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NO SOLO ES CUESTION DE MIGRANTES:

MIGRACIONES EXTERNAS Y EXCLUSION SOCIAL

Néstor Cohen

Introducción
En el presente artículo intento reflexionar en torno a
algunas cuestiones conceptuales que permitan interpretar el
fenómeno migratorio de modo complementario a los ricos análisis
demográficos, a los estudios en torno a la participación de los
migrantes externos en el mercado de trabajo y el sistema
productivo en general o aquellos en los que se caracteriza el rol
del Estado y las políticas sociales que los involucra u otros
dedicados a caracterizar sus estrategias de vida, sus historias, su
entramado cultural y todas aquellas cuestiones que resultaría
muy extenso mencionar en estas páginas.
La gran mayoría de estos variados abordajes tienen en
común el sujeto de estudio, me refiero al migrante externo. Se ha
producido conocimiento en torno a la cuestión migratoria
teniendo como referente empírico privilegiado a la mujer y al
hombre que migró, sea como resultado de una decisión
programada, previamente elaborada, libremente elegida o
resultado de una situación conflictiva, violenta que obligó a
cambiar de país de residencia. Pero la condición de migrante no
se adquiere, solo, como resultado de haber modificado el lugar de
residencia sino, además, es un significado otorgado por quienes
no cumplen con esa condición: los nacionales, los nativos del país
al que arribaron. La presencia de estos últimos no es un factor
secundario, y menos aún periférico, para la vida cotidiana de los
migrantes, como tampoco lo es para los nacionales la llegada de
estos extranjeros, en la medida que se van localizando,
adhiriendo a las nuevas tierras, a los nuevos espacios. Por lo
tanto, en la cuestión migratoria hay más de un actor social
involucrado, lo está también el Estado receptor con sus políticas,
con el marco regulatorio que pauta cuestiones vitales del
quehacer de las comunidades extranjeras y lo están los medios
de comunicación masivos con su producción de imágenes que
confrontan lo propio con lo ajeno. Esta configuración requiere
atender a diferentes piezas o elementos y a las distintas
relaciones que se organizan entre ellos. Como resultado de esta
compleja trama, de esta red de lazos, los mismos actores se van
modificando y construyendo historias que requieren ser
entendidas desde el entramado que integran. La mirada particular
sobre uno de ellos parcializa la comprensión del fenómeno porque
la problemática migratoria no es solo cuestión de migrantes,
estos son lo que son en función de sus historias, sus culturas, sus
condiciones socioeconómicas, pero también en función de la
sociedad hospitante con sus propias historias, sus propias
culturas y condiciones socioeconómicas.
En este artículo pretendo poner la mirada más en las
relaciones que en los actores, más en los consensos y en los
conflictos, más en los puentes y en las rupturas. No me olvido de
los sujetos, lejos estoy de ello, pero intentaré verlos desde los
vínculos, desde el lugar en que estos sujetos se modifican. Para
ello recurriré, en algunas oportunidades, a referentes empíricos
utilizados en investigaciones propias y a ese importante auxilio
que es el conocimiento producido y acumulado en disciplinas
preocupadas por estas cuestiones, la Sociología y la Antropología,
entre otras.

El migrante externo como sujeto de estudio de las Ciencias


Sociales
Un extranjero es portador de señales que le otorgan
identidad, que lo diferencian, su lenguaje, sus características
fenotípicas, sus rituales religiosos, sus costumbres tanto
cotidianas como eventuales, etc. Sin embargo, ese extranjero se
constituye en migrante externo, cuando se identifica como tal o
cuando esas señales se expresan a través del tiempo en uno o
más ámbitos que recorre, por ejemplo el laboral, el vecindario, la
escuela u otras instituciones. Pero hay otro conjunto de
características propias de su condición que no se traducen en
señales, en otras palabras que pueden no ser visibles para el
otro. Me estoy refiriendo a la ruptura parcial o total de los lazos
que construyera en su lugar de origen, al diseño de nuevas
estrategias de vida cotidiana en la sociedad receptora, a la
reconsideración de su organización familiar, a la búsqueda de
condiciones y espacios que le permitan preservar su identidad
nacional o étnica, a la percepción de la diversidad no como
categoría de análisis sino como marco que establece los límites
entre lo nativo o local y lo extranjero, en fin todas aquellas
características invisibles a la mirada de la sociedad hospitante
pero, que junto a las características reconocibles, a las señales,
hacen de ese actor social un migrante externo. No escapa a mi
consideración que este amplio y variado conjunto de atributos
condicionan sus diferentes modos de relacionarse, no solo porque

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lo orientan, y a veces, lo determinan en sus diferentes modos de
producir, sino porque, además, lo posicionan frente al otro y
frente al nuevo marco institucional e histórico en el que se
encuentra involucrado. Su condición de migrante conlleva la
necesidad de construir nuevos lazos, que suelen estar afectados
por los espacios, instituciones, momentos y la estructura de
clases en que se configuran, para solo mencionar algunas de las
grandes categorías sociales espacio-temporales que lo contienen,
condicionan o disciplinan.
La producción de conocimiento en las Ciencias Sociales de
Latino América referida a las migraciones externas involucra
diferentes perspectivas o campos disciplinares, la Antropología, la
Sociología, la Demografía, la Economía, han producido y
producen conocimiento sobre este fenómeno. Se lo ha hecho y
hace desde distintos corpus teóricos y metodológicos, pero
centrando, principalmente, su interés en el migrante como sujeto
de estudio, como fuente de información. Esta centralidad no
implica que converjan los diferentes abordajes en una única
definición o conceptualización de este actor social, es por ello que
me pregunto ¿qué entendemos por migrante externo en las
Ciencias Sociales? O cuando lo abordamos como sujeto de
estudio a partir de nuestro interés en producir conocimiento, ¿qué
estrategias teóricas y metodológicas ponemos en juego para su
análisis? Creo que la variantes son diversas, creo que el debate
es extenso y arduo, sin embargo intentaré, a riesgo de mutilar
sutilezas y sin pretender agotar los diferentes modos de
aproximarnos a su conocimiento, sintetizar esta rica
heterogeneidad en los siguientes modos de tratarlo. Hay una
extensa producción que lo trata como sujeto único, autónomo. En
este sentido un migrante externo es una persona que deja su
lugar de residencia para establecerse temporal o definitivamente
en otro país o región. Desde esta definición se lo concibe como
una entidad absoluta y sincrónica, en tanto se lo estudia cuando
está residiendo en su condición de extranjero, temporal o
definitivamente, de alguna manera se intenta objetivar al sujeto
que define. En esta caso importa producir conocimiento acerca de
quién es, qué hace, dónde lo hace, cómo lo hace, porqué migró,
etc. Se destacan para ello, preferentemente, categorías de la
Demografía y la Economía. Desde otro tipo de enfoque se lo
puede definir en términos absolutos, pero diacrónicos, como un
sujeto que al establecerse en otro país o región es portador de
una historia, llega con huellas, algunas visibles y otras invisibles,
como señalamos en el párrafo anterior. Desde esta perspectiva,

