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La novela española de la primera mitad del siglo XX. Pío Baroja y Miguel de Unamuno.

La novela española de la primera mitad del siglo XX. Pío Baroja y Miguel
de Unamuno.

1. Introducción
A finales del siglo XIX Europa vive años de esplendor, la revolución industrial entra en una nueva fase
y el progreso técnico es notable; se desarrollan considerablemente los transportes y las comunicaciones y los
países capitalistas más desarrollados, a los que se han sumado EE.UU y Japón, se reparten el planeta.
Las tensiones entre los diferentes imperios ante la necesidad de expansión de mercados y la lucha por
la supremacía de Gran Bretaña, Francia y Alemania, el crecimiento de EE UU y Japón, la agonía de los viejos
imperios ruso, turco y austrohúngaro… todos estos factores desencadenan la catástrofe sin precedentes que
daría al traste con el optimismo del liberalismo decimonónico: la Primera Guerra Mundial (1914 – 1918), en la
que participaron casi todas las grandes potencias. Fue un conflicto brutalísimo, con un grado de destrucción
desconocido hasta el momento en la Historia, que a su vez trajo consigo la Revolución Bolchevique, que surgió
en un principio como movimiento de oposición a la participación de Rusia en el conflicto.
Por su parte, España es un país rural en el que abunda la fuerza de trabajo y los salarios son muy
bajos. Se está produciendo un gran éxodo del campo a las ciudades y aumenta la emigración a América. Una
oligarquía de terratenientes y financieros posee el poder político y económico y entra en conflicto con el
conato de burguesía periférica surgida por los procesos de industrialización en Cataluña y el País Vasco,
mayormente. El sistema político es el heredado de la Restauración borbónica, basado en la corrupción como
mecanismo para establecer un turno de gobierno entre el partido Liberal y el Conservador, completamente
irrelevante en lo tocante a programas políticos.
La neutralidad española en la Gran Guerra aceleró la implosión del sistema de la Restauración, ya que
trajo consigo un aceleramiento del desarrollo industrial en la periferia, con el consiguiente incremento de las
tensiones regionalistas por una parte, y el crecimiento imparable del movimiento obrero, por otra. Las
reivindicaciones de los trabajadores encuentran eco entre muchos intelectuales. En estos años se consolida la
labor que comenzaran gentes como Giner de los Ríos, aglutinada en círculos progresistas como la Institución
Libre de Enseñanza. Entre las clases acomodadas crecen las ideas republicanas y socialistas, y se va
preparando el campo para la crisis definitiva de la monarquía borbónica de raíz decimonónica.
La respuesta del sistema ante la crisis fue la dictadura de Primo de Rivera, con la complicidad del rey
Alfonso XIII. Los militares españoles infligieron duras derrotas a los guerrilleros independentistas del norte de
Marruecos a base de grandes despliegues militares, bombardeos masivos, uso de armas químicas contra la
población civil… La estabilidad interior en el país se garantizó mediante el gobierno autoritario de los
militares, que crearon un régimen que pretendía aunar ideas paternalistas y fascistas. Hacia el final de la
década de 1920, las ideas republicanas florecían en el país y crecía el descontento con la dictadura, que vio

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zanjada por completo su trayectoria con las elecciones municipales de abril de 1931, tras las que se proclamó
la República.
La II República fue un intento de modernización democrática del país auspiciado por sectores
progresistas de las clases medias y pudientes de las grandes ciudades, en conjunción con los intereses
coyunturales de las burguesías periféricas (vasca y catalana). Se promulgó una constitución avanzada para su
tiempo, que reconocía los derechos fundamentales, el sufragio universal (masculino; se adhirió el femenino
en la primera legislatura) y una nómina interesante de derechos de tipo social y económico. Trató de ser, por
tanto, un estado laico, democrático y de derecho, y dado que se asentó en un país que arrastraba graves
problemas y conflictos sociales y económicos, un fuerte subdesarrollo y un gran atraso cultural e intelectual,
resultó un periodo intenso, conflictivo, de grandes logros y fracasos notorios. La República fue derrotada
seguramente por la desigualdad. La oligarquía española movilizó al ejército para dar un golpe de estado y
derribar una democracia que sintieron como amenaza cuando ganaron las izquierdas por segunda vez las
elecciones, en 1936.
El golpe fracasó. Las fuerzas leales a la democracia resistieron tres años, en una sangrienta guerra en
la que las grandes potencias democráticas mantuvieron una neutralidad que cerraba los ojos ante el fuerte
apoyo del fascismo italiano y de la Alemania Nazi al bando golpista encabezado por Franco. La derrota de la
República dio paso a un periodo negro de miseria popular, hambre y represión terrible, con decenas de miles
de asesinatos extrajudiciales, procesos penales brutales, torturas, campos de concentración y el exilio de
cientos de miles de personas perseguidas por sus ideas.

2. Prosa española a principios del siglo XX


El siglo XX arrastra del anterior un momento de crisis y desorientación. En nuestro país las tensiones
políticas y religiosas se complican con el desarrollo cultural e ideológico inferior al del resto de países
europeos y Estados Unidos. El Regeneracionismo es la alternativa progresista de parte de las capas medias,
intelectuales, urbanas, que ven en la educación y la investigación el camino para sacar a España del atraso y la
dependencia.

