. Entonces, el chico habló.
—Pietro Gluhkovsky...
Las pupilas de Matthew se dilataron al oír semejante acusación, y como si hubiese
sido obra del demonio —o tal vez de la radiación— se lanzó contra la casi invisible figura
de George. Una especie de rabia que jamás había experimentado brotaba desde su nuca,
semejante al viento que ululaba sobre su cabello, y un sentimiento de satisfacción
misteriosa invadió cada músculo de cada dedo que apretaba, con involuntaria
determinación, el cuello de Orwell.
—¿Que mierda te pasa, Rowe? —La voz de George se entrecortaba por la falta de
oxígeno, sin embargo, su mirada seguía desafiante—. Sí no me crees obsérvalo tú mismo.
Las gélidas manos del muchacho se posaron sobre el mentón de Matthew y le
hicieron voltear la mirada hacia el oscuro acto que continuaba en las distantes piedras
húmedas. Cuando el hombre de escasos cabellos platinados levantó el rostro, ahora cubierto
por motas de sangre, a Matthew se le detuvo el corazón. Esos ojos, esas arrugas, esa mirada
inexpresiva con la que recorría el corazón del bosque. Siempre las veía entre las murallas,
eran las mismas facciones que alguna vez lo habían salvado de la muerte y le habían
enseñado todo lo que sabía. El mismo rostro de aquel hombre que les dio un hogar en
medio del caos y un plato caliente de comida. Era él, efectivamente era él.
La consternación lo tranquilizó y, luego de lacónicos segundos, se quitó de encima
de George. El susurro de su compañero maldiciendo todo lo que conformaba su persona, le
pareció irrelevante ante la fragmentada imagen que tenía ante sus ojos. Todo parecía
distinto y a la vez familiar ahora que sabía de quién se trataba, pero no por eso sentía que
era correcto. La pregunta pasó de ser un qué a un por qué  
«Pietro no es capaz de hacer algo así» Quería autoconvencerse. Necesitaba creer
que sus ojos estaban equivocados. Pero cuando, el ahora conocido, noqueó de un solo golpe
a la muchacha, Matthew recobró el sentido. Ese hombre no era su familia.
—No podemos quedarnos mirando sin hacer nada. —Sus susurros tartamudeaban y
apenas sí se escuchaban entre el extraño sonido que producía la noche, sin embargo,
George pudo distinguir sus palabras sin problema. La respuesta no fue inmediata.
—Tampoco podemos correr hacia ellos. —Apuntó a escondidas hacia los agentes
—. ¿Ves al de la izquierda? Tiene un arma de larga distancia. Apenas nos vea, nos dejará
igual que el colador que utiliza la señora Elise para secar las legumbres. Tampoco podemos
ir por la derecha, no es un punto ciego. —Tuvo que callarse cuando la linterna de uno de
los agentes apuntó hacia ellos. Ambos alcanzaron a cubrirse bajo el borde de la ventana.
Una vez George recobró el aliento, prosiguió—. El lago no es opción, no sabemos que
puede haber allí dentro ni lo que nos pueda causar. Tampoco podemos devolvernos y
avisarle a los demás pues si nos equivocamos de entrada, el destino sería el mismo.
—¿Y si los rodeamos por el otro lado de la carretera?
—¿Intentas ayudar o suicidarte? —La pregunta parecía ser en serio—. No podemos
avanzar por un lugar infestado de portadores. No hay nada que hacer, Matt. Solo esperar.
—Un suspiro terminó por acompañar su silencio.
Las opciones eran casi nulas y, para la mala suerte de Matthew, el rifle se le había
quedado en la torre. Sin embargo, solo fue cosa de tiempo para que Pietro les hiciera una
señal a ambos agentes y se retiraran hacia los árboles del otro lado de la carretera. La chica
del overol estaba casi muerta con su cabeza humedeciéndose en el agua que la alcanzaba.
Era solo una mancha en el suelo, un bulto que apenas sí se hacía con aire puro. Matthew
sabía que entre las piedras que la sostenían no solamente se movía el líquido que formaba el
lago, sino también parte de la sangre que desprendía la chica desde su boca y nariz. Sin
embargo, no fue esa idea la que los motivó a ambos salir con rapidez de aquel lugar.