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no solo importa caracterizarlo en su nuevo habitat o territorio,
sino que interesa, también, incluir su historia, sus rupturas. En
este tipo de tratamiento interesa conocer cómo es, cómo fue y
por qué dejó de ser lo que era. Es una ecuación que considera
ganancias, pérdidas y costos existenciales, culturales, de
identidad. La Antropología y la Sociología son la disciplinas que
más se involucran en esta perspectiva. Desde un tercer tipo de
enfoque se lo trata, en términos relativos o relacionales
considerando su historia e incluyendo en su abordaje, el nuevo
proceso que se gesta con la construcción de su extranjeridad al
interior de la trama de relaciones sociales que lo contiene en la
sociedad receptora. Este abordaje relacional del migrante
externo, incluye al nativo como actor social que participa en el
proceso de otorgar sentido a la presencia del migrante, sentido
que no siempre es reconocido por este último, sentido que puede
ubicarlo en condiciones desiguales respecto el nativo. Es un
sentido que puede crear condiciones de tensión y hasta de
conflictividad. Desde esta perspectiva las diferencias entre un
chileno, un paraguayo, un rumano, un coreano, entre otros, no
dependen solo del origen nacional ni de lo que cada uno porta
culturalmente, sino que las diferencias resultan de la intersección
de estas cuestiones con lo que la población nativa construye en
sus representaciones acerca del “otro”. Hay una reconstrucción
de la subjetividad del migrante, a partir de su historia y de cómo
se resuelvan sus nuevas condiciones de vida al interior de la
trama de relaciones sociales en la que se involucre, junto a ese
otro actor social llamado nativo. La Sociología es la disciplina más
comprometida en esta perspectiva de análisis. El migrante
externo, entonces, podemos entenderlo, analizarlo, desde
diferentes miradas, complementarias entre sí, que resultan de
categorías o códigos propios de las disciplinas desde las que es
abordado.

Extendiendo la frontera de la categoría exclusión social


Cuando la mirada del investigador deja de tener como
sujeto central de su observación al migrante externo, para
correrse hacia las relaciones sociales que lo involucran y lo
reconocen como tal, requiere de otro corpus teórico que incluya
nuevas categorías de análisis y requiere de otras decisiones
metodológicas. Estas nuevas estrategias de abordaje del

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fenómeno de estudio incorporan al nativo, a su modo de producir
extranjeridad, al tipo de relaciones entre éste y el migrante, no
solo en sí, sino también de acuerdo a los diferentes lugares que
ambos ocupan en la estructura de clases sociales, incorporan,
además, el rol de los medios masivos de comunicación y las
distintas construcciones que, a través de imágenes y discursos,
hacen de los diferentes tipos de migrantes, estas nuevas
estrategias incorporan al Estado y los roles desempeñados en
regular la dicotomía legalismos-ilegalismos que involucran a los
extranjeros en el territorio nacional y el proceso de
retroalimentación entre estas acciones y las representaciones
sociales y acciones de la sociedad civil, resultando de esta
interacción la construcción de un código que se naturaliza y que
premia y castiga, según el sujeto se acerque o aleje del deber
ser, en otras palabras, según lo que en este código se referencie
a valores de normalidad y desviación. Sintetizando, poner en foco
las relaciones sociales requiere incluir no solo a los dos actores
centrales, migrantes y nativos, sino también la estructura de
clases que los contiene, los medios de comunicación y el Estado.
De este modo es posible comenzar a entender a nuestro sujeto
no como una entidad absoluta, sino relativa a los distintos lugares
que ocupa y le es permitido ocupar. A partir de aquí es posible
preguntarse si estos espacios son espacios de inclusión o de
exclusión o cuáles son los límites que la sociedad civil receptora,
los medios y/o el Estado, le ponen al ejercicio de elegir
libremente dónde y cómo participar o qué condiciones debe
cumplir el migrante externo, para aspirar a legitimar su lugar de
sujeto incluido en la sociedad receptora. Comienza, entonces, a
presentarse en el análisis, una categoría que considero merece
ser atendida porque no siempre adquiere el mismo significado al
ser utilizada o, simplemente, enunciada, me refiero a la categoría
exclusión social.
Si bien la categoría exclusión o exclusión social es de uso
muy frecuente en el campo de la sociología como en otras
disciplinas de las ciencias sociales, sin embargo, no implica esto
que haya una extensa ni contundente producción teórica sobre la
misma, más aún, es frecuente encontrarnos en nuestra literatura
con un uso de tipo enunciativo, entendiendo por tal la simple
mención del término, como advertencia acerca del tema a tratar
o en tratamiento. Es por ello que prefiero referirme a la exclusión
social como categoría más que como concepto y menos aún como
teoría. Es fácil observar, además, que esta categoría contiene una
nutrida producción dedicada a tratar cuestiones vinculadas a la

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pobreza, a la distribución desigual de la riqueza, en otras
palabras, da cuenta, en esta extendida línea de producción, de un
proceso en el cual un importante sector de la población mundial,
mayoritariamente de los países periféricos, quedó afectada por la
desaparición del Estado benefactor, el comienzo de períodos de
alta inestabilidad económica y la consolidación de un proyecto
político y económico globalizador e inequitativo. Como
consecuencia de ello quedaron excluidos, parcial o totalmente,
del mercado de trabajo y de la posibilidad de gozar de los
beneficios de derechos sociales y en algunos casos hasta de
derechos políticos. Este abordaje de la exclusión se constituye,
entonces, en exclusión económica o económico-social, su objeto
de estudio son estas poblaciones sacudidas por las crisis
económicas, laboralmente vulnerables, inestables. Resulta
interesante una reflexión de Cortés (2006) que considero
pertinente al tratamiento que estoy haciendo de esta categoría,
señala que “la categoría exclusión social no parece tener una
clase de referencia claramente establecida, en efecto, en
ocasiones se refiere a individuos; en otras, a procesos de trabajo,
y a veces, a relaciones de trabajo”. Comparto esta
caracterización, pero la cito en tanto ratifica lo señalado
anteriormente en cuanto a quedar circunscripta a cuestiones
propias de la exclusión económica o más específicamente de la
exclusión laboral. Cortés más adelante en su artículo señala que
esta categoría “no está inserta en una malla de relaciones
teóricas”, no es posible deducir conceptualmente ningún
enunciado, es una categoría conceptualmente vacía. Con un
significado complementario, Wieviorka (2002) plantea que “el
término exclusión aglutina realidades diversificadas, situaciones e
itinerarios muy diferentes”.
Pareciera, entonces, que con este término se constituyen
distintos escenarios, el primero de ellos muestra que desde las
disciplinas que integran la Ciencias Sociales, hay un uso
circunscripto de esta categoría en torno a la producción y
tratamiento de un tipo de población, la población económica o
laboralmente vulnerable. Es el caso de homologar exclusión con
pobreza, exclusión con desigualdad económica, exclusión con
desocupación y con modos de participación en el mercado de
trabajo. En segundo lugar, no hay un cuerpo teórico que de
cuenta de este término, no hay una teoría de la exclusión social,
carece de especificidad teórica. Esto remite al planteo de
Wieviorka, quien lo considera un término muy vago que se refiere
a realidades diferentes, incluye la desocupación, la precariedad