2.1. El Regeneracionismo.
Pretende dar respuesta a la crisis que vive la sociedad española a finales del siglo XIX. Consideran a
España un “cuerpo enfermo” al que es preciso regenerar. Para ello hacen falta reformas de todo tipo,
agrícolas, educativas…, e incluso puede hacerse necesaria la intervención de una “mano de hierro”, un
dictador que solucione los males del país. Sin embargo, el grueso del regeneracionismo español desembocará
en el poderoso movimiento republicano que acabaría obligando a Alfonso XIII a abandonar la corona en 1931.
Regeneracionista será, entre otros, Joaquín Costa (1846-1911), discípulo de Giner de los Ríos y
profesor de la Institución Libre de Enseñanza, que escribió numerosos ensayos como Colectivismo agrario en
España y Oligarquía y caciquismo como la forma actual de gobierno en España.

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Ángel Ganivet (1865-1898), por su parte, fue un ensayista y novelista entre la literatura decadentista
y tradicionalista del fin de siglo y las posturas regeneracionistas. Se le considera un precursor de la Generación
del 98, aunque se suicidó ese mismo año sin haber cumplido los 33. Su ensayo más conocido fue Idearium
español, de ideología entre pesimista y tradicionalista. Escribió dos novelas protagonizadas por su alter ego,
Pío Cid, completamente dispares entre sí, pero caracterizadas ambas por su carácter ensayístico, es decir, por
ser ficciones encaminadas a desarrollar sus posicionamientos filosóficos, políticos y sociales. La primera, La
conquista del reino Maya por el último conquistador, Pío Cid, se desarrolla en un país inventado y situado en
el centro de África; presenta una actitud escéptica ante el colonialismo e incluye varias alegorías paródicas de
episodios políticos de la historia de la España decimonónica. La segunda, Los trabajos del infatigable creador
Pío Cid, es una novela de aire costumbrista que se desarrolla en el Madrid de fin de siglo y, a los pretextos
para exponer los pensamientos del autor, añade un carácter interesante de novela psicológica y
autobiográfica.
También tiene carácter regeneracionista el Manifiesto de los Tres (Pío Baroja, Ramiro de Maeztu y
José Martínez Ruiz, Azorín) y otros artículos que escribieron de forma conjunta en los que proponen reformas
sociales y políticas. Poco después se deshace el grupo y cada uno emprende su camino. Maeztu y Azorín
evolucionan desde sus posturas juveniles próximas al socialismo y al anarquismo a posturas conservadoras
que llevaron al primero a defender la dictadura de Primo de Rivera y posteriormente el falangismo, y al
segundo a ser diputado del Partido Conservador. Baroja se refugiará en un escéptico individualismo que no
abandonará nunca.
Al hilo de todo esto, en 1913 Azorín inventa el término “Generación del 98” para referirse a ese puñado
de autores entre los que el propio Martínez Ruiz se incluía, frente a los modernistas, a los que acusaba de
refugiarse en el esteticismo como rechazo del mundo. Los noventayochistas mostrarían, según Azorín, una
actitud crítica ante la realidad, defenderían la necesidad de cambios y adoptarían, a veces, un compromiso
social y político explícito. Pero esta distinción no es tan evidente, ya que los autores de ambos grupos
mantuvieron relaciones personales y literarias y compartían a todas luces sensibilidad y objetivos. Todos ellos,
noventayochistas y modernistas, tienen (ya hemos visto que, en muchos casos, solo en la juventud) una
actitud rebelde frente a los valores burgueses, ante los que adoptan diferentes posturas estéticas e
ideológicas.

2.2. La crisis del Naturalismo


La novela del siglo XX nace bajo el signo del Naturalismo, algunos de sus autores como Galdós siguen
siendo una presencia literaria viva. Pero este movimiento evolucionó hacia el llamado Naturalismo radical,
representado por autores como Eduardo López Bago o Alejandro Sawa. Siguen al pie de la letra los preceptos
de Zola y pretenden hacer una fotografía de la sociedad, enfocada en sus rincones más malsanos, con una
intención revolucionaria subyacente y con aires pseudocientíficos que, con frecuencia, paradójicamente
desembocan en lo folletinesco. Escriben de manera políticamente incorrecta, sobre temas tabú (prostitución,

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sexo, trata de seres humanos, corrupción eclesiástica, etc.) y sin amilanarse en el uso de un léxico y
expresiones brutales, reflejo del habla real de la gente más deformada y machacada por la sociedad. Hacen un
retrato monstruoso del mundo contemporáneo, generalmente hiperbólico y maniqueísta, protagonizado por
seres humanos bestiales e instituciones brutales.
En los autores más leídos de principios del siglo XX se advierte una continuidad con el naturalismo
radical. Así ocurre con Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928) que no emplea la huerta valenciana en sus novelas
como marco idílico, tal como sucedía en las novelas regionalistas, sino como marco de conflicto en el que
abundan la violencia y las pasiones desatadas. Algunas de sus obras son: La barraca, Cañas y barro, Arroz y
tartana. Fue el primer best seller español que atravesó las fronteras. Fue traducido a unos cuantos idiomas
extranjeros y hasta Hollywood adaptó para una película su novela Los cuatro jinetes del Apocalipsis.