Primero fue un sonido, seguido luego de un gorgojeo proveniente del espeso líquido
que formaba la figura del Eye lake.
Desde el centro del lago, una especie de silueta comenzó a brotar haciéndose notar
con el brillo que le daban las gotas de agua en la espalda. Apenas sus hombros habían sido
descubiertos cuando el olor a putrefacción hubo recorrido todo el perímetro del lago, como
si un hongo que echa raíces en el agua hubiese explotado en el aire y sus esporas hubiesen
viajado a todo el estado. La luz de la luna le permitía a Matthew visualizar de mejor manera
la figura que se aproximaba a la muchacha con sublime paciencia. Su piel era negra como
la noche, y de ella nacían pequeños brotes que suponían ser heridas expuestas dándole a su
apariencia una sensación grotesca, pero, por otra parte, también maravillaba a quién lo
viese. Las llagas brillaban en sobremanera, como si de estrellas, que hubiesen bajado solo
para cubrir aquella macilenta silueta, se trataran, y sus cabellos, largos hasta su pelvis ahora
descubierta, relucían a la luz nocturna permitiendo que el reflejo generado en el agua segara
a sus espectadores. No obstante, la mayor contraparte, y lo que despertó el horror en
Matthew, fueron sus ojos, vacíos en sus cuencas; eran la esencia del hermoso significado de
la muerte.
Cuando la hórrida figura hubo avanzado lo suficiente como para simular la misma
distancia que ellos tenían con la chica, Matthew sintió cómo los músculos de su abdomen y
sus piernas se contrajeron.
—Cúbreme. —Le susurró a su compañero de espionaje.
Por la misma ventana en la que ambos observaban el macabro evento, Matthew
saltó con velocidad y corrió en dirección a la chica. George, por su parte, se escabulló por
los arbustos que estaban en contradirección a la 101 y avanzó con sigilo al camino que daba
paso hacia las murallas de Comeray.
El rostro de la chica estaba hinchado, y su cuello, violáceo en toda su anatomía,
apenas si se movía cuando Matthew la intentó reanimar. Sin embargo, y a pesar de que su
conocimiento médico era nulo, el chillido gutural de la figura que ahora estaba casi encima
de ambos, hizo que el confundido muchacho reaccionara dentro de lo que sus nervios le
permitían. Con la mayor fuerza que le pudieron dar sus brazos poco entrenados, levantó el
frágil cuerpo de la chica y la arrastró en dirección al maderío que formaba a la cabaña.
Desde el otro lado del lago, la distracción funcionaba. George había dado un grito que
llamó la atención de la criatura, la cual se distinguía ahora con forma humana, y había
logrado desviarle la atención lo suficiente como para que Matthew lograra lanzarse, junto
con el cuerpo femenino, hacia los arbustos de atrás del intento de choza.
El cuerpo flaco del muchacho se perdió por entre los árboles al observar a la criatura
dirigirse a él. Sea donde sea que se dirigiese, llevaría consigo un problema mayor y la única
esperanza que traía en su conciencia era no pagar con su vida la vida de una desconocida.
La muchacha no reaccionaba, solo dejaba el pecho de Matthew lleno de la sangre
que salía de su boca. Con el esfuerzo que pudo, casi como si se tratara de la presa cazada
hace algunas cuantas horas, tomó el cuerpo de la muchacha en sus brazos y se encaminó
como pudo hacia la comunidad. Las preguntas, la consternación, la angustia, todas ellas y
algunos otros sentimientos mantenían a Matthew con una amargura en el alma. ¿Por qué?
¿Por qué tenía que ser él? ¿Por qué no pudo ser el padre Daniel, tal como Ápril lo había
dicho? ¿Qué hacía el DPM en los bosques? Más bien, ¿Qué hacían con él? Ya ni siquiera
podía decir su nombre. Y para peor ¿Qué mierda era esa bestia?