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laboral, la opresión en el trabajo, la distribución inequitativa de la
riqueza y otra cuestiones vinculadas al trabajo, la producción y
los bienes. Y en tercer lugar, siguiendo nuevamente a Wieviorka
(2002) el término “no da cuenta de ninguna manera de la
identidad de los eventuales responsables de los problemas que
pretende describir”, en este sentido, se pregunta si la palabra que
los identifique, que los visibilice, es excluidores. Wieviorka está
llamando la atención en una cuestión central, si describir la
exclusión es dar cuenta solo de uno de los actores involucrados –
los excluidos- o caracterizar su condición social y económica –la
pobreza-, entonces no hay posibilidad alguna de comprender
cómo se articulan las relaciones sociales, cómo se integra, cuál es
la dinámica de este entramado social donde solo se mira a uno de
los involucrados. En una misma línea reflexiva, Manuel Castells
(1998), propone estudiar la exclusión social desde los que él
denomina exclusores. En otras palabras, tratar al excluido como
sujeto central y único de análisis, es construir un conocimiento
fragmentado de la realidad, que caracteriza al proceso desde las
consecuencias, desde la víctima, sin incluir a todos los actores
involucrados y sus diferentes modos de relacionarse y de ubicarse
frente al lugar de los otros.
Este artículo forma parte de la producción sociológica que
se involucra en problemáticas afines a la exclusión social, pero
intentando explorar más allá de sus fronteras. Entiendo que éstas
incluyen cuestiones afines a la pobreza, la desocupación, la
vulnerabilidad económica y, como señala Cortés, en algunas
oportunidades se refiere al individuo, otras a colectivos, otras a
procesos, etc. La mayoritaria y diversa producción en torno a este
tipo de problema expresa, en buena medida, la preocupación por
una cuestión extendida a lo largo y ancho de todo el planeta.
Resultaría imposible negar que la pobreza, la desocupación, la
precariedad laboral, son problemas muy importantes en términos
de la cantidad de población afectada. Más aún, quizás sean los
principales problemas desde esa perspectiva. Pero, resultaría
preocupante, para la producción de conocimiento en las Ciencias
Sociales, que se confunda significación estadística con relevancia
sociológica. Y, además, resultaría riesgoso no entender que la
exclusión es un proceso dependiente de alternativas políticas
locales y/o internacionales. En este sentido, la baja significación
estadística de hoy puede ser la alta conflictividad social de
mañana. La historia nos brinda dolorosos ejemplos que, cuando
tuvieron vigencia, significación, sorprendieron hasta al menos
ingenuo. Este artículo se ocupa de la exclusión social como

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fragmentación cultural, entendiéndola como la expresión
conflictiva de las relaciones interculturales, de la diversidad
cultural, nacional, étnica. Este modo de tratar la exclusión social
conduce, necesariamente, al interior de las relaciones sociales
porque importa caracterizar al conflicto y, en tanto tal, a quienes
excluyen y son excluidos. La exclusión visibiliza un modo de
relacionarse socialmente y, en este sentido, la estrategia que
diseñamos en nuestras investigaciones es la de definir como
unidad de análisis a la población local, a la población nacional, y
analizar sus discursos respecto a los migrantes externos, para
poder reconstruir las imágenes que de ellos se producen y a
partir de aquí caracterizar la producción de extranjeridad, la
adjudicación de sentido a la presencia del “otro”. Esas imágenes
son huellas, señales de cómo se relacionan, cómo se vinculan,
qué lugar le otorgan al “otro”, cómo lo identifican. Nos ocupamos
de los excluidores, pero como portadores de registros que
identifican, otorgan identidad al “otro” y según esas
representaciones definen los lugares propios y ajenos,
interactúan, construyen relaciones sociales. Cuando se excluye
hay interacción, la exclusión es un modo de relación social en la
cual los excluidores proponen a los excluidos, según Bauman
(2003) “una elección sombría: asimilarse o perecer”, el objetivo
final es “disolver su idiosincrasia en el compuesto uniforme de la
identidad nacional”. En una dirección muy similar a la aquí
expresada, pero enunciado desde un interés cognitivo muy
diferente, el Diccionario de la Lengua Española, en su 22º
edición, define la acción de excluir según dos acepciones. Una de
ellas dice “quitar a alguien o algo del lugar que ocupaba” y, la
otra agrega, “descartar, rechazar o negar la posibilidad de algo”.
La primera acepción alude a la pérdida y la segunda al rechazo.
En una hay una modificación forzada del estado anterior y en la
otra se impide, obstaculiza, el acceso hacia un nuevo estado o
hacia un nuevo objeto. Pero en ambas acepciones, subyace la
idea de que toda acción de excluir implica una relación donde
alguien decide, afecta a otro, impone condiciones que ese otro
padece. En otras palabras, aluden a relaciones de dominación.
La interacción social entre excluidores y excluidos es una
interacción desigual en la que subyacen cuestiones de poder, se
establece un tipo particular de relación social que entendemos
como relación social de dominación. Reconocer el fenómeno de la
exclusión implica aludir a condiciones de dominación. En este
punto es pertinente preguntarse ¿de qué se excluye al excluido?,
¿qué se le quita o qué se le impide? Se le quita, se le impide u