2.3. Los primeros años del siglo XX


Pero más allá del puñado de rebeldes naturalistas, en los nuevos autores del cambio de siglo se
advierte un cambio en la forma de concebir la novela. Al contrario que los López Bago o Sawa, no pretenden
pintar figurativamente la vida de su tiempo, sino que buscan organizar una percepción impresionista de
relatos, personajes y situaciones, por lo que el subjetivismo y la conciencia individual son fundamentales.
Ahora el lenguaje es protagonista literario y tiene sus propios fines estéticos, por lo que se abandona la
reproducción microscópica, lineal y realista de la realidad.
En esta prosa, los párrafos ya no son tan amplios y equilibrados como establecen el canon
decimonónico y la novela folletinesca comercial del naturalismo radical, sino que se recurre a los puntos
suspensivos, interrogaciones, diálogos internos, ironías, amontonamientos de palabras haciendo párrafos
irregulares. Se describe a pinceladas (impresionismo) certeras o caprichosas, sin trazar ningún perfil completo,
y buscando la evocación de las formas en el receptor a partir de imágenes sueltas o fogonazos.
En 1902 surgen cuatro propuestas narrativas que van a sentar las bases de los nuevos modelos
narrativos. Estas cuatro novelas coinciden en determinados aspectos:
• Carencia de argumento lógicamente desarrollado al estilo realista. Se trata de novelas que se
configuran en torno a un personaje central, un protagonista que suele presentar las ideas y
preocupaciones del autor (el sentido de la existencia, el problema de España, la contradicción entre el
tradicionalismo y las estrecheces del liberalismo, y cosas por el estilo).
• Personajes que muestran su interior y sus debilidades en introspecciones de marcado carácter lírico.
• Detenciones en el transcurso del tiempo, y fusión de pasado y presente.
• Diálogos abundantes, ya que el interés del argumento está en las discusiones y conversaciones de los
personajes más que en acciones externas.
• Impresionismo paisajístico: la realidad no se describe de manera objetiva y con la meticulosidad
naturalista, sino a pinceladas, casi siempre a través de la sensibilidad del personaje central.

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• Presencia constante del narrador, que se funde con su personaje; es lo que se llamará, en el siglo XX,
perspectivismo.
Estas cuatro novelas son: Camino de perfección (Pío Baroja), Sonata de otoño (Valle-Inclán), Amor y
pedagogía (Miguel de Unamuno), La voluntad (Azorín).
Ramón María del Valle Inclán (en realidad, Ramón Valle Peña, 1866-1936) une a su extensa obra
teatral, que estudiaremos en el siguiente tema, y a sus volúmenes de poesía, una importante obra narrativa
en prosa. Sus cuatro Sonatas (Sonta de otoño, Sonata de estío, Sonata de primavera y Sonata de invierno)
pretenden ser las memorias del extravagante Marqués de Bradomín, personaje aristocrático, tradicionalista y
libertino que se desenvuelve en un mundo decadente, refinado y misterioso, muy al uso del modernismo en
boga en aquel tiempo. Las sonatas están llenas de simbolismo natural y de sugerencias musicales, y nos
presentan perversiones brutales envueltas en lujo, delicadeza y exquisitez. El estilo con que las escribe Valle
es esmerado hasta el virtuosismo, son las páginas más brillantes de la prosa modernista española. Muy
diferentes son las obras de la etapa esperpéntica, de un Valle Inclán ya maduro, Tirano banderas y la serie
Ruedo ibérico. La primera es un intento precoz muy conseguido de hacer una dura sátira de las dictaduras
latinoamericanas, e inaugura un tópico habitual en la literatura posterior de la América hispana; escrita con
lenguaje artificiosamente latinoamericano y técnica esperpéntica, es una pieza maestra de la literatura de
principios de siglo. El segundo ejemplo, el Ruedo ibérico, consiste en una serie que Valle planificó en forma de
tres trilogías de las que solo pudo completar las dos primeras novelas de la primera de ellas (La corte de los
milagros y Viva mi dueño) y dejó inconcluso el tercer título (Baza de espadas); trataba de contar, con estilo
esperpéntico, fragmentario y divertido, una historia basada en anécdotas significativas y con frecuencia
cómicas de la España decimonónica, desde el final del reinado de Isabel II hasta la restauración borbónica.
Probablemente, las novelas más interesantes de José Martínez Ruiz, Azorín (1873-1966) fueron las
tres de su primera etapa (La voluntad, Antonio Azorín y Las confesiones de un pequeño filósofo). Son
narraciones peculiares, redactadas con un estilo muy particular, profuso en comas y de tendencia
impresionista y castiza, que se caracterizan por su cercanía al género ensayístico y su escasez de trama; en
ellas, el autor combina detalles autobiográficos con reflexiones muy variadas y evocaciones paisajísticas en un
ritmo lento y pausado.

2.4. Miguel de Unamuno


2.4.1. Biografía
Nació en Bilbao en 1864. Estudió Filosofía y Letras en Madrid.
El 31 de enero de 1891 se casa con Concha Lizárraga, una joven beata de la que estaba enamorado
desde niño. Pasa los meses invernales dedicado a la preparación de unas oposiciones para una cátedra de
Griego en la Universidad de Salamanca, la cual obtiene. Con motivo de estas oposiciones, entabla amistad con
el granadino Ángel Ganivet, la cual se irá intensificando hasta el suicidio de aquél en 1898.

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El 11 de octubre de 1894 ingresa en la Agrupación Socialista de Bilbao y colabora en el semanario
Lucha de clases de esta ciudad. Durante una crisis depresiva, abandona el partido en 1897.
En 1901 fue nombrado Rector de la Universidad de Salamanca por primera vez. En 1914 el ministro de
Instrucción Pública lo destituye del rectorado por razones políticas. En 1920 es elegido por sus compañeros
decano de la Facultad de Filosofía y Letras. Es condenado a dieciséis años de prisión por injurias al Rey, pero la
sentencia no llegó a cumplirse. En 1921 es nombrado vicerrector. Sus constantes ataques al rey y al dictador
Primo de Rivera hacen que éste lo destituya nuevamente y lo destierre a Fuerteventura en febrero de 1924. El
9 de julio es indultado, pero él se destierra voluntariamente a Francia hasta el año 1930, cuando cae el
régimen de Primo de Rivera. A su vuelta a Salamanca, entró en la ciudad con un recibimiento apoteósico.
Miguel de Unamuno fue concejal por la conjunción republicano-socialista. Proclamó el 14 de abril la
República en Salamanca. Se le repone en el cargo de Rector de la Universidad salmantina. Se presenta a las
elecciones a Cortes y es elegido diputado como independiente por la candidatura de la conjunción
republicano-socialista. En 1933 decide no presentarse a la reelección. Al año siguiente se jubila de su actividad
docente y es nombrado Rector vitalicio, a título honorífico, de la Universidad de Salamanca, que crea una
cátedra con su nombre. En 1935 es nombrado ciudadano de honor de la República.
Fruto de su desencanto y sus contradicciones internas –ideas democráticas y mentalidad católico-
conservadora-, cuando Franco y sus secuaces dan el golpe de estado contra el gobierno democrático, apoyó a
los rebeldes. Unamuno quiso ver en los militares alzados a un conjunto de regeneracionistas autoritarios
dispuestos a encauzar la supuesta deriva del país. Unamuno acepta ser concejal golpista. En el verano de 1936
hace un llamamiento a los intelectuales europeos para que apoyen a los sublevados, declarando que
representaban la defensa de la civilización occidental y de la tradición cristiana, lo que causa tristeza y horror
en el mundo. Azaña lo destituye, pero el gobierno fascista de Burgos le repone de nuevo en el cargo. Sin
embargo, el entusiasmo por la sublevación pronto se torna en desengaño. A finales de julio, sus amigos
salmantinos Prieto Carrasco, alcalde republicano de Salamanca, y José Andrés y Manso, diputado socialista,
habían sido asesinados, así como su alumno predilecto y rector de la Universidad de Granada, Salvador Vila
Hernández. En la cárcel se hallaban recluidos sus íntimos amigos, el doctor Filiberto Villalobos y el periodista
José Sánchez Gómez, éste a la espera de ser fusilado. Su también amigo, el pastor de la Iglesia anglicana y
masón Atilano Coco, estaba amenazado de muerte y de hecho fue fusilado en diciembre de 1936. A principios
de octubre, Unamuno visitó a Franco en el palacio episcopal para suplicar inútilmente clemencia para sus
amigos presos.
Unamuno se arrepintió públicamente de su apoyo a la sublevación durante el acto de apertura del
curso académico (que coincidía con la celebración de la Fiesta de la Raza), el 12 de octubre de 1936, en el
Paraninfo de la Universidad. Varios oradores soltaron tópicos acerca de la «anti-España». Un indignado
Unamuno, que había estado tomando apuntes sin intención de hablar, se puso en pie y pronunció un
apasionado discurso. «Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo
mismo lo hice otras veces. Pero no, la nuestra es sólo una guerra incivil. (...) Vencer no es convencer, y hay

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que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión. Se ha hablado
también de catalanes y vascos, llamándolos anti-España; pues bien, con la misma razón pueden ellos decir
otro tanto. Y aquí está el señor obispo, catalán, para enseñaros la doctrina cristiana que no queréis conocer, y
yo, que soy vasco, llevo toda mi vida enseñándoos la lengua española, que no sabéis...».
En ese punto, el general José Millán-Astray (el cual sentía una profunda enemistad por Unamuno, que
le había acusado inopinadamente de corrupción), empezó a gritar: «¿Puedo hablar? ¿Puedo hablar?». Su
escolta presentó armas y alguien del público gritó: «¡Viva la muerte!». En lo que, según Ridruejo, fue un
exhibicionismo fríamente calculado, Millán-Astray habló: «¡Cataluña y el País Vasco, el País Vasco y Cataluña,
son dos cánceres en el cuerpo de la nación! ¡El fascismo, remedio de España, viene a exterminarlos, cortando
en la carne viva y sana como un frío bisturí!». Se excitó sobremanera hasta tal punto que no pudo seguir
hablando. Resollando, se cuadró mientras se oían gritos de «¡Viva España!». Se produjo un silencio mortal y
unas miradas angustiadas se volvieron hacia Unamuno, que dijo:
«Acabo de oír el grito necrófilo e insensato de “¡Viva la muerte!”. Esto me suena lo mismo que
“¡Muera la vida!”. Y yo, que he pasado toda la vida creando paradojas que provocaron el enojo de quienes no
las comprendieron, he de deciros, con autoridad en la materia, que esta ridícula paradoja me parece
repelente. Puesto que fue proclamada en homenaje al último orador, entiendo que fue dirigida a él, si bien de
una forma excesiva y tortuosa, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte. ¡Y otra cosa! El
general Millán Astray es un inválido. No es preciso decirlo en un tono más bajo. Es un inválido de guerra.
También lo fue Cervantes. Pero los extremos no sirven como norma. Desgraciadamente, hay hoy en día
demasiados inválidos. Y pronto habrá más si Dios no nos ayuda. Me duele pensar que el general Millán Astray
pueda dictar las normas de psicología de las masas. Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de
Cervantes, que era un hombre, no un superhombre, viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido,
como dije, que carezca de esa superioridad de espíritu suele sentirse aliviado viendo cómo aumenta el
número de mutilados alrededor de él. (...) El general Millán Astray quisiera crear una España nueva, creación
negativa sin duda, según su propia imagen. Y por ello desearía una España mutilada…».
Furioso, Millán gritó: «¡Muera la inteligencia!». En un intento de calmar los ánimos, el poeta José
María Pemán exclamó: «¡No! ¡Viva la inteligencia! ¡Mueran los malos intelectuales!». Unamuno no se amilanó
y concluyó: «¡Éste es el templo de la inteligencia! ¡Y yo soy su supremo sacerdote! Vosotros estáis profanando
su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis,
pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis, porque
convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me
parece inútil pediros que penséis en España».
La esposa de Franco, Carmen Polo, toma del brazo a Unamuno y lo acompaña a su casa. Evita así la
tragedia. Ese mismo día, la corporación municipal se reunió de forma secreta y lo expulsó de su seno. El 22 de
octubre, Franco firma el decreto de destitución del escritor como rector. Los últimos días de vida (de octubre
a diciembre de 1936) los pasó, bajo arresto domiciliario, encerrado en su casa. A su muerte, Antonio Machado