Las lágrimas comenzaban a bajar por sus mejillas, se sentía mejor sin saber que las
cosas podían colocarse más mal de lo que ya estaban, y talvez, solo talvez, podían ser aún
peor. Sin embargo, allí estaba, llevando a una desconocida ensangrentada sobre sus brazos
sin saber qué pensarían sus vecinos, los centinelas, hasta el mismo Consejo. La chica traía
con ella el rasgado overol color negro, su cabello del mismo matiz, profundo como el
vantablack, colgaba por el brazo de Matthew, y su rostro, desfigurado por las lesiones,
apenas demostraba las verdaderas facciones afiladas que formaban su identidad.
Matthew sentía como sus brazos comenzaban a temblar y cómo los rugidos del
humanoide se adentraban hacia el bosque en dirección contraria. En su corazón esperaba
que George no hiciera alguna jugarreta que lo llevara de camino hacia Comeray, pero
aquella preocupación se detuvo cuando, entre los sombríos sonidos de la noche, logró
distinguir el estruendo que provocaban las armas de fuego al ser disparadas.
Ya casi llegaba a las murallas, pero la angustia no cesaba. ¿Qué si los disparos
hubieran comenzado en las torres de la comunidad? Eso explicaría por qué no lo habían
apuntado con las linternas aún. Pero, aun así, si George hubiese traído a la bestia, estos
estarían mucho más alerta. Sin embargo, cuando divisó la torre este a lo lejos, nadie estaba
allí. La puerta estaba completamente sin vigilancia, y cuando Matthew hubo se encontrado
afuera de las enormes latas, nadie jaló de las cadenas para permitirle la entrada. Intentó
hacer algo de ruido con las extremidades que tenía libres, pero el cansancio solo hizo que
sus piernas flaquearan y cayera rendido sobre la tierra, húmeda por el frío radioactivo de las
noches.
Sentía que ya lo había perdido todo, esto sería su condena ante los ojos del Consejo.
Ya no podría seguir conviviendo con la organización extrema de Comeray, ni siquiera le
permitirían acercarse a los límites que abarcaba la comunidad. Para ese entonces, Matthew
intentaba pensar en algún plan para que al menos Ápril pudiera seguir viviendo en el
refugio, pero cuando las puertas rechinaron por la fuerza ejercida en ellas desde el otro
lado, las ideas que consumían al chico se desvanecieron.
La imagen que recibió Cole, quien había logrado abrir las puertas sin utilizar la
cadena, fue deplorable. Un chico de diecinueve años, de cabellos largos casi hasta su
misma mandíbula, rasgos finos y demacrados con ojos grises que se perdían en la oscuridad
de la noche, apenas sí podía con su propio cuerpo, traía en brazos a prácticamente el
cadáver de una mujer. Cole rápidamente reaccionó a ayudar a Matthew, tomó por él a la
chica y lo ayudó con las pocas fuerzas que la adrenalina del momento le habían consumido.
El cuerpo de Cole era fuerte, su tez afroamericana y su altura sobre el promedio le daban el
aspecto de un hombre al cual temer, y más en la noche cuando sus ojos verdes claros
brillaban como los de un felino a punto de atrapar a su presa.
No obstante, para el desagrado y la angustia de Matthew, el rostro de Cole
demostraba la misma inquietud que había sentido hace unos momentos. 
—¿Qué pasa, Cole? —Preguntó Matthew, esperando no recibir alguna mala noticia.
Pero el silencio fue su única respuesta. —Cole, te hice una pregunta. —Volvió a
tartamudear.
El rostro de su acompañante no denotaba nada, estaba en una seriedad que, muy en
el fondo, pedía a gritos poder expresar su dolor. Y después de un tenso instante, en el que
las puertas a sus espaldas se cerraron por los fuertes brazos del chico, eso obtuvo.
—¡¡Cole!!
—¡Es Ápril, Matt! —Se detuvo. Matthew miró su entorno dentro de la pausa que
Cole hizo, y notó la anomalía que era ver a todos los vecinos de Comeray acumulados, a
plena noche y toque de queda, alrededor de la cúpula.
Algo malo ocurría y no sabía si quería escucharlo de su cuñado. Pero, una vez más,
necesitaba oírlo.
—¡Se la llevaron! —Las lágrimas brotaron—. ¡Se llevaron a Ápril!

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