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obstaculiza trabajar o respetar su jornada laboral, el derecho a
gozar de seguridad social, a transitar libremente, a educar a sus
hijos, a acceder a determinados bienes, a preservar su identidad
cultural, a conectarse a los diferentes medios de información, etc.
La elección sombría a la que alude Bauman, puede ser propuesta
porque se lo hace desde una relación de fuerza. Las minorías
nacionales o étnicas cuando están involucradas en relaciones
sociales de dominación no disponen del derecho a elegir, tampoco
pueden ejercer el derecho a participar libremente en los ámbitos
laboral, educacional, de la salud, etc. Cuando se constituyen este
tipo de relaciones, desde el poder o desde quienes actúan
legitimados por el poder, se elaboran dispositivos expropiadores
de la identidad del “otro” y de sus derechos a elegir, a participar.
Para ello se elaboran diferentes estrategias de control sobre las
acciones de los “otros”, hay un permanente intento de
implementar diferentes formas de hegemonía sobre esas
acciones. Sin embargo, mientras las minorías se involucran en
esas relaciones sociales desiguales, ocupan un lugar, se apropian
de un espacio determinado. En este sentido Bauman (1998)
plantea con suficiente contundencia que “el extranjero es aquel
que se niega a permanecer confinado en un ‘lugar lejano’ o a
abandonar nuestro terruño”. Amplía esta idea refiriéndose al
extranjero como quien entra en lo que llama el “mundo de la
vida”, el propio espacio del nativo, su vida cotidiana, su habitat, y
se establece, permanece, más aún lo hace “sin estar invitado”.
Bauman propone, a partir de esta caracterización, un interesante
criterio diferencial entre el extranjero y el enemigo que consiste,
centralmente, en que el extranjero “no es mantenido a una
distancia segura, ni en el lado contrario en la línea de batalla”, es
una amenaza para un mundo que se intenta ordenar a partir de
criterios basados en la oposición amigo-enemigo. Pero, también,
es una amenaza para quienes establecen un orden a partir de
criterios de distancia, ya que se encuentra físicamente cerca,
aunque según Bauman, espiritualmente lejos o quizás, prefiero
expresar, culturalmente lejos. El extranjero está, existe, tiene
vida, pero ocupa el territorio de los excluidos, de los que
quedaron afuera de toda posibilidad de participar, de ejercer el
derecho de participar, de integrarse. Estos desórdenes que
produce, este permanecer sin ser invitado, de estar excluido pero
no eliminado como todo enemigo en una batalla, lo interpreto
como un comportamiento intrusivo, vivido por el nativo como
violatorio del sentido, o sentimiento de pertenencia. Como
respuesta el nativo elabora estrategias que tienen como objetivo

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construir un discurso y un hacer único, homogéneo que licue la
diversidad, hace del “otro” una categoría, lo destina a un lugar
que evite, según Bauman, poner en riesgo el orden, riesgo que
sino es minimizado, controlado, conduciría al temido caos. Según
Benhabib (2005) estas estrategias son hostiles “a los intereses de
quienes han sido excluidos del pueblo porque se negaron a
aceptar o respetar su código moral hegemónico”. Las nociones de
control, el imponer respeto a un código moral hegemónico y,
consecuentemente, producir una diversidad diluida, son tres
cuestiones que merecen ser estudiadas como propias de lo que
llamamos relaciones sociales de dominación entre poblaciones
nacionales y migrantes. Son cuestiones inherentes al análisis de
la exclusión social cuando se pretende ampliar la frontera de esta
categoría e incluir en ella a poblaciones que no solo están
excluidas por su vulnerabilidad económica y laboral.

Relaciones interculturales, relaciones en tensión


Incursionar en el fenómeno social llamado relaciones
interculturales, implica abordar significados e interpretaciones
diferentes. Entiendo, en primer lugar, que me estoy refiriendo a
un tipo de relación social que se da en el marco de la diversidad
sociocultural, quizá sea ésta la única referencia consensuada,
universalmente aceptada. A partir de aquí es necesario ser
conceptualmente explícito. Desde una perspectiva liberal o
neoliberal se pueden concebir las relaciones interculturales como
portadoras de coexistencia y consensos entre sistemas culturales
diferentes, como una madura expresión de los tiempos que nos
tocan vivir. Desde otra perspectiva, que antagoniza con la liberal,
observamos que para García Canclini (2006) “interculturalidad
remite a la confrontación y el entrelazamiento, a lo que sucede
cuando los grupos entran en relaciones e intercambio (…) implica
que los diferentes son lo que son en relaciones de negociación,
conflicto y préstamos recíprocos” y desde un enfoque similar a
éste, pero más determinante y desde una perspectiva histórica,
Wallerstein (1988) considera que las relaciones interculturales
son uno de los principales factores intervinientes en la actual
crisis en el mundo, más aún, otorga una gran centralidad a la
conflictividad étnica para interpretar la crisis del sistema mundial.
Ante esta polarización de abordajes me identifico plenamente con
lo expresado por García Canclini y de alguna manera con
Wallerstein.

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Mi praxis como investigador de las relaciones interculturales
desde un nivel de análisis sociológico, me ha permitido participar
de experiencias en las que este tipo de relaciones lejos estuvieron
de organizarse consensuadamente. Diferentes abordajes con
adultos, jóvenes, docentes, relevamiento de noticias que trataban
este tipo de cuestiones en medios gráficos, etc. configuran un
amplio universo de materiales a partir de los cuales he ido
teniendo distintos tipos de registros, acerca de cómo se organizan
las relaciones entre representantes de la sociedad receptora y
representantes de las diferentes comunidades migrantes. Los
siguientes testimonios corresponden a investigaciones realizadas
entre 2001 y 2007, en el ámbito del Area Metropolitana de
Buenos Aires, implementando metodologías con enfoques
cualitativos por medio de entrevistas individuales
semiestructuradas en unos casos y grupos focales en otros1. Se
emplearon entrevistas individuales en población económicamente
activa de ambos sexos, controlando variables tales como edad,
nivel de instrucción y ocupación. Los grupos focales se utilizaron,
en otra investigación, con docentes de nivel primario y secundario
basándonos en la necesidad de proveernos de discursos de
carácter institucional. Para ello se controló el tipo de escuela –
pública, privada laica y confesional-.

“ Y que no se mezclen, la no mezcla porque si la mezclás cada


vez más [la identidad] se va debilitando.”
(Mujer, 24 años, secundario incompleto, asistente de prof.
educación física)

“Porque si estamos pretendiendo que tenemos que priorizar


lo nativo, lo nuestro, siguen viniendo acá culturas extranjeras
y no vamos a rescatar jamás las raíces nuestras.”
(Maestra de escuela primaria privada)

“Para mi lo normal, en cualquier Nación, la gente trata de


vincularse con la gente que está a la par de uno o sea, yo soy
argentino, me vinculo con argentinos, mis amigos son argentinos,
tenemos el mismo tipo de vida, fuimos educados de la misma
forma…para mi pasa eso naturalmente, ahora lo que me parece
mal es evitar al extranjero, eso ya sería racismo. Uno puede ser
amiga del extranjero, pero naturalmente se evita el contacto.”
(Mujer, 30 años, secundario incompleto, empleada doméstica)

“Todos los que vienen de afuera son casi, changarines, todos,

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de trabajo pesado, que el argentino, estaba acostumbrado a
hacerlo, pero por cierto sueldo, esta gente lo hace por mitad de
precio”.
(Varón, 44 años, secundario completo, empleado bancario)

“Llegan ilegales, trabajan en negro, nadie controla nada.”


(Mujer, 53 años, secundario incompleto, empleada de comercio)

“Lo que ha llegado de países limítrofes, de países


latinoamericanos, nos trae como consecuencia un problema serio
porque no tienen capitales, porque no tienen condiciones de
trabajadores, vienen para ser explotados en detrimento
de la mano de obra nacional.”
(Varón, 49 años, universitario completo, abogado)

“Yo lo que veo es que me cuesta llegar más a esos chicos,


yo no puedo estar encima de ellos diciéndoles ‘¿entendiste?’,
entonces se terminan perdiendo, no podés saber si el chico te
está siguiendo, si realmente entendió. Y como tenés que contener
al resto del curso, lo dejás...”
(Profesor de escuela secundaria pública)

Si bien estos testimonios configuran una muestra muy


reducida, su heterogeneidad, su apelación a cuestiones
específicas, representa un universo más extenso que pone de
manifiesto, en primer lugar, lo que García Canclini (2006) llama
“la tensión entre lo propio y lo ajeno”, el lugar del reclamo y, en
segundo lugar, la representación de escenas de identificación con
mi y su cultura, como fronteras impermeables, como fracturas,
como un mapa de la diversidad cultural sin puentes. Son
testimonios que resultan de diferentes relaciones sociales que se
han dado en el marco de la diversidad sociocultural, en otras
palabras, son manifestaciones de vínculo intercultural.
Me interesan rescatar tres cuestiones que están
representadas en estos materiales. Se alude a la mezcla como
fenómeno social portador de carga negativa, con una concepción
mecánica a partir de la cual con una mayor mezcla aumentan las
posibilidades de desdibujar la identidad nacional y de retardar el

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desarrollo de una cultura nacional. Es una mirada sobre un “otro”
tan fuerte, tan potente que acercarse a él, interactuar con él,
conlleva el riesgo de disolverse en su cultura. Pareciera que la
construcción de una identidad nacional se basara en criterios de
pureza, de no contaminación con el diferente, de establecer una
distancia purificadora. Es una concepción que retrotrae temibles y
terribles propuestas de pureza racial.
En otro de los testimonios, y con una visión de la alteridad
que amplía y profundiza lo señalado anteriormente, se apela al
concepto de normalidad como calificativo de cómo deben ser los
vínculos en los pueblos. La distancia, nuevamente, se instala
como condición necesaria para garantizar un vínculo normal.
Desde esta perspectiva el contacto es patógeno, no se trataría de
relaciones sociales entre diferentes, sino entre normales y
desviados. Estamos ante la verbalización de lo que fuera el
pensamiento durkheimiano acerca de la idea de lo normal.
Otros de los testimonios caracterizan a los migrantes
externos como portadores de “problemas serios” que ingresan en
el espacio de la ilegalidad, el descontrol y decididos a vender su
fuerza de trabajo en condiciones de deslealtad frente a los
trabajadores nativos. Estos testimonios inferiorizan, descalifican y
estigmatizan al migrante, proyectándole una identidad marginal.
Este conjunto de referencias empíricas, si bien diferentes en
sus contenidos sustantivos, tienen un entramado que considero
esencial en mi análisis. Todas ellas son atravesadas por la noción
de interculturalidad, todas aluden al vínculo con el migrante, a la
relación con una cultura diferente pero riesgosa en tanto cercana,
a una cultura de la ilegalidad, de la desviación, a una cultura
problemática para el ámbito laboral. Todas aluden a vínculos en
riesgo, a una interculturalidad en tensión. Se destacan
situaciones conflictivas producidas por este tipo de relaciones, sea
por el riesgo que implica mezclarse, confundirse con el otro o
fundirse en el otro, sea porque la normalidad solo se reconoce en
lo propio y no en lo ajeno, sea por la deslealtad laboral, ilegalidad
e inferioridad del otro. Sea por lo que fuere, el vínculo se basa en
la confrontación, en el aislamiento del otro. La tensión que
identifica este tipo de relaciones interculturales relega al migrante
a la periferia de las relaciones, lo guetifica. La lectura de estos
testimonios permite observar, además, que la mirada del nativo
hacia el migrante lo interpreta como desigual y no como
diferente. Desigualdad, inferioridad, que se expresa con términos
tales como “ilegales”, “no tienen capitales”, “no tienen
condiciones de trabajadores”, trabajan “por mitad de precio”, etc.

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me anima a pensar en esta idea de la constitución de un gueto
virtual, al que es destinado el diferente toda vez que se
configuran estas relaciones interculturales.
Las investigaciones a las cuales me he referido me invitaron
a reflexionar en torno a los contenidos, a lo sustantivo de la
tensión intercultural, y a partir de allí he observado que estas
relaciones son portadoras de dos conjuntos de tensiones o de dos
dimensiones propias de esta tensión. Hay un conjunto de
tensiones que llamo simbólicas vinculadas a las costumbres, la
religiosidad, las tradiciones que en estos testimonios se expresan,
en considerar la mezcla de culturas como impidiendo el
fortalecimiento de la identidad de un pueblo, de su identidad
nacional, en expresar que los argentinos “tenemos el mismo tipo
de vida, fuimos educados de la misma forma”, en el “me cuesta
llegar más a esos chicos” de una docente, en el “siguen viniendo
acá culturas extranjeras y no vamos a rescatar jamás las raíces
nuestras”. Ubico aquí todas aquellas tensiones surgidas a partir
de la presencia de un código social y cultural que divide lo que
debe ser de lo que está desviado, que predica acerca de los
ilegalismos a través de un discurso disciplinador. Son tensiones
que contienen antinomias del tipo propio-ajeno, argentinidad-
extranjeridad, nuestra cultura-culturas extranjeras, identidad
nacional fuerte-identidad nacional débil, etc. Son tensiones en
estado latente que no son fáciles de observar, denunciar,
identificar. El discurso multiculturalista, difundido principalmente
en el mundo occidental, que admite, enaltece, la diversidad de
culturas proponiendo políticas que finalmente promueven la
discriminación y según García Canclini (2006) “prescribe cuotas
de representatividad en museos, universidades y parlamentos,
como exaltación indiferenciada de los aciertos y penurias de
quienes comparten la misma etnia o el mismo género”, se ha
naturalizado como discurso y en tanto tal no acompaña, no
aprueba, ninguna expresión discriminatoria basada en las
diferencias culturales, es un discurso que levanta las banderas de
la tolerancia intercultural pero, patéticamente, no se reproduce
en políticas profundamente antidiscriminatorias. Este discurso
expresa lo que se debe decir sobre los “otros”, lo que está
permitido decir socialmente sobre lo ajeno, deslegitimando
cualquier expresión discriminatoria, pero no ha construido
políticas acerca de cómo erradicar las motivaciones y las
condiciones que hacen que las representaciones sociales
discriminatorias sigan vivas, latentes, pero vivas. Es por ello que
las tensiones simbólicas, si bien desautorizadas por el discurso

14
multiculturalista, están vigentes, expectantes y en estado de
pureza. Ante cualquier escenario que las autorice, cualquier
hecho político o económico que ubique a los extranjeros en algún
lugar conflictivo, real o especialmente construido, frente a la
sociedad receptora, podrá transformar estas tensiones simbólicas
en acto. Uno de los grandes desafíos metodológicos de nuestras
investigaciones ha sido construir estos escenarios permisivos y,
como resultado de ello, posibilitar que los sujetos interpelados
verbalizaran sus representaciones en discursos manifiestos.
El otro conjunto de tensiones interculturales las llamaré
económicas. Se refieren a la participación de nativos y
extranjeros en el mercado de trabajo, en el sistema productivo, a
sus diferentes modos de apropiación de bienes y servicios, etc.
Este tipo de tensiones son observables más fácilmente que las
simbólicas, suelen formar parte del discurso del poder político de
turno y de algunos medios de comunicación. Si bien no es la
situación actual de la Argentina, lo ha sido durante la década de
los noventa y en anteriores momentos del siglo pasado.
Recordemos el uso abusivo que se hizo, desde el poder político,
las fuerzas de seguridad y algunos medios, en torno a la
culpabilidad que se asignaba a los migrantes de los países
limítrofes y de Perú respecto a los altos índices de desocupación,
al uso de hospitales o cuando fueron responsabilizados del
aumento de la inseguridad en el Gran Buenos Aires. Son
tensiones con anclajes en la realidad cotidiana, en lo inmediato,
más que referirse a lo que debe ser, como es el caso de las
simbólicas apela a la ecuación de ganancias y pérdidas
materiales, a lo riesgoso de la presencia del “otro”, a la
competencia entre “nosotros” y los “otros”. Se reitera el modelo
de las antinomias propio-ajeno, argentinidad-extranjeridad,
seguridad-inseguridad, pero referidas a cuestiones tratadas como
objetivas, resultantes de descripciones de lo que se percibe como
realidad y que son utilizadas como fundamentación racional de la
tensión intercultural. Cuando se dice del migrante externo que es
un ilegal, que ha llegado para ser explotado, que trabaja “por la
mitad de precio” o que “no tiene condiciones de trabajador”, no
hay conciencia de que se le inferioriza, estigmatiza, se asume,
contrariamente, que se está haciendo una caracterización
adecuada al sujeto descrito, equivalente a la realidad, más aún,
se considera que tales características son empíricamente
comprobables, irrefutables.
En las tensiones simbólicas advertí acerca de su estado
latente, en las tensiones económicas advierto acerca de su

15
naturalización que, si bien son visibles se decodifican como
normales, aceptables, propias de la realidad en que se vive.
Ambos conjuntos de tensiones se intersectan de modo tal que las
económicas legitiman a las simbólicas, observándose muy lejana
la posibilidad de tomar conciencia acerca de la grave
conflictividad en el tratamiento de la diversidad cultural. Este
estado tensional de las relaciones interculturales, con algunos
contenidos latentes y otros naturalizados, consolida cada vez más
el modelo dicotómico de los excluidos y los excluidores, modelo
que es portador de una confrontación de base simbólica y otra de
base económica. Es un modelo en el que las relaciones
interculturales se constituyen en relaciones sociales de
dominación, con dominados y dominadores, pero escindido de la
conciencia colectiva, de modo tal que las diferencias entre unos y
otros se transforman en desigualdad, en relaciones asimétricas,
legitimadas, institucionalizadas. Esta escisión de la conciencia
impide ver que la diversidad es portadora de vulnerabilidad, hay
cuestiones socialmente aceptadas acerca de las diferencias
nacionales y étnicas, que deberían ser tratadas como socialmente
vulnerables, me refiero, entre otras, a la idea de que la mezcla de
culturas debilita la llamada identidad nacional o que el ingreso de
extranjeros al mercado de trabajo local es perjudicial para los
trabajadores nativos o que la condición de indocumentado
(término que prefiero al de ilegal) se asimila a desviado, marginal
o que los niños migrantes son niños limitados intelectualmente o
con retrasos de aprendizaje, etc. En este modelo de dominación
los diferentes padecen no solo por su condición étnica o nacional
sino también, como expresa García Canclini (2006), porque son
“desempleados, pobres, migrantes indocumentados, homeless,
desconectados”. Luchan para que “no se atropelle su diferencia ni
se los condene a la desigualdad, en suma, ser ciudadanos en
sentido intercultural”.
Las relaciones interculturales las interpreto como relaciones
sociales de dominación porque, en primer lugar, son relaciones
portadoras de tensiones productoras de asimetrías, en segundo
lugar, tales tensiones se regulan desde un conjunto de códigos
definidos, hegemónicamente, por la sociedad hospitante sin
incluir al migrante como ciudadano y estableciendo los criterios
de normalidad, de un orden que estabiliza y jerarquiza y, en
tercer lugar, la implementación del código hegemónico como
regulador y legitimador de las tensiones, requiere de dispositivos
de control y disciplinamiento. En tanto relaciones de dominación,
las relaciones interculturales diluyen la diversidad y producen

16
desigualdad, solo desde un política intercultural y un conjunto de
leyes que diseñen un marco de igualdad de derechos y garanticen
el acceso a bienes y servicios, se podrá comenzar a hablar de la
equidad al interior de estas relaciones.

La extranjeridad producida
He estado utilizando la categoría migrante externo a lo
largo de estas páginas, partiendo del supuesto que existe el
suficiente consenso acerca de a quienes incluye. Sin embargo,
deseo detenerme en esta categoría con vistas a evaluar si apela a
cuestiones de contenido suficientemente homogéneo entre si o es
portadora de cuestiones diferentes que merecen ser identificadas.
Al comienzo de este artículo he definido al migrante externo,
como quien deja su lugar de residencia para establecerse
temporal o definitivamente en otro país o región. Pero he
señalado, también, que mis intereses como investigador de la
problemática intercultural me orientan a posicionarme frente a las
relaciones sociales y, en particular, frente al nativo. Desde la
perspectiva de este actor es que quiero repensar la categoría
migrante externo. Para ello comenzaré por recurrir a nuestra
última investigación y, al interior de ella, a uno de sus objetivos:
“construir una tipología de identidades nacionales y culturales, a
partir de las representaciones que los nativos tienen de los
extranjeros residentes actuales y pasados”. El planteo de este
objetivo tuvo como meta probar que la condición de extranjero
no depende solo del origen nacional del sujeto sino, además, de
las representaciones que respecto de él produce la sociedad civil
receptora. Si bien no me detendré en una descripción exhaustiva
acerca de cuestiones metodológicas que permitieron arribar a la
construcción de esta tipología, debo mencionar que ha sido
realizada con información proveniente de una muestra de
docentes de niveles primario y secundario, integrantes de
instituciones educativas públicas y privadas laicas y confesionales
del Area Metropolitana de Buenos Aires. La elección de los
docentes radica en su carácter de agentes socializadores,
determinantes en la construcción de representaciones sociales. La
escuela es, además, una de las principales instituciones a través
de la cual se expresa el Estado. Las preguntas que les fueron
formuladas, apuntaban a conocer cuáles características
específicas, de identidad, les adjudicaban a los extranjeros según
su nacionalidad. Lo que presento a continuación es, simplemente,

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un resumen de los resultados obtenidos que responden al interés
que me guía en esta parte del artículo: presentar referencias
empíricas que fortalecen la hipótesis acerca de que la
extranjeridad es el resultado de un proceso de producción por
parte de la sociedad hospitante. Cuando se alude a los migrantes
de origen sudamericano se los sustantiva como “trabajadores”.
Respecto al resto no surge ninguna categoría que los referencie
dentro del ámbito laboral.

 Una diferencia que se reitera en la


caracterización de los migrantes bolivianos y
paraguayos por un lado y los de origen asiático
por el otro, es la de considerar a los primeros
como “explotados”, “sumisos”, “sacrificados” y a
los segundos como “explotadores” y
“soberbios”.
 Al interior del grupo de los migrantes de
origen sudamericano, se da una caracterización
de los chilenos diferencial respecto del resto: se
los señala como “soberbios”, “hipócritas”,
“mentirosos”. Más aún, no hay apelaciones a
atributos positivos, como ocurre con los
restantes orígenes.
 Los docentes caracterizan a los miembros
de las comunidades japonesa, china y brasileña
con mejor desarrollo intelectual e inteligencia,
en la posición opuesta ubican a los de origen
boliviano.
 La condición de migrante ilegal es asignada
a las personas de origen sudamericano y
rumano. Respecto al resto no hay mención
alguna en este sentido.
 Las dos comunidades que se ubican en los
extremos de un continuo que distribuye los
atributos negativos y positivos, observamos a
los japoneses como los portadores de la mayor
cantidad de menciones positivas y a los
paraguayos en el extremo opuesto.

En esta descripción en la que solo pretendo citar algunos


pocos ejemplos, se observa que la categoría migrante externo es
portadora de atributos o propiedades muy diferentes que alerta
respecto a utilizarla como categoría unívoca, salvo a riesgo de

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involucrar calificativos positivos y negativos en forma
indiferenciada. Más allá de los señalamientos particulares, hay un
corte de nivel general que diferencia lo sudamericano –
mayoritariamente limítrofe- del resto de las comunidades
migrantes. Se recurre a calificativos que son asumidos como
propios de la identidad nacional de un sujeto. El origen
sudamericano se asocia a la “clase trabajadora”, a lo “sumiso” y
portador de atributos inferiorizadores. Los migrantes de origen
asiático son caracterizados con atributos tanto positivos como
negativos pero, respecto de estos últimos, no tienen contenidos
inferiorizadores ni construyen una imagen con perfil débil, los
atributos negativos ubican al sujeto como portador de un poder
trasgresor (por ejemplo, “explotadores”). Al interior del grupo de
los migrantes sudamericanos, los de origen chileno son los únicos
a los que solo se les asignan propiedades negativas que los
descalifican, aunque no necesariamente inferiorizándolos.
Podría ampliar esta presentación de ejemplos, pero solo
deseo utilizarlos como disparadores de algunas breves
reflexiones. En primer lugar, reitero una afirmación anterior que
fue formulada como hipótesis y que estos ejemplos acompañan,
concibo la extranjeridad como el resultado de la intersección de
atributos culturales, fenotípicos, históricos, etc., propios de la
persona migrante, con atributos que forman parte de las
representaciones que la sociedad receptora produce acerca de
éste. Esta producción no es azarosa ni casual ni caprichosa, es el
resultado -permítaseme tratar brevemente una cuestión que
merece un abordaje más exhaustivo y profundo- de un complejo
proceso en el que intervienen cuestiones históricas que hacen a la
identidad nacional de la sociedad receptora, el modo en que se
administra la diversidad desde el Estado (por ejemplo desde la
escuela, la justicia, las fuerzas de seguridad, desde las políticas
migratorias, etc.) y las corporaciones (principalmente en su
involucramiento en el ámbito laboral y político), la dinámica de
los mercados nacionales e internacionales como reproductores del
sistema capitalista, direccionando los procesos migratorios y las
grandes concentraciones de población en condiciones de
marginación, la sociedad de clases organizada con criterios de
exclusión y fomentando cada vez más la existencia de
poblaciones en niveles extremos de privación económica y
marginación social y con sectores medios atravesados
alternativamente por ciclos de estabilidad e inestabilidad
económica y el rol de los medios masivos de comunicación como
reproductores y legitimadores de la naturalización del tratamiento

19
de la diversidad social y cultural como desigualdad. Dije más
arriba que los ejemplos acompañan estas reflexiones, porque solo
desde un proceso productivo de la extranjeridad es posible
entender la asociación que se hace entre atributos como
“trabajadores”, “sumisos”, “explotados”, “explotadores”,
“soberbios”, “hipócritas”, “mentirosos” y muchos otros con el
origen nacional de los migrantes. Nada tienen que ver estas
características con el país de origen de los migrantes, sin
embargo, mucho tienen que ver con las representaciones de las
personas del país receptor. En segundo lugar, estas referencias
estigmatizantes del “otro” no solo producen extranjeridad sino,
también, contribuyen a su vulnerabilidad en tanto advierten
acerca de cualidades que lo posicionan en el lugar del
subordinado o del sujeto indeseable, como miembros de un gueto
virtual forman parte de los “desafiliados” de Robert Castel, los
“desconectados” de García Canclini, los que quedaron “afuera” de
Wieviorka. Unos u otros son los vulnerables, los explotados, son
el resultado de un orden económico, políticamente legitimado,
que los margina y que es acompañado por discursos y prácticas
de la sociedad civil que produce una subjetividad vulnerable del
“otro”, donde la extranjeridad no es un punto de llegada sino un
punto de partida.

Conclusiones
Pretendo entender la exclusión social como una gran
categoría que da lugar a diferentes fenómenos como la pobreza,
la discriminación con sus diferentes abordajes empíricos –
nacional y étnico, de género, de los pueblos originarios, etc.-, las
relaciones interculturales, etc. Excluir no es solo separar, aislar
es, también, limitar, acotar, obstaculizar al otro, en otras

20
palabras, es pautarle un orden. El sujeto excluido es un sujeto
vulnerable y limitado en sus posibilidades de participación social,
política y económica. Excluirlo es coartarlo como sujeto libre, con
derechos y obligaciones. El excluido está, existe, hasta puede
convivir con su agresor, pero controlado, disciplinado, registrado,
limitado en el ejercicio de su libertad, no necesariamente lo
concibo como un sujeto eliminado, ausente. Excluir es, además,
un modo de establecer relaciones sociales, no desaparecen, son
desiguales o, más explícitamente, son relaciones sociales de
dominación. El excluido lo es en tanto forma parte de una red de
relaciones sociales, si hay excluidos hay excluidores, hay
confrontación entre ellos, hay un vínculo basado en la lucha, en la
contradicción. Por lo tanto, la exclusión social puede ser
analizada, comprendida, aprehendiendo las relaciones sociales
como objeto de estudio. La pobreza, la discriminación, la
diversidad cultural son procesos que se constituyen al interior de
una red de relaciones en la que participan diferentes actores
sociales. La conflictividad de la exclusión puede ser analizada en
la medida que se haga foco sobre esa red más que
individualmente sobre los actores.
La presencia de un código moral hegemónico es el marco
natural que orienta a las estrategias de exclusión social y que las
legitima. Excluir no solo implica eliminar, extinguir, excluir
implica, también, recodificar lo diverso como desigual a partir de
un código dominante que, en tanto tal, da cuenta del “otro” en
calidad de dominado, carente de toda posibilidad de participar y
decidir. Ese código hegemónico es moral porque se basa en
criterios de verdad y normalidad, implementándose dispositivos
de control para garantizar su cumplimiento. En todos los casos la
exclusión se instala en medio de la trama de relaciones sociales
otorgándole un significado particular, el de relaciones asimétricas
en las que hay dominadores y dominados, excluidores y
excluidos. De esta manera la extranjeridad conlleva nuevos
significados, deja de ser la categoría que agrupa a quienes
nacieron más allá de las fronteras, para constituirse como un
estado particular de lo diferente, de aquello respecto de lo cual el
nativo permanece alerta, la extranjeridad, como producción, se
presenta como categoría de lo extraño, de lo intruso, de lo
peligroso. Latinoamericanos, asiáticos, aborígenes, europeos,
afrodescendientes terminan conformando un mundo excluido, un
mapa de rupturas sin puentes.
En tanto no se modifiquen las condiciones económicas y
sociales, en tanto el sistema capitalista no desactive los

21
mecanismos de expulsión y explotación, en tanto la ideología
neoliberal alimente y nutra esta red de relaciones sociales de
dominación, las migraciones recientes, en especial algunas
provenientes de los países limítrofes, y otras migraciones llegadas
de territorios más lejanos, seguirán transitando por el complejo y
conflictivo camino de la exclusión. En este sentido, considero que
las metáforas orgánicas surgidas de categorías biológicas han
invadido el discurso colectivo, con lo cual se ha constituido una
jerarquización natural entre “nosotros” y los “otros”. El
capitalismo, en la actualidad, ha modificado la dinámica del
sistema productivo, creando mecanismos de expulsión más
severos que en décadas anteriores. Ya no solo la pelea, la lucha,
es por estar más arriba, evitando caer en los niveles sociales y
económicos más bajos, sino que además, se lucha por estar
adentro, evitando quedar afuera de toda posibilidad de
participación, en otras palabras, evitando ocupar el vulnerable
lugar del excluido.
Como cierre me resulta sugerente esta reflexión que hiciera
Oliver Cox (2002) hace ya mucho tiempo, más precisamente en
1949. “El propósito último de todas las teorías de la superioridad
blanca no es demostrar que los blancos son superiores a todos los
demás seres humanos sino insistir en que los blancos deben ser
los jefes supremos. Esto implica relaciones de poder más que
relaciones entre clases sociales. (…). Esta situación social no
deriva de la idiosincrasia o la perversidad humana, sino que es
una función de un tipo concreto de orden económico.”

Bibliografía

Bauman, Zygmunt (1998), “Modernidad y ambivalencia”, en Las


consecuencias perversas de la modernidad, Giddens, Bauman,
Luhmann y Beck, Barcelona: Antrophos.
(2003), Comunidad, Madrid: Siglo XXI.

22
Benhabib, Seyla (2005), Los derechos de los otros, Barcelona:
Gedisa editorial.

Castells, Manuel (1998), La era de la información, Vol.2 El poder


de la identidad, Madrid: Alianza Editorial.

Cortés, Fernando (2006), “Marginación, marginalidad,


marginalidad económica y exclusión social” en Revista Papeles de
Población, Nueva Epoca año 12 Nº 47, Toluca: Centro de
Investigación y Estudios Avanzados de la Población, UAEM.

Cox, Oliver (2002), “Relaciones raciales y explotación capitalista”,


en Eduardo Terrén (comp.), Razas en conflicto, Barcelona:
Anthropos Editorial.

García Canclini, Néstor (2006), Diferentes, desiguales y


desconectados, Barcelona: Gedisa editorial.

Wallerstein, Immanuel (1988), El capitalismo histórico, Madrid:


Siglo XXI.

Wieviorka, Michel (2002), “La diferencia cultural como cuestión


social”, en Eduardo Terrén (comp.), Razas en conflicto,
Barcelona: Anthropos Editorial.

Notas

23
1
Investigaciones realizadas con sede en el Instituto de Investigaciones Gino Germani de la Facultad
de Ciencias Sociales-UBA, dentro de las programaciones UBACYT 2001-2004 y 2004-2007.

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