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EL ORIENTE DE OCCIDENTE

Fenicios y púnicos en el área ibérica


FERNANDO PRADOS MARTÍNEZ Y FELICIANA SALA SELLÉS (EDS.)

EL ORIENTE DE OCCIDENTE
FENICIOS Y PÚNICOS EN EL ÁREA IBÉRICA

VIII EDICIÓN DEL COLOQUIO INTERNACIONAL


DEL CEFYP EN ALICANTE

UNIVERSITAT D’ALACANT
CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PÚNICOS (CEFYP)
INSTITUTO UNIVERSITARIO DE INVESTIGACIÓN
EN ARQUEOLOGÍA Y PATRIMONIO HISTÓRICO (INAPH)
Este libro ha sido debidamente examinado y valorado por evaluadores ajenos a la
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ÍNDICE

Prólogo......................................................................................................... 11
Carlos G. Wagner

El Oriente de Occidente. La VIII Edición del Coloquio Internacional


del CEFYP en Alicante................................................................................ 13
Fernando Prados Martínez y Feliciana Sala Sellés

FENICIOS EN EL ÁREA IBÉRICA

Desmontando paradigmas. Fenicios y Púnicos en el Oriente de


Occidente..................................................................................................... 25
Carmen Aranegui y Jaime Vives-Ferrándiz

Las defensas y la trama urbana del Cabezo del Estaño de


Guardamar. Un encuentro fortificado entre fenicios y nativos en
la desembocadura del río Segura (Alicante)................................................ 51
Antonio García Menárguez y Fernando Prados Martínez

Nuevos datos en torno a la presencia fenicia en la Bahía de


Mazarrón (Sureste Ibérico).......................................................................... 79
María Milagrosa Ros-Sala

Los Almadenes y la cuenca del río Mundo, un modelo de paisaje


cultural para la Protohistoria albacetense.................................................. 105
Víctor Cañavate Castejón, Feliciana Sala Sellés,
Francisco Javier López Precioso y Rocío Noval Clemente
El poblado fortificado del Castellar (Villena, Alicante)............................ 129
Marco Aurelio Esquembre Bebia y José Ramón Ortega Pérez

Control y defensa del territorio de la Penya Negra (Crevillent,


Alicante): los fortines de «Les Barricaes» y «El Cantal de
la Campana».............................................................................................. 155
Julio Trelis Martí y Francisco Andrés Molina Mas

La Loma del Boliche (Cuevas del Almanzora, Almería): Fenicios


e indígenas en una necrópolis orientalizante del sureste........................... 177
Alberto J. Lorrio

Cortijo Riquelme y los orígenes de la presencia fenicia en el sureste


peninsular................................................................................................... 209
José Luis López Castro, Víctor Martínez-Hahnmüller,
Laura Moya Cobos y Carmen Pardo Barrionuevo

PÚNICOS EN EL ÁREA IBÉRICA

El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones.......... 233


Lorenzo Abad Casal, Feliciana Sala Sellés y Jesús Moratalla Jávega

La Illeta dels Banyets de El Campello. Algo más que un unicum


ibérico........................................................................................................ 257
Manuel Olcina Doménech, Adoración Martínez Carmona y
Feliciana Sala Sellés

Una ciudad bárquida bajo Lucentum (Alicante). Excavaciones en


el Tossal de Manises.................................................................................. 285
Manuel Olcina Doménech, Antonio Guilabert Mas y
Eva Tendero Porras
Un hipogeo con dromos escalonado de tipología fenicio-púnica en
la desembocadura del Segura.................................................................... 329
Bienvenido Mas Belén, Feliciana Sala Sellés y
Fernando Prados Martínez

Las defensas de Cartagena en la Antigüedad: las murallas de


la acrópolis en los siglos iii y ii a.C........................................................... 347
José Miguel Noguera Celdrán, María José Madrid Balanza,
María Victoria García Aboal y Víctor Velasco Estrada

Giribaile. Una plaza fuerte cartaginesa en el contexto de


la ocupación bárquida del Alto Guadalquivir............................................ 385
Luis María Gutiérrez Soler, José Luis López Castro y
Víctor Martínez Hahnmüller

EL CONTEXTO MEDITERRÁNEO

Estructuras urbanas fundacionales de época fenicia en el castillo


de Ibiza....................................................................................................... 405
Joan Ramon Torres y Marco A. Esquembre Bebia

Gallos, Labrys y campanillas. Elementos simbólicos de la religión


púnico-talaiótica balear.............................................................................. 433
Joan C. de Nicolás Mascaró

La integración de las comunidades fenicias de la península Ibérica


en el imperio romano. Un análisis poscolonial......................................... 465
Francisco Machuca Prieto

La Carteia púnica (San Roque, Cádiz). Aproximación al estudio


de la urbe y su territorio (vii-ii a.C.).......................................................... 483
Helena Jiménez Vialás
La nueva muralla púnica de Carteia (San Roque, Cádiz).
Investigaciones del Proyecto Carteia Fase II (2006-2013)....................... 509
Juan Blánquez Pérez, Lourdes Roldán Gómez y
Helena Jiménez Vialás

Tra Huelva e Cartagine: possibili testimonianze della coppellazione


dell’argento nella Sardegna centro-orientale............................................. 537
Raimondo Secci

COMUNICACIONES Y PÓSTERS

Análisis microespacial del templo ibérico de La Escuera


(San Fulgencio, Alicante) Un edificio singular en los albores de
la segunda guerra púnica........................................................................... 549
Raúl Berenguer González

Una colección de exvotos de terracota procedentes de la Cova de


les Meravelles (Gandia, València)............................................................. 573
Joan Cardona Escrivà, Miquel Sánchez i Signes y
Josep A. Ahuir Domínguez

La influencia fenicio-púnica y su reflejo en el ámbito religioso de


la Oretania.................................................................................................. 587
Cristina Manzaneda Martín

Íberos de Qart Hadasht: Cives Novae Carthaginis.................................. 609


Rocío Martín Moreno y Enrique Hernández Prieto

La granada: usos y significados de una fruta de Oriente en Occidente.... 625


Octavio Torres Gomariz

Los amuletos egiptizantes de Villajoyosa (Alicante): la tumba n.º 5


de la necrópolis de Les Casetes, un caso excepcional.............................. 641
Aránzazu Vaquero González
PRÓLOGO

Por diversas razones, la investigación sobre el impacto de la influencia que


tuvo la presencia fenicia sobre las comunidades autóctonas que durante la
Edad del Hierro poblaron la vertiente mediterránea de la Península Ibérica
siempre ha ido un paso por detrás de otras cuestiones, que eran percibidas
como más importantes para los integrantes del mundo científico y académico
dedicados a tales temas. También las relaciones que se llegaron a establecer
entre fenicios, cartagineses e iberos, así como el carácter de las mismas, ha des-
pertado relativamente escasa atención hasta hace bien poco. En parte, debido
a la fuerza que ha venido manteniendo el paradigma que hace descansar buena
parte de los procesos de etnogénesis y posterior encumbramiento de las elites
en el mundo ibérico a su contacto con los griegos y a la influencia recibida de
estos, y en parte, porque no se ha considerado seriamente la posibilidad de una
presencia local de fenicios y orientales en estrecha convivencia con algunas de
las comunidades ibéricas que seguramente llegaron a albergarlos, algo que sin
embargo en los últimos años resulta cada vez más evidente. Así, con la excep-
ción de La Fonteta y El Cabezo Pequeño del Estaño, la ausencia de enclaves
coloniales en las costas levantinas y catalanas, hacía depender la llegada de
este tipo de «estímulos mediterráneos» bien desde la cercana Ibiza, bien desde
los asentamientos del litoral malagueño. E igualmente ha ayudado en el mismo
sentido la enorme atracción que por décadas el «periodo orientalizante» y los
«fenicios de época arcaica» han venido ejerciendo sobre buena parte de los
investigadores.
Esta tendencia ha comenzado a invertirse en los últimos tiempos, que
han vivido un renacer de la atención sobre periodos y espacios geográficos y
culturales que antes habían permanecido marginados, cuando no directamente
olvidados. Así ha acontecido con el nuevo interés que viene despertando lo
«púnico» frente a lo «fenicio» de épocas anteriores, junto con el factor cartagi-
nés y, en él, la presencia Bárquida en nuestra península. Libros y exposiciones
bien conocidos de todos son un claro referente al respecto. Como no podía ser
de otra manera, el CEFYP se ha mostrado una vez más en consonancia con los
nuevos aires e ideas que presiden la investigación y ha dedicado dos coloquios
12 Carlos G. Wagner

al mundo que llamamos púnico y a la posterior etapa neopúnica, similarmente


relegada durante años. Y ahora creemos que ha llegado el momento de centrar
nuestra atención sobre ese «Oriente de Occidente» que lo es, no solo en tér-
minos geográficos, sino sobre todo porque cada vez disponemos de más datos
que vienen a mostrarnos que la presencia de gentes de origen y cultura oriental
en estas tierras, que, en ocasiones alcanza una antigüedad que arranca del siglo
VIII a. C., es un hecho que no se puede seguir marginando y que debió de
suponer una sólida base para los posteriores desarrollos que se pueden obser-
var en este ámbito ibérico que es hoy objeto de nuestra atención. Por último,
recientes aportaciones de la investigación permiten visibilizar la presencia de
los fenicios en un contexto en el que la ausencia, con las excepciones señala-
das, de enclaves coloniales, tornaba muchas veces a hacerlos invisibles o casi
residuales. La incorporación de buena parte de las comunidades que lo inte-
graban al circuito de los intereses económicos cartagineses en el Mediterráneo
Occidental no fue, en este sentido, sino el colofón natural, a un dilatado pro-
ceso histórico que tiene sus inicios mucho más atrás en el tiempo, pero en los
mismos lugares y con las mismas gentes o sus descendientes.

Carlos G. Wagner
Presidente del CEFYP
EL ORIENTE DE OCCIDENTE
LA VIII EDICIÓN DEL COLOQUIO
INTERNACIONAL DEL CEFYP EN ALICANTE

Esta monografía recoge los resultados científicos del VIII Coloquio Interna-
cional del Centro de Estudios Fenicios y Púnicos (CEFYP) que se desarrolló
bajo la coordinación de profesores del Área de Arqueología de la Universidad
de Alicante. Con la intención de abrir el evento a otros centros punteros en la
investigación arqueológica de la provincia, responsables directos de algunas de
las más importantes novedades científicas, el evento se celebró en dos espacios
de enorme relevancia para la arqueología de la provincia como son el Museo
Arqueológico Provincial-MARQ y el Museo Arqueológico de Guardamar del
Segura–MAG. Ambas instituciones colaboraron activamente en la organiza-
ción, y coordinaron las visitas a los yacimientos arqueológicos de La Fonteta y
Cabezo Pequeño del Estaño (en Guardamar), Lucentum (Alicante) y La Illeta
dels Banyets (El Campello) durante las sesiones científicas.
Cabe referir en paralelo que el CEFYP se ha convertido, por derecho pro-
pio, en un centro de referencia sobre la investigación de la civilización fenicia
y púnica en España. Junto a la investigación, una de sus principales líneas se
centra en la difusión del patrimonio cultural e histórico fenicio-púnico en occi-
dente. Su creación, hace casi veinte años, se produjo ante la necesidad de gene-
rar una plataforma científica de intercambio de conocimiento y experiencias
que pusiese en relación los esfuerzos que muchos investigadores venían efec-
tuando sobre esta cultura, una de las más significativas de la historia antigua
del Mediterráneo. Por todo ello, esta institución interuniversitaria ha venido
celebrando con carácter bianual un encuentro científico temático que ha tenido
distintas sedes, siendo estas escogidas entre las que llevan a cabo proyectos de
interés sobre este periodo histórico. En esta ocasión, pues, fue la Universidad
de Alicante escogida para la organización.
La que ha sido la octava edición de estos coloquios internacionales tuvo el
título El oriente de occidente. Fenicios y púnicos en el área ibérica y trató de
realizar un estado de la cuestión y puesta al día de los numerosos avances que
14 Fernando Prados Martínez y Feliciana Sala Sellés

Acto inaugural del VIII Coloquio Internacional del CEFYP en el MARQ de Alicante

los estudios sobre la cultura fenicia y púnica ha tenido en la zona oriental de


la península en los últimos años, así como analizar su incidencia en el proceso
formativo del mundo ibérico y su desarrollo hasta la conquista romana, aspecto
este sobre el que versa buena parte de la investigación arqueológica que se
desarrolla actualmente en la universidad alicantina, en el marco del reciente-
mente constituido Instituto Universitario de Investigación en Arqueología y
Patrimonio Histórico (INAPH), bajo la figura de varios proyectos de I+D+i.
El tema que centró estas jornadas científicas fue más concretamente la
presencia oriental y la transferencia cultural entre el mundo fenicio-púnico y
la fachada costera mediterránea del sureste de Iberia (que ocupan las actuales
provincias de Valencia, Alicante, Murcia y Almería) abundando en las nove-
dades de la última década que han generado importantes cambios en el para-
digma interpretativo, tanto sobre las fases arcaicas (siglos ix-vii a.C.) como
sobre el periodo final, coincidente con el segundo tratado romano-cartaginés,
las guerras púnicas y la conquista romana (siglos iv-ii a.C).
Ambos periodos abordados, bien representados en diversos yacimientos
excavados en los últimos años en nuestra área geográfica, han sido clave
para definir las bases formativas y la eclosión de la citada cultura ibérica, que
tuvo en esta región, la de los antiguos territorios edetanos y contestanos, uno
de sus mayores exponentes. No cabe duda de que fenicios, iberos y púnicos
compartieron rasgos culturales y patrones sociales ya incluso en el momento
de formación del mundo ibérico allá por el siglo vi a.C. Creemos que el uso
como referencia de la cultura fenicio-púnica deberá de tener consecuencias
para un mejor entendimiento de la ibérica, y es el área de estudio que centra
El Oriente de Occidente15

Aspectos diversos de las ponencias y debates celebrados en el MARQ y en la Casa de Cultura


de Guardamar

esta publicación la que se encuentra en disposición de ofrecer muchas de las


respuestas.
En la primera parte, este libro aborda de forma monográfica la presencia
e influencia fenicia y púnica en el área costera peninsular, el oriente de occi-
dente, partiendo de un trabajo de carácter introductorio, con una acentuada
perspectiva crítica y de fuerte peso teórico. Desde ahí se suceden un conjunto
de trabajos científicos derivados de varios proyectos de investigación que se
desarrollan en las Universidades de Valencia, Alicante, Murcia, Almería y Jaén.
Junto a ellos, otros investigadores procedentes de museos (tales como el Museu
de Prehistòria de València, el MARQ de Alicante, el Museo de Guardamar y el
Museo de Crevillent) así como de empresas privadas (Arpa, B. Mas y Estrats)
dan cuenta de distintas actuaciones que, sin duda, contribuyen a revestir de
actualismo «estratigráfico» los estudios sobre este periodo histórico.
Paralelamente, el carácter abierto de estos encuentros y el hecho de que los
coloquios del CEFYP se hayan convertido en uno de los foros científicos más
importantes donde dar a conocer los últimos hallazgos y estudios, hizo necesa-
rio abrir el espectro de ponencias y comunicaciones a otros lugares principales
16 Fernando Prados Martínez y Feliciana Sala Sellés

Visitas programadas (Cabezo del Estaño, La Fonteta y Lucentum)

de la presencia fenicia y púnica tales como las islas centro-mediterráneas o la


costa andaluza, lo que ha supuesto ampliar la información y enriquecer las con-
clusiones. Por ello, bajo el epígrafe de «contexto mediterráneo» se inscriben
trabajos de enorme relevancia sobre las áreas de Ibiza y Menorca, el estrecho
de Gibraltar y Cerdeña, a cargo de prestigiosos investigadores e investigado-
ras de las Universidades de les Illes Balears, Autónoma de Madrid, Bolonia,
Málaga y el propio CEFYP.
Igualmente, la naturaleza docente y formativa de nuestra universidad hizo
que junto a las sesiones propuestas, en las que participaron invitados especia-
listas contrastados y miembros de los citados equipos científicos, se abriera
una sesión de posters para facilitar a otros investigadores más jóvenes la pre-
sentación de los avances de sus estudios sobre la temática tratada, que se han
recogido igualmente en el apartado final del libro
Antes de cerrar este capítulo de presentación y permitir que el lector apre-
cie los resultados de este encuentro, queremos referir algunos aspectos intro-
ductorios. En una reflexión sobre la arqueología fenicia y púnica en el área
alicantina publicada recientemente, subrayábamos que en los últimos años se
El Oriente de Occidente17

Sesión de exposición de posters en la Casa de la Cultura de Guardamar del Segura

ha asistido a una renovación del interés sobre este periodo1, principalmente


gracias a la publicación de los estudios realizados sobre el enclave colonial
de La Fonteta (Guardamar del Segura) por parte de los dos equipos científicos
responsables de su excavación2 y por la celebración, en 2010, de una exposi-
ción monográfica titulada «Guardamar, Arqueología y Museo» en el MARQ
de Alicante, que supuso un éxito de visitantes y que propició la publicación de
un magnífico catálogo en el que se han retomado y puesto al día los estudios
sobre el prolífico terreno arqueológico de la desembocadura del río Segura.
En el campo fenicio, los avances de las más recientes excavaciones han
retrasado en algunas décadas el primer impacto oriental en las costas. La inter-
vención en el Cabezo Pequeño del Estaño de Guardamar, con su imponente
muralla oriental, de un tipo claramente exógeno, viene ofreciendo dataciones
precisas que por el momento circunscriben la llegada de agentes fenicios a

1. Prados, F. y Sala, F. 2014: «Arqueología en Alicante en la primera década del siglo xxi. Una
reflexión sobre los avances en el estudio de las épocas fenicia e ibérica». II Jornadas de
Arqueología y patrimonio alicantino. Arqueología en Alicante en la primera década del siglo
xxi, MARQ, Arqueología y Museos Extra-01, 99-108.
2. Rouillard, P. et al. 2007: L’établissement protohistorique de La Fonteta, Collection de la Casa
de Velázquez, Volume 96, Madrid ; González Prats, A. 2011 : La Fonteta. Excavaciones de
1996-2002 en la colonia fenicia de la actual desembocadura del río Segura (Guardamar del
Segura, Alicante) vol. 1. Universidad de Alicante.
18 Fernando Prados Martínez y Feliciana Sala Sellés

las primeras décadas del siglo viii a.C.3 Se trata de unas fechas que empiezan
a manejarse también en otros enclaves costeros, caso de la costa de Almería,
como reflejan algunos trabajos recogidos en esta publicación y que el lector
tendrá ocasión de revisar. Se trata de una presencia efectiva que prácticamente
es coetánea a las que se conocen en otros puntos tales como la costa de Granada,
Málaga o Cádiz, y que junto a dataciones similares presentan elementos análo-
gos en materia arquitectónica, en las cerámicas importadas y en las realizadas
a mano, atribuidas de forma tradicional a la población nativa, y que por su
semejanza, quizás hayamos de atribuir también al grupo oriental.
En cualquier caso, tras lo que aparentemente pudo ser un primer flujo de
intercambio durante el siglo viii a.C. en el que el comercio del metales hubo
de tener un papel protagonista, como veremos, ya en el siglo vii se observa un
aumento muy considerable de estas relaciones, situándose entre el 650 y el
600 a.C. el momento de mayor intensidad comercial, a tenor de algunos indi-
cadores relevantes como son los hallazgos de materiales importados, especial-
mente las ánforas. Estos elementos ofrecen la posibilidad de reflexionar sobre
la naturaleza de estos intercambios, la identidad de los agentes comerciales o
la categoría, dentro del entramado social, de los grupos receptores, entre los
que se encuentran algunos enclaves ubicados un paso atrás de la plataforma
litoral, incluso en la montaña alicantina o en las primeras estribaciones de la
Meseta castellana, como también tendremos ocasión de observar en alguno de
los trabajos que aquí se recogen.
Buena parte de los materiales localizados evidencian un precoz comercio
de vino por nuestras costas, que tan temprano tendrá reflejo en el ámbito autóc-
tono, incluso en la producción (como se observa en el Alt de Benimaquia, en
Solana de las Pilillas o en los recientes hallazgos del Castellar de Villena) lo
que denota que la demanda de bienes de prestigio –y el vino lo fue– por parte
de las elites locales, sería un componente básico para comprender la estruc-
tura del comercio fenicio, más allá de una motivación únicamente colonial
unidireccional.
El proceso de mestizaje en que desembocó este trasiego de comerciantes
supuso la configuración de unos rasgos culturales no vistos hasta ese momento
en el sureste de la península ibérica, que prácticamente la igualan con otros
espacios bien conocidos como es el ámbito del estrecho de Gibraltar o las islas.
La presencia oriental provocó que la costa alicantina quedase inmersa, desde
muy pronto y al igual que los otros espacios citados, dentro del llamado «cir-
cuito comercial occidental» y buena prueba de ello son, por un lado, el enorme
desarrollo del proceso de urbanización del área costera desde fechas antiguas

3. García, A. y Prados, F. 2014: «La presencia fenicia en la Península Ibérica. El Cabezo Pequeño
del Estaño (Guardamar del Segura, Alicante)». Trabajos de Prehistoria 71.1, 113-133.
El Oriente de Occidente19

y, por otro, el impacto que esta presencia tuvo de forma casi inmediata en las
tierras del interior, especialmente significativa en los valles fluviales, caso de
los del Vinalopó o Segura, y en los pasos que conectaron las rutas que venían
de la costa con las tierras del interior o las sierras.
La cuestión es que los intensos contactos entre fenicios y nativos en el marco
geográfico que nos ocupa debió suponer, sin duda, un importante cimiento
para el posterior desarrollo de la sociedad ibérica. Por ello hemos de valorar en
su justa medida la existencia de elementos culturales de procedencia fenicia en
todo el territorio de la actual provincia de Alicante desde el siglo viii a.C. que,
en muchos aspectos, evolucionó de forma paralela en ambas orillas, hispana y
africana, esto es, ibérica y púnica, del Mediterráneo. Todo ello generó un caldo
de cultivo muy propicio para futuros contactos y transferencias culturales en
ambas direcciones.
Ese valorar en su justa medida debe partir de un por qué, cuestión que, a
su vez, nos debería arrojar luz sobre el cómo para, finalmente, llegar al final
de la evolución, que en esta región del Mediterráneo occidental no es otra
cosa que la caracterización de un nuevo sistema cultural ibero. En un trabajo
reciente4 iniciamos la reflexión sobre ese por qué incidiendo en los espacios de
encuentro que propició la particular orografía de la costa alicantina, desde el
promontorio del Montgó hasta el paleoestuario del río Segura.
Por el momento, no se han documentado más al norte, en el golfo de
Valencia, ni más al sur, en la costa murciana, con la salvedad del interesante
punto de atraque y de trabajo de la plata en la pequeña punta de Los Gavilanes,
en Mazarrón, tratado en una de las contribuciones de esta publicación.
Si la franja costera alicantina no destaca por su capacidad agropecuaria,
ni maderera, y tampoco existen áreas mineras rentables como en el litoral
cartagenero ¿qué pudo interesar a los navegantes fenicios para fijar estable-
cimientos con ánimo de permanecer? Sin duda, su estratégica posición frente
a Ibiza, visible en días claros, y las facilidades que ofrece para la navegación
que acaba de cruzar el canal de Ibiza siguiendo la ruta principal de navegación
mediterránea. También ofreció refugios temporales y puntos de aguada en la
acantilada costa septentrional, y la estabilidad del varado de naves en las orillas
del paleoestuario de la desembocadura del río Segura, con su santuario situado
en el punto más alto y bien visible desde el mar sancionando la hospitalidad
del paraje.
Hemos llegado a esta certeza, curiosamente, con el estudio de un episodio
de las guerras civiles romanas, por el cual Sertorio, contando con un retropaís

4. Sala, F., Moratalla, J. y Abad, L. 2014: «Los fortines de la costa septentrional alicantina:
una red de vigilancia de la navegación». F. Sala y J. Moratalla (coords.) Las guerras civiles
romanas en Hispania: una revisión histórica desde la Contestania, Alicante, 79-89.
20 Fernando Prados Martínez y Feliciana Sala Sellés

La costa de Alicante desde el yacimiento púnico de Ses Païses de Cala d’Hort (Ibiza)

aliado, construyó una red de fortines en la costa norte contestana para vigi-
lar, y en su caso asaltar, el paso de las naves senatoriales hacia el sur o las
que se disponían a cruzar el canal hacia Ibiza. Así pues, tener bajo control
la derrota frente a la costa alicantina se nos revela crucial para comerciantes
fenicios y púnicos, así como para los ejércitos romanos republicanos del siglo
i a.C. Podemos mantener, entonces, que Cartago, sabiendo que vio peligrar su
supremacía naval en el Mediterráneo occidental con diferentes episodios pro-
tagonizados por piratas foceos, o Ibiza, cuyo puerto despegó en su actividad
comercial a partir del siglo v a.C. ¿no dispuso de puntos de atraque o embarque
en este litoral?. Es difícil creer que no fuera así.
Desde esta perspectiva se puede empezar a entender la peculiaridad de la
Illeta dels Banyets en la costa de El Campello, el pequeño fortín de Aigües
Baixes, de reciente excavación, que antecede a la Illeta en esta zona del litoral,
el espacio de encuentro que fue el paraje de l’Albufereta de Alicante desde
el siglo v a.C. y que acabó siendo elegido por los generales bárquidas para
construir otra fortificación que vigilara el mar en la Segunda Guerra Púnica,
o el paleoestuario del Segura donde desde el siglo viii a.C. y sin solución de
continuidad mantuvo el poblamiento fenicio en El Oral, Cabezo Lucero y La
Escuera hasta que otro episodio trágico relacionado con la Segunda Guerra
Púnica deshabitó este secular espacio de encuentro. Esta publicación recoge
las últimas novedades y reflexiones sobre estos enclaves y esperemos que con-
tribuya a aumentar el conocimiento de ese oriente de occidente, geográfico y
cultural.
El Oriente de Occidente21

Imagen de la Illeta dels Banyets y litoral desde El Campello hasta Benidorm


(http://www.marqalicante.com/Exposiciones/)

Para finalizar queremos agradecer a las instituciones que mediante la firma


de un convenio hicieron posible la celebración del evento: junto al propio
CEFYP, la Excma. Diputación Provincial de Alicante, el Excmo. Ayuntamiento
de Guardamar del Segura y la Universidad de Alicante. También a los miembros
del comité científico D. Lorenzo Abad Casal (Universidad de Alicante), Dña.
Carmen Aranegui Gascó (Universidad de Valencia), D. Manuel Bendala Galán
(Universidad Autónoma de Madrid), D. Carlos González Wagner (Universidad
Complutense), D. José Luis López Castro (Universidad de Almería), D. Carlos
Gómez Bellard (Universidad de Valencia), D. Manuel Olcina Doménech
(MARQ) y D. Antonio García Menárguez (MAG). Igualmente hemos de agra-
decer a otros miembros del CEFYP que nos acompañaron durante el Coloquio
que lo enriquecieron con sus aportaciones, junto a las de otros colegas asisten-
tes, los debates científicos que tuvieron lugar y cuyos frutos han sido recogi-
dos, en la medida de lo posible, en las distintas contribuciones de este libro.

Fernando Prados Martínez


Feliciana Sala Sellés
Universidad de Alicante
FENICIOS EN EL ÁREA IBÉRICA
DESMONTANDO PARADIGMAS. FENICIOS Y
PÚNICOS EN EL ORIENTE DE OCCIDENTE

Carmen Aranegui
Universitat de València

Jaime Vives-Ferrándiz
SIP-Museu de Prehistòria de València

«L’histoire littéraire conserve la mémoire des voyages en Espagne


sous le nom d’hispanisme –sous-genre de l’orientalisme– L’Espagne
est encore au xxe siècle le morceau de l’Europe qui, culturellement et
géographiquement –par le Detroit de Gibraltar– tient lieu de pont entre
l’Orient et l’Occident»
Jérôme Neutres, Genet sur les routes du Sud, París : Fayard 2002, 78*.

Introducción1
Esta ponencia aborda un caso histórico de contacto cultural y movilidad a lo
largo de varios siglos. Nuestro encargo se centra en examinar la costa oriental
de la península ibérica, y especialmente el área del sureste peninsular, desde
el final de la Edad del Bronce hasta la segunda guerra púnica, buscando una
perspectiva cronológica amplia que permita advertir cambios históricos a largo
plazo. Este contexto es bien conocido por haber sido objeto de intensa atención

* E  sta cita no se refiere a la arqueología sino a una predisposición cultural de los hispanistas
románticos europeos a recrear Al-Ándalus, que se reforzó cuando la inestabilidad política en
el Próximo Oriente, paralela a la descolonización del final del siglo xix y principios del xx,
dio lugar a que el viaje al Mediterráneo oriental fuera sustituido, en cierto modo, por el viaje
a una España depositaria de un valioso patrimonio árabe. Se trata de un idealismo presente
asimismo entre los estudiosos de la arqueología, como se desprende del artículo del Prof.
Bendala (2006, 369-385) y como se repite en el lema de este VIII CEFYP.
1. Agradecemos a los organizadores la invitación a participar en el coloquio. Este trabajo ha sido
realizado en el marco del proyecto HAR 2011-26943, financiado por el MINECO.
26 Carmen Aranegui y Jaime Vives-Ferrándiz

arqueológica en los últimos cuarenta años por parte de especialistas de diver-


sas tradiciones epistemológicas. Nosotros lo haremos bajo los parámetros de
corrientes teóricas en la línea del posprocesualismo, derivadas en parte de los
Subaltern Studies (Guha, 1998) así como de las perspectivas poscoloniales
aplicadas al registro arqueológico y de la antropología histórica sobre el colo-
nialismo (Stein, 2005; Dietler, 2010; van Dommelen, 1997, 306-323; 2012,
20-31; Crawley Quinn, 2013, 5461-5462).
Es importante definir qué sentido damos a las palabras cuando las expe-
riencias coloniales contemporáneas sirven para entender e interpretar de otra
manera los contactos y la movilidad en la Antigüedad, de modo que la termino-
logía moderna se aplica al pasado a través de análisis comparativos que dejan
muy claro qué se compara y por qué (Gosden, 2004; Knapp y van Dommelen,
2010, 1-18; Dietler, 2010). Adoptamos conscientemente el concepto de movi-
lidad, que engloba ciertamente situaciones muy diversas, ya que su escala,
distancia e intensidad son criterios teóricos útiles para distinguir situaciones
tan dispares como, por ejemplo, el comercio, la colonización o la conquista
violenta (Silliman, 2005, 55-74).
De entrada, cabe reconocer que el contacto cultural y la movilidad, bien sea
de personas, cosas o ideas, a través de migraciones o diásporas, y de comercio
e intercambios, han tenido siempre consecuencias para los grupos implicados.
Transformaciones a veces inesperadas, otras promovidas y buscadas (Dietler,
cit.). Nuestro caso de estudio no es una excepción y, de hecho, entre los siglos
x y ii a.C. se dieron contactos que intervinieron en intensos cambios económi-
cos y sociales en el sureste peninsular. Ello abre un primer interrogante para
explorar las relaciones entre la movilidad y los cambios que observamos en
el registro arqueológico. La intensidad de la interacción y los grados de la
coexistencia entre grupos diversos definen un contacto que puede evaluarse
por esta vía (van Dommelen y Rowlands, 2012, 24).
Se trata de grupos que etiquetamos con los nombres genéricos de fenicios
e indígenas, púnicos, griegos e iberos. Estos nombres denotan los intereses de
una parte de la investigación y privilegian una lectura del registro arqueoló-
gico segmentada a priori bajo criterios étnicos, lo que no siempre es opera-
tivo (Vives-Ferrándiz, 2005). Las palabras tradicionales para entender estas
situaciones han sido las fundaciones coloniales, el concepto de colonización
y aculturación e intercambio desigual, e ideas como el orientalizante o la ibe-
rización (Aranegui y Vives-Ferrándiz, 2006, 89-107), frente a lo cual, en los
últimos años, ha surgido un nuevo paradigma que acentúa la heterogeneidad
del mundo construido a través del contacto y, sobre todo, otorga historicidad
a todos los afectados (Silliman, cit., 67; Dietler, cit., 76; van Dommelen y
Rowlands, cit.). Así, no siempre hablamos de conquista y dominio de tie-
rras o de violencia abierta, ni de una permanente confrontación entre grupos
Desmontando paradigmas. Fenicios y púnicos en el Oriente de Occidente27

foráneos y locales, aunque es frecuente que el contacto desencadene violencia


interétnica, pero también alianzas. Las perspectivas poscoloniales aplicadas a
la Antigüedad han reivindicado aspectos que nos parece importante recordar:
por un lado, de la variable del lugar del contacto donde diversos grupos fueron
protagonistas de la historia se deriva el concepto de hibridismo, hibridación
y prácticas híbridas para reconocer categorías sociales que van más allá de
una división foráneo/local. Por otro, las consecuencias de los contactos no son
uniformes pues conllevan nuevas prácticas, objetos e identidades porque las
culturas pertenecen a personas, que son las que se encuentran, interactúan,
rechazan o colaboran a través de las prácticas diarias. Estas consideraciones no
implican la simetría de las relaciones sociales ni la disolución de los conceptos
de poder y violencia, al contrario, mantenemos que el poder es un aspecto
central para entender las situaciones de contacto (Cañete y Vives-Ferrándiz,
2011, 124-143). En nuestro caso, el poder se generó y mantuvo a través de
vectores relacionados con la gestión de los recursos, primero el metal y luego
la tierra y el territorio, y por ello defenderemos la existencia de fenómenos de
empoderamiento reconocibles desde el final de la Edad del Bronce. La cone-
xión mediterránea involucra primero a fenicios y luego a púnicos y griegos en
un marco en el que estos vectores cobran importancia para construir, mantener
o desafiar las jerarquías.

Del bronce final al hierro antiguo. El metal como vector de


empoderamiento
Durante los últimos años está siendo reconocida, cada vez con mayor fun-
damento, la participación conjunta de navegantes orientales, centro-medite-
rráneos y occidentales en los desarrollos culturales del final de la Edad del
Bronce (Guerrero, 2008, 183; Bernardini, 2010, 63). Por ello parece oportuno
comenzar recordando el tesoro de Villena en el 50º aniversario de su descubri-
miento (fig. 1) ya que es la materialización de los flujos de esta movilidad y
del empoderamiento de una elite, seguramente asentada en Cabezo Redondo
(Hernández, 2005, 17-36), que se identifica con ostentación en determinados
festines2. El alto número de cuencos, botellas, brazaletes y posible cetro invita
a pensar que se trata de un jefe con su séquito y su materia prima y calidad arte-
sanal añaden que es muy poderoso. Pero, además, el estudio de la tecnología de

2. La forma de los recipientes de Villena apunta la posibilidad de la degustación de cerveza e


hidromiel, ilustrando la cita de Polibio (XXXIV, 9, 14-15), conocida a través del Banquete
de los Eruditos de Ateneo, sobre el asombro que le causó un cierto rey ibero cuyo lujo era
comparable al de los feacios, descrito por Homero, a diferencia de los cuales el ibero tenía
el servicio para la bebida de oro y plata colocado en el centro de la casa y lleno de vino de
cebada (oinou krithinou) (Aten. I, 28, 18).
28 Carmen Aranegui y Jaime Vives-Ferrándiz

Figura 1: Tesoro de Villena (Museo J. M.ª Soler, Villena).

producción de los objetos ha revelado influencias mediterráneas, por ejemplo


en el uso del torno horizontal o de la cera perdida, aunque la tipología de
los objetos mantiene un carácter occidental apreciable en la decoración de los
cuencos o en el tipo de brazaletes (Armbruster y Perea, 1994, 69-87). Nuevos
know-how y nuevas tecnologías al servicio de unas minorías situadas en un
cruce de caminos, que tuvieron acceso a redes de comercio y contacto que les
proporcionaron riqueza.
Uno de los vectores del empoderamiento fue, sin duda, el control de la
circulación del metal entre rutas interiores y costeras. El mar jugó un papel
fundamental. Hacia el final de la Edad del Bronce aparece una serie de peque-
ños asentamientos en ensenadas y bahías naturales, esenciales en un sistema
de movilidad de gente y objetos basado fundamentalmente en el cabotaje
(Guerrero, cit., 204). Estos lugares tienen pequeños talleres y espacios desti-
nados al reciclaje del cobre y del bronce, según se desprende del hallazgo de
escorias de estos metales, de toberas y de moldes para fundir pequeños objetos,
como punzones y barras, como sucede en el Cap Prim, en el extremo sur de la
bahía de Xàbia (Simón, 1998, 125) (fig. 2), o más al norte en el promontorio
Desmontando paradigmas. Fenicios y púnicos en el Oriente de Occidente29

de Sant Martí d’Empúries, en la bahía de Roses (Santos, 2007, 298-313). Los


habitantes de las islas Baleares también participan de estos fenómenos, pues
existió un complejo sistema de infraestructuras para el cabotaje, como invitan
a pensar los asentamientos costeros o en islotes, con puntos de aguada y de
avituallamiento vinculados a hitos visibles para la navegación (Guerrero, cit.,
198; Calvo et al., 2011, 345-363) en una etapa en que los depósitos de bronces
son frecuentes (Delibes y Fernández Miranda, 1988). El trabajo del metal y su
circulación se constatan en Na Galera (Mallorca) o en Cala Blanca (Menorca)
a partir de moldes de fundición, lingotes y talleres, lo que sugiere un panorama
similar al de la costa oriental peninsular y permite deducir un tráfico regular
entre las islas y la península para el intercambio de lingotes y objetos de base
cobre, porque la procedencia del metal es, posiblemente, la cuenca minera del
sur peninsular (Montero-Ruiz et al., 2010, 289-306).
Se dibuja, por consiguiente, un panorama en que la circulación de metal,
su transformación y posterior comercialización interesaron a las poblaciones
locales, aunque es debatible si otros agentes mediterráneos –sardos, otros– par-
ticiparon también en todo ello (Guerrero, cit., 212; Bernardini, 2010, 63), pese
a que no hay evidencias de establecimientos permanentes de gente foránea en
estos parajes, sino episodios de contacto limitado entre comerciantes y nave-
gantes, a diferencia de lo que sucederá a partir del siglo viii a.C. cuando los
desarrollos locales queden integrados en la diáspora fenicia, como parte de
un fenómeno de movilidad determinado por motivos económicos de mayor
alcance, que llevan al asentamiento de grupos orientales en Occidente (Aubet,

Figura 2: Moldes para trabajos metalúrgicos del Cap Prim (Xàbia) (según Simón, 1998) y Na
Galera (según Guerrero 2008).
30 Carmen Aranegui y Jaime Vives-Ferrándiz

2006, 94; Aubet, 2009, 59 y 76-79), consolidando experiencias anteriores,


incrementando el comercio y las rutas preexistentes. La intensidad, la escala
y las conexiones y corrientes de la movilidad serán distintas a partir de este
momento, lo que afectará a la naturaleza de la interacción y a las consecuencias
del contacto.
En la zona que nos ocupa, La Fonteta (Guardamar del Segura) se fundó
junto a la costa en la desembocadura del río Segura en el siglo viii a.C.
(Rouillard et al., 2007; González Prats, 2011). Las actividades metalúrgicas
documentadas desde sus niveles iniciales (González Prats, 2005, 54; Renzi et
al., 2009) invitan a pensar que los recién llegados se integraron en –y busca-
ron– las redes de circulación de metal que denotan los talleres de fundición de
espadas y hachas de Penya Negra (González Prats y Ruiz-Gálvez, 1989, 367-
376) y El Bosch (Trelis et al., 2004, 320), ambos en Crevillent, que señalan
grupos empoderados con acceso a redes de comercio de mineral.
El metal circuló en diferentes circuitos territoriales y con distintas for-
mas materiales, como indican las series de «lingotes-hacha» o los lingotes

Figura 3: Arriba: Moldes para la fabricación de lingotes-hacha de Fonteta (dibujos de Felix


García Díez, en Renzi, 2010). Abajo: lingotes-hacha de L’Alcúdia (según González Prats,
1985).
Desmontando paradigmas. Fenicios y púnicos en el Oriente de Occidente31

plano-convexos. Los primeros ilustran perfectamente un panorama de valores


compartidos y de alianzas entre fenicios e indígenas en el entorno del Segura,
un área de relaciones intensas y de coexistencia. Los segundos indican que el
metal circuló desde áreas muy distantes, como los distritos mineros de Linares
o Almería, por las costas orientales de la península ibérica y hasta el golfo de
León (Montero-Ruiz et al., 2012, 167-184).
Los ‘lingotes-hacha’ (siglos viii y vii a.C.) son delgadas láminas de metal
de tendencia rectangular y con dos pequeños apéndices laterales (González
Prats, 1985, 97-106). Aunque comparten una tipología semejante, tienen una
composición heterogénea, pues se conocen piezas de base cobre mientras otras
tienen aleaciones de bronce binario y terciario, con gran diversidad en sus
composiciones (Simón, 1998, 324; Renzi, 2010, 135) (fig. 3). La escala de dis-
tribución de estos objetos es muy reducida y significativa, al estar circunscrita
al sector meridional de la provincia de Alacant, en el entorno de la sierra de
Crevillent y de la desembocadura del Segura (Penya Negra, Fonteta del Sarso,
L’Alcúdia, La Fonteta y Tabaià), y a la isla de Formentera. Los únicos moldes
conocidos para la producción de estos lingotes se han hallado en Penya Negra
y en La Fonteta (González Prats y Ruiz Gálvez, cit.; Renzi, cit., 127-144) lo
que muestra claramente los nodos del poder en este territorio.
Los ‘lingotes-hacha’ indican varias cosas: primero, que a partir del siglo
viii el tráfico del metal se expandió en comparación con lo que conocemos de
los siglos precedentes, a lo que sin duda contribuyó la ampliación de las cone-
xiones por vías fluviales tras la instalación fenicia; segundo, que varios grupos
estuvieron dedicados a la producción de estos lingotes (al menos en Penya
Negra y La Fonteta), y que la circulación estuvo circunscrita a un espacio muy
concreto con valores compartidos ya que se utilizó el metal como medio de
cambio en determinadas transacciones, como se desprende del hecho de que
algunos estén cortados en secciones; y tercero, que estos fenómenos revelan
un panorama sin una distinción clara ni entre fenicios e indígenas, ni costa-
interior, sino basado en alianzas entre unos y otros.
El metal no fue el único vector de empoderamiento y beneficio en esta
zona. El control del comercio del excedente agrícola deducible de la alta con-
centración de marcas y sellos en ánforas repartidas a lo largo del valle del
Vinalopó, desde Penya Negra hasta El Monastil (Elda), indica la importancia
de los derivados agropecuarios, sobre los que no nos detendremos en esta oca-
sión, dada la bibliografía existente al respecto (recogida en Vives-Ferrándiz,
cit., 129).
32 Carmen Aranegui y Jaime Vives-Ferrándiz

Prácticas híbridas en los espacios de interacción


La interacción cultural en los valles del Vinalopó y el Segura entre los siglos
viii y vii a.C. comportó una intensa coexistencia de grupos con diferentes tradi-
ciones culturales. No es casual que diversos investigadores se hayan referido a
Penya Negra y a La Fonteta como lugares donde fenicios e indígenas vivieron
juntos o, al menos, donde la cultura material denota la intensidad de su comu-
nicación recíproca (González Prats, 1983, 272; Rouillard et al., cit., 433). En
este sentido, la reciente investigación ha enfatizado la heterogeneidad social
de los asentamientos arcaicos. Los espacios domésticos revelan tradiciones

Figura 4: Cerámicas de Los Saladares que muestran distintas tradiciones tecnológicas y Know-
How en su fabricación (Vives-Ferrándiz, 2005).
Desmontando paradigmas. Fenicios y púnicos en el Oriente de Occidente33

culturales indígenas, como algunos hábitos culinarios, junto a otros modos de


hacer a la manera oriental, como algunas soluciones arquitectónicas. Algunas
cerámicas hechas a mano, ollas y cuencos, pueden relacionarse con asenta-
mientos indígenas como Saladares (Orihuela) o Penya Negra que cuentan tam-
bién con vajillas de tradición fenicia, reflejo de relaciones multidireccionales.
Una línea de análisis que ha resultado fructífera en los últimos años para
profundizar en los detalles de esta coexistencia es la identificación de fenó-
menos de hibridación o de prácticas híbridas resultado de la convivencia coti-
diana de grupos de diversos orígenes (van Dommelen, 2006, 139). Además
de atestiguar contactos estrechos, la cultura material doméstica señala que en
estos casos se crearon nuevas prácticas en el proceso de acomodación de tra-
diciones culturales ajenas, objetos nuevos y modos de hacer tradicionales, o
viceversa, objetos existentes adaptados a nuevos usos (Vives-Ferrándiz, cit.,
183-191). Por ejemplo, la cerámica de cocina y de mesa cambió en el curso
de un par de generaciones, quizás porque cambiaron los hábitos culinarios a
partir de la cohabitación. Otros ejemplos parten del potencial de estudiar la
tecnología en tanto que mediadora entre personas y cosas, porque los sistemas
técnicos están embebidos en relaciones sociales y las secuencias operacionales
(Leroi-Gourhan, 1945) son elecciones determinadas por la tradición. Y así, la
tecnología de producción cerámica a mano y a torno muestra préstamos y con-
vergencias que denotan multidireccionalidad en dichas secuencias por la parti-
cipación de personas con distintas tradiciones culturales (fig. 4). Asimismo, la
metalurgia, tan unida al empoderamiento identificado, puede ser un fructífero
campo de estudio en el futuro para observar prácticas híbridas o la relación y
adecuación entre diferentes tradiciones tecnológicas.

Violencia
Reconocer que las agencias indígenas operan activamente en el marco de las
relaciones con los fenicios, o que existen prácticas híbridas resultado del pro-
ceso de interacción entre diferentes esferas sociales, no implica en absoluto una
simetría en las relaciones sociales ni la disolución de toda relación de poder.
Al contrario, defendemos que estas situaciones de contacto deben entenderse
contextualmente, a largo plazo y teniendo en cuenta las situaciones de poder
de los grupos y las desigualdades sociales. Eso no significa, sin embargo, que
las diferencias estuvieran dictadas siempre por relaciones asimétricas entre
poblaciones locales y foráneas. En nuestro caso de estudio, las motivaciones
de la instalación fenicia fueron económicas y no pretendieron la ocupación
de la tierra o la conquista abierta, a juzgar por el pequeño número de fenicios
desplazados, el tamaño de sus asentamientos y la extensión de sus necrópo-
lis. La negociación debió ser necesaria pero también incluyó el conflicto, sin
34 Carmen Aranegui y Jaime Vives-Ferrándiz

Figura 5: Muralla de Caramoro II (a partir de González Prats, 1992 y García Borja et al.,
2010).

duda suscitado por la intensificación del comercio, sus repercusiones econó-


micas y las alianzas forjadas. Así lo dan a entender los repetidos episodios de
inestabilidad que se suceden entre el Bronce Final y el Hierro Antiguo en el
entorno del Segura y Vinalopó (Vives-Ferrándiz, cit., 230); o las murallas que
se erigieron en este espacio, que apuntan diferentes tradiciones defensivas:
desde Caramoro II (Elx), ocupado en el Bronce Final (González Prats, 1992,
243-257; García Borja et al., 2010, 37-66), hasta Cabezo Pequeño del Estaño
(Guardamar del Segura), en el siglo viii a.C. (Bueno et al., 2013, 27-75), o la
muralla de la propia Fonteta, en el tránsito del siglo vii al vi a.C. (fig. 5).
Desmontando paradigmas. Fenicios y púnicos en el Oriente de Occidente35

La violencia es una consecuencia indudable de los efectos del contacto y


es en sí misma otro factor de empoderamiento. El contacto no siempre implica
coerción pero es posible que canalice tensiones existentes, de modo que hay
que tener en cuenta el grado de violencia de las comunidades locales cuando
inician su complejidad social, antes de la llegada fenicia, algo que no ha sido
tradicionalmente valorado por la investigación. Los episodios de destrucción
y amurallamiento de algunos asentamientos como Caramoro II, o la fundación
de otros como Penya Negra, el Bosch o Saladares, podrían indicar que desde
el Bronce Final rivalizaban entre sí. En todo caso, a largo plazo se observa
que el contacto reiterado implicó la construcción de nuevas identidades con
una ideología basada en las armas y en la figura del guerrero. En las pequeñas
necrópolis que surgen a partir del siglo vi a.C. hay algunas tumbas con armas
de hierro –lanzas– y con frecuencia tienen ostentosas importaciones, como se
ve en Les Casetes (La Vila Joiosa) (García Gandía, 2009), que son algunos de
los marcadores arqueológicos de un cambio social. Es este el momento en que
la tradición historiográfica ha identificado el surgimiento de lo ibérico, que nos
ocupa en el siguiente apartado.

A partir del final del siglo vi a.C.


El enigmático festín representado en uno de los relieves de Pozo Moro (Olmos,
1996, 99-114) no se celebra con vasijas del repertorio oriental, sino, en todo
caso, utilizando cuencos, metálicos o modelados a mano, que podrían ser de
tradición peninsular. Se ha destacado el trasfondo fenicio de este cuadro, con
paralelos en Karatepé (Siria) (López Pardo, 2009, 31-68), pero, sin duda, el
monumento combina algo externo (y extemporáneo) y algo interno que lo hace
viable en el lugar donde se encuentra. Este es el juego de las culturas en con-
tacto (Bhabha, 1994, 122) y en ello reside la dificultad de calificarlas a partir
de sus restos arqueológicos.
Priorizando la cronología, en el Oriente de Occidente visto desde el sur del
litoral valenciano, los yacimientos del 530 a.C. en adelante se han etiquetado
como ibéricos. Queda lejos el debate de buena parte del siglo xx, previo al
descubrimiento de establecimientos fenicios permanentes, que cifraba a priori
la singularidad alicantina en la huella púnica atribuida a su pasado, como se
recordó y rectificó en el VI CEFYP (Olcina et al., 2010, 229-249; Sala, 2010,
933-950). Tampoco resuelve la cuestión el cómodo recurso al orientalizante,
utilizado para designar hechos imprecisos y diversos. Ahora trataremos de
cuestionar el calificativo ibero para casos como El Oral (Sant Fulgenci) (Sala,
2001, 188; Abad et al., 2011-2012, 16-18) (fig. 6) desde una posición no cate-
górica. Dado el vínculo con La Fonteta, El Oral sería el primer enclave púnico
del Baix Segura. En primer lugar, porque las aglomeraciones derivadas de una
36 Carmen Aranegui y Jaime Vives-Ferrándiz

implantación fenicia son consideradas púnicas3 por la investigación en el resto


de la cuenca occidental (Prag, 2006, 1-30). Y, en segundo lugar, porque lo con-
testano antiguo presenta tanto la huella de las tradiciones locales del Bronce
Final y Hierro Antiguo (Grau y Segura, 2013) como reelaboraciones técnicas
(simplificación de talleres metalúrgicos, lagares, etc.) y estéticas (decoración
de la cerámica a torno más variada, tumbas monumentales…) al servicio de
una nueva afirmación social que pretende marcar distancias respecto a lo colo-
nial, aunque a veces se sirva de ello. Pese a su escasa extensión (1000 m2),
El Oral presenta un urbanismo bien trazado y construido, con viviendas de
múltiples habitaciones, algunas con patio y hogar central. También denota un
tráfico de mercancías mediterráneas inusual en los poblados locales coetáneos
incluso de mayores dimensiones, como L’Alcúdia d’Elx-Ilici, todo lo cual no
evitó su abandono al cabo de un par de generaciones, cuando Ilici y La Escuera
(Sant Fulgenci) organizaron de otro modo la gestión de los intercambios y del
territorio, culminando el paso desde el enriquecimiento hasta el poder político
contestano en el Baix Vinalopó y Baix Segura. A partir del 500 a.C. el oppi-
dum, como institución superior frente a un grupo de comerciantes, se convierte
en el interlocutor del tráfico mediterráneo y es así como surge el complejo
Ilici (5 Ha, contestanos) – La Escuera (2,5 Ha, púnicos), un ejemplo de cómo
el control contestano se amplía hacia el litoral del, no sin razón, denominado
después Ilicitanus sinus (Plin. Nat. III, 3, 19; Mela II, 93; Ptol. II, 6, 14).
En la primera mitad del s. v a.C. debieron producirse ajustes similares al
descrito en La Vila Joiosa (García León y Espinosa, 2005; García Gandía,
2009) y entre Teulada, Dénia y Xàbia (Castelló y Costa, 1992, 7-19; Castelló
et al., 2000, 121-136; Bolufer y Vives-Ferrándiz, 2003, 69-86; Ahuir, 2012,
116-119), donde se dan hechos equiparables, en un clima de inestabilidad que
ocasiona el abandono de ciertos lugares, desde Benimaquia, primero, hasta
el Oral, poco después, a favor de la aparición de otros enclaves (Grau, 2004,
61-75) y que, en un primer momento, genera a veces edificios dispersos, como
los de Asp (edificio singular, torre, etc.), estratégicamente situados (García
Gandía y Moratalla, 1998-1999, 163-182), tal vez ocupados por facciones a la
espera de integrarse en alguno de los oppida emergentes.
Estabilizados estos, los signos ibéricos de empoderamiento se hacen
públicos (Earle, 1997) en las necrópolis de incineración, que marcan el paisaje
al sur del Xúquer con imágenes características cuyo exponente máximo son
las representaciones humanas complejas (Aranegui, 2015, 23-38.). Entre los

3. En este texto ‘púnicos’ no es sinónimo de ‘cartagineses’. Designa un etnónimo al que recurri-
mos los investigadores para referirnos a las aglomeraciones y objetos con un pasado fenicio,
tras la caída de Tiro (538 a.C.), adaptado a diferentes contextos, que afecta a una sociedad sin
un proyecto estatal, que solo puntualmente colaboró con Cartago, que sí que lo tuvo.
Desmontando paradigmas. Fenicios y púnicos en el Oriente de Occidente37

Figura 6: Planta de El Oral (Abad et al., 2003).

indicadores esculpidos hay algún betilo esteliforme con un tema iconográfico


inciso, como el guerrero de la necrópolis de Altea la Vella (Martínez, 2005,
281-295) (fig. 7), así como, años después, la divinidad del manto de plumas
asociada a la esfinge del Parc d’Elx (Marín, 1987, 43-79; Chapa, Belén, 2011:
151-174), o, a pequeña escala, el nefesh grafitado en el pilar-estela del Arenero
del Vinalopó (Monfort) (Prados, 2002-2003, 203-226), síntesis excepcionales
de tradiciones en contacto, aunque la necrópolis monumental está reservada a
la iniciativa del oppidum hegemónico ibérico.
Este es el resultado de la actuación compartida de contestanos y mastienos
con púnicos de las antiguas colonias de la zona, del Estrecho y, en particular,
de Ibiza. En el litoral ibérico suroriental, abandonada la primera ciudadela
del Oral en el siglo v a.C., los púnicos cuentan con bases portuarias provistas
de instalaciones para la transformación de materias primas y almacenaje de
mercancías, así como con capillas para el cumplimiento de sus deberes religio-
sos, bien del tipo de La Escuera o como La Illeta dels Banyets (El Campello)
(Sala, 2005, 21-39; Olcina et al., 2009); desde estas bases distribuyen entre los
contestanos importaciones indistintamente áticas (vajilla) y púnicas (ánforas,
cerámica común, abalorios). A otro nivel, tal vez para ocupaciones estaciona-
les, se constituyen los barrios artesanales extramuros, como el excavado en el
Tossal de les Basses (Alacant) (Rosser y Fuentes, 2007; Rosser et al., 2008,
13-36). Unos y otros imprimen un aspecto empórico púnico a la costa situada
al sur del cabo de la Nau.
38 Carmen Aranegui y Jaime Vives-Ferrándiz

Figura 7: Estela de Altea la Vella (Morote, 1981).

Hacia el s. iv a.C.
En dicho contexto, como un tótem compartido por diversas jefaturas (con-
testanas, mastienas, bastetanas…), el toro se proyecta con valor étnico hacia
la línea de la costa4, a veces sobre un pilar-estela, desde Benidorm hasta Los
Nietos (Cartagena), pasando por La Vila Joiosa/Alonis, L’Albufereta (Alacant)
y El Tossal de les Basses, Vizcarra, La Escuera, El Parc d’Elx (fig. 8), El Molar
(Sant Fulgenci), Guardamar del Segura y Cabezo Lucero (Guardamar del

4. En las cabezas conservadas de La Vila Joiosa, El Tossal de les Basses y del Parc d’Elx se
observa un dato artesanal característico de la zona: se repiten orificios tallados no solo para
insertar los cuernos sino también las orejas de los toros, en ejemplares que difieren, sin
embargo, en otros de sus rasgos estéticos, por lo que no son atribuibles a una misma oficina.
Desmontando paradigmas. Fenicios y púnicos en el Oriente de Occidente39

Figura 8: Cabeza de toro del Parc d’Elx (foto: Museu de L’Alcúdia d’Elx).

Segura), dando visibilidad a la red ibérica partícipe en las transacciones marí-


timas (Aranegui, 2010, 689-704; Aranegui, 2012a, 107-117), erigiéndose en
espacios no solo ibéricos sobre los que imprime su huella, ya que, relativizando
el sentido de los términos, La Escuera mantiene su facies púnica mientras que
Alonis es entonces un enclave griego. En efecto, es ahora cuando se introducen
los topónimos de Hemeroskopeion (Str. III, 4, 6) (Dénia) y Alonis (Mela II, 6,
96; Ptol. Geog. II, 6, 14; An. Rav. 304, 16) (La Vila Joiosa) (Espinosa, 2006,
223-248), cuando se afianza la circulación de la moneda (Ripollès, 2011, 213-
226) y la escritura ibérica se prodiga en la Contestania (Velaza, 2006, 273-280).
En el curso del siglo iv a.C. se produce, según este análisis, un conflicto de
intereses que, desde la información arqueológica e histórica, podría entenderse
como la reacción de Marsella (Str. IV, 1, 9) ante el incremento del tráfico púnico
en el litoral ibérico, tal vez acompañada por un cambio de la actitud mediadora
de Ibussim5. Esto sucede cuando el tratado de Mastia (348 a.C.) (Pol. III, 24,
2-4) reservaba el litoral contestano a la navegación griega y alrededor del 325
a.C., cuando tuvo lugar la expedición de Piteas al Océano (Bianchetti, 1998).
El conflicto afectó a los iberos y a su estrategia territorial, sin que la destrucción

5. Está demostrado que Ibiza interactuó con Emporion, con Cartago y con el área ibérica, a la
que expidió cerámicas áticas de figuras rojas y de barniz negro, junto a las ánforas y morteros
púnico-ebusitanos, al menos hasta mediados del siglo iv a.C. Las terracotas del sureste ibérico
fechadas a partir del siglo iii a.C. son susceptibles de mostrar algo más que un intercambio
comercial.
40 Carmen Aranegui y Jaime Vives-Ferrándiz

de algunos oppida, especialmente virulenta en la Contestania (Tarradell, 1961,


3-20), y la ocultación de tesoros, como el de La Lluca (Xàbia), fueran ajenas a
su enfrentamiento interno con los partidarios de otra alianza exterior. En esta
situación aparece el fortín (epiteichisma) de La Picola (Santa Pola) (Ruiz de
Arbulo, 2002-2003, 161-202; Aranegui, 2012b, 424-425), operativo durante
menos de un siglo (Badie et al., 2000).
La aproximación a la cultura púnica trasciende, sin embargo, cuando los
contestanos representan la imagen femenina en forma de busto, aunque con ico-
nografías y atributos muy diferentes a los púnicos. Las placas-busto ebusitanas
(Olmos, 2007, 375-378) (fig. 9) son susceptibles de explicar las damas-busto,
así como su deposición en el interior de las tumbas, como correspondería a la
Dama d’Elx a juzgar por su estado de conservación (Aranegui, 2013, 11-22);
del mismo modo, la proliferación de joyas en algunas figuritas del Puig des
Molins (Eivissa) podría deberse a la influencia ibérica.
A partir de finales del siglo iv a.C. el predominio del flujo púnico, sobre
todo ebusitano, se percibe también a través de testimonios iconográficos
en terracota6, con temas muy distintos a los de la escultura ibérica, a la que
acaban, en alguna medida, sustituyendo. La coroplastia irrumpe, entre otros
casos, en El Cabecico del Tesoro (Verdolay) (García Cano y Page, 2004) y,
muy especialmente, en L’Albufereta, sobre todo en ajuares púnicos datados del
siglo iii a.C. en adelante (Verdú, 2005). En efecto, necrópolis próximas al mar,
como la citada, que se iniciaron con características ibéricas alojan después
enterramientos no solo con algún objeto púnico, que podría ser una muestra
de prestigio o un caso puntual (punto 21-22 de Cabezo Lucero, Guardamar
del Segura, con monedas de Ibusim) (Verdú, 2010, 312), sino también con
timiaterios en forma de cabeza de Deméter y ungüentarios fusiformes (F-33,
F-103, etc. en L’Albufereta) (fig. 10) que refuerzan su adscripción púnico-
helenística, ocasionalmente matizada por alguna pieza de armamento ibérica.
Esta necrópolis puede verse como un espacio funerario utilizado por gente con
tradiciones culturales diversas, púnicas e ibéricas (Aranegui y Vives-Ferrándiz,
2014, 240-253).

6. A pesar de que el soporte no es comparable al de la escultura ibera en gran formato, el uso


de la imagen de terracota en la Contestania y entre los mastienos no debe confundirse con
las pequeñas representaciones de hueso o fayenza, etc., porque es privativo de una determi-
nada elite púnica o filo-púnica, que comparte algo más que lo meramente comercial, siendo
decisiva en apoyo de lo dicho la imitación de pebeteros y la escultura de barro adaptada al
sector ibérico partícipe en las redes comerciales, como el de La Serreta (Alcoi, Cocentaina,
Penàguila). Tales imágenes no llegan, por ejemplo, a casi ninguna cueva-santuario de ámbito
rural.
Desmontando paradigmas. Fenicios y púnicos en el Oriente de Occidente41

Figura 9: Busto-placa ibicenco hallado en El Tossal de la Cala, Benidorm (MARQ).

El otro gran contexto de las terracotas es el votivo, como se ve en La


Escuera, con los pebeteros en forma de cabeza femenina como tipo predo-
minante, en parte producidos en la Contestania, con desigual calidad (Abad,
2010, 122-133; Horn, 2011). Cuando las terracotas se contextualizan en un
santuario ibérico adoptan no solo características técnicas y estéticas menos
depuradas sino también una iconología centrada en la auto-representación del
oferente, según se aprecia en La Serreta (Alcoi, Cocentaina, Penàguila) (Grau,
2011, 150-159) y en la fase antigua de La Encarnación (Caravaca de la Cruz)
(Ruano y San Nicolás, 1990, 101-107). Ello difiere de la reiteración de una
estatuilla de una divinidad, habitual en las ofrendas púnicas o griegas, consta-
tada en depósitos votivos (favissae) de la zona en estudio (García Cano et al.,
1997, 239-256; Abad, cit.) así como de otras del litoral ibérico (en Benidorm,
La Malladeta, Guardamar…).
El santuario contestano, mastieno y de la Bastetania oriental con exvotos
figurativos, no asociado a la casa ni a una cueva, aparece ahora por influencia
principalmente púnica7. Cuando la necrópolis monumental entra en crisis al
final del siglo iv a.C., el santuario toma el relevo como espacio de cohesión
social y ritualidad. Aunque, como las necrópolis monumentales, los santuarios

7. Esta influencia fue asimismo señalada para la Edetania (Bonet, 1995, 175-186), donde su
incidencia es menor. Se ha tratado también de las implicaciones religiosas de este fenómeno
(Costa y Fernández 2000), si bien mantenemos que se imita más el ritual (lo formal) que los
contenidos ideológicos (las creencias).
42 Carmen Aranegui y Jaime Vives-Ferrándiz

Figura 10: Ajuares funerarios de las tumbas F-33, F-103 y F-114 de L’Albufereta (Verdú,
2005).

tienen connotaciones sociales y de límite territorial (Rueda, 2011), son lugares


de paso y tránsito viario de mayor alcance geográfico que aquellas, de modo
que algún santuario ibérico se podría llamar federal por superar la vinculación
a un solo oppidum (por ejemplo, La Encarnación, Caravaca; El Cerro de los
Santos, Montealegre del Castillo). Otros de los nuevos lugares sacros están
ligados a la navegación y responden, básicamente, a la iniciativa de los nave-
gantes (Prados, 2004, 173-180), como, supuestamente, La Penya de l’Àguila
(Dénia) (Aranegui, 2012b, 419-429) y, con seguridad, La Malladeta (La Vila
Joiosa) (Rouillard et al., 2014), El Tossal de la Cala (Benidorm), el llamado
templo B de Campello, el de La Escuera y El Castillo de Guardamar. En oppida
más alejados de la costa, como El Cigarralejo (Mula), El Cabecico del Tesoro,
Coimbra del Barranco Ancho (Jumilla) o La Serreta (Alcoi, Cocentaina,
Penàguila) (Grau, 2010, 101-122), es característico de esta época y región con-
tar tanto con las necrópolis (que, sin monumentos esculpidos, llegan al siglo iii
a.C. y más) como con el santuario del oppidum, más activo hacia dicha fecha.
En estos casos se puede apreciar cómo el objeto votivo típico, distinto icono-
gráficamente en cada caso, refleja una influencia púnica creciente durante el
siglo iii, lo que, por sus significación, trasciende el mero contacto de distribu-
ción de mercancías (Sala, 2001-2002, 283-300; Aranegui, 2012a, 147-167).
Este es el prólogo que evidencia la especial implicación de la Contestania
meridional en la estrategia de Asdrúbal Barca (Liv. XXIII, 2, 6), con su mejor
ejemplo en la transformación del Tossal de Manises (Alacant) en una plaza
militar fortificada (Olcina et al., 2010).
Desmontando paradigmas. Fenicios y púnicos en el Oriente de Occidente43

Púnicos y contestanos: el territorio como vector de empoderamiento


Entre el último tercio del siglo vi y el final del iii a.C. las aglomeraciones
púnicas del litoral contestano y mastieno asisten al desarrollo político de las
poblaciones locales, representado en el oppidum ibérico. Esto limita su función
sobre el territorio a las operaciones comerciales relacionadas con el transporte
marítimo, de modo que su categoría como colonias decae y su colaboración
con los iberos necesariamente aumenta. Se ignoran los topónimos históricos de
estos enclaves púnicos. Cuando los textos clásicos hablan de Hemeroskopeion
y, con menos precisión, de Alonis, indican que se trata de establecimientos
masalietas pequeños, con salida al mar y con un santuario, lo que parece ser
común a los enclaves púnicos. Estos, sin embargo, tienen a su favor, por una
parte, una tradición secular de contactos, bien estudiada en el Baix Segura y
Baix Vinalopó, que debió redundar en una mayor grado de hibridación, y, por
otra, una cultura distinta de la clásica en el desarrollo de consorcios mercan-
tiles y de su administración (Fernández Uriel et al., 2000; van Dommelen y
Gómez Bellard, 2008) que debió facilitar su adecuación a las distintas situa-
ciones socio-políticas de la cuenca occidental (Dietler y López Ruiz, 2009) así
como su cohabitación con los iberos de esta zona. El empoderamiento ibérico
se muestra en la monumentalidad de las necrópolis, en la aparición de signos
identitarios en la línea de costa, ambos con valor de hito territorial del oppi-
dum, y en la asimilación del santuario como sistema de control del tránsito
entre territorios por parte de los iberos, cuando los caminos, además de los ríos,
desempeñan un papel importante en el tráfico comercial, con el consiguiente
aumento de valor de los équidos.
El estado de la cuestión lleva, en consecuencia, a considerar que hay
establecimientos permanentes púnicos en el Oriente de Occidente, habita-
dos por navegantes y artesanos mayormente occidentales (supuestamente),
estrechamente familiarizados con los contestanos y mastienos en lo relativo a
muchas prácticas diarias, pero con los que, sin embargo, no funden su mundo
simbólico, aunque sí que comparten no solo bienes materiales sino también
estructuras culturales: necrópolis y santuarios. De las acciones concretas de
grupos en contacto resultan una cultura púnica y otra ibérica, ambas versátiles,
cuya complejidad reconocemos en sus expresiones materiales. A lo largo del
periodo tratado en este trabajo se dieron distintos grados de interacción con los
factores externos, que, como en todo cruce de caminos, dieron lugar a una rica
personalidad cultural, con un marcado sello púnico en la cultura contestano-
mastiena del Ibérico Tardío. Tan marcado que, después de las guerrras púnicas,
cuando Ilici colabora con Carthago Nova (Cartagena), sus habitantes muestran
su identidad a través de cerámicas pintadas y de terracotas que sugieren por sus
temas la interiorización de una tradición púnica que conviene a su momento
44 Carmen Aranegui y Jaime Vives-Ferrándiz

político (Hobsbawm y Ranger, 2002). Por ello queremos acabar recordando la


conveniencia de leer los fenómenos históricos desde la óptica local, sin caer
ni en la anécdota, ni en el extremo reduccionismo, pues ese fue el marco en el
que la gente construyó su propia historia, indisociable de su tiempo, aunque un
sector de la investigación lo ponga en duda.
«… una universalización del mundo […] reduce las dinámicas locales a sim-
ples variaciones sobre un mismo tema: cada país solo se define por su grado
de conformidad con una abstracción conceptual, de manera que su propia
historia jamás existe, salvo como nota a pie de página en el gran relato de la
experiencia europea»
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LAS DEFENSAS Y LA TRAMA URBANA DEL
CABEZO DEL ESTAÑO DE GUARDAMAR. UN
ENCUENTRO FORTIFICADO ENTRE FENICIOS
Y NATIVOS EN LA DESEMBOCADURA DEL RÍO
SEGURA (ALICANTE)

Antonio García Menárguez


Museo Arqueológico de Guardamar

Fernando Prados Martínez


Universidad de Alicante

Un paisaje de encuentros
Partiendo de los últimos trabajos arqueológicos que se vienen desarrollando
desde 2013 en el enclave fenicio del Cabezo Pequeño del Estaño (CPE) por
el equipo del Museo Arqueológico de Guardamar y del Instituto Universitario
de Investigación en Arqueología y Patrimonio Histórico de la Universidad de
Alicante, en este texto presentamos un estado de la cuestión que recoge las
novedades más interesantes y las propuestas interpretativas más recientes sobre
el papel que este yacimiento fortificado desempeñó en la desembocadura del
río Segura a lo largo de todo el siglo viii a.C. La organización de una defensa
activa, siguiendo un patrón constructivo y metrológico oriental, completa-
mente inédito en la región hasta ese momento, y la puesta en funcionamiento
de una trama urbana claramente planificada, con espacios comunes, viviendas
y áreas de almacenaje separadas, forman parte de alguna de las novedades que
la investigación arqueológica nos está ofreciendo de este importante asenta-
miento. Como se observa, para nuestro título hemos tomado en consideración
el concepto «encuentro» que desarrolló nuestro colega J. Vives-Ferrándiz en su
obra para explicar, desde la antropología social, la relación comercial y cultu-
ral acaecida entre fenicios e indígenas en el área valenciana (Vives-Ferrándiz
52 Antonio García Menárguez y Fernando Prados Martínez

Fig.1. El CPE en el sur de la Comunidad Valenciana (España), en la comarca del Bajo Segura
(Alicante).

2005). Estos «encuentros» subrayan que las formas de contacto y los resultados
de estos serán muy diversos, por ello, veamos qué información aporta el CPE
en este sentido y porqué hemos caracterizado de «fortificado» este encuentro.
El yacimiento fenicio se ubica en la desembocadura del río Segura, a 2
km de la costa actual ocupando una meseta elevada unos 25 m por encima
del nivel del mar en su punto más alto, y una superficie aproximada de 1 Ha.
Este enclave se ha sumado en los últimos tiempos, pensamos que por derecho
propio, al debate científico sobre la presencia fenicia arcaica en la península
ibérica (García y Prados 2014). Su naturaleza constructiva plenamente oriental
y sus potentes defensas muestran un ejemplo de implantación y de relación
compleja con el mundo indígena, aparentemente no pacífico, al menos en la
fase inicial. El yacimiento apenas había sido tenido en cuenta por su escasa
difusión y estaba eclipsado por otros poblados fenicios o ibéricos del entorno,
mucho mejor conocidos, enclavados incluso dentro del mismo término munici-
pal de Guardamar del Segura, tales como La Fonteta, el Castillo de Guardamar
o el Cabezo Lucero.
Los recientes trabajos van resolviendo incógnitas, como aquella sobre el
carácter costero del yacimiento, lo que ya estamos en disposición de asegurar
Las defensas y la trama urbana del Cabezo del Estaño de Guardamar. Un encuentro...53

gracias a los últimos sondeos efectuados. Lo que hoy es en apariencia una


meseta estrangulada por su acceso meridional, fue en realidad una península
que penetraba en una zona marismeña, de poca profundidad, pero suficiente
para ser navegada por embarcaciones de poco calado y muy propicia para la
fundación de un enclave de naturaleza comercial. Distintos trabajos que se
han aproximado a la cuestión de los patrones de asentamiento fenicios aluden
a este tipo de terrenos como los más propicios para la fundación de enclaves,
justificándose incluso en que aparentemente eran despreciados por la pobla-
ción local. Aunque no hay demasiada información como para poder demostrar
empíricamente este hecho, la verdad es que si atendemos a la ubicación de los
principales yacimientos nativos de la zona costera alicantina durante las etapas
finales del Bronce Final, estos aparecen en la ladera y en el borde las sierras,
a una prudencial distancia de la línea de costa, controlando los pasos hacia el
interior en las divisorias de aguas y bordeando las áreas de marjal y los terrenos
inundables. Se trata, además, de una constante que se repite en otras zonas
como la costa granadino-malagueña o el área del estrecho de Gibraltar.
Es bien sabido que en la actualidad solo se conserva en pie una cuarta parte
(García y Prados 2014, 118) debido a que la construcción de una cantera para
la extracción de áridos lo arrasó casi por completo. La excavación de urgencia
realizada inicialmente entre 1989 y 1993, y la publicación de algunos avances
(García, 1994) provocó una sucesión de interpretaciones sobre el carácter del
yacimiento, siendo identificado sucesivamente como un poblado fortificado de

Fig. 2. Yacimientos indígenas y fenicios en el área del Bajo Segura (Alicante).


54 Antonio García Menárguez y Fernando Prados Martínez

Fig. 3. Vista aérea del CPE desde el sur. Al norte, la zona destruida por la cantera.

la Edad del Bronce o como un pequeño fortín fenicio de poco más de 300 m2 de
superficie (por ejemplo Moret, 1996; Prados y Blánquez, 2006). Los actuales
trabajos y la restitución teórica de la superficie total del poblado gracias a la
cartografía antigua y, sobre todo, gracias a la fotointerpretación efectuada a
partir de tomas anteriores a su destrucción (García y Prados 2014, 120 y fig.
4), han modificado estas lecturas.

Un enclave de carácter colonial


El yacimiento se sitúa al oeste del casco urbano de Guardamar, sobre la mar-
gen derecha del río Segura, a unos 2 kilómetros de su actual desembocadura
en el mar Mediterráneo. Ocupa una loma alargada, a modo de espolón, en el
reborde septentrional de los montes del Pallaret y Los Estaños (topónimo que
deriva del catalán «estany» o laguna y que denota su carácter inundable). El
CPE presenta una configuración de laderas suaves, sobre todo por la parte
que lo unen con tierra firme, menos por la vertiente oriental, mucho más pro-
nunciada sobre el área de Los Estaños. Esta morfología provocó la erección
de una potente defensa en tres de sus lados, a excepción de en su cara norte,
donde se pudo aprovechar la topografía como defensa natural. Los estudios
paleogeográficos que se han realizado en el tramo final del Segura (Barrier y
Montenat, 2008, 7) así como los que se están realizando actualmente (Ferrer,
2010: 32) coinciden en señalar que el CPE era un yacimiento costero ubicado
en el borde interior de un estuario abierto al mar y, por tanto, navegable, donde
Las defensas y la trama urbana del Cabezo del Estaño de Guardamar. Un encuentro...55

era factible el fondeo y donde recalaron embarcaciones de poco calado, como


las que describe Avieno (Ora Marítima, 459-460).
Los estudios arqueozoológicos y arqueobiológicos efectuados confirman
la variedad de ecosistemas que lo envolvían (Moreno, 1996). Junto al aprove-
chamiento forestal y de los recursos del humedal, la óptima situación del CPE
junto al valle aluvial permitió la explotación de los recursos agropecuarios.
Dada la situación del yacimiento se puede inferir la importante función estraté-
gica que debió alcanzar, ya que se emplaza en la zona de tránsito entre el flanco
montañoso y la costa. Las semillas localizadas mediante flotación de alguno
de los estratos más antiguos demuestran la explotación del cereal del entorno y
su manufactura en el interior del poblado, bajo el abrigo de las fortificaciones.
Desde el CPE se visualiza un amplio territorio, solamente limitado por el sec-
tor montañoso que se abre al sur, sureste y suroeste. Sin embargo, por la parte
oriental se controla visualmente el Castillo de Guardamar, donde las excava-
ciones realizadas en la década de los 90 atestiguaron la existencia de una fase
de ocupación de época fenicia con materiales a mano y a torno fechados en los
siglos viii-vii a.C. (García, 1995 y 2010). Siguiendo en dirección a la desem-
bocadura actual del río, el control visual también incluyó el asentamiento de la
Fonteta, hoy limitado por las dunas repobladas de pinos a principios del siglo
xx y por los bloques de edificios construidos a principios del siglo xxi.
En el CPE se observan unos modelos arquitectónicos distintivos caracte-
rizados, principalmente, por la ejecución de planes preconcebidos, modulados
y tremendamente funcionales, tanto para las estructuras habitacionales como
para la red viaria o las defensas. Son modelos típicos de lo que debió ser un
primer intento de establecer una pequeña factoría comercial. La planificación,
examinada y gestionada sin duda por una autoridad exógena, dio especial
importancia a los espacios de circulación, sobre todo a aquellos necesaria-
mente comunales que discurrían en torno a la muralla y que daban acceso a
las torres y a las casamatas. Las estructuras habitacionales excavadas hasta el
momento presentan, por su parte, unas características tecnológicas y tipológi-
cas similares a las que se conocen en otros ambientes fenicios del Mediterráneo
occidental (plantas tripartitas, hogares, bancos corridos, etc.).
Lo que este desarrollo urbano y la arquitectura demuestran es que un grupo
«extraño» culturalmente hablando, se estableció en una zona no habitada por
los nativos, al menos durante el Bronce Final, como era este marjal que fue
minuciosamente arquitectonizado siguiendo patrones orientales. Estas actua-
ciones organizadas de este nuevo grupo modificaron el paisaje cultural y trans-
formaron el espacio, en lo que pudo suponer un primer estadio de coexistencia
previo al posterior mestizaje. Como se observa en centros indígenas vecinos
como, por ejemplo, Saladares o Peña Negra (Arteaga y Serna 1975; González
2010) esta actuación implicó cambios demográficos, ambientales, económicos,
56 Antonio García Menárguez y Fernando Prados Martínez

culturales y, necesariamente, conductuales, lo que podría explicar que, como


se ha defendido, elites autóctonas se enterrasen en urnas fenicias en la fase
II de la necrópolis de Les Moreres (González 2002, 108) subrayando desde
intercambios de bienes de prestigio hasta procesos de emulación o mimesis.
Sobre estas cuestiones, que consideramos de enorme relevancia, volveremos
más adelante.
El caso es que este establecimiento costero fundado a tenor de las data-
ciones de radiocarbono en la primera mitad del siglo viii a.C. y lo que de él se
infiere, sentó las bases de un posterior proceso económico, político y social
ya a principios del vii a.C., en el que la presencia fenicia se mezcló con las
comunidades indígenas que residían un paso al interior, en las elevaciones que
enmarcan los valles de los ríos Segura y Vinalopó y que, por lo que se observa
en el registro, ya eran socialmente heterogéneas. Esta hibridación generó una
nueva identidad, mestiza, quizás aquella propia de un nuevo centro de carácter
urbano y mayor tamaño escondido hoy bajo las dunas de Guardamar y que
conocemos con el nombre de La Fonteta.

La fortificación del cpe como reflejo de una identidad alóctona


Para organizar las defensas de los enclaves coloniales fue necesaria una parti-
cipación social muy coordinada que solo pudo partir de una estructura política
y económica muy fuerte y desarrollada, capaz de canalizar los esfuerzos de
la comunidad en la ejecución de unas obras de carácter colectivo en las que,
necesariamente y por razones demográficas, se debió emplear una mano de
obra local. De entre todas las realizaciones defensivas hemos de destacar las
murallas por encima del resto, tanto por su complejidad desde el punto de vista
técnico y arquitectónico, como por su coste económico o por sus valores ideo-
lógicos y sociales. Las murallas fueron reflejo y proyección de la personalidad
colectiva y tuvieron un carácter emblemático, por lo que significan desde el
punto de vista de la ideología y de las mentalidades (Berrocal-Rangel 2004),
sin perder jamás su función eminentemente militar (Moret 2001, 137).
En el caso del CPE se observan unas constantes que sabemos habituales
en muchas de las fortificaciones fenicias: funcionalidad, inmediatez y aprove-
chamiento sistemático de los materiales de construcción propios de la zona.
Estas constantes van a determinar el tipo de construcción y seguramente la
poca estabilidad de la misma, por razones que veremos más adelante. La for-
tificación cubrió la demanda de protección de los bienes de prestigio y de las
materias primas, así como supuso también una barrera desde el punto de vista
ideológico de cara a las poblaciones indígenas. La propia estructura hueca de
las torres y de las casamatas, así como la red viaria que permitía el acceso
Las defensas y la trama urbana del Cabezo del Estaño de Guardamar. Un encuentro...57

Fig.4. Vista aérea de la excavación de 2015. En el centro la manzana de casas y en la parte


inferior la torre 2 y las casamatas 4, 5 y 6.

a todas ellas, dejan entrever la función principal de la muralla, que es la de


almacenaje de mercancías y su protección.
Desde 2013 se ha podido excavar en dos de las casamatas y estas han
ofrecido materiales fenicios a torno (varios bordes de platos de ala de bar-
niz rojo y otros de igual forma pero de una pasta gris, casi negra, que podría
ser blackware, aunque no se conocen estas formas en este tipo cerámico, más
propio de jarras y oinocoes). Estas piezas han sido recogidas en los estratos
de relleno y amortización de los espacios funcionales de la muralla, junto a
abundante material a mano que supone cerca del 80% del total. El material a
torno (ánforas, platos, pithoi y jarras) aporta importante información de carác-
ter cronológico que remite a las fases más antiguas de la colonización fenicia
en occidente. La presencia de platos de ala estrecha inspirados en los reperto-
rios de Tiro (concretamente de las fases Tiro IV, Tiro VI-V y Tiro VII-VI de
la clasificación de Bikai, 1978, 21 y 23-24) es clarificadora al respecto. Se
trata de formas típicas del Periodo III de la necrópolis de Tiro-Al-Bass que ha
sido fechado entre finales del siglo ix y principios del viii a.C. (Nuñez, 2013,
67-68).
Por su parte, el material a mano deriva de dos o tres formas muy repetitivas
de cerámica de cocina, sobre todo ollas y vasos de talón con mamelones junto
al borde muy propias de los enclaves fenicios arcaicos. El cribado del sedi-
mento procedente de las capas inferiores que relacionamos con la fundación
58 Antonio García Menárguez y Fernando Prados Martínez

Fig. 5. Selección de materiales de la fase de abandono. Colmatación de la casamata 1 y


escalera de acceso a la «ciudadela».

del establecimiento y la flotación realizada han permitido recoger carbones


y semillas que se han datado por radiocarbono a lo largo de la primera mitad
del siglo viii a.C. Los materiales que aparecen en el relleno, en cambio, se
corresponden con un segundo momento, previo a su abandono. Se trata de
cerámicas idénticas a las de la Fase I de La Fonteta o a los de la necrópolis de
Les Moreres, fechados a finales del siglo viii a.C. (González Prats 2002, 241).
Las imponentes defensas del CPE y su emplazamiento sobre un cerro que
se recorta en el horizonte del mar formaron parte de una puesta en escena de
una presencia alóctona, que presenta su sector más notorio mirando hacia el
sur, hacia el acceso desde las tierras del interior. La fortificación en la zona sur
estaba revestida y seguramente pintada, y era perfectamente simétrica en su
estructura. El análisis de los paramentos apunta a que la mano de obra que la
ejecutó debió de ser fundamentalmente autóctona, si bien los arquitectos que
dirigieron aquellas actuaciones y que diseñaron la obra fueron orientales, lo
que se explica por varios motivos: primero, porque se trata de una arquitectura
planificada previamente, modulada según patrones metrológicos orientales;
segundo, porque la factura y la calidad era inferior. Se trata de un proceso
Las defensas y la trama urbana del Cabezo del Estaño de Guardamar. Un encuentro...59

que se ha observado recientemente en otros ejemplos (Prados 2010, 268). Esta


cuestión y el origen local de la mano de obra explicarían, asimismo, que el
aspecto de la fortificación del CPE, sobre todo técnicamente, pueda relacio-
narse con ejemplos nativos tales como Caramoro II, en Elche, (González y
Ruiz 1992; González y García 1998, 15), donde se observa un muro a plomada
jalonado de taludes. Esta muralla de Caramoro II es similar a lo que se aprecia
en la primera planimetría parcial que se publicó del CPE anterior al descubri-
miento de los compartimentos y del bastión dividido (García 1994 y 1995), lo
que ha provocado a veces problemas en su lectura (Vives-Ferrándiz 2005, 184
y Fig. 98).
No encontramos, hasta el momento, otra explicación para comprender la
tipología y la morfología constructiva de las defensas del CPE, cuyos únicos
paralelos plausibles hemos de buscarlos en la costa oriental mediterránea entre
el siglo x y el ix a.C. concretamente en las defensas de los enclaves de Samaria,
Hazor, Gezer, Tell en Gev, Tell en Nasbeh, Tell Beit Mirsim, Khirbet Qeiyafa,
Tell Kabri o la propia Biblos (Albright 1933; Leriche 1992; Kempinski y Reich
1992; Cecchini 1995; Ben-Arieh 2004; Ben-Tor 1992; Garfinkel y Ganor 2007-
2008). En todos ellos, la presencia de las murallas de casamatas es una tónica
común y casi un rasgo, de por sí, que se podría definir como identitario (Mazar
1995). Recientemente en el citado Castillo de Chiclana de la Frontera (Cádiz)
se han excavado restos de una fortificación similar, con cajones de pequeño
tamaño que pudieron ser erigidas, según sus excavadores hacia el siglo viii-vii
a.C. (Bueno y Cerpa 2008, 177; Bueno, García y Prados 2014).

La estructura defensiva y la ciudadela amurallada


Las defensas del CPE presentan, al menos en su parte conservada (recordemos
que tres cuartas partes del poblado fueron destruidas por una cantera), una
estructura de unos 4 m de anchura total del tipo «casemate wall» generado a
partir de dos lienzos paralelos unidos por muros equidistantes configurando
unos cuartos rectangulares, alargados, de unas dimensiones de 1,55 x 4,70 m
(correspondientes con un patrón métrico fenicio de 3 x 9 codos canónicos de
0,52 m) con un vano de acceso directo a su interior. Esta parte conservada, a
tenor de lo que se aprecia en las fotografías aéreas del vuelo «Ruiz de Alda»
(realizada hacia 1929) y del llamado vuelo «Americano» de 1956 (fotograma
3225), cubriría todo el lado occidental del poblado, quizás antecedida de un
foso apreciable en las fotos, con una longitud total lineal de 115 m. Presenta
una sorprendente modulación y cadencia constructiva combinando grupos de
tres casamatas (que miden en conjunto 15,60 m = 30 codos), con una torre
hueca (cuyo frente mide 7,60-7,80 m = 15 codos) de forma alterna. Si tenemos
en cuenta la medida interna de cada casamata (1,55 x 4,70 = 3 x 9 codos) nos
60 Antonio García Menárguez y Fernando Prados Martínez

Fig. 6. Fotointerpretación a partir del fotograma 3225 del vuelo Ruiz de Alda (1929).

queda una muralla que asocia sistemáticamente módulos de 3 y sus múltiplos,


desde las medidas menores a la propia combinación de casamatas y torres (3 x
1). La foto del vuelo de 1929 revela la existencia de, al menos, 6 torres en total
recorriendo el lienzo occidental. Un dato importante es que las dos torres visi-
bles presentan estructura interna y la llamada T2, incluso un espacio habitable
con un banco corrido.
La primera fase muestra una estructura bien planificada. Ninguno de los
vanos de acceso a las zonas útiles de la muralla (con giro a izquierda en la zona
occidental y con giro a derecha en la oriental) aparece junto, para evitar pro-
blemas estructurales. Por eso los accesos quedan dispuestos de forma radial,
dejando entre ellos largos fragmentos de muro. El acceso acodado al interior
de las casamatas, con giro a derecha o a izquierda según el lado de la muralla,
recuerda de nuevo a los modelos orientales citados, tal y como se observa,
por ejemplo, en Qeiyafa, una de las fortificaciones de frontera del Neguev
mejor estudiadas. Igualmente, cabe señalar que todos los vanos conservados
(de acceso a las casamatas y a las torres) miden lo mismo (0,90 m) algo indica-
tivo de que fueron concebidos al mismo tiempo y de una vez. Ninguna de las
viviendas, como veremos después, se adosó a la muralla, como cabría esperar
en este tipo de defensas de la primera edad del Hierro. Toda la muralla estaba
rodeada de una calle de servicio que facilitaba la circulación de productos y el
acceso a las torres y a las casamatas. En el tramo excavado por nosotros esta
«vía de servicio» tenía una anchura superior a 2,5 m.
Las defensas y la trama urbana del Cabezo del Estaño de Guardamar. Un encuentro...61

El paralelismo con las murallas de Hazor, Beersheba, Tell Bith Mirsim,


Tell en-Nasbeh, Tell Beth-Shemesh y sobre todo con Qeiyafa, es sorprendente
(Mc Cown 1947, 189; Yadin 1972, 110; Garfinkel y Ganor 2007). Con este
último enclave, que ya citábamos anteriormente, comparte incluso dimensio-
nes, como la longitud de las casamatas, que también es de 4,70 m, equivalente
a 9 codos (Garfinkel y Ganor 2007, 4). La cuestión es plantearse si ambos
poblados compartieron función, ya que para el caso de Qeiyafa sus excavado-
res la relacionan con una pauta fenicia de crear establecimientos fortificados
para albergar colonos en una peligrosa área de frontera situada entre Canáan,
la región filistea y el oeste del reino de Judá. Quién sabe si en esa línea hemos
de interpretar también la fundación guardamarenca.
Solamente la segunda fase que se detecta, que como hemos dicho se adosa
a los muros de la primera y ciega alguno de los vanos, amortizando la calle,
perturbará la visión del modelo original. A pesar de estas amortizaciones el
poblado siguió ocupado, aunque padeció una clara fase de retroceso. Otro
elemento interesante es que todos los muros de la primera fase presentan
unos aparejos cuidados, con pequeñas lajas de piedra trabadas con barro gris
tomado del estuario. Además, aparecen sin cimentar sobre la roca, pero con
una pequeña capa de tierra de color amarillo justo por debajo, que no nos
atrevemos a interpretar como parte de un «ritual fundacional», aunque por su
finura tampoco parece ser estructural o funcional.
En su tramo norte, la parte conservada de la muralla presenta de nuevo una
anchura total de unos 4 m. El nexo de unión entre este tramo y el anterior se
produce a través de un bastión (T-2) cuyo arranque se salvó milagrosamente de

Fig. 7. Vista de la «ciudadela». En primer término las casamatas 1, 2 y 3.


62 Antonio García Menárguez y Fernando Prados Martínez

Fig. 8. Planta del área de la llamada «ciudadela» del CPE.

la zanja practicada por la pala excavadora de la cantera. Este bastión, de simi-


lares técnicas constructivas que el bastión del lienzo meridional (T-1), presenta
una longitud frontal de unos 7,70 m (unos 15 codos) y su interior hueco con un
espacio habitable, dotado de un banco corrido de adobes, los muros revestidos
de un mortero de barro y un hogar realizado mediante una placa de terracota
quemada, en cuyo entorno el registro arqueológico evidenciaba actividades
domesticas de producción y consumo de alimentos.
De la muralla oriental, que arranca en sentido oblicuo hacia el norte desde
el frente sur, solamente se ha excavado el paramento de las tres primeras casa-
matas por su cara interna, con una longitud aproximada de 12 metros. Durante
la excavación se documentó un vano de acceso a otra casamata cegado por el
derrumbe y parcialmente cubierto por un talud de la segunda fase. Este tramo
se levantó a plomo, sin refuerzo o contrafuerte de apoyo. Su construcción
se realizó con aparejo de mampostería irregular de lajas de piedra careada,
dispuestas regularmente en hiladas horizontales, trabadas con el citado barro
gris. La excavación realizada en el frente norte confirmó la existencia de un
potente muro que cerraba la compleja estructura defensiva, configurando en la
segunda fase una zona acotada. Este muro de la segunda fase, de unos 10 m de
longitud y una anchura de entre 1-1,10 m, debió actuar como un tirante a partir
Las defensas y la trama urbana del Cabezo del Estaño de Guardamar. Un encuentro...63

de su adosamiento a los lienzos occidental y oriental (García y Prados 2014).


Se levantó sobre la roca y como en el resto de estructuras de la segunda fase
no se constata el «nivel fundacional» de tierra amarilla que se observa en las
construcciones de la primera fase.
El tamaño y la monumentalidad de esta enorme defensa acarrearon no
pocos problemas estructurales, a tenor de lo que hemos observado en la lec-
tura paramental. De hecho, como se observa en la planta y en las imágenes,
la obra original debió ser reforzada en la citada segunda fase con taludes y
contrafuertes, y con la construcción del mencionado muro-tirante que unió los
dos lienzos de casamatas para tratar de paliar los empujes que esta estructura
ocasionaba en sentido sur-norte. Este muro, adosado a las murallas por el inte-
rior, amortiza, incluso, el vano de acceso a una de las casamatas y configura el
cierre de la ciudadela que había sido confundida con un fortín.
Con la erección de este contrafuerte en la segunda fase se generó un espa-
cio intramuros cerrado. Para acceder al espacio intramuros y, probablemente,
a la planta superior de la muralla, se adosó al exterior una escalera de mam-
postería, de unos 90 cm de altura. A la escalera se le adosa un pavimento que
presenta fragmentos de una urna de tipo Cruz del Negro que aporta una fecha
ante quem a la construcción y al uso del muro y la escalera de 700-685 a.C.
Estas actuaciones se corresponden, pues, con la última ocupación del poblado
fenicio. Con la reciente excavación se ha podido comprobar que todo este
amplio espacio intramuros, que se genera a partir de los paramentos internos
de la muralla meridional, occidental, oriental y el muro de cierre septentrional,
adopta la forma de una «plaza de armas» o «ciudadela» de planta trapezoidal,
con una superficie interna de unos 120 m2. Este espacio articula todo el com-
plejo superior y el sistema defensivo del CPE por su parte más vulnerable y
perceptible, actuando como zona de circulación al que abren sus puertas todas
las casamatas.
Según lo que acabamos de describir, el CPE presenta un modelo defensivo
sin parangón en Occidente en este momento, cuyos mejores paralelos los tene-
mos en la costa oriental mediterránea en el Bronce Final y en la primera Edad
del Hierro, como hemos visto antes, o ya mucho después en el ámbito ibérico
y púnico hispano (ss. iv-iii a.C.) en ejemplos como Turò del Montgròs, Niebla,
Malaka, Castillo de Doña Blanca, Carteia, o Cartagena (López 2011; Badía
y Pérez 1992; Arancibia et al. 2006; Ruiz y Pérez 1995; Roldán et al. 1998;
Martín 1993). Curiosamente, como en el caso fenicio arcaico que nos ocupa,
estos nuevos planteamientos eclosionan tras la adopción de un esquema defen-
sivo de origen exógeno y de componente oriental definido, de forma genérica,
como púnico-helenístico (Prados 2003; Bendala y Blánquez 2005; Prados y
Blánquez 2007; Moret 2008).
64 Antonio García Menárguez y Fernando Prados Martínez

Uno de los aspectos más espectaculares de las defensas del CPE es su


monumental lienzo meridional, un bloque erigido de una vez que se yergue
aún en un magnífico estado de conservación acotando el acceso al espolón en
forma de riñón sobre el que se encuentra el poblado. Este acceso meridional es
el más adecuado para llegar por tierra firme al tell artificial. El lienzo delimita
al sur el poblado y remata las defensas complejas en forma de letra π, con un
frente que se alza a plomada en pequeño aparejo y que se reforzó con un talud
en la base en la segunda fase. El frente mide unos 16 m y nos inclinamos a
pensar que su dimensión podría ser de 30 codos a tenor del patrón empleado
(lo que daría unos 15,60 m) lo que se podrá comprobar con exactitud cuando
se termine de excavar en el futuro. Todo el lienzo fue enlucido y seguramente
pintado en origen.
Lo que llamamos «lienzo sur» es, en realidad, un enorme dispositivo
defensivo que mide unos 5 m de anchura en su parte superior y está realizado
mediante dos muros paralelos unidos por dos muros gruesos que lo dividen
en la zona central y por riostras secundarias de un módulo menor en los espa-
cios restantes. Estos espacios intermedios fueron rellenados en la segunda fase
y configuraron una monumental estructura maciza de gran estabilidad. Esta
estructura, absolutamente simétrica, y su composición, indica que estuvo pro-
yectada en altura al menos medio cuerpo más del que se conserva en pie hoy,
por lo que debió suponer una inmejorable carta de presentación del estable-
cimiento de una nueva comunidad, que buscó con esta construcción asegurar
algo más que su función militar defensiva.
Ya hemos comentado que la estructura superior y los contrafuertes gene-
raron una especie de plaza en el lado sur, que se corresponde con la zona
mejor conservada en la actualidad. Todo este dispositivo recuerda estructural
y compositivamente a la llamada «ciudadela» de Hazor, en concreto al área
occidental de la «upper city» o «Area B», edificada entre los siglos x y ix a.C.
(Yadin 1972, 110 y ss.) que presenta una estructura defensiva compleja de
carácter monumental de la que parten dos brazos defensivos de forma oblicua
y simétrica, en similar disposición al caso que nos ocupa y también con casa-
matas (Geva 1989). La llamativa similitud entre ambos modelos no hace sino
subrayar más el carácter eminentemente foráneo, oriental y arcaico del ejem-
plo de Guardamar. En cualquier caso, todos los datos del estudio arqueoar-
quitectónico apuntan a que la defensa del enclave arcaico del CPE respondió
a un patrón bien conocido, que era flexible pudiendo ser adaptado a distintos
terrenos, y que podía erigirse con diferentes materiales de construcción por una
mano de obra local bajo la supervisión de un constructor/arquitecto fenicio.
Este arquitecto habría desarrollado un plan funcional para dar respuesta a unas
necesidades concretas en el marco de las incipientes relaciones coloniales,
seguramente nada pacíficas en el primer momento.
Las defensas y la trama urbana del Cabezo del Estaño de Guardamar. Un encuentro...65

La presencia de actividad metalúrgica, las ánforas importadas, los restos


de bóvidos entre la fauna exhumada o una cuidada arquitectura doméstica y
defensiva nos dibujan un paisaje eminentemente comercial, de carácter colo-
nial, que se asentó en un espacio abarcable inicialmente que debió ser el polo
de atracción de un amplio volumen de población local. Solo un desmesurado
crecimiento demográfico provocó la búsqueda de un nuevo emplazamiento no
tan limitado e inestable como la superficie rocosa de calcretas que cimienta
el enclave. El CPE parece encajar a la perfección con uno de esos modelos
coloniales de primera época. La naturaleza del propio yacimiento, ubicado en
una zona de gran explotación agraria cerealista, ganadera y con explotaciones
salineras en las cercanías, bien podría revelar que la función de almacenaje
pudo ser la más indicada aunque es imposible saberlo con certeza de momento.
El patrón de asentamiento de este poblado es el mismo que tantas veces
hemos visto repetido, precisamente por su eficacia, y ese es uno de los prin-
cipales rasgos para caracterizarlo de fenicio. Solo en un segundo momento
del proceso colonial, ya en las primeras décadas del s. vii a.C pensamos que
se pudo trasladar el núcleo primigenio a un espacio óptimo para la fundación
de un centro de mayores dimensiones (Fonteta) que tuvo un carácter mestizo,
tanto en lo que se aprecia en los materiales arqueológicos como en la propia
arquitectura, lo que ha traído consigo diferentes propuestas y lecturas en las
últimas décadas, todas ellas muy sugerentes y bien fundamentadas.
También las necrópolis excavadas en el entorno cercano reflejan un
proceso de mímesis y de asimilación de determinadas costumbres, junto a
la resignificación de ciertos materiales de prestigio. En la necrópolis de Les
Moreres, asociada al poblado de Penya Negra de Crevillent, cabe reseñar, por
ejemplo, la aparición de cerámicas fenicias tales como las urnas tipo «Cruz del
Negro» empleadas como contenedores funerarios (González Prats 2002, 243),
en la misma cronología que aparecen en los contextos domésticos del Cabezo
Pequeño del Estaño, evidenciando usos y lecturas distintas. Igualmente apare-
cen los mismos cuchillos de hierro con remaches (González Prats 2002, 251)
solo que en ámbitos distintos, doméstico y funerario.
La existencia de un primer establecimiento fenicio ya en la primera mitad
del s. viii a.C. en la costa, pudo vertebrar los intercambios de productos y
bienes entre colonos y nativos, atraídos los primeros por la consolidada orga-
nización espacial y poblacional de los segundos y su riqueza metalúrgica. Es
difícil pensar que La Fonteta ya canalizase, en su fase inicial, esa obtención
de riquezas y de productos, cuando su incipiente desarrollo arquitectónico,
sobre todo de corte defensivo, apunta lo contrario, aunque se considere que
pudo existir ya un recinto murado en esta época que no ha sido detectado aún
(González 2005, 50). Esta es una de las razones por las que hemos de volver la
vista hacia el asentamiento del CPE y su potente fortificación en relación con
66 Antonio García Menárguez y Fernando Prados Martínez

los primeros intercambios de productos. Se trata de unas relaciones comercia-


les ya visibles, por ejemplo, en los materiales localizados en Penya Negra en
su fase IB (725 a.C.).

Viviendas, espacio de reunión y trazado viario


Si en anteriores campañas se había profundizado en el conocimiento de las
defensas del CPE, en la intervención desarrollada a finales de 2015 nos centra-
mos en el conocimiento del urbanismo y la relación espacial entre el sistema
defensivo de la muralla occidental y el conjunto de las unidades domésticas
conocidas y visibles en planta desde los años noventa. Esta manzana de casas
comprendía en realidad dos estructuras, una claramente doméstica, tripartita,
con acceso por la habitación central, y otra de un solo ámbito, de mayor tamaño
y con un banco corrido ubicado en torno a un hogar. De ellas se conservaban
en pie los zócalos de mampuestos de los muros perimetrales y los pavimentos
de barro rojizo compactado.
La primera de las estructuras, de planta tripartita, presenta unas dimen-
siones totales de 9,50 m de largo por 4,65 de ancho, por lo que consta de una
modulación idéntica a la de la muralla. El patrón responde a la misma unidad
de medida, es decir, el codo fenicio de 0,52. Según esta modulación la casa
presenta unas dimensiones de 18 x 9 codos, en la misma asociación de 3 y
múltiplos de 3 que se detecta en la muralla. Cada una de las tres habitaciones,
ligeramente rectangulares, miden 3,60 por 2,50 m. Toda la estructura recuerda
a una de las viviendas fenicias de Sa Caleta (Eivissa) y a las de Morro de
Mezquitilla (Schubart 1986; Ramón 2007). En la habitación de las tres que se
ubica al oeste se localizó en el centro un hogar circular.
La otra estructura que compone esta manzana, adosada por el este a la
anterior, es de planta cuadrada y mide exactamente la mitad, esto es, 4,75 x
4,75 m, por lo que de nuevo se encuentra perfectamente modulada. En este
caso las dimensiones de la estructura, la luz y su mobiliario interno (un banco
adosado que recorre el lado occidental y un enorme hogar de planta rectan-
gular, de casi un metro de longitud) nos hacen pensar en que se trató de un
espacio de reunión, una suerte de «meeting point» siguiendo la terminología
anglosajona. Curiosamente, el espacio habitable de esta unidad doméstica es
de 3,60 m, lo mismo que el lado largo de las tres habitaciones anteriores. La
regularidad de estas construcciones, su factura y sus dimensiones, evidencian
que se construyeron prácticamente a la vez. Cabe señalar que si la muralla
sigue la curva de nivel y se adapta al terreno, todas las viviendas están orienta-
das norte-sur, como la plasmación física de ese plan urbano preconcebido que
venimos remarcando.
Las defensas y la trama urbana del Cabezo del Estaño de Guardamar. Un encuentro...67

La última intervención arqueológica desarrollada ha tratado de correlacio-


nar estratigráficamente esta manzana de casas con la muralla. Desde el punto
de vista metodológico lo que se ha realizado es una trinchera de delimitación
de 12 m de longitud por 2 m de anchura. Inicialmente, y a espera de poder
concretar más con el posterior estudio de materiales, estas viviendas se pueden
encuadrar sin problema en la primera fase del poblado que se puede ubicar
grosso modo a mediados del siglo viii a.C. La trinchera se planteó desde el
muro occidental del espacio de reunión hasta el acceso a la T-2., que ha sido
igualmente excavado y que estaba cubierto por restos del derrumbe hacia el
interior del alzado de la muralla.
Aunque la zona central de la trinchera fue alterada en sus niveles super-
ficiales por el paso de las excavadoras que destruyeron el CPE, es posible
observar los suelos de uso originales aún conservados, así como los restos de
una pequeña calle de unos 2-2,5 m de anchura que discurre entre la manzana
de casas y las nuevas estructuras localizadas junto a la torre. Igualmente se han
localizado diferentes niveles de incendio que han cocido los pavimentos en
algunos sectores, y los derrumbes de alzados y cubiertas que se corresponden
con los estratos de abandono. Estos derrumbes del último momento de vida
del poblado sellaron diferentes unidades con materiales cerámicos datantes
tales como dos pithoi bícromos de 4 asas geminadas y dos ejemplares de ánfo-
ras fenicias del tipo T.10.1.1.1 fabricadas en talleres de la costa malagueña/
granadina a finales del siglo viii a.C. En las cubiertas cabe señalar el uso de la
posidonia marina como material de construcción.
Junto a la intervención de la trinchera se ha limpiado en superficie la mura-
lla, localizando tres casamatas más (casamatas 4, 5 y 6) al norte de la T-2. En
la zona de la casamata 6 las antiguas intervenciones habían dejado a la vista
parte de un muro de mampostería que inicialmente pensábamos que estaba
apoyado en la cara interna de la muralla. Procedimos a excavar en esta zona y
observamos un giro en ángulo recto de este muro, que no llegaba a la muralla,
conformando una nueva estructura habitacional exenta. La excavación al inte-
rior ha permitido observar el derrumbe de adobes de la parte superior sellando
un pavimento de tierra compactada y restos de un ánfora fenicia T.10.1.1.1.
aplastada bajo este derrumbe, sobre el pavimento.
El dato más interesante es, como se ha adelantado, que esta nueva estruc-
tura no apoyaba en la muralla, y que el espacio que las divide lo ocupa una
calle de unos 2,5 m de anchura que permite el acceso a las casamatas 4, 5 y
6 y a la torre 2. Esta calle, en un segundo momento, aparece cubierta por el
derrumbe de la muralla y aún no ha sido excavada. La limpieza de la gran
acumulación de piedras ha revelado la existencia de contrafuertes adosados
al cuerpo central de la muralla, semejantes a los que se observan en el área de
la ciudadela, y el propio derrumbe aparece forrado. Todo apunta, pues, a que
68 Antonio García Menárguez y Fernando Prados Martínez

Fig. 9. Planta del área intervenida en 2015.

Fig. 10. Vista aérea de las casamatas 4,5 y 6 y de la calle de servicio.


Las defensas y la trama urbana del Cabezo del Estaño de Guardamar. Un encuentro...69

pese a la amortización de las casamatas y de la calle de servicio, el poblado


se siguió habitando un tiempo, lo que se explica por los contrafuertes citados,
seguramente motivados por la necesidad de dotar de consistencia a la muralla.
Cabe reseñar que las dos nuevas calles localizadas discurren totalmente
paralelas, en sentido norte sur, muestra de un trazado viario bien proyectado,
Las estructuras domésticas referidas presentan igualmente una estructuración
paralela.

Consideraciones finales
Creemos firmemente que gracias a la recuperación de los trabajos arqueológi-
cos el CPE está siendo revalorizado tanto a nivel científico como a nivel social.
El éxito de las jornadas de puertas abiertas y las visitas guiadas desde el Museo,
la presencia en los medios y la publicación de los primeros trabajos científicos
en revistas internacionales, están poniendo este interesantísimo yacimiento en
el lugar que merece. La antigüedad de las cronologías que está ofreciendo y la
complejidad de su trama urbana y su arquitectura, en fases tan tempranas de la
presencia colonial fenicia, hacen de este enclave uno de los más interesantes
de la Protohistoria hispana. A tenor de los primeros datos que se manejan,
consideramos fundamental incluir a este yacimiento entre la nómina de los
más destacados del Mediterráneo occidental tanto por su cronología como por
su propia estructura, hasta el momento, completamente inédita en este ámbito
geográfico. Lógicamente, muchas de las propuestas aquí presentadas se verán
ampliadas en los próximos meses según se vaya desarrollando la investigación
y el estudio detallado de los materiales y los resultados de las analíticas.
El papel que jugó en el punto de encuentro entre culturas que supuso el área
marismeña del Bajo Segura viene determinado por las evidencias arqueológi-
cas que se han ido presentando. La naturaleza de los contactos comerciales, al
menos en un primer momento, fue reflejo, sin duda, de unas relaciones com-
plejas, marcadas por la necesidad de fortificar y generar espacios hábiles para
el almacenaje en el interior del poblado. Los registros botánicos1 manifiestan
trabajos de limpieza de cereal realizados intramuros, lo que subraya la nece-
sidad de proteger los excedentes agrícolas junto a otros materiales, al menos
en los primeros momentos del impacto fenicio en la costa de Alicante. Estas
evidencias productivas, además, y el propio carácter urbano del yacimiento,
nos alejan de las viejas interpretaciones que aludían al CPE como un pequeño
fortín secundario, erigido con la única motivación de proteger la retaguardia
de La Fonteta, en un ejercicio de control espacial inédito en el mundo fenicio,
por otro lado.

1. Estudios en curso realizados por el Dr. G. Pérez Jordá (CSIC).


70 Antonio García Menárguez y Fernando Prados Martínez

Junto a la explotación inmediata y a la sal abundante en la zona de forma


natural, los fenicios buscaron, sin lugar a dudas, obtener otras riquezas de la
región tales como el hierro de las sierras murcianas, la producción de armas y
elementos de tipología atlántica/tartésica de Penya Negra o los recursos agrí-
colas de Los Saladares, entre otras (Ros 1988 y 1989; González 1983; Arteaga
y Serna 1975; González, 2005, 43). Sobre la presencia de fenicios en época
arcaica en el Bajo Segura cabe volver sobre una importante idea que ya avanzó
M. E Aubet para explicar el control que los fenicios ejercieron sobre el comer-
cio del Mediterráneo occidental y la repercusión que el asentamiento en Ibiza
debió tener en la colonización de las regiones costeras de la península. Aubet
remarcó un hecho evidente al respecto: la presencia del comercio fenicio en la
actual costa alicantina fue anterior a la fundación ibicenca de Sa Caleta, por lo
que no se podrían relacionar (Aubet 1994, 290).
Los poblados del Bronce Final de esta área (Saladares, Peña Negra,
Castellar de Librilla) recibieron ya durante la segunda mitad del siglo viii a.C.
importaciones fenicias (ánforas y cerámica de barniz rojo) que han de expli-
carse por algo más que por una frecuentación precolonial de la zona costera.
Este enclave fortificado, que pudo canalizar parte de este trasiego comercial
desde fechas remotas, puede ayudar a resolver algunos interrogantes atávicos
sobre el tema.
No olvidemos que el lote cerámico que caracteriza la última fase del CPE
es similar al que se observa en la primeras fases de La Fonteta (Fonteta I-II,
fechado ca. 720 a.C.). Al respecto queremos destacar que las secuencias estra-
tigráficas asociadas a las distintas estructuras de la muralla evidencian una
única ocupación para el sistema defensivo fenicio (Fase I, de la primera mitad
del siglo viii a.C.). Sin embargo las remodelaciones, el cegado de vanos, el
rellenado de espacios y la construcción de taludes y contrafuertes que enmas-
caran la obra original nos señalan un segundo momento en la vida del enclave
(Fase II, de la segunda mitad del siglo viii-principios del vii a.C.).
Esta Fase II supuso su abandono definitivo. El último momento de ocupa-
ción del yacimiento previo a su abandono se caracterizaría por la presencia de
determinadas actividades metalúrgicas, quizás una vez que el poblado arcaico
ha perdido su razón de ser y ha sido absorbido dentro de la periferia urbana del
nuevo centro costero de La Fonteta, en un similar proceso que conocemos para
otros enclaves arcaicos, caso del Cerro del Villar y Malaka (Aubet et al. 1999).
Estas actividades se documentan hasta que el derrumbe selló para siempre todo
el conjunto de estructuras. Una datación radiocarbónica sobre un fragmento de
hueso de bóvido recogido en el derrumbe que cegaba el acceso a la casamata 2
ha permitido datar este hecho a finales del siglo viii a.C. (2 sigma Cal BC 715-
685). Otras dataciones efectuadas en la base de las casamatas (CNA 2733.1 y
2735.1) sobre un nivel de incendio detectado por encima del pavimento y bajo
Las defensas y la trama urbana del Cabezo del Estaño de Guardamar. Un encuentro...71

Fig. 11. Materiales a torno exhumados bajo los derrumbes de las viviendas.

el derrumbe del cuerpo superior de la muralla (en la interfaz de abandono),


han aportado unas fechas menos precisas (760-600 a.C.). En conclusión, tanto
el material arqueológico como las dataciones absolutas apuntan a un colapso
generalizado de las estructuras defensivas hacia el 700 a.C. y el consiguiente
abandono.
Para terminar, comentar que el paisaje inundable que rodeó el CPE, como
en otros casos, debió ser ciertamente inhóspito, por lo que la fundación de este
enclave tuvo que ser una apuesta apoyada en razones económicas y parapetada
en una experiencia adquirida, que repitió el patrón de asentamiento caracte-
rísticamente fenicio. Para la elección de este lugar debió de ser fundamental
la presencia de poblaciones autóctonas en el entorno con las que practicar
intercambios regulares, la existencia de vías de comunicación con el interior
(terrestres y fluviales), el aprovechamiento de los óptimos recursos naturales
terrestres y marinos, la explotación salinera y una posición estratégica en la
ruta de navegación costera.
Las últimas intervenciones realizadas han ofrecido información de carácter
constructivo y estratigráfico principalmente. Se han podido documentar nue-
vas estructuras domésticas, así como el trazado de dos calles que vertebran
el poblado y que discurren en sentido norte-sur en paralelo a la muralla. Se
trata de una información principal para demostrar el carácter urbano de este
72 Antonio García Menárguez y Fernando Prados Martínez

poblado, desde fases muy antiguas. La construcción de las viviendas y las


calles demuestran que el CPE fue desarrollado según un patrón constructivo
planificado previamente. Este hecho, junto a la metrología oriental de las
fortificaciones, evidencia la presencia de una elite fenicia que, a tenor de los
materiales exhumados, se puede encuadrar sin problema en la primera mitad
del siglo viii a.C.
La apuesta debió ser ganada, desde luego, por el temprano y pacífico aban-
dono y por la inminente concentración de población en La Fonteta. También
la propia inestabilidad geológica del cabezo, que presenta una superficie de
calcretas muy rígida y los episodios sísmicos que se están documentando en
los paramentos (de no mucha entidad, nunca superiores a 5 grados en la escala
Richter2) debieron conllevar los problemas estructurales aludidos y los derrum-
bes acaecidos al final de la Fase I. Al respecto ya hemos mencionado en traba-
jos recientes la arquitectura sísmica de «carácter pasivo» del CPE (compuesta
de contrafuertes, refuerzos adosados, etc. realizados siempre a posteriori de
sufrir problemas estructurales) frente a la arquitectura sísmica «activa» que se
observa en La Fonteta (tirantes y núcleos de adobe ya insertos en el momento
de construcción de las murallas). Esta evolución que se plasma en la estructura
arquitectónica que se aprecia en ambos yacimientos, no hace sino subrayar la
puesta en práctica de experiencias adquiridas durante el proceso colonial. La
mencionada concentración de la población en La Fonteta, ya a lo largo del
siglo vii a.C., supondría la conversión de este nuevo núcleo en el principal eje
urbano de toda la región de la desembocadura del río Segura.
La naturaleza del yacimiento, que sufrió un abandono paulatino y pacífico,
posibilita por un lado una lectura sencilla de la estratificación y del derrumbe
de las estructuras, aunque por otro lado implica que los hallazgos son esca-
sos y poco significativos, ya que los materiales «en uso» o de cierto valor
fueron trasladados al nuevo asentamiento. En cualquier caso, aunque muchas
veces sean pequeños fragmentos cerámicos, se trata de fósiles directores de la
colonización fenicia y de las etapas finales de la Edad del Bronce en tierras
valencianas. Igualmente la excavación de los estratos de abandono y el colapso
de determinados alzados, permiten vislumbrar un horizonte de finales del siglo
viii-principios del vii a.C. para la última ocupación y el abandono definitivo.
Sobre los hallazgos es interesante referir que a pesar de que no aparecen
materiales completos ni espectaculares, y que la cerámica a torno es aparen-
temente minoritaria, cuando se excava un contexto cerrado bajo el derrumbe
de un alzado o una techumbre, como ha sucedido en la campaña de 2015, las
cerámicas que aparecen son producciones a torno casi en un 100% y, el elenco

2. Estudio realizado por el Prof. Carlos Arteaga Cardineau (UAM).


Las defensas y la trama urbana del Cabezo del Estaño de Guardamar. Un encuentro...73

se compone de ánforas, pithoi de cuatro asas, jarras de tipos variados y urnas


Cruz del Negro.
El CPE solo se abandonará en el momento en que una nueva generación,
aparentemente mestiza, comience a fortificar y reestructurar el urbanismo del
centro costero de La Fonteta, y sea capaz de amortizar –y desacralizar– un
espacio como el tofet (cuyas estelas, de tipología arcaica, aparecen empleadas
como material de construcción en la muralla erigida en la fase Fonteta IV, ya
avanzado el s. vii a.C.). El éxito que identificamos con ese traslado enlaza
temporalmente con un momento en que se detecta una intensificación en el
comercio de la zona que canalizó las mercancías del interior hispano hacia
las Baleares y el Mediterráneo central, como se aprecia, por ejemplo, en el
cargamento del pecio de Bajo de la Campana hallado en el Mar Menor (Roldán
et al. 1995). Este posible traslado del CPE a La Fonteta que defendemos a
tenor de los datos aquí presentados, no es una cuestión nueva, puesto que ya
fue planteada hace años por los propios excavadores de La Fonteta (González
1999, 33).
Además, el caso de estudio no se encuentra aislado: otros centros que se
pueden caracterizar dentro de este modelo serían los emporios comerciales de la
costa granadino-malagueña tales como Almuñécar, Chorreras (Schubart 2006,
15) o Morro de Mezquitilla, ocupados desde mediados del siglo viii a.C. y ubi-
cados en promontorios próximos a la línea de costa (Schubart 1986; Schubart
2006, 57). Todos estos centros arcaicos presentan, además de un mismo patrón
de asentamiento, un tamaño prácticamente estándar, no llegando a superar la
hectárea de superficie, como por ejemplo en el Cerro del Prado (San Roque,
Cádiz), Chorreras o el Morro de Mezquitilla, este último emplazado en un
cerro de aspecto similar al CPE, de unos 150 m de largo por 75 m de anchura
(Schubart 2006, 11). Del «enclave colonial» del Morro de Mezquitilla, debido
a su emplazamiento con un pequeño puerto en el estuario del Algarrobo, sus
dimensiones y su elevación, afirmó H. Schubart que «cumplía todos los requi-
sitos necesarios para la fundación de un asentamiento fenicio entre los que
contaban, además de su proximidad al mar, la existencia de un hinterland rico
y accesible» (Schubart 2006, 138).
Finalmente, varias son las aportaciones de carácter científico que se pue-
den derivar de la última excavación de 2015, aún en fase de estudio. En el
lienzo sur, las actuaciones permiten definir con más datos su rol defensivo y
simbólico y su relación espacial con la muralla oriental, de la que apenas cono-
cemos aún más que su paramento interno. La excavación en el interior de la
casamata 1, que conforma prácticamente una especie de «capsula del tiempo»
por su estructura cerrada, ha permitido la recogida de muestras de polen y de
semillas para ulteriores análisis. Ello va a facilitar el estudio medioambien-
tal y sus implicaciones en las relaciones hombre-medio y, al tiempo, poder
74 Antonio García Menárguez y Fernando Prados Martínez

Fig. 12. Comparativa entre diversos enclaves del Bajo Segura (CPE, El Oral), La Picola (Santa
Pola) y la Illeta dels Banyets (Campello). Elaborado por P. Moret.

afinar más en las fechas iniciales de la colonización en la desembocadura del


Segura, que parecen más antiguas de lo esperado. A este respecto, cabe refe-
rir por último que una datación de C14 efectuada sobre semillas recogidas
cribando el estrato ubicado bajo la base del muro interno de la muralla (CNA
2734.1) apunta a las primeras décadas del siglo viii a.C. (790-780 a.C.) para las
Las defensas y la trama urbana del Cabezo del Estaño de Guardamar. Un encuentro...75

primeras ocupaciones humanas del CPE, cuando se fundó un pequeño enclave


urbano protegido por una fortificación de casamatas de una estructura muy
similar a las conocidas en el sur del Líbano e Israel, levantada sobre una fina
capa de tierra amarilla que pudo bien señalizar la obra, o bien sacralizarla…

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NUEVOS DATOS EN TORNO A LA PRESENCIA
FENICIA EN LA BAHÍA DE MAZARRÓN
(SURESTE IBÉRICO)

María Milagrosa Ros-Sala


Universidad de Murcia

La introducción del término «bahía» en el título de esta aportación al VIII


Coloquio Internacional El Oriente de Occidente: Fenicios y púnicos en el área
ibérica, no es inocente por nuestra parte, ni quedará reducido a un término
solo locacional; como acepción «cultural» habrá de añadirse desde ahora a
este entorno geográfico del Sureste de la Península Ibérica, incluso mucho
antes de la arribada de comerciantes fenicios occidentales a sus costas. Nos
proponemos además, intencionadamente también, que la mirada y el análisis
que aquí hacemos sobre la presencia de fenicios en ese entorno costero del área
central del Sureste se haga fundamentalmente, aunque no solo, desde la pers-
pectiva del medio marino al que, de forma recurrente a lo largo de la Historia,
siguen abocadas las poblaciones asentadas en su territorio al menos desde fines
del iii milenio a. C. (Ros Sala et al., 2008). Y es que este tramo costero del
litoral murciano, entre los cabos de Cope y Tiñoso (Fig.1), conforma un perfil
de costa con peculiaridades que la hacen propicia, no solo a su habitabilidad
autóctona con permanencia en el tiempo, sino también a ser elegida para éllo
por grupos foráneos con objetivos económicos y sociopolíticos puntuales fun-
damentados en la explotación de determinados recursos, el acceso a mercados
locales emergentes y la existencia de condiciones de navegabilidad beneficio-
sas para un tráfico ya interno, local o foráneo, bien externo foráneo.
Para la temática que aquí nos ocupa parece, pues, importante tener pre-
sente la percepción que de esta costa pudieron tener los grupos fenicios que
la frecuentaron, dado que, en buena medida aunque no solo, las condiciones
de navegabilidad estan implicadas en la posible configuración de patrones
determinados de poblamiento. Dicha percepción debió fundamentarse en las
derivaciones náuticas de su perfil, en el dominio de vientos impuesto por la
80 María Milagrosa Ros-Sala

Fig. 1. Localización del tramo de costa que constituye la Bahía de Mazarrón en el litoral
murciano del Sureste de la Península Ibérica (Fuente: modificado de mapa 3d 1:200.000 del
IGME).

dinámica atmósferica en la zona o la potencial visibilidad de elementos oro-


génicos orientadores en una navegación de aproximación o de lejanía costera,
así como en la propia simbología de una gran rada que se adentra en tierra
desde dos grandes salientes que la cierran, protegen y dan visibilidad, tanto
en trayectos de noreste a suroeste –caso del Cabo Tiñoso – como en travesías
de suroeste a noreste que, en este caso, han de vadear la imponente mole del
cabo de Cope (Fig.2). Al sortear cualquiera de ellos se visualizan dos grandes
arcos separados por el promontorio del Cabezo del Faro en el actual Puerto de
Mazarrón, en cuyas inmediaciones se concentran mas evidencias de la presen-
cia de fenicios en estas tierras; estas dos inflexiones se adentran cada una hacia
el interior de la rada, propiciando, junto con las peculiaridades de sus líneas
de costa, un dominio marino con una amplia plataforma continental, suave en
su centro y favorecedora de la navegación cercana a la costa; a ello se suma el
dominio de vientos de levante y leveches que favorecen las travesías desde el
nordeste, y desde el suroeste dentro ya de la bahía.
Las características del dominio terrestre facilitan una suficiente visibilidad
al disponer de sierras litorales con alturas significativas asociadas a ramblas
de corto recorrido que aportan materiales y nutrientes, interesantes en la con-
figuración de arenales y bancos de peces en la zona mareal; y de promontorios
o puntas e islas que, en consonancia con su perfil de costa y la confluencia
con las desembocaduras de las ramblas, disponen fondeaderos a lo largo de la
bahía. En este sentido, dicho dominio ofrece una costa preferentemente baja,
Nuevos datos en torno a la presencia fenicia en la Bahía de Mazarrón (Sureste Ibérico)81

Fig. 2. En primer plano, de izda. a dcha., fondeadero de La Isla, isla de Adentro, Punta de la
Cebada y Punta de Los Gavilanes; al fondo, Cabo Cope cerrando la bahía de Mazarrón por el
suroeste (Fuente: Paisajes Españoles, Archivo Proyecto Gavilanes).

enmarcada entre los cabos citados de Tiñoso y Cope, cuyos rasgos orográficos
diferenciales coadyuvaron a configurar en el tiempo un paisaje cultural diverso
a tener en cuenta en el proceso histórico. Mientras el primero, el Cabo de Cope
recurrentemente citado y ubicado en portulanos y derroteros desde el s. xiii
hasta el xviii, es un imponente promontorio ligado a una cuenca endorreica
de bajo perfil conocida como Marina de Cope, el segundo resulta el extremo
avanzado sobre el mar de las sierras occidentales de Cartagena cuyo abrupto
relieve fué y es un impedimento en la fluidez de las relaciones por tierra entre
las cuencas de Cartagena y Mazarrón (Fig. 1). Un tercer elemento orogénico, la
sierra de Las Moreras, irrumpe en la zona central de la bahía, configurando su
piedemonte meridional una costa mas alta jalonada de pequeñas calas (Figs. 1 y
2). Entre estos tres elementos de perfil costero rocoso ligado a su litología bética
–dolomías y calizas triásicas y filitas y cuarcitas del Permo-Trías– se han ido
configurando sectores estuarinos de costa baja arenosa, ligados a la evolución de
las desembocaduras de ramblas de carácter mediterráneo como El Mojón, Los
Lorentes, Las Moreras, Villalba, Pastrana y Ramonete (Ros Sala et al. 2014).
De entre todos ellos, es el tramo litoral central, asociado a la evolución
geomorfológica de la desembocadura de la rambla de Las Moreras, a la sub-
sidencia del sector adyacente y a la formación de una barra litoral intermi-
tentemente abierta o cerrada por episodios de neotéctonica y cambios en la
82 María Milagrosa Ros-Sala

Fig.3. Aérea del sector subsidente Rambla de Las Moreras-Puerto de Mazarrón en la bahía
de Mazarrón. De izqda. a dcha.: desembocadura actual de rambla Las Moreras, puntas de El
Castellar, Nares, Gavilanes, Cebada y Cabezo del Faro. Entre P. de la Cebada y C. del Faro:
ensenada de la playa de la Isla e Isla de Adentro (Fuente: modificado de Ortofoto 3d vuelo
2004, Servicio de Cartografía. Región de Murcia. www.cartomur.com).

dinámica marina a lo largo del Holoceno, el que concentra una interesante


historia geoarqueológica y paleoecológica, conocida desde los resultados de
los Proyectos de Investigación que han permitido el estudio del yacimiento
Punta de Los Gavilanes y su entorno inmediato, auspiciados por la Fundación
Séneca-Agencia de Investigación de la CARM, la Dirección General de
Cultura de la CARM y la Universidad de Murcia (Ros Sala et al., 2008).
Dicho tramo coincide con el sector litoral que hasta el momento concentra
el mayor número de evidencias de la presencia de fenicios y, posteriormente,
de púnicos; evidencias que ganan cuantitativamente cuando se contemplan en
el contexto global de la bahía de Mazarrón y, más aún, en el del Sureste y la
Andalucía oriental, con cuyos procesos culturales se relaciona. De todas ellas,
los restos de ocupación mas o menos amplia en el período que aquí interesa se
asocian a algunas de las ensenadas y fondeaderos indicados, concretamente al
promontorio de la Punta de Los Gavilanes acabado de citar, a la Isla de Adentro
y al fondeadero Playa de La Isla (Fig.3). Del paleopaisaje al que globalmente
ambos se asociaron nos ocuparemos mas adelante.
Nuevos datos en torno a la presencia fenicia en la Bahía de Mazarrón (Sureste Ibérico)83

Buceando en referencias previas…


Los datos otrora novedosos van tomando cuerpo en los mas recientes de los
que nos ocupamos aquí, de manera que conviene saber de dónde venimos en
la investigación actual de la presencia de fenicios en la Bahía de Mazarrón
para anclar definitivamente los datos recientemente obtenidos y encarar, final-
mente, los que el futuro de la investigación en la zona puede deparar. En este
sentido, la noticia del hallazgo fortuito en 1961 por parte de un «pescador
submarino» de un soporte metálico, fragmentado e inscrito en caracteres iden-
tificados en su día como fenicios (Solá Solé, 1967, 12, lám. II-III), podría
ir encontrando sustento al menos cultural, que no cronológico, en los datos
mas actuales. Dicho controvertido hallazgo (de necesaria cita, no obstante) de
paradero actual desconocido, atribuído al cepo de un ancla, procedía al parecer
del sector marino sumergido al sureste del Cabezo del Faro, el promontorio
mayor de la serie de espolones rocosos que se adentran en el mar en este sector
central de la bahía de Mazarrón. Solá Solé indica la presencia de tres inscrip-
ciones en el extremo irquierdo del ancla que atribuye, por el arcaísmo de su
signos, al s. ix a.C., leyendo «de (¿)NWN de Betdagôn, el que hace anclas».
Muy posteriormente, Ramallo Asensio da a conocer, en su tesis de licenciatura
«La Romanización en la costa meridional de la provincia de Murcia: El muni-
cipio de Mazarrón» (Ramallo Asensio, 1981, 54, 1-2), los primeros materiales
procedentes del dominio marino sumergido entre la playa de La Isla y la Isla
de Adentro; la información procedía de dibujos proporcionados por P. Lillo
Carpio, de ánforas de hallazgo submarino en la ensenada de La Isla, en los
que se reconoce algún ejemplar de T-10.1.2.1 y mas tardías T-4.2.2.5 de la
tipología de Ramón (Ramón, 1995), junto con algunos fragmentos de platos de
ala ancha; material hoy día en paradero desconocido.
A su vez, se efectúa en 1986 una pequeña intervención arqueológica de
urgencia en la Punta de Los Gavilanes que impide el destrozo, por parte de un
particular, del sector noreste de este yacimiento ubicado entre las playas de
Bahía y La Pava, 1 Km. al suroeste de la ensenada de La Isla. La complejidad
y amplitud estratigráfica vista en dicha intervención, en la que ya apareció
la estructura metalúrgica 2TM y parte del espacio constructivo en el que se
inserta, aconsejó su excavación en extensión dentro de un proyecto de mayor
envergadura que diera continuidad y soporte investigador a un yacimiento
importante y de amplia secuencia que sus niveles superiores ya dejaban entre-
ver (Ros Sala y López Precioso, 1989).
Poco después, en 1988, durante la realización de la carta arqueológica sub-
acuática de la costa de la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia bajo
la dirección de V. Antona, se localizan en la ensenada de La Isla materiales
cerámicos de filiación fencia y púnica, algunos muy rodados pero otros no;
84 María Milagrosa Ros-Sala

las intervenciones en la costa continuaran en esos años con el dragado del


puerto pesquero de Mazarrón, y, sobre todo, el inicio en 1991 de la excava-
ción del pecio de La Isla (Cabrera, 1992); posteriormente se hace un avance
preliminar de los trabajos en el que se califica al sector Playa de La Isla como
fondeadero donde se localizan restos de una embarcación (Barba Frutos et al.,
1993; Roldán et al. 1994; Arellano et al., 1994). Desde entonces, el Museo
Nacional de Arqueología Subacuática-ARQUA continuará con las interven-
ciones subacuáticas en dicha ensenada dentro del Proyecto «Nave fenicia»,
liderado por I. Negueruela entonces director de esta institución. Fruto de estas
será la excavación y recuperación parcial de dos embarcaciones –Mazarrón 1
y Mazarrón 2– que se identifican como fenicias, del s. vii o inicios del vi a.C.
según datación radiocarbónica realizada sobre dos muestras del casco y aba-
rrote de la embarcación Mazarrón-2 (Negueruela Martínez, 2004; íd., 2005).
De estos trabajos y los correspondientes estudios derivados de arquitectura
naval sobre las embarcaciones localizadas, su carga material, etc., se da cuenta
en años posteriores en una serie de publicaciones en las que Negueruela y otros
investigadores del ARQUA dan a conocer y estudian los restos de al menos dos
embarcaciones: inicialmente los del barco identificado como Mazarrón-1 y,
posteriormente, el Mazarrón-2 mejor conservado en casco y carga (Negueruela
et al, 1995a; íd., 1995b; Negueruela et al., 1998; Negueruela et al., 2000;
Negueruela Martínez, 2000; íd., 2002).
A la vez, dentro del Proyecto Gavilanes dirigido por quien suscribe este
trabajo, se realiza la prospeccion del litoral costero de la bahía de Mazarrón
en su tramo central, entre las ramblas de Ramonete y de Los Lorentes con
interesantes resultados a cerca de la entidad de la presencia de fenicios en
dicha bahía (Correa, 2004). Esta prospección del ámbito continental costero
se vió complementada, en lo que a este sector se refiere, con las campañas de
prospección subacuática de la costa de la Región de Murcia realizadas en ese
período por el Museo Nacional de Arqueología Subacuática. Simultáneamente,
precedidas de una corta campaña de excavación realizada en 1998-1999 para
rehabilitar la excavación de 1986, inician su andadura en 2000 hasta los traba-
jos de excavación arqueológica en el promontorio de Punta de Los Gavilanes,
ahora ya dentro de un proyecto de investigación –Proyecto Gavilanes– cuya
perspectiva de estudio aborda el análisis integral de los asentamientos que
preserva el yacimiento y sus entornos físico y cultural asociados. A falta de
completar la excavación de la terraza inferior del yacimiento y del sector occi-
dental de la media, amén de finalizar diversos estudios de restos bioarqueoló-
gicos recuperados, el equipo de trabajo ha ido avanzando resultados globales
y/o relacionados con temáticas puntuales, algunos de los cuales estan siendo
actualmente completados en función de los nuevos datos que el progreso de los
trabajos ha ido proporcionando.
Nuevos datos en torno a la presencia fenicia en la Bahía de Mazarrón (Sureste Ibérico)85

A mostrar estos nuevos datos y otros inéditos relacionados con la presen-


cia de fenicios en las costas de Mazarrón, se dedican las líneas que siguen.
Pero antes conviene hacer balance de los resultados de los estudios aludidos,
puntualizando que han permitido localizar y caracterizar, en primer lugar, un
asentamiento en la línea de costa con estructuras metalúrgicas protohistóricas,
amén de estructuras y materiales fenicios de problemática contextualización
por intrusiones estratigráficas posteriores, junto con una interesantísima ocu-
pación del Bronce argárico. En segundo lugar, se ha determinado la ensenada
de la playa de La Isla como fondeadero relacionado con la localización de
dos embarcaciones, una de las cuales se sitúa cronológicamente entre el s.
vii-vi a.C. (2760±30 BP, 2490±30 BP, 832-441 cal BC) (Negueruela Martínez,
2005), cuya estructura incorpora el ensamblaje de tracas con sistema de mor-
taja, lengüeta y pasador, junto con cuadernas cosidas con fibra vegetal. En
tercer lugar, su carga, compuesta fundamentalmente de mineral argentífero y
litargirios, inducen a priori la posible explotación de recursos mineros en el
polígono minero de Mazarrón, circunstancia que podría relacionarse con el
proceso metalúrgico de obtención de plata y plomo desde plomo metálico de
galenas argentíferas llevado a cabo en Punta de Los Gavilanes en sus fases
fenicia y púnica (Ros Sala, 1995; íd., 2005; Ros Sala et al., 2003). Finalmente,
y en última instancia, se han localizado otros yacimientos costeros en la Bahía
de Mazarrón, con materiales de filiación fenicia de los s. vii-vi a.C. (Correa,
2004), lo que cabría relacionar mas con un proceso de colonizador de este
litoral que con su mera frecuentación.