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escribió: «Señalemos hoy que Unamuno ha muerto repentinamente, como el que muere en la guerra. ¿Contra
quién? Quizá contra sí mismo».

2.4.2. Obra.
En el extranjero, a Unamuno se le recuerda como filósofo existencialista, no como literato. Fue uno de
los principales ensayistas de su tiempo. De hecho, su primer libro importante fue un ensayo, En torno al
casticismo (1895), en el que analiza la decadencia española y considera necesario alejarse del casticismo y
tipismo españoles y acercarse a Europa.
En 1897 sufre una crisis espiritual y en su obra aparecen tres temas fundamentales: el miedo a la
muerte, la necesidad de creer en un Dios que garantice la inmortalidad y la certeza racional de que Dios no
existe. Esta certeza de que Dios no existe y la necesidad de creer provocan un estado de desesperación, de
agonía espiritual, un conflicto y una lucha por escapar al destino inexorable de la muerte y de la nada. Estas
ideas se desarrollan en dos ensayos: Del sentimiento trágico de la vida (1912) y La agonía del cristianismo
(1925 en francés, 1931 en español).
Todas estas preocupaciones del escritor están presentes también en sus novelas. Sin embargo, su
primera novela, Paz en la guerra (1897), sobre la última guerra carlista vista desde los recuerdos de infancia
del autor, está aún próxima a la estética realista; a esta le sigue Amor y pedagogía (1902) el primer ejemplo
de presunta novela escrita más bien como instrumento para hacer filosofía. Cuenta la historia de Avito
Carrascal, que pretende hacer de su hijo un genio… y consigue, en realidad, criar a un joven de vida angustiosa
que vence a la pedagogía de su padre quitándose la vida tras dejar embarazada a una criada. La crítica no la
considera una auténtica novela, por lo que Unamuno, enfadado por la incomprensión, acuñó el término
nivola para sus relatos. Las características de la narrativa filosófica unamuniana son las siguientes:
• Es fundamental el interior de los personajes que aparecen como agonistas, es decir, en permanente
lucha con el mundo.
• Esta interioridad del personaje se revela a través de monólogos y diálogos que se convierten en el eje
vertebrados del relato.
• La acción, la anécdota, no son más que una excusa para plasmar los conflictos del personaje.
• No hay apenas descripciones y el tiempo y el espacio exteriores suelen ser imprecisos. Aunque
muchos de sus relatos se localizan en un espacio y un tiempo concretos: la España provinciana de fin
de siglo.
Niebla (1913) lleva el término nivola como subtítulo y ha pasado a la posteridad porque, en ella, el autor
se presenta como personaje contra el que se rebela Augusto Pérez, el protagonista ficticio del relato. El
personaje literario de algún modo derrota al autor, ya que opone la posteridad de la creación literaria a la
fugacidad de la vida real de las personas de carne y hueso. Unamuno juega con los límites entre realidad y
ficción para lograr exponer su particular visión existencialista de la vida humana. Por lo demás, es una nivola
y, por tanto, profusa en monólogos y debates entre personajes y pobre en trama y acción.
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Abel Sánchez (1917) es una nivola que desarrolla una historia de rivalidad entre hermanos con trasunto
bíblico, que busca servir de vehículo para formulaciones filosóficas acerca del carácter sublimatorio de
instituciones sociales como el matrimonio o la religión, y constituye, asimismo, un ensayo filosófico
encubierto sobre la envidia, diseccionada al milímetro por Unamuno, que la consideraba la lepra nacional.
La tía Tula (1925) podría considerarse su última nivola y ha sido, quizás, la más leída de las obras de
Unamuno. Cuenta la historia de Gertrudis, conocida también como Tula, que se hace cargo de los tres hijos de
su hermana Rosa cuando muere repentinamente y rechaza firmemente las proposiciones de matrimonio de
su cuñado, Ramiro, para poder vivir de acuerdo con un ideal virginal de la maternidad. El relato encubre un
poderoso ensayo sobre el amor, la pureza, la virginidad, la feminidad y la maternidad, con reminiscencias de
Teresa de Jesús y de Don Quijote, y un impulso religioso de ensalzamiento doctrinal de la figura de la Virgen
María en una religión de hombres como es el cristianismo.
San Manuel Bueno, mártir (1930) escapa de la denominación de nivola porque literariamente encaja
aceptablemente en la categoría de las novelas psicológicas. Sin embargo, es otra creación narrativa
subordinada a un propósito de carácter filosófico. Cuenta la historia de un párroco, muy querido por sus
feligreses de un pueblito junto al lago de Sanabria, que pierde la fe pero sigue profesando el sacerdocio
porque no quiere quitarles la felicidad y el consuelo a los parroquianos. Unamuno desarrolla su sempiterno
tema, el de la envidia de la fe sentida por un racionalista que no puede creer a causa de las luces de la razón.

2.5. Pío Baroja


2.5.1. Biografía
Nació en San Sebastián en 1872. El padre de los Baroja, Serafín, de ideas liberales, era ingeniero de
minas, lo que llevó a la familia a constantes cambios de residencia por toda España. Esto inculcó al futuro
novelista la afición a los viajes y le permitió conocer bien el país, pero lo transformó en un desarraigado. A los
siete años marchó con su familia a Madrid, donde el padre obtuvo una plaza en el Instituto Geográfico y
Estadístico; sin embargo, volvieron a Pamplona y otra vez de nuevo a Madrid. Baroja había leído ya a clásicos
juveniles (Julio Verne, Thomas Mayne-Reid y Daniel Defoe). Se libró del servicio militar, que le repugnaba. En
1891 terminó la carrera de Medicina en Valencia y se doctoró en 1894 en Madrid con una tesis sobre El dolor,
estudio psicofísico.
Como estudiante no destacó. Leyó bastante filosofía alemana (Inmanuel Kant y Arthur
Schopenhauer), decantándose por el pesimismo de este último; su amigo suizo Paul Schmitz le introduciría
más tarde en la filosofía de Nietzsche. Gruñón, tímido y retraído al mismo tiempo, nunca se casó. Tras
defender su tesis, marchó en ese mismo año de 1894 a Cestona, en Guipúzcoa, con plaza de médico. Pero el
oficio le asqueaba y riñó con el médico viejo y con las fuerzas vivas del pueblo, que lo acusaban de no ir a
misa, pues, en efecto, era ateo; nunca simpatizó con la iglesia desde su misma niñez. Tras un año, volvió a San
Sebastián, dispuesto a ser cualquier cosa menos médico, y encontró su oportunidad en Madrid, donde su

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hermano Ricardo dirigía una panadería que le dejó a él. Allí empezó a colaborar en periódicos y revistas, y
simpatizó con las doctrinas sociales anarquistas, pero sin militar abiertamente en ninguna.
En 1900 publicó su primer libro, una recopilación de cuentos titulada Vidas sombrías. El libro fue muy
comentado por prestigiosos escritores como Miguel de Unamuno, que se entusiasmó con él y quiso conocer
al autor; también por Azorín y Benito Pérez Galdós. Baroja fue así acercándose cada vez más al mundillo
literario y abandonando el negocio de panadería hasta dejarlo por completo. Tuvo especial amistad con el
entonces anarquista José Martínez Ruiz, más conocido como Azorín, e hizo, impulsado por él, algún intento de
entrar en política, presentándose de concejal en Madrid y de diputado por Fraga, pero fracasó. Al acercarse
Azorín al partido Conservador, rompió su antigua amistad. De igual manera tuvo amistad con Maeztu. Con él y
junto con Azorín formaron durante un breve período el grupo de los Tres.
Viajó después por toda Europa y acumuló una impresionante biblioteca especializada en ocultismo,
brujería e historia del siglo XIX, que instaló en un viejo caserío que se compró en Vera de Bidasoa y restauró
con gran gusto, convirtiéndolo en el famoso caserío de Itzea, donde pasaba los veranos con su familia.
En sus novelas reflejó una filosofía impregnada con el profundo pesimismo de Arthur Schopenhauer,
pero que predicaba en alguna forma una especie de redención por la acción, en la línea de Friedrich
Nietzsche: de ahí los personajes aventureros y vitalistas que inundan la mayor parte de sus novelas, pero
también los más escasos abúlicos y desengañados, como el Andrés Hurtado de El árbol de la ciencia o el
Fernando Ossorio de Camino de perfección, dos de sus novelas más acabadas. Terminó por identificarse con
las doctrinas liberales, sin abandonar en ningún momento sus ideas anticlericales, su misoginia y sus un tanto
arcaicas concepciones antropológicas, aunque fue cofundador el 11 de febrero de 1933 de la Asociación de
Amigos de la Unión Soviética. En 1935 fue admitido en la Real Academia Española; fue acaso el único honor
oficial que se le dispensó.
Pasó la guerra de España en Francia, aunque viajó frecuentemente a la zona fascista, donde acabó
colaborando con la propaganda del régimen. Terminada la contienda, residió todavía una corta época en
Francia y se estableció más tarde definitivamente entre Madrid y Vera de Bidasoa. Siguió escribiendo y
publicando novelas, sus Memorias (que alcanzaron gran éxito) y una edición de sus Obras completas. Sufrió
algunos problemas con la censura, que no le permitió publicar su novela Miserias de la guerra, ni su
continuación, Los caprichos de la suerte. La primera fue publicada por sus sucesores en 2006, en edición del
escritor Miguel Sánchez-Ostiz, precedida, entre otros títulos, por Libertad frente a sumisión (un recopilatorio
de los artículos que publicó durante la guerra de España), que salió a la luz en 2001. Los caprichos de la suerte,
la última novela de Pío Baroja, no vio la luz hasta 2015. Durante la dictadura, sostuvo en su domicilio de
Madrid una tertulia de sesgo escéptico (en la cual participaban diversas personalidades, entre ellas novelistas
como Camilo José Cela, Juan Benet y otros).
Afectado poco a poco por la arterioesclerosis, murió en 1956 y fue enterrado en el cementerio civil
como ateo, con gran escándalo de la España oficial.

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La novela española de la primera mitad del siglo XX. Pío Baroja y Miguel de Unamuno.
2.5.2. Obra.
Cultivó casi exclusivamente la prosa: varios libros de cuentos, relatos breves y más de 60 novelas.
Podemos considerarlo el novelista por antonomasia de su época no sólo por la cantidad de su producción sino
por su calidad, los valores literarios y el generoso mundo de personajes y ambientes que consigue crear.
Baroja opina que la novela es un género multiforme en el que cabe todo (descripción de ambientes y
paisajes, acción, reflexiones intelectuales y filosóficas…); no hay fórmulas para escribir, no hay técnica eficaz,
la novela debe basarse en la observación de la realidad y como la vida, debe carecer de una estructura previa
y por ello tiene que estar abierta a todos los acontecimientos y desarrollarse sin plan previo alguno.
En sus novelas falta muchas veces unidad argumental, pero esta estructura deshilvanada que se le
reprocha frecuentemente no es más que el reflejo de la visión del mundo que el autor tiene: algo confuso,
caótico, sin sentido; como la vida misma. A pesar de esto, hay elementos como el ambiente o el ritmo que
dan unidad a sus novelas.
Las novelas de Baroja suelen estar estructuradas en torno a un personaje central, inconformista y
aventurero que viaja de un lado para otro. Sus personajes suelen ser tristes, pues la vida es cruel con ellos. En
cualquier caso, son personajes variados de muy diversas personalidades. Los hay más resolutivos, como
Zalacaín el Aventurero (que muere luego de la manera más tonta, mostrando la concepción de la vida que
tiene Baroja, que la ve caprichosa e impredecible, sin sentido) o el capitán Chimista; otros, como Andrés
Hurtado, el protagonista de El Árbol de la ciencia, caen en la inacción, en un estado lamentable del que sólo se
sale con la muerte; otros, como el Manuel de La Busca, tienen buen carácter y lidian con la vida con cierta
entereza moral…
En torno a los personajes principales aparecen personajes menores que unas veces subrayan aspectos
de su carácter, otras le sirven de interlocutores para el desarrollo de ciertas disquisiciones filosóficas (es el
caso, por ejemplo, de Iturrioz en El árbol de la ciencia), y, a veces, existen por un simple interés humano o
narrativo.
El narrador no es totalmente impersonal, sino que comenta los sucesos que narra y juzga de diversas
maneras a los personajes, que quedan así definidos antes de que el lector pueda formarse una opinión sobre
ellos.
Estilísticamente, su prosa es antirretórica: párrafos cortos, frases breves, léxico común, reducido uso
de los nexos sintácticos. Decía que el novelista tiene la función esencial de entretener al público, de modo que
deliberadamente buscaba un estilo sencillo y sobrio que hiciera primar la acción. Tiene, en cualquier caso, un
tono impresionista en la descripción, el desarrollo de la acción y la construcción de los personajes. Construye
los relatos a base de pinceladas impulsivas, que condensan mucha realidad sólo con nombrar imágenes
parciales de ella, sin extenderse para nada en detalles.
Ideológicamente, en las novelas se reflejan algunos de los rasgos fundamentales del carácter de Pío
Baroja: escepticismo, pesimismo existencial, desconfianza en el hombre y en el futuro, desengaño y
desilusión… aunque, a veces, se vislumbra una cierta esperanza a través del algún personaje positivo. Se hace

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La novela española de la primera mitad del siglo XX. Pío Baroja y Miguel de Unamuno.
eco, a menudo, del trasfondo nietzscheano de las ideologías de corte racista-fascista de la época; es
antisemita, misógino y poco partidario de los débiles. Al tiempo, es anticlerical, liberal en muchos sentidos, y
denuncia a menudo la injusticia social (como en La busca y el resto de la trilogía La lucha por la vida,
compuesta por novelas más próximas al naturalismo que ninguna otra de todas las demás) y las
arbitrariedades del poder. Como su coetáneo Unamuno, a su mal carácter une el peso de fuertes
contradicciones internas.
Pío Baroja agrupaba sus novelas en trilogías: Tierra vasca (La casa de Aizgorri (1900), El mayorazgo de
Labraz (1903), Zalacaín el aventurero (1909)); La raza (La dama errante (1908), La ciudad de la niebla (1909),
El árbol de la ciencia (1911)); La lucha por la vida (La busca (1904), La mala hierba (1904), Aurora roja (1904));
Las ciudades (César o nada (1910), El mundo es ansí (1912), La sensualidad pervertida (1920)); El mar (Las
inquietudes de Shanti Andía (1911), El laberinto de las sirenas (1923); Los pilotos de altura (1929); La estrella
del capitán Chimista (1930))…
También intentó escribir novela histórica recogiendo acontecimientos de la historia española del siglo
XIX. De ahí los 22 volúmenes de Memorias de un hombre de acción, protagonizadas por el aventurero
Avinareta.
Interesantes son también sus memorias plasmadas en Desde la última vuelta del camino. Escribió
asimismo ensayo, biografías, diversos escritos autobiográficos y alguna obra de teatro.

3. La novela en el Novecentismo
Con el nombre de Novecentismo o Generación de 1914 se designa a un grupo de escritores que, en la
segunda década del siglo XX, se opone a cuanto considera propio del siglo XIX. En el campo literario se toman
como corrientes decimonónicas no sólo el Romanticismo y el Realismo, sino también el Modernismo.
Los Novecentistas proponen un tipo de intelectual diferente: profesionales sólidamente formados
como titulados universitarios (juristas, filólogos, científicos, filósofos…), muchos de los cuales han ampliado
sus estudios en importantes instituciones educativas del extranjero. Esto es lo que explica las características
de estos escritores y de su obra:
• Racionalismo: análisis frío y objetivo de las circunstancias y claridad expositiva.
• Antirromanticismo: se rechaza lo sentimental y lo pasional y se prefiere lo clásico, las actitudes
equilibradas y serenas.
• Defensa del arte puro: el arte tiene que limitarse a proporcionar placer estético y no ha de ser
vehículo de preocupaciones religiosas o políticas ni de emociones particulares. El arte es
independiente de la vida, no expresión de la vida; esto lleva, en ocasiones, a convertirlo en un mero
juego intelectual.
• Aristocratismo intelectual: estos autores se dirigen a minorías selectas.
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La novela española de la primera mitad del siglo XX. Pío Baroja y Miguel de Unamuno.
• Estilo cuidado: El ideal de la obra bien hecha lleva a una extrema preocupación por la estructura de
las obras y por su lenguaje. Se persigue un estilo pulcro y depurado.
Estos autores pretenden influir en la realidad de su tiempo, por lo que participan en la vida política sin
que tal cosa se tenga por qué percibir en sus obras.
La novela novecentista intelectual y esteticista está representada fundamentalmente por dos autores:

3.1. Ramón Pérez de Ayala:


Escritor asturiano. A través de un estilo denso, mezcla de ironía y gravedad, este escritor trabaja por
conseguir una precisa transcripción de su pensamiento, de sus paradojas y de su complejidad. Dentro de su
obra se pueden distinguir tres etapas:
1ª.- Con la intención de reflejar la crisis de la conciencia hispánica desde principios de siglo, compuso una
tetralogía en la que quedaba también reflejada su crisis individual: Tinieblas en las cumbres, La pata de la
raposa, AMGD (siglas del lema de los jesuitas “Ad maiorem Dei gloriam”) y Troteras y danzaderas.
2ª.- Se consideran de transición las novelas breves en las que conjuga técnicas renovadoras del relato
(presencia de elementos líricos) con temas de contenido social (denuncia del caciquismo en el mundo rural):
hablamos de las recogidas en Bajo el signo de Artemisa (1916), que son Prometeo, Luz de domingo, La caída
de los limones y El ombligo del mundo.
3ª.- Sus novelas mayores, pues en ellas aparecen temas universales con personajes que encarnan ideas o
actitudes vitales: Belarmino y Apolonio y Tigre Juan.
Introduce técnicas narrativas innovadoras como puede ser la variedad de perspectivas en el relato de
los hechos. Sus novelas suelen contener elementos o aspectos intelectuales. No deja a un lado la ironía o el
humor incisivo.

3.2. Gabriel Miró:


Escritor alicantino, su obra se caracteriza por: la excepcional capacidad para captar sensaciones de luz,
color, aromas, sonidos…; su intenso sentido lírico; su dominio del lenguaje, plagado de descripciones.
En sus novelas la acción no es lo fundamental, es un soporte para sus espléndidas descripciones. Las
podemos clasificar en:
A) Modernistas: Las cerezas del cementerio (1910).
B) Novelas de carácter autobiográfico: El libro de Sigüenza (1917). Años y leguas (1928).
C) La culminación de su obra: Nuestro Padre San Daniel (1921), El obispo leproso (1926).

4. La novela vanguardista:
Se sitúa cronológicamente entre 1923 y 1931. Es una novela minoritaria y experimental que rechaza las
formas novelescas tradicionales y aspira a crear una nueva novela basada en los descubrimientos científicos,
tecnológicos y artísticos de la época. En esta novela destacan dos aspectos: la sátira y la parodia utilizadas

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La novela española de la primera mitad del siglo XX. Pío Baroja y Miguel de Unamuno.
para denunciar el carácter antivital de los géneros preferidos por la burguesía y el deseo de creación de una
nueva realidad libre de todo control represivo y de toda norma. Estas novelas se ambientan en la vida urbana
moderna y reflejan su dinamismo maquinista y su cosmopolitismo.
El estilo y el lenguaje son sintéticos y dinámicos, con voces alusivas a la vida urbana de la época.
Destacan especialmente dos autores: Ramón Gómez de la Serna, el vanguardista oficial, y Benjamín Jarnés,
un autor que destaca por lo pulido de su prosa, el ingenio creacionista, el lirismo y el gusto por la
investigación literaria. Su obra más reconocida es Locura y muerte de nadie (1929), aunque también resultan
interesantes otras, como las protagonizadas por Julio Aznar (personaje que porta el segundo apellido del
padre del autor), a saber, El convidado de papel (1928) y Lo rojo y lo azul (1932).

4.1 Ramón Gómez de la Serna:


Este autor presenta una obra literaria de enorme originalidad, cultivó todos los géneros, Destacan las
greguerías: frases en las que recoge una metáfora ingeniosa, una imagen insólita, un pensamiento juguetón y
atrevido: (La W es la M haciendo la plancha; Monólogo: el mono que habla solo…).
Sus escritos parecen manifestar la idea de que él escribía sin más objetivo que el placer de componer,
darse a leer.
Novelas: En buena medida son una acumulación de greguerías. Algunos de los títulos: El doctor
inverosímil, La viuda blanca y negra, Gran hotel, El caballero del hongo gris… En su libro Pombo dejó recuerdo
de las tertulias que él mismo fundó en el café del Pombo de Madrid. Automoribundia son una especie de
memorias que ayudan a conocer su originalidad.

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