El paisaje vivido: los nuevos datos


Hasta finales del s. xx, los datos del entorno natural del sector que interesa a
este estudio, se ceñían al trabajo de Dabrio y Polo (1981) en relación con los
efectos de la dinámica marina en la conformación de líneas de playa, en él
se prefigura una conformación previsible de la costa mas interior durante el
máximo transgresivo flandriense, en razón a los datos entonces considerados
de elevación del nivel marino mediterráneo y a los interpretados del fotograma
de la USAF de 1956, en la que aparecen las antiguas salinas del Puerto de
Mazarrón todavía en explotación (Fig. 4). Sin otros datos de tipo geomorfo-
lógico y tectónico, la entidad territorial de las salinas y diversos elementos de
la infraestructura antrópica que conlleva este tipo de explotación, propiciaban
pergeñar, a priori, un paleopaisaje formado por una gran laguna interior que
incluso podía haber sido navegable; esta sería alimentada por una serie de
«golas naturales» aprovechadas por los canales de alimentación de las salinas,
en la zona de calentadores, y de desagüe en el sector de precipitación (Fig.4).
En este mismo sentido, la documentación gráfica que recabamos tras el cese de
86 María Milagrosa Ros-Sala

Fig.4. Fotograma del vuelo de la USAF (1956) de las salinas del P. de Mazarrón. Identificación
de las ramblas de Moreras y Lorentes, lomas y cerros interiores, puntas, ensenadas, golas
artificiales e isla de Adentro (Fuente: modificado de Ortofoto vuelo 1956, Servicio de
Cartografía. Región de Murcia. www.cartomur.com).

actividad salinera en la zona en 1959, junto con la visión actual de una urbani-
zación masiva conviviendo con zonas fácilmente encharcables, ahondaban en
esa «percepción» de que en la antigüedad el paisaje de la zona hubiera estado
presidido por un gran lagoon interior.
Pero la larga secuencia que íba ofreciendo la excavación de Punta de Los
Gavilanes, con ocupaciones de funcionalidades deterministas diversas que
podrían verse mediatizadas por un análisis superficial, junto con los datos
ofrecidos por las prospecciones del sector y la realidad del desarrollo de la red
hidrológica del entorno, hacían prioritaria una aproximación lo mas realista y
científica posible al paleopaisaje interactuado y dejar fuera, en la medida de
lo posible, una interpretación actualista asociada a un medio litoral propio del
Sureste Ibérico. Ciertamente, estos últimos estan insertos en la complejidad
geológica y tectónica del dominio bético y climáticamente responden a las
premisas del clima semiárido que actuamente lo caracteriza; pero, en general,
sabemos que los litorales mediterráneos se caracterizan por un frágil equili-
brio ecológico al ser ambientes sedimentarios muy cambiantes sobre los que
inciden clima, dinámica fluvial y marina, neotectónica y factor antrópico; en
este sentido, el sector litoral del que tratamos no es una excepción como se
evidencia en la información que se recoge a continuación.
A nivel de morfogénesis del sector, se hacía necesario saber mas datos de
los que hasta entonces contábamos en ámbitos paleoambientales, como la con-
formación de suelos en tanto que soporte de recursos bióticos y abióticos, o de
Nuevos datos en torno a la presencia fenicia en la Bahía de Mazarrón (Sureste Ibérico)87

parcelas para cultivo o pastoreo, o viabilidad de tránsito entre dichas parcelas


o núcleos habitados; igualmente, sobre eventos de la evolución climática en el
Hemisferio Norte con especial incidencia en el área mediterránea y en la zona
de estudio del Sureste ibérico, o en aspectos paleovegetativos y culturales deri-
vados, etc. En síntesis, se ha buscado entrever las respuestas del ecosistema
dominante en cada período a los cambios ambientales registrados en la zona,
que implicarán cambios en una biodiversidad dada propia de entornos litorales
holocenos.
Para ello se emprendió, dentro del Proyecto Gavilanes, un estudio geomor-
fológico y tectónico mas profundo que, acompañado de dataciones radiocar-
bónicas sobre sedimento orgánico total, permitiera conocer la evolución del
paisaje en este sector central de la Bahía de Mazarrón. Se trabajó desde dos
ámbitos prioritarios de actuación: de una parte, la restitución de la morfogéne-
sis holocena del sector Rambla de Las Moreras-Puerto de Mazarrón, a partir
del estudio de campo y el análisis de 10 sondeos geotécnicos perforados sobre
las antiguas salinas y el cono aluvial de la citada rambla, además del estudio de
otros 10 realizados en los últimos años en construcciones de la zona; de otra,
la restitución del paisaje vegetal y las señales climáticas que lo acompañaron.
Se analizó así, mediante diversas analíticas conjugadas con dataciones radio-
métricas y su calibración, la información sedimentaria, hidrológica y tectónica
ofrecida por estos registros una vez georeferenciados, junto con la información
paleovegetativa obtenida en un sondeo para muestreo palinológico perforado
en la zona. Como resultado se realizaron nuevos mapas geomorfológicos y
neotéctónicos de la zona según periodos identificados, llevados posteriormente
a cartografía 3d con incorporación del poblamiento asociado (Navarro Hervás
et al., 2009; Rodríguez-Estrella et al., 2011; Navarro Hervás et al., 2014;
Ros Sala et al., 2014). Todo ello se ha complementado con la información de
análisis antracológicos realizados sobre carbon disperso y concentrado en las
diversas ocupaciones de Punta de Los Gavilanes (García Martínez et al., 2008;
García Martínez y Ros Sala, 2010).
Los resultados han permitido configurar el palaeopaisaje de las distintas
fases de ocupación de P. de Los Gavilanes y, por ende, de otros asentamientos
previos y coetáneos, entre otros el fondeadero de Playa de La Isla, a la vez que
comprobar el paleopaisaje vegetal y aproximar formas de gestión de ambos
en cuanto aprovechamiento de recursos disponibles. Como claves del proceso
geomorfológico detectado (Rodríguez-Estrella et al., 2011) y de restitución del
paeopaisaje afecto a la etapa fenicia que aquí nos interesa, conviene resaltar
lo siguiente: 1) la geomorfología de la zona estuvo condicionada por la diná-
mica fluvial de dos ramblas muy activas: Moreras y Lorentes. 2) Durante el
Cuaternario fue significativa la actividad tectónica, marcada principalmente
por las fallas de Mazarrón (W-E) y de la Rella (NE-SW), además de otras
88 María Milagrosa Ros-Sala

activadas en diferentes momentos del Pleistoceno y el Holoceno. 3) Junto a


su condición de ser un sector subsidente, la presencia marina estuvo ligada
primero al efecto transgresivo por elevación del nivel marino holoceno (cuyo
máximo se detecta aquí c.7620 cal BP/5670 cal a.C.) y, posteriormente, a la
activación de las fallas que recorren el borde de la restinga y las fluctuaciones
del nivel marino mediterráneo que, en determinados períodos, la revasaron,
configurando pequeños lagoons, que quedarían en régimen residual cuando el
mar se retiraba. 4) La restinga que separa el sector inundable del medio marino
se empieza a configurar en el sector occidental a partir de c.6630 cal BP/ 4680
cal a.C., siendo practicable ya al menos desde c. 4060 cal BP/ 2130 cal a.C.,
cuando se habita por primera vez el promontorio de Punta de Los Gavilanes
según los datos actuales. A partir de entonces, dicho sector va desecándose,
rellenándose con aportaciones continentales al quedar ya elevada la restinga
en dicho tramo; un paisaje de turbera, encharcable intermitentemente, fue el
habitual en la zona inmedita a Punta de Los Gavilanes durante el ii milenio
cal a.C. 5) En cambio, el sector mas oriental de la restinga solo se cierra, y
temporalmente, c.3300 cal BP/1340 cal a.C., persistiendo la restinga elevada
sobre el nivel del mar a la par que continúa la subsidencia en el sector oriental
durante el período culturalmente asociado al Bronce Final, mal preservado en
Punta de Los Gavilanes (Ros Sala et al., 2014).
En relación con este último período citado, previo a la etapa fenicia,
conviene tener presente lo que los datos indican en relación al paisaje de la
segunda mitad del ii milenio cal a.C. y hasta el inicio del i milenio cal a.C.:
el lagoon oriental siguió confinado respecto del medio marino como ocurría
desde c.2435 cal a.C., configurándose como un medio lacustre lagunar-marino
ante las aportaciones continentales de los barrancos que desaguan en ella desde
los relieves septentrionales (Fig.5). La litología de los sondeos indican, a su
vez, que estamos ante un ambiente climático mas seco y frío con recurrentes
e importantes episodios de torrencialidad que inciden en la desecación ya ini-
ciada un milenio antes en el sector occidental, aunque la barra litoral ligada al
estuario reciente de rambla de Las Moreras es más frágil y permitiría intrusio-
nes marinas puntuales. Desde el punto de vista del paisaje hay pues, un reto-
ceso en los niveles de biodiversidad que, dentro de un medio salino limitante,
había ofrecido en cambio el paisaje que acompañó la ocupación del Bronce
argárico a fines del iii milenio y en la 1.ª mitad del ii milenio a.C.
Ya entrando de lleno en el paisaje que acompañó la presencia de fenicios
en el sector central de la bahía de Mazarrón entre los ss. viii– vi a.C., c. 2632
cal BP/ 770 cal a.C. se detecta la reactivación de las fallas NE-SW, con ruptura
de la restinga oriental y subsecuente entrada de sedimentación marina (Fig.6).
El sector oriental se convierte así, de nuevo, en una laguna marina somera
con subsidencia en su zona mas meridional; acompaña el cambio un ambiente
Nuevos datos en torno a la presencia fenicia en la Bahía de Mazarrón (Sureste Ibérico)89

Fig.5. Recreación del paleopaisaje del sector Moreras-Puerto de Mazarrón c.1340 cal a.C
(Fuente: Ros Sala et al., 2014. Archivo Proyecto Gavilanes).

mas húmedo y cálido que el previo al cambio de milenio; el sector occidental


continúa su colmatación. Asistimos pues, a un ambiente de mayor diversifica-
ción medioambiental y a la presencia de un medio lagunar marino pequeño y a
resguardo de la dinámica marina de la ensenada exterior que ahora conocemos
como Playa de la Isla.
Además, la información cartográfica y fotográfica antigua revisada indi-
can la existencia de dos lomas en la misma costa de la ensenada de La Isla y
dos pequeñas elevaciones en la de Bahía. En definitiva, el paisaje vivido por

Fig.6. Recreación del paleopaisaje c.770 cal a.C. (Fuente: Ros Sala et al., 2014. Archivo
Proyecto Gavilanes).
90 María Milagrosa Ros-Sala

fenicios en el sector en estudio parece algo mas complejo que el que se percibe
en la actualidad con las citadas lomas hoy desaparecidas. A saber: Punta de
Gavilanes como enclave saliente al mar entre dos ensenadas que favorecen
por sus características la captación de flujos importantes de aire, un elemento
clave en el proceso metalúrgico de la copelación, en la carga y descarga de car-
gamentos diversos, en el avistamiento en todo el arco de la Bahía de Mazarrón
y un acceso fácil por tierra; en el caso del fondeadero de La Isla, su perfil
de costa posibilita la habitabilidad tanto en tierra firme como en la Isla de
Adentro que también funciona como área funeraria, mientras que la aledaña
laguna marina oriental interior pudo ser soporte de alguna pequeña instalación
portuaria, a resguardo de los leveches que inciden en la costa del fondeadero,
sin perjuicio de la existencia de instalaciones similares en la vertiente surocci-
dental del Cabezo del Faro donde hasta las últimas décadas del s. xx susbsitía
el pequeño y pesquero Puerto Piojo.
Más adelante, se irá produciendo la disminución progresiva de la laguna
marina por el cese de subsidencia juntamente con aportaciones fluviotorren-
ciales, aunque esta colmatación parece que se ve alterada por la rotura puntual
de la restinga debido a sismicidad local y el efecto de grandes temporales, con
la consiguiente acción de pequeñas transgresiones marinas en su zona mas
meridional. Hacia 470 cal d.C se detecta la colmatación de este sector que
queda como un medio salobre residual, resaltando que en algunos registros
sedimentarios aparecen facies de evaporitas que hablan de su uso como salina,
coincidiendo en fechas históricas con el momento álgido de la explotación de
salazones en las factorías de salazón del Puerto de Mazarrón.
En cuanto al paleopaisaje vegetativo, las condiciones litológicas de la
zona ya en el i milenio a.C. fueron indudablemente un factor limitante en el
desarrollo de la vegetación, sobretodo la salinidad. En ello inciden la señal
palinológica mostrada por el diagrama polínico (Navarro Hervás et al., 2009;
Rodríguez Estrella et al., 2011; Ros Sala et al. 2014) y la antracológica deducida
del estudio del carbón disperso y concentrado, junto con restos carpológicos,
en los niveles coetáneos de Punta de Los Gavilanes (García Martínez y Ros
Sala, 2010; García Martínez et al., 2008). Sus resultados permiten tres esca-
las interpretativas de lo que fue el paisaje vegetal de la zona en este periodo:
disponibilidad de recursos forestales, en conjunción con el registro polínico
y antracológico; pautas de gestión de recursos relacionados con la diversidad
de usos en la ocupación fenicia sobre el asentamiento de P. de Los Gavilanes;
finalmente, el impacto sobre el medio interactuado.
En relación con los recursos forestales disponibles (García Martínez et
al., 2008) destaca una amplia variedad taxonómica propia de la existencia de
ecosistemas diversificados, sobre todo salino, mediterráneo e iberoafricano,
en un paisaje abierto con dominio de matorral mediterráneo, formado sobre
Nuevos datos en torno a la presencia fenicia en la Bahía de Mazarrón (Sureste Ibérico)91

todo por comunidades arbustivas de lentisco (Pistacia lentiscus), y acebuche


(Olea europea) en menor medida, así como pino carrasco (Pinus halepensis)
y piñonero (Pinus Pinea) como único y escaso elemento del estrato arbóreo
que pudieron compartir espacio en la sierra de Las Moreras y en los arenales
de la restinga. En la costa dominan comunidades arbustivas y de herbáceas,
fundamentalmente Chenopodiaceas, Tarays (Tamarix sp) y Atriplex halimus;
es decir, una vegetación condicionada por la edáfica del entorno y adaptada al
estrés hídrico de tales condiciones. En cuanto a pautas de gestión del medio
así configurado, la diversidad de usos detectada en Punta de Los Gavilanes,
permite proponer (García Martínez y Ros Sala, 2010) el uso diversificado de
recursos vegetales de componente halófilo, mediterráneo e iberoafricano del
entorno del asentamiento en un área de captación entre 0 y 5 km, con preferen-
cia sobre lentisco (Pistacia lentiscus), pino carrasco (Pinus halepensis), tarays
(Tamarix sp) y, sobre todo, Chenopodiáceas y Atriplex halimus; no se detectan
pautas selectivas de recolección sino oportunistas ante la escasez de especies
leñosas en un entorno ya degradado desde mucho antes por condiciones edá-
ficas y climáticas propias del proceso de aridificación que se vivía en la zona,
por lo que parece que primó una relación esfuerzo-rendimiento positiva.
Finalmente, los resultados antracológicos de esta fase (García Martínez
et al., 2010) avalan que la degradación ecológica en el entorno fue todavía
muy limitada, como en otros puntos del Sureste, no apreciándose alteraciones
importantes en la señal antracológica respecto de la fase previa del Bronce
argárico. No obstante, es preciso tener en cuenta que, como indica el dia-
grama polínico, este sector ya estaba afectado por una degradación forestal
(Navarro et al. 2009) que hunde sus raíces, como en el resto del Sureste y el
Mediterráneo en general, en la tendencia a la aridez que se inicia en el entorno
cronológico del evento climático 5.2, instalándose estas condiciones en la
Bahía de Mazarrón y en el prelitoral murciano ya desde c. 2590 cal a.C., es
decir, mediados del iii m. cal a.C. (Navarro Hervás et al., 2014). En razón a
esa degradación y en consonancia con otros registros antracológicos de esta-
blecimientos coetáneos del Sureste y sur de Iberia (Fonteta, Baria, Cerro del
Villar), se detecta la expansión de las formaciones arbustivas mediterráneas
acompañadas de p. halepensis y la degradación del encinar. Como restos car-
pológicos es escasa la presencia de cereal, sobre todo de cebadas (Hordeum
vulgare), muy presente en las fosas-vertedero identificadas en Gavilanes IIIb y,
en menor número, en los ambientes constructivos fenicios, y ya en muy menor
medida trigo (Triticum aestivum), y lino (Linum) (Precioso Arévalo, 2010);
no obstante, la superficie conservada de la ocupación de esta fase en Punta de
Los Gavilanes es muy reducida por lo que este último dato ha de ser tomado
con precaución; además, las características del entorno ahondan la necesidad
de realizar análisis de estrés hídrico para intentar aproximar si su presencia
92 María Milagrosa Ros-Sala

obedece a cultivo propio o a comercio. Finalmente, en los nichos diversifica-


dos vistos en el entorno de la costa de este sector central de Bahía de Mazarrón,
se crió una cabaña ganadera compuesta por ovicápridos fundamentalmente y,
muy en menor medida, por bóvidos y suidos, siendo por otra parte significativa
la presencia de restos de fauna marina consumida y comercializada cuyo estu-
dio por parte de A.Morales y E. Roselló, en fase de finalización, será de suma
importancia para la zona.

Punta de los Gavilanes III, enclave fenicio con actividad metalúrgica


y comercial
La ocupación fenicia del promontorio rocoso Punta de Los Gavilanes, situado
entre las playas de Bahía y Nares, con una altura de 7,65 m s.n.m. y una exten-
síón de 810 m2 reducida a 450 m2 conservados y 245 m2 excavados (Fig. 7), se
identifica con la Fase Gavilanes III de las cinco caracterizadas estratigráfica y
culturalmente en el mismo. La naturaleza del sustrato geológico, formado por
dolomías en su base con costra caliza y areniscas amarillentas miocenas, supone
que la superficie primigenia fuera muy desigual, basculando en cualquier caso
en dirección SW-NE y condicionando así la urbanística de sus diferentes ocu-
paciones. Parece que pudo estar habitado también el promontorio mas extremo
del islote al que se une a nivel de la base dolomítica, pero la construcción de

Fig.7. Punta de Los Gavilanes en proceso de excavación.Campaña 2006 (Fuente: Paisajes


Españoles, Archivo Proyecto Gavilanes).
Nuevos datos en torno a la presencia fenicia en la Bahía de Mazarrón (Sureste Ibérico)93

Fig. 8. Complejidad estratigráfica y estructural sobre Punta de Los Gavilanes en el sector


excavado de las terrazas superior y media (Fuente: Archivo Proyecto Gavilanes).

una vivienda sobre él en los años 60, cortó hasta la propia roca de su superficie
practicable, desapareciendo todo rastro de su posible ocupación. Su distancia
al fondeadero de La Isla es de c. 1 km en recorrido lineal.
Su exigua superficie disponible, la amplitud temporal de sus ocupaciones
y las importantes modificaciones del sustrato que algunas provocan, están
en la raíz de una estratigrafía muy compleja que, no obstante, ha permitido
caracterizar cuatro Fases culturales con 11 facies estratigráficas y aislar nume-
rosas intrusiones posdeposicionales; su superposición en autocad, deja clara
esa complejidad en la lectura estratigráfica tanto estructural como espacial
(Fig. 8). De las cuatro fases, dos provocan drásticas interrupciones estratigrá-
ficas que afectan, entre otras, a la fase Fenicia en la superficie excavada hasta
el momento. Se trata de la Fase Gavilanes II, de filiación cultural púnica y
funcionalidad exclusivamente metalúrgica, y la Fase I, tardorepublicana y de
funcionalidad diversa; los arrasamientos y remociones –Interfacies– que su
implantación supone, modifican e interrumpen significativamente la secuencia
deposicional.
La Fase III se detecta estructuralmente solo en la Terraza Superior (TS)
y contextual o materialmente en ambas (TS y TM). Los restos conservados
94 María Milagrosa Ros-Sala

de sus estructuras responden a dos tipos: 1) constructivas, asociadas en dos


casos a nivel de ocupación y a un pavimento, 2) negativas, como cuatro fosas-
poste y varias fosas-vertedero intrusivas sobre niveles previos del Bronce
argárico. Los restos materiales sin contexto constructivo unívoco, se ubican
en la Interfaz II/IV –entre los niveles superiores de la Fase IV argárica y el
nivel fundacional de la gran construcción de la Fase II en toda la terraza media
y el sector central de la superior– y la Interfaz I/II, efecto del arrasamiento de
los niveles de Fases previas III y II en el sector central de la terraza superior
y su traslado a la terraza media como colmatación sobre la ruina de la factoría
metalúrgica de Fase Gavilanes II, ya abandonada a fines del s. iii a.C.; sobre
dicho arrasamiento se levantan las estructuras de la Fase I ya en una superficie
mayor unificada sobre las de las antiguas terrazas media y Superior (Fig. 9).
En cuanto a la funcionalidad/es de esta fase fenicia parece destacar la meta-
lúrgica, al menos en su etapa final, y posiblemente metalúrgica y comercial en
la inicial. Los escasos restos estructurales de la ocupación fenicia conservados,
localizados en el sector oriental de la terraza superior, cortan los niveles de
ocupación de la Fase IV argárica desde su momento inicial, rebajando incluso
el nivel de base geológica del promontorio y el podio artificial de piedra que

Fig. 9. Planimetría de Fase Gavilanes III, bajo estructuras de Fases Gavilanes II y Gavilanes I
(Fuente: Archivo Proyecto Gavilanes).
Nuevos datos en torno a la presencia fenicia en la Bahía de Mazarrón (Sureste Ibérico)95

se va configurando con las sucesivas refacciones del flanco septentrional de


la gran vivienda argárica instalada sobre la terraza superior; este podio pétreo,
resultado de la ampliación artificial de la terraza superior, se ve incluso reba-
sado por el espacio fenicio. Cabe pues pensar que la urbanística de la Fase III
fenicia cambió respecto de la previa del Bronce argárico al contemplar módu-
los laterales construídos con orientación S-N contra el central que permanece,
frente a la orientación E-O unilineal que presentan todas las edificaciones
domésticas y artesanales de la fase previa argárica; ello implica probablemente
una modulación constructiva diferente, mas pequeña que en esta última, pero
también respecto de la Fase II púnica posterior, cuya edificación metalúrgica
ubica su núcleo central también con un desarrollo E-O aunque ahora dividido
mediante muros de dirección S-N. Sin embargo, en esta última es interesante
el hecho de que sus estructuras metalúrgicas se mimetizan, al menos en este
sector, respecto de las previas tambien metalúrgicas de la Fase III fenicia (Fig.
10).
La secuencia estratigráfica vista, junto con las dataciones radiométricas
obtenidas (Fig.15) y los restos arqueológicos que se le asocian, permiten

Fig.10. Planimetría de Fase Gavilanes III y bajo estructuras de Fase Gavilanes II


(Fuente: Archivo Proyecto Gavilanes).
96 María Milagrosa Ros-Sala

proponer la siguiente secuencia deposicional en relación con la ocupación


fenicia de Punta de Gavilanes:
– Fase IIIa (Fig. 11): identificada por el ámbito constructivo 1686-
1701/1702, formado por los restos arrasados del zócalo pétreo (uuee 1686/
1701) de su grueso alzado de adobes rojizos (ue 1253), totalmente amorti-
zado sobre su nivel de uso asociado (uuee 1702/1254); dicho ambiente apoya
directamente sobre una fina capa con restos removidos de niveles previos del
Bronce, arrasados en la nueva nivelación fenicia que asienta casi directamente
sobre el geológico de base; ello puede explicar la antigüedad de una de las
dataciones radiométricas sobre semillas obtenidas en el nivel de base de Fase
IIIa (GV1709-23.1/KIA-32364: med. 1433 cal a.C.) (Fig.15), no consistente
con otra obtenida en el mismo contexto (GV1253-25.1/KIA-40415: med. 660
cal a.C.) y con los materiales cerámicos fenicios asociados.
Dado que en el presente trabajo resulta imposible asumir un análisis pun-
tual y concreto de cada resto material por razones de espacio, citaremos solo
la presencia de ciertos tipos que permiten ir fijando pautas cronológicas de las
fases en que se insertan, en tanto no se excaven otras zonas del yacimiento que
puedan deparar nuevos datos. Así, entre el contexto material de este ámbito
aparece un borde ánfora 10.1.1.1 de Ramón (Ramón, 1995) (Fig.13) presente
en contextos de segunda mitad del viii a.C. y primera mitad del vii a.C en
Andalucía oriental y occidental, así como en el Sureste, caso de Fonteta II

Fig. 11. Restos estructurales arrasados de Fase IIIa en Terraza Superior (ámbito constructivo
1686/1702) (Fuente: Archivo Proyecto Gavilanes).
Nuevos datos en torno a la presencia fenicia en la Bahía de Mazarrón (Sureste Ibérico)97

Fig. 12. Planimetría Fases IIIb y IIIc en sectores oriental, central y occidental de Terraza Superior:
adobes caidos (ue1253) relacionados con nivel de ocupación IIIa; sobre él ambiente constructivo
oriental 1700/1697, con fosas intrusivas (uuee1688,1698) y hogar (ue1698); superposición de
Dept. industrial 7TS con restos estructura de combustión 11TS (ue1681); ambientes 1584/1618 y
1686/1685 con fosas-poste, fosa-vertedero (ue1498) y muro corrido (ue1700) (Fuente: Archivo
Proyecto Gavilanes).

y III, El Castellar de Librilla II o Peña Negra I, o en Sa Caleta (Ibiza); este


tipo anfórico tambien está presente, junto con otras piezas fenicias de barniz
rojo, en las interfacies II/IV y en la I/II (Fig.14) como material trasladado, con
orígen en los arrasamientos de las Fases IV y III, en el primer caso, y de las IV,
III y II en el segundo. El resto de materiales fenicios de esta fase, de tipología
reconocible, son un borde de plato de barníz rojo con labio de ala corta y otro
pertenenciente a un cuenco de cerámica gris, junto con fragmentos de platos
grises de fondo plano indicado (Fig. 13). En cualquiera de los contextos aludi-
dos se constata presencia de materiales de Bronce Final.
– Fase IIIb (Fig. 12): Muy afectada por el arrasamiento de sus estructuras
de las que solo sabemos que utilizan adobes sobre zócalos bajos de piedra
mediana, igual que en la Fase IIIa previa, sus restos aparecen en el sector orien-
tal y central de la terraza superior; en el primero citado la configura el ambiente
constructivo 1700/1698 del que, a resultas de las intrusiones cimentadoras de
la posterior factoría metalúrgica de la Fase II, solo se conserva parte del pavi-
mento y restos de un pequeño hogar adosado al muro maestro meridional 1700
y dos estructuras negativas de fosas vertedero (uuee 1688, 1691) excavadas
sobre el grueso paquete de adobes rojizos de la Fase IIIa.
98 María Milagrosa Ros-Sala

Esta intrusión de la edilicia de Fase II en la terraza superior tiene efec-


tos tambien en el sector central de esta terraza, de foma que en este solo se
conservan, igualmente, las estructuras negativas de una serie de fosas-poste
relacionadas con los restos murarios de los ambientes constructivos 1639/1588
y 1584/1618; en este último espacio se conservó así mismo la parte media
e inferior de una fosa-vertedero con interesantes materiales de filiación así-
mismo fenicia (ue1498). En relación precisamente con estos, además de un
borde de plato de ala ancha con barniz rojo, sobresale una «Oil bottle», un
tipo de envase ya estudiado y clasificado en su día por Ramón (Ramón, 1982).
Nuestro ejemplar (Fig. 13) responde a las características de manufacturación y
elementos formales de los ejemplares arcaicos, con fondo anular y umbo con-
vexo, y tipo de borde similar a los que aparecen en contextos arcaicos medite-
rráneos occidentales estudiados por otros autores, y analizados conjuntamente
por Orsingher en un último trabajo sobre estos pequeños envases cerámicos;
Orsingher centra la producción de este tipo mas arcaico de oil bottle entre 760-
650 a.C. con un período álgido de su producción y tráfico comercial a fines del
s. viii y la primera mitad del s. vii a.C. (Orsingher, 2011, 56-57, tv.I, 28), sin
que parezca que continúe su producción y tráfico mas allá de la primera mitad
del s. vii a.C.; su presencia parece, pues, un indicador cronológico a considerar
tanto para la propia facies estratigráfica como para las posteriores, amén de
funcional en relación con la ocupación inicial del promontorio de Gavilanes
que proponemos se produjera ya al menos en la primera mitad del s. vii a.C.;
en el contexto de la fosa aparecen otros materiales a torno, común y sin trata-
miento, en algún caso de ánforas con restos ictiológicos (Fig. 13).
– Fase IIIc (Figs.12 y 13): sus estructuras son las que más sufren los efec-
tos de la remodelación edilicia de la Fase II sobre el promontorio; de hecho, las
construcciones a cota más baja que ofrecen las Fases IIIa y IIIb sobre la terraza
superior, al cambiar el patrón urbanístico de estas sobre las mas antiguas del
Bronce, han permitido que se preservara parte de un espacio industrial, el Dpt.
Industrial 7S (ámbito 1686/1685), que albergó la estructura metalúrgica 11 TS
(ue 1681) –hasta ahora la mas antigua sobre el islote– cuyos restos aparecen,
junto con fragmentos de copelas, sobre el suelo 1685 y en nivel de uso 1680.
Su amortización tiene lugar cuando se construye sobre dicho ambiente y ya
en Fase II, un nuevo departamento tambien industrial y relacionado con la
metalurgia de la plata, que albergó la estructura metalúrgica 9TS; el muro que
se le asocia corta y se sobrepone a los restos de la estructura metalúrgica 11TS.
Además de los fragmentos de copelas citados aparecen restos de vasos de pare-
des rectas con tratamiento no identificables tipológicamente.
Por último, en la Interfaz I/II, se constatan materiales fenicios, y de otras
procedencias coetáneas, muy diversos como corresponde a la naturaleza y
cronología de los niveles arrasados pertenecientes a las Fases IV, III y II. Así,
Nuevos datos en torno a la presencia fenicia en la Bahía de Mazarrón (Sureste Ibérico)99

Fig. 13. Contextos cerámicos de fases IIIa, IIIb y IIIc (Fuente: Archivo Proyecto Gavilanes).

junto con materiales a mano bruñidos de diferentes momentos del Bronce,


aparecen jarros tipo Cruz del Negro, o de cuello recto y arista media con barniz
rojo, bordes de ánforas 10.1.1.1 y 10.1.2.1 de la seriación de Ramón (Ramón,
1995), con bastantes 11.2.1.3, 12.1.1.1, y 4.2.2.5, o 8.1.2.1 /8.1.3.1 /8.2.1.1 y
12.1.1.1 de la tipología anfórica del mismo autor, además de un ejemplar de
borde de ánfora de transporte de la Grecia del Este pintada en blanco y rojo
vino, otro de ánfora jonia-masaliota, y estrusca PY 5. Todo ello con cerámicas
pintadas monócromas, bícromas e ibéricas (Fig. 14).
Desde el punto de vista de la temporalidad asociada a esta Fase III (Fig.
15), las medianas de las dataciones radiocarbónicas calibradas obtenidas sobre
carbón en las muestras de las fases IIIa y IIIb (en este último caso GV1688-
25.1/KIA-40415) ubican su desarrollo en la primera mitad del s. vii a.C. (670 y
660 cal a.C.) (Fig. 12), acorde con los materiales asociados; en relación con las
otras dos dataciones obtenidas en las fosas-vertedero de la fase IIIb (GV1688-
23.1/KIA40421 y GV1698-23.1/KIA40425), intrusivas sobre niveles previos,
sus altas dataciones c. 1756 y 1654 parecen responder precisamente a restos
bióticos descontextualizados del Bronce Argárico. Así pues, a falta de más
datos, su momento inicial puede variar entre fines del viii o inicios del vii
100 María Milagrosa Ros-Sala

Fig. 14. Restos cerámicos fenicios en Interfacies II/IV y I/II (Fuente: Archivo Proyecto
Gavilanes).

a.C., y su amortización a mediados del s. vii a.C. Para la fase IIIc contamos
con una datación de c.637 cal a.C. (GV-1680-25.1/KIA-40420) obtenida sobre
carbón de la estructura metalúrgica 11TS, y otra sobre semillas cuya fecha c.
508 cal a.C. (GV-1685-23.1/KIA-32359) se aparta a la baja de la acabada de
indicar, aunque en este caso desde el IRPAKIK Laboratory se nos advirtió de
su posible anomalía ante la escasez y baja calidad de la muestra, patente en la
incertidumbre de su alta desviación típica de ± 85.
Esta datación de los restos de la estructura metalúrgica 11TS, hoy por hoy
la mas antigua registrada en la zona en relación con la actividad metalúrgica
para la obtención de plata mediante copelación –en orígen quizás del mineral
argentífero del propio polígono minero de Mazarrón–, pudiera ser acorde con
el horizonte que planea sobre la construcción de la embarcación Mazarrón-2
según las dataciones conocidas sobre el mismo; el cargamento de este último
contenía, como se ha indicado con anterioridad, mineral argentífero y copelas
residuales del proceso de copelación. Los restos de copelas procedentes de la
fase fenicia de Mazarrón estan en estos momentos en proceso de estudio por
parte de M. Renzi a cuyos próximos resultados emplazamos, fundamental-
mente en lo que respecta a la procedencia del mineral en función del análisis
de los isótopos de plomo contenidos en las muestras; no obstante, sí sabemos
que todas las muestras del pecio analizadas (recogidas en distintos niveles del
Nuevos datos en torno a la presencia fenicia en la Bahía de Mazarrón (Sureste Ibérico)101

cal y BP Cal years BC/AD date *


Phase Sample Sample code Lab.code BP date
date* 1σ probability ranges 2s probability ranges median
GV-IV seeds GV1709-23.1 KIA-32364 3155±25 3382 1455 BC (68,2%) 1500 BC (95,4%) 1390
1433
1405 BC BC
GV-IIIa charcoal GV1253-25.1 KIA-40415 2525±30 790 BC (21,3) 740 BC 800 BC (29,5) 720 BC
690 BC (14,2) 660 BC 700 BC (65,9) 530 BC
659
650 BC (27,6) 590 BC
580 BC (5,00) 560 BC
GV-IIIB charcoal GV1688-25.1 KIA-40422 2535±30 800 BC (29,3) 740 BC 800 BC (35,4) 730 BC
690 BC (15,O) 660 BC 700 BC (17,7) 660 BC 670
650 BC (23,9) 590 BC 650 BC (42,2) 540 BC
GV-IIIB seeds GV1688-23.1 KIA-40421 3445±35 3705 1870 BC (13,9) 1840 1890 BC (95,4) 1660
BC BC
1820 BC (3,8 ) 1800 BC 1756
1780 BC (50,5) 1690
BC
GV-IIIB seeds GV1698-23.1 KIA-40425 3360±35 3603 1730 BC (5,4) 1710 BC 1750 BC (8,13) 1600
1700 BC (81,3) 1600 BC 1654
BC
GV-IIIC charcoal GV1680-25.1 KIA-40420 2495±30 2586 770 BC (12,5) 730 BC 790 BC (95,4) 510 BC
690 BC (8,2) 660 BC 637
650 BA (47,5) 540 BC
GV-IIIC seeds** GV-1685-23.1 KIA-32359 2380±85 2457 750 BC (13,5) 680 BC 800 BC (90,7) 350 BC
670 BC (3,9 ) 640 BC 300 BC (4,7 ) 380 BC 508
560 BC (50,8) 380 BC

Fig. 15. Tabla de dataciones radiocarbónicas de Gavilanes III (Fuente: elaboración propia;
*Calibración: M. Stuiver, P.J. Reimer, R. Reimer: 14C Calibration Program,v.6.0,2010).

cargamento del barco) tienen la misma procedencia y su origen coincide con


la única muestra analizada de la fase fenicia de Gavilanes, consistente tambien
con otras muestras analizadas en La Fonteta, Ampurias o Sa Caleta (Renzi et
al., 2009), dentro pues de un panorama económico-comercial coherente con el
comercio de plomo y plata constatado en otros ámbitos de la Iberia mediterrá-
nea (Rafel et al., 2010, 200; Ramón et al., 2011,80).
Ante este panorama y los datos preliminares conocidos por las diferen-
tes prospecciones terrestres y subacuáticas realizadas en el litoral de la bahía
de Mazarrón, cabe insistir, de nuevo, en la propuesta que ya hicimos en el
Congreso Internacional de Estudios Fenicios y Púnicos celebrado en 2005
en Lisboa, acerca de la vertebración territorial del poblamiento de este tramo
del litoral del Sureste Ibérico que es la Bahía de Mazarrón, desde dos deter-
minismos socioproductivos: la explotación minera de la plata y el plomo de
su entorno continental y la pesca sobre su amplio dominio marino; ambos
ampliamente informados en el promontorio de Punta de Los Gavilanes y, es
de esperar, que en un futuro próximo tambien lo sean desde otros puntos de
102 María Milagrosa Ros-Sala

la misma. Dos explotaciones básicas en los modelos comerciales y coloniales


fenicios occidentales que, junto con la viabilidad de los mercados emergentes
autóctonos del Bronce Final ampliamente caracterizados en el corredor del
Guadalentín, parecen hablar de algo mas que un fondeadero en el entorno lito-
ral del Puerto de Mazarrón.

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LOS ALMADENES Y LA CUENCA DEL RÍO
MUNDO, UN MODELO DE PAISAJE CULTURAL
PARA LA PROTOHISTORIA ALBACETENSE
(HELLÍN, ALBACETE)1

Víctor Cañavate Castejón


Feliciana Sala Sellés
Universidad de Alicante

Francisco Javier López Precioso


Museo Comarcal de Hellín

Rocío Noval Clemente


Largadata s.l.

Se presenta el yacimiento de Los Almadenes como paradigma de enclave pro-


tohistórico que gestiona la actividad económica y comercial en el territorio
próximo. Situado en un alto de la ribera del cañón de Los Almadenes, controla
la vía natural entre la costa y la meseta que sigue los cursos de los ríos Mundo
y Segura. Tras los trabajos de campo en el interior del poblado y en un tramo de
la muralla, se muestran los datos preliminares del estudio global del yacimiento
a partir del análisis de su arquitectura y de los ajuares domésticos, aplicando
nuevas tecnologías en sintaxis espacial, cartografías digitales y ortofotografía.
El yacimiento toma el nombre del paraje donde está ubicado, sobre un
promontorio de la margen derecha del río Mundo dominando el cañón de Los
Almadenes, en el extremo suroriental del término municipal de Hellín, muy
cerca del límite con la provincia de Murcia. El topónimo tiene su origen en las
minas de azufre muy próximas, cuya explotación se conoce, al menos, desde

1. Este artículo se ha realizado en el marco del Proyecto de investigación del Patrimonio


Arqueológico y Paleontológico de Castilla-La Mancha para el año 2014 (n.º expte:
SBPLY/14180601/000049).
106 Víctor Cañavate, Feliciana Sala, Francisco Javier López y Rocío Noval

Figura 1. Localización general del yacimiento.

época islámica, gracias a la descripción de la cuenca del rio Segura del geógrafo
musulmán Al-Zuhri en el año 1154 (Carmona, 1998 y 2007; Romera, 2014).
En este lugar el río Mundo discurre por el tramo encajonado del cañón hasta
desembocar en el río Segura, a unos 3 km al sur del yacimiento, y da lugar a
pequeñas áreas de vega allí donde el cañón se ensancha ligeramente. El inicio
del cañón se aprovechó para construir la pared del embalse de Camarillas en la
década de los años 30, a los pies del yacimiento.
Los ingenieros de la presa del pantano descubrieron restos arqueológi-
cos en torno al año 1931, posiblemente Los Almadenes, y lo notificaron a la
Comisión Provincial de Monumentos de Albacete, si bien el yacimiento no se
identificó claramente hasta el año 1973 por Jerónimo Molina García, director
del Museo Municipal de Jumilla (Murcia). La documentación se archivó y el
yacimiento no se redescubrió para la investigación hasta los primeros años 80.
En 1986 uno de los firmantes de este artículo inicia un programa de trabajo con
el objetivo de mejorar el conocimiento de las poblaciones del Bronce Final y
Primera Edad del Hierro de Albacete, dada la persistente escasez de datos sobre
el periodo en la provincia. Este proyecto motivó la elección de Los Almadenes
para un estudio más en profundidad por sus especiales características: la
Los almadenes y la cuenca del río Mundo, un modelo de paisaje cultural para la...107

ubicación en un lugar altamente estratégico, un buen estado de conservación y


el interés de los materiales visibles en superficie con una notable profusión de
ánforas de tipología fenicia.
La ubicación sobre el promontorio más alto de la margen izquierda del
cañón le otorga un extraordinario control visual del entorno inmediato y del
curso del río Mundo que, en una zona de serranías no muy altas pero sí muy
próximas, se convierte en la principal vía de comunicación: hacia el sur, se
alcanza la costa murciana y alicantina siguiendo el curso del río Segura; por
otro lado, a través del valle que arranca desde Moratalla (Murcia) en dirección
al oeste se llega a la cabecera del río Segura; por último, hacia el norte enlazaría
con el interior de la provincia de Albacete siguiendo el arroyo de Tobarra. Así
pues, el espacio geográfico, tanto en época protohistórica como en la actuali-
dad, queda vertebrado en torno al curso del río Mundo en su confluencia con
el río Segura (Fig. 1).

Los trabajos de campo


En una primera toma de contacto con el yacimiento se constataron actuacio-
nes clandestinas que lo habían afectado en diversos puntos. En uno de ellos
los furtivos habían dejado al descubierto una gran cantidad de fragmentos
cerámicos y adobes enteros con restos de enlucido pintado de color rojo
todavía adherido. Este hecho motivó la solicitud y realización de las primeras
excavaciones, eligiendo ese preciso lugar para el inicio de los trabajos. Las
excavaciones, llevadas a cabo en sendas campañas de 1993 y 1995, pusie-
ron al descubierto un edificio que destacaba por sus dimensiones, distribu-
ción interna y por el elevado número de ánforas y otros contenedores que
almacenaba en su interior. El contexto material mueble e inmueble señalaba
la importancia del edificio dentro de la trama urbana, así como la relevancia
social de sus ocupantes, al tiempo que se constataba un conjunto cerámico
inédito en el sureste de la meseta. Un avance de resultados fue presentado en
el IV Congreso Internacional de Estudios Fenicios y Púnicos de 1995 y el II
Congreso de Arqueología Peninsular de 1996 (Sala y López Precioso, 2000;
López Precioso y Sala, 1999). La fundación en un momento indeterminado de
la segunda mitad del siglo vii a.C. y el final de la ocupación hacia mediados
del siglo vi a.C. se obtiene gracias al repertorio material: cerámica a mano
local junto a vasos a torno que imitan modelos fenicios sin presentar toda-
vía rasgos de las producciones cerámicas iberas. El hallazgo de un borde de
ampolla de perfumes fenicia confirmaba la datación. La tercera publicación
sobre Los Almadenes es una síntesis de carácter divulgativo en el catálogo de
la exposición El mundo ibérico: una nueva imagen en los albores del año 2000
(Sala y López Precioso, 1995).
108 Víctor Cañavate, Feliciana Sala, Francisco Javier López y Rocío Noval

Figura 2. Vista de la rotura provocada sobre la muralla meridional.

Los trabajos se interrumpieron hasta 2012, momento en que unas obras


realizadas por la Confederación Hidrográfica del Segura para el incremento
y mejora de la disponibilidad de agua provocaron la rotura de un tramo de la
muralla (Fig. 2). Este hecho motivó la realización de trabajos de excavación y
recomposición del tramo afectado, lo que permitió seccionar y profundizar en
el sistema constructivo de la muralla (Noval y Cañavate, 2012).
Entre los meses de junio y septiembre de 2014, gracias a la concesión
de una subvención para la realización de Proyectos de Investigación del
Patrimonio Arqueológico y Paleontológico de Castilla-La Mancha (Orden de
1 de abril de 2014 D.O.C.M. n.º 67 de 7 de abril de 2014), se ha procedido a
compilar y unificar los datos tanto muebles como inmuebles de las tres inter-
venciones y actualizar la documentación gráfica con la aplicación de nuevos
procedimientos. El incendio que en 2012 arrasó las sierras del entorno tam-
bién afectó al yacimiento calcinando la tupida cubierta de matas de esparto
del cerro. Esta desgraciada circunstancia tuvo, sin embargo, un lado posi-
tivo al poner al descubierto un buen número de construcciones ocultas por
la vegetación. El análisis de esas estructures visibles ahora en superficie y
su plasmación en una cartografía digitalizada ha permitido obtener nuevos
datos de gran interés sobre la fortificación y el urbanismo. El resultado es
una nueva perspectiva acerca del papel del enclave en el cambio cultural de
la protohistoria de las comarcas meridionales albacetenses, que adelantamos
en el presente trabajo.
Los almadenes y la cuenca del río Mundo, un modelo de paisaje cultural para la...109

El edificio 1
Aunque el edificio ya se dio a conocer en sus rasgos principales en las actas de
los congresos ya mencionados, conviene describirlo de nuevo aquí. Ocupa una
superficie construida aproximada de 330 m2 de los 3000 que tiene el enclave
de extensión. Está organizado en dos alas en torno a un gran patio cuadrangu-
lar, que es resultado de la reforma que unió lo que en origen eran dos viviendas
independientes (Fig. 3).
El lado oeste lo constituye una gran construcción de planta cuadrada irre-
gular dividida en cinco estancias. Por un ancho vano abierto en la fachada
oriental se accedería a la estancia A, un espacio rectangular interpretado como
un patio descubierto por su ancha crujía y por la ausencia de restos de techum-
bre, que sí aparecen en las estancias B y C. El equipamiento de este espacio es
una estructura circular maciza de mampostería de 1,5 m de diámetro, adosada
al muro oriental, interpretada como la base de un horno y, en la pared opuesta,
una pequeña estructura cuadrangular hueca con un estrecho vano cuya función
se nos escapa. Desde la estancia A se accede a la B a través de un amplísimo
vano. En su interior encontramos un gran hogar circular de placa realizado con
una solera de barro refractario rojizo. A poca distancia del hogar, un tabique
hecho con mampostería y adobes crea un nuevo espacio, la estancia C, equi-
pado con un hogar idéntico al anterior pero de menor diámetro, adosado al
tabique, dos basas de poste de barro endurecido y pintado de rojo y un banco

Figura 3. Planta del Edificio 1.


110 Víctor Cañavate, Feliciana Sala, Francisco Javier López y Rocío Noval

corrido de barro adosado al muro sur. Los adobes con restos de enlucido pin-
tado exhumados por los furtivos pertenecían a este tabique. Desde esta estancia
se accede al departamento D, equipado con sendos bancos de lajas de dolomita
adosados a las paredes largas este y oeste. Esta estancia tiene otra entrada
directa desde el patio A. La circulación en el edificio es, por tanto, circular. La
construcción de un pequeño tabique partiendo de la jamba de la puerta este de
la estancia D crea un nuevo espacio que distinguimos como estancia E, aunque
lo más probable es que junto al patio A formara un único ambiente dedicado a
actividades domésticas. De hecho, en lugar de tener una función tectónica, el
pequeño tabique parece estar resguardando un tercer hogar circular de placa
realizado, como los demás, con una solera de barro refractario rojizo.
El ala este del edificio está constituida por tres habitaciones independientes
denominadas F, G y H abiertas al patio central. El acceso a las estancias F y G
se realiza a través de un vano normal de unos 80-90 cm, mientras que el vano
de la estancia H presenta el mismo ancho de la crujía. Las dos primeras están
provistas de un banco corrido a lo largo de las cuatro paredes, en tanto que la
H presenta un solo banco adosado a la pared norte. El banco de la estancia F
está formado por un núcleo de piedras de pequeño tamaño enlucido mediante
una capa de barro rojizo que se conserva bastante bien en la parte frontal, salvo
en el muro sur y la esquina sureste. El banco de la estancia G, en cambio, está
realizado con barro de color anaranjado y escasas piedras de pequeño tamaño
y, aunque no se conserva bien en este punto, parece arrancar desde el umbral
de acceso a la habitación. Por último, el banco de la estancia H está formado
por pequeñas piedras trabadas con barro.
Solo la estancia G posee un hogar central del mismo tipo que los anterio-
res, circular, de unos 30 cm de diámetro, rodeado de un fino círculo de barro
anaranjado y solera de arcilla refractaria en su zona central. En el interior de
la estancia F, la excavación del nivel de derrumbe de la cubierta deparó el
hallazgo de un gran número de fragmentos de adobes e improntas de barro de
la techumbre.
Como se ha dicho, este gran edificio no se construyó de una sola vez,
sino que fue objeto de algunas reformas que definieron la planta final que
conocemos. El análisis de las relaciones estratigráficas entre los muros deja
entrever que en un principio existían de manera independiente la construcción
cuadrangular del ala oeste y la estancia F; en un segundo momento se adosó la
estancia G a la F y, no sabemos si inmediatamente después o tras un intervalo
de tiempo, se cerró el espacio intermedio con un largo muro al norte y otro al
sur formando el gran patio cuadrado central y la estancia H. Esta evolución
constructiva en, al menos, dos fases concuerda con la evolución funcional
apreciada en el edificio del ala oeste, el cual, tras un primer uso residencial,
pasó a utilizarse como almacén de vasos contenedores, ya que la estancia A
Los almadenes y la cuenca del río Mundo, un modelo de paisaje cultural para la...111

apareció tan llena de ánforas que el tránsito hacia la estancia C era imposible,
además de inutilizar el gran hogar central.
El muro meridional del patio limita al sur con otro espacio abierto inter-
pretado provisionalmente como una plazoleta y calle longitudinal, dado que
parece prolongarse al este y al oeste rebasando la extensión del edificio. A este
espacio abierto abre una construcción rectangular simple, que denominamos
Edificio 2, en cuyo interior solo aparece como equipamiento doméstico otro
hogar circular. El Edificio 1 está exento porque, además de esta calle al sur, a
las restantes fachadas no se adosa muro alguno y las respectivas estratigrafías
son compatibles con espacios abiertos. Aún más, la imagen aérea tomada en
2014 muestra con claridad cómo la fachada septentrional del edificio da a la
calle que procede desde la puerta este de la muralla y cruza longitudinalmente
el enclave.
Por último, queremos destacar el extraordinario conjunto de fragmentos
de barro de la techumbre y del equipamiento doméstico. Dada su frágil natu-
raleza, estos elementos de la edificación apenas se conservan en la mayoría de
yacimientos y solo un final súbito del hábitat provocado por un incendio, como
apuntan todos los indicios en este caso, preserva las fábricas de barro. Por el
momento solo se ha publicado un avance de la clasificación morfológica de
los fragmentos procedentes de las estancias del ala oeste del Edificio 1, como
adobes con restos de estuco pintado, revestimientos de bancos y postes de
sustentación, fragmentos con improntas vegetales de cañas, troncos circulares
y de vigas o tablas con lados rectos (Sánchez, 1999), si bien de las estancias
F, G y H también procede un conjunto numeroso de fragmentos. Así pues, el
registro de Los Almadenes es excepcional y su estudio aportará un hito más
en el conocimiento de las cubiertas y acabados interiores de las viviendas pro-
tohistóricas (Belarte, 1999-2000; Mateu, 2011; Rodríguez del Cueto, 2012;
Sanmartí et alii, 2000, 127-142).

La fortificación
El lugar elegido para la ubicación del yacimiento es la cima de forma triangu-
lar de un cerro cuyos lados oriental y septentrional caen abruptamente sobre
el cañón y el embalse de Camarillas, respectivamente. En las campañas de
1993 y 1995 solo era visible un lienzo de muralla macizo de unos 110 m de
longitud y ancho irregular de unos 2,5 m de media, que discurre cerrando el
lado meridional del triángulo, el más accesible, de forma que en las primeras
publicaciones la construcción defensiva se describió como un único lienzo de
muralla, planteado como una defensa pasiva a modo de muralla en barrera.
En el vértice occidental del triángulo el lienzo enlaza con el escarpe rocoso
septentrional formando un ensanchamiento más o menos cúbico en el exterior
112 Víctor Cañavate, Feliciana Sala, Francisco Javier López y Rocío Noval

y con un relleno de piedras y tierra en el interior, que interpretamos como una


posible torre o bastión. De acuerdo con su situación, pensamos que su función
era defender uno de los puntos más vulnerables, tal vez la puerta del enclave,
pues es por este punto por donde la senda actual entra en el yacimiento. Este
tipo de muralla en barrera, de fábrica y ancho irregulares, nos pareció enton-
ces factible por encontrarlo asimismo en dos yacimientos contemporáneos y
tan significativos como El Macalón (Nerpio, Albacete) y Alt de Benimaquía
(Dénia, Alicante), lo que apuntaba hacia un rasgo común en la poliorcética
de este momento basado en la racionalización constructiva (Sala, 2006, 130;
Soria, 1999, 295, fig. 5; Díes et alii, 1991).
Los trabajos de salvamento de 2012 se centraron en el tramo de una decena
de metros del lienzo meridional afectado por la pala mecánica. Se limpió y
documentó la sección de la muralla y se abrió un corte a intramuros. El lienzo
presenta un ancho que oscila entre 2,4 y 2,8 m y un alzado conservado de
1,5 m de altura (Figs. 4.1 y 4.2). Se construye como un encintado simple,
según la terminología de P. Moret (1996, 80), mediante la técnica del pseudo-
emplecton, con un paramento interior de aparejo de piedra mediana y de piedra
mediana-grande en el exterior; el relleno es de piedra pequeña y mediana, sin
ningún tipo de disposición específica, mezcladas con tierra de textura arenosa
y tonalidad anaranjada (Fig. 4.1). El paramento interno se levanta a plomada,
mientras que el externo presenta un ligero talud de aproximadamente 20 cm
por metro. En este tramo se pudo documentar cómo el muro no asienta directa-
mente sobre la roca, sino sobre una plataforma de mampostería que sobresale
del paramento exterior unos 0,8 m en su punto máximo (Figs. 4.2 y 4.3). Dicha
plataforma está construida sobre una capa de tierra estéril y parece continuar
por casi todo el lienzo, por lo que su función sería crear un plano horizontal
que diera estabilidad al alzado del lienzo allí donde la orografía de la pendiente
lo requería.
También se abrió un corte a intramuros que documentó la inexistencia de
construcciones adosadas al paramento interior, así como de cualquier eviden-
cia de niveles de ocupación. El descubrimiento parcial de un muro en el perfil
septentrional del corte, que debe formar parte de una estructura de habitación,
confirma que entre el citado muro y la muralla existe un espacio abierto de más
de 2 m, probablemente de paso.
Gracias a la desaparición de la cubierta vegetal, durante los trabajos de
2014 hemos podido observar cómo a lo largo de los límites norte y este del
cerro el depósito estratigráfico acaba en un suave reborde de en torno a un
metro de ancho y escasa altura; en algunos tramos también detectamos al exte-
rior del reborde una hilada de un aparejo de piedra mediana dispuesta sobre
la roca del escarpe (Fig. 5). Este registro se compadece con la existencia de
un lienzo de muralla en los lados norte y este, por lo que se trataría de una
Los almadenes y la cuenca del río Mundo, un modelo de paisaje cultural para la...113

Figura 4. 1. Imagen de la rotura durante los trabajos de limpieza y excavación. 2. Planta del
tramo de muralla intervenido (en rojo la línea de rotura). 3. Alzados intramuros y extramuros
del mismo tramo (en rojo la línea de rotura).

fortificación perimetral y no en barrera. A falta de la confirmación definitiva,


que solo es posible mediando una excavación, pensamos que esos lienzos no
deben estar construidos con la misma técnica que el lienzo meridional, ni tie-
nen la misma anchura. Teniendo en cuenta que los lados norte y este de la cima
están delimitados por un escarpe rocoso de unos 4 m de altura, un muro de un
metro de ancho sería suficiente para cumplir una función defensiva. Y habla-
mos de diferente técnica constructiva porque el lienzo meridional presenta un
gran derrumbe exterior de mampuestos en todo su recorrido, mientras que a los
pies del escarpe el volumen de piedras caídas es ostensiblemente menor. Así
pues, es probable que el alzado de los lienzos norte y este fuera una fábrica de
barro sobre un zócalo bajo de mampostería de piedra mediana. Además, a los
lienzos norte y este sí se adosan estructuras, cuyos muros son ahora visibles
en superficie, por lo que sus propias cubiertas funcionarían como adarve de la
muralla.
Aunque visibles solo de forma parcial, constatamos algunas estructuras
compatibles con dos posibles accesos: una puerta en la vertiente este y una
posible poterna en la norte (Fig. 6). Situada en el tercio septentrional de la
114 Víctor Cañavate, Feliciana Sala, Francisco Javier López y Rocío Noval

Figura 5. Vista de un tramo de la muralla oriental donde se observan las primeras hiladas del
paramento exterior sobre la roca.

vertiente este, la puerta este se detecta en la prospección superficial porque


el escarpe rocoso rompe la verticalidad que trae por todo el perímetro recor-
tándose hacia el interior, formando así un vano de unos 3’5 m. Flanqueando
el vano al norte y al sur son visibles los restos de sendos muros que arrancan
desde la cara interna del encintado prolongando la línea del recorte rocoso
hacia el interior y formando un posible pasillo de entrada de una puerta en
embudo. A extramuros, es el único punto donde se acumulan piedras caídas,
quizá procedentes de los muros del pasillo de entrada o de alguna estructura
asociada a la puerta (Fig. 7). Su ubicación en la vertiente más escarpada del
cerro responde a una estudiada táctica defensiva. El espacio para la circulación
se reduce enormemente, obligando a quien accediera al poblado a transitar por
un estrecho camino entre el escarpe y la caída libre hacia el cañón (Fig. 8).
Siguiendo de oeste a este el hipotético lienzo norte, aproximadamente hacia
la mitad, el reborde de un metro de anchura desaparece coincidiendo con una
zona en la que el escarpe rocoso adopta un plano inclinado que facilita el
acceso al yacimiento (Fig. 6). Justo donde el escarpe retoma la verticalidad,
un muro de un metro de ancho y cuatro de longitud prolonga dicha línea hacia
el interior del poblado, en una disposición muy similar a los muros del pasillo
de entrada de la puerta este (Fig. 9). Adosado a su paramento este arranca de
nuevo el reborde en dirección al vértice oriental del poblado; en este punto el
lavado de la tierra superficial deja ver la amalgama de mampuestos trabados
con tierra del relleno del lienzo septentrional. Se trata, desde luego, de otra
entrada al poblado, aunque pensamos más bien en una puerta peatonal, a modo
Los almadenes y la cuenca del río Mundo, un modelo de paisaje cultural para la...115

Figura 6. Ubicación de las puertas oriental y septentrional.

Figura 7. Vista del flanco sur de la puerta oriental.

de poterna, que aprovecharía el plano descendente de la roca natural para el


ascenso.
Por último, mantenemos respecto a las primeras publicaciones la exis-
tencia de un bastión o torre en el vértice occidental del perímetro, que ahora
116 Víctor Cañavate, Feliciana Sala, Francisco Javier López y Rocío Noval

se entiende mejor pues une los lienzos meridional y norte. Desde este punto
reforzaría la vigilancia de la subida más cómoda hacia el enclave, además de
hostigar a quien iniciara el recorrido por la base del escarpe en dirección a las
puertas de la muralla.

El urbanismo
Lo que conocíamos hasta ahora del urbanismo del poblado eran tres calles, al
norte, al oeste y al este del Edificio 1, así como un amplio espacio abierto al
sur, descubiertos durante los trabajos de los años 90. En la campaña de 2012
se documentó un espacio de circulación a intramuros del lienzo meridional,
a modo de camino de ronda. Finalmente, los trabajos de 2014 han puesto de
manifiesto nuevos datos sobre un urbanismo inédito hasta el momento.
La documentación de las estructuras visibles en superficie, registradas en
una cartografía digital, y contrastadas con la ortofoto, constituye la base del
análisis del urbanismo que aquí resumimos. A los dos edificios excavados en
extensión ya publicados se añaden, ahora, hasta quince construcciones más
distribuidas en torno a unas calles y plazas visibles en la imagen cenital (Figs.
9 y 10). Desde la puerta oriental de la muralla arranca una calle que recorre el
enclave de este a oeste hasta el bastión o torre del vértice occidental. Es la calle
de la fachada norte del Edificio 1 documentada en 1993. También se documen-
taron otras dos en las fachadas este y oeste y un amplio espacio abierto al sur.
La calle de la fachada este se visualiza en la imagen con un trazado norte-sur
que arranca en la calle longitudinal norte hasta casi el lienzo meridional de la

Figura 8. Imagen del camino de acceso a la puerta oriental.


Los almadenes y la cuenca del río Mundo, un modelo de paisaje cultural para la...117

Figura 9. Planta topográfica general del yacimiento con los edificios documentados en
superficie y los ejes axiales que marcan los circuitos de accesibilidad y movilidad interna.

muralla. La calle de la fachada oeste, por el contrario, es más difícil de seguir,


aunque debe mantener un trazado paralelo a la anterior hasta interrumpirse en
un fuerte desnivel que la roca natural presenta antes de llegar al lienzo meri-
dional. La prospección superficial contrastada con la imagen cenital permite
seguir el trazado de una calle, de unos 4 m de ancho, que desde el espacio
abierto se dirige hacia el este entre los Edificios 1 y 2, mientras que hacia
el oeste el espacio abierto se prolonga hasta llegar a lo que parece otro gran
edificio bajo la caseta de la Confederación Hidrográfica. La localización de
construcciones menores de planta cuadrangular, aparentemente exentas, pre-
supone la existencia de otras calles, como queda reflejado de forma hipotética
en la figura 9.
La cima del cerro es una superficie rocosa plana de forma triangular con una
ligera inclinación hacia el sur. Esta base topográfica permite levantar grandes
construcciones como el Edificio 1, de unos 330 m2, es decir, una décima parte
de la extensión del enclave, un segundo edificio adosado al ángulo noreste
de la muralla, un tercer edificio al sur del espacio abierto y un posible cuarto,
arrasado en parte por la caseta de la Confederación Hidrográfica y en parte
oculto bajo ella, que identificamos gracias a la extraordinaria acumulación de
fragmentos de ánfora que las obras han exhumado (Fig. 11). Entre los grandes
edificios se distribuyen otros edificios menores de una o dos estancias, y la
118 Víctor Cañavate, Feliciana Sala, Francisco Javier López y Rocío Noval

Figura 10. Vista aérea del yacimiento.

Figura 11. Planta del yacimiento con las zonas de concentración de material en superficie y las
áreas con la roca expedita.

circulación entre ellos se establece mediante la calle longitudinal este-oeste


y las transversales norte-sur, además del espacios abierto al sur del Edificio
1 que funcionaría como una plaza. El plano rocoso rompe su suave pendiente
Los almadenes y la cuenca del río Mundo, un modelo de paisaje cultural para la...119

con un escalonamiento a escasos metros de la muralla meridional, que se va


acusando a medida que avanzamos hacia el oeste, lo que tal vez explique que
no existan construcciones adosadas a este lienzo. Un dato de enorme interés es
la constatación de grandes áreas en las que es visible el sustrato rocoso, hecho
difícilmente atribuible a la erosión pues la cima apenas presenta inclinación
(Fig. 11). Sospechamos, por tanto, que nunca se construyeron, lo que arroja

Figura 12. Diagramas que representan los valores de profundidad, integración, control y
controlabilidad a partir de los ejes axiales. Los colores cálidos representan valores más altos
que los colores fríos.
120 Víctor Cañavate, Feliciana Sala, Francisco Javier López y Rocío Noval

una visión bien particular de un urbanismo que no debemos ver como una
trama densa, sino como un espacio planificado para construir tres o cuatro
grandes edificios, que almacenarían un elevado número de ánforas, y una serie
de construcciones sencillas a su alrededor racionalmente distribuidas entre
calles y plazas. Esta apreciación deberá tenerse en cuenta en el cálculo demo-
gráfico basado en la superficie construida.
A partir de la disposición de las estructuras documentadas en superficie
hemos iniciado el análisis de las relaciones sintácticas entre los espacios cons-
truidos, tanto abiertos como cerrados, y la circulación. Para ello transforma-
mos la planimetría del yacimiento en un mapa axial sobre el cual se analizan
diferentes parámetros como la profundidad, los valores de control y la integra-
ción2, que posteriormente son interpretados. Se observa que el sistema no es
superficial, sino que se caracteriza por la profundidad de su espacio, así como
por el control de las transiciones (cruces entre calles) por el espacio axial. Este
tipo de sistema creemos que corresponde a asentamientos diseñados ex novo,
donde se consigue controlar el espacio y la circulación mediante la concen-
tración de los accesos –puertas– en zonas muy concretas y bien defendidas.
En el caso de Los Almadenes las dos entradas se disponen en las vertientes
más escarpadas del cerro, creemos que bien custodiadas y defendidas, sobre
la única vía de acceso al enclave. Hemos de tener en cuenta que un centro
redistribuidor de productos como creemos que es Los Almadenes debe tener
bien protegido sus sistemas de custodia y fiscalizadas sus salidas.
Desde el punto de vista del espacio construido, la sintáxis espacial nos
ofrece una información muy valiosa que se encuentra en proceso de estudio.
Este tipo de metodología parte de la creación de un diagrama de permeabilidad
que aplicamos a la construcción de mayor complejidad conocida, el Edificio
1. De esta forma, la sintaxis del espacio permite relacionar su configuración
con respecto a la estructura social y las actividades que esta desarrolla, descri-
biendo y estudiando la arquitectura a partir del conjunto de relaciones sociales
generadas según la organización espacial y no por el aspecto físico y material
de la construcción, por lo que es un buen soporte teórico y metodológico para
interpretar la distribución espacial de las distintas actividades a diferente escala
(Cañavate, 2013). En la memoria científica profundizaremos en el nivel de
segregación de los espacios construidos cuyo esquema ya podemos observar
en la figura 12, observando además el grado de accesibilidad de cada espacio
con el exterior, su integración, qué espacios son controladores y cuáles son
controlados por otros (Fig. 13).

2. Estas herramientas metodológicas sirven para decodificar la información que se obtiene de


los restos estructurales de un espacio construido y están propuestas por B. Hillier y J. Hanson
(1984), basándose en la sintaxis del espacio (space syntax).
Los almadenes y la cuenca del río Mundo, un modelo de paisaje cultural para la...121

Figura 13. Diagrama gamma justificado del Edificio 1. A la derecha se representan


gráficamente los valores de profundidad, integración y control de los diferentes espacios.

Los Almadenes en su contexto territorial


Los trabajos de 2014 en Los Almadenes han dado un vuelco a la comprensión
del yacimiento. Como se ha dicho, la pérdida de vegetación ha facilitado una
prospección superficial exhaustiva a intramuros cuyos resultados han sido
doblemente positivos: por un lado, se constata la existencia de dos lienzos de
muralla al este y al norte; por otro, se han documentado nuevas construcciones,
calles y espacios abiertos que permiten iniciar el análisis de la trama urbana
con cierto fundamento.
Nos encontramos, por tanto, ante una muralla perimetral y no en barrera,
como se afirmaba en las primeras publicaciones, que podría contar, además,
con otros elementos, como un bastión o torre en el vértice occidental, una
poterna en el lienzo septentrional y una puerta en embudo en el lienzo oriental.
De este modo, la construcción defensiva se aproximaría más a la poliorcética
122 Víctor Cañavate, Feliciana Sala, Francisco Javier López y Rocío Noval

protohistórica de corte mediterráneo. La entrada estaría situada en el lado


más peligroso del perímetro, el que cae hacia el cañón de Los Almadenes con
una pendiente muy acusada. Esta ubicación responde a una clara estrategia
defensiva y no a un concepto de puerta urbana. Sería interesante excavarla en
futuros trabajos de campo, ya que se conocen muy pocos ejemplos de puertas
de fortificaciones de estas fechas3, y aún menos excavadas y publicadas, como
la entrada al poblado de Sant Jaume, en Alcanar, Tarragona (Garcia i Rubert,
2009).
En el interior del recinto defensivo, la imagen del urbanismo que nos
devuelve la planimetría actualizada de Los Almadenes no es la de un hábitat
al uso en el que un grupo familiar privilegiado atesora en su vivienda unos
bienes de lujo como signo del poder que detenta frente a la comunidad. No
todo el espacio ha sido edificado, pese a haber trazado calles longitudinales y
transversales, y la enorme inversión en la obra colectiva que representa la for-
tificación se ha realizado para la protección de al menos tres edificios repletos
de ánforas, que solo han podido ser acumuladas en tal cantidad si no es para su
comercialización a gran escala. El registro no es nuevo. El descubrimiento de
Aldovesta (Benifallet, Tarragona) en los años 80 puso de relieve la existencia
de pequeños enclaves comerciales destinados a la recepción y redistribución
de ánforas fenicias, en este caso en el curso inferior del río Ebro (Alaminos et
alii, 1991, 276-278), y que recientemente la profesora Aubet ha sistematizado
entre las pautas de organización del sistema colonial fenicio como el modelo
de almacenes fluviales (Aubet, 2006, 43).
Aunque la investigación ha vinculado la construcción de planta cuadrada
con la cultura arquitectónica fenicia y orientalizante, la aparición de casas sen-
cillas de planta cuadrangular en poblados de la Edad del Bronce Pleno y Final
obliga a observar con prudencia la presencia de ciertos tipos arquitectónicos
como signo inequívoco de transformación cultural. En la memoria científica
en curso de preparación deberemos plantearnos hasta qué punto la arquitectura
de Los Almadenes es un elemento exógeno o producto de una evolución local.
Sin contar con El Macalón por su escaso registro inmueble, por el momento
podemos afirmar que el Edificio 1 no tiene precedentes ni paralelos en la pro-
tohistoria albaceteña y responde a un concepto funcional según el cual alma-
cenamiento y control de excedentes se unen en un tipo arquitectónico nuevo y,
paradójicamente, de carácter residencial.
Otro aspecto que hace único a Los Almadenes es el extraordinario con-
junto cerámico cuya diversidad de formas permite confeccionar un repertorio
susceptible de convertirse en modelo de aplicación para otros yacimientos

3. Véase un panorama del escaso registro conocido en el n.º 19 de la Revista d’Arqueologia de


Ponent de 2009.
Los almadenes y la cuenca del río Mundo, un modelo de paisaje cultural para la...123

protohistóricos y orientalizantes de Castilla-La Mancha. El recipiente más


abundante es con diferencia el ánfora (Fig. 14.1). Los ejemplares restaurados
presentan cuerpo piriforme, base convexa, hombro marcado donde se insertan
un par de asas de sección circular y bordes destacados con un diámetro de
embocadura entre 12 y 15 cm. Los perfiles de los bordes varían entre labios
destacados verticales y otros engrosados de sección subtriangular o ligeramente
redondeados. Son producciones peninsulares que imitan el ánfora fenicia del
tipo Rachgoun-1. Todos los ejemplares de Los Almadenes está fabricados en
dos tipos de pastas: arcillas ocres o ligeramente anaranjadas, con desgrasante
de cuarzo de grano medio y grande y otro de color granate de grano grueso,
que se corresponde con el borde vertical; y una arcilla de color rojizo y abun-
dante desgrasante de cuarzo de grano medio y pequeño que se corresponde con
el borde engrosado. Ambos tipos pueden presentar en el exterior un engobe de
color amarillento o blanquecino.
La producción que sigue en importancia numérica es la cerámica pintada,
con recipientes de almacenaje, como lebetes y urnas de perfil bicónico, y vaji-
lla de mesa representada por platos de ala y algún vaso cerrado de pequeño
formato del tipo botella (Fig. 14.3). La decoración pintada son bandas y filetes
de un color rojo vinoso y solo de forma excepcional aparece algún motivo
geométrico, como las líneas paralelas onduladas en un vaso de la campaña
de 1995. La cerámica gris está representada sobre todo por platos de ala y
por algún vaso de morfología especial, como una pequeña urna de orejetas,
un gran vaso bicónico de cuello destacado y una fuente de pie talonado (Fig.
14.4). Presentan los acabados bruñidos característicos de la cerámica reductora
fenicia y orientalizante del mediodía peninsular. Los vasos a mano son de arci-
llas poco decantadas y abundante desgrasante de cuarzo y caliza y acabados
alisados poco cuidados. La forma predominante son las orzas de perfil en S,
provistas de mamelones, bases planas y de tamaños medio a grande (Fig. 14.2).
El ajuar doméstico se completa con muy pocas fusayolas, escasos objetos
metálicos, como aretes de hierro y bronce y alguna varilla de hierro, y objetos
líticos, como manos de mortero, machacadores o molinos.
Para un análisis en profundidad del papel de Los Almadenes en la cuenca
del río Mundo deberemos tener en cuenta vario puntos claves: por un lado, el
lugar se funda ex novo y, visto el escaso depósito estratigráfico, es ocupado
como máximo unos 50-75 años; por otro, su pequeña extensión, unos 3000 m2,
de los que una décima parte lo ocupa un solo edificio; por último, un entorno
geográfico caracterizado por terrenos de escasa o nula capacidad agrícola y
ganadera, salvo las reducidas áreas de vega junto al cauce encajonado del río,
en el que no se conocen otros yacimientos con contextos similares. No parece,
por tanto, que Los Almadenes vaya a ser el centro de un proceso de agregación
de la población protohistórica del entorno, ni que se fundara en el marco de un
124 Víctor Cañavate, Feliciana Sala, Francisco Javier López y Rocío Noval

Figura 14. Síntesis del material cerámico recuperado durante las tres campañas de excavación.
1. Ánforas. 2. Cerámica a mano. 3. Cerámica a torno con y sin decoración. 4. Cerámica gris.

proyecto de colonización agrícola de un terreno deshabitado, procesos que sí se


dan en otros territorios protohistóricos peninsulares bien estudiados (Sanmartí
y Belarte, 2001; Bea et alii, 2008). Se trata de un punto en el curso del río
Mundo para el almacenamiento y redistribución de ánforas en el marco de
unas relaciones comerciales con la población local que no parecen trascender
Los almadenes y la cuenca del río Mundo, un modelo de paisaje cultural para la...125

al terreno de la transformación cultural. Las prospecciones intensivas realiza-


das en años pasados han deparado pequeños núcleos en el entorno próximo
cuyas viviendas son simples fondos de cabaña con cerámica a mano y sólo
Almadenes 2 presenta algunos fragmentos de ánfora a torno en superficie (Fig.
15). El paso siguiente son ya pequeños poblados ibéricos del siglo iv a.C. con
la típica vajilla cerámica de época plena.
Otra cuestión que deberemos abordar en la memoria científica es el pro-
ducto que la población local ofrecía como contrapartida comercial. Sin descar-
tar otros productos como esparto, pieles, etc., el coste económico y humano
que supone construir un enclave fuertemente fortificado nos lleva a retomar la
idea de la explotación del azufre, pues se trata de un producto capaz de generar
enormes beneficios que puedan justificar, de un lado, fundar un enclave forti-
ficado ex novo y, de otro, la espectacular concentración de ánforas. Si acepta-
mos que Los Almadenes promovió la explotación del azufre, será interesante
detenerse en la estructura socio-económica de esa producción, identificar el
grupo social que la controló y esclarecer el marco de las relaciones entre pobla-
ción local y foránea, sopesando las interesantes perspectivas recientemente
sacadas a debate (Berrocal, 2004; Díes Cusí, 2008; González Wagner, 2006).
Recordemos que el azufre era usado tradicionalmente en el procesamiento del
vino y para desinfectar las barricas.
La época orientalizante es un periodo clave en la génesis de los pueblos
prerromanos peninsulares que, sin embargo, dista mucho de estar sistemati-
zado por igual en los diferentes territorios. En la síntesis más reciente para la
Meseta sur, a cargo de M. Zarzalejos y J. López Precioso, se advierte que «...
es necesario insistir una vez más en la fragmentación imperante en este marco
geográfico (la Meseta sur) en el que domina la diversidad. Esto supone que la
tendencia de la investigación a realizar trabajos de síntesis sobre la meseta sur
como si se tratara de una región unitaria desde el punto de vista geográfico,
debe ser matizada para el estudio de esta etapa histórica» (Zarzalejos y López
Precioso, 2005, 836). Desde este planteamiento queremos completar el estudio
de Los Almadenes, seguros de su papel principal en el periodo orientalizante
de la unidad geográfica formada por el curso final del río Mundo y actual
comarca del Campo de Hellín. Con los datos actuales ya podemos afirmar
que Los Almadenes no se puede comparar con El Macalón (Nerpio), un lugar
ocupado desde el Bronce Final hasta época ibérica sin solución de continuidad.
Por el contrario, los numerosos puntos en común –potente fortificación, fun-
ción comercial, repertorio cerámico y cronología– con el enclave de El Murtal,
erigido a fines del siglo vii a.C. frente al Castellar de Librilla (Murcia) (Lomba
y Cano, 1996), dejan entrever un yacimiento idéntico a Los Almadenes en la
cuenca del río Guadalentín. Así pues, el proyecto Almadenes debe contribuir
al conocimiento de la protohistoria albaceteña aportando su peculiar inserción
126 Víctor Cañavate, Feliciana Sala, Francisco Javier López y Rocío Noval

Figura 15. Distribución de los enclaves ibéricos cercanos al yacimiento.

en un territorio escasamente habitado, pero también queremos explorar en la


memoria científica en preparación la idea de que Almadenes y Murtal puedan
formar parte de una misma empresa comercial que a fines del siglo vii a.C.
penetrara en los afluentes del Segura en busca de unas materias primas cuyos
beneficios compensaran el alto riesgo de la iniciativa, a juzgar por el empeño
puesto por ambos enclaves en su fortificación. El origen de esta empresa debe
recaer en algún enclave fenicio de la costa mediterránea del sureste peninsular.

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EL POBLADO FORTIFICADO DEL CASTELLAR:
VILLENA (ALICANTE)

Marco Aurelio Esquembre Bebia


José Ramón Ortega Pérez
ARPA Patrimonio «ARQ»*

El yacimiento se encuentra situado en el paraje denominado Sierra del


Castellar. En el Término Municipal de Villena, junto a la pedanía de las Virtudes
en la denominada Sierra de en Medio, sobresale como eje central un espolón
montañoso denominado El Castellar. La Sierra de Enmedio es una estructura
de grandes dimensiones con pendientes muy acusadas en su vertiente Norte
y Este. Con una altura máxima de 715 metros sobre el nivel del mar. El yaci-
miento del Castellar se sitúa en el pico más alto de la sierra, ubicado en el
eje central de la misma sobre el paraje del Zarizejo. El pico presenta unas
pendientes muy pronunciadas en las vertientes Norte, Sur y Este siendo suaves
en la vertiente Oeste. Ligeramente amesetada el promontorio central presenta
una estructura antrópica que enmarca y cierra la cima.
El término Castellar aparece por primera vez en «La Relación de Villena
de 1575», una de las fuentes más importantes para conocer la historia y los
monumentos de la ciudad con una cierta retrospectiva histórica (Soler, 1969).
Ante la pregunta de: «Los castillos, torres y fortalezas que en el pueblo y
jurisdicción de él hubiese, y la fábrica y materiales de que son, con relación
de las armas y municiones que en ella hubiere». La respuesta describe en entre
otras estructuras «[...] en la syerra nombrada arriba del Castellar, ay otro
castillo de piedra seca muy antiguo ençima de la dicha syerra, por el qual se
llama la syerra del Castellar» (Soler,1969).

* E
 l equipo de trabajo que ha permitido que este artículo tenga contenido lo componen:
Francisco A. Molina Mas, Rafael Lozano Zumalabe, Blanca Quintana Selles, Rosa M.ª López
Martínez, Samuel Serrano Salar y José Luis Domenech de ARPA Patrimonio y Juan Antonio
Mira Rico (Servei Municipal de Patrimoni Cultural de Castalla).
Agradecemos la ayuda y consejos de Joan Ramón Torres, Inmaculada Gómez y Marius Beviá.
130 Marco Aurelio Esquembre Bebia y José Ramón Ortega Pérez

Fig. 1. Situación del yacimiento del Castellar.

En la misma publicación Don José María Soler, importante arqueólogo e


historiador de Villena de la segunda mitad del siglo xx, añade que conoce la
existencia de varios fragmentos de cerámica superficial de época medieval
«atípica» y una cruz de Santiago incisa, grafiti de 1723 grabado en la piedra,
cerca del borde oriental del yacimiento.
En el Noticiario Arqueológico Hispánico, José María Soler (Soler, 1955),
escribe una pequeña noticia, que menciona al yacimiento, «subsisten restos de
murallas en grandes amontonamientos de piedras», sin expresar la existencia
de materiales ni establecer una valoración cultural.
A partir de estos datos proporcionados por Soler, El Castellar se cita en
varias ocasiones por autores que lo atribuyen cronológicamente, bien a Época
Ibérica, bien a la Medieval. Entre los primeros se encuentra Enrique Llobregat
que lo incluye en su obra Contestania Ibérica (1972). Otros investigadores
encuadran el yacimiento en este período, mencionando la existencia de «restos
ibéricos» (Uróz, 1981, 101) (Moret, 1996).
El poblado fortificado del Castellar: Villena (Alicante)131

En diferentes momentos el yacimiento del Castellar ha sido citado o nom-


brado, en referencia o remitiendo a los trabajos de Soler (Azuar, 1983, 357);
o en relación a su toponimia como una fortificación de época califal (Rubiera,
1985, 51). Destacando una mención de la presencia de materiales fenicios en
el trabajo del Dr. Paul Reynols (1993).

Intervenciones arqueológicas
Las obras para la construcción de un camino afectaron a una de las secciones
de la muralla del Castellar, el dueño de la finca y promotor Don Francisco
Gómez, con el fin de solucionar y reparar los desperfectos causados, contrató
a la empresa ARPA Patrimonio para que realizara un estudio de las caracterís-
ticas del yacimiento, un proyecto de intervención y la rehabilitación y reposi-
ción de las partes dañadas.
Las primeras intervenciones se realizaron en el 2004 y la última finalizó en
el otoño del 2012. El conjunto de intervenciones programadas han permitido la
delimitación, documentación y rescate de los restos arqueológicos encontrados
y la restauración y rehabilitación de las estructuras documentadas.
Estas actuaciones se han desarrollado en dos fases: la Fase I se inició en el
2004 y la Fase II se inició en el 2010. Los inicios de los trabajos se centraron
en: a– conocer las características arqueológicas del yacimiento y b– conocer
las características técnicas del tramo de muralla perdido. Para ello realizamos
una serie de sondeos y una limpieza de la zona seccionada de la muralla entre
las torres 1 y 2. Estos sondeos nos permitieron recoger y documentar la sufi-
ciente información para elaborar un proyecto de intervención en la estructura
de muralla dañada que fue aprobado convenientemente: «Proyecto Básico y de
Ejecución de Reconstrucción de Muralla, El Castellar. Villena, Alicante» que
conformaría la fase II.
Tras la autorización oportuna se ejecutaron las obras programadas, que
subsanaron el problema administrativo causante de esta intervención y permi-
tieron el conocimiento detallado de las características internas del yacimiento
en estudio. La metodología propia de las intervenciones en restauración y reha-
bilitación se expondrán en un artículo específico.
Con el fin de ampliar los datos sobre el yacimiento se solicitó y fue auto-
rizada una segunda fase, por la administración competente, con dos objetivos:
–– Excavación de tres de las estructuras documentadas en la fase I. E2,
E3, E4. completándose las dos primeras y parcialmente la E4. Sondeos
en los tramos A y B de la muralla para completar la información exis-
tente con el fin de efectuar trabajos de limpieza, reparación de tra-
mos dañados y reposición de piezas desplazadas así como confirmar
sus características tipológicas y técnicas y confirmar su cronología.
Sondeos del IV alX.
132 Marco Aurelio Esquembre Bebia y José Ramón Ortega Pérez

–– Restauración y rehabilitación del tramo de muralla B y consolidación


las estructuras documentadas en la fase de excavación.
Por último, se procedió a la puesta en valor del yacimiento con los resultados
obtenidos en las distintas restauraciones y excavaciones, para lo cual se colo-
caron 5 paneles explicativos y se reprodujo una vivienda, en el exterior del
recinto arqueológico, con técnicas y materiales similares a los empleados por
los pobladores del yacimiento del Castellar.

Estructuras
Nos encontramos ante un recinto fortificado en altura cuya principal estructura
consiste en un lienzo de muralla, ligeramente ataludado al exterior, que recorre
la vertiente W, de N a S, del cerro de El Castellar de manera sinuosa, adaptán-
dose a las irregularidades del terreno y evitando la aparición de áreas obscuras.
A este lienzo se le adosan diversas torres de defensa que defienden el paño,
destacando una torre oval a modo de gran bastión que bate la parte exterior del
acceso en falso codo.
A lo largo de la cara interna del lienzo de muralla se documentó un banco
adosado que haría la función de adarve. La técnica constructiva general es la
de mampuestos de grandes dimensiones, trabados en seco.
La antigüedad de los muros, sus características estructurales y constructi-
vas, la orografía del cerro, de gran desnivel y su exposición continuada a los
diversos agentes climáticos, explican el estado de degradación del yacimiento.
En particular el deterioro de los paramentos exteriores, en parte por la meteori-
zación en parte por la fuerte erosión que han ejercido una fuerte presión de las
rocas de base de la muralla lo que ha contribuido a un derrumbe parcial tanto
de los niveles inferiores como de los niveles superiores de la misma. Tras la
pérdida de los paramentos exteriores, el material interno se ha desplazado. La
escorrentía del ripio interior ha conformando unos conos de deyección carac-
terísticos que han colmatando las estructuras, saturándolas y afectando el con-
torno inmediato de las mismas, efecto que ha marcado la percepción visual que
se tiene de este yacimiento desde antiguo. El paisaje antes de la intervención
es el de una línea irregular de piedras sin orden aparente conformando grandes
masas informes de bloques ycantos.
Paisaje característico de este tipo de yacimientos como los yacimientos de
Camara. (Jover, 1996), Alt de Benimaquia (Díes, Gómez y Guerín, 1991) o el
recientemente publicado Les Barricaes (Trelis y Molina, 2014).
En el interior del recinto amurallado, de algo más de 1 hectárea, se han
localizado restos de construcciones con diferentes formas distribuidas a lo
largo y ancho de la superficie amesetada intra muros del Cerro.
El poblado fortificado del Castellar: Villena (Alicante)133

Figura 2. Vista general de los tramos A y B de la Muralla antes de la intervención.

Los espacios documentados se caracterizan por conformar plataformas de


regulación con paramentos al exterior y rellenos de cantos y bloques. A partir
de estas plataformas se construían los muros generalmente de adobes (zócalos
de piedra, alzados de adobe y techumbres de troncos y ramajes recubiertos de
barro). La fuerte erosión del cerro así como el pronunciado desnivel y la ausen-
cia de cobertura vegetal ha provocado que las estructuras del poblado estén
muy arrasadas y escasamente conservadas, lo que ha dificultado el proceso de
restauración.
La línea de muralla de El Castellar se sitúa solo en el lado occidental del
poblado, en la zona más accesible a 706 m de altura s/n/m, acotando el acceso
central al recinto, ya que los potentes escarpados al Norte, Sur y Este actúan
como defensas naturales.
La muralla tiene un desarrollo lineal de unos 125 m de Norte a Sur, con dos
tramos claramente diferenciados, ligeramente curvo y sinuoso (sobre todo su
tramo meridional) pero sin ángulos ni retranqueos, ya que se adapta a la orogra-
fía del terreno sobre el que se asienta, confiriéndole además mayor estabilidad.
La muralla, de entre 1 y 4 m de anchura (de 2 a 8 codos fenicios), 2’5 m de
altura máxima conservada y de sección trapezoidal por presentar las paredes
ligeramente ataludadas, se alza directamente sobre la roca.
La estructura se compone con una gran cantidad de bloques y cantos de
piedra caliza en seco, sin ningún tipo de argamasa, y se levantó en una única
fase constructiva, contando tan solo con alguna reparación puntual. Consta
de dos paramentos de bloques de mediano y gran tamaño, algunos de aspecto
ciclópeo colocados en la base y desbastados todos a una sola cara, cuyo espacio
134 Marco Aurelio Esquembre Bebia y José Ramón Ortega Pérez

Figura 3. Vista General.

interior entre ambos está rellenado con ripio y tierra. Al interior se le adosa un
banco corrido de 80 cm de anchura construido con la misma técnica que podría
hacer las funciones de adarve.
El poblado fortificado del Castellar: Villena (Alicante)135

El adarve o plataforma escalonada al interior está compuesto por un muro


interior o paradós y el camino de ronda que se crea se conforma con un relleno
de cantos bien aparejados y dispuestos sin argamasa, su escasa altura respecto
a la altura que alcanzaría la muralla nos hace pensar que sobre él se instalaría
una estructura de madera que le proporcionaría una mayor altura. El tramo
meridional de este posible adarve, que también reforzaría la muralla por el
interior y podría utilizarse como paso por la que se trasladarían determinados
materiales de un extremo a otro de la muralla, evitando así utilizar la superficie
irregular de la roca, presenta una rampa de subida en su tramo septentrional,
que conduce y facilita el acceso a la torre III a través de una suave pendiente.
A la muralla se le adosan cuatro torres, dos cuadrangulares en los extre-
mos a modo de bastiones, una cuadrangular centrada en el tramo septentrio-
nal y una semi-ovalada o elipsoidal con extremo apuntado junto al acceso al
poblado. Las torres I, II y IV se adosan al lienzo principal constituyendo más
una particularidad técnica en la construcción que un dato de una segunda fase.
De planta irregular de tendencia rectangular con el lado Este, adosado
a la línea de muralla, más corto. Con 9’34 metros de largo, 6’13 metros de

Figura 4. Detalle parcial de un tramo del adarve y rampa de subida a la torre de entrada.

Figura 5. La Torre I se dispone en el extremo Norte del tramo I. Detalle y sección.


136 Marco Aurelio Esquembre Bebia y José Ramón Ortega Pérez

ancho (lado exterior) y 2’16 metros


de ancho (lado interior). La estructura
está construida a base de tongadas de
bloques de gran tamaño que decrece
con forme se suceden las hiladas, que
en su lado más desarrollado conserva
hasta 14 hiladas. Las esquinas exte-
riores se conforman con sillares traba-
jados con el fin de conseguir ángulos
rectos. El interior está relleno de can-
tos, gravas, y arenas (ripio). Adosado
al paramento Norte se desarrolla una
estructura a modo de plataforma.
La Torre II se dispone en la
parte central del tramo A de muralla.
Estructura rectangular con las esqui-
nas del paramento exterior redondea-
das. La Torre se adosa a la muralla
en su paramento Este. La estructura
está construida a base de tongadas de
bloques de gran tamaño que decrece
con forme se suceden las hiladas. Con
4’01 metros de longitud y 8’52 metros
de ancho es una estructura muy irre-
gular y su estado estaba muy alterado
como consecuencia de la perdida de
consistencia del paramento exterior.
La Torre III es una estructura de
grandes dimensiones que conforma el
bastión exterior del acceso principal
al poblado. La estructura tiene una
Figura 6. Torre II.
forma semi-ovalada o elipsoidal con
extremo apuntado). La estructura está
construida a base de tongadas de bloques de gran tamaño que decrece con-
forme se suceden las hiladas. El paramento exterior se encuentra ligeramente
ataludado como formula óptima constructiva para solucionar el problema de
equilibrio y desplazamiento lateral por gravedad de la gran estructura. De
12’64 metros de longitud y 7’11 metros de anchura. La estructura tras su lim-
pieza demostró tener unas grandes dimensiones y atendiendo al volumen de
material existente en el espacio que comprende la zona de derrumbe de la
misma, tendría un mayor desarrollo en altura que el actual. La torre o bastión
El poblado fortificado del Castellar: Villena (Alicante)137

Figura 7. Torre III. Acceso principal.

del acceso principal es el apéndice de arranque del tramo de muralla B. La


unión del bastión con la muralla y el adarve se realiza por medio de una rampa.
La Torre IV se sitúa en el extremo sur del tramo B de la muralla. De planta
cuadrangular presenta las esquinas con sillares trabajados para conformar

Figura 8. Torre IV. Acceso secundario Sur.


138 Marco Aurelio Esquembre Bebia y José Ramón Ortega Pérez

Figura 9. Vista del acceso al recinto antes y después de la intervención.

ángulos rectos. La estructura se adosa a la muralla en su lado Este. La estructura


está construida a base de tongadas de bloques de gran tamaño que decrece con
forme se suceden las hiladas. Sus dimensiones son 6’20 por 5’10 de anchura.
El acceso principal al interior del poblado se sitúa en el centro del dispo-
sitivo defensivo. El encuentro de las dos líneas de muralla A y B se estructura
en paralelo generando un espacio en codo que facilita la entrada, es decir los
dos extremos, paralelos y convergentes, del lienzo de muralla crean un pasillo
alargado ligeramente tangente a ella.
La entrada en rampa está defendida por el exterior por un gran bastión
Torre III que permite acometer a un posible enemigo por el lado derecho des-
cubierto y por la espalda.
El espacio entre la base sur de la Torre III, tramo de muralla B y el final
del tramo de muralla A conforman la posible puerta de entrada, el remate en
esquina del tramo A posibilita la existencia de algún elemento engarzado per-
teneciente a una puerta o cierre de madera.
Cabe la posibilidad de que la muralla contara con un portillo, un pequeño
acceso individual junto a la torre sur, Torre IV, debido a que existe una espacio
abierto entre dicha torre y el inicio del escarpe meridional. Esto conllevaría la
existencia, asimismo, de un cercado a modo de parapeto, de mucha menor enti-
dad que la línea de muralla occidental, que recorrería todo el contorno del cerro
y del que no se conservan restos, aunque sí son visibles varias entalladuras y
recortes en la roca que nos marcan la línea por donde se trazó y se asentó dicho
murete de protección perimetral.
Al otro extremo, en la esquina noroeste del recinto, contamos con un
último acceso de 2 m de anchura, que facilitaría la entrada y salida de mercan-
cías, frente al cual se construyó una explanada con una plataforma de piedra en
terraza apoyada en un potente muro al Este y en la torre septentrional al Sur.
Se trata de un espacio abierto de casi 100 m², de planta cuadrangular y
con una mayor anchura junto al acceso, donde se organizaría el intercambio
El poblado fortificado del Castellar: Villena (Alicante)139

Figura 10. Vista de la plataforma y el acceso septentrional.

de productos transportados en los carros que accederían hasta este punto del
poblado.
La intervención en el interior del recinto amurallado se ciñó a la exca-
vación de tres catas en tres partes diferenciadas del cerro, E2, E3 y E4. Los
sondeos se distribuyeron atendiendo a la existencia de restos de estructuras que
se observaban en el terreno. La excavación confirmó la existencia de los restos
de tres edificios de diferentesfacturas.
E2. El sondeo denominado E2 se dispuso en la corona del cerro del Castellar.
La observación inicial nos indicaba un espacio muy alterado y erosionado con
poco o nulo sedimento arqueológico. La excavación de este sondeo nos ha
permitido documentar la existencia de tres edificios claramente diferenciados
(E2a, E2b y E2c), dos de ellos excavados y perfectamente documentados y un
tercero sin excavar.
Las estructuras se construyen sobre la roca y tanto por sus características
como por su composición son los restos de las bases de tres edificios. Las
estructuras documentadas son una series de muros perfectamente definidos
en su paramento exterior con esquinas en ángulos rectos, su fábrica es de blo-
ques de caliza local, trabajados la gran mayoría con leves toques para generar
superficies más o menos planas. Las esquinas están conformadas por bloques
en el que se definen un mayor trabajo, siendo algunos de grandes dimensio-
nes. Los paramentos interiores no están definidos, estructurándose como una
especie de pavimento de losas y bloques que cubren, en los lados conservados,
140 Marco Aurelio Esquembre Bebia y José Ramón Ortega Pérez

la totalidad de la superficie de los edificios UUEE 24 en la estructura E2b y


UUEE 25 en la estructura E2a. La E2a se dispone en el centro del conjunto y
atendiendo al eje de desarrollo de las líneas de muros (200 y 202) presenta una
orientación Oeste-Este. Es decir en eje a Levante y Poniente si nos atenemos
al circuito solar. El extremo Este del edificio se encuentra muy deteriorado en
contraposición al mejor estado de conservación del lado Oeste.
El espacio conservado de la estructura E2a nos indica que el edificio era
de planta rectangular con ángulos rectos muy bien definidos con una dirección
Oeste Este, la longitud conservada es 10’9 (UE 200) y 6’5 (UE 201) de ancho.
El espacio interno se rellena con una estructura de bloques de mediano y gran
tamaño a modo de enlosetado más o menos definido que se engarza con los
muros perimetrales sin que se perciba el paramento interno de los mismos. De
tal modo que la estructura cumple la función de relleno de la base del edificio
con el fin de general un plano horizontal. La estructura generaría una plata-
forma que cumpliría la doble función de base y pavimento del edificio. El dato
se completa con la presencia de una gran losa a modo de base en el centro de la
estructura a una equidistancia de unos 3 metros de los muros (200, 201 y 202).
La losa de 0’61 por 0’72 está perfectamente dispuesta en la estructura UE 25
conformando un mismo plano horizontal. La interpretación del uso de este
elemento es muy interesante ya que o bien es la base para la disposición de
un elemento de sustentación de un pilar (base de poste) o es el espacio para la
ubicación de un elemento material sin definir, cerámico, madera o piedra. El

Figura 11. Estructura E2a. Lado Sur.


El poblado fortificado del Castellar: Villena (Alicante)141

Figura 12. Estructura E2a.Detalle.

hecho es que si lo definimos como una base de poste, su función, razonable-


mente sería de sostén de una cubierta y las vigas que conformarían la misma
tendrían que salvar una distancia mínima de tres metros.
La E2b se dispone en el lado Oeste del conjunto y atendiendo al eje de
desarrollo de las líneas de muros (220 y 221) presenta una orientación Sur-
Norte. El extremo Norte del edificio se encuentra muy deteriorado en contra-
posición al mejor estado de conservación del ladoSur.
El espacio conservado de la estructura E2b nos indica que el edificio era
de planta rectangular con ángulos rectos muy bien definidos con una dirección
Sur-Norte, la longitud conservada es 7’03 m y 3’88 m (UE 222) de ancho. El
espacio interno se rellena con una estructura de bloques de mediano y gran
tamaño más o menos definido que se engarza con los muros perimetrales sin
que se perciba el paramento interno de los mismos. De tal modo que la estruc-
tura cumple la función de relleno de la base del edificio con el fin de generar
un plano horizontal. La estructura generaría una plataforma que cumpliría la
doble función de base y pavimento del edificio. Un dato a destacar es la pre-
sencia de una gran losa vertical encajada en el pavimento junto al muro 220.
El tercer edificio E2c se sitúa al Este de la estructura E2a, al no estar exca-
vado carecemos de datos para su descripción.
142 Marco Aurelio Esquembre Bebia y José Ramón Ortega Pérez

Figura 13. Estructura E3.

Es importante definir que los tres edificios conforman un conjunto, la


planta de los edificios E2a y b, están exentas y perfectamente individualizadas
pero responden a una idea concreta y organizada.
E3. El sondeo denominado E3 se dispuso en la vertiente Este del cerro del
Castellar, tras comprobar la existencia de varias líneas de piedras con abun-
dante vegetación, síntoma de la presencia de sustrato arqueológico. La obser-
vación inicial nos indicaba un espacio muy alterado y erosionado con poco
sedimento arqueológico, en general. De la totalidad de la superficie a excavar
afloraba la roca en gran parte de la superficie, lo que indicaba poca o nula pro-
fundidad de las posibles estructuras existentes. No obstante se observaban una
serie de líneas y concentraciones de bloques inusuales y claramente de carácter
antrópico, con una orientación Este-Oeste. La excavación de este sondeo nos
ha permitido documentar la existencia de un edificio alargado de planta rec-
tangular posiblemente compartimentado de 8,05 metros de longitud por 2,57
metros de ancho.
Los sillares que componen la base conservada el muro Sur (UE 300) son
de gran gran tamaño destacando el sillar parcialmente trabajado a modo de
esquinera que une los muros 301 y 300.
Destaca la existencia en el muro 301 de un gran vano que interpretamos
como base de un acceso lateral al edificio.
El poblado fortificado del Castellar: Villena (Alicante)143

E4. El sondeo denominado E4 se dispuso en la vertiente Suroeste del cerro del


Castellar, cerca de la línea de muralla tramo B y del aljibe 102, tras comprobar
la existencia de varias líneas de piedras con abundante vegetación, síntoma
de la presencia de sustrato arqueológico. La observación inicial nos indicaba
un espacio muy alterado y erosionado con poco sedimento arqueológico, en
general. De la totalidad de la superficie a excavar afloraba la roca en gran
parte de la superficie, lo que indicaba poca o nula profundidad de las posi-
bles estructuras existentes. No obstante se observaban una serie de líneas y
concentraciones de bloques inusuales y claramente de carácter antrópico, con
una orientación Este-Oeste. La excavación de este sondeo nos ha permitido
documentar la existencia de un edificio de planta cuadrangular 7,18 por 6,14
metros. La estructura conservada asemeja una U con el lado conservado al Sur
siendo el lado norte totalmente desmantelado. La estructura se compone de
los muros UUEE 401 al 403. El muro 402 es el mejor conservado y está com-
puesto por bloque de gran tamaño ligeramente desbastados para generar una
o dos caras. Las esquinas están marcadas y en ángulo de 90 grados aunque no
podemos documentar sillares a modo de esquineras. Es de destacar el ángulo
Noroeste del edificio en el que se aprecia la existencia de un vano en el muro
403 que junto a indicios de desbastado y adecuación en la roca adyacente nos
indicaría la posible presencia de un acceso lateral al edifico en cuestión. El
ángulo Sureste, la unión de los muros 401 y 402 se ha perdido permitiendo la
perdida de parte del relleno interior del edificio, no obstante podemos observar
restos del relleno de este espacio junto a los muros 402 y 403, consistente en
bloques de mediano y pequeño tamaño.

Figura. 14. Estructura E4.


144 Marco Aurelio Esquembre Bebia y José Ramón Ortega Pérez

Esta configuración del relleno nos permite valorar que el edificio en cues-
tión para salvar el buzamiento del terreno y generar una superficie horizontal,
construyen una plataforma más o menos regular sobre la que dispondrán el
pavimento de la vivienda.

Materiales
Los restos cerámicos hallados en las excavaciones arqueológicas realizadas en
El Castellar, son escasos y su grado de fragmentación es alto. Este hecho no
ha sido un obstáculo para que hayamos podido reconstruir, a partir de los frag-
mentos recuperados, varios de los diferentes tipos de piezas fabricadas a torno
que componen la vajilla del período fenicio: platos y ampollas de cerámica de
mesa, cuencos trípodes para la preparación de alimentos y vino, y ánforas para
el almacenamiento y transporte de diferentes productos.
Casi en su totalidad, un 94% del material documentado, pertenece a piezas
de cerámica a torno. Los bordes de plato de cerámica gris oscuro, casi negro,
encontrados pertenecen a una de las producciones a torno más típicas y pecu-
liares de este período en la Península Ibérica. Estos platos, característicos de
finales del siglo vii a.C., presentan un borde saliente que forma una pequeña
ala, una base con talón y un acabado bruñido que le da un aspecto brillante, que
en ocasiones aumenta por la aplicación de una capa de engobe también gris.
Materiales perfectamente clasificables dentro del conjunto tipológico de Peña
Negra B5 (González Prats,1983).
El poblado fortificado del Castellar: Villena (Alicante)145

Las ampollas B 14 (González Prats, 1983), también llamadas botellas o


frascos, entran asimismo dentro del grupo denominado cerámica común de
mesa y se hallan en colonias y poblados desde Oriente hasta Marruecos. Su
cuerpo es globular u ovoide y tiene un cuello ancho en su base con gollete
o resalte y un asa corta que va desde el cuello a la parte superior del cuerpo.
La forma encontrada en el Castellar no es la típica de origen oriental, ya que
presenta una boca algo más amplia y un acabado poco cuidado, pero su fun-
ción principal sigue siendo la de contener líquidos. Existen dos piezas con una
estrecha conexión entre ambas y que tienen un vínculo directo con el vino:
las ánforas y los cuencos-trípodes. Los bordes de ánforas hallados correspon-
den al tipo R-1, (Ramón, 1995) ánfora odriforme de cuerpo ovoide y fuertes
asas que transportaba principalmente vino, muy abundante entre los fenicios
del extremo Occidente desde el siglo viii al vi a.C. Por su parte, los bordes
de cuencos-trípodes encontrados son una derivación de finales del siglo vii e
inicios del vi a.C. de las piezas importadas, aunque mantienen su uso como
mortero. Esperamos desarrollar este capítulo en las siguientespublicaciones.
146 Marco Aurelio Esquembre Bebia y José Ramón Ortega Pérez

Conclusiones
Las intervenciones en el yacimiento del Castellar se han centrado en tres
aspectos muy definidos a– Estudio previo, b– Excavación arqueológica y c–
Rehabilitación y puesta en valor del yacimiento. Estas intervenciones nos han
permitido documentar partes fundamentales del yacimiento así como un redu-
cido registro material pero significativo y contrastable ya que es producto de la
excavación de cuatro estructuras diferenciadas, Muralla y Edificios E2, 3 y4.
El poblado fortificado del Castellar: Villena (Alicante)147

El material aportado es claro y conciso pese a que su estado de conserva-


ción nos impida profundizar en detalles más significativos. Lo que sí es rigu-
roso es la ausencia de elementos indígenas en los mismos. Es decir materiales
pertenecientes a la tradición del BronceFinal.
Las excavaciones por el momento nos indican que no existe ningún sus-
trato anterior, el yacimiento es «exnovo». Su cronología puede oscilar a la baja
aunque los elementos más antiguos nos sitúan a finales del siglo VII.
La ausencia de elementos indígenas se refuerza con el estudio de las
estructuras documentadas. Edificios exentos, con paramentos bien definidos,
conformando líneas rectas y ángulos de 90 grados. Los espacios están muy
bien delimitados y conforman conjuntos como el caso de las estructuras E
2a, b y c. Mas difícil es interpretar la estructura de «plataforma» del Edificio
E2a, con escasos paralelos, pero muy alejado de los típicos aterrazamientos
provenientes de la tradición de la Edad del Bronce.
Yacimientos similares con características propias las podemos documen-
tar entorno al yacimiento de la Fonteta como el Cabezo Pequeño de l’Estany
(Gonzalez y Garcia, 1997). En torno al Yacimiento de Peña Negra se han rede-
finido o reinterpretado una serie de asentamientos de los que destaca el yaci-
miento de Les Barricaes, presentado en este mismo congreso (Trelis y Molina,
2014). En el Vinalopó encontramos al yacimiento de Camara en Elda (Jover,
2006, 41). Muy conocido, excavado y con un sistema defensivo similar es el
yacimiento del Alt de Benimaquia en la Marina Alta (Díes, Gómez y Guerín,
1991). Lejos del Vinalopó destacamos el yacimiento de El Murtal en Alhama,
Murcia (Lomba y Cano, 1997).
A la hora de valorar este yacimiento en relación a los diversos paralelos
expuestos tenemos que matizar algunos puntos. Los paralelos más directos
como son los yacimientos de Camara y Les Barricaes son yacimientos con
singulares similitudes y con sus sistemas defensivos o como en el caso de Les
Barricaes con un conjunto material muy similar, destacando el escaso porcen-
taje de cerámica a mano. No obstante, tenemos que observar que no han sido
excavados, por lo que no podemos valorarlos en todos sus términos tanto el
conjunto material como las estructuras de habitación y los sistemas defensivos.
La comparación con el yacimiento del Puig d’Alcoi (Grau y Segura, 2013) es a
todas luces difícil de realizar y el yacimiento de l’Alt de Benimaquia resulta de
gran interés ya que si bien las murallas plantean diseños similares, las estructu-
ras de habitación y o almacenes plantean mundos y soluciones bien diferentes.
Teniendo en cuenta estos parámetros y asumiendo la parca información
existente, debemos no obstante observar que existen datos suficientes para
valorar una cierta estructura en el planteamiento de distribución y organiza-
ción de algunos de los yacimientos mencionados. Estructura que El Castellar
complementa.
148 Marco Aurelio Esquembre Bebia y José Ramón Ortega Pérez

La distribución de una serie de asentamientos a lo largo del Vinalopó que


estructuren una vía de contacto y posibiliten las transacciones y el comercio
entre la cabecera del Vinalopó y la costa no es novedosa. Los estudios de
Alfredo Mederos y Luis A. Ruiz (Mederos y Ruiz, 2001) inciden en este punto
y ubican como punto clave la comarca de Villena. Para la Edad del Bronce
también se propone la existencia de una vía comercial que desde La Mancha
conecte con la costa Mediterránea siendo en este caso el eje clave de la misma
para el Bronce Tardío el yacimiento del Cabezo Redondo (Hernández Pérez,
2010).
El aprovechamiento del entorno y de los recursos naturales de la comarca
de Villena enfocados a la ganadería y la explotación y comercialización de la
sal son conocidos en época histórica y han sido estudiados en diversas oca-
siones (Ruiz-Gálvez, 1989, 54-55; Poveda, 1994-95, 59-60; Mederos, 1999
y Mederos y Ruiz, 2001). Estos recursos documentados en época histórica
se constatan en épocas anteriores como estamos conociendo por los recientes
estudios sobre el poblamiento Mesolítico y Neolítico en la comarca de Villena
tras el descubrimiento y excavación del yacimiento de La Corona excavado por
nosotros y publicado en diversos ámbitos (Fernández et alii, 2012) y (Yanes et
alii, 2013). Tenemos que sumar la importancia de los yacimientos neolíticos
en llanura como Casa de Lara y los recientes trabajos de García Atienza en el
Peñón de la Zorra del periodo Campaniforme (García, 2012). Para el Bronce
Tardío tenemos el excepcional yacimiento del Cabezo redondo en el que existe
una abundante documentación que indican la excepcional importancia del
consumo de ovicaprino y en menor medida el bovino (Soler, 1987). La explo-
tación y comercialización de estos productos sería la base para la existencia de
excedentes y de materiales de prestigio como el oro, elemento muy presente en
el yacimiento del Cabezo Redondo. Los descubrimientos en las últimas inter-
venciones arqueológicas ponen de relieve que no son ocultaciones casuales.
(Hernández Pérez,2010).
La ruta ganadera, tras pasar la laguna de Villena, penetraba entre la
Sierra de Salinas y Los Picachos de Cabrera, atravesando el paso natural del
Collado de Villena por el tramo denominado Cañada de Villena. Bordeaba la
laguna de las Salinas y aprovechaba el paso natural que existe entre Sierra
Umbría y el Alto o Sierra de Camara. (Mederos y Ruiz, 2001). Teniendo en
cuenta la disposición de la laguna grande y las lagunillas menores en el corre-
dor de Villena podremos observar que una persona o un grupo humano que
descendiera de la meseta tendría dos rutas a seguir una bordeando la Sierra del
Morrón, la Sierra de la Villa (donde está ubicada en la actualidad el Municipio
de Villena y la Peña Rubia frente a los Picachos de Cabrera hasta Sax y Elda, el
actual recorrido de la Autovía Madrid-Alicante, o bordeando Caudete, bajo el
Cabezo de la Virgen hasta la sierra de Enmedio pasando bajo el yacimiento del
El poblado fortificado del Castellar: Villena (Alicante)149

Castellar y siguiendo hacia sierra Salinas y Picachos de Cabrera por el tramo


llamado Cañada de Villena donde alcanzaría Salinas y Camara enElda
Estos recursos han sido pues parte fundamental del desarrollo económico,
social y cultural de la comarca de Villena, es deducible que su aprovecha-
miento formara parte fundamental de circuitos comerciales como se demuestra
en paralelos históricos. Los condicionantes políticos marcarían el punto de
control en cada momento histórico de estos circuitos. Parece evidente que en
la Edad del Bronce el centro político o punto de control del mismo se centrara
en el Cabezo Redondo permitiendo la generación de excedentes y acumula-
ción de bienes de prestigio. La presencia del Castellar a finales del siglo vii y
principios del S. vi en adelante, sería una forma de reactivación o un intento de
controlar este circuito económico.
La relación de estos yacimientos con rutas de comercio relacionadas con
el ganado, la sal, etc, es una hipótesis plausible, que el avance de la investiga-
ción corroborará o desmentirá. Lo que es cuantificable es que en el Castellar
existen fragmentos de recipientes de productos como el aceite o el vino que
son muestra de una actividad comercial y de transacciones desde una periferia
a un centro o núcleo que sería el promotor, garante y administrador de los
excedentes de esta relación «vía comercial». Resulta obvio, para el caso del
Castellar, que esta iniciativa solo puede tener dos promotores: o es una inicia-
tiva indígena o es una promoción colonial. Si nos atenemos a los datos expues-
tos en este artículo no podemos defender la iniciativa indígena. Estaríamos
pues dentro de una promoción colonial o una suerte de iniciativa comercial de
finales del vii o principios del vi de unas élites o de una población postcolonial
proto fenicio o preibérica. Iniciativa que generaría un «puesto-poblado-centro
comercial proto-histórico fortificado en altura en el alto Vinalopó». La presen-
cia de ciudadanos fenicios, agentes o delegados comerciales en el yacimiento
mismo sería secundaria, a nuestro parecer, ya que lo que es fundamental es la
autoría de, digámoslo, la promoción urbanística o con una expresión moderna
«franquicia» a finales del siglo vii-principios del vi en el AltoVinalopó.
Otra cuestión es la ausencia de información arqueológica sobre una ocupa-
ción protohistórica de la Comarca de Villena, que enmarque la existencia del
yacimiento del Castellar y lo relacione con un entorno cercano. Esta falta de
información creo que es más por un problema de investigación que de vacío
cultural.
La presencia de material fenicio en el interior de las comarcas alicanti-
nas no es novedosa, no obstante no han sido suficientemente estudiados hasta
ahora. Generalmente han sido tratados como material sin contexto e inter-
pretados como producto de un comercio incipiente entre las comunidades
indígenas y las colonias fenicias de la costa de Alicante. De hecho, el pobla-
miento fenicio en el interior de Alicante o un avance de sus influencias en las
150 Marco Aurelio Esquembre Bebia y José Ramón Ortega Pérez

comarcas de l’Alcoiá, El Comtat y el Medio y Alto Vinalopó, simplemente no


se contemplaban.
Recientemente y sobre todo tras las investigaciones sobre el yacimiento
Fenicio de la Fonteta (González Prats, 2011), se han realizado varios estudios
que encauzaban y clarificaban parte de la cuestión.
Como muestra de los avances tras una rigurosa investigación destacamos
el magnífico trabajo del equipo de investigación dirigido por el Dr. Ignaci Grau
en el Alcoià-Comtat (Grau, 2001) que pone de manifiesto la importancia de los
trabajos sistemáticos de prospecciones acompañado de un estudio profundo
del territorio para la aproximación teórica en el conocimiento del poblamiento
en un territorio.
Para el conocimiento del poblamiento de los momentos finales de la Edad
del Bronce, la Edad del Hierro y la conformación del mundo ibérico en la
comarca de Villena existe una serie de dificultades importantes. Algunas plan-
teadas por Ignaci Grau y Jesús Moratalla (Grau y Moratalla, 1998) otras más
difíciles de interpretar como consecuencia de una deficiente prospección o por
la carencia de una investigación más profunda de los escasos datos existentes.
El periodo concreto del fin de la Edad del Bronce y el periodo Ibérico en la
comarca de Villena y el Alto Vinalopó ha estado marcado en los estudios reali-
zados entre el vacio cultural o el carácter marginal frente a los centros de poder
en cada momento histórico. La reinterpretación del yacimiento del Castellar
abre un debate que discute ambos conceptos. Las nuevas investigaciones ini-
ciadas por el Servicio Arqueológico Municipal dirigidas por Laura Hernández
y codirigidas por Luz Amorós han puesto de relieve aspectos novedosos del
poblamiento prehistórico e histórico de la comarca de Villena (Hernández y
Amorós, 2006). Basada en una concepción moderna y en un intensivo estudio
de espacios concretos y acotados, ubicados en superficies llanas y abiertas,
la documentación de elementos materiales de muy variada cronología, nos
induce a replantearnos los denominados vacios culturales. Las excavaciones
de algunos de los puntos documentados como es el caso del yacimiento de La
Corona, han certificado que restos aislados de materiales diversos se relacio-
nan con asentamientos más o menos estables que incidirían en la explotación
del territorio. Cabría pues recalibrar los numerosos datos puntuales de mate-
riales ibéricos o clasificados como del mundo ibérico en general, en llanura,
para darnos cuenta que estos son numerosos, mal estudiados y susceptibles
de pertenecer a asentamientos más o menos importantes, pero lo suficiente
como para complementar una ocupación más intensa, que lo reflejado hasta el
momento, del territorio.
Así pues desde nuestro punto de vista la ausencia de poblamiento no es
tanto un vacío cultural como un enfoque negativo de la investigación en cuanto
a la importancia del mismo y en cierta medida una valoración a la baja de
El poblado fortificado del Castellar: Villena (Alicante)151

los datos empíricos existentes, la ausencia de intervenciones arqueológicas de


investigación en yacimientos puntuales han agudizado el desequilibrio.

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CONTROL Y DEFENSA DEL TERRITORIO DE
LA PENYA NEGRA (CREVILLENT, ALICANTE):
LOS FORTINES DE «LES BARRICAES» Y
«EL CANTAL DE LA CAMPANA»

Julio Trelis Martí


Museo Arqueológico Municipal de Crevillent

Francisco Andrés Molina Mas


ARPA Patrimonio S.L.

Las investigaciones que se llevaron a cabo desde los años 70 hasta principios
de los 90 del siglo pasado en el yacimiento arqueológico de la Penya Negra per-
mitieron documentar un asentamiento de 34 ha según A. González (1993, 185),
dimensión revisada más tarde por J. Moratalla (2004, 153) –15 ha– y A. Lorrio
(2014, 4) –28 ha–, cifras que cualquier caso nos dan una idea de la importancia
de este asentamiento. Pero no solo es grande en cuanto a sus dimensiones, las
diferentes campañas de excavaciones nos han puesto delante de una compleja
y variada secuencia en la que se ha individualizado un poblado del Bronce
Final del s. ix a.C. con una floreciente actividad metalúrgica –Penya Negra I,
en adelante PN I–, el cual en el s. vii a.C. se transforma en una ciudad tartéssica
–PN II– consecuencia del mestizaje con las poblaciones fenicias de la costa
mediterránea peninsular, ciudad que su excavador la ha identificado como la
ciudad de Herna citada en el periplo de Avieno (González, 1993a, 187).
Está de más hacer una historia de la investigación sobre este yacimiento
por ser sobradamente conocido, historia que por otra parte resultaría extensí-
sima y sobrepasaría el fin y los límites de esta comunicación. Fundamental
ha sido documentar su facies funeraria localizada en el vecino cerro de Les
Moreres, cuyos estudios la han encuadrado entre el Bronce Final y los inicios
del Período Orientalizante (González, 2002).
Con la Penya Negra también hay que relacionar dos fortines del Período
Orientalizante situados a la parte septentrional del mismo en dos elevaciones
156 Julio Trelis Martí y Francisco Andrés Molina Mas

Fig. 1. Localización de los yacimientos citados en la mitad sur de la provincia de Alicante


(elaboración propia a partir de Soriano, Jover y López, 2012, 78, Fig. 1) y en la mitad
septentrional del término municipal de Crevillent.
Control y defensa del territorio de la Penya Negra (Crevillent, Alicante): los fortines...157

diferentes, los cuales vienen a enriquecer el poblamiento de la zona y son los


que se presentan a este coloquio con el objeto de completar el conocimiento de
PN II y su hinterland.
Ambos enclaves de carácter marcadamente defensivo ya eran conocidos
desde los inicios de las excavaciones en la Penya Negra gracias a V. Davó
(1979) que los publica como medievales. Poco después A. González les da una
adscripción ibérica (1983, 277), pero más tarde se refiere a ellos como unos
«recintos defensivos» aún por excavar que deben ser estos fortines (2000, 109).
Posteriormente, I. Grau y J. Moratalla (2001, 189-193) y J. Moratalla (2004,
171-174), en un capítulo de la memoria de excavaciones del poblado ibérico
de El Oral (San Fulgencio, Alicante) y en su tesis doctoral respectivamente, es
cuando precisa su adscripción cultural en el Período Orientalizante, de acuerdo
con los materiales procedentes de recogidas en superficie de los fondos del
Museo Arqueológico Municipal de Crevillent. En esas mismas fechas, ambos
fortines –«Les Barricaes» y «El Cantal de la Campana»– son incluidos en el
catálogo del mencionado museo vinculados a Penya Negra (Trelis, 2004, 47).
Más tarde S. Pernas (2006, 131,132 y143) los recoge en un trabajo sobre el
comercio orientalizante en esta zona. También J. Jover (2006, 41) los men-
ciona al contextualizar los asentamientos fenicios de Elda (Alicante). Por
último, forma parte del estudio del poblamiento en la zona existente entre las
desembocaduras de los ríos Vinalopó y Segura realizado con ocasión de la
publicación de la Casa del Secà (Elche, Alicante) (Soriano, Jover y López,
2012).
Estos fortines formaban parte de un grupo de asentamientos del entorno
más cercano a Penya Negra junto con «Penya Fongua» y «Coto Memoria»
principalmente situados a poniente y que de modo tradicional se han consi-
derado orientalizantes (Grau y Moratalla, 2001, 191; Moratalla, 2004, 171)
(Pernas, 2006, 131, 132 y 144), si bien las recientes prospecciones ponen en
duda al menos el carácter de fortificación defensiva de ambos.

Evidencias arqueológicas
El estudio arquitectónico de «Les Barricaes» y «El Cantal de la Campana»
se ha basado en la elaboración de ortofotos. Para este fin se ha realizado un
levantamiento fotogramétrico aéreo, con la toma de puntos de control o targets
debidamente georreferenciados en el sistema de referencia global ETRS89,
gracias a la utilización de un hexadrone. Este pequeño helicóptero telediri-
gido de seis hélices se ha equipado con una cámara fotográfica que obtiene
una secuencia de una imagen por segundo, creando un mosaico de imágenes
que posteriormente se procesan mediante el software fotogramétrico Agisoft
Photoscan, generando su modelo en 3D con una única ortofoto cenital detallada
158 Julio Trelis Martí y Francisco Andrés Molina Mas

que permite conocer las longitudes y alturas de las construcciones sobre un


modelo digital con curvas de nivel. La obtención de estas vistas y la prospec-
ción realizada sobre el terreno –no solo en estos asentamientos sino también
en «Penya Fongua» y «Coto Memoria»–, nos han permitido identificar varias
alineaciones de bloques que revelan en parte la apariencia original de estos
fortines y que se han tomado como base para recrear sus desarrollos en planta.
En ambos casos nos encontramos ante recintos amurallados de extensión
no muy grande, en los que lo primero que llama la atención son las enormes
proporciones de los derrumbes. La técnica constructiva utilizada es la piedra
en seco, con dos paramentos ligeramente ataludados de bloques calizos de
mediano y gran tamaño (entre 0’30 y 0’70 m), cuyo interior se rellena con pie-
dras menores. En «El Cantal de la Campana» se aprecia una mayor diversidad
en la modulación de las piedras, abundando las de menores dimensiones. En
zonas puntuales del encintado se observa una banqueta corrida exterior, que
en «Les Barricaes» mide unos 0’80 m de ancho y de alto, la cual tendría una
función estructural.

«Les Barricaes» (Fig. 2-4)


El fortín se asienta sobre un macizo rocoso de orientación NE-SW, con pen-
dientes pronunciadas salvo al Noreste, siendo en la parte suroeste de su cima
donde se ubica el asentamiento, a 490 m s/n/m y a unos 600 m al Norte de la
Penya Negra.
Tiene una planta rectangular –54x23 m– con orientación S-N, ocupando
un área máxima de 1.242 m², con un único acceso al Sur de 1’30 m de anchura
que da paso a una superficie útil aproximada de 494 m². La muralla presenta
un grosor máximo de 2’70 m –lados N, S y W–, mínima de 2’50 m–lado E–y
una altura máxima conservada cercana a los 2’50 m en el lado norte. Tiene un

Fig. 2. «Les Barricaes». Vista general desde el Noreste.


Control y defensa del territorio de la Penya Negra (Crevillent, Alicante): los fortines...159

Fig. 3. «Les Barricaes». Planta y ortofoto.

trazado ligeramente irregular en los lados largos y las esquinas al Este son cur-
vas, lo cual respondería a la necesidad de utilizar una arquitectura geomórfica,
adaptando la construcción a la orografía de la superficie sobre la que se asienta.
El edificio se completa con cinco torres cuadrangulares que también podrían
tener la función de contrafuertes, con unas dimensiones de 3’80x4’30 m aprox.
(T1), distribuidas por los flancos Sur, Este y Norte, los más accesibles, estando
ausentes en el flanco occidental donde la muralla se asienta sobre una super-
ficie escarpada que actúa como defensa natural. La ubicación de todas ellas, a
una equidistancia de 11 m, coincide claramente con la proyección de las curvas
de nivel de sus derrumbes, generadas a partir del modelo digital. Las torres son
estructuras claramente adosadas a la muralla que, en el caso de la T4 y la T5
situadas en los ángulos septentrionales, uno de sus lados es la prolongación
160 Julio Trelis Martí y Francisco Andrés Molina Mas

Fig. 4. «Les Barricaes». Detalles del acceso, del tramo superior de la T1 y del exterior del
lienzo de muralla E.

de la cara exterior de esta. En algunos tramos, tanto de la línea de muralla


como de las torres, se observan sedimentos de color anaranjado, que se podría
relacionar con el derrumbe y la desintegración de un posible alzado superior
de adobes.
Al exterior del edificio, frente al acceso, hay una construcción escasamente
caracterizada a la que no se le asocia ningún derrumbe, que muy bien podría
ser una regularización del terreno que aprovecha un escalón de la superficie
rocosa para facilitar la entrada.

«El Cantal de la Campana» (Fig. 5-7)


El fortín se asienta sobre una elevación con orientación NE-SW, de fácil acceso
a excepción de su lado norte donde presenta una pendiente más acusada, siendo
en la parte noreste de su cima donde se localiza el asentamiento, a 570 m s/n/m
y a unos 500 m al Norte de Les Barricaes.
Control y defensa del territorio de la Penya Negra (Crevillent, Alicante): los fortines...161

Fig. 5. «El Cantal de la Campana». Vista general desde el Sureste.

Fig. 6. «El Cantal de la Campana». Planta y ortofoto.


162 Julio Trelis Martí y Francisco Andrés Molina Mas

Fig. 7. «El Cantal de la Campana». Detalles del exterior del lienzo de muralla W, del exterior
del lienzo de muralla S y del interior del lienzo de muralla S.

La muralla es de planta rectangular y está prácticamente derruida, por


lo que este fortín ofrece muchos menos elementos constructivos visibles.
Presenta una extensión de 32x14 m con orientación SW-NE, un área máxima
de 448 m² y una superficie útil de 216 m². Los lienzos de muralla de mayor
longitud se sitúan sobre zonas con pendientes considerables y presentan una
arquitectura geomórfica con trazados ligeramente sinuosos para adaptarse a la
orografía del terreno. La muralla cuenta con un grosor entre 2’80 y 2’60 m y
una altura máxima conservada que supera los 2 m en el lado largo meridional.
La entrada más probable al recinto sería por el lado occidental, que es la zona
más accesible y donde mayor acumulación de bloques existe, por lo que cabe
la posibilidad de que ese espacio estuviera ocupado por una torre para defender
esa zona más vulnerable.
Para completar la contextualización de estos fortines, también se pros-
pectaron otros dos yacimientos orientalizantes que tradicionalmente se han
vinculado de forma directa con la Penya Negra: «Penya Fongua» y «Coto
Memoria». Estos dos asentamientos, entendidos desde siempre como asenta-
mientos vinculados al núcleo principal de la Penya Negra, se ubican en sendos
cerros al Suroeste de dicho núcleo (Fig. 1) y ocupan, por tanto, una posición
geográfica contraria a los fortines, aunque a nivel arquitectónico son comple-
tamente diferentes a estos.
Control y defensa del territorio de la Penya Negra (Crevillent, Alicante): los fortines...163

Fig. 8. «Penya Fongua». Vista general de la ladera oeste desde el «Coto Memoria» y detalle de
la misma con indicación del recorte en el sedimento.

«Penya Fongua» (Fig. 8)


Cerro de pendientes suaves y cima redondeada a 399 m s/n/m. El asentamiento
se sitúa entre el «Corral Oeste del Castellar» al Noreste y «Coto Memoria»
al Suroeste separado por algunas ramblas de escasa entidad. Aparentemente
no se conservan restos constructivos, aunque sí se han documentado restos
cerámicos.
En el reconocimiento del terreno se constató que la única ladera con res-
tos cerámicos es la Oeste. Este material se localiza en la mitad superior de la
ladera, siendo muy escaso.
No se observaron restos constructivos, solo unos recortes en los sedimen-
tos que podrían relacionarse con aterrazamientos de adscripción cultural inde-
terminada. De tratarse de terrazas, en la actualidad ha desaparecido su plano
horizontal y su correspondiente muro. Tampoco se descarta que estos recortes
sean producto de la erosión de la ladera.

«Coto Memoria» (Fig. 9)


Cerro de forma longitudinal con dirección NE-SW, al Suroeste de «Penya
Fongua», con escarpes pronunciados en todas sus vertientes. Al Suroeste de la
cumbre, a 419 m s/n/m, se localiza el asentamiento donde se observan varios
muros de aterrazamiento.
El reconocimiento del terreno se desarrolló en las laderas SE y SW, siendo
esta última la única con material cerámico en superficie. Se trata de un con-
junto escaso, principalmente fragmentos atípicos de ánforas, a excepción de un
fragmento vidriado posiblemente medieval.
Los restos constructivos se encuentran en ambas laderas. Se trata de muros
de piedra seca formada por mampuestos con unas dimensiones máximas de
70 cm que se disponen de manera longitudinal y transversal a las laderas
164 Julio Trelis Martí y Francisco Andrés Molina Mas

Fig. 9. «Coto Memoria». Vista general desde «Les Barricaes» y detalle de uno de los muros
longitudinales.

mencionadas. En todos los casos son muros de aterrazamiento, de los cua-


les los longitudinales no puede confirmarse que sean de adscripción cultural
orientalizante, mientras que los transversales de la vaguada responden casi con
toda seguridad a construcciones modernas.

Estudio cerámico (Fig. 10)


El material cerámico analizado, depositado en los fondos del Museo
Arqueológico Municipal de Crevillent, fue recuperado en la superficie de los
yacimientos objeto de este estudio durante las prospecciones llevadas a cabo
a principios de los 90 del siglo pasado y a principios de 2000 por el Servicio
de Arqueología Municipal de Crevillent. Se trata de un conjunto de piezas
de mediano y pequeño tamaño de múltiples individuos, en mayor medida
de fragmentos pertenecientes a cuerpos de ánfora, en contraposición a una
escasísima representación de cerámica común a torno y a mano1. En general,
son piezas muy meteorizadas, con un grado de erosión superficial elevado,
que ha supuesto la eliminación total del acabado superficial en la mayoría
de los casos, llegando a aflorar los desgrasantes. Por suerte, casi la práctica
totalidad de los bordes identificados han permitido calcular su diámetro, que
oscila de los 10’6 a los 14 cm y con un hueco interior de boca practicable
que se sitúa entre los 8 y los 11’6 cm, ajustándose perfectamente al arquetipo
de este contenedor estandarizado profusamente reproducido en varios alfares
del Mediterráneo Central y Occidental: El ánfora fenicia occidental de perfil

1. No hemos creído necesario realizar un estudio cuantitativo debido al escaso registro material.
Es un conjunto con escasas variaciones formales y su resultado no aportaría nuevos datos más
allá de la notoria realidad artefactual de estos asentamientos que es el predominio absoluto de
los grandes contenedores anfóricos.
Control y defensa del territorio de la Penya Negra (Crevillent, Alicante): los fortines...165

«odriforme» con hombro carenado. Este recipiente, fabricado en muchos de


los centros fenicios del área del Estrecho de Gibraltar y del Sur y Sureste de la
Península, ha sido identificado tradicionalmente como R1 (Vuillemot, 1955),
A1 de la Penya Negra (González, 1983) o Trayamar 1 (Schubart y Niemeyer,
1976), entre otras ordenaciones tipológicas. Su capacidad se enmarca entre
los 35 y 50 litros y su variabilidad volumétrica y formal responde tanto a su
evolución en el tiempo, en base a un incremento en la demanda de su contenido
(González, 2011, 292), como a la diversificación de talleres y alfareros en todo
el ámbito de influencia fenicia (Ramón, 1995, 230).
Todos los bordes y hombros de ánforas identificados corresponden al Tipo
genérico A1 de la Penya Negra, y atendiendo a las características particulares de
cada una de estas piezas, se han podido diferenciar ejemplares que pertenecen
a los Tipos T-10.1.1.1., T-10.1.2.1. y T-10.2.1.2. de J. Ramón (1995, 229-232).
Las piezas más arcaicas, fechadas entre el 750 y el 650/630 a.C., corresponden
al primero de ellos, al Tipo T-10.1.1.1. (Ramón, 1995, 229-230, 461, 558), y
a él asociamos el borde CM23 de nuestro repertorio. Es un borde sencillo con
un desarrollo vertical oblicuo-divergente, más o menos alto y alargado, con
cara interior convexa sin engrosamiento interior, con labio redondeado y con
la característica acanaladura-incisión en la unión entre el borde y la espalda
(tramo superior del cuerpo del ánfora sobre el hombro) que crea un pequeño
escalón o arista.
El resto de bordes los asociamos al Tipo T-10.1.2.1., con unas fechas de
producción algo posteriores que se enmarcan entre el 675/650 y el 575/550
a.C. Son ánforas con bordes más cortos que, a excepción de los ejemplares más
simples BR1 (Ramón, 1995, 463, fig. 109.5) y CM19 (Ramón, 1995, 463, fig.
109.21), presentan el engrosamiento interior que les confiere su típico perfil
triangular, destacando uno con concavidad interna como la pieza CM3 y otro
con un perfil casi trapezoidal como la pieza CM12 (Ramón, 1995, 463, fig.
109.31). La cara exterior de los bordes atribuidos a este Tipo T-10.1.2.1. pre-
senta diferentes desarrollos verticales, con variaciones en su ángulo de inclina-
ción, siendo la tendencia general el perfil oblicuo-divergente. Solo las piezas
CM2, CM12 y CM19 tienen un perfil vertical, mientras que el ejemplar CM18
es el único con un perfil oblicuo-convergente. Asimismo, hay que destacar que
el borde CM4 es algo excepcional, ya que en él se observa aquella acanaladura-
incisión en la unión entre el borde y la espalda, propia del Tipo T-10.1.1.1., y el
engrosamiento interior exclusivo del Tipo T-10.1.2.1., por lo que se trataría de
una variante de boca de ánfora que combina ambos elementos.
Por lo que respecta a los cuatro fragmentos de hombros de ánforas identi-
ficados, solo la pieza CM6 tiene un desarrollo suave y lineal, ya que el resto
–CM11a, CM11b y CM20– destacan por presentar una curvatura marcada
previa a la carena que provoca que esta se convierta en un nervio resaltado
166 Julio Trelis Martí y Francisco Andrés Molina Mas

con concavidad interior. Esta particularidad es distintiva del Tipo T-10.2.1.2.


(Ramón, 1995, 232, 465, 561, fig. 198.418), por lo que esos cinco hombros
se adscriben a esta variante evolucionada fechada en la primera mitad del
siglo vi a.C., de la que existen abundantes ejemplos similares y cercanos en
Penya Negra IIB (600-550 a.C.) y La Fonteta VI (580-560 a.C.) (González,
2011, 294). Este claro predominio de hombros asociados al Tipo T-10.2.1.2
nos conduce a pensar que, probablemente, algunos de los bordes de ánforas
antes descritos y relacionados con el Tipo T-10.1.2.1, podrían pertenecer a esta
última variante, sobre todo teniendo en cuenta que ambos modelos comparten
ese mismo tipo de borde engrosado interior de perfil triangular.
La última pieza que difiere del resto en cuanto a forma y uso, es el pie de
trípode PF1, con una sección y desarrollo trapezoidal, con cara exterior vertical
e interior oblicua y adosado a un pequeño tramo del cuerpo que presenta una
superficie interior muy erosionada en la que no se aprecian estrías, las cuales
se relacionarían con el uso de la pieza como mortero. En la tipología de la
Penya Negra, estas fuentes o cuencos de escasa profundidad con tres pies, con
o sin estrías concéntricas en el fondo interno, se encuadran dentro del grupo de
las cerámicas comunes o «cerámicas de superficies ásperas», sin tratamiento
de las superficies, y en concreto, nuestro ejemplar, pertenece al Tipo C1a de
Penya Negra II (700-550 a.C.) (González, 1983, 200). La ausencia del borde
nos impide ajustar más su cronología, ya que los ejemplares del siglo vi a.C.
se caracterizan por tener un labio mucho menos engrosado (González, 1983,
204), aunque la forma del pie se asemeja en mayor medida a los del siglo vii
a.C. En La Fonteta se correspondería probablemente con el Tipo 7.A, descrito
como «Mortero trípode» (González, 2011, 91), y a nivel cronológico destaca
su presencia desde la Fase I hasta la Fase VII, siendo más abundante durante
las Fases I (760-720 a.C.), II (720-670 a.C.) y VI (580-560 a.C.) (González,
2011, 100).
En cuanto al origen de todas estas piezas cerámicas, tanto las que se mues-
tran como las atípicas y no dibujadas, y a falta de un estudio arqueométrico
propio, se han tomando principalmente como referencia las analíticas realiza-
das en la Penya Negra (González y Pina, 1983) y La Fonteta (González, 2011,
109-258). De modo genérico, se puede adscribir este conjunto de piezas a los
talleres del círculo del Estrecho, de la Costa Andaluza Mediterránea (CAM),
en concreto a las importaciones malagueñas –Grupo «Málaga» (Ramón,
1995, 256-257)–, a producciones del Mediterráneo Central, principalmente
Cartago–Grupo «Cartago-Túnez» (Ramón, 1995, 258-259)–, y al propio alfar
de la Penya Negra –Grupo «Crevillent» (Ramón, 1995, 257)–. Un número
muy elevado de ejemplares los asociamos con la CAM, los cuales presentan
una producción oxidante homogénea, con o sin núcleo gris, que genera colores
rojizos, anaranjados o amarillentos, en ocasiones con restos de engobes claros
Control y defensa del territorio de la Penya Negra (Crevillent, Alicante): los fortines...167

Fig. 10. Fragmentos de ánforas de «Les Barricaes» (BR) y «Coto Memoria» (CM), y
fragmento de trípode de «Penya Fongua» (PF).
168 Julio Trelis Martí y Francisco Andrés Molina Mas

superficiales, y con desgrasantes típicos de esquistos muy visibles de mayor o


menor grosor, característica que se repite en la cerámica gris, que a veces llega
a mostrar tonos rosáceos como es nuestro caso. Asimismo, también contamos
con algún ejemplo de ánforas con pastas blanquecinas homogéneas que pro-
ceden, al parecer de manera clara, del Sur o Suroeste peninsular (González y
Pina, 1983, 121). En el caso de las producciones anfóricas tunecinas, gana pro-
tagonismo el cuarzo como desgrasante principal formando parte de las pastas
grises o de tonalidades amarillentas, ocres y anaranjadas con un engobe exte-
rior blanquecino o amarillo claro. Este tipo de pastas se han podido identificar
claramente en algunos de los hombros de ánforas adscritos al Tipo T-10.2.1.2.,
hecho que confirma el lugar de fabricación de esta variante del Tipo genérico
A1 de la Penya Negra. Por su parte, el taller autóctono de la Penya Negra, que
no indígena, puesto en funcionamiento por alfareros semitas (González, 1983,
273-274), fabricaba ánforas que generalmente presentaban pastas homogéneas
de tono marrones, rojizos o anaranjados claros, o también con varias capas con
diversos colores, que contienen desgrasantes como cuarzo traslúcido, calizas,
areniscas y partículas férricas (Ramón, 1995, 257).

La penya negra ii y su hinterland


El poblamiento de las tierras que se encuentran entre las desembocaduras de
los ríos Vinalopó y Segura –en la actualidad conocidas como las comarcas
del Baix Vinalopó y Vega Baja del Segura– es muy conocido en los tiempos
del Período Orientalizante. Desde I. Grau y J. Moratalla (2001) y J. Moratalla
(2004), pasando por A. González (2005), hasta el estudio más reciente de S.
Soriano, J. Jover y E. López (2012), son varios los estudios sobre el territo-
rio que bajo diferentes planteamientos y con matices distintos nos ofrecen un
panorama complejo del mismo.
La Penya Negra, como el Peñón de la Reina (Alboloduy, Almería) y Santa
Ana (Jumilla, Murcia) parecen ser los grandes núcleos de una implantación
«reglada» del territorio del SE de acuerdo con una estrategia de explotación del
territorio o comercial (González, 2005, 800). En el Hierro Antiguo las influen-
cias por el contacto con colonos de las factorías del Sur peninsular propiciaron
mayor homogeneización y la respuesta indígena es idéntica desde el SE del
Mediterráneo hasta la Extremadura Meridional (González, 1993b, 375).
Por tanto, el territorio entre ambas desembocaduras de los ríos mencionados
en Época Orientalizante se configura con un área nuclear –la ciudad de Herna
identificada en la Penya Negra–. Con ella se asocia el asentamiento conocido
como «Corral Oeste Castellar» –sector IX del proyecto de investigación de A.
González– localizado junto a Penya Negra pero al otro lado de la Rambla pro-
puesto como un barrio de la ciudad o un lugar de aprovechamiento de materias
Control y defensa del territorio de la Penya Negra (Crevillent, Alicante): los fortines...169

primas (González, 1983, 36; Moratalla, 2004, 604). Esta ciudad gozaría de unas
buenas defensas al Norte con los fortines de «El Cantal de la Campana» y «Les
Barricaes», objeto de esta comunicación. La ciudad de los muertos de Herna
está en el cerro de Les Moreres más al Sur, aunque seguramente este lugar no
albergue la totalidad de las sepulturas de este período (González, 2002 y 2005,
804). La Cova de l’Aire posee escasos materiales, pero los suficientes como
para proponerla como una cueva santuario (Moratalla, 2004, 170). Los otros
asentamientos de la Sierra de Crevillent –«Penya Fongua», «Coto Memoria»
y «Pic de les Moreres»– en caso de ser asentamientos orientalizantes, de los
cuales hay dudas más que fundadas, serían como propone J. Moratalla (2004,
604) atalayas o puntos de vigilancia de similares funciones a la de los fortines.
Más al Sur, pero aún en tierras crevillentinas, se encontró un área de necrópolis
con una sepultura en urna tipo Trayamar y unos medallones semielipsoides con
la cara anterior convexa decorada que serían matrices de orfebre de un taller
orientalizante conjunto que, unido al hallazgo del tesorillo de Penya Negra,
nos hablan de una orfebrería floreciente en el contexto de una extraordinaria
eclosión cultural que acontece en estas comarcas González (1978 y 1989).
Participando de la misma llanura aluvial, tenemos los restos de la Casa de
Secà y La Alcudia en Elche que, al menos el primero, nos indica que habría
una serie de establecimientos agropecuarios en zonas muy aptas para el cultivo
junto al cauce del río Vinalopó y asimismo participarían del aprovechamiento
de las salinas que aún existen en su entorno (Soriano, Jover y López, 2012).
En el tramo final del río Segura están los Saladares (Orihuela, Alicante)
que tendría un carácter similar a los yacimientos ilicitanos, y además el control
de la vía de comunicación fluvial (Moratalla, 2001, 192). Dicho control tam-
bién se ejercería desde el Castillo de Santa Bárbara (Cox, Alicante) –localizado
junto a las vetas mineras de la Sierra de Callosa–, pero en este último caso el
control se dirigiría tanto al cauce del río Segura como al Corredor de Abanilla
(Moratalla, 2001, 193).
Por último, toca hablar de los imponentes yacimientos de Guardamar del
Segura, de los cuales La Fonteta sería una colonia fenicia fundada en el siglo
viii a.C. (González, 2010), con una interacción entre fenicios e indígenas de
PN II que tendría como objeto el abastecimiento de metales. En este sentido
indicar que no se sabe si los fenicios de La Fonteta se deben a la metalurgia
de PN II o es La Fonteta la que propicia la importancia de la metalurgia de
PN II (González, 2000, 110). A pesar de estar atestiguada una extraordinaria
actividad metalúrgica, La Fonteta/Rábita sería un lugar comercial más que de
producción de objetos y los minerales vendrían de fuera puesto que el entorno
es pobre en estos recursos (Rouillard, 2010, 87).
Aplicando el patrón de asentamiento de las colonias fenicias, contamos
a unos 3 km al interior pero casi en lo que sería la misma línea de costa de
170 Julio Trelis Martí y Francisco Andrés Molina Mas

aquellos tiempos con una fortificación de vanguardia ubicada en El Cabezo


Pequeño del Estany (González y García, 1997, 99). Al igual que los fortines
de «Les Barricaes» y «El Cantal de la Campana», esta fortificación costera
responde a esa necesidad estratégica, aunque su arquitectura defensiva difiere
claramente de la que se utilizó en los fortines de la Sierra de Crevillent. Se trata
de un recinto amurallado de estilo oriental, con bastiones y espacios modulados
entre los paramentos de la muralla –casamatas–, erigido junto al río Segura con
relación a la defensa y control del entorno de La Fonteta (García Menárguez,
1994 y 2010; González y García, 2000).
Este modelo se completaría con un posible santuario fenicio dedicado a
Astarté en el Castillo de Guardamar del Segura protectora de la navegación
(González, 2010, 62).
Los extraordinarios cambios que se sucedieron en PN II obedecen, sin
ningún género de dudas, a la consolidación de un poder político –un régulo a
bien una oligarquía– que contribuyó notablemente a la transformación de un
poblado en una ciudad tartéssica (González, 1993a, 185), poder político que
a buen seguro tuvo mucho que ver en esta nueva estructuración del territorio.

Consideraciones finales
El emplazamiento de ambos fortines nos indica con toda claridad que una de
sus funciones era el control y la defensa directa de la Penya Negra por el Norte.
Desde «El Cantal de la Campana» se divisa claramente el Valle Medio del
Vinalopó, vía de penetración natural hacia la Meseta. Desde «Les Barricaes»,
en cambio, se divisa la Vega Baja del Segura, que conecta principalmente con
la Alta Andalucía, y todas las tierras comprendidas entre las desembocaduras
de los ríos Vinalopó y Segura.
Los fortines flanquean un camino que en la actualidad comunica la Sierra
de Crevillent con el Valle Medio del Vinalopó, camino que probablemente sea
heredero, si no el mismo fosilizado, del que en el I milenio a.C. conectaba la
Penya Negra con la Meseta. Su localización, al final de una ruta ganadera y
comercial, así como la actividad metalúrgica del Bronce Final, convertiría al
poblado en uno de los principales centros de distribución de metales desde el
Mediterráneo peninsular, contribuyendo a establecer una colonia fenicia en La
Fonteta (Guardamar del Segura, Alicante), atestiguado asimismo por la docu-
mentación de productos fenicios en el Corredor del Vinalopó, llegando incluso
al yacimiento de El Macalón (Nerpio, Albacete) (González, 2005, 803). La
elección de La Fonteta para instalar esa colonia fenicia se debió a la excelente
comunicación con la Alta Andalucía y la Meseta, constituyendo asimismo el
punto final de la ruta de las islas (González, 2010, 63). La Fonteta/Rábita es la
colonia fenicia más septentrional y sería una elección deliberada que se debe al
Control y defensa del territorio de la Penya Negra (Crevillent, Alicante): los fortines...171

carácter mixto de la comunidad que favoreció la difusión de modelos culturales


(Rouillard, 2010, 89). Por lo que se refiere a la actividad ganadera, la trashu-
mancia fue practicada en el Vinalopó hasta mediados del siglo pasado. Todavía
en los años 60 llegaban ganados de la provincia de Cuenca que permanecían
en Villena entre los meses de octubre y abril (García Martínez, 1969, 283). La
ruta conocida como de Los Serranos (Martínez, 1985, 262) tenía su origen en
el área de Chinchilla y/o La Jorquera, atravesaba Almansa, Villena, Salinas,
lugar donde se abastecerían de sal para el ganado, continuando por Petrer,
Novelda, Aspe y Crevillent, para desde ahí llegar finalmente a Orihuela. Esta
ruta ganadera no ha variado mucho a los largo de los siglos, ya en la Prehistoria
Reciente la importancia de esa ruta del Vinalopó era sus recursos de agua y sal,
de ahí el gran número de yacimientos situados en cumbres estratégicas que lo
jalonan en los términos municipales de Elda, Sax, Monforte del Cid y Aspe
(Mederos y Ruiz, 2001, 84-85). Esta misma ruta ganadera junto con el comer-
cio de la sal, carne y pieles, se reactivarían durante el Período Orientalizante,
cuyo testimonio más notable es la creación del nuevo asentamiento de El
Castellar (Villena, Alicante) –presentado en este mismo coloquio por M. A.
Esquembre–, además de otras evidencias como son los materiales hallados en
Camara y el Monastil de Elda (Jover, 2006, 41) y El Tabayá de Aspe (Navarro,
1982, 52). Asimismo, la parada obligatoria antes de partir hacia el yacimiento
de Los Saladares (Orihuela, Alicante) sería la Penya Negra.
La disposición de los dos fortines es muy original: Primero según se viene
del Vinalopó se localiza «El Cantal de la Campana» en el margen oeste del
camino y a unos 500 m al Sur de este y al otro lado del camino se localiza el
de «Les Barricaes», el cual dista unos 600 m de la ciudad orientalizante que
está más al Sur, con contacto visual directo entre ellos. Esta posición quasi
enfrontada de ambos nos lleva a pensar, salvando las distancias en el tiempo,
que se traten de un «control de frontera» a modo de aduana actual. Y esta fun-
ción quizás sea la razón de que la Penya Negra no posea estructuras defensivas
claramente constatadas2.
Una construcción muy similar al fortín de «Les Barricaes», tanto a nivel
arquitectónico como por su emplazamiento estratégico, es el yacimiento
de El Murtal3 en Alhama de Murcia (Lomba y Cano, 1997). Se trata de un

2. A. González (1983, 150) ha llegado a denominar «muralla» a gruesos muros de los sectores
IB, IV y VII que enmarcaran conjuntos de estancias, pero deja en el aire tal función defensiva.
Este mismo autor se refiere a encintado de muralla para la ciudad de PN II (González, 1993,
185). Por su parte J. Moratalla (2001, 191) niega la existencia de fortificaciones en Penya
Negra, función que tendrían los fortines de «Les Barricaes» y «El Cantal de la Campana».
3. Nuestro agradecimiento por la información que nos han proporcionado a M.ª Milagrosa Ros,
Rocío Izquierdo y Fernando Prados, profesores de las Universidades de Murcia, Sevilla y
Alicante respectivamente, y a E. López gerente de ALEBUS S.L.
172 Julio Trelis Martí y Francisco Andrés Molina Mas

asentamiento fortificado de finales del siglo vii a.C. que se ubica a 600 m al
Sureste de El Castellar de Librilla (Murcia), el núcleo de población principal
y de mayor extensión, pero al otro lado de la rambla de Algeciras. La fortifi-
cación se construyó sobre un cerro alargado junto al paso por la mencionada
rambla, lo que facilita el control visual de la vía natural de comunicación hacia
las áreas litorales de Cartagena y Mazarrón. Sus excavadores, a raíz del descu-
brimiento de varias estancias que interpretan como almacenes solo en parte de
su espacio interior, otorgan a El Murtal una segunda funcionalidad, como es la
defensa de los productos que allí se guardaban.
Aunque la fortificación de El Murtal dobla casi en tamaño a «Les Barricaes»,
llama la atención el grado de similitud de las estructuras defensivas que se
levantaron en ambos asentamientos, coincidiendo tanto el grosor de la muralla
–entre 2’7 y 2’5 m– como la forma, la disposición de las torres-contrafuertes, y
en ambos las técnicas constructivas guardan muchas semejanzas. Por el contra-
rio, en nuestro caso, carecemos de estancias interiores visibles, y únicamente
disponemos de un conjunto de fragmentos cerámicos recogidos en superficie
que, dentro del escaso registro cerámico que existe y teniendo en cuenta el
mayor porcentaje de restos anfóricos, podemos pensar que también albergara
almacenes en su interior, en sintonía con lo expresado por Pernas (2008, 143).
Es sabido que este tipo de construcciones con murallas imponentes conlleva-
ban un gran carga simbólica, otorgando un enorme prestigio y poder, pero se
trataría de valores añadidos, ya que su origen respondería a un peligro existente
y su función primordial sería la de impedir el asalto al asentamiento (Díes,
2001: 74). La construcción de estas fortificaciones supondría una considera-
ble inversión de mano de obra, tiempo y materiales, por lo que, aparte del
consabido prestigio, se buscaba erigir un elemento disuasorio que, por su sola
presencia, hiciera desechar la idea de atacar el recinto y saquear su contenido.
No cabe ninguna duda de que los fortines funcionarían principalmente
como instalaciones estratégicas, ejerciendo un control visual de las tierras
comprendidas entre las desembocaduras de los ríos Vinalopó y Segura y de
la zona de paso que permite el acceso a la Penya Negra desde el Norte. Pero
si les concedemos ese segundo rol comercial, en el caso de haber almacenes
similares a los de El Murtal, también desarrollarían un papel destacado durante
el intercambio de productos en las fechas en la que los mercaderes tenían esta-
blecida la parada en la Penya Negra, ya fuera de camino hacia la costa, hacia
la Vega Baja del Segura o hacia el interior por el tradicional eje de comunica-
ción del Valle del Vinalopó. La ubicación de estos fortines junto a las vías de
comunicación naturales, se vería favorecida tanto por su accesibilidad desde
la ruta comercial principal que atravesaba el Valle del Vinalopó, evitando el
tener que acceder hasta el núcleo de la Penya Negra, como por el control visual
Control y defensa del territorio de la Penya Negra (Crevillent, Alicante): los fortines...173

estratégico de su entorno, mucho más amplio que el que se podía alcanzar


desde dicho núcleo.
Por tanto, apostamos por una más que probable doble funcionalidad: El
control de acceso a la Penya Negra y, por qué no, la protección de los productos
almacenados en los fortines. El alto porcentaje de fragmentos de ánforas que se
hallaron en superficie y el origen de las mismas, no hacen más que perseverar
en esa segunda función de estas estructuras fortificadas como almacenes, quizá
con carácter temporal, donde se llevarían a cabo los intercambios comerciales
desde mediados del siglo viii hasta mediados del siglo vi a.C., con productos
procedentes de los asentamientos fenicios de la costa andaluza y, en menor
medida, del Mediterráneo Central, siendo La Fonteta el enclave comercial
neurálgico, como puerto de entrada y salida de manufacturas y materia prima.
El carácter y función de este tipo de asentamientos fortificados, formaría
parte del variado elenco de innovaciones fenicias (urbanismo, arte, religión,
torno, vidrio, hierro...) que son aceptadas e incorporadas a las culturas indí-
genas. La organización del territorio que se manifiesta en torno a la Penya
Negra, participa de un patrón de asentamiento fundamentado en la creación de
colonias, como La Fonteta, y la interacción en mayor o menor grado con los
poblados indígenas, a lo que se suma la construcción ex novo de asentamientos
secundarios que completan y favorecen la infraestructura y la actividad mer-
cantilista semita, como es el caso de El Murtal, El Cabezo Pequeño del Estany
y los fortines de la Sierra de Crevillent.
Un resultado muy diferente nos han ofrecido los yacimientos de la «Penya
Fongua» y el «Coto Memoria». El reconocimiento del terreno ha demostrado
que nos encontramos ante algo totalmente diferente a los fortines. Es cierto que
existe material arqueológico recogido por aficionados en tiempos pretéritos,
depositado en los fondos del Museo Arqueológico Municipal de Crevillent,
y que prospecciones del Servicio de Arqueología Municipal de Crevillent a
principios de los 90 del siglo pasado y a principios de 2000 corroboraron la
existencia de dichos restos cerámicos, así como los restos constructivos que
se interpretaron como parte de terrazas de adscripción cultural orientalizante.
Pero una observación atenta de la disposición de dichos muros en el caso del
«Coto Memoria» nos dicen que no habría prácticamente superficie plana para
construir terrazas y por tanto su función urbanística es un poco forzada. Por
otro lado, bien es cierto que se trata de muros de piedra seca cuya tipología
podría encajar en el Período Orientalizante en sintonía con los restos cerámi-
cos registrados, por lo que no se descarta que puedan corresponder a un asenta-
miento de este período de funcionalidad indeterminada. Las evidencias de las
que disponemos no son definitorias, por lo que, seguramente, una excavación
arqueológica despejaría todas estas dudas.
174 Julio Trelis Martí y Francisco Andrés Molina Mas

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LA LOMA DEL BOLICHE
(CUEVAS DEL ALMANZORA, ALMERÍA):
FENICIOS E INDÍGENAS EN UNA NECRÓPOLIS
ORIENTALIZANTE DEL SURESTE

Alberto J. Lorrio
Universidad de Alicante

Introducción
La Loma del Boliche es uno de los primeros cementerios de la Edad del Hierro
excavados en extensión en la Península Ibérica1. La intervención arqueoló-
gica fue llevada a cabo por Luis Siret y su capataz Pedro Flores entre 1907 y
1908, y dada a conocer por el investigador belga en su monografía Villaricos y
Herrerías (Siret, 1909, 422, 432 ss., figs. 33-37), donde incluiría una descrip-
ción general del cementerio, acompañada del dibujo de algunas de las piezas
más significativas. Diversos autores tratarían con posterioridad el cementerio,
destacando la revisión parcial de M. Osuna y J. Remesal (1981), en la que
incorporaron los materiales conservados en el Museo Arqueológico Nacional
(M.A.N.), la descripción de las tumbas por sus excavadores, así como la pla-
nimetría de uno de los sectores y dos perfiles topográficos, obra de Siret. No
obstante, al no contrastar estas informaciones se atribuyeron al cementerio
algunos objetos ajenos al mismo (de épocas tan diversas como el Neolítico, el
Calcolítico o el Bronce Final), al tiempo que otros presentan errores de ads-
cripción dentro de la propia necrópolis. Tampoco se incorporaron ciertos obje-
tos, sobre todo fragmentos de recipientes cerámicos, material especialmente
escaso en el cementerio, ni se incluyeron los dibujos de las sepulturas, obra de
Flores, de gran interés para el estudio de las estructuras funerarias.

1. Este trabajo se ha realizado dentro del marco del proyecto HAR2010-20479 del Ministerio
de Ciencia e Innovación «Bronce Final – Edad del Hierro en el Levante y el Sureste de la
Península Ibérica: Cambio cultural y procesos de etnogénesis».
178 Alberto J. Lorrio

Por todo ello, resultaba imprescindible revisar y contrastar la documenta-


ción existente, conservada en la Colección Siret del M.A.N., como punto de
partida para analizar de forma lo más completa posible este interesante cemen-
terio, una metodología que utilizamos con excelentes resultados en el estudio
de las sepulturas del Bronce Final excavadas por el propio investigador belga
(Lorrio, 2008a). La documentación incluye los cuadernos de campo, realizados
por Flores y Siret, cuya consulta ha permitido identificar objetos desplazados
de sus contextos originales, reintegrar otros dados por desaparecidos, así como
corregir algunas de las transcripciones conservadas en el M.A.N., utilizadas
de forma parcial por Osuna y Remesal en su publicación. También algunas
láminas con los dibujos originales de Siret, posteriormente incluidos en su
obra Villaricos y Herrerías, y que, ocasionalmente, ofrecen información inte-
resante sobre la procedencia de alguna pieza, como un distribuidor de collar de
hueso. Paralelamente, se revisaron los conjuntos funerarios conservados en el
M.A.N.,que incluyen los restos humanos procedentes de las cremaciones, las
maderas carbonizadas utilizadas como combustible en los rituales funerarios,
un variado conjunto de objetos integrado por alguna urna cineraria, vasos de
ofrenda, joyas de oro y plata, adornos de bronce y fayenza, útiles de bronce o
de hierro, huevos de avestruz, etc., así como restos de fauna, de malacofauna o
de frutos depositados en recipientes de esparto, interpretados como ofrendas.
El detalle con el que Siret y su colaborador realizaron la excavación y, sobre
todo, el minucioso registro de la información obtenida ha permitido realizar
toda una serie de analíticas imposibles de abordar, por falta de datos, en yaci-
mientos excavados en fechas mucho más recientes.
De esta forma, se han estudiado los ajuares, en su mayoría conservados
completos, aunque falten algunas piezas, de las que no obstante casi siem-
pre existen dibujos realizados por Siret, incorporando también los estudios
antropológicos, paleopatológicos y paleonutricionales de los restos humanos
incinerados, el antracológico de las maderas utilizadas en las piras funerarias,
y los de las ofrendas de fauna y malacofauna, además de analizarse los metales
conservados, de oro, plata y bronce, y algunas cuentas de fayenza. El estudio
integral del cementerio ha sido abordado en un trabajo monográfico de reciente
publicación (Lorrio, dir., 2014)2.

2. La obra aborda la historia del yacimiento y el catálogo de sepulturas y ajuares (A. Lorrio),
el estudio de los materiales y la cronología del cementerio (A. Lorrio y M.ª D. Sánchez de
Prado), la topografía (A. Lorrio y T. Pedraz), las estructuras funerarias, el ritual, la interpre-
tación social y el contexto regional (A. Lorrio), en el que destaca la presencia de la ciudad
fenicio-púnica de Baria y sus necrópolis en las cercanías, además de una síntesis que enmarca
el cementerio en el marco del mundo funerario orientalizante de la Península Ibérica (M.
Torres). El trabajo incluye los análisis antropológicos (M.ª P. De Miguel) y de paleodietas (G.
Trancho y B. Robledo), los análisis de los restos antracológicos (E. Grau), los estudios de la
La Loma del Boliche (Cuevas del Almanzora, Almería):Fenicios e indígenas en una...179

La excavación
Se conserva abundante documentación relativa a la excavación en los cua-
dernos de campo, redactados por Pedro Flores (Cuaderno V) y el propio Siret
(Cuaderno VI), a quien se deben igualmente dos perfiles y la planta de un
sector del cementerio. Los trabajos comenzaron el 13 de mayo de 1907, según
se indica en el Cuaderno V, que incluye las tumbas 1 a 36, aunque desconoce-
mos la fecha exacta de su finalización, que pudiera ser 1908, según se refleja
en el croquis con la localización de las tumbas 37 a 47, añadido al final de las
páginas del Cuaderno VI dedicas a la necrópolis de Boliche. En el Cuaderno
V, Flores ofrece abundante información sobre las tumbas 1 a 36 y el dibujo
esquemático de cada una de las sepulturas, a lo que Siret añadió comentarios
puntuales y dibujos sobre algunas piezas significativas, así como una sección
estratigráfica con la posición relativa de las tumbas 3, 5 y 6 (Fig. 1,A). El
Cuaderno incluía otras sepulturas aparecidas en la zona, pero sin relación con
la necrópolis de la Edad del Hierro. Además, inmediatamente a continuación
de la tumba 34, señala que a 31 metros de la n.º 29, al Norte, y a 21 de la 6,
entre Norte y Este, «quedan 6 sepulturas sin registrar», lo que remite al grupo
de las tumbas 37 a 47 (posiblemente sean las 37 a 42, alineadas como confirma
la documentación de Siret incluida en el Cuaderno VI).
El Cuaderno VI fue redactado por Siret, a partir de unas notas manus-
critas realizadas en cuartillas sueltas, cuya grafía denota una mano diferente
a la que redactó el Cuaderno V, posiblemente un hijo de Pedro Flores. Las
descripciones son también más concisas y carecen de los detalles que vemos
en el primer cuaderno, pues falta la descripción y el dibujo de las estructuras,
ausentes igualmente en las notas. Incluye las tumbas 37 a 47, un plano con su
localización y una sección estratigráfica que recoge las cinco primeras tumbas
(Fig. 1,B). También dos sepulturas más (n.º 48 y 49) en la Loma de la Faja de
Guadalupe, que como en el cuaderno anterior carecen de cualquier relación
con la necrópolis protohistórica, descritas esta vez por Flores.
La tumbas 1 y 2 habían sido ya excavadas, no aportándose noticias sobre
la estructura y localización de la primera, por lo que los trabajos se iniciaron
con la excavación de las sepulturas 3 a 6. Cada tumba incluye información
sobre su posición relativa, generalmente respecto a otras dos ya descritas, lo
que ha permitido ‘reconstruir’ el plano de la necrópolis con cierta fiabilidad,
observándose la existencia de dos grupos de sepulturas claramente diferencia-
dos. Además, los cuadernos incluyen una descripción de las estructuras, con
sus dimensiones y características principales, de los restos humanos, a veces
con datos relevantes, como la posición del cadáver en la tumba 43, y de los

fauna (P. Iborra), y de la malacofauna (A. Luján), el estudio arqueometalúrgico (I. Montero y
M. Murillo-Barroso) y el análisis de las cuentas de collar de pasta (I. Martínez y E. Vilaplana).
180 Alberto J. Lorrio

Figura 1. A, Perfil estratigráficos de las tumbas 3 a 6 (zona A). B, Planta de la zona B y perfil
estratigráficos de las tumbas 37 a 41. C, Páginas del Cuaderno V con la descripción y croquis
de la tumba 27 (Archivo M.A.N.).
La Loma del Boliche (Cuevas del Almanzora, Almería):Fenicios e indígenas en una...181

materiales recuperados, todo ello acompañado en el Cuaderno V con el dibujo


de la tumba y de los principales hallazgos (Fig. 1,C).

Situación, topografía antigua y estratigrafía


La necrópolis de la Loma del Boliche ocupaba una suave loma, en el extremo
suroriental de Las Herrerías, en el término municipal almeriense de Cuevas del
Almanzora3 (Fig. 2,A). La zona se sitúa en las proximidades de la confluencia
de la rambla de Canalejas o de la Mulería, que queda hacia el Noreste, con el
río Almanzora, que discurre al Sur de la loma, aunque la antigua línea de costa
sería bastante diferente (Fig. 2,B), ya que en el momento de uso del cementerio
formaba un amplio estuario que penetraba hasta la zona inmediatamente al sur
del macizo de Las Herrerías (Hoffmann, 1988, fig. 5.1), con lo que la necró-
polis se localizaría en una península, próxima a la desembocadura de ambos
cursos de agua. La elección de este espacio, próximo a dos ríos o ramblas, debe
relacionarse con tradiciones ancestrales en las que estos espacios acuáticos
eran vistos como lugares de acceso al Más Allá, lo que quizás explique la
recurrente presencia de sepulturas en la zona durante el Bronce Final (Lorrio,
2008a, 77-91) o, incluso, hallazgos como el de la espada de Herrerías, un depó-
sito intencional que buscaría la confluencia de dos cursos de agua, dada la
ubicación del lugar donde fue encontrada (Lorrio, 2009-2010, 167).
El emplazamiento del núcleo de habitación relacionado con el cementerio
de Boliche, que debe buscarse en las proximidades de la citada loma, debió
ser un factor fundamental a la hora de situar el espacio cementerial. Se trata
de un tema de difícil solución con los datos disponibles en la actualidad. La
propuesta de situar el poblado en Almizaraque (Chávez et al., 2002, 82 s. y 84)
cuenta con algunas noticias que mencionan hallazgos de la Edad del Hierro,
con materiales de origen mediterráneo, fenicios y tal vez griegos en el lugar
(Almagro Basch, 1975, 203), muy próximo a la zona que estudiamos. También
se documenta material contemporáneo a Boliche en el Cabecico de Parra, no
muy alejado del yacimiento anterior, con una ocupación que se remonta a

3. Los trabajos de prospección superficial del terreno realizados entre 1986 y 1991 en la zona
permitieron a Chávez et al. (2002, 195) localizar la necrópolis sobre la loma, a 40 m s.n.m.
y «a unos 400 m a la derecha del curso actual del río Almanzora y a 800 m a la izquierda de
la Rambla de Canalejas», con unas coordenadas UTM de 30SXG073254, aunque el material
recuperado, muy escaso, consiste en «varios fragmentos de ánforas púnicas, otro de terra
sigillata hispánica, cerámica de cocina norteafricana y cerámica de cocina», en nada coincide
con el del cementerio, donde si bien hay materiales de épocas diversas, todos son anteriores a
la Edad del Hierro, y sí en cambio con las noticias aportadas por Siret respecto a otros yaci-
mientos dispersos por la zona, como reconocen los investigadores. La explotación minera a
cielo abierto que en los años 90 del siglo xx comenzó a extraer barita en la zona, actualmente
abandonada, ha eliminado cualquier posible evidencia arqueológica, al dejar un enorme soca-
vón de varios centenares de metros y las zonas próximas cubiertas de escombros.
182 Alberto J. Lorrio

Figura 2. A-B–, Plano de localización de la necrópolis de la Loma del Boliche (A), con la línea
de costa probable hacia el siglo VIII a.C. (B). C, Plano de la necrópolis a partir de los datos
topográficos de Flores y Siret. (B, según Hoffmann, 1988, tomado del Atlas Geográfico de la
Provincia de Almería).
La Loma del Boliche (Cuevas del Almanzora, Almería):Fenicios e indígenas en una...183

mediados del siglo vii a.C., aunque existe la propuesta de situar aquí un pri-
migenio asentamiento fenicio, posteriormente trasladado a Villaricos (López
Castro et al., 1987-88). Quedan otras opciones, relacionadas con algunos
hallazgos localizados por Siret en la zona de Las Herrerías, aunque difíciles
de contrastar por falta de datos (Lorrio, dir., 2014, 169 s.). Todas estas posibles
ubicaciones del núcleo de habitación tienen en común su localización hacia el
Sur del espacio cementerial, cuyo emplazamiento seguramente vendría deter-
minado por la topografía de la zona en la Antigüedad, con la línea de costa y
los cursos fluviales muy próximos a los lugares citados, lo que dejaría la zona
de Las Herrerías como única opción viable, con la ventaja de que por su mayor
altura respecto al entorno inmediato quedaría a salvo de posibles crecidas.
Como se ha señalado, se identificaron un total de 47 conjuntos, cuyas loca-
lizaciones relativas se han determinado a partir de las medidas y las orienta-
ciones respecto de los puntos cardinales dados por Siret y Flores. Las tumbas
se agrupaban en dos zonas (Fig. 2,C): la principal y más extensa (‘A’), de unos
169 m2, al Sur, integraba el conjunto más numeroso de sepulturas (2 a 36, y
posiblemente también la 1), y a unos 21 m hacia el Noreste, una segunda zona
(‘B’), de unos 26 m2, donde se documentaron las tumbas 37 a 47. En ambas
zonas se observan diferentes concentraciones de sepulturas y espacios vacíos
entre ellas. Es segura la existencia de superposiciones, tanto en el grupo ‘A’
(3-6), como en el ‘B’ (38-39 y 40-41), y probable la existencia de una estra-
tigrafía horizontal, con las tumbas más antiguas, fechadas entre medidos del
siglo viii y el siglo vii a.C., localizadas en su mayoría hacia el Este de la zona
‘A’ (Fig. 3). Se trata de un número reducido de conjuntos, con los que deben
relacionarse además buena parte de los objetos descontextualizados, evidencia
del crecimiento del cementerio, vinculándose con tumbas destruidas pertene-
cientes a las fases más antiguas. A partir de inicios del siglo vi a.C. se habría
producido un incremento del tamaño del grupo, como confirma el mayor
número de sepulturas que cabe fechar a lo largo de esa centuria, extendiéndose
el cementerio preferentemente en dirección oeste y norte, surgiendo ahora
un segundo núcleo de enterramiento en la zona ‘B’, lo que cabe relacionar,
como veremos, con la incorporación de población foránea de origen fenicio.
El momento final se sitúa hacia finales del siglo vi o ya a inicios del v a.C. con
una reducción drástica de la población enterrada en Boliche, pues solo unas
pocas tumbas se fechan en este momento.

Estructuras funerarias y ritual


La necrópolis de Boliche ha proporcionado distintos tipos de estructuras fune-
rarias, con mayor presencia de enterramientos en hoyo, unas pocas cistas, en
ambos casos relacionados con rituales de cremación secundaria, y un reducido,
184 Alberto J. Lorrio

Figura 3. Plano de la necrópolis con los diferentes tipos de tumbas identificadas (A) y
organización de la necrópolis por isócronas (B).
La Loma del Boliche (Cuevas del Almanzora, Almería):Fenicios e indígenas en una...185

pero significativo, conjunto de enterramientos en busta o fosas de cremación


primaria (Figs. 3 y 4).
El tipo más frecuente son las tumbas en hoyo, 35 casos (76,1 %), pre-
sentes en la necrópolis durante toda su secuencia. Ofrecen tanto planta cir-
cular, como oval o rectangular, en muchos casos con lados redondeados. Sus
reducidas dimensiones, con diámetros o longitudes en su mayoría entre los
0,45 y 0,80 m, implican que las consideremos con seguridad como tumbas de
cremación secundaria, lo que confirma Flores en el caso de las tumbas 13 y 26.
Una interpretación similar cabe dar a aquellas sepulturas con 1 m de longitud,
6 casos (13 %), aunque no podemos descartar que alguna pudiera haber alber-
gado una cremación primaria, como la 7, que destaca además por su notable
profundidad, pues enterramientos con esas dimensiones los encontramos en las
tumbas más antiguas de la necrópolis de Villaricos (Astruc, 1951, 17).
Otro conjunto destacado son los busta, o fosas de cremación primaria, 8
casos (17,4 %), con longitudes entre 1,20 y 1,30 m, aunque una tenga 1,10 m,
próxima a las sepulturas de la categoría anterior. Son sencillas fosas cuadran-
gulares u ovales, con la excepción de la tumba 43, que presentaba un canal cen-
tral. Las dimensiones han sido un elemento fundamental para definir el tipo,
aunque se hayan incorporado también los perfiles estratigráficos realizados por
Siret, o algunas noticias aportadas por los excavadores. Así, se han valorado
las referencias a tierra negra con carbón y terreno calcinado (fondo y paredes)
en las tumbas 5 y 6, la primera con dimensiones de la sepultura superiores
a las ofrecidas por Flores, que la describe como un hoyo circular. Un caso
complejo es el de la tumba 4, aparentemente una sepultura en hoyo con urna,
de forma circular según Flores, pues el dibujo de Siret muestra con claridad
que la tumba estaba cortada por la 5, lo que supone que sus dimensiones serían
mayores en origen, al tiempo que se muestra el fondo de la tumba, pero no la
pared, calcinado.
Finalmente, se han identificado tres cistas rectangulares (6,5 %), dos de
ellas (tumbas 3 y 27), similares en sus características, con enterramientos
secundarios, en un caso en el interior de una urna cineraria, mientras que la
tercera (31) presentaba unas dimensiones muy reducidas y apareció vacía.
Las tumbas en hoyo de cremación secundaria constituyen el tipo más anti-
guo, pues todas las tumbas fechadas con anterioridad al siglo vi a.C. correspon-
den a este modelo, documentado además en todos los sectores del cementerio
siendo utilizadas a lo largo de toda su secuencia de uso. Por su parte, las tum-
bas en busta hacen su aparición a partir de inicios del siglo vi a.C., momento al
que corresponden los conjuntos más destacados y también los más complejos
(como las tumbas 40 y 43). Su uso con posterioridad se documenta en algunos
casos, como en la tumba 5, con seguridad ya de la segunda mitad de la centu-
ria, al menos. El enterramiento en busta tuvo una mayor representatividad en
186 Alberto J. Lorrio

la zona ‘B’, cuyas tumbas más antiguas corresponden a este tipo, y donde las
encontramos agrupadas, aunque también hay tumbas en hoyo superpuestas a
algunos busta (Fig. 1,B). Mucho menos frecuente es su presencia en la zona
‘A’, con los pocos ejemplos conocidos dispersos por el sector, aunque en la
zona más septentrional del grupo encontramos las tumbas 5 y 6. Finalmente,
las cistas corresponden a un tipo de uso tardío en la necrópolis, como confirma
que las dos que cabe interpretar como tumbas de enterramiento secundario
estén entre las más recientes del cementerio, sin que podamos decir nada res-
pecto a la tercera, de tamaño muy reducido y sin resto alguno en su interior.
Una parte importante de las cremaciones se realizaron en ustrina quizás de
uso colectivo, trasladándose posteriormente los restos a los hoyos destinados
a albergarlas, junto a los objetos del ajuar, en la mayoría de los casos direc-
tamente depositados sobre la tierra (posiblemente en algún tipo de tela), pues
conocemos muy pocas urnas cinerarias en esta necrópolis, solo una con seguri-
dad utilizada con tal fin. En algunos casos las cremaciones se realizaban en las
propias fosas utilizadas como sepulturas (busta), depositándose con posterio-
ridad los ajuares, pues solo excepcionalmente encontramos objetos quemados.
Las cubiertas en general eran sencillas, con piedras pequeñas o a veces alguna
losa en el caso de las tumbas en hoyo. Los hoyos y fosas estaban excavados en
el terreno, aunque algunos hoyos estaban revestidos de mampostería, sin que
falten cistas realizadas con lajas, una de ellas vacía por completo, por lo que
pudiera tratarse de un cenotafio.
Por lo común se trata de enterramientos individuales, aunque se conozca
alguno doble, generalmente dos adultos de diferente sexo o del mismo sexo
y diferente edad. Algo menos de la mitad de los individuos enterrados en
Boliche corresponderían a adultos, y en torno a un tercio eran juveniles o
adultos, habiéndose identificado un solo individuo infantil, con una presencia
ligeramente superior de mujeres que de hombres –40 % (con una proporción
equilibrada entre adultos y jóvenes-adultos) y 26,6 % (en su mayoría adultos),
respectivamente–, mientras que del tercio restante no ha podido determinarse
el sexo, habiéndose documentado casos de artrosis y de pérdidas dentales en
vida (De Miguel, 2014). Tenían una alimentación marcadamente vegetariana,
con un importante aporte de cereales, legumbres, vegetales verdes, fibra y fru-
tos secos, como bellotas, olivas y piñones, así como una ingesta mínima de
proteínas animales, que se concretaría en carne roja, siendo algo superior en
los varones que en las mujeres, con solo algunas excepciones, como un indi-
viduo con una importante ingesta de nutrientes ricos en fibra, especialmente
frutos secos, y otro consumidor habitual de productos marítimos o fluviales,
como moluscos, crustáceos o pescado (Trancho y Robledo, 2014).
Las cremaciones, realizadas a temperaturas altas o medias/altas (De
Miguel, 2014, 179 ss., tab. 17), habrían utilizado diferentes tipos de maderas,
La Loma del Boliche (Cuevas del Almanzora, Almería):Fenicios e indígenas en una...187

Figura 4. Plantas y secciones, a partir de los datos de Flores y Siret, de las sepulturas de
Boliche.
188 Alberto J. Lorrio

documentándose la presencia de Olea europea, Quercus ilex, Quercus ilex-


coccifera, Pinus halepensis y Pistacia lentiscus, en general una especie en cada
tumba, aunque no falten casos con dos tipos de maderas diferentes e incluso
con tres (Grau, 2014). En su mayoría, los restos antracológicos proceden de
busta, lo que es lógico al tratarse de cremaciones primarias, aunque también se
documente la presencia de carbones en los enterramientos secundarios, lo que
debe relacionarse con su recogida en la pira junto a los restos del cadáver, aun-
que la importante presencia de carbones en la tumba 3 sugiera prácticas ritua-
les (vid. infra), pues esta tumba contenía higos quemados (L. Peña-Chocarro,
comunicación personal), posiblemente con su recipiente de esparto, también
quemado, quizás directamente en el interior del hoyo, depositándose a conti-
nuación los restos de la cremación, de los que tan solo se señaló la presencia
de ceniza.

Ajuares y ofrendas
Los difuntos se acompañaban de algunos objetos de ajuar, así como de ofren-
das de diverso tipo. Los escasos materiales recuperados ponen de manifiesto
la relativa pobreza de este cementerio, lo que confirma que 20 sepulturas
carecieran de cualquier objeto de ajuar o de ofrenda. Destaca, no obstante, la
presencia de algunas joyas de carácter fenicio-púnico, como 2 cuentas de oro y
algunos adornos de plata (Fig. 5,A), entre ellos un colgante astral, y una vein-
tena de objetos de bronce, como 2 piezas de tocador, 2 brazaletes, 3 aretes, 1
colgante, 1 adorno indeterminado, así como algunas anillas, varillas y láminas
(Fig. 5,B). También se recuperaron 2 cuchillos de hierro en una misma sepul-
tura (Fig. 5,C). Singulares son también 2 collares de cuentas de pasta silícea
y una cuenta también de pasta que formaría parte de un collar integrado por
las cuentas de oro antes citadas (Fig. 5,D), además de un distribuidor de collar
de hueso (Fig, 5,E). Algunas vasijas cerámicas completan el repertorio mate-
rial de esta necrópolis, en su mayoría vasos de ofrendas y excepcionalmente
recipientes cinerarios realizados a torno, pudiendo destacar algunos platos de
engobe rojo de talleres malacitanos, una lucerna de dos picos y una copa con
decoración bícroma, piezas todas ellas de procedencia fenicia, así como algún
plato y una olla de cerámica gris y algunas ollas o urnas de cerámica oxidante
con decoración pintada, entre las que destaca una urna de orejetas (Fig. 5,F).
Otro elemento, de claro valor simbólico, frecuente en contextos funerarios
púnicos, son los huevos de avestruz, identificándose los restos de tres ejempla-
res incompletos (Fig. 5,H). Además, se ha localizado un reducido conjunto de
ofrendas de animales, de malacofauna o de frutos.
Es poca la información que proporciona Flores o Siret relativa a la locali-
zación de los elementos citados en el interior de las sepulturas. Sabemos que
La Loma del Boliche (Cuevas del Almanzora, Almería):Fenicios e indígenas en una...189

Figura 5. Principales objetos recuperados en Boliche. A, Orfebrería: 1-2, Cuentas de oro; 3-5,
colgante astral (3) y aretes (4-5) de plata. B, Objetos de bronce: 1, pinzas; 2, ‘limpia orejas’;
3, colgante; 4-6, brazaletes acorazonados y simples; 7-9, aretes; 10-16, anillas; 17, varilla
apuntada. C, Cuchillos de hierro; D, Cuentas de composición silícea discoidales (1), anulares (2)
y segmentadas (3). E, Distribuidor de collar realizado en hueso; F, Cerámica a torno: 1-4 platos
de engobe rojo; 5, lucerna; 6, copa con pintura bícroma; 7-8, ollas pintadas; 9, urna de orejetas;
10-13, platos y urna grises; 14, ollita oxidante. G, Cerámica a mano: fragmento de olla decorada
con impresiones. H, Huevos de avestruz con decoración pintada (B,2 y F,4-5 y 7, según Siret,
1909; F,9 y H, según Osuna y Remesal, 1981).
190 Alberto J. Lorrio

la olla de la tumba 4, calzada con tres piedras, se depositó junto al lado sur;
mientras que la de la tumba 9 estaba a poniente, al tiempo que lo que Siret
interpretó como su tapadera se depositó en relación con los restos de la cre-
mación. En la tumba 11, las pinzas aparecieron a 10 cm del suelo, mientras
que un fragmento de taza –que quizás procediera del relleno, junto con otro de
cerámica a mano–, se encontró a 25 cm del piso. En la 27, la urna de orejetas,
con los restos de una cremación (27A) y uno de los cuchillos, apareció a 45
cm del piso, mientras que las varillas de bronce se colocaron encima de la
«taza»; entre los restos de la segunda cremación (27B) se hallaron las posibles
ofrendas faunísticas, restos de otro cuchillo de hierro y un fragmento de varilla
de bronce, sin que se explicite la posición relativa de este segundo conjunto.
Finalmente, en la tumba 39, el arete apareció «a los 0,60 m de los huesos».
Algunos de los objetos depositados en las tumbas estaban quemados, lo
que sugiere que se depositaron antes de encender la pira funeraria, como los
cuchillos del conjunto 27, rotos e incluso deformados de forma intencional, o
alguna pieza de bronce, igualmente deformada, como el adorno de la tumba 40
(pero no en cambio las piezas de plata o el objeto de tocador de bronce de esta
sepultura), o los restos fragmentarios de la 19. En otros, el material se depositó
después de la cremación, con independencia de que se tratara de tumbas en
hoyo o en busta, como ocurre con los collares de cuentas de oro y pasta de las
tumbas 43, 19 y 25, el colgante astral o el arete de plata, este incompleto, algu-
nos adornos, como los aretes o los brazaletes, el de la tumba 17 conservado
de forma parcial, o los utensilios, como las pinzas de depilar de la tumba 11
o la pieza de tocador de la 40. También las diversas ofrendas faunísticas o de
frutos aparecieron quemadas, lo que como veremos no necesariamente debe
relacionarse con el proceso de cremación del cadáver.
La necrópolis de Boliche ha proporcionado un interesante conjunto de
objetos de aseo personal, adornos de variado tipo (brazaletes acorazonados y
simples, aretes, colgantes y collares) y otros objetos de difícil interpretación,
como varillas, láminas o vástagos, realizados en bronce, aunque esté igual-
mente presente un reducido conjunto de joyas de oro y plata. Las tumbas de
cremación secundaria son las que incorporan la mayoría de estos elementos,
como los dos aretes de plata de la tumba 35 (Fig. 5,A,4-5), aunque los objetos
más abundantes sean los realizados en bronce, principalmente adornos como
brazaletes (Fig. 5,B,4-6), aretes (Fig. 5,B,7-9), o algún colgante (Fig. 5,B,3).
No faltan los objetos de tocador, como las pinzas de depilar de la tumba 11
(Fig. 5,B,1) o el relacionado con la higiene del oído (Siret, 1913, 160) de la
40 (Fig. 5,B,2), un objeto del que existen un buen número de ejemplos en
ambientes fenicio-púnicos y orientalizantes, realizados en bronce, como
el de Boliche, pero también en plata, lo que evidencia su carácter suntuario
(Maass-Lindemann 1995a: 74, fig. 12,84). También se ha registrado algún otro
La Loma del Boliche (Cuevas del Almanzora, Almería):Fenicios e indígenas en una...191

elemento de funcionalidad difícil de determinar, como anillas (Fig. 5,B,10-


16), chapas o láminas y algún vástago (Fig. 5,B,17), que como en la tumba
19 pudiera corresponder con un posible recipiente afectado por el fuego de la
pira. De hierro, solo se han recuperado 2 cuchillos en la tumba 27 (Fig. 5,C)
y un fragmento informe en la 2. Los busta ofrecen en general escasos ajuares
metálicos o de cualquier otro tipo, aunque con joyas en dos casos, las dos
cuentas de oro de la tumba 43 o el colgante astral y el arete/anillo de plata de la
40. Las cuentas (Fig. 5,A,1-2), de perfil anular convexo y superficie estriada,
son asimilables al Grupo II tipo G de Quillard (1979, 110) y al Subgrupo 7-1B
de Perea, variante «cuadrada de superficie estriada» (Perea, 1991, 146 y 293).
Se trata de oros bajos, pues contienen proporciones de plata que oscilan entre
el 30 y el 40 % y de cobre entre el 1 y el 2,5 % (Montero, 2008, 504; Montero-
Ruiz y Murillo-Barroso, 2014, tab. 35). La pieza más destacada es el medallón
con disco solar y creciente lunar de la tumba 40 (Fig. 5,A,3), de procedencia
oriental, un tipo frecuente tanto en Cartago, como en diferentes contextos feni-
cios occidentales (Quillard, 1979, 88-89). Es de plata no aleada y, dado su
alto contenido en plomo (1,51 %), probablemente procede de un proceso de
copelación (Montero, 2008, 504 y 506). Las joyas o el objeto de tocador de
las tumbas 40 y 43 de Boliche encuentran sus mejores paralelos en contextos
coloniales fenicios-occidentales, con ejemplos en Villaricos (Astruc, 1951, 21,
lám. VIII,6; Almagro Gorbea, 1986, 95, lám. XXXIII,75), Cádiz (Perdigones
et al.,1990, 13 y 14, n.º 1.2 a-c, fig. 35,9, láms. VII-VIII; Perea, 1991, 164 y
179, grupo 7-4.h; Alarcón, 2010, 102 s.), Ibiza (Almagro Gorbea, 1986, láms.
LXX,208-209 y LXXI,206) o Jardín (Maass-Lindemann, 1995a, 74, 105 y
148, figs. 12,84, 16, 18, n.º 249-254 y 25, n.º 197, lám. XVII,a y c), pero tam-
bién en la necrópolis de Palermo, Sicilia (Spanò, 1998, 388 y 405, G76) o en
las de Dermech y Douïmès, en Cartago (Siret, 1909, fig. 37,2; Quillard, 1979,
5, 15-16, 88, pls. IV, V, n.º 3,B, VIII, n.º 5,C, 12,F, y XIV).
Tres tumbas han proporcionado cuentas de composición silícea, quizás
fayenza, que en las n.º 19 y 25, una tumba en hoyo y un bustum, respectiva-
mente, formarían collares integrados por un número elevado de cuentas –algo
más de 100 en la 19 y 8 en la 25–, poco frecuente en las tumbas del ámbito
fenicio-occidental y habitual en contextos del Bronce Final Reciente del
Sureste (Lorrio, 2008a, 282-287 y 290-292), con algún ejemplo, igualmente,
en tumbas orientalizantes (Santos et al., 2009, 761, figs. 6), lo que podría
explicar la presencia de un pasador de collar de hueso recuperado en superficie
(Fig. 5,E), relacionable con un collar de varias vueltas, un objeto habitual en
tales contextos. En su mayoría son cuentas discoidales (Fig. 5,D,1), aunque
en la tumba 19 se haya recuperado un conjunto de cuentas segmentadas (Fig.
5,D,3) (Martínez y Vilaplana, 2014). Más propio de ambientes coloniales es
el caso de la sepultura 43, un bustum con canal central, de evidente carácter
192 Alberto J. Lorrio

fenicio, donde la única cuenta recuperada (Fig. 5,D,2) formaba parte de un


collar integrado además por dos piezas de oro.
Un elemento a destacar en esta necrópolis es la escasa presencia en las
tumbas de cremación en hoyo de vasijas cerámicas destinadas a albergar las
cenizas del difunto, lo que dota a este cementerio de una evidente persona-
lidad respecto a otras necrópolis orientalizantes, donde su uso resulta habi-
tual (Arribas y Wilkins, 1969; González Prats, 2002; Almagro-Gorbea, 2008,
956-968 y 968-969; Torres, 2008b, 981-982, con abundantes ejemplos). En
realidad, el único caso seguro es el del conjunto 27, donde la urna de orejetas
contenía uno de los dos cadáveres identificados (27A) (Fig. 5,F,9), sin que se
aportara información sobre la localización en la cista del segundo individuo,
igualmente incinerado (27B), aunque Flores considera que, además de los res-
tos conservados en la urna, la sepultura habría proporcionado los de otros cinco
cadáveres (!), lo que no concuerda con las evidencias conservadas. En otros
casos, como las tumbas 4 y 9, esta con su tapadera, no queda claro que estos
recipientes albergaran los restos de las cremaciones. Así ocurre en la tumba 4,
de la que proceden «una poca ceniza del cadáver y carbón de olivo debajo de
la ceniza», la olla estaba «preparada para echar los restos» (Fig. 5,F,8). Quizás
también en la 9, de la que Siret (1909, fig. 33,2-3) publicó la «urna» y «su
tapadera» (Fig. 5,F,4 y 7), aunque Flores parece diferenciar ambos hallazgos:
por un lado, «una taza» –pieza que incluso dibuja en el interior del hoyo– «y
huesos quemados» –señala la presencia de «más huesos quemados debajo», lo
que quizás podría plantear que al menos una parte de la cremación se hubiera
depositado sobre el plato–; por otro, «al lado del poniente», la olla, que al pare-
cer no habría sido utilizada como recipiente para albergar las cenizas. También
en la 30 se recuperó una urna (Fig. 5,F,13), aunque Flores no mencione que
hiciera las veces de contenedor de las cenizas.
Parece, en cualquier caso, que la mayoría de las cerámicas pudieran haber
servido para contener algún tipo de ofrenda, alimentos sólidos o bebidas, sin
descartar perfumes o aceites aromáticos. Este debió ser el caso de la copa de la
tumba 1 (Fig. 5,F,6), de la ollita de la 7 (Fig. 5,F,14), de los platos de las sepul-
turas 9 (Fig. 5,F,4), 10 (Fig. 5,F,1) y 11, y quizás de las vasijas depositados en
la 41, no conservadas, además de las ya mencionas ollas de las tumbas 4, 9 y
30. Poco cabe decir sobre sus contenidos, aunque el plato de la tumba 9 pudo
haber servido como receptáculo de los huesos de la cremación. En las tumbas
10 y 11 está documentada la presencia de malacofauna, aunque ello no impli-
que que se colocara en el interior de las vasijas. Resulta interesante el caso de
la tumba 3 donde se depositaron un conjunto de higos, aunque en un recipiente
de esparto. En el resto de los casos (8, 9, 11 y 30), los hallazgos se limitan a
algún fragmento cerámico, algunos de ellos piezas procedentes del relleno.
La Loma del Boliche (Cuevas del Almanzora, Almería):Fenicios e indígenas en una...193

La mayor parte de la cerámica está realizada a torno. Destacan las tres


urnas/ollas pintadas de las tumbas 4, 9 y 27 (Fig. 5,F,7-9), así como algunos
productos de origen fenicio, como la copa de la tumba 1 (Fig. 5,F,6) o los platos
de engobe rojo (Fig. 5,F,1-4). Se han documentado asimismo tres platos y una
urna de cerámica gris (Fig. 5,F,10-13), uno de los productos más característi-
cos del mundo orientalizante peninsular. La cerámica a mano es rara, pues solo
se documenta en las tumbas 8, 11 y 30, en todos los casos piezas fragmentadas,
como el fragmento de olla en ‘S’ decorada de la tumba 11 (Fig. 5,G).
La presencia de cerámicas en busta es, incluso, menos frecuente, con ejem-
plos en las tumbas 6, un fragmento de base de una olla a mano, con seguridad
del relleno, 12, una olla piriforme oxidante fragmentada, no conservada, que
cabe interpretar como un vasito de ofrendas, además de un fragmento de olla
del relleno, y, sobre todo, 40, que proporcionó una lucerna fenicia y un plato
de cerámica gris (Fig. 5,F,5 y 10), lo que contrasta de nuevo con los datos
ofrecidos por las necrópolis tartésicas, donde resulta habitual la presencia de
cerámicas grises y de engobe rojo (Almagro-Gorbea, 2008, 960-961; Torres,
2008b, 982-983). Esta tumba resulta de gran interés pues ofrece un conjunto
de materiales habituales en los contextos funerarios fenicio-occidentales, a
excepción del plato gris, un elemento excepcional en las necrópolis fenicias,
aunque en Jardín se haya encontrado un cuenco de cerámica gris sin contexto
(Maass-Lindemann, 1995b, 129, fig. 23,391).
Otro elemento singular son los huevos de avestruz de las tumbas 1 y 47,
posiblemente dos tumbas en hoyo –de la primera carecemos de información
sobre las características de la sepultura–. Resultan habituales en contextos
funerarios fenicios (Savio, 2004), con un elevado número de piezas recupe-
radas en la necrópolis de Villaricos (Astruc, 1951). Todos ellos están cortados
a la altura de los dos tercios y pintados en rojo, pudiendo presentar motivos
geométricos, zoomorfos y/o fitomorfos. El ejemplar de la tumba 1 (Fig. 5,H,3),
conservaba dos líneas paralelas en la zona inferior de la pieza, y parecen faltar
las características metopas propias de la gran mayoría de los ejemplares recu-
perados en Villaricos, quizás por su mayor antigüedad, pudiendo relacionarse
en cambio con ejemplares como el del túmulo G de El Acebuchal, con restos
de pintura, o el de la tumba I de la necrópolis de la Cruz del Negro, con una
banda paralela al borde pintada en rojo, para los que se ha señalado una fecha
del siglo vii a.C. (Oliva y Puya, 1982, 100-104, 111,I-II; Savio, 2004, 71-72).
Los dos ejemplares que en la actualidad forman parte del ajuar de la tumba
47 (Fig. 5,H,1-2) responden a otras tantas variantes del grupo Ia de Villaricos
(Astruc, 1951, 128-130, láms. LV-LVII), hasta ahora no constatadas, lo que
confirma la estrecha relación entre la comunidad enterrada en Boliche y el
núcleo fenicio de Villaricos.
194 Alberto J. Lorrio

A pesar del reducido número de objetos recuperados, en ocasiones se evi-


dencia la presencia de importaciones fenicias, como algunos productos sun-
tuarios, que en Boliche se reducen a sencillas joyas (Fig. 5,A), que destacan
el estatus de ciertos individuos, en concreto mujeres; un conjunto de platos de
engobe rojo arcaicos de borde relativamente estrecho procedentes de talleres
de la zona de Málaga (Fig. 5,F,1-3); una copa con decoración bícroma (Fig.
5,F,6), una forma poco frecuente en los repertorios fenicios y orientalizantes
peninsulares, encontrado sus paralelos más cercanos dentro de la cerámica
bícroma, donde se registra un tipo de cuenco semiesférico decorado con ban-
das rojas y filetes negros, bien documentado en diferentes yacimientos feni-
cios de los siglos viii-vii a.C. como Chorreras (Aubet et al. 1979, fig. 6,79) o
Toscanos (Schubart et al. 1969, lám. V,873, IX,1131), al tiempo que es una de
las formas más características en el repertorio cerámico del siglo vii a.C. en el
Castillo de Doña Blanca (Ruiz Mata 1985, 254, figs. 4,7; 5,13 y 15; y 8,10); o
una lucerna de dos picos (Fig. 5,F,5), actualmente perdida; sin descartar otros,
como la ollita de la tumba 7 (Fig. 5,F,14), de posible origen colonial. También
entrarían en esta categoría las cuentas de pasta vítrea, que formarían collares
integrados de forma exclusiva por este tipo de piezas (Fig. 5,D,1 y 3) o se
añadirían como elementos individuales a collares integrados por cuentas de
diversos materiales (Fig. 5,A,1-2 y D,2), característicos del ámbito fenicio.
Finalmente los huevos de avestruz, un objeto habitual en contextos coloniales
fenicios, con tres ejemplares (Fig. 5,H), dos de ellos asimilables como hemos
señalado a las producciones pintadas de Villaricos.
No son los únicos objetos importados, aunque sí los más destacados, con
seguridad llegados a través del comercio fenicio. Cabe citar los aretes de plata
de las tumbas 35 (Fig. 5,A,4-5) y 40 (este quizás un anillo, no conservado), el
colgante de bronce en ‘8’ de la tumba 12 (Fig. 5,B,3), con paralelos exactos
en la zona de Castellón y Tarragona (Fletcher 1965, lám. IV, 10, 12-14; Bea et
al. 1996, fig. 3,3), y posiblemente también la urna de orejetas de la tumba 27
(Fig. 5,F,9), con algún ejemplo en la cercana necrópolis de Villaricos (Astruc,
1951, 57, lám. XXVIII, 5). Como ha señalado Almagro-Gorbea (2008, 967)
para el caso de Medellín, las importaciones «debieron jugar un importante
papel en el funcionamiento socio-cultural del mundo orientalizante como ele-
mentos exóticos utilizados para resaltar el estatus y el prestigio social, además
del simbolismo que suponía su iconografía», como ponen de manifiesto en
Boliche el colgante astral de la tumba 40 (Fig. 5,A,3), los huevos de avestruz
de las tumbas 1 y 47 (Fig. 5,H), o la lucerna de la sepultura 40 (Fig. 5,F,5),
cuya presencia tiene probablemente un valor simbólico de carácter apotropaico
(Torres, 2008a, 630).
En cuatro sepulturas se han identificado restos muy fragmentarios de
fauna mezclada con las cremaciones (Iborra, 2014). En su mayoría se trata de
La Loma del Boliche (Cuevas del Almanzora, Almería):Fenicios e indígenas en una...195

meso-mamíferos, sin poder precisar la especie en ningún caso, aunque pudiera


tratarse de ovicápridos, animal característico de los sacrificios del culto fune-
rario (Almagro-Gorbea y Lorrio, 2011, 43 ss.) y cuya presencia se documenta
tanto en necrópolis orientalizantes como fenicias (Torres, 2008b, 985). Los
conjuntos son tumbas de cremación secundaria, y posiblemente la mayoría de
los restos pudieran ser ofrendas realizadas con posterioridad a la cremación
del cadáver. Resulta interesante la presencia en la tumba 27 de dos cuchillos
de filo curvo (Fig. 5,C), instrumento utilizado en los sacrificios del culto fune-
rario, por lo que pudieran estar en relación con la presencia de restos de fauna
(Torres, 2008b, 973-976; Lorrio, 2008b, 569; Almagro-Gorbea y Lorrio, 2011,
49-53).
Igualmente, en cuatro tumbas se ha documentado la presencia de malaco-
fauna. Se trata de conchas de lapas, además de algunos bivalvos y un gaste-
rópodo (Luján, 2014). Flores solo se refiere al hallazgo de una «chapineta»
en la tumba 10 (Glycymeris glycymeris) y a una «concha quemada» en la 36,
actualmente perdida. Además, mezclados con las cremaciones, se recuperaron
algunos ejemplares completos o simples fragmentos, de los que Flores no da
información alguna. El ejemplar quemado en la tumba 36 sugiere que estos
elementos se quemarían con el cadáver, sin que quede clara su funcionalidad,
quizás ofrendas, ya que todos carecen de perforación. La presencia de malaco-
fauna en necrópolis orientalizantes no puede considerarse como un elemento
habitual (Torres, 1999, 61, 66 y 91), aunque se conocen algunos ejemplos
contemporáneas de Boliche en el Suroeste (Garrido, 1970, 51; Garrido y Orta,
1978, 18, 49, 64, 128; González et al., 1995, 220; Aubet, 1980-81, 90-91) o el
Levante (García Gandía, 2009, fig. 151), para las que cabe plantear, como se
ha señalado para Medellín, donde se recuperaron tres conchas, o fragmentos,
de Cardium, su interpretación como «adornos y ofrendas del ajuar», segura-
mente «de alto valor simbólico» (Almagro-Gorbea, 2008, 970).
También hay evidencias de haberse realizado ofrendas perecederas. En la
tumba 3, Flores señala la presencia de «unas frutas quemadas al parecer son
higos y algún esparto quemado de su vasija», «la pleita quemada y los higos
estaban todos juntos». La revisión de los macrorrestos vegetales ha confirmado
la presencia de higos (L. Peña-Chocarro, comunicación personal). El consumo
de Ficus carica en Villaricos era ya conocido desde las fases más antiguas de
la ocupación fenicia, fechadas hacia finales del siglo vii a.C. (López Castro,
2003, 97, cuadro 2). Dado que, por sus dimensiones (0,60 x 0,50 x 0,50 m), se
trata de una tumba de cremación secundaria, la presencia de carbones en una
cantidad inusual en las tumbas en hoyo de Boliche, superior incluso a la de
algunos busta, necesita ser explicada de forma convincente. Una posibilidad
es que la ofrenda se depositara sobre los restos de la pira todavía calientes,
y que se hubiera recogido conjuntamente con los carbones y los restos de la
196 Alberto J. Lorrio

cremación. Parece más probable que pudiéramos estar ante un rito específico
realizado en el interior del hoyo donde se depositarían las cenizas del cadá-
ver, un ritual de purificación previo al cierre definitivo de la sepultura, bien
documentado en la necrópolis de Tiro (Aubet, 2006, 43) con posterioridad a la
colocación de la urna y el ajuar en el interior de la sepultura, con una cuidada
selección de especies vegetales. En Boliche, se habría quemado madera de
olivo, también usada en las cremaciones, y se depositarían a continuación los
restos del cadáver, de los que no se han conservado evidencias –«y encima
del carbón ceniza del cadáver», dice Flores–, sin que se aporten datos sobre
la situación concreta de las frutas y el esparto. La presencia de esparto está
documentada en otros dos conjuntos, aunque solo tengamos información del
21, donde el esparto quemado «trabajado en tejido» apareció sobre los res-
tos humanos, lo que permite, también en este caso, su interpretación como el
contenedor de alguna ofrenda no conservada4, aunque la ausencia de carbones
sugiere que la ofrenda pudiera realizarse tras el proceso de cremación, con la
pira sin apagar por completo.

Posibles ritos especiales


La copa de la tumba 1 presentaba varias perforaciones intencionadas de forma
aparentemente circular –dos de ellas están afectadas por la rotura de la pieza–,
localizadas sobre el cuerpo del recipiente (Fig. 5,F,6). La presencia de un agu-
jero en las paredes de algunas urnas y tapaderas de la necrópolis de Les Moreres
(Crevillente, Alicante) ya fue considerado como de significación ritual, al estar
desprovisto de una utilidad clara (González Prats, 1983a, 125 y 135; id., 1983b,
286). Se ha constatado un caso similar en la urna de la tumba 61 de El Calvari
(El Molar, Tarragona), que presentaba un agujero en la pared del cuerpo, algo
excepcional en este cementerio, donde sin embargo se han documentado cinco
casos de orificios opuestos en la pared del pie (Castro, 1994, 75). La tumba
61 se vincula por su ajuar a la fase más reciente del cementerio, fechada ca.
siglo vii a.C. (Ruiz Zapatero, 2001, 280), aunque la presencia de dos fíbulas de
doble resorte permita concretar algo más la cronología del conjunto, ca. último
tercio de s. vii o inicios del vi a.C. Otro caso similar se documenta en la necró-
polis orientalizante de Medellín, sobre el hombro de la urna de cerámica gris
de la sepultura 85B/23, fechada ca. 625-600 a.C., aunque no se explicó su pre-
sencia, claramente intencionada (Almagro-Gorbea, dir., 2006, 167, fig. 221).
También en la necrópolis vetona de «Las Guijas, B» de El Raso (Candeleda,
Ávila), fechada en la primera mitad del siglo iv a.C., se han documentado en

4. Los análisis carpólogicos de Villaricos I, confirman la presencia de higuera (Picus carica L.),
estando ausente el esparto (Stipa tenacisima), documentado, sin embargo, en los niveles del
Bronce Tardío de Fuente Álamo (López Castro, 2003, cuadros 2 y 3).
La Loma del Boliche (Cuevas del Almanzora, Almería):Fenicios e indígenas en una...197

dos sepulturas vasos con una perforación hecha de forma intencional, la de


la urna de la tumba 99 descrita como «una abertura ovalada, con los bordes
suavizados» (Fernández Gómez, 1997, 50 s.; id., 2008, 186). Conocemos otros
ejemplos en contextos algo alejados del que aquí analizamos, como la necró-
polis romana de Porta Nocera, en Pompeya, donde se han registrado casos de
fracturas y mutilaciones intencionales, de evidente carácter ritual, pues supone
inutilizar la función profana original del objeto, que incluyen perforaciones
postcocción, algunas idénticas a las de la pieza de Boliche (Tuffreau-Libre,
2013, 173 y 175, figs. 6 y 7, pl. XXXI, arriba).
Más difíciles de valorar son las piezas cerámicas fragmentadas o incom-
pletas que a veces se han recuperado en Boliche, pues no puede descartarse
que pudieran tratarse en ocasiones de intrusiones, aunque en otras está fuera
de toda duda la intencionalidad de su colocación, quizás en relación, como
ha señalado Aubet (2006, 45 s.) para el ámbito fenicio, con la clausura de la
sepultura y el final de las ceremonias funerarias. No son estas las únicas evi-
dencias de rituales especiales, pues cabe mencionar la posibilidad de que, en
algunos casos, como en la tumba 3 (vid. supra), se hubieran realizado posibles
fuegos relacionados con ritos de purificación vinculados al cierre definitivo de
la sepultura, con ejemplos en la necrópolis de Tiro (Aubet, 2006, 43).
Una mención aparte merece la ausencia de restos craneales en 11 sepultu-
ras, lo que pudiera deberse, como ha señalado De Miguel (2014, 185), o bien
a una recogida poco cuidadosa o a que el cráneo hubiera sido objeto de un
tratamiento especial, aunque los datos no son concluyentes. En cualquier caso,
en la necrópolis de Medellín (Almagro-Gorbea, 2008, 965) se ha señalado la
existencia de un posible culto al cráneo a partir en este caso de la presencia de
restos craneales de varón, a veces sin quemar, en tumbas femeninas.

Sociedad y etnicidad
Uno de los temas de mayor interés en el estudio de un cementerio protohis-
tórico como el de Boliche es el de su interpretación social y étnica, pues si
de forma mayoritaria la población enterrada en este cementerio puede con-
siderarse como indígena, algunas sepulturas pudieran tener una procedencia
distinta, posiblemente fenicia, dadas las características de las estructuras fune-
rarias y los ajuares, en lo que no sería ajena la cercanía de la ciudad de Baria.
Boliche es una necrópolis que cabe considerar como pobre en el marco
de los cementerios orientalizantes (Torres, 2014, 173), pues muchas tumbas
no proporcionaron objeto alguno o, en el mejor de los casos, algunas sencillas
cerámicas o pequeños bronces, y solo unas pocas destacan sobre las demás, no
tanto por la cantidad de objetos, sino por la presencia de elementos que cabe
considerar como más valiosos, a los que cabe atribuir un valor ‘social’, tanto
198 Alberto J. Lorrio

por tratarse de piezas exóticas, como por el uso de metales preciosos o por la
mayor inversión de tiempo necesario para su realización. Si tenemos en cuenta
el simple recuento del número de objetos, observamos cómo el 42,6 % (n = 23)
de los casos carece de cualquier elemento de ajuar, el 29,6 % (16) proporcionó
un único objeto, el 12,9 % (7) dos y el 11,1 % (6) tres, mientras que únicamente
el 1,8 % en cada caso (1) atesoró cuatro y seis, las tumbas 11 y 40, respecti-
vamente. Esta valoración pone de manifiesto la existencia de algunas tumbas
con más objetos, que como ocurre con la sepultura 40 son también de mejor
calidad o más exóticos, lo que permite vislumbrar una cierta jerarquización
social, aunque deja de valorar otros casos singulares, como la tumba 43, que
es la única que ofrece objetos de oro y cuya estructura funeraria es una fosa
con canal, única en la necrópolis, a lo que debemos añadir la posibilidad de
que se trate de individuos de carácter foráneo en ambos casos. De esta forma,
al intentar correlacionar los equipos funerarios y la «riqueza» o el estatus de
los individuos enterrados en Boliche, debe tenerse en consideración, junto al
número de objetos y la variabilidad o la calidad y exotismo de los ajuares,
la diferente procedencia etno-cultural de algunos individuos, dada la posible
presencia de un reducido número de fenicios, posiblemente mujeres, lo que
incidiría en las costumbres funerarias reflejadas en el cementerio.
La necrópolis de Boliche presenta unas claras peculiaridades entre las
necrópolis orientalizantes del Mediodía y el Levante peninsular (Torres, 2014).
Llama la atención la escasa utilización de recipientes cerámicos para albergar
los restos de las cremaciones, una costumbre generalizada en los cementerios
orientalizantes peninsulares y habitual en el Sureste ya desde el Bronce Final
(Torres, 1999; Lorrio, 2008a). También su aparente pobreza, lo que no excluye
la presencia de importaciones, a veces objetos suntuarios que resaltarían el
estatus del personaje, al tiempo que confirman las influencias coloniales en la
población enterrada en Boliche, que culminarían con la adopción de las fosas
de cremación primaria, o busta, con o sin canal, elementos todos ellos que,
en algún caso, podrían ser incluso evidencia de la procedencia foránea del
difunto. Otro aspecto singular es la ausencia de elementos relacionados con
la vestimenta, lo que podría afectar incluso a prácticas ceremoniales, toda vez
que se trata de objetos frecuentes en las necrópolis orientalizantes contempo-
ráneas –no así en las fenicias–, cuya presencia está bien documentada en el
Sureste en sepulturas del Bronce Final Reciente (Lorrio, 2008a, 247-252).
Los ritos y las estructuras funerarias, las características de los ajuares, o la
propia organización del cementerio ponen de manifiesto la interacción entre
poblaciones de procedencias diversas, lo que ya fuera señalado por Siret (1909,
432 s.), para quien los ajuares evidenciaban dos «civilizaciones» distintas, la
«indígena», que consideraba de carácter céltico, y la «púnica». La tradición
indígena hunde sus raíces en los grupos locales del Bronce Final del Sureste
La Loma del Boliche (Cuevas del Almanzora, Almería):Fenicios e indígenas en una...199

(2008a), como confirma la costumbre de depositar en las tumbas recipientes


a mano, la presencia entre los materiales hallados fuera de contexto de un
distribuidor de collar de hueso, o la práctica del ritual de la cremación en hoyo,
que debe verse como otro rasgo de continuidad. No obstante, se evidencia
una fuerte influencia del ámbito colonial fenicio occidental desde las etapas
iniciales del cementerio, como ponen de manifiestos la presencia de ciertos
materiales, como platos de engobe rojo de borde estrecho, copas de cerámica
bícroma o huevos de avestruz pintados con decoración lineal, cuya cronología
se remonta a los siglos viii y vii a.C.
Tales influjos, que deben considerara anteriores a la fundación de la colo-
nia de Baria, en la cercana localidad de Villaricos, los encontramos en otros
conjuntos funerarios de la zona del Bajo Almanzora, como la tumba de pozo de
la Loma del Barranco de la Unión (Lorrio, 2008a, 87-90, figs. 33-34), fechada
hacia la segunda mitad del siglo viii a.C., siendo contemporánea por tanto de
las sepulturas más antiguas del cementerio de Boliche, del que le separan algo
menos de 300 m. La tumba, excavada por Flores y Siret, pone de manifiesto
la introducción de un nuevo tipo de sepulturas, aunque en este caso, tanto el
ritual, la inhumación, el uso colectivo del espacio funerario, así como al menos
una parte del ajuar, remitan todavía al Bronce Final en su fase más reciente. La
tumba, que contenía según Siret (1909, 429) «unos 10 esqueletos de mujeres
y de niños» inhumados, incorporaba elementos de claro origen oriental, como
la estructura funeraria, una tumba en pozo, así como collares formados por
un número elevado de cuentas (de pasta, cuarzo y hematita, etc.), o, entre los
adornos de bronce, una tobillera, un objeto bien documentado en contextos
del Próximo Oriente, donde debió jugar un papel significativo como indicador
de género y estatus (Green, 2007) y que encontramos en la Península Ibérica
en contextos del Bronce Final o el Primer Hierro, aunque su identificación
no sea sencilla (Lorrio, 2008a, 276 s.). En la tumba del Barranco de la Unión
la tobillera, de 7,7 x 5,5 cm de diámetro interior y 40,5 g de peso, fue usada
por un adulto grácil, posiblemente una mujer, en su pierna izquierda, junto al
tobillo (Lorrio, 2008a, 88; De Miguel 2008, 549 s.).
Su proximidad con el núcleo urbano fenicio de Villaricos, cuyos materia-
les más antiguos remiten a finales del siglo vii a.C. (López Castro, 2007, 25
ss., fig. 2; Almagro-Gorbea y Torres, 2010), y la estrecha relación que cabría
suponer entre ambas comunidades, debió influir en ciertos aspectos de las cos-
tumbres y el ritual funerario y pudiera explicar algunas de las singularidades de
este cementerio que deben de entenderse en un escenario de hibridación entre
indígenas y fenicios, que podría incluir la presencia de individuos de proceden-
cia colonial en la necrópolis y que se traduciría en la aparición hacia inicios
del siglo vi a.C. de un núcleo de enterramiento diferenciado (B), al Norte del
principal (A), en el que destacan algunos busta o fosas de cremación primaría,
200 Alberto J. Lorrio

cuyos mejores paralelos los encontramos en el ‘grupo A’, el de mayor anti-


güedad, de la necrópolis de Villaricos (Astruc, 1951, 17-18, lám. VII). Busta
simples o la presencia de una fosa con canal ponen de manifiesto la aparición
de un nuevo rito, que implica la cremación del cadáver en el interior de una
fosa individual, asociado en ocasiones a ajuares de indudable carácter fenicio,
como el de la tumba 43, integrado por un sencillo collar formado por unas
pocas cuentas de oro y pasta, o el de la 40, con algunas joyas como un col-
gante astral y un pendiente de plata, un objeto de tocador, con ejemplos tanto
en tumbas fenicias como orientalizantes, y un adorno de bronce, una lucerna
de dos picos, y un plato gris. La cerámica gris es un objeto extraño, aunque
no ausente por completo, de las tumbas fenicias, al igual que las cerámicas
a mano, solo registradas en las sepulturas de la zona B de Boliche formando
parte del relleno posiblemente. El carácter destacado de la sepultura 40 se pone
de manifiesto además por la concentración de tumbas en su entorno (sepultu-
ras 37 a 42), incluso con la directa superposición de alguna de ellas (la 41),
que confirma la relativa antigüedad del conjunto, como demuestra el material
recuperado, que lo sitúa posiblemente como el más antiguo de la zona, en lo
que debe verse como un intento de vinculación con los ancestros y legitimizar
su posición en el grupo social. La presencia de sepulturas femeninas en este
sector del cementerio (De Miguel, 2014, tab. 17; Trancho y Robledo, 2014,
219, tab. 25), donde también encontramos sencillas tumbas cuadrangulares en
hoyo, plantea de esta forma interesantes temas de interetnicidad e integración
de grupos y personas de origen foráneo, en este caso fenicio, en una comuni-
dad indígena. El nuevo rito no llegaría a sustituir al enterramiento secundario,
asociado a la cremación del cadáver en ustrina, posiblemente colectivos, no
identificados en Boliche, y su posterior traslado al interior de un hoyo, con
algunos ejemplos que remiten a los momentos más avanzados del cementerio,
hacia finales del siglo vi o inicios del v a.C., aunque debió de ser adoptado
por una parte de la comunidad local, como demuestra la presencia de posibles
fosas de cremación primaria en la zona nuclear del cementerio.
La posibilidad de encontrar tumbas fenicias en cementerios indígenas
se ha señalado en Medellín para el bustum 82/15B, cuyo ajuar, fechado ca.
575-550 a.C., se componía de una ampolla para perfumes, una lucerna de dos
picos, un plato de barniz rojo y dos platos grises (Torres, 2008a, 630; Almagro-
Gorbea, 2008, 967), o para el caso de la tumba 184 de Agullana, fechada hacia
el primer cuarto del siglo vi a.C. (Graells, 2004). Igualmente en Les Moreres
(Crevillente, Alicante), donde González Prats (2002, 387), sugiere que las
tumbas con urnas a torno, como las de tipo Cruz del Negro o las ollitas de
cocina, pertenecerían «a fenicios que habitaban en Peña Negra o a sus hijos»,
dada la identificación de artesanos semitas en uno de los barrios periféricos
de Peña Negra (González Prats, 1983a, 277; id., 1986, 301; id., 1993, 184 s.),
La Loma del Boliche (Cuevas del Almanzora, Almería):Fenicios e indígenas en una...201

sin descartar su relación a individuos de «estamentos inferiores». No obstante,


para Torres (2003, 452) más bien se trataría de indígenas que hacen uso de la
nueva cerámica fenicia, mientras que para Vives-Ferrándiz (2005, 194) esta-
ríamos ante diferentes comportamientos que se enmarcan en un único ritual
indígena, dada la continuidad observada en la necrópolis desde el Bronce Final
hasta época orientalizante.
En Boliche, las sepulturas comentadas se localizan en una zona claramente
diferenciada de la necrópolis, donde parecen primar los enterramientos feme-
ninos, quizás mujeres fenicias integradas en la comunidad local a través de
lazos de matrimonio, algo cuanto menos probable en el caso de las tumbas 40
y 43, sin descartar los restantes conjuntos del sector B, que como el 47 incorpo-
raron sendos huevos de avestruz, o incluso tumbas como la 1, de localización
desconocida, que proporcionó, al menos, una copa con decoración polícroma
y un huevo de avestruz.

Conclusiones
La necrópolis de Boliche constituye un interesante documento de los contac-
tos entre indígenas y colonos fenicios en las tierras del Sureste, un fenómeno
relativamente frecuente a lo largo de las costas mediterráneas de la Península
Ibérica. Su estudio permite analizar de forma excepcional la profunda trans-
formación ritual, ideológica, social, tecnológica, económica o subsistencial de
una comunidad indígena instalada junto a la desembocadura del río Almanzora
durante la etapa más avanzada del Bronce Final y el inicio de la Edad del
Hierro, al tiempo que evidencia la complejidad de las relaciones entre ambas
poblaciones, que van más allá de los habituales procesos de aculturación o de
interacción, al documentarse la presencia de tumbas relacionadas posiblemente
con población fenicia, al parecer mujeres en su mayoría, cuya estrecha vincu-
lación con la comunidad indígena se evidencia por el uso del mismo espacio
cementerial, aunque mantuvieran una cierta independencia como confirma el
que ocuparan un sector individualizado de la necrópolis.
La presencia de este segundo núcleo de enterramiento coincidiría con la
fase de mayor desarrollo del cementerio. Por lo que sabemos hay muy pocas
tumbas correspondientes a las fases más antiguas, fechadas entre medidos
del siglo viii y el siglo vii a.C., aunque parte del material descontextualizado
corresponda a estos momentos, evidencia de sepulturas alteradas, posible-
mente por el crecimiento de la necrópolis a partir del siglo vi a.C. Durante esta
etapa inicial la comunidad de Boliche podría identificarse con un grupo genti-
licio, integrado por un número reducido de individuos, inferior posiblemente
a las 10 personas, un escenario no muy diferente al que nos aportan los grupos
del Bronce Final de la zona (Lorrio, 2008a, 411-412). A partir de la segunda
202 Alberto J. Lorrio

mitad del siglo vii se observa un incremento del tamaño del grupo, que se hace
más evidente ya desde inicios del siglo vi a.C., cuando se asiste a una fase de
crecimiento de la comunidad vinculada a la necrópolis, que coincidiría con la
aparición de un nuevo sector de enterramiento, posiblemente incluso con la
incorporación de población foránea.Este fenómeno expansivo no iría más allá
de finales del siglo vi, como confirma el que solo unas pocas tumbas se hayan
fechado hacia finales de esa centuria o ya a inicios de la siguiente, cuando se
abandonaría definitivamente el cementerio. La falta de información sobre el
asentamiento directamente relacionado con la necrópolis dificulta cualquier
interpretación al respecto, aunque datos como los aportados por el Cabecico
de Parra, un posible candidato, no sugieran comunidades de gran tamaño (vid.
supra).
Desconocemos el destino final de la comunidad que habitó en esta zona
del Bajo Almanzora entre mediados del siglo viii e inicios del v a.C., aun-
que sospechamos que la proximidad del enclave colonial de Villaricos, cuyo
influjo es patente a lo largo de toda la secuencia del cementerio, y la profunda
transformación cultural de la comunidad allí enterrada a lo largo de varias
generaciones, debieron influir en su desaparición, siendo posiblemente asimi-
lada por la cercana ciudad de Baria.

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CORTIJO RIQUELME Y LOS ORÍGENES
DE LA PRESENCIA FENICIA EN EL SURESTE
PENINSULAR

José Luis López Castro


Universidad de Almería

Víctor Martínez-Hahnmüller
Universidad de Gante

Laura Moya Cobos


Universidad de Almería

Carmen Pardo Barrionuevo


Universidad de Almería

Introducción1
En esta contribución se presentan los resultados preliminares de una excava-
ción preventiva efectuada en el yacimiento de Cortijo Riquelme (Turre-Los
Gallardos, Almería), situado sobre la margen izquierda del río Aguas. Se loca-
lizó una fosa elíptica excavada en la base geológica de arcilla, del tipo «fondo
de cabaña» en la que se depositaron intencionadamente cerámicas autóctonas
a mano del Bronce Final y fenicias a torno durante aproximadamente un siglo,
entre finales del siglo ix a. C. y finales del siglo viii a.C. Aunque la estratifi-
cación fue alterada en fechas modernas por el uso del arado para el cultivo,
se han podido distinguir varias unidades estratigráficas, de las que las más
profundas han sufrido una escasa alteración. Las cerámicas producidas a mano
comprenden abundantes vasos para almacenaje con distintas decoraciones, así

1. Este trabajo es resultado del Proyecto de Excelencia HUM 2674 financiado por la Consejería
de Economía y Conocimiento de la Junta de Andalucía y de la actividad del Grupo de
Investigación HUM-741 de la Universidad de Almería, adscrito al Campus de Excelencia
CEI-Mar y al Centro de Investigacion Comunicacion y Sociedad.
210 José Luis López, Víctor Martínez-Hahnmüller, Laura Moya y Carmen Pardo

Figura 1. Localización de Cortijo Riquelme

como cerámicas cuidadas con tratamiento bruñido y cerámicas de cocina. Las


cerámicas a torno son de tipología fenicia, en concreto cerámicas de almace-
namiento como ánforas orientales y pithoi decorados; cerámicas de mesa como
platos y cuencos decorados con engobe rojo, vasos carenados y un pequeño
conjunto de cerámica gris. Este hallazgo permite proponer la hipótesis de la
existencia de un temprano asentamiento fenicio en la Depresión de Vera.
El yacimiento es denominado en la cartografía y en la bibliografía arqueo-
lógica como «Cortijo Riquelme», o como «Loma Blanca», mientras que a
efectos catastrales y registrales la zona se conoce como «La Huertecica», en
el paraje de «Cortijo Riquelme». Está situado en la Depresión de Vera (fig. 1),
junto al río Aguas, entre el límite de los términos municipales de Los Gallardos
y Turre, junto a la carretera A 370 de Los Gallardos a Garrucha, cuya construc-
ción a comienzos de los años 80 del siglo xx supuso la división por la mitad de
la planicie donde se encuentra el asentamiento (fig. 2). Asimismo la erección
de postes de alta tensión en la mitad septentrional del yacimiento y la rotura-
ción de esta zona para el cultivo han supuesto una considerable destrucción del
potencial arqueológico existente.
Cortijo Riquelme y los orígenes de la presencia fenicia en el sureste peninsular211

Cortijo Riquelme fue descubierto como yacimiento arqueológico en los


años 80 del siglo xx por Emilio Aramburu, miembro de la asociación cultural
y naturalista ANCLA, e incorporado a la investigacion arqueológica al cono-
cimiento arqueológico en diversos proyectos territoriales, particularmente en
el Proyecto Almanzora de la Universidad de La Laguna (Camalich y Martín
Socas 1998, Chávez y otros 2002) y posteriormente en los proyectos europeos
Archaeomedes de la Universidad de Cambridge y en el Proyecto Aguas de la
Universidad Autónoma de Barcelona en los que participó la Universidad de
Almería en los trabajos de arqueología de campo (López Castro 2000).
En 1995 eran apreciables en superficie algunas concentraciones de mate-
riales cerámicos y tierras de color gris con presencia de carbones que parecían
indicar posibles fondos de habitación o fondos de cabañas en el área Norte del
yacimiento.
En 2006 efectuamos una intervención arqueológica en el área situada al
Sur de la carretera A 370, en una parcela privada donde se estaba desarrollando
un proyecto de rehabilitación del cortijo y sus dependencias para destinarlo
a restaurante (fig. 2). Aunque las obras de edificación se efectuaron sobre el
cortijo original sin afectar al subsuelo, la ordenación y adecuación del espacio
colindante para aparcamientos, paseos y ajardinamiento implicaban el ate-
rrazamiento y el desmonte con medios mecánicos de las laderas Suroeste y

Figura 2. Planimetría de la excavación de Cortijo Riquelme


212 José Luis López, Víctor Martínez-Hahnmüller, Laura Moya y Carmen Pardo

Figura 3. Planta final del Corte 4

Sur-Sureste de la colina donde se emplaza el yacimiento arqueológico, lo cual


motivó la intervención arqueológica preventiva.
Los objetivos fundamentales de la intervención eran los de delimitar la
extensión del yacimiento, determinar su secuencia estratigráfica y documen-
tar en lo posible las estructuras y elementos materiales de un periodo muy
mal conocido en la Alta Andalucía, y en particular en la provincia de Almería,
como son los inicios de la Edad del Hierro.
Tras algunos sondeos negativos en las laderas Sur y Sureste de la colina, se
planteó el corte 4 (figs. 2 y 9) en la parte superior más próxima a la carretera, en
el que se localizó un área equiparable a los denominados «fondos de cabaña».
Presentamos en este trabajo un avance al estudio actualmente en curso de los
resultados obtenidos en la excavación de este sitio arqueológico.

La estratificación del corte 4


El Corte 4 fue planteado originariamente con una extensión de 2x3 metros,
pero tras sucesivas ampliaciones llegó a alcanzar unas dimensiones aproxima-
das de unos 5 x 6 metros, con una extensión total excavada de 29 m2, a fin de
documentar la máxima superficie posible del depósito o «fondo de cabaña»
Cortijo Riquelme y los orígenes de la presencia fenicia en el sureste peninsular213

localizado. La fosa que contenía el material arqueológico se excavó en un


sustrato de arcillas, de origen neógeno, que alterna arcillas y gravas. Sobre la
arcilla estéril se fueron depositando los estratos correspondientes al uso de la
posible cabaña. La estratigrafía arqueológica está compuesta por sedimentos
de poca potencia que se depositaron inicialmente sobre una base de arcilla en
posición primaria, como resultado de la deposición humana. Sin embargo, hay
dos factores importantes por sus consecuencias que han alterado notablemente
la conservación del registro arqueológico.
En primer lugar, la composición edáfica, que ha alterado los materiales
arqueológicos: las cerámicas presentan una película calcárea fuertemente
adherida, lo cual ayudaría a explicar la no conservación de la mayor parte de la
materia orgánica como los restos óseos y arqueobotánicos, totalmente ausentes
del registro, frente a la buena conservación de los restos malacológicos, bien
representados por el contrario.
En segundo lugar, un factor determinante ha sido el uso agrícola del suelo
en época contemporánea. El empleo del arado ha removido en su mayor parte
los sedimentos, en especial los más superficiales. De hecho, durante el pro-
ceso de excavación pudieron documentarse y aislarse las improntas del arado,
auténticos surcos, que alcanzaban una profundidad de 70-80 centímetros afec-
tando incluso al sustrato geológico de arcilla, sobre todo en la parte Oeste del
corte 4, más separado del posible fondo de cabaña, donde el sustrato geológico
era más superficial.
En el área propiamente ocupada por la fosa del posible fondo de cabaña,
dado que esta fue excavada en el sustrato arcilloso natural y puesto que éste
buzaba en una suave pendiente, donde se acumuló tierra de cultivo sobre los
sedimentos arqueológicos, las alteraciones producidas por el arado no llegaron
completamente al fondo, dejando las unidades estratigráficas más profundas
sin alterar apenas, dado que se excavaron cuidadosamente los surcos reconoci-
dos. Obviamente, la intervención del arado ha mezclado los sedimentos y los
materiales arqueológicos en ellos depositados, lo que disminuye drásticamente
su valor documental.
Así pues, en función de estas alteraciones hemos distinguido tres grupos
de estratos o paquetes estratigráficos en función del grado de alteración expe-
rimentado. El primero, el más superficial, está formado por las unidades estra-
tigráficas UE 1, UE 2, UE 3, UE 6, UE 9 y UE 11 y presenta una alteración
severa de la estratificación. El paquete intermedio, formado por las unidades
estratigráficas UE 7, UE 8 y UE 5, presenta alteraciones importantes, pues
aunque los estratos están parcialmente in situ, se encontraron cruzados por
surcos del arado. Finalmente, el último paquete, formado por las unidades UE
15, UE 16 y UE 17 (fig. 3) sufrió una menor alteración por el arado debido
214 José Luis López, Víctor Martínez-Hahnmüller, Laura Moya y Carmen Pardo

a su profundidad, que sin embargo afectó en particular en el extremo Norte y


Noreste del corte, aunque tangencialmente, por lo que las consideramos in situ.
Así pues, podemos interpretar las unidades UE 15 y UE 16 de este paquete
más antiguo como correspondientes a las sedimentaciones más profundas del
depósito o foso. Las unidades de los paquetes superiores debieron formarse
también en una fase posterior de deposiciones antrópicas, aunque por su
grado de alteración no es posible establecer diferencias secuenciales. La UE
17 por su parte constituye un depósito cronológicamente anterior, claramente
diferenciado.

La fosa del «fondo de cabaña»


El área de concentración de materiales arqueológicos no se excavó en su tota-
lidad, pues el extremo septentrional quedó fuera de los límites del Corte 4 tras
las sucesivas ampliaciones; tampoco los límites del foso se podían distinguir
netamente en todo su perímetro sobre el sustrato arcilloso, pero gracias al arco
del posible límite de la fosa conservada de la cabaña o foso conservado en el
área meridional del mismo, es posible proponer una restitución aproximada
de su planta. De acuerdo con nuestra hipótesis, el área de concentración de
depósitos antrópicos presentaría una planta elíptica de mediano tamaño, unos
4 x 3 metros en sus ejes mayor y menor, respectivamente, lo que arrojaría una
superficie aproximada de 12 metros cuadrados (fig. 3).
En el interior no se ha registrado ningún tipo de agujero de poste o resto
de estructura de material duro, como adobe o piedra, si bien sí se recogieron
algunos fragmentos de adobe o barro seco en los sedimentos. Sin embargo,
en la parte más profunda se registró una única estructura, en este caso una
estructura negativa, en el ángulo suroccidental del Corte 4 consistente en un
foso cuadrangular. Recortada en el sustrato geológico, la fosa UEC 18 tiene
una planta rectangular de pequeño tamaño, unos 40 x 50 centímetros (fig. 3),
rellena de un sedimento arenoso diferente al registrado en los estratos adya-
centes y superiores. La funcionalidad de esta fosa cuadrangular no podemos
reconocerla con seguridad, aunque quizá puede que se trate de una estructura
negativa anterior, independiente del «fondo de cabaña» o fosa elíptica, con
una misma funcionalidad que desconocemos, dado que la fosa cuadrangular
contenía material cerámico.

Avance al estudio de los materiales cerámicos


A pesar de las limitaciones en cuanto a la conservación de la estratificación
producida sobre la fosa o «fondo de cabaña» y en la parte superior de la misma
a causa de factores postdeposicionales como las intervenciones antrópicas para
Cortijo Riquelme y los orígenes de la presencia fenicia en el sureste peninsular215

roturar la tierra, los conjuntos materiales recuperados no dejan de tener un gran


interés arqueológico, en particular el más profundo, situado en la cota más baja
de la fosa elíptica y presumiblemente no alterado.
Para el estudio de los materiales cerámicos los hemos agrupado por paque-
tes estratigráficos, clases y tipos cerámicos, indicando las unidades estratigrá-
ficas de procedencia. En cada gran clase tecnológica, cerámica a mano y cerá-
mica a torno, hemos agrupado las cerámicas desde un criterio funcional en tres
grandes categorías: cerámicas de almacenamiento, cerámicas cuidadas usadas
como vajilla, y cerámicas de cocina. A continuación expondremos un primer
análisis de una selección del material cerámico representativo, como avance
del estudio completo de los resultados de la excavación de Cortijo Riquelme
actualmente en curso de realización.

(i) Cerámica del fondo de la fosa


Cerámicas a mano
Cerámica de almacenamiento
Las formas más abundantes son las orzas, seguidas de las urnas, entre las que
distinguimos las orzas de cuello recto, de superficie lisa (UE 15: (40054/1474-
1476-1477, fig. 4) y en algunos casos decoradas con digitaciones en el
hombro (UE 16: 40060/1544b, fig. 4) y las orzas de borde exvasado, (UE
16: 140060/1537, fig. 4), así como las urnas de cuello semilargo (UE 15:
40054/1480, fig. 4).
Destaca un fragmento amorfo decorado de urna, procedente de la UE 15
tenemos un fragmento amorfo (40070/1470, fig. 4) con decoración exterior
incisa y la superficie bruñida. Conserva una banda de dos líneas incisas, a
la que se adosan triángulos con vértice invertido, rellenos de líneas incisas
cruzadas en retícula romboidal. El motivo puede clasificarse como pertene-
ciente al grupo 1A de González Prats (González Prats,1983; Lorrio, 2008 a,
fig. 145).
Estos motivos decorativos se asocian a los de los Campos de Urnas del
Noreste peninsular y suelen situarse en el cuello o en el borde exterior de
las urnas (Lorrio, 2008 a, 214-215 y 331). Los paralelos más cercanos de los
motivos incisos del fragmento de Cortijo Riquelme se localizan en necrópolis
vecinas de la Depresión de Vera, concretamente en la tumba de La Encantada
4 (Lorrio, 2008 a, 85-86, fig. 31, B, 1), en cuanto al planteamiento general del
motivo, y en la tumba de El Caldero de Mojácar (Lorrio, 2008 a, 120, fig. 57,
1).
216 José Luis López, Víctor Martínez-Hahnmüller, Laura Moya y Carmen Pardo

Figura 4. Cerámica de las unidades estratigráficas 15, 16 y 17.

Cerámicas cuidadas
Entre las cerámicas cuidadas, que presentan en general las paredes más delga-
das, factura cuidada y superficie bruñida, destacan numéricamente las fuentes
carenadas, con carena alta (UE 17: 40076/1546-1547, fig. 4) o baja (UE 15:
40054/1483-85-87-93, fig. 4).
Los cuencos carenados presentan diversas variantes, como los cuencos de
casquete esférico (UE 16: 40060/1543, fig. 4), los cuencos de perfil cónico
Cortijo Riquelme y los orígenes de la presencia fenicia en el sureste peninsular217

(UE 16: 40060/1543, fig. 4) y los cuencos de hombro marcado (UE 16:
40060/1536, fig. 4).

Cerámicas de cocina
En este grupo incluimos las ollas de acabado grosero, tamaño mediano con per-
fil en «S», entre los que un fragmento de la UE 16 (40063/1529 y 40062/1528;
fig. 4), tiene el borde con tendencia cerrada y está decorado con una línea
de incisiones circulares en el borde. Se documentan también ollas de borde
entrante (UE 15: 40054/1478, fig. 4) y los característicos fondos planos (UE
16: 40060/1546, fig 4).

Cerámicas a torno
Cerámicas de almacenamiento
En las UE 15 y 16 se registraron fragmentos amorfos de pithoi decorados con
bandas de pintura roja y negra (CRH/06 40071-1471 y 1473, fig. 4; CRH/06
40081-1331, fig. 4).

Cerámica de mesa
De la UE 15 proceden un fragmento de plato con engobe rojo al interior y al
borde (40057, fig. 4), que ofrece la forma completa, perteneciente al tipo 9 de
los platos de Tiro (Bikai, 1978, 24, lám. XCI) así como un fragmento de borde
simple de cuenco de engobe rojo, con acanaladura que recuerda las que deco-
ran los cuencos de fine ware, el cual presenta, además, un orificio de lañado
(40057-1514 y 1512, fig. 4). Estos cuencos los encontramos en el estrato III
de Tell Abu Hawam (Herrera y Gómez 2004: 68-69, 232-233, lám. X: 90) y
en el conjunto de Huelva Calle Méndez Nuñez, solo que en este caso no están
engobados en rojo (González de Canales y otros, 2004, 42, lám. XLVI: 20-22).

(ii) Cerámica del paquete estratigráfico intermedio


Cerámicas a mano
Cerámica de almacenamiento
La variedad de tipos de cerámicas de almacenamiento en este conjunto estrati-
gráfico es mayor que en el más profundo. Además de los tipos de orzas y urnas
ya conocidos, que se repiten entre los materiales de este conjunto, se docu-
mentan por primera vez orzas de borde entrante decorado con digitaciones,
(UE 10: 40046/1306, fig. 5), orzas con borde muy exvasado o vuelto (UE 10:
40046/1321-1381, fig. 5), con borde engrosado y plano (UE 10: 40046/1334,
fig. 5), o con borde de tendencia recta, decorados con líneas de digitaciones
218 José Luis López, Víctor Martínez-Hahnmüller, Laura Moya y Carmen Pardo

Figura 5. Cerámica a mano de las unidades estratigráficas 5, 7 y 8.

bajo el borde y mamelones verticales adheridos al mismo (UE 10:40046/1317,


fig. 5).
Cortijo Riquelme y los orígenes de la presencia fenicia en el sureste peninsular219

Cerámicas cuidadas
Son de dos tipos principalmente: fuentes carenadas y cuencos. Entre las pri-
meras se documentan con carena media (UE10: 40046/1324, fig. 5) y con
carena baja (UE 7: 40012/1194, fig.5), mientras que los cuencos pueden ser
también carenados (UE 10: 40046/1302, fig. 5), simples de casquete esférico
(UE 10: 40046/1316, fig. 5) o con hombro marcado (UE 7: 40012/1192, fig.
5). Reseñaremos también un fragmento del borde de la parte superior de un
soporte de carrete (UE 7: 40012/1208, fig. 5) con las paredes gruesas y super-
ficie bruñida.

Cerámicas de cocina
Se reconocen al menos tres tipos de ollas: de tendencia ovoide o globular (UE
7: 40012/1198, fig. 5), en ocasiones con decoración de digitaciones en el exte-
rior del borde, con borde entrante con mamelones verticales y digitaciones (UE
10: 40046/1317, fig. 5) y con borde engrosado hacia el exterior y decoración
de incisiones perpendiculares en la parte superior (UE 10: 40046/1332, fig. 5).

Cerámicas a torno
Cerámica de transporte y almacenamiento
En la UE 10 se localizaron dos fragmentos de ánforas fenicias: el primero es
un borde moldurado de un ánfora de tipología oriental, probablemente una
storage jar tipo 5 de Bikai (Bikai, 1978, 46-47, pl. XCIV) (UE 10: 40048-
1257, fig. 6) y el segundo un fragmento de un asa de sección circular de ánfora
(UE 10: 40048-1264, fig. 6). Son relativamente abundantes los fragmentos de
pithoi amorfos decorados con bandas rojas y negras (UE 10: 40088-1287, fig.
6) o rojas (UE 10: 40088-1288, fig. 6).
Otra forma relativamente abundante son los contenedores de tipo medio
como las urnas o cráteras anforoides ampliamente empleadas en la necropolis
de Al Bass en Tiro (Nuñez, 2013, 45-47). Las de Cortijo Riquelme presentan
generalmente borde ligeramente engrosado y exvasado (UE 10: 40048-1265,
fig. 6), decorado con banda roja al interior del borde (UE 10:40048-1254, fig.
6), o al interior y al exterior del mismo (UE 10: 40088-1259, fig. 6). También
se documentan fondos de este tipo de contenedores (UE 10: 40048-1289, fig.
6; UE 7: 40013-1182, fig. 6).

Cerámica de mesa
Destaca en este grupo un fragmento de un vaso carenado con decoración com-
puesta por una finísima banda roja en el interior y un conjunto de tres bandas
en el exterior (UE 10: 4088-1262, fig. 6). Se registran cuencos decorados con
220 José Luis López, Víctor Martínez-Hahnmüller, Laura Moya y Carmen Pardo

Figura 6. Cerámica a torno de las unidades estratigráficas 5, 7 y 8.

engobe rojo al interior y al exterior (UE 10: 40088-1281, fig. 6) o solo al exte-
rior (UE 10: 40048-1282, fig. 6), asi como un plato de engobe rojo de borde
muy estrecho, de 2.1 cm. (UE 7: 40085-1173, fig. 6).
Cortijo Riquelme y los orígenes de la presencia fenicia en el sureste peninsular221

Cerámicas grises
En las UE 7, 8 y 10 se registra la presencia de cerámica gris a torno, en con-
creto algunos vasos de casquete esférico de borde simple (UE 7: 40013-1168,
fig. 6), o con borde engrosado al interior (UE 7: 40084-1165, fig. 6) del tipo
A1A de Medellín según la reciente clasificación tipológica de Lorrio (Lorrio,
2008b, fig. 772), y que se caracteriza por su borde simple de extremo redon-
deado. Asimismo está presente un vaso carenado (UE 10: 40089-1251 y 1272,
fig, 6).

Cerámica de cocina
Se documenta un fragmento de borde de olla a torno (UE 8: 40031-1393, fig.
6).

(iii) Cerámica del paquete estratigráfico superior


Cerámicas a mano
Cerámica de almacenamiento
Al igual que en las unidades estratigráficas precedentes, las formas cerámicas
más abundantes son las orzas de diferentes tipos: con borde cerrado y cuerpo
globular, con borde exvasado o vuelto o con borde de tendencia recta, decora-
das en ocasiones con digitaciones en el borde (UE 11 40042/1248, fig. 7), en el
cuerpo, decorado con línea de digitaciones en el hombro marcado y mamelo-
nes verticales (UE 11: 40042/1354, fig. 7) o bien con digitaciones en línea en
el borde exterior (UE 9: 40024/1422, fig. 7).

Cerámicas cuidadas
Entre las fuentes de carena baja, además de los fragmentos de borde (UE 3:
4003/1235, fig. 7; UE 6: 40018/1081, fig. 7) destaca un fragmento de cuerpo
con mamelón perforado para suspensión (UE 9: 40024/1418, fig. 7), del que
encontramos paralelos en la Peña Negra de Crevillente, sobre todo en la fase
I y, raramente en laII, así como en la tumba n.º 13 de Cañada Flores (Lorrio,
2008 a, 208 y 224) o en la fase B1 de Morro de Mezquitilla (Maas y Schubart,
1979, 207, fig. 15a).
Otros vasos con superficie bruñida son los cuencos carenados (UE 6:
40018/1112, fig. 7), los cuencos simples de casquete esférico con borde engro-
sado al interior (UE 6: 40018/1124, fig. 7) y los cuencos globulares denomina-
dos a veces escudillas (UE 2: 40099/1378, fig. 7).
222 José Luis López, Víctor Martínez-Hahnmüller, Laura Moya y Carmen Pardo

Cerámica de cocina
Finalmente, entre este grupo predominan las ollas de tendencia ovoide o glo-
bular, como un fragmento del fondo plano y pie indicado de una olla de cuerpo
ovoide (UE 11: 40042/1352, fig. 7).

Figura 7. Cerámica a mano de las unidades estratigráficas 1, 2, 3, 6, 9 y 11.


Cortijo Riquelme y los orígenes de la presencia fenicia en el sureste peninsular223

Cerámicas a torno
Cerámicas de almacenamiento
Al igual que en el conjunto precedente están presentes los pithoi decorados con
bandas de pintura (UE 2: 40100-1344, fig. 8; 40100-1342, fig. 8; 40100-1343,
fig. 8) y las urnas de borde ligeramente engrosado (UE 2: 40100-1374, fig.
8) o exvasado (UE 11: 4044-1357, fig. 8) de las que la primera tiene factura
griega. Se distingue el borde y arranque del cuerpo de un gran pithos decorado
(UE 9: 40105-1386, fig. 8) con asa trigeminada, de la que encontramos un
paralelo muy claro, tanto por el borde abierto como por el asa en la tumba 1
de la necrópolis del Cortijo de San Isidro, correspondiente al asentamiento de
La Rebanadilla (Sánchez y otros, 2011, 84, fig. 21). Asimismo en la fase B1
de Morro de Mezquitilla (Schubart,1985, 160, 9a) también se documenta un
pithos con asa trigeminada.

Cerámica de mesa
Además de un fragmento de un gran vaso carenado con decoración a bandas
rojas (UE 11: 40092-1358, fig. 8) del mismo tipo que el del conjunto anterior,
se documentan platos profundos con engobe rojo en bandas en el borde, ya sea
algo exvasado (UE 6: 40083-1019, fig. 8; 40083-1024, fig. 8) o engrosado (UE
6: 40083-1019 a, fig. 8) que recuerdan la tipología de platos de Tiro, en con-
creto a los tipos 7 y 10 (Bikai,1978, 23-24). En algún caso el engobe alcanza
la parte interior (UE 9: 40105-1388, fig. 8) o lo ha perdido casi por completo
(UE 9: 40026-1387, fig. 8).

Cerámica gris
Se documentan vasos de casquete esférico con borde simple (UE 6: 40082-
1003, fig.8) o biselado (UE 9: 40106-1384, fig. 8), así como un vaso carenado
(UE 5: 40095-1233, fig. 8) y un plato (UE 11: 40093-1368, fig. 8).

La datación de los materiales cerámicos


A falta de finalizar el estudio más detallado de la cronología de los conjuntos
cerámicos depositados en la fosa de Cortijo Riquelme, actualmente en curso,
podemos al menos establecer algunos rasgos de referencia respecto a la pro-
ducción a mano y a la producción a torno, así como proponer la datación de
algunas piezas concretas.
Las formas y decoraciones de la cerámica a mano entran dentro del reper-
torio típico del Sureste peninsular suficientemente definido (Molina, 1978,
Lorrio, 2008 a) donde encontramos los referentes tipológicos. En general, los
contextos estratificados del Cerro del Real de Galera, en concreto los estratos
224 José Luis López, Víctor Martínez-Hahnmüller, Laura Moya y Carmen Pardo

Figura 8. Cerámica a torno de las unidades estratigráficas 1, 2, 3, 6, 9 y 11.

IX, VIII y VII (Pellicer y Schüle, 1966), las fases iniciales del Cerro de los
Infantes (Mendoza y otros, 1981), Cerro de la Mora (Carrasco y otros, 1981,
Cortijo Riquelme y los orígenes de la presencia fenicia en el sureste peninsular225

1982), Peñón de la Reina (Martínez y Botella, 1980) o la fase denominada


Peña Negra I (González Prats, 1979, 1985), ofrecen una facies de rasgos tipo-
lógicos y tecnológicos similares a los observados en Cortijo Riquelme.
Por su parte, el fragmento decorado de urna de la UE 15 tiene referencias
concretas en necrópolis vecinas de la Depresión de Vera, como La Encantada
4 (Lorrio, 2008a, 85-86, fig. 31, B, 1), en cuanto al planteamiento general del
motivo, y en la tumba de El Caldero de Mojácar (Lorrio, 2008a, 120, fig. 57, 1).
Ambas tumbas se datan en la Fase II definida por Lorrio, denominada Bronce
Final Pleno o II, cuya cronología se sitúa entre 900-850/750 a.C. (Lorrio, 2008
a, 327 ss. y tabla 49). Las dataciones concretas propuestas para ambos parale-
los son hacia 900-850 a.C. en La Encantada 4, y 850-775 a.C. en la tumba de
El Caldero (Lorrio, 2008a, 329, 331-332).
Por lo que respecta al conjunto a torno, hay que señalar algunos rasgos cro-
nológicos significativos, como el pithos con borde abierto y asa trigeminada ya
reseñado, que nos remite a las fases más antiguas de la colonización fenicia en
el Sur peninsular por su paralelo en La Rebanadilla. Asimismo, otro indicador
cronológico en las cerámicas a torno de Cortijo Riquelme los tenemos en los
platos de la tipología de Tiro, o inspirados en ese repertorio, en concreto de
los tipos 7, 9 y 10, más abundantes respectivamente en Tiro IV, en Tiro VI-V
y en Tiro VII-VI (Bikai, 1978, 21, tabla 3 A, 23-24). Estos tipos se encuadran
dentro de una fase avanzada del Periodo II de Al Bass en la segunda mitad del
siglo ix a.C. y del Periodo III de Al-Bass fechado desde finales del ix a.C. o
comienzos del viii a.C. hasta 760 a.C. en adelante (Nuñez, 2013, 67-68). El
borde de ánfora de tipo storage jar 5 de Tiro se difundió en las fases Tiro IV-II
(Bikai, 1978, 43), datables en el siglo viii a.C. (Bikai, 2003, 233).
Por su parte, el plato de borde estrecho de engobe rojo de la UE 7 presenta
una anchura de borde de 2,1 cm. que nos remite de nuevo a la fase B1 de
Morro de Mezquitilla, datada a comienzos del siglo viii a.C., donde los bordes
son inferiores en anchura a 2,2 cm. (Schubart, 1985, 153, fig. 6), así como al
Teatro Cómico de Cádiz donde se documenta este tipo de plato en el Periodo
II, fechado entre fines del ix y mediados del viii a.C. (Torres y otros, 2014, 58,
79, fig. 4).
Por lo que respecta a las copas carenadas decoradas, encontramos este tipo de
vasos en Cerdeña, en el Cronicario de Sulcis, conjunto datado hacia mediados o
segunda mitad del siglo viii a.C. (Bernardini, 1990, 81). También a estas fechas
hay que remitir las escasas cerámicas grises registradas en Cortijo Riquelme, al
igual que en otros asentamientos del Sur peninsular (Vallejo, 2005).
Contamos también con dos dataciones absolutas efectuadas en el Centro
Nacional de Aceleradores sobre muestras de conchas de las UE 15 y 17:
respectivamente CRH 40069 1004-823 AC y CRH 40079 1152-925 AC. La
datación más antigua pertenece a una muestra procedente del interior del foso
226 José Luis López, Víctor Martínez-Hahnmüller, Laura Moya y Carmen Pardo

rectangular situado al extremo Sur del fondo de cabaña, la UE 17, que puede
ser anterior e independiente a este. La segunda está tomada sobre una mues-
tra procedente de una unidad estratigráfica que, como veíamos, estaba poco o
nada alterada por el arado y cuya formación identificábamos con el periodo
inicial de deposiciones. Esta datación va en la línea de las fechas absolutas
obtenidas en otros asentamientos como Huelva, calle Méndez Núñez (Nijboer
y van der Plicht, 2006) y La Rebanadilla (Sánchez y otros, 2011) que sitúan al
menos en el siglo ix a.C. los inicios de la presencia fenicia en el Sur peninsular.

Discusión y conclusiones
Además de las cabañas construidas sobre zócalos de piedra, las fosas exca-
vadas denominadas tradicionalmente «fondos de cabaña» constituyen un
fenómeno no demasiado común, pero sí bastante extendido en el Sur y en
el Sureste de la Península Ibérica a finales de la Edad del Bronce y comien-
zos de la Edad del Hierro. Disponemos de ejemplos suficientes en este sen-
tido, comenzando por Huelva, donde se ha detectado un buen número: San
Bartolomé, Peñalosa, Vista Alegre-Universidad, La Orden-Seminario, Calle
Niña de Niebla; en Cádiz Pocito Chico y El Campillo; Taralpe Alto, Plaza San
Pablo y la Trinidad en Málaga; Vega de Santa Lucía en Córdoba y Peña Negra
en Alicante, que recientemente han sido reinterpretados como el resultado de
depósitos antrópicos estructurados, sin relación con actividades de habitación
(Suárez y Márquez, 2014).
La ausencia ya reseñada de elementos constructivos como hoyos de poste
en Cortijo Riquelme, o de actividades relacionadas con la combustión, como
hogares, carbones o cenizas, inclina a dudar de que se trate de una estructura
destinada a la habitación, sino más bien, como se ha propuesto, fosas para
depósitos intencionados y estructurados socialmente.
El foso para deposiciones de Cortijo Riquelme presenta, sin duda, un gran
interés por el conjunto material que albergaba, a pesar de los problemas estra-
tigráficos causados por la roturación de tierras en época contemporánea que
han alterado en gran medida el registro arqueológico, mezclando materiales
de épocas diferentes. En efecto, el estudio de las cerámicas, sobre todo de las
cerámicas a torno, muestra una amplitud cronológica de menos de un siglo,
con materiales que pueden datarse arqueológicamente a finales del siglo ix
a.C. como el fragmento de urna a mano decorada, el fragmento de pithos con
asa trigeminada, o los platos de tipo tirio, frente a otros como las cerámicas
grises que aparecen desde mediados del siglo viii a.C. en adelante.
Teniendo en cuenta estas observaciones es bastante probable que el interior
de la estructura tuviese originalmente estratificada una secuencia de deposicio-
nes sucesivas comprendida entre ambos extremos cronológicos, como mues-
tran otros fragmentos diagnóstico intermedios: es el caso del plato de engobe
Cortijo Riquelme y los orígenes de la presencia fenicia en el sureste peninsular227

Figura 9. Vista del corte 4.

rojo con borde estrecho de la UE 7, que puede datarse en los inicios del siglo
viii a.C.
Los repertorios cerámicos a mano y a torno son bastante completos, pues
abarcan funcionalmente contenedores, cerámicas de mesa y de cocina que con-
firman su relación con actividades de preparación y consumo de alimentos, si
bien faltan absolutamente los restos óseos. Es digna de tener en cuenta la varie-
dad de formas a torno existente, la facies oriental a la que pertenecen la mayor
parte de las mismas y su antigüedad, que la hace contemporánea posiblemente
del horizonte colonial inicial representado en la necrópolis de La Rebanadilla,
Morro de Mezquitilla y el Periodo II del Teatro Cómico de Cádiz.
El amplio repertorio de piezas a torno mueve a sugerir la existencia en
el litoral de la Depresión de Vera de un asentamiento fenicio más antiguo de
los conocidos hasta el momento en la zona (López Castro, 2011), más que de
importaciones continuadas, al menos como una posibilidad, si tomamos en
consideración la existencia asentamientos fenicios del siglo ix AC en Huelva
y La Rebanadilla en la costa de Málaga, así como de otros inmediatamente
sucesivos como el Teatro Cómico o Morro de Mezquitilla, y la situación más
228 José Luis López, Víctor Martínez-Hahnmüller, Laura Moya y Carmen Pardo

oriental del litoral almeriense, paso obligado para desplazarse por mar entre
Oriente y Occidente.
En definitiva, Cortijo Riquelme sitúa las tierras del Sureste peninsular
dentro de los circuitos de relación tempranos establecidos entre los fenicios
y las poblaciones autóctonas y resitúa los inicios de la Edad del Hierro en el
siglo ix a.C. Los estudios en curso sobre el yacimiento permitirán ofrecer una
aportación más sólida a los aspectos tratados en esta contribución de carácter
preliminar.

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M.A. y Pajuelo Sáez, J.M., 2014: «El material cerámico de los contextos fenicios
del ‘Teatro Cómico’ de Cádiz: un análisis preliminar». En M. Botto (ed.): Los
Fenicios en La Bahía de Cádiz. Nuevas investigaciones, Roma, 51-82.
230 José Luis López, Víctor Martínez-Hahnmüller, Laura Moya y Carmen Pardo

Vallejo Sánchez, J. I., 2005: «Las cerámicas grises orientalizantes de la penín-


sula Ibérica. Una nueva lectura de la tradición alfarera indígena», El periodo
orientalizante: Actas del III Simposio Internacional de Arqueología de Mérida,
Protohistoria del Mediterráneo Occidental , Vol. 2, 1149-1172.
PÚNICOS EN EL ÁREA IBÉRICA
EL BAJO SEGURA HASTA LA II GUERRA
PÚNICA. NUEVAS INVESTIGACIONES

Lorenzo Abad Casal


Feliciana Sala Sellés
Jesús Moratalla Jávega
Universidad de Alicante1

El Bajo Segura es la comarca alicantina más meridional que abarca el tramo


final de la cuenca del río Segura e incluye los últimos municipios alicantinos
lindantes con el campo de Cartagena. Además, dado que los límites con el
Baix Vinalopó son bastante difusos, ambas comarcas conforman realmente
una única unidad de paisaje, la depresión meridional alicantina, caracterizada
por amplios terrenos llanos, en parte antiguas marjales convertidas en fértil
huerta desde las bonificaciones del cardenal Belluga en el siglo xviii, un pai-
saje antiguo del que todavía se conservan las lagunas de La Mata y Torrevieja
explotadas como salinas desde el siglo xiv. Bordeado por elevaciones que ape-
nas alcanzan los 100 m.s.n.m., se convierte en un espacio de fácil tránsito hacia
el interior de la región murciana siguiendo el curso del río, o hacia Cartagena,
recorriendo un camino prerromano en paralelo al litoral de extensas playas
de arena (Olcina, 2011, 144). Esta antigua vía es la que consolidaría Augusto
como el ramal de la vía Augusta conectado con Carthago Nova.
Esta breve caracterización geográfica debe servir para entender el porqué
de la temprana instalación de una comunidad de comerciantes fenicios en la
margen derecha de la desembocadura del río Segura a inicios del siglo viii a.C.
Al consolidarse en este punto se generó un fructífero espacio de encuentro
con las comunidades protohistóricas locales. La situación de la provincia de
Alicante frente a la isla de Ibiza convirtió su litoral en punto de llegada de
las naves que surcaban el Mediterráneo de oriente a occidente siguiendo la

1. Este trabajo se ha realizado en el marco del proyecto de investigación HAR2012-32754,


financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad.
234 Lorenzo Abad Casal, Feliciana Sala Sellés y Jesús Moratalla Jávega

Figura 1. Yacimientos citados en el texto (base cartográfica Jorge Molina).

ruta de las islas (Aubet, 2009, 203). Además, la orografía de la costa alican-
tina ofrece a los navegantes numerosos hitos de referencia así como lugares
para el refugio temporal, tanto en las calas entre los abruptos acantilados del
tramo costero septentrional como en las extensas playas arenosas de la mitad
meridional. Así pues, más que los productos y materias primas que la región
pudiera ofrecer, son estas excelentes condiciones para la navegación las que
explican que a lo largo del i milenio a.C. la costa alicantina albergara diversos
puntos para el intercambio comercial y cultural (Sala y Abad, 2014). Además
de la desembocadura del Segura, l’Alt de Benimaquia, con su temprana pro-
ducción vinaria (Gómez Bellard y Guérin, 1991), y la Vila Joiosa, a través
de los rituales de las tumbas orientalizantes de Les Casetes (García Gandía,
2009), materializan un contacto prolongado entre los siglos vii y vi a.C. A
partir del siglo v a.C., coincidiendo con la extensión del dominio marítimo en
el Mediterráneo occidental de Cartago, aumentan el número de estos espacios
costeros con evidencias de sólidos contactos: de norte a sur, el Penyal d’Ifac,
la Illeta dels Banyets, l’Albufereta de Alicante, la Picola y, sin solución de con-
tinuidad desde la llegada de los fenicios, la desembocadura del Segura (Fig.
1). En estos enclaves de la costa alicantina, iberos y comunidades de comer-
ciantes púnicos, quizá con la concurrencia de navegantes foceos, convivieron
El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones235

en diferentes circunstancias hasta el final de la Segunda Guerra Púnica. El


encuentro continuado durante tres siglos no produjo un nuevo sistema cultural,
aunque enriqueció la sociedad ibérica integrándola en la koiné mediterránea,
como atestiguan, por poner solo unos ejemplos, el sincretismo religioso, la
adopción de la escritura o del arte figurado. En este trabajo nos centraremos en
las huellas del contacto entre púnicos e iberos en la desembocadura del Segura.

El Bajo Segura en el siglo v a.C.


En los primeros años 80 se iniciaban las excavaciones en el poblado ibérico
de El Oral (San Fulgencio, Alicante), en la margen izquierda de la desembo-
cadura. Su adscripción a la fase antigua de la cultura ibérica quedó establecida
gracias a la cultura material mueble, especialmente las importaciones. Estas
señalaban unas relaciones comerciales estables tanto con Cádiz y los centros
púnicos de la costa andaluza, de donde proceden las abundantes ánforas de
salazones tipo T.11.2.1.3 de Ramón, como con la colonia focea de Ampurias,
desde la que se redistribuiría la cerámica ática, ánforas massaliotas, corintias
y quiotas, así como ánforas y bronces etruscos (Fig. 2). A medida que avanza-
ban las excavaciones, la cultura material inmueble confirmaba la antigüedad

Figura 2. Selección de importaciones de El Oral: ánforas, vasos áticos, bronces etruscos, huevo
de avestruz y recipiente de pasta vítrea.
236 Lorenzo Abad Casal, Feliciana Sala Sellés y Jesús Moratalla Jávega

Figura 3. Planimetría general de El Oral. En la parte superior se identifica la muralla y el


bastión, de donde viene perpendicular una calle, de la que es anexa una plazoleta (ambos en
tono gris intenso); a ambos lados de la calle, casas en distintos tonos de gris.

del enclave ibérico, con paralelos, curiosamente, en asentamientos dos o tres


siglos anteriores, principalmente en las colonias fenicias peninsulares2.
El Oral desvelaba un urbanismo y una arquitectura inéditos hasta ese
momento que, para empezar, ponían en entredicho la idea tradicional de una
arquitectura ibérica pobre (Bendala, 2009, 363-379). Sin embargo, las exca-
vaciones de la colonia fenicia de La Fonteta (Guardamar) descubrían cómo el
empleo de fábricas constructivas de barro ciertamente complejas, el peculiar
y variado equipamiento doméstico de las casas y la arquitectura en general de
El Oral tenían sus paralelos en las construcciones de la colonia, especialmente

2. La documentación de esta arquitectura se publica con detalle en los correspondientes capítu-
los de las memorias de excavación (Abad y Sala 1993 y 2001).
El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones237

en su fase II, datada hacia la 1.ª mitad del s. vii a.C. (Sala, 2005). Además, su
urbanismo tan regular y una ordenación planificada del espacio residencial y
público indicaban, sin duda, que los fundadores partían de modelos arquitec-
tónicos ya ensayados; no se trataba de soluciones urbanísticas y constructivas
improvisadas en el momento (Fig. 3).
Por su enorme significado en este sentido, no nos cansamos de traer a
colación los desagües de los patios de las grandes casas adosadas a la mura-
lla oriental construidos con la primera hilada del zócalo de la fortificación
(Abad y Sala, 1993, lám. XVIII). Este pequeño detalle tiene, sin embargo, una
enorme trascendencia, pues significa que, con antelación a la construcción de
la muralla, el espacio urbano estaría parcelado y adjudicado a los diferentes
grupos familiares. Las casas de El Oral ofrecen un aire mediterráneo innegable
en un repertorio tipológico que abarca desde casas sencillas de familias mono-
nucleares a grandes casas con patio central pertenecientes a familias extensas
aristocráticas, lo que refleja una interesante diferenciación social a través de
la arquitectura. Son rasgos de la cultura material inmueble que adquieren otra
dimensión al asociarlos a otros hallazgos que remiten a la religiosidad fenicio-
púnica (Abad y Sala, 2009), como los fragmentos de huevo de avestruz o de
ánade coloreados con ocre de la casa IIIL en un ambiente de capilla doméstica
(Abad y Sala, 2001, 36-39), el larnax de piedra en la casa IVF (Abad y Sala,
2001, fig. 36, 10), el keftiu en el pavimento de un posible templo (Abad y Sala
1993, fig. 139; Escacena, 2002, 67) (Fig. 4) o el uso de mosaicos de conchas

Figura 4. Plano del supuesto templo e imagen del keftiu que decora su pavimento (arriba);
abajo, el keftiu del pavimento de la cella del santuario del Carambolo.
238 Lorenzo Abad Casal, Feliciana Sala Sellés y Jesús Moratalla Jávega

en umbrales y bancos (Abad y Sala, 1993, lám. XVII, 1; 2001, fig. 62, lám. 5;
24-25)3.
Con la información ya disponible de La Fonteta (Rouillard et alii, 2007;
González Prats, 2011; 2014) y la reciente puesta al día del Cabezo del Estaño
(García Menárguez y Prados, 2014), es innegable que en el Bajo Segura el
motor que produjo el cambio desde el modo de vida protohistórico a la cultura
ibérica fue la vecindad con una comunidad fenicia durante tres siglos, la cues-
tión ahora es el cómo. Esta ha sido tratada desde el marco teórico postcolonial,
describiendo un escenario de contactos complejo y variado que habría acabado
con el tiempo en la hibridación cultural y el mestizaje a través de matrimonios
y/o alianzas mixtas, es decir, en la formación de un nuevo contexto social que
favorecía el cambio cultural (Vives-Ferrándiz, 2005, 230-231). Sin embargo, y
sin poner en duda el protagonismo de las sociedades autóctonas en la interac-
ción, otras opiniones autorizadas siguen defendiendo una posición privilegiada
de los fenicios frente a las comunidades locales en unas relaciones calificadas
de desiguales (Aubet, 2009, 353), hasta el punto de que fortificar las colonias
fenicias estaría señalando un conflicto social en el territorio en el que se insta-
lan (Alvar, 2005, 7-8, 11, 13). De un modo u otro, en El Oral se constata que
el cambio social y cultural se fue gestando a lo largo de la segunda mitad del
siglo vi a.C. y ha cristalizado en el momento de la fundación a fines de esa cen-
turia. La investigación reciente pretende ver en este enclave el modelo donde
observar la génesis del cambio a través de la hibridación (Aranegui y Vives-
Ferrándiz, 2006; Moratalla, 2006), si bien, echamos en falta la aplicación de la
interpretación teórica al ya abundante registro material. El Oral se fundaba ex
novo en la margen opuesta de la desembocadura poco después del abandono
de La Fonteta, y heredó la función comercial que en los siglos anteriores había
desempeñado la colonia fenicia. El Oral podría ser el resultado del mestizaje
producido en la región del Bajo Segura entre la comunidad fenicia y la proto-
histórica local a través de matrimonios mixtos y alianzas y, así, la hibridación
cultural, más que la aculturación, explicaría el aire orientalizante de su arqui-
tectura (Abad y Sala, 2009). Como hemos visto, este carácter orientalizante
está bien presente en los registros mueble e inmueble, de donde sabemos dife-
renciarlo y destacarlo, sin embargo, no somos capaces de distinguir los rasgos
que en este proceso de convergencia debió aportar la población protohistórica,
cuyos registros tenemos en yacimientos cercanos, Peña Negra o Saladares, y
en el interior de la cuenca fluvial del Segura, el Castellar de Librilla (Murcia)
y Los Almadenes (Hellín, Albacete).

3. Sobre el origen de los pavimentos de conchas en la zona siriopalestina y su uso como ele-
mento apotropaico en edificios de culto remitimos al trabajo de Escacena y Vázquez, 2009.
El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones239

Figura 5. Imagen actual de la desembocadura del Segura con la situación de la colonia fenicia
de La Fonteta y los poblados ibéricos de El Oral y La Escuera; en el espacio intermedio entre
los yacimientos se extendería el paleoestuario.

El proceso de convergencia debió verse favorecido por el propio paisaje


de la paleodesembocadura del Segura. Recientes estudios geológicos (Barrier
et alii, 2004; Barrier y Montenat, 2007) ponen de relieve el estuario en el que
desembocaba el río, cuyos márgenes se adentraban un par de kilómetros res-
pecto al litoral actual, y constatan fluctuaciones del tramo final del río a lo largo
del i milenio (Fig. 5). Según los datos de las prospecciones, en el tránsito del ii al
i milenio a.C. el río discurría por el límite meridional, donde están emplazados
los enclaves fenicios, para después fluir a los pies de la sierra del Molar, el
límite septentrional de la cuenca, donde se ubican los asentamientos ibéricos.
Las consecuencias de un proceso geomorfológico de este tipo deberán ponerse
en relación con el poblamiento, ya que, se nos ocurre para empezar como una
consecuencia obvia, la fluctuación del curso fluvial hacia el norte pudo provocar
la colmatación del viejo puerto fluvial fenicio en la ribera meridional y que la
nueva zona de varado de naves se dispusiera al norte desde mediados del siglo vi
a.C. Así pues, no descartamos que la empresa fundacional de El Oral estuviese
promocionada por los últimos habitantes del viejo enclave colonial, obligados a
trasladarse al lado opuesto de la desembocadura por causas medioambientales.
Si es que no se había producido ya, en el nuevo enclave se darían las condicio-
nes para la creación de un contexto cultural de base semita y oriental pero con
elementos nuevos que identifican lo ibero en el sur de la Contestania.
240 Lorenzo Abad Casal, Feliciana Sala Sellés y Jesús Moratalla Jávega

El Oral se abandonaba en las últimas décadas del siglo v a.C. La ausencia


de cerámica ática de la Clase Delicada o copas Cástulo confirma esa datación.
Hasta ahora no hay constancia de un final violento, de lo que se deduce que
la misma población fundara La Escuera a solo un kilómetro. Desconocemos
los motivos del traslado a tan escasa distancia, aunque sí hemos podido docu-
mentar algunos detalles que pueden estar en relación con esa decisión final. La
excavación de la puerta de la fortificación muestra una rampa de tierra en el
inicio del pasillo de acceso, por tanto, en los momentos finales del poblado la
entrada de carros no era posible. Este dato concuerda con la entrada de carro
de algunas casas obliterada dejando un vano simple de 90 cm. Es interesante
asimismo constatar en esos momentos finales la ocupación de plazas y espa-
cio público por construcciones domésticas, es decir, hubo una falta de espacio
residencial. En los últimos años empezamos a conocer yacimientos con una
ocupación similar en la costa almeriense y malagueña, como el interesante
Altos de Reveque (López Castro et alii, 2010)4. Tal vez poner en común el
final de estos enclaves costeros en las postrimerías del siglo v a.C. pudiera dar
alguna luz sobre los hechos que los causaron.

El Bajo Segura en los siglos iv y iii a.C.


La Escuera se funda en la misma ladera de la sierra del Molar, aunque a una
cota mucho más baja, a pocos metros sobre el marjal. Las excavaciones de
los años 80 mostraron la existencia de dos niveles constructivos superpuestos
en la parte alta del poblado, en tanto que desde media ladera hasta el límite
meridional se documenta una única fase constructiva levantada directamente
sobre el terreno natural (Abad y Sala, 2001, 233-247, 261). La presencia de
determinados vasos áticos data la fundación en el último cuarto del siglo v
a.C. (Abad y Sala, 2001, 252), confirmando el traslado de población desde El
Oral sin solución de continuidad. Es importante destacar que no se trata de un
único enclave urbano que se desarrolla en el siglo iii a.C., sino de dos fases
urbanas diferentes y superpuestas: la primera, en la zona alta y de extensión
más reducida, se inicia a finales del siglo v a.C. y acaba a finales del siglo iv
a.C.; el enclave se reurbanizó en un momento todavía sin concretar del siglo
iii a.C. hasta casi triplicar la extensión original, pues calculamos para el primer
asentamiento una extensión en torno a 1 Ha para superar los 25000 m2 con
dicha ampliación. El nuevo urbanismo se expandió aterrazando la ladera hasta
llegar a pocos metros sobre la marjal, y se monumentalizó con una nueva forti-
ficación de rasgos helenísticos y un gran templo de entrada en la última terraza,
junto a la puerta sur de la fortificación (Nordström, 1967, 18 ss.). La Escuera se

4. Véase las actas del VII Congreso de Estudios Fenicios y Púnicos publicadas en el n.º 32 de
la revista Mainake.
El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones241

suma así a la lista de enclaves ibéricos del sureste abandonados de forma súbita
o violenta en la segunda mitad del siglo iv a.C., hecho que M. Tarradell (1961,
19) ya constató y puso en relación con estrategias territoriales consecuencia
del tratado del 348 entre Roma y Cartago.
Desde 2004 venimos desarrollando distintas actuaciones en el yacimiento
que se han visto limitadas por una evidente falta de medios económicos y
materiales, por lo que los resultados obtenidos que aquí presentamos son, por
lo general, de carácter puntual. Estamos lejos de conocer las características
arquitectónicas y materiales del oppidum ibérico más destacado, al menos por
tamaño, de la depresión meridional alicantina. No obstante, dichas actuaciones
permiten vislumbrar ya algunos elementos que le confieren un indudable rango
y plantean incluso la posibilidad de una intervención exterior.
Una de estas actuaciones ha sido la prospección geofísica de parte del
asentamiento, tareas desarrolladas en 2004, 2006 y 2009 (Peña et alii, 2008).
La documentación alcanzada confirma la existencia de una trama urbana densa
en el tercio meridional del asentamiento. Concretamente en el Bancal B o infe-
rior, a ambos lados del templo, el registro obtenido dibuja tanto construcciones
de planta ortogonal como espacios a priori abiertos, probablemente plazas y
calles. Del mismo modo, también se perciben unas estructuras aparentemente
macizas en las esquinas suroriental y suroccidental del yacimiento que relacio-
namos con torreones de la fortificación. Además, la prospección de un tercer
espacio cuandrangular, elevado sobre estos bancales por su cuadrante nororien-
tal, ha revelado la existencia de potentes muros a unos 3-4 m de profundidad,
cuya señal es acorde con aparejos de sillería. Estos elementos permiten intuir
una trama urbana bien diseñada y ejecutada a partir de un plan preconcebido en
ese segundo urbanismo del siglo iii a.C. Todo ello convertiría el antiguo oppi-
dum en una auténtica ciudad, con un templo de entrada en su acceso principal.
De su complejidad estructural y evolución cronológica poco podemos añadir a
lo escrito, si acaso confirmar su abandono apresurado a fines del siglo iii a.C.
La revisión de la cartografía aérea histórica, en especial del vuelo Ruiz
de Alda (1929-30), está proporcionando datos de interés5. Una circunstancia
que no acabábamos de entender del patrón de localización de La Escuera era
la fácil accesibilidad que presentaba por el norte y por el oeste. Hoy pode-
mos despejar esta duda, pues los fotogramas antiguos unidos al estudio de la
antigua red de riego de la finca La Escuera, que recorre parte del yacimiento,
certifican que en época antigua este se emplazaba en un antecerro, elevado
por encima de su entorno, hoy completamente transformado y rellenado por la

5. Nuestro agradecimiento a A. Ramón Morte, del Dpto. de Analisis Geográfico Regional y


Geografía Física de la Universidad de Alicante, por las sugerentes apreciaciones a propósito
de los fotogramas de este vuelo.
242 Lorenzo Abad Casal, Feliciana Sala Sellés y Jesús Moratalla Jávega

Figura 6. Resultado de las prospecciones geofísicas en La Escuera.

presión inmobiliaria existente en la sierra del Molar hasta convertir el asenta-


miento, falsamente, en un hito de ladera. Otros trabajos emprendidos han sido
el reestudio de los materiales arqueológicos procedentes de la excavación de
S. Nordström en 1960 en el templo, que ha deparado un mejor reconocimiento
funcional de los vasos cerámicos, insistiendo varios de ellos en su carácter
singular6, o la muy reciente consolidación de los muros del templo7.

6. Véase el trabajo de R. Berenguer en esta misma publicación.


7. Hemos de reconocer el interés demostrado por la última corporación del Ayto. de San
Fulgencio en la salvaguarda de su patrimonio arqueológico, interés acompañado de una pro-
visión de recursos económicos que nos han permitido prolongar los trabajos de campo hasta
2014.
El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones243

Pero sin duda los datos más sugerentes provienen de los nuevos trabajos
arqueológicos desarrollados a partir de 2007. Los dos primeros años se centra-
ron en el propio templo, donde después de una ardua limpieza –las estructuras
han estado a la intemperie casi cincuenta años– y documentación, así como la
realización de pequeñas catas comprobatorias en su interior, se han obtenido
datos que la aplicación de los sistemas de registro arqueológicos modernos
permite ahora constatar (Fig. 6). Por ejemplo, confirmando el carácter singular
del edificio, hoy sabemos que estamos ante una construcción unitaria edificada
sobre el sustrato natural, cuya parte parcial exhumada mide unos 300 m2 de
extensión; en determinados espacios existen aparejos específicos monumen-
tales, como grandes bloques escuadrados en los muros centrales, cercano al
opus quadratum, así como determinados elementos constructivos muy singu-
lares, como tambores o basas de columna, dos basamentos cuadrados macizos
de piedras casi ciclópeas –soporte quizá de una construcción desarrollada en
altura, tipo torre–, o un posible podio escalonado frente a esas basas.
Además, las catas abiertas en su interior han permitido reconocer un
pequeño cubo de escalera en el ambiente b8, adosada al paramento sur de la
estancia d, un equipamiento que recuerda enormemente ámbitos domésticos
de la ciudad púnica de Kerkouane, concretamente patios interiores provistos
de una escalera parecida que, obviamente, debe conducir a una segunda altura
(Fantar, 1998). Si la interpretación es correcta, podría atribuirse a esta estancia
b un carácter similar, con una planta en L y amplia abertura hacia el norte,
a la calle, precisamente en un ambiente donde la excavación de Nordström
siempre incidió en su carácter productivo (suelo parcialmente enlosado, abun-
dantes cenizas, el instrumental metálico o de piedra de su interior...), lo que
se compadecería muy bien con su carácter abierto. En las estancias c y d, se
comprobaron sus niveles de circulación respectivos –una lechada de arcilla
anaranjada con trazas blancas–, conectados a través de una estrecha puerta.
También se trabajó en la localización de la hornacina con betilo que Nordström
describe y fotografía en su memoria y es recogida en el estudio de I. Seco
(2010). En general, este muro sur del departamento d ha sufrido especialmente
las consecuencias de un abandono de tantos años, como las raíces vegetales,
por lo que no es fácil reinterpretar lo que hubo. La limpieza actual muestra una
estructura rectangular maciza a la que aboca la escalera ya mencionada, cuyo
macizado aparece erosionado formando un plano inclinado hacia el interior de
la estancia d que no concuerda con la imagen tomada por S. Nordström en el
momento de su excavación. No parece que existiera tal hornacina y se desco-
noce el paradero del supuesto betilo que sí es bien visible en la foto antigua.

8. Hemos mantenido la nomenclatura de estancias realizada por S. Nordström.


244 Lorenzo Abad Casal, Feliciana Sala Sellés y Jesús Moratalla Jávega

Figura 7. Imagen comparada de los cimientos de las casernas de la muralla bárquida de


Cartagena y de un muro del templo de La Escuera.

En el departamento e, la intervención de estos años ha reafirmado su carácter


singular, que ya se intuía por los hallazgos en 1960 de cenizas, caracoles, huesos
de animales o un pequeño vaso geminado en su interior. Lo más significativo ha
sido el hallazgo en su esquina noroccidental de un ritual fundacional con diver-
sas partes anatómicas de un cabritillo9, no localizado por Nordström al alcanzar
ella solo el nivel de ocupación-abandono del habitáculo. En los aspectos arqui-
tectónicos, además de hallarse en un plano inferior respecto al resto del edificio,
por lo que debieron disponer una puerta de acceso con dos peldaños, otro dato
interesante ha sido la constatación de su noble fábrica de piedras escuadradas
arriba mencionada, bien cimentadas con un zócalo de mampostería de unos 50
cm de grosor. Esta técnica, alejada de la tradición ibérica de construir sin cimen-
tación, directamente sobre un sustrato sólido, es, para nuestro asombro, idéntica
a la empleada en los cimientos de los tabiques de las casernas de la muralla
bárquida de Cartagena (Fig. 7). Finalmente, la intervención en el departamento
f, pendiente de retomar en futuros trabajos, sirvió para redescubrir el pavimento
original y confirmar que se trata de un espacio abierto –Nordström lo denomina
patio–, así como documentar un vano desconocido entre esta estancia y la g, al
este, que por sí solo ya sirve para reconsiderar que el edificio continúa en esa

9. El estudio ha sido realizado por Miguel Benito Iborra.


El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones245

Figura 8. Imagen del templo consolidado desde el oeste. En primer plano, la estancia f con los
tambores de columna; al fondo, cubiertas con geotextil, la posible área de almacenaje junto a
la fachada de la calle que discurre a continuación.

dirección. A ello cabe añadir que el llamado departamento g no es tal, sino una
estructura escalonada ascendiendo hacia el este en dos anchos escalones. En
realidad, el muro con pilastras que Nordström interpretó como cierre este de
departamento f constituye el primer peldaño y el muro que en el plano de 1960
cerraba el departamento g por el este es el segundo10. Justo a continuación, la
prospección geofísica señala un espacio abierto que puede tratarse de un gran
patio del propio templo antepuesto a la zona edificada.
A partir de 2011 nuestro interés se ha centrado en la franja no excavada de
4-5 m de anchura que separa el templo de la calle con rodadas localizada en
1984 (Abad y Sala, 2001, lám. 61). El objetivo era poner en relación ambas
áreas, pues presumiblemente la fachada occidental del templo podría ser el
muro de la calle que viene desde la puerta de la muralla. La primera conclusión
que podemos extraer de esta actuación, todavía en curso, es la existencia en
este espacio intermedio de un cuerpo constructivo posterior que debe guardar
relación con el templo, aunque solo sea por inmediatez física. Podemos ade-
lantar que se trata de varias estancias dispuestas en batería sobre el muro de
la calle, que abren a un estrecho pasillo que discurre por detrás del muro de la
estancia b; este dato, sumado a la notable presencia de fragmentos anfóricos
en sus estratos de colmatación, apunta la tentadora posibilidad de encontrarnos
ante un área de almacenaje asociada al templo (Fig. 8). A ello cabe añadir un

10. Ambos carecen de paramento oriental, luego no pueden ser muros.


246 Lorenzo Abad Casal, Feliciana Sala Sellés y Jesús Moratalla Jávega

Figura 9. A la izquierda, muro ataludado de la calle de entrada de La Escuera con su


guardacantón; a la derecha, muro ataludado o kisu de Cartago.

curioso registro que apenas empezamos a constatar: la existencia de remo-


delaciones arquitectónicas de factura tosca, podríamos decir que realizadas
de forma apresurada, en los últimos momentos de ocupación, como puertas
tapiadas o estrechos tabiques de barro y guijarros, sin zócalo, para crear una
nueva estancia, la más septentrional de este cuerpo, en un área previamente
pavimentada con un grueso mortero de cal y presumiblemente abierta, quizá
una plaza o calle11. En el cercano corte K de 1984 se documentó un registro
similar (Abad y Sala, 2001, 226, fig. 134) que podría ser la continuación de las
remodelaciones documentadas en 2011. Por último, destacamos por inusual
que en este cubículo de construcción tosca hayan aparecido un buen número de
vasos pequeños –platos, cuencos, caliciformes y botellas– rotos in situ.
En la calle se procedió a retirar un par de testigos de los cortes de los años
80. En apenas 1 metro el más meridional ha deparado una exquisita documen-
tación relativa a la calle y el trasiego que por ella se dio. Nada más empezar
a desmontar el testigo apareció un bloque alisado dispuesto en vertical, que
alcanza los 70 cm de altura. El bloque remata por el sur el gran muro que
constituye la fachada oriental de la calle. Esta se construye formando un talud:
el paramento no se levanta como una pared vertical sino en dos escalones;
a continuación se dispone sobre los escalones una masa de barro y piedras
embutidas que conforma el plano ataludado. No se ha conservado el revesti-
miento. El interés de este zócalo ataludado reside en que puede compararse
con una técnica constructiva documentada en algunas fachadas de calle de
ciudades púnicas donde el agua de lluvia puede circular a cierta velocidad (Fig.
9). Un primer repaso bibliográfico ofrece buenos paralelos para esta solución

11. Localizado por L. Abad (Abad y Sala, 2001, lám. 62), continua hacia el este pavimentando
una probable calle que S. Nordström identifica en el dep. h (Nordström, 1967, 37).
El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones247

arquitectónica, concretamente en Morgantina y Byrsa. Aquí el talud aparece


revestido con un mortero de cal (Lancel, 1982, 65). De confirmarse que este
muro ataludado es el límite occidental del templo, tendríamos entonces una
curiosa referencia en algunos templos mesopotámicos, donde este elemento
constructivo también se empleó en el zócalo bajo de la pared exterior; allí
se reconoce con el término acadio kisu (Leick, 1988, 120). Tendría por ello
una interesante connotación religiosa, tal y como recuerdan algunos autores
al afirmar que serviría para delimitar un espacio sacro, aislándolo del exterior
(Aurenche, 1977, 108).
Por otro lado, dada su disposición, el bloque vertical debe interpretarse
como un guardacantón colocado para evitar el rozamiento de los ejes de los
carros con las construcciones de esta calle principal. Su presencia permite
inferir la existencia de una puerta, con la luz suficiente para permitir el paso
de un carro de 1,34 m de anchura de eje. Teniendo en cuenta que el bloque apa-
rece a unos 5 m al norte de la proyección del lienzo meridional de la muralla,
intramuros pues, habrá que convenir la existencia de una segunda puerta en
este punto, quedando entre ambas un estrecho y fácilmente defendible pasillo.
Puede tratarse de una puerta doble de connotaciones militares, no una puerta
urbana. El paso de pesados carruajes por este acceso sur debió ser constante,
pues las rodadas se han marcado en el sustrato hasta 20 cm en algunos puntos,
y son considerablemente anchas, consecuencia del continuo «baile» de las rue-
das en el surco. Por ello fueron necesarias continuas repavimentaciones, que
ahora hemos excavado, en las que se utilizaron diferentes soluciones. Capas
de arena, gravas o de cerámica machacada fueron extendidas para nivelar el
acceso, destacando en esta secuencia acumulativa otras definidas como mor-
teros de cal y grava fina, muy duros y bien nivelados, algo inédito en la arqui-
tectura doméstica ibérica.
El segundo testigo retirado ha vuelto a poner ante nosotros el colapso de los
alzados de adobe ya documentados en los cortes I, J, K y L (Abad y Sala, 2001,
fig. 128; 132; 135; 138). En el corte I son bien visibles hasta 15 hiladas, que
dan un alzado para la fábrica de adobe de, al menos, 1,5 m; sumado al zócalo
ataludado de mampostería da una altura de entre 3 y 4 m para las fachadas de
la calle. El muro exacto de procedencia del alzado se nos antoja ahora una
cuestión menor frente a la causa que produjo su caída en bloque. Se nos ocu-
rren dos causas: una natural por terremoto, frecuentes en el sureste peninsular,
o una segunda por asalto con maquinaria de guerra. Hoy por hoy, esta última
nos parece más plausible, toda vez que viene a sumarse a la lista de indicios
que apuntan a un final trágico para La Escuera: la ocultación del tesorillo de
monedas hispano-cartaginesas (Llobregat, 1966; 1972: 136; Villaronga, 1973;
1993: 66), el ajuar cerámico del templo hallado in situ, las abundantes capas de
ceniza detectadas por S. Nordström (1967, fig. 5; 7-8), las extrañas reformas
248 Lorenzo Abad Casal, Feliciana Sala Sellés y Jesús Moratalla Jávega

Figura 10. Imagen final del sondeo en la muralla meridional de La Escuera con el glacis
adosado al paramento y las improntas en paralelo de hipotéticos objetos muebles o artilugios
de madera en el estrato antepuesto.

hechas de forma tosca en los momentos finales ocupando espacio de tránsito y


la propia fortificación que, a medida que avanzan los trabajos de campo, se va
desvelando como una construcción compleja.
Se han abierto dos nuevas áreas de excavación, todavía en curso de desa-
rrollo, destinadas a un mejor conocimiento de la fortificación. Uno de estos
sondeos se localiza a unos 40 m al oeste de la puerta de acceso sur, en un punto
donde ya afloraban varias hiladas del lienzo en el talud del bancal moderno. La
intervención ha constatado la muralla pero aún no ha alcanzado su base, por
lo que los datos son preliminares. El lienzo ofrece un trazado rectilíneo y su
fábrica se muestra bastante discreta, pues a pesar de buscar una cierta regulari-
dad en sus hiladas, los bloques utilizados son de diferentes calibres y algunos
bien escuadrados. Una vez levantados los estratos de desechos que contra ella
se arrojaron, con abundantísimo material arqueológico que, en parte, oblitera-
ron el alzado de la muralla en su momento final, la excavación ha alcanzado
una superficie horizontal de arcilla rojiza, dura y gruesa adosada contra el
lienzo, con una anchura bastante uniforme en torno a 1,40 m, formando una
especie de glacis plano en la base de la muralla (Fig. 10). La excavación, como
señalamos, no ha terminado pero el dato ya sirve para avalar la posible exis-
tencia de variados equipamientos en la fortificación, cuya función real está por
determinar.
La campaña de 2010 se dedicó al área excavada por Nordström muy cerca
del punto más alto del yacimiento y que denominó Bancal A. La arqueóloga
señaló el hallazgo de la muralla cuyo quiebro formaría un torreón de 4,30 x 6
El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones249

Figura 11. Imagen final de los trabajos en el sondeo del posible antemural de La Escuera.
Quedan visibles cuatro hiladas y el paquete de capas de tierra que contiene.

m en su interior (Nordström, 1967, 13-18). La limpieza y documentación de


las estructuras visibles en la actualidad ha confirmado la muralla, de 1,5 m
de ancho, y el quiebro de su trazado, aunque mantenemos las dudas sobre el
torreón al no existir un muro de cierre al oeste, al menos hasta la cota alcan-
zada. Además, el lado septentrional no es la continuación de la muralla, como
podría dar a entender el plano de 1967, sino una plataforma maciza más ancha
que el lienzo y a una cota algo más baja. Forma parte, en cualquier caso, de
la fortificación y, con todas las reservas posibles dada la provisionalidad de
los trabajos, solo se entiende si correspondiera a un elemento adelantado de
una segunda puerta de la muralla de diseño complejo, una puerta septentrional
conectada con la sierra. En 2010 también se planteó un sondeo perpendicular
a la muralla, una larga zanja de 1,5 m de anchura que cruzaba la plataforma
de tierra que constituye el límite oriental del yacimiento, y que ya aparece en
el vuelo Ruiz de Alda de 1929. El sondeo ha puesto al descubierto un sólido
muro de mampostería situado a unos 12 m al este del lienzo defensivo, que
contiene un paquete de sucesivas capas de tierra (Fig. 11). El hallazgo dio
pie a una ampliación, que constató la continuidad de la estructura hacia el
sur, en paralelo a la muralla. Nos atrevemos a identificar este elemento como
un antemural o proteichisma, lo que indudablemente supone un gran aliciente
para la investigación de la fortificación, pues introduce un elemento de defensa
complementario a los lienzos que es propio de planteamientos defensivos de
la poliorcética helenística. La referencia más cercana la tenemos en la con-
temporánea fortificación púnica del Tossal de Manises (Olcina, 2009). Aquí el
250 Lorenzo Abad Casal, Feliciana Sala Sellés y Jesús Moratalla Jávega

proteichisma mide 10 m de ancho y ofrecía al atacante un aspecto más robusto


con un muro de fábrica ciclópea, pero también es cierto que la fortificación se
erige ex novo, mientras que en La Escuera la construcción del antemural en la
segunda fase urbana del siglo iii a.C. vendría a complementar la fortificación
ya existente de la primera fase.
En conjunto y a pesar del carácter preliminar de algunos datos, existen
en nuestra opinión serios indicios que convierten a La Escuera en uno de los
principales centros urbanos más próximos a Qart Hadasht, si no el que más,
con elementos arquitectónicos únicos que remiten a la cultura arquitectónica
púnica, que siempre han estado por otro lado presentes en la zona pero que
parecen cobrar mayor protagonismo en el contexto del siglo iii a.C. En las
líneas que siguen incidiremos en esta cuestión, que afectan a la interpretación
de la secuencia ibérica en la zona, pero a la vista de los nuevos documentos
arqueológicos que van surgiendo en las comarcas meridionales alicantinas,
parece oportuno situar este proceso histórico en unas coordenadas espacio-
temporales más amplias.

Los intereses cartagineses en la costa contestana y en el Bajo Segura


Los textos que relatan la Segunda Guerra Púnica destacan la gesta de Escipión
de poner en marcha el ejército romano de forma sorpresiva hacia Qart
Hadasht, a la que llegó en tan solo siete días, y se recrean en la descripción
de la conquista de la ciudad. No dicen nada del paso del ejército por la región
contestana, ni siquiera de acciones previas de reconocimiento. Sin embargo,
no aceptamos que el silencio de las fuentes escritas signifique ausencia de
acontecimientos. Al contrario, si examinamos con detenimiento la particular
geografía y situación de la Contestania en el sureste peninsular, frente a Ibiza,
reconoceremos un territorio clave para el movimiento y el avituallamiento
de tropas, tanto por tierra como por mar, y su control –o el de las vías que
lo atraviesan– sería fundamental para el ejército cartaginés. Desde la pérdida
del dominio marítimo tras la Primera Guerra Púnica, los generales bárquidas
serían conscientes de que los problemas llegarían por mar, como confirmó el
desembarco del 218 a.C., y por ello tener bajo control la vecina franja costera
contestana formaría parte de la estrategia para asegurar un territorio en torno a
la capital bárquida desde su misma fundación.
Los trabajos de los años 90 en el Tossal de Manises (Alicante) descubrían
una fortificación inédita en la arqueología ibérica, construida en el último
tercio del s. iii a.C. siguiendo los dictados de la poliorcética helenística. La
aparición de contextos de incendio y destrucción en diversos sectores anexos
a la muralla, fechados pocas décadas después de su construcción, terminó por
vincular la fortificación y su trágico final con la conquista de Qart Hadasht
El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones251

en el 209 a.C. (Olcina, 2009: 157-165). Los materiales arqueológicos de las


trincheras de fundación de la muralla confirman que la fortificación se erigió
en un momento prebélico, en ese escenario preventivo de control del sureste
peninsular planificado por la familia Barca. Si Cartago había organizado la
protección de la costa de la metrópoli africana mediante una serie de fortines,
especialmente tras la pérdida del dominio del mar en la Primera Guerra Púnica,
con toda lógica debió aplicar el mismo plan en un litoral tan estratégico para
el tráfico marítimo como el cabo de la Nau y costa alicantina frente a Iboshim
(Olcina, 2005, 165; Olcina et alii, 2010, 246-247). Ello explicaría la funda-
ción del Tossal de Manises en el paraje de l’Albufereta de Alicante, un buen
punto de refugio y escala de embarcaciones a un centenar de kilómetros al
norte de Qart Hadasht, un espacio aliado y seguro desde mucho tiempo atrás,
como indica, por ejemplo, la presencia de exvotos de birreme de terracota en
su barrio portuario y artesanal del siglo iv a.C. (Esquembre y Ortega, 2008;
Rosser et alii, 2008).
En trabajos anteriores ya pusimos en relación los abandonos súbitos de La
Serreta y La Escuera, oppida contestanos de rango principal en sus respectivos
territorios12, con las causas de la destrucción del Tossal de Manises, gracias a
que el contexto material, la asociación de la vajilla campaniense A con ánforas
grecoitálicas, púnico-ebusitanas, del Estrecho y cartaginesas, se repetía en los
tres yacimientos. Hoy sabemos que el mismo contexto aparece en los niveles
de destrucción de Cartagena, Castillo de Doña Blanca y Baria (Olcina et alii,
2010, 24; López Castro y Martínez Hahnmüller, 2012, 337-340), con lo que
podemos caracterizar un contexto de Segunda Guerra Púnica. Los últimos
habitantes abandonaron La Serreta y La Escuera dejando atrás todos sus ense-
res, herramientas, documentos epigráficos o el mismo tesorillo monetario de
La Escuera. Si la fortificación costera del Tossal de Manises en l’Albufereta
responde a una estrategia de seguridad en el litoral cercano a la capital, es
impensable que el estuario del Bajo Segura, más cercano a Cartagena y esce-
nario también de un contacto continuado entre comerciantes fenicio-púnicos
y población local desde el siglo viii a.C. (Sala y Abad, 2014), no quedase
igualmente bajo el control cartaginés. En este contexto se entiende la reurba-
nización de La Escuera en el s. iii a.C., acompañada de la construcción de un
gran santuario de entrada y de la fortificación con elementos helenísticos que
hemos avanzado en este trabajo, y se explica la ocultación del citado tesorillo
de monedas hispano-cartaginesas de La Escuera. En un estudio más reciente,
se concluye que, por su homogénea composición –dos tipos de moneda13–, el

12. Véase Olcina y Sala, 2015 con la bibliografía anterior.


13. Ocho unidades del tipo Villaronga, 1973, n.º 116 y 56 divisores del tipo Villaronga, 1973,
n.º 117.
252 Lorenzo Abad Casal, Feliciana Sala Sellés y Jesús Moratalla Jávega

Figura 12. Propuesta de extensión del dominio territorial bárquida hasta el cabo de la Nao.

tesoro se debió formar en un breve espacio de tiempo, entre los años 221/218
y 211 a.C. y que, por su aparición formando una amalgama, debieron estar en
un saquito de material fibroso. Los usuarios de estas monedas serían personas
que no creaban bienes de consumo intercambiables, como los mercenarios,
y necesitaban la moneda de bronce para pequeñas transacciones cotidianas
(Ramón, 2002: 247).
La franja costera bajo el control cartaginés abarcaría hasta el cap de la Nau,
como es razonable dada la cercanía con la isla de Ibiza y su importancia junto
al promontorio del Montgó como referencia para las naves. En otro conflicto
bélico posterior, las guerras civiles sertorianas, una red de fortines construidos
en la cima de algunos cerros de la costa norte alicantina controlaban el tráfico
de las naves senatoriales que, desde Ibiza y doblando el cap de la Nau, navega-
ban frente a la costa alicantina en dirección al puerto de Carthago Nova (Sala
et alii, 2013). De nuevo a inicios del siglo i a.C., una estrategia para vigilar el
tráfico marítimo similar a la que se pudo desarrollar durante la Segunda Guerra
Púnica, solo que en el siglo iii a.C. la marina bárquida todavía era dueña del
espacio marítimo del sureste peninsular. Dicho de forma gráfica, el mapa de
los territorios peninsulares controlados por los Barca, que tradicionalmente
fija el límite septentrional en el río Segura, debería incluir la franja costera
alicantina hasta el cabo de la Nau (Fig. 12). Nos atrevemos incluso a propo-
ner que en las cimas de algunos cerros donde se levantaron los fortines en el
siglo i a.C. pudo haber con anterioridad torres vigía del ejército cartaginés. La
El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones253

hipótesis se sustenta en algunos datos recuperados al revisar las excavaciones


y publicaciones antiguas de los fortines romanos. Es el caso de ánforas com-
pletas cartaginesas del tipo Mañá D entre los materiales de las excavaciones
de 1956 de M. Tarradell en el Tossal de la Cala de Benidorm14, un envase que,
por su abundancia en el fortín del Tossal de Manises y en la muralla púnica de
Cartagena, se relaciona con el avituallamiento del ejército cartaginés. De allí
mismo pudo proceder un desaparecido conjunto de monedas cartaginesas cuya
noticia recogió E. Llobregat (1972, 139).
El contexto histórico que vamos dibujando promete ser complementado a
corto plazo con otras investigaciones en curso que ayudarán a calibrar mejor
algunos aspectos que ahora solo intuimos. No obviamos, por ejemplo, la
existencia de determinados yacimientos clave para comprender la dinámica
del poblamiento en las comarcas costeras alicantinas. En este sentido, es de
extraordinaria utilidad la publicación en esta misma obra de la secuencia de
ocupación en la Illeta dels Banyets en dos fases urbanas con nuevos datos para
el debate, entre ellos la asociación de la escritura greco-ibérica a la primera
fase, o el peso de la tradición púnica en arquitectura y vajilla cerámica de la
segunda. Y finalmente, nuevos asentamientos van incorporándose a la carto-
grafía de puntos habitados en el litoral, cuyos primeros datos apuntan hacia
una complejidad creciente en la actividad marítima en la zona. En este sentido
traemos a colación el santuario litoral de La Malladeta de reciente publicación
(Rouillard et alii, 2014) o los resultados de la primera campaña de excavación
en el fortín costero del siglo v a.C. de Aigües Baixes (El Campello) (Sala et
alii, e.p.), que podría estar gestionando la salida por mar del hierro extraído en
las minas cercanas de Penya Roja. Ello invita a manejar la hipótesis de estar
ante un jalón más de la política de control marítimo que Cartago pudo proyec-
tar en estas costas en fechas tempranas (Ferrer, 2013, 114), y que estaría en el
germen de lo que fue la política bárquida en el último tercio del siglo iii a.C.
La investigación se presenta por ello apasionante y muy abierta al debate
y pone de manifiesto, en cualquier caso, que el modelo de poblamiento es
mucho más complejo de lo que podríamos esperar, con diversos actores que
interactúan en un espacio de gran valor estratégico y a los que, poco a poco,
vamos poniéndoles cara gracias a un conocimiento cada vez más preciso
de la cultura material del momento, igualmente variada y llena de matices.
Esta hibridación, al mismo tiempo, se compadece bastante bien con los datos
sueltos de las fuentes escritas, que aquí y allá refieren el interés de Cartago
por controlar un territorio al otro lado del Mediterráneo en fechas que pueden
retrotraerse hasta el siglo v a.C., y cuyo desenlace a fines del III no sería sino

14. Hemos iniciado la catalogación de estos materiales depositados en el Ayuntamiento de


Benidorm, por lo que no descartamos otros hallazgos del contexto de fines del siglo iii a.C.
254 Lorenzo Abad Casal, Feliciana Sala Sellés y Jesús Moratalla Jávega

la consecuencia lógica de una política exterior bien arraigada desde muchas


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Manuel Olcina Doménech


Adoración Martínez Carmona
Museo Arqueológico Provincial de Alicante, MARQ

Feliciana Sala Sellés


Universidad de Alicante

Introducción
Aunque mencionado en las fuentes desde el siglo xvii, el yacimiento se man-
tuvo intacto hasta que F. Figueras Pacheco inició las primeras excavaciones en
los años 30. La razón no era otra que la geomorfología del lugar, una península
que en torno al siglo xi d.C. quedó separada de la costa a causa de la erosión
marina, formando una pequeña isla. En 1943 se construyó el istmo artificial
que restituyó la antigua península. Las quince campañas de excavación diri-
gidas por E. Llobregat entre 1974 y 1986 pusieron de manifiesto la singula-
ridad de un enclave que interpretó como un emporion. Lamentablemente, la
memoria de las excavaciones nunca vio la luz, lo que ha dado pie a diferentes
interpretaciones de los edificios a lo largo de estos años. En 1999 la Diputación
de Alicante adquirió el yacimiento con el objeto de recuperarlo como espacio
cultural público. Para ello se ha revisado la documentación de las excavaciones
antiguas y excavado los testigos arqueológicos, el resultado de todo lo cual ha
sido publicado en una reciente monografía (Olcina et alii, 2009). Las últimas
excavaciones de investigación han descubierto nuevos lugares de transforma-
ción de materias primas, cuya gestión se realizaba en espacios construidos con
aportes de la cultura arquitectónica púnica. Dicho registro permite reconside-
rar la función del enclave en la costa ibérica contestana. Esta nueva perspectiva
se avanzó en publicaciones anteriores (Olcina, 2005; Sala, 2010, 943) y aquí
presentamos la información obtenida desde entonces (Fig. 1).
258 Manuel Olcina Doménech, Adoración Martínez Carmona y Feliciana Sala Sellés

Fig. 1: Plano de situación de la Illeta dels Banyets en la costa alicantina con los yacimientos
contemporáneos más importantes del sureste peninsular.

La fundación ex novo en la segunda mitad del siglo v a.C.


Entre los resultados recientes destaca la constatación de una primera fase urba-
nística anterior a la ya publicada por Llobregat y conocida por todos (Fig. 2).
El contexto material cerámico, en especial los vasos áticos (García Martín,
2003, 31), confirma que la fundación ex novo tuvo lugar en la segunda mitad
del siglo v a.C. y perduró hasta aproximadamente el último tercio del siglo iv
a.C. A esta fase pertenecen restos de muros inconexos que aparecen por todo
el espacio excavado hasta ahora. Por el momento no es posible establecer la
trama urbana, aunque sí colegir algún dato de cierto interés. Por ejemplo, que
el trazado de las calles era diferente al de la segunda fase urbanística, ya que
bajo el viario de esta fase aparece algún que otro muro de la primera; o el par-
ticular aparejo de grandes mampuestos colocados a perpiaño en los zócalos de
la primera fase, que ya no se repetirá en la fase posterior. Este aparejo también
se encuentra en algunos muros del poblado costero de El Oral en el siglo v a.C.
(Abad y Sala, 1993, lám. VIII, 1). La mayoría de las construcciones fueron
La Illeta dels Banyets de El Campello. Algo más que un unicum ibérico259

arrasadas para construir el urbanismo de la segunda fase. El proceso de des-


trucción de unas edificaciones y construcción de las siguientes fue inmediato.
Así se deduce del hecho de que algunas estructuras de la segunda fase asienten
directamente sobre los restos de muros antiguos, o sobre los escasos estratos de
uso de la primera fase, sin que medie un estrato de abandono.
De esta primera fase es también una muralla en barrera cuyos restos se
localizan en el extremo de la isla más cercano a la costa (Martínez et alii, 2007)
(Fig. 2). Se trata de una construcción acodada, con paramentos de grandes pie-
dras calizas en sus hiladas inferiores y un relleno de tierra y cascotes de piedra
dispuestos de forma ordenada. Esta construcción asienta directamente sobre
una capa estéril de gravas que constituye el hiato entre los niveles ibéricos y
los de la Edad del Bronce. Es interesante retener que la muralla continuó en
uso durante la segunda fase.
La construcción mejor conservada es una cisterna cuadrangular parcial-
mente excavada en la roca, que aprovecha en parte el hueco de una cisterna de
la Edad del Bronce (Fig. 2). Geológicamente en la Illeta dels Banyets existen
dos capas de roca arenisca: la superior, muy frágil, presenta muchas fracturas
y grietas; la inferior es mucho más dura y mejor cementada. Las cisternas

Fig. 2: Construcciones de la primera fase urbanística de la Illeta dels Banyets, fase IB/IB I.
Segunda mitad del siglo V – último tercio del siglo IV a.C.
260 Manuel Olcina Doménech, Adoración Martínez Carmona y Feliciana Sala Sellés

Fig. 3: Imagen reciente de la cisterna ibérica de la primera fase una vez excavada y
consolidada.

prehistóricas fueron excavadas en la primera capa, más fácil de trabajar, y uti-


lizaban como suelo la parte superior de la segunda capa. En época ibérica, al
disponer de instrumentos de hierro más eficaces, continuaron la extracción de
la capa más dura. Con 5,2 y 5,5 m de lado interno, el resultado es una cisterna
más profunda que las prehistóricas y de mayor capacidad (Fig. 3).Fue sondeada
por Llobregat sin sospechar su antigüedad. En los diarios de 1976 y 1977 se
menciona como «pozo de detritus» en sus niveles superiores y «gravera» en los
inferiores. La realidad es que se amortizó en dos momentos. La parte inferior
se rellenó repentinamente con desechos de las construcciones de la primera
fase y numerosos fragmentos cerámicos. La amortización de estos materiales,
entre los que destacamos la variedad de ánforas importadas y la calidad de la
cerámica ática, apunta a un final de la primera fase urbanística en el último
tercio del siglo iv a.C. Por el contrario, la sedimentación de la parte superior
durante la segunda fase urbanística se debió al uso prolongado de la cisterna
como vertedero de basuras. Entre los restos de materia orgánica destaca la
ictiofauna. Su análisis ha determinado la presencia de especies de mediano
y pequeño tamaño, como la sardina, caballa, cabrilla, boga, dentón, sargos,
pargos, chopa y morena. Los abundantes restos, su composición anatómica
–escamas y restos de cabeza– y el tratamiento al que se les sometió sugieren la
elaboración de conservas de pescado.
La Illeta dels Banyets de El Campello. Algo más que un unicum ibérico261

La reurbanización de finales del siglo iv a.C.


Poco después de la destrucción del primer urbanismo, el enclave fue objeto
de una intensa remodelación que dio lugar a la trama urbana conocida. Se
modificó el sistema defensivo de la entrada y se planificó un urbanismo regular
con dos calles longitudinales, aptas para el tránsito de carros en dos sentidos,
cruzadas por otras perpendiculares de menor anchura. Los trabajos de 2001
han constatado que el conjunto urbano no se construyó de una sola vez. Las
relaciones estratigráficas entre pavimentos de la calle 1 y fachadas señalan
que las primeras construcciones fueron los tres edificios más relevantes del
enclave: el templo A, el templo B y el almacén (Fig. 4). Ocuparon la franja
central del yacimiento en torno a las calles 1, 2 y 3 y las demás construcciones
se fueron añadiendo en momentos posteriores.
El templo A fue publicado por Llobregat en 1985 como un templo de planta
tripartita y de tradición itálica. Poco después, Almagro y Domínguez (1988-
89) interpretaron el edificio como un «palacio» o residencia regia por analo-
gías con esquemas mediterráneos y orientales. Recientemente, recogiendo la
interpretación de M.ª E. Aubet (2000) de los edificios fenicios tripartitos de

Fig. 4: Construcciones de la segunda fase urbanística de la Illeta dels Banyets, fase IB/IB
II-1. Último tercio del siglo IV a.C. En negro, las construcciones no excavadas visibles en
superficie; en gris, esquina noreste, construcciones excavadas en los años 30, no visibles en la
actualidad.
262 Manuel Olcina Doménech, Adoración Martínez Carmona y Feliciana Sala Sellés

naves separadas por columnas o pilares como mercados, F. Prados ve en el


templo A una versión de estos, aunque matizando la idea del almacén por un
espacio de reunión donde se formalizarían transacciones comerciales en un
marco de relaciones clientelares iberas (Prados, 2010, 73). Las dos interpreta-
ciones últimas se decantan por un edificio de carácter palatino o público con
el argumento de que los modelos arquitectónicos orientales se difunden hacia
Occidente manteniendo la función original. Sin embargo, estos modelos son
demasiado lejanos en el tiempo y en el espacio, y no bastan para explicar la
presencia de la forma arquitectónica en el Occidente mediterráneo del siglo
iv a.C. No debemos perder de vista que desde casi dos siglos antes el peso
político y económico había basculado desde el Levante al Mediterráneo central
bajo el dominio de una Cartago dueña del espacio marítimo. Así pues, recurri-
mos al modelo púnico centro-mediterráneo del templo de planta tripartita para
reivindicar la propuesta inicial de Llobregat.
Recordemos que es un edificio de planta rectangular ligeramente trape-
zoidal, más ancha en la fachada. Consta de un estrecho vestíbulo flanqueado
por sendas columnas ochavadas de piedra arenisca, un cuerpo central con tres
naves, la central más ancha que las laterales, y dos estancias cuadrangulares al
fondo (Olcina et alii, 2009, 110-113, 220-222, fig. 255) (Fig. 5).
Se accedía al edificio a través de un amplio umbral recubierto con un mor-
tero de tierra, sobre el que se dispusieron las columnas. Fue concebido como
un edificio exento y así permaneció hasta la última etapa del poblado, cuando
se le adosaron edificios en ambos laterales. Respecto a la planta, cabe decir que
en la zona del norte de Siria se conocen algunos templos monumentales «ad
ante» comparables a la entrada del templo A de la Illeta. Su origen se remonta
al Bronce medio y tienen continuidad en el Bronce reciente, como los templos
gemelos de Emar, el templo de Tell Tayinat (Perra, 1999, 48) o el santuario

Fig. 5: Fotografía realizada por E. Llobregat en 1983 donde se aprecia el vestíbulodel templo A
y detalle de las columnas ochavadas.
La Illeta dels Banyets de El Campello. Algo más que un unicum ibérico263

de Baal-Anat en Kamid el-Loz (Perra, 1999, 51, fig. 7 B). En ocasiones este
tipo de acceso «ad ante» se combina con una planta tripartita, como se refleja
en el templo de Astarté de Kitión. En sus cuatro fases este templo contó con
un pórtico sostenido por columnas de madera y dos mesas para sacrificios en
el interior (Perra, 1999, 50-51, fig. 6). Durante la fase II, el cuerpo principal
se dividió en tres naves mediante pilastras o columnas y en la fase III, datada
entre el 600 y 450 a.C., se levantaron dos muros que consolidaban la división
tripartita. En la última fase, entre el 450 y el 312 a.C., se mantuvo la planta
con una ligera reforma en la nave central que fue compartimentada (Perra,
1998, 105 fig. 8-9). Sin embargo, el paralelo más aproximado lo tenemos en
el templo de la Rue Ibn Chabâat de Cartago (Rakob, 1998, 29, fig. 8). Aunque
este un poco posterior, ambos cuentan con una fachada con dos columnas, ves-
tíbulo y tres naves. El templo tunecino presenta dos habitaciones posteriores
que, en este caso, se localizan en un sótano al que se accede desde el exterior
del edificio. En su interior se encontró un prótomo femenino de terracota y
diversas estatuillas votivas.
La intervención de 2002 en el templo A ha proporcionado datos que se
ajustan más a la hipótesis del edificio religioso. Así, el enlucido rojo cina-
brio que Llobregat vio en el lado izquierdo del pórtico, y fue esgrimido como
paralelo con el palacio-santuario de Cancho Roano, era en realidad una gruesa
capa de arcilla de color rojo intenso dispuesta en el suelo a modo de pequeño
escalón o tarima. Respecto a los hallazgos muebles, la ausencia de ánforas,
ponderales o pesas aleja la idea de mercado o edificio para las transacciones
comerciales. Por el contrario, con la revisión de los materiales de las campañas
de Llobregat, además de constatar el predominio de cerámica ática, se ha recu-
perado un fragmento de escultura humana, descrito y dibujado en el diario, así
como un conjunto de fragmentos de pebeteros de cabeza femenina.
El templo B es un edificio cuadrado de 8 m de lado con las esquinas perfec-
tamente orientadas a los puntos cardinales. Está construido con gruesos muros
de mampostería de 0,9 m de anchura, tal vez los únicos muros enteramente de
piedra, como señalan su grosor y una altura conservada muy superior a la de
los restantes zócalos (Olcina et alii, 2009, fig. 211). En origen el edificio estaba
pavimentado con un mortero de tierra a la altura de la calle y como mobiliario
presentaba dos plataformas cuadrangulares de adobe dispuestas en la diagonal
este-oeste (Olcina et alii, 2009, 188). Posteriormente, el interior se remodeló,
se elevó el nivel del suelo mediante cuatro hiladas de adobe que amortizaron
las plataformas originales y se repavimentó con una capa de arcilla (Fig. 4 y 6).
Se colocaron dos fustes facetados de columna a intervalos simétricos con
respecto al eje de los muros. Ninguna contaba con basa: la suroeste descansaba
directamente sobre una plataforma de la fase anterior, mientras que la noreste
estaba calzada con una gran piedra de superficies redondeadas. Este hallazgo
264 Manuel Olcina Doménech, Adoración Martínez Carmona y Feliciana Sala Sellés

Fig. 6: Recreación del interior del templo B después de la reforma, según los datos de la
revisión arqueológica.

fundamentó la interpretación de Llobregat sobre los elementos de culto del


templo. Este se refería a las columnas en el diario de 1984 como la «columna
oeste» y la «columna este» o «la que soporta la ashera». Cuando al excavar por
debajo de esta columna apareció una gran piedra, Llobregat la interpretó como
una estela sin tallar o massebah, y supuso que estaría colocada en el templo
inferior encima de una plataforma de adobes. Sostenía que con la reforma del
templo la massebah fue sustituida por un nuevo elemento de culto, la ashera,
y la estela fue enterrada en señal de respeto bajo la columna. Hoy podemos
matizar este argumento al constatar que este tipo de piedras aparecen emplea-
das con cierta frecuencia como material constructivo en la muralla, en el basa-
mento de los pilares del porche del almacén y en los escalones de entrada del
propio templo B.
La puerta abría en el muro sureste hacia una explanada diáfana. La situa-
ción centrada del vano puede obedecer a una orientación astronómica que hace
coincidir la ubicación del altar de la segunda fase con la primera luz solar
del solsticio de invierno. Es muy probable que en origen ya se produjera este
La Illeta dels Banyets de El Campello. Algo más que un unicum ibérico265

Fig. 7: Árula hallada en el interior del templo B.

hecho, porque la entrada permaneció en el mismo lugar en las dos fases y al


elevar el nivel del suelo con la reforma fue necesario elevar también la entrada
con dos escalones. Un tiempo después, cuando parte del espacio público se
amortizó para construir un lagar y la única vivienda conocida, la explanada o
plaza antepuesta al templo se redujo a lo que conocemos como calle 2.
El mobiliario de culto de la segunda fase lo formaban dos plataformas de
mampostería delante de las columnas y una losa de piedra sobre la que descan-
saba un pebetero o árula de piedra (Martínez, 2010) (Fig. 6 y 7).
Este objeto para la liturgia se encuentra en el mundo púnico centro-medite-
rráneo, especialmente en contextos funerarios, como los hallazgos de Cartago
(Benichou, 1982, 125), Mozia, Sulcis, Tharros (Moscati, 1989, 259) y Sicilia
(Toro, 1998, 417). En contextos religiosos lo encontramos en la capilla Carton
de Cartago (Carton 1929, 12 (8), lám. V-9). En la Península Ibérica se conoce
una pieza en las minas de Tarsis en Riotinto y dos en la necrópolis de Villaricos
en Almería (Martín, 2009, 47; Belén, 1994, 264-66, fig. 4, 3 y 7). Muy cerca
del árula apareció un pebetero de cabeza femenina de terracota, con lo que
Llobregat pensó que el templo estaba consagrado a una divinidad relacionada
con la fecundidad y con el mundo de ultratumba (Llobregat, 1988, 142), y que
otros autores han asimilado a la diosa Tanit (Marín Ceballos, 1987, 52).
Otro elemento más para el culto debió ser una plataforma rectangular des-
cubierta muy cerca del muro noroeste, opuesto a la entrada. Llobregat omi-
tió su hallazgo en las publicaciones por su pésimo estado de conservación.
Por suerte, quedó documentada en un croquis de los diarios y en diversas
266 Manuel Olcina Doménech, Adoración Martínez Carmona y Feliciana Sala Sellés

fotografías (Olcina et alii, 2009, 133). Recuperamos aquí la estructura por su


parecido en forma y ubicación con otras de templos tan significativos como
Torreparedones (Márquez et alii, 2014, 47, fig. 1; Almagro y Moneo, 2000, 24),
la Capilla Carton en Cartago (Carton, 1929, 4; Ferchiou, 1987, 36) o el templo
de las inscripciones púnicas de Tharros (Barreca, 1988, 113). Siguiendo mode-
los fenicios más antiguos, como el santuario sirio de Baal-Anat, en Kamiz el-
Loz, y el de Beth Shan, en Israel (de la Bandera y Ferrer, 2010, 46), se piensa
en un soporte para albergar la representación de la divinidad. En ese sentido
es interesante traer a colación que el pebetero de terracota de cabeza femenina
apareció entre el árula y la plataforma.
En una explanada situada en la parte posterior, a escasa distancia del tem-
plo, apareció una fosa revestida con «mortero de adobe» con una falcata, una
manilla de escudo y numerosos clavos en su interior. Llobregat menciona en su
diario la presencia de esquirlas de hueso que no se han localizado. No es posi-
ble confirmar, por tanto, que nos encontremos ante una tumba o un cenotafio,
aunque, en ambos casos, su presencia dentro de una zona poblada resulta un
hecho insólito en la cultura ibérica. Algunos investigadores lo han interpre-
tado como la legitimación de la atribución gentilicia del templo B (Almagro y
Domínguez, 1988-89, 366; Almagro y Moneo, 2000, 44).
Entre los templos encontramos el llamado almacén del templo A. Por
estar situado enfrente y por el hallazgo de abundantes fragmentos cerámicos,
Llobregat (1985, 300) lo publicó como el almacén de los bienes y ofrendas
entregadas al templo A. Sin pretenderlo, proporcionaba el modelo arquitec-
tónico para reinterpretar edificios descubiertos con anterioridad en algunos
oppida ibéricos, así como otros aparecidos en fechas posteriores. Todos com-
parten un equipamiento de muros paralelos muy juntos que constituirían el
basamento de una superestructura cuya forma y aspecto se desconoce, puesto
que no se ha conservado en ningún caso. La propuesta más aceptada ha sido la
de F. Gracia, hecha a partir de los ejemplos de la Moleta del Remei, según la
cual se trataría de edificios cerrados en cuyo interior los muros paralelos sopor-
tarían un entarimado sobre el que se depositarían los productos a conservar.
Han sido identificados en la bibliografía arqueológica ibérica como almacenes
sobreelevados1. N. Álvarez (1997, 165) matizó la interpretación de Llobregat
añadiendo que los bienes y productos del almacén, contenidos en las ánforas
y vasos fragmentados encontrados en la excavación, estaban destinados al
comercio.
Los trabajos recientes han constatado que el edificio original corresponde
a un tipo arquitectónico extraño, no atribuible funcionalmente a un almacén, y

1. La visión global de estos edificios y sus respectivas referencias bibliográficas están recogidas
en Pérez Jordá, 2000 y Abad y Sala, 2009.
La Illeta dels Banyets de El Campello. Algo más que un unicum ibérico267

que un tiempo después fue objeto de una reforma drástica que anuló su función
inicial (Olcina et alii, 2009, fig. 219) (comparar figs. 4 y 11). En un primer
momento estaba construido como un estrecho edificio rectangular de unos 12
m de longitud por 3 de ancho, con 11 muros adosados al muro zaguero y un
ancho porche que ocupaba casi la totalidad de la fachada. El techo del porche
se sustentaba mediante pilares de madera apoyados sobre piedras calizas, colo-
cadas a su vez sobre bloques escuadrados de arenisca. El suelo era el mismo
pavimento de la calle 1, lo que confirma que se trataba de un espacio abierto.
Solo el cuadrante norte debió estar cerrado, a juzgar por los restos de dos
muros que delimitaban esta zona (Olcina et alii, 2009, 195-197). Con la ter-
cera pavimentación de la calle 1 el edificio sufrió una profunda transformación
consistente en el cierre del porche y su compartimentación en dos estancias
y la obliteración de los espacios entre los muros paralelos con tierra y los
abundantes fragmentos cerámicos encontrados por Llobregat (Olcina et alii,
2009, 120). Las estancias se rellenaron hasta alcanzar la altura de los muros
paralelos, ya amortizados, por lo que probablemente se igualó la cota del suelo
de ambas partes del edificio (Olcina et alii, 2009, 197). Los fragmentos de
ánforas y de otros vasos fueron empleados como cascote y tenían función
constructiva, por tanto, no podemos mantener que fueran los envases de los
productos comercializados. La cronología de estos materiales entre el siglo iv
y los primeros años del iii a.C. (Álvarez, 1997, 161) permite fechar la reforma
en este último siglo. Por todo ello creemos conveniente poner en cuarentena
la visión tradicional del edificio, al menos en los términos en los que se ha
publicado, y buscar otras opciones para su función.
Finalmente, otro dato importante ha sido la confirmación de los primeros
edificios destinados a la transformación de materias primas. Uno de ellos es una
almazara (Fig. 4 y 8). Fue objeto de varias reformas a lo largo de su vida útil,
aunque mantuvo los elementos principales para su función (Martínez, 2014):
una gran plataforma de piedras diseñada para soportar fuertes presiones, que
muy probablemente sustentaría una prensa de viga del tipo A1 de Brun (2004,
14), y dos piletas colocadas a distinta altura para la decantación.
Cerca de la plataforma se localizaron los serones de esparto imprescin-
dibles para el prensado de la oliva, así como un punto de calor y una olla de
cocina para calentar el agua necesaria en la extracción del aceite durante el
prensado. El hallazgo de varios molinos rotatorios empleados en la moltura y
numerosos huesos de aceituna confirman la función de almazara. Tiene interés
asimismo el descubrimiento de un sacrificio ritual en el interior del edificio,
consistente en el depósito ordenado de huesos de ovicáprido con todas las par-
tes del cuerpo representadas.
El segundo edificio es un espacio para el tratamiento de pescado del que
solo se conserva una nave alargada que Llobregat interpretó como una estancia
268 Manuel Olcina Doménech, Adoración Martínez Carmona y Feliciana Sala Sellés

Fig. 8: Vista cenital de la almazara y edificio anexo

para la limpieza de pescado (Fig. 4). Fue sondeada en el año 2000 y en su


interior se recuperaron numerosos restos de ictiofauna. El conjunto se com-
pletaba con un espacio anexo al noroeste con los restos de un horno y otro con
dos piletas, aunque pudo haber al menos dos más, según describe Figueras
Pacheco en 1933 (Olcina et alii, 2009, 39, 94). Llobregat también documentó
una plataforma que se extendía en suave pendiente desde las piletas hasta la
cisterna, en esos momentos utilizada ya como vertedero, y pensó que serviría
para limpiar los desperdicios de pescado mediante el baldeo con agua. Los
datos recientes demuestran que el espacio ocupado por la plataforma es en rea-
lidad una calle transversal que comunicaba las calles 1 y 3, lo que no invalida
que, bien pavimentada, se utilizara igualmente para la evacuación de desperdi-
cios como describía Llobregat.

Los nuevos espacios productivos


Al siguiente momento constructivo dentro de la segunda fase urbanística
corresponden dos nuevos edificios destinados a actividades productivas: el
La Illeta dels Banyets de El Campello. Algo más que un unicum ibérico269

Fig. 9: Planimetría de la segunda fase urbanística de la Illeta dels Banyets, fase IB/IB
II-2. Último tercio del siglo IV a.C. En negro, las construcciones no excavadas visibles en
superficie; en gris, esquina noreste, construcciones excavadas en los años 30, no visibles en la
actualidad.

primer lagar y la denominada «casa del horno» por Llobregat (Fig. 9). La cerá-
mica ática y las ánforas ebusitanas asociadas a la repavimentación de las calles
datan estas construcciones todavía en los años finales del siglo iv a.C.
En el lagar se documentan hasta tres remodelaciones que coinciden grosso
modo con las pavimentaciones de la calle 1 (Olcina et alii, 2009, 228-231, fig.
264 y 266)2. Se abrieron y cerraron umbrales, se cambió la distribución de las
habitaciones y en la última reforma se redujo notablemente la superficie de
uso, sin que se modificara la función del edificio. El departamento Ib 42 dis-
puso en todo momento de dos piletas contiguas a distinta altura, de diferentes
dimensiones y revestidas con un fino mortero de cal (Martínez y Olcina, 2014,
23) (Fig. 10), además de una plataforma cuadrangular de piedra. Muy cerca
del umbral de entrada se ha localizado un enterramiento infantil en fosa. Se
trata de un niño de edad perinatal sin rasgos de muerte violenta; se depositó
en posición fetal, con la cabeza hacia el oeste y mirando al sur. Como ajuar

2. Fue excavado parcialmente por Figueras Pacheco en 1935.


270 Manuel Olcina Doménech, Adoración Martínez Carmona y Feliciana Sala Sellés

Fig. 10: Detalle de una de las piletas del primer lagar revestida con mortero de cal.

presentaba un colgante circular de piedra con orificio central situado a la altura


del pecho.
La primera producción de vino en la Contestania está atestiguada en el s.
vi a.C. en l’Alt de Benimaquia (Dénia). Varios conjuntos compuestos de plata-
forma de adobe y pileta más baja revestida de arcilla aparecieron asociados a
abundantes pepitas de uva3. Desde entonces no se documenta otro lagar en la
Contestania ibérica hasta el de la Illeta. Aquí, el equipamiento de doble pileta
y revestimiento con mortero de cal supone, además del avance tecnológico,
una fábrica constructiva ajena a la cultura arquitectónica contestana. Los para-
lelos peninsulares los tenemos en los lagares del Castillo de Doña Blanca y las
Cumbres del Puerto de Sta. María (Cádiz) (Ruiz et alii, 1998, 390, fig. 1), si
bien el lagar de la granja sarda de Truncu E’Molas coincide exactamente en
número de piletas y revestimiento de las paredes (Pérez et alii, 2010, 299, fig.
2).
La «casa del horno» es un edificio con tres departamentos que también
fue objeto de cambios (Olcina et alii, 2009, 81). El central, más ancho que los
laterales, es un espacio descubierto con una plataforma rectangular adosada a
un lateral. En una reforma posterior se construyó una estructura semicircular

3. Remitimos al trabajo de Pérez Jordá de 2000 para una completa síntesis de los lagares proto-
históricos del País Valenciano y sus referencias bibliográficas. La más reciente publicación
sobre l’Alt de Benimaquia es de C. Gómez Bellard en 2014.
La Illeta dels Banyets de El Campello. Algo más que un unicum ibérico271

hueca que montaba parcialmente sobre la plataforma. Llobregat interpretó


dicha estructura como un horno, aunque no hemos podido confirmar la exis-
tencia de una fuente de calor. En los diarios de excavación no se mencionan
equipamientos que pudieran dar alguna pista sobre la función de la estancia Ib
1, aunque sí destaca el hallazgo de dos grafitos sobre cerámica ática, uno en
escritura greco-ibérica y el segundo en púnica. A la estancia Ib 3 se accedía
directamente desde la calle 1. Los abundantes restos de esparto picado y un haz
de cuerda trenzada asociada a un vástago de hierro encontrados en su interior
indican que este espacio podría estar destinado al trabajo del esparto (Olcina
et alii, 2009, 100).

Las últimas construcciones en la primera mitad del siglo iii a.C.


La presencia de un borde cerámico del taller de las Pequeñas Estampillas data
la tercera pavimentación de la calle 1 a fines del siglo iv o principios del siglo
iii a.C. En relación con este pavimento se construye un nuevo lagar con inno-
vaciones tecnológicas notables (Fig. 11). Ocupaba toda la manzana central del
yacimiento y tenía acceso desde las calles 1 y 3. La parte exhumada muestra
dos cuerpos claramente diferenciados. El primero en ser construido, de planta

Fig. 11: Planimetría de la segunda fase urbanística de la Illeta dels Banyets, fase IB/IB II-3.
Principios del s. III a.C. En negro, las construcciones no excavadas visibles en superficie; en
gris, esquina noreste, construcciones excavadas en los años 30, no visibles en la actualidad.
272 Manuel Olcina Doménech, Adoración Martínez Carmona y Feliciana Sala Sellés

Fig. 12: Imagen de las piletas superior e inferior del segundo lagar, en la manzana 3 de la Illeta
dels Banyets, construido a principios del siglo III a.C.

cuadrangular, tenía acceso desde la calle 3 a través de un amplio umbral. El


espacio quedó subdivido en un patio con una plataforma cuadrangular de pie-
dra y adobe y una zona con dos habitaciones. Junto al muro que separaba el
patio de las habitaciones, un cubo de escalera daba acceso a un segundo piso
(Olcina et alii, 2009, 181, fig. 200). La infraestructura del lagar se encuentra en
el segundo cuerpo del edificio. Se trata de dos piletas situadas a distinta altura
y enlucidas con mortero de cal mezclado con polvo de cerámica. Un orificio
en un lateral de la pileta superior vertía directamente en la inferior (Fig. 12). El
suelo de la estancia también estaba pavimentado con mortero de cal.
La Illeta dels Banyets de El Campello. Algo más que un unicum ibérico273

Justo encima de la pileta superior se abría un vano que comunicaba el patio


con el lagar, como se muestra en la musealización (Fig. 13). Como hipótesis
proponemos que la uva llegaría al patio cargada en carros y, desde el muelle
de descarga que pudo ser la plataforma de piedra y adobe, los canastos con
uva se vaciarían en la pileta superior a través del vano. Ahí se pisaría, el mosto
vertería en la pileta inferior y de aquí pasaría a los envases para completar
el proceso de vinificación. Este es un sistema de probada eficacia que se ha
conservado hasta nuestros días. Un ejemplo de época romana lo tenemos en la
villa del Fondo Agricoltura de Pompeya, donde una amplia ventana permitía
verter la uva directamente a la pileta de prensado desde la calle (Stefani, 2000,
62, fig. 31). También se documenta en lagares tradicionales actuales como el
de Orito (Monfort, Alicante) (Pastor Alonso, 2008-09, 50), el de Torrijos en el
parque natural de los Montes de Málaga y el lagar de los Alvaricos en Noceda
del Bierzo (León).
Los púnicos impulsaron el cultivo de la vid y la fabricación de vino a partir
del siglo iv a.C. En estas fechas se documenta vitis vinífera en los alrededores
de los puertos de Cartago y se justifica por la adopción de costumbres helenís-
ticas por parte de las familias privilegiadas, entre las que se encontraba el con-
sumo de vino (Prados, 2011, 12-13). Los análisis carpológicos en la Illeta dels
Banyets muestran la abundancia de semillas de vitis vinífera sobre otras espe-
cies vegetales, sobrepasando incluso al cereal que suele ser el predominante en
los yacimientos ibéricos contemporáneos por constituir la base de la alimenta-
ción humana. La presencia de uva no implica por sí sola la fabricación de vino,

Fig. 13: Detalle de la musealización del lagar del siglo III a.C., con las piletas a distinta altura
y el vano indicado sobre la pileta superior por el que se vertería la uva desde el patio para su
pisado. En segundo plano, el puerto y la población del Campello.
274 Manuel Olcina Doménech, Adoración Martínez Carmona y Feliciana Sala Sellés

pero en la Illeta están también las instalaciones. El lagar representa un avance


técnico respecto al de la fase anterior. Se generalizó el empleo del mortero
de cal, las piletas se ampliaron y el acceso a ellas con los canastos de uva se
mejoró, lo que, sin duda, supuso una economía de esfuerzos y un aumento de
la productividad. A falta de los análisis que lo confirmen, proponemos que
una mayor producción de vino explicaría la puesta en funcionamiento de los
alfares de las inmediaciones de la Illeta para fabricar las ánforas necesarias
para su almacenaje y transporte.
Avanzada la primera mitad del siglo iii a.C., en una nueva y última remo-
ción del pavimento de la calle se construye la única vivienda documentada
hasta el momento. Llobregat creía que lagar y vivienda formaban un solo
edificio y lo denominó «casa del cura» o «del sacerdote» por ser el de mayor
tamaño y por hallarse frente al templo B (Llobregat, 1990, 108). Sin embargo,
el análisis de las relaciones estratigráficas confirma que son dos edificios inde-
pendientes construidos en dos momentos distintos (Olcina et alii, 2009, fig.
200). La vivienda ocupó el espacio abierto que quedaba entre el lagar y el
templo B reduciéndolo a la calle 2. Como el lagar, tiene doble entrada desde las
calles 1 y 3 y se divide en dos cuerpos de dimensiones similares. Desde la calle
3, a través de un amplio umbral se accede a un patio cuadrangular. Una base de
piedra arenisca situada en el centro indica que pudo estar techado parcialmente
(Olcina et alii, 2009, 149, fig. 166). El acceso principal al segundo cuerpo se
efectuaba desde la calle 1 y también estaba comunicado con el patio mediante
un pequeño vano. Si la comparamos con otras viviendas del mundo ibérico,
no destaca por su tamaño ni por sus equipamientos. Tampoco encontramos
materiales de construcción excepcionales, como los morteros de cal. El único
elemento de cierto prestigio es la decoración pintada mural en una de las estan-
cias, o el pebetero de cabeza femenina y la lucerna de barniz negro asociados
al hogar. Así pues, el interés del edificio radica en su carácter único pues,
cuando en todos los asentamientos iberos de este periodo priman las unidades
habitacionales frente a otro tipo de construcciones, en la Illeta solo existe esta
vivienda que, eso sí, goza de una posición privilegiada frente al templo B. Solo
un personaje dotado de poder y autoridad podría haber ocupado este espacio
en un yacimiento donde el respeto por los espacios públicos está atestiguado y
no se constata la privatización de las vías públicas, salvo por la construcción de
algún que otro banco adosado a las fachadas que estrechan el espacio de paso.

Conclusiones
Lo primero que queremos destacar en la Illeta dels Banyets es su peculiar ubi-
cación en la costa. El enclave está emplazado sobre la prolongación de un
afloramiento rocoso que se adentra en el mar formando dos radas, una al norte
La Illeta dels Banyets de El Campello. Algo más que un unicum ibérico275

y otra al sur, empleadas tradicionalmente como fondeaderos. Aunque en época


antigua fue una península, y así lo testifican las entradas carreteras de algunos
edificios, el hábitat quedaba completamente en medio del mar. Como isla la
conoció su primer excavador, ya que los procesos erosivos marinos hicieron
desaparecer el istmo en fechas históricas. Por ello, en el marco de la arqueolo-
gía filológica propia de los años 30, Figueras Pacheco relacionó el yacimiento
con la Alone de Artemidoro, convencido de que los rasgos descritos en los
textos, ciudad e isla, concurrían en su configuración física (Figueras, 1950,
14). También fundamentaba su teoría en los materiales arqueológicos, porque,
en su opinión, la cerámica griega de figuras rojas confirmaba la cronología y
los fondos de esta cerámica «esgrafiados con caracteres griegos» señalaban la
presencia colonial griega. Se refería a los grafitos con escritura greco-ibérica.
La Illeta dels Banyets fue incluida por E. LLobregat entre los yacimientos
ibéricos más destacados de la Contestania (Llobregat, 1972, 62-63), y como tal
ha sido citada en prácticamente todos los estudios sobre la cultura ibérica. Sin
embargo, el mismo Llobregat, defensor a ultranza de la ibericidad del enclave
durante un tiempo, dejó constancia en los diarios de excavación de la singula-
ridad de algunos registros materiales. En la publicación de 1990 reconocía el
carácter atípico del enclave, imposible de comparar con otros poblados ibéricos
costeros contemporáneos por varias razones: la poca gente que parecía habitar
en el yacimiento, el gran numero de bienes de importación, las inscripciones
púnicas y jónicas, las actividades artesanales, la situación del yacimiento en
una zona aislada y liminar y, en definitiva, la vocación marinera y comercial
del sitio. Por todo ello, lo definió como un «emporion: un lugar en el que
hay una tregua de toda suerte de contiendas porque los dioses así lo quieren»
(Llobregat, 1990, 109). El modelo lo encontraba en los puertos comerciales
del levante Mediterráneo, desde Al Mina en el segundo milenio a la Naucratis
de los siglos iv y iii a.C., pasando por los emporia del Mar Negro. La función
de la Illeta dels Banyets como un emporion de época ibérica tuvo una gran
aceptación, y abrió para la investigación la perspectiva de un comercio en la
costa ibérica participado por los mismos iberos.
Pasando a la arquitectura del enclave, uno de los hallazgos más interesan-
tes ha sido la constatación de una muralla en barrera construida en el istmo,
conformando una bien protegida entrada en bayoneta (Martínez et alii, 2007).
Es imposible saber si hubo un lienzo perimetral ya que la erosión marina ha
hecho desaparecer los muros zagueros que daban al mar, aunque es muy proba-
ble que existiera. Este modelo de fortificación no es inédito en el Mediterráneo
antiguo. Lo tenemos en el yacimiento chipriota del final de la Edad del Bronce
de Maa-Palaeokastro, emplazado en un promontorio idéntico a la Illeta (Fig.
14). El sitio es fundado por micénicos en el 1200 a.C. y se destruye en torno
al 1175a.C. probablemente por incursiones piratas. Aunque reconstruido muy
276 Manuel Olcina Doménech, Adoración Martínez Carmona y Feliciana Sala Sellés

Fig. 14:Vista aérea de Maa-Palaeokastro, en Chipre, con una peculiar ubicación entre dos radas
idéntica a la Illeta dels Banyets.

pronto por sus habitantes, se abandona definitivamente poco después, alrede-


dor de 1150 a.C. La fortificación consiste en dos muros separados. El primero,
con 70 m de longitud, 3,5 m de ancho y una puerta de 4 m, bloquea el istmo,
mientras que el segundo discurre por el borde de la península junto al mar.
Ambos muros fueron construidos con un aparejo que recuerda la fabrica cicló-
pea micénica; para el lienzo frente al mar se emplearon, lógicamente, piedras
de menor tamaño. Maa-Palaeokastro y Pyla-Kokkinokremos, otro enclave con
un registro muy similar, son objeto de debate acerca de su carácter colonial
micénico y su papel en el desencadenante del proceso de helenización de
Chipre (Karageorghis, 1998). Si bien a una escala mayor, en el Mediterráneo
central Nora y Tharros tienen el mismo emplazamiento y tipo de fortifica-
ción, y en la región de Massalia los enclaves indígenas aváticos de l’Arquet y
Tamaris también están ubicados en penínsulas y ambos protegidos de la costa
por murallas en barrera.
Otro registro de gran interés es la comentada ausencia de unidades de habi-
tación. En trabajos anteriores hemos planteado la cuestión de dónde vivían las
personas que trabajaban en las dependencias productivas de la Illeta (Olcina
La Illeta dels Banyets de El Campello. Algo más que un unicum ibérico277

et alii, 2009, 162; Martínez et alii, 2009). Barajamos diversas hipótesis, como
que habitaran en la costa fuera del recinto, pero nunca se han encontrado restos
arqueológicos. Tampoco convence la idea de que se concentraran en la parte del
yacimiento sin excavar, porque en superficie eran visibles al menos tres lagares
más, así como otras construcciones dedicadas a actividades productivas. Por la
existencia de algún cubo de escalera, la hipótesis más plausible hasta ahora es
que se habitara en una planta superior, en tanto que las dependencias del piso
inferior se reservaban a actividades artesanales. En cualquier caso, la ausencia
de viviendas es un hecho anormal en los patrones urbanos iberos y este hipo-
tético modelo de taller en la planta baja y vivienda en la planta superior sería
totalmente ajeno a la arquitectura doméstica ibérica (Belarte et alii, 2009).
Frente a la ausencia de viviendas llama la atención la inédita concentración
de actividades productivas en la Illeta confirmada con los últimos trabajos.
Esta faceta económica añadida a la comercialización de bienes manufactura-
dos hace más compleja la interpretación histórica del enclave. Hasta ahora pri-
maba la visión puramente comercial ante un entorno terrestre del yacimiento
caracterizado por tierras de poca calidad y una falta endémica de agua. Sin
embargo, la península de la Illeta dels Banyets fue ocupada de forma intermi-
tente desde el Eneolítico hasta época romana y cada ocupación tuvo su propia
singularidad. En el s. xvi se levantó frente al yacimiento una torre vigía contra
las razzias berberiscas y todavía en el s. xix se eligió el mismo punto para ubi-
car un pequeño cuartel de carabineros contra el contrabando por mar. Así pues,
un factor fundamental en la reiterada elección del paraje ha sido la ubicación
en el litoral: al control visual de un tramo de costa de unos 50 km cabe añadir
la protección de las embarcaciones, las propias y las de los comerciantes que
arribaran a la costa, en las radas situadas a ambos lados de la península, así
como la garantía de que los bienes de comercio quedaban a salvo al interior de
la muralla y bajo los auspicios de la divinidad.
La confirmación de dos fases urbanísticas diferentes y consecutivas en el
periodo ibérico también arroja nueva luz. Durante la primera ocupación, entre
la segunda mitad del siglo v y el último tercio del siglo iv a.C., la Illeta ya cons-
tituía un lugar de intercambios con un actividad comercial intensa. La gran
cantidad de ánforas importadas y la calidad de la vajilla ática recuperada en el
relleno de la cisterna así lo confirman. Abunda asimismo la cerámica común y
de cocina púnica de Ibiza, del norte de África y de la zona del Estrecho y, aun-
que más minoritaria, también aparece cerámica etrusca y de la Magna Grecia.
Este conjunto de importaciones tan variado convive con la cerámica propia del
mundo ibérico, asimismo abundante y de diferentes procedencias.
Con la segunda ocupación, la nueva trama urbana sustituye a la primera
prácticamente sin solución de continuidad, y se planifica desde el inicio con
la intención de manufacturar materias primas. Los productos resultantes
278 Manuel Olcina Doménech, Adoración Martínez Carmona y Feliciana Sala Sellés

constituirían el objeto de intercambio: por el momento está constatada la sala-


zón de pescado, la elaboración de aceite y vino y la fabricación de cordajes y
el almacenaje del esparto. Los análisis carpológicos demuestran el consumo de
higos, manzana-pera y granadas, lo que significa el cultivo de árboles frutales
de regadío. Así pues, pese a lo dicho de la escasa calidad de las tierras del
entorno, las materias primas las obtendrían de explotaciones agrícolas cerca-
nas. En este sentido, es llamativo que no aparezcan aperos de labranza en la
Illeta dels Banyets, algo que, por el contrario, sí ocurre en poblados ibéricos
contestanos contemporáneos, como la Bastida de les Alcusses y la Serreta
(Moratalla, 1994 con la bibliografía anterior). El hallazgo de armas –a la fal-
cata y manilla de escudos ya conocidos hay que añadir ahora un regatón de
lanza y otra manilla encontrados en la excavación de la almazara–, así como de
otros objetos de hierro y bronce, no permite argüir que los procesos postdepo-
sicionales acabaran con los objetos de metal. Los habitantes de la Illeta quizá
no fueran cultivadores del campo, sino los receptores de unas materias primas
que después eran transformadas en las instalaciones del enclave y envasadas
en las ánforas fabricadas en sus alfares.
El desarrollo en los últimos años de los estudios de la agricultura feni-
cio-púnica y la revisión de la figura de Magón dejan entrever un paisaje de
explotaciones agrícolas con diferencias notables en el tipo de propiedades,
desde latifundios a pequeñas parcelas de regadío, trabajadas por esclavos, por
hombres libres en un régimen comparable a la aparcería o con un cierto nivel
económico. Coinciden en situar el inicio de la ocupación rural de los diferentes
territorios púnicos para su explotación agrícola en las últimas décadas del siglo
v a.C. y parte del siglo iv a.C. En el tercio suroeste de Cerdeña, en el interior
de Túnez, en la isla de Djerba, en Ibiza y en el sur de la Península Ibérica,
numerosos asentamientos rurales se fueron instalando de forma sistemática
para aprovechar los mejores espacios de cultivo de secano y desarrollar los
regadíos, en los que destacaban la horticultura y la arboricultura, aunque fue-
ron la oleicultura y la vinicultura las que contribuyeron a aumentar la riqueza
de Cartago a partir de las fechas arriba señaladas (Gómez Bellard, 2003; 2006;
González Wagner y Alvar, 2003 y Domínguez, 2004).
La prospección sistemática del territorio que rodea la Illeta ha localizado
un conjunto de pequeños enclaves, que no superan la media hectárea los más
extensos, dispersos entre las laderas de la sierra del Cabeçó d’Or hasta el llano
del entorno más próximo (López y Valero, 2003). Los primeros parecen estar
explotando vetas de hierro con concentraciones llamativas de hasta 39 explota-
ciones mineras en un área de 650 metros de radio. Los del llano están ubicados
en terrenos de secano cercanos al litoral. Sus habitantes no gozaron de un nivel
económico alto, a juzgar por la pobreza de los restos constructivos y la escasa
cerámica visible en superficie que, no obstante, permite fijar su cronología
La Illeta dels Banyets de El Campello. Algo más que un unicum ibérico279

entre los siglos iv y iii a.C. Son, con bastante probabilidad, los asentamientos
de la población que abastecía de materias primas. En este marco espacial, la
Illeta dels Banyets debió tener la iniciativa en la relación con los núcleos mine-
ros y agrícolas, fue el centro productor y canalizaba la salida de los productos
manufacturados.
Dejamos para el final la difícil cuestión de la identidad de los ocupantes de
la Illeta. El registro material y constructivo visto hasta aquí despeja la duda pri-
maria sobre la naturaleza del enclave: por su reducida extensión, su inhóspita
ubicación en medio del mar, su compleja arquitectura y la actividad productiva
y comercial desarrollada, podemos afirmar que la Illeta no fue el tradicional
hábitat ibero. Durante la primera fase urbana, el enclave experimentó una
intensa actividad comercial; en la inmediata segunda fase, puso en marcha un
sistema productivo cuyos productos resultantes tenían la salida comercial a
través del mar, poniendo de relieve una organización económica única, que no
se conoce previamente y tampoco se vuelve a dar en la Contestania ibérica cos-
tera, ni en los territorios de la montaña. Para el periodo comprendido entre la
segunda mitad del siglo v y mediados del siglo iii a.C., los hipotéticos protago-
nistas de semejante empresa en la costa mediterránea peninsular solo pueden
ser comerciantes foceos o púnicos, tal vez con la participación de los iberos. La
perspectiva de una red colonial massaliota entre las costas de Italia y España,
tejida entre los siglos iv y iii a.C. para garantizar las rutas comerciales frente
a la competencia púnica (Bats, 2012, 151-152), podría encajar en el enclave
fundacional aunque no coincide la cronología inicial. No ocurre lo mismo con
el complejo productivo de la segunda fase, donde la manufactura de materias
primas en un marco arquitectónico presidido por dos templos indica una cierta
estabilidad política y, ante todo, la voluntad de permanecer. Esta situación
concuerda bien con el contexto histórico surgido del tratado del 348 a.C., y
en la costa alicantina, además, es imposible pasar por alto la cercanía de Ibiza,
perfectamente visible en los días de buenas condiciones meteorológicas. Por
todo ello, frente a la hipótesis de íberos dirigiendo la empresa económica de
la Illeta aplicando modelos foráneos aprendidos a través de las relaciones de
intercambio, la segunda fase urbanística resulta más coherente con la hipótesis
de la presencia de familias o compañías comerciales púnicas, en cuyas pre-
tensiones no estaba ocupar el territorio costero sino la gestión de sus materias
primas y ampliar las redes comerciales. El registro arquitectónico apunta en
este mismo sentido, así como el registro material mueble, dominado por la
cerámica púnica e ibérica de diversas procedencias. Incluso en la primera fase,
predominan las ánforas ebusitanas del siglo iv a.C. frente a escasas ánforas
griegas, en asociación, eso sí, con una abundante vajilla fina ática de figuras
rojas y barniz negro.
280 Manuel Olcina Doménech, Adoración Martínez Carmona y Feliciana Sala Sellés

Pensando en la oportunidad de un hipotético hallazgo de cartas comercia-


les como las de Pech-Maho o Ampúrias para dirimir esta cuestión, no podemos
terminar sin hacer mención a los numerosos grafitos en escritura greco-ibérica
hallados en la Illeta. Aunque también han aparecido grafitos púnicos, en ibérico
levantino y meridional, cuyo conjunto convierte al yacimiento en un unicum,
no cabe duda de que este enclave de la costa contestana fue uno de los escasos
lugares donde se fraguó la traslación de la grafía jónica al lenguaje ibero.

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UNA CIUDAD BÁRQUIDA BAJO LUCENTUM
(ALICANTE). EXCAVACIONES EN EL TOSSAL DE
MANISES

Manuel Olcina Doménech


Antonio Guilabert Mas
Eva Tendero Porras
Museo Arqueológico Provincial de Alicante, MARQ

Bajo la Lucentum romana, a 3’5 kilómetros al NE del centro de la ciudad de


Alicante, se erigió un primer asentamiento urbano datado en el último tercio/
cuarto del siglo iii a.n.e., que viene siendo excavado desde los años 90 del
siglo xx (Olcina y Pérez, 1998, 38-40; Olcina y Pérez, 2003, 93; Olcina, 2005,
167; Olcina, 2006, 105-108; Olcina [ed.], 2009a, 40-42; Olcina et alii, 2010).
Las primeras propuestas explicativas de la nueva fase de excavaciones –pre-
viamente fue intervenido por el Conde de Lumiares en 1776, J. Lafuente entre
1931-1933 y 1954, F. Figueras en 1934-1935, M. Tarradell y A. Ramos en 1958,
E. Llobregat en 1965, este con M. Tarradell en 1966-1967 y, finalmente, J. M.
J. Gran Aymerich en 1973–, contemplaban la intervención directa o una mar-
cada influencia púnica en la fundación del enclave (Olcina y Jiménez, 1998, 57
y 2003, 93; Olcina, 2005, 164), dentro del plan de ordenación y consolidación
territorial de la familia de los Barca en la Península Ibérica (Bendala, 1987,
146; 1990, 26 y 2005, 44-45; Olcina, 2005, 164).
En los últimos años se ha podido afianzar esta hipótesis, decantándonos
por el supuesto de la intervención directa cartaginesa, dentro de una decisión
estratégica de carácter regional (Olcina et alii, 2010, 235) que implicó tanto
el control de la costa al norte de Qrtḥdšt (posteriormente Carthago Nova y
actual Cartagena, Región de Murcia) –traducido en el dominio visual de 50 km
de litoral, desde la Serra Gelada de Benidorm al Cabo de Santa Pola, ambas
en la provincia de Alicante–, así como de un excelente fondeadero, refugio,
punto de aguada y puente de penetración a las vías de comunicación interiores,
286 Manuel Olcina Doménech, Antonio Guilabert Mas y Eva Tendero Porras

Lattes
Massalia/Marsella

Rhode/Rosas
Emporion/Ampurias

Tarraco

Arse/Sagunto
Ses Païses S’Olivar des Mallorquí
Ỳbshm
La Serreta
Cástulo TOSSAL DE MANISES
Bæcula La Escuera
Qrtḥdšt
Carmo/Carmona Baria/Villaricos
Gadir

Kouass

Figura 1. Localización del Tossal de Manises y otros yacimientos mencionados en el texto.

en especial hacia el norte montañoso alicantino, donde se ubica La Serreta


(Olcina, 2005, 171-173; Olcina et alii, 2010, 234-235), y el valle del Vinalopó.
Ocupaba, además, un papel destacado como punto fuerte de la ruta marí-
tima costera entre las dos ciudades más preeminentes del E de Iberia: Qrtḥdšt
e Ỳbshm –Ibiza– (Olcina, 2005, 164, n. 47), abundando en la idea de que la
implantación territorial cartaginesa en el SE correspondió al afán de contro-
lar militarmente el eje costero que de facto prolongó hacia el N la esfera de
influencia tradicional de Cartago (Bendala, 2010, 453; Moret, 2013, 38). Así,
Qrtḥdšt y el Tossal de Manises se constituyeron como auténticas bases mili-
tares bárquidas, confirmando lo que las fuentes clásicas dejaban entrever: un
programa ambicioso que modificaría en profundidad el equilibrio de fuerzas
en el Mediterráneo Occidental, ayudándonos a comprender las causas que
precipitaron la Segunda Guerra Púnica (Moret, 2013, 42) y el alcance de las
consecuencias del conflicto a su finalización que, en la Contestania, comienza
a definirse con claridad (Olcina et alii, 2014b; Olcina y Ximénez de Embún,
2014, 110).
Esta propuesta se fundamenta en las evidencias arqueológicas obtenidas
en esta última fase de excavaciones, su secuencia estratigráfica, sus conjuntos
Una ciudad bárquida bajo Lucentum (Alicante). Excavaciones en el Tossal de Manises287

materiales y sus rasgos arquitectónicos, que han constituido la base sobre la


que formular una nueva lectura del Tossal de Manises. Esta nueva interpreta-
ción fue avanzada en un artículo previo (Olcina et alii, 2010), permitiéndonos
este trabajo, entiéndase como segunda parte de aquel, argumentar in extenso
las bases sobre las que se cimenta la interpretación actual de los restos del
yacimiento alicantino. Este venía siendo explicado por los distintos ensayos
existentes sobre su secuencia, desde la primera aproximación de J. Lafuente
(1934), pasando por las correcciones de F. Figueras (1940 y 1959), a la plan-
teada por M. Tarradell y E. Llobregat, quienes proponían una sucesión de tres
ciudades: una ibérica (siglos iv-iii a.n.e.), una tardorrepublicana (siglos ii-i
a.n.e.) y la altoimperial, que perduraría hasta el siglo iii d.n.e. (Llobregat y
Tarradell, 1966-1968, 145). No es este lugar para analizarlas, sino para esta-
blecer el punto de partida de nuestros trabajos, que no era otro que el de la
negación de estratigrafías fidedignas en el yacimiento.
Su escasa fiabilidad venía señalada por el carácter revuelto de tierras y
materiales, del que solo muy pequeñas áreas se vieron libradas (Llobregat,
1972, 68 y 71), permitiendo sólo una visión evolutiva a grandes rasgos, situa-
ción que el mismo E. Llobregat (1990, 92-93) esperaba fuera subsanada con
el reinicio de las excavaciones. Estas pronto comenzarían a dar sus frutos,
vinculadas además a un programa de recuperación, conservación y puesta en
valor del yacimiento, de modo que la periodización al uso comenzó a ser mati-
zada. En el período que nos concierne, los ajustes se centraron especialmente
en la fase ibérica plena –que supuestamente arrancaba a finales del siglo v o
inicios del iv a.n.e. y para la que ya se señalaba la descontextualización de sus
materiales–, y en los niveles del siglo ii a.n.e. –caracterizados por la ausencia
de datos urbanísticos–, poniendo a su vez énfasis en las transformaciones y
envergadura de los restos datados en las décadas finales del siglo iii a.n.e.
(Olcina y Jiménez, 1998, 35, 38-39 y 41).
Estos trabajos supusieron la redefinición de la problemática estratigráfica
del yacimiento, permitiendo las intervenciones de 1999 y 2001-2003 el esta-
blecimiento de la nueva periodización del enclave. Esta comprendía nueve
fases sucesivas, en las que se repartían desigualmente veinte horizontes estra-
tigráficos, que posteriormente han sido ampliados, con las mismas fases, a
veintitrés horizontes sucesivos aunque no continuos (Olcina et alii, 2014a,
255, fig. 1). Los niveles bárquidas que analizamos corresponden a la Fase II de
esta periodización, estando subdividida en II.1 (construcción del encintado y
nivelaciones interiores), II.2a (urbanización interior del enclave), II.2b (modi-
ficaciones y usos del proyecto prístino) y II.3 (destrucción). Está teóricamente
precedida por la Fase I, ibérica plena, in absentia, y será sucedida por la Fase
III.1, tardorrepublicana, que ocupa todo el siglo ii a.n.e.
288 Manuel Olcina Doménech, Antonio Guilabert Mas y Eva Tendero Porras

Fase I, Ibérico Pleno, in absentia


Su inclusión en la periodización obedece a los materiales arqueológicos de fase
ibérica plena recuperados, diferenciándose cuantitativamente de los materiales
de otros períodos, que aparecen muy esporádicamente y siempre descontextua-
lizados, ya que en todo el extremo oriental intervenido la secuencia arrancará
siempre, como muy pronto, en la Fase II. Si bien no podemos descartar tajan-
temente la existencia de un establecimiento previo, lo cierto es que en nin-
guna de las recientes intervenciones han sido detectados niveles arqueológicos
anteriores al horizonte de fundación urbana que analizamos, asentando todos
los estratos de este momento sobre el substrato rocoso o sobre sedimentos
naturales (Olcina, 1999; Olcina, 2005, 158; Olcina et alii, 2010, 232), hecho
que parecen confirmar los datos de las intervenciones de los años 30 y 60 del
pasado siglo, así como las actuaciones más recientes realizadas hasta 2016.
Los materiales, datados entre finales del siglo v y comienzos del iv a.n.e.
hasta segundo tercio de la tercera centuria, se concentran en los rellenos de
la primera muralla y en las regularizaciones que la acompañan al interior del
enclave (Olcina et alii, 2010, 231-232), pareciendo fruto del acarreo desde
puntos cercanos a la obra, preferiblemente de las zonas llanas aledañas, sin
descartar totalmente la posibilidad de que proceda de otros puntos del cerro.
Ni tan solo la cima, señalada anteriormente con reservas como el único punto
donde era posible plantear la existencia de niveles prebárquidas (Olcina, 2005,
157-158 y n. 27; Olcina et alii, 2010, 232), ha resistido la revisión de contextos
y materiales realizada, reproduciendo la secuencia del resto del yacimiento,
datos que se suman a una serie de matizaciones sobre la datación y evolución
del ánfora del tipo T7112 allí localizada, que más adelante analizaremos.
La posible existencia de un núcleo habitado previo a la urbanización de
época bárquida es indisociable de la realidad arqueológica de la zona. Su
antecesor, el Tossal de les Basses, es un establecimiento urbano de 3’5 ha. de
extensión ubicado en una pequeña elevación de 12 msnm, junto a la margen
derecha de la zona húmeda de La Albufereta, la opuesta a la del Tossal de
Manises, distando de él 350 m. Cuenta con barrios artesanales, un embarca-
dero, un posible santuario dedicado a la navegación y un área cementerial
inmediata, fijándose su datación entre principios del siglo v e inicios/mediados
del siglo iii a.n.e. (Rosser y Fuentes, 2007, 36-50; Rosser et alii, 2008; Verdú,
2005 y 2014), precisamente la que arrojan los materiales descontextualizados
del Tossal de Manises. Caso de haber existido un pequeño asentamiento con-
temporáneo, posiblemente obedeció a la falta de control visual de la ciudad
ibérica del Tossal de les Basses, de la que dependería, ocupando un punto
elevado en su mayor obstáculo frente al mar, precisamente para garantizar el
dominio visual sobre la costa y el interior, como instrumento de control y ges-
tión de su territorio.
Una ciudad bárquida bajo Lucentum (Alicante). Excavaciones en el Tossal de Manises289

En el estado actual de la investigación, el Tossal de Manises y el Tossal


de les Basses no se superponen cronológicamente; no hay una fundación de
un nuevo núcleo habitado junto a un poblado que seguiría sin variar su impor-
tancia o papel en el poblamiento de la zona, por lo que el Tossal de Manises
marcará un cambio en el patrón de asentamiento. Lo que no podemos resol-
ver por ahora es si entre ambos establecimientos hubo un hiatus o bien una
continuidad poblacional con cambio de emplazamiento (Olcina et alii, 2010,
233-234 y 245), pero sí afirmar que la elección de un espacio elevado frente a
otro llano para el emplazamiento de la nueva ciudad parece deberse, a escala
microterritorial, a cuestiones de control espacial, visibilidad y mejoras estra-
tégicas para su defensa. Con esta evolución del poblamiento alrededor de la
antigua manga marina, la necrópolis de La Albufereta corresponderá en sus
dos fases a ambos enclaves, al Tossal de les Basses la más antigua y al Tossal
de Manises su horizonte más reciente (Verdú, 2005, 122 y 2014).

Fase II.1, época bárquida, amurallamiento


Sobre el Tossal de Manises, ya en época bárquida, detectamos el estableci-
miento de, según los datos disponibles, un nuevo enclave. Fue determinante en
su ubicación la elección de una posición elevada junto a una zona de marjal,
que contaba con una pequeña manga marina que penetraba hacia el interior,
empleada durante los períodos ibérico y romano como embarcadero (Ortega et
alii, 2004; Rosser et alii, 2008), y rodeada de suelos de capacidad agrológica
de media a baja (Frías, 2010, 150). Junto a esta pequeña albufera, se eleva
hasta los 38 msnm el cerro solar del yacimiento, entre el Cabo de la Huerta y la
Serra Grossa, ocupando el corazón de una ensenada protegida de los vientos,
del mar de leva y de los temporales del primer cuadrante, dominantes en la
zona (Tros-de-Ilarduya, 2005, 346; 2012, 191).
Fue este promontorio el elegido en el último tercio del siglo iii a.n.e. para la
construcción de una potente fortificación que ocupa una superficie de unas 2’5
ha. La nueva obra se caracteriza por la homogeneidad constructiva, tanto de la
compleja muralla como de los equipamientos interiores (Olcina et alii, 2010,
234), y por su coherencia estratigráfica, que denota el arranque simultáneo de
la secuencia en todos los puntos alcanzados por las excavaciones, incluida la
culminación del cerro. El espacio cercado por la fortificación, de la que nos
hemos ocupado en otros trabajos (Olcina y Pérez, 1998, 56-57 y 2003, 92-94;
Olcina, 2005, 158-161; Olcina [ed.], 2009a, 66-68; Olcina et alii, 2010, 235
y ss.), ocupa la cima del cerro. Presenta la silueta de un hacha, resultado de
englobar el punto más elevado y una pequeña elevación secundaria, determi-
nada por motivos defensivos, ya que su exclusión hubiera comprometido la
integridad del recinto. La muralla discurre a media altura de las pendientes,
290 Manuel Olcina Doménech, Antonio Guilabert Mas y Eva Tendero Porras

Figura 2. Estructuras de Fase II.1.


Una ciudad bárquida bajo Lucentum (Alicante). Excavaciones en el Tossal de Manises291

aprovechando al máximo las posibilidades topográficas para optimizar las


defensas, contrastando la exigüidad del área amurallada con la sofisticación
del conjunto, distante tipológicamente de los paralelos indígenas contempo-
ráneos y vinculado a los conceptos de la poliorcética helenística mediterránea
(Quesada, 2007, 92-97; Olcina et alii, 2010, 245; Moret, 2013, 40).
Coetánea a la edificación de la muralla es la construcción de la Cisterna
Helenística I, que quedará integrada en la «Casa del Patio Triangular» (Olcina
et alii, 2010, 238), ya que la cara interior de la cerca y el lateral de la obra
hidráulica fueron erigidos simultáneamente, arrancando la cara interna del
lienzo defensivo una vez superada la superficie de tránsito del depósito. Con
ella se incorporarán en esta fase tanto modelos constructivos como técnicas
foráneas –cisternas a bagnarola y opus signinum– que, unidas a las innovacio-
nes poliorcéticas que denotan las defensas, confieren al yacimiento desde esta
fase un marcado carácter propio.
Al interior del enclave, en este mismo momento, se identifican las primeras
nivelaciones sobre la roca y sobre algunos estratos naturales –que se limitan
a arenas compactas de tonalidades amarillentas, una capa negruzca situada
siempre en zonas bajas del yacimiento (Olcina, 1999 y 2005, 158), o estra-
tos de tonalidad castaña muy oscura y arcillosa, localizados recientemente–.
Estos estratos naturales, cortados o cubiertos directamente por las defensas del
enclave, son obliterados al interior de las mismas por pequeñas nivelaciones y
regularizaciones –con espesores situados entre los escasos milímetros y los 28
cm detectados en la Calle I–, que acondicionan la superficie irregular del cerro
para facilitar su primera ocupación atestiguada, apoyándose puntualmente
contra muralla y torres, viéndose afectadas por diversas huellas de poste. Estas
aparecen bien aisladas, formando alineaciones rectas y curvas o concentracio-
nes, siendo interpretadas como restos de posibles estructuras endebles rela-
cionadas con los responsables de la construcción del sistema defensivo, no
tratándose en ningún caso ni de restos asociados con un hábitat previo, ni de
elementos estructurales vinculados con la edificación de las defensas, como sí
se han interpretado en la excavación de la muralla bárquida de La Milagrosa,
en Cartagena (Marín, 2001-2002, 496).
Un último elemento sobre el que no podemos ser categóricos es el de la
posible fundación de la Calle I en este momento, o inmediatamente después.
Detectada en un sondeo realizado en el centro de la plaza del foro romano, a
más de 2 m por debajo del nivel de pavimento altoimperial, y sobre la roca,
arranca la secuencia de la primera vía asociada a la fase bárquida del enclave
(Olcina et alii, 2012, 8; Olcina et alii, 2014a, 256). Las primeras nivelaciones y
superficies de tránsito requieren un muro de contención por el SSO que no pudo
ser alcanzado por la cata, por lo que no podemos confirmar si esta arrancará en
esta fase o en la inmediatamente posterior, ya asociada a la urbanización plena
292 Manuel Olcina Doménech, Antonio Guilabert Mas y Eva Tendero Porras

del espacio al interior de la muralla, inmediatamente posterior. Sin embargo,


el comportamiento diferencial de las primeras regularizaciones, que llegan a
alcanzar los 30 cm de potencia, en comparación con los niveles claramente
asignados a la calle, así como el lote de materiales que las acompañan, idéntico
al detectado en el resto de contextos de este momento, hacen que no podamos
desestimar esta opción.
Las unidades estratigráficas de esta fase, aportaron un conjunto signifi-
cativo de materiales, entre los que se contabilizan gran cantidad de fragmen-
tos residuales. Aparte de las producciones ibéricas adscribibles al horizonte
pleno, pertenecerían a este momento una imitación de plato de la forma L. 23
y un fragmento con decoración vegetal compleja, idéntico a los de Edeta o
La Serreta. Se contabiliza un notable grupo de importaciones, que comprende
fragmentos de ánforas púnicas peninsulares y ebusitanas de las formas T1213
y T1312 –finales del siglo vi y v a.n.e. (Ramón, 1995, 168)–, sarda T4113 –de
mediados del siglo v a inicios del siglo iv, con reservas (Ramón, 1995, 188)– y
centro mediterránea T5232 –del último tercio del siglo iii a.n.e. (Ramón, 1995,
199)–.
En lo referente a la vajilla fina, aparecen ejemplares de barniz negro ático
de las formas L. 21, 22, 23 y 42 –de los siglos v y iv a.n.e.– y un fragmento
de figuras rojas del Grupo de Viena 116 –de primera mitad del siglo iv a.n.e.
(Cabrera y Rouillard, 2004, 91-95)–. A ellas podemos añadir nueve bordes/
perfiles del Grupo de las Pequeñas Estampillas, de origen romano-lacial,
correspondiendo cinco a cuencos de borde reentrante de la forma L. 27ab,
la mejor representada en la Península Ibérica –una producción iniciada en el
siglo iv y que perduraría hasta finales de la tercera centuria a.n.e. (Ferrandes,
2008, 368-370; Stanco, 2009, 159)–. También se identifican en esta fase frag-
mentos informes de campaniense A, documentándose las formas L. 27ab y L.
36, con un ejemplar cada una, y L. 28ab, con dos, así como un fragmento de
forma cerrada no identificada, que acompañan a diversos fragmentos informes
de barniz negro púnico1 de procedencia centromediterránea2, entre los que se
identifica una copa (L. 28ab) y, tal vez, un ejemplar de plato de pescado (L.
23) aparecido en los primeros niveles de la Calle I –siendo el único material
destacado del conjunto aportado por las primeras nivelaciones de la vía–. Junto

1. Pese a distinguirse en una primera aproximación ejemplares con engobes negruzcos y rojizos,
e incluso algunas piezas que los combinan al interior y el exterior, se trata de produccio-
nes encuadrables dentro del fenómeno de implantación del barniz negro en un amplia gama
de piezas de vajilla, una moda que paralelamente afectó a buena parte de los talleres del
Mediterráneo Central (Cartago-Túnez, Sicilia y Cerdeña) y del Atlántico (Gadir y Kouass)
desde finales del siglo iv, si bien en estos últimos sí coexistió con la fabricación intencional de
barnices rojos (Ramón, 2012b: 586).
2. Agradecemos a J. Ramón Torres la ayuda prestada en la identificación de las piezas.
Una ciudad bárquida bajo Lucentum (Alicante). Excavaciones en el Tossal de Manises293

1
0 5cm

0 5cm

Figura 3. Materiales de Fase II.1: 1, ánfora centromediterránea (T5232); 2, campaniense A


(L. 28ab); 3-5, Grupo de las Pequeñas Estampillas (L. 34a, L. 28ab, L. 27ab).

a ellas identificamos producciones ebusitanas de cocción reductora y barniz


negro y un informe de probable procedencia calena, de tipo arcaico.
Entre las cerámicas comunes y de cocina importadas se catalogan frag-
mentos informes de producciones púnicas norteafricanas, así como la base de
un mortero púnico-ebusitano de la forma AE-20/I-167 –producida desde el
siglo iv a.n.e. (Ramón, 2011, 183) hasta la centuria siguiente (Ramón, 2012a,
238 y 2012b, 589)–. Este fragmento de base, datado en la Fase II.1, pertenece
a la misma pieza que otro localizado en la «Casa del Patio Triangular», adscrita
al momento inmediatamente posterior (II.2a), separándolos una distancia de
294 Manuel Olcina Doménech, Antonio Guilabert Mas y Eva Tendero Porras

unos 38 m, que pone en evidencia el uso de rellenos aportados durante la cons-


trucción del enclave y su magnitud, así como la inmediatez de ambas fases,
certificada además por sus relaciones estratigráficas y arquitectónicas.
La presencia de vasos del Grupo de las Pequeñas Estampillas, el escaso
peso de la campaniense A –limitada a las formas L. 27ab y 28ab, presentes
desde la fase arcaica–, y la ausencia de ánforas greco-itálicas, han sido emplea-
dos en la costa central de Cataluña como indicadores de la facie cerámica de
importación datada entre los años 250/240 y 220 a.n.e., previa a la Segunda
Guerra Púnica, marcada allí por el predominio absoluto de los talleres de Rosas
(Sanmartí et alii, 1998, 122), que no identificamos en este horizonte del Tossal
de Manises. Esta facie adquiere rasgos de similitud con los contextos de Lattes
(Hérault, Francia) fechados entre los años 250 y 225 a.n.e. (Adroher, 1998, 219,
222 y 228-230) o con los más próximos de Qrtḥdšt, especialmente la Fase 5 del
tramo de la muralla púnica de La Milagrosa, arrasada para la construcción de
la cerca defensiva bárquida (Ruiz, 2000, 25-26 y 36), donde están bien repre-
sentadas las campanienses A de las formas 27ab y 28ab, los cuencos L. 27ab
del Grupo de las Pequeñas Estampillas y las producciones engobadas púnicas
y púnico-ebusitanas. El ejemplar identificado de ánfora centro-mediterránea
T5232, elevaría la cronología ya a inicios del último tercio del siglo iii a.n.e.,
sin que se detecten materiales cuya fecha de inicio de producción se sitúe más
allá del 225/220 a.n.e., cuando aparecerá la forma L. 36 en campaniense A,
dato que se muestra coherente con el horizonte cronológico definido por la
siguiente fase, que se le superpondrá y/o adosará de forma inmediata.

Fase II.2a, época bárquida, urbanización


Las nivelaciones y las huellas de poste asociadas al horizonte de construcción
del complejo defensivo fueron rápidamente obliteradas por la urbanización
interior del enclave, indicadora de la inmediatez de la ejecución del proyecto
urbanístico y su planificación conjunta (Olcina et alii, 2010, 234 y 245). Será
en este momento cuando tanto las distintas unidades arquitectónicas como sus
equipamientos, destacando especialmente el caso de la Cisterna Helenística II
–también a bagnarola–, se apoyen en la línea defensiva y las torres. Junto con
estas construcciones aparecerán una serie de fosas muy próximas a la muralla.
Una de ellas, localizada en la Estancia IX y adosada al paramento que une las
torres VI y VIII, contenía un ejemplar joven de caballo sacrificado por decapi-
tación, de entre 12 y 15 meses de edad, según el análisis realizado por Miguel
Benito Iborra, sellada por tres losas calizas de buen tamaño. Muy próximas
al hallazgo del équido, en la Estancia X, se exhumaron, en sendas fosas y
dispuestas horizontalmente, dos ejemplares de ánfora centromediterránea del
tipo T5231, colocadas en paralelo a las estructuras interiores ya erigidas. Este
Una ciudad bárquida bajo Lucentum (Alicante). Excavaciones en el Tossal de Manises295

hallazgo no parece estar aislado ya que la revisión de los diarios de excavación


de F. Figueras señalan, en marzo de 1935, la aparición de un ejemplar de ánfora
ebusitana del tipo T8131 en su Calle n.º 2, en una fosa excavada en la roca y en
posición horizontal, cubierta por dos losas. Finalmente, en la cima del cerro,
apareció colocado, en una fosa excavada en la roca, un ejemplar completo del
tipo anfóricoT7112, con pasta del grupo «Cartago-Túnez» y asignada anterior-
mente, con reservas, a una posible ocupación anterior (Fase I). Su colocación,
en vertical, contrasta con el resto de los ejemplares descritos, suponiéndosele
una función distinta.
La seriación arquitectónica ha quedado evidenciada especialmente en las
excavaciones del Sector B, donde la secuencia se repite constantemente: sobre
la roca o estratos naturales, asienta la línea de muralla que se adosa a las torres,
así como los rellenos del proteichisma y su cara exterior, que los contiene; las
nivelaciones, afectadas o no por huellas de poste, se adosan contra el complejo
defensivo y son cubiertas por los muros de las construcciones inmediatas, eri-
giéndose las tres cisternas helenísticas conocidas hasta la fecha –la I con las
murallas y las II y III con la urbanización que la sucede–, así como la fosa que
contiene el équido y las de los ejemplares del tipo T5231, que se colocan en
paralelo a las estructuras erigidas. En otros puntos del yacimiento, caso del
Sector C, bajo las romanas termas de Popilio, y dada la ausencia de muralla,
la secuencia arrancará con las nivelaciones, produciéndose inmediatamente
después la urbanización de la zona.
La Calle I –de la que ya hemos referido su posible trazado durante la fase
previa–, desde este momento, y hasta el final de Fase II, mostrará unas parti-
cularidades que indican su continuo mantenimiento y recrecimiento, detectán-
dose siete pavimentaciones con sus correspondientes refacciones y carriladas,
que alcanzarán los 48 cm de potencia, mostrando una secuencia estratigráfica
mucho más rica que el resto del yacimiento, correspondiendo tres de estos
pavimentos a la Fase II.2a y otros cuatro a la II.2b. Podría parecer desmesurado
el aumento de cota de la vía para el breve período de desarrollo que propone-
mos, sin embargo, hay motivos que podrían explicar este extremo. En primer
lugar, se trata de una calle en pendiente, que si bien en sus momentos finales
está bastante atenuada, al rondar el 2% de inclinación, consta de dos regulari-
zaciones que alcanzan los 15 cm de espesor, más una tercera que presenta 12
cm de potencia máxima; además, está compuesta por más de sesenta unidades
estratigráficas, que indican una actividad notable en su evolución, hecho al que
tenemos que añadir la abundante presencia de material arqueológico, que nos
llevaría directamente a plantearnos su gestión.
Se ha indicado, para Cartago, la implantación de un sistema de recolección
de basuras organizado, equiparable al de los koprologoi griegos, entre el 550 y
el 480 a.n.e., que posiblemente se expandió a otras ciudades del ámbito púnico,
296 Manuel Olcina Doménech, Antonio Guilabert Mas y Eva Tendero Porras

Figura 4. Estructuras de Fase II.2a.


Una ciudad bárquida bajo Lucentum (Alicante). Excavaciones en el Tossal de Manises297

vinculado directamente con la desaceleración del ritmo de crecimiento de las


calles de la metrópoli africana en ese período (Docter, 2005, 274-275). Para
el mundo griego y romano, y por ende el helenístico, se ha señalado que la
preocupación de las autoridades cívicas por el mantenimiento de las calles y la
recogida de las basuras no implica necesariamente la creación de un servicio
para tal fin, de hecho lo más corriente es que no exista, traduciéndose dicha
carencia en la tendencia a un rápido crecimiento del nivel de las vías, siendo
consecuencia del continuo aporte de desechos prontamente compactados
(Liebeschuetz, 2000, 54). En este sentido, no son de extrañar el crecimiento
de las calles de Troya en 143’25 cm por siglo, calculado por C. W. Blengen
(Liebeschuetz, 2000, 54), o la elevación de las de Atenas, entre finales del siglo
v e inicios del iv a.n.e., en más de medio metro (Lalonde, 1968), datos que
parecen compartir otros casos como Delos –con 90 cm de crecimiento entre ca.
125 y el 88 a.n.e. (Thuillier, 1982, 69-70)–, la colina de Byrsa –con unos 65 cm
en poco más de medio siglo (Thuillier, 1982, 69-70)– o, más reciente, el caso
de La Pobla de Ifach –con 80-100 cm, según las zonas, en un siglo (1298-1400
d.n.e.)3–. Es más, en un trabajo ya clásico, se calculó que si la basura de­sechada
en Manhattan no fuera retirada, el suelo de Nueva York crecería a un ritmo muy
similar al señalado para Troya (Rathje y Murphy, 1992, 34-35), por lo que la
tasa de crecimiento del vial no nos parece desmesurada. Estos casos contrastan
con el caso de Lattes, una ciudad en el llano, con menos problemas de avenidas

Figura 5. Sección transversal de la Calle I y su seriación cronoestratigráfica.

3. Agradecemos a J. L. Menéndez Fueyo, director del proyecto de excavaciones de La Pobla de


Ifach, esta información.
298 Manuel Olcina Doménech, Antonio Guilabert Mas y Eva Tendero Porras

por lluvias torrenciales, donde sus calles n.º 100 y 116 crecieron 2 m en 250
años, subiendo de cota unos 80 cm por siglo (Lebeaupin, 1996).
La Calle I, con una anchura de 4 m, intesta en ángulo recto con la Calle
II, cuyos niveles finales fueron detectados en verano de 2014 –sus materia-
les, en estudio, no están incluidos en este trabajo–. Su descubrimiento vino
a confirmar la hipótesis sobre la posible ubicación de la puerta de acceso a
la ciudad por el N (Olcina, 2005, 159, fig. 12; Olcina et alii, 2010, 235, fig.
4), comenzando a vislumbrarse una organización racional del espacio urbano.
Esta ordenación, atisbada en las zonas donde se había alcanzado las cotas
de la fase bárquida, dejaba entrever la articulación espacial a partir de áreas
abiertas, denominadas ambientes, que se identifican frente a las torres VI y
VIII, así como al SO de la «Casa del Incendio», donde desaguarían los exce-
dentes de las cisternas helenísticas II y III y por donde se accedería, al menos,
a las estancias –espacios cubiertos– V, XI y XV; un patrón que recuerda al
del poblado de Las Cumbres (Cádiz), con calles de 4 m de anchura, plazas e
ínsulas, citado como ejemplo del urbanismo púnico-helenístico generalizado
por todo el Mediterráneo Central en el siglo iii a.n.e. y detectado en la zona de
expansión cartaginesa en Iberia (Prados, 2008a, 88). Estas áreas abiertas aco-
gieron diversas actividades, como parecen indicar los hornos de planta circular
descubiertos en el Ambiente XII o en el extremo ESE del enclave, así como las
escorias metálicas detectadas en el Ambiente VI, siendo además susceptibles
de ser ocupados, como pondrá en evidencia la remodelación de la «Casa del
Incendio» durante la siguiente fase.
A partir de las calles y de estos espacios abiertos, se erigirán las construc-
ciones, que presentan distintos grados de complejidad pese a mostrar una alta
homogeneidad en las técnicas constructivas. Predominan los alzados de mam-
postería, con lienzos de doble paramento y relleno de enripiado, presentando
alturas variables que pueden alcanzar los 98 cm conservados en la Estancia
I. Sobre estos se erigen alzados de adobe, destacando el derrumbe excavado
en la Estancia IV, donde se documentó un lienzo caído en el que se contabili-
zaron más de una veintena de hiladas, que arrojan una altura aproximada de
2’3 m restituidos, que situarían las cubiertas a cerca de 3 m del suelo. Estas
eran planas, soportadas por grandes maderos, identificados por sus negativos
y restos carbonizados, y entramados vegetales más finos, todo ello recubierto
con barros, como evidencian las improntas recuperadas. En los equipamientos
interiores destacan los bancos, de los que se conserva una notable cantidad
y variedad, atestiguándose ejemplos en mampostería, fabricados en adobe,
amasados de barro y técnicas mixtas, siendo más escasos los hogares, identifi-
cándose uno de planta circular en la Estancia IIIa-b. Si hasta aquí las técnicas
y construcciones podrían encajar perfectamente en un enclave ibérico, existen
una serie de rasgos sin paralelos en el mundo contestano, más relacionados
Una ciudad bárquida bajo Lucentum (Alicante). Excavaciones en el Tossal de Manises299

con las influencias púnicas, que aparecerán desde Fase II.1 y combinados con
los descritos (Olcina et alii, 2010, 238-240). En cuanto a las técnicas, se ha
constatado el empleo de hormigón, detectado en los revestimientos de las cis-
ternas, en el pavimento de opus signinum de la «Casa del Patio Triangular» o
en el de mortero de cal con pequeñas piedras del «Patio de la Atarjea», tanto
en la fase de construcción de las defensas como en la urbanización inmediata.
Entre los equipamientos, serán sin duda las cisternas, dos de planta elíptica, a
bagnarola (cisternas I y II), y otra de idéntica técnica pero de planta trapezoi-
dal –la III–, el mejor ejemplo del empleo de modelos foráneos, en este caso
claramente púnicos (Fantar, 1975, 10-15 y 1992, 325). Será la «Casa del Patio
Triangular» la construcción que mejor representa estas influencias externas,
con la presencia de la Cisterna Helenística I y del pavimento de opus signinum,
pese a no conocerse completamente su planta, evocando fielmente modelos
bien conocidos en el mundo cartaginés (Olcina [ed.] 2009, 104-105; Jiménez
y Prados, 2013).
Frente a esta última, y volviendo a evocar la simbiosis con el mundo
indígena señalada reiteradamente para el yacimiento del Tossal de Manises
(Olcina, 2005, 165; Olcina et alii, 2010, 247), destaca la «Casa del Incendio»,
concebida en origen como una unidad constructiva a la que se accede proba-
blemente desde un espacio abierto (Ambiente VI) por medio de un vestíbulo
(Estancia XI). El vestíbulo da paso a un pasillo o corredor que discurre por el
extremo SO de la construcción, a lo largo de 10’92 m, articulando las distintas
habitaciones. Desde él se accede a tres estancias dispuestas en batería, de 8 m
de profundidad, que se adosan directamente contra el paramento que une las
torres IX y VIII, apoyándose también en esta la más oriental de las estancias,
la IV. Sus anchuras son variables, oscilando entre los 2 m de la Estancia IIIc
(la más occidental) a los 4’2-4’3 de la Estancia IIIa-b (la central y más com-
pleja, dotada además de un pequeño cubículo en su esquina NO y de un hogar
central), pasando por los 2’9-3’4 m de la Estancia IV, con planta ligeramente
trapezoidal frente a las otras dos, más rectangulares.
Completaría la forma urbis original la construcción de almacenes, espacios
rectangulares y alargados detectados en el Sector B, junto a la Torre VI, y
compuestos por dos estancias simples (IX y X), adosadas contra la muralla y
entre dos ambientes. Posiblemente los almacenes excavados por F. Figueras
en 1935 se correspondan con este tipo de estructuras, aunque a día de hoy no
podamos confirmarlo.
A nivel de cultura material, se observa una ligera evolución respecto a
la fase previa, pese a su inmediatez. Se detectan todas las clases cerámicas
ibéricas, estando ausentes las decoraciones vegetales complejas y las figu-
radas. En lo referente a las ánforas importadas, documentamos ejemplares
púnico-ebusitanos de las formas T8111, T8121 y un individuo del tipo T8131,
300 Manuel Olcina Doménech, Antonio Guilabert Mas y Eva Tendero Porras

que se produciría en la cercana Ỳbshm entre los años 250 a.n.e. y 200 a.n.e.
(Ramón, 1997, 49; 2011, 174 y 2012a, 238)–, al que deberíamos añadir un
ejemplar completo exhumado en 1935. Estas producciones estarían acompaña-
das por ejemplares gadiritas del tipo T8211 –cuyo final de producción ha sido
ampliado hasta mediados del siglo ii a.n.e. (Sáez, 2008b, 501)– y centromedi-
terráneos de las formas T5232 –último tercio del siglo iii a.n.e. (Ramón, 1995,
1999)–, T7112 –del siglo iii a.n.e. (Ramón, 1995, 204)– y T5231 –del último
cuarto/quincenio del siglo iii al primer cuarto de la centuria siguiente (Ramón,
1995, 198)–, este último con dos ejemplares completos depositados en sendas
fosas junto a la Torre VI, como indicábamos líneas arriba. Aparecerán ahora
los primeros fragmentos informes de ánforas greco-itálicas, y un borde tipo
BD1, que abarcaría todo el siglo iii a.n.e., presente en los tipos MGS V y MGS
VI (Pascual y Ribera, 2013, 241). En cuanto a las vajillas de mesa, se reduce
notablemente la presencia de barnices negros áticos, identificándose ejempla-
res de las formas L. 21/22, L. 23 y L. 26, desapareciendo totalmente el Grupo
de las Pequeñas Estampillas y detectándose dos fragmentos informes de pro-
ducciones itálicas de barniz negro del siglo iii a.n.e., posiblemente de origen
etrusco; mientras tanto, en campaniense A, aparecerán fragmentos informes
y las formas L. 27ab y 27c, arrancando la producción de esta última hacia el
220 a.n.e.4. Entre las producciones ebusitanas oxidantes de barniz negro detec-
tamos fragmentos informes y un ejemplar de la forma HX-1/54, datada en un
contexto de tercer cuarto del siglo iii a.n.e. en Ibiza (Ramón, 2012a, 232 y n.
50; 2012b, 586 y 596) –o entre los años 240-220 a.n.e. (Ramón, 1998, 164)–,
que acompañará a fragmentos informes de cerámicas grises ampuritanas y un
ejemplar tipo F81 (L. 36) de los talleres de Rosas –fechado en pleno siglo
iii a.n.e. (Puig, 2006a, 361)–. Serán las producciones centromediterráneas y
norteafricanas –centradas en la costa tunecina–, las más representadas en esta
fase, concentradas en la excavación de un pequeño sondeo en la Calle I, donde
se identificaron vasos de las formas L. 23, L. 25/27, L. 26, L. 27ab, L. 28ab, L.
31, L. 42 y un ejemplar similar al tipo ebusitano HX-1/53, que acompañarán a
fragmentos de mortero púnico de producción centromediterránea y a lopades y
platos-soporte de cocina de fábrica norteafricana.
El conjunto viene marcado por la presencia de ánforas T5231, T5232 y
T8131, que combinadas con la escasa representación de campanienses A y
de ánfora greco-itálica, plantea una cronología previa al inicio de la Segunda
Guerra Púnica, situada en el arranque del último cuarto del siglo iii a.n.e. Todo

4. Localizada en UE 3524 del Sector B-C, excavada el 6-7 de junio de 2001. Esta unidad se
interpretó como un posible nivel de paso/pavimento asociado al muro UE 3520/BC-007,
datado en Fase II.2a, por lo que cabe la posibilidad de que la fosilización de la pieza se deba
al uso del mismo, no a su construcción, y por tanto sea inmediatamente posterior (Fase II.2b).
Una ciudad bárquida bajo Lucentum (Alicante). Excavaciones en el Tossal de Manises301

1 0 20cm 4

5 6

0 5cm

Figura 6. Materiales de Fase II.2a: 1 y 3, ánforas centromediterráneas (T5231 y T7112); 2,


ánfora greco-itálica (MGS V; Gr-Ita.Vb); 4, ánfora ebusitana (T8131); 5, 6 y 8, barnices
negros centromediterráneos (L. 27ab y L. 23); 7, barniz negro de Rhode (F81); 9, barniz negro
ebusitano, cocción oxidante (HX-1/54).

el elenco descrito está bien representado tanto en las fases de acondiciona-


miento y construcción de la muralla púnica de La Milagrosa, en Cartagena
(Ruiz, 2000, 29, 34-36 y 38-39), como en el trazado del viario bárquida de la
Fase III de la Plaza de San Ginés, en la misma ciudad (Ruiz, 2000, 83 y 90).
La llegada de las producciones de barniz negro napolitano ha sido reconocida
302 Manuel Olcina Doménech, Antonio Guilabert Mas y Eva Tendero Porras

para el caso peninsular y las Pitiusas desde el tercer cuarto de la tercera cen-
turia a.n.e. (Morel, 1998, 246 y 247; Principal, 1998, 140; Ramón, 1998, 171;
Cibecchini y Principal, 2002, 655), aceptándose la aparición de las formas
L. 21/25, L. 23, 27ab, 28, 33b y 42B/C desde el tercer cuarto del siglo y las
L. 23, 25, 27ab, 27B (=27c), 28, 33, 34, 36, 45, 49B y M68 para el último
cuarto de la centuria (Morel, 1998, 247; Cibecchini y Principal, 2002, 656),
ampliándose el repertorio formal para el caso de las L. 27Bc y 33a (Ruiz,
2008, 671-672) identificadas en Qrtḥdšt. El caso de la T7112 es diferente,
y merece ser aclarado. Fue datado en origen en un siglo iii a.n.e. sin límites
precisos y fabricado con pastas del grupo «Cartago-Túnez» (Ramón, 1995,
204), aunque se indicara una posible producción siciliana (Ramón, 1995, 288),
recientemente confirmada. Esta se fechó entre el último decenio del siglo iv
y el primer tercio del iii a.n.e., presentando una difusión que alcanzaba desde
el sur hispano hasta el eje Basilicata-Libia (Bechtold, 2008, 64), de la que
se ha hecho eco la investigación (Botte, 2012, 583). Esta fecha límite podría
asimilarse para la producción norteafricana del tipo, y con ello tendríamos una
posible evidencia de poblamiento prebárquida en el Tossal de Manises, sin
embargo parece no ser el caso. La misma autora ha señalado recientemente
unas fechas de producción, focalizada en Solunto, situadas en un siglo iii a.n.e.
avanzado (Bechtold, 2012, 6), abundando por tanto en el horizonte definido
por los tipos T5231, T5232 y T8131, que caracterizarían esta fase.

Fase II.2b, época bárquida, reformas


Esta fase corresponde a la identificación de una serie de reformas puntuales que
afectan sólo a parte de las estructuras exhumadas, no tratándose de un proyecto
generalizado, ni siquiera sincrónico, del que rara vez podremos precisar fechas
exactas de su ejecución; no es el caso de las dataciones aproximadas, que se
sitúan en todos los casos entre la urbanización del enclave y su destrucción, en
una horquilla temporal necesariamente breve. Estas reformas arquitectónicas,
no contempladas en el proyecto urbano original, oscilan entre las obras pun-
tuales de pequeña envergadura y la gran intervención constatada alrededor de
la Torre VIII, que afecta tanto a la «Casa del Incendio» como al «Patio de la
Atarjea», asociada a una reforma puntual del sistema defensivo de la ciudad.
Entre las obras de poca entidad detectamos la creación de un banco adosado a
la fachada orientada a NNE de la Calle I, el desmantelamiento de un horno en
el Ambiente XII y las modificaciones puntuales, a modo de bancos o tabiques
de nueva factura, de las Estancias XVI y XX, así como en el Ambiente XVIII,
o la desaparición de la Estancia XIV.
Son sin duda las transformaciones detectadas en la «Casa del Incendio»
las que mayor alcance denotan, con una profunda remoción que alteró
Una ciudad bárquida bajo Lucentum (Alicante). Excavaciones en el Tossal de Manises303

notablemente su planta. En un momento indeterminado, que creemos coinci-


dente con el desarrollo de la Segunda Guerra Púnica, asistiremos al desman-
telamiento de todo su extremo NE, en contacto con el lienzo de muralla y la
Torre VIII, para la construcción de una serie de elementos de refuerzo de las
defensas. Esta merma del espacio original provocó el desmantelamiento de
todo el cierre SO del pasillo/corredor, y posiblemente también el del vestíbulo,
así como la expansión de la unidad arquitectónica cerca de 3-3’20 m hacia el
SO, donde se erigirá su nuevo cierre a costa del espacio ocupado en origen por
el Ambiente XII. Este hecho será atestiguado por la obliteración del antiguo
muro de cierre SO por parte del nuevo pavimento del pasillo/corredor y las
Estancias IIIc, IIIa-b y IV, ampliando notablemente el espacio del pasillo o
corredor primigenio que será usado, al menos en parte de su superficie, como
área de almacenaje.
El motivo de esta modificación arquitectónica fue el refuerzo de las
inmediaciones de la Torre VIII, consistiendo la reforma en la construcción de
tres cuerpos de mampostería que interrumpirán el contacto de la «Casa del
Incendio» con la cortina muraria, trabando entre sí los Cubos 1 y 2-3, ado-
sándose este último al n.º 4. Un refuerzo muy similar se detecta al SE de la
misma torre; para su realización se modificó el «Patio de la Atarjea», una de las
construcciones iniciales del enclave, donde se desmantelará el pavimento de
mortero de cal original y se reforzará su superestructura con un potente muro
de mampostería que ocupará el tercio más oriental de la estancia.
Con esta obra, la Torre VIII pasó de una anchura original de 11’3 m, con su
división tripartita, a una nueva anchura de 17’74 m, con cinco cuerpos, alcan-
zando los dos extremos –Cubo 4 y estructura sobre el «Patio de la Atarjea»–
solo la altura del adarve. Contabilizando los Cubos 1 a 3, el refuerzo, que
abraza por ambos lados a la torre, alcanzó los 27’75 m de longitud, tramo
en el que la anchura de las defensas quedó significativamente ampliada. Su
ubicación, en la zona más accesible del enclave por sus suaves pendientes y
controlando el camino de ingreso a la ciudad, como parece certificar el reciente
hallazgo de la Calle II, concentra buena parte del esfuerzo defensivo de sus
habitantes a lo largo de las sucesivas murallas documentadas, de modo que la
elección del punto de refuerzo no fue casual. Siglo y medio más tarde, reocu-
pado el yacimiento como castellum romano, asistiremos al fortalecimiento de
la muralla reconstruida en época sertoriana, ya en período cesariano, mediante
la edificación de dos potentísimos bastiones dispuestos a 15 m hacia el NO y
16 m al SE de la Torre VIII (Olcina et alii, 2014b), reproduciendo el interés de
los defensores por fortificar hasta el extremo este punto de sus murallas.
Tras estas reformas del proyecto original, se documentan diversos usos de
los espacios, siendo especialmente significativa al respecto la estratigrafía de
la Calle I, donde a partir de la construcción de un banco de 60 cm de anchura
304 Manuel Olcina Doménech, Antonio Guilabert Mas y Eva Tendero Porras

Figura 7. Estructuras de Fase II.2b.


Una ciudad bárquida bajo Lucentum (Alicante). Excavaciones en el Tossal de Manises305

contra la fachada que limita la vía por el SSO estrechándola ligeramente, se


detectan cuatro niveles de pavimento con sus refacciones y carriladas.
Este horizonte ha podido definirse exclusivamente en las zonas donde se
detectan modificaciones del proyecto original. No obstante, pese a su aleato-
riedad espacial y temporal en el marco de la ciudad, ofrece suficientes indicios
que demuestran una evolución de la cultura material del asentamiento. Los
contenedores púnico-ebusitanos pasarán a estar abrumadoramente representa-
dos por la forma T8131, con seis de los siete bordes identificados (85’71%),
perteneciendo el otro ejemplar al tipo T8121; entre las ánforas greco-itálicas
se identifica un fragmento de la forma MGS VI, fabricada entre el 250 y el
200 a.n.e. (Pascual y Ribera, 2013, 243), siendo las producciones púnicas
representadas por fragmentos de una T8211 del área del Estrecho. En cuanto
a la vajilla de mesa, los fragmentos informes de cerámicas áticas de barniz
negro pasan a ser testimoniales, al igual que los barnices negros ebusitanos
con pastas reductoras, no así las manufacturas insulares en pasta oxidante,
identificándose los tipos HX-1/54 y L. 27ab. Las producciones de barnices
negros púnicos centromediterráneos siguen estando bien significadas, espe-
cialmente en la estratigrafía de la Calle I, identificándose las formas L. 23, 26,
27ab, 28ab, 48 y 55, así como dos fragmentos de borde de una forma similar
al tipo HX-1/53 ebusitano. Las cerámicas de los talleres de Rosas aparecen
representadas por fragmentos informes, detectándose, en campaniense A, las
formas L. 23, 27c, 28ab, 33a, 33b y 36. En cerámicas de cocina importadas
siguen apareciendo ejemplares de lopades y platos-soporte de producción
norteafricana, junto con un mortero ebusitano AE-20/I-167, identificándose
también fragmentos informes de la producción de cerámicas grises de la
costa catalana y un ungüentario fusiforme con paralelos en Grand Congloué I
(Olcese, 2012, 641).
Entre los ejemplares de la forma T8131 destacan dos fragmentos de borde
pertenecientes a dos ejemplares aparecidos en la Calle I, vinculados una
refacción del sexto pavimento y con el séptimo, y último, de los niveles de la
vía. Corresponden a formas evolucionadas del tipo, alejándose de los rasgos
formales de su variante «clásica», apuntando hacia los rasgos morfológicos
propios de su sucesor, el T8132 –que predominará en el siglo ii a.n.e. (Ramón,
1995, 223-224)–, aunque sin alcanzarlos. Esta evolución se detecta en un ele-
vamiento de los bordes, detectado en el taller ebusitano FE-13 (Ramón, 1997,
49) –datado entre el 225 y el 210 a.n.e. (Ramón, 1998, 164)–, en donde se va
reflejando el paso de los labios engrosados al exterior y de sección oval hacia
formas triangulares y de relativa altura (Ramón, 1995, 223). En este sentido,
no podemos olvidar el hallazgo, de nuevo en Ibiza, del silo CPU-I, datado en
el último decenio del siglo iii, en el que, entre otros materiales, aparecen al
menos veinticinco ánforas T8131 junto con un borde de T8132 (Ramón, 1998,
306 Manuel Olcina Doménech, Antonio Guilabert Mas y Eva Tendero Porras

169-170); situación similar presenta el estrato de cimentación de la Estancia


I del Edificio A de Ses Païses de Cala d’Hort, con la misma cronología que el
depósito anterior, con 10 individuos T8131, de los que una minoría presentan
bordes estriados y próximos a las T8132 (Ramón, 1998, 170); ligeramente
posterior, ca. 200 a.n.e., es el depósito de S’Olivar des Mallorquí, al N de
Ibiza, que muestra ya una coexistencia de los tipos T8131 y T8132 (Ramón,
1998, 171). Estos datos nos permiten abogar por un momento avanzado para

1 4

2 5

0 5cm

10
0 5cm

Figura 8. Materiales de Fase II.2b: 1-5, ánforas ebusitanas (T8131); 6-7, barnices negros
centromediterráneos (sim.HX-1/53 y L. 55); 8-9, Campaniense A (L. 27c y L. 33b); 10,
ungüentario helenístico.
Una ciudad bárquida bajo Lucentum (Alicante). Excavaciones en el Tossal de Manises307

la producción de estos dos contenedores identificados en el Tossal de Manises,


siempre asumiendo las dificultades que comporta el análisis de fragmentos en
los ejemplares «de transición» (Asensio, 2010, 36), y atendiendo que se trata
de tipos evolutivos cuyo carácter distintivo ha sido «planteado a nivel tipo-
lógico con una necesaria diferenciación entre perfiles antiguos y modernos»
(Ramón, 1995, 222). En la misma línea, podríamos encontrar un caso similar
en la cercana Qrtḥdšt, donde se señaló la presencia de T8132 en un nivel del
vertedero bárquida de la Plaza de San Ginés, en un contexto de finales del
siglo iii a.n.e. –Estrato VI– (Roldán y Martín, 1999, 254), aunque su presencia
–luego no contemplada en el análisis de conjunto (Martín, 1998)– y la identi-
ficación de T9111 sugieran, dentro de la horquilla propuesta entre el 221 y el
210 a.n.e., preferiblemente en su primera mitad (Martín, 1998, 20), una fecha
más próxima al 210 a.n.e. o ligeramente posterior.
Otro elemento a destacar es la aparición de los platitos de la forma L. 55/
F2233 en barniz negro púnico de producción norteafricana, antecediendo a
los ejemplares en campaniense A media, que harán su aparición ya iniciado el
siglo ii a.n.e. (Principal y Ribera, 2013, 115); este dato concuerda con los regis-
tros de Cartago, donde desde la primera mitad del siglo iii a.n.e. se atestigua
su presencia, estando representados en toda la fase Late Punic I de la ciudad
(300-200 a.n.e.), fabricados en talleres locales (Bechtold, 2010, 39-40).

Fase II.3, época bárquida, destrucción


Si hace unos años calificamos la destrucción de «no generalizada», el progre-
sivo esclarecimiento de la forma urbis, de la topografía del enclave y de la
articulación de los espacios, comienzan a matizar esta visión, presentándose
como un evento de amplia afección sobre la ciudad bárquida. Estas huellas de
destrucción están ausentes en la cima, siendo poco representativas en las proxi-
midades de las torres Va y VI, donde aparece la segunda elevación integrada
por la muralla, constituyendo los puntos más alejados de la posible puerta
de acceso septentrional. Tal vez pudo ser la erosión postdeposicional la que
eliminara sus restos, al menos parcialmente, como pudimos comprobar con
las escorrentías que afectaron este nivel en la excavación de la Estancia IV,
sin embargo, la ausencia de evidencias destructivas en la Cisterna Helenística
I, situada en la «Casa del Patio Triangular» parecen sugerir la ausencia de
incendio generalizado en este punto, que sí se vería afectado por el abandono
inmediato al episodio violento. Las huellas de destrucción poseen escasa
entidad en los espacios abiertos, así como en los más arrasados, presentando
concentraciones significativas en las zonas con mayor potencia estratigráfica,
como ha podido atestiguarse en las estancias I, IIIa-b, IIIc, IV, V, XV, XVI,
XVII y XX, así como en el Ambiente XVIII, siendo identificado además en
308 Manuel Olcina Doménech, Antonio Guilabert Mas y Eva Tendero Porras

TOSSAL DE MANISES
FASE II.3

POSIBLE PUERTA
DE ACCESO
II
LLE
CA

CA
LLE
I
BC
T-T'

0 10

Figura 9. Fase II.3, zonas donde se atestiguan niveles de destrucción.


Una ciudad bárquida bajo Lucentum (Alicante). Excavaciones en el Tossal de Manises309

los dos viales conocidos hasta la fecha (Calles I y II). Completaría el mapa de
distribución su identificación en los sondeos realizados bajo la romana calle de
Popilio (Olcina y Pérez, 1998, 64; Sala, 1998, 45), así como en los almacenes
exhumados en los años 30 del siglo xx por F. Figueras (1959, 56).
A diferencia de las fases anteriores, constructivas, donde el material se
incorpora progresivamente al registro arqueológico, en esta asistimos a la
fosilización súbita y masiva del repertorio cerámico en uso, ejemplificado en
el hallazgo de abundantes formas fragmentadas, pero completas, asociadas a
estratos cenicientos y sepultadas por los derrumbes tanto de las estructuras
domésticas como de las militares. Esta destrucción será seguida por un largo
episodio de abandono, en el que solo se detectarán frecuentaciones esporádicas
(Fase III.1).
No se han hallado contextos de habitación para el siglo ii a.n.e., aunque
sí materiales muebles, casi siempre acompañados de producciones de la cen-
turia siguiente, por lo que hemos pasado en la secuencia de un siglo ii a.n.e.
mal caracterizado (Olcina, 2005, 165; Olcina et alii, 2010, 245) a un siglo de
vacío demográfico (Olcina [ed.], 2009a, 43; Olcina et alii, 2014b), siendo su
mejor exponente el uso, que no mantenimiento, de la cisterna de la «Casa del
Patio Triangular», que irá colmatándose progresivamente a lo largo de esta
centuria (Olcina et alii, 2010, 245). Este abandono será el causante de la falta
de continuidad de la trama urbanística de época bárquida en la posterior ciu-
dad romana, ya que, a diferencia de Carthago Nova (Antolinos, 2009, 59-60;
Noguera et alii, 2009; Ramallo y Ruiz, 2009), en Lucentum asistiremos al tra-
zado de un nuevo viario que no coincidirá con el primigenio, derivado de la
destrucción referida, del vacío poblacional del siglo ii a.n.e. y de la función del
yacimiento durante la primera centuria previa al cambio de era (Olcina et alii,
2014b), reflejándose en una verdadera ruptura urbana.
El material ibérico, como en toda la secuencia descrita, es abundantísimo,
estando todas las clases representadas y reapareciendo las decoraciones vege-
tales complejas, sumándoseles ahora las de estilo narrativo. Entre el conjunto
ibérico del siglo iii a.n.e., fue amortizada ahora una imitación ibérica de crá-
tera de cáliz/campana, fabricada en un momento comprendido entre finales
del siglo v y mediados del iv a.n.e. (Olcina, 2009b), habiendo estado en uso
durante más de un siglo.
El conjunto de las ánforas ebusitanas está dominado ampliamente por la
forma T8131, con nueve de los doce ejemplares identificados (75 %), com-
pletándose con un ejemplar de T8121, una PE-22 –forma que arrancará en el
siglo v y verá su fin a inicios del siglo ii a.n.e. (Ramón, 2012a, 238)– y una
T8132, sobre la que más adelante volveremos. Las ánforas greco-itálicas apa-
recen representadas por un ejemplar del tipo MGS V y cuatro del tipo MGS VI,
siendo mucho más abundantes los ejemplares púnicos, entre los que destacan
310 Manuel Olcina Doménech, Antonio Guilabert Mas y Eva Tendero Porras

dos tipos, las T5231 centromediterráneas y las T9111 del área gaditana –cuyo
inicio de producción se sitúa en el último tercio/cuarto del siglo iii a.n.e. (Sáez,
2008a, 54 y 2008b, 498)–. Gozarán de menor representación las formas T7211,
T8211, T11213, T12111, así como dos imitaciones, una de ánfora de tipo
greco-itálico producida en la Bahía de Cádiz –que comenzarán a fabricarse
hacia mediados de la tercera centuria (Sáez y Díaz, 2007, 198)– y una réplica
de ánfora griega de origen centromediterráneo, probablemente siciliana5. En
lo referente a las vajillas finas, se identifica una L. 22 en barniz negro ático,
que acompañará a tres ejemplares ebusitanos de cocción reductora y engobe
negro de las formas L. 27ab y 33b, no identificándose piezas de la misma pro-
cedencia y cocción oxidante. En cuanto a los barnices negros centromediterrá-
neo predominan los ejemplares de platos de pescado (L. 23), completando el
conjunto las formas L. 27ab, 45, 55, así como un cuenco similar a la HX-1/53
ebusitana. De los talleres de Rosas se identificaron fragmentos de un craterisco
(F40), fabricado desde ca. 300 a.n.e. hasta el final de la producción de Rhode,
a comienzos del siglo ii a.n.e. (Puig, 2006a, 347), fechas que coinciden con las
de una jarrita Aranegui 2 de la costa catalana (Aranegui, 1987, 89) hallada en
el nivel de destrucción localizado bajo la calle de Popilio, que evidenciaba la
ruptura de la forma urbana entre esta ciudad y la Lucentum romana.
Será sin duda la campaniense A la que ahora adquirirá el protagonismo
principal entre las vajillas de mesa, tanto cuantitativamente como en variedad
formal, atestiguándose ejemplares de los tipos L. 23, 27ab, 27B (=27c), 28ab,
33a, 33b, 36 –una con grafito latino [TR]–, 42Bc, 45, 49a, M68bc y F1311,
a las que hay que sumar una lucerna helenística de barniz negro de la forma
Ricci D, del siglo iii a.n.e. (Ricci, 1974, 215). Finalmente, solo nos restaría
señalar el hallazgo en el nivel de amortización de la Torre VI de una unidad de
bronce de clase VIII, tipo II-I, datada hacia el 221 a.n.e. (Villaronga, 1994, 69,
n.º 45), y otra de la clase X, tipo I-I, acuñada entre los años 218 y 206 a.n.e.
(Villaronga, 1994, 70, n.º 52 y 53).
A esta fase deberíamos añadir el contenido de los almacenes excavados
junto al tramo n.º 4 de la muralla (Sector C) por F. Figueras en 1935 (Figueras,
1959, 56), donde aparecieron depósitos de ánforas afectadas por un potente
incendio y apoyadas contra la muralla. Los tipos recuperados y la descripción
del hallazgo concuerdan con los datos disponibles para la Fase II.3, con para-
lelos estratificados para las formas T5231, T8131 y T8211, para los contene-
dores ibéricos –idénticos a los del nivel de destrucción de la Estancia XV, del
tipo I-4 y I-5 (Ribera y Tsantini, 2008, 621)– y también para los greco-itálicos.
En lo referente a la cronología de la destrucción, en publicaciones anteriores
hemos señalando que el conjunto de materiales muebles recuperado permitía

5. Agradecemos a J. Ramón Torres su ayuda en la clasificación de la pieza.


Una ciudad bárquida bajo Lucentum (Alicante). Excavaciones en el Tossal de Manises311

1 4

0 10cm

5
8

7 9

0 5cm

Figura 10. Materiales de Fase II.3: 1, ánfora del Círculo del Estrecho (T9111); 2, ánfora
de probable producción siciliana; 3, ánfora grecoitálica (MGS VI; Gr-Ita. Vb-VIa); 4,
ánfora ebusitana (T8132); 5, cerámica de cocina púnica (cazuela de borde horizontal); 6-9,
Campaniense A (L. 23, L. 36, F1311 y L. 68bc).

centrar el episodio entre el último decenio del siglo iii a.n.e. y las dos primeras
décadas del siglo ii a.n.e. (Olcina, 2005, 162; Olcina et alii, 2010, 240), sin
embargo, y tras su revisión, estamos en condiciones de matizar esta propuesta.
El principal elemento disonante de la estratigrafía del yacimiento correspondía
al hallazgo, en un pequeño sondeo realizado en la romana calle de Popilio,
312 Manuel Olcina Doménech, Antonio Guilabert Mas y Eva Tendero Porras

de un nivel de destrucción sellado por la caída de sus muros de adobe, en el


que apareció una copita L. 28ab en campaniense A arcaica con tres palme-
tas radiales, una jarrita Aranegui 2 de cerámica gris de la costa catalana, una
lucerna helenística Ricci D, un ánfora ibérica, una T8132 y una cazuela itálica
de cocina, de la Clase 2 de Dysson. La revisión de esta última ha determinado
su procedencia púnica, de fábrica norteafricana (del tipo aprox. Hayes 191-192
o Guerrero II.2, fig. 12b), similar a otros ejemplares identificados en origen en
los contextos bárquidas de la zona del anfiteatro romano de Cartagena (Pérez
et alii, 1996, 189) y extendidos posteriormente a toda la ciudad (Martín, 1998,
14 y 22, Lám. VIII, n.º 11; Pérez, 2008, 634 y 637), siendo abundantes en
los registros púnicos desde finales del siglo iii a.n.e. (Guerrero, 1995, 91-94),
pudiendo afirmar, además, que no existe ni un solo fragmento de cerámica itá-
lica de cocina en toda la Fase II. Respecto a la campaniense A arcaica decorada
con tres palmetas radiales, es el segundo ejemplar que aparece en el Tossal de
Manises, sumándose a otro exhumado en los años treinta del siglo xx y que
sirvió a J.-P. Morel (1990, 95) para situar al yacimiento dentro de un área puni-
cizante. En referencia al medio ejemplar de ánfora ebusitana T8132, ya hemos
señalado la aparición en un momento avanzado de la secuencia (Fase II.2b)
de formas de transición desde la T8131, que en contextos de último decenio
del siglo iii a.n.e. derivarán en el nuevo tipo anfórico. Las posibles reticencias
sobre su datación podrían derivarse de la cronología inicial asignada al tipo,
que arrancaba hacia el 200 a.n.e. (Ramón, 1995, 223-224), existiendo pruebas
fehacientes en el silo CPU-I, S’Olivar des Mallorquí y, tal vez, el vertedero de
la Plaza de San Ginés de Cartagena, de su fosilización en contextos estratigrá-
ficos de finales del siglo iii, todos ellos en un radio inferior a los 180 km de
distancia del Tossal de Manises. Sus dimensiones, con 31’5 mm de altura de
labio, y su perfil, marcadamente oval, lo situarían en la órbita de las produc-
ciones del taller FE-13 de Ibiza, siendo catalogadas allí como T8131 (Ramón,
1997, fig. 37, n.º 226 y 228).
Las mismas objeciones podrían haberse planteado para la aparición de las
T9111 en los niveles de finales del siglo iii a.n.e., cuya abundancia durante
el siglo ii a.n.e. llevó catalogarlas como una producción que arrancaría a
comienzos de esa centuria (Carretero, 2004, 433), si bien la propuesta inicial
de J. Ramón señalaba la posible aparición del tipo durante la Segunda Guerra
Púnica (Ramón, 1995, 227 y 288). Este extremo fue confirmado por trabajos
posteriores de A. Sáez (2008a, 54 y 2008b, 498), en los que se señala una
fecha situada hacia los inicios del último tercio/cuarto de la tercera centuria
a.n.e. para sus comienzos, que justificará el hallazgo de estos contenedores
en los niveles bárquidas del Castillo de Doña Blanca (Niveau de Villedary,
1999) o del vertedero de la Plaza de San Ginés de Cartagena (Martín, 1998,
13), a los que podemos añadir los niveles de destrucción bárquida y momentos
Una ciudad bárquida bajo Lucentum (Alicante). Excavaciones en el Tossal de Manises313

inmediatamente anteriores en el área del anfiteatro (Pérez y Berrocal, 2013,


116 y 126), en la misma ciudad, o los tres ejemplares de los niveles de destruc-
ción de Baria/Villaricos (Martínez, 2012, 54). Para el caso de las dos últimas
ciudades, conocemos las fechas de los eventos históricos que explicarían los
niveles de incendio, fruto de la conquista dirigida por Escipión en los años 209
y 208 a.n.e., respectivamente, avalando por tanto la aparición de este tipo de
contenedores gaditanos en el ámbito del SE como muy tarde a comienzos de la
última década del siglo iii a.n.e.
Más complicado se presenta rastrear paralelos del ejemplar de ánfora
púnica y posible origen siciliano que imita un tipo no semita, nordmediterrá-
neo, hallado en la Calle I. En su obra de síntesis de las producciones fenicias
y púnicas mediterráneas, J. Ramón (1995, 26) renunciaba explícitamente a la
sistematización de las imitaciones de prototipos griegos y romanos por cir-
cunstancias de causa mayor, ya que en el momento de su realización sólo Ibiza
contaba con estudios sobre el fenómeno de imitaciones sucesivas de ánforas
de tipología griega y romana. El resto de los centros productores púnicos mos-
traban un conocimiento casi nulo de estas producciones, vacío que empieza a
ser progresivamente subsanado, con estudios como los de B. Bechtold (2012,
7) –con la identificación de talleres productores de imitaciones de MGS V y
VI en Solunto– o en el área del Estrecho (Sáez y Díaz, 2007). No obstante, sí
conocemos algunos ejemplares similares; entre estos presenta semejanzas el
localizado en Ampurias –n.º 1687– y datado en la primera mitad del siglo ii
a.n.e. Se trata de un ejemplar de cuello corto, con borde engrosado al exterior
y un perfil superior de la espalda de tendencia horizontal, donde descansan las
asas, que la aleja del tipo tripolitano antiguo, con el cual parece tener algún tipo
de relación; presenta pasta del grupo «Cartago-Túnez» y un sello de MAΓΩΝ
en cartela rectangular, impreso en el cuello (Ramón y Fuentes, 1994, 25-30;
Ramón, 2008, 71). Más próximos en el tiempo se situarían dos ejemplares de
Rhode, clasificados como grandes jarras en cerámica común púnica y con pas-
tas centro-mediterráneas, definidas como poco homogéneas (Puig, 2006b, 296,
298 y 375, fig. 375, n.º 2 y 3), sin precisar su localización en las fases E-IV o
E-III del Barrio Helenístico. Puig (2006b, 267) data estas fases en el siglo iii
a.n.e., prolongando E-III hasta el primer cuarto del siglo ii a.n.e. por la presencia
de escasos ejemplares de T8132 y bordes BD3 y BD4 de ánforas greco-itálicas,
asignados a los tipos LWc, LWd y LWe (Py, 1993). Informándonos de la exis-
tencia de un alto porcentaje de contaminaciones, cribará los resultados para
concluir un arranque de E-IV a mediados del siglo iii a.n.e., sin variar el final
de E-III por la presencia de los bordes de greco-itálicas, cayendo las T8123
de la ecuación (Puig, 2006b, 270-273). En lo referente a los bordes de los
tipos BD3 y BD4 de ánforas greco-itálicas, son asimilables a los recientemente
asignados al grupo Gr.-Ita. VIb, cuya discusión abordaremos a continuación.
314 Manuel Olcina Doménech, Antonio Guilabert Mas y Eva Tendero Porras

De este modo, los ejemplares de Rosas se situarán en un arco cronológico


comprendido entre mediados del III y el primer cuarto del siglo ii a.n.e., por
lo que la pieza del Tossal de Manises contará con paralelos contemporáneos.
Ya en el apartado de las ánforas greco-itálicas, los ejemplares estratifica-
dos de los tipos MGS V y MGS VI, no ofrecen problemas en la defensa de una
cronología que no alcanzará el siglo ii a.n.e., pero sí pueden ponerse reparos
con los ejemplares recuperados por F. Figueras en los años 30. Con respecto
a estos últimos, no compartimos las dataciones publicadas para este conjunto,
que ha sido situado en el siglo ii a.n.e. (Márquez y Molina, 2005, 352; Molina,
2013, 196 y ss.) atendiendo a la clasificación tipológica de E. Lyding-Will
(1982), una propuesta que desde su formulación no ha gozado de total unani-
midad (vid. Pascual y Ribera, 2013, 240).
En un trabajo reciente, D. Asensio (2010, 38 y ss.) planteaba la posible
existencia de un modelo evolutivo distinto al vigente, que define una transfor-
mación progresiva, lineal y sin discontinuidades, muy compacta (Asensio y
Martín, 1998, 141), que teóricamente permitía esbozar una ordenación crono-
lógica relativa de los distintos pecios que las portan como cargamentos, a tenor
del desarrollo lineal de unos rasgos morfológicos determinados (Asensio,
2010, 36). Frente a este, propone una alternativa en la que la evolución de
los talleres itálicos que las fabricaron, dispersos por una gran área, no fuera
sincrónica. Se daría así contemporáneamente la producción y la distribución
de ejemplares con rasgos formales diferentes, leídos como «tipos» diversos
(Asensio, 2010, 38), enmascarados por un nuevo modelo de distribución. Este
arrancará avanzado el siglo iii a.n.e., siendo propio de la comercialización de
las ánforas greco-itálicas, que sustituye las cargas de ejemplares heterogéneos
–multilocales– de ánforas magno-grecas, por los cargamentos en los que pre-
domina un tipo único (Asensio, 2010, 35), al menos teóricamente, ya que sí
se aprecian diferencias morfológicas en las cargas, tanto en el siglo iii como
en el ii a.n.e. (Asensio, 2010, 39; Cibecchini y Capelli, 2013, 425, fig. 2). Esta
propuesta facilitaría la comprensión de la combinación de distintos tipos en
contextos estratificados, que no necesariamente implicaría asincronía en su
recepción, no estando reñida con unas tendencias evolutivas generales sólida-
mente argumentadas (Vandermesch, 1994; Olcese, 2010).
Hace ya unos años, se ponía de manifiesto la vertiginosa evolución formal
de los contenedores itálicos para la segunda mitad de la tercera centuria a.n.e.,
plasmada en la seriación cronológica de los pecios de Cala Diavolo, Cabrera
2, Bon Capó, Tour Fundue, Meloria A, Cala Rossa, Tour d’Agnelo y Grand
Congloué I (Cibecchini y Principal, 2002, 659-660). Esta ha quedado tradu-
cida en la evolución de los tipos V/VI, V/VI-VI y VI de Ischia (Olcese, 2010)
–presentes en el último cuarto de la centuria– o la de los tipos generales Gr.-Ita.
Vb, Vc, VIa y VIb (Cibecchini y Capelli, 2013), conviviendo los tres primeros
Una ciudad bárquida bajo Lucentum (Alicante). Excavaciones en el Tossal de Manises315

en el último cuarto del siglo –siempre y cuando aceptemos una cronología


para Grand Congloué I cercana al 205-190 a.n.e. (ca. 193 a.n.e.)– o producién-
dose simultáneamente todos ellos –si admitimos la datación del pecio hacia
el 210-180 a.n.e. (vid. Olcese, 2012, 611)–, de modo que los tipos Vc, VIa y
VIb pudieron convivir en el último decenio de la centuria, solapándose sus
cronologías. Es por ello que G. Olcese ha señalado la utilidad de atender a las
características formales de los ejemplares en estudio, a la espera de que nuevos
contextos estratigráficos nos permitan precisar cambios en las dataciones sobre
su evolución, siempre teniendo en cuenta de que las diferencias morfológicas
de los tipos V y V/VI, sobre los que se centraba su trabajo, podían atribuirse a
la existencia de distintos lugares de fabricación (Olcese, 2010, 44), enlazando
por tanto con la propuesta de D. Asensio (2010).
Para el caso del Tossal de Manises, ya hemos señalado la documentación
de ejemplares estratificados, que indican la presencia de las MGS VI en los
contextos de destrucción, a los que podemos sumar los ejemplares hallados
por F. Figueras en 1935, vinculados además a un potente nivel de incendio.
Vista la estratigrafía general del yacimiento, carece de sentido la existencia de
un depósito como este –con once contenedores greco-itálicos, ánforas ibéricas
del tipo I-4, un ánfora ebusitana T8131 y una centromediterránea T5231– en
el contexto de marcado abandono, vacío de población y de vestigios arquitec-
tónicos, que caracteriza al yacimiento tras el incendio referido. La revisión del
material hallado en estratigrafía nos permite plantear un final para esta fase
del yacimiento perfectamente encuadrable en el último decenio de la tercera
centuria a.n.e., no existiendo elementos de peso que sugieran su continuidad
más allá del año 200 a.n.e. La coexistencia de toda la variedad formal de bor-
des identificados en los contenedores greco-itálicos sería coherente con todo el
conjunto mueble estratificado, y también con contextos cercanos. Entre estos
destaca nuevamente el del vertedero de la Plaza de San Ginés de Cartagena,
con un conjunto de al menos cincuenta y un ánforas greco-itálicas, adscritas
mayoritariamente al tipo MGS VI (Martín, 1998, 14 y 18, lám. VII) y con una
datación que finalizaría hacia el 210 a.n.e. Ambos grupos no solo comparten
semejanzas formales, sino que además presentan sendos tituli picti con grafías
latinas: PA, para el caso alicantino (Márquez y Molina, 2005, 352, n.º 413) y
AVCO/MII [–]/ V[–] para el de Cartagena (Márquez y Molina, 2005, 361),
habiendo sido datados ambos en el siglo ii a.n.e. (Márquez y Molina, 2005,
351, n.º 408), cuando el uso de sellos latinos se fecha en la producción con
anterioridad al 250 a.n.e. (Panella, 2011, 22-23).
Así pues, la cronología de la Fase II del yacimiento arrancaría a comienzos
del último tercio/cuarto del siglo iii a.n.e. para finalizar una veintena de años
más tarde, en la última década de esa misma centuria. Esta nueva propuesta
acota ligeramente la anterior, que situaba el final del enclave entre el último
316 Manuel Olcina Doménech, Antonio Guilabert Mas y Eva Tendero Porras

decenio del siglo iii a.n.e. y las dos primeras décadas del siglo ii a.n.e. (Olcina,
2005, 162; Olcina et alii, 2010, 240), ampliando el abanico de posibles expli-
caciones, ya que nos obligaba a plantearnos la relación del final del enclave
bien con el conflicto entre púnicos y romanos, bien como consecuencia de la
política represiva romana posterior a la contienda, a la que se deben los aban-
donos de los enclaves edetanos, tal y como reflejan las fuentes (Bonet, 1995,
500; Bonet y Mata, 1998, 69). Ante la ausencia de referencias literarias para
ambos momentos en la Contestania cabía buscar una explicación plausible, y
no solo para la ruina del Tossal de Manises, ya que comparte suerte con otros
núcleos de distinta naturaleza que serán abandonados y/o destruidos, casos de
La Serreta (Olcina et alii, 1998, 44; Olcina et alii, 2000, 139) o La Escuera
(Abad y Sala, 2001, 263)–, en torno al 200 a.n.e. La extrapolación de los datos
literarios edetanos o de las referencias a la toma de Qrtḥdšt no nos parecieron
pertinentes para dilucidar el problema, ya que carecíamos de elementos objeti-
vos para decantarnos por una opción u otra.
Únicamente a partir de la lectura del Tossal de Manises desde la lógica
de la implantación territorial cartaginesa en Iberia, comenzó a clarificarse su
papel como un elemento de vertebración territorial, ya que no solo protegía las
rutas costeras hacia la capital bárquida de Iberia, controlando los territorios
recién adquiridos en dirección N, sino que además reproducía el modelo terri-
torial de Cartago (Olcina et alii, 2010, 246), defendida a lo largo de la costa
tunecina mediante la construcción de fortines (Lancel, 1995, 399; Gharbi,
1995, 80; Prados, 2008b, 33-39). El Tossal de Manises fue así un eslabón más
en, como ha definido M. Bendala (2010, 457), la aplicación de una ambiciosa
estrategia territorial, fundamentada en buena medida en la potenciación de
centros fortificados según los modelos de la arquitectura defensiva helenística,
en un programa que pronto quedó truncado pero que pretendía constituirse
en la base de un dominio territorial indefinido, no siendo incompatibles la
acción púnica y la coexistencia con los iberos (Olcina, 2005, 165; Olcina et
alii, 2010, 247). Desde esta perspectiva es a todas luces lógico que la suerte
de la ciudad quedara ligada a la de la capital de los dominios bárquidas penin-
sulares, de modo que su caída en manos de los romanos de Escipión, en el
año 209 a.n.e., precipitará su fin. En esta situación, el enclave pasará de la
retaguardia cartaginesa –como fondeadero, refugio, lugar de aguada, punto de
control marítimo y puente de penetración hacia el interior peninsular– a la de
los romanos, empeñados en el avance hacia el S y enfrentados en nuestras
costas contra la flota cartaginesa, pero no portadores de un plan de conquista
e implantación territorial, hecho que tal vez explique la falta de interés por la
conservación de la ciudad, decisión también equiparable al caso de La Escuera
y a la Contestania en general, dado el aparente desinterés de Roma por la zona
durante el siglo ii a.n.e. (Olcina y Ximénez de Embún, 2014, 110).
Una ciudad bárquida bajo Lucentum (Alicante). Excavaciones en el Tossal de Manises317

Conclusiones
1. La fundación del primer enclave urbano detectado en el Tossal de Manises
se remonta por su estratigrafía y materiales a inicios del último tercio/cuarto
del siglo iii a.n.e., reflejando un profundo cambio en el patrón de asentamiento
de la zona, y primando tanto la defensa del yacimiento como el control visual
de las vías de comunicación marítimas y terrestres de la zona, en detrimento
del Tossal de les Basses, localizado tan solo a 350 m, pero que no cumplía
estos requisitos. Desconocemos si entre ambos establecimientos hubo un hia-
tus o bien una continuidad poblacional con cambio de emplazamiento, pero sí
podemos afirmar que no coexistieron.
2. Parte de los tipos arquitectónicos y de los materiales empleados desde la
fundación de las defensas y su posterior e inmediata urbanización, correspon-
den a influencias externas. Nos referimos en concreto al empleo de conceptos
de poliorcética helenística en el trazado y resolución de la potente fortificación
que encorseta el enclave, con torres huecas artilladas apenas sobresalientes
del lienzo de muralla y concebidas para la defensa a distancia o la presencia
de un potente proteichisma, ajenas a la arquitectura militar del mundo ibérico
(Quesada, 2007). Estos tipos arquitectónicos foráneos también se plasman
en la arquitectura doméstica, con la «Casa del Patio Triangular» que, pese a
estar excavada parcialmente, no ofrece dudas sobre su filiación, por las altas
semejanzas presentadas con modelos bien conocidos en el mundo cartaginés
(Jiménez y Prados, 2013). Las mismas consideraciones son aplicables a las
cisternas del yacimiento, con numerosos paralelos en asentamientos púnicos
(Fantar, 1975 y 1992), así como a sus técnicas constructivas y el empleo de
morteros de cal, también aplicados a diversos suelos, de clara influencia nor-
teafricana (Olcina et alii, 2010, 240). Estos elementos se combinan con otros
típicamente ibéricos, como los altísimos porcentajes de cerámicas locales
entre la cultura material recuperada o modelos arquitectónicos característicos,
siendo su mejor ejemplo el de la «Casa del Incendio», con hogar central.
3. Dados los puntos 1 y 2, asistimos a la creación de un núcleo urbano poten-
temente fortificado, según los preceptos de la arquitectura defensiva helenís-
tica, y urbanizado, siguiendo una combinación de modelos arquitectónicos y
materiales constructivos que responden tanto a las tradiciones locales como a
fuertes influencias del mundo cartaginés, a inicios del último tercio/cuarto del
siglo iii a.n.e. Ante la disyuntiva de si esta combinación de elementos se debe
al influjo púnico o a su actuación directa, nos decantamos por esta segunda
opción, según argumentamos en dos trabajos previos (Olcina, 2005, 162-165;
Olcina et alii, 2010, especialmente 245-247), siendo concebido como un ele-
mento de control y vertebración territorial dentro de la política de conquista
318 Manuel Olcina Doménech, Antonio Guilabert Mas y Eva Tendero Porras

de Iberia acometida por la familia de los Barca, con lo que ello implica. Dada
la horquilla temporal ofrecida por el registro material, no podemos descartar
ni asumir ninguna de las opciones más plausibles, bien que se trate de una
fundación de manos de Amílcar Barca, bien de Asdrúbal Barca. Caso de ser el
primero, volveríamos a las hipótesis de mediados del siglo xx, que situaban en
este yacimiento Ákra Leuké (Diod. Sic., Bib. Hist., XXV, 10), idea que cuenta
con defensores (López, 1995, 74) y detractores, que la sitúan en las cerca-
nías de Cástulo, Carmona o, incluso, el Valle del Ebro (Barceló, 1994, 18-20;
García-Bellido, 2010; Hernández, 2003). Caso de ser el segundo, pudiera tra-
tarse de la ciudad innominada fundada tras la creación de Qrtḥdšt (Diod. Sic.,
Bib. Hist., XXV, 12), cumpliendo además la función de controlar las recien-
temente adquiridas tierras al N de la capital de los Barca y constituirse en un
punto de defensa avanzada de la misma, a imagen de Cartago (Olcina, 2005,
164-165). La presencia de rasgos ibéricos en la misma, no sería incompatible
con ninguna de las dos opciones, ya que pese a las distintas políticas asumidas
por ambos generales ante los pueblos peninsulares, la población autóctona era
imprescindible para la explotación económica, directa o indirecta, de los terri-
torios apropiados (Gracia, 2006, 68).
4. Durante los años transcurridos entre su fundación y su destrucción, situa-
dos en los momentos previos y durante la Segunda Guerra Púnica, el enclave
demuestra una fuerte vitalidad, ejemplificada tanto en la evolución de la edi-
licia como en la llegada de importaciones, siendo especialmente relevantes
los contactos con el área centromediterránea, Ỳbshm y el área del Estrecho de
Gibraltar, retaguardia de Aníbal en su aventura italiana (Bendala, 2010). Esta
posición ha de relacionarse con el fortalecimiento de las defensas registrado
durante la contienda, que a la postre se vería necesaria, dado el final inminente
de esta fase urbanística.
5. No hay elementos objetivos para situar la destrucción del enclave más allá
de la última década del siglo iii a.n.e., datos que constriñen el marco explica-
tivo dentro de la Segunda Guerra Púnica, aconsejando situar el episodio en la
campaña que culminó con la toma de Qrtḥdšt por Publio Cornelio Escipión,
hacia el 209 a.n.e., y anterior a su posterior avance hacia el S, concretado en
la toma de Baria/Villaricos y la batalla de Bæcula, ambas en el 208 a.n.e.
Quedaría así reforzada la idea de la función del Tossal de Manises como punto
de control marítimo-terrestre cartaginés, siendo además puerto de aguada y
refugio, así como baluarte en la defensa de la capital bárquida –independien-
temente de su fundación–, por lo que sus suertes quedaron ligadas. De este
modo, bien en el avance romano hacia Qrtḥdšt, bien inmediatamente tras su
caída, la ciudad fue totalmente arrasada, creemos que en una acción en la que
se vieron involucradas también La Escuera –en la costa– y La Serreta –en el
Una ciudad bárquida bajo Lucentum (Alicante). Excavaciones en el Tossal de Manises319

interior–, con el fin de asegurar la retaguardia romana e impedir el reabaste-


cimiento de los cartagineses, condenando a la Contestania a un largo período
de atonía que se prolongará a lo largo del siglo ii a.n.e. (Olcina y Ximénez de
Embún, 2014, 110).

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UN HIPOGEO CON DROMOS ESCALONADO DE
TIPOLOGÍA FENICIO/PÚNICA TALLADO A PIE
DE MONTE EN LA DESEMBOCADURA DEL RÍO
SEGURA

Bienvenido Mas Belén


Arqueólogo profesional

Feliciana Sala Sellés


Fernando Prados Martínez
Universidad de Alicante

El hallazgo
En el otoño de 2012, durante el seguimiento arqueológico de las obras del
gaseoducto «Conducción de Gas Natural Guardamar-Torrevieja-Orihuela-
Pilar de la Horadada», se produjo el hallazgo de una estructura subterránea
tallada en el paleosuelo de roca calcarenita en el extremo septentrional del
cabezo donde se sitúan el poblado y necrópolis ibéricas de Cabezo Lucero
(Guardamar del Segura, Alicante) (Aranegui et alii, 1993).
Se trata de un tramo de escaleras que antecede a una cavidad abovedada,
cuya morfología puede relacionarse, en principio, con los hipogeos funera-
rios fenicios y púnicos. Durante el desarrollo de los sondeos y el seguimiento
de apertura de zanjas en el entorno no se detectaron otras estructuras que
confirmaran un área de necrópolis en la zona, lo que no descarta su existen-
cia. Los trabajos arqueológicos quedaron interrumpidos al alegar la dirección
de obra ante la Conselleria de Cultura de la Generalitat Valenciana la caren-
cia de medios técnicos para garantizar la seguridad laboral y, seguidamente,
la institución autonómica aceptar la paralización sin mediar una solución
alternativa. Finalmente, tanto el dromos como el tramo excavado de la ante-
cámara fueron cubiertos con arena especial, garantizando su conservación
330 Bienvenido Mas Belén, Feliciana Sala Sellés y Fernando Prados Martínez

Figs. 1-2. Vista del posible hipogeo desde la trinchera de la Guerra Civil y sección del
dromos. E = 1:20

pero, lamentablemente para el patrimonio valenciano, sin poderse verificar


con total certeza su uso funerario. Así pues, quedan abiertas otras interpreta-
ciones sobre su funcionalidad y adscripción cronológica.

Localización
La estructura se emplaza entre el talud que delimita por el norte el poblado
ibérico de Cabezo Lucero, afectado por una trinchera de la Guerra Civil
Española (1936-1939), y la antigua vía pecuaria de la Colada dels Estanys,
posteriormente convertida en camino militar durante dicha contienda y hoy
carretera que une las poblaciones de Rojales y Guardamar (Aranegui et alii,
1993, 5-6, 15). La ladera del cabezo, que en época antigua se prolongaría
de forma suave hacia el río Segura, quedó recortada a la altura del ingreso
descendente al interior de la cavidad. La construcción del camino y de la
posterior carretera afectó a la caja de la escalera y a la cubierta de la cavidad,
recortando y casi nivelando el terreno y proporcionando, tanto al dromos
como a la entrada de la cavidad, un aspecto diferente al que debió tener en
origen (Fig. 1).
El hecho de que los peldaños arranquen desde una trinchera de la Guerra
Civil que surca perimetralmente el cabezo hizo pensar en un principio que
Un hipogeo con dromos escalonado de tipología fenicio/púnica tallado a pie de...331

la estructura podía tener un origen y función militar como, por ejemplo, un


polvorín. Sin embargo, la estratigrafía de la colmatación ha revelado solo
aportes de época ibérica plena, sin intrusiones posteriores. Por otro lado,
la aparición de agua al excavar los estratos más profundos sugería también
que pudiera tratarse de una mina de captación de agua de etapas históricas;
sin embargo, muy pronto descartamos esta opción porque esas minas suelen
tener menor amplitud que la estructura que nos ocupa. La presencia de agua
puede explicarse por la propia configuración del dromos, con una pendiente
descendente en el sentido de la antigua ladera, y por el substrato de calca-
renita en el que está tallado, relativamente impermeable, lo que favorecería
la acumulación del agua de escorrentía en el fondo de la estructura. Este
fenómeno se acentuaría al construir la carretera, de modo que la boca del
dromos, ahora situada en la cuneta, absorbería tanto el agua de escorrentía
del monte como la evacuada lateralmente desde el asfaltado. De hecho, las
fuertes lluvias acaecidas a fines de septiembre de 2012 reblandecieron el
terreno durante semanas, como se constató al iniciar el sondeo arqueológico
en el que apareció el dromos. Esta interpretación se contrapone a la de unas
hipotéticas filtraciones de aguas freáticas provenientes del cercano cauce del
río; un contratiempo que debería haber afectado a quienes tallaron la estruc-
tura, impidiendo su conclusión e inutilizándola desde el inicio de la obra. Y
ciertamente, la estructura no parece tener un aspecto inacabado. La proxi-
midad del río debió ser considerada previamente a la inversión de tiempo
y trabajo en tallar esta estructura ante el riesgo de filtraciones que pudieran
malograr el propósito.

Descripción de la estructura y su excavación


Así pues, nos encontramos ante un acceso escalonado, ligeramente curvo y
muy inclinado que antecede a dos tramos abovedados de una cavidad artifi-
cial con una orientación noroeste-sureste. La escalera es de un solo tramo y
presenta una destacada longitud, amplitud y altura de los peldaños: unos 2
m de longitud, 0,30-0,45 m de ancho (huella) y 0,35-0,40 m de altura (con-
trahuella) (Fig. 2). Sumando escalera y estancia subterránea hasta donde se
ha podido excavar, la longitud máxima es de unos 6 m. La anchura máxima
documentada oscila entre 2,30 y 3 m.
En el perfil estratigráfico del inicio de la escalera se documentó una sec-
ción en artesa de la caja, con una amplitud entre 1,75 y 2,15 m. Por otra parte,
casi coincidiendo con los escalones 2 y 3, las paredes de la caja presentan
sendas escotaduras prolongadas hacia la cavidad, quizás parte del sistema de
cierre. Su profundidad comprende entre 0,20 y 0,35/0,40 m y su altura entre
332 Bienvenido Mas Belén, Feliciana Sala Sellés y Fernando Prados Martínez

Fig. 3. Peldaños siguiendo una ligera curvatura S.E.-N.O.

Fig. 4a-b. Vista, desde el S.E., del tramo excavado. Al fondo, agua acumulada y parte del
testigo estratigráfico.

0,25 y 0,65 m, e incluso más al prolongarse hacia el arranque de la cubierta


de la supuesta antecámara (Fig. 3).
Un hipogeo con dromos escalonado de tipología fenicio/púnica tallado a pie de...333

El estado general de conservación era bueno, sin grietas, fisuras, vetas, ni


desconchados en las paredes y techo del tramo, tan solo desportilladuras en
algunos peldaños, tal vez producidas por el uso. La destacada anchura de los
peldaños permitiría el acceso de varias personas a la vez, incluso transpor-
tando en sentido descendente algún enser voluminoso, como un sarcófago
o una parihuela. Sin embargo, la pronunciada contrahuella de los peldaños
dificultaría la salida en caso de transportar algún objeto pesado en sentido
ascendente.
Desde el punto de vista estratigráfico, el proceso deposicional de la col-
matación apunta a un abandono de la estructura en época antigua. En las
capas superficiales se detectaron aportes naturales de tierras con piedras, res-
tos cerámicos, óseos, etc., combinados con pequeñas deposiciones de arena
procedentes –en forma de cuñas laterales– de la lenta degradación de las
paredes a lo largo de los años. A ellos se suman los depósitos antrópicos, con
material arqueológico, mediante aportes de tierras, escombro y cerámicas.

La datación del hipogeo


Los materiales arqueológicos hallados en el depósito estratigráfico, que
colmatan el interior de la estructura tallada en la roca, constituyen un con-
junto muy homogéneo que ayuda a fechar la amortización del hipogeo en la
segunda mitad del siglo iv a.C. Este criterio, que consideramos fundamental,
aleja cualquier tipo de interpretación moderna o contemporánea para esta
estructura tallada en la roca.
Por lo que se refiere a la cerámica ibérica, muy abundante, están repre-
sentadas todas las producciones: pintada, común, gris, de cocina y ánforas.
El repertorio formal es asimismo interesante, pues lo que se documenta son,
de un lado, recipientes de transporte y almacenaje y, de otro, platos y vasos
de pequeño formato. Entre los primeros, tenemos numerosos fragmentos de
ánfora ibérica de borde poco resaltado, así como urnas bicónicas y lebetes
pintados cuya decoración a base de frisos de segmentos de círculo concéntri-
cos es la característica de este momento (Fig. 5-6).
Entre los segundos destacamos el hallazgo en la UE 110 de dos vasi-
tos votivos casi completos, de uso frecuente en los ajuares de tumbas ibé-
ricas del siglo iv a.C. De hecho, aparece en no pocas tumbas y fuegos de
ofrendas de la misma necrópolis de Cabezo Lucero (Aranegui et alii, 1993,
105-106; Uroz y Uroz, 2010, 95, 101-103), así como en las tumbas coetá-
neas de la necrópolis murciana del Cigarralejo (Cuadrado, 1987, 73), por
citar dos ejemplos paradigmáticos de espacios funerarios ibéricos de época
plena. Uno está fabricado con pasta ocre y es también el de mayor tamaño;
334 Bienvenido Mas Belén, Feliciana Sala Sellés y Fernando Prados Martínez

Figs. 5-6. Fuente y posible cazo con decoración geométrica.

el segundo es de pasta gris (Fig. 8a-d). Entre los vasos de pequeño formato
destaca un pequeño recipiente de morfología especial, hecho a mano y con
decoración pintada geométrica al exterior y al interior. La pasta es tosca, muy
semejante a la de cocina, incluso con los habituales desgrasantes de cuarzo,
pero un engobe de arcilla rosada aplicado por inmersión cierra los poros y
permite plasmar la decoración pintada; de un punto medio de la pared exte-
rior arranca lo que debió ser un mango de sección ovalada (Fig. 6).
La cronología y homogeneidad del conjunto cerámico ibérico es corro-
borada por la presencia de varios vasos áticos de barniz negro, al menos, tres
ánforas púnico-ebusitanas (UE 102) del tipo T-8.1.1.1 de Ramón (1991, 147-
149, Mapa 1) (Fig. 7) y un mortero ebusitano AE-20. Los productos cerámi-
cos ebusitanos llegan de forma masiva a la costa contestana en el siglo iv a.C.
y, en especial, las ánforas de este tipo están presentes en todos los enclaves
costeros de estas fechas, desde La Escuera, La Picola, Tossal de les Basses,
La Illeta dels Banyets, Cap Negret al Penyal d’Ifac. Aunque en un número
inferior, también llegan a los oppida del interior.
Un hallazgo curioso en este contexto son las escorias de fundición de
plomo y fragmentos de lingotes discoidales de litargirio aparecidos en diver-
sos estratos, reflejo de una actividad metalúrgica en el entorno. En la UE 105
apareció el lingote más completo (Fig. 9a-d), lo que ha permitido conocer
su forma y las dos opciones de apilamiento: normalmente con el anverso
cóncavo visible, apto para su transporte sobre superficie no plana, o con el
reverso convexo visible. Por su mayor superficie de apoyo, esta segunda
variante permitiría apilar los lingotes sobre una superficie plana. Esta pieza
presenta 24 cm de diámetro y un espesor de alrededor de 5 cm.
Un hipogeo con dromos escalonado de tipología fenicio/púnica tallado a pie de...335

Fig. 8a-d. Vasos votivos ibéricos.

Fig. 7a-b. Borde de ánfora púnico-ebusitana T-8. 1.1.1.


336 Bienvenido Mas Belén, Feliciana Sala Sellés y Fernando Prados Martínez

Fig. 9a-d. Anverso y reverso del fragmento de lingote. Propuesta de aspecto original y
variantes de apilamiento.

Otro hallazgo de gran interés es el fragmento de escultura antropomorfa


tallada en calcarenita y con restos de pigmento rojo (UE 110). Parece corres-
ponder a un antebrazo cubierto con un manto que deja al descubierto dos
aros del mismo tipo de brazalete que lucen los guerreros del conjunto escul-
tórico de Porcuna (Jaén) (Fig. 10).1 Sin embargo, la figuración sería la misma
que la del guerrero del santuario del Pajarillo (Jaén), también datada en el
siglo iv a.C., que cubre su brazo izquierdo con el manto mientras que con
el derecho empuña la falcata medio oculta bajo el manto. Este fragmento

1. Sus dimensiones son: 14,8 cm de largo y 13,4/14,3 cm de ancho.


Un hipogeo con dromos escalonado de tipología fenicio/púnica tallado a pie de...337

escultórico debe relacionarse, en principio, con el conjunto de la necrópolis


ibérica de Cabezo Lucero, donde las esculturas antropomorfas –guerreros– y
zoomorfas debieron ir montadas sobre plataformas escalonadas, unos monu-
mentos a través de los cuales quedaría expresado el culto al poder aristocrá-
tico (Aranegui et alii, 1993). El hallazgo del fragmento escultórico en un
contexto de amortización datado claramente en la segunda mitad del siglo
iv a.C. permite reabrir el interesante debate de la datación de la escultura
ibérica contestana, hasta ahora hecha casi siempre con criterios estilísticos,
así como su destrucción.
También en la UE 110 apareció una vértebra de cetáceo que presentaba
marcas de finos cortes por su faz mejor conservada, sobretodo en su períme-
tro. Sus dimensiones conservadas son 17,2 cm de alto y 13/15,6 cm de ancho
(Fig. 11a-b). Su presencia puede explicarse por su función como soporte
portátil de trabajo para pescadores o artesanos, de la misma manera en que
fueron objeto de uso otras vértebras de cetáceos durante la Antigüedad. Así
se ha constatado arqueológicamente, por ejemplo, en contexto púnico en
Mozia o en contexto romano en Baelo Claudia (Bernal y Monclova, 2012,
167-185, 195-198, fig. 8b-c).
El lugar de hallazgo coincide con la zona comprendida entre las partidas
guardamarencas de La Rinconada y Los Estaños, donde se han recuperado
varias vértebras de cetáceos fosilizadas en estratos de areniscas pliocenas,
según indicaciones de Antonio García, arqueólogo municipal. Así, un ejem-
plar fosilizado similar a este, se halla expuesto en la sección de Paleontología
del Museo Arqueológico, Paleontólogico y Etnológico de Guardamar del

Fig. 10. Fragmento de brazo revestido con manto y, tal vez, portando brazalete.
338 Bienvenido Mas Belén, Feliciana Sala Sellés y Fernando Prados Martínez

Fig. 11a-b. Vértebra con detalle de las marcas de corte.

Segura (Panel-Vitrina 1). A falta de un análisis más profundo, en opinión del


paleontólogo Joaquín Sendra, es probable que estemos ante la reutilización
de una vértebra de cetáceo fósil, dada la presencia de precipitaciones calcá-
reas y la tonalidad ferruginosa de la superficie.

Algunos paralelos tipológicos del hipogeo


Como se ha dicho, la interrupción de la excavación del hipogeo sin haber
llegado al fondo de la cavidad deja abiertas diversas interpretaciones sobre
su función y adscripción cronológica precisa, sobre todo para el momento de
su construcción. Dado que la cuestión cronológica no queda resuelta, proce-
demos a continuación a exponer los argumentos que apoyarían una datación
y filiación cultural.
Empezaremos por su adscripción fenicia. La presencia de población
fenicia habitando en la desembocadura del Segura durante casi tres siglos
explicaría por sí solo que el hipogeo pueda tener cronología fenicia. Ahora
bien, puesto que los recientes trabajos en el Cabezo Pequeño del Estaño han
demostrado ser la instalación más antigua, antecediendo a la fundación de
La Fonteta en más de medio siglo (García Menárguez y Prados 2014, 129), y
que el hipogeo se encuentra ubicado en el cabezo vecino, a menos de un kiló-
metro de distancia a occidente, tendríamos en conclusión que podría corres-
ponder a la necrópolis de este enclave arcaico. Se cumpliría así un esquema
que se repite en numerosos asentamientos fenicios del siglo viii a.C. que
Un hipogeo con dromos escalonado de tipología fenicio/púnica tallado a pie de...339

incluyen el binomio poblado fortificado / necrópolis de hipogeos, como por


ejemplo en el caso malagueño de Trayamar (Niemeyer y Schubart 1975 y
1976). Este patrón con los hábitats y sus respectivas necrópolis en cerros
separados por un río o una vaguada, si bien quedando perfectamente visibles
entre sí, es muy frecuente en todo el Mediterráneo.
Otro dato a favor de la adscripción fenicia del hipogeo es la pendiente
del dromos o acceso escalonado o el considerable alzado de la mayor parte
de las contrahuellas de los peldaños, con paralelos en hipogeos fenicios del
siglo ix a.C. excavados en la roca arenisca, como en el yacimiento de Tel
Achziv (Mazar, 2003, 9-10, 77-78, 95, 157-158, Fig. 98-99). En otros casos
peninsulares se dan también este tipo de peldaños que dificultarían un paso
normal o un uso frecuente, que habría de tener una estructura de una funcio-
nalidad concreta, como por ejemplo un pozo o aljibe. En la necrópolis de
la Isla de las Palomas de Tarifa los peldaños son casi impracticables siendo
interpretados por ello desde una perspectiva ritual o simbólica más que desde
una funcional (Prados et alii, 2010).
Este tipo de estructuras funerarias, que la historiografía tradicional ha
calificado de «principescas» y que suelen corresponder a las primeras etapas
de la presencia fenicia, se atribuyen a grupos familiares pertenecientes a una
elite comercial, bien identificados en la necrópolis Laurita de Almuñécar
(Pellicer 2007, 75) y en otras similares como Abdera, Lagos, Cerro del Mar
o Trayamar. Por el contrario, tumbas más sencillas, como las de pozo u otras
menos elaboradas, se adscriben a etapas más recientes de los siglos vii y vi
a.C.
Pese a hallarse en un área de un denso poblamiento ibero, el hipogeo
también podría tener una adscripción púnica y, en ese caso, se sumaría a las
necrópolis de hipogeos, con sus hitos en las necrópolis de Puig des Molins
(Ibiza) y Baria (Villaricos, Almería). Recientemente se ha producido el
hallazgo de un hipogeo con acceso de pozo en el entorno de la ciudad de
Cartagena (Murcia), expoliado a mediados del siglo ii a.C., así como referen-
cias a otros descubrimientos antiguos de cronología imprecisa (Ramallo et
alii, 2011, 63). Así pues, siendo la desembocadura del Segura un espacio de
encuentro a lo largo de todo el primer milenio a.C. entre la población local y
comerciantes fenicios, primero, y púnicos a partir de finales del siglo vi a.C.
(Sala, Moratalla y Abad 2014), no nos debería extrañar una necrópolis de
hipogeos perteneciente a una factoría o enclave comercial púnico en la zona.
A favor de esta atribución podemos aportar diversos paralelos. Por ejem-
plo, respecto a la orientación, tradicionalmente este-oeste con un sentido
funerario ligado al ciclo de la luz solar (Ramos, 1986, 27-31; 1991, 253-
254; Prados, 2008, 80), en la necrópolis de Baria algún hipogeo varía su
340 Bienvenido Mas Belén, Feliciana Sala Sellés y Fernando Prados Martínez

orientación en sentido sureste-noroeste desde el corredor hacia la cámara


(Almagro, 1984, 29-31; Ramos, 1986, 32-37, 43, 45-46), como ocurre en
este hipogeo.
En cuanto a la tipología de la cavidad, se podría relacionar con el tipo
VII-7 de Tejera, representado por los hipogeos de Baria (Villaricos, Almería)
(Tejera, 1979, 46-47; Almagro, 1984, 11-12, 15-16). Del mismo modo, los
techos abovedados de nuestro hipogeo guardan una cierta similitud con las
cámaras funerarias de sección ovalada y pozo de acceso –en lugar de dro-
mos– de la necrópolis púnica de Beja (Túnez). Esta morfología tal vez esté
impuesta por las características geológicas del substrato rocoso, como ya
advertía A. Tejera (1979, 83, 90, 139-142, 171, fig. 14). Por otro lado, la
pronunciada pendiente del dromos escalonado nos recuerda la de los hipo-
geos púnicos de la necrópolis tunecina de Jbel-Mlezza (Tejera, 1979, 138,
181, fig. 38, 2), si bien en este caso el trazado de la caja de la escalera es
totalmente recto.
Otro detalle curioso es que el número de peldaños en algunos hipogeos
de esta misma necrópolis y la de Mahdia, también en Túnez, alcanzan una
cifra de 10 a 12 (Tejera, 1979, 141-142, 153-155, fig. 40). Por lo que se
refiere al aspecto de algunos peldaños de nuestro hipogeo, se ha comprobado
que el alzado de algunos y su morfología en planta, ensanchándose por sus
extremos, los encontramos, por ejemplo, en los hipogeos tipos T 1/69 y T
3/69 de la necrópolis púnica de Arg el Ghazouani (Túnez) (Fantar, 1986,
384, 396, 405, 427, Lám. I-II, 443, Lám. XXXVII), en la que existen hipo-
geos con todo el dromos escalonado (Prados, 2008, 88-89). En este punto, la
diferencia con los hipogeos de Baria es notable, pues los dromos almerien-
ses no son tan inclinados, ni sus peldaños tan elevados (Almagro, 1984; 21,
23, 31, 35, 37, 41, 50-52, 58, 85). Sin embargo, la mayor disparidad es con
los hipogeos de las necrópolis de Ibiza, donde tanto en la necrópolis urbana
de Puig d’es Molins (Goméz Bellard, 1984; Fernández, 1992) como en las
necrópolis rurales (Tarradell y Font, 2000) no existen los dromos escalo-
nados, quizá porque en la isla el substrato rocoso es calizo, bastante más
difícil de trabajar que la calcarenita o el esquisto. No se cumple, por tanto,
la observación realizada por Tejera (1979, 137), según la cual las cámaras
funerarias con acceso vertical –o pozo– se darían preferentemente en zonas
llanas, mientras que el acceso en escalera sería más propio de zonas abruptas,
ya que en nuestro caso el acceso en escalera se localiza en la vertiente del
cabezo y se debe al substrato rocoso de calcarenita blanda y fácil de tallar.
En la escatología fenicio-púnica, la profundidad de las tumbas y el cierre
y colmatación del acceso a la cámara son sinónimo de miedo a los muer-
tos, pero también son medidas disuasorias frente a los saqueos de tumbas
Un hipogeo con dromos escalonado de tipología fenicio/púnica tallado a pie de...341

(Ramos, 1991, 255, 258; Prados, 2008, 79). Durante la excavación de los
estratos que amortizaban el dromos y los primeros espacios abovedados no
se hallaron indicios del sistema de cierre, como restos de lajas o grandes
piedras. Ello plantea algunas incógnitas con derivaciones importantes para
la interpretación cultural, por ejemplo, si el cierre del hipogeo estuvo intacto
hasta que las obras del camino o de la trinchera de la Guerra Civil se llevaron
las lajas, o si la cámara fue profanada, saqueada y colmatada en la segunda
mitad del siglo iv a.C., perdiéndose de antiguo el cierre, o si la estructura ha
permanecido intacta y lo excavado es la colmatación primaria del dromos,
contexto que se compadece con un cierre exterior mediante pavimentación
de mortero de cal, como los recientemente descubiertos en la entrada de
algunos hipogeos de Puig d’es Molins de Ibiza.

Contexto histórico y arqueológico


Las reconstrucciones paleoambientales recientes de la desembocadura del
río Segura describen un estuario cuyo límite interior se adentraba unos kiló-
metros respecto a la línea de costa actual (Montenat, 2009; Ferrer, 2010,
37-45). En medio de un paisaje de ribera fluvial circundado por glacis y
piedemontes, las fluctuaciones del río en su tramo final fueron determinantes
para la elección del espacio de hábitat a lo largo del i milenio a.C. Para los
inicios del milenio se ha observado un paleocauce discurriendo a los pies
de las sierras de la margen derecha, circunstancia que debió condicionar las
fundaciones fenicias en dicha margen, lo más cerca posible del curso del río.
Así, el Cabezo Pequeño del Estaño (García y Prados, 2014, 127), hoy ale-
jado del litoral, sería la primera fundación fenicia y estuvo habitado durante
la primera mitad del siglo viii a.C. en un punto del piedemonte junto o muy
próximo a una zona óptima para el varado de naves en el límite meridional
del estuario. El topónimo valenciano, Cabeçó de l’Estany, hace alusión a la
laguna o estanque que hasta hace poco todavía se formaba en el lado orien-
tal del cabezo en años de lluvias. Sin haber completado la excavación y sin
ninguna evidencia material fenicia en lo ya excavado, no podemos afirmar
de forma categórica que el hipogeo de Cabezo Lucero fuera de cronología
fenicia, aunque su tipología lo parezca. Sin embargo, barajando esta opción
como primera hipótesis se debe asociar al Cabezo Pequeño del Estaño por
su proximidad y topografía histórica. La Fonteta, que sustituye al Cabezo en
el hábitat fenicio de la margen derecha a partir de finales del siglo viii a.C.
(García, 2010, 23-24), quedaría demasiado lejos de una hipotética área fune-
raria en el Cabezo Lucero, incumpliendo el patrón cultural del poblamiento
fenicio. De ser correcta esta opción, la cronología de la colmatación en la
342 Bienvenido Mas Belén, Feliciana Sala Sellés y Fernando Prados Martínez

segunda mitad del siglo iv a.C. nos daría un terminus ante quem para un
posible expolio o reutilización de la cámara por iberos o púnicos.
La segunda opción que barajamos es que la cámara tuviera adscripción
púnica. Tras el abandono de La Fonteta a mediados del siglo vi a.C., el pobla-
miento antiguo de la desembocadura del Segura se traslada sin solución de
continuidad a la margen izquierda con la fundación ex novo del poblado de
El Oral donde, además, se mantiene la tradición arquitectónica de la colonia
fenicia y no pocos elementos de su cultura material (Abad y Sala, 2009).
Su necrópolis, El Molar, se extendía junto a la lámina de agua del estuario,
a unos pocos centenares de metros de distancia. En las últimas décadas del
siglo v a.C. la población abandonó El Oral para trasladarse a La Escuera,
algo más al interior pero siempre en la orilla del estuario. La ocupación de la
margen izquierda a partir de la segunda mitad del siglo vi hasta la Segunda
Guerra Púnica pudo deberse a la fluctuación del curso del río, del que los
estudios paleoambientales mencionados observan otro paleocauce discu-
rriendo a los pies de la sierra del Molar, más o menos por estas fechas2. En
esta argumentación de los cambios del poblamiento antiguo llama la aten-
ción la localización excéntrica del poblado y necrópolis ibéricas del Cabezo
Lucero respecto al espacio de hábitat ibero, su fundación ex novo en las
últimas décadas del siglo v a.C. y su abandono en la segunda mitad del siglo
iv a.C. o ya a principios del iii a.C. según el numerario púnico-ebusitano
localizado en algunas tumbas, coincidiendo con la amortización del dromos.3
Desde su origen en las últimas décadas del siglo v a.C. la necrópolis se
desarrolló en sentido sur-norte (Uroz y Uroz, 2010, 92, 112-113), amplián-
dose hacia el poblado y el río, en sentido inverso al modelo de desarrollo
las necrópolis fenicio-púnicas. A estos rasgos peculiares del enclave ibé-
rico ahora hay que sumar la existencia del hipogeo de tradición púnica en el
límite septentrional del poblado que ya cuenta con su propia necrópolis al sur.
Aunque todavía sin respuesta, podemos estar sin duda ante un dato más para
alimentar el debate abierto en torno al establecimiento de población púnica
permanente en esta zona del sureste peninsular (Sala, 2004, 62-68, 84-85), no
necesariamente en un enclave aparte sino en un barrio comercial dentro del
poblado ibero, como muestra el ejemplo del barrio de comerciantes etruscos

2. Ya en época histórica y hasta la actualidad, el río vuelve a discurrir por el piedemonte de
la margen derecha, lo que explicaría que el hábitat tardo-antiguo e islámico se vuelva a
localizar en este lado de la desembocadura.
3. Recientemente uno de los autores ha podido examinar los materiales arqueológicos de las
tres campañas realizadas en el poblado bajo la dirección de José Uroz, a quien agradece-
mos la buena disposición. Se confirma que poblado y necrópolis tienen los mismos límites
cronológicos: últimas décadas del siglo v a últimas décadas del iv a.C.
Un hipogeo con dromos escalonado de tipología fenicio/púnica tallado a pie de...343

en el Lattes del siglo vi a.C. La desembocadura del Segura fue un espacio de


intercambios muy activo en época fenicia, pero nos atrevemos a decir que
lo fue todavía más en época ibérica, a juzgar por el volumen y variedad de
importaciones griegas y púnicas, y no solo de manufacturas de lujo.
Se ha visto en la actividad metalúrgica un factor fundamental para expli-
car la instalación fenicia en la desembocadura del Segura, gracias al hallazgo
de fragmentos de tortas de litargirio vinculados a la obtención de plata, espe-
cialmente en La Fonteta (González, 2010a, 60-63). Dichos lingotes se han
puesto en relación con el cargamento de los barcos fenicios de la bahía de
Mazarrón (Murcia) (González, 2002, 131) y, por tanto, con una empresa
comercial a escala suprarregional entre las zonas mineras de Mazarrón,
Cartagena-La Unión (Martínez et alii, 2009, 111-112; Pérez, 2010, 18-19;
Miñano y Fernández, 2010, 56-58, 120-121, 138-141) y la desembocadura
del Segura. Las tortas o lingotes de litargirio de los pecios de Mazarrón son,
genéricamente, de forma circular y sección plano-convexa (Negueruela et
alii, 2000, 1672-1674)4, la misma forma que algunos de los fragmentos de
lingote del hipogeo, si bien estos de menor diámetro. Ahora bien, la simili-
tud morfológica puede deberse a un condicionante técnico y funcional, y no
necesariamente que los lingotes del hipogeo sean de cronología fenicia. El
litargirio y, en general, el trabajo del plomo continuaron en la desemboca-
dura del Segura entre finales del siglo vi a.C. y finales del siglo iii a.C. en El
Oral (Abad y Sala, 1993) y La Escuera.5
Estas evidencias, a las que se suman los fragmentos de lingote del hipo-
geo de Cabezo Lucero, se explican en un contexto de reactivación del comer-
cio del plomo y la plata a una escala de nuevo suprarregional: desde la des-
embocadura del Segura, la sierra minera de Cartagena-La Unión (Murcia),
cuyas minas se están explotando ya en el siglo iv a.C. (Martínez, 2012) hasta
el siglo iii a.C., cuando en Los Nietos se practica la metalurgia para pro-
veer a la capital cartaginesa (Martín, 2000, 9-20), y más allá, Punta de los
Gavilanes dedicado al beneficio de la plata de las minas de Mazarrón hasta
la sierra Almagrera-Herrerías con Baria (López, 1994, 74, 80-84).

4. Según la recreación expuesta en el ARQUA, los lingotes irían apilados sobre una base de
abarrote –ramas y troncos de arbustos– como si fueran platos, quedando visibles el borde
y el umbo central marcado, es decir, la cara cóncava o anverso. Externamente, este tipo de
lingotes presentan una morfología convexa, con menor superficie de apoyo.
5. Las campañas en La Escuera de 2013 y 2014 en un corte abierto a extramuros del lienzo
meridional han deparado numerosos fragmentos de tortas y lingotes de litargirio y plomo,
idénticos en forma y tamaño a los del hipogeo. También son abundantes los restos de fundi-
ción de plomo en el interior del poblado, siempre en los contextos de abandono del poblado
como consecuencia de la Segunda Guerra Púnica.
344 Bienvenido Mas Belén, Feliciana Sala Sellés y Fernando Prados Martínez

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LAS DEFENSAS DE CARTAGENA EN LA
ANTIGÜEDAD: LAS MURALLAS DE LA
ACRÓPOLIS EN LOS SIGLOS III Y II A.C.1

José Miguel Noguera Celdrán


María José Madrid Balanza
María Victoria García Aboal
Víctor Velasco Estrada
Universidad de Murcia

Introducción
Tras la «fundación»2 hacia 229-228 a.C. de Qart Hadâst3 como capital de los
dominios cartagineses en Iberia4 en un enclave geoestratégico del sureste
peninsular5, Asdrúbal acometió –en un contexto claramente prebélico– un
imponente programa de monumentalización defensiva de la plaza fuerte
mediante la construcción de un lienzo de murallas que no solo la fortificaba,
si no que exteriorizaba su prestigio y el de los Barca y su empresa ibérica6.

1. Este trabajo es fruto del proyecto «Roma, las capitales provinciales y las capitales de
Hispania: difusión de modelos en la arquitectura y el urbanismo. Paradigmas del conventus
Carthaginiensis» (ref. n.º HAR2012-37405-C04-02), financiado por la Secretaría de Estado
de Investigación del Ministerio de Economía y Competitividad y en parte subvencionado
con fondos FEDER de la Unión Europea.
2. Sobre la posibilidad de un pacto entre la población ibérica y la cartaginesa: González
Wagner, 2010, 63-64; también: Fantar, 1994; Conde, 2003, 39 y 41. Sobre el oppidum
ibérico precedente: Ramallo y Ruiz, 2009, 527-532.
3. Síntesis sobre la ciudad púnica: Ramallo y Ruiz, 2009; Noguera, 2013. Sobre la historio-
grafía de la Cartagena púnica en los siglos xix y xx: Martín, 2009.
4. La ciudad «debía dominar Iberia como Cartago lo hacía sobre Libia» (Pol. 2, 13, 1). Para
el proyecto político cartaginés en Iberia: Bendala, Pérez y Escobar, 2013.
5. Pol. 10, 10, 5ss.; Liv. 26, 42, 8. Sobre la topografía de la ciudad antigua: Mas, 1979, 32-47;
Martínez, 2004.
6. Pol. 10, 13 y 15; Noguera, 2013, 143-147; Blánquez, 2013, 216-220 (con bibliografía
anterior).
348 José Miguel Noguera, María José Madrid, María Victoria García y Víctor Velasco

Figura 1. Vista aérea del cerro del Molinete (Cartagena) desde el Este; en su flanco norte se
aprecia el trazado rectilíneo de la muralla del siglo xvi, superpuesta a las murallas púnica y
romana objeto de este estudio (fot. Paisajes Españoles).

Figura 2. Ortofografía del área occidental de la cima del cerro del Molinete con los vestigios
de la muralla púnica y la romana republicana superpuestos (fot. J. G. Gómez Carrasco).

Conquistada la ciudad por el general P. Cornelio Escipión en el invierno de


209-208 a.C. (Pol. X, 6, 8; X, 8-15)7, objetivo prioritario de Roma fue de

7. Sobre la conquista: Beltrán, 1946; id., 1947; Fernández, 2005. Para la fecha de 209-208
a.C.: Schulten, 1935, 118; De Sanctus, 1968, 440, nt. 18; Walbank, 1976, vol. 2, 14-15.
Otros autores toman como válida la fecha de 210 a.C. aportada por Livio (Lancel, 1997,
183). Evidencias arqueológicas del asedio: Martín y Roldán, 1997c, 89; Izquierdo y Zapata,
2005, 281. Sobre la posibilidad de un asedio anterior: Liv. XXII, 20; y De Miquel, 1994; en
contra: Fernández, 2005, 55-56.
Las defensas de Cartagena en la Antigüedad: las murallas de la acrópolis en los...349

Figura 3. Vista aérea del área occidental del cerro del Molinete con los restos arqueológicos
de la muralla púnica cubiertos con geotextil y los de la muralla romana republicana
superpuesta puestos en valor (fot. J. G. Gómez Carrasco).

nuevo su fortificación8, lo que se tradujo hacia mediados del siglo ii a.C. en la


construcción de una nueva cinta muraria. Diversos hallazgos arqueológicos
recientes, en particular en la cima del cerro del Molinete-arx Hasdrubalis9
(la antigua acrópolis10) (Figs. 1-3), aportan nuevos datos al respecto y ahon-
dan en la reconstrucción de la historia defensiva de la ciudad en época púnica
y romana republicana11.

8. Para la ciudad tardorrepublicana: Ramallo, Fernández, Madrid y Ruiz, 2008; Noguera,


2012, 124-137.
9. Sobre la reciente campaña arqueológica en la cima del Molinete: Giménez, Noguera,
Madrid y Martínez, 2011; sobre sus circunstancias, ubicación y planteamiento metodo-
lógico: Noguera, Madrid y Velasco, 2011-2012, 484-485; Noguera, Madrid y Martínez,
2012-2013, 36-41.
10. Los vestigios de ambas murallas forman parte del área arqueológica del Parque de la
Acrópolis del cerro del Molinete, aunque solo la republicana y renacentista han sido
musealizadas por el momento (Giménez, Noguera, Madrid y Martínez, 2011). Para el
Parque Arqueológico del Molinete: Noguera y Madrid (Eds.), 2009; Noguera y Madrid,
2012; Noguera, Cánovas, Madrid, Martínez y Martínez, 2010 (2013); Noguera, Madrid,
Martínez y Cánovas, 2012.
11. Sobre las defensas de la ciudad púnica y romana: Ruiz y Madrid, 2002; Ramallo, 2003;
Ramallo y Vizcaíno, 2007; Noguera, Madrid y Velasco, 2011-2012; Noguera, Madrid y
Martínez, 2012-2013.
350 José Miguel Noguera, María José Madrid, María Victoria García y Víctor Velasco

Las murallas de la acrópolis de Cartagena: la evidencia


arqueológica
El registro de época púnica
Las recientes excavaciones arqueológicas en la cima del cerro del Molinete
(Fig. 4), en particular las que afectaron al área de la muralla renacentista (o
del Deán) y las «viviendas indígenas» halladas en 1977-78 por P. A. San
Martín (al respecto: Noguera, Madrid y Velasco, 2011-2012, 484-485), han
constatado los vestigios de una estructura arquitectónica longitudinal orien-
tada de Oeste a Este y alzada en la parte alta de la vertiente septentrional del
cerro (Figs. 2 y 5). La construcción se articuló en varios ambientes dispues-
tos en dos planos aterrazados, de los que se han documentado 12 en los que,
de forma alterna, se disponen, al menos, dos pequeñas cisternas del tipo a
bagnarola. El diseño y ejecución de esta construcción longitudinal se arti-
cula a partir de un recorte practicado en la roca de la parte alta de la ladera
Norte, donde se cimentó un gran muro de aterrazamiento, conservado des-
igualmente en una longitud de 28 m, de 0,75-1 m de grosor, zócalos de mam-
postería y alzados de adobes revestidos de mortero de cal. A ambos lados
de este paramento se implementan sendas terrazas: la inferior septentrional
y la superior meridional, cuyos límites y dimensiones precisas son difíciles
de establecer debido a las reocupaciones posteriores de la zona. Los límites
norte de la terraza inferior septentrional y sur de la terraza superior meri-
dional están muy alterados, aunque el primero parece situarse a 4,85 m del
muro de aterrazamiento. El límite occidental de la estructura, muy alterado
por construcciones posteriores, está en los ambientes n.º 10 y 1. El límite
este se conserva en los restos de un muro y en un recorte en la roca natural,
a 1 m del cual quedan los restos del santuario púnico-romano de Atargatis,
posiblemente construido a finales del siglo iii a.C. (Noguera, 2013, 151-152,
Fig. en 153).
La escasa y descontextualizada información sobre la configuración de
la terraza superior meridional solo permite caracterizar dos ambientes en
sus extremos oriental y occidental (n.º 7 y 10, respectivamente). Del n.º 10,
en el extremo más occidental de la terraza, queda un ángulo formado por
sendos muros con zócalos de mampostería. El n.º 7, adyacente al santuario
de Atargatis12, fue un ambiente de unos 2,85 m de anchura por 2,5 m de

12. Delimitado al Norte por el referido muro de aterrazamiento (UE 11033), al Este por los
restos del muro UE 12217, y al Oeste por la estructura UUEE 11130-11032, de unos 0,50
m de anchura, construida con pequeños mampuestos de caliza y costra caliza trabados con
barro y asentados sobre la roca natural regularizada; del cierre meridional no se conserva
Las defensas de Cartagena en la Antigüedad: las murallas de la acrópolis en los...351

Figura 4. Superposición del perímetro de la Qart Hadašt púnica al parcelario de la actual


Cartagena e indicación de los principales hallazgos y áreas arqueológicas de la ciudad
púnica; en el cerro del Molinete (arx Hasdrubalis) ubicación de la muralla púnica (direc.
científica: J. M. Noguera; dib. S. Martínez Cuadrado).

longitud. No queda constancia arqueológica, por el momento, de una suce-


sión de ambientes en este plano hacia el Oeste.
En la terraza inferior septentrional, muy alterada por la construcción de
la muralla renacentista, quedan restos de varias estructuras, y sus corres-
pondientes contextos estratigráficos, construida con zócalos de mampostería
junteados con barro. La excavación de los niveles en que se cimentaba la
muralla del siglo xvi ha posibilitado constatar estructuras de varios ambien-
tes, trabados con el muro de aterrazamiento principal, orientados de Norte
a Sur y concatenados de Este a Oeste conformando una estructura longi-
tudinal. Su estado de conservación es muy parcial al haber sido cortada y
seccionada en reiteradas ocasiones13 (Figs. 6-7). De Este a Oeste, en primer

estructura alguna, si bien el declive de la roca natural parece conformar una suerte de
límite del ambiente.
13. Le afectó en época romana la construcción de un paramento de grandes dimensiones, en
el siglo xvi la edificación de la muralla renacentista, por último, en los siglos xviii y xix la
352 José Miguel Noguera, María José Madrid, María Victoria García y Víctor Velasco

Figura 5. Planimetría arqueológica del área occidental del cerro del Molinete (último tercio
del siglo iii a.C.); n.º 1: muralla púnica del cerro del Molinete; n.º 2: santuario púnico
adyacente (dib. S. Pérez-Cuadrado Martínez).

Figura 6. Planimetría de los restos arqueológicos conservados de la muralla púnica en el


cerro del Molinete y detalles fotográficos de sus alzados (dib. M. Fuentes; comp. J. Gómez
Carrasco).
Las defensas de Cartagena en la Antigüedad: las murallas de la acrópolis en los...353

Figura 7. Ortofografía del alzado de los restos de la muralla púnica del cerro del Molinete y
detalles fotográficos (fot. Arqueocad; comp. J. Gómez Carrasco).

término, se han documentado los restos del ambiente n.º 6, delimitado al Sur
por el muro de aterrazamiento, con el cual enlazan sus muros este y oeste.
Imposible conocer las dimensiones totales del ambiente14, si bien parece ser
un espacio de planta trapezoidal, dispuesto tan solo a 1 m del santuario de
Atargatis. Su muro occidental es medianero con el ambiente n.º 5, del que
queda parte del muro sur y el arranque del occidental. Tenía unos 3 m de
anchura15. Al Oeste de este ambiente se alza el n.º 4, delimitado al Este por
el paramento ya referido, al Sur por el muro de aterrazamiento principal, y
al Oeste por un muro identificado en parte en el perfil de la excavación. De
unos 5 m de anchura, en sentido Norte-Sur, su longitud es imprecisa dado
que no quedan restos del muro que lo delimitaba por el Norte16.

apertura de la calle Vista Bella y la construcción de las viviendas adosadas a la cara norte
de la muralla moderna.
14. Dado que su zona más septentrional está seccionada por los recortes practicados para la
construcción de una de las viviendas de la antigua calle Vista Bella.
15. Ignoramos su longitud por estar su límite septentrional seccionado por viviendas
contemporáneas.
16. Si admitimos la eventualidad de que la hilada inferior de un muro augusteo identificado
en la terraza superior (UE 11249) correspondiese en origen a la fase constructiva púnica
354 José Miguel Noguera, María José Madrid, María Victoria García y Víctor Velasco

Al Oeste del n.º 4 se dispone el ambiente n.º 3, muy alterado por la cons-
trucción de una casa en la antigua calle Vista Bella. Pudo ser un espacio de
unos 2 m de anchura, delimitado al Este por el muro medianero del contiguo
ambiente n.º 4, al Sur por el muro de aterrazamiento principal y al Oeste por
las estructuras de la cisterna n.º 2 (Fig. 8). No quedan restos del muro de
cierre septentrional. A continuación se dispone una cisterna del tipo a bagna-
rola (n.º 2), de planta rectangular y lados menores absidados, en parte exca-
vada en el terreno natural y en parte construida con muros de mampostería de
0,30 m de grosor. De tipo helenístico (Egea, 2003, 112, tipo II.2), mide 3,50
m de longitud y 1,50 m de anchura, estando su fondo (a 1,80 m por debajo
de la cota de circulación de la terraza inferior norte) y paredes interiores
impermeabilizados con mortero hidráulico de cal. La cisterna está inserta en
una estructura rectangular delimitada al Sur por el muro de aterrazamiento
principal y al Oeste por otro muro de mampostería y tapial17. El depósito
estaba colmatado por un nivel de tierra arcillosa marrón clara, compacta y
con pintas de cal y carboncillos (UE 11049), sin material cerámico. Al Oeste
de esta cisterna se dispone el ambiente n.º 2, encajado entre las cisternas n.º
2 y 1, sirviendo de medianera con ellas sendos muros, de unos 0,70 m de
anchura, con zócalos de mampostería y alzados de tapial/adobes (con posi-
bles restos de enlucido de cal). La estancia está delimitada al Sur por el muro
de aterrazamiento principal, al parecer con una reparación de mampostería
adosada. Más al Oeste, entre los muros laterales de los ambientes n.º 2 y
1, se dispuso la cisterna n.º 1 (Fig. 9), de igual tipo que la anterior, planta
rectangular y ábsides contrapuestos, encajada en una estructura rectangular
de 4,11 m de longitud y 2,77 m de anchura18. Sus dimensiones internas son
de 3,22 m de longitud por 1,52 m de anchura. Como en la n.º 2, la técnica
constructiva usada es mampostería irregular trabada con barro, que incluso
forra la parte inferior de la cisterna excavada en la roca natural. La cisterna
se empleó hasta el siglo xx, razón por la cual su fondo está roto y horadado;
no obstante, persisten evidencias de su suelo original en el enlucido de los
muros que la cierran por el Sur, apreciándose –como en el caso de la cisterna

y que se proyectase en la terraza inferior, algo que parece advertirse al estudiar en detalle
el ortofotoplano del muro de aterrazamiento principal, este ambiente tendría una anchura
de unos 3 m, existiendo entonces un estrecho espacio (acaso un paso o caja de escalera?)
entre los ambientes n.º 4 y 5 que permitiría la comunicación entre ambas terrazas.
17. Las estructuras norte y suroriental fueron seccionadas y destruidas por la construcción de
una vivienda del siglo xviii.
18. Identificada en la mampostería que maciza el espacio comprendido entre su límite sur y
los muros perimetrales, así como en el recorte rectilíneo que se advierte en la roca natural,
junto al extremo norte, también con restos de mampostería asociada.
Las defensas de Cartagena en la Antigüedad: las murallas de la acrópolis en los...355

Figura 8. Cisterna n.º 2 de la muralla púnica Figura 9. Cisterna n.º 1 de la muralla púnica
del cerro del Molinete (fot. J. Gómez del cerro del Molinete (fot. J. Gómez
Carrasco). Carrasco).

n.º 2– una diferencia de cota destacada entre el suelo de los ambientes adya-
centes y el fondo del depósito. Finalmente, en el extremo occidental de la
estructura se ha documentado el ambiente n.º 1, con su muro oriental de unos
0,70 m de grosor y cimentado sobre la roca natural, con zócalo de mampos-
tería irregular trabada con barro y alzado de tapial/adobe con restos de un
fino enlucido de cal19. El cierre sur solo se ha constatado en una pequeña sec-
ción, pues las cimentaciones de la muralla renacentista y un muro de grandes
dimensiones del siglo ii a.C. construido sobre esta terraza imposibilitaron
concluir la excavación del ambiente. Por el Norte está seccionado y des-
truido por las viviendas alzadas en la desaparecida calle Vista Bella.
Como se ha visto, esta estructura arquitectónica longitudinal, organizada
a partir de un muro de aterrazamiento axial al Norte y al Sur del que se
dispusieron dos terrazas, en la superior de las cuales se han documentado 3

19. La duda sobre si el alzado era de tapial o adobe surge al no advertirse con claridad la
presencia de los segundos, si bien en los niveles de derrumbe del interior del ambiente sí
se han encontrado.
356 José Miguel Noguera, María José Madrid, María Victoria García y Víctor Velasco

ambientes, y en la inferior otros 6 y 2 cisternas hídricas, parecen correspon-


der a un conjunto de substrucciones que configurarían una construcción de
planta longitudinal de unos 28 m, edificada con la técnica de doble paramento
con espacios internos ejecutados con muros perpendiculares, concebidos a
modo de tirantes y dispuestos a intervalos regulares. La hemos interpretado
como perteneciente a una muralla de casernas o casamatas que pudo ser parte
del sistema defensivo que protegía la acrópolis (la ciudadela de Asdrúbal) y
la ciudad hacia el lado de la laguna interior. Aunque la excavación apenas
ha revelado niveles estratigráficos asociables a esta estructura longitudinal,
a los ambientes n.º 1 y 2 se vincula una secuencia estratigráfica que aporta
datos de interés para establecer su datación y filiación cultural. Estas estruc-
turas están amortizadas por material cerámico de finales del siglo iii o inicios
del ii a.C., pudiendo datarse por tanto en el último tercio del siglo iii a.C.,
en correspondencia por tanto con la fundación púnica de Qart Hadâst. En el
ambiente n.º 1, integra el nivel de circulación y uso una capa de barro api-
sonado, amortizada por varios estratos compuestos por abundantes trozos de
mortero, adobes, piedras de mediano y pequeño tamaño, carboncillos y frag-
mentos de ánforas (Fig. 10); también corresponden al colapso de la cubierta
y alzados del ambiente, según los caracteres del depósito arqueológico pro-
ducido violentamente. De facto, cubierto por estos estratos de derrumbe, y
directamente depuesto sobre la cota de circulación del ambiente, se cons-
tató otro estrato con abundantes carbones y cenizas que puede interpretarse
como un nivel de incendio asociado a la destrucción de la estructura. En
el ambiente n.º 2 se ha constatado sobre la roca natural regularizada una
capa de arcilla apisonada, seguramente el suelo; cubría este piso un estrato
integrado por carboncillos y grandes fragmentos de mortero caídos sobre el
suelo, así como adobes y tierra procedentes de los alzados; corresponden al
derrumbe de los alzados y la cubierta plana de la construcción, que posibili-
taría la recogida de aguas y su canalización al interior de las cisternas.
Los materiales cerámicos recuperados en estos niveles de derrumbe
y destrucción, a pesar de ser exiguos desde el punto de vista cuantitativo,
corresponden a los contextos cerámicos de la ciudad barca en las últimas
décadas del siglo iii a.C. En los derrumbes de los ambientes n.º 1 y 2 (UUEE
11076, 11077 y 11086), la vajilla fina de mesa está integrada por cerámi-
cas itálicas importadas de barniz negro, destacando en primer término las
producciones de Campaniense A, representadas por varios fragmentos infor-
mes, un fondo y un borde de cuenco del tipo Lamb. 27 (Fig. 11.1), a las
que deben sumarse un pequeño fragmento de producción Calena. Destaca
asimismo otro conjunto, más heterogéneo, de cerámicas barnizadas con
Las defensas de Cartagena en la Antigüedad: las murallas de la acrópolis en los...357

Figura 10. Nivel de incendio con carbones y cenizas (UE 11088) depuesto sobre el
pavimento del ambiente n.º 1 de la muralla púnica del cerro del Molinete (fot. M.ª J.
Madrid).

pastas grisáceas, a las que con frecuencia se asigna un origen ebusitano20,


las cuales se documentan en niveles de destrucción de la ciudad a finales del
siglo iii a.C. (Martín y Roldán, 1997, lám. IV.30; Ramallo y Ruiz, 2009, fig.
7.539). Entre las vajillas destaca un pequeño fragmento de labio de perfil
ondulado de un mortero de fabricación ebusitana (Guerrero, 1996, 208-210)
(Fig. 11.3), hallado junto a varios fragmentos informes de cerámicas comu-
nes de producción norteafricana y presente en contextos barca de la ciudad
(Martín y Roldán, 2000). Las producciones ibéricas están representadas por
algunas cerámicas de cocina, sobre todo ollas de cocción reductora (Fig.
11.7), escasos fragmentos informes de cerámicas con motivos geométricos
pintados con bandas y círculos concéntricos. Las lucernas están representa-
das por un fragmento, bien conservado, de producción helenística de barniz
negro definida por un cuerpo de perfil troncocónico con el pie realzado de
base cóncava (Fig. 11.4), muy similar al tipo Ricci B (Ricci, 1974). Entre las
ánforas destaca un fragmento de Maña D tunecina, tipo T-5.2.3.1 de Ramón

20. Con un repertorio formal compuesto por un cuenco carenado con borde de tendencia ver-
tical similar a la forma ebusitana HX-1/53 (Ramón, 1994, fig. 9.53) (Fig. 11.2), un plato
asimilable a una forma Lamb. 27 (Fig. 11.5) y una copa de borde exvasado y engrosado al
exterior (Fig. 11.6) semejante al tipo HX-1/52, fechado como el anterior entre 240 y 210
a.C. (Ramón, 1994, fig. 9.52).
358 José Miguel Noguera, María José Madrid, María Victoria García y Víctor Velasco

Figura 11. Material cerámico procedente de los estratos (UUEE 11076, 11077 y 11086)
que amortizaban los ambientes n.º 1 y 2 de la muralla púnica del cerro del Molinete (dib. S.
Pérez-Cuadrado Martínez).

(Fig. 11.8), cuya data abarca del último cuarto del siglo iii y el primer cuarto
del ii a.C. (Ramón, 1995, 198), y varios fragmentos de producciones del
Las defensas de Cartagena en la Antigüedad: las murallas de la acrópolis en los...359

Círculo del Estrecho21. Por último, en el nivel de incendio del interior del
ambiente n.º 1 (UE 11088) se ha recuperado parte del borde y cuello de
un ánfora greco-itálica de borde exvasado con labio inclinado de base cón-
cava, que puede englobarse en los bordes bd4 de Lattes (Fig. 11.11), datados
entre 225 y 100 a.C. (Py, Adroher y Sánchez, 2001, 62). Destaca la presen-
cia mayoritaria de producciones importadas de regiones bajo control púnico,
como el Estrecho de Gibraltar, Ibiza, el área norteafricana y quizás también
el Mediterráneo central, las cuales están documentadas en los niveles barcas
de Qart Hadâst22. Por tanto, la data de estos niveles es de finales del siglo iii
o primeros años del ii a.C., lo que sugiere para las estructuras arquitectónicas
que amortizan una cronología anterior, muy posiblemente del último tercio
del siglo iii a.C.

El registro de época romana republicana


En el vértice septentrional de la mitad occidental de la cima amesetada del
cerro del Molinete (Fig. 12), en buena medida superpuesta a la referida
estructura longitudinal púnica, se ha documentado parte de otra estructura
igualmente longitudinal, de unos 34 m de longitud, 4,30-4,90 m de anchura y
orientación noreste-suroeste, edificada con la técnica de dobles lienzos para-
lelos enlazados con tirantes que, a intervalos irregulares, delimitan compar-
timentos interiores de planta trapezoidal y rectangular, dispuestos en batería
según el sentido longitudinal de la construcción (quedan vestigios de 6 de
ellos) (Figs. 13-14).
Su trazado un tanto sinuoso e irregular está condicionado por su cimen-
tación adaptada a las curvas de nivel del terreno en esta zona del cerro y a
las estructuras púnicas preexistentes23. La anchura del paramento exterior,

21. En concreto un borde de Maña-Pascual A-4 (Fig. 11.9) y parte de un ánfora cilíndrica del
tipo T-4.2.2.5 (Fig. 11.10), cuyo apogeo productivo se sitúa entre 225 y 175 a.C. (Ramón,
1995, 194), constatadas también en un nivel de destrucción de la calle Saura (Ramallo
y Ruiz, 2009, fig. 7.539) y en el basurero de la plaza de San Ginés (Martín, 1998, lám.
III.12).
22. Así, por ejemplo, la vajilla fina de mesa evidencia una situación semejante al resto de
contextos púnicos de la ciudad, donde predominan las producciones Campanienses A y
ebusitanas (Ruiz, 2004, 92-93).
23. En unos tramos apoya sobre el terreno natural recortado y en otros la primera hilada
se cimienta directamente en los restos de la muralla púnica o bien sobre los niveles de
explanación depuestos sobre los estratos de destrucción, abandono y amortización de esta,
arruinada y abandonada a finales del siglo iii o inicios del ii a.C. (Noguera, Madrid y
Velasco, 2011-12, 494-498). Algunos tirantes apoyan directamente sobre restos deposicio-
nales conservados sobre la roca natural, anteriores a la ocupación barca, cuyos materiales
cerámicos de los siglos iv-iii a.C. (Ros, 1989, 12; Ruiz, 1994, 48), llevaron a San Martín a
360 José Miguel Noguera, María José Madrid, María Victoria García y Víctor Velasco

Figura 12. Topografía arqueológica geo-referenciada del cerro del Molinete y su entorno,
con ubicación del tramo de muralla romana republicana marcada con un asterisco (edic.
científica: J. M. Noguera Celdrán, J. A. Antolinos y M.ª J. Madrid Balanza; CAD. S. Pérez-
Cuadrado Martínez).

parcialmente documentado, es de 1,10 m y su longitud de unos 27 m, estando


construido con mampostería irregular trabada con barro y con un careado
bastante imperfecto. Su orientación coincide en buena parte con la de la
muralla púnica, sobre la cual apoya en parte; en las partes donde su trazado
no coincide, se excavó en la roca madre una zanja de cimentación cuadrada,
de 1,10 m de ancho y regularizada en su base con una capa de arcilla, para
asentar la primera hilada del paramento. Paralelo a este paramento y a unos
2,50-3 m, discurre el muro interior (del que solo quedan dos tramos, uno
de 5,5 m de longitud al Este y otro de unos 2 m de longitud y 0,80 m de
anchura), también de mampostería irregular trabada con tierra y ancho de

interpretar estas estructuras como ibéricas prerromanas (San Martín, 1983, 348; id., 1985,
136, n.º 27; y p. 142; Ros, 1989, 11 y 16; Roldán, 2003, 86-89, fig. 2; cf. un resumen en
Noguera, Madrid y Martínez, 2012-2013, 37-39).
Las defensas de Cartagena en la Antigüedad: las murallas de la acrópolis en los...361

Figura 13. Ortofografía de la muralla romana republicana en la cima del cerro del Molinete
(sombreada); en los niveles subyacentes, restos de la muralla púnica con cisternas a
bagnarola (fot. Arqueocad).

Figura 14. Planimetría arqueológica del área occidental del cerro del Molinete (siglos ii-i
a.C.); n.º 1: muralla romana republicana; n.º 2: santuario romano republicano de Atargatis
(CAD. Pérez-Cuadrado Martínez).

entre 0,70 y 0,80 m. Este paramento no apoya en ninguno precedente, por lo


que está cimentado en una zanja excavada en la roca natural.
El espacio longitudinal entre ambos paños está compartimentado por
muros medianeros, de entre 0,70 y 0,90 m de grosor y mampostería trabada
con barro, que, más o menos perpendiculares entre sí y actuando como tiran-
tes, marcan los ligeros cambios de orientación de aquellos para adaptarse a la
orografía natural, todo lo cual confiere a la estructura un trazado levemente
curvilíneo y establece la planta ligeramente trapezoidal de los ambientes
362 José Miguel Noguera, María José Madrid, María Victoria García y Víctor Velasco

interiores, cada uno de diferente tamaño24. En ninguno de estos ambientes se


ha constatado depósito arqueológico asociado, al haber sido en parte excava-
dos en 1977-78 por P. A San Martín25.
Comenzando por el Oeste, el primer ambiente de esta estructura longi-
tudinal (n.º 1) está delimitado al Norte por una zanja bizantina que expolió
su muro exterior, y al Oeste por un muro de 0,70 m de anchura y orientado
Norte-Sur. Está delimitado al Este por otro muro, de orientación ligeramente
divergente del anterior, de 0,90 m de grosor. Su cierre sur está perdido, aun-
que debió ser un muro paralelo al lienzo norte y cimentado en el terreno natu-
ral regularizado. El ambiente tendría planta de forma levemente trapezoidal,
dimensiones de unos 2,70 m de longitud por unos 2,87-2,56 m de anchura, y
algo más de 7 m2 de superficie26. Al oriente de este y medianero con él de dis-
pone el n.º 2, del que resta el paramento exterior norte, en tanto el meridional
está arrasado, quedando solo la roca alisada donde apoyaba y su arranque en
el punto de enlace con el muro que definía el espacio por el Este, de 1 m de
anchura y ligeramente divergente respecto del que lo separaba del ambiente
n.º 1. El ambiente es, por tanto, ligeramente trapezoidal, de 2,60 m longitud
por 3,80-4,20 m de anchura, y unos 10 m2 de superficie. Medianero con este
ámbito, el ambiente n.º 3, de unos 10,80 m2, está definido al Norte por el
lienzo exterior, al Sur por el paramento interior cimentado en la roca natural
regularizada y al Este por un muro de mampostería reparado en época tardo-
rromana. Estas estructuras apoyan en diversos rellenos constructivos (UUEE
11225, 11127, 11128, 11232, 11234 y 11235) integrados por esquistos y con
escasez de material cerámico, que pueden interpretarse como niveles deposi-
cionales asociados a la construcción. El ambiente n.º 4, más al Este, tiene una
superficie reducida de unos 5,50 m2, siendo sus dimensiones irregulares de
unos 2,85-2,90 m de longitud y unos 1,80-2 m de anchura. Está delimitado al
Norte por el paño exterior27, mientras que por el Sur solo se aprecia en la roca
natural la impronta destinada a encajar el correspondiente muro. Limita por

24. Algo similar se constata en la muralla romana tardorrepublicana de Sisapo, donde las
casamatas tienen diferentes anchuras (La Bienvenida, Ciudad Real) (Zarzalejos y Esteban,
2007, 287).
25. De hecho, esta estructura y sus contextos asociados ya fue excavada en dicha campaña,
siendo interpretada –como se ha referido en nt. 23– como perteneciente a viviendas
ibéricas.
26. Al Oeste de este ambiente n.º 1 se identifica otro definido como n.º 10. En esta zona, los
suelos de las casas del siglo xx apoyaban directamente sobre la roca natural, en cuyo
recorte alisado se habían cimentado el paramento exterior norte y el muro medianero
entre ambos ambientes, los cuales están íntegramente desmontados. En todo caso, estas
estructuras marcan, por ahora, el límite más occidental del tramo de muralla conservado.
27. Reparado en este tramo en época tardorromana o bizantina.
Las defensas de Cartagena en la Antigüedad: las murallas de la acrópolis en los...363

el Oeste con el muro medianero con el ambiente n.º 3, y al Este con otro, de
0,70 m de anchura. El ambiente es trapezoidal y de reducidas dimensiones al
haber en este punto un cambio en las curvas de nivel y producirse un declive
hacia el noreste de la orografía natural, lo cual haría preciso un ambiente que
articulase esos cambios topográficos y resolviese el necesario quiebro en la
orientación del paramento externo. Medianero con el n.º 4 y a su oriente se
alza el ambiente n.º 5, de unos 12 m2; queda a nivel de cimentación el lienzo
exterior, con el referido cambio de orientación, asociado al muro que lo deli-
mita por el lado este, ancho de 0,70 m28. Finalmente, separado del ambiente
n.º 5 por un muro medianero se dispone el n.º 6, de 5,60 m de anchura –en
base a los muros que marcan sus límites oriental y occidental– por unos
3-3,30 m, siendo su superficie de unos 18 m2. No queda indicio alguno en
este punto del muro exterior29. Sí queda el paramento interior, de 0,75 m de
ancho. A pesar de no tener relación física directa con este último, restan sen-
dos tramos del muro de cierre este del ambiente, también de mampostería y
unos 0,95 m de anchura (el meridional está cimentado sobre la roca natural
y el septentrional sobre un lienzo de la muralla púnica, con la que coincide
en orientación). La longitud de este muro hacia el Norte parece exceder el
hipotético trazado del paramento exterior norte, lo que sugiere un cambio en
la orientación en esta zona de la estructura; de hecho, en esta zona de la topo-
grafía del cerro podría estar el límite oriental conservado de la estructura, a
una distancia de unos 3,70 m del santuario de Atargatis.
A pesar de que la conservación de esta estructura es parcial, pues fue sec-
cionada por construcciones realizadas del siglo xviii en adelante, las eviden-
cias constatadas corresponden a una construcción longitudinal de unos 34 m,
alzada en la cima de la ladera norte del cerro sobre los restos destruidos y
amortizados de la muralla púnica precedente. Organizada en ambientes ane-
xos (de los cuales quedan 6), tipológicamente puede tenerse como una mura-
lla de cajones o casernas que, en razón de su cronología fundacional, debió
ser parte del sistema defensivo que, hacia el lado del Almarjal, protegió la
ciudad romana y su acrópolis desde mediados del siglo ii a.C. en adelante.

28. Por el Sur resta un muro tardorromano, apoyado sobre la roca natural regularizada, que
podría fosilizar el trazado de uno anterior quizás de época republicana, y que tendría por
tanto similar orientación.
29. Quizás debido a las afecciones sufridas por esta zona en épocas posteriores; de facto, su
trazado parece coincidir con el de la muralla renacentista, siendo quizás desmantelado
para reutilizar sus mampuestos en su construcción. Tampoco puede descartarse que se
hubiese desmoronado en febrero de 2010, cuando acaeció el colapso de parte de la muralla
del siglo xvi como consecuencia de unas lluvias torrenciales.
364 José Miguel Noguera, María José Madrid, María Victoria García y Víctor Velasco

En la campaña de 2010-11 apenas se han documentado depósitos arqueo-


lógicos vinculados a las unidades construidas que conforman el tramo con-
servado de la muralla, pues ya fueron excavados –como se ha señalado–
durante las excavaciones de 1977-78. No obstante, desde la óptica estrati-
gráfica, la estructura se superpone a la muralla púnica de finales del siglo iii
a.C.30. Como se ha referido más arriba, los contextos cerámicos asociados al
incendio y amortización de la muralla púnica permiten fechar estos niveles
a finales del siglo iii o en los primeros años del ii a.C. (Noguera, Madrid
y Velasco, 2011-12, 494-498), de donde se infiere que la cronología de la
muralla alzada sobre la defensa barca una vez amortizada se sitúa a partir
del siglo ii a.C.
Por otro lado, la excavación del área adyacente al Norte del paramento
exterior de la muralla romana también ha proporcionado contextos asociados
a diversas estructuras –un forro y tres estancias (n.º 7-9)– apoyadas en su
cara septentrional. Una vez construida la defensa, la cara norte de su para-
mento exterior fue reforzada con un forro muy irregular de mampostería,
de 0,30-0,55 m de ancho, asentado en un estrato de esquistos disgregados
de color verde turquesa y piedras que cubre y nivela los restos de la mura-
lla púnica subyacente. Asociados a esta intervención se constatan, de forma
muy fragmentaria, dos paramentos con orientación Norte-Sur, adosados a la
referida cara norte, que delimitan al menos 3 estancias con cubierta plana de
láguena (n.º 7, 8 y 9). De la n.º 7 resta el muro oriental con sentido Norte-Sur,
0,54 m de ancho y construido con mampostería trabada con barro apoyada en
la roca virgen. Conserva asociado un nivel de circulación de tierra apisonada,
a su vez amortizado por varios estratos que corresponden al derrumbe de las
cubiertas y alzados de las estancias. La cronología de su material cerámico31

30. El paramento exterior norte apoya directamente sobre los restos arquitectónicos de la
defensa barca, así como sobre sus estratos de destrucción y amortización, los cuales fue-
ron posiblemente limpiados y explanados previamente dado que ni a extramuros ni a
intramuros de la muralla romana se han identificado escombros o restos de derrumbes.
Los muros transversales que delinean los cajones o casamatas internas apoyan en algunas
ocasiones sobre los estratos conservados encima de la roca natural, correspondientes a la
ocupación barca o, incluso, anterior.
31. Junto a formas de Campaniense A –Lamb. 55 (Fig. 15.2), 36 (Fig. 15.3), 28 y 27 (Fig. 15.4)
(véase también en Fig. 15.1 un plato de bordes abiertos de difícil identificación)–, hay
ánforas del tipo Campamentos Numantinos (Ramón, 1995, tipo T-9.1.1.1 de la segunda
mitad del siglo ii a.C.), bastantes fragmentos de cerámica de cocina itálica, entre los que se
identifican cazuelas con borde bífido de la forma Vegas 14 (Fig. 15.5) –cuya presencia en
la península remonta al segundo cuarto del siglo ii a.C. prolongándose hasta un momento
impreciso del siglo i d.C. (sobre su presencia en el pecio Escombreras 1 de Carthago Nova
de hacia 150 a.C., y la discusión de su marco cronológico véase Lechuga (Ed.), 2004, 167,
n.º 41–, y tapaderas de las formas Burriac 38.100 y Celsa 80.8145.
Las defensas de Cartagena en la Antigüedad: las murallas de la acrópolis en los...365

Figura 15. Material cerámico procedente de los estratos de amortización (UE 11211) del
nivel de circulación asociado al muro oriental (UE 11243) de la estancia n.º 7, adosada a la
muralla romana republicana (dib. V. Velasco Estrada; CAD. S. Pérez-Cuadrado Martínez).

oscila entre los siglos ii y i a.C. (Aguarod, 1991, 109 ss.). Sobre los estratos
de amortización había depuestos varios niveles de textura arcillosa, vincula-
dos a la colmatación producida tras el abandono inicial, donde se recuperó un
contexto cerámico32 que acredita cómo a finales del siglo ii o inicios del i a.C.
la estancia n.º 7 estaba colapsada. Más al Este, la estancia n.º 8 estaría delimi-
tada al Este por un muro expoliado por una fosa bizantina, y al Oeste por el

32. Un fragmento de copa Lamb. 27, ánforas fenicio-púnicas y de producción itálica, de entre
las que destaca la forma Dressel 1 A (Fig. 16.1) cuya cronología amplia abarca finales del
siglo ii y el i a.C., algunas tapaderas –Burriac 38.100 y Celsa 79.106 (Fig. 16.2)– y una
cazuela de producción itálica forma Torre Tavernera 4.10, propia de contextos del siglo ii
a.C., si bien puede alcanzar el siguiente.
366 José Miguel Noguera, María José Madrid, María Victoria García y Víctor Velasco

muro medianero con la n.º 7. Su suelo, de tierra arcillosa marrón claro y con
fragmentos de cerámica común aplastados, estaba colmatado por un nivel
horizontal de láguenas trituradas, quizás procedentes de la cubierta plana;
junto a fragmentos informes de cerámica de cocina púnica, itálica y ánforas
fenicio-púnicas, se halló un fragmento de plato de Campaniense A, forma
Lamb. 55. Por debajo de la cubierta había varios estratos vinculados al pro-
ceso de abandono, con un repertorio material poco significativo que, a pesar
de contener fragmentos de Campaniense A, ánforas fenicio-púnicas, itálicas,
cerámica ibérica pintada y tapaderas de cocina itálica, no permite concretar
de modo más preciso la cronología de la estancia. Por último, la estancia n.º
9, al Este de la anterior, tiene su límite oriental también destruido por otra
fosa de expolio bizantina. Su estratigrafía y contextos cerámicos asociados
aportan datos para su datación. La estancia estaba colmatada por estratos de
arcilla anaranjada con carboncillos, pintas de cal y láguenas, pertenecien-
tes a su colmatación tras el derrumbe de los alzados. Su escaso repertorio
cerámico está compuesto por ánforas itálicas y de origen fenicio-púnico,
así como cazuelas itálicas de las formas Torre Tavernera 4.10 y Vegas 14.
Sobre el suelo del ambiente se constataron varios estratos de abandono de
los cuales procede un repertorio formal cerámico33 que sugiere mediados del
siglo ii-i a.C. para el abandono de la estancia. Sobre el suelo de la estancia
se constataron otros estratos vinculados con el derrumbe de la cubierta con
escaso material cerámico34 que, no obstante, incide de nuevo en la referida
propuesta cronológica.
Por consiguiente, aunque las estructuras de esta muralla no disponen
de contextos arqueológicos directamente asociados, la relación estratigrá-
fica entre aquella y la defensa púnica acota datos sobre su construcción. Los
niveles en que apoya y se cimienta, asociados a la destrucción y colapso de la
muralla púnica, se datan a finales del siglo iii o inicios del ii a.C., marcando la
fecha post quem de construcción de la obra romana. Por otro lado, los niveles
de amortización y colapso de las estructuras adosadas al paramento exterior
de la muralla, con presencia mayoritaria de cerámicas de origen itálico y, en
menor medida, de producciones púnicas e ibéricas, cuyo repertorio formal
es de un momento avanzado de la segunda mitad del siglo ii a.C. y, como

33. De los cuales proceden algunas copas de Campaniense A, formas Lamb. 31/33 (Fig. 16.3)
y Morel 3121b1, y Campaniense B-Beoide, forma Lamb. 31/33 (Fig. 16.4), ánforas greco-
itálicas de pasta campana, fragmentos informes de contenedores fenicio-púnicos, cazuelas
–Vegas 14 (Fig. 16.5)– y tapaderas (Burriac 38.100) de producción itálica.
34. Producciones ibéricas, informes de ánforas fenicio-púnicas y de producción itálica, cocina
también itálica y un fragmento de una copa Lamb. 36 en pasta de imitación de barniz
negro.
Las defensas de Cartagena en la Antigüedad: las murallas de la acrópolis en los...367

Figura 16. Material cerámico procedente de los niveles (UE 11202) depuestos sobre los
estratos de amortización del nivel de circulación asociado al muro oriental (UE 11243) de
la estancia n.º 7, adosada a la muralla romana republicana, y de los estratos de abandono
(UE 11042) depuestos sobre el suelo de la estancia n.º 9, adosada a la muralla romana
republicana (dib. V. Velasco Estrada; CAD. S. Pérez-Cuadrado Martínez).

mucho, los inicios del i a.C., concreta un término ante quem para la construc-
ción del lienzo defensivo. Ello acredita su construcción durante República
tardía, posiblemente en la primera mitad o los comediados del siglo ii a.C.,
momento en que se acometieron obras de reparación y reconstrucción de las
murallas, bien decretadas por Escipión inmediatamente tras la conquista de
la plaza púnica, bien en las décadas inmediatamente posteriores con ocasión
del primer proyecto de monumentalización urbana de la ciudad romana.
368 José Miguel Noguera, María José Madrid, María Victoria García y Víctor Velasco

Las defensas de Cartagena en los siglos iii-ii a.C.: las murallas


púnica y romana de filiación púnica de la acrópolis-arx
Hasdrubalis
Como hemos referido, en la parte alta de la vertiente norte de la cima de
la acrópolis han sido documentadas, prácticamente superpuestas desde la
óptima estratigráfica (Fig. 17), dos estructuras arquitectónicas longitudina-
les. La posición topográfica y la configuración tipológico-arquitectónica de
la estructura datable a finales del siglo iii a.C. sugieren interpretarla como
los restos de una muralla de casamatas, dispuesta en dos niveles o terrazas,
construida tras la fundación de la ciudad púnica. De unos 36 m de longitud
máxima conservada y una anchura de unos 6,30 m35 (lo que podría sugerir
una modulación basada en el codo fenicio-púnico de 0,52 m), responde a
un proyecto orgánico, ejecutado de forma unitaria, y dotado de un marcado
sesgo funcional, como evidencian su técnica constructiva y la carencia de
cualquier indicio asignable a un programa decorativo. Fue construida con la
técnica del doble paramento paralelo y con compartimentos interiores dise-
ñados con muros perpendiculares dispuestos a intervalos más o menos regu-
lares36. Estas casernas, cuya forma y superficie irregular derivan de su adap-
tación a la topografía del terreno, pudieron servir, como en Carthago (App.
Lib. 95), de establos, abrevaderos y almacenes para el abastecimiento de las
tropas, incluidos víveres y agua, que se almacenaría en las cisternas tras ser
recogida en las cubiertas de mortero impermeable, que también harían las
veces de paso de ronda37.

35. Si damos por válidos los datos aportados por las improntas de los cierres norte de la cis-
terna n.º 1 y sur del muro meridional del hipotético ambiente n.º 10.
36. Su estructura está basada en dos planos aterrazados y en un muro interior que generaría
una suerte de substrucción de grandes dimensiones. Asociado a este paramento se constata
en la terraza inferior septentrional una serie de tirantes interiores, de gran consistencia,
perfectamente trabados y de igual técnica constructiva (emplazados a intervalos irregu-
lares, lo que determina que las dimensiones de los compartimentos no sea regular), que
generan casernas de planta rectangular o ligeramente trapezoidal, orientadas de Norte a
Sur y dispuestas en batería, siguiendo el sentido longitudinal de la construcción, las cuales
alternan con cisternas o depósitos para la recogida y almacenamiento de agua. Trabados
con el muro de aterrazamiento principal se constatan los restos de otros paramentos, de
igual orientación, cimentados en la roca y pertenecientes a la terraza superior meridional,
cuyos pequeños ambientes pudieron servir como almacenes, pasillos o cajas de escalera,
resolviendo así el acceso a los ambientes de la terraza inferior septentrional.
37. La inclusión de depósitos en los sistemas defensivos, que aseguraba el abastecimiento
hídrico en caso de asedio, se conoce en otros ejemplos de arquitectura militar cartagi-
nesa (Lancel, 1994, 245), siendo significativo por su cercanía las defensas del Tossal de
Manises, en cuyas torres VI y VIII se incluyeron varias cisternas a bagnarola, muy simi-
lares a las del Molinete (Olcina, Guilabert y Tendero, 2010, 236 ss.).
Las defensas de Cartagena en la Antigüedad: las murallas de la acrópolis en los...369

Figura 17. Planimetría arqueológica del área occidental del cerro del Molinete con las
murallas púnica (n.º 1) y romana republicana (n.º 1) superpuestas; n.º 3: santuario púnico-
romano de Atargatis (CAD. S. Pérez-Cuadrado Martínez).

Los muros tienen zócalos de mampostería y alzados de tapial o, quizás


mejor, de adobes, posiblemente enlucidos con una fina lechada de cal; los
suelos son simples capas de barro apisonado, colocadas directamente sobre
la roca natural recortada y regularizada38. Las cubiertas serían tejados planos
de mortero hidráulico. Alzada en el punto más elevado de la escarpada ladera
norte de la acrópolis y en parte encajada en la roca madre, estaba enfrentada
a la laguna que protegía la ciudad por el Norte, siendo una barrera imponente
y prácticamente infranqueable. Fue destruida y amortizada, según la data de
los contextos cerámicos asociados, en los últimos años del siglo iii o a inicios
del ii a.C.
El modelo de esta muralla de casernas tiene su origen y es caracterís-
tico de la arquitectura militar fenicio-púnica, abarcando su difusión toda la

38. La alternancia en la construcción de zócalos de mampostería y alzados de adobes es


usual en las murallas fenicias y cartaginesas (López, Manzano y Alemán, 2010, 33). El
paramento norte enfrentado al estero está perdido por completo, no siendo descartable el
empleo en esta zona de un muro de sillares, semejante al constatado en el tramo de muralla
de La Milagrosa. Pero contradicen esta posibilidad los restos de mampostería asociada al
recorte que delimita por el Norte la cisterna n.º 2. Además, este tipo de refuerzo era pre-
ciso sobre todo en terrenos llanos, donde la defensa debía ser reforzada al estar expuesta
a ataques con arietes o similares máquinas de guerra, lo cual no es preciso en el caso de la
escarpada posición que ocupa esta cortina defensiva.
370 José Miguel Noguera, María José Madrid, María Victoria García y Víctor Velasco

cuenca mediterránea. El tipo surgió en el Levante mediterráneo en los siglos


x y ix a.C.39 y fue utilizado por los fenicios occidentales (Prados y Blánquez,
2007, 57-80), estando arqueológicamente documentado en la península
Ibérica entre los siglos viii y iv a.C.40. En el siglo iii a.C. se construyeron en
puntos estratégicos del mediodía y levante peninsular sistemas defensivos
acasamatados41, vinculados a los planteamientos tácticos y militares de la
política imperialista de los Barca en Iberia (Bendala y Blánquez, 2002-2003,
145-160; una síntesis reciente en Blánquez, 2013, 209-253) y deudores de
una arquitectura de naturaleza greco-helenística bien conocida en Cerdeña,
Sicilia y Magna Grecia (Martín, 1994, 316). Los testimonios más contunden-
tes de ello están en la propia Qart Hadâst, donde ya se conocen varios tramos
del lienzo defensivo que, tras la «fundación» de la ciudad púnica, fue cons-
truido incluyendo las cimas de los cinco cerros que delimitaban la topografía
urbana con un perímetro –a decir de Polibio– de 20 estadios, equivalentes
a unos 2380 m y una superficie defendida de unas 40 ha (Ramallo, Murcia
y Vizcaíno, 2010, 213). Destaca por su envergadura, técnica constructiva y
magnificencia el tramo del solar de La Milagrosa, entre los montes de San
José (Aletes) y Despeñaperros (Hephaistos/Vulcano), en el punto donde un
istmo permitía el acceso a la ciudad desde tierra firme posiblemente por un
ingreso fosilizado en el siglo xviii en la Puerta de San José (Pol. X, 13;
Martín, 1994, 316)42 (Fig. 18). A este puede sumarse el tramo ahora hallado
en el Molinete y otro conservado a nivel de cimentación en la cima del cerro
de la Concepción, con sendos paramentos paralelos de mampostería trabados

39. Wright, 1985, 173-174, Fig. 86; Lipinski [ed.], 1992, s.v. Fortification, 173-175 [P.
Leriche]; Pastor, 2008, 11ss.; Montanero, 2008, 98-99.
40. Montanero, 2008, 91-114; cf. al respecto, Noguera, Madrid y Velasco 2011-2012, 499-
500; y Noguera, Madrid y Martínez, 2012-2013, 54-62. El tipo se constata también fuera
de la órbita fenicio-púnica, en el ámbito de Grecia y su periferia occidental (Tréziny, 1986,
198), estando atestiguado en el cuadrante del noreste peninsular ibérico (Noguera, Madrid
y Martínez, 2012-1013, 55).
41. Sería el caso, por ejemplo, de la nueva muralla del último cuarto del siglo en Carteia
(Bendala, Roldán y Blánquez, 2002, 164-165; Roldán, Bendala, Blánquez, Martínez y
Bernal, 2003, 199-202 y 205; Roldán, Bendala, Blánquez y Martínez, 2006, 301-302;
Bendala, 2010, 442 ss.), de la del Castillo de Doña Blanca (Barrionuevo, Ruiz y Pérez,
1999, 117 ss.) y Carmo (Carmona, Sevilla) (Jiménez, 1989; Bendala, 1990, 27-29, Fig. 1a,
Lám. 3a-b y f; Belén, Escacena y Anglada, 1993, 219-242; cf. también Schattner, 2005,
67-98, quien postula una cronología augustea para la Puerta de Sevilla).
42. Sobre el tramo de muralla hallado en el solar de La Milagrosa: Martín y Roldán, 1992, 116
ss.; Martín y Belmonte, 1993, 161-171; Martín, 1994, 317-318; Marín, 1997-98, 121-140;
Bendala y Blánquez, 2002-2003, 148; Ramallo, 2003, 331-338. Las técnicas constructivas
usadas, la estratigrafía y los contextos cerámicos y numismáticos sugieren una cronología
del último tercio del siglo iii a.C. (Marín, 1997-98, 121-139; Lechuga, 1991-1993, 155-
165; Ruiz, 2000).
Las defensas de Cartagena en la Antigüedad: las murallas de la acrópolis en los...371

Figura 18. Tramo de muralla púnica de casamatas del solar de La Milagrosa (fot. Archivo
del Museo Arqueológico Municipal, Cartagena).

con tirantes también de mampuestos que delimitan casernas interiores irre-

Figura 19. Secciones con perspectiva fugada y superposición volumétrica de las murallas
atestiguadas arqueológicamente en la vertiente norte del cerro del Molinete; n.º 1: púnica;
n.º 2: romana; n.º 3: renacentista (edic. científica: J. M. Noguera Celdrán y M.ª J. Madrid
Balanza; CAD. S. Celdrán Beltrán).

gulares (Ramallo, 2003, 339-340; Ramallo, Murcia y Vizcaíno, 2010, 214,


Fig. 3). Además, ligado al proyecto defensivo de la capital y en su área de
influencia, cabe citar el Tossal de Manises (Albufereta, Alicante), donde en
372 José Miguel Noguera, María José Madrid, María Victoria García y Víctor Velasco

la segunda mitad del siglo iii a.C. se construyó un sistema defensivo con
torres, poternas y muros avanzados que conforman un antemural o protei-
chisma (Olcina, 2002, 255; Olcina, Guilabert y Tendero, 2010, 236 ss.).
Los tramos de muralla con casamatas de La Milagrosa y el ahora cono-
cido en el cerro Molinete responden a una misma tipología y son tributarios
del mismo proyecto defensivo-arquitectónico. Junto con el testimonio del
Tossal, revelan la introducción en el sureste ibérico a inicios del último ter-
cio del siglo iii a.C. de la arquitectura helenística de origen fenicio-púnico
(Noguera, Madrid y Velasco, 2011-2012, 500). Las diferencias observables
en el plano constructivo43 entre ambos tramos responden a razones tácticas.
Los esfuerzos constructivos y monumentales debieron centrarse en el istmo,
acceso natural y punto más vulnerable de la ciudad, construyendo una sólida
muralla de sillares capaz de expresar la grandeza de la capital y de repeler
un ataque con arietes o similares máquinas de guerra. Por el contrario, para
defender la ciudadela se recurrió a una obra más tosca de mampostería y
adobes, si bien el uso del adobe no desmerece la obra, pues como refiere
Plinio (nat. XXXV, 169), los muros de tierra construidos por los cartagineses
en Iberia por mandato de Aníbal tenían mayor fortaleza que los del cemento
(caemento firmiores) (Conde, 2003, 44-45).
Al menos en el flanco septentrional de la cima de la acrópolis, la muralla
pudo tener un diseño en cremallera (como en el Castillo de Doña Blanca),
con un trazado regularmente quebrado y adaptado a la orografía natural del
terreno. De hecho, la defensa en esta zona se proyecta por el Este hasta prác-
ticamente 1 m del santuario de Atargatis, y si a ello sumamos la inclinación
en este mismo punto del único tramo de muro conservado, parece que la
construcción quebraba aquí y cambiaba su orientación en ángulo recto hacia
el Norte, pudiendo actuar este ángulo del recinto a modo de bastión (o torre
avanzada) que reforzaría la defensa de la zona, proporcionando ángulos de
tiro para alcanzar a los atacantes más próximos a la muralla. Acredita asi-
mismo este trazado en cremallera el hecho de que la posterior defensa de
época tardorrepublicana, que siguió un trazado semejante al de la púnica en
esta zona (vide infra), estuviese también retranqueada al Norte en este punto.

43. La principal diferencia apreciable entre ambas cortinas radica en que los muros exterior e
interior del istmo están construidos mediante quadratum y africanum, mientras que en el
Molinete tiene todos sus paramentos construidos con zócalos de mampostería trabada con
barro y alzados de adobe o tapial, algo que no es excepcional, pues también se constata en
las murallas del Castillo de Doña Blanca, construidas en un breve lapso de tiempo y donde
dicha técnica se ha interpretado en función de la rapidez de su construcción, el empleo
de distintos maestros de obra y la reutilización de material previo (Barrionuevo, Ruiz y
Pérez, 1999, 119).
Las defensas de Cartagena en la Antigüedad: las murallas de la acrópolis en los...373

El tramo de muralla del Molinete, alzado en la cota más elevada del


flanco norte del cerro y, por ende, a más de 30 m de altitud sobre el nivel del
mar y de las aguas de la laguna interior, pudo pertenecer al sistema defen-
sivo de la propia ciudadela, donde hubo una guarnición de 1000 mercenarios
en el momento previo al ataque de Escipión (Pol. X, 8, 4) y donde Magón
se acantonó con 500 durante el asedio (Pol. X, 12, 2-3), no precisando de
una elevada altura dado lo escarpado de la ladera que lo precedía. Polibio
indica que las aguas del estero se abatían sobre las fortificaciones, y también
Apiano señala que junto a la laguna el muro era bajo y [esta] lo bañaba con
sus aguas (App. Ib. 21). Cuando ambos autores refieren que las aguas baña-
ban la muralla pueden referirse a la zona norte de la calle Serreta, allá por
donde el reflujo del agua de la laguna permitió el asalto y toma de la ciudad44.
Con estos bastiones reforzados por el agua, cabría prever –como hicieron los
generales romanos– que en caso de ataque las murallas tendrían por ese lado
menor número de defensores, siendo más vulnerables (Lancel, 1997, 179).
La muralla pudo pertenecer, por consiguiente, al sistema defensivo general
de la ciudad. Adaptándose a la topografía del cerro y a sus declives occiden-
tal y oriental, se dirigiría con un trazado en cremallera hacia el noreste para
alcanzar la colina asociada a Cronos (Pol. X, 10, 10), actual Monte Sacro,
protegiendo así la vaguada existente entre esta elevación y la ciudadela. No
obstante, también pudo servir de fortificación de la propia ciudadela, último
refugio de los hombres de Magón durante el asedio romano (Fernández,
2005, 63), que debió estar protegida por su propia línea defensiva, siendo
posible que la muralla del Molinete, además de ser parte del sistema defen-
sivo de la ciudad, también lo fuese de la ciudadela45. Desde esta línea defen-
siva quizás la guarnición apostada en la ciudadela no se percató de la presen-
cia de un reducido grupo de hombres que avanzase junto a la base del paño
inferior por efecto del reflujo46, lo que pudo suceder en el entorno de la zona
norte de la actual calle Serreta.

44. A este episodio de la conquista pueden vincularse diversos niveles de destrucción docu-
mentados en la zona, por ejemplo los que amortizan en calle Serreta, n.º 8 y 12, unas ins-
talaciones industriales vinculadas con actividades pesqueras, tal vez asignables a un barrio
marinero emplazado en la ladera baja suroeste del Monte Sacro, en un punto muy próximo
al linde con la antigua laguna (Martín y Roldán, 1997, 89); al mismo episodio pueden
asociarse los niveles de destrucción sobre el pavimento de una calzada hallada en la calle
que delimitaba la vertiente sur del cerro de la Concepción (Izquierdo y Zapata, 2005, 281).
45. También el perímetro de la acrópolis de Baria (Villaricos) fue defendido mediante la
excavación de un foso en un momento ya tardío del siglo iii a.C., quizás en conexión con
el avance de P. Cornelio Escipión tras la toma de Cartagena en 209/208 a.C. para controlar
las bases navales púnicas.
46. Beltrán, 1947, 141; Cordente, 1992, 427; Cabrero, 2000, 81-82; Fernández, 2005, 65.
374 José Miguel Noguera, María José Madrid, María Victoria García y Víctor Velasco

La muralla púnica sufrió un incendio y posterior colapso que, en base a


criterios estratigráficos y cerámicos, pueden fecharse en un momento impre-
ciso entre finales del siglo iii e inicios del ii a.C. Sobre sus restos amortiza-
dos fue construida, unas décadas después, una segunda muralla construida
con zócalos de mampostería y alzados seguramente de adobe, con estruc-
tura de doble paramento y casernas interiores. La constatación en Carthago
Nova de esta defensa de filiación romana republicana, asignable al tipo de
murallas de cajones o casamatas, es importante por diversos motivos. La
perduración de este modelo tipológico en la Carthago Nova tardorrepubli-
cana no es único, pues en la antigua Sisapo (La Bienvenida, Almodóvar del
Campo, Ciudad Real), fundada sobre un núcleo indígena de fines del siglo
viii o inicios del vii a.C., también ha sido hallado recientemente un tramo
de muralla de casamatas, permitiendo el material cerámico de las zanjas de
cimentación fijar su construcción en las décadas centrales del siglo ii a.C.47.
Ambos casos son pruebas excepcionales del recurso en época romana tardo-
rrepublicana a modelos tipológicos de raigambre fenicio-púnica y difundi-
dos en ambiente greco-helenístico, cuando en Italia se construían sistemas
defensivos de influjo griego (Noguera, Madrid y Martínez, 2012-2013, 58).
La muralla de Sisapo pudo ser obra de maestranzas ibéricas e, incluso, púni-
cas, conocedoras de las tradiciones defensivas de raigambre oriental y quizás
en el marco de la alerta provocada por las correrías de Viriato (Zarzalejos y
Esteban, 2007, 300), mientras que el recurso a esta arquitectura defensiva
de filiación púnica en Carthago Nova en la primera mitad o mediados del
siglo ii a.C. se explica por la impronta «punicizante» que la ciudad romana
conservará durante siglos. De hecho, el modelo para la muralla estaba en la
propia fortificación púnica de finales del siglo iii a.C., descrita por Polibio y
conocida por varios lienzos excavados en las últimas décadas (vide supra).
Con una gran economía de medios, pudo recurrirse a la mano de obra púnica
prisionera, muy helenizada e integrada básicamente por artesanos, obreros y
marineros, altamente especializados en actividades constructivas y comer-
ciales (Pol. X, 8, 5; Bendala, Fernández, Fuentes y Abad, 1987, 121-140), los
cuales pudieron proporcionar los necesarios saber técnico y mano de obra.
La muralla romana se construyó en la primera mitad o décadas centrales
del siglo ii a.C. Si la precedente fortificación púnica hubiese sido destruida
hacia 209-208, pudo haber sido sustituida por la nueva defensa romana
que seguiría su orientación Este-Oeste, aunque retranqueada levemente al
suroeste en su flanco oeste. Esta operación se encuadraría, como hemos

47. Zarzalejos y Esteban, 2007, 286-289, 291-292 [fase V], Figs. 3-7, 1, 293-298;
Zarzalejos, Fernández y Hevia, 2011, 30-33, Fig. 8.
Las defensas de Cartagena en la Antigüedad: las murallas de la acrópolis en los...375

referido, en el énfasis especial puesto en fortificar la ciudad ante la even-


tualidad de un contraataque cartaginés (Liv. XXVIII, 36, 4-13). Con todo,
los autores clásicos citan reparaciones, reconstrucciones o elevaciones de
las murallas preexistentes, como consecuencia de los daños causados por
la guerra. Por tanto, es posible que tras el asalto definitivo a la acrópolis,
defendida por Magón y un reducido grupo de hombres, las defensas púnicas
se mantuviesen, en estado más o menos ruinoso, hasta mediados del siglo ii
a.C., al igual que sucedió con el lienzo de sillares junto al cerro de San José,
también amortizado intencionadamente en esta época (Martín, 1994, 317-
318; Ramallo, 2003, 331-338), y que solo entonces se sustituyera por una
nueva. Ello llevaría a datar la muralla romana en las décadas centrales del
siglo ii a.C., en connivencia con los materiales cerámicos de los contextos
de destrucción y amortización de la cerca púnica. Similar cronología, que
coincide con la fecha de la muralla de Sisapo, se ha postulado para un grueso
paramento defensivo construido en el cerro de la Concepción, sobre los res-
tos amortizados arriba mencionados de un tramo de la muralla barca48, que
pudo formar parte del cerco tardorrepublicano49. De ser cierta esta segunda
opción, y al margen de hipotéticas reparaciones y obras de mantenimiento
de las murallas púnicas tras la conquista, parece que los romanos pudieron
proyectar en la primera mitad o a mediados del siglo ii un nuevo encintado
defensivo para la ciudad, construido por lo que sabemos ex novo, pero recu-
rriendo (al menos en zonas puntuales) al modelo y trazado de la fortificación
púnica precedente. Quizás la ciudad se amuralló con un potente paramento
de mampostería, identificado en los paños del cerro de la Concepción y calle
Mayor, del tipo constatado a finales del siglo ii a.C. o inicios del i en núcleos
como Iluro, Baetulo y Bilbilis, mientras que la acrópolis –donde pudo insta-
lar su praesidium el prefecto al mando del cual Escipión dejó una guarnición
tras su partida (Liv. XXVI, 51, 9; App. Ib., 24)– pudo ser fortificada con una
muralla de casamatas. Este modelo proporcionaba una extraordinaria versa-
tilidad, pues además del potente muro defensivo de 4,30-4,90 m de anchura,
los compartimentos interiores podían albergar habitáculos para las tropas,
almacenes, talleres y, llegado el caso, podían macizarse con tierra y escom-
bros para afrontar una contingencia bélica.

48. Dicho muro estuvo en uso durante prácticamente una centuria, periodo tras el cual fue
sometido a una profunda reforma que se prolongó en el devenir de la segunda mitad del
siglo i a.C. (Ramallo, 2003, 339-340).
49. A estas defensas podría sumarse otro potente paramento de mampostería, orientado de
noroeste a sureste y hallado en la calle Mayor, en posición paralela a esta (Fernández,
Zapata y Nadal, 2007, 141-143).
376 José Miguel Noguera, María José Madrid, María Victoria García y Víctor Velasco

Es muy probable que el tramo de muralla romana formase parte, a la


par, del potente sistema defensivo de la ciudad y de la propia ciudadela. Esta
construcción en el vértice septentrional del cerro, que sustituía a la anterior
púnica, conseguiría el doble objetivo de proteger la ciudad por su flanco
septentrional y amurallar nuevamente la acrópolis, lo que nos sitúa ante el
caso de Carteia (San Roque, Cádiz), donde la muralla cartaginesa fue sec-
cionada y desmontada intencionadamente en la segunda mitad del siglo ii
a.C. (Roldán, Bendala, Blánquez, Martínez y Bernal, 2003, 219-220), en el
marco de una profunda remodelación urbanística y arquitectónica, al objeto
de construir sobre ella un segundo lienzo defensivo.
Respecto al contexto histórico de la muralla republicana, tras la toma de
la ciudad por Cornelio Escipión, los romanos pusieron especial énfasis en
fortificarla nuevamente, reconstruyendo las partes derruidas de sus mura-
llas50. Ello no resulta extraño en el contexto de la Segunda Guerra Púnica
y en una ciudad de altísimo valor simbólico y estratégico51. Y aunque la
ciudad, convertida en uno de los baluartes del proceso de «romanización»
de Hispania, no estuvo afectada por los conflictos bélicos hispanos del
siglo ii a.C.52, la reconstrucción de las murallas de la acrópolis pudo tener
un sesgo marcadamente político, además de defensivo53, cuya lectura debe
interpretarse en clave simbólica. En efecto, la empresa que subyace tras esta
operación de dotación de nuevas defensas a la ciudad debió simbolizar, en
cierto modo, la potencia e intenciones de los nuevos señores de Hispania,
dispuestos a usufructuar las riquezas y posibilidades del nuevo territorio.
Esta operación de envergadura, la única conocida en las décadas posteriores
a la conquista, es un claro antecedente del programa de reurbanización de la
ciudadela a finales del siglo ii a.C. y la primera mitad del siguiente (interven-
ciones en el santuario de Atargatis y construcción de un santuario de carácter
curativo), todo ello promovido por un evergetismo privado y «espontáneo»

50. Polibio refiere que Escipión (…) aseguró la ciudad con una guarnición y con diver-
sas reparaciones en los muros (Pol., X, 20, 8); Livio indica que el general, después de
(…) comprobar que las partes dañadas de la muralla estaban reparadas, partió hacia
Tarragona dejando un destacamento en la ciudad para protegerla (Liv. XXVI, 51); y
según Apiano, dio instrucciones para que se elevara la muralla que daba al lugar de la
marea (App. Ib. VI, 24).
51. Sabemos también que Magón intentó reconquistar nuevamente la plaza en 206 a.C. (Liv.
XXVIII, 36, 4-13; Scullard, 1970, 66; Liddell, 1974, 54; Cabrero, 2000, 87).
52. Con la salvedad de la llegada a la ciudad en 139 a.C., al final de las guerras en la Ulterior,
de algunos lusitanos al mando de Tautalos (App. Ib. VI, 72; Abascal y Ramallo, 1997, 13).
53. De hecho, en el siglo i a.C. la plaza sirvió de refugio seguro a Sertorio y a Pompeyo
Magno, de donde se deduce la existencia de óptimas defensas con anterioridad a las (re)
construcciones defensivas de la segunda mitad de la centuria (Díaz, 2008, 225-234, con
bibliografía anterior).
Las defensas de Cartagena en la Antigüedad: las murallas de la acrópolis en los...377

y al servicio de simbolizar el prestigio y estatus de la ciudad (Noguera,


2012, 124-137). Y se adelantó unos años al programa de monumentalización
urbana que, como en otras áreas de la península, permitió el afianzamiento
de los primeros modelos urbanístico-arquitectónicos romanos a finales del
siglo ii a.C. e inicios del siguiente (Bendala y Roldán, 1999, 105 ss.; Ruiz de
Arbulo, 2009, 253-297).
Por último, como hemos referido, la construcción en el siglo ii a.C. de
una muralla de tradición fenicio-púnica (constatada en la península Ibérica
desde el siglo viii a.C.54) prueba la persistencia del original sustrato etno-
cultural púnico, reflejado asimismo en tradiciones religiosas55, constructi-
vas56 y arquitectónicas57. El influjo de la muralla púnica perduró hasta el
Renacimiento. El hecho de que sobre los tramos superpuestos de aquella y
de la romana republicana se construyese la muralla proyectada por Carlos I
evidencia hasta que punto la topografía urbana y el trazado de las antiguas
fortificaciones condicionó los proyectos de fortificación de época moderna
(Fig. 19). El trazado de las murallas púnica y romana quedó fosilizado en la
construcción en la década de 1540 de la muralla promovida en el Molinete y
sus inmediaciones por el emperador, siendo factible que este y sus ingenie-
ros contemplasen arruinada la muralla romana, decidiendo un trazado simi-
lar que, además, posibilitase reutilizarla a modo de cantera de mampuestos
(Martínez, Noguera, Madrid y Martínez, en prensa).

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54. En todo caso, el modelo púnico empleado no resultaba ajeno a los constructores romanos.
El tipo de las murallas de cajones muestra similitudes con la técnica del emplecton, consis-
tente en dos lienzos paralelos de sillares tallados que delimitan espacios interiores rellenos
de tierra y piedras (Romero, 2005, 198), constatado en Grecia desde finales del siglo
v a.C. y muy utilizado por la arquitectura defensiva romana tardorrepublicana (Martin,
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GIRIBAILE, UNA PLAZA FUERTE
CARTAGINESA EN EL CONTEXTO DE
LA OCUPACIÓN BÁRQUIDA DEL ALTO
GUADALQUIVIR

Luis María Gutiérrez Soler1


Universidad de Jaén

José Luis López Castro


Universidad de Almería

Víctor Martínez Hahnmüller


Universidad de Gent

El oppidum ibero de Giribaile se constituye como un importante enclave


para comprender la evolución de la geo-política del territorio del alto
Guadalquivir, especialmente entre los siglos iv y iii a.C. Sin embargo, en esta
contribución nos centraremos en el período final del asentamiento fortificado
que, como veremos, estuvo estrechamente relacionado con los traumáticos
sucesos derivados de los enfrentamientos en la Península Ibérica entre Roma
y Cartago y sus respectivos aliados durante la Segunda Guerra Romano-
Cartaginesa (218-201 a.C.). A pesar de nuestro desconocimiento sobre el
topónimo antiguo del oppidum como consecuencia de la ausencia de epígra-
fes romanos al respecto, gracias a una lectura crítica de las fuentes clásicas y,

1. Este trabajo ha sido posible gracias a la financiación proporcionada a los proyectos:


«Innovaciones técnicas aplicadas al conocimiento y puesta en valor de Giribaile». Junta de
Andalucía. Incentivos a Proyectos de Investigación de Excelencia en equipos de investiga-
ción. Modalidad Proyectos Motrices y de Innovación (P11-HUM-8113).
«Métodos y técnicas en prospección arqueológica intensiva». Programa Nacional de
Investigación Fundamental del Plan Nacional de I+D+i 2008-2011. Subprograma de
Proyectos de Investigación Fundamental no Orientada (HAR2010-18422).
386 Luis María Gutiérrez Soler, José Luis López Castro y Víctor Martínez Hahnmüller

sobre todo, a los resultados del trabajo desarrollado en los últimos años en la
zona arqueológica de Giribaile podemos afrontar desde una nueva perspec-
tiva la cuestión de la toponimia. Por último, hemos individualizado una serie
de indicadores que, según nuestra opinión, demuestran la estrecha relación
que hubo entre el asentamiento ibero y el Imperio Cartaginés del siglo iii
a.C., integrándose, en este sentido, Giribaile en los dominios cartagineses
como una auténtica plaza fuerte destinada a asegurar el control de la región.

Giribaile y su entorno geográfico


Ubicado en una meseta elevada en la confluencia del interfluvio de los ríos
Guadalimar y Guadalén, dominando un paisaje de sierra y valle, se encuentra
la meseta de Giribaile. Esta mantiene una posición de dominio sobre el terri-
torio circundante que le permite ejercer un importante control visual sobre
su entorno más inmediato.
La vega del Guadalén dispone de una amplia zona cultivable que, topo-
gráficamente, se cierra en las primeras estribaciones del piedemonte de Sierra
Morena, ricas en filones de galenas argentíferas, explotados con seguridad,
al menos, desde época ibérica. Hacia el Guadalimar, el valle se estrecha y
queda encajado por dos pasos naturales, denominados Escuderos y Vado de
las Hoyas y por la cuesta de la Loma de Úbeda. Dicha vega, aunque más
reducida en extensión que la del Guadalén, también comparte con esta una
gran potencialidad agrícola.
Además, junto con el control de fértiles terrenos agrícolas y de ricos
filones del distrito minero Sierra Morena, Giribaile se presentaba como un
enclave de relevancia en la ruta que marca el antiguo camino de Hannibal que
conducía desde Cástulo hacia el Saltus Castulonensis y que previsiblemente
alcanzaría los límites de su pago demarcado en el siglo iv a.C. por los santua-
rios de Collado de los Jardines, próximo al actual paso de Despeñaperros, y
de Castellar. Esta vía, que atravesaría el río Guadalén por cualquiera de sus
vados, alcanzaría directamente el promontorio blanco de Giribaile (Blánquez,
1990: 68) y formaría parte del trazado antiguo que discurría por el valle del
Guadalimar, poniendo en comunicación las ciudades que lo jalonan en su
curso medio y bajo, atravesando los parajes próximos a la zona que tradicio-
nalmente se ha consignado como parte del distrito minero de Cástulo.
En el extremo de esta meseta tan bien comunicada, se encuentra el oppi-
dum de Giribaile defendido por una sólida fortificación de tipo barrera que
le sirve de límite y, a la vez, de acceso principal a la ciudad ibérica. Desde
este punto se extiende a lo largo de algo más de 900 m en dirección noreste,
ocupando un espacio de más de 14,5 ha. Aunque cuenta con materiales
Giribaile, una plaza fuerte cartaginesa en el contexto de la ocupación bárquida...387

Figura 1. Localización de Giribaile

arqueológicos que permiten establecer el inicio del asentamiento en época


ibérica hacia principios del siglo iv a.C., la mayor parte de las construcciones
que conformaban el área de asentamiento intramuros de Giribaile fueron el
resultado de un proyecto edilicio de finales del siglo iii a.C. Esta urbani-
zación coincidía, por lo tanto, con la extensión del Imperio Cartaginés en
Iberia que, como veremos más adelante, tuvo una relación directa en la con-
figuración y monumentalización del trazado urbano de este oppidum ibérico.

La investigación en Giribaile
Hasta principios de la década de los años 1990 Giribaile no había recibido
prácticamente ninguna atención por parte de la investigación arqueológica
oficial, constituyendo sólo una vaga referencia en los modelos que se iban
construyendo para explicar los procesos históricos que desembocaron en la
definición de la Cultura Ibérica en el alto Guadalquivir, aunque siempre se
tuvo una idea clara de que respondía a un desarrollo pleno y tardío.
La campaña de excavación inédita, que realizó el geólogo francés G.
Servajean allá por los años 1968 y 1969, había dejado una impronta en el
grupo arqueológico local de La Carolina que llevó a cabo nuevos trabajos
y fue depositario de la mayor parte de los materiales documentados por
aquellos años, una parte de los cuales actualmente se exponen en el Centro
de Interpretación Arqueológica de dicha localidad. Así, respecto al conoci-
miento arqueológico de Giribaile se estableció un difícil balance entre una
investigación oficial casi inexistente y una reivindicación local, de la que
388 Luis María Gutiérrez Soler, José Luis López Castro y Víctor Martínez Hahnmüller

curiosamente había quedado al margen Vilches, término municipal al que


administrativamente pertenece esta zona arqueológica.
A principios de la década de los años 1990 la construcción de una presa
en el curso medio-bajo del Guadalimar, la mayor inversión en infraestruc-
tura por aquellos años en la provincia de Jaén, cambiaría definitivamente
las condiciones de la investigación. Si bien los comienzos fueron difíciles y
las circunstancias obligaban a practicar una arqueología de rescate, se pudo
obtener una documentación básica sobre un conjunto de sitios arqueológi-
cos dispersos por el valle (Royo et alii, 1995), ocupando precisamente los
terrenos que iban a ser primero desmontados en profundidad para obtener
los materiales que se necesitaban para elevar el muro de cierre de la presa y,
más tarde, inundados.
Esta primera aproximación traumática al territorio de Giribaile se com-
pletó en los años siguientes con el desarrollo de un pequeño proyecto de
prospección en torno a este área arqueológica con la intención de completar
el escenario de trabajo, centrándonos en la vertiente del Guadalén, principal-
mente, y permitiendo una interpretación global para el conjunto de estable-
cimientos agrarios instalados en los valles que rodean la meseta de Giribaile
(Gutiérrez et alii, 1995; Gutiérrez et alii, 1999a). Si bien, desde el principio,
estuvo claro el vínculo entre esta ocupación dispersa y la antigua ciudad
ibérica, posteriores investigaciones variarían nuestro planteamiento inicial
de establecer una cronología del siglo ii a.C. para la colonización del valle,
cuyo límite post-quem quedaba claramente establecido por la fundación
del poblado de La Monaria, hoy cubierto por las aguas del pantano y que
representa una auténtica oportunidad perdida de conocer un establecimiento
perteneciente al periodo tardo-republicano, de difícil catalogación por las
características de su organización y su distribución urbana (Gutiérrez et alii,
1999b; Royo et alii, 1997).
La interpretación del modelo de ocupación dispersa del valle en torno
a Giribaile constituyó la base de la tesis doctoral cuyas nociones generales
fueron recogidas en el libro El oppidum de Giribaile (Gutiérrez, 2002), junto
a la recuperación de los informes originales de excavación de las campa-
ñas que llevó a cabo G. Servajean a lo largo de un año comprendido en
el periodo 1968-1969. Hoy, ya sin posibilidad de volver a reinterpretar los
datos originales de los asentamientos del valle cubiertos por las aguas del
pantano, debemos establecer una lectura indirecta del sentido de la proyec-
ción de Giribaile sobre su territorio a partir de las nuevas hipótesis de trabajo
que venimos generando a lo largo de estos años, buscando la huella púnica
y cartaginesa.
Giribaile, una plaza fuerte cartaginesa en el contexto de la ocupación bárquida...389

Un punto de inflexión determinante en las nuevas líneas de interpretación


sobre la cultura material de Giribaile procede de la prospección arqueoló-
gica intensiva que realizamos durante los años 2004-2005 (Gutiérrez, 2010).
Efectivamente, entre el otoño de 2004 y la primavera de 2005 llevamos a
cabo un total de 45 jornadas de trabajo en la meseta de Giribaile, al interior
de los límites de la ciudad antigua, procesando una media de un cuarto de
hectárea por día hasta completar las más de 14 ha que definen el tamaño de
la zona arqueológica. El método empleado desarrolló un muestreo aleatorio,
sistemático y no alineado que permitió caracterizar la cultura material pre-
sente en la superficie del terreno y la elaboración de una ensayo de tipología
cerámica contextualizada que básicamente recoge una secuencia estratigrá-
fica perteneciente a los siglos iv y iii a.C.

La problemática toponímica respecto a la identificación de Orongis


con Giribaile
Su riqueza agrícola y minera, su importancia geo-estratégica y sus destaca-
bles dimensiones han provocado un especial interés en la investigación por
conseguir una correlación positiva entre el oppidum de Giribaile y su topó-
nimo antiguo. Los problemas en torno a su identificación con algún topó-
nimo antiguo estaban plenamente vigentes durante siglo xix como demuestra
la hipótesis de Lafuente (1843, 79-80) de considerar que el asentamiento ibé-
rico debía corresponderse con la ciudad de Babyla mencionada por Polibio
para referirse a la batalla de Baecula. Por su parte, Fernández Guerra (Ruiz,
1879) también sostenía que la ciudad cerca de la cual se desarrolló la famosa
batalla que enfrentó a los ejércitos de Hasdrúbal Barca y Publio Cornelio
Escipión se situaba en Vilches, pero iba más allá defendiendo que los topó-
nimos de Baetulo, Betula, Bécula, Betaria y Beturia se referirían todos a este
asentamiento del alto Guadalquivir.
Sin embargo, la homofonía con la actual ciudad de Bailén y, especial-
mente, los descubrimientos arqueológicos realizados en el Cerro de las
Albahacas (Santo Tomé, Jaén) en los últimos años, que han permitido definir
con solidez el lugar exacto en el que se desarrolló el enfrentamiento, provo-
caron que estas hipótesis pronto fueran desechadas.
Siguiendo con la lógica de la época que, a falta de inscripciones que
corroborasen la identificación, se sustentaba en la semejanza de los topóni-
mos modernos con su contrapartida antigua, en el año 1860 Góngora rela-
cionaba la ciudad de Giri, mencionada por Plutarco (Sertorio III, 5-10) con
el cerro de Giribaile. De esta manera, se iniciaba una tradición que ha per-
durado hasta tiempos recientes. Sin embargo, no existe consenso entre los
390 Luis María Gutiérrez Soler, José Luis López Castro y Víctor Martínez Hahnmüller

Figura 2. Ubicación de Giribaile con respecto a la Bastetania (a partir de Untermann 1992).

filólogos griegos sobre que Girienses sea el gentilicio recogido en el men-


cionado pasaje ya que se han propuesto diversas lecturas adicionales como la
del topónimo Isturgi o el gentilicio «oretanos». En cualquier caso, tampoco
la evidencia arqueológica sustenta dicha identificación puesto que el episo-
dio de la vida de Sertorio narrado por el autor de Queronea se corresponde
con la toma de una ciudad a principios del siglo i a.C., hacia el año 90 a.C.,
y los materiales documentados en el interior de la ciudad ibérica no llegan
hasta ese momento, con la sola excepción de un pequeño conjunto de cerá-
micas en el flanco sureste de la plataforma norte, que vinculamos a la presen-
cia de un tramo de fortificación ciclópea. Además, la existencia del topónimo
actual no ha podido ser documentada en momentos anteriores al siglo xviii.
Por todo ello, como ya hemos defendido en otras ocasiones, creemos poder
desechar la correlación entre Giri y Giribaile debido a la fragilidad de la pro-
pia evidencia literaria y, sobre todo, a la información procedente del registro
arqueológico.
Sin embargo, esta no fue la última propuesta de identificación del oppi-
dum de Giribaile con un topónimo de la Antigüedad. En los últimos años, tras
una lectura crítica de los pasajes de las fuentes clásicas que hacen referencia
a los enfrentamientos militares que se desarrollaron en la Alta Andalucía en
el contexto de la Segunda Guerra Romano-Cartaginesa, se ha sugerido una
posible correspondencia con la ciudad de Orongis (Bellón et alii, 2004, 23),
mencionada por Tito Livio (XVIII, 3-4). Esta identificación responde a una
serie de condicionantes derivados de la información que se desprende del
mencionado pasaje: Orongis es presentado como un asentamiento ibero de
Giribaile, una plaza fuerte cartaginesa en el contexto de la ocupación bárquida...391

gran importancia para la política regional cartaginesa y, por lo tanto, con


niveles arqueológicos de finales del siglo iii a.C., bien situado con respecto
al distrito minero de Sierra Morena, comunicado con las principales vías
de penetración de la zona y cerca de la ciudad oretana de Castulo. Aunque
Giribaile reúne todas estas condiciones para defender su identificación, son
muchos los candidatos alternativos que reúnen algunas de estas condicio-
nes por lo que es pronto y arriesgado afirmar tajantemente su correlación.
Además de la narración de las fuentes clásicas, tanto en el pasaje de Tito
Livio mencionado como en Zonaras (IX, 8), se desprende que la ciudad de
Orongis pertenece al distrito de la Bastetania cuyos límites occidentales tra-
dicionalmente (Untermann, 1992) se han situado a unas decenas de kilóme-
tros al este de Giribaile, oppidum que se ha considerado como oretano. Si
bien es cierto que como todas las delimitaciones de las regiones prerromanas
de Iberia sus límites no son exactos debido a la desigual y, a veces, contra-
dictoria información geográfica de la que son resultado, es un argumento que
va en contra de la identificación de Giribaile y que, por el momento, y a la
espera de obtener en el registro arqueológico argumentos más sólidos, nos
obliga a ser prudente respecto a la equivalencia entre Orongis y Giribaile.

La presencia cartaginesa en Giribaile a través del registro


arqueológico
Indistintamente de que el asentamiento del cerro de Giribaile respondiese o
no al topónimo de Orongis en la Antigüedad, la actividad arqueológica que
venimos desarrollando en los últimos años ha puesto de manifiesto una rela-
ción con la política territorial que el Imperio Cartaginés, con la mediación
de los estrategas bárquidas, desarrolló en esta parte de la Península Ibérica.
El primer rasgo, y seguramente el más evidente, de la vinculación directa del
oppidum de Giribaile con el Imperio de Cartago es la aparente reordenación
urbanística que sufre el asentamiento ibérico en el contexto de finales del
siglo iii a.C. En efecto, durante este período, el oppidum no sólo se dotó de
un nuevo y actualizado sistema defensivo, sino que acometió importantes
actividades edilicias en el interior del asentamiento. Todos estos cambios,
como veremos, fueron el resultado de un programa militar y propagandístico
cartaginés que se aplicó en las principales plazas fuertes de los territorios
ibéricos, tanto en sus propias colonias como en las ciudades de sus aliados.
La muralla con la que se protege el asentamiento ibérico de Giribaile
en estos momentos supone la adopción del sistema defensivo vigente en el
territorio cartaginés al erigirse una muralla de doble paramento, de la que, en
el estado actual de nuestro conocimiento es difícil saber si funcionalmente
392 Luis María Gutiérrez Soler, José Luis López Castro y Víctor Martínez Hahnmüller

se corresponde con una muralla de cajones o de compartimentos. Aunque


el sistema de fortificación basado en murallas de doble paramento ya era
habitual en el Próximo Oriente en el contexto de la colonización fenicia y,
por lo tanto, se conocen algunos casos relativamente tempranos de su uso
en la Península Ibérica (Bueno et alii, 2013) en los ámbitos fenicios y de las
comunidades autóctonas limítrofes, la expansión de este sistema defensivo
en Iberia se produjo especialmente durante las cuatro últimas décadas del
siglo iii a.C. De hecho, la aparición de sistemas fortificados en la zona bajo
dominio cartaginés obedecía a la política administrativa, económica y militar
bárquida destinada a reorganizar y explotar el nuevo territorio. Esta política
se llevó a cabo por medio de nuevas fundaciones o el fortalecimiento de
asentamientos preexistentes con el fin de disponer de un mayor control del
territorio y sus recursos naturales. La creación de estos importantes núcleos
fortificados les permitiría asegurar sus bases de suministro y, de esta manera,
el abastecimiento en sus dominios ibéricos (Montanero, 2008, 116).
El oppidum de Giribaile sería una de estas plazas fuertes sobre las que se
sustentaba el dominio cartaginés. Sin embargo, a diferencia de otros ejem-
plos documentados de murallas de doble paramento de este momento cuyos
sillares estaban perfectamente escuadrados y, en ocasiones, decorados con
efectos de almohadillado, la técnica constructiva utilizada en la muralla
de Giribaile muestra rasgos particulares. Aquí no encontramos el aparejo
pseudo-isódomo que caracteriza la mayor parte de los tramos documenta-
dos de las murallas de Carteia, Castillo de Doña Blanca o la propia Qart
Hadasht, sino un aparejo rudimentario a base de sillarejos que entronca
directamente con la tradición constructiva ibérica. Sin embargo, la concep-
ción ideológica de la muralla, su funcionalidad y su metrología guardan una
innegable relación con la arquitectura defensiva de tradición cartaginesa. De
hecho, el uso de técnicas constructivas autóctonas, o al menos no tan sofisti-
cadas, no es tan anómalo en el imperio cartaginés como pueda parecer en un
primer momento si las comparamos con los tramos más monumentales de las
murallas antes aludidas: en este sentido, incluso en la capital de los dominios
territoriales cartagineses en Iberia, al menos un tramo de su muralla, concre-
tamente el que defendía la ciudad desde el Cerro del Molinete, estaba erigido
siguiendo una técnica constructiva irregular de sillarejos (Noguera et alii,
2011-2012), similar a la utilizada en Giribaile.
Este tipo de sistema constructivo es, por lo tanto, el resultado de los ras-
gos definitorios de las fortificaciones fenicias y por extensión cartaginesas
que se caracterizaban no sólo por su funcionalidad y su innovación y adapta-
ción a las técnicas de ataque vigentes, sino también por la inmediatez de su
construcción, la adaptación al terreno y el aprovechamiento de los recursos
Giribaile, una plaza fuerte cartaginesa en el contexto de la ocupación bárquida...393

del entorno, tanto materiales como humanos y, en el caso que nos ocupa, de
sus técnicas habituales de construcción (Prados y Blánquez, 2007, 57-58 y
60).
En cuanto a la tipología de la muralla de Giribaile, en el estado actual de
nuestros conocimientos, nos resulta difícil decantarnos sobre un tipo u otro.
La primera limpieza que efectuamos en un tramo de la muralla en los últimos
compases de la campaña de 2014 fue una actuación limitada y, por lo tanto,
la información que presentamos aquí es, forzosamente, incompleta. Por el
momento, aunque de manera provisional, nos decantamos por considerar la
fortificación de doble paramento de Giribaile como una muralla de compar-
timentos lo cual, además, coincidiría a la perfección con el resto de recintos
fortificados cartagineses de finales del siglo iii a.C. (Bendala y Blánquez,
2002-2003).
A nivel político, la construcción de una muralla siguiendo los patrones
de la poliorcética cartaginesa demostraría la importancia diplomática de los
pactos y alianzas que los cartagineses habían realizado con las élites aristo-
cráticas autóctonas (Sala y Abad, 2006, 43; Montanero, 2008, 119). Giribaile

Lámina 1. Detalle de uno de los compartimentos o cajones de la muralla de doble paramento


de Giribaile.
394 Luis María Gutiérrez Soler, José Luis López Castro y Víctor Martínez Hahnmüller

se convertía así, físicamente, en una plaza fuerte cartaginesa destinada a ase-


gurar el control del territorio y sus recursos, exteriorizando su afiliación al
bando cartaginés con una construcción monumental. Una monumentalidad
que era la expresión de la dignidad y del poder cartagineses sin renunciar a
una buena defensa (Bendala y Blánquez, 2002-2003, 151).
Si bien la muralla de doble paramento que protegía el asentamiento ibé-
rico de Giribaile es el signo más evidente de la afiliación política de sus
pobladores al Imperio Cartaginés, la reurbanización que estos promovieron
no sólo afectó al sistema defensivo del oppidum. En efecto, en la zona del
poblado intramuros se pudo documentar durante las labores de prospección
intensiva los zócalos de una agrupación de construcciones que seguían una
ordenación muy regular basada en modelos metrológicos de tradición púnica,
concretamente el codo púnico pequeño o numídico y el codo púnico tradicio-
nal, al igual que sucedía en la muralla. La denominada Área 3 ha sido objeto
de excavación arqueológica en nuestra campaña de 2014, cuyos resultados
están siendo estudiados en este momento. Podemos adelantar, sin embargo,
que estas insulae o manzanas fueron erigidas a finales del siglo iii a.C. sobre
construcciones anteriores y que su funcionalidad está directamente relacio-
nada con el procesado y almacenamiento de los recursos agrícolas, «siempre
con el sello púnico y la dimensión helenística que en términos de economía
significa la búsqueda de producciones masivas» (Bendala, 2013, 77).
Finalmente, completamos este repaso a los elementos del registro arqueo-
lógico que nos permiten defender la vinculación del oppidum de Giribaile
con la expansión cartaginesa de finales del siglo iii a.C. con un breve resu-
men del exhaustivo estudio tipológico y espacial de los materiales anfóricos
documentados durante la prospección sistemática que se desarrolló entre los
años 2004-2005. El extenso conjunto material documentado estaba confor-
mado por cerca de 700 fragmentos de ánforas, la mayoría de ellas adscritas
a la época bárquida, es decir, a los últimos decenios del siglo iii a.C. Este
primer dato ya es de por sí significativo y demostrativo de la importancia que
tuvo el asentamiento ibérico en este momento ya que implica que Giribaile
era, en ese momento, un importante centro productivo, acaparador y, pre-
sumiblemente, redistribuidor de productos alimenticios. De confirmarse su
identificación con Orongis, de hecho, podríamos interpretar que este acapa-
ramiento de productos alimenticios, principalmente de origen agrícola, esta-
ría destinado al abastecimiento de las tropas encargadas de realizar incur-
siones a los pueblos del interior que aún no se habían sometido al dominio
cartaginés o que habían aceptado la fidelidad romana.
En cualquier caso, tanto si era Orongis y, por lo tanto, el lugar desde
el que partían las expediciones de Hasdrúbal Barca hacia las poblaciones
Giribaile, una plaza fuerte cartaginesa en el contexto de la ocupación bárquida...395

Figura 3. Gráfico presentando la relación entre la producción anfórica local y las ánforas
importadas.

cercanas, como si era una ignota plaza fuerte cartaginesa destinada a afianzar
el dominio cartaginés sobre el distrito minero de Sierra Morena, la importan-
cia del asentamiento es indiscutible a nivel económico y político.
Por supuesto, la mayor parte de las ánforas documentadas son el resul-
tado directo de la producción de la ciudad ibérica y su entorno inmediato. En
este sentido, no debe sorprendernos que el 90% de las ánforas documentadas
pertenezcan a los tipos anfóricos tipológicamente asociados a contextos ibé-
ricos, ya que sería el hinterland bajo el dominio de Giribaile y de los oppida
próximos los principales abastecedores de los productos alimenticios nece-
sarios para avituallar a las tropas de los ejércitos cartagineses. Sin embargo,
al igual que sucede en otros importantes centros redistribuidores de Iberia,
también hay espacio para las importaciones que, en el caso que nos ocupa,
nos proporcionarán la información cronológica y económica adicional que
nos permitirá afianzar aún más la vinculación de Giribaile con el programa
de dominación territorial ibérica desarrollado por los bárquidas en favor del
Imperio Cartaginés.
Como era de esperar en una plaza fuerte del dominio cartaginés en la
Alta Andalucía, el grupo mejor representado entre las importaciones son
las producciones procedentes de Cartago que suponen un poco más de un
tercio del total de bienes importados. Las ánforas procedentes de este con-
texto se corresponden mayoritariamente con diversos subtipos del grupo 7 de
Ramon (1995, 205‐206 y 209‐210), concretamente los tipos 7.1.2.1, 7.2.1.1,
7.4.2.1, aunque también se ha constatado la presencia de ejemplares de los
tipos 3.2.1.2, 5.2.3.1 y 13.1.2.1 (Ramon, 1995, 183, 197‐199 y 241-242). El
estado de nuestro conocimiento sobre el contenido de estas ánforas sigue
siendo aún demasiado deficiente como para saber con exactitud qué tipo de
396 Luis María Gutiérrez Soler, José Luis López Castro y Víctor Martínez Hahnmüller

Figura 4. Gráfico presentado la relación de las importaciones anfóricas en función de su


origen.

producto alimenticio era transportado en ellas, pero debemos suponer por la


información arqueológica y literaria sobre las actividades productivas carta-
ginesas que transportarían vino, aceite y salazones.
El segundo grupo mejor representado lo componen las ánforas de origen
gaditano, específicamente los tipos 8.1.1.2 y 8.2.1.1 de la clasificación de
Ramon (1995, 222 y 226), con poco más de 25 individuos diferenciados, casi
el mismo número que en el caso de las ánforas cartaginesas. El segundo tipo
se ha asociado con una producción de vino por su aparición junto a ánforas
de producción de aceite y su asociación con los lagares de Castillo de Doña
Blanca y de Las Cumbres (Carretero, 2007: 77), mientras que del primer tipo
no podemos ser tan concretos.
Completan las importaciones anfóricas documentadas en Giribaile, las
12 ánforas de salazones de pescado T-12.1.1.1 que fueron producidas en
las principales ciudades-estado fenicias de Iberia (Ramon, 1995, 237‐238;
Niveau, 2003, 8; 2004, 269‐270), las 6 ánforas producidas en Baria del tipo
1.2.1.3 y, por último, un único ejemplar producido en Iboshim perteneciente
al tipo 8.1.3.2 destinada a la exportación de vino (Ramon, 1995, 222‐224 y
265‐266; Juan y Matamala, 2004, 285), ya que algunos ejemplares recupe-
rados estaban recubiertos en su interior por resina, o de carnes en salazón
(Ramon, 1995, 264; Juan y Matamala, 2004, 284) como ha demostrado la
documentación de restos cárnicos en algunos ejemplares.
De este interesante conjunto material, se puede desprender que las
principales ciudades fenicias se beneficiaron de la expansión del Imperio
Cartaginés para colocar, directa o indirectamente, sus productos que, pre-
sumiblemente, serían de una calidad y fama superior que las producciones
ibéricas del entorno y, por lo tanto, quizás estaban destinados a satisfacer
Giribaile, una plaza fuerte cartaginesa en el contexto de la ocupación bárquida...397

unas demandas diferentes, tal vez la de altos mandos del ejército o las aris-
tocracias ibéricas locales.
Estos resultados casan a la perfección con estudios de materiales aná-
logos de otros importantes centros redistribuidores del Mediterráneo como
Baria (López Castro et alii, 2011; Martínez Hahnmüller, 2012), Emporion
(Aquilué et alii, 2004, 171, 173 y 178), Saguntum (Bonet et alii, 2004, 206-
207), La Escuera (Sala et alii., 2004, 239) o el Tossal de Manises (Sala et
alii., 2004, 241), donde las importaciones anfóricas sólo representan una
pequeña parte de la producción de ánforas y el mundo fenicio-púnico está
especialmente bien representado, si bien la mayor presencia de ánforas gadi-
tanas, ibicencas o cartaginesas es variable en función de las rutas comercia-
les tradicionales.

A modo de conclusión
Con esta contribución hemos querido poner de manifiesto la clara relación
de la fase final del oppidum de Giribaile con el contexto de expansión del
Imperio Cartaginés de finales del siglo iii a.C. La evidencia arqueológica de
la que disponemos nos permite dar una nueva lectura a algunos pasajes de
las fuentes clásicas y avanzar un poco más hacia la identificación de Orongis
con Giribaile. Sin embargo, aún son demasiado numerosas las incógnitas
y escasas las certezas como para defender esta correlación sin reparos. Las
próximas campañas arqueológicas podrían confirmar esta identificación de
manera fehaciente, si se documentan algunas de las características a las que
alude el pasaje de Tito Livio como el foso con el que el ejército dirigido por
Lucio Cornelio Escipión incomunicó a la ciudad ibera o los devastadores
estragos que causaron los asaltantes al llevar a cabo el ataque que acabó con
la toma de la ciudad para el bando romano.
No obstante, la información que en estos momentos disponemos sobre la
actividad económica, política y arquitectónica que desarrolló este oppidum
ibero situado a las puertas del distrito minero de Sierra Morena nos permite
comprender mejor su papel en la geo-política del momento y, consecuente-
mente, la propia política externa desarrollada por los estrategas bárquidas
para afianzar y extender el dominio cartaginés en Iberia. Arquitectos carta-
gineses o de formación cartaginesa serían enviados a la ciudad de Giribaile,
que contaría con el estatus de aliada o sometida a Cartago, para diseñar un
recinto fortificado que estuviera a la altura de las amenazas militares que se
avecinaban y ampliar y renovar la ciudad preexistente siguiendo las pautas
vigentes del urbanismo cartaginés. Por supuesto, Giribaile no era un unicum
en el proyecto imperialista cartaginés, por lo que la mano de obra e incluso
398 Luis María Gutiérrez Soler, José Luis López Castro y Víctor Martínez Hahnmüller

los capataces que llevaron a término este proyecto procederían directamente


de Giribaile o del entorno inmediato.
El resultado fue una refundación ideológica de la ciudad que exhibía
externa e internamente su pertenencia al bando cartaginés siguiendo el com-
plejo programa propagandístico que los estrategas bárquidas habían ideado
para afianzar el control de las diferentes etnias y pueblos que habitaban la
Península Ibérica. La pertenencia al bando cartaginés, por supuesto, com-
portaba algunas contraprestaciones como el hospedaje y mantenimiento de
una guarnición y ciertas limitaciones a la política externa, sin embargo, las
ventajas que suponía pertenecer al Imperio Cartaginés eran también impor-
tantes. En primer lugar, se actualizaba su sistema defensivo haciéndolo
virtualmente infranqueable para los medios militares de las comunidades
autóctonas cercanas. A nivel político, la dotación del sistema murario y del
urbanismo cartaginés, conllevaba una promoción de la ciudad, al presen-
tarse como valedora de los intereses cartagineses en la zona, en detrimento
de otros asentamientos autóctonos. La presencia de una guarnición y, sobre
todo, la frecuente ida y venida de soldados en campaña también comportó
una incentivación de la actividad económica al constituirse como un centro
acaparador y redistribuidor de alimentos destinados, en su mayor parte, a
abastecer a los soldados del ejército cartaginés.
Desde luego, Giribaile también ofrecía sus ventajas para la política terri-
torial cartaginesa. El oppidum estaba situado en la margen derecha del río
Guadalimar y, por lo tanto, controlaba una de las principales vías de comu-
nicación de la alta Andalucía. Por si fuera poco, se localizaba cerca de algu-
nos de los mejores filones de galena argentífera de Sierra Morena por lo
que, seguramente, participase en la explotación minera de la zona. Además,
dominaba un fértil territorio agrícola que le permitía disponer de importantes
excedentes. Finalmente, la cercanía con Castulo, otra importante ciudad que
se había aliado abiertamente con el bando cartaginés, servía como sistema
de vigilancia mutuo con el fin último de asegurar la fidelidad de los pueblos
que habitaban en estas ciudades y lograr mantener así el control territorial de
los vastos recursos de la zona.
Desafortunadamente, este sistema de control a partir de plazas fuertes y
atalayas estaba única y exclusivamente preparado para hacer frente y contro-
lar a las poblaciones autóctonas de la Península Ibérica, caracterizadas por
un limitado conocimiento de poliorcética en comparación con Cartago. El
inicio de la Segunda Guerra Romano-Cartaginesa y la consecuente llegada
de los ejércitos romanos a la Península Ibérica pusieron de manifiesto que las
fortificaciones cartaginesas no eran completamente infranqueables y que con
la caída de una sola de sus plazas fuertes el sistema de control cartaginés en
Giribaile, una plaza fuerte cartaginesa en el contexto de la ocupación bárquida...399

la zona se desarticulaba y desmoronaba. En este sentido, la toma por Publio


Cornelio Escipión de Baria primero y la conquista de su hermano Lucio de
Orongis después, que como hemos expuesto bien podría tratarse del oppidum
de Giribaile, puso fin al dominio cartaginés en toda la región de Bastetania
iniciando un nuevo período en la historia de Iberia de la cual, al menos en los
primeros momentos, estuvo excluida Giribaile.

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EL CONTEXTO MEDITERRÁNEO
ESTRUCTURAS URBANAS FUNDACIONALES
DE ÉPOCA FENICIA EN EL CASTILLO
DE IBIZA

Joan Ramon Torres


CIVITAS / UIB

Marco A. Esquembre Bebia


Arpa Patrimonio

Presentación
Entre las diversas novedades que afectan la arqueología fenicio-púnica de
Ibiza, los hallazgos de época arcaica, aún muy recientes e inéditos, realizados
en el Castillo de Ibiza, ocupan sin duda un lugar destacado. Su presentación,
que es la primera en el ámbito científico, será el tema central del presente
trabajo. Dicho interés se entenderá fácilmente a partir del breve resumen del
statu quo ante de los conocimientos sobre el momento inicial de la ciudad
fenicia de Ibiza, que sigue a continuación.
A partir de la segunda mitad de los años 70 y, sobre todo, en la década
siguiente, las excavaciones efectuadas en dos importantes yacimientos cam-
biaron el panorama de la colonización fenicia de la isla. Uno de ellos, el
sector situado en la parte baja de la vertiente NO del promontorio central
del Puig des Molins, con la identificación de la necrópolis arcaica; el otro,
paralelo al anterior, el descubrimiento del asentamiento de sa Caleta, en la
costa S-SO de la isla.
La realización intermitente de campañas en la necrópolis arcaica del
Puig des Molins, entre 1976 y 2006 (Ramon 1981; Gómez y col. 1990; Costa
1991; Costa, Fernández, Gómez 1991; Costa, Fernández 2004, entre otros
trabajos) (fig. 1 núm. 7) ha proporcionado progresivamente un elenco con-
siderable de enterramientos. En cuanto a sa Caleta, entre 1986 y 1994 fue
excavada la mayor parte de lo conservado en un asentamiento, originalmente
406 Joan Ramon Torres y Marco A. Esquembre Bebia

Fig. 1: Plano de la ciudad de Ibiza con indicación de los hallazgos de época fenicia.

no inferior a 4,5 ha, que surgió a finales del siglo viii y pervivió hasta alre-
dedor del 600 aC (Ramon 2007, entre otros trabajos). Se ha defendido en
múltiples ocasiones (Ramon 1992), y se continúa con la misma opinión, la
existencia de una secuencia entre sa Caleta y la colonización de la bahía de
Ibiza.
Sin embargo, dejando ahora de lado la necrópolis del Puig des Molins,
de la ciudad arcaica poco se ha sabido hasta la fecha, porqué los datos se han
reducido a elementos muebles, por lo general, fuera de contextualización.
De este modo, conviene recordar los materiales de superficie de la punta de
Joan «Esquerrer» (Ramon 1981: 28-29, fig. 7-8, id. 1994: 353-356, fig. 12,
1-4) (fig. 1 núm. 2), el depósito secundario de materiales PM-NE/83, en la
base de la vertiente NE del Puig des Molins (Gómez 1990: 47-71, fig. 20-68;
Ramon 1994: 346-352, entre otros trabajos) (fig. 1 núm. 6), cuyo carácter, en
realidad, no es funerario, así como otros materiales aislados encontrados en
puntos distintos de la ciudad. Entre estos últimos, los hallados en el terraplén
interior del baluarte renacentista de Santa Lucía (Ramon 1994: 356-357, fig.
Estructuras urbanas fundacionales de época fenicia en el castillo de Ibiza407

12, 5) (fig. 1 núm. 4), y los materiales, de carácter presumiblemente domés-


tico, en los rellenos de algunas sepulturas del jardín de la calle de Santa
María (Gurrea, Ramon 2000, fig. 13-14) (fig. 1 núm. 3).
Por lo que se refiere al propio castillo, también, hace ya años (Ramon
1994: 352-352, fig. 11), se dieron a conocer algunos elementos cerámicos
de esta época, que auguraban una ocupación arcaica de este punto, pero que,
sin embargo, se hallaban en estratos de época púnica y romana, por tanto, en
posición residual.
Por todo ello, es fácil entender la importancia del hallazgo, en el Castillo
de Ibiza, de estructuras constructivas y estratos, en posición original, fecha-
dos en esta etapa. Cabe solo añadir que en otro punto, de modo también para-
lelo, se han identificado construcciones y estratos de época fenicia de carác-
ter urbano. Se trata de la base del terraplén interior del baluarte de San Juan,
en la parte baja de la ladera N del Puig de Vila (Gurrea, Martín, Graziani
2009) (fig. 1 núm. 5).
Los hallazgos acaecidos en los años 2010-2012, que van a ser presenta-
dos ahora, se enmarcan en los trabajos de conversión del castillo de Ibiza en

Fig. 2: Planta parcial del castillo de Ibiza con indicación de las zonas con estructuras
fenicias.
408 Joan Ramon Torres y Marco A. Esquembre Bebia

Fig. 3: Planta de las casas fenicias en la Plaza de Armas.

parador turístico por parte de Turespaña, mediante la empresa constructora


Assignia. Las excavaciones derivadas de la ejecución de este proyecto, pres-
critas por el ente competente, el Departamento de Patrimonio Histórico del
Consell Insular d’Eivissa, fueron realizadas por la empresa Arpa Patrimonio,
bajo la dirección de M. A. Esquembre1.
Los autores del presente artículo están elaborando paralelamente una
monografía científica, donde los datos serán tratados con mayor profun-
didad, apoyados además por estudios arqueobiológicos y arqueométricos.
Así pues, lo que sigue a continuación puede sufrir matizaciones cuando sea
publicado el trabajo definitivo.

1. Nota de Arpa Patrimonio: esta empresa solicitó a J. Ramon, en calidad de experto en temas
fenicios, su participación en el estudio científico de los datos obtenidos.
Estructuras urbanas fundacionales de época fenicia en el castillo de Ibiza409

Estructuras de época fenicia en el castillo de Ibiza


Los niveles de época fenicia, por ahora documentados, se sitúan en dos
sectores distintos del castillo, aunque es evidente que existe entre ellos una
continuidad, no interrumpida por otra cosa que el resultado de un desarro-
llo arqueológico basado en obras modernas y no en planes científicos de
investigación. El principal es la Plaza de Armas, un espacio amplio de 650
m2, y el segundo, el patio de la Casa del Gobernador, situado a una veintena
de metros al E del anterior, donde, en cambio, la excavación ha estado muy
condicionada por factores diversos y, entre ellos, la larga superposición de
estructuras constructivas, que se desarrollaron desde la época púnica hasta
la Edad Moderna.

La Plaza de Armas
La necesidad de ubicar en la Plaza de Armas (fig. 2 y 3) la salida de un
túnel vertical de conexión con las nuevas instalaciones turísticas, determinó
la obligación de excavar en su parte central y meridional, con la finalidad de
buscar el punto de menor afectación a los eventuales restos arqueológicos
que se hallaran y motivando, dicho sea de paso, la poco ortodoxa forma
circular de la excavación. La intervención se desarrolló en una superficie de

Foto 1: Vista zenital de las construcciones fenicias en curso de excavación, Plaza de Armas.
410 Joan Ramon Torres y Marco A. Esquembre Bebia

unos 170 m2, alcanzándose, en el límite meridional del sondeo, una profun-
didad de hasta 2,13 m hasta llegar a la roca. En el proceso de excavación se
realizaron algunas modificaciones y ampliaciones del espacio, a la vista del
interés de los hallazgos arqueológicos.
Tras el levantamiento del pavimento de cantos rodados de la Plaza de
Armas (fig. 3 y 4), en su parte central, se documentó de modo casi inmediato
la presencia del substrato rocoso. Se trataba de una nivelación artificial de la
cota natural más elevada, que quedaría en la zona del ángulo NO de la plaza,
con el fin de conseguir un plano horizontal tras la construcción, en la pri-
mera mitad del siglo xviii, de los cuarteles de S. Poulet (Ramon 2000: 133-
135). En esta zona, completamente arrasada, sólo se documentaron algunas
subestructuras, entre las cuales destaca una cisterna absidial, probablemente
púnica, aunque con refacciones posteriores (fig. 3 y 4).
En cambio, el área S de la plaza, donde la roca se inclina acusadamente
hacia el mediodía, el terreno mantuvo en parte la estratigrafía horizontal: dos
hornos y restos de una habitación islámica y una acequia y un silo moderno.

Fig. 4: Plaza de Armas, secciones A y D.


Estructuras urbanas fundacionales de época fenicia en el castillo de Ibiza411

Fig. 5: Planta de las estructuras de la Casa del Gobernador.

Los niveles superiores, en este sector (fig. 4), correspondían a pavimen-


tos, estructuras y conducciones aún en uso de la edad Moderna, mientras
que en el lado NO se registraron varios silos colmatados con restos de época
moderna. Tras la retirada de estos niveles se observó una serie de pequeños
hornos y restos de una habitación con abundante material islámico, muy con-
centrada en el ángulo SO de la excavación.
Tras la retirada de estos elementos, se manifestó un complejo estratigrá-
fico homogéneo de época fenicia, compuesto por estructuras constructivas
asociadas a niveles, cuya coloración predominante era el naranja y el rojo
intenso. Todas las estructuras constructivas, de carácter portante, se encuen-
tran dispuestas directamente sobre la roca madre.
El conjunto de unidades constructivas documentadas son: muros 1153,
1154, 1159, 1161, 1162, 1163, 1164 y 1165, los pavimentos 3051 y 3052.
En planta, se definen dos espacios perfectamente diferenciados, que se han
denominado A y B, considerando que se trata de casas. Entre ellas discurre
un espacio rectangular alargado transitable que, a todas luces, es un callejón
(fotos 1-3).
412 Joan Ramon Torres y Marco A. Esquembre Bebia

Foto 2: Vista zenital de las construcciones fenicias acabada la excavación, Plaza de Armas.

Foto 3: Detalle del callejón y el a.I de la casa B, Plaza de Armas.


Estructuras urbanas fundacionales de época fenicia en el castillo de Ibiza413

El callejón
Su anchura máxima es de 1,20 m, no pudiendo precisarse su longitud glo-
bal, por los límites de la excavación en su parte meridional (fig. 3, foto 3).
Sobre la roca irregular y con una inclinación del 15 %, se documenta la
UE.179 (fig. 4, sec. D) y, por encima de ella, restos de un pavimento, 3051,
compuesto por arcilla, limos y tierra prensada, aunque es difícil afirmar si
el único trozo conservado se hallaba o no realmente in situ. Más arriba, la
UE.177, la última fenicia de la secuencia, proporcionó numerosos fragmen-
tos de cerámica, seis puntas de flecha de bronce, parte de una fíbula del
mismo metal (fotos 5 y 9) y restos de materiales constructivos, como adobes
y trozos de recubrimiento de paredes y techos, lo que indica que la parte
superior de las viviendas estaba construidas con adobes, mientras que las
cubiertas se realizarían con arcilla compactada sobre entramados de ramas y
vigas de madera.

La casa A
Esta agrupación constructiva (fig. 3, fotos 1, 2 y 4) está conformada por el
muro 1159, con un desarrollo E/NE-O/SO, que constituye la fachada Norte,
al que se le adosa por el exterior la estructura 1165, con un grueso total
de 1,25 m. No es fácil, debido al arrasamiento de ambos elementos, cuya
parte superior conservada se halla actualmente al mismo nivel, decidir si se

Fig. 3: Planta de las casas fenicias en la Plaza de Armas


414 Joan Ramon Torres y Marco A. Esquembre Bebia

trata de un doble muro o de una estructura de menor altura, con una función
ideterminable.
El muro 1153 se adosa perpendicularmente al anterior (por tanto, N/
NO-S/SE) y separa las habitaciones I y III, con un ancho máximo de 0,63 m.
El muro 1154, paralelo al 1159, separa las habitaciones I y II, orientado del
mismo modo. El muro 1161, conforma el lado O de este ámbito y está reali-
zado con la misma técnica. El muro 1164, igualmente ejecutado con bloques
irregulares de calcárea trabados con tierra roja de limos, es perpendicular a
154 y paralelo a 1161 y 1162, separando las habitaciones II y III, mientras
que el muro 1162 constituye la fachada al callejón, orientado también N/
NO-S/SE y es interesante que en la parte central de su recorrido se apoya
sobre una acumulación de piedras que reposa directamente sobre la roca (fig.
3). La unión de este muro con el 1159, en el ángulo NE de la unidad cons-
tructiva, fue realizada con un gran bloque sin trabajar, a modo de esquinera.
Es significativo, en el marco de la secuencia, el desprendimiento que sufrió
esta esquina, con su desplazamiento antiguo, yendo a obturar el extremo N
del callejón, antes de la formación del estrato 177, enmarcado este último en
la fase II.
Los ámbitos definidos en la casa A son los siguientes (fig. 3 y 4, fotos
1-2 y 4):
A.I.– Tiene planta rectangular alargada, orientación principal E-O, ancho
máximo 2 m, long. 4,8 m. Superficie interior 9 m2. En su interior, apoyando
directamente sobre la roca y adosado a los muros perimetrales, se localiza el
estrato 163.
A.II.– Tiene planta rectangular, al sur del a.I, con orientación principal
N-S. El ancho máximo es de 3,55 m y la longitud que pudo llegar a excavarse
de 4,65 m. Su superficie útil, que no se puede precisar en su globalidad, es
superior a 16 m2. En la parte inferior, la UE176 se sitúa directamente sobre
la roca apoyando también en los muros y, por encima, se halla cubierta por
la UE172.
A.III.– Tiene planta trapezoidal muy alargada, con orientación de su eje
principal N-S, la longitud máxima interna conservada es 7,23 m, la anchura
mínima (en la parte N) es de 1,30 m, y la máxima en lo conservado de 2,55
m. La superficie útil es superior a 13.50 m2. En la parte basal de este ámbito
se superponen, de abajo arriba, los estratos basales de nivelación 192, 190
(fase I) y más arriba el 162 (fase II). En la parte central de este ámbito y hacia
el S, existe una acumulación de piedras irregulares calcáreas (UE.191), entre
los estratos 190 y 192.
No se ha documentado ninguna estructura de pavimento, ni hogar, en nin-
guna de las dependencias de la casa A, hecho que se atribuye al arrasamiento
Estructuras urbanas fundacionales de época fenicia en el castillo de Ibiza415

de la parte superior del sistema basal constructivo, cuyos estratos, de un


modo u otro asociados, se enmarcan íntegramente en la fase I.

La casa B
Se trata de una unidad arquitectónica (fig. 3, fotos 3 y 4), sin duda, más
amplia, de la cual apenas existe información, puesto que, ante la proximidad
de uno de los edificios modernos, no pudo ser excavada sino en su fachada
de poniente y una parte, probablemente pequeña, de lo que se ha denominado
A.I.
La zona excavada correspondería al ángulo noroeste de un edificio con-
formado por los muros 1165, de la fachada N y el muro 1163, orientado N/
NO-S/SE, de la fachada O, que hace de límite con el callejón y lo separa de
la vivienda A. La unión de ambos muros se conforma también con un gran
sillar a modo de esquinera o cantonera. En el nivel inferior del espacio docu-
mentado, sobre el fino estrato 202, que se superpone directamente a la roca,
se desarrolla la estructura 4108, una acumulación de piedras irregulares de
mediano y gran tamaño, cerca del muro 1165. Sobre la estructura antes citada
se han documentado restos del pavimento 3052, un suelo perteneciente sin
duda a la fase I, que se conservaba sólo en una pequeña parte. Sobre este
suelo se desarrollan otras unidades que corresponden ya a la fase II. En pri-
mer lugar la UE.200 y, sobre esta, restos de otro pavimento, el 3053.
A nivel estratigráfico, la zona de la Plaza de Armas ofrece una serie de
datos significativos. Por una parte, como después se verá con mayor profun-
didad, en el capítulo correspondiente, todos los estratos basales asociados
a los muros y estancias de las casas A y B, antes descritos, se enmarcan en
la fase I. En cambio, solo un resto de pavimento muy arrasado en el ámbito
I de la casa B, puede atribuirse a esta etapa. Por tanto, no existen, en gene-
ral, los suelos originales de estos edificios, ni estructuras u otros elementos
secundarios.
Por otro lado, llama mucho la atención la presencia de importantes acu-
mulaciones de piedras localizadas en todos los ámbitos registrados (fig. 3,
línea gris). Se trata de piedras calcáreas, de tamaños diversos, pero siempre
de las mismas características que se utilizaron para la construcción de los
muros. Fueran sobrantes de los acarreos para la construcción de las casas A y
B, o ya existieran previamente en el lugar, es una pregunta que no puede cali-
ficarse de intrascendente. Es obvio que la gran inclinación de la roca obligó
a la realización de rellenos basales importantes, con la finalidad de conseguir
planos horizontales para los suelos transitados. Extraña, sin embargo que,
aparte de tierra, fuera enterrada una cantidad tan significativa de piedras que,
416 Joan Ramon Torres y Marco A. Esquembre Bebia

cabe repetir, parecen más bien mampuestos preparados para la construcción


de muros.
Ello, junto con la presencia de un ajuar cerámico también significativo
en los estratos de nivelación (fig. 6), tal vez excesivo, si se considera resul-
tado de consumos in situ de cuadrillas de trabajo, hace cuanto menos posible
conjeturar la existencia de una fase constructiva preexistente que, en cuyo
caso, iría asociada a los materiales de la fase I, obligando a dividir esta en
dos momentos distintos.
En cuanto a las secuencias de la fase II, muy alterada en el sector la Plaza
de Armas, al ser la que ocupaba los niveles más elevados, la primera pregunta
que se plantea es su relación con las estructuras constructivas de las casas A
y B. Llama la atención, entre otros detalles que podrían ir en el mismo sen-
tido, el desmoronamiento de la esquina NE de la casa A, anterior, con toda
evidencia, al comienzo de la fase II. Esta última podría ser una remodelación
cuya naturaleza las afecciones posteriores han casi borrado, sobre un espacio
constructivo previo, pero ya entonces gravemente deteriorado.

2.2 Patio de la Casa del Gobernador


La excavación realizada en la Casa del Gobernador (Ramon 2000: 111-122)
(fig. 2 y 5) se realizó atendiendo a motivos y exigencias del proyecto arqui-
tectónico y, consecuencia de ello, es que las estructuras documentadas están
muy segmentadas, habiendo revestido los trabajos arqueológicos enormes
dificultades. Aún así, fue posible definir estructuras en los espacios donde
hubo la posibilidad de excavar con una mínima extensión; en cambio, en los
sondeos para pilotajes tan solo se perfilaron alineaciones de muros y estratos
aislados, mientras que en las zanjas de cimentación fue posible observar,
aunque solo muy parcialmente, algún tramo de estructura. Todo ello ha agru-
pado en un espacio relativamente reducido innumerables indicios dispersos
e inconexos, que solo un estudio exhaustivo permite entender.
Las intervenciones en la Casa del Gobernador se realizaron principal-
mente en dos sectores (fig. 5), uno de ellos, el patio porticado y, el otro, más
al O, entre éste y la Plaza de Armas. Ambos han sido objeto de una interven-
ción en extensión, aunque con estrategias y objetivos específicos diferentes;
a estos dos espacios hay que sumar otras catas de control para la cimentación
de nuevas estructuras.
En el primer sector, donde en total se excavaron 41,74 m2, la pri-
mera estructura documentada se encuentra en el lado oeste de la Casa del
Gobernador a escasos metros de la Plaza de Armas. En su extremo occi-
dental se localiza el muro bajomedieval de mampostería tomada con
Estructuras urbanas fundacionales de época fenicia en el castillo de Ibiza417

Foto 5: puntas de flecha in situ en la UE.177 del callejón.

Foto 6: El muro1325, Casa del Gobernador.

mortero de cal, que separaba el Castillo de la Almudaina, con dirección N-S,


a una cota de 79,10 m snm. Se trata de la UE.1312, para cuya construcción
se seccionó el estrato de relleno, de época fenicia, UE.320, asociado a los
418 Joan Ramon Torres y Marco A. Esquembre Bebia

Foto 7: Complejo constructivo en la Casa del Gobernador.

muros 1319 y 1325 (foto 6), de mampostería y arcilla rojiza. Tanto estas
construcciones, como el referido estrato, están en contacto directo con la
roca, localizada en este punto entre 78,54 m y 78,11 m, con un claro desnivel
hacia el SE.
En el espacio central del primer sector, se registró una interesante secuen-
cia (fig. 5, foto 7). Por una parte, una estructura, amortizada por un pavimento
romano, compuesta por los muros 1321 y 1322, que apoyan directamente en
la roca y que se sitúan en las cotas 77,76-77,21 m snm. Se hallaba macizada,
en la parte baja, por el estrato 334 y, más arriba, por el estrato 331, hasta
alcanzar el substrato geológico, incorporando bloques de caliza y arenisca,
junto con arcillas rojizas y anaranjadas. Con toda evidencia, esta estructura
fue construida para nivelar el terreno, a modo de terraza o plataforma, sal-
vando así el importante desnivel hacia el S y SE.
Adosada a la cara S del muro 1321 de la estructura descrita, se encuen-
tra un espacio al que se accede mediante la escalera 4304, formada cuatro
escalones de piedras calcáreas talladas. Los materiales documentados en los
niveles superiores indican una colmatación de la escalera formada en época
púnica. Este espacio, delimitado al E por el muro 1327, parece contempo-
ráneo a los otros dos descritos antes, a modo de falso sótano. Cabe también
Estructuras urbanas fundacionales de época fenicia en el castillo de Ibiza419

destacar que las caras internas de los muros 1321 y 1322, a diferencia de las
contrarias, están construidas de modo muy irregular, con la clara intención
de ser macizadas, quedando fuera de la vista.
Las estructuras descritas antes, y de modo particular la escalera, amor-
tizan con claridad una fase precedente formada por el muro, o banco, de
adobes cuadrangulares 4311, que en realidad parece adosado al muro 1327
y con el cual funciona el pavimento 3304, de cal, con abundantes cenizas, a
una cota de 77,51 m snm. Muy interesante es señalar que, tanto el pavimento,
como la estructura de adobes, muestran evidentes trazas de combustión o
incendio. Los estratos de relleno 334 y 331 contienen abundantes materiales
fenicios de la fase II, sin embargo, se queda a la espera de un análisis más
exhaustivo que decida el anclaje cronológico de la secuencia descrita.
Otro punto excavado se ubica en la zona en el patio de la Casa del
Gobernador (fig. 5), donde se halló un edificio, probablemente de carácter
singular y grandes dimensiones, fechable, provisionalmente, en plena época
romana, cuya existencia modificó sustancialmente la estrategia de interven-
ción arqueológica. Sin embargo, con el fin de documentar y definir su impor-
tancia y dimensiones, fue posible abrir en extensión una superficie conside-
rable. Una vez localizada y delimitada, pero no excavada, la estructura men-
cionada, por necesidades metodológicas, se concretó la excavación de un
espacio continuo, que unía los diferentes puntos del pilotaje para la restitu-
ción de una arquería renacentista, que abarca prácticamente la totalidad de la
cabecera de la estructura edilicia arriba mencionada. El espacio intervenido,
con planta en «L», fue subdividido en tres tramos: perfil N, perfil E y perfil
S. La superficie excavada comprende unos 54 m2, realizada en varias fases.
En el ángulo SE del perfil S, sobre el nivel geológico rocoso, con una
dirección NE-SO, se sitúa el muro 1346, en las cotas 76,02, 75,64 y 75,18
msnm. Se trata de una estructura discontinua, conservando una sola hilada,
debido presumiblemente a un proceso de desmantelamiento y expolio poste-
rior, a la cual se adosan los estratos 371, al S y 370, al N.
En el perfil E, tras la excavación de los niveles superiores, se documen-
taron una serie de estructuras que conectaban entre sí. Cabe destacar dos
de ellas (foto 8), la documentada en el ángulo SE, que se situaría exacta-
mente en la unión de los perfiles S y E. Sobre el nivel de roca se sitúa el
muro 1350, que presenta la misma dirección y orientación que el muro 1346,
antes citado, al que se le conecta la estructura de mayores dimensiones 4326,
conformando un ángulo de 90.º, compuesto de bloques de mediano tamaño,
bien trabados y dispuestos. Se intuye que ambos conformarían la esquina de
un edificio sin determinar. El estrato excavado bajo el perfil S, UE.380, ha
aportado un interesante conjunto de materiales correspondientes a la fase II
420 Joan Ramon Torres y Marco A. Esquembre Bebia

Foto 8: La estructura 4326 y el estrato 380, Casa del Gobernador.

fenicia. Este estrato, que reposa directamente sobre la roca, se adosa, por la
parte interna, al punto de unión de los muros 1350 y 4326.
En el perfil E, la excavación de una pequeña zanja de apenas 1, 40 m
de anchura, por unos 10 metros de longitud, permitió registrar una serie de
estructuras en los niveles inferiores. Destaca un muro de grandes dimensio-
nes, que conserva parte de su alzado, realizado con sillares, que apoya con
otro muro ejecutado mediante mampuestos de gran tamaño, contra el cual se
adosan los estratos 380, 381 y 387, todos ellos de la fase fenicia II. Dispuesto
longitudinalmente al sondeo N-S, el muro 1344 coincide en dirección y sen-
tido con la mencionada estructura 4326, tratándose seguramente del mismo
muro. Más al norte, se pierde el rastro del muro, por lo que cabria deducir o
una pérdida total o un cambio de dirección del mismo. Adosado a éste, fue
posible distinguir el arranque de otra estructura o muro de grandes dimensio-
nes, UE4325, aparentemente con orientación E-O, que se pierde en el perfil
de la excavación, por lo que es imposible inferir más datos. El muro 1344 y
la estructura 4325 están relacionados con el estrato 381, compuesto por are-
nas y limos, cuyo color es marrón oscuro, con tonalidades rojizas y presenta
abundantes gravas y cantos de pequeño tamaño. Tras el levantamiento de
parte de la citada estructura, se documentó la roca base del yacimiento a una
cota de 74,75 m snm.
Resumiendo, en el perfil E, el muro 1344 presenta una orientación es
NO-SE. Adosado a este muro, y en ángulo recto, se desarrollarían los muros
1350 y 1346, orientados NE-SO. Existe una confluencia, según la disposición
Estructuras urbanas fundacionales de época fenicia en el castillo de Ibiza421

de las estructuras, de los niveles inferiores, aunque por ahora es imposible


discernir las características y extensión de estas relaciones y si conformaban
(cosa más que probable), o no, un conjunto urbano sin duda complejo y, por
supuesto, relacionado con el observado en la Plaza de Armas.
Cabe añadir que todos los estratos de época fenicia de la Casa del
Gobernador corresponden a la segunda fase, sin que de ello, al menos por
ahora, puedan extraerse mayores conclusiones.

3. Los elementos muebles


Los materiales documentados reflejan claramente una doble secuencia de
época fenicia, la más antigua se ha denominado fase I y la segunda fase II.
Los respectivos complejos vasculares reflejan ciertas diferencias cualitativas
en su componenda, y al mismo tiempo, manifiestan el transcurso de un lapso
temporal, que pudo durar entre tres y cuatro décadas.
Los materiales muebles de la fase I tienen como característica clave que
son elementos en todos los casos de procedencia alóctona, según refleja, al
menos a nivel macroscópico, la presencia de minerales incompatibles con
la geología de la isla, una cuestión que, sin embargo, deberá ser revisada.
En este complejo vascular, de entrada, y como es típico en la protohistoria
occidental, cabe distinguir en primer lugar, dos clases básicas, la cerámica a
torno y la cerámica a mano.
En la fase I, la cerámica a torno puede dividirse por áreas genéricas de
procedencia, una de ellas, con diferencia la más importante desde un punto
de vista cuantitativo, se sitúa en la costa fenicia del sur peninsular, grosso
modo el tramo desde las actuales Málaga hasta Almería, y la segunda en el
territorio de Cartago.
El repertorio formal sud-ibérico es absolutamente típico y destaca la pre-
sencia de ánforas T-10121 (fig. 6, 172.1-5), seguida de contenedores media-
nos, de los llamados pythoi por lo esencial (fig. 6, 160/4 y 5). La vajilla de
engobe rojo es francamente escasa, además, ningún plato conserva el perfil
completo y existe un cuenco abierto (fig. 6, 172.13), oblicuo, de notables
proporciones y un fragmento de oenocoe. En cuanto a cerámica gris, des-
tacan los cuencos convexos de borde engrosado, aunque también existen
otros perfil de cóncavo-convexo, o de borde recto. Por lo que se refiere a la
cerámica común, cabe señalar la presencia de cuencos de procesamiento de
borde engrosado y algún mortero trípode (fig. 6, 172.27), así como un frag-
mento de una típica olla ansada.
Otro grupo de vasos, cuantitativamente importante, a primera vista,
recuerda la cerámica a mano, pero observada más detenidamente su estructura
422 Joan Ramon Torres y Marco A. Esquembre Bebia

técnica, se pone de manifiesto una ejecución a torno, tal vez el denominado


torno lento. Los colores de estas piezas, por lo general, son grises de tonali-
dades variables, incluso azuladas y contienen como desgrasantes numerosas
calcitas, entre otros elementos petrológicos. Su área de procedencia, deberá
ser verificada mediante análisis arqueométricos. Sus paredes aparecen fre-
cuentemente quemadas, reafirmando su función culinaria.
Aunque el material se halla relativamente fragmentario, se observan
formas, montadas siempre sobre bases planas, de anchura variable y perfi-
les más o menos convexos (fig. 6, 160/9, 11). Las bocas también varían en
anchura y los bordes se presentan un una gama de inclinación que va desde
prácticamente la verticalidad a la casi horizontalidad, siendo frecuentemente
oblicuo-exvasados (fig. 6, 172/ 29, 31, 192/4). A veces, aunque raramente,
llevan en la parte alta pequeños muñones (fig. 6, 192/5).
La cerámica a mano, aparece, en cantidad escasa, en todos los estratos de
esta fase; se trata de vasos de categorías diversas, entre las cuales, aunque el
material registrado es muy poco definitorio, por su gran fragmentación, cabe
mencionar algún cuenco y algún vaso cerrado de perfil cóncavo convexo,
parecen existir también algunos fragmentos de cerámica talayótica, entre
otras posibles procedencias.
Los materiales de la fase I del Castillo, íntegramente de importación,
como se ha dicho antes, ofrecen un espectro muy similar al de los más tardíos
de sa Caleta. Ya se ha visto que faltan elementos para una datación afinada,
no existiendo ninguna importación griega y siendo el engobe rojo muy inde-
finido. Las ánforas occidentales T-10121 ofrecen un muestrario cuya crono-
logía oscila entre el siglo vii avanzado y los inicios del vi aC.
Sin embargo, a diferencia de sa Caleta, aparecen tipos de vasos que no
existen en el asentamiento de la costa SO de Ibiza, en cuyo grupo destacan
la mayoría de tipos de cerámica de cocina a torno antes citada. Por otro lado,
también se registra la presencia de pythoi con decoración de motivos reticu-
lados sobre rojo, característicos de la facies M5 de la zona de Málaga. Como
se ha visto también, el grupo vascular centro-mediterráneo se limita a la pre-
sencia de ánforas ovoides que, a pesar de su fragmentación, cabe atribuir al
T-2112 (Ramon 1995: 178). En suma, un paisaje cronológico que no puede
alejarse del 600 aC.
En la fase II, al lado de vasos cuya fabricación parece corresponder ya
a los primeros talleres insulares, continúa aún registrándose una presencia
significativa de cerámicas importadas. En este segundo grupo, de nuevo, son
mayoritarias las piezas fenicias del sur peninsular. Concretamente, y a parte
de la presencia de ánforas T-10121, se documentan elementos como una
lucerna (fig. 7, 177.25) y una copa de perfil en S (fig. 6, 380.24), con pintura
Estructuras urbanas fundacionales de época fenicia en el castillo de Ibiza423

Fig. 6: Elementos vasculares de las fases I y II (Plaza de Armas y Casa del Gobernador).
424 Joan Ramon Torres y Marco A. Esquembre Bebia

Fig. 7: Elementos vasculares de la fase II (Plaza de Armas y Casa del Gobernador).


Estructuras urbanas fundacionales de época fenicia en el castillo de Ibiza425

Fig. 8: Elementos vasculares y metálicos de la fase II (Plaza de Armas y Casa del


Gobernador).

roja cubriendo toda su pared externa y una franja fina en la parte interna del
borde, idéntica a algunas piezas de Ceuta de la UE.014, enmarcada en la
fase IIc, (Villada, Ramon, Suárez 2010: 133-134, fig. 18 núm. 135-136), un
cuenco carenado común de borde fino (fig. 6, 200.18-20). Existen cuencos
grises de borde ancho horizontal (fig. 7, 177.35) y cuencos de procesamiento
con borde engrosado, así como algún un trípode. En cuanto a materiales del
Mediterráneo central, cabe reseñar únicamente, y de nuevo, la presencia de
ánforas ovoides cartaginesas T-2112 (fig. 8, 320.6) y quizás a la esporádica
presencia de alguna copa o cuenco de esta misma procedencia.
Los materiales fenicios de producción ibicenca, caracterizados por pas-
tas de cocción media, altamente calcáreas y ausencia de minerales meta-
mórficos, que se enmarcan en el horizonte M5 (Ramon 2010: 229-230, fig.
7), merecen un comentario especial. Son abundantes las ánforas T-10121
o T-10211 (Ramon 1995: 230-232), por desgracia, muy fragmentarias; en
cambio, los pythoi ofrecen datos ceramológicos de interés, puesto que algún
individuo ha podido ser reconstruido de modo casi completo, poniendo de
manifiesto que sus cuerpos son piriformes y presentan la mayor parte del
cuerpo cubierta por franjas más anchas (1 o 2), enmarcadas por múltiples
426 Joan Ramon Torres y Marco A. Esquembre Bebia

líneas finas, rojas (fig. 7, 177.15) o negras (fig. 7, 177.13-14), aunque exis-
ten también vasos de esta clase con pintura bícroma, combinando el rojo
y el negro. Se documentan, igualmente, pero sin duda en menor cantidad,
jarras de cuello estrecho cilíndrico, del tipo denominado comúnmente Cruz
del Negro (fig. 7, 177.11). En el marco de los contenedores ebusitanos de
cerámica común, cabe reseñar, de modo especial, un olpe con asa única, muy
sobreelevada (fig. 7, 177.18-40), sin duda inspirada en un tipo griego.
En cuanto a la vajilla, resalta la presencia de copas convexas similares al
tipo cartaginés Vegas 2.2 (199: 139-140, abb. 28), con decoración compuesta
por múltiples líneas horizontales en rojo (fig. 7, 177.26-68), o sin decoración
(fig. 7, 380.7, de pasta gris). Se trata de una forma vascular que se documenta
también en Mogador (Kbiri Alaoui, López Pardo 1998, fig. 8) y la Fonteta.
Destaca también un cuenco profundo de formato grande, perfil cóncavo-con-
vexo y carena alta (fig. 7, 380.44), con pintura en toda la pared externa y la
mitad superior de la interna, con claros prototipos en talleres como Cerro del
Villar (Aubet et al. 1999, fig. 149 d y 171f, respectivamente de los estratos
II y IIb del corte 4 = a tipo A1, fig. 105) y un modelo hemisférico, con borde
apenas engrosado, con franja ancha exterior por debajo del borde de pintura
o engobe rojo (fig. 7, 380.45).
En cuanto a los platos con engobe rojo en la parte interna y la externa
del borde (fig. 6, 177.19, 177.20, 200.12, 200.13), cabe decir que se trata
de modelos, arquitectónicamente hablando, típicos del el repertorio M5.
Algunos son biselados (fig. 6, 177/19, 380/22) y el resto de ápice simple
(fig. 6, 177/20, 200/12,13). Existe también, al menos, un cuenco carenado
de borde triangular exvasado (fig. 6, 173.23) y otro de borde simple (fig. 6,
200/18-20). A ello cabe añadir también la parte superior de una jarra care-
nada engobe rojo (fig. 7, 177.24).
Por lo que se refiere a la vajilla gris, destacan sobremanera los típicos
cuencos convexos de borde engrosado (fig. 7, 380.43), pero también se
documentan formas que cabe calificar de nuevas; es el caso del cuenco de
cerámica gris 380/38 (fig. 7), inspirado probablemente en una forma a mano,
conocida en la fase III de la Fonteta (Rouillard, Gailledrat, Sala 2007, fig.
194, 1). Destaca también la presencia de algún individuo de borde ancho casi
horizontal (fig. 7, 177/35), como algunos de la Fonteta (Rouillard, Gailledrat,
Sala 2007, fig. 209, 14 y 201, 4) y de otros de borde exvasado cóncavo-con-
vexo (fig. 7, 380/32). En cuanto a vajilla común, cabe señalar piezas como
un cuenco profundo cóncavo-convexo (fig. 7, 177.27-67).
Cuenco para procesamiento (fig. 7, 177/29), con aplique (incompleto,
tal vez parte de un asa, de empalmes verticales), acusadamente carenado y
con borde triangular muy exvasada. Tiene toda su parte externa quemada,
Estructuras urbanas fundacionales de época fenicia en el castillo de Ibiza427

evidenciando que fue colocado sobre el fuego o las brasas. Finalmente es


interesante señalar la presencia de un thimiatherion en cerámica común ebu-
sitana (fig. 7, 380.39).
En cuanto a cerámica de cocción, continúan en número importante vasos
similares en todas sus características a los descritos para la fase I. Cabe seña-
lar, además, un raro ejemplo de vaso cerrado con asa y ollas con cuerpo
convexo de borde más o menos vertical (fig. 8, 380/46) u oblicuo-exvasado,
a veces con una acanalación en su base externa (fig. 8, 162/25). Algunas
piezas son de dimensiones considerables. En diversos casos, su pasta, con
abundante calcita, podría indicar un origen local (p. ej., 380/46).
Finalmente, por lo que respecta las cerámicas a mano de la fase II, cabe
mencionar alguna pieza cerrada, de largo borde oblicuo exvasado (fig. 8,
200/24) o un vaso convexo, de boca muy ancha y borde acentuadamente
oblicuo-exvasado, con apliques en «U» (fig. 8, 162/27). Existen también
cuencos de perfil hemisférico alto, con base en omphalos bruñido y de gran
dureza (fig. 8, 177/57), y otros de perfil convexo, a veces con cordón digi-
tado, o incluso de carena alta. Cabe remarcar finalmente la presencia algún
vaso de origen talayótico (fig. 8, 177/60), material frecuente en sa Caleta
(Ramon 2007: 116-117), no faltando tampoco alguna lucerna a mano, ele-
mento no menos típico en los ambientes fenicios y protohistóricos conexos
del extremo Occidente.
Cabe remarcar que una clara diferencia con el complejo de la fase I, no
sólo es su mayor variedad, sino también la remarcable presencia de vajillas
de mesa.
Por lo que respecta a material mueble no vascular, existe un pequeño
lote de piezas de bronce, de sumo interés. Se trata de seis puntas de flecha
con arpón lateral de la UE.177 (fig. 8, fotos 5 y 9), todas ellas del tipo 11a
(Ramon 1983: 312, fig. 1), con el especial interés de ser las primeras halladas
en contexto estratigráfico, en Ibiza, donde por el resto son muy abundantes.
Cabe mencionar también una fíbula (foto 9), de la cual se conserva el pie y
parte del arco, con dos inusuales aletas, que probablemente corresponde al
tipo denominado de resorte bilateral, hallada también en la UE.177.
La cronología del complejo vascular y elementos metálicos de la Fase
II, debe situarse en el primer tercio del siglo vi aC y, de modo especial, pro-
bablemente, en los años 580-560 aC. Cabe señalar que es contemporáneo
al depósito PM-NE-83 y al relleno UE.823 de la c. de Santa María. A nivel
exterior, puede considerarse igualmente paralelo al horizonte Fonteta VI.
428 Joan Ramon Torres y Marco A. Esquembre Bebia

La cuantificación del complejo vascular


En este apartado han sido consideradas las UE 160, 172, 173,176, 178, 190,
192, 201 y 202, para la fase I y las UE 162, 177, 179, 200, 370, 380 y 387
para la fase II. En todo momento, para seguir con patrones estándar, se ha
realizado el característico doble cómputo, por número total de fragmen-
tos (NR) y, por número máximo de individuos (NMI), que en este caso ha
recaído en los bordes, como es también típico, los resultados son dispares
debido a factores como el tamaño absoluto de los distintos tipos de vasos, y
a su proporción relativa en cada caso de «zona-borde».
Las ánforas de transporte, en la Fase I, representan por NR el 63 % sobre
el total vascular y en cambio solo el 13 % por NMI, mientras que en la fase
II el NR baja algo, al 49 % y, mucho más aún por NMI, que queda reducido
al 2 %. Otro dato importante son las proporciones en las procedencias de
estos envases: en la Fase I, por NR, las T-10121 (de talleres del sur peninsu-
lar) dominan completamente el panorama con el 98 % frente a solo el 2 %
de recipientes cartagineses y 100 % por NMI. En contrapartida, en la Fase
II, por NR, las ánforas T-10121 de producción ebusitana (55 %) ocupan el
primer lugar, frente al 39 % de talleres occidentales extrainsulares y las car-
taginesas, pasan, con el 6 %, a triplicar el porcentaje señalado en la fase I.
En cuanto a contenedores de formato mediano y reducido, el panorama
es más complejo, para la cuantificación se ha dividido entre contenedores
no pintados (Cnpt), pintados (Cpt) y probablemente pintados (Cpt2). Ello
es debido al hecho tan simple que vasos como las grandes jarras pythoides y
las de cuello largo cilíndrico, aún a pesar de estar en la mayoría de los casos
pintadas, no todas las partes de las piezas están afectadas por la decoración
y muchos fragmentos pasarían indebidamente campo contrario. Como se ha
dicho, la gran mayoría de individuos pertenece a los tipos de jarras antes
mencionadas, y muy especialmente las de tipo pythoide, siendo muy baja
la presencia de otros tipos de tamaño reducido. En la fase I el conjunto de
contenedores no anfóricos representa el 11 %, por NR y el 10 % por NMI,
proporciones que en la fase II son 14 y 6 %.
La vajilla se ha dividido en las categorías de engobe rojo, cerámica gris,
común pintada y común sin pintar. Todas juntas, por NR en la fase I repre-
sentan sobre el total vascular el 6 % y por NMI el 21 %. En este punto cabe
indicar que se halla totalmente dominada por los vasos grises, de manera
muy especial los cuencos convexos de borde engrosado, seguidos por los
deperfil cóncavo-convexo. En cambio, no aparece vajilla pintada ni común,
mientras que el engobe rojo es 1 % por NR, cifra que ni tan solo alcanza por
NMI. En la fase II los elementos de vajilla tienen un comportamiento bien
Estructuras urbanas fundacionales de época fenicia en el castillo de Ibiza429

distinto según el tipo de cómputo. Por NR alcanzan, siempre sobre el total


vascular, el 11 %, que por NMI se dispara a 61 %. En este momento, de
forma minoritaria, aparece la vajilla pintada y existe alguna pieza, rara dicho
sea de paso, sin ningún género de tratamiento. El engobe rojo (platos y cuen-
cos) se sitúa en 4 % NR y 25 % NMI, mientras que la pasta gris lo supera con
el 5 % NR y 29 % NMI.
En el resto de categorías vasculares, se verifica lo siguiente, los vasos
de procesamiento, grandes cuencos de cerámica común y morteros-trípodes,
ocupan en la fase I el 1 % NR y el 6 % NMI y en la fase II, respectivamente
el 1 y el 3 %.
Mención particular merecen los vasos de cocción, que como las otras
categorías, ha sido antes comentado. Por NR, en la fase I ocupan el 16 %
sobre el total vascular y el 38 % –valor muy elevado– por NMI. En la fase
II estos mismos porcentajes son respectivamente del 19 y 16 %. Finalmente,
concluyendo con la cerámica a torno, elementos varios como lucernas o
timiatheria, son casos únicos de valor porcentual muy bajo.
Queda por comentar el valor de la cerámica a mano, que en cifras abso-
lutas y sobre el total vascular, es 3 % NR y 8 % NMI en la fase I y 6 % y 10
% en la fase II. Aquí cabe recordar lo que ya se ha dicho, la convivencia de
cuencos con formas cerradas que, sin duda, fueron utilizadas como vasos de
cocción, incrementando, a nivel general, esta categoría culinaria.

Conclusiones
El horizonte fenicio del Castillo de Ibiza, instalado en la parte más elevada
del cerro, que con los siglos vería el crecimiento de una gran centro púnico,
sobre terreno virgen, puede considerarse una novedad trascendente para el
conocimiento de los orígenes de la ciudad.
Por una parte, su cronología inicial, que como antes se ha defendido,
debe situarse entorno al 600 aC, coincide con el ocaso del establecimiento de
sa Caleta. No en vano se viene argumentando desde hace tiempo que solo el
fin de sa Caleta explicaba la génesis de la ciudad de Ibiza y que existía una
secuencia entre ambos asentamientos.
Por otra, una evidencia de sumo interés no permite suponer, sino más
bien lo contrario, que antes de la llegada de los fenicios, el Puig de Vila
se hallara ocupado por pueblos de otras culturas, que en este caso cabría
esperar del Bronce Final. En este sentido, las cerámicas a mano encontra-
das cuyo porcentaje, como se ha visto, es muy bajo, entran de lleno en el
panorama habitual de cualquier establecimiento fenicio de esta época y no
430 Joan Ramon Torres y Marco A. Esquembre Bebia

existe, además, ningún estrato que contenga únicamente cerámica a mano.


Por tanto, se puede afirmar que la ciudad se fundó completamente ex nihilo.
Subyace, según el análisis anteriormente realizado del registro arqueoló-
gico, una duda entorno a sí las denominadas casas A y B fueron las primeras
en edificarse o si estas se levantaron por encima de las ruinas de otras ante-
riores, previo su completo arrasamiento. Dicha duda viene del hecho que los
restos de la (hipotética) primera secuencia serían incorporados como mate-
rial de relleno en las bases de los nuevos edificios. Tanto en uno, como en
otro caso, el lapso temporal entre ambas fases constructivas sería muy breve,
no superior a quince o veinte años, según se deduce del registro vascular de
este momento.
Por otro lado, el carácter de las estructuras constructivas debe abordarse
desde dos puntos de vista, el de su extensión real y el de su naturaleza intrín-
seca. En cuanto al primero, puede afirmarse, con plena certeza, que no se trata
de un corto número de casas aisladas en el punto culminante del promontorio
marítimo, sino que lo hallado es simplemente lo conservado y registrado en
los puntos excavados. Cabe suponer, pues, que este núcleo formaba parte de
una zona urbana más extensa.
En cuanto a la funcionalidad, cabe indicar que desde la óptica arqui-
tectónica no se puede hablar de edificios singulares, se trata de estructuras,
incluido el callejón, absolutamente similares a sa Caleta, por citar solo el
ejemplo más próximo. Por otro lado, el registro mueble, con un alto porcen-
taje de cerámica de cocina, apunta también a unidades cuyo carácter cabría
calificar de puramente doméstico, puesto que tampoco se refleja con claridad
ningún tipo de actividad industrial. Lo dicho antes, en referencia a la fase I,
es menos nítido en la fase II. En este segundo momento llama la atención la
abundancia de piezas de vajilla, que otorga al hábitat un carácter más sun-
tuoso, sin que por otro lado, sea posible afirmar una funcionalidad distinta a
la verificada en la primera fase. Tan solo el timiatherion podría tener una fun-
ción ritual, ahora bien, en un marco puntual y presumiblemente doméstico.
El último aspecto que se va a tratar ahora, recordando que está en curso
la redacción de una memoria global, se refiere al techo se la secuencia estra-
tigráfica. Aquí surge, inevitablemente, una pregunta: ¿a qué es debida una
interrupción no más tarde, sino tal vez antes, de mediados del siglo vi aC?
Técnicamente hablando, podría atribuirse a los cortes horizontales, que
claramente se registran, nivelaciones, dicho sea de paso, que se producen
muchos siglos después, en época medieval.
Sin embargo, cabe preguntarse si la acumulación de puntas de flecha en
el estrato 177 de la fase II pudo tener relación con una situación de inestabi-
lidad o violencia, tal y como se ha sugerido para otros lugares (Ferrer 1994:
Estructuras urbanas fundacionales de época fenicia en el castillo de Ibiza431

49-51). Además, la ausencia, por ahora absoluta, en el Castillo de materiales


fechables entre c. 560 y 430 aC podría corroborar el abandono temporal de
esta zona. Se trata de sugerentes preguntas, para las cuales, a la espera de una
mayor amplitud de datos, es prematura toda respuesta.

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GALLOS, LABRYS Y CAMPANILLAS,
ELEMENTOS SIMBÓLICOS DE LA RELIGIÓN
PÚNICO-TALAIÓTICA BALEAR

Joan C. de Nicolás Mascaró


Institut Menorquí d’Estudis, CEFYP

La presencia de figuraciones exóticas como el gallo, pequeñas reproduccio-


nes de un viejo símbolo mediterráneo y próximo oriental como el hacha de
doble filo o labrys, junto con la utilización de campanillas de bronce entre
los objetos rituales y simbólicos del ambiente funerario de la cultura talaió-
tica balear hacia finales de la Edad del Hierro, permite rastrear el trasfondo
del pensamiento religioso fenicio-púnico entre las manifestaciones religiosas
de la protohistoria insular pese a que algunos de esos mismos elementos, el
gallo o la bipenne, a diferencia de las campanillas, son representaciones de
nula o muy escasa presencia en los principales enclaves del mundo fenicio
púnico occidental.
Gallos, labrys y campanillas son solo tres de los múltiples elementos
que pueden ser analizados desde la perspectiva del mundo fenicio-púnico
en la cultura talaiótica tardía. Esta selección que pudiera parecer caprichosa
responde en primer lugar a la necesidad de dar a conocer objetos inéditos que
puedan enriquecer el conjunto de la información disponible y por otro lado
presentar determinados aspectos de la cultura talaiótica de forma conjunta en
las dos islas, Mallorca y Menorca, como experimento previo para una labor
de mayor alcance que contribuya en la medida de lo posible a comparar, per-
sonalizar e interpretar la proyección del mundo semita en cualquiera de los
ámbitos de la cultura talaiótica.
434 Joan C. de Nicolás Mascaró

«Gallos en la cámara de la muerte»


Con este atractivo título se han estudiado dos hallazgos excepcionales entre
los numerosos objetos votivos de la protohistoria de las islas Baleares. Son
los gallos de cobre o aleación de este metal recuperados a mediados del siglo
pasado en la necrópolis de la Edad de Hierro de «Cometa dels Morts», en
Escorca, Mallorca (Gual, 1993, 93-94, n.º 68 y 69). Esos gallos, totalmente
ajenos a las tradiciones iconográficas de la cultura talaiótica de las Baleares,
han sido interpretados como objetos de prestigio depuestos en las exequias
de uno o dos individuos que conocían bien el imaginario semita del gallo
como ave de marcado simbolismo solar que despierta a los dioses al alba
y reclama así su atención para facilitar el complejo proceso del tránsito del
difunto hacia el Más Allá. Por ello, serían individuos baleáricos que habrían
participado del mundo cultural y religioso semita en sus desplazamientos o
estancias fuera de las islas por motivos militares o comerciales o individuos
foráneos implicados en el proceso de interrelación económico y cultural de
los ambientes fenicio-púnicos con las comunidades talaióticas (Guerrero,
López Pardo, 2006, 220-221).
A los dos gallos mallorquines hay que añadir desde ahora mismo un ter-
cer gallo en el entorno de la cultura talaiótica hallado fuera de contexto en el
poblado de Torre Vella d’en Lozano, de Ciutadella, en Menorca, conservado
en una colección particular. Ligeramente mayor que los mallorquines el gallo
menorquín presenta una actitud más pausada y estática, frente a la fiereza
que parece deducirse de la posición de ataque de los mallorquines que más
bien parecen gallos de pelea pero, sin duda, fundido con la misma finalidad
ritual o, quizás, apotropaica.
Los gallos baleáricos han sido fundidos a la cera perdida y ofrecen mues-
tras evidentes de trabajo en frio a la hora de destacar las plumas del cuerpo
y, particularmente, de la cola, mucho más esbelta y desarrollada en el gallo
menorquín que, sin duda, ha sido tratado con más realismo, mostrando tam-
bién con más detalle las patas y fuertes espolones. Mientras que los gallos de
Cometa des Morts están fundidos con una pequeña placa del mismo metal
en la que apoyan sus patas, el menorquín de Torre Vella d’en Lozano, de 77
x 70 x 25 mm., muestra claramente el remache de las patas a una plaquita
metálica horizontal dispuesta sobre una varilla casi vertical de unos 40 mm.
de longitud en la que también se ha conservado un pegote de forma cónica,
fundido en plomo que es atravesado por la varilla de cobre o bronce y cuya
función no es otra que facilitar la posición vertical de la figurilla adaptándola
a un soporte que podía ser natural, piedra o repisa con cavidad para alojar el
exvoto, o diseñado específicamente para esa finalidad.
Gallos, Labrys y campanillas, elementos simbólicos de la religión púnico-talaiótica...435

Al ave se le ha atribuido un significado psicopompo, de origen fenicio,


tal como aparece representada en el friso de «la diosa alada» del monumento
turriforme de Pozo Moro, Albacete, y también en el mosaico de cantos roda-
dos de Cerro Gil, Iniesta, Cuenca, ligeramente más moderno, del siglo –v,
donde una diosa alada, la representación de Astarté, transporta sobre sus alas
sendos gallos, claras alusiones al transporte del alma por la divinidad astral
al alba, al despuntar el sol, que es cuando se conceden los favores divinos, el
mejor momento para solicitar la resurrección por la favorable disposición de
los dioses, cuando las almas son más fácilmente aceptadas como candidatas
a la resurrección (Guerrero, López Pardo, 2006, 219-220).
Las representaciones de gallos son muy numerosas en el norte de África,
básicamente relieves de estelas y pinturas en diferentes épocas y en diferen-
tes ambientes culturales desde hipogeos líbio-púnicos, haouanet, otras tum-
bas púnicas y mausoleos romanos cerca de las orillas mediterráneas hasta
en pinturas del Tassili n’Ajjer. Esa variedad en el tiempo y en el espacio ha
generado un cierto debate sobre la interpretación de su significado como
víctimas para el sacrificio, representación del alma del difunto en su trasiego
post-mortem, símbolo de varias divinidades fenicias, como Tanit y también
Eshmun. Aunque se encuentran argumentos para todas esas funciones queda
clara la vinculación del gallo con el mundo de la muerte como protector y
vigilante de los muertos, de los mausoleos y de los hipogeos, garantizando
con sus amenazantes atributos y armas: pico, cresta y espolones, la tranquili-
dad del difunto (Camps, 1992, 35-37 y 48; Prados Martínez, 2008, 188-191
y 234; 2012, 137, con amplia bibliografía).
Las célebres últimas palabras de Sócrates antes de probar la cicuta:
Critón, le debemos un gallo a Asclepio. Así que págaselo y no lo descui-
des, junto a las abundantes representaciones de gallos pintadas en diversos
soportes del entorno funerario etrusco, griego y romano, además del mundo
fenicio-púnico, son buenos indicadores de la importancia del ave en el ritual
de la muerte o como ser de ultratumba en el ámbito mediterráneo, sin dejar
de lado la presencia de huevos de gallina en las tumbas e, incluso, los muy
numerosos restos óseos de Gallus gallus en muchas sepulturas de la necró-
polis de Villaricos, a menudo dispuestos en el interior de huevos de avestruz
(Ruiz Cabrero, 2004, 115-116; 2007, 117-118; 2010).
Independientemente del significado preciso del gallo dentro del ritual
funerario fenicio-púnico lo cierto es que aparte de los relieves en estelas y las
pinturas de tumbas, las representaciones muebles de gallos en los ambientes
funerarios fenicio-púnicos son muy escasas, se reducen a placas de cerá-
mica con relieves y a vasos rituales que adoptan la forma del ave, como los
hallados en Ibiza, ampliamente divulgados (Guerrero, López Pardo, 2006,
436 Joan C. de Nicolás Mascaró

216-217, fig. 2), y a un sola figuración del ave en bronce asociada a una
serpiente en posición de ataque, formando parte de un probable mango de
espejo de la necrópolis de Douimès en Cartago (Delattre, 1897, 81-82, fig.
47).
Conocidas las posibilidades y las realizaciones de la metalurgia talaiótica
y particularmente de Mallorca donde entre otras figuraciones son frecuentes
las de toros y cuernos además de palomas vinculadas con santuarios o yaci-
mientos funerarios (Gual, 1993, 26-32 y 61-94) y, considerando la inexisten-
cia de paralelos en el ámbito del Mediterráneo occidental, cabe pensar en una
producción local de los gallos baleáricos aunque falte información explícita.
En cuanto a la funcionalidad del gallo menorquín su hallazgo fuera de
contexto en un lugar de hábitat no aporta información significativa, quizá
pudiera relacionarse con el taller de fabricación de la pieza o con la provisión
para su posterior deposición ritual en una tumba. Sobre su cronología nada
puede añadirse aunque en relación con el rico ajuar que acompañaba a los
gallos mallorquines de Cometa des Morts, en el Museo de Lluc, cabe reseñar
un dato poco conocido que indicaría la utilización del depósito funerario
cuando menos en el siglo –vi, la presencia de una pátera de bronce etrusca
de borde perlado del tipo Tarquinia, como las que transportaba el pecio de
Capo d’Enfola en la isla de Elba y otras conocidas en el sur de Francia y tam-
bién en el yacimiento de Peña Negra de la Sierra de Crevillente (Albanese
Procelli, 2012, 3-4, fig. 2)

Labrys, símbolos divinos mediterráneos y del próximo oriente


Labrys, bipennes, o hachas de doble filo en miniatura, de cobre o aleación
de cobre son elementos bien conocidos de la cultura material post-talaiótica
balear desde que Émile Cartailhac publicara en 1892 las primeras referencias
poco precisas sobre algunas de Mallorca y de Menorca así como el primer
dibujo.
Siempre ha sido difícil de explicar cómo un antiquísimo símbolo de fer-
tilidad y de regeneración de origen mediterráneo y próximo oriental alcanza
lánguidamente el Mediterráneo occidental al cabo de muchos siglos y renace
con cierta potencia en el peculiar mundo baleárico. La idea parece que se
incrusta en la cultura talaiótica junto con otras palpables influencias del
mundo fenicio-púnico aunque en este caso desconocemos los pasos interme-
dios, tanto que, incluso y a contracorriente, se ha puesto en duda (Balaguer,
2005, 256-257) en base a falta de evidencias probatorias y a la inexistencia de
labrys en Ibiza. Cierto es que aparte de su inexistencia en Eivissa tampoco,
o apenas, hay labrys como las baleáricas ni en las necrópolis tunecinas ni en
Gallos, Labrys y campanillas, elementos simbólicos de la religión púnico-talaiótica...437

las sardas pero a menudo se olvida que no son totalmente inexistentes en el


mundo fenicio-púnico occidental ya que aparecieron dos de plata en la necró-
polis del faro de l’ile de Rachgoun en la costa argelina (Vouillemot, 1965,
85), y que no son desconocidos en la necrópolis almeriense de Villaricos
ejemplares de bronce en varios enterramientos de los grupos C y D (Astruc,
1951, 34-35, lám XVI, nota 158), con alguna muestra en Motya, hachitas en
miniatura con orificio de suspensión utilizadas como amuletos, probable-
mente labrys partidas (Titone, 1964, 126, fig. 34) y en algunas necrópolis
de los alrededores de Tánger, cerca del Cabo Espartel: Aïn Dalhi y Djebila
(Ponsich, 1970, 148, pl. XLIX).
En relación con las bipenne de Villaricos Miriam Astruc consideró que
eran importadas sin precisar de donde, mencionando algunos paralelos biblio-
gráficos de hallazgos en Grecia, y varias piezas en ambientes fenicio-púnicos
de Cerdeña, de plomo en Nora y de plata en Tharros, además de algunas de
oro procedentes de Alcalá del Rio, en Sevilla, en el Museo Arqueológico
Nacional de Madrid (Astruc, 1951, 174).
El doble triangulo afrontado a modo de diábolo o reloj de arena y la
bipenne o hacha de doble filo con mango son signos de larga tradición en
la escritura fenicio-púnica (Mederos, Ruiz Cabrero, 2004-2005, 376) que
aparecen con cierta frecuencia como grafitos en el fondo externo de vasos
y páteras de barniz negro del siglo –v o –iv en las necrópolis de Cartago
(Delattre, 1890, 37) como puede verse también en varios ejemplares expues-
tos en el Museo Nacional de Cartago en la colina de Byrsa. Primero el trian-
gulo como representación de la vulva y posteriormente el doble triángulo
afrontado en vertical, reloj de arena, o en horizontal, diábolo o mariposa,
como figuración de la Diosa, juegan un papel simbólico de regeneración en
múltiples culturas prehistóricas europeas, atlánticas y también mediterráneas
con sus respectivas islas desde el neolítico tanto en decoraciones pictóricas
como grabadas en cerámicas y otros elementos muebles como en la piedra
de monumentos y cuevas. Aunque su origen debe ser paleolítico llega con
plenitud de contenido a momentos más tardíos de la Edad del Bronce y de
la Edad del Hierro (Gimbutas, 1989, 239-243). En el centro de Francia, en
múltiples yacimientos funerarios o en depósitos de objetos metálicos amorti-
zados, se la ve aparecer en forma de apliques de bronce ornamentales como
en el depósito de Amboise, unos veinte ejemplares, de finales de la Edad de
Bronce, hacia –950 (Cordier, 2002, 18, fig. 8, 6-11). La bipenne de la Edad
de Bronce, en su doble variante de reloj de arena o de diábolo aparece como
figuración de la Diosa de la Muerte y la Regeneración, según Gimbutas en
su iconografía de mariposa, asociada desde sus primeros momentos al toro,
al bucráneo o a las astas del animal, se manifestará con plenitud en el arte
438 Joan C. de Nicolás Mascaró

minoico y seguirá apareciendo en el micénico estando también presentes


entre los motivos decorativos del Protogeométrico y del periodo Arcaico en
Grecia (Hawkes, 1968, 131, lám.16; Gimbutas, 1989, 273-275).
En Creta aparece la bipenne en manos de las sacerdotisas o las diosas o
colocada encima de sus cabezas, asociada muy a menudo a los cuernos de
consagración u otras figuraciones del toro divino cuya mitología y función
en el culto apenas se conoce aunque su omnipresencia confirma la impor-
tancia de su función religiosa entero o en sus partes principales consagrando
los recintos y todo su contenido (Eliade, 1975, 184). El mismo Eliade señala
que Arthur Evans, el excavador de Cnosos, entendía la labrys, término que
utilizó por vez primera, como un emblema que simbolizaba la unión de los
principios complementarios masculino y femenino, y asociada con el toro
esa función parece adquirir todo su significado de fertilidad y generación. La
coexistencia de ambos símbolos hasta la saciedad en el palacio de Cnosos,
su excavación de la llamada tumba de las dobles hachas en Isopata, una de
las necrópolis al norte de la ciudad, que además de tumba calificó como san-
tuario de la Diosa Madre (Evans, 1914) o su presencia masiva en otros yaci-
mientos como la cueva santuario de Arkalochori, con cientos de pequeñas
bipennes de bronce, veinticinco de oro y ocho de plata, parte de las cuales
pueden verse hoy dia en el museo cretense de Heraklion, son algunos de los
casos más significativos de la importancia ritual del hacha de doble filo en
Creta.
El hacha de doble filo aparece en un área muy amplia fuera de Creta.
Se encuentra durante el Paleolítico en Iraq, en Tell Arpachiyah, junto a una
diosa desnuda. En el norte de Iraq y en Siria es atributo del dios babilónico
Nergal, divinidad ctónica y guerrera cuyo culto está bien documentado y
de donde pasará a la Anatolia hitita y neohitita. En Fenicia y Samaria se
documentan templos dedicados al culto de Nergal y sus representaciones
blandiendo el hacha de doble filo, identificándose frecuentemente con otros
dioses semitas de función parecida como Resef y Melqart, Chusor e incluso
puntualmente con Eshmun y Baal. Esa identificación y su desarrollo en las
ciudades de Tiro y de Sidón promovió la expansión a occidente del culto
a Nergal cuyo trasfondo parece estar presente en el monumento funerario
de Pozo Moro (López Pardo, 2009, 44, 55-60) y justificaría la presencia de
diversos objetos en los que se representa a divinidades armadas con hachas
de doble filo caladas o no y a menudo con pileus o bonete frigio, como en las
llamadas navajas de afeitar de varias tumbas de Cartago, las hachettes en la
vieja terminología de Delattre, en la necrópolis cercana a la colina de Santa
Mónica y en la nécropole des Rabs (Delattre, 1906, 14, fig. 16), el sello de
un anillo de la necrópolis de Bordj Djedid en la misma ciudad o el escarabeo
Gallos, Labrys y campanillas, elementos simbólicos de la religión púnico-talaiótica...439

4257 del Museo de Ibiza de la necrópolis del Puig dels Molins, con motivo
idéntico al que aparece en piezas de Akko (Fenicia), Pafos (Chipre) y Tharros
(Cerdeña), (Fernández, Padró, 1982, 126-127, n.º 44).
Aunque parece haber consenso en que el hacha de doble filo en el mundo
fenicio-púnico es atributo común a varias divinidades sin que el instrumento
tenga que definir una función específica de la divinidad como ha manifestado
C. Bonnet parece que los dioses fenicios helenizados etrusquizados y roma-
nizados Nergal-Melqart-Herakles y Chusor-Hefaistos-Sethlans-Vulcano son
los que llegan a occidente de forma más generalizada y a menudo en sim-
biosis tal como parece deducirse del debate de los especialistas acerca de
la iconografía presente en una de las emisiones monetarias de la serie I, de
Lixus, del siglo –ii, muy parecida a otra de Hippo Regius en cuyos anversos
aparece la imagen barbada o no del dios, tocado con birrete cónico y aso-
ciado al símbolo de la bipenne (Callegarin, Ripollés, 2010, 155-156 y Mora
Serrano, 2013, 163-164, con amplia discusión).
De gran interés es la pintura del hanout tunecino de Kef-el-Blida en la
que aparece un barco que se ha considerado fenicio con siete u ocho tripulan-
tes armados y un personaje alzándose sobre la proa blandiendo una bipenne
que parece agredir a otro personaje con casco crestado dispuesto en posición
horitzontal, nadando o más bien volando en el océano superior. La cronolo-
gía, quizás entre los siglos –vii y –iii, y la interpretación de esta pintura, única
en su riqueza de detalles ha provocado un intenso debate que difícilmente
podrá cerrarse pero que sin duda hay que situar en el amplio mundo de la
religión y de la escatología fenicia (Camps, Longerstay, 2000, 25-27).
No entraremos a detallar el papel de la labrys en la Europa prehistórica,
en Grecia y particularmente en Etruria como objeto de intercambio y con
función monetaria así como su representaciones simbólica como objeto reli-
gioso y objeto de prestigio en el área etrusca (Balaguer, 2005, 251-252) para
detenernos con más profundidad en un ambiente más cercano y próximo al
balear como es el sardo y no solo por una cuestión geográfica.
El gran santuario sardo federal de Santa Vittoria de Serri, en una meseta
a poco más de 20 kilómetros al norte de Cagliari, en la Cerdeña montana,
donde a finales de los años 20 del pasado siglo Antonio Taramelli excavó la
denominada Capanna della Bipenne, un templo circular de unos siete metros
de diámetro abierto al gran Recinto delle feste o delle reunioni y contiguo al
mercado forse per l’intima connessione tra comercio e la divinitá garante
del negozio donde se rendía culto a la labrys, representada por una gran
hacha bipenne de bronce de 27 cms. de largo dispuesta sobre una pilastra de
piedra calcárea al pie de un altar.
440 Joan C. de Nicolás Mascaró

La bipenne, según Taramelli, «potevano costituire una «sacra bipenne


betilica, alla quale entro il recinto si prestava il culto con riti e sacrifici dei
quali si videro le traccie». La excavación del templo proporcionó, efectiva-
mente, junto al altar un gran cúmulo de cenizas con los restos de animales
ofrecidos en holocausto y de ágapes sagrados: huesos de ganado vacuno,
suido y ovino junto a moluscos marinos, berberechos y mejillones principal-
mente, además de cerámica y monedas púnicas una de las cuales con cabeza
de Tanit en el anverso de la ceca de Sicilia y fechada en el siglo –iv, indi-
cando la continuidad del culto en la segunda fase edilicia del templo entre el

1 2

4 cms.

3
3 cms.

1. Gallos de bronce de los yacimientos baleáricos: 1 y 2 de Cometa dels Morts, Escorca,


Mallorca; 3 de Torre Vella d’en Lozano, Ciutadella, Menorca.
Gallos, Labrys y campanillas, elementos simbólicos de la religión púnico-talaiótica...441

siglo –vii y la época republicana romana, con la particularidad de que antes


de la reestructuración del pavimento en los estratos intermedios entre las dos
fases constructivas se localizó junto a materiales exclusivamente nurágicos
un modellino di bipenne immanicato, anterior por tanto al siglo –vii (Zucca,
1988, 58-61, figs. 46-48).
No hay en Ibiza labrys de bronce en miniatura, solo se conoce una de
hierro en el museo ebusitano, de 12 cms. de longitud que por sus dimensio-
nes no cabe relacionar con las baleáricas (Balaguer, 2005, 252, nota 313). En
cualquier caso, además del escarabeo ibicenco citado con posible representa-
ción de Nergal-Melqart portando bipenne calada cabe mencionar las nuevas
inscripciones del solar Maimó cercano al Puig dels Molins sobre el culto a
Melqart en Ibiza que se suman a los conocidos testimonios de la Cova des
Cuieram, y a las dos terracotas con divinidades portadoras de birrete cónico
y sendas hachas de doble filo fenestradas, entronizadas y flanqueadas por
esfinges, que no se descartan como imágenes de Melqart (Costa, Fernández,
2012, 615, nota 22).
Más problemática en cuanto a su interpretación es una placa de cerá-
mica con decoración impresa representando posiblemente al dios Bes en
lucha con un personaje armado con hacha de doble filo hallada en Ibiza, sin
contexto conocido, de la antigua colección Vives Escudero, en el MAN. El
portador de la labrys no presenta ningún otro atributo que haga pensar en
su carácter divino y resulta extraña la lucha de Bes con un humano armado
que se resiste a ser identificado (Velázquez Brieva, 2007, 157-158, lám.
XLVI, 3).

Labrys balearicas. Menorca (fig. 2.ª y fig. 6)


Las Labrys menorquinas son como mínimo 14 piezas completas y 35 ejem-
plares partidos por la mitad. Una tercera parte de las piezas partidas fueron
perforadas nuevamente para ser reutilizadas como colgantes, lo que pone
en evidencia su nula pérdida de valor por ello. Solo en Menorca se detectan
piezas partidas y algunas de ellas también reutilizadas.
En relación con las figuraciones divinas armadas con hachas de doble
filo a las que se ha hecho referencia cabe mencionar la pequeña labrys con
mango hallada en Menorca, en el posible santuario talaiótico de Rafal des
Frares, es Mercadal, n.º 53 de nuestro catálogo, (De Nicolás, 2015, fig.
6, C-6) que muy probablemente era el arma de una pequeña estatuilla de
bronce que representaría al dios Nergal, idéntico al Melqart de Tiro y que en
nuestra opinión debería relacionarse con las numerosas figuras de parecidas
proporciones halladas tanto en Mallorca como Menorca que se presentan
442 Joan C. de Nicolás Mascaró

habitualmente con gorros o cascos de tipo frigio o semita y en actitud ame-


nazante con lanza y escudo, los llamados Mars Balearicus a menudo iden-
tificados con Resef-Melqart (Fernández-Miranda, 1978, 269-270; Guerrero,
1985, 118-125; Gual, 1993, 20-24).
Su lugar de procedencia es diverso: santuarios, yacimientos funerarios y
asentamientos domésticos. Varias labrys provienen de santuarios talaióticos
con taula como Torre d’en Galmés –tres ejemplares– o So Na Caçana –una–,
ambos en Alaior. Un par de ellas, incluida la única que dispone de mango y
que cabe considerar accesorio de una estatuilla, del probable santuario con
elementos fenicios de Rafal dels Frares, es Mercadal, en las estribaciones de
Monte Toro, la mayor altura de la isla y un número indeterminado de ellas,
probablemente más de 50 aunque solo hemos podido ver tres completas y
catorce partidas, del santuario de tipo mallorquín de Sant Domingo, al sur
de Ciutadella, que fue objeto de una excavación irregular en los años 70 y
cuyos materiales se hallan depositados en el Museo Municipal de Ciutadella.
Dos de las pequeñas hachas de doble filo provienen de ambientes funerarios,
como la Cova de sa Prior, en un barranco de Migjorn Gran y uno de los
hipogeos de la necrópolis de sa Regana dels Cans, en el acantilado costero
del término de Alaior. El resto, más de veinte unidades, fueron halladas en
asentamientos de la cultura talaiótica repartidos por toda la isla, de Este a
Oeste, en los términos municipales de Maó-Mahón (Talatí de Dalt, Biniaiet),
Sant Lluís (Biniarroca, Biniparratxet, Binibèquer Vell, Biniparrell), Alaior
(Torre d’en Galmés, Lloc Nou des Fasser, Binigemor), es Mercadal (Sanitja,
Cavalleria), Migjorn Gran (Biniatzen, Fonts Redones de Baix) y Ciutadella
(Torrellafuda, Sant Felip, Torre Nova, Torre Vella, Lloc des Pou-Sant Joan y
Sant Domingo).
Es importante destacar que todas las labrys menorquinas son antiguos
hallazgos casuales o en viejas excavaciones de las que apenas se conserva
información significativa con lo que deben ser consideradas como hallaz-
gos descontextualizados. Solo hay una excepción, el reciente hallazgo de
Torre d’en Galmés, Alaior, efectuado en el patio de la casa número 7, que ha
podido recibir una datación de finales del siglo –iii, en todo caso antes del
–200 (Carbonell et al., 2012).
Se ha sugerido repetidamente que las peculiares labrys en miniatura
de Mallorca y Menorca podrían formar parte, como otros amuletos, de los
collares con cuentas de pasta vítrea que casi nunca faltan en las necrópolis
baleáricas de la Edad de Hierro, como en casi todas las necrópolis púni-
cas. La perforación central que llevan pudo servir para suspenderlas en un
Gallos, Labrys y campanillas, elementos simbólicos de la religión púnico-talaiótica...443

collar o para disponer un pequeño mango que hiciese posible otro sistema
de exposición votiva o cultural. Aunque nunca se han hallado en conexión
directa con perlas de pasta vítrea prácticamente siempre conviven con ellas
cuando se han hallado en yacimientos funerarios tanto en Mallorca como
en Menorca.
Aunque faltan pruebas que permitan identificar las labrys baleáricas
como objetos de producción local cabe pensar en ello dada la masiva pre-
sencia tanto en Mallorca como en Menorca y los esporádicos hallazgos en
el entorno mediterráneo. En ese caso falta comprender como y cuando se
introduce en las Baleares ese viejo símbolo de regeneración.
Queda pendiente una cuestión básica, ¿Qué representan las decenas de
labrys baleáricas, cual era su función?. No hay textos a los que echar mano
y las fuentes arqueológicas no dicen nada significativo con lo que si se pre-
tende dar respuesta a esa cuestión solo nos queda plantear hipótesis. Como
se ha visto las representaciones figuradas provistas de hachas de doble filo
apuntan básicamente al binomio Nergal-Melqart y en nuestra opinión quizá
esas figuraciones equivaldrían a una auténtica hierogamia con lo que la
bipenne de Melqart no sería otra cosa que la representación simbólica de
su paredra Astarté-Tanit, tal vez un precedente del llamado signo de Tanit,
una nueva versión del doble triangulo afrontado que cuando se parte por la
mitad se convierte en el triángulo, dos triángulos, representaciones de la
vulva primigénia, con idéntico valor. Quizás esa fue, junto al culto al dios
toro, la adaptación que hicieron las comunidades talaióticas de Menorca y
de Mallorca a finales de la Edad de Hierro – y tal vez otras comunidades
del Mediterráneo central y occidental que también adoptaron el símbolo–,
asumiendo tradiciones culturales de origen semita para rendir culto a la fer-
tilidad en sus santuarios y para proteger sus muertos, sus vidas y sus recur-
sos alimentarios con esos símbolos apotropaicos, con perlas de pasta vítrea
o sin ellas, que aparecen enteros o partidos en los yacimientos funerarios
o en asentamientos domésticos. Veo en esta hipotética propuesta una ver-
sión baleárica del culto que se rendía en el templo del santuario sardo de la
Capanna della Bipenne de Santa Vittoria di Serri, antes mencionado. Solo
el tiempo e investigaciones con buena metodología rebatiran o confirmarán
dicha hipótesis.
444 Joan C. de Nicolás Mascaró

MENORCA Todos los objetos a la misma escala 4 cms.

1 2 3 4 5 6 7 8 9 10

11 12 13 14 15 16 17 18

19 20 21 22 23 24 25 26 27 28 29
21

44
30 31

35

36 37 38 39 32 33 34

52

45 46 47 48
40 41 42

53

43 51
49 50

0 1 2 3 4 5

MALLORCA Todos los objetos a la misma escala 4 cms.

1 2
9 10

18

3 4 11 12

19

20
5 6 13

14

21

7 8
15 17
16 22

2. Labrys o hachas de doble filo en miniatura en bronce o aleación de cobre de los


yacimientos baleáricos: 2A, Menorca; 2B Mallorca.
Gallos, Labrys y campanillas, elementos simbólicos de la religión púnico-talaiótica...445

Fig. 2A, 1. Hacha de doble filo y perforación central de cobre o aleación de cobre, decorada en
ambas caras con cuatro bandas de doble surco paralelo dispuestas verticalmente y dos bandas
oblicuas de doble surco paralelo, en los cantos de cada una de las alas. Poblado talaiótico de
Talatí de Dalt, Maó. Hallazgo en superficie en los años 60. Longitud, 48 mm., altura alas,
30-31, altura área central, 6 mm., peso, 14’57 gramos. Museo de Menorca, n.º 2371
Fig. 2A, 2. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura, de
cobre o aleación de cobre, decorada con dos surcos paralelos junto al nudo que alojaba la
perforación. Poblado talaiótico de Biniaiet, Maó. Longitud, 24 mm., altura ala, 23 mm., altura
área central, 4 mm. Col. Particular. Inédita.
Fig. 2A, 3. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura, de
cobre o aleación de cobre. Poblado talaiótico de Biniaiet, Maó. Longitud, 30 mm., altura ala,
27 mm., altura área central, 5 mm. Col. Particular. Inédita.
Fig. 2A, 5. Media hacha de doble filo y parte de la perforación central donde se produjo la
fractura, de cobre o aleación de cobre. Tiene una nueva perforación, transversal, indicio de
reutilización tras la fractura. Poblado talaiótico de Biniarroca, Sant Lluís. Longitud, 22 mm.,
altura ala, 16 mm., altura área central, 4 mm. Col. Particular. Inédita.
Fig. 2A, 6. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura, de
cobre o aleación de cobre. Poblado talaiótico de Binibèquer Vell, Sant Lluís. Longitud, 19’5
mm., altura ala, 32 mm., altura área central, 63’5 mm. Col. Particular. Inédita.
Fig. 2A, 7. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura, de
cobre o aleación de cobre. Poblado talaiótico de Biniparratxet, Sant Lluís. Longitud, 21 mm.,
altura ala, 21 mm., altura área central, 3’5 mm. Col. Particular. Inédita.
Fig. 2A, 8. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura, de
cobre o aleación de cobre. Poblado talaiótico de Biniparrell, Sant Lluís. Longitud, 35 mm.,
altura ala, 7’5 mm., altura área central, 4’5 mm. Col. Particular. Inédita.
Fig. 2A, 9. Hacha de doble filo y perforación central de cobre o aleación de cobre, sin decora-
ción. Santuario del poblado talaiótico de Torre d’en Galmés, Alaior. Excavación de J. Flaquer,
1943. Longitud, 41’5 mm., altura alas, 28-25, altura área central, 8 mm., peso, 16’45 gramos.
Museo de Menorca, n.º 506. (Flaquer, 1953, 102, Fig. 41,8)
Fig. 2A, 10. Hacha de doble filo y perforación central de cobre o aleación de cobre, decorada
en ambas caras con doble surco paralelo a ambos lados del área donde se loja la perforación
central. Poblado talaiótico de Torre d’en Galmés, Alaior. Antigua col. Vives Longitud, 44
mm., altura alas, 30-28, altura área central, 5 mm., peso 11’07 gramos. Museo de Menorca,
n.º 210.
Fig. 2A, 11. Hacha de doble filo y perforación central de cobre o aleación de cobre, sin decora-
ción. Patio de la casa n.º 7 del poblado talaiótico de Torre d’en Galmés, Alaior. Excavaciones
de Amics del Museu de Menorca, 2012. Longitud, 46 mm., altura alas, 30, altura área central,
6 mm. Museo de Menorca, (Carbonell et alia, 2013)
Fig. 2A, 12. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura, de
cobre o aleación de cobre. Poblado talaiótico de Torre d’en Galmés, Alaior. Excavaciones
Rosselló Bordoy (TG-C-3). Longitud, 29 mm., altura ala, 17 mm., altura área central, 4’5
mm., peso, 5’41 gramos. Museu de Menorca, n.º 93434. Inédita.
Fig. 2A, 13. Hacha de doble filo y perforación central de cobre o aleación de cobre, sin decora-
ción. Santuario del poblado talaiótico de So Na Caçana, Alaior. Excavaciones L. Plantalamor
446 Joan C. de Nicolás Mascaró

Longitud, 58 mm., altura alas, 20-21, altura área central, 5 mm., peso, 21’53 gramos. Museo
de Menorca, SNC, 4989. Inédita.
Fig. 2A, 14. Hacha de doble filo y perforación central de cobre o aleación de cobre, sin deco-
ración. Yacimiento funerario de Sa Regana des Cans, en Ses Penyes d’Alaior, Alaior. Antigua
colección Juan Saridakis. (Mascaró Pasarius, 1983, 93).
Fig. 2A, 15. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura, de
cobre o aleación de cobre. Tiene perforación transversal, indicio de reutilización tras la frac-
tura. Poblado talaiótico de Lloc Nou des Fasser, Alaior. Longitud, 19 mm., altura ala, 15 mm.,
altura área central, 4 mm. Col. particular. Inédita.
Fig. 2A, 16. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura,
de cobre o aleación de cobre, decorada con doble surco paralelo vertical junto al eje central.
Poblado talaiótico de Binigemor, Alaior. Longitud, 27 mm., altura ala, 25 mm., altura área
central, 6 mm., peso, 5’59 gramos. Col. particular. Inédita.
Fig. 2A, 17. Hacha de doble filo y perforación central de cobre o aleación de cobre, sin
decoración. Posible santuario del poblado talaiótico de Rafal des Frares, es Mercadal. Museo
Diocesano de Menorca, Ciutadella, fondo antiguo. Inédita
Fig. 2A, 18. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura, de
cobre o aleación de cobre, sin decoración. Poblado talaiótico y romano de Sanitja, es Mercadal.
Longitud, 32 mm., altura ala, 10 mm., altura del área central, 5 mm. Col. particular. Inédita.
Fig. 2A, 19. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura, de
cobre o aleación de cobre, sin decoración. Poblado talaiótico y romano de Sanitja, es Mercadal.
Longitud, 26’5 mm., altura ala, 18 mm., altura área central, 5’5 mm. Col. particular. Inédita.
Fig. 2A, 20. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura,
de cobre o aleación de cobre, sin decoración. Poblado talaiótico de Cavalleria, es Mercadal.
Longitud, 23 mm., altura ala, 12 mm., altura área central, 4 mm. Col. particular. Inédita.
Fig. 2A, 21. Hacha de doble filo y perforación central de cobre o aleación de cobre, decorada
en ambas caras con doble surco paralelo vertical enmarcando el espacio que aloja la perfo-
ración central. Cueva funeraria de Sa Prior, Es Migjorn. Antigua colección Vives Escudero,
paradero actual desconocido. (García-Bellido, 1993, 247, fig. 96,6).
Fig. 2A, 22. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura,
de cobre o aleación de cobre, sin decoración. Poblado talaiótico de Biniatzen, Es Migjorn.
Longitud, 28 mm., altura ala, 18 mm., altura área central, 4 mm., peso, 6’67 gramos Col.
particular. Inédita.
Fig. 2A, 23. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura,
de cobre o aleación de cobre, sin decoración. Poblado talaiótico de Biniatzen, Es Migjorn.
Longitud, 25 mm., altura ala, 33 mm., altura área central, 4 mm., peso, 4’55 gramos Col.
particular. Inédita.
Fig. 2A, 24. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura,
de cobre o aleación de cobre, sin decoración. Poblado talaiótico de Fonts Redones de Baix,
Es Migjorn. Longitud, 23 mm., altura ala, 9’5 mm., altura área central, 3’5 mm., peso, 1’98
gramos Col. particular. Inédita.
Fig. 2A, 25. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura,
de cobre o aleación de cobre, sin decoración. Poblado talaiótico de Sant Felip, Ciutadella.
Gallos, Labrys y campanillas, elementos simbólicos de la religión púnico-talaiótica...447

Longitud, 25 mm., altura ala, 24 mm., altura área central, 5 mm., peso, 6’19 gramos Col.
particular. Inédita.
Fig. 2A, 26. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura, de
cobre o aleación de cobre, sin decoración, con perforación transversal descentrada, indicio
de reutilización tras la fractura. Poblado talaiótico de Torre Nova. Ciutadella.. Longitud, 26
mm., altura ala, 18 mm., altura área central, 4 mm., peso, 6’67 gramos Col. particular. Inédita.
Fig. 2A, 27. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura, de
cobre o aleación de cobre, sin decoración, con perforación transversal Poblado talaiótico de
Torre Vella d’en Lozano, Ciutadella. Longitud, 21 mm., altura ala, 12 mm., altura área central,
3’5 mm., peso, 2’31 gramos Col. particular. Inédita.
Fig. 2A, 28. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura,
de cobre o aleación de cobre, sin decoración. Poblado talaiótico de Torre Vella d’en Lozano,
Ciutadella.. Longitud, 29 mm., altura ala, 12 mm., altura área central, 4 mm., peso, 7’31 gra-
mos Col. particular. Inédita.
Fig. 2A, 29. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura,
de cobre o aleación de cobre, sin decoración. Poblado talaiótico de Lloc des Pou-Sant Joan,
Ciutadella. Longitud, 31 mm., altura ala, 13 mm., altura área central, 4 mm., peso, 1’92 gra-
mos Col. particular. Inédita.
Fig. 2A, 30-31. Dos hachas de doble filo con perforación central. Posible santuario talaiótico
de Sant Domingo, Ciutadella. Museu Municipal de Ciutadella. (Camps, Sintes, 77, fig. 90,)
Fig. 2A, 32-35Cuatro medias hachas de doble filo con perforación central. Posible santuario
talaiótico de Sant Domingo, Ciutadella. Museu Municipal de Ciutadella. (Camps, Sintes, 77,
fig. 90,)
Fig. 2A, 36-43. Ocho medias hachas de doble filo de cobre o aleación de cobre con perfo-
ración central donde se produjo la fractura. Las piezas 39, 41 y 42 presentan perforación
transversal, indicio de reutilización tras la fractura y la n.º 40 tiene un ligero abultamiento en
la zona estrecha donde la perforación central con surcos paralelos verticales a un lado de la
misma por ambas caras. Las medidas de la n.º 36: 24 x 22 x 4 mm., de la 37: 22 x 19 x 3 mm.,
de la 38: 22 x 22 x 3 mm.; de la 39: 18 x 19 x 2 mm.; de la 40: 30 x 36 x 4 mm.; de la 41: 41
x 32 x 4 mm.; de la 42: 38 x 22 x 3 mm.; de la 43: 23 x 22 x 3 mm. Asentamiento talaiótico de
Sant Domingo, Ciutadella, al que se vincula el santuario ya mencionado. Museo Diocesano
de Menorca, Ciutadella. Inéditas.
Fig 2A, 44. Hacha de doble filo y perforación central de cobre o aleación de cobre, sin deco-
ración. Asentamiento talaiótico de Sant Domingo, Ciutadella. Longitud, 56 mm., altura ala, 30
mm., altura área central, 4 mm Museo Diocesano de Menorca, Ciutadella, Col. León. Inédita.
Fig. 2A, 45-48. Cuatro medias hachas de doble filo y perforación central donde se produjo
la fractura, de cobre o aleación de cobre, sin decoración. Asentamiento talaiótico de Sant
Domingo, Ciutadella. Medidas de la n.º 45: 37 x 10 x 5 mm.; de la n.º 46: 36 x 27 x 6 mm.; de
la n.º 47: 31 x 23 x 7 mm. y de la n.º 48: 26 x 20 x 5 mm. Col. particular. Inéditas.
Fig. 2A, 49. Hacha de doble filo y perforación central de cobre o aleación de cobre, sin
decoración. Procedencia menorquina, yacimiento sin determinar. Antigua colección Vives
Escudero. Paradero actual desconocido. (García-Bellido, 1993, 247)
Fig. 2A, 50. Media hacha de doble filo y perforación central de cobre o aleación de cobre,
sin decoración. Procedencia menorquina, yacimiento sin determinar. Antigua colección Vives
448 Joan C. de Nicolás Mascaró

Escudero. Longitud, 31 mm. Museo de Menorca, inv n.º V-510. (García-Bellido, 1993, 247,
lám. 96,9).
Fig. 2A, 51. Hacha de doble filo y perforación central de cobre o aleación de cobre, decorada
con surcos cruzadlos en una aleta y doble surco paralelo vertical a ambos lados del nudo cen-
tral. Probable procedencia menorquina, yacimiento sin determinar. Antigua col. Pons y Soler.
(Cartailhac, 1892, 65, fig. 69).
Fig. 2A, 52. Hacha de doble filo de cobre o aleación del mismo metal. En este caso de unas
dimensiones ligeramente mayores as las habituales y, excepcionalmente, sin perforación cen-
tral. Poblado talaiótico de Torrellafuda, Ciutadella. Longitud, 64 mm., altura ala, 17-14 mm.,
altura área central, 6 mm., peso, 7’64 gramos Col. Particular. Inédita.
Fig. 2A, 53. Hacha de doble filo de cobre o aleación de cobre, sin perforación central visible,
con mango recto soldado o moldeado, a modo de arma dispuesta a ser empuñada, probable-
mente por una figurilla del mismo metal similar al menos en sus proporciones a los llamados
guerreros baleáricos. Asentamiento talaiótico donde se halla el posible santuario de Rafal des
Frares o del Toro, es Mercadal. Labrys: Longitud, 30 mm., altura ala, 14 mm., altura área
central, 7 mm.; Mango: 47 x 3 mm. Museo Diocesano de Menorca, Ciutadella, col. León.
Fig. 2B, 1-8. Ocho hachas de doble filo, de cobre o aleación del mismo metal, con perforación
central para suspensión. La n.º 2 es la única que pre4swenta decoración: doble aspa en el
centro flanqueadas con doble surco paralelo vertical. Yacimiento funerario de Cova Monja,
Biniali, Sencelles. Las medidas correspondientes a longitud son: 58, 49, 52, 42, 56, 55, 36 y
57 mm., respectivamente, oscilando el grosor de la aleta entre 1 y 2 mm. en el filo y 4-7 mm.
en la parte central perforada. Museo Arqueológico de Barcelona (n.º invent.: 18-72,73, 73B,
73C, 74, 75B, 75C, 75F). (Enseñat, 198, 68, fig. 28, 4-11; Balaguer, 2005, 22.b.6).
Fig. 2B, 9. Hacha de doble filo, de cobre o aleación del mismo metal, con perforación central
para suspensión. Ampliamente decorada con surcos paralelos verticales en la parte más estre-
cha y conjuntos de tres surcos paralelos y oblicuos dispuestos en cada uno de los ángulos de
las hojas. Cueva funeraria de Son Bosc, Andratx. Longitud, 43 mm., grosor, 2-6 mm. Museo
Arqueológico de Barcelona, n.º 68. (Enseñat, 1981, 39, fig. 14,3; Balaguer, 2005, fig. 22.b.3).
Fig. 2B, 10. Hacha de doble filo, de cobre o aleación del mismo metal, con perforación cen-
tral para suspensión. Sin decoración. Cueva funeraria de Cometa des Morts, Escorca. Museo
Arqueológico de Lluc, Mallorca. (Veny, 1947; Balaguer, 2005, fig. 22.b.7).
Fig. 2B, 11. Hacha de doble filo, de cobre o aleación del mismo metal, con perforación central
para suspensión. Decorada con surcos cruzados en el centro de la pieza, flanqueados por triple
surco paralelo vertical. Cueva funeraria de Ses Copis, Sóller. Longitud, 52 mm, altura, 36
mm., grosor, 3-8 mm. (Enseñat, 1981, 46, fig. 20,8; Balaguer, 2005, fig. 22,b,4).
Fig. 2B, 12. Hacha de doble filo, de cobre o aleación del mismo metal, con perforación central
para suspensión. Restos de surcos oblicuos en torno al centro de la pieza. Cueva funeraria de
Son Ribot, Manacor (Coll Conesa, 1989, citado por Balaguer, 2005, fig. 22.b.8).
Fig. 2B, 13. Hacha de doble filo, de cobre o aleación del mismo metal, con perforación cen-
tral para suspensión. Sin decoración. Poblado talaiótico de Son Fornés, Montuiri. (Balaguer,
2005, fig. 22,b,1).
Fig. 2B, 14. Hacha de doble filo, de cobre, con perforación central para suspensión. Sin
decoración. Asentamiento talaótico de Son Fred, Sencelles, UE-13, vertedero al exterior del
talaiot, sin importaciones, que se data hacia el siglo –v. Longitud, 63 mm. (Aramburu-Zabala,
2009, 149, fig. 4,1-2; analítica en p. 150).
Gallos, Labrys y campanillas, elementos simbólicos de la religión púnico-talaiótica...449

Fig. 2B, 15-16. Dos hachas de doble filo, de cobre o aleación del mismo metal, con per-
foración central para suspensión. Sin decoración. Cueva funeraria de Son Maimó, Petra.
Excavación del Museo de Artà, (Amorós, 1974, 161, fig. 20; Balaguer, 2005, fig. 22.b.5a y b).
Fig. 2B, 17. Hacha de doble filo, de cobre o aleación del mismo metal, con perforación cen-
tral para suspensión. Sin decoración. Cueva funeraria de Son Maimó, Petra. Excavación del
Museo de Lluc. (Veny, 1977, citado por Balaguer, 2005, fig. 22,b,5c).
Fig. 2B, 18. Hacha de doble filo, de cobre o aleación del mismo metal, con perforación central
para suspensión. Sin decoración. Yacimiento funerario de Illot des Porros, Santa Margalida.
Excavación de la Bryant Foundation (Tarradell, 1964, Balaguer, 2005, fig. 22,b,2).
Fig. 2B, 19-22. Cuatro hachas de doble filo, de cobre o aleación del mismo metal, con perfo-
ración central para suspensión. Dos de ellas sin decoración, las otras dos con surcos paralelos
verticales en el área central y dispuestos oblicuamente en los ángulos de las hojas. Cueva
funeraria de Son Taixaquet, Llucmajor. Excavación de J. Colominas. Longitud, entre 39 y 62
mm., grueso, entre 1 y 3 mm. (Enseñat, 1981, 91, fig. 38, 1-2; Balaguer, 2005, fig. 22.b.9).
Sin representación gráfica. Dos hachas de doble filo, de cobre o aleación del mismo metal,
con perforación central para suspensión. Sin decoración. Yacimiento funerario de Sa Cova,
Artà. Una, muy deteriorada en ambas aletas y la segunda, de 50 mm. de longitud, 30 mm. de
altura y entre 1-7 mm. de grueso. Museo Regional de Artà. (Mas, 2010, 102, fig. 50, 3-4).
Sin representación gráfica. Seis hachitas de doble filo de cobre o aleación del mismo metal,
con perforación central para suspensión. Una de ellas decorada con incisiones paralelas y
oblicuas. Asentamiento talaiótico y romano de Gotmar, Pollença. En paradero desconocido.
(Cerdà, 2002, 40, fig. 30, 13-18).
Sin representación gráfica. Hacha de doble filo, de cobre o aleación del mismo metal, con
perforación central para suspensión. Sin decoración. Yacimiento funerario de Cova des Morts
de Son Gallard, Escorca. (Mascaró Pasarius, 1983, 43).

Labrys en relieve sobre cerámica talaiotica de menorca (figs. 3, 4 y 6)


En relación con el asunto de las bipennes en miniatura del ámbito talaiótico
balear conviene mencionar un interesante detalle: la utilización del símbolo
como elemento plástico decorativo en piezas de cerámica fabricadas a mano
y halladas tanto en yacimientos domésticos como religiosos y funerarios,
pero parece que solo en la isla de Menorca ya que desconocemos la existen-
cia de paralelos mallorquines.
No hemos podido ver ni una sola vasija completa con apliques en relieve
en forma de labrys aunque por los fragmentos documentados se puede apun-
tar que dichos relieves se aplicaban en urnas u ollas de tamaño mediano,
aproximadamente de unos 20-25 cms. de altura, de base plana de unos 13-15
cms. de diámetro, cuerpo troncocónico de unos 40 cms. de anchura máxima y
borde entrante de sección almendrada que conforma una boca de entre 20-35
cms. de diámetro. Dichas urnas u ollas decoradas tenían un par de labrys
aplicadas dispuestas diametralmente en la parte más alta y sobresaliente del
450 Joan C. de Nicolás Mascaró

diam. 290 mm

diametro: 360 mm.

2 3
4

5
6 8
7

9 10

11
diam. 136 mm.

13
12

14 16
15 17

3. Dibujos de fragmentos de urnas u ollas cerámicas con decoración aplicada de labrys en


relieve procedentes de yacimientos arqueológicos menorquines.
Gallos, Labrys y campanillas, elementos simbólicos de la religión púnico-talaiótica...451

Fig. 3, 1. Varios fragmentos del borde y del galbo de una olla o urna de borde entrante con
dos labrys en relieve dispuestas en la parte alta del cuerpo. Diámetro estimado de la boca,
290 mm. Casa talaiótica de Biniparratx Petit, Sant Lluís, n.º invent. 74-E2-304 45. Museo de
Menorca. Inédita.
Fig. 3, 2. Fragmento del borde y del galbo de una olla o urna de borde entrante con una
labrys en relieve dispuestas horizontalmente en el cuerpo, paralela al borde. Diámetro esti-
mado de la boca, 360 mm. Poblado talaiótico de Torre d’en Galmés, Alaior, circulo 3, sector
C Excavaciones 1984, n.º invent. TG-4320. Dimensiones: 185 x 83 x 3.º0 mm., peso, 269,8
gramos.; labrys, 123 x 27-30 x 10 mm. Museo de Menorca, n.º 1460860. Inédita.
Fig. 3, 3. Pequeño fragmento del del galbo de una olla o urna con restos de una labrys en relieve.
Poblado talaiótico de Torre d’en Galmés, Alaior, circulo 3, sector A, cenizas. Excavaciones
1984, n.º invent. TG-4006. Dimensiones: 40 x 27 x 5’7 mm., peso, 6’62 gramos. Museo de
Menorca, n.º 1460846. Inédita.
Fig. 3, 4. Fragmento del cuerpo de una olla o urna con parte de una labrys en relieve. Poblado
talaiótico de Torre d’en Galmés, Alaior, circulo 2, ámbito 2. Excavaciones 1981, n.º invent.
TG-8692. Dimensiones: 130 x 78 x 6-14 mm., peso, 109’10 gramos. Museo de Menorca, n.º
1460857. Inédita.
Fig. 3, 5. Fragmento del cuerpo de una olla o urna con parte de una labrys en relieve. Poblado
talaiótico de Torre d’en Galmés, Alaior, circulo 3, sector A, superficial. Excavaciones 1984,
n.º invent. TG-3912. Dimensiones: 50 x 31 x 8-10 mm., peso, 19’08 gramos. Museo de
Menorca, n.º 1460848. Inédita.
Fig. 3, 6. Fragmento del cuerpo de una olla o urna con parte de una labrys en relieve. Poblado
talaiótico de Torre d’en Galmés, Alaior, santuario. Excavación Flaquer, 1943. Dimensiones:
74 x 61 x 7-14 mm., peso, 65’79 gramos. Museo de Menorca, n.º 1460854. Inédita.
Fig. 3, 7. Fragmento del cuerpo de una olla o urna con parte de una labrys en relieve.
Poblado talaiótico de Torre d’en Galmés, Alaior. Excavaciones 1984, n.º invent. TG-3793.
Dimensiones: 70 x 45 x 8-19 mm., peso, 49’72 gramos. Museo de Menorca, n.º 1460853.
Inédita.
Fig. 3, 8. Fragmento del cuerpo de una olla o urna con parte de una labrys en relieve con
surcos longitudinales. Poblado talaiótico de Torre d’en Galmés, Alaior. Excavaciones 1984,
circulo 3, sector B, cenizas, n.º invent. TG-14162. Dimensiones: 69 x 45 x 8-12 mm., peso,
24’43 gramos. Museo de Menorca, n.º 1460844. Inédita.
Fig. 3, 9. Fragmento del cuerpo de una olla o urna con parte de una labrys en relieve. Poblado
talaiótico de Trepucó, Maó. Excavaciones Cambridge, n.º invent. TRP-47454. Dimensiones:
79 x 58 x 7’5-16 mm., peso, 87’86 gramos. Museo de Menorca, n.º 1460873. (Murray et al,
1932, lám. XXXVI, 2)
Fig. 3, 10. Fragmento del cuerpo de una olla o urna con parte de una labrys en relieve.
Asentamiento talaiótico de Mago, Plaza de la Conquista, Maó. Excavaciones Museo de
Menorca, 1981, n.º invent. 21474. Dimensiones: 64 x 43 x 7-12 mm., peso, 36’40 gramos.
Museo de Menorca, n.º 1460874. Inédita.
Fig. 3, 11. Varios fragmentos del cuerpo y de la base de una olla o urna con una labrys
en relieve. Asentamiento talaiótico de Sant Vicenç d’Alcaidús, Alaior, circulo 2, sector E,
capa media. Excavaciones Museo de Menorca, M.L. Serra, n.º invent. 21474. Los fragmentos
mayores con la labrys pesan 259’3 y 304’3 gramos. Museo de Menorca, n.º 1460871. Inédita.
Fig. 3, 12. Fragmento del cuerpo de una olla o urna con parte de una labrys en relieve.
Asentamiento talaiótico indeterminado, n.º invent. 7995. Dimensiones: 59 x 56 x 5-12, peso,
32’81 gramos. Museo de Menorca, n.º 1460881. Inédita.
452 Joan C. de Nicolás Mascaró

Fig. 3, 13. Fragmento del cuerpo de una olla o urna con parte de una labrys en relieve.
Asentamiento talaiótico indeterminado, n.º invent. 12799. Dimensiones: 95 x 67 x 76-12,
peso 57’39 gramos. Museo de Menorca, n.º 1460879. Inédita.
Fig. 3, 14. Fragmento del cuerpo de una olla o urna con una labrys en relieve. Asentamiento
talaiótico indeterminado, n.º invent. 73192. Dimensiones: 64 x 42 x 6-12, peso 35’60 gramos.
Museo de Menorca, n.º 1460883. Inédita.
Fig. 3, 15. Fragmento del cuerpo de una olla o urna con parte de una labrys en relieve. Galeria
2 del santuario de Torreta de Tramuntana, Maó, n.º invent. 6229. Excavaciones Cambridge, M.
Murray. Dimensiones: 75 x 71 x 8-14, peso 72’68 gramos. Museo de Menorca, n.º 1460886.
(Murray et al. 1934, lám XXXII, 3.)
Fig. 3, 16. Fragmento del cuerpo de una olla o urna con parte de una labrys en relieve.
Asentamiento talaiótico indeterminado, n.º invent. 666655. Dimensiones: 103 x 67 x 6-10,
peso 78’07 gramos. Museo de Menorca, n.º 1460876. Inédita.
Fig. 3, 17. Fragmento del cuerpo de una olla o urna con parte de una labrys en relieve.
Asentamiento talaiótico indeterminado, n.º invent. 23344. Dimensiones: 54 x 51 x 8-11, peso
38’84 gramos. Museo de Menorca, n.º 1460877. Inédita.

cuerpo con lo que también podían cumplir una función de asa para sostener
o levantar el recipiente con ambas manos.
Se han hallado vasos decorados con labrys en doce yacimientos menor-
quines de los que solo uno es de carácter funerario, el hipogeo XCI de
Calascoves, Alaior. Varios fragmentos en las excavaciones efectuadas ern
santuarios con taula de Trepucó y Torreta de Tramuntana, en Maó, y en
Torre d’en Galmés, Alaior y, finalmente, en los asentamientos talaióticos
de Biniparratx Petit, de Sant Lluís, en las excavaciones de la Plaza de la
Conquista en Mago, Trepucó, Torreta de Tramunatana y Binicalñaf, en el
término de Maó, de Torre d’en Galmés, Sant Vicenç d’Alcaidús, Torresolí y
Biniac Nou, de Alaior; y en ses Talaies de n’Alzina, de Ciutadella.
La cerámica del postalaiótico menorquín está por sistematizar con lo
que el encuadre tipológico y cronológico de estas peculiares urnas u ollas
decoradas es un asunto pendiente. Lógicamente no ayuda en nada que
los fragmentos de vasos decorados reunidos aquí provengan de hallazgos
casuales en superficie o de excavaciones con escasa o nula información
estratigráfica y pendientes de publicación. A un nivel muy general solo
puede afirmarse teniendo en cuenta alguno de esos datos que las menciona-
das cerámicas se vinculan con restos de ánforas u otras cerámicas comunes
habituales en los yacimientos domésticos menorquines previos a su aban-
dono entre el siglo –iii y el siglo –i en posibles contextos de la segunda
guerra púnica, la conquista romana del –123 o el inicio de los núcleos
urbanos de Mago y Iamo.
Gallos, Labrys y campanillas, elementos simbólicos de la religión púnico-talaiótica...453

Labrys baleáricas. Mallorca (fig. 2B y 6)


En Mallorca se conocen 27 labrys en 12 yacimientos distintos, pero casi la
mitad se reparten en dos yacimientos, ambos funerarios: la Cova Monja de
Biniali, Sencelles, con ocho unidades, y la cueva sepulcral de Son Taixaquet,
Llucmajor, con cuatro, tres procedentes de la cueva de Son Maimó, Petra,
y una en los yacimientos siguientes: cueva de Son Bosc, Andratx, cueva I
de Cometa dels Morts, Escorca, cueva de Ses Copis, Sóller,y cueva de Son
Ribot, Manacor, necrópolis de s’ Illot dels Porros, Santa Margalida, todos
ellos yacimientos funerarios. Se localizaron cuatro labrys en el yacimiento
de Gotmar, Pollença, en circunstancias desconocidas y más recientemente se
han localizado otras dos en sendas excavaciones en el poblado talaiótico de
Son Fornés, Montuiri, y junto al talaiot de Son Fred, Sencelles,
Las labrys de Illot dels Porros de Son Fornés y de Son Fred son los úni-
cos hallazgos que permiten una aproximación cronológica fiable: lasd dos
primeras han podido ser datadas entre mediados del siglo –ii y mediados
del siglo –i (Balaguer, 2005, 254), mientras que la última que ha podido ser
documentada, la de Son Fred, en un vertedero al exterior del talayot, sin
importaciones, se ha datado hacia el siglo –v. Es muy interesante destacar
que la bipenne de Son Fred es la única cuya composición ha sido analizada,
siendo casi exclusivamente de cobre (Aramburu-Zabala, 2009, 149, fig. 4,1-
2; analítica en p. 150).
Todas las labrys mallorquinas, como las menorquinas, tienen una longi-
tud entre 40 y 70 milímetros con una media en torno a los 50, la gran mayo-
ría son lisas y con filos más o menos angulares, solo algunas presentan una
sencilla decoración geométrica por ambos lados, consistente en incisiones o
surcos cruzados a modo de aspas o grupos de incisiones verticales u oblicuas
destacando los ángulos de las aletas o el engrosamiento central donde se
aloja el orificio de suspensión.

Sones protectores (fig. 5 y 6)


Utilizamos el nombre de campanillas en vez del de tintinabulum/a que es
el que le correspondería porque en la bibliografía arqueológica balear se
utiliza ese sustantivo para denominar un peculiar instrumento de percusión
frecuente en las necrópolis mallorquinas de la Edad de Hierro consistente en
un disco metálico soldado a una cadena que lo enlaza con una vara a la que
se conecta un percutor también metálico para golpear el disco y producir un
peculiar sonido.
Las campanillas de las Baleares tienen unas dimensiones que oscilan
entre 25 y 50 milímetros de altura y 20-35 milímetros de diámetro máximo.
454 Joan C. de Nicolás Mascaró

18 19 20

22
21 23

24 25
26

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7

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5

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4. Dibujos y fotografías de fragmentos de urnas u ollas con decoración aplicada de labrys en


relieve procedentes de yacimientos arqueológicos menorquines
Gallos, Labrys y campanillas, elementos simbólicos de la religión púnico-talaiótica...455

Fig. 4, 18. Fragmento del cuerpo de una olla o urna con una labrys en relieve decorada con
incisiones en espina de pescado longitudinales. Asentamiento talaiótico de Torresolí Nou,
Alaior. Paradero actual desconocido. (Mascaró Pasarius, 1983, 65).
Fig. 4, 19. Fragmento del cuerpo y del borde de una olla o urna con una labrys en relieve deco-
rada con impresiones circulares en ambas aletas. Poblado talaiótico de Biniac Nou, Alaior.
Antigua colección Flaquer. (Flaquer, 1953, 109 y 113, fig. 45,2).
Fig. 4, 20. Fragmento del borde y del cuerpo de una olla o urna con parte de una labrys en
relieve. Santuario talaiótico de Trepucó, Maó. Excavaciones Cambridge, M.Murray. (Murray
et al, 1932, lám. XX, 11).
Fig. 4, 21. Fragmento del borde y del cuerpo de una olla o urna con parte de una labrys
en relieve. Asentamiento talaiótico de ses Talaies de n’Alzina, Ciutadella, n.º invent. HTM-
00.21451. Museo Municipal de Ciutadella (Navarro, 106, lám. II).
Fig. 4, 22-23. Dos Fragmentos del cuerpo de sendas ollas o urnas con una labrys en reliev.
Santuario del poblado talaiótico de Trepucó, Maó (Murray et al, 1932, lám. XXXVI, 1 y 4).
Fig. 4, 24-25. Fragmentos del cuerpo de ollas o urnsa con parte de una labrys en relieve.
Necrópolis en hipogeos de Calescoves, Alaior, hipogeo XCI. Museo de Menorca. (Veny,
1982, fig. 169).
Fig. 4, 26. Fragmento del cuerpo de una olla o urna con una labrys en relieve. Asentamiento
talaiótico de ses Talaies de n’Alzina, Ciutadella, n.º invent. HTM-00.60463. Museo Municipal
de Ciutadella. (Navarro, 133, lám. XXIX).
Sin representación gráfica. Fragmento del cuerpo y parte de la boca de una olla o urna de
borde vuelto hacia el interior. Con labrys completa en relieve en la parte alta del cuerpo.
Asentamiento talaiótico de Binicalaf, Maó. Excavaciones Luis Plantalamor. Exposición per-
manente en vitrina en el Museo de Menorca, Maó.
Sin representación gráfica. Fragmento del cuerpo y parte de la boca de una olla o urna de
borde vuelto hacia el interior. Con labrys incompleta en relieve en la parte alta del cuerpo.
Asentamiento talaiótico menorquín indeterminado. Amics del Museu de Menorca, Maó.

Son de forma cónica y solo excepcionalmente su pared es algo convexa. El


cuerpo externo se presenta liso o, con cierta frecuencia, decorado con surcos
paralelos que ocupan todo el cuerpo o formando dos o tres grupos de surcos
o incisiones a modo de bandas. Normalmente han conservado su badajo que
sobrepasa unos pocos milímetros la altura de la campana y pende de un pasa-
dor de bronce o de hierro remachado en la parte alta del instrumento, siempre
por debajo de la ventanilla u orificio de suspensión que puede ser triangular,
ligeramente ojival o para-circular en el primer caso, mayoritario, o circular si
se trata de una pequeña anilla soldada en el extremo de la campana.
Casi todas las campanillas protohistóricas de bronce detectadas en
Mallorca lo han sido formando parte de ajuares de las cuevas funerarias de la
Edad del Hierro, acompañadas habitualmente entre otros objetos de cuentas
456 Joan C. de Nicolás Mascaró

MENORCA Todos los objetos a la misma escala 4 cms.

1 2 3 4 5 6 7

8
13 15
11
9
14
12
10

MALLORCA Todos los objetos a la misma escala 4 cms.

2 3 4 1 15
16 17 18

5 6

8 cms.

20
7 8 13 14

19 21
9 10 11 12

5. Campanillas de bronce o aleación de cobre de los yacimientos baleáricos: 2A, Menorca;


2B Mallorca.

Fig. 5A,1. Campanilla de cobre o aleación de cobre decorada con surcos concéntricos para-
lelos, con pasador y badajo del mismo metal. Probable yacimiento funerario de Tirant, es
Mercadal. Altura: 71 mm y diámetro base: 49 mm. Antigua colección Vives, actualmente en
el Museo de Menorca, n.º inv. V. 91. (García-Bellido, 1993, 247, lám. 97,3).
Fig. 5A, 2-4. Tres campanillas de cobre o aleación de cobre de procedencia menorquina
aunque yacimiento indeterminado. Miden 41, 32 y 27 mm. de altura y 31, 24 y 16 mm. de
Gallos, Labrys y campanillas, elementos simbólicos de la religión púnico-talaiótica...457

diámetro. Antigua colección Vives, en el Museo de Menorca, n.º inv. V. 503, V.502, excepto la
n.º 3, en paradero desconocido (García-Bellido, 1993, 247, Lam. 97,5-7).
Fig. 5A, 5. Campanilla de cobre o aleación de cobre, probablemente de Rafal des Frares, es
Mercadal. Altura, 62 mm. y diámetro, 37 mm. Museo Diocesano de Menorca, fondo antiguo,
Ciutadella (Garrido, 1998, fig. 128).
Fig. 5A, 6. Campanilla de cobre o aleación de cobre con pasador del mismo metal para el
badajo, inexistente y ventana de suspensión ojival. Poblado talaiótico de Biniparratxet, Sant
Lluís. Altura, 52 mm., diámetro, 35 mm., peso, 18’97 gramos. Col. Particular. Inédita.
Fig. 5A, 7. Campanilla de cobre o aleación de cobre con pasador de hierro y parte del badajo
de bronce enganchado al mismo. Con anilla de suspensión. Poblado talaiótico de Sant Roc,
Es Migjorn. Altura, 42 mm., diámetro, 28 mm, peso, 28’21 gramos. Col. Particular. Inédita.
Fig. 5A, 8. Campanilla de cobre o aleación de cobre muy deteriorada por cremación, que ha
provocado deformaciones en la mitad inferior. Decorada con surcos paralelos que cubren todo
el exterior. Ha perdido el pasador y el badajo aunque conserva parte de la varilla de bronce que
ensartaba la pieza pegada al ápice del cono, atravesando la ventanilla de suspensión. Cueva
natural funeraria denominada Cova des Grans, Torre Petxina, Ciutadella. Altura, 84 mm.,
diámetro, 42 mm, peso 53’13 gramos. Col. Particular. Inédita.
Fig. 5A, 9. Campanilla de cobre o aleación de cobre e con pasador del mismo metal, sin
badajo y con orificio de suspensión. Cueva funeraria de Algaiarens, Ciutadella. Altura, 22
mm., diámetro, 22 mm, peso 7’80 gramos. Col. Particular. Inédita.
Fig. 5A, 10. Campanilla de cobre o aleación de cobre con anilla de suspensión, sin pasador
ni badajo. Poblado talaiótico y romano de Sanitja, es Mercadal. Altura, 23 mm., diámetro, 26
mm, peso, 8’15 gramos. Col. Particular. Inédita.
Fig. 5A,11. Campanilla de cobre o aleación de cobre. Poblado talaiótico y romano de Sanitja,
Mercadal. En el Museu Municipal de Ciutadella. (Camps, Sintes, 1997, 76, fig. 88; Garrido,
1998, 262).
Fig. 5A,12. Fragmento de campanilla de cobre o aleación de cobre, con pasador del mismo
metal, sin sistema de suspensión ni badajo. Poblado talaiótico y romano de Sanitja, Mercadal.
Altura, 36 mm, diámetro, 26 mm., peso 12’3 gramos. Col. Particular. Inédita.
Fig. 5.ª, 13. Fragmento de campanilla de cobre o aleación de cobre, anilla circular de suspen-
sión y arranque del cuerpo. Poblado talaiótico de Biniatzen, Migjorn. Altura, 16, diámetro, 18,
peso, 7’18 gramos. Col. Particular. Inédita.
Fig. 5.ª, 14. Fragmento de campanilla de cobre o aleación de cobre con anilla de perfilo
hexagonal y arranque del cuerpo. Poblado talaiótico de Torrellafuda, Ciutadella. Altura, 22,
diámetro, 23 mm., peso, 13’24 gramos. Col. particular. Inédita.
15. Fragmento de campanilla de cobre o aleación de cobre, con anilla de perfil pentagonal y
arranque del cuerpo. alt. 2’7 cm., diám. 1’6 cm. Poblado talaiótico de Son Catlar, Ciutadella.
Altura, 27 mm., diámetro16 mm., peso, 38’92 gramos. Col. particular. Inédita.
Sin representación gráfica. Seis campanillas de cobre o aleación de cobre. Necrópolis en hipo-
geos de Calascoves, Alaior. Cuatro de la cueva XIX (Veny, 1982, 85, Fig. 47, 2-5), de 78 x 63
mm, con pasador de hierro y sin badajo; de 55 x 38 mm, con badajo y bolita en su extremo; de
37 x 30 mm., sin pasador ni badajo, y xde 41 x 20 mm, con pasador, badajo y bolita con inci-
siones en el ápice del cono. Uno de la cueva LIV de 29 x 16 mm (Veny, 1982, 178, Fig. 112,
10) y el sexto sin procedencia concreta. Este último en el Museo Arqueológico de Barcelona,
los demás en el Museo de Menorca.
458 Joan C. de Nicolás Mascaró

Fig. 5B,1. Cueva funeraria de Son Maimó, Petra. Campanilla de cobre o aleación de cobre con
badajo concrecionada con varias cuentas de vidrio oculadas y con la varilla de hierro que las
ensartaba formando parte de un collar. Hallada en la denominada capa carbonosa del corte D,
nivel con ataúdes de madera y restos humanos en su interior en el que también se detectaron
dos labrys de bronce, cerámica y numerosas cuentas de pasta vítrea, fechándose con cronolo-
gía relativa hacia el siglo –iv (Amorós, 1974, 159, fig. 22).
Fig. 5B,2-8. Cueva funeraria de Son Bauzá, Palma. Siete campanillas, tres de las cuales con-
servan el badajo sujeto a un pasador de bronce. Las tres primeras se hallan en el Museo de
Mallorca, n.º de invent.: 8957,8960 y 8959) y las 4 restantes en el Museo Regional de Artà, n.º
de invent.: 335, 336, 334 y 333 (Frontán, 1991, 107, 121 y 124, fig. 11, 54-60; Mas i Adrover,
2010, 58 y 60, fig. 14, 1-4).
Fig. 5B, 9-11. Cueva funeraria de Son Julià, Llucmajor, excavada por J. Colominas en 1920.
Tres campanillas de cobre o aleación de cobre mas una sin dibujar, tres de ellas decoradas con
surcos concéntricos paralelos a la base, todas sin badajo. Tienen una altura de 25, 26, 20 y 21
mm, respectivamente. Museo Arqueológico de Barcelona, n.º invent: 17314, 17315, 17317 y
17319 (Enseñat, 1981, 55-56, fig. 24,1-3).
Fig. 5B,12. Cueva funeraria de Son Ribot, Manacor. Campanilla de cobre o aleación de cobre
sin decoración, con pasador para badajo situado a media altura del cuerpo y de base cuadrada,
caso único ya que lo normal es que sea circular (Balaguer, 2005, fig. 23.b.8, citando a Coll,
1989).
Fig. 5B,13-14. Cueva funeraria de Cometa des Morts, Escorca. Dos campanillas de cobre
o aleación de cobre decoradas con bandas de surcos concéntricos, en el Museo de Lluc
(Balaguer, 2005, fig. 23,b,5, citando a Veny, 1953).
Fig. 5B,15-18. Cueva funeraria de Son Bosc, Andratx, Cuatro campanillas de cobre o aleación
de cobre, todas ellas decoradas con surcos concéntricos paralelos a la base y solo una con el
badajo. Su altura es de 39, 25, 24 y 25 mm. Mientras que la base ronda entre los 20-24 mm.
de diámetro. Característica común a todas ellas es la conservación de restos de la varilla o hilo
de hierro o en dos casos de bronce concrecionados junto al orificio de suspensión. Colección
particular de los propietarios de la finca (Enseñat, 1981, 39, fig. 16,1).
Fig. 5B,19. Cueva funeraria de Ses Copis, Sóller. Media campanilla de cobre o aleación de
cobre con sutil reborde en la base. Mide 46 mm. de altura También se halló en el yacimiento
un fragmento de una segunda campanilla de 40 mm. de altura conservada. (Enseñat, 1981,
45-46, fig. 20,7).
Fig. 5B, 20-21. Cueva funeraria de S’Alova, Sóller. Excavaciones de B. Enseñat en 1952 que
proporcionaron tres niveles de enterramientos con cal. Dos campanillas de cobre o aleación de
cobre decoradas con surcos concéntricos paralelos a la base. De 42 y 54 mm. de altura, 21 y 30
mm. de diámetro de la base. Una tercera campanilla, fragmentada, sin badajo ni decoración,
de 35 mm. de altura y 30 mm. de diámetro no ha sido documentada gráficamente (Enseñat,
1981, 20, fig. 5, 2 y 3).
Sin representación gráfica. Cueva funeraria de Es Morro, Manacor. tres campanillas de 60,
45 y 60 mm. de altura y 34, 30 y 40, respectivamente de diámetro, se conservan en el Museo
Regional de Artà, n.º de inventario: 404, 405.ª y 405b (Mas i Adrover, 2010, 75 y 80, Fig. 33,
1-3).
Sin representación gráfica. Yacimiento indeterminado de Gotmar, Pollença. Cuatro campa-
nillas de cobre o aleación de cobre decoradas con surcos concéntricos paralelos y provistas
de badajo. se hallaron en el área arqueológica donde se piensa que estuvo ubicada la antigua
Bocchoris. Colección particular Cerdà, 2002, 38, Fig. 30,1-4.
Gallos, Labrys y campanillas, elementos simbólicos de la religión púnico-talaiótica...459

de collar de pasta vítrea, que a veces, excepcionalmente, forman un bloque


concrecionado. Esa evidencia de utilización de las campanillas formando
parte de collares se ha dado en las cuevas de Son Maimó, Petra, y de Son
Cresta, Llucmajor. Conservándose además en muchas otras pequeños frag-
mentos de los collares de hierro o bronze pegados en el ápice. Un caso excep-
cional es el de la Cova Monja de Biniali, Sencelles, donde se documentaron
a principios del siglo pasado hasta 23 campanillas, pero es frecuente que en
un mismo yacimiento se detecten varias de ellas: siete en la cueva de Son
Bauzà, Establiments, Palma; cinco en Son Julià, Llucmajor, y hasta cuatro en
la de Son Bosch, Andraitx, y también en la de Son Taixaquet, Llucmajor. En
total se han dado a conocer un mínimo de 55 campanillas en 11 yacimientos
diferentes, todos funerarios. Todas deben ser consideradas objetos fuera de
contexto con una cronología genérica entre el siglo –iv y el –i, porque si bien
la gran mayoría de dichos objetos proceden de excavaciones arqueológicas
también es cierto que dichas actuaciones efectuadas en la primera mitad del
pasado siglo se llevaron a cabo sin análisis estratigráficos que pudieran apor-
tar información cronológica segura.
En Menorca se han detectado hasta 18 campanillas en 12 yacimientos
distintos más otras tres de procedencia menorquina indeterminada. La dife-
rencia básica con respecto a las mallorquinas es que solo siete de las cam-
panillas menorquinas provienen de yacimientos funerarios: seis de los hipo-
geos de Cales Coves, Alaior (cuatro del XIX, una del LIX y otra indetermi-
nada), y uno de la Cova dels Grans de Torre Petxina, Ciutadella y el resto son
hallazgos indeterminados o superficiales, fuera de contexto, en ambientes
de habitación de la cultura talaiótica y en algunos muy romanizados, como
uno de los yacimientos de Algaiarens, en Ciutadella, y los tres ejemplares de
Sanitja, en es Mercadal.
Formalmente apenas hay diferencias entre las menorquinas y las mallor-
quinas: misma frecuencia y tipo de decoración externa, idénticos sistemas de
sujeción de los badajos e idénticos o parecidos medios de suspensión. Siendo
también prácticamente idénticas a las que se han encontrado en Ibiza, en
Cerdeña, en Cartago y en muchos otros lugares de la esfera fenicio-púnica.
A efectos de información cronológica de los yacimientos mencionados solo
la llamada Cova dels Grans, ha poroporcionado junto a cientos de cuen-
tas de collar de pasta vítrea muchas de ellas deformadas por el fuego, una
pequeña pátera ática del siglo iv y en Calascoves el hipogeo 19, del tipo III
de los estudiados por Veny aportó dos colgantes zoomorfos con cadenitas de
pequeños eslabones redondos y colgantes esféricos, claramente paleoibéri-
cos y de cronología fiable entre el siglo –vi y el –v. Los antiguos hallazgos
460 Joan C. de Nicolás Mascaró

3 2 N
Sanitja Tirant
Algaiarens
O E

2
Torrenova
Sant Felip Cavalleria 2 S

Torre Vella
3 Talaies Alzina Rafal des 2
Torrellafuda Frares
2
>50
Sant Domingo Torreta
Sant Roc 2
Lloc des Pou Torre Petxina Biniatzen
2 Binigemor
Torre d’en Biniaiet
Son Catlar Galmés 8 Sant Vicent
Fonts Redones 4
Binigaus Vell Talatí de Dalt
Biniac Nou
So Na Caçana
6 Trepucó 3
Procedencia 3 3 Torresolí
Indeterminada Mago
Regana des cans
Biniarroca
Cales Coves Son Vidal
6 2 Lloc Nou
Biniparrell
MENORCA Binicalaf
Biniparratxet
Binibèquer
20 Kms

N
Yacimientos

Gallos de bronce
O E

6 4 Pequeñas labrys de bronce


Gotmar
S
Cometa des Morts Ceràmicas talayóticas con
Son Gallard 2 2 labrys en relieve
2
Ses Copis
Sa Cova 2 Campanillas de bronce
4 Illot des Porros
S‘Alova 3
Cova Monja Son Maimó

Son Fred
8 23 Es Morro Son Ribot
3
Son Bauzà
Son Bosc
7 Son Fornés
4
Son Cresta Son Taixaquet
3 4 4
Son Julià N
3
O E

MENORCA

MALLORCA
50 Kms
MALLORCA

6. Localización de los yacimientos de Menorca y Mallorca mencionados en el texto donde


se han localizado gallos, labrys en miniatura y campanillas de bronce o aleación de cobre.
Gallos, Labrys y campanillas, elementos simbólicos de la religión púnico-talaiótica...461

de la colección Vives y los demás hallazgos descontextualizados no aportan


información sobre posible funcionalidad o cronología.
Es probable, como se ha sugerido, que algunos de los ejemplares puedan
ser romanos y tal vez de época imperial avanzada ya que nunca dejaron de
utilizarse los tintinnabula con fines apotropaicos, pero es muy significativa
la presencia de campanillas en los ambientes funerarios fenico-púnicos y ello
se aprecia, por ejemplo, en dos yacimientos significativos como las necrópo-
lis de Ebusus y de Villaricos.
En las inmediaciones del Puig dels Molins, en la excavación de 1985-
1986 en el solar de la Via Romana, 38, la sepultura n.º 31, expoliada en la
antigüedad, de un niño de 2-3 años, proporcionó una campanilla de bronce
u otra aleación de cobre, de 33 mm. de altura, con perforación para colgar y
badajo, decorada con líneas incisas en la superficie externa (Gómez Bellard
et al., 1990, 115, Fig. 102, 397, Lam 59. Además, en el hipogeo 42 del Puig
dels Molins, cuyo ajuar se puede fechar con bastante seguridad en la primera
mitad del siglo iv a.C. la campanilla n.º 7288, de 26 mm. de altura, es del
tipo más corriente en Ibiza y en las Baleares (Gómez Bellard, 1984, 100-106,
fig. 48,3).
En Villaricos las campanillas están presentes en casi todos los tipos de
sepulturas e hipogeos de la gran necrópolis púnica. En las del grupo D, que
contenían inhumaciones e incineraciones, concretamente en la 832, con
campanilla encontrada entre las cenizas (Astruc, 1951, 44-45 fig. XX, 16).
También en las sepulturas del grupo E, de incineración, como la 310 (Astruc,
1951, 51,fig. XXIII, 9), o la 1725. No faltan en las del grupo F, sepulturas
infantiles en ánforas del grupo H (fig. XXXII, 36 y 38 y XLII, 30 y 32), en
los hipogeos 410, 768 y 1000 (Astruc, 1951, 76) ni en las sepulturas del
grupo J, que contienen a la vez inhumaciones e incineraciones en hipogeos.
Es evidente que tanto Ebusus como Villaricos son un buen espejo para las
campanillas de los ambientes funerarios de las Baleares y casi con toda segu-
ridad de la mayor parte de las que han aparecido en ambientes domésticos sin
contextualizar entre los siglos-iv y –ii.

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LA INTEGRACIÓN DE LAS COMUNIDADES
FENICIAS DE LA PENÍNSULA IBÉRICA
EN EL IMPERIO ROMANO: UN ANÁLISIS
POSCOLONIAL1

Francisco Machuca Prieto2


Universidad de Málaga

Se exponen en este texto las hipótesis de partida y objetivos principales de


nuestra tesis doctoral, cuya lectura está prevista para Mediados de 2017.
Dicho estudio se centra en el análisis del proceso de integración de las comu-
nidades fenicio-púnicas de la Península Ibérica en las estructuras de domina-
ción romanas, desde el final de la Segunda Guerra Púnica (206 a. n. e.) hasta
época de los Flavios (mediados del siglo i de n. e.), partiendo sobre todo
desde una perspectiva cultural e identitaria. Nuestro objetivo principal es
explicar los procesos de construcción/reconstrucción identitaria en el seno de
tales comunidades ligados a su paulatina transformación en ciuitates roma-
nas. De igual manera, aspiramos a superar los enfoques unidireccionales
tradicionales sobre el proceso de «romanización» en la provincia Ulterior-
Baetica, reinterpretando las conocidas persistencias culturales «púnicas»
como reelaboraciones identitarias dentro del mundo romano.

1. El presente artículo ha sido elaborado a partir del póster presentado en el VIII Coloquio
Internacional del Centro de Estudios Fenicios y Púnicos, celebrado en Alicante y
Guardamar del Segura los días 7, 8 y 9 de noviembre de 2013. Este trabajo se enmarca en
el Proyecto de Investigación titulado «La construcción de la identidad fenicia en el Imperio
romano» (HAR2010-14893), dependiente actualmente del Ministerio de Economía y
Competitividad; y en el Grupo de Investigación de Estudios Historiográficos (HUM-394),
de la Junta de Andalucía.
2. Becario FPU. Correo electrónico: machucaprieto@uma.es. Dirección postal: Departamento
de Ciencias Históricas. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Málaga. Campus de
Teatinos, s/n. 29071, Málaga (España).
466 Francisco Machuca Prieto

Antecedentes y nuevas perspectivas


La cuestión que nos ocupa fue tratada extensa y detalladamente a mediados
de los años noventa del siglo xx por el profesor J. L. López Castro (1995;
2007), quien romperá definitivamente con la tendencia a considerar que
tras la llegada de los cartagineses a la Península Ibérica solo habitaban en
ella «púnicos», que además «desaparecen» con la victoria de Roma3. López
Castro, sin embargo, prestará sobre todo atención a los factores económicos
de ese proceso de integración de las comunidades tradición fenicia del sur
peninsular en las estructuras romanas que aquí nos interesa, en consonancia
con las corrientes historiográficas dominantes en la época. Pensamos, en este
sentido, que hoy día existen nuevas circunstancias que hacen conveniente
una revisión del tema. En primer lugar, el conocimiento de la implantación
colonial fenicia en la parte más occidental del Mediterráneo ha experimen-
tado en los últimos años una auténtica revolución, en términos cuantitativos
y cualitativos. En la actualidad, el panorama de la presencia fenicia en la
Península Ibérica se eleva, como poco, hasta el siglo x a. n. e. y se extiende
mucho más allá de Gadir. Asimismo, se ha ido consolidando con fuerza la
evidencia de un intenso poblamiento de gentes de origen oriental en lo que
se considera el núcleo del mundo tartésico, en lugares como El Carambolo,
Carmona, Coria del Río, Montemolín o Huelva. Todo ello, sin duda, cambia
considerablemente el mapa de las comunidades de origen y/o tradición cultu-
ral fenicia en las tierras y costas meridionales del solar peninsular.
Por otra parte, en relación con el componente «púnico», una vez descar-
tados los excesos schultenianos, sabemos que a partir de los años ochenta se
impuso la convicción de que la presencia cartaginesa previa a la conquista de
los Bárquidas no implicaba una ocupación militar o control administrativo
del territorio. En este campo puede haber también importantes novedades.
Los cambios que se van percibiendo desde mediados del siglo iv a. n. e.
tanto en el ámbito fenicio como en el mundo «ibero-turdetano» permiten
plantear una mayor intensidad de la presencia e influencia de Cartago de lo
hasta ahora reconocido, especialmente en el área gaditana y a lo largo del
valle del Guadalquivir (Ferrer Albelda, 2007, 207-208). Estas novedades, en
fin, modifican sustancialmente las bases del análisis histórico-arqueológico
que proponemos, haciendo que nuestro estudio se proyecte no solo sobre
las comunidades de reconocido origen fenicio, como Gadir, Malaca, Sexi
o Abdera, sino también sobre otras poblaciones del interior andaluz, como

3. Hasta ese momento la cuestión de los fenicios del Extremo Occidente bajo poder romano
había sido poco tratada a nivel historiográfico. Destacamos, no obstante, los siguientes
trabajos: Koch, 1976; Bendala, 1981; 1982; Arteaga, 1981; 1985; Tsirkin, 1985.
La integración de las comunidades fenicias de la península Ibérica en el imperio...467

Figura 1: Mapa de las ciudades de tradición fenicio-púnica de la Península Ibérica a


mediados del siglo i de n. e. (época imperial). Elaboración propia.

Carmo, en la que efectivamente se documenta una temprana presencia feni-


cia (Fig. 1).
Junto a estos factores, la novedad y originalidad de nuestra tesis doctoral
radican en el enfoque y en los fundamentos teóricos que lo sustentan. De este
modo, prestamos especial atención a los procesos de construcción y decons-
trucción identitaria ligados a la integración de las citadas comunidades feni-
cias en la esfera de Roma, intentando llevar a cabo al mismo tiempo una
revisión crítica del concepto «romanización», que ha sido tradicionalmente
entendido como un transferencia unidireccional entre una cultura civiliza-
dora y otra receptora, idea que en los últimos años ha empezado a ponerse en
duda gracias, entre otras cosas, a la influencia de las teorías poscoloniales.
Creemos que la aplicación a procesos históricos como el que aquí tratamos
de ciertos postulados provenientes del extenso campo que constituye el pos-
colonialismo4 nos abre un abanico de grandes posibilidades, puesto que este
tipo de aproximaciones teóricas han roto con la concepción esencialista de
las identidades y, por otro lado, contribuyen a que por fin se tengan en cuenta

4. El poscolonialismo se caracteriza básicamente por intentar representar las situaciones,


contextos y estructuras coloniales de una forma diferente a la visión tradicional que,
además de ser excesivamente eurocéntrica, daba por hecho que colonizador y colonizado
eran entidades avocadas a permanecer siempre disociadas, confrontadas y segregadas. No
se trata, sin embargo, de un campo estanco. El poscolonialismo es una posición teórica
multidisciplinar que desde diversos ámbitos –­ materialismo histórico, posestructuralismo,
deconstrucción, psicoanálisis, teorías feministas– busca subvertir la perspectiva
colonizadora y generadora de estereotipos de los occidentales mediante un proceso de
revisión y análisis centrado principalmente en el conocimiento producido sobre las colonias
y en las interpretaciones de la relación colonial. Una completa síntesis sobre el origen,
desarrollo y naturaleza de los estudios poscoloniales es Young, 2001.
468 Francisco Machuca Prieto

aspectos como las realidades intermedias, los procesos de hibridación cultu-


ral y el papel activo de la agencia local. No se trata ya únicamente de crear
historias alternativas que vengan a solventar las omisiones deliberadas de
la historiografía, sino también de evidenciar, en nuestro caso concreto, las
diferencias que pueden existir entre unos grupos sociales y otros a la hora de
«convertirse en romano» y de comprender cómo incidió la cultura griega y
romana en la representación que sobre sí mismos llegaron a tener los propios
fenicios de la Península Ibérica.
Atendiendo a todo ello, presentamos en este trabajo una serie de argu-
mentos, aún en fase de desarrollo, que nos permiten plantear la posibilidad
de que, tras la llegada en las últimas décadas del siglo iii a. n. e. de Roma a
la Península Ibérica, tuviera lugar entre las comunidades de origen fenicio-
púnico un proceso de construcción/reelaboración identitaria que debió estar
muy vinculado a su progresiva integración en las estructuras del nuevo poder
romano. Las categorías étnicas «fenicio» y «púnico» no tienen su origen
en el seno de las poblaciones a las que aluden, sino que son un producto
fundamentalmente de época romana. La génesis de este fenómeno, no obs-
tante, puede ser ya rastreada en los años previos de dominación cartaginesa,
razón por la cual creemos necesario comenzar nuestra investigación par-
tiendo ante todo de una revisión de los paradigmas más clásicos sobre el
proceso histórico de los fenicios que habitan en el sur de la Península Ibérica,
tomando como principal punto de partida los antecedentes de la llegada de
los Bárquidas a Iberia.

Hipótesis de partida
Puede decirse que, en las últimas tres décadas, el péndulo historiográfico
respecto a la actuación de Cartago en los territorios peninsulares con anterio-
ridad a la conquista del general Amílcar en 237 a. n. e. ha oscilado entre dos
extremos divergentes. El debate principalmente se ha centrado, como bien
señala E. Ferrer Albelda (1996a, 124), en conocer si hubo «imperialismo
o hegemonía, más o menos influencia cartaginesa en el mundo púnico de
Iberia». El problema, derivado de la naturaleza fragmentaria de las fuentes
grecolatinas y en el lento, aunque progresivo, avance de la investigación
arqueológica, hay que buscarlo en los posicionamientos drásticos: no se
puede sobredimensionar el papel que Cartago jugó en suelo hispano, pero
tampoco minimizarlo y hacer su presencia casi inexistente hasta el desem-
barco de Amílcar, en un intento no del todo ilógico por erradicar las tesis más
clásicas sobre el violento final de Tarteso y el hostil imperialismo ejercido
por los cartagineses, que fueron caracterizados durante largo tiempo como
La integración de las comunidades fenicias de la península Ibérica en el imperio...469

un pueblo bárbaro, codicioso, impío y corroído por la envidia, fruto ello


de una persistente corriente de antisemitismo y desprestigio de lo oriental
imperante en toda la historiografía europea desde al menos la Edad Media y
cuyas bases se asientan en los propios textos grecolatinos5. ¿Pueden explicar,
por ejemplo, las escasas tres décadas de dominación bárquida la fuerte pervi-
vencia de elementos púnicos en el Bajo Guadalquivir y la bahía de Cádiz en
época romana? En relación con ello, no son pocos los estudiosos que en los
último años han planteado abiertamente la idea de una clara intensificación
de los intereses económicos y la presencia cartaginesa en estas tierras durante
los siglos iv y iii a. n. e. (López Pardo y Suárez, 2002; Ferrer Albelda, 2007;
Ferrer Albelda y Pliego, 2010). De hecho, dentro de esta nueva línea de inter-
pretación, se viene postulando también la posibilidad de que las relaciones
gaditano-cartaginesas a lo largo de estas dos centurias se dieran más bien en
un contexto de rivalidad creciente a causa del control comercial y marítimo
de la zona atlántica, no estando presididas por lazos de eterna amistad, con-
fianza y alianza natural, como siempre se ha asumido en base a pretendidos
elementos de afinidad étnica (Mederos y Escribano, 2000; Álvarez, 2006;
2013, 774).
De esta manera, nuestra hipótesis de partida contempla, en relación con
la presencia prebárquida en Occidente, que la revuelta de los mercenarios y la
insurrección líbica tras la Primera Guerra Púnica (264-241 a. n. e.), que da ori-
gen a las sonadas defecciones de Útica y Bizerta, pudiera haber tenido parale-
los entre las comunidades fenicias peninsulares, de ahí la llegada de Amílcar
(Álvarez, 2006; Frutos Reyes y Muños Vicente, 2008, 259). La idea de que a
partir del siglo iv a. n. e. la presencia y los intereses de Cartago en el Extremo
Occidente se intensifican no resulta incompatible con el modelo hegemónico
(Whittaker, 1978; López Castro, 1991a; 1991b; González Wagner, 1994),
como han pretendido demostrar E. Ferrer Albelda y R. Pliego, para quienes
se iría produciendo, en lo referente al sur de la Península Ibérica, un cambio
gradual en la epikrateia de los cartagineses, que se verán en la necesidad de
defender más activamente sus intereses en Iberia ante el hostigamiento que
por parte de los indígenas del interior andaluz sufrían las comunidades feni-
cias con las que se habían coligado, especialmente Gadir (2010, 551-553).
En efecto, contamos con un par de testimonios clásicos que hablan de un
ataque a la ciudad gaditana por parte de los pueblos vecinos (Iust., XVIL,
5, 1-5; Macr., Sat., I, 20, 13). Gracias a la protección que prestaba a las

5. La imagen negativa que tenían los autores grecolatinos sobre los cartagineses y los fenicios,
aunque constituye una idea que no podemos rechazar completamente, ha sido objeto de
matizaciones en los últimos años (Gruen, 2010, 115-140).
470 Francisco Machuca Prieto

comunidades de origen fenicio, que previamente habría quedado estipulada


mediante la firma de un tratado, Cartago se aseguraba el suministro de meta-
les preciosos, salazones y mercenarios. El punto de inflexión, sin ningún tipo
de duda, lo constituye el tratado romano-cartaginés de 348 a. n. e. Ante el
auge de los piratas en el Mediterráneo y buscando limitar las actividades eco-
nómicas de Roma en sus áreas de influencia, Cartago endurece los términos
de este segundo tratado y prohíbe a los romanos navegar, comerciar y fundar
ciudades más allá de Mastia Tarseion (Polb., III, 24)6. Cartago, como poder
hegemónico, tendría potestad para legislar en nombre de sus aliados situados
en el área del Estrecho de Gibraltar. No obstante, cabe apuntar que este papel
rector de los tratados internacionales que los cartagineses se arrogan para sí
no iba, en principio, en detrimento de la autonomía política de las respectivas
poleis de la costa andaluza, efectiva sobre todo en el caso gaditano (Ferrer
Albelda, 1998, 40-42; 2006a). Estas ciudades fenicias del litoral mediterrá-
neo, aunque aliadas, terminarían por no aceptar de buen grado, con el correr
de los años, ese mayor control que Cartago ejercía sobre ella al menos desde
el siglo iv a. n. e. La ayuda prestada por los cartagineses acabó convirtién-
dose en una imposición, una pesada carga por la imposibilidad de sustraerse
de ella. Por consiguiente, esta mayor presencia de la potencia norteafricana
en la parte más occidental del Mediterráneo a la que venimos aludiendo, que
pudo aparejar incluso el establecimiento de ciertas infraestructuras milita-
res (Pliego, 2003), acabará originando fricciones comerciales y políticas con
sus aliados. El comercio gaditano, desde esta nueva óptica, habría resultado
seriamente dañado a finales el siglo iv a. n. e. por las disposiciones conte-
nidas en el segundo tratado romano-cartaginés, al quedar los norteafricanos
como los únicos intermediarios en la comercialización del garum y el estaño
hacia el Mediterráneo (Mederos y Escribano Cobo, 2000, 91-97).
Esta situación de tensión, según creemos, se revela idónea para la acti-
vación de ciertos mecanismos de afirmación identitaria de tipo étnico. Las
seres humanos no nacemos con una identidad asumida o previamente otor-
gada, sino que vamos tomando conciencia de ella paulatinamente. La iden-
tidad es resultado de un proceso sempiterno de identificación en base a las
semejanzas y diferencias que percibimos en las personas que nos rodean
(Jenkins, 2008, 17), el cual tiene lugar fundamentalmente en contextos y
situaciones que interpelan a esa identidad. Esto convierte en necesario nues-
tra propia representación y la representación del mundo en que vivimos con
el fin último de comprender la realidad que nos circunscribe para poder

6. Aceptamos sin ningún tipo de duda la localización peninsular de Mastia y Tarseio, que
serían dos regiones del litoral mediterráneo andaluz (Ferrer Albelda, 2006b, 2002-2003).
La integración de las comunidades fenicias de la península Ibérica en el imperio...471

ubicarnos en ella. Así, es posible que las identidades tengan muchísimo más
que ver con la pregunta «adónde vamos» que con «de dónde venimos»; a
pesar de que constantemente apelan a la historia, a los usos y costumbres, a
la lengua y las tradiciones, la afirmación identitaria de un sujeto individual
o un grupo humano se produce únicamente cuando tiene lugar la utilización
de tales recursos. En ese momento irrumpe un juego ficticio y simbólico de
clasificación, sustentado en ese doble reconocimiento de lo propio y de la
alteridad ya aludido, el cual, consciente o inconsciente, no anula los efectos
discursivos ni la capacidad política de la identidad, de ahí su irreductibilidad.
La semejanza y la diferencia pueden ser imaginarias, pero nunca imaginadas
(Jenkins, 1997, 168). En efecto, cuando dos o más grupos humanos entran en
competición y las tensiones afloran entre ellos –guerra, migraciones, lucha
por los recursos–, la identidad étnica adquiere una fuerza inusitada (Cardete,
2009; Fernández Götz y Ruiz Zapatero, 2011). De esta manera, volviendo al
tema que nos ocupa, es posible que Gadir y las demás comunidades fenicio-
púnicas del sur de Iberia aprovecharan los problemas que los cartagineses se
encuentran en sus territorios africanos después de la Primera Guerra Púnica
para zafarse de Cartago, cuyo control desde mediados del siglo iv a. n. e. era
cada vez más intenso. La etnicidad, hay que tenerlo presente, requiere en
todos los casos un poder político que formalice, promueva y sostenga sus
reivindicaciones identitarias de tipo genealógico y territorial (Cardete, 2009,
32).
Polibio nos cuenta que después de establecer la normalidad en África,
el general Amílcar «tomó bajo su mando el ejército y a su hijo, que a la
sazón tenía nueve años de edad y, una vez hubo cruzado por las columnas
de Hércules, recobró los intereses que Cartago poseía en Iberia» (II, 1, 5-6;
trad. de A. Díaz Tejera). El historiador de Megalópolis da así a entender que
Cartago ejerció su control con anterioridad al año 237 a. n. e. sobre una parte
que queda sin especificar del solar ibérico, aunque a partir de un determinado
momento habían dejado de hacerlo. Nada dice acerca de cómo, cuándo y por
qué perdieron los cartagineses ese control. Por esta razón, la historicidad de
este pasaje, al que debemos unir otra famosa referencia polibiana en la que,
al contextualizar el origen y causas de la Primera Guerra Púnica, nuestro
autor cita a Iberia entre las posesiones territoriales de Cartago (I, 10, 5), es
puesta en duda por algunos investigadores, aludiendo al marcado carácter
propagandístico en favor de los Escipiones, líderes de la ofensiva romana
contra los cartagineses, que tiene la obra de Polibio (González Wagner, 1994
12; Barceló, 2006, 113-114). La hipótesis arriba planteada, empero, abre un
nuevo camino interpretativo para ambos testimonios, pues si los ponemos
en relación con el citado enconamiento de las relaciones entre Cartago y
472 Francisco Machuca Prieto

sus aliados peninsulares podríamos llegar a inferir que un eventual levanta-


miento de las ciudades fenicias del mediodía ibérico conllevó la perdida de
ciertos territorios o intereses de Cartago, desembocando ello en la llegada
de Amílcar Barca con el fin de recuperarlos en 237 a. n. e. Contamos, igual-
mente, con una sorprendente noticia que sobre la invención del ariete durante
un asedio a Gadir por parte de los cartagineses nos trasmiten el ingeniero
griego Ateneo el Mecánico (IV, 9, 3) y Vitruvio (X, 13, 1-2), dos autores de
la segunda mitad del siglo i a. n. e. Pocos son los investigadores que aceptan
hoy día la idea de que los cartagineses atacaran la Gadir fenicia, dado que
ello deduciría una ilógica situación de lucha fratricida, pero si consideramos,
como aquí hacemos, que la implantación territorial cartaginesa emprendida
por los Bárquidas sí pudo implicar enfrentamientos tanto con Gadir, cabeza
del mundo semita peninsular, como con las demás comunidades fenicias del
Extremo Occidente7, esta información podría estar haciendo referencia a
algún episodio de confrontación bélica entre el año 237 a. n. e. y el final de
la Segunda Guerra Púnica (218-206 a. n. e.), como apunta M. Álvarez (2006,
140). No hay que olvidar, según informa Tito Livio, que la ciudad gaditana,
aunque era considerada aliada y amiga por Magón (XXVIII, 37, 2), durante
toda la contienda estuvo ocupada por las tropas cartaginesas, al frente de las
cuales se encontraba un praefectus (XXVIII, 23, 7 y XXVIII, 30, 4).
Resulta especialmente interesante, asimismo, tener en cuenta que las
acuñaciones gaditanas realizadas a lo largo del siglo iii a. n. e. parecen mos-
trar un evidente componente étnico de carácter claramente diferenciador res-
pecto a Cartago. Se ha señalado que, desde un temprano momento, las mone-
das de bronce de Gadir, aunque siguen el patrón metrológico cartaginés y
no se alejan excesivamente de los modelos hegemónicos, introducen ciertos
matices que van, poco a poco, marcando una clara diferencia con las normas
imperantes en la propia Cartago (Chaves, 2009, 348). El propio hecho de
acuñar moneda constituye ya, por sí mismo, un acto de reafirmación local e
independencia muy importante. Es más, las emisiones de plata, cuyo inicio
viene marcado temporalmente por la llegada de los Bárquidas (Mora, 2007,

7. Según E. Ferrer Albelda, no hay noticias en las fuentes literarias de luchas entre Cartago
y los fenicios del sur de Iberia, denominados «mastienos» por los escritores griegos hasta
tiempos de la Segunda Guerra Púnica, por lo que los términos ἀνεκτᾶτο –«recuperar»,
«restaurar»– y πράγματα –«intereses», «posesiones»– de Polibio no estarían aludiendo
a los territorios costeros de raigambre semita, sino a las regiones interiores y las vías
de comunicación de las que dependía especialmente el suministro de metales (1996b,
123). M. Álvarez piensa, sin embargo, que el etnónimo «tartesios» que usan autores de
época romana como Diodoro Sículo y Tito Livio es utilizado para designar también a las
poblaciones fenicias de la Península Ibérica, no exclusivamente, como se da por supuesto,
a comunidades ibéricas (2006, 136; 2009).
La integración de las comunidades fenicias de la península Ibérica en el imperio...473

417), introducen referentes étnicos de carácter específico, puesto que siguen


patrones locales e incluyen las leyendas MHLM / ‘GDR y MP’L / ‘GDR, que
constituyen una manifiesta afirmación de su identidad cívica al ser transcri-
tas como «moneda de Gadir» o «acuñación de los ciudadanos de Gadir», lo
que no es frecuente dentro del ámbito púnico. F. Chaves, con una hipótesis
cercana a las de otros investigadores recogidas en este trabajo, apunta que
probablemente la derrota cartaginesa en la Primera Guerra Púnica fuera un
momento muy oportuno, a tenor de los datos numismáticos referidos, para
que los gaditanos intentaran recuperar sus viejas glorias comerciales (2009,
339). Así, centrando ya nuestra atención en la Segunda Guerra Púnica, pen-
samos que no son pocas las razones que nos permiten plantear de manera
abierta que las comunidades fenicias de Iberia no apoyaron incondicional-
mente –al menos no lo hicieron siempre– a Cartago, ciudad con la que man-
tendrían, según la opinión más extendida, unos fuertes lazos identitarios por
su origen tirio común y por pertenecer a la misma koiné cultural. La rendi-
ción a los romanos de Gadir en condiciones muy favorables apuntaría, de
hecho, a la inexistencia de buenas relaciones entre los cartagineses y las ciu-
dades fenicio-púnicas del Extremo Occidente durante la guerra contra Roma.
Dicho todo esto, la hipótesis principal de nuestra tesis doctoral, cuyos
fundamentos están siendo presentados en este trabajo, no es otra que la con-
templación de un temprano e intenso desplazamiento político de las comu-
nidades fenicias peninsulares hacia la órbita y los intereses de Roma, acom-
pañado de una paralela adaptación e integración de sus élites políticas y ciu-
dadanas en las estructuras de poder de los romanos. Planteamos que, desde
el fin de la Segunda Guerra Púnica (206 a. n. e.) en adelante, se pudo haber
gestado entre las comunidades de tradición fenicio-púnica de Occidente un
discurso identitario nuevo, repleto de contenido fenicio, a la misma vez que
se va produciendo su paulatina integración en las estructuras políticas del
mundo romano. Esta nueva estrategia identitaria estaría condicionada por la
necesidad de dichas élites ciudadanas, ya bajo el poder directo de Roma tras
la victoria de Escipión el Africano sobre los cartagineses, de consolidar sus
posiciones de hegemonía en el seno de sus propias comunidades políticas
y, a la misma vez, garantizar su progresiva integración en las estructuras
romanas. La formación de esta nueva identidad estaría vinculada a la reela-
boración de historias, leyendas y tradiciones sobre el origen de estas comuni-
dades fenicio-púnicas, es decir, a la búsqueda de elementos de antigüedad y
prestigio, apareciendo la figura de Melqart, su principal divinidad, como un
componente central dentro del proceso, así como también la ciudad de Tiro,
de donde proviene. Las monedas de Gadir nos sirven, otra vez, de ejemplo:
Melqart aparece hasta época imperial entre los tipos más destacados de las
474 Francisco Machuca Prieto

acuñaciones gaditanas a modo de referente étnico o emblema urbano, acom-


pañado por lo general de la representación de atunes y delfines, muestra de
su riqueza marítima (Alfaro, 1988). La efigie del dios tutelar fenicio está
también presente en los anversos de las monedas de Seks y Abdera hasta
bien entrado el siglo i a. n. e. Hay que tener en cuenta, por otro lado, que
esta identidad fenicia a la que estamos aludiendo se expresa, por lo general,
a través de categorías étnicas como phoinix-phoínikes, phoenix-phoenices
o, de forma menos frecuente, poenus-poeni, términos usados por los auto-
res grecolatinos para referirse a dichas comunidades de origen oriental que
son aceptados posteriormente por estas para autodefinirse, una vez están ya
integradas en Roma. Estaríamos, por tanto, ante una construcción identitaria
que se da dentro del ámbito romano, aunque basada en elementos mucho
más antiguos con el fin, al menos en el caso de las élites, de lograr una posi-
ción favorable en la recomposición de poderes y jerarquías de Roma y su
imperio a partir de finales del siglo iii a. n. e. Como ponen de manifiesto las
aproximaciones poscoloniales, para la existencia de un «yo» se requiere un
«Otro». Sin embargo, debemos tener claro que no se trataría de una reacción
identitaria en oposición a «lo romano», sino al revés: la reivindicación de un
origen y unas tradiciones culturales cargadas de antigüedad debieron ser una
forma excepcional de alcanzar honor y prestigio dentro de un mundo romano
inmerso de lleno en el contexto cultural e ideológico del helenismo.

Objetivos
Los objetivos generales que con esta investigación nos hemos propuesto son:
1) analizar el proceso histórico de integración de las comunidades fenicio-
púnicas de la Península Ibérica en las estructuras de Roma, con especial
atención a su proyección en el registro arqueológico; 2) explicar la persis-
tencia de elementos culturales fenicio-púnicos en la Bética romana en tér-
minos políticos e identitarios; 3) valorar la posible formación de discursos
identitarios basados en la recuperación del pasado fenicio como estrategia
de integración en el mundo romano de ciertas comunidades de la Ulterior-
Baetica; y 4) vincular las transformaciones urbanas y monumentales que
experimentan las ciudades púnicas del sur peninsular desde el momento de
su integración en Roma hasta mediados del siglo i de n. e. a procesos de ree-
laboración identitaria. Profundizaremos en algunos de estos aspectos en los
párrafos siguientes.
Es sabido que las estrategias de dominación romanas suelen pasar por
la complicidad con las élites indígenas. Las informaciones de las fuentes
literarias documentan, en el caso que nos ocupa, una temprana y cualitativa
La integración de las comunidades fenicias de la península Ibérica en el imperio...475

integración en el mundo romano de las élites fenicio-púnicas peninsulares,


especialmente las gaditanas. El ejemplo más conocido, sin duda, es la familia
de los Balbo, cuyo miembro más ilustre, Lucio Cornelio Balbo, acabaría con-
virtiéndose en el año 40 a. n. e. el primer cónsul romano de origen provincial
(López Castro, 1995, 278). Al mismo tiempo, sin embargo, cada vez se nos
revela más evidente el fuerte «componente fenicio» que desde los puntos de
vista arqueológico y numismático presenta todo el entorno de la bahía de
Cádiz en época republicana y alto-imperial (Niveau de Villedary y Blanco
Jiménez, 2007; Vaquerizo, 2010, 147; Arévalo, 2011-2012; Mora, 2013,
151). Algo parecido se observa en otras ciudades de clara raigambre fenicia,
como Baelo Claudia, donde como sucede en la propia Gades aparecen una
elevada cantidad de tumbas rematadas por cipos y estelas en forma de betilo
(Jiménez, 2007; Prados, 2011), o Carmo, en cuya necrópolis altoimperial la
continuidad púnica parece estar fuera de toda duda (Bendala, 2002). Resulta
fundamental, de este modo, explicar este fenómeno de fuertes pervivencias,
que es incluso aludido indirectamente por Estrabón (III, 2, 13), centrando
sobre todo nuestra atención en el aspecto identitario. En este sentido, pensa-
mos que la integración de las comunidades fenicias de la Península Ibérica
en el mundo romano no tendría que estar necesariamente ligada a la imi-
tación de «lo romano». Pudo haberse dado una reivindicación de «lo feni-
cio», no como una reacción a «lo romano», sino más bien como una «forma
fenicia de ser romano». Estaríamos hablando, en términos poscoloniales, de
entender cómo los griegos y romanos representan al «Otro», pero también
de cómo esa otredad da forma a una imagen autorreferencial utilizando los
instrumentos que exteriormente se ponen a su disposición (Gruen, 2010).
Esto significa aceptar, en fin, que a la hora de construir la identidad los meca-
nismos de autodefinición y los de heteropercepción se sitúan en un mismo
nivel. En los contextos coloniales esto es, si cabe, mucho más evidente: la
identidad del colonizado la mayoría de las veces se encuentra enormemente
condicionada por la mirada del colonizador (Said, 1978; Fanon, 2009), que
suele adquirir una función materna y cuidadora, como expresan fórmulas del
tipo «madre patria». La llegada a la Península Ibérica de los romanos supone,
como sabemos, un reordenamiento territorial que origina importantes cam-
bios en el mapa étnico peninsular, como previamente lo había hecho la cada
vez más intensa presencia a partir del siglo iv a. n. e. de los cartagineses que
culmina con la invasión de Amílcar Barca.
Se observa con cierta claridad, coincidiendo con la monumentalización y
los cambios que a nivel urbanístico experimentan a finales del siglo i a. n. e.
las ciudades del sur peninsular, muestra de su cada vez mayor integración en
el mundo romano, que la cultura material y sobre todo las prácticas funerarias
476 Francisco Machuca Prieto

evidencian todavía una gran vinculación con las tradiciones fenicias, lo cual
estaría poniendo de manifiesto que ciertos marcadores étnicos seguían ple-
namente activos como forma de expresión identitaria en un contexto híbrido,
abierto y heterogéneo (Jiménez, 2008). Como ya hemos apuntado más arriba,
los nuevos enfoques que en las últimas décadas han sido incorporados desde
el campo de la teoría poscolonial (Bhabha, 2002; Van Dommelen, 2008),
que en todo caso deben ir acompañados de estudios histórico-arqueológico
concretos, nos aportan interesantes posibilidades de reflexión para abordar
el estudio de la identidad/identidades en la Antigüedad. En las situaciones y
contextos coloniales es muy difícil establecer una separación neta entre colo-
nizadores y colonizados, entre los que existe una línea difusa, cambiante, en
torno a la cual se produce un constante proceso de negociación conjunta que
da lugar al surgimiento de toda una serie de híbridos y mestizos culturales.
Ello vendría a romper, como también ya se ha dicho, con las clásicas con-
cepciones acerca de la «romanización», que generalmente ha sido entendida
como un trasvase cultural unidireccional o como un proceso de aculturación
paulatino a través del cual las «esencias romanas» acaban siendo adquiridas
por las comunidades conquistadas.
Por tanto, en nuestro trabajo nos estamos dedicando a analizar qué sig-
nifica en términos políticos, culturales y, sobre todo, identitarios, el intenso
carácter «fenicio-púnico» que documentan los arqueólogos en la cultura
material de las ciudades del litoral meridional de la Península Ibérica, muchas
de las cuales se tienen por muy «romanizadas». Gadir, Malaca, Abdera o
Sexi no dejan de ser ciudades fenicias cuando quedan bajo la órbita de Roma
a finales del siglo iii a. n. e. Junto a los materiales romanos, cada vez se
encuentran más producciones locales que cronológicamente se mantienen
hasta bastante bien entrado el siglo i de n. e. Ello indudablemente nos habla
de una manifiesta perduración de las tradiciones y creencias anteriores a la
conquista romana. Las amonedaciones de origen fenicio-púnico constituyen,
en este sentido, unos documentos de primera categoría desde el punto de
vista identitario que aquí pretendemos remarcar por su carácter de expresión
cívica y, además, por ofrecer algunos de los mejores ejemplos de escritura
«neopúnica» (Fig. 2).
Con seguridad sabemos, según se desprende de varios grafitos encontra-
dos en Malaca, Sexi o Abdera, que hasta época imperial se siguió hablando y
escribiendo púnico en estas ciudades (Gran-Aymerich, 1991, 93-94; Molina
Fajardo, 1986, 208), por lo que el peso de las comunidades fenicias debía
ser todavía importante en un período, en la que Hispania en general y la
Bética en particular, llevaban ya tiempo integradas dentro de las estructu-
ras socio-políticas y estatales de Roma (Fig. 3). Tomando como principal
La integración de las comunidades fenicias de la península Ibérica en el imperio...477

Figura 2: Moneda de bronce de la ceca de Malaca, con cabeza de Vulcano en el anverso


acompañado de la leyenda neopúnica MLK’ y unas tenazas; en el reverso aparece, de frente,
el busto de Helios-Sol con aureola de rayos. Fue acuñada entre la primera mitad del siglo ii y
principios del i a. n. e. Número de inventario: MAN 1993/67/985. Esta moneda se corresponde
con los números 20-47 (Período II, Serie 2.ª) de Campo y Mora, 1995.

punto de partida la imagen positiva de los fenicios que encontramos en la


Geografía de Estrabón, M. Álvarez (2012) ha demostrado, por un lado, que
ciertos referentes culturales y literarios que el geógrafo de Amasia asocia
a la Turdetania son de clara tradición fenicia y, por otro, que dicha imagen
positiva, que alude a un célebre pasado civilizador y a una cultura altamente
refinada, acaba siendo aceptada como nuevo marco identitario por las comu-
nidades de origen fenicio o influenciadas por la cultura fenicio-púnica ya
bajo la dominación romana de la Península Ibérica como forma de legitima-
ción e integración política recurriendo a elementos de antigüedad y prestigio.
Estaríamos ante un clarísimo ejemplo de que esas pervivencias ya aludidas
se complementan, posiblemente, con fenómenos de reinvención o reelabora-
ción identitaria (Álvarez, 2012, 54). Justo a la misma vez, en la otra parte del
Imperio, hallamos a Filón de Biblos, autor fenicio que entre los siglos i y ii de
n. e. reivindicará con orgullo en su Historia Phoenicia la superioridad cultu-
ral que los fenicios alcanzan en el pasado frente a los griegos para realzar su
propia identidad en un contexto político totalmente romano y culturalmente
helenizado (Bohak, 2005).
Así las cosas, resulta muy difícil enmarcar dentro de categorías estancas
a poblaciones asentadas en estas latitudes desde al menos el siglo viii a. n.
e. No cabe ninguna duda de que, en el momento de la confrontación entre
cartagineses y romanos, debe ya considerase nativas a las comunidades feni-
cias de la Península Ibérica. Recurriendo de nuevo a la teoría poscolonial,
este problema podría resolverse si desechásemos las oposiciones binarias
478 Francisco Machuca Prieto

Figura 3: Fragmentos de cerámica (dos campanienses del tipo A y una pieza de terra
sigillata) con caracteres neopúnicos procedentes del entorno del teatro romano de Malaca.
Estos tres fragmentos cerámicos se fechan entre el siglo ii a. n. e. y principios del i de n. e.
Composición propia a partir de los dibujos realizados por Gran-Aymerich, (1991, 291).

del tipo «nosotros»/«ellos» que han perpetuado las propias fuentes grecola-
tinas y la historiografía europea tradicional (Van Dommelen, 1998) y aten-
demos a nuevos espacios intermedios de enunciación (Bhabha, 2002). Como
apuntan algunos estudiosos, resulta complicado aceptar ya que todas las for-
mas culturales calificadas como «romanas» proviniesen de la propia Roma
(Gosden, 2008, 126). Aquí, como hemos apuntado con anterioridad, plantea-
mos abiertamente la hipótesis de que las comunidades fenicio-púnicas bajo
poder de Roma construyeron discursos identitarios propios recurriendo a su
«pasado fenicio» y a elementos culturales identificables como «fenicios».
Ello, sea como fuere, pasa por vincular dicho fenómeno con las necesidades
de legitimación política de las élites de las comunidades de tradición fenicia,
inmersas en el complejo juego de oposiciones y agregaciones identitarias
que sustentan las estructuras ideológicas del Imperio romano. Buscamos, de
esta manera, contrastar si se buscaba así lograr una buena posición dentro del
Imperio romano, notablemente flexible en su capacidad de integración de las
élites de las comunidades conquistadas. Sin embargo, como también ya se
ha señalado, la construcción de estas identidades de tipo ciudadano, de fuerte
componente fenicio, no se opondría excluyentemente a la identidad romana,
sino que se integrarán más bien dentro de la compleja galería de identidades
sostenedoras del edificio imperial.
La integración de las comunidades fenicias de la península Ibérica en el imperio...479

En fin, los cambios que resultan de la llegada de Roma a la Península


Ibérica generan la aparición de nuevos marcos identitarios a partir de la ree-
laboración/reinvención por parte de las comunidades nativas de algunos de
sus propios referentes culturales, étnicos, sociales e ideológicos, los cuales
acaban integrándose en el discurso romano hegemónico para dar lugar a una
cultura y una identidad híbridas. G. Woolf, en este sentido, piensa que la
cultura imperial no era uniforme; es más oportuno, según su opinión, conce-
birla «como un sistema estructurado de diferencias», con múltiples variables
dependiendo de la región, la clase social, la edad, el género, etcétera (1997,
341). Por consiguiente, como hemos estado viendo a lo largo de este trabajo,
podemos llegar a concluir que la «romanización» vino a ser resultado de
un proceso mucho más complejo que la simple sustitución de una cultura
por otra, creando formas culturales e identitarias híbridas a nivel local. Las
identidades, desde el punto de vista aquí planteado, no son algo natural que
surge y se desarrolla independientemente de los individuos y las sociedades;
tampoco podemos decir que permanezcan estables a lo largo del tiempo, si
no que por el contrario son dinámicas y cambiantes. Las identidades étnicas
son, en definitiva, construcciones históricas resultado de complejos procesos
sociales, culturales y políticos que no siempre coinciden con los límites terri-
toriales definidos. E. Said, siguiendo esta línea, sentenciará que «del mismo
modo que los seres humanos hacen su propia historia, los pueblos también se
hicieron sus identidades étnicas y sus culturas» (1996, 515).

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LA CARTEIA PÚNICA (SAN ROQUE, CÁDIZ).
APROXIMACIÓN AL ESTUDIO DE LA URBE Y
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Helena Jiménez Vialás


CNRS, TRACES UMR 5608, Université de Toulouse
Universidad Autónoma de Madrid

Una urbe y su territorio: Carteia y la bahía de Algeciras


La bahía de Algeciras, flanqueada por el peñón de Gibraltar al este y las cos-
tas de Algeciras al oeste, forma un amplio arco que envuelve por tres de sus
lados un espacio marino de más de 6.000 ha., con profundidades que superan
los 200 m y que la convierten en un inmejorable puerto natural. Esas mag-
níficas condiciones portuarias y su excepcional ubicación en la orilla norte
del estrecho de Gibraltar, a tan solo 20 km de las costas africanas y con un
perfecto control visual de la navegación entre el Mediterráneo y el Atlántico,
la convirtieron desde época fenicia en centro de fenómenos históricos como
la colonización, la segunda guerra púnica o la conquista romana (fig. 1).
Además, la proximidad de las agrestes sierras del Parque Natural de los
Alcornocales ha concentrado tradicionalmente el poblamiento en torno a
la costa, tanto en la misma franja litoral como a lo largo de las vegas de
los principales ríos, el Guadarranque y el Palmones. Ambas circunstancias,
idoneidad para el poblamiento y cualidades portuarias, quedan hoy refleja-
das en el Área metropolitana de la bahía de Algeciras, con más de 300.000
habitantes entre las poblaciones de Algeciras, Los Barrios, San Roque y la

1. Este trabajo es el resultado de nuestra investigación doctoral dedicada al territorio de


Carteia, financiada con una beca FPU (AP2006-02502) del Ministerio de Educación y
desarrollada en el marco del Proyecto Carteia y el Grupo de Investigación «Territorio,
Arqueología y Patrimonio en el Campo de Gibraltar» (HUM F-076) de la Universidad
Autónoma de Madrid.
484 Helena Jiménez Vialás

1. Ubicación de la bahía de Algeciras y Carteia.

Línea de la Concepción, a los que hemos de sumar los 30.000 de Gibraltar


(Territorio Británico de Ultramar). Un importante peso demográfico que está
íntimamente ligado al foco económico que constituye la Autoridad Portuaria
Bahía de Algeciras, segundo puerto del Mediterráneo y sexto de Europa en
mercancías y viajeros en 20132.
Y de igual manera que podríamos considerar hoy a Algeciras «capital»
de la bahía, como lo fue Gibraltar en época moderna, la ciudad de Carteia
está indisolublemente unida a esta geografía, al haber sido su primera y prin-
cipal protagonista urbana en la Antigüedad. Es por ello el centrar nuestra
atención, en este trabajo, en el hito que marcó el inicio de la vida urbana en
estas tierras: el momento y circunstancias del surgimiento y consolidación
de la ciudad, entendida esta como concepto que aglutina urbe y territorio.
Dicho de otro modo, abordaremos aquellos aspectos que permiten identificar
el proceso de progresiva apropiación de las tierras de la bahía por parte del
Cerro del Prado –Carteia «la vieja»– en primer lugar, y de forma definitiva
por Carteia «la nueva» desde el s. iv a.C.
Si bien el fenómeno de consolidación de un horizonte urbano en las ciu-
dades púnicas del Estrecho viene situándose en líneas generales hacia el s.
vi a.C., en nuestro caso contamos con un importante hándicap en ese sen-
tido, debido a la destrucción hace décadas de la factoría fenicia del Cerro
del Prado, principal asentamiento de ese momento. Como contrapartida,

2. La Vanguardia 28/03/2013.


La Carteia púnica (San Roque, Cádiz). Aproximación al estudio de la urbe y su...485

podemos apoyar nuestro estudio en su sucesora, la ciudad de Carteia, cuya


fundación en el s. iv a.C. sería una clara muestra de lo avanzado del proceso
en la bahía de Algeciras. Es decir, como han mostrado desde 1994 los traba-
jos del Proyecto Carteia de la Universidad Autónoma de Madrid, la entidad
urbana constatada en Carteia desde su creación, puede entenderse solo en un
contexto de auge demográfico y económico previo del Cerro del Prado, que
habría llevado a sus habitantes a buscar nuevo emplazamiento más adecuado
para un proyecto urbano más ambicioso (Roldán et al., 2006a, 532; Blánquez
et al., 2009).
Consideramos, por tanto, que a pesar unas circunstancias a priori des-
motivadoras para el estudio de la época púnica en la bahía de Algeciras, es
mucho el potencial que aún guarda tanto la propia ciudad de Carteia, cuyas
últimas novedades se recogen también en esta obra, como en especial su
territorio, escasamente conocido, pero donde sin duda hemos de buscar la
clave para entender muchos de los procesos históricos protagonizados por
la urbe.

Arqueología urbana y territorio: una peculiar carta arqueológica


Como se ha visto, las características naturales han facilitado la continuidad
del poblamiento en la bahía, un hecho común en el ámbito costero mediterrá-
neo, pero que constituye hoy un reto para la investigación arqueológica. En
el caso de Carteia, si bien no ha habido continuidad poblacional en la misma
urbe hasta el presente, como sí ocurre en ciudades del entorno como Cádiz,
Tánger o Málaga, es el territorio el que ha resultado muy modificado por
diversas circunstancias: gran parte de la plataforma litoral entre las sierras
y el mar está hoy densamente ocupada, como hemos comentado, y ha sido
radicalmente transformada por numerosas obras de infraestructura e indus-
trialización en la zona (fig. 2).
Por tanto, si bien la bahía adolece de prospecciones sistemáticas que
arrojen nueva información sobre las zonas aún libres de urbanizar, resul-
taba más urgente realizar primero una ordenación y sistematización de la
ingente información recuperada en el curso de intervenciones arqueológicas,
en menor medida sistemáticas y en su mayor parte de urgencia o preventivas,
acometidas a lo largo de la costa de la bahía donde se sitúan, entre otros, dos
ciudades antiguas: la propia Carteia y la hispanorromana Traducta, actual
Algeciras.
La Carta arqueológica que hemos elaborado busca paliar dos proble-
mas habituales en este tipo de trabajos: trascender los límites municipales –e
incluso nacionales– actuales, para englobar la bahía de Algeciras como una
486 Helena Jiménez Vialás

2. La bahía de Algeciras con el Estrecho en segundo plano –a la derecha–


(© Paisajes Aéreos S.L., 2005).

entidad histórica única, así como tratar de entender las diferentes interven-
ciones arqueológicas de forma global, tratando de establecer las equiva-
lencias entre distintas intervenciones que se corresponden con un mismo
yacimiento.
Como primer paso, elaboramos un Inventario de intervenciones arqueo-
lógicas de la Bahía de Algeciras que aunara la información de excavaciones
o prospecciones de carácter sistemático, en especial aquellas del Proyecto
Carteia, con las más de 200 intervenciones urbanas realizadas desde el tras-
paso de competencias en materia de cultura a la Junta de Andalucía. Nuestras
fuentes de información fueron la bibliografía específica y de forma especial
los informes depositados en la Delegación de Cultura de Cádiz, así como
los datos facilitados por el Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico o el
Gibraltar Museum3. A continuación, tradujimos ese inventario de «interven-
ciones» a un verdadero Catálogo de Yacimientos cuya georreferenciación e
integración en un Sistema de Información Geográfica nos ha permitido una
gestión integrada de información arqueológica y espacial y, por tanto, la ela-
boración de cartografía temática (Jiménez Vialás, 2012, 237 y ss.).
Aunque somos conscientes de los problemas de representatividad que
se derivan de las intervenciones de urgencia, por no haber tenido una dis-
persión regular sino condicionada por las obras de construcción, creemos
sin embargo que estos no son mucho mayores que en el caso de las pros-
pecciones sistemáticas (Tartaron, 2003). Además, el extraordinario volumen
de información manejado y el hecho de que este tipo de intervenciones se

3. Queremos aprovechar la ocasión para agradecer a las instituciones citadas en el texto y en


especial a D. Ana Troya en la Delegación Territorial de Educación, Cultura y Deporte en
Cádiz y D. Clive Finlayson del Gibraltar Museum.
La Carteia púnica (San Roque, Cádiz). Aproximación al estudio de la urbe y su...487

hayan desarrollado de forma mayoritaria en la costa y a lo largo de las vías de


comunicación principales, donde sabemos que se ha concentrado el pobla-
miento, nos permite considerar concluyentes nuestros datos con respecto a
estas áreas, siempre a la espera de nuevas investigaciones que confirmen o
maticen nuestras hipótesis. Consideramos, en definitiva, que nuestra Carta
arqueológica es una herramienta, no solo útil sino necesaria, destinada al
estudio de las dinámicas poblacionales en la bahía de Algeciras a lo largo
de la Antigüedad, abordadas hasta ahora de forma muy puntual (Fernández
Cacho, 1994; Mariscal et al., 2003; Blánquez et al., 2009), y muy en espe-
cial para un proceso tan complejo como la consolidación del mundo urbano,
que requiere un acercamiento global en diferentes escalas: la ciudad y el
territorio.

Del Cerro del Prado a Carteia: de colonia a ciudad


Los tres principales yacimientos para entender la bahía de Algeciras en época
fenicia y púnica son conocidos desde hace décadas (fig. 3). En primer lugar,
la cueva santuario de Gorham, en el peñón de Gibraltar, conocida desde ini-
cios del s. xx debido a la relevancia de sus restos neandertales, y cuyos mate-
riales fenicios fueron publicados por W. Culican en 1972 (Culican, 1972)

3. Yacimientos de época fenicia (vii-v a.C.).


488 Helena Jiménez Vialás

4. Estado actual del yacimiento fenicio del Cerro del Prado, destruido parcialmente en los
años 60.

para ser posteriormente objeto de estudios específicos dentro de los proyec-


tos de investigación del Gibraltar Museum en la cueva desde los años 90
(Belén y Pérez, 2000; Gutiérrez et al., 2012).
En segundo lugar, la factoría fenicia del Cerro del Prado, identificada
en las prospecciones de la Universidad de Sevilla (Pellicer et al., 1977),
puntualmente excavada en 1976 (Tejera 1976/2006) y lamentablemente des-
truida por la industrialización de la zona en esos años (fig. 4). Ya en 1989
se realizaron nuevas intervenciones sobre los escasos restos conservados
(Ulreich et al., 1990) y, de forma muy puntual, en 2007 con motivo de la ins-
talación de la gran planta fotovoltaica (Lorenzo 2007b y 2007a). Se trata, en
todos los casos, de actuaciones situadas extramuros y que por tanto no habría
aportado información sobre los niveles más antiguos, que presumiblemente
se ubicarían en la zona nuclear del asentamiento.
El tercero de la lista es la ciudad púnica y posteriormente hispanorromana
de Carteia, citada profusamente por los autores clásicos, y cuya relevan-
cia histórica explica el que haya sido objeto de excavaciones arqueológicas
desde hace un siglo. Si bien en este caso el yacimiento se ha conservado ínte-
gramente y en torno a él se han desarrollado diversos proyectos de investiga-
ción, la dificultad en este caso reside en conocer los niveles púnicos que se
encuentran bajo la ciudad romana. En realidad, hasta la identificación de las
dos murallas –del s. iv y del iii a.C.– por parte del Proyecto Carteia, aunque
se habían recuperado materiales prerromanos en anteriores excavaciones,
La Carteia púnica (San Roque, Cádiz). Aproximación al estudio de la urbe y su...489

no se había podido identificado un verdadero tejido urbano que permitiera


hablar con rotundidad de la existencia de una ciudad púnica (Roldán et al.
2006a, 533-540).
Desde un momento antiguo de la colonización fenicia en occidente la
bahía jugó ya un papel destacado en un proceso que excedía al ámbito local.
Desde al menos finales del s. ix a.C. el peñón de Gibraltar albergó el citado
santuario de Gorham, un importante lugar de culto que recibió ofrendas de
marinos de todo el Mediterráneo, tal y como han podido identificar las dife-
rentes excavaciones y estudios realizados (Belén y Pérez, 2000; Gutiérrez et
al., 2012) (fig. 5). Sin embargo, a pesar de esa temprana presencia fenicia de
carácter sagrado, no sería hasta mediados del s. vii a.C. cuando los fenicios
fundaron el que hasta ahora es el primer asentamiento fenicio conocido en la
bahía, el Cerro del Prado, que se ubicó a orillas de un gran estuario hoy col-
matado (Pellicer et al., 1977; Arteaga et al., 1987). Aquella fundación tuvo
lugar, pues, en un momento avanzado de la colonización y se enmarcó en un
contexto de paulatina debilidad de Tiro frente a algunas de sus fundaciones
coloniales como Cartago o Gadir, que se beneficiaron del auge económico
del comercio de occidente (Aubet, 1997, 264). La presencia del santuario de
Gorham denota un tráfico fluido de carácter comercial con destino sin duda
a Gadir, que permitió a los fenicios familiarizarse con la zona y valorar las
potencialidades de lugar, al tiempo que se lo apropiaban simbólicamente, y
que culminó con la creación de un hábitat casi dos siglos después.

5. Cueva-santuario de Gorham, en la cara oriental del peñón de Gibraltar


(© Proyecto Carteia, 2008).
490 Helena Jiménez Vialás

El Cerro del Prado, como el propio santuario de Gorham, fueron parte,


pues, del complejo sistema colonial fenicio, del que no vamos a cuestionar
su indudable naturaleza urbana. A pesar de ello y del innegable «aspecto»
urbano del primero de ellos, dotado de muralla y organizado siguiendo unos
ejes que perdurarían durante varias generaciones (Tejera 1976/2006, 98), la
falta de un verdadero hinterland dependiente del mismo, impide hoy consi-
derarlo, como al resto de colonias arcaicas, una verdadera ciudad. Es decir,
tal y como parecen demostrar diferentes análisis de territorio en la península
Ibérica o Cerdeña, las colonias fenicias de los primeros momentos carecieron
de un territorio productivo propio en sentido estricto, más allá de un redu-
cido espacio en torno a la ciudad donde se ubicarían su puerto, diferentes
instalaciones industriales como alfares o salinas, alguna explotación agrícola
muy reducida o incluso viviendas. La ausencia de un verdadero territorio
controlado y explotado por la ciudad, que completara el binomio inseparable
ciudad-territorio, ha llevado a considerar más adecuado para esos momentos
hablar de un modelo «protourbano» o de un urbanismo «colonial» o «marí-
timo» (Aubet, 1995 y 2006; van Dommelen, 2005).
El reciente descubrimiento del poblado orientalizante de Ringo Rango,
que habría sido fundado en un mismo momento o quizá algo posterior al
Cerro del Prado, ha abierto nuevas perspectivas que aportan interesantes
matices a este panorama. Este poblado, del que se ha podido excavar un
fondo de cabaña, estaba ubicado en una loma cercana a la orilla del anti-
guo estuario, que era además una zona de gran potencialidad agrícola. Los
materiales recuperados en su interior revelan su especialización agrícola y
una intensa actividad comercial, al haberse documentado tanto producciones
del ámbito indígena del Bronce Final como fenicias, que ponen en eviden-
cia la existencia de contactos comerciales continuos con el Cerro del Prado
(Bernal et al., 2010) (fig. 6). Como otros poblados de ese tipo conocidos en
la bahía de Cádiz o la costa malagueña (López Amador et al., 2008; Suárez
Padilla, 2006), habría sido creado por un asentamiento indígena de mayor
rango a fin de suministrar productos agrícolas a los fenicios instalados en
la costa y comerciar con ellos. Este hecho demuestra, por un lado, la impor-
tancia del estímulo de la presencia fenicia, pero también la capacidad de las
poblaciones del Bronce Final para adaptarse a la nueva situación. Si bien
desconocemos el asentamiento principal del que habría partido la creación
de nuestro poblado, sí podemos presumir que fuera algún oppidum en altura
en las sierras del entorno de la bahía, o incluso de alguno de los ya conoci-
dos como Oba-Jimena de la Frontera (Tabales et al., 2005), los Castillejos
de Alcorrín en Manilva (Marzoli et al., 2010) o la Silla del Papa, en Tarifa
(Moret et al., 2010), distantes todos entre 27-30 km de la bahía y con un alto
La Carteia púnica (San Roque, Cádiz). Aproximación al estudio de la urbe y su...491

6. Selección de ánforas fenicias recuperadas en Ringo Rango (Bernal et al. 2010, fig. 5).
492 Helena Jiménez Vialás

grado de organización urbana que denota la existencia de un poblamiento ya


fuertemente jerarquizado con anterioridad a la presencia fenicia.
Según el panorama descrito, el poblamiento de la bahía en época fenicia
se habría caracterizado por un lado por la incidencia de su colonización,
que portó un bagaje cultural de innegable desarrollo urbano, y por otro lado
por su interacción con las culturas locales, en un avanzado proceso de jerar-
quización social y por tanto territorial. Desde el punto de vista del contacto
colonial y de las nuevas realidades que este siempre conlleva, podemos con-
siderar que la bahía albergó un poblamiento que sí tuvo ciertos rasgos urba-
nos, puesto que tanto el Cerro del Prado, seguramente dedicado a la industria
del salazón y al comercio, el santuario de la cueva de Gorham, de marcada
condición marítima, y el poblado agrícola de Ringo Rango, desempeñaron
funciones complementarias en un espacio compartido. Ello, dejando a un
lado las implicaciones étnicas, parece definir un mismo modelo territorial
que caracterizó el poblamiento de época fenicia en la bahía de Algeciras. Así
pues, la confluencia de las dos tradiciones, la fenicia y la local, dio origen a
nuevas formas de ocupación y organización del territorio que luego evolu-
cionaron en su complejidad y estuvieron en el origen del posterior desarrollo
urbano de época púnica.

Conformación del territorio de Carteia (s. iv-ii a.C.)


El proceso por el cual las antiguas colonias fenicias de las costas peninsula-
res culminaron el proceso urbano a partir del s. vi a.C. y se convirtieron en
verdaderas ciudades como Gadir, Malaca o Baria ha sido objeto de estudio
e interés por parte de la literatura científica desde hace años (Aubet, 1995;
López Castro, 2004).
Sin embargo, como se ha avanzado, esos importantes cambios no han
podido ser identificados en el caso de la bahía de Algeciras hasta mediados
del s. iv a.C., debido a la destrucción del yacimiento clave de esa etapa, el
Cerro del Prado, así como al desconocimiento de su o sus necrópolis. Es
necesario tener en cuenta a la hora de analizar esas diferencias cronológicas,
tanto los factores locales, siempre esenciales en el estudio de la evolución
de las ciudades, como también los internacionales; en este caso concreto la
relevancia histórica que pudieron tener en la zona acontecimientos como la
mencionada caída de Tiro y el auge de Gadir en la zona desde el s. vi a.C.,
así como la firma del segundo tratado romano-cartaginés en 348 a.C. y la
progresiva influencia de Cartago en occidente. Constituye, en todo, caso un
tema abierto para la investigación, sobre el que sin duda aportarán nueva
La Carteia púnica (San Roque, Cádiz). Aproximación al estudio de la urbe y su...493

información las recientes intervenciones en la ciudad por parte del Proyecto


Carteia.

La fundación de una nueva ciudad


En primer lugar, como hecho más evidente de esa consolidación urbana, cita-
remos el que es el acontecimiento urbano por excelencia, la fundación de una
nueva ciudad. Pero si bien es la «punta del iceberg» o la manifestación más
evidente de la cristalización de formas de vida urbana, no es sino resultado
del largo proceso que venimos describiendo y que viene fraguándose desde
el s. vii a.C.
En efecto, la fundación de Carteia por los habitantes del Cerro del Prado
hacia mediados del s. iv a.C., además de por el avance de la sedimentación
del antiguo estuario que fue mermando la capacidad portuaria de la factoría
(Pellicer et al., 1977), ha de explicarse obligatoriamente por el crecimiento
demográfico y auge económico de la misma. No se entiende de otra manera
que la nueva ciudad duplique el tamaño del Cerro del Prado (Blánquez et al.,
2009) o que presente, desde sus inicios, claras evidencias de la existencia
de un poder centralizado propio de una organización estatal, con una mar-
cada división social del trabajo. En efecto, desde los niveles más antiguos de
Carteia documentamos un alto grado de planificación y gestión urbanística,
como la imponente muralla de 3 m de ancho, sobre una zona en la que si bien
no conocemos por el momento niveles urbanos anteriores, sí hay evidencias
de actividades previas que reflejarían la frecuentación de la zona por las gen-
tes del Cerro del Prado (Blánquez et al., 2006, 155); o las estructuras de la
zona identificada como acrópolis y posible foro, cuya envergadura y monu-
mentalidad permite considerarlos edificios de carácter público, a juzgar por
los muros exhumados bajo las construcciones romanas (fig. 7) (Roldán et al.,
2007, 31 y ss.). Mención aparte merece, en este punto, el santuario púnico
que pudo excavarse parcialmente bajo el templo republicano del s. ii a.C.,
y que, en virtud de las diferentes refacciones del altar y el carácter segura-
mente fundacional del depósito votivo sobre el que se situaba, es probable
que corresponda al momento mismo de la fundación de la ciudad (Roldán et
al., 2006b, 204).
Otro reflejo arqueológico de la existencia de una comunidad cívica con-
solidada son las necrópolis, donde podemos reconocer muy claramente,
tanto el aumento considerable de habitantes de una ciudad como del acceso
a los ritos funerarios, antes reservados a unos pocos, así como la tendencia
a la homogeneización de las sepulturas (más tumbas pero menos suntuo-
sas que en la etapa precedente), algo que evidencia la propia composición
494 Helena Jiménez Vialás

7. Vista aérea del Cerro del Rocadillo, correspondiente a la Carteia púnica


(© Proyecto Carteia, 2008).

social de las ciudades, con una masa amplia de ciudadanos de semejante


nivel económico y derechos (Prados, 2006a). Lamentablemente, las necró-
polis fenicio-púnicas de la bahía de Algeciras nos son totalmente descono-
cidas por el momento, por lo que no podemos evaluar aspectos como los
cambios sociales comentados o la continuidad o ruptura entre la/las necró-
polis originales del Cerro del Prado y la/las de Carteia. Como ejemplo más
cercano, citaremos la vecina Tarifa, donde se conoce una necrópolis fenicia
de hipogeos en la isla de las Palomas, pero no así la colonia a la que pertene-
cería, seguramente bajo su actual casco urbano (Prados et al., 2011).

Control del territorio y de las comunicaciones marítimas y terrestres


Desde la fundación de la nueva Carteia, esta, como expresión evidente de
una vocación de permanencia, hizo de la bahía de Algeciras su territorio, lo
que supuso un avance cuantitativo y cualitativo de rasgos ya esbozados en
la etapa anterior.
La ubicación de la nueva ciudad junto a la desembocadura del amplio
paleoestuario Guadarranque-Palmones en aguas de la bahía, evidenciaba su
vocación marítima, ya clara en su antecesor Cerro del Prado. Este resultó
sin duda un emplazamiento óptimo para el nuevo puerto, del que las fuentes
nos transmiten tanto su importancia como su papel en batallas marítimas de
la segunda guerra púnica o las guerras civiles romanas (Estrabón, III, 1, 7;
Livio, XXVIII, 30, 6; Bell. Hisp. XXXVII, 1-3).
La Carteia púnica (San Roque, Cádiz). Aproximación al estudio de la urbe y su...495

Dado que el control de la navegación en la zona parece una de las prin-


cipales características de la ciudad, no nos debe sorprender la frecuentación
por mar de distintos puntos de la bahía, tal y como atestiguan numerosos
hallazgos subacuáticos adscriptibles a época fenicio-púnica (Martín-Bueno,
1987; Fa et al., 2001); menos aún la existencia de una posible torre vigía
en Cala Arena, una pequeña ensenada en el extremo suroeste de la bahía
con una inmejorable visibilidad del Estrecho (Muñoz y Baliña, 1987) que
complementaría el alcance visual de Carteia y garantizaría su control de la
navegación.
En cuanto al control del ámbito terrestre, es un aspecto que considera-
mos crucial en este discurso sobre la consolidación urbana en la bahía de
Algeciras, por lo que implica de apropiación y construcción de un territorio.
Carteia garantizó el control de su entorno y de las comunicaciones en la
zona mediante la fundación de dos pequeños enclaves fortificados, el Cerro
de los Infantes y el Monte de la Torre. Ambos son escasamente conocidos
y solo por prospecciones superficiales muy puntuales, aunque su relevancia
histórica para el caso de Carteia es esencial y confiamos, por ello, en poder
profundizar en su conocimiento en futuras investigaciones. Los dos habrían
sido creados hacia el s. iv a.C., quizá antes, en dos elevaciones que permiten
el control de las principales vías de comunicación terrestre desde la bahía: en
dirección a Malaka el Cerro de los Infantes, y hacia Bailo, Gadir y el valle
del Guadalquivir el Monte de la Torre (Castiñeira y Campos, 1994; García et
al., 2003). Dichas vías creemos que reflejan el doble interés por las ciudades
púnicas de la costa pero también por los oppida del interior, dada la probable
existencia de un mercado interno para la exportación de las salazones y otros
productos manufacturados, y la importación de productos agropecuarios del
interior.
No es casual que ambos enclaves complementen, además, la visibilidad
desde Carteia, por lo que, como en el caso de Cala Arena, aseguran el control
efectivo del territorio de la bahía por parte de la urbe (fig. 8).

Aprovechamiento agrícola del territorio


Pero más allá del control de las comunicaciones, estos asentamientos forti-
ficados tuvieron un papel esencial en la ocupación y explotación del terri-
torio en un esquema claramente jerarquizado con Carteia a la cabeza. Estos
«enclaves secundarios» supusieron de alguna manera la ocupación o avance
hacia el interior de una ciudad que tenía un claro origen colonial.
Si bien las características naturales del Campo de Gibraltar, menos aptas
para la agricultura que la campiña gaditana, han inclinado tradicionalmente
496 Helena Jiménez Vialás

8. Yacimientos de época púnica (iv-ii a.C.).

la economía hacia la pesca y salazón, como es bien conocido para época


romana (Bernal, 2006), las actividades agrícolas están bien documentadas
con anterioridad a ese momento, por ejemplo en el poblado de Ringo Rango,
donde aparecen molinos barquiformes y piezas de sílex de posibles hoces
(Bernal et al., 2010, 559) y, siglos después, en la propia Carteia, donde los
estudios palinológicos documentan, al menos desde el s. iii a.C., la existencia
de cultivos de cereal en las inmediaciones de la ciudad (López y Hernández,
2003).
Pero la pieza clave en esta explotación del territorio por parte de Carteia
son, una vez más, los citados enclaves secundarios, que se ubicaron en las
tierras agrícolas de las vegas, explotadas anteriormente por poblados como
Ringo Rango, frente al cual se situó el Monte de la Torre, al otro lado del
Palmones (fig. 9).
Entre los escasos materiales recuperados de estos asentamientos pode-
mos citar, de nuevo, la existencia de molinos, que revelarían esa función
productiva antes ejercida por Ringo Rango (Castiñeira y Campos, 1994;
García et al., 2003). Sin embargo, quedaría por resolver el hiatus entre el
s. vi a.C., momento de abandono de dicho poblado, y el s. iv a.C. en que se
La Carteia púnica (San Roque, Cádiz). Aproximación al estudio de la urbe y su...497

9. La vega del Palmones con el enclave del Monte de la Torre en segundo plano y las sierras
de Algeciras al fondo.

fundaron los asentamientos citados. Lo que se debe sin duda al escaso cono-
cimiento de uno y otros.
Dada, no obstante, la ausencia de proyectos de prospección sistemática,
no podemos por el momento saber si existieron, en una escala inferior a estos
asentamientos secundarios fortificados, pequeños centros de explotación,
tipo granjas o caseríos, como se conoce en la campiña gaditana (Carretero,
2007). Por tanto es difícil aún conocer en profundidad ese paisaje rural que
tanto nos enseña sobre la sociedad y economía púnicas y el funcionamiento
de sus ciudades (van Dommelen y Gómez Bellard, 2008; López Castro,
2008).

Integración de las poblaciones locales


Todo cambio en el poblamiento refleja necesariamente, según los postula-
dos de la Arqueología del Paisaje, un cambio en la sociedad que lo define
(Orejas, 1995, 114). En este caso, la apropiación u ocupación de la bahía que
creemos constatar por parte de Carteia, ciudad de origen colonial al fin y al
cabo, denota un afán de integración de los dos ámbitos: la costa, ocupada
ya desde el inicio de la colonización fenicia, y las tierras del interior. Nos
parece evidente que este importante cambio no puede entenderse solo desde
la parte colonial, fenicia, sino tomando en consideración lógicamente a las
poblaciones locales –bástulos en este caso–, con quienes los fenicios habrían
establecido relaciones desde su instalación.
498 Helena Jiménez Vialás

Es decir, a pesar de la dificultad manifestada por distintos especialis-


tas a la hora de distinguir etnias en el registro arqueológico, y más aún de
evaluar la naturaleza y distintos ritmos de esa integración social, avanzada
ya tras más de cuatro siglos de convivencia, ha de ser ese nuestro objetivo,
al constituir un aspecto clave tanto de la colonización fenicia como, más si
cabe, de la conformación de las ciudades púnicas de Iberia (Arteaga, 2001,
224 y ss.; López Castro, 2004, 73 y ss.). Asimismo, no podemos perder de
vista la asimetría que presidió las relaciones entre colonos y colonizados y
que por tanto dicho proceso de integración seguramente conllevó fenómenos
de coerción y sometimiento de ciertos sectores de las poblaciones locales
(González Wagner, 2011).
En nuestro caso, son clave los yacimientos de Ringo Rango para la fase
fenicia, y el Monte de la Torre y el Cerro de los Infantes para la púnica. A
pesar de que estos últimos ha sido interpretados como indígenas en función
de la presencia de cerámica pintada y fundamentalmente de su carácter for-
tificado, y por tanto de actitud hostil frente a Carteia (Castiñeira y Campos,
1994, 148), a nosotros nos parecen más bien parte de la misma reorganiza-
ción territorial que dio origen a la ciudad púnica en el s. iv a.C. Nos apo-
yamos para ello en el mejor conocimiento que tenemos hoy de la ciudad
púnica tras las excavaciones de la Fase I del Proyecto Carteia (Roldán et al.,
2006a) y sus cerámicas, que nos permiten asegurar que las llamadas pintadas
púnico-turdetanas, lejos de ser un marcador étnico de las poblaciones indí-
genas, como en el caso de los iberos del sureste, son un fósil director desde
fines del iv a inicios del ii a.C. en las ciudades púnicas del Estrecho (Prados,
2006b). Nuestro segundo argumento es de naturaleza territorial, ya que con-
sideramos que ambos asentamientos se entienden solo desde la complemen-
tariedad con Carteia, ya que tienen un menor tamaño, no parecen superar
la hectárea, desempeñan un papel productivo de marcado carácter agrícola,
asegurado por su emplazamiento en zonas de potencial agrícola, y garantizan
el control del territorio al situarse en altozanos junto a las mencionadas vías
de comunicación. Además, queremos subrayar su cercanía y equidistancia
con respecto a la ciudad, a poco menos 6 km en ambos casos (fig. 10).
Nos parecen, por tanto, parte de un mismo sistema territorial fuerte-
mente jerarquizado como es propio de las sociedades urbanas, con Carteia
a la cabeza pero que incluyó las diferentes poblaciones de origen autóctono,
quizá procedentes de poblados como Ringo Rango, que formaban parte de
una sociedad marcadamente heterogénea. Sin duda, la jerarquización terri-
torial se reflejaba en un mayor peso del componente colonial en la ciudad y
de población de origen bástulo tanto en los enclaves fortificados como en las
eventuales aldeas agrícolas.
La Carteia púnica (San Roque, Cádiz). Aproximación al estudio de la urbe y su...499

10. Mapas de visibilidad de Carteia, Cerro de los Infantes y Monte de la Torre.

Apropiación simbólica de la bahía


No menos importante resulta el plano simbólico en la construcción de las
sociedad y los territorios púnicos de carácter urbano (López Castro, 2004,
84 y ss.), como es bien conocido desde hace tiempo para el caso griego (De
Polignac, 1984).
La bahía de Algeciras es un caso excepcional en este sentido al con-
tar con un hito geográfico y simbólico de relevancia mediterránea, el Mons
Calpe o columna europea de Hércules/Melkart, enclave sagrado y símbolo
del éxito de la colonización fenicia en occidente. Es muy lógica, por tanto, la
presencia en dicho lugar de una cueva-santuario, Gorham’s cave, que recibió
ofrendas de marinos procedentes de distintos lugares del Mediterráneo desde
finales del s. ix a.C. (Belén y Pérez, 2000; Gutiérrez et al., 2012).
Dada la cercanía, tan solo 7 km, y la imponente presencia del Peñón en
la bahía que preside Carteia, resulta evidente el papel simbólico que tuvo
que desempeñar como espacio sagrado para sus habitantes. Aunque esta rela-
ción entre asentamiento y santuario estaría presente desde la instalación del
Cerro del Prado, las evidencias recuperadas en Gorham reflejan una mayor
presencia de material de la zona a partir del s. v a.C. (Gutiérrez et al., 2012,
338 y ss.). Se trata, además, de formas, en el caso de la cerámica de Kouass,
que son comunes en Carteia, lo que denota una estrecha relación entre urbe
y santuario (Roldán et al., 2006a, 321 y ss.).
500 Helena Jiménez Vialás

Parece claro, pues, que la cueva-santuario de Gorham, que mantuvo


en esta época su marcado carácter marino y colonial, fue igualmente, sin
que ello resultara contradictorio, un hito simbólico del territorio cívico de
Carteia, como el Herakleion para Gadir o el Promontorium Iunonis para
Baesippo (Ferrer, 2007; Sáez, 2009). El santuario adquiriría de este modo
una vocación territorial, carteiense, que se sumaría –sin sustituirla– a la
marítima original.
Es llamativo que, a pesar de las numerosas actuaciones de arqueología
urbana realizadas en Gibraltar, no conozcamos otras evidencias de época
antigua. Ausencia que, unida al defendido carácter sagrado del Peñón y a
su posible naturaleza insular en la época (Arteaga y González, 2006, 70),
nos permite leer con nueva luz la cita de Avieno sobre la existencia de islas
con altares a Hércules en el Estrecho, donde los devotos «se acercan a hacer
sacrificios al dios y se marchan rápidamente: se considera un sacrilegio
demorarse en estas islas» (361-362). Nos resulta enormemente sugerente
pensar que el texto se refiere al Peñón, y que por ese motivo no hallamos
resto alguno de hábitat, dado que pudo haber sido un lugar dedicado exclusi-
vamente a lo sagrado y que estaba por tanto vedado al hábitat.
El vínculo con la urbe de Carteia estaría encarnado además en el paredro
urbano de la cueva de Gorham, el santuario mencionado del que conocemos
su depósito fundacional y una serie de altares superpuestos que fueron exca-
vados bajo el templo de época republicana (Roldán et al., 2006b) (fig. 11). No
en balde, Peñón y ciudad, Calpe y Carteia, fueron conceptos incluso identi-
ficados como refleja la estación Calpe Carteiam del Itinerario de Antonino,
haciendo alusión que Carteia es la ciudad del Mons Calpe (Roldán, 1975,
56-57; Sillières, 1988; Jiménez, 2004, 129).
Otro término asociado con Carteia que conocemos gracias a Estrabón
es el de Heraclea (Geo., III, I, 7), en clara relación con Hércules/Melkart
de nuevo, por lo que no sería extraño que dada la personalidad de dicha
divinidad en la zona fuera esa la advocación de ambos santuarios, urbano
y territorial (Blánquez et al., 2012). Parece indudable, en todo caso, el pro-
tagonismo del dios en este lugar, las Columnas de Hércules, desde el inicio
de la colonización como legitimación simbólica de la misma por parte de
los fenicios (González Wagner, 2008) y desde luego, a escala local, el papel
de hito sagrado que jugó el peñón de Gibraltar, dedicado a dicho dios, en la
cohesión y consolidación simbólica del territorio de Carteia seguramente
hasta época romana.
La Carteia púnica (San Roque, Cádiz). Aproximación al estudio de la urbe y su...501

11. Altar púnico bajo el templo republicano de Carteia (© Proyecto Carteia, 1998).

Reflexiones finales y cuestiones a resolver en el futuro


Hemos tratado de esbozar los aspectos principales de un proceso histórico,
la consolidación de la cultura urbana en la bahía de Algeciras, tratando de
acomodar y dar sentido a las piezas de un puzle incompleto, pero teniendo
en cuenta que toda historia urbana ha de ser entendida como un largo pro-
ceso marcado por el dinamismo y no como una imagen fija de un resultado
esperado o preestablecido.
Como es habitual, quedan aún cuestiones abiertas relativas a aspectos
fundamentales en la construcción de este relato urbano, en las que sin duda
se avanzará en el futuro, como la identificación del oppidum principal del
que habría dependido el poblado orientalizante de Ringo Rango, y quizá
también la propia caracterización de dicho asentamiento agrícola, a fin de
valorar si más allá de la relación comercial con la colonia fenicia pudo haber
algún tipo de dependencia más directa de la una respecto a la otra.
Por otro lado, hemos sin duda de ser capaces de afinar sobre las cronolo-
gías de algunos de los yacimientos ya conocidos, fundamentalmente el Cerro
502 Helena Jiménez Vialás

del Prado, que a pesar de haber sido prácticamente destruido, podría en un


futuro, tal vez a través de sus necrópolis, arrojar fechas anteriores al s. vii
a.C., y por qué no, en relación con la instalación del santuario en Gorham.
En lo que respecta al paisaje rural, nuevas investigaciones deberán con-
firmar algunas de las propuestas aquí elaboradas sobre los enclaves secun-
darios, y tratar de identificar niveles menores de poblamiento en la jerarquía
territorial, como las mencionadas granjas o villas agrícolas, bien conocidas
en otros ámbitos.
Por último, queremos subrayar la necesidad de entender el desarrollo
urbano de la bahía de Algeciras desde una doble perspectiva que aúne lo
local, aquí bosquejado, y lo regional, que en este caso ha de ser el Círculo
de Estrecho de época fenicio-púnica. Y por tanto, hemos de calibrar el papel
que ciudades hegemónicas del periodo, como Gadir a la cabeza de la colo-
nización fenicia de occidente en un primer momento, y Cartago más ade-
lante, pudieron desempeñar en los procesos aquí descritos. No en balde, y a
pesar de ser un tema muy debatido, recientes investigaciones parecen poner
de relieve la tan discutida «hegemonía» cartaginesa en Iberia para fechas
anteriores al s. iii a.C., contemplando incluso la presencia de campamentos
cartagineses para el reclutamiento de mercenarios (Ferrer y Pliego, 2013).
Encajaría aquí la fundación de Carteia hacia mediados del s. iv a.C., y por
tanto en coincidencia con el segundo tratado romano-cartaginés en 348 a.C.,
por el que estas dos potencias se repartían sus respectivas zonas de influen-
cia en el Mediterráneo (López Pardo y Suárez Padilla, 2002; Roldán et al.,
2006a, 536). Es probable, pues, que debamos contemplar, dicha fundación
como parte de la estrategia cartaginesa de potenciación de la estructura terri-
torial mediante la creación o favorecimiento de centros urbanos, en este caso
además de carácter portuario, como medida para un mejor control de los
recursos, ciudades y comunicaciones en Iberia (Bendala, 1987).

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LA NUEVA MURALLA PÚNICA DE CARTEIA
(SAN ROQUE, CÁDIZ)
INVESTIGACIONES DEL PROYECTO CARTEIA
FASE II (2006-2013)1

Juan Blánquez Pérez


Universidad Autónoma de Madrid

Lourdes Roldán Gómez


Universidad Autónoma de Madrid

Helena Jiménez Vialás


CNRS, TRACES UMR 5608 Université de Toulouse
Universidad Autónoma de Madrid

Se presenta en este trabajo las novedades relativas a los niveles púnicos,


resultado del desarrollo de la Fase II (2006-2013) del Proyecto Carteia. Las
últimas actuaciones se han centrado en dos sectores diferentes que han apor-
tado valiosa información sobre la articulación de las defensas y la extensión
de la urbe púnica. En primer lugar, las excavaciones en la zona sur, conti-
nuación de las efectuadas en la Fase I del proyecto (1994-1999), han per-
mitido confirmar el sistema defensivo identificado entonces y documentar
hasta un total de ocho casamatas. La segunda área de actuación, al oeste, ha
brindado una secuencia estratigráfica de una potencia desconocida hasta la
fecha en Carteia, y que se extiende desde los orígenes de la ciudad púnica
hasta su amortización, en esta zona, por la construcción de la muralla romana
augustea.

1. Estas investigaciones forman parte de un Proyecto General de Investigación 2006-2013


autorizado por la recientemente renombrada Dirección General de Bienes Culturales y
Museos de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía.
510 Juan Blánquez, Lourdes Roldán y Helena Jiménez

Las nuevas investigaciones de la Fase II del Proyecto Carteia


(2006-2013)
Las novedades arqueológicas que presentamos en este trabajo son fruto de
un sexenio de investigación de campo en la ciudad púnica e hispanorromana
de Carteia, continuación de los trabajos que, desde 1994, desarrolla un grupo
de investigadores de la Universidad Autónoma de Madrid (a partir de ahora
UAM) en esta ciudad antigua del estrecho de Gibraltar (Roldán et al., 2006).
En esta segunda fase del Proyecto Carteia, cuya Memoria de Excavación
se quiere terminar en breve plazo, los objetivos principales en lo que res-
pecta a la urbe púnica, eran mejorar el conocimiento de su circuito defensivo
murario, ya identificado en el anterior periodo de excavaciones, así como
una aproximación a su urbanismo, siempre limitada por la superposición
de la posterior urbe romana y tardoantigua; y constreñida, por tanto, a los
sondeos acometidos en los espacios dedicados al estudio del asentamiento
romano en torno al cortijo del Rocadillo, su posible foro en época romana.
La apretada sucesión de fases históricas, consecuencia de su rica y pro-
longada historia urbana, materializa hoy una típica secuencia estratigráfica
de numerosas estructuras intercaladas en las que se entrecruzan caracterís-
ticas de las llamadas «ciudades superpuestas». Ello, es evidente, dificulta
el conocimiento de los niveles más antiguos –en el caso que nos ocupa de
la urbe púnica– y desde luego una lectura global e interrelacionada de los
mismos. Por estas circunstancias, la muralla, dada su natural ubicación peri-
férica, así como por otros aspectos concretos que ahora no valoramos por no
perder nuestro hilo conductor, han facilitado su conservación y es, sin duda,
el elemento urbanístico que, por el momento, permite la más correcta y com-
pleta aproximación al conocimiento de la Carteia púnica.
Coherente con todo ello, a lo largo del segundo sexenio planteamos
dos áreas de excavación, al sur y al oeste2 de la urbe, respectivamente, que
permitieran profundizar en el conocimiento del sistema defensivo de este

2. Empleamos en este texto, por coherencia con la memoria de 2006 y con la segunda –ahora
en redacción– un N relativo, con una desviación real con respecto al N geográfico de
50º. Con ello hemos buscado facilitar la comprensión del lector a la hora de describir las
estructuras excavadas, así como caracterizar el urbanismo de la ciudad interrelacionando
los edificios. De esta manera, la urbe púnica la ubicamos en el extremo SO de la posterior
Carteia romana y no en relación con el O real; a su vez, las áreas de intervención en la
muralla se ubican al S (O real) y O (N real). Esta geometrización convencional asumida
por el equipo de investigadores, creemos, es especialmente útil cuando se dejan las grandes
alineaciones de la muralla y se pasa a la descripción y estudio del interior de la urbe, donde
múltiples alineaciones murarias se entrecruzan con giros con muy diferentes grados de
orientación (Fig. 2).
La nueva muralla púnica de Carteia (San Roque, Cádiz). Investigaciones del...511

Fig. 1. Imagen satélite del estrecho de Gibraltar con la ubicación de ciudades púnicas
(© Modificado a partir de http://visibleearth.nasa.gov/)

periodo. En la zona sur, el objetivo era ratificar y, en la medida de lo posible


mejorar, la secuencia y el conocimiento del tipo de fortificación de casamatas
documentado en la Fase I y que, pensábamos, debería prolongarse a lo largo
de todo el frente meridional del asentamiento. Por el contrario, en la zona
oeste, perseguíamos localizar un nuevo sector de la muralla que, en caso
de existir, corroboraría nuestra propuesta del trazado teórico de la misma
para el resto de la urbe, hasta entonces desconocido; en caso de encontrarla,
establecer una doble secuencia completa estratigráfica (intra y extramuros)
y, por último, determinar una potencial relación estratigráfica –en este caso
horizontal– con el trazado muralla de época romana que, en este nuevo sec-
tor se desconocía, al no aflorar en superficie.

Continuación de las excavaciones en el lienzo sur de la urbe púnica


Como decíamos, el primer sector en el que se centraron las nuevas excava-
ciones de la Fase II, enfocadas al estudio de los niveles púnicos, se emplazó
512 Juan Blánquez, Lourdes Roldán y Helena Jiménez

Fig. 2. Extensión de la original urbe púnica de Carteia y su relación con la expansión en


época augustea (© Proyecto Carteia, 2013)

al sur de la ciudad. En la primera campaña de excavación (2007) se intervino


en una amplia área –de 15 por 22 m– dispuesta a continuación, hacia el oeste,
de la puerta con acceso en codo y las casamatas 1 y 2 localizadas en la Fase I
(1994-1999). El área incluyó parte de los antiguos cortes C-4 y C-5, parcial-
mente descubiertos para facilitar la identificación y la continuidad, hacia el
oeste, de la antigua muralla durante las nuevas excavaciones.
La amplitud de la zona, subdividida a efectos de excavación en las áreas
100 a 112, estaba justificada por la escasa potencia de las estructuras con-
servadas. De hecho, los niveles superficiales, conformados por una gran
terrera generada por la demolición del cortijo del Rocadillo, así como por
las excavaciones arqueológicas del profesor Presedo entre 1972 y 1986, se
apoyaban en gran parte del área, directamente, sobre los niveles de la muralla
La nueva muralla púnica de Carteia (San Roque, Cádiz). Investigaciones del...513

púnica. A ello venía a añadirse el natural efecto erosivo de la ubicación en


ladera de la propia cerca (Fig. 6a y 6b). Aun a pesar de estos inconvenientes,
un cuidadoso estudio de la secuencia estratigráfica, junto con el análisis de
las diferentes estructuras, permitió ratificar la existencia de las dos grandes
fases constructivas ya descubiertas en el anterior sexenio y, lo que fue más
interesante, exhumar una amplia superficie de la muralla. Cabría, por ello,
caracterizar esta nueva actuación arqueológica como «extensiva», en contra-
posición a la llevada a cabo también en este sexenio, en la zona oeste de la
urbe, más de carácter «intensivo».
Así, pues, en el área meridional ha sido posible documentar un total de 20
m más de lienzo de la muralla, con hasta 6 nuevas casamatas que, sumadas
a las dos conocidas en la Fase I, permiten confirmar con rotundidad el sis-
tema defensivo empleado en esta urbe púnica de Carteia: un lienzo externo
de 3 m de grosor, de mediados del s. iv a.C., al que se añadió en el último
tercio del s. iii a.C. un muro paralelo de cierre, hacia el interior de la ciu-
dad, así como una serie de muros perpendiculares que unían ambos lienzos
(Blánquez et al., 2006a, 2006b y 2006c). Dichos muros perpendiculares for-
man una serie de compartimentos –en su definición más correcta y aséptica-
o, como habitualmente se denominan, de «casamatas» o «casernas» (Fig.
3); términos estos controvertidos en su aplicación para el mundo antiguo
(Montanero, 2008), pero habituales en la bibliografía sobre la arquitectura

Fig. 3. Vista general de las murallas púnicas, al sur de la urbe carteiense: en primer término,
la de casamatas de época bárquida; al fondo, la original de mediados del s. iv a.C.
(© Proyecto Carteia. Campaña 2007)
514 Juan Blánquez, Lourdes Roldán y Helena Jiménez

militar púnico-helenística de Iberia (Bendala y Blánquez, 2003; Prados y


Blánquez, 2007; Blánquez, 2013).
De la muralla del s. iv a.C. que, como comentábamos, habría sido la
primera cerca muraria de Carteia, apenas se conserva hoy algo más que su
cimentación, con un máximo de tres hiladas en su cara externa, así como su
anchura media de 3 m. Tanto la cara externa como la interna se acometieron
mediante mampuesto careado de tamaño medio, mientras que el interior se
materializó con mampuesto menor volcado sin orden y trabado con barro
(Blánquez et al., 2006c; Roldán et al., 2006, lám. 6). Respecto al muro de
cierre de las casamatas, situado hacia el interior de la ciudad y, por tanto, en
una cota superior del cerro, este estaba mejor conservado y ha podido regis-
trarse una cimentación en altura de hasta 1,40 m. Presenta las mismas carac-
terísticas constructivas, mucho más cuidado –aun tratándose de cimentación,
como decíamos– que el lienzo documentado en la Fase I y es coetáneo a
los muros de compartimentación con los que traba. Se trata, sin duda, pues,
de una misma obra. Frecuentes ripios y lajas de mediano tamaño facilita-
ron sucesivas pseudohiladas de nivelación, una prueba más del esmero de
la fábrica.
Uno de los aspectos novedosos registrados en el primer sexenio de exca-
vaciones fue el documentar cómo los muros de compartimentación de la fase
bárquida habrían trabado con la muralla externa más antigua acometiendo,
para ello, repetidas roturas para encajar los nuevos muros y, así, proporcio-
nar una mayor estabilidad a la estructura (Blánquez et al., 2006c, 161). En
la excavación de 2007, lamentablemente, el alto nivel de destrucción del
extremo sur de los muros perimetrales no hacía posible observar este intere-
sante dato constructivo; sí, por el contrario, estudiar más en detalle cuestio-
nes relacionadas con la cimentación.
Las nuevas excavaciones del segundo sexenio han aportado una serie de
novedades sobre la muralla sur relativas tanto a aspectos constructivos como
a la configuración espacial y al recorrido de la misma. En primer lugar, ha
podido conocerse con mayor detalle el alzado de las casamatas, en realidad
una «cimentación en alzado» puesto que los compartimentos habrían tenido
un primer nivel de relleno de en torno a 1 m de altura, sobre el que se situaría
el alzado propiamente dicho y su correspondiente suelo de uso. De hecho,
tan solo en la casamata 3 se conservaba la primera hilada de alzado que coin-
cidía, precisamente, con uno de los vanos de entrada a las mismas, con giro
a la izquierda, a partir del camino de ronda que corría paralelo a la nueva
muralla de oeste a este (Fig. 5).
Otro aspecto novedoso con respecto a lo conocido del primer circuito
murario púnico de Carteia, fue el descubrimiento de una zapata vista, o
La nueva muralla púnica de Carteia (San Roque, Cádiz). Investigaciones del...515

antemural, adosado al lienzo externo de la misma a lo largo de casi 20 m; en


concreto entre las casamatas 3 y 8. Con una anchura de 0,95 m, su cimenta-
ción se excavó llegando al nivel geológico, al que se realizó un corte plano
para un mejor acomodo de las piedras; en definitiva, una fosa de sección
cuadrangular para asentar la estructura. Pensamos que se trata de una obra
de refuerzo de la muralla púnica, ya en época romana, por lo que este sec-
tor murario habría sido reutilizado y mantenido en uso cuando ya existía
la muralla romana. Aunque mantiene un sistema constructivo de «sabor»
púnico, tanto por su aparejo como por el empleo mayoritario de piedra are-
nisca, a juzgar por la existencia de pequeños contrafuertes y de un grueso
pavimentado mediante opus signinum sobre su planta, que encuentra sentido,
únicamente, en una fase posterior. Pensamos que, posiblemente, se trate de

Fig. 4. Muralla sur. Detalle de la casamata n.º 8 con el quiebro de la muralla, hacia el oeste.
(© Proyecto Carteia. Campaña 2007)
516 Juan Blánquez, Lourdes Roldán y Helena Jiménez

Fig. 5. Muralla sur. Excavación de la casamata n.º 3, en el momento de aparición de


sus zapatas de cimentación. A la izquierda se aprecia parte de la casamata n.º 4.
(© Proyecto Carteia. Campaña 2007)

un refuerzo de la muralla acometido a mediados del s. i d.C. como respuesta


al impacto de una ola de origen sísmico registrada y datada, arqueológica-
mente, en torno al 40-60 d.C. dentro de las investigaciones del Proyecto
Carteia (Arteaga y González, 2004; Arteaga et al., 2015).
En lo que respecta al recorrido de la muralla, que discurre en sentido E-O
en esta zona, la principal novedad ha sido el poder documentar el punto exacto
en que el lienzo dibuja un giro en sentido NO de, aproximadamente,15º, a
fin de adaptar la estructura a la topografía del cerro donde se ubicó la urbe
púnica. Por tanto, a lo largo de casi 20 m entre las casamatas 3 y 7 la muralla
presenta un frente recto que gira a la altura de la casamata 8 pero, dado que
también el nivel de destrucción de la muralla aumenta en sentido E-O, en
este quiebro solo se conserva el muro de cierre interno de la misma (Fig. 4).
Igualmente interesantes son los aspectos referidos al sistema constructivo
empleado. El hecho de que el punto de quiebro se sitúe en el centro de la
casamata 8 y se materialice mediante un único sillar, tallado ya con esta
angulosidad, permite defender que el sistema de muralla de casamatas se
adaptó, perfectamente, al cambio topográfico y de acuerdo con un plan y un
plano preestablecido; de igual modo, hizo innecesario reforzar este punto
concreto, tal y como es habitual, mediante la construcción de un torreón. La
propia envergadura del sistema defensivo de casamatas, unida al reducido
ángulo de giro, lo hacían innecesario.
La nueva muralla púnica de Carteia (San Roque, Cádiz). Investigaciones del...517

La nueva muralla púnica de Carteia: las excavaciones al oeste de la


urbe
Planteamientos metodológicos de la excavación
Las intervenciones en la zona oeste de la ciudad púnica se acometieron en
las campañas de 2009 y 2013, en un lugar en que, a diferencia del anterior,
no se habían efectuado excavaciones con anterioridad. A pesar de que en este
punto la ladera del cerro es más acentuada y la erosión es por tanto presumi-
blemente mayor, en superficie eran visibles algunos sillares, tanto en caliza
fosilífera, propia de la muralla romana, como dos más, ya en piedra arenisca,
característicos de las construcciones de época bárquida. Estas evidencias,
sumadas a la cercanía de una amplia vaguada que, bajo nuestro punto de
vista, fosilizan en Carteia las antiguas puertas de la urbe, nos llevaron a
plantear una excavación en esta zona que confirmara –o no– la existencia
efectiva de la muralla púnica, su relación estratigráfica con la posiblemente
romana y, en último lugar, la localización de la puerta (Fig. 7a y 7b).
La nueva área de actuación planteada (Área 113 en la numeración del
segundo sexenio de investigación) conllevó un amplio espacio rectangular,
de 27 por 12 m de anchura, no excavada en su totalidad a causa de su nota-
ble potencia estratigráfica –más de 3 m– y de la drástica reducción en la
financiación del proyecto. No obstante, los principales objetivos pudieron
ser completados entre las campañas de campo de 2009 y 2013. En efecto, la
excavación del Área 113 ha permitido demostrar cómo en esta zona corren
paralelos el encintado de la ciudad romana augustea, que llegó a abarcar
cerca de 25 ha, y el de la urbe púnica que, con la documentación hoy dis-
ponible, parece que no debió sobrepasar las 3 ha que ocupaba el cerro del
Rocadillo. Ambas murallas discurren en este punto de forma paralela a lo
largo de 10 m, con un sentido SO-NE, separadas por casi 4 m de distancia y
quedando la púnica más próxima al interior de la urbe (Fig. 7a y 7b).
Fue precisamente la proximidad de ambas construcciones la circunstan-
cia fundamental que explica el excelente nivel de conservación de la muralla
púnica. Con motivo de la construcción de la obra romana, cuya cronología
augustea ha sido respaldada por argumentos estratigráficos por primera vez,
se acometió un relleno de gran magnitud que enterró gran parte de la muralla
púnica. Esos potentes niveles de relleno protegieron la muralla púnica de pos-
teriores expolios de material constructivo y, por ese motivo, hemos podido
documentar un alzado de hasta 3,30 m en la cara externa de la muralla.
Habida cuenta, pues, de esa importante potencia estratigráfica, que evi-
dencia el enorme potencial arqueológico de este sector de la ciudad, y de la
mencionada escasez de financiación de nuestras investigaciones, decidimos
518 Juan Blánquez, Lourdes Roldán y Helena Jiménez

Fig. 6a y b. Muralla sur. Secuencia estratigráfica (foto y dibujo) de la casamata 3


(parte izquierda) y su cierre al sur por la muralla del s. iv a.C. (parte derecha de la imagen).
(© Proyecto Carteia. Campaña 2007)
La nueva muralla púnica de Carteia (San Roque, Cádiz). Investigaciones del...519

Fig. 7a y b.Vista general del Área de excavación 113 con el trazado de la muralla romana
(izquierda) y púnica (derecha). Lado oeste de la urbe carteiense.
(© Proyecto Carteia. Campaña 2009)

acometer una aproximación «intensiva» que ofreciera una secuencia crono-


lógica lo más completa posible y no tanto una excavación en área como la
efectuada en la zona sur.

Los sondeos estratigráficos en el sector C (Área 113)


Sondeo extramuros
En el Área 113 se plantearon, desde el primer momento, 3 sectores: A y B
(excavados en 2009) extramuros de la muralla romana y C (excavado en
2009 y 2013), que consta a su vez de dos sondeos intra y extramuros de la
muralla púnica. Estos dos últimos son los que han ofrecido una mayor infor-
mación, tanto sobre la construcción de dicha infraestructura como sobre su
uso y amortización en épocas posteriores.
La primera campaña en 2009 permitió demostrar cómo en este punto
convergen el encintado de la ciudad romana imperial y el de la urbe púnica,
y para 2013 los objetivos eran profundizar hasta agotar la estratigrafía, a fin
520 Juan Blánquez, Lourdes Roldán y Helena Jiménez

Fig. 8. Zapata de cimentación y alzado, con las dos fases identificadas, de la muralla púnica
de Carteia. Sector oeste. (© Proyecto Carteia. Campaña 2009)

de conocer el alzado conservado de la muralla, analizar sus técnicas construc-


tivas y posibles fases, así como definir una secuencia estratigráfica lo más
amplia posible de la historia de la ciudad. La metodología planteada consistió
en la creación de una serie de escalones artificiales intermedios que facilita-
ran el acceso a la parte más profunda del sondeo y permitieran mantener visi-
bles en planta algunos de los estratos más significativos de dicha secuencia.
El sondeo extramuros de la muralla púnica nos ha permitido documen-
tar una amplia secuencia de la vida de la ciudad, nunca antes registrada,
desde sus orígenes hasta época imperial, así como un alzado de la muralla
púnica también desconocido con anterioridad (Fig. 8). Su ubicación entre las
murallas púnica y romana ha permitido documentar con precisión el proceso
La nueva muralla púnica de Carteia (San Roque, Cádiz). Investigaciones del...521

constructivo tanto de las dos fases de fortificación púnica como la cons-


trucción de la muralla romana, que ha podido ser datada por primera vez de
manera argumentada en época augustea.
Dicha secuencia estratigráfica se inicia con una estructura de tapial de
forma indeterminada, correspondiente a niveles pre-urbanos, previos a la
fundación de la ciudad, y anteriores por tanto a mediados del s. iv a.C., pero
que por el momento, dada la ausencia materiales significativos, no podemos
fechar con exactitud.
A continuación, se constata un arrasamiento de estas estructuras y la
excavación de la fosa de cimentación de la muralla del s. iv a.C. Del alzado
hemos podido documentar un primer tramo de aproximadamente 0,60 m
que estaría también cubierto a modo de cimentación en altura, y un segundo
tramo visto, del que se conserva 1 m. A diferencia de la muralla conocida
en la zona sur, esta contaría ya con casamatas internas desde este momento
inicial, a juzgar por el muro de cierre, a 3 m de la muralla, que hemos podido
observar muy puntualmente en la posible casamata 2, y que presenta una
técnica constructiva idéntica. De esta primera fase púnica hemos excavado,
igualmente, algunos niveles de uso, correspondientes a una posible zona de
basurero extramuros.
En época bárquida, este sistema defensivo se reforzaría con un nuevo
recrecimiento de la muralla en altura, con un aparejo en damero, que implicó
seguramente el arrasamiento de alzados preexistentes en tapial. En cuanto a
los niveles de uso de esta fase, se trata de estratos muy reducidos cuyos mate-
riales remiten a fines del s. iii a.C. y primeras décadas del s. ii a.C., por lo que
resulta complicado asociarlos a la etapa bárquida o inicios de la republicana.
Con posterioridad, la construcción de la muralla romana, más de 3 m
ladera abajo, generó unos potentes rellenos (superiores a 1 m) destinados
a nivelar la zona, que cubrieron completamente la cara externa de la obra
púnica. Estos niveles fueron solo alterados, en este punto, por un expolio
para la rebusca de piedra caliza en época tardoantigua o medieval, asociado
a la calera documentada en el corte A, y que desmontó la muralla romana de
caliza hasta su cimentación. Por tanto, los rellenos romanos, primero, y la
inutilidad de la arenisca para la fabricación de cal, después, posibilitaron la
conservación de la muralla púnica en este punto (Fig. 9).

3.2.2. Sondeo intramuros


En paralelo, la excavación del sondeo intramuros de la muralla púnica bus-
caba definir sus características constructivas y de forma particular la exis-
tencia o no de casamatas. Ya en la campaña de 2009 se apuntó la posible
522 Juan Blánquez, Lourdes Roldán y Helena Jiménez

Fig. 9. Estratigrafía, extramuros, de la muralla oeste, con la relación de UU.EE.


(© Proyecto Carteia. Campaña 2009)

existencia de casamatas, y se localizó, además, un importante lote de material


numismático de época republicana asociado a la ceca de Carteia (Arévalo et
al., 2016). En 2013, por tanto, tratamos de profundizar en el conocimiento de
este punto, tanto de las fases constructivas de la obra púnica como de forma
particular de las estructuras romanas que habían reutilizado y adaptado, y por
tanto enmascarado, las antiguas casamatas púnicas.
Este sondeo alcanzó unas dimensiones finales de 5 por 6,5 m, aun con
ello, también se excavó el nivel superficial de la planta de la muralla púnica
a lo largo de 7 m para observar, con claridad, algunas estructuras que se
La nueva muralla púnica de Carteia (San Roque, Cádiz). Investigaciones del...523

superponían y que parecían cubrir posibles muros de compartimentación de


casamatas.
Las estructuras y niveles excavados denotan una secuencia compleja,
que está lejos de estar completa –dado que los medios de que disponíamos
nos impidieron agotarla– y que sin duda resultará de máximo interés cuando
se retomen las investigaciones en este punto. Desde su construcción en el s.
iv a.C., la muralla parece haber contado con casamatas, como indicaría el
muro de cierre al interior, exhumado parcialmente en un pequeña cata de la
posible casamata 2 (Fig. 10). En cuanto a los muros de compartimentación,
que estarían enmascarados por construcciones posteriores romanas, al menos
4 son identificables a intervalos de 3 m, bien por muros posteriores que se
superponen o bien por pavimentos de opus signinum que presentan una ele-
vación justo en ese punto. Estos muros delimitan hasta 3 posibles nuevas
casamatas que sumar a las 8 conocidas en la zona sur.
Pero el aspecto más interesante revelado por este corte intramuros, ade-
más de la existencia de casamatas, ha sido constatar cómo, en época repu-
blicana, la muralla púnica –lejos de amortizarse– fue en parte reconstruida y
mantuvo su uso. En nuestras excavaciones hemos podido comprobar cómo
los muros de compartimentación de las casamatas se recrecieron y mantuvie-
ron sus ejes y cómo la casamata 2 se dotó de un poyete y fue empleada como
un posible taller monetal a juzgar por los materiales recuperados.
Con posterioridad, los muros republicanos fueron parcialmente arrasa-
dos y se construyeron nuevas estructuras que amortizaron, ya de manera

Fig. 10. Vista parcial de la casamata n.º 2 del sector oeste de la muralla, reutilizado en época
republicana como taller monetal. (© Proyecto Carteia. Campaña 2009)
524 Juan Blánquez, Lourdes Roldán y Helena Jiménez

definitiva, los espacios de las antiguas casamatas; no obstante, se mantuvie-


ron algunos de sus ejes divisorios de época anterior. En esta nueva fase, aso-
ciada a la construcción y uso de la muralla en época augustea, la antigua área
de las casamatas, situada ya de manera clara intramuros, mantuvo un uso
industrial –como en época republicana– a juzgar por los pavimentos, piletas
y pequeñas superficies de opus signinum que han aparecido concentradas en
toda esta la zona, si bien su nivel de arrasamiento nos impide precisar más
dicha funcionalidad.

4. Modulación y técnicas constructivas


Descritos los dos sectores de la muralla púnica de Carteia objeto de inter-
vención en esta Fase II del Proyecto, pasemos a analizar, de forma conjunta,
algunos de sus principales rasgos constructivos.
En total, la longitud del lienzo de muralla púnica excavado en Carteia
en las dos fases del proyecto asciende a casi 40 m. De los mismos, 28 m
corresponden al lado sur de la urbe, con ocho casamatas documentadas y
una puerta de acceso en codo (8 m en la Fase I del Proyecto y otros 20 m
en su Fase II); a su vez 10 m de la misma se han podido documentar en
la zona oeste (Fase II del Proyecto), lo que ha permitido sumar otras tres
casamatas más. Como hemos descrito, en ambas zonas hemos documentado
la existencia de un sistema de casamatas similar, aunque correspondiente a
diferentes épocas: desde el s. iv a.C. en la zona oeste y solo desde finales del
s.iii a.C., al sur y, si bien tienen múltiples aspectos en común, también ponen
de manifiesto significativas diferencias, tanto en sus volúmenes como en sus
técnicas constructivas.
Así, en la zona sur, las ocho casamatas identificadas siguen un mismo
patrón: un muro externo de 3 m de anchura, uno muro de cierre –al interior–
de, aproximadamente,0,85 m y muros de compartimentación de, entre 0,65 y
0,70 m. Por el contrario, en la zona oeste las dimensiones son más reducidas:
el muro externo apenas alcanza 1,40 m de grosor y, tanto el de cierre interno
como los perimetrales se sitúan entre 0,60 y 0,65 m (Tabla 1). Esta diferencia
de medidas, además de posibles planteamientos defensivos matizablemente
distintos –de hecho son de dos cronologías con más de 125 años de inter-
valo; es decir, más de cinco generaciones– pueden responder también a una
cuestión tan básica, tal y como ha ocurrido hasta prácticamente el s.xx, la
topografía del sitio: la zona sur la urbe estaba más desprotegida, frente a una
pequeña llanura aluvial, que requeriría un mayor grosor de sus muros, mien-
tras que en la oeste la pendiente natural del terreno favoreció la preexistencia
de un foso natural de notable envergadura.
La nueva muralla púnica de Carteia (San Roque, Cádiz). Investigaciones del...525

Zona sur Fase I Zona sur Fase II Zona oeste


Grosor muro externo 3m 3m 1,40 m
Grosor muro interno o «de
0,90 m 0,80-0,85 m 0,60-0,65 cm
cierre»
Grosor muros de
0,70-0,80 m 0,65-0,70 m 0,60-0,65 m
compartimentación
Casamatas (espacio interior) 3 x 2,60 m 3x3m 3x3m
Tabla 1

Aunque no es este el lugar apropiado para comentar con detalle las siem-
pre complejas cuestiones metrológicas (remitimos, para ello, a la Memoria
del sexenio pronta a finalizar en su redacción) sí querríamos destacar cómo
el módulo principal en ambos sistemas defensivos (s. iv y s. iii a.C.) de la
superficie de las casamatas, que presenta una media de 3 por 3 m, lo que
equivale a seis codos púnicos de, aproximadamente, 0,50-0,51 m. El hecho
de que este módulo marque la construcción en ambas zonas, aunque las casa-
matas corresponden a periodos diferenciados, permite defender la existen-
cia de un módulo constructivo constante aplicado durante un largo periodo
de tiempo. Esta pervivencia tiene paralelos conocidos en Cartagena o Doña
Blanca para el s. iii a.C. (Bendala y Blánquez, 2003, 152) pero, no así, para
el s.iv a.C.; de ahí la importancia de los hallazgos carteienses.
En ambos casos, la muralla se adaptó a las curvas de nivel de la ladera,
construyendo muros de mayor altura en la cara externa (más baja) para, así,
llegar a la cota superior de los interiores y rellenando el espacio entre ambos
lienzos hasta obtener un suelo horizontal con mampuesto de muy diferente
tamaño, trabado solo con tierra para facilitar el acomodo de las piedras. Las
cimentaciones fueron potentes, pensamos que tanto para resistir el peso de
la construcción como para paliar su ubicación en ladera. Se excavaron en
el nivel geológico de arcillas y arenas consolidadas (caso de la ladera sur);
o sobre un potente nivel de tierra, adobes y tapial intencionadamente gene-
rado con motivo de la construcción de la muralla a partir del arrasamiento
de niveles urbanos preexistentes (caso de la ladera oeste); se construyeron
mediante el empleo de piedras irregulares trabadas, al igual que luego se
haría el alzado, con tierra del lugar, pero colocadas con esmero –careadas–
como se ha podido testimoniar en el caso de la zapata de la muralla oeste,
hasta el punto de llegar a configurar pseudohiladas. Por el contrario, el alto
grado de destrucción en la zona sur no permite ser tan rotundos.
También los alzados se conservan mucho mejor en la zona oeste, con
hasta 3,40 m si sumamos los dos momentos constructivos (mediados del
526 Juan Blánquez, Lourdes Roldán y Helena Jiménez

s.iv y finales del s.iii a.C., respectivamente); por el contrario, en la zona


sur, lo que ha llegado hasta nosotros son solo cimentaciones si nos fijamos
en la cara externa de la muralla y, ya en relación a las casamatas (segundo
momento constructivo de la muralla), cimentaciones en alzado, con excep-
ción de la casamata 3 en donde, como comentábamos, se conservaba una
primera hilada de alzado, correspondiente a la zona del umbral de la puerta
de acceso a la misma y realizada ya con pseudosillares de arenisca (Fig. 5).
En lo que a técnicas constructivas se refiere, las características de la
muralla en la Fase II (bárquida) son, de nuevo, similares a las documentadas
en la Fase I (fundacional de la urbe). No obstante, sin ser contradictorio,
hay importantes novedades «en apariencia», como el llamativo aparejo en
damero de la cara externa. En ambos momentos se observa un uso de la
piedra del lugar, en este caso arenisca, cuyas canteras más cercanas –a falta
de análisis resolutorios– se encuentran cercanas a la barriada de Miraflores,
dentro del actual término municipal de San Roque, junto a lo que tuvo que
ser la antigua línea de costa. El uso de este tipo de piedra en la construcción
púnica (bárquida) de Carteia está bien tipificado, desde el inicio de nuestras
investigaciones (Roldán, 1992, 193), si bien no es una rareza el uso esporá-
dico de pseudosillares en piedra caliza, también de la zona.
En lo que respecta al aparejo empleado en la fortificación del s. iv a.C.,
este configuró pseudohiladas a base de lajas de arenisca gruesas. La piedra,
escasamente trabajada, no nos permite hablar de la presencia de pseudosi-
llares y el uso del ripio, a su vez, es esporádico. Este tipo de aparejo hemos
podido documentarlo, tanto en la zona sur (cara externa de la muralla) como,
de forma especial, en la zona oeste (en la cara externa y en la cara interna).
Es en la cara externa donde mejor se ha documentado, tanto en extensión
como en altura, en concreto 2 m (0,35 m de zapata, más 0,60 m de alzado
en cimentación, más 1 m de alzado visto). En cuanto al enlucido, la excava-
ción del sondeo extramuros ha permitido también constatar otra novedad: la
existencia de un revoco que, a falta de los resultados de la analítica, parece
realizado con tierra de fina granulometría, aparentemente del lugar, y de un
grosor en torno a los 4-5 cm. La ausencia de coloración intencionada hace
que dicho revoco solo pueda ser reconocido en el perfil.
En la fase constructiva de finales del s. iii a.C., el aparejo característico
es el pseudoisódomo, compuesto por sillares y lajas de arenisca, de tamaño
medio, dispuestos de forma regular en hiladas alternas de bloques y de lajas,
a modo de nivelación, y con abundante ripio. Este fue el aparejo utilizado
en el muro de cierre y en los muros de compartimentación de las casamatas
en la zona sur, así como en la cara interna del muro en damero que describi-
remos a continuación. Dada la relativa longitud de la zona excavada en este
La nueva muralla púnica de Carteia (San Roque, Cádiz). Investigaciones del...527

sector pudimos documentar también otros aspectos interesantes, en cuanto a


su técnica constructiva, como la forma en cuña de dichos sillares –de ahí que
los denominemos pseudosillares– o el uso de un núcleo, o emplecton, a base
de piedra irregular trabada-acomodada con tierra de lugar.
Dado que la muralla en el lado oeste superó, con seguridad, los 7 m de
anchura, su altura original pudo tener –sin problemas estructurales– más de
15 m de altura. Si, de manera general, se considera aceptado defender hasta
un triple de altura en relación con la anchura en este tipo de construcción,
siempre que el último tercio del alzado fuera realizado en un material más
ligero –caso del tapial o el adobe, complementado con madera–, en nuestro
caso debemos tener en cuenta que la altura de las casamatas, muy proba-
blemente de dos pisos, no superarían los seis o siete metros de altura. De
ahí la prudencia a la hora de calcular el total de alzado de la muralla en su
conjunto. En nuestro caso, además, el arrasamiento de la altura original de
época bárquida en época republicana y, sobre todo, la notable remodelación
de todo este sector en época augustea, han eliminado la posibilidad de una
mayor precisión. Lo que sí ha quedado demostrado en la estratigrafía extra-
muros obtenida en el sector sur de la urbe ha sido la presencia de adobes y la
existencia de una superestructura en madera, al menos en el área de la puerta,
a tenor de las marcas y recortes en los pseudosillares almohadillados de la
misma (Blánquez et al., 2006a, 139).
Globalmente, la característica más llamativa de la fortificación bárquida
es, hoy por hoy, el aparejo en damero que se superpone al lienzo de la mura-
lla del s. iv a.C. al oeste de la urbe carteiense, algo vencido hacia el exterior
por los rellenos de época romana y tardoantigua, con el paso de los siglos. El
lienzo propiamente bárquida conserva un alzado, a día de hoy fosilizado por
el pavimento en opus signinum de época augustea, de 1,2 m combinando, de
forma alterna, sillares entre 55 por 60 cm y 35 por 40 cm. Ello materializó
un paramento de más que notable resistencia y aspecto. Lo primero, por el
uso de bloques regularizados, bien tallados y notable tamaño; lo segundo
porque estas mismas características formales, unido al pragmatismo de no
tallar la cara interna y, de paso, conseguir una mejor unión con el emplecton,
permitió materializar un muro con apariencia de sillares tallados, aunque
no de forma completa, con el consiguiente ahorro de horas de trabajo en
la cantera y a pie de la muralla; rasgos, por otro lado, muy característicos
de la arquitectura púnica (Prados, 2003, 23). Además, debió conformar un
acabado visual muy plástico y efectista propio, igualmente, de una estética
púnico-helenística con engatillados y almohadillados bastante justificados
por una extrema practicidad.
528 Juan Blánquez, Lourdes Roldán y Helena Jiménez

Una vez más, la capital bárquida de Qart Hadsht resulta un paralelo


óptimo para Carteia. El paramento documentado en la calle Pallas 5-7 pre-
senta el mismo sistema en damero combinando grandes sillares y pequeño
aparejo, si bien con un módulo mayor, de entre 1 y 1,20 m (Antolinos, 2006;
Noguera, 2013). En dicho tramo, además, de nuevo como en Carteia, la
muralla del s. iii a.C. corta estructuras anteriores hasta del s. iv a.C., lo que
resulta muy interesante a la hora de entender la premura con la que las ciu-
dades púnicas se reformaron y monumentalizaron en época bárquida, sin
importar un aspecto crucial en tiempos de paz como es reducir el tamaño de
las urbes, amortizando para ello estructuras previas. Dicha premura y, hasta
cierto punto, febril actividad constructiva, la vemos coherente en el contexto
histórico de aquella época y con el empleo de modelos defensivos púnico-
helenísticos, como son las murallas con casamatas, los almohadillados o la
puerta en codo, entre otras cuestiones que ponen en evidencian cómo las
principales ciudades de Iberia bajo el control de los Barca se readaptaron
ante un nuevo tipo de guerra en el que el asedio a los centros urbanos fortifi-
cados y, en respuesta a los mismos, las defensas activas, iban a jugar un papel
básico (Blánquez, 2013).
Si bien en el sector oeste de la urbe carteiense, a día de hoy, no se han
documentado evidencias de destrucción o incendio asociables a la segunda
guerra púnica, no es desdeñable la localización de un bolaño de arenisca,
probablemente correspondiente a un arma de torsión tipo catapulta o balista,
en los niveles púnicos al exterior de la muralla. Paralelamente, ya en el pri-
mer sexenio de excavaciones, se pudo documentar la reconstrucción parcial
de muros, en época republicana, de los cuerpos de guardia que flanqueaban
la puerta sur de acceso a la urbe. Ello explicaba el que en las dos habitaciones
unos muros trabaran, mientras que otros estaban adosados; aunque la técnica
constructiva parecía la misma, la peor colocación de las piedras en los lien-
zos adosados, bajo nuestro punto de vista, reflejaba una rápida reconstruc-
ción tras el hipotético asedio romano a la urbe púnica.

5. Carteia. De urbe púnica a enclave romano republicano


Los trabajos de excavación llevados a cabo dentro del Proyecto Carteia de la
UAM se centraron, sin excluir otras zonas, en una primera Fase (1994-1999),
en la realización de pequeños sondeos estratigráficos y en el retranqueo de
antiguos perfiles en la necesaria obtención de actualizadas estratigrafías que
permitieran establecer una secuencia cultural y una interrelación entre los
importantes edificios monumentales existentes por todo el área del cortijo
del Rocadillo. El citado carácter monumental de los restos que en esta área
La nueva muralla púnica de Carteia (San Roque, Cádiz). Investigaciones del...529

iban apareciendo hizo que, tanto el equipo dirigido por Woods como el pos-
terior por el profesor Presedo, se centraran en esta zona pero, en los inicios
de nuestros estudios, existían graves carencias en cuanto a su conocimiento,
cronología e interpretación funcional.
Ya en la segunda Fase de nuestro Proyecto Carteia (2006-2013), solucio-
nadas estas carencias básicas, pudimos ampliar la zona de estudio del cortijo
del Rocadillo a otras zonas, dentro del mismo, hasta entonces sin excavar.
La documentación obtenida conjuntamente en ambos sectores ha permitido
generar (Fase I) y ratificar (Fase II) una secuencia estratigráfica y construc-
tiva que abarca, desde una fecha todavía imprecisa de mediados el s. iv a.C.,
hasta la época augustea, altoimperial y tardoantigua; tanto en lo referido a
cultura mueble como a inmueble, esto es, relativa a los principales edificios
de toda esta zona.
A día de hoy, podemos seguir afirmando, pues parece que se consolida
conforme continúa la investigación arqueológica, que el citado sector monu-
mental de la Carteia romana ubicada en lo que fue el cortijo del Rocadillo
correspondió, grosso modo, al epicentro de la urbe púnica que, como hemos
argumentado con anterioridad, con los datos que actualmente contamos, no
parece que llegara a las cuatro hectáreas. Ello, unido a que la parte excavada
de la misma, referida al periodo púnico, se identifica con espacios religiosos
o públicos y apenas domésticos, explica el que empleemos en ocasiones el
término de «ciudadela».
El posterior asentamiento republicano desarrollado en torno al templo,
reinterpretado en su cronología y tipología dentro de las investigaciones que
llevamos a cabo es, por el momento, difícil de definir, aunque sabemos que
ocupó el espacio de la ciudad púnica; de hecho, como hemos comentado,
se reconstruyeron entonces estructuras destruidas cuando el asentamiento
púnico pudo haber sido tomado al asalto por las legiones romanas.
Con posterioridad, ante la ausencia de publicaciones de las antiguas
excavaciones llevadas a cabo por anteriores equipos en diferentes tramos
de la muralla romana, defendemos, con el apoyo del nuevo tramo excavado
por nosotros en la campaña de 2009, su construcción en época augustea. A
partir de este momento, y no antes, la urbe romana parece sido ampliada de
manera más que notable, hasta alcanzar las 25-27 ha definidas por un recinto
amurallado cuyo estudio, recientemente, hemos vuelto a retomar a través
de otras metodologías complementarias a la excavación; hasta el punto de
haber documentado, ya de manera fehaciente, alguna de sus puertas (Roldán
y Romero, e.p.).
En efecto, la excavación de la citada Área 113 nos ha permitido docu-
mentar también un nuevo tramo, de casi 20 m, del trazado de la muralla
530 Juan Blánquez, Lourdes Roldán y Helena Jiménez

romana que corre paralela a la púnica y cercana, pues, a una zona ya interpre-
tada en nuestros anteriores trabajos como lugar de una de las posibles puertas
de la urbe romana.
La construcción de la muralla romana, de 3 m de anchura y con sillares
de caliza, como ya hemos comentado con anterioridad, habría llevado apa-
rejado un proceso de arrasamiento de las estructuras anteriores y el aporte
de grandes rellenos de nivelación para su construcción pero, paralelamente,
mantuvo su uso, si bien no defensivo sí industrial y político al haberse cons-
tatado la presencia de lo que hemos interpretado como un taller monetal de la
ceca de Carteia. En su interior se documentaron, junto con abundante mate-
rial constructivo y cerámico, varios cospeles y cuatro monedas; tres de ellas
de Carteia y un último ejemplar del denominado tipo SACERDOS (Arévalo
et al., 2016). La importancia de dicho hallazgo pensamos que es grande
debido a la escasez de restos materiales con los que contamos relacionados
con el proceso de fabricación de monedas en suelo hispano (García-Bellido,
1982; Ripollès, 1994-1995; Chaves, 2001; Arévalo, 2014). A ello se añade
el que ninguna de las evidencia arqueológicas con las que contábamos hasta
ahora provenía, como en este caso, de un contexto arqueológico.
Tras su uso en época augustea, con la amortización definitiva de las cons-
trucciones de la etapa republicana y, con ello, del taller monetal, el nuevo
periodo romano altoimperial supuso una nueva transformación de toda esta
zona que, si bien mantuvo su uso industrial –la extensión en metros cuadra-
dos de espacios pavimentados en opus signinum así parecen indicarlo, entre
otras consideraciones– los muros construidos dibujaron ya una nueva estruc-
turación espacial y urbana.
El periodo tardoantiguo conllevó un paulatino abandono de esta zona
de la urbe y un consiguiente expolio de sus materiales constructivos. En
un primer momento, parece ser, como materia prima para nuevas construc-
ciones; en este sentido la evolución documentada del edificio interpretado
como basílica demuestra una continua reutilización de los edificios cercanos
imperiales; y, en un segundo momento no muy lejano en el tiempo, a tenor de
los materiales cerámicos asociados a la calera extramuros, ya como materia
prima para elaborar cal lo que conllevó, como decíamos, la casi total desapa-
rición de la muralla romana hasta niveles de su cimentación.
Como creemos haber argumentado, además de la valiosa documenta-
ción que sobre la Carteia púnica nos han proporcionado las excavaciones
descritas, resultan también de gran interés los niveles inmediatamente pos-
teriores, pues arrojan luz sobre un periodo en el que Carteia tuvo una espe-
cial relevancia dentro del territorio del sur peninsular y, por ello, básico
para entender con parámetros actuales la conocida –quizás de manera
La nueva muralla púnica de Carteia (San Roque, Cádiz). Investigaciones del...531

excesiva a través de las fuentes solo literarias– como «romanización»; la


arqueología nos permite hoy abordar este proceso desde la cultura material
y comprender la transición de una urbe púnica a otra hispanorromana. En
efecto, el papel de Carteia en la Hispania republicana está fuera de toda
duda y, tanto el papel de su puerto en la propia conquista –bien atesti-
guado por las fuentes– como por sus emisiones monetales (Chaves, 1979)
y, de forma especial, el episodio transmitido por Livio (XLIII, 3) de ser
la primera colonia latina fuera de Italia, son claras evidencias de dicha
importancia.
Nuestras intervenciones arqueológicas vienen, pues, a confirmar y dotar
de contenido argumentos históricos como la continuidad entre la urbe púnica
y la de época romana republicana ejemplificada en el uso y mantenimiento
de la antigua muralla, así como en la dificultad de distinguir, en ocasiones,
entre estructuras y materiales púnicos y los republicanos iniciales en un
periodo complejo, pero básico por entender, como tuvo que ser la primera
mitad del s. ii a.C. Las nuevas excavaciones en la zona oeste, donde no solo
la muralla estuvo en uso durante época republicana, sino que los espacios de
las casamatas tuvieron un uso industrial que incluso mantuvieron en época
imperial una vez definitivamente amortizada la muralla, vienen a incidir
sobre esta idea de continuidad urbana; todo ello en coherencia con lo que
parece constatarse igualmente en su territorio (Roldán et al., 2006: 541 y ss.;
Jiménez, 2012: 511 y ss.).
Queremos llamar la atención, en este sentido, sobre lo oportuno de con-
ceptos como «neopúnico» o «tardopúnico», ambos empleados por la litera-
tura arqueológica de los últimos años, y que resultan de gran utilidad a la
hora de referirnos a la cultura material de las sociedades de origen púnico
pero, ya «romanas» en cuanto a su cronología, aunque mantuvieron muchos
de los aspectos culturales de la etapa anterior (Bendala, 2012). Los siglos ii y
I a.C. fueron, precisamente, una etapa de auge económico y en la que fue más
apreciable la personalidad púnica de las poleis del Círculo del Estrecho que,
como Carteia, fueron incorporando nuevos elementos itálicos, al tiempo
que se beneficiaron de la progresiva integración en los circuitos comerciales
romanos (López Castro, 1995).

6. Consideraciones finales
Las nuevas intervenciones en la ciudad púnica de Carteia vienen a confir-
mar aspectos ya valorados desde la Fase I del Proyecto Carteia de la UAM,
enriquecidos al contar ahora con más evidencias materiales. En primer lugar,
hemos de destacar la magnitud de los restos de época púnica aparecidos y,
532 Juan Blánquez, Lourdes Roldán y Helena Jiménez

derivado de ello, el salto cualitativo en cuanto a posibilidades de estudio de


esta fase en Carteia que, hasta 1994, con el inicio de las actuales investiga-
ciones, carecía de una realidad material (Roldán et al., 2006).
A pesar de que la existencia de varias «ciudades superpuestas» como
la romana republicana, la romana imperial o la tardoantigua dificultan el
estudio del original asentamiento del cortijo del Rocadillo –Carteia La
Nueva– es cierto que una pensada planificación de excavaciones en la zona
de la muralla, así como la coordinación entre los sectores romanos y púnico
dentro de un único proyecto, han permitido obtener documentación, tanto
referida a su arquitectura militar defensiva como, en los cortes enfocados
al urbanismo romano, trazas del original urbanismo púnico y, lo que es
más importante, constancia de su importancia. Ello, sumado a la fortuna
de circunstancias históricas, como el hecho de que los imponentes rellenos
empleados en la construcción de la muralla augustea enterraran y, por tanto,
conservaran la muralla púnica, han hecho que en la zona oeste de la urbe
haya sido posible documentar un alzado de hasta 3,20 m de su muralla,
mientras en la zona sur apenas nos hallábamos en niveles de cimentación.
Es, pues, mucho el potencial que guarda Carteia en lo referido a su periodo
púnico.
En lo que concierne a sus defensas, la Fase II de este proyecto de inves-
tigación ha confirmado la envergadura ya intuida y vista en parte durante el
primer sexenio de excavaciones, en cuanto a la existencia de un complejo
sistema defensivo con, al menos, dos fases. Las nuevas actuaciones arqueo-
lógicas han permitido plantear la posibilidad de que, desde luego en la parte
oeste de la urbe las casamatas se construyeron ya a mediados del s. iv a.C.
Ello no viene sino a evidenciar el alto grado de desarrollo urbano del asen-
tamiento desde el mismo momento de su fundación por gentes venidas del
Cerro del Prado y a las que pudo sumarse la iniciativa y participación de
poleis de mayor importancia como Gadir o Cartago, en el contexto, recor-
demos, del segundo tratado romano-cartaginés del 348 a.C. (López Pardo
y Suárez Padilla, 2002; Roldán et al., 2006, 536; Álvarez Martí-Aguilar,
2014). A su vez, constituye un argumento más, en sí mismo, para reforzar
la idea de un traslado voluntario del antiguo asentamiento a este nuevo y no
forzado por el empantanamiento de la antigua bahía.
Entre las principales novedades de las últimas actuaciones hemos de
señalar, asimismo, el haber documentado niveles previos incluso a la muralla
del iv a.C. y, con ello, la existencia de una fase ocupacional previa a la fun-
dación de Carteia la Nueva. Ejemplifica, además, la idea de la existencia de
un núcleo administrativo, político y religioso central y una notable población
repartida por diversos puntos de todo el arco de la bahía desde fechas muy
La nueva muralla púnica de Carteia (San Roque, Cádiz). Investigaciones del...533

antiguas; al igual que la nueva fundación no supondría un abandono tajante


de toda su población, sino el traslado de su centro político.
En el s. iii a.C. queda confirmado, nuevamente, cómo la urbe púnica
de Carteia experimentó una monumentalización en época bárquida consis-
tente, en cuanto a su sistema defensivo, en la reconstrucción de una muralla
de casamatas en el lado oeste de la urbe y en una transformación de la sur,
donde hasta ese momento no las había, que reutilizó la estructura existente
del siglo anterior. La hipótesis inicial de que solo habría tenido casamatas la
zona suroeste, por ser la puerta y la zona más expuesta, queda ya superada
a tenor de los nuevos descubrimientos, a la vez que permite plantear una
extensión del citado sistema de casamatas para la totalidad del recinto púnico
cercano, como mínimo, a los 450 m de perímetro. Ello, si se traslada a cues-
tiones propias de la arqueología de la producción, pone de relieve el poder
económico y de control territorial que la reforma urbana de Carteia, llevada
a cabo en época de Aníbal, obliga a pensar.
El panorama de la arquitectura defensiva púnica en el sur peninsular
empieza a ser mejor conocido a través de sucesivos trabajos acometidos
desde hace menos de dos décadas y que tienen sus mejores ejemplos en la
propia Carteia, Doña Blanca, Carmona y Cartagena (Bendala y Blánquez,
2003; Prados y Blánquez, 2007; Blánquez, 2013), en el sureste (Olcina et al.,
2011; Ramallo y Ruiz, 2009; Noguera, 2013), como también dentro del pro-
pio entorno del Estrecho; valgan como ejemplos, en este sentido, las estructu-
ras aparecidas en Cártama, en el entorno de la bahía malagueña y una ciudad
que comparte raíz fenicia con Carteia (Melero, 2007) y el Cerro Colorado,
en Benahavís, donde además del importante «tesorillo» de moneda púnica de
la II Guerra Púnica se han excavado estructuras defensivas que sus investiga-
dores comparan con las de Carteia (Bravo y Soto, 2007).
No en balde, Carteia habría sido una de las ciudades potenciadas por la
política territorial de corte estatal de los Barca (Bendala, 2013) y es induda-
ble que, con motivo de la Segunda Guerra Púnica, la ciudad se convirtió en
un puerto estratégico a escala del Mediterráneo occidental y debió ser esce-
nario de batallas navales de primera importancia en la contienda; como la
conocida entre Lelio y Adérbal (Tito Livio, XXVIII, 30, 6). Futuros trabajos
arqueológicos, seguro, seguirán enriqueciendo el conocimiento de la ciudad
púnica de Carteia.
534 Juan Blánquez, Lourdes Roldán y Helena Jiménez

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TRA HUELVA E CARTAGINE:
POSSIBILI TESTIMONIANZE DELLA
COPPELLAZIONE DELL’ARGENTO NELLA
SARDEGNA CENTRO-ORIENTALE

Raimondo Secci1
Alma Mater Studiorum – Università di Bologna

L’avvento della coppellazione nella filiera produttiva dell’argento rappre-


senta un fatto epocale nello sviluppo della metallurgia tartessica. Già atte-
stata nel Vicino Oriente alla fine del iv millennio a.C. (Pernicka et alii, 1998)
e basata su un processo di ossidazione selettiva del piombo argentifero attra-
verso l’esposizione al calore, questa innovazione tecnologica consentiva lo
sfruttamento del bacino minerario della regione di Huelva, assai rinomato
nell’antichità per l’abbondanza del prezioso metallo (Pérez Macías, 2013):
poiché, infatti, quest’ultimo non vi si trovava allo stato nativo ma sotto forma
di minerale inglobato nella roccia incassante, precipua finalità della coppel-
lazione era quella di separare l’argento dal piombo utilizzato come agente
catalizzatore nella fase di depurazione dalla ganga (Anguilano et alii, 2010).
Nonostante isolati tentativi di rivendicarne la diffusione nel Sud-Ovest
iberico già nel ii millennio a.C. (Pérez Macías, 1996-1997, 96-98; contra
Rovira, 2004, 28), gli studiosi sono oggi sostanzialmente concordi nel rite-
nere che tale tecnica sia stata introdotta nella regione tra gli ultimi decenni
del ix e gli inizi dell’viii sec. a.C., in contemporanea con la fondazione dei
più antichi stanziamenti fenici e con lo sfruttamento sistematico dei bacini
minerari di Riotinto e Aznalcóllar (Rafel et alii, 2008, 254; Aubet, 2009,
284-291; Anguilano et alii, 2010; Rovira y Renzi, 2013).

1. raimondo.secci@unibo.it
538 Raimondo Secci

Fig. 1. Coladores da San Bartolomé de Almonte (Huelva) (da Ruiz Mata y Fernández
Jurado, 1986, láms. XLVII e LXIX)

Oltre alle tipiche scorie con inclusioni silicee e ai residui di piombo e litar-
girio, all’uso della coppellazione sono stati talvolta associati alcuni singolari
recipienti in ceramica d’impasto, ben noti dagli scavi di San Bartolomé de
Almonte (Huelva) e denominati coladores per via dei numerosi fori passanti
che ne contraddistinguono le pareti (Ruiz Mata y Fernández Jurado, 1986,
láms. XLVII, nn. 631-637; LXIX, nn. 966-967) (Fig. 1). Tali fori avrebbero
avuto la funzione di permettere il trasudamento dell’acqua contenuta in un
impasto a base di ceneri d’ossa polverizzate, utilizzato per la modellazione
delle coppelle all’interno del vaso (Fernández Jurado, 1986, 159; Ruiz Mata
y Fernández Jurado, 1986, 259)2. Sebbene i manufatti in esame siano stati
alternativamente correlati alla produzione casearia, oppure interpretati come
bruciaprofumi per la diffusione di sostanze aromatiche o psicotrope inci-
nerate (González de Canales Cerisola et alii, 2004, 118), un loro possibile
impiego nel processo di separazione dell’argento dal regolo metallico è stato
nuovamente ipotizzato sulla base di alcuni esemplari rinvenuti al Cerro de la
Albina (La Puebla del Río, Sevilla) (Fig. 2), in associazione con frammenti
di crogioli caratterizzati da incrostazioni di litargirio (Escacena Carrasco et
alii, 2010). In quest’ultimo insediamento, infatti, la contemporanea presenza
di significative tracce di fosforo sulle superfici dei cosiddetti coladores e
su quelle dei crogioli – tracce del tutto assenti sul resto dei materiali cera-
mici – ha indotto a ipotizzare una plausibile connessione delle due categorie
funzionali nell’ambito del medesimo processo produttivo, peraltro ancora

2. Secondo un procedimento diffuso soprattutto a partire dall’età medievale: cfr. Martinón-


Torres, Thomas, Rehren y Mongiatti, 2008.
Tra Huelva e Cartagine: possibili testimonianze della coppellazione dell’argento...539

Fig. 2. Coladores dal Cerro de la Albina (Puebla del Río, Sevilla) (da Escacena Carrasco et
alii, 2010, fig. 12)

sconosciuto nei dettagli. Secondo l’opinione degli scavatori, i vasi a pareti


traforate – perlomeno quelli di forma tubolare, aperti alle due estremità –
avrebbero potuto essere collocati nella forgia in posizione verticale, con la
funzione di incrementare il calore delle braci e di convogliarlo alla sommità,
sulla quale poteva essere collocata la coppella (Escacena Carrasco et alii,
2010, 44, 45).
Alla luce di tali considerazioni, risultano quindi di un certo interesse sia
la recente individuazione della classe tra i rinvenimenti cartaginesi della Rue
Ibn Chabaat, in un contesto riferibile alla prima metà del vii sec. a.C. (Mansel,
2011, 370), sia le notevoli affinità morfologiche riscontrabili tra i citati mate-
riali onubensi e un vaso d’impasto rinvenuto in Sardegna, nell’insediamento
nuragico di S’Arcu ‘e is Forros (Villagrande Strisaili, Ogliastra) (Fig. 3). Il
manufatto in questione, rinvenuto negli anni Ottanta del Novecento e noto
soltanto da brevi notizie preliminari, è stato significativamente interpretato
come torciere e attribuito al Bronzo finale (Fadda, 2001, 83, fig. 10; 2012a,
15, fig. 17). Esso presenta una forma quasi emisferica, con pareti a profilo
curvilineo caratterizzate da file irregolari di fori passanti, mentre la base è
distinta e conformata ad anello, come in alcuni esemplari tartessici3. Senza
escluderne del tutto l’interpretazione proposta dall’editrice, un’eventuale
lettura in senso produttivo potrebbe essere avvalorata dalle peculiari carat-
teristiche del sito di rinvenimento, considerato uno dei più importanti centri
metallurgici della Sardegna antica (Fadda, 2012b).

3. Cfr. per esempio Ruiz Mata y Fernández Jurado, 1986, lám. XLVII, 638.
540 Raimondo Secci

Fig. 3. Vaso a pareti traforate da S’Arcu ‘e is Forros (Villagrande Strisaili, Ogliastra) (da
Fadda, 2001, fig. 10)

Ubicato in corrispondenza di uno snodo nevralgico dei flussi transumanti


che attraversavano il massiccio montuoso del Gennargentu (Fig. 4), l’insedia-
mento risulta caratterizzato dalla presenza di un esteso villaggio di capanne
e da almeno due templi a megaron dedicati al culto delle acque4. Oltre a
numerosi prodotti di importazione o imitazione orientale, presumibilmente
veicolati dall’emporio costiero di Sulci tirrenica (Secci, 2012, 518-520), l’a-
rea del villaggio ha restituito consistenti testimonianze di attività metallur-
gica, rappresentate da numerosi frammenti di lingotti ox-hide, fornaci per la
fusione dei metalli, molle da fonditore, pani di piombo integri e frammentari,
schegge di lingotti di stagno, una grande quantità di oggetti finiti in bronzo e
abbondanti scorie ferrose (Fadda, 2001, 2011, 2012a, 2012b).
All’interno del vano 15 dell’insula 1, in particolare, gli scavi del 2010-
2011 hanno consentito di individuare un’officina fusoria sicuramente in
uso nel ix-viii sec. a.C. e connotata da cospicue tracce di manipolazione
del piombo (Fig. 5): queste comprendevano quattro fornaci impostate su
un unico piano sopraelevato e contenenti strati alternati di combustibile e

4. Un terzo edificio rettangolare, interpretato come un originario megaron successivamente


adibito a officina fusoria (megaron 3), è stato messo in luce nel corso della campagna del
2010: Fadda, 2012a, 35-36.
Tra Huelva e Cartagine: possibili testimonianze della coppellazione dell’argento...541

minerale, martelli in pietra per


la frammentazione della materia
prima, ciotole e tegami con residui
di metallo fuso ancora aderenti
alle superficie interna, frammenti
di «galena piombifera» e pani di
piombo di forma ovale e sezione
piano convessa (Fadda, 2012a,
45-49; 2012b, 201-203). Un certo
rilievo, nell’ottica di questo contri-
buto, assume anche il recupero di
alcuni anelli in argento all’interno
del ripostiglio 2 (vano 2 dell’in-
sula 2), insieme a un’abbondante
quantità di grappe di piombo,
armi e utensili per lo più in bronzo
e in ferro, oggetti d’ornamento
di diversa origine e provenienza,
uno scarabeo egittizzante in ste-
atite smaltata e un pendente in
bronzo raffigurante il cosiddetto
«simbolo di Tanit» (Fadda, 2012a, Fig. 4. Carta della Sardegna con
localizzazione del sito di S’Arcu ‘e is Forros
58-67) (Fig. 6). Tra le numerose (Villagrande Strisaili, Ogliastra)
testimonianze di contatti con l’a-
rea vicino-orientale, è ancora
da segnalare un’anfora da trasporto frammentaria con iscrizione filistea e
fenicia (Garbini, 2012; 2013, 51-52, 53-54), rinvenuta in associazione con
frammenti di brocche askoidi (Fadda, 2012a, 51-54; 2012b, 205) e giunta in
Sardegna con una probabile mediazione levantina (Figg. 7-8).
Se dunque, come non sembra inverosimile, il manufatto di Villagrande
e i citati coladores iberici e cartaginesi fossero accomunati dalle medesime
finalità produttive, ciò fornirebbe nuova evidenza per l’enucleazione di un
circuito privilegiato di relazioni tra la Sardegna e la regione tartessica nella
prima età del Ferro (Fundoni, 2012), in una fase di graduale integrazione
dell’elemento fenicio in tale rete di rapporti (Botto, 2013). Nel contempo,
il dato consentirebbe di ampliare le conoscenze sull’impiego della coppel-
lazione nella Sardegna preromana, finora limitate al bacino del Guspinese
(Ingo et alii, 1997), nonché di ipotizzare una suggestiva spiegazione per il
toponimo Gennargentu («porta» o «valico dell’argento»), quale indicatore di
542 Raimondo Secci

Fig. 5. Le insule 1 e 2 del villaggio nuragico di S’Arcu ‘e is Forros (Villagrande Strisaili,


Ogliastra) (da Fadda, 2012b, 198)

Fig. 6. Pendente in bronzo Fig. 7. Anfora da trasporto frammentaria con iscrizione


raffigurante il cosiddetto filistea e fenicia da S’Arcu ‘e is Forros (Villagrande
«simbolo di Tanit» da S’Arcu Strisaili, Ogliastra) (da Fadda, 2012a, fig. 71)
‘e is Forros (Villagrande
Strisaili, Ogliastra) (da Fadda,
2012a, fig. 86)
Tra Huelva e Cartagine: possibili testimonianze della coppellazione dell’argento...543

Fig. 8. Iscrizione filistea e fenicia da S’Arcu ‘e is Forros (Villagrande Strisaili, Ogliastra)


(da Garbini, 2012, 230)

un’importante via commerciale comunicante con i ricchi giacimenti argenti-


feri del Sarrabus e identificabile con il corso del Flumendosa.
In ogni caso, qualunque possa essere la reale valenza funzionale del
rinvenimento, la sua presenza a S’Arcu ‘e is Forros sembrerebbe costituire
un ulteriore indizio di quella «connessione tartessica» del mondo nuragico
ben delineata dalla critica più recente (González de Canales Cerisola et alii,
2004, 206-207; Fundoni, 2012) e forse inizialmente motivata dalle necessità
di reperimento dello stagno atlantico (Gómez y Fundoni, 2010-2011, 38-39;
Rodríguez Díaz et alii, 2013): al riguardo, qualche utile informazione potrà
forse venire dallo studio delle cospicue quantità di questo metallo rinvenute
nel medesimo insediamento ogliastrino (Fadda, 2012b, 203).
544 Raimondo Secci

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COMUNICACIONES Y PÓSTERS
ANÁLISIS MICROESPACIAL DEL TEMPLO
IBÉRICO DE LA ESCUERA (SAN FULGENCIO,
ALICANTE). UN EDIFICIO SINGULAR EN LOS
ALBORES DE LA SEGUNDA GUERRA PÚNICA

Raúl Berenguer González


Oxford Archaeology

«Análisis microespacial del templo ibérico de La Escuera, un edificio sin-


gular en los albores de la Segunda Guerra Púnica» es el resultado de un
trabajo de investigación elaborado y presentado como Trabajo Fin de Máster,
perteneciente al Máster de Arqueología Profesional y Gestión Integral del
Patrimonio de la Universidad de Alicante durante el curso 2011-2012. En él
pretendíamos ofrecer un resumen del mismo y dar a conocer uno de los dos
sectores de este yacimiento, un complejo arquitectónico al que por sus carac-
terísticas se le ha atribuido la función de templo, si bien la realidad dicta que
queda mucho trabajo por hacer para intentar extraer de él la máxima infor-
mación posible, para lo cual hay que continuar analizando sus materiales, sus
características arquitectónicas, su relación dentro del poblado e indagando a
través de la bibliografía para intentar hallar paralelos que nos aproximen a
su realidad.
Este trabajo, pues, tiene como fin aportar una nueva propuesta a esa gran
labor que todavía queda por realizar en torno al edificio de La Escuera. Uno
de esos trabajos iniciales debía ser la confección de una nueva planimetría1
del edificio, la cual se efectuó durante las campañas 2007 y 2008 conforme
se iba re-excavando el edificio que ya a principios de la década de los años
60 la arqueóloga Solveig Nordström exhumó y documentó. En ella hemos

1. Especial agradecimiento a los directores de la excavación Lorenzo Abad, Feliciana Sala y


Jesús Moratalla, por la cesión de las planimetrías y las memorias de excavación, pues se
trata de un trabajo en parte inédito.
550 Raúl Berenguer González

ubicado los dibujos e imágenes de los elementos muebles aparecidos durante


dichas excavaciones, de tal modo que de un solo golpe de vista podamos
detectar los materiales en el punto exacto del hallazgo en cada estancia o
departamento y, así, poder analizar e interpretar el conjunto arquitectónico
desde una perspectiva microespacial, atendiendo a aspectos tales como el
modo en que aparecieron, qué elementos los acompañaron y la función que
pudieron desempeñar dentro de ese contexto, sin olvidarnos de las caracte-
rísticas arquitectónicas que nos presenta este complejo edificio. Por tanto,
pretendemos presentar una primera aproximación a los usos y prácticas que
en este espacio pudieron desarrollarse.
Sin embargo, caben destacar varios puntos a tener en cuenta que dificul-
tan nuestro estudio. El primero de ellos es la inconclusión de las excavacio-
nes en este edificio, no pudiendo observar a día de hoy la planta total de la
construcción en cuestión. Por otra parte, la ausencia de paralelos claros en
el mundo mediterráneo, así como la compleja distribución de sus estancias
que, en ocasiones, dificulta su comprensión, pues algunas de ellas se hallan
incomunicadas.

Medio geográfico y contexto histórico


El yacimiento de La Escuera encubre un núcleo urbano situado en el término
municipal de San Fulgencio, dentro de lo que se conoce como la comarca
de la Vega Baja, al sur de la provincia de Alicante, a 32 km. de su capital y
a 4,5 km de la población de Guardamar del Segura (Fig. 1). Este poblado se
asienta al pie de la ladera sur de la Sierra del Molar a una altura entre 11 y 14
m.s.n.m., adquiriendo una extensión aproximada de 2,5 Ha.
El poblado queda a los pies de una suave sierra que permite el contacto
con otras poblaciones del interior, en especial con el importante núcleo ibé-
rico de La Alcudia; al sur, queda el marjal que formaría la desembocadura
del río Segura que, aunque hoy la vemos más retirada al sur, originalmente
discurriría más cercana al yacimiento. Al oeste queda delimitado por un
terraplén natural y al este por el denominado cauce de «Las Cueras», topó-
nimo de donde muy probablemente le sobreviene el nombre del yacimiento
(Sala, 1996, 327; Abad et al., 2001, 205).
La Escuera es fundada ex novo en torno a finales del s. v a.C., proba-
blemente como nuevo enclave donde asentarse el contingente poblacional
procedente del cercano yacimiento de El Oral, situado a un kilómetro a occi-
dente y abandonado por entonces. Las características geográficas del entorno
de ambos yacimientos dificultan las grandes explotaciones agrícolas, siendo
éstas de autoconsumo y limitadas al cultivo del cereal como base alimenticia.
Análisis microespacial del templo ibérico de La Escuera (San Fulgencio, Alicante)...551

Sí se han constatado, sobre todo para el caso del enclave de El Oral, otro
tipo de actividades como la ganadería, la pesca, el marisqueo, la minería o
incluso la exportación salinera. Todo ello junto con su ubicación geoestraté-
gica en la desembocadura del río Segura, que parece reunir las condiciones
óptimas para el varado de las embarcaciones (Nordström, 1961, 96), y un
amplio repertorio de material cerámico importado, así como un gran número
de ánforas (Nordström, 1961, 94), nos hace pensar que ambas poblaciones
estuvieron desempeñando un importante papel en el intercambio comercial,
lo que atraería el interés fenicio-púnico desde varios siglos atrás en esta zona
de la desembocadura (en yacimientos como Fonteta o el propio El Oral),
fruto de esta variedad de recursos, y con la posibilidad de entablar relacio-
nes con la población indígena (Aubet, 1994, 290-291). Si bien otorgamos
este papel al yacimiento de El Oral para la fase ibérica Antigua, suponemos,
por idénticos motivos y por herencia de aquel, semejantes funciones a La
Escuera para la época Ibérica Plena. La decadencia de la urbe habría que
situarla en el contexto de la Segunda Guerra Púnica, a juzgar por los elemen-
tos muebles hallados en las distintas intervenciones arqueológicas, además
de que La Escuera se enclava en un paso obligado de las tropas romanas
desde el norte en su camino hacia la urbe bárquida de Cartagena.

Figura 1: Plano de situación del yacimiento de La Escuera


552 Raúl Berenguer González

Dicho medio geográfico y legado histórico determinarán en gran medida


los recursos de aprovisionamiento del enclave urbano, así como las diferen-
tes actividades socioeconómicas practicadas por sus habitantes que, como
veremos a continuación, pueden verse más o menos reflejadas en las activi-
dades llevadas a cabo en este polivalente complejo arquitectónico.

El Edificio
Por lo que podemos apreciar a día de hoy, se trata de un edificio de planta
rectangular de grandes dimensiones (253 m2) (Fig. 2), orientado de este a
oeste con tres cuerpos perpendiculares a la probable fachada y ubicado al
costado oriental de la puerta de acceso sur del poblado, delimitado por su
ala occidental posiblemente por la calle de acceso de dicha puerta (Abad
et al., 2001, 217). El complejo consta, hasta ahora y según la autora de las
excavaciones (S. Nordström) de ocho departamentos enumerados con letras
desde la A hasta la H en orden de oeste a este, dispuestos todos ellos a dis-
tintos niveles unos de otros. Solo tres de estas habitaciones aparecen bien
delimitadas (estancias C, D y E), desconociendo la extensión total de los
departamentos A, B, F, G y H.
Algunos de los aspectos más llamativos del complejo es el tipo de pavi-
mentación que presentan varias de sus estancias, conformados por grandes
losas de piedra; por otro lado, la presencia de basas de pilastras y de colum-
nas de piedra confrontadas unas con otras, o el hallazgo de plataformas o
podios construidos con base de piedra y arcilla, uno de ellos recubierto de
ceniza, o la diferencia de cota que presentan cada uno de los departamentos.
Estructuras complejas, de grandes dimensiones, con elementos poco propios
de una simple construcción doméstica.Todo ello, junto con los materiales
arqueológicos (en algunos casos singulares), hace pensar a S. Nordström
que la construcción responde a funciones religiosas, amén de su ubicación
privilegiada dentro del poblado, al este de la puerta sur, lo que sugiere a otros
investigadores la posibilidad de estar ante un santuario de entrada intramuros
(Abad y Sala 1997, 99).
A nuestro parecer, el complejo sugiere una división tripartita diferen-
ciada entre sus departamentos, compuesto por tres «módulos». El primero
de ellos corresponde a la zona occidental, que alberga un espacio muy poco
excavado, donde S. Nordström ubicó los departamentos A y B. A continua-
ción un módulo central integrado por los departamentos C, D y E junto con
dos plataformas asociadas a los dos primeros, y un tercer módulo oriental
conformado por los departamentos F y G. Todos ellos, junto con sus hallaz-
gos, pasamos a describir. Fuera de esta división queda el departamento H,
Análisis microespacial del templo ibérico de La Escuera (San Fulgencio, Alicante)...553

Figura 2: Nueva planimetría del edificio de La Escuera. Universidad de Alicante.


(Abad et al., 2007)

ubicado al norte del complejo e identificado como una calle o espacio abierto
por S. Nordström y que permanece sin excavar.

Departamento A
El Departamento A es la estancia que mayores trabas presenta a la hora de
poder interpretarla, puesto que es el que menos se ha sometido al proceso de
excavación.Tan solo contamos con la breve descripción que S. Nordström
nos proporciona en lo poco que aquí actuó. Si realmente se tratase de una
habitación, sería la estancia más occidental del complejo e integraría, junto
con el departamento B, el módulo occidental del edificio.
La intervención consistió en la apertura de una zanja, hallando una pared
de piedras unidas en seco, de 2,50 m. de longitud y 0,70 m. de ancho. La
anchura de la estructura nos indica que puede tratarse de un muro maestro,
puesto que sabemos que los muros de este tipo en el edificio de La Escuera
rondan los 0,60 m. de anchura (Abad, Sala y Moratalla, 2007, 5) Este dato
nos puede estar indicando que la estancia A sea uno de los extremos del
554 Raúl Berenguer González

edificio y que, probablemente, este departamento ya esté marcando uno de


los límites del inmueble, en concreto su límite respecto a la calle de acceso
al poblado que transcurre por su lado occidental. En cuanto a los elementos
arqueológicos aquí aparecidos, contamos tan solo con cinco piezas, a saber:
un skyphos ático, una copa campaniense A, un mechero de lucerna campa-
niense y dos medallones elaborados en pasta vítrea de tonalidad verdosa.
Como se aprecia, son pocos los elementos aparecidos en este espacio,
por lo que elaborar una interpretación aproximada a día de hoy resulta prácti-
camente imposible. No sabemos, pues, si por esta fachada occidental pudiera
existir algún tipo de acceso al edificio que lo comunicase con la calle men-
cionada, pero tampoco supondría una idea descabellada.

Departamento B
El departamento B (Fig. 3) es el segundo ambiente más amplio que se aprecia
hoy en el edificio singular de La Escuera (35,8 m2). Adopta una planta en
forma de L, orientada de norte a sur, la cual presenta un acceso o puerta por su
parte norte lo que la abriría a la zona H identificada como calle o plaza, qui-
zás para el acceso de carruajes dada las grandes dimensiones de este acceso.
Arquitectónicamente debemos destacar dos aspectos en este ambiente. Por
un lado, el ensanche que se abre en la mitad sur del departamento. En las
últimas excavaciones que se vienen realizando desde el año 2007 por parte
de la Universidad de Alicante, su equipo de investigación propone para esta
estancia B, adosada al muro sur que lo separadel departamento D, el hallazgo
de los restos de una posible estructura cuadrangular maciza a modo de cubo
de escalera, con la función de proporcionar un acceso a una planta superior,
cuya entrada se daría por dicha estancia B, seguramente desde un amplio patio
(Abad, Sala y Moratalla, 2014). Si tuviese que haber una planta superior, esta
debería estar ubicada, probablemente, sobre el módulo central, puesto que las
piedras que conforman el departamento D son las de mayor envergadura de
todo el complejo arquitectónico (Seco, 2010, 220), por lo que resulta lógico
imaginar que este sector pudiese soportar una planta superior. El segundo
aspecto a destacar es la zona empedrada que se halla en su zona sur. Se tiene
constancia de que las zonas empedradas deben corresponder a patios o áreas
a cielo abierto, del mismo modo que las estancias pavimentadas con suelos
rojizos muy delicados no habrían resistido a los efectos de la intemperie de
no haber estado cubiertos (Escacena, Izquierdo, 2001, 131), como ocurren
en los departamentos C y D, que irían, por tanto, techados, al igual que sus
respectivas plataformas. De este modo cabe la posibilidad de que la estancia
B, al menos en su zona sur, estuviese descubierta a modo de pequeño patio.
Análisis microespacial del templo ibérico de La Escuera (San Fulgencio, Alicante)...555

En cuanto a los materiales arqueológicos se refiere, contamos al menos


con 38 piezas, tales como platos campanienses A, platos ibéricos decora-
dos, vasijas, tres fusayolas, un pico doble de metal a modo de azadón, un
molino barquiforme y un vaso cerámico de borde dentado en el que nos cen-
traremos posteriormente. En cuanto a la funcionalidad del material de tipo
«otros» observamos una preponderancia de éste (Fig. 4), donde encuadramos
aquellos materiales con funciones de producción, en este caso el pico doble,

Figura 3: Materiales hallados en el departamento B. (elaboración propia a partir de la


planimetría cedida por Lorenzo Abad, Feliciana Sala y Jesús Moratalla e imágenes y dibujos
de S. Nordström)
556 Raúl Berenguer González

Figura 4: Representación gráfica de los materiales del departamento B por grupos


funcionales

quizás como elemento de talla de piedra, las fusayolas como objeto de pro-
ducción textil y el molino para la molienda de cereales, posiblemente para la
elaboración de panes o tortas.
Todo este conjunto tan variado y sin olvidarnos que parte de esta estancia
aparece enlosada y cubierta de ceniza, nos hace pensar en un uso polivalente
de este departamento, no adquiriendo una función cultual propiamente dicha,
donde se practicasen actos de ofrendas o sacrificios, sino de un habitáculo en
el cual se almacenaran objetos de calidad como el pico doble o el vaso den-
tado; alimentos, seguramente almacenados en las numerosas tinajas y ánfo-
ras aquí documentadas; o espacios para la actividad productiva: de molienda,
como lo corrobora la presencia del molino barquiforme; o de hilado, como
así lo muestran la evidencia de fusayolas.
Otra posible interpretación que no se aleja mucho de la propia funciona-
lidad de almacenamiento es la de depósito de los elementos u objetos rituales
que se emplearían para los actos de libaciones o sacrificios, desarrollados en
otras estancias del complejo, como así se ha interpretado el vaso de borde
dentado. Quizá aquí también estamos viendo la sacralización de diversos
actos cotidianos, como puede ser la molienda de cereales, las labores de
hilado o los trabajos de construcción, a juzgar por elementos como el molino,
las fusayolas o el pico doble de hierro respectivamente. Por tanto, no debe de
extrañarnos su presencia en ambientes sacros.
Análisis microespacial del templo ibérico de La Escuera (San Fulgencio, Alicante)...557

Existen documentos escritos donde se menciona la práctica ritual rela-


cionada con algunos de estos objetos. Para el caso de las fusayolas, se tiene
constancia en los textos bíblicos del trabajo de hilado en el interior de los
templos como actos de culto (II R. 23, 7). Más cercanos en el espacio, tiempo
y cultura son las evidencias de fusayolas en ambientes sacros de algunos
yacimientos ibéricos en la península ibérica, como en el caso de La Bastida
de les Alcuses (Moixent, Valencia) en la casa 10, departamento 218 (Bonet
y Guerin, 1995, 100), o San Miguel de Liria (Liria, Valencia) departamento
14a (Almagro-Gorbea y Moneo, 2000, 63) y en el departamento 41 de la
vivienda 1 (Ibid, 66).
Por lo que respecta a los molinos, también se tiene constancia de su pre-
sencia en otros yacimientos de la península ibérica en contextos sagrados.
Es el caso del santuario de entrada del Cerro de Las Cabezas en Valdepeñas,
Ciudad Real, datado en el siglo iii a.C. (Moneo, Pérez y Vélez, 2001, 125),
así como en el departamento 2 de Castellet de Bernabé (Almagro-Gorbea
y Moneo, 2000, 67). Este hecho reiterado, aunque alejado en el tiempo y
en el espacio, y siempre expuesto a crítica, aparece reflejado en las fuentes
literarias del Antiguo Testamento, con prácticas de molienda en espacios de
carácter cultual (Jer. 7, 17-18; 44, 18-19).

El vaso dentado
Se halló en la esquina noreste del departamento B, en las proximidades del
acceso que presenta. En concreto, se trata de una píxide de cuerpo cilín-
drico globular, ligeramente curvado en su zona superior y acabado en catorce
dientes a modo de sierra, entre los cuales se supone encajaría una tapadera
también dentada.
Aparece pintada en color siena con una primera franja decorada con línea
ondulada de zarcillos en su zona superior, por debajo aparece una fila de
numerosos círculos concéntricos, le sigue otra franja con motivos similares
a la primera para finalizar en una última franja situada próxima a la base
con líneas de zarcillos con motivos vegetales o fitomorfos. Cada uno de los
catorce dientes aparece pintado con dos circunferencias con punto central.
La pixide tiene una altura de 32 cm con un diámetro máximo de 28 cm, medi-
das que lo hacen de un tamaño más grande de lo habitual para una píxide.
Pero lo que caracteriza al vaso dentado de La Escuera (Fig. 5) es la pre-
sencia de tres bandas de pequeños agujeros perforando el total del diámetro
del vaso. Resulta evidente que los agujeros están efectuados previamente a
la cocción de la pieza, por lo que la función del vaso ya se conocía a la hora
de su elaboración y que era parte fundamental del mismo. Ante este hecho,
558 Raúl Berenguer González

Figura 5: Vasos dentados de La Escuera (izq.) y La Serreta de Alcoy (dcha.) a diferente


escala (Pericot, 1979, 63 y 136).

I. Seco intuye que lo que albergaría en su interior requería oxígeno. Lo que


no le cabe duda es de su alto valor religioso y que formaba parte del culto
de algún modo u otro. O bien se trataba del almacenamiento o transporte de
alimentos que estaban ligados al ritual o, más probablemente, de algún tipo
de animal vivo, destinado al sacrificio, animales seguramente relacionados
de forma especial con el mundo religioso ibérico, como algún tipo de ave o
serpiente (Seco, 2010, 229), pero que desconocemos por completo. En este
sentido, nos llama la atención el vaso dentado hallado en la Serreta de Alcoy
(Alicante) (Fig. 5).
Se trata de una caja de borde dentado, de forma irregular, cuya principal
característica reside en su tapadera, donde su pomo adquiere la silueta de un
ave o paloma, adoptando las funciones de asidero. Es probable pues, que el
ave aquí también esté sugiriendo un animal con cierto carácter sagrado, por
lo que la píxide,en el caso de La Escuera, puede adoptar connotaciones simi-
lares y, por qué no, incluso transportar o contener dentro de sí un ave seme-
jante al que aparece coronando la tapadera de aquella, con el fin de ser trans-
portado al área de sacrificio que, como veremos más adelante, es posible que
esté en otra estancia del edificio.Además, es de sobra conocida la constante
recurrencia de este ave en las decoraciones figuradas de las cerámicas pinta-
das del tipo Elche-Archena en fase posterior (Olmos y Tortosa, 2010).
Análisis microespacial del templo ibérico de La Escuera (San Fulgencio, Alicante)...559

En las fuentes literarias del Nuevo Testamento se hace mención de cómo


en el templo se comerciaba con diferentes artículos, entre ellos las palomas,
quizá para un uso de tipo ritual (Mt. 21, 12), si bien las distancias espaciales,
cronológicas, culturales y religiosas, y ante la falta de evidencias arqueoló-
gicas, invita a la prudencia.

Departamentos C y D
Los departamentos C y D (Fig. 6) forman parte de lo que hemos venido deno-
minando módulo central del recinto, situados al norte del mismo. Ambas
son de reducidas dimensiones, lo que las hace prácticamente idénticas en
tamaño (5 m2 y 4,77 m2 respectivamente). Estas estancias se comunican entre
sí mediante un vano abierto en el extremo occidental del tabique que las
separa. Cada una cuenta con una plataforma independiente que se erigen en
su parte este, a las cuales se accede mediante su muro oriental, que adopta
forma escalonada hacia lo alto de las mismas. Estas dos estancias también
tienen en común su cota de pavimento, hecho que no ocurre en ninguna otra
parte del edificio, lo que nos indica una relación entre ellas muy estrecha.
Por lo que respecta a los materiales hallados en ellas, son muy reducidos
en número. Del departamento C se extraen dos ánforas de producción ibérica
y una tapadera con pomo plano. Importado tan solo tenemos un plato campa-
niense A. El resto de materiales responden a numerosos fragmentos informes
de hierro, un punzón y una placa, ambas de bronce, que se asocian a la puerta
que divide ambas estancias. Además esta estancia presenta en el centro tres
grandes piedras, formando un triángulo entre ellas. Dos de ellas son de carác-
ter natural, mientras que la otra está tallada en forma de molino. Según I.
Seco, es probable que nos encontremos ante un caso betílico de asociación
cultual de betilos naturales y tallados, que no resulta nada infrecuente en este
tipo de ámbitos cultuales (Seco, 2010, 232). Por lo que respecta a la estancia
D, lo que más llama la atención es la ausencia total de materiales muebles.
Por lo que concierne a los aspectos arquitectónicos, debemos remarcar
de nuevo la fábrica de mampostería, puesto que presenta en su pared sur la
mejor talla y tamaño de todo el conjunto del edificio. Es aquí donde precisa-
mente S. Nordström advierte de la existencia de «una hornacina de piedras,
con la basa de una columnita en el centro», factor que llamó su atención
desde un principio, calificándolo como posible elemento cultual y así afir-
mado por otros autores recientemente (Seco, 2010, 146). Según esta autora
«la posición de la columna y el contexto del edificio no parecen dejar lugar
a dudas: se trata de la imagen de culto, del betilo habitado por la divinidad
que se adoraba en La Escuera […] lo que convierte al departamento D en
560 Raúl Berenguer González

Figura 6: Departamentos C y D, este último con la ubicación del presunto betilo


(elaboración propia a partir de la planimetría cedida por Lorenzo Abad, Feliciana Sala y
Jesús Moratalla e imágenes de S. Nordström)

lo que podría calificarse de cella o sancta sanctorum del conjunto» (Seco,


2010, 232).
Por otro lado, mencionar que en ambientes de clara influencia fenicia y
púnica del Mediterráneo Central se evidencian ciertas constantes que, en este
caso, pueden compararse, salvando las distancias, con las estancias C y D de
La Escuera. Claros ejemplos los proporcionan el área central del templo de
Bes en Bithia (Cerdeña), donde llama la atención la solución de divisiones
internas calificadas como edículos (Perra, 1998, 66), al igual que ocurre en
el templo de la ciudad de Kerkouane (Fantar, 1986, 174-175). Estos edículos
pueden responder al lugar en el cual pudieran almacenarse los objetos pro-
pios del ritual en forma de adyton, que como veremos más adelante, parece
que se están llevando a cabo en los departamentos E y F, y cuyos edículos
pueden contener un pequeño espacio a modo de sendas capillas laterales
(Prados, 2006, 51).

Departamento E
El departamento E (Fig. 7), con una superficie de 10 m2, es el tercer habi-
táculo que engloba el módulo central del edificio de La Escuera. En él se
Análisis microespacial del templo ibérico de La Escuera (San Fulgencio, Alicante)...561

hallan evidencias cuanto menos sugerentes. Las características que llaman la


atención son varias. Su ubicación central ya comienza a atisbar una función
de marcada presencia, máxime cuando tenemos constancia de un pavimento
enlosado con grandes losas de piedra que le aporta una considerable relevan-
cia dentro del conjunto arquitectónico.
Por otro lado, posee la cota más baja de todo el recinto, lo que obliga a
comunicarse con el departamento F mediante dos escalones. Esta diferencia
de cotas no sabemos a qué responde exactamente, pero puede poseer conno-
taciones sacras, sobre todo en ambientes de clara influencia púnica.
Durante los trabajos realizados en los últimos años por la Universidad de
Alicante, se constató un tipo de fábrica en este departamento que puede llegar

Figura 7: Objetos hallados en el departamento E (elaboración propia a partir de la


planimetría cedida por Lorenzo Abad, Feliciana Sala y Jesús Moratalla y dibujos de S.
Nordström)
562 Raúl Berenguer González

a calificarse como inédita en el ámbito ibérico a la hora de la construcción de


los zócalos. Esta técnica consiste en la elaboración de un cimiento efectuado
en mampostería al cual se le superpone un aparejo similar al estilo quadra-
tum a modo de alzado de la pared, solución constructiva que nos recuerda a
las construcciones típicamente helenísticas (Abad, Sala y Moratalla 2007, 4).
En cuanto a las evidencias materiales, contamos con un número reducido
de piezas, pero con varios elementos sugerentes. En total se hallaron siete
piezas entre elementos cerámicos y de metal, siendo de número indetermi-
nado los elementos óseos que aquí aparecieron. Destaca una fusayola bicó-
nica de conos desiguales y pasta negruzca y una cuenta de collar de tonalidad
azul marino.
También existe la presencia de elementos metálicos. En material de hierro
destacamos una punta de lanza con una longitud aproximada de 18 cm, y en
bronce la evidencia de una placa, tal vez de hebilla según S. Nordström. Este
tipo de materiales también los tenemos documentados en otros yacimientos
de la geografía valenciana y en ambientes sacros, como en La Bastida de Les
Alcuses, concretamente en la habitación 62 del conjunto 5, donde aparecie-
ron una punta de lanza y una hebilla de cinturón.
Por lo que respecta a las evidencias de restos óseos, S. Nordström espe-
cifica la aparición de dos mandíbulas de herbívoro y otros restos, sin especi-
ficar su cantidad. La existencia de este tipo de registro ya nos está aportando
una información extra que nos ayudará a aproximarnos a una primera inter-
pretación de la estancia.
Pero quizá lo que más llame la atención, en primer lugar, es el hallazgo de
un pequeño recipiente geminado. De él se conserva únicamente un pequeño
vaso globular completo del cual emergen adosados los restos de un segundo
vaso que llevaría asociado, y que presentaría idénticas características, con una
altura de 4,5 cm y un diámetro máximo de 4,5 cm, que fue interpretado desde
un principio como una vasija de libación (Nordström, 1967,32) destinada
a la contención de productos de hidromiel y vino (Ibid, 54). Ciertamente,
hablar de vasos geminados en el contexto de la península ibérica implica la
asociación inmediata a ritos de libación, pues ya desde antiguo existen textos
cuneiformes donde se mencionan las prácticas de libaciones de dos líquidos.
En época ibérica estos vasos dobles experimentan un descenso muy marcado
en cuanto a su número, teniendo constancia de ellos en contadas ocasiones.
En algunos casos se pudo constatar con suficiente claridad que los hallazgos
provenían de lugares de culto, atribuyéndoles pues una función ritual, como
son los casos de los dos vasos geminados de La Alcudia, uno en época ibérica
y otra en época romana (Ramos, 1990, 134 y 255) o también provenientes
de necrópolis, como los tres ejemplares de El Cigarralejo (Seco, 2010, 227).
Análisis microespacial del templo ibérico de La Escuera (San Fulgencio, Alicante)...563

Otro de los elementos sugerentes es lo que S. Nordström denomina «pila


de piedra porosa» (Nordström, 1967, 32). Esta piedra apareció cubierta de
cenizas y restos orgánicos. Ello, junto con la aparición en las proximida-
des del vaso geminado, el cual parece indicar que está destinado al rito de
libaciones, nos aporta la idea de que aquí se estuviesen practicando actos
rituales. Por todo el habitáculo aparecen, además, diversos restos de fauna de
pequeño tamaño. Lo que S. Nordström documentó en su excavación fueron
pequeños amontonamientos de cenizas con presencia de malacofauna, evi-
denciando actos rituales de pequeña envergadura, centrándose en libaciones
y pequeñas cremaciones de elementos orgánicos, empleando quizás la pila
de piedra porosa a modo de pequeño altar.
Ante estas evidencias, pensamos que en este ambiente se pudieron estar
practicando ofrendas rituales de elementos orgánicos, tales como flores,
inciensos, perfumes, alimentos, libaciones, etc. Las ofrendas de alimentos
estarían aquí representadas tanto por la presencia de caracoles como también
por los pequeños elementos de fauna mientras que las ofrendas de libaciones
vendrían representadas por la presencia del vaso geminado.
Por otra parte, durante la campaña de excavación de 2008 efectuada por
la Universidad de Alicante, se hallaron lo que parecen ser los restos de un
rito de carácter fundacional, consistente en la ofrenda de un ovicáprido joven
depositado en el interior de un hoyo practicado en el estrato natural ante
el muro norte de la estancia. Este hallazgo corresponde a un conjunto de
restos óseos pertenecientes a un individuo de oveja o cabra, entre los que
se ha podido constatar la presencia de marcas de fuego, evidencia que ha
de ponerse en relación con el ritual de deposición (Cabrera, 2010, 165). No
es de extrañar que el animal sacrificado responda a una edad temprana que
no alcance la madurez adulta, pues en estas ceremonias fundacionales, por
lo que se conoce, no se sacrifican animales de edad adulta, lo que supone
connotaciones iniciáticas y de buenos augurios (Abad, Sala y Moratalla,
2008, 11)2. Ejemplos de esta práctica se hallan en yacimientos como Illa d’en
Reixac (Alt Empordà, Gerona), Alorda Park (Calafell, Tarragona) o Moleta
del Remei (Alcanar, Tarragona).

Departamento F
Como ya se ha venido comentando a lo largo de este trabajo, el departamento
F se emplaza, junto con el departamento G, en lo que denominamos módulo

2. De nuevo agradecer a los directores de excavación su generosidad al ofrecernos su memoria


inédita, en este caso también a Miguel Benito, por el informe arqueozoológico incluido en
la misma.
564 Raúl Berenguer González

III, que ocupa el lado más oriental de la estructura del edificio. Adopta una
planta en L rodeando el módulo central, aunque es preciso indicar que su
extensión no está excavada en su totalidad. El departamento F (Fig. 8) es
la estancia más compleja que alberga el edificio y la de mayores dimensio-
nes hasta el momento (47,7 m2). Posee unas singularidades arquitectónicas
muy llamativas, como por ejemplo la relación de tres pilastras respecto a
tres basas de columnas que se proyectan en torno a los muros oriental y
occidental respectivamente. También se constata la presencia de una tercera
plataforma que nos recuerda mucho a la tipología de los altares fenicio-púni-
cos que aparecen en Bithia (Seco, 2010, 223) y Kerkouane (Fantar, 1986,

Figura 8: Conjunto de piezas aparecidas en el departamento F (elaboración propia a partir


de la planimetría cedida por Lorenzo Abad, Feliciana Sala y Jesús Moratallae imágenes y
dibujos de S. Nordström).
Análisis microespacial del templo ibérico de La Escuera (San Fulgencio, Alicante)...565

174-175). Al mismo tiempo se hallaron fragmentos de losas de piedras que


podrían estar conformando parte del pavimento de esta estancia. Son pre-
cisamente estos elementos los que nos permiten reconstruir la singularidad
del espacio abierto que presenta el edificio, quizá a modo de patio porticado.
La estancia se encuentra abierta por su zona norte, dejando pues, un acceso
hacia la hipotética calle o plaza que conformaría el departamento H.
Significativo también resulta el hallazgo de lo que parecen ser dos esca-
lones labrados en piedra que se hallan al noroeste de la plataforma, la cual
se erige en la zona sur del departamento y su función probable sería la de
dotar de acceso a dicha plataforma, salvando el desnivel que surge entre ésta
y el pavimento de la estancia. Un ejemplo de este tipo de solución lo encon-
tramos en el complejo sagrado del yacimiento del Cerro de Las Cabezas, en
el municipio de Valdepeñas (Ciudad Real), en cuya habitación principal se
levanta una plataforma de piedra a la cual se accede por su ángulo suroeste
mediante un bloque de piedra cuadrangular que pudiera corresponder a una
escalera que facilitase el acceso a lo alto de la misma (Moneo, Pérez y Vélez,
2001, 125).
Resulta curioso cómo, tanto sobre la plataforma que se erige al sur del
departamento F, como en sus alrededores, aparece un estrato en torno a 5
cm. de espesor compuesto de cenizas, siendo un nivel muy rico en materia-
les cerámicos, como expresa la propia arqueóloga: «detrás de la plataforma
había, literalmente, más tiestos que tierra» (Nordström, 1967, 36) (Fig. 9).
Aquí se hallan platos de tipo campaniense A, platos ibéricos pintados, una
vasija caliciforme pintada, cuatro tinajas de grandes dimensiones decoradas,
una olla grande, varios fragmentos de vasijas ibéricas, una vasija de bar-
niz rojo, un tejuelo romboidal, una fusayola, un lekythos, varias vasijas de
pequeño tamaño decoradas con motivos geométricos, un tonelete, un skyphos
ático y una gran cantidad de fragmentos de cerámica de barniz negro. Entre
ellos aparece una cantidad considerable de restos de fauna correspondientes
a pequeños animales. Por el resto del departamento contamos, entre otros,
con la presencia de dos fusayolas, tres fragmentos de cerámica ática de figu-
ras rojas correspondientes a una kratera, tres copas ibéricas y una jarrita
decorada. En material de bronce se documentó un pequeño ponderal.
Sin embargo, y a pesar de la gran cantidad de elementos que encontra-
mos tras la plataforma, las piezas que más información nos aportan aparecen
entre el pasillo que conforma la plataforma y el muro oriental compuesto de
pilastras. Es en esta ubicación donde S. Nordström halló la famosa jarrita
de asa trenzada con decoración vegetal, una pequeña ánfora de reducidas
dimensiones, un ungüentario y un lekythos, además de un total de catorce
566 Raúl Berenguer González

páteras colocadas en fila a lo largo de la pared oriental, en perfecto estado de


conservación y variables todas entre sí tanto en morfología como en pasta.
La gran cantidad de platos y copas pueden sugerir posiblemente la prác-
tica de banquetes rituales o symposia (Bandera et al. 1995, 321), cuyos ali-
mentos estarían almacenados en las diversas vasijas, tinajas, kraterai, así
como en la pequeña ánfora y el tonelete.
Existe un conjunto de piezas como el ungüentario, las tres fusayolas,
el tejuelo y el ponderal de bronce, que junto con los numerosos fragmen-
tos óseos de fauna, cabría la posibilidad de que pertenecieran a utensilios
empleados para los ritos, como el ungüentario para los contenidos de aceites,
perfumes u otras esencias, las fusayolas para las ofrendas de tejidos, el pon-
deral para posibles transacciones comerciales o los huesos de animales que
podrían pertenecer a sacrificios animales.
El registro que encontramos en el departamento E y el F muestra cier-
tas diferencias. En el primero se intuye la práctica de ofrendas rituales de
elementos orgánicos (flores, incienso, perfumes, alimentos, libaciones, etc.)
aunque no podemos confirmarlo, puesto que sus restos dejan muy poco o
ningún rastro en el registro arqueológico. Aquí los alimentos ofrendados
vendrían representados por la presencia de caracoles, mientras que las liba-
ciones estarían asociadas al vaso geminado. Sin embargo, las evidencias que
muestra la zona sacrificial del departamento F son única y exclusivamente
restos óseos de pequeños animales, según aportan los análisis efectuados
en su tiempo. Si a ello añadimos que en el ambiente E lo que aparecen son
pequeños amontonamientos de cenizas, mientras que en el de departamento
F la ceniza se expande por buena parte de la zona sur del departamento, nos
hace plantearnos la hipótesis de que en el departamento E se estuvieran reali-
zando actos rituales de menor envergadura (libaciones y pequeñas cremacio-
nes de elementos orgánicos) mientras que en el departamento F se efectua-
rían ritos de sacrificio, posiblemente cruentos, de animales. Estos hipotéticos
hechos podrían ponerse en relación con los santuarios fenicio-púnicos sardos
en los cuales se documentan, de modo constante, una separación espacial
entra las zonas de sacrificio de carácter cruento de las de carácter incruento
(Barreca, 1988, 106-112).
No deberíamos pasar por alto, sin embargo, los elementos arquitectóni-
cos que diferencian a ambos departamentos. Aparecen comunicados direc-
tamente entre sí mediante una puerta con dos peldaños, a distinto nivel.
Mientras que el departamento E está cubierto, el departamento F estaría,
en parte, al aire libre, posiblemente por medio de un pórtico, por lo que se
podría estar alternando el lugar de culto en función del momento o la época
del año (Seco, 2010, 233).
Análisis microespacial del templo ibérico de La Escuera (San Fulgencio, Alicante)...567

Figura 9: Representación gráfica de los materiales del departamento F por grupos


funcionales

Departamento G
El departamento G es el área situada más al este de todo el recinto excavado.
Es una estancia que se encuentra prácticamente por excavar. S. Nordström
ya lo hizo parcialmente, y entre los elementos arqueológicos, aparecieron los
restos de un pequeño plato ibérico fragmentado de pasta rojiza con elemen-
tos de carbón en su interior. Además se descubrieron dos oenochoes prác-
ticamente iguales, de boca trilobulada con gran asa y espatulado vertical y
carente de decoración. «Al final del estrato II se encontró el suelo, hasta
una tercera parte de su superficie, cubierto de plomo fundido» (Nordström,
1967, 37). Este factor que comenta la autora de las excavaciones supone el
rasgo más significativo de esta estancia, y que inevitablemente ha llevado a
algunos investigadores a interpretarla como una posible área dedicada al tra-
bajo metalúrgico, cumpliendo las funciones de taller (Seco, 2010, 234). No
obstante, es probable que este elemento sea producto de un objeto de plomo
derretido por acción del fuego.
Suponiendo el primero de los casos anteriores, no debe sorprendernos
la aparición de estos talleres en el interior de un complejo donde se están
llevando a cabo funciones sacras, ya que se tiene conocimiento de este tipo
de actividades productivas en otros santuarios ibéricos de corte no clásico
en el territorio de la península ibérica, como por ejemplo en los casos de
El Cigarralejo, Cancho Roano y en La Bastida de Les Alcuses, o fuera de
568 Raúl Berenguer González

nuestro territorio, el templo de Kerkouane al norte de África. Además, como


se ha apuntado en la introducción, el poblado parece estar volcado hacia
actividades de producción por su eminente vocación comercial, y la activi-
dad metalúrgica es primordial de cara al comercio con poblaciones semitas.
Sin embargo, en las últimas campañas de excavaciones se ha detectado
que el muro de pilastras que separan las estancias F y G posee tan solo un
paramento al oeste, con disposición a diferente altura, de tal modo que con-
formaría una especie de podio con dos gradas, interrumpiéndose al norte de
la estancia y comunicándola con la estancia F mediante un vano (Abad, Sala
y Moratalla, 2008, 9). Bien podría tratarse de la plataforma mencionada por
Abad y Sala, pues los oenochoes y el platito con restos de carbón pueden
sugerir algún tipo de rito mediante libaciones, situando este espacio frente al
departamento E, que parece la estancia con mayor carga religiosa.
También cabría la posibilidad de que este podio con dos gradas pudiese
responder a funciones similares propias de un banco corrido, donde se estu-
viesen depositando objetos de culto y dones votivos, como se han podido
documentar en el ámbito de las cellae de diversos santuarios orientales de
Mesopotamia, Anatolia, el área Sirio-Palestina, Egeo y Chipre, donde no solo
los bancos son empleados para el asiento de los allí presentes, sino también,
como se ha comentado, para el depósito de ofrendas. Recordemos que es en
esta área oriental del departamento F donde se ubican las catorce pateras in
situ que ya interpretamos como posibles ofrendas.

Conclusiones
Como se ha venido comentando a lo largo de este trabajo, las características
arquitectónicas que presenta este edificio dejan fuera de toda duda que esta-
mos ante una construcción de carácter monumental, por lo que tuvo que tener
una marcada importancia dentro del entramado urbano. Además, el hecho de
que el edificio se encuentre enmarcado en su puerta sur, está sugiriendo una
situación privilegiada dentro del urbanismo del poblado.
La posible caja de escalera que parece intuirse en la zona suroriental del
departamento B, junto con la gran estructura que presenta el módulo central,
puede estar indicando la presencia de una planta superior. Por otro lado, la
importancia de la técnica empleada para la construcción del edificio, elabo-
rado en mampostería casi quadratum, recuerda a las típicas construcciones
helenísticas.
A estas claras evidencias que ensalzan al complejo como edificio monu-
mental, cabe añadir otros elementos, tanto arquitectónicos como materiales,
Análisis microespacial del templo ibérico de La Escuera (San Fulgencio, Alicante)...569

que nos hacen plantearnos un posible uso cultual en algunas de las estancias
de dicha construcción y de carácter productivo en otras.
Acertada es la apreciación que sugiere el equipo de excavación de la
Universidad de Alicante en la que exponen que el departamento F, con sus
pilastras y tambores de columnas, junto con un exquisito repertorio cerá-
mico, «mantendría la monumentalidad del espacio en su ala más oriental,
mientras la occidental ofrecería un aspecto menos esmerado, tal vez por-
que su función estuvo más cerca de los hábitos productivos que de los usos
estrictamente cultuales» (Abad, Sala y Moratalla, 2008, 12).
Las plataformas que aquí encontramos permiten elevar este espacio res-
pecto del suelo o pavimento de las estancias donde se hallan. Estos elemen-
tos, en muchas ocasiones, han sido interpretadas como altares, documentán-
dose en ambientes sacros en Oriente desde el iii milenio a. C. (Margueron,
1991, 327). Ya el hecho de que se esté elevando una parte concreta de la
estancia sugiere una connotación sagrada, con el fin de diferenciar y aislar el
nivel terrenal del área sagrada.
Otro de los factores determinantes que nos lleva a especular hacia la
práctica de rituales sagrados son los registros sedimentarios y materiales.
Recordemos las evidencias de abundantes cenizas sobre la plataforma docu-
mentada en el departamento F y, en torno a la misma, numerosa presencia
de huesos que corresponden a pequeños animales, lo que nos aproxima a
posibles ritos de sacrificios cruentos u holocaustos. Con todo, también apa-
recen en este mismo departamento elementos muebles cerámicos colocados
in situ, como pequeñas páteras, jarritas, un ungüentario, una anforita, peque-
ños vasos y recipientes caliciformes decorados con motivos geométricos y
de pequeño tamaño que hacen pensar en actos rituales correspondientes a
libaciones u ofrendas de diversa índole como ungüentos, perfumes, inciensos
etc. En contraste, otras piezas de mayor envergadura, como son la presencia
de tinajas o vajilla de mesa, pueden responder a celebraciones rituales de
symposia.
Como ya se ha expuesto, y a modo de comparación, son numerosos los
santuarios orientales «semitas», aunque no todos, los que cuentan frente a
su plataforma con una mesa de ofrendas, generalmente de piedra, donde se
realizaría la deposición de ofrendas que pueden ser libaciones, alimentos, las
primicias de las cosechas, panes, etc. (Yon y Raptou, 1991, 173).
Lo que nos da la impresión en el caso de La Escuera es que aquí simple-
mente se están llevando a cabo actos rituales y de ofrendas por parte de un
reducido grupo de personas, que bien pueden ser sacerdotes o bien pueden
ser miembros de la élite ibérica que controlase los poderes y los excedentes
570 Raúl Berenguer González

productivos, donde se reunirían y llevarían a cabo la actividad económico-


comercial bajo la protección de la divinidad o divinidades.
A pesar de las evidencias sacras que nos muestran muchos de los restos
aquí hallados, no debemos olvidar su marcado carácter comercial. Varios
factores parecen ser los que denotan esta función. Su situación al costado de
la puerta de entrada al poblado podría estar recibiendo y/o redistribuyendo la
mercancía que a La Escuera llegaría, muy probablemente por vía marítima,
pues no hay que olvidar que se encuentra ubicado en la desembocadura del
río Segura. Este hecho propiciaría el control de llegada y salida de mercan-
cías que posteriormente podrían ser distribuidas por las poblaciones cercanas
del interior de la comarca. La aparición de un volumen cada vez más elevado
de ánforas, la presencia de varios ponderales de bronce de elaborada factura,
la gran cantidad de cerámica importada que se detecta, las marcas de carri-
ladas en la puerta de entrada al poblado y un posible taller de producción
donde el plomo fundido cobra una marcada presencia, son datos que sitúan
esta práctica comercial como una de las actividades principales del com-
plejo. Quizás ambas actividades, religiosa y económica, estén fundiéndose
en este espacio para amparar, bajo la protección de los dioses, el comercio
que podría estar dándose entre la población autóctona y diversas poblacio-
nes foráneas, probablemente la actividad principal que funcione como motor
económico del poblado de La Escuera.

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la Bibliothèque Salomon-Reinach. Université Lumière-Lyon 2, Lyon: 167-173.
UNA COLECCIÓN DE EXVOTOS DE
TERRACOTA PROCEDENTES DE LA COVA DE
LES MERAVELLES (GANDIA, VALÈNCIA)

Joan Cardona Escrivà


Arqueólogo Municipal, Ajuntament de Gandia

Miquel Sánchez i Signes


Josep A. Ahuir Domínguez
Arqueólogos

Introducción
La cavidad conocida como Cova de les Meravelles se encuentra en el término
municipal de Gandia (València, UTM 30S 739638, 4317057). Se sitúa a unos
250 m sobre el nivel del mar, en las estribaciones de poniente de la Sierra
Falconera, dentro de la partida de Marxuquera Alta. Se trata de una abertura
natural, orientada al SO, compuesta por una gran sala abovedada con pro-
yección SO-NE; presenta unas medidas de unos 38 x 19 m y alrededor de 13
m de altura. Se encuentra dotada de dos bocas de entrada, separadas por una
colada estalagmítica; ambas entradas se encuentran actualmente protegidas
por rejas. El nombre de Cova de les Meravelles (Cueva de las Maravillas)
deriva de las formaciones naturales de estalagmitas y estalactitas, las cuales
ocupaban años atrás la sala y que han sido expoliadas desde el xvii.
Aunque la cavidad se conoce desde antiguo, la ciencia no la descubrió
hasta la visita del naturalista valenciano Joan Vilanova y Piera, quien reco-
gió en 1865 un pequeño lote de materiales prehistóricos y de época romana.
Tras él, recuperarían también material arqueológico diverso Eduard Boscá
(1867), naturalista, el farmacéutico Espinós de Gandía (1871-1878), el
escolapio Leandro Calvo (1884), el abate Breuil (1913), de nuevo Leandro
Calvo junto con Isidro Ballester (1914), y por último Lluís Pericot y otros
miembros del Servicio de Investigación Prehistórica (desde ahora, SIP) de la
574 Joan Cardona, Miquel Sánchez y Josep A. Ahuir

Fig. 1. Situación geográfica de la Cova de les Meravelles

Diputación de Valencia (SIP, 1932). En 1953, Enrique Pla Ballester dirigió


una campaña de excavación en una zona aún inalterada de la cavidad. Fue la
última intervención arqueológica hasta la dirigida en 2005 por Joan Cardona
Escrivà. A todas estas actuaciones arqueológicas normalizadas es necesario
sumar la recogida no controlada de materiales por parte de vecinos del lugar
a lo largo del tiempo, durante las visitas y excursiones a la cueva, sobre todo
en las festividades de Pascua.
Hay que advertir que la recogida de materiales arqueológicos efectuada
en 1914 por Isidro Ballester y Leandro Calvo se realizó en condiciones de
suma alteración de la mayor parte de los estratos arqueológicos de la cueva.
En 1913, la cavidad fue vaciada casi por completo para utilizar el sedimento
como abono agrícola, transportándolo hasta las huertas próximas y, al menos
en un caso conocido, hasta un huerto de la población de Almoines, a 9 km de
distancia. No obstante, el propietario y responsable del vaciado halló, entre
otros objetos, varias figurillas de terracota, que revisamos en el presente tra-
bajo, y que entregó a Isidro Ballester Tormo, quien las incluiría en su colec-
ción personal. Esa colección, a partir de 1927, pasaría a formar parte de los
fondos del recién creado SIP.
Una colección de exvotos de terracota procedentes de la Cova de les Meravelles575

Fig. 2. Vista de las estribaciones de poniente de la sierra Falconera, donde se encuentra la


cavidad.

La colección de exvotos
Los exvotos de terracota procedentes de la Cova de les Meravelles se encuen-
tran divididos en dos conjuntos o colecciones, a las cuales hay que añadir una
nueva, cedida para su estudio, perteneciente a la colección privada de D.
Fausto Sancho. Actualmente, los miembros del equipo nos encontramos en
proceso de inventario, dibujo y estudio de estas nuevas piezas sin contexto
arqueológico, pero indudablemente procedentes de la cavidad.
El conjunto I de exvotos en terracota, depositado en el Museo de
Prehistoria de la Diputación de València, formó parte de la colección de
Isidro Ballester Tormo, y fue estudiado por Enrique Pla Ballester, aunque
con motivo de su tesis de doctorado, Milagro Gil-Mascarell volvió a revisar
el material. El conjunto está compuesto por un torso antropomorfo, dos cabe-
zas y dos piernas humanas, que pasamos a describir.
El torso antropomorfo (SIP 6542) carece de extremidades y de cabeza.
Su factura es realista, presenta un volumen de tendencia plana y pertenece
a un varón; conserva unas medidas de 7 cm de altura y 4 cm de anchura
máximas por 2 cm de grosor. La pasta es anarajanda, de tonalidad clara y
crema en algunas zonas superficiales, bien depurada y de cocción oxidante,
características de factura que se repiten en las demás piezas.
576 Joan Cardona, Miquel Sánchez y Josep A. Ahuir

Fig. 3. Las dos bocas de entrada a la Cova de les Meravelles

Las dos cabezas pertenecen al tipo llamado ornitomorfo. Son de forma


cilíndrica, realizadas a mano; la primera de las cabezas (SIP 6541) presenta
un rostro similar al de un búho, con las cavidades oculares rehundidas a
causa del pellizco con el que se realizó la nariz de la pieza. Los ojos, por su
parte, son sendos agujeros oblongos de pequeño tamaño realizados mediante
punzón, antes de la cocción. La forma de la cabeza es esférica, y su unión al
cilindro hueco que representa el cuerpo se soluciona con un estrechamiento
o ranura que recorre todo el diámetro de la figura. La representación consta
de una sola pieza, rota solamente en su extremo inferior, mientras que el
resto de la figuración presenta un estado de conservación excelente. Su altura
máxima conservada es de 6 cm, con un ancho y una profundidad de 4 cm
en ambos casos (ver tabla de medidas). La segunda cabeza (SIP 6542) es
algo más grande que la anterior, por el hecho que conserva mayor parte del
cuerpo; es completamente esférica, con 7 cm de altura y 4 cm de anchura
máximas conservadas. Resulta bastante más esquemática que la primera
cabeza, aunque ambas comparten rasgos muy similares: ojos rehundidos,
nariz de pellizco y una boca oblonga abierta mediante punzón; el cuerpo es
cilíndrico y hueco. Ninguna de las dos presenta más detalles, como podrían
ser orejas, pelo, vestimenta o símbolos de pertenencia a alguna clase social
determinada, como sí ocurre en otras coroplastias conocidas (caso de las de
la Serreta de Alcoi).
Una colección de exvotos de terracota procedentes de la Cova de les Meravelles577

Fig. 4. Interior de la cavidad

Las dos extremidades inferiores conservan medidas dispares, se encuen-


tran fracturadas y pertenecerían a dos figuras antropomorfas que no se han
preservado. La primera de las piernas (SIP 6545) conserva una altura máxima
de 4 cm y un ancho máximo de 1 cm. Resulta bastante esquemática, con-
formada por un cilindro parcialmente hueco que representa la extremidad,
rematado con un pellizco para representar el pie. La segunda (SIP 6544), pre-
senta una altura máxima conservada de 8 cm, con una anchura máxima con-
servada de 2 cm, lo cual, en proporción a la primera extremidad, nos indica
que esta pertenecería a una figura antropomorfa de mayor tamaño. La repre-
sentación está compuesta por un cilindro macizo de forma cónica, acabado
en un pellizco para simbolizar el pie y algunas líneas marcadas a punzón
antes de la cocción aparentando los dedos. Pla Ballester (1945) indicaba que
las extremidades no son desconocidas en los yacimientos ibéricos, citando
el ejemplo de la necrópolis orientalizante de Casa del Monte (Valdeganga,
Albacete, excavada por Isidro Ballester Tormo entre 1917 y 1920).
Por lo que respecta al conjunto II de exvotos en terracota, se encuentra
actualmente depositado en el Museo Arqueológico de Gandia (desde ahora,
MAGa). Está formado por una figurilla antropomorfa casi completa, deposi-
tada por Loles Molinero Lloret, y varias extremidades humanas, depositadas
por el espeleólogo Francisco Almiñana Borrull, del Centre Excursionista de
Gandia. Sin duda, el antropomorfo es la pieza más interesante: representa a
578 Joan Cardona, Miquel Sánchez y Josep A. Ahuir

Fig. 5. Planta y secciones de la Cova de les Meravelles

un individuo bisexuado, carente de brazo derecho, ambas piernas y el miem-


bro viril a causa de fractura casual. El individuo se encuentra desnudo, con
los brazos abiertos, y presenta muy marcados los testículos y los pechos, así
como el ombligo al que haremos referencia luego. Se trata de una figurilla
poco corriente en la coroplastia iberorromana, pero no así en el imaginario
religioso mediterráneo, en el que las máximas representaciones de la fertili-
dad aparecen dotadas de atributos tanto masculinos como femeninos. El ros-
tro es esquemático, muy parecido al ornitomorfo del conjunto anterior (SIP
6541): cavidades oculares rehundidas por el pellizco necesario para realizar
la nariz, apuntada y triangular, y una ligera depresión en la zona occipi-
tal derecha del cráneo. Este esquematismo remarca los caracteres sexuales
de la figura, puestos de relieve intencionalmente por el artista. El cuello es
largo, y tanto brazos como piernas presentan sección cilíndrica; la figura fue
realizada a mano en una sola pieza. El ombligo del individuo, por su parte,
destaca sobre el resto de la pieza: un orificio circular muy llamativo en la
zona del abdomen, realizado mediante punzón antes de la cocción, y que
podría encontrarse relacionado con los marcados atributos sexuales, dando a
entender alguna especie de significado vinculado a la fertilidad.
Una colección de exvotos de terracota procedentes de la Cova de les Meravelles579

Dentro del lote depositado en el MAGa, además, existe un conjunto de


extremidades pertenecientes a otras figurillas que no se han conservado ente-
ras: se trata de cuatro fragmentos de brazo y dos de pierna, hechos a mano,
de forma cilíndrica, huecos parcialmente y con un pellizco en su extremo,
para indicar tanto las manos como los pies. Dos de los brazos muestran en
las manos una serie de líneas paralelas incisas como representación de los
dedos. Ninguna de ellas fue en su momento una pieza exenta, ni para colgar
como adorno personal o con carácter aprotropaico, ni como donación rela-
cionada con cultos de sanación.
No podríamos terminar este epígrafe sin hacer una somera referencia al
conjunto III de exvotos en terracota. Su recuperación ha sido reciente, gracias
a la donación por parte de la familia de D. Fausto Sancho, su propietario. La
colección, localizada en Gandia, ya era conocida (catalogación del material
lítico por parte del doctor Valentín Villaverde, y del conjunto numismático
por parte del doctor Pere Pau Ripollès), pero hasta ahora no se había puesto
atención sobre el lote de tres exvotos de terracota, de características idénticas
a los ya descritos, acompañados de diversas extremidades. Se encuentran en
fase de estudio, junto a otros materiales pertenecientes a la misma colección:
un interesante conjunto numismático (en proceso de revisión), varias cerámi-
cas pintadas ibéricas y un gran lote de lucernas romanas de época imperial.
Por último, hemos de poner de relieve la existencia, en nuestra zona de
estudio, de algunos exvotos realizados en bronce, que daremos a conocer en
trabajos posteriores. Baste decir aquí que se trata de exvotos antropomorfos,

Fig. 6. Conjunto I, cabeza SIP 6541 Fig. 7. Conjunto I, cabeza SIP 6542
580 Joan Cardona, Miquel Sánchez y Josep A. Ahuir

de buena factura y en la posición de orante u oferente típica de la mayoría de


estas piezas rituales.

Conclusiones
De forma preliminar, y a la espera de concluir el estudio del conjunto III
y relacionarlo con los dos lotes anteriores, podemos adelantar una serie de
puntos en relación a la ritualidad iberorromana localizada en la Cova de les
Meravelles y la función de los exvotos de terracota.
1) Aunque son varios los santuarios conocidos de época ibérica e ibe-
rorromana con representaciones votivas en terracota, como es el caso de la
Serreta (Alcoi, Alicante), Meravelles es la única cueva-santuario conocida
hasta el momento con depósito de este tipo de coroplastias. La adscripción
de cueva-santuario fue planteada por Milagro Gil-Mascarell (1975), y no
tenemos razones para indicar lo contrario. Se trata de una sala abovedada,
oscura, con formaciones calizas, perfecta resonancia, surgencias de agua,
difícil acceso y ofrendas de objetos rituales, entre los que se encuentran vasos
caliciformes, los propios exvotos, decenas de lucernas y monedas romanas.
La cavidad no se comenzó a utilizar en época ibérica, sino que existen firmes
antecedentes de su carácter cultual, como el importante conjunto de graba-
dos rupestres que nos sitúan en el mundo simbólico del Paleolítico Superior;
además, sabemos que la ocupación, ritual o no, se alarga desde ese momento
hasta el mundo ibérico prácticamente sin interrupción, gracias a la localiza-
ción de materiales arqueológicos neolíticos y de la Edad del Bronce.

Fig. 8. Conjunto I, torso SIP 6543 Fig. 9. Conjunto I, pierna SIP 6544
Una colección de exvotos de terracota procedentes de la Cova de les Meravelles581

Fig. 10. Conjunto I, pierna SIP 6545 Fig. 11. Conjunto II, bisexuado
(MAGa)

2) La Cova de les Meravelles no es un caso aislado. En la Serra Falconera


y las estribaciones de su pico más alto, el Molló de la Creu, se encuentran
multitud de cavidades, muchas de las cuales han proporcionado materiales
arqueológicos. Podemos citar como ejemplos de cuevas con una supuesta
función ritual Ninotets, Bolta o Recambra. Además, Meravelles se encuentra
a, aproximadamente, unos 3 km de distancia del gran santuario paleolítico
de Parpalló. Así pues, parece que nos hallamos ante una zona de cuevas-
santuario cuya importancia aún no nos es bien conocida, dados los escasos
estudios arqueológicos y del territorio que se han llevado a cabo.
3) Los exvotos de la Cova de les Meravelles son producciones de carác-
ter muy simple, arcaico y, posiblemente, local. No presentan ningún tipo de
peinado o vestimenta, como en el caso de los exvotos de La Serreta o los
ejemplos en bronce de la zona jienense. Los individuos figurados se presen-
tan siempre desnudos. La factura de las piezas es bastante tosca, con cuen-
cas oculares muy grandes y rehundidas, y narices hechas mediante pellizco.
Puede, como en el caso de los exvotos arcaicos de La Serreta, que tuviesen
botones de arcilla a modo de grandes ojos circulares que se han perdido. Los
rasgos del rostro son simples y exagerados, lo cual, tradicionalmente, se ha
considerado una representación de la comunicación atenta que se establece
entre los oferentes y la divinidad. Podría tratarse de una ritualidad popular o
muy localizada en el entorno de la cavidad de Meravelles, dado que el resto
582 Joan Cardona, Miquel Sánchez y Josep A. Ahuir

de ejemplos que existen de exvotos están realizados en bronce, y los que lo


están en terracota aparecen en santuarios al aire libre.
4) Hemos distinguido tres clases de exvotos encontrados en Meravelles:
los cilíndricos ornitomorfos, los antropomorfos y los antropomorfos bisexua-
dos. Los primeros parecen pertenecer a un periodo más antiguo que los
segundos, dado que a partir del siglo iii-ii a.C. abundan las representacio-
nes estilizadas y más detalladas frente al esquematismo precedente. Aún así,
hemos de indicar que resulta complicado ofrecer una datación segura, puesto
que carecen de todo contexto estratigráfico. Los exvotos de Meravelles no
tienen atributos que sí hallamos en otros yacimientos, como manos u orejas
hipertrofiadas o, como ya hemos indicado, ropas, tocados o peinados. Tanto
los exvotos más arcaicos como los más cercanos a nosotros se relacionan,
creemos, con una ritualidad popular: frente a los exvotos de bronce, la arcilla
o la cera serían los materiales más al alcance de las clases sociales menos
pudientes. No parecen una copia exacta de los exvotos en bronce, una popu-
larización de la ritualidad, sino la expresión de la religión por parte de otros
estratos de la sociedad con menos recursos, los cuales acuden a un lugar
determinado, por razones que desconocemos, a rendir tributo a ciertas divi-
nidades o a ofrecer objetos a cambio de fertilidad, protección o cualquier otra
necesidad.
5) Los exvotos pueden ser las representaciones de los oferentes a la divi-
nidad, pero en algunos casos, la materialización de una petición, es decir,
la imagen física del deseo de cierto individuo. Si bien ante actitudes de
comunicación o presentación ante la divinidad, las figuras se realizan con
algunos rasgos hipertrofiados (ojos, orejas, manos), o ante deseos concretos
(fertilidad, curación) se desarrollan ciertas actitudes u órganos, ninguno de
los casos estudiados en Meravelles presenta estas peculiaridades, salvo el
caso del bisexuado conservado en el MAGa. No se trata de un hermafro-
ditismo exaltado, como ocurre en el mundo helenístico clásico, ya que el
gran tamaño de los testículos y, suponemos, del miembro viril, apuntan hacia
un deseo de potencia sexual o de fertilidad; en realidad, ambos casos están
íntimamente relacionados. Existen híbridos en la tradición mediterránea que
representan a las fuerzas de la naturaleza y la fertilidad, enfatizadas por la
presencia de ambos rasgos en una misma criatura; salvando las distancias,
este exvoto podría encontrarse influido por la tradición mediterránea del
culto a la fertilidad, de modo que lo podemos interpretar como una represen-
tación enfatizada de esa petición. Los demás exvotos, por lo fragmentario de
su conservación, nos obligan a guardar por ahora una cierta reserva respecto
a su interpretación.
Una colección de exvotos de terracota procedentes de la Cova de les Meravelles583

Fig. 12. Conjunto II, lote de extremidades (MAGa)

Como ya habíamos tenido ocasión de señalar antes, las figurillas de


terracota no son los únicos materiales arqueológicos de carácter ritual que
han aparecido en Meravelles. Son abundantes los fragmentos de vasos cali-
ciformes de pasta gris relacionados con las libaciones, así como las piezas de
pasta clara de vajilla ceremonial, compuesta por platos, copas y cazuelitas;
también aparecen caliciformes de pequeño tamaño que podrían interpretarse
como utensilios para la iluminación de la cueva. En todos los casos, se trata
de materiales de época ibérica, que abarcan desde el ibérico pleno hasta el
reciente. Sin embargo, existe una serie de materiales anteriores, como obje-
tos líticos datados entre el gravetiense y el magdaleniense, así como frag-
mentos de cuencos bruñidos de la Edad del Bronce.
584 Joan Cardona, Miquel Sánchez y Josep A. Ahuir

Los materiales de época iberorromana y romana imperial son los más


abundantes: destacan los conjuntos de lucernas depositadas en el SIP, los
fragmentos conservados en el MAGa y, sobre todo, el gran conjunto de dis-
cos figurados perteneciente a la colección de D. Fausto Sancho. También,
en cuanto al período romano, hay que destacar dos conjuntos de monedas
conocidos, que abarcan desde época republicana hasta bajoimperial; además,
pertenecen a la colección Ballester Tormo dos unidades de época ibérica.
Aunque el registro arqueológico de época romana se alarga hasta, al menos,
el siglo iv d.C., existen otros fragmentos cerámicos y piezas numismáticas
que podemos datar en época medieval, moderna y contemporánea.
Como lugar de culto, la Cova de les Meravelles ha perdurado sin apenas
cambios desde el Paleolítico hasta, como mínimo, época romana bajoimpe-
rial (existen aún pocos datos respecto a funciones de cuevas-santuario en la
Edad Media y Moderna, salvo en los casos de cristianización de grutas con
antiguo carácter ritual) y, como lugar asociado a la memoria colectiva y a
la agregación y cohesión social, sobre todo en ciertas fechas como Pascua,
hasta pasada la mitad del siglo xx.

ID#1 ID#2 Alt. Anch. Gros.


Cabeza SIP 6541 6 cm 4 cm 4 cm
Cabeza SIP 6542 7 cm 4 cm 3 cm
Torso SIP 6543 7 cm 4 cm 2 cm
Pierna SIP 6544 8 cm 2 cm 2 cm
Pierna SIP 6545 4 cm 1 cm 1 cm
Bisexuado MAGa 9,2 cm 5 cm -
Pierna 1 MAGa 6,9 cm 4,1 cm -
Pierna 2 MAGa 4,3 cm 2,5 cm -
Brazo 1 MAGa 6,4 cm 2,3 cm -
Brazo 2 MAGa 5,7 cm 2,8 cm -
Brazo 3 MAGa 4,9 cm 1,6 cm -
Brazo 4 MAGa 3,9 cm 2,1 cm -
Tabla de medidas de los exvotos estudiados
Una colección de exvotos de terracota procedentes de la Cova de les Meravelles585

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pp. 43-58.
LA INFLUENCIA FENICIO-PÚNICA Y SU
REFLEJO EN EL ÁMBITO RELIGIOSO DE LA
ORETANIA

Cristina Manzaneda Martín


Universidad de Alicante

La Oretania. Una breve aproximación a su localización geográfica


y cultural
Entendemos como fundamental el conocimiento general de la posición geo-
gráfica en la Península Ibérica del grupo conocido como oretanos, en espe-
cial como hinterland de Tartessos, pues nuestro objetivo principal en este
estudio es el rastreo en la esfera religiosa oretana de aquellos indicios pro-
venientes del ámbito fenicio-púnico, así como el grado de influencia desa-
rrollado y los nuevos elementos que fueron incorporados como propios a la
religión «indígena». De este modo, podremos dibujar las líneas de acceso e
introducción de los nuevos conceptos (objetos de culto, divinidades de culto,
esquemas rituales, etc.) que absorbió la cultura ibérica.
Por un lado, esta tarea podría resultar sencilla de explicar mediante la
proximidad espacial de ambas esferas culturales. Pero algunos de los hallaz-
gos nos remiten a una más amplia dispersión de los ítems de estudio, pues
parecen dejar atrás el área de influencia orientalizante y adentrarse hacia las
tierras montañosas del interior peninsular. A su vez, la adopción de elemen-
tos foráneos contribuye a aproximarnos al conocimiento de los mecanismos
de interacción entre indígenas y colonos que, en el caso de la religión, resulta
más problemático dado las escasas referencias de los textos escritos con los
que contamos y la problemática interpretación del registro arqueológico en
referencia a los aspectos intangibles, ideológicos y simbólicos de las socie-
dades protohistóricas, de la que ya nos avisaron Graells y Sardà (2011, 151).
588 Cristina Manzaneda Martín

Fig. 1. Localización que ocupa el grupo oretano en el interior peninsular en relación con
algunos de los vecinos que los rodean y el paso de la vía Heraklea.

Los textos grecolatinos ubican a este grupo ibérico en el interior penin-


sular, pues en palabras de Estrabón (III, 1, 6) «en las regiones más al inte-
rior habitan también carpetanos, oretanos y una buena parte de los veto-
nes», cita de la cual podemos conocer los pueblos vecinos. Se localizan en
las tierras entre el Valle Alto del Guadalquivir, lugar en el que Estrabón
(III, 4, 10) cita la Orospeda como un espacio boscoso, y La Mancha actual
(Ruiz, 2008, 736), más concretamente entre los valles de los ríos Guadiana
y Guadalquivir. En la actualidad se ha relacionado la Orospeda de Estrabón
con Sierra Morena.
El límite exterior meridional quedaría determinado por Sierra Morena,
fijándose en la actual divisoria de las provincias de Badajoz y Ciudad Real.
Por otro lado, la ciudad de Libissosa (Albacete) se establece como la frontera
oriental. El Campo de Montiel y la Sierra de Alcaraz actuarían como la sepa-
ración natural entre el territorio oretano y el bastetano, así como lo harían los
Montes de Toledo respecto con los carpetanos y celtíberos (Fig. 1).
Como bien es sabido, Sierra Morena se convierte en el núcleo principal
de asentamiento, suponiendo una posición ventajosa desde un punto de vista
La influencia fenicio-púnica y su reflejo en el ámbito religioso de la Oretania 589

económico y estratégico. Configura una zona con una importante riqueza


minera (plomo y plata), cuya explotación se documenta ya con anterioridad
a la época ibérica (Arboledas, 2010, 123), y se trata de un punto estratégico
vital, pues controla la comunicación entre la Meseta Sur y las costas del
sureste peninsular, además de tratarse de uno de los pasos naturales que cru-
zan la Península Ibérica de norte a sur (Sillières, 1977, 31).

La arquitectura sacra y el culto a los antepasados


Los elementos arquitectónicos configuran los espacios sacros y plasman físi-
camente parte del mundo simbólico de la sociedad que los construye, por
lo que en su mayoría su conocimiento nos indica su funcionalidad. En este
aspecto, las unidades arquitectónicas, por medio de las técnicas de fabri-
cación, la disposición de los espacios, la funcionalidad de las estancias, la
orientación del edificio, etc., nos permiten indagar acerca de las influencias
recibidas y adoptadas.
Para el caso oretano resulta complicado establecer pautas homogéneas
como consecuencia de la gran riqueza y diversidad que ofrece la arquitec-
tura de los edificios sacros. Aún así, el estudio de Prados Martínez (2006)
nos posibilita la detección de influencias procedentes del mundo semita que
quedan plasmadas en la elaboración de las plantas de los santuarios. Prados
Martínez defiende la existencia de un módulo habitacional tipificado perte-
neciente a santuarios o pequeñas capillas domésticas, que se detecta tanto en
el Mediterráneo central como en la costa levantina peninsular, siendo resul-
tado de una previa planificación y en cumplimiento a su funcionalidad. Pero
como veremos, este módulo trasciende las costas y se adentra hacia el inte-
rior, pues lo identificamos en algunos de los santuarios oretanos.
De forma simplificada, el módulo consta de varias dependencias. Por
un lado se diferencia el espacio sagrado, que suele contar con unas dimen-
siones mayores que el resto de dependencias y es el lugar en el que aparece
el altar o el símbolo sagrado. Por otro lado, distinguimos las «dependen-
cias sacras» o sacristías, que suelen adosarse al espacio sagrado, es decir,
son entendidas como tales el lugar en el que se guardan los ornamentos y
otros objetos referentes al culto (Prados Martínez, 2006, 51), o como bien
apuntó previamente Karageorghis (1982), algunos de estos espacios tam-
bién solían complementarse con un vestíbulo y varias habitaciones traseras
destinadas al almacenamiento de las ofrendas y elementos rituales, a modo
de tesauros.
Respondiendo a este esquema, nombramos varios de los santuarios de la
Oretania que estudiaremos a continuación, como el de la necrópolis de La
590 Cristina Manzaneda Martín

Muela de Cástulo1 (Linares, Jaén), el de entrada del Cerro de las Cabezas2


(Valdepeñas, Ciudad Real) y el Santuario Sur del mismo oppidum.

Los casos oretanos


Se documentó para el santuario de La Muela de Cástulo3 un patio (A) de
planta irregular, al que se accedería desde el exterior mediante un camino
enlosado y en cuyo centro apareció un sillar de piedra con forma prismática
(Fig. 2)4. Al patio se adosan dos estancias (C y D), incomunicadas entre
ellas; la C, la más oriental, de planta rectangular y la D, la más occidental,
que cuenta con un acceso a través de una rampa desde el patio (Blázquez y
Valiente, 1981, 202). Por último, al suroeste del patio se documentó la estan-
cia F, destacándose por ofrecer un cuidado pavimento formado con guijarros
que se disponen dibujando cenefas a modo de damero. Se establece así al
fondo la capilla, naos o sancta sactorum, destinada a albergar la estatua de la
divinidad que, para el caso anterior, se ha interpretado como cella una de las
estancias del patio (F) (Blázquez y Valiente, 1981, 202).
Las características arquitectónicas del edificio permiten asociar el espa-
cio sacro al concepto de «capilla» o santuario doméstico integrado en la pro-
pia estructura de la vivienda, muy probablemente adscrita a la elite local. Se
trata de complejos relacionados con las monarquías de tipo sacro, como la
tartésica, comparables con las del mundo orientalizante del Mediterráneo,
vinculadas míticamente a la divinidad y puestas por ellas al frente de la
comunidad (Almagro-Gorbea y Domínguez, 1988-9, 369). De esta forma,
el monarca establece el santuario como sede de las divinidades dinásticas
y de los antepasados, protectores del dinasta, su familia y toda la sociedad,
en relación con el concepto rex-augur, convirtiéndose en esencial para la
perduración del grupo humano, la fertilidad de la tierra y el alimento de la
comunidad (Almagro-Gorbea y Moneo, 2000, 115-117).

1. Hemos incluido este santuario por su singularidad, a pesar de no pertenecer plenamente


al ámbito oretano, pues cronológicamente es anterior a época ibérica, datándose entre los
siglos vii y vi a.C. por sus excavadores Blázquez y Valiente (1981, 198).
2. El área sacra se encuentra en la convergencia de dos de las principales vías de comunicación
del oppidum, quedando esta frente a la puerta de entrada, por lo que se ha denominado
como un santuario de entrada (Moneo, 2003, 167), mientras que la otra vía conduce al arx
del poblado.
3. Se documentó la construcción de un edificio con diversos espacios y la sucesión de varias
fases (Moneo, 2003, 71).
4. Por lo general, se relaciona con el cumplimiento de una función religiosa, pudiéndose
considerar como un betilo o altar sacrificial (Sanmartí y Santacana, 1987, 157-169).
La influencia fenicio-púnica y su reflejo en el ámbito religioso de la Oretania 591

Fig. 2. Planta del santuario de la necrópolis de La Muela de Cástulo (Blazquez et al., 1985,
Fig. 136).

Para el segundo caso, en el oppidum del Cerro de las Cabezas se detectó


un espacio de culto de estructura y tamaño completos desconocidos. Fue
datado durante el siglo iii a.C. (Vélez y Pérez, 2010, 29) y parece formar
parte de una estructura de carácter doméstico (Fig. 3A). De planta pentago-
nal5, los restos de los muros presentan zócalo de mampostería de cuarcita
local, sobre el que se levantaron las paredes de adobe. Estructuralmente, se
distinguen dos estancias: la estancia A (de menor tamaño), y la estancia B,
donde se encuentra el acceso al área (Moneo et al., 2001, 125). El elemento
singular es la ubicación en la pared este de tres bloques paralelepípedos hin-
cados verticalmente (ibid.). En el centro de la misma estancia un bloque de
piedra rectangular (0,37 x 0,40 m), interpretado como altar sacrificial o una

5. A pesar de contar con una planta atípica, lo hemos incluido en esta clasificación atendiendo
a la funcionalidad otorgada para cada una de las estancias.
592 Cristina Manzaneda Martín

Fig. 3. A) Planta del Santuario de entrada del Cerro de las Cabezas (Moneo et al., 2001, 125,
Fig. 2); B) Planta del Santuario Sur del Cerro de las Cabezas (Vélez y Pérez, 2010, Fig. 4a).

mesa de ofrendas (Almagro-Gorbea y Moneo, 2000, 55), acompaña a los


betilos.
La arquitectura del tercer santuario, el Santuario Sur o de la muralla Sur
del Cerro de las Cabezas, nos recuerda a este mismo esquema que venimos
comentando. Siendo coetáneo al santuario de entrada, se fecha entre princi-
pios del siglo iii a.C. y el tercio del siglo iii a.C. (Vélez y Pérez, 2010, 29).
Se emplaza sobre una antigua puerta de la muralla y queda definido por una
estructura rectangular (10 por 4 m) con pórtico de entrada con pavimento
construido con grandes lajas de piedras cuarcitas. Consta de dos habitacio-
nes contiguas (Fig. 3B). La de mayores dimensiones, a la que se accede en
un primer lugar (H. I), presenta un hogar central y próximo se documentó
una estructura circular de arcilla identificada como la base de una piedra de
molino circular pequeño a la que se ha asignado una función simbólica, al
igual que el pequeño horno con forma de elipse que también apareció, proba-
blemente destinados ambos elementos a la fabricación ritual de pan (Vélez y
Pérez, 2010, 33). También se localizó un banco corrido adosado al muro de
separación de ambas estancias fabricado en arcilla6. La habitación de menor

6. Aquí es donde se concentró la mayor parte del material recuperado, además de en la esquina
suroeste. Se trata, principalmente, de cerámicas polícromas, urnas globulares, cuencos y
ánforas decoradas y kalathos estampillados. También se recuperaron clavos, un cuchillo
afalcatado y una cuchilla, además de restos óseos animales.
La influencia fenicio-púnica y su reflejo en el ámbito religioso de la Oretania 593

tamaño, H II, cuenta con un pequeño banco corrido adosado al muro sur7 y
podría haber ejercido como una «dependencia sacra» o sacristía.
Se interpretó como un santuario de tipo doméstico, en el que se desarro-
llarían pequeñas ceremonias y rituales de sacrificios animales en honor a los
antepasados (Vélez y Pérez, 2010, 35), actuando la H I como la conexión con
tradiciones rituales del mundo indoeuropeo (Faure, 1980), representando
el hogar al grupo gentilicio (Wright, 1994, 37-78). No obstante, la propia
estructura del edificio, en nuestra opinión, podría ser un indicativo de una
posible influencia del mundo semita, atendiendo además a la contemporanei-
dad cronológica de ambos santuarios de El Cerro de las Cabezas. La deter-
minación de ambos en un mismo oppidum no la conocemos. Pero la innega-
ble presencia de elementos de origen fenicio-púnico en lugares que denotan
cierto poder y control, como es la religión o la ubicación estratégica de los
santuarios en zonas destacadas y de especial relevancia en la trama urbana,
podría relacionarse con la introducción de parte de estos nuevos habitantes
neopúnicos en la elite del oppidum, lo que a su vez explicaría el intento de
legitimización de esta nueva posición mediante el uso de la religión, que
contribuiría a la cohesión del grupo dominante mediante el desarrollo de
rituales y ceremonias comunes.

A propósito de algunos paralelos del Mediterráneo


Los paralelos hallados respecto a estos santuarios, en especial para el de La
Muela de Cástulo, son numerosos y nos remiten por todo el contexto medite-
rráneo. En el Próximo Oriente mencionamos, grosso modo, los palestinos de
Lachish y Tell Qasile (Mazar, 1980), en los que cobró una gran importancia
el gran patio abierto, a veces con pórtico, que cuenta con un altar sacrificial
en forma de hogar o una estructura construida ad hoc, en ocasiones acom-
pañadas de mesas de ofrendas, restos de animales, etc. (Ionas, 1984). En el
ámbito fenicio-púnico, en Malta se ha estudiado el culto a monolitos alza-
dos sobre una plataforma (Pritchard, 1978) y presentan diferentes tamaños
y formas geométricas. En Solunto, Sicilia, existe un santuario muy similar
al santuario de El Cerro de las Cabezas, que cuenta con un altar con tres
betilos en un área formada por dos edificios contiguos (Famà, 1980, 7) y un
espacio abierto. No obstante, continúan apareciendo los mismos elementos
rituales, de entre los que destaca, ubicado al norte del altar y cuya cronología

7. Sobre él se localizaron pequeños recipientes, como ungüentarios, coladores y un peine


de marfil con decoraciones de círculos concéntricos y un prótomo de caballo, además de
pequeñas urnas globulares, platos y un mortero de piedra, destacándose la ausencia de
restos óseos (Vélez y Pérez, 2010, 33).
594 Cristina Manzaneda Martín

se ubica entre los ss. iv a.C. y el ii d.C., una pila donde se depositó material
quemado junto a restos óseos animales. Es digno de mención la aparición
de un depósito votivo en el que se ha encontrado pesas de telar, al igual que
sucede en nuestro caso de estudio del santuario de El Cerro de las Cabezas
(Moneo et al., 2001, 125). Pero también contamos con casos correspondien-
tes al ámbito peninsular, como configuran los santuarios extramuros ad por-
tam de Torreparedones (Castro del Río-Baena, Córdoba) (Fernández Castro
y Cunliffe, 1988) y de Las Atalayuelas (Fuerte del Rey, Jaén) (Rueda, 2011)
o los santuarios portuarios de Onuba (Huelva).
De todos modos, las tres construcciones oretanas consideradas se aso-
cian al concepto de santuario dinástico-gentilicio. Una de las particularida-
des era su actuación como manifestación de la preeminencia social y de la
representatividad sacra de la elite y/o ancianos de las principales familias
(Almagro-Gorbea y Moneo, 2000, 136), en los que el hogar o Hestía que-
daba directamente asociado a la idea de comida ritual comunitaria (Gernet,
1980) a través de la cual se aseguraba la unidad y el orden social. Su ubica-
ción integrada en un complejo mayor, además de sus reducidas dimensiones,
en especial en el Santuario Sur de El Cerro de las Cabezas, indica que se tra-
taba de espacios más bien privados, en los que el acceso estaría restringido a
un pequeño grupo social. Es por ello mismo por lo que los cultos domésticos
que se celebrarían en ellos se asociarían con el privilegio de la dinastía regia
y/o de ciertos grupos aristocráticos (Vernant, 1978). El objetivo se dirigiría a
conectar con los antepasados, identificados con un progenitor mítico, asegu-
rando el control y la defensa del territorio, así como la paz interna, la salud y
la fecundidad del grupo y la fertilidad de la tierra y del ganado.

Elementos singulares y algunos aspectos sobre su ritualidad


Las evidencias materiales de los santuarios, ya sean elementos arquitectóni-
cos, objetos muebles, un conjunto de cerámicas o determinadas decoracio-
nes, nos muestran parte de la ritualidad y los elementos incorporados a las
ceremonias indígenas. En el caso de la Oretania, encontramos un panorama
diverso y plural en el que se combinan diferentes tipos de prácticas rituales
y ceremoniales.
A continuación desarrollamos cada uno de estos ritos, insertándolos
dentro del mundo ibérico mediante los contextos arqueológicos, que son en
realidad los que nos ofrecen datos acerca del desarrollo de los procesos cul-
tuales. Destacamos, por su mayor conexión con el mundo semita, aquellos
asociados al patio y a las tríadas betílicas, además de hacer hincapié al papel
ejercido por el mosaico del santuario de La Muela de Cástulo.
La influencia fenicio-púnica y su reflejo en el ámbito religioso de la Oretania 595

Patio, sacrificio y banquete ritual


El patio configura uno de los elementos más característicos que se identifi-
can en las edificaciones de cualquier tipo para todo el ámbito mediterráneo
y que no solamente se registra durante este período, sino que se detecta a lo
largo de los siglos. En este contexto, el patio se vincula con la existencia de
ritos sacrificiales (Margueron, 1991), y suele estar en conexión con otras ins-
talaciones, interpretadas en relación con la preparación de comidas rituales
(Mazar, 1980).
La práctica del sacrificio ritual se encuentra bien documentada en varias
culturas del Mediterráneo y parece corresponder al esquema plasmado en
el santuario de La Muela de Cástulo. En la estancia C (vid. supra), el mate-
rial recuperado parece confirmar esta tendencia, pues corresponde principal-
mente a restos óseos animales, en su mayoría ovicápridos y bóvidos, aunque
también de cerdo, caballo y perro (Molero, 1985, 309), y cerámicas rotas in
situ (Moneo, 2003, 71). Completamos la acción con la presencia del sillar
prismática de piedra que apareció en el centro, pudiéndose haber empleado
como altar sacrificial (Sanmartí y Santacana, 1987). Por otro lado, al suroeste
del patio se documentó la estancia F, cuya estratigrafía se caracterizó por la
presencia de cenizas blancas con fragmentos cerámicos detectados junto a
los muros (Blázquez y Valiente, 1985, 179). Su cronología se estableció en
la última fase de ocupación entre los siglos vii y vi a.C. (Blázquez y Valiente,
1981, 198). Pero debajo del mismo se detectó un nivel constituido por des-
hechos de huesos animales y cerámicas fragmentadas in situ, todo ellos mez-
clado en abundante ceniza. Fue interpretado como un posible depósito ritual

Fig. 4. Fragmentos cerámicos procedentes del santuario de La Muela de Cástulo. A) Cuenco


a mano con decoración pintada (Blázquez y Valiente, 1981, 188, Fig. 141); B) Cabeza de
toro (Blázquez y Valiente, 1981, 123, Fig. 84); C) Cazuela, soporte y cuencos (Blázquez y
Valiente, 1981, 121, Fig. 82).
596 Cristina Manzaneda Martín

(Blázquez y Valiente, 1981, 198). De este modo, el sector F se entendió como


un espacio de cocina al aire libre en el que quedaron los restos resultantes de
estas del sacrificio animal y su posterior preparación, mientras que los ban-
quetes se llevarían a cabo en las habitaciones comunicadas con el patio. Nos
encontramos, pues, con una estancia interior, es decir, la cella o santuario
propiamente dicho y la fosa de consagración del lugar sagrado, así como de
la posterior reconstrucción del espacio, convirtiéndose en una estancia con
puerta abierta al patio (Blázquez y Valiente, 1981, 207).
El esquema resultante indica que los ritos sacrificiales tendrían lugar
en el patio, mientras que el consumo se produciría en el interior, al igual
que se interpretó para el ámbito griego (Burkert, 1985, 57), mediante un
banquete sagrado, quedando constancia a través de los restos cerámicos
detectados en el santuario de la necrópolis de La Muela de Cástulo. Se trata
de fragmentos de grandes tinajas con decoraciones incisas, recipientes con
peanas cuadrangulares, cazoletas y restos de un torito de terracota (Fig. 4
B). Destacamos también un conjunto de cerámicas, tanto fabricadas a mano
como materiales de importación del mundo fenicio, además de cerámicas
negras de carácter ritual (Blázquez y Valiente, 1981, 219). Las realizadas
a mano presentan un carácter indígena (Fig. 4A), fechadas a finales de la
Edad del Bronce.
Si nos detenemos en la cabeza de toro8, la figura de este animal ha cons-
tituido un elemento al que se le ha rendido culto en el ámbito mediterráneo
desde la Edad del Bronce, ligándose a la potencia física y a la fecundidad,
por lo que representa con frecuencia el poder (Benítez de Lugo, 2004, 43).
Blázquez y Valiente (1985, 182) defienden el ofrecimiento de este tipo de
piezas como exvotos9, en representación del dios sirio Hadad, dios de las
tormentas, de la atmósfera y de las cosechas, lo que nos muestra a qué tipo
de sociedad se vincula este edificio. Al igual que nos insinuaba la arquitec-
tura de este complejo (vid. supra), se vincula con una clase dominante que
adquiere una posición privilegiada, preocupada por una sociedad agrícola y
manifestándose a través de la esfera religiosa.

8. Conocemos también los galbos de un vaso cerámico recuperado en el Cerro de las Cabezas
que muestran una decoración consistente en motivos estampillados figurativos que parecen
estar representando la máscara de un toro (Benítez de Lugo, 2004, 43).
9. Otros de los restos hallados en el patio aluden a unas piezas oblongas con bordes estriados
que también fueron interpretadas como exvotos (Blázquez y Valiente, 1981, 220). Han sido
interpretadas como «ídolos» (Maluquer de Motes, 1954), mientras que Blanco et al. (1969)
apuestan por tratarse de la esquematización de pájaros.
La influencia fenicio-púnica y su reflejo en el ámbito religioso de la Oretania 597

El peculiar mosaico del santuario de la necrópolis de La Muela de


Cástulo
Este cuidado pavimento formado con guijarros dispuestos dibujando cenefas
a modo de damero se documentó en la estancia F (Fig. 5A), al suroeste del
patio y se dató en la última fase de ocupación del santuario, entre los siglos
vii y vi a.C. (Blázquez y Valiente, 1981, 198).
No obstante, este tipo de pavimentos también se registran en las necró-
polis ibéricas, asociados a los enterramientos, como en los casos cercanos
de las necrópolis de los Baños de La Muela, que dibuja bandas empedradas
(Blázquez y Valiente, 1981, 198), la necrópolis de El Estacar de Robarinas
(Blázquez y Remesal, 1979, 352 y 356) o de la necrópolis de Los Higuerones
(Fig. 5B) (Sánchez Meseguer, 1979, 419), así como el del monumento fune-
rario de Pozo Moro (Chinchilla, Albacete) (Almagro-Gorbea, 1983, 200-
201, Taf. 24 a). Algo más alejado geográficamente, recordamos también el
pavimento de guijarros documentado en la necrópolis tumular de Cerro Gil
(Iniesta, Cuenca), que se dispone mostrando una composición dividida en
tres escenas (Valero, 2005, 625-627).
Pero en este contexto, podríamos encontrar una explicación plausible
recordando casos similares. En el túmulo de Entremalo (Sevilla), Bonsor
(1899) interpreta como una fosa fundacional un montículo artificial en la
cual se depositaron los restos de banquetes sagrados y de los recipientes
empleados en los mismos bajo un suelo pavimentado de guijarros. En este
sentido, los túmulos y construcciones de Los Alcores (Carmona, Sevilla)

Fig. 6. A) Tríada betílica del santuario de entrada del Cerro de las Cabezas (Valdepañas,
Ciudad Real) (Seco, 2010, Fig. 236); B) Estela que representa una tríada betílica procedente
de Nora (Bisi, 1967, Tav. XLIX).
598 Cristina Manzaneda Martín

suponen casos de características similares, también estudiados por Bonsor


(1899). Se trata de los restos de los banquetes sagrados, que eran deposita-
dos in situ. En el caso de El Acebuchal, también en la zona de Los Alcores,
se detectaron dos fases. La última recuerda a la fosa de consagración de
La Muela de Cástulo, la cual se asienta sobre una segunda fase, más anti-
gua, consistente en un depósito de cenizas, piedras quemadas, huesos de
animales, cuchillos de sílex rotos y abundante cerámica de factura indígena,
fechada en el Bronce Final (Blázquez y Valiente, 1985, 183). Corresponde
a piezas toscas a mano con cordones decorados con ungulaciones, grandes
ánforas tipo chardon, cazuelas, cuencos, etc. (ibid.). Con ello se argumenta
un culto anterior a las aportaciones de la colonización semítica.

La tríada betílica
La tríada betílica descubierta en el santuario de El Cerro de las Cabezas (Fig.
6 A) pone de relieve esta influencia púnica que alcanza el interior peninsular.
Se descubrió en la pared este de la estancia B tres bloques paralelepípedos
(0,57 por 0,13 m; 0,64 por 0,14 m; 0,82 por 0,20 m)10, de piedra local (cuar-
cita) y escasos signos de talla11. Fueron hincados verticalmente a modo de
betilos o estelas sobre una plataforma de planta rectangular (2,40 por 0,60 m)
realizada con piedras trabadas mediante barro. Esta cuenta con una escalera
con el fin de facilitar la accesibilidad a la misma (Moneo et al., 2001, 125).
En los tophet púnicos de Cartago fueron frecuentes las tríadas betílicas
(Moneo et al., 2001, 128). En el ámbito púnico, los betilos se caracteriza-
ron por su aniconismo (Lance, 1994, 303), interpretándose por Lilliu (1959,
75) como la invocación triple de la divinidad. Pero fue Niemeyer (1996,
57) quien relacionó estos rituales con el culto a los antepasados. La tríada
betílica del Cerro de las Cabezas y su integración en el edificio recuerdan a
las estructuras de los santuarios de tipo «semítico» ya desde el III milenio
a.C. en Oriente, donde Margueron (1991, 237) documenta estancias con este
tipo de plataformas donde se colocaban los betilos o massebath a modo de
símbolos divinos (Pritchard, 1978). Además aparecía en la misma sala una
mesa de ofrendas, siempre enfrentada a la plataforma o en el centro de la
estancia, en la cual se ofrecían las primicias de las cosechas y los alimentos
(Yon y Raptou, 1991, 173), lo que coincide en este caso con la presencia de
un bloque de piedra rectangular, interpretado como un altar sacrificial o una

10. Presentan las caras alisadas y se disponen a intervalos regulares de 0,37 y 0,30 m paralelas
al lado este de la plataforma, con una orientación noroeste-sudeste (Moneo et al., 2001,
125).
11. La piedra utilizada es la misma en toda la construcción del cerro (Seco, 2010, 424).
La influencia fenicio-púnica y su reflejo en el ámbito religioso de la Oretania 599

mesa de ofrendas (Almagro-Gorbea y Moneo, 2000, 55), ubicado de igual


forma. Junto a ello, los instrumentos aparecidos apuntan a la realización de
sacrificios. Este es el caso de santuarios como el de Jericó en Palestina o el
templo de Blanc d’Uruk.
Un milenio más tarde (II milenio a.C.), estos dos elementos que alu-
den a la función ritual de las estructuras se ven complementados con bancos
corridos a lo largo de las paredes de la cella, la aparición de hogueras y, por
lo general, la introducción en las estructuras de espacios abiertos –patios–
(Moneo et al., 2001, 126). Para el actual santuario, se detectó la presencia de
hogueras dispuestas en la esquina sur (íbid., 125) y un abundante y variado
repertorio material (fragmentos cerámicos ibéricos, cerámica ática, además
de una fusayola, una punta de cuchillo de hierro y restos óseos) (Moneo,
2003, 167). No obstante, al exterior apareció la mayor parte del repertorio
material mueble, justo en la zona contigua al muro norte, junto a restos de
cenizas. Ha sido interpretado como depósito votivo (Benítez de Lugo, 2004,
40) y albergó numerosos fragmentos de cerámica ibérica rota y quemada in
situ. Se documentó cerámica hecha a mano, pesas de telar, un clavo, molinos,
restos óseos, fragmentos de molino, fragmentos de hierro, un peine decorado
de marfil, un cráneo y las astas de un cérvido (Moneo et al., 2001, 125),
además de una falcata.
Las ideas triádicas están presentes en prácticamente todo el Mundo
Antiguo, pero en nuestro caso encontramos uno de los santuarios de vene-
ración anicónica más interiores de toda la Península Ibérica, orientándose
además hacia el lugar por donde sale el sol el día del solsticio de verano
(Benítez de Lugo, 2004, 41). Las tríadas betílicas son especialmente emplea-
das en ambientes feniciopúnicos12, pero como indica Seco (2010, 425), «su
veneración no es de modo alguno exclusiva de aquellos, y su presencia en
Valdepeñas no indica por tanto una conexión directa con la zona oriental».
Más bien, podría proponerse un culto de raíz local, siendo una adopción.
En opinión de M. Almagro-Gorbea y Moneo (2000, 148), se trata de
un santuario de entrada intramuros relacionado con los ritos de paso, como
ceremonias de iniciación con deposición de ofrendas de carácter femenino,
prueba de ello serían las pesas de telar13 (Almagro-Gorbea y Moneo, 2000,

12. Podría hacer alusión a la veneración de una o varias divinidades que no conocemos,
pudiéndose relacionar con la Tanit-Juno-Caelestis (Moneo et al., 2001, 129).
13. También los peines de marfil hallados en el Cerro de las Cabezas y en Cerrillo Blanco
vinculados a espacios sacros han sido interpretados como ofrendas femeninas. La
decoración de estos se centra en motivos geométricos y pueden fecharse a partir del s.
vii a.C., al igual que sucede con las joyas encontradas, las cuales perseguían un propósito
mágico-político-religioso.
600 Cristina Manzaneda Martín

202), y sacrificios de animales, además de configurar un espacio de celebra-


ción de reuniones. Esta opinión es aceptada por Seco (2010, 426), que ade-
más descarta la posibilidad de conexión funeraria de estas singulares piezas
debido, en gran parte al contexto y a que los betilos funerarios son el Mundo
Antiguo más bien extraños, anulando así la propuesta de Moneo et al. (2001,
129), mediante la que se vincula con cultos a los antepasados heroizados. Por
otro lado, los restos aparecidos parecen indicar la fabricación y ofrenda de
alimentos (Moneo et al., 2001, 126) y el escalón de acceso a la plataforma
posibilita el desarrollo de libaciones.

Divinidades y seres fantásticos


De entre todo el repertorio material localizado en estos espacios sacros des-
tacamos algunos de los más significativos en cuanto a que desprenden un
evidente sentido simbólico –ya sea mediante el motivo pintado en una cerá-
mica, objetos metálicos, etc.–, pues los interpretamos como la introducción
de cultos y costumbres foráneas y la asimilación y desarrollo por parte de esa
misma simbología por parte de la población indígena.
Nos remitimos a un fragmento de placa de terracota, localizado en el
Cerro de las Cabezas, que muestra una escena figurativa en la que se observa
una estrella de cinco puntas y una cabeza de ave que picotea una flor de loto,
elemento de resurrección y símbolo de la diosa Astarté (Tanit). De origen
oriental, se presenta como la fuerza femenina, responsable de la fertilidad y
protectora de la fecundidad y de la vida (González Alcalde, 1997, 329-343).
La aparición de figuras de Astarté en Cástulo y decoraciones a base de flores
de loto conducen a Benítez de Lugo (2004, 44) a plantear la hipótesis de que
el santuario de La Muela estuviese consagrado a la diosa Astarté14, represen-
tada también bajo la forma de paloma. Hallamos dos palomas en las manos
de una joven desnuda representada por el thymiaterium de bronce, con una
cazoleta para el perfume sobre la cabeza, procedente del santuario de La
Quéjola (San Pedro, Albacete)15 (Fig. 7A). Esta representación de la imagen
divina de Astarté ha sido interpretada por Blánquez y Olmos (1993, 95) bajo
la forma de hieródula adolescente. Conocemos un segundo thymiaterium16
muy similar y un tercero muy fragmentado (Fig. 7B y C) (Almagro-Gorbea

14. Su culto se detecta en santuarios relacionados con explotaciones mineras y el comercio,
más vinculado este último con la Astarté celeste (Olmos, 1992).
15. Fue datado entre finales del siglo vi y principios del siglo v a.C. No procede de los trabajos
de excavación, aunque Blánquez y Olmos (1993, 98) aseguran este edificio como su lugar
de origen.
16. Su contexto lo hallamos en el mundo fenicio-chipriota mediterráneo, donde el capitel
de pétalos en forma de flor de loto se inspira en las columnas del período orientalizante,
La influencia fenicio-púnica y su reflejo en el ámbito religioso de la Oretania 601

1974, 42), de los que no se conoce su procedencia con certeza, pero se ads-
criben a Collado de los Jardines, además de un clavo de brasero con cabeza
hathórica (Almagro-Gorbea, 1977, 254) del mismo lugar. Del conjunto de
materiales del santuario de Alarcos (Ciudad Real) destacamos dos piezas,
una de oro y otra de bronce, representaciones también de una figura feme-
nina con peinado hathórico. Éstas se asocian, al igual que en el caso anterior,
a la diosa fenicia Astarté, «en cuyos santuarios se practicaba la prostitución
ritual, destinada a incrementar la fertilidad del suelo y la fecundidad de los
rebaños» (Juan y Fernández 2007: 43).
En el caso un galbo cerámico de una decoración pintada y estampillada,
muestra un carnisser bajo dos astros, por lo que elementos orientalizantes
compartieron un mismo espacio con variantes indígena17. Se han interpre-
tado los astros asociados al ámbito funerario a través de la creencia de que
sus entrañas sirven al tránsito hacia la muerte o hacia la nueva vida, por lo
que podrían ser el símbolo del destino final de los mejores (Benítez de Lugo,
2004, 45). El lobo también simboliza la muerte y las almas de estos son las
partícipes del privilegio del viaje astral hacia lo más elevado.
El grifo es otro de los elementos simbólicos aparecidos en el mundo ore-
tano. Éste figura en piezas escultóricas del Cerrillo Blanco (Porcuna, Jaén)
o en objetos de uso personal, como en el anillo aparecido en el Cerro de
las Cabezas, al que se le asignó un uso apotropaico. Esta figura procede de
la mitología griega y del Próximo Oriente y su papel es el de guardianes
de riquezas, en relación siempre con la protección. La esfinge también se
muestra en las monedas oretanas, existiendo una similitud plástica innegable
entre las de Cástulo y las del Cerro de las Cabezas, aspecto que provoca la
vinculación de ambos emplazamientos. A su vez, la esfinge puede asociarse
con Astarté, divinidad que en ocasiones se representa sobre trono de esfin-
ges, presentándose así como la protectora de la riqueza de las minas. Esta
relación entre metalurgia y religión ha sido documentada en diversos puntos
del Mediterráneo.
Todo parece, pues, indicar el culto de una Diosa Madre de tradición indí-
gena, asimilada a una divinidad dinástica (Moneo, 2003, 351), más acorde
con una monarquía de tipo sacro. Aparece más tarde un culto relacionado
con la agricultura, basado en una divinidad fecundadora, curótrofa, maternal
y nutricia. Blázquez (1983, 66) apuntó su posible asimilación con la Astarté

cobrando en ocasiones un sentido simbólico decorativo. Se circunscribe al tipo B-2 y se


fecha entre los ss. viii y vi-v a.C. (Almagro-Gorbea, 1974, 51).
17. Esta bestia depredadora carnívora o lobo pertenece al universo iconográfico espiritual
ibérico, representante de un mundo salvaje y cercano al doméstico, por lo que simboliza
lo misterioso de una naturaleza agreste, opuesta al dominio humano
602 Cristina Manzaneda Martín

fenicia –protectora de la institución monárquica, del rey, de su familia y de la


fertilidad y fecundidad humana y de los campos– a raíz de la colonización, la
cual en el siglo iv a.C. pasará a asimilarse con la Tanit del mundo cartaginés,
es decir, la diosa alada de carácter celeste y ctónico (Lipínski, 1995), vincu-
lándose así al Más Allá.
La incorporación de divinidades púnicas y de elementos simbólicos del
mundo cartaginés, tales como pebeteros18, exvotos en terracota, los amuletos
y las cuentas de pasta vítrea, etc., se vinculan directamente con la introduc-
ción de cultos y costumbres (Grau, 2006). El análisis de la cultura material
demuestra la divinización en estas fechas del caballo, bajo Despotés Híppôn.
Se relacionan los cultos a Deméter con el mundo agrícola, existiendo nume-
rosos elementos que inducen a ello, tales como el toro, la flor de loto, la
paloma, etc., los cuales encuentran su origen en Sicilia.

Consideraciones finales
El carácter de interior del grupo oretano no supuso un obstáculo para el con-
tacto con otros grupos y, mucho menos, no supuso un factor de aislamiento.
Este estudio posibilita la detección de una activa comunicación que se arti-
culó en torno a Sierra Morena y, en especial, a lo largo de la Vía Heraklea. La
consecuencia más inminente fue una rápida circulación de objetos y perso-
nas entre el interior peninsular y las costas este y sur que incidirán de forma
irreversible en el sustrato cultural indígena y una profunda conexión con el
mundo mediterráneo.
La arqueología nos facilita el conocimiento de parte de este proceso de
circulación, aportándonos algunas pruebas materiales que nos confirman la
presencia fenicio-púnica en la esfera religiosa de la Oretania. Uno de esos
testimonios la constituye la adopción por parte del mundo ibérico de un
módulo arquitectónico, del que ya nos avisó Fernando Prados (2006). Su
procedencia nos remite a la religiosidad semita y repite unos determinados
espacios: el patio, uno o varios almacenes y el propio santuario. Pero no
solamente se exportó este módulo en la Oretania, sino que fue extrapolado
a todo el ámbito ibérico. No obstante, nos referimos al caso oretano debido
a su posición interior, donde se han documentado varios casos. El primero
corresponde al santuario de la necrópolis de La Muela de Cástulo, el cual
dibuja una planta con patio exterior de entrada que comunica con la cella,
junto a la estancia interpretada como enclosure (estancia para albergar el

18. Se trata de un pebetero cilíndrico de cerámica hallado en el Cerro de las Cabezas y que
representa un rostro de tendencia esquematizante, el cual ha sido interpretado como
exvoto al no presentar restos de combustión en los orificios (Benítez de Lugo, 2004, 47).
La influencia fenicio-púnica y su reflejo en el ámbito religioso de la Oretania 603

árbol sagrado) (Blázquez y Valiente, 1981). Los siguientes casos los halla-
mos en los santuarios del Cerro de las Cabezas y ambos cuentan con dos
estancias a modo de antecella y cella.
Este nuevo módulo supuso la introducción de un nuevo concepto físico
y estructural del espacio religioso, pues la distribución en varias estancias
con funciones claramente diferenciadas quedaba perfectamente marcada y,
por lo tanto, reconocible. Dentro de este esquema, nos interesa mencionar
la aparición de la posible eschara del santuario de La Muela de Cástulo,
es decir, un altar que se suele asociarse al fuego por lo general y con un
bothros, entendiendo como tal un hoyo ritual donde se realizan ofrendas.
La localización de ambos elementos relacionados con un nivel de cenizas
y otros restos materiales procedentes de los ritos llevados a cabo (Blázquez
y Valiente, 1981, 203-204) corrobora en la comprensión del cambio produ-
cido en el ritual, por medio del cual se introduce en el culto las prácticas
del sacrificio cruento de animales junto a las ofrendas, aspecto que queda
relacionado con la aportación del altar y el sacrificio al aire libre (Blázquez
y Valiente, 1986, 182). En otras palabras, detectamos la proliferación del
acto del banquete ritual, cobrando éste un papel relevante como agente de
reunión social.
Sin embargo, no se trató únicamente de una plasmación física, pues asu-
mimos que la asimilación por parte de la cultura indígena, la cual ya contaba
con una fuerte personalidad, denota otro tipo de cambios. Por una parte, esta
nueva distribución afectó a la organización del culto y de las prácticas ritua-
les, pues entendemos la modificación del espacio como la reestructuración y
el entendimiento de la dinámica ceremonial. Por otra parte, la adopción de un
nuevo orden ritual se explica a través de la asimilación de elementos proce-
dentes de un nuevo horizonte cultural, es decir, también se trató del reflejo de
la adopción de parte del simbolismo, ritos y costumbres que lo caracterizan.
A continuación nos remitimos a otra de estas pruebas a las que nos referi-
mos. La ubicación en el espacio del culto a algunas de divinidades de origen
fenicio-púnico esboza algunos de los límites del alcance de las influencias
que llegan por el Mediterráneo. Sierra Morena se presenta como una barrera
que no logran vencer, pero que sí que absorberá numerosos elementos forá-
neos. La presencia de algunas de las divinidades de este horizonte cultural,
como lo fue Astarté, fue detectada en la Oretania sin lugar a dudas, pero no
más allá de Sierra Morena. Esta diosa, la Astarté fenicia, debió de resultar
fácilmente asimilable por la población indígena, pues guardaba una estrecha
relación con la agricultura, basado en una divinidad fecundadora, curótrofa,
maternal y nutricia, convirtiéndose más tarde en una figura poliádica pro-
tectora de toda la población (Blázquez, 1983, 66). En el siglo iv a.C. pasará
604 Cristina Manzaneda Martín

Figura 7: A) Thymiaterium de La Quéjola (Jiménez Ávila, 2002, Lám. XXXII, n.º 71); B y
C) Thymiateria de Collado de los Jardines (Almagro-Gorbea, 1974, figs. 2 y 3).

a asimilarse con la Tanit del mundo cartaginés, es decir, la diosa alada de


carácter celeste y ctónico (Lipínski, 1995), vinculándose además al Más Allá.
Es así, pues, cómo queda el grupo oretano incluido en los fenómenos
de la órbita mediterránea, aunque con reparo, pues la diferente intensidad
en las influencias recibidas originarias de las diferentes culturas sembrará
diferencias respecto al Levante y Noroeste peninsular, ya que este quedará
más influenciado por el mundo focense (Moneo, 2003, 435) al que llega el
culto de la diosa griega Artemis, el cual no parece documentarse en el ámbito
oretano.
Mantener, por lo tanto, la asunción de una mera llegada de influencias
del ámbito fenicio-púnico resulta insostenible, pues la adopción de parte de
la cultura material implica la introducción de nuevos planteamientos que
rigen la esfera simbólica, sin que ello significase la remodelación de la totali-
dad de los espacios de culto. No queda, pues, como hecho anecdótico donde
solamente se trata de la asunción de algunos objetos «de prestigio» que son
apropiados por parte de las elites en el fortalecimiento de su posición social.
Estos hechos denotan la implicación directa de la llegada de población a
estos núcleos oretanos y una necesaria interacción y una posible simbiosis.
Por lo tanto, estaríamos hablando de una posible confirmación de la
fusión de población semita con la ibérica19, establecida también en el inte-

19. Debemos de tener también en cuenta el sistema defensivo del oppidum del Cerro de las
Cabezas. Aquí es donde se localizan en los 1.600 m lineales murallas de cajas, ciclópeas,
con casamatas, etc., datadas desde el siglo v al último tercio del iii a.C. (Vélez y Pérez,
2009, 244) y vinculadas con el mundo semita, por lo que podríamos relacionarlo con esa
presencia de norteafricanos en el interior peninsular, aunque todavía hoy no conocemos
qué papel jugó.
La influencia fenicio-púnica y su reflejo en el ámbito religioso de la Oretania 605

rior peninsular (García-Gelabert y Blázquez, 1996), a partir del siglo iv a.C.


Podríamos estar ante la prueba material del establecimiento por parte de los
cartagineses de norteafricanos en el tercio sur peninsular (García-Bellido,
1982; Domínguez Monedero, 2000; López Pardo y Suárez Padilla, 2002,
113-152). No obstante, parece que ello no confirma el dominio territorial
mencionado en las fuentes clásicas, pues como apuntan Ruiz y Molinos
(1999, 372), en esa fecha la continuidad de los oppida del siglo iv a.C. ya no
constatan la existencia de «experiencias de creación de territorios políticos
superiores al oppidum».
Abogamos, pues, por un planteamiento de relaciones equilibradas por
ambas partes, en el que la tríada betílica del santuario de entrada del Cerro
de las Cabezas o bien el repertorio cerámico aparecido en el santuario de la
necrópolis de La Muela de Cástulo, formado tanto por cerámicas de corte
indígena fabricadas a mano como por materiales de importación del mundo
fenicio, además de cerámicas negras de carácter ritual (Blázquez y Valiente,
1981, 219), suponen un ejemplo clarificador. Esta presencia que llega por el
Mediterráneo no supuso la paralización, destrucción y/o de la cultura indí-
gena, sino que se adoptaron e introdujeron algunos elementos nuevos, pero
eso sí, marcados todos ellos por el carácter indígena local.

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IBEROS DE QART HADASHT:
CIVES NOVAE CARTHAGINIS

Rocío Martín Moreno


Universidad Complutense de Madrid

Enrique Hernández Prieto


Universidad de Salamanca

En el 209 a. C., en una audaz ofensiva sorpresa, Publio Cornelio Escipión


arrebató a los púnicos la estratégica ciudad de Carthago Nova. Conquistaba
así, en palabras de Tito Livio (26, 48, 3), no sólo la urbe más rica de la
Península, sino también con ella, las riquezas de África e Hispania unidas.
El magnífico botín descrito por las fuentes, incluyendo víveres, materiales
navales, hierro, bronce e ingentes cantidades de metales preciosos1, pone
claramente de manifiesto la importancia económica de esta acción. Al día
siguiente de la conquista, comparecieron ante el general romano los habi-
tantes de la ciudad supervivientes. Entre ellos, según los textos antiguos, se
encontraban unos diez mil varones libres. En un gesto de clemencia, en abso-
luto desligado de las necesidades estratégicas del conflicto, Escipión devol-
vió Carthago Nova a sus ciudadanos, convirtiendo temporalmente a los arte-
sanos, cerca de dos mil, en esclavos públicos, y enrolando a los más jóvenes
en su flota (Plb. 10, 18, 1-2; Liv. 26, 47, 1-3). La fiabilidad de estas cifras, en
las que se puede intuir el frío cálculo de los cuestores romanos, encargados
de tasar y custodiar los recursos y bienes capturados, nos resulta bastante
asumible. Si a éstos datos se les suma la estimación de mujeres y niños, un
censo aproximado de veinticinco mil personas parece adecuado y en conso-
nancia con el perímetro de la ciudad (Conde, 2003, 64-65). Evidentemente

1. El elenco de bienes capturados en la conquista de Carthago Nova aparece recogido en Plb.
X, 19, 1-2; Liv. 26, 47, 5-9; App. 6, 23.
610 Rocío Martín y Enrique Hernández

esta cifra carece de rigor estadístico, no obstante, resulta muy expresiva a


efectos de reflejar la relevancia cuantitativa de la población2.
La cuestión que en este trabajo se plantea es la procedencia de una pobla-
ción demográficamente tan amplia como la descrita. Qart Hadasht, la «ciu-
dad nueva», había sido fundada por Asdrúbal Barca, como capital virtual de
los dominios púnicos en Iberia, en torno al 227 a. C. Aún no tenía ni veinte
años de vida cuando las legiones de Escipión la conquistaron, siendo, por
entonces, a pesar del escaso tiempo transcurrido, uno de los conjuntos urba-
nos más importantes de la Península Ibérica.

En busca de los cives Novae Carthaginis


A la hora de establecer el origen de los habitantes de la recién fundada capital
bárquida, una primera solución podría ser la existencia de un núcleo previo
que hubiera realizado un importante aporte poblacional. En este sentido, a
pesar de las teorías tradicionales que vinculaban la «Mastia Tarseion» del
segundo tratado romano-púnico (348 a. C.) y la posterior ubicación de Qart
Hadasht3, la ausencia de evidencias escritas y arqueológicas dificultan seria-
mente esa identificación (Ferrer y De la Bandera, 1997; Moret, 2002; Ferrer,
2012; Noguera, 2013). Por otro lado, aunque recientes trabajos han puesto
de manifiesto la presencia de materiales cerámicos de importación, así como
la existencia de núcleos poblacionales indígenas en el solar de Qart Hadasht
(Ramallo, 1989, 28-37; Ruiz, 1999; Martín, 2000, 13-14; Ramallo y Ruiz,
2009; Murcia, 2010, 145-148; Murcia, Ramallo y López-Mondéjar, 2013,
123-124), no parece que éstos, por sí solos, tuviesen la entidad demográfica
suficiente como para justificar las valoraciones demográficas de los autores
antiguos ya recogidas.
El origen de buena parte de los constructores de la Arx Hasdrubalis debe
buscarse, por tanto, fuera del sustrato propiamente local. En este sentido,
la visita realizada por el dirigente bárquida a Cartago, percibida por cierta
corriente de la historiografía antigua como un fallido intento de romper con el
orden institucional del estado púnico e imponer su autoridad personal4, pudo
servir en realidad, para obtener el permiso oficial para la nueva fundación

2. La estimación recogida queda lejos de la propuesta en su día por A. García y Bellido (1942,
30), quién calculaba una población de entre treinta y cuarenta mil habitantes libres.
3. La identificación entre este conflictivo topónimo y el solar de la posterior fundación
bárquida se halla muy extendida en la historiografía: O. Meltzer, 1879, 340-341, 520; A.
Schulten, 1935, 16; A. Beltrán, 1945, 299-301; A. Ruiz y M. Molinos 1993, 240; J. S.
Richardson, 1998, 21-22; Y. Cisneros y J. Santos, 2003, 311, 318-319.
4. De la existencia de esa percepción de la actividad política de Asdrúbal deja constancia
Polibio (3, 8, 2-4), apuntando a Fabio Píctor como uno de sus principales exponentes.
Íberos de Qart Hadasht: Cives Novae Carthaginis 611

y solicitar el envío de colonos (Domínguez, 2012, 184-185). En lo que a


esta posibilidad respecta, la presencia de elementos norteafricanos y púnicos
está bien constatada en el registro arqueológico de la población5, así como
su dilatada e intensa pervivencia de sus ámbitos culturales tras la conquista
romana (Koch, 1976; Blázquez, 1999; López, 2002; Ferrer, 2012). La poten-
cia comercial e industrial de la ciudad, a la que cabe sumar la riqueza minera
de la zona, forzosamente hubo de atraer el interés de elementos procedentes
de estos dos ámbitos. Cabe señalar que tras la conquista romana de la ciu-
dad, entre los cautivos, dos miembros del Consejo de Ancianos y quince
senadores cartagineses aparecen mencionados en los textos (Plb. 10, 18, 1;
Liv. 26, 51, 2.). Sin embargo, opinamos que existen objeciones para atribuir
a los habitantes de Qart Hadasht un origen mayoritariamente púnico o nor-
teafricano. En primer lugar, una migración tan intensa forzosamente habría
debilitado la presencia cartaginesa en otros territorios. En segundo, resultaría
muy extraño que autores concienzudos como Polibio no recogieran un éxodo
como el que habría resultado necesario para alcanzar la densidad de pobla-
ción señalada cuando las fuerzas romanas se apoderaron de la ciudad. Por
otra parte, atendiendo al registro epigráfico de la zona, llama la atención la
relativa escasez de testimonios onomásticos vinculables a individuos de ori-
gen fenopúnico (Ramallo y Martínez, 2010, 155; López y Belmonte, 2012,
141-164), al contrario de lo que sucede con los itálicos, constatados desde
momentos muy tempranos (Abascal, 1997). Prácticamente, la pervivencia
del sustrato lingüístico púnico en Qart Hadasht queda tan sólo atestiguada
por unos pocos grafitos sobre cerámicas de barniz negro (Sanmartín, 1986,
89-103). Por tanto, no parece que la presencia de habitantes asociables al
ámbito púnico en la ciudad fundada por Asdrúbal resultara muy abundante
cuantitativamente.
Volviendo al relato de los autores antiguos, Polibio informa que la con-
quista de la ciudad habría sido el resultado de una intensa labor de planifica-
ción previa6, hallándose Escipión al corriente no sólo de la dispersa locali-

5. En este sentido, se aprecia una evolución en el registro cerámico de la muralla y de la ciudad.
Así, predominan tipos del Círculo del Estrecho en los momentos inmediatos y próximos
al hecho fundacional, y siendo más abundantes las ánforas tunecinas en los niveles de
consolidación de la urbe y vinculables a destrucciones provocadas por la conquista de
Escipión (Ramallo y Martín, 2015, pp. 145-161), lo que reflejaría un contacto más fluido
con el norte de África. En lo que a la topografía púnica de la ciudad respecta: A. Rodero,
1986, 217-225; S. F. Ramallo, 1989, 37-43; E. Ruiz, 2009, 50-58; J. M. Noguera, 2013,
137-173.
6. Frente a quienes atribuían el éxito de la conquista a un golpe de suerte de Escipión o
a intervenciones divinas, Polibio destaca la intensa preparación estratégica de toda la
maniobra. Así, apunta que ya desde Roma el procónsul había realizado averiguaciones
612 Rocío Martín y Enrique Hernández

zación de los ejércitos púnicos, sino también del reflujo marino que facilitó
su captura y la debilidad intrínseca de sus defensores. En este sentido, el
general romano ya había constatado que la presencia militar dejada en ella
por los cartagineses era reducida (sólo unos mil hombres como guarnición,
concentrados en su ciudadela), y que la mayor parte de sus habitantes eran
artesanos, obreros y marinos, sin experiencia con las armas (Plb. 10, 8, 4-5).
No obstante, Magón, el comandante púnico al frente de la plaza, movilizó a
dos mil de ellos para enfrentarse a los romanos mientras dividía sus fuerzas
dejando una mitad en la acrópolis y los otros quinientos al pie de la colina
(Plb. 10, 12, 2-3; Liv. 26, 44, 1-2). Las fuentes no precisan si estos individuos
eran parte de la reserva de fuerzas cartaginesas, aún en proceso de adies-
tramiento, o bien simples civiles armados para la ocasión, condición aún
más desventajosa para la labor que se les encomendaba (Conde, 2003, 56).
En cualquier caso el resultado fue desastroso, las fuerzas romanas batieron
a los atacantes y poco faltó para que penetrasen en la ciudad por las mis-
mas puertas por las que los supervivientes buscaban refugio (Plb. 10, 12,
4-11; Liv. 26, 44, 3-4). A partir de esos momentos se iniciaron propiamente
las labores de asedio y asalto. La primera cuestión que llama la atención es
que, a pesar de disponer de abundantes máquinas de guerra7, no se constata
arqueológicamente ni en el relato de los escritores antiguos más rigurosos
su empleo contra los romanos8. A nuestro modo de ver, es muy posible que
los habitantes de la ciudad desconociesen su manejo, lo que habría limitado
considerablemente su uso. Por otro lado, la disposición de fuerzas adoptada
por Magón resulta difícil de comprender. Su voluntad de asegurar la acró-
polis, ocupándola desde el comienzo de las operaciones, y renunciando así
a utilizar la mitad de sus efectivos en la defensa activa supone un grado de
previsión inesperado dada la incapacidad inicial de los asaltantes para abrirse
camino ante las murallas. Tras la estratagema de Escipión y la entrada de los
romanos en la ciudad9, Magón se refugió en la ciudadela, que sólo entregó

sobre la situación general de Hispania (Plb. 10, 7-8), conociéndose los detalles de la captura
de Carthago Nova, a través de una carta remitida por Escipión a Filipo de Macedonia en la
que le daba cuenta de este episodio (Plb. 10, 9, 2-3).
7. Los autores antiguos no se ponen de acuerdo sobre el número de piezas capturadas (Liv.
XXVI, 49, 3). En cualquier caso, dado el carácter de centro de aprovisionamiento militar
que tenía la ciudad, debió de ser abundantísimo.
8. Únicamente Apiano, autor ya de época imperial, cuyo relato histórico aparece plagado de
incorrecciones, refiere el uso de catapultas y máquinas de asedio durante el asalto de la
población (App. 6, 20).
9. A. Lillo y M. Lillo, 1988; B. J. Lowe, 2000; E. Conde, 2003, 57-59, han planteado que
un aprovechamiento estratégico de canalizaciones artificiales podría haber posibilitado
la maniobra. No obstante, la falta de evidencias literarias o arqueológicas a estos efectos
Íberos de Qart Hadasht: Cives Novae Carthaginis 613

tras obtener garantías personales de seguridad (Plb. 10, 15, 7; Liv. 26, 46,
9; App. 6, 22), sin manifestar la menor preocupación por la situación en la
pudieran quedar los restantes individuos que habían tomado parte activa en
la defensa de la población. Se constata, por tanto, que la conquista de Qart
Hadasht habría supuesto el desarrollo de dos procesos políticos independien-
tes: el primero con el comandante cartaginés, y el segundo, al día siguiente,
con sus habitantes y ciudadanos. Por tanto, no sólo en las acciones de Magón
se establece una clara diferenciación entre los participantes en la defensa de
la ciudad, distinguiéndose a los individuos de la guarnición, propiamente
cartagineses, del resto de las gentes locales, sino que también ante la pra-
xis militar jurídica nos encontraríamos ante dos sujetos jurídicos distintos.
Una situación similar la encontramos en ciudades indígenas como Orongis o
Cástulo, donde la entrega de las guarniciones militares cartaginesas propició
cierto trato de favor a sus habitantes, por parte de los conquistadores roma-
nos10. El paralelismo entre dichas actuaciones conduce a pensar que Qart
Hadasht habría sido acertadamente percibida por Escipión como un doble
enclave, en el que una población mayoritariamente ibérica conviviría con un
sector púnico colonial que, hasta aquellos momentos, habría mantenido su
preeminencia social y política.

La fundación de Qart Hadasht y la gestación de un nuevo paisaje


político y arqueológico
El origen de la peculiar composición poblacional de Qart Hadasht debe
hallarse en el contexto histórico y geopolítico en que tuvo lugar su funda-
ción. En este sentido, cabe recordar que los autores antiguos atribuyen a
Asdrúbal un talante mucho más diplomático y negociador que el de sus otros
familiares, logrando atraerse el apoyo de los régulos locales más a través
del recurso a vías pacíficas que a la fuerza. Por este motivo, a lo largo de
tres años habría delegado en Aníbal el desarrollo de unas operaciones mili-
tares de las que nada sabemos11. ¿Cuáles fueron los resultados concretos de
esa política a dos bandas? Resulta lógico suponer que buena parte de los
esfuerzos de los dos dirigentes bárquidas habrían tenido objetivos comunes,

hace más razonable la hipótesis que defiende la existencia de un fenómeno natural


convenientemente empleado y resaltado por la historiografía antigua: B. D. Hoyos, 1992;
D. Fernández, 2005.
10. Sobre el proceder de los romanos tras la conquista de Orongis: Liv. 28, 3, 15. En lo que a
la rendición de Cástulo respecta: Liv. 28, 20, 8-12; App. 6, 32.
11. La mayoría de los autores antiguos se hacen eco de la predisposición diplomática de
Asdrúbal y de su tendencia a delegar el mando de las operaciones militares sobre Aníbal:
Plb. 2, 36, 2; Liv. 21, 2, 5; 4, 4; 4-10; App. 6, 6; D. S. 25, 11.
614 Rocío Martín y Enrique Hernández

vinculados a la gran inversión que la creación de un enclave de las proporcio-


nes de Qart Hadasht suponía. Así, una de sus principales prioridades habría
sido asegurar el hinterland de la recién establecida población12 y asegurar
un flujo migratorio indígena que aportara un elemento fundamental para su
consolidación: sus ciudadanos. El propio programa fundacional de la ciudad,
con las oportunidades económicas y sociales que ofrecería a las poblaciones
próximas locales, habría ejercido una atracción centrípeta sobre sus habitan-
tes (Martín, 2000, 21). No obstante, la rapidez del proceso y la importancia
estratégica del proyecto cartaginés nos llevan a considerar que los dirigentes
bárquidas no se habrían conformado únicamente con ese flujo espontáneo de
pobladores, sino que habrían desempeñado un papel activo en dicho proceso.
A través de las dos vías posibles, de manera pacífica, a través de acuer-
dos e incentivos, o bien mediante la presión militar, a partir del uso directo
o indirecto de las armas, se habría auspiciado un proceso de sinecismo, a
partir del cual, poblaciones dispersas y núcleos menores habrían pasado a
integrarse en la nueva metrópoli cartaginesa. Los iberos procedentes de estos
lugares constituirían la mayor parte de los cives Novae Carthaginis a los que
Escipión habría restituido su ciudad. El trato no pudo haber resultado más
ventajoso para las dos partes: así, mientras que los romanos se aseguraban
una importantísima base de suministros desde la que asegurar sus dominios
en Hispania, sus habitantes no sólo conservaban su libertad y bienes, sino
que presumiblemente se les garantizaba una buena dosis de autogobierno
local. Resulta complejo definir el estatus político de Qart Hadasht respecto
al estado itálico. A nuestro modo de ver, su situación no diferiría mucho de
la de Gades u otros enclaves púnicos de la Península, con los que Roma
articularía foedus u otro tipo de acuerdos que regulasen sus relaciones13. En
cualquier caso, lo que sí aparece atestiguado en las fuentes en que Escipión

12. A estos efectos, cabe recordar la presencia en el litoral peninsular de las denominadas por
Plinio como Turres Hannibalis (N. H. 2, 4). También el registro arqueológico atestigua la
presencia de fortines y atalayas costeras bárquidas o construcciones ibéricas bajo control
político-militar cartaginés. En este sentido, la muralla helenística el oppidum del Tossal
de Manises, dotado de una potente muralla de patrón helenístico (Bendala y Blánquez,
2003, 154), presenta un nivel de incendio y destrucción que presumiblemente indicaría
que sucumbió a un ataque coetáneo a la toma de Qart Hadasht. En época de Augusto, El
Tossal de Manises se convertirá en el municipio de Lucentum (Olcina y Pérez, 2001, 43),
estatuto jurídico propio de las poblaciones indígenas, lo que podría apuntar que se trataba
de un núcleo de tradición ibérica coyunturalmente utilizado por los cartagineses como
base de apoyo.
13. J. L. López, 1991; Id. 1995, 94-95 y 106-111; Id. 2002, 245. Este investigador considera
que la mayoría de las poblaciones púnicas de la Península Ibérica habrían quedado sujetas
al estado itálico bajo la condición de stipendiariae. No obstante, a nuestro modo de ver es
posible que algunas de ellas hubieran logrado alinearse a él como federadas.
Íberos de Qart Hadasht: Cives Novae Carthaginis 615

aseguró el control militar de la ciudad imponiéndole una potente guarni-


ción (Plb. 10, 20, 8; Liv. 26, 51, 9; App. 6, 24). Un acontecimiento posterior
demuestra la solidez de las medidas adoptadas y del marco de relaciones
establecido entre conquistadores y conquistados: cuando en el 206 a. C.
Magón intento recuperar la ciudad desembarcando en sus alrededores, los
habitantes más próximos acudieron a refugiarse tras sus murallas delatando
las intenciones del general púnico. Del mismo modo, tampoco las preten-
siones de Magón de encontrar apoyo interno en el seno de la comunidad de
Qart Hadasht encontraron respuesta, siendo frustrado por los defensores su
intento de forzar la entrada en la ciudad y culminando la ofensiva en un total
fracaso (Liv. 28, 36, 4-13). A esas alturas, la facción más decididamente filo-
cartaginesa de la ciudad se hallaría básicamente desarticulada. Una última
manifestación de la debilidad de este elemento en la ciudad tras su conquista
por los romanos, lo constituye su producción numismática. A diferencia de
otros enclaves púnicos de la Península Ibérica, como sucesivos trabajos han
puesto de manifiesto, sus acuñaciones locales parecen seguir decididamente
modelos metrológicos e iconográficos de origen itálico (Llorens, 1994,
79-103; García-Bellido y Blázquez, 2001, 95-100).
Si como nosotros estimamos, la mayor parte de la población de Qart
Hadasht procedía del entorno indígena próximo a la nueva fundación, la
incidencia de esta política de concentración urbana, forzosamente ha debido
quedar reflejada en los asentamientos ibéricos del territorio que circundaba
dicha ciudad. Las transformaciones incluirían cambios en los patrones pobla-
cionales y en la articulación del territorio, desarrollando nuevas formas de
organización socio-política que quedarían reflejadas en el registro arqueo-
lógico. Todo esto puede ser encuadrado en un proceso de larga duración de
convivencia y transferencias culturales, pero también en el marco concreto
de las campañas militares entre Roma y Cartago. De esta manera, la Edetania
y Contestania ibéricas ejercerían un papel sumamente relevante en el con-
flicto, reflejando episodios de destrucción y violencia, así como diplomacia
y pactos. Por último, a esta oleada de cambios en el paisaje político, habría
que sumar aquellos que aparejaría la consolidación de la presencia romana
en la zona (Grau, 2000; Uroz y Poveda, 2008; Murcia, Ramallo y López,
2013).
En lo que a nuestro objeto de estudio más propiamente atañe, aquellos
establecimientos más reducidos y próximos geográficamente a la fundación
bárquida, habrían tenido más posibilidades de resultar absorbidos por la
616 Rocío Martín y Enrique Hernández

nueva entidad urbana14. Tal podría haber sido el caso de La Mota, un pequeño
emplazamiento ibérico situado a kilómetro y medio de la ciudad y habituado
al contacto comercial con los pueblos colonizadores (García et al., 1999), o
los constructores de la estructura fortificada localizada en Colada de Cuesta
Blanca (Yelo, 2006). No obstante, también otros yacimientos más alejados,
como en el caso de Los Molinicos (Moratalla), muestran claras muestras de
abandono, atribuibles a presiones por el control púnico de la zona (Lillo,
1993, 222). Del mismo modo, la desarticulación de algunos poblamientos
próximos a Qart Hadasht, como La Escuera (San Fulgencio) o La Serreta
(Alcoy), ha sido vinculado con los desarrollos de la Segunda Guerra Púnica,
y particularmente con la conquista de esta ciudad por parte de los romanos
(Abad y Sala, 2001, 259-261; Moratalla, 2005, 107-109), o, como en el caso
de El Pulpillo (Yecla), con la dispersión de sus antiguos habitantes por explo-
taciones de tipo agrícola (Iniesta, 1992-1993, 31). Una transformación simi-
lar se ha planteado para el oppidum de Las Cabezuelas (Totana), cuya mayor
parte de habitantes parecen haber abandonado el núcleo en altura para tras-
ladarse a zonas más llanas (Martínez, 1997, 140-148). No obstante, cabría
plantearse si su decadencia demográfica ya habría comenzado antes, con un
posible éxodo de parte de sus habitantes a la fundación bárquida. Esta hipó-
tesis justificaría mejor la despoblación de los núcleos, a la par que respon-
dería a una pregunta fundamental a la que hasta ahora los investigadores no
habían planteado ninguna respuesta: dónde habrían ido a parar sus antiguos
ocupantes tras producirse su desmantelamiento. En cualquier caso, en un
contexto bélico imperante resultaría más previsible la concentración y encas-
tillamiento por parte de los indígenas en posiciones más defendibles que su
abandono. La referida tentativa de Magón para reconquistar Qart Hadasht
en el 206 a. C., provocando la huida de los habitantes de los alrededores
de la ciudad, apresurándose a buscar refugio tras sus muros, constituye una
magnífica demostración de esta práctica. En cualquier caso, resulta evidente
que la dominación bárquida habría supuesto una profunda remodelación de
los modelos de hábitat de la zona, incluyendo movimientos poblaciones por
parte de las comunidades indígenas.

14. En este sentido, una mayor continuidad de poblamiento resulta advertible en posiciones
más distantes respecto al núcleo urbano de Qart Hadasht. Tal es el caso de los yacimientos
de El Tolmo de Minateda (Hellín), La Piedra de Peñarubia (Elche de la Sierra), La
Fortaleza (Fuente Álamo) o el Cerro de los Santos (Montealegre), que mantuvieron su
operatividad incluso tras la conquista romana (R. Sanz, 1995-1996), al igual que sucede en
Los Villaricos (Caravaca de la Cruz): L. López-Mondéjar, 2010; o el poblamiento ibérico
situado bajo la actual Lorca (A. Martínez y J. Ponce, 1999; A. Martínez, 2010, 292-295).
Íberos de Qart Hadasht: Cives Novae Carthaginis 617

Cabe matizar que el proceso de concentración poblacional propuesto no


tendría por qué suponer la destrucción o total abandono de los centros de
procedencia de los nuevos habitantes de Qart Hadasht. Los dirigentes bár-
quidas se habrían preocupado de mantener una red de emplazamientos que
les permitiera ejercer un correcto control y gestión del territorio circundante.
Así, algún núcleo poblacional perduraría reajustando sus relaciones con su
entorno territorial en función de los designios dictados desde la cercana capi-
tal púnica. Tal parece haber sido el caso de Los Nietos, que perduraría como
importante centro metalúrgico vinculado a la metrópoli bárquida, y que pre-
visiblemente habría desaparecido con la conquista romana de la zona y la
nueva reorganización de espacios políticos y económicos que esta supuso
(García y Ruiz, 1995-1996; Martín, 2000, 12; García, 2008, 29-30, 34). Otros
hábitats, sin embargo, habrían experimentado desde la creación del nuevo
emplazamiento cartaginés un acusado languidecimiento agudizado con las
transformaciones posteriores (Lillo, 1981, 57-59). Presumiblemente, una
futura revisión arqueológica de los poblados ibéricos próximos a Cartagena,
que pudieran reflejar niveles de desocupación, transformación o destrucción
a finales del s. iii a. C., probaría si transformaciones en la cultura material de
los mismos respalda la hipótesis planteada.
En lo que al registro material de la propia ciudad respecta, la mejor mani-
festación sobre la relevancia de la presencia indígena en la ciudad la consti-
tuye el ingente registro de cerámicas ibéricas que sucesivas labores arqueo-
lógicas han recuperado (Ros, 1989). A tenor de la escasa información de la
que hoy en día aún disponemos, poco se puede saber sobre los orígenes loca-
les de los primeros pobladores ibéricos de Qart Hadasht. La mención a la
presencia de abundantes individuos vinculados a oficios marítimos apuntaría
a una procedencia costera para buena parte de los habitantes, en cualquier
caso habituados al tráfico comercial marítimo y al contacto con entidades
colonizadoras desde mucho tiempo atrás.
Por último, aunque resulta más natural considerar que la mayor parte de
los habitantes indígenas de Qart Hadasht procederían del entorno más cer-
cano a la fundación de Asdrúbal, tampoco debemos descartar contingentes
de otros escenarios geográficos más alejados. En este sentido, uno de los
principales recursos obtenidos por Aníbal en su campaña contra los olca-
des (Plb. 3, 13, 5-7; Liv. 21, 5, 3-4), así como de su posterior expedición
a la Meseta Norte (Plb. 3, 14, 1-9; Liv. 21, 5, 5-16), debieron ser los ene-
migos capturados y esclavizados. Buena parte de estos individuos pudieron
ser destinados al trabajo forzado en las explotaciones mineras próximas a la
capital bárquida (Solana, 1992, 276; Sánchez-Moreno, 2008, 384-385). No
obstante, resulta posible que otros hubieran sido trasladados al nuevo casco
618 Rocío Martín y Enrique Hernández
Íberos de Qart Hadasht: Cives Novae Carthaginis 619

urbano para participar en las aún activas labores de edificación, o sirviendo


de mano de obra en otras de las instalaciones productivas localizadas en la
propia ciudad (talleres de artesanos, astilleros, factorías de salazones, etc.).
Constituido a través del procedimiento de concentración descrito, el
modelo urbano resultante no diferiría en gran medida de la dípolis descrita por
los autores antiguos al referirse a Emporion; o de la polémica pero más que
posible presencia comercial focense en el puerto de Saguntum (Domínguez,
2011-2012). En el caso de Qart Hadasht, la diferencia fundamental vendría
dada por el hecho de que los indígenas, pacificados, habrían sido trasladados
de manera organizada, de acuerdo con el programa de la nueva fundación.
En el 221 a. C. Asdrúbal moría asesinado por el antiguo esclavo de un
poderoso ibero al que había hecho ejecutar (Plb. 2, 36, 1; Liv. 21, 2, 6; App.
6, 8). ¿Era tal vez este sujeto un régulo local reticente a asumir su nueva posi-
ción en el impuesto organigrama púnico? No obstante, su proyecto urbano
ya estaba avanzado y Qart Hadasht funcionaría como centro productor y
principal vía de entrada y salida de recursos hasta su conquista en el 209 a.
C. A partir de ese momento, sin perder del todo la diversidad de su naturaleza
original, Carthago Nova pasaría a ser uno de los ejes vertebradores de la
presencia romana en la Península Ibérica (Ruiz, 1991).
620 Rocío Martín y Enrique Hernández

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LA GRANADA: USOS Y SIGNIFICADOS DE
UNA FRUTA DE ORIENTE EN OCCIDENTE

Octavio Torres Gomariz


Universidad de Alicante

Introducción
El objetivo de este trabajo es realizar un estudio sobre la presencia de la gra-
nada en los ámbitos fenicio-púnico e ibérico. A pesar de la escasez de datos
al respecto, la base del mismo será el análisis arqueológico de la cultura
material relacionada con esta fruta, prestando especial atención a su icono-
grafía implícita; así como de la información que aportan los estudios paleo-
botánicos. Todo ello se abordará con la finalidad de conocer el uso y signi-
ficado que tuvo la granada en los diferentes espacios culturales estudiados,
estableciendo paralelos y discordancias que pueden ilustrar, junto a otros
elementos, los característicos procesos de hibridación cultural.

La granada en el ámbito fenicio


El inicio de este análisis se encuentra en lo que hoy conocemos como terri-
torio fenicio levantino, una estrecha franja de tierra delimitada al oeste por el
Mediterráneo y al este por los montes Líbano. Las urbes que aquí se sitúan
del siglo xii a.C. en adelante, hunden sus raíces en la rica y amplia tradición
oriental de Canaán, a pesar de las distancias que la historiografía ha articu-
lado entre lo que conocemos como cananeos y fenicios (Aubet, 1997, 15).
Este aspecto es de especial importancia, pues no disponemos de datos sobre
la granada procedentes de urbes fenicias levantinas, pero sí de otros asenta-
mientos de cronologías más antiguas ubicados en este espacio costero que a
posteriori se insertarán en lo que conocemos como Fenicia. Sí contamos con
información procedente de culturas coetáneas a los fenicios, como hebreos o
626 Octavio Torres Gomariz

egipcios, que también serán de gran utilidad para comprender el papel de la


granada para estas comunidades.
Grosso modo, la presencia de la granada está documentada en
Mesopotamia desde el iv Milenio, pero la mayoría de los hallazgos relaciona-
dos con esta fruta se adscriben a la Edad del Bronce y el Hierro (Muthmann,
1982). No obstante, como señalan Zohary y Hopf (1988, 151), el granado no
crece de forma natural en el Levante mediterráneo, por lo que fue introdu-
cido y posteriormente cultivado. Dicho cultivo queda atestiguado en la franja
sirio-palestina por las evidencias paleobotánicas documentadas en varios
asentamientos, si bien es cierto que generalmente son de épocas anteriores,
como Jericho (Kenyon, 1960, 371), Ebla (Wachter-Sarkady, 1995, 251) o
Tell Brak (Charles y Bogaard, 1998, 130). Estos datos confirman arqueológi-
camente la extensión de la granada en el territorio analizado, referida además
en fuentes escritas como la Biblia, que cita la granada como una fruta típica
de la costa sirio-palestina (Spanò, 2004, 98).
El primer indicio que denota su importancia lo encontramos en el car-
gamento del pecio Uluburun. Este
barco de origen sirio, datado en torno
al siglo xiv a.C., realizó su última
carga en Ugarit (Pulak, 1988, 216-
218) y naufragó en las costas de Kas
(Turquía). Su bodega estaba repleta
de marfiles, caparazones de tortuga,
lingotes de cobre y plomo, etc., un
conjunto material muy heterogéneo
considerado como mercancía desti-
nada al comercio con las oligarquías
del Mediterráneo oriental, dada la
presencia de todos ellos en grandes
centros administrativos, residencias
de élite e inhumaciones elaboradas
(Ward, 2003, 530). Entre estos mate-
riales, se halló un pithos en cuyo
interior yacían más de un millar de
fragmentos de granadas (entre res-
tos de semillas, flores y piel) (Ward,
1990, 58). Este descubrimiento pone
de manifiesto determinados aspectos,
observables a priori, que ilustran el
Figura 1. Varillas de marfil de Tel Nami
(Fuente: Ward, 2003, fig. 3). papel que tuvo para las comunidades
La granada: usos y significados de una fruta de oriente en occidente627

próximo-orientales levantinas: las granadas (o tal vez un producto realizado


con ellas) se encuentran en un barco mercante, por lo que entendemos que
forman parte de los objetos a comerciar; además representan una fracción de
un importante conjunto destinado a aquellos reducidos grupos que pueden
adquirir estos bienes de lujo.
Por otra parte, asentamientos y necrópolis del ii Milenio en el Levante
oriental, han aportado abundante cultura material relacionada con la granada.
Objetos de marfil, joyas y diversos recipientes cerámicos integran una lista
de considerables dimensiones que ilustra la importancia del fruto para estas
sociedades (Ward, 2003, 533-544). Entre ellos,por ejemplo, encontramos
diversas varillas de marfil y bronce rematadas con pequeñas granadas en
uno de sus extremos, halladas en la necrópolis de Hama (Riis, 1948, 173), el
pecio Uluburun (Ward, 2003, 538), y Tel Nami (Artzy, 1991).En este último
caso, se recuperaron dos varillas de morfología similar (Fig.1) acompaña-
das por sendos pendientes de oro que representan además brotes de granado
(Ward, 2003, 533; Artzy, 1991). Si examinamos los contextos donde apare-
cen estos objetos, puede observarse una clara predominancia de los ámbitos
funerarios, además siempre de cierta ascendencia social, al igual que los con-
textos domésticos (Ward, 2003). No disponemos de objetos procedentes de
asentamientos fenicios levantinos con una cronología clara del Hierro I o II,
pero sí realizados por orfebres de estas urbes hallados en otros yacimientos.
Es, por ejemplo, el caso de un par dependientes de electro encontrados en
Rodas (Muthmann, 1982, 35-38), de indudable manufactura fenicia, donde
se ha representado a la diosa Astarté en repujado (con el pelo recogido a
ambos lados de la cabeza) acompañada rosetas octopétalas y numerosos col-
gantes en forma de pequeñas granadas.
Estos datos conllevan un necesario estudio del significado implícito de
la granada. Prácticamente desde sus primeras manifestaciones en Próximo
Oriente, esta fruta se adscribe al elenco simbólico de las Grandes Diosas
Madre (Muthmann, 1982). En un primer momento se vinculó a la Innana
sumeria, que luego fue transformándose en función de las comunidades
orientales que la adoraban, originando la Ishtar cananea y la Astarté feni-
cia, ambas procedentes de la misma raíz religiosa. La granada se asocia, por
tanto, a estas diosas de fecundidad y fertilidad, íntimamente relacionadas
con el ciclo agrícola que ellas mismas protagonizaban, articulándose por ello
como garantes de la inmortalidad y la resurrección. La razón del vínculo
con la granada radica probablemente en las características morfológicas de
la fruta. De corteza dura y colores vivos, repleta por dentro de cientos de
granos, es prácticamente una metáfora de vida y abundancia, al tiempo que
como elemento vegetal, nace, crece y muere para brotar de nuevo. Todo ello,
628 Octavio Torres Gomariz

explicaría su recurrente presencia (tanto en cultura material como en el regis-


tro paleobotánico) en contextos funerarios.
Más información nos aportan los vecinos orientales de los fenicios, como
egipcios y hebreos. Centrándonos en algunos aspectos que llaman la aten-
ción, destaca la abundancia de cultura material relacionada con las granadas
en asentamientos como Meggido o Shiloh (Ward, 2003, 533-535); así como
su uso en forma de motivo decorativo de la arquitectura sacra, rematando
pilares y jalonando capiteles (Goor, 1967). Por otra parte, en el ámbito egip-
cio, se ha documentado la presencia de esta fruta, representada en cultura
material o como parte de la decoración pictórica, en varias cámaras funera-
rias faraónicas/aristocráticas (Manniche, 1989, 139-141); así como la refe-
rencia textual de un vino especiado realizado con granadas: el shedeh (Loret,
1892, 76-78). Todas estas características se relacionan en mayor o menor
medida con la granada en el ámbito fenicio, especialmente su utilización
como motivo decorativo arquitectónico, como puede observarse en las este-
las púnicas (Hours-Miédan, 1950, 46); y tal vez sea algo parecido al shedeh
lo que transportaba el pithos del Uluburun.

Punica granatum: la granada en territorio púnico


Este es el nombre con el que Plinio el Viejo se refiere a la granada (punica
granatum), informándonos indirectamente de su presencia en el norte de
África y de su llegada a otros lugares, como Roma, probablemente debido
a su importación. Disponemos de un estudio arqueobotánico realizado en
la propia Cartago, publicado con anterioridad (Van Zeist y Bottema, 1983)
y actualizado recientemente (Van Zeist et alii, 2001). Las muestras fueron
extraídas de los puertos identificados de la ciudad, tanto el rectangular como
el circular, ambos datados entre finales del s. iii y principios del s. ii a.C. res-
pectivamente; así como del denominado punic channel, un canal que recorre
subterráneamente ambos puertos (Lancel, 1994, 167-169; Van Zeist et alii,
2001, 7-8). La principal conclusión de este estudio, para el aspecto que nos
atañe, es que la granada está presente en más del 50% de todas las muestras
recogidas. Estos datos confirman una amplia y extendida presencia de la
granada en el panorama púnico tardío, así como una especial vinculación
con las zonas portuarias, hecho que entronca con la llegada a otros lugares
comentada anteriormente así como con la tradición fenicia/cananea de usarla
como mercancía.
Respecto a la cultura material, podemos ver cierta continuidad de las
características observadas en el Levante fenicio, pues la mayoría de obje-
tos relacionados con esta fruta siguen íntimamente vinculados a contextos
La granada: usos y significados de una fruta de oriente en occidente629

Figura 1 (izquierda).Estelas halladas en necrópolis de la metrópoli cartaginesa con granadas


representadas (Fuente: Hours-Miédan, 1950, planche XX); Figura 3 (derecha). Estela de
la Ghorfa con la representación de una granada en la mano izquierda de la figura central
superior (Fuente: cortesía de F. Prados).

funerarios. Destaca especialmente su reiterada aparición en estelas funera-


rias, señalada por Hours-Miédan (1950: 46) (Fig. 2), que adscribe este motivo
al repertorio iconográfico propio de la diosa Tanit, de carácter protector y
agrícola, otra Gran Diosa Madre, heredera de la tradición próximo-oriental.
Aparece también como remate de columna, generalmente jónica, interpre-
tándose como una alegoría al templo de Tiro, construido teóricamente como
el de Salomón, con dos columnas en la entrada (Hours-Miédan, 1950: 46); y
aludiendo también a las formas arquitectónicas sacras empleadas en Cartago.
Llama la atención, como apunta Pérez Ballester (1998), la similitud de estos
motivos con los hallados en la cerámica ibérica edetana.
Otro interesante conjunto de estelas es el hallado en la región conocida
como Jebel el Ghorfa (Túnez). Allí, se han documentado numerosas piezas
con representaciones de granadas asociadas a una figura alada que las porta
en una mano mientras en la otra lleva un racimo de uva (Bisi, 1978) (Fig.
3). Estos motivos se interpretan también como alegorías de la diosa Tanit, al
tiempo que establece un nexo con la uva y el vino. En las estelas procedentes
de los tophets cartagineses también se representó esta fruta, entre otros ele-
mentos ya de carácter helenístico, de nuevo rematando columnas de capiteles
con volutas (Picard, 1967, 20-21). Finalmente, alejándonos de las estelas
pero sin abandonar el ámbito funerario, es necesario reseñar la aparición de
630 Octavio Torres Gomariz

un conjunto de terracotas, datadas en torno a los siglos iv – iii a. C, que repre-


sentan diferentes frutos entre los que se encuentra una granada abierta por el
centro, dejando ver sus granos (Campanella, 2008,63). Este hallazgo ha sido
interpretado como una ofrenda al difunto, en la misma línea de las ideas ya
citadas de inmortalidad y resurrección.
Disponemos de otro tipo de fuente que nos habla de la fruta que nos
ocupa: los escritos del célebre agrónomo cartaginés Magón. La obra de este
autor, fechada entre finales del siglo iv y principios del iii a. C., se conoce
gracias a las traducciones posteriores de autores grecolatinos como Varrón,
Columela, Dionisio de Útica o Plinio. La causa del interés de dichos autores
radica en la importante síntesis que realizó Magón sobre el ámbito agrario
en el mundo púnico. En ellos explica aspectos relacionados con los cultivos,
el uso dado a los mismos y las herramientas agrícolas que los cartagineses
usaban en las labores de campo. Respecto al tema que nos ocupa, Columela
hace alusión a las directrices que da Magón para una mayor y mejor conser-
vación de las granadas. De tres formas diferentes, el autor cartaginés explica
cómo mediante la inmersión de las granadas en agua de mar o su envoltura
en gruesas capas de tierra húmeda, mantienen la frescura de las granadas
mucho más tiempo del normal.
La incertidumbre rodea aún hoy la figura de Magón. La historiografía se
debate entre ubicarlo en la familia de los magónidas del siglo vi a. C., o tal
vez identificarlo como un hermano del célebre Aníbal (Prados, 2011, 15).
La visión más aceptada es su inserción en la aristocracia cartaginesa, como
un gran terrateniente o miembro de la nobleza. Esto nos lleva, como apunta
Prados (2011, 16), a pensar en su obra como un manual de referencia para un
público compuesto esencialmente de grandes propietarios de terrenos férti-
les en los alrededores de la urbe, ocupados principalmente en la explotación
agrícola de sus tierras mediante la viticultura y la arboricultura. Y es en estas
grandes parcelas, como ilustra el texto, donde se enmarca la producción de
granadas.
¿Por qué insiste Magón en su conservación? Como es bien sabido,
cuando estas frutas maduran y se recogen es preciso comerlas cuanto antes,
pues entran en un rápido proceso de degradación. La necesidad de conser-
varlas lleva implícita la necesidad de que perduren, con la finalidad última de
llegar en condiciones aceptables a otros lugares. Estas grandes explotaciones
agrícolas están enfocadas al comercio de los productos que generan, consti-
tuyendo la base económica de la aristocracia cartaginesa que las dirige. Por
tanto, las granadas, como parte de esos cultivos explotados, formaban parte
de los bienes a comerciar y por ello era importante conservarlas frescas, para
asegurar su óptimo estado tras el viaje a realizar. Esta hipótesis explica la
La granada: usos y significados de una fruta de oriente en occidente631

abundancia de restos de granadas en los puertos de Cartago, puerto principal


y eje de la talasocracia púnica; y también que los autores latinos hablasen,
con conocimiento, de la punica granatum.

Granadas en Iberia: el ámbito ibérico del sureste peninsular


El origen de la granada en este territorio ha sido un tema muy discutido
por la historiografía del mundo ibérico. Para unos, el granado era un cul-
tivo importado desde Oriente por los agentes fenicio-púnicos o griegos (Pla,
1973, 338), mientras que otros consideraban que bien podría ser una especie
propia de la Península, pero su cultivo se establecería durante las coloniza-
ciones (Maluquer et alii, 1981, 22). A día de hoy, la primera hipótesis es la
más aceptada (Mata et alii, 2010) y puede afirmarse su presencia en la penín-
sula Ibérica en lo que conocemos como la Edad del Hierro II (Izquierdo,
1997, 67). Las manifestaciones de la granada en el ámbito ibérico se cir-
cunscriben generalmente al sudeste peninsular, excluyendo las poblaciones
ibéricas más septentrionales. Esta zona corresponde a la de mayor presencia
e impacto fenicio-púnico de la península Ibérica, hecho ya de por sí bastante
ilustrativo.
Los materiales más antiguos relacionados con esta fruta son los hallados
en la necrópolis de La Bobadilla (Jaén), datada grosso modo en torno al siglo
vi a. C. En la denominada Cámara A se documentaron tres aryballoi en forma
de granada, junto a cerámicas de figuras
rojas y objetos de fayenza (Maluquer,
Picazo y Rincón, 1981, 20) (Fig. 4). Un
poco más tardíos (siglos v – iv a.C.) son
los materiales del Cerro del Santuario,
en cuya Tumba 155, aquella que alojaba
la célebre Dama de Baza, se hallaron
tres tapaderas cerámicas rematadas con
pequeñas granadas (Presedo, 1982, 205).
Otras manifestaciones datadas en torno al
segundo cuarto del siglo v a.C. son las
que ofrece la necrópolis de Tútugi. En la
Sepultura 20, lugar del descubrimiento de
la pequeña estatuilla de alabastro cono-
cida como la Dama de Galera, se dispuso
Figura 4. Recipientes cerámicos en
un conjunto compuesto por grandes reci- forma de granada halladas en La
pientes, dos anforiscos de pasta vítrea, Bobadilla (Fuente: Maluquer, Picazo
una palmeta de bronce, y dos tapaderas y del Rincón, 1981, fig. 15).
632 Octavio Torres Gomariz

cerámicas rematadas por sendas granadas (Izquierdo, 1997, 87). En la misma


necrópolis, en la Sepultura 10, se encontró una caja funeraria rectangular en
piedra caliza (larnax) y una tapadera, también en caliza, rematada por una
granada (Pereira et alii, 2004), muy similar a las cerámicas encontradas en la
misma necrópolis o las del Cerro del Santuario. Es preciso destacar que en la
misma inhumación se registraron también dos piezas líticas con referencias
al dios egipcio Osiris, así como botones de pasta vítrea y un vaso cerámico
púnico, todos ellos de influencia, o procedencia, fenicio-púnica. En todos
los casos nos encontramos en contextos claramente funerarios, siguiendo el
esquema observado en el ámbito levantino y norteafricano. Por otra parte, la
cronología de estos conjuntos, correspondientes a los materiales más anti-
guos en territorio ibérico, es coetánea a la primera presencia de restos orgá-
nicos de granada en un yacimiento peninsular: la Fonteta (Pérez Jordá, 2007,
405-415), el asentamiento colonial fenicio más septentrional de la península
Ibérica.
Los análisis arqueobotánicos realizados en el asentamiento costero del
Tossal de las Basses, de una cronología más amplia (entre el siglo v y la pri-
mera mitad del iii a.C.), proceden de una zona identificada como industrial,
a las afueras del propio asentamiento y cercana al puerto. La excavación
de dicha área ha revelado espacios dedicados a actividades metalúrgicas así
como la presencia de hornos cerámicos destinados a la producción de ánfo-
ras (Rosser y Fuentes, 2007). El estudio arqueobotánico de los restos halla-
dos pone de manifiesto una presencia mayoritaria de árboles frutales, frente a
cereales o legumbres, destacando especialmente la vid, el olivo y el granado
(Iborra y Pérez Jordá, 2013, 136). En la publicación de dicho análisis, los
autores aúnan los resultados del Tossal de les Basses con los obtenidos en la
Illeta dels Banyets, otro yacimiento cercano de marcado carácter portuario,
vínculo que ilustra bien las connotaciones de ambos enclaves. La abundan-
cia de frutales se entiende, por ende, como una concentración de productos
(como vino o aceite) con fines comerciales para su salida inmediata por vía
marítima. Es preciso apuntar además que ambos lugares están insertos en
el ámbito fenicio-púnico peninsular, cultura con la que comparten además
patrones socio-económicos apreciables en su urbanismo y la cultura material
documentada.
Durante los siglos iv – iii a.C. se registran mayor número de materiales
relacionados con la granada. Siguen encontrándose generalmente en con-
textos funerarios y gran parte de ellos en soporte cerámico, como las repre-
sentaciones procedentes de la necrópolis del Cigarralejo (AAVV, 2005) o de
Corral de Saus (Izquierdo, 1997). Sin embargo, se observa en estas fechas
una incipiente tendencia de aparición en contextos de carácter doméstico
La granada: usos y significados de una fruta de oriente en occidente633

y urbano. En Coimbra del Barranco Ancho


(García Cano, 1997), se halló en una estancia
doméstica una gran tinaja decorada exclusi-
vamente con grandes granadas rojas (Fig. 5).
De El Amarejo (Broncano, 1989) proviene un
oinochoe jalonado, entre otros motivos, con
esta fruta. Es preciso destacar además que este
último recipiente se ubicaba en un pequeño
pozo votivo, bajo una estancia doméstica, for-
mando parte de un conjunto cerámico de con-
notaciones simbólicas y religiosas. Las grana-
das representadas en soportes pétreos también
están estrechamente vinculadas al ámbito fune-
rario. Es el caso del fragmento de baquetón de
gola hallado en la necrópolis de Coimbra del
Barranco Ancho, junto a restos de escultura de
un toro y un cipo. En una de sus caras, se escul-
pieron una serie de motivos vegetales en los Figura 5. Tinaja de Coimbra
que la granada ocupa una posición central (Fig. del Barranco Ancho con
6). Esta pieza, datada en torno al siglo iv a.C, se granadas en la parte central
(Fuente: Mata et al, 2010,
ha interpretado como un nexo entre una nacela fig. 54; Museo Arqueológico
decorada y la parte superior de un cipo con jine- Jerónimo Molina).
tes, articulando así un pilar-estela, según García
Cano (1994). Otra pieza destacable es la falcata que formaba parte del ajuar
de la Sepultura 53 de La Serreta, datada a mediados del siglo iv a.C., cuya
hoja está decorada con una serie de diez pequeñas granadas (Moltó y Reig,
1996, 134).
Durante los siglos iii – i a.C, asistimos a una progresiva generaliza-
ción de los contextos domésticos sobre los funerarios, coincidiendo ade-
más con la hegemonía de los soportes cerámicos sobre cualquier otro tipo.
Especialmente llamativo es el caso de los restos de granada torrefactados
hallados en el fondo de un ánfora en el asentamiento de Puntal dels Llops, así
como los encontrados en la calle del mismo yacimiento (Mata et alii, 2009).
En el mismo asentamiento, se documentaron diversos recipientes cerámicos
en los que se representan granados con sus respectivos frutos, de una forma
bastante similar a los que podemos observar en la ciudad asiria de Nínive
(Mata et alii, 2010, 61), hecho que llama la atención. Además, destaca el
kernós de la Alcudia, datado entre los siglos ii – i a.C. (Tortosa, 2004, 157)
y especialmente los hallazgos de la antigua Edeta/Tossal de Sant Miquel.
Entre las numerosas piezas cerámicas documentadas en este poblado ibérico,
634 Octavio Torres Gomariz

Figura 2 (arriba). Baquetón de gola de Coimbra del Barranco Ancho con la representación de
una granada (Fuente: Mata et al, 2010, fig. 59; Museo Arqueológico Jerónimo Molina). Figura
3 (abajo). Friso pictórico de «los recolectores de granadas» (Fuente: Bonet, 1995, fig. 144).

donde se figura la granada fragmentada o entera, es de especial relevancia el


denominado «vaso de los recolectores de granadas» (Fig. 7). Se trata de una
gran tinaja con varios motivos pictóricos, distribuidos en bandas, entre los
que se encuentra un granado bien definido, con sus correspondientes frutos,
acompañado por dos pequeños personajes (uno de ellos armado) en actitud
de recoger las granadas.

Conclusiones: la granada como luxury food


A pesar de la escasez generalizada de datos, hemos visto a lo largo de este
recorrido por el Mediterráneo que la granada muestra, en unos lugares u otros,
ciertas características inherentes. Su presencia en el pecio Uluburun denota
un indudable carácter productivo/comercial, destinado con total seguridad a
intercambios y mercados protagonizados por personajes de alto rango social.
De forma paralela, la mayoría de los contextos orientales relacionados con
la granada son de índole funeraria, siempre relacionados con esferas sociales
exclusivas, oligárquicas, formando parte de ricos ajuares y muy alejadas de
inhumaciones simples que denoten un estrato social inferior. Su significado
La granada: usos y significados de una fruta de oriente en occidente635

está íntimamente vinculado con la dicotomía vida – muerte, muy presente


en la mentalidad oriental, articulándose como un símbolo de resurrección e
inmortalidad, condición que también explica su presencia en las necrópolis.
Por todo ello, las encontramos asociadas, desde su llegada a Próximo Oriente
y posterior expansión, con las Diosas Madre de los panteones orientales,
garantes del ciclo agrícola y, por ello, en sintonía con estas ideas. En cuanto
a los datos que nos ofrecen las culturas contemporáneas de los fenicios, des-
taca especialmente su uso como motivo decorativo en la arquitectura sacra
hebrea y como parte de un vino especiado egipcio. Ambos factores, en íntima
relación con las comunidades fenicias levantinas, dan mayor coherencia a lo
que encontramos tanto en la franja sirio-palestina como a lo que posterior-
mente se observa en el norte de África.
En la esfera púnica, el citado carácter comercial de la granada viene
reafirmado por los análisis paleobotánicos realizados en los puertos de la
ciudad, en los que está presente de forma general y extendida. La cultura
material asociada nos habla de contextos eminentemente funerarios y en el
marco de las oligarquías urbanas y agrícolas, manteniendo de nuevo las dis-
tancias respecto al grueso de la sociedad. Pervive además su vinculación con
las grandes divinidades femeninas, siendo en el caso púnico la diosa Tanit,
heredera de las anteriores. Magón, representante de la aristocracia cartagi-
nesa, explica en su obra sobre agricultura púnica, cómo detener el acelerado
proceso de degradación de las granadas, en un tratado dirigido a grandes
propietarios y terratenientes. La explicación de esta preocupación reside en
la necesidad de la llegada de la fruta en óptimas condiciones a puertos y
mercados interiores y exteriores. Este hecho reafirma el enfoque comercial
dado a la granada, observado desde el Uluburun y confirmando de nuevo por
los resultados de los análisis paleobotánicos de los puertos de la metrópolis
púnica.
En el ámbito ibérico, las primeras manifestaciones de la granada se docu-
mentan en torno al siglo vi a. C. y su presencia está circunscrita al área de lle-
gada e impacto de agentes colonizadores fenicio-púnicos. La Fonteta cuenta
con restos de granadas en estas fechas, coincidiendo con los materiales de
grandes necrópolis ibéricas en las que esta fruta aparece siempre en tumbas
de élite, en grandes cámaras y formando parte de ricos ajuares. Por tanto,
el carácter funerario y oligárquico del ámbito fenicio-púnico se traslada a
tierras peninsulares con su llegada. Sin embargo, con el paso del tiempo, se
observa una generalización de los ambientes domésticos, especialmente en
los siglos centrales de la cultura ibérica, hasta llegar más adelante (iii – ii a.
C.) a la predominancia de dichos contextos, así como de los soportes cerámi-
cos, si bien es cierto que nunca llegan a desaparecer los ámbitos funerarios.
636 Octavio Torres Gomariz

Esta generalización viene acompañada de su presencia paulatina en zonas


portuarias, productivas y comerciales, correspondiendo cronológicamente a
las muestras obtenidas en los puertos cartagineses.
Llegados a este punto, se hace necesario buscar una explicación que dé
coherencia a los datos obtenidos durante este recorrido. La arqueología de
los alimentos ha tenido un amplio y distendido bagaje desde hace décadas.
Sin embargo, muchas teorías y enfoques dejan de lado el espectro social y las
connotaciones prácticas que conllevan los alimentos, dedicándose exclusiva-
mente a documentar su presencia/cultivo o su posible significado religioso.
Dentro de las nuevas corrientes interpretativas, queremos destacar el con-
cepto de luxury food, «alimento de lujo», al que la revista World Archaeology
le dedica su monográfico n.º 34(3)(2003). En él, Van der Veen define este
término como in terms of food, luxury usually denotes food that are desirable
or hard to obtain but not essential to human nutrition, añadiendo a poste-
riori que generalmente (aunque no necesariamente) esta categoría engloba
aquellos alimentos exóticos (van der Veen, 2003, 405-406). Estos alimen-
tos de lujo estarían destinados a ocasiones especiales, como festividades de
carácter familiar, banquetes, etc. Pero sobre todo, estarían vinculados con las
élites, pues eran utilizados en muchas ocasiones como marcadores sociales
para demostrar identidades y pertenencias a grupos más elevados (van der
Veen, 2003, 406).
En este mismo volumen de la World Archaeology, Ward (2003) ya plan-
teó que las granadas, en contextos del Bronce oriental, pueden ser conside-
radas como luxury food. Mi propuesta es adoptar y aplicar esta opción para
comprender mejor la presencia de la granada en el ámbito ibérico peninsu-
lar en el marco del impacto de la colonización fenicio-púnica. La granada,
fruta desconocida hasta el momento, llegó a la península Ibérica gracias al
comercio fenicio-púnico en torno a los siglos vii – vi a.C. A priori, las éli-
tes peninsulares, principales intermediarias con los fenicios llegados desde
el Extremo Oriente, incorporaron esta fruta a su repertorio de herramien-
tas político-sociales para legitimar y afianzar su posición social. Por otra
parte, conocedores del simbolismo de la fruta, transmitido por los agentes
colonizadores, estos grupos adaptaron la simbología oriental a sus propios
ritos y creencias, materializándose en tumbas y monumentos funerarios, así
como en la cultura material ibérica, contribuyendo al objetivo final: la dife-
renciación social mediante la adquisición de esta fruta. Esta situación de
exclusividad se mantendría grosso modo hasta el siglo iii a.C., cuando los
contextos domésticos con la presencia de granadas (representadas u orgá-
nicas) empiezan a generalizarse, factor fundamental a la hora de entender
el papel de la granada para las sociedades ibéricas, como apunta el grupo
La granada: usos y significados de una fruta de oriente en occidente637

de investigación Flora y Fauna de la Universidad de Valencia (Mata et alii,


2010, 67). Esto se explica por un acceso más extendido a la granada, no
tan limitado a las élites sociales, que sería consecuencia de su progresiva
asimilación, reflejada en una paulatina extensión y cultivo. Es además en
estos momentos cuando se produce el auge del comercio con la costa nor-
teafricana, auspiciada por las redes comerciales cartaginesas por todo el
Mediterráneo y en el marco de la II Guerra Púnica, momentos de numerosa
presencia púnica en territorio peninsular. Este contexto queda corroborado
con los estudios paleobotánicos de Cartago y por los resultados de los puer-
tos comerciales ibéricos de la costa alicantina, que muestran en estas fechas
una presencia notable de la granada en ámbitos portuarios. No obstante,
el recuerdo de la granada como fruta de prestigio, relacionada con ritos
de resurrección, de tránsito al Más Allá, pervive en la mentalidad ibérica
y queda reflejado en la continuidad marginal de los contextos funerarios,
así como la representación de granadas en escenas simbólicas (vaso de los
recolectores de granadas de Edeta) o votivas (como las del oinochoe de
Amarejo). Estos dos grandes momentos que atraviesa la fruta coinciden
además con su proceso de cultivo, trazado ya por estudios arqueobotánicos
anteriores, que establecen una primera fase de llegada (vi a.C.) y otra de
cultivo generalizado (iv – iii a.C.).
Queda por dilucidar un aspecto importante para la comprensión de la
presencia de la granada: si éstas formaban parte de un producto elaborado,
o eran comercializadas como frutas en sí mismas. La referencia egipcia del
shedeh, así como la presencia de restos de frutos en el pithos del Uluburun
llevan a pensar en la primera opción. Además, el registro arqueobotánico de
los puertos cartagineses podría encajar perfectamente con la presencia de un
vino elaborado con granadas. En cuanto al ámbito ibérico, el hallazgo de gra-
nadas torrefactada en el fondo de un ánfora es también bastante ilustrativo,
al igual que su presencia en la zona industrial y portuaria del Tossal de les
Basses. Otro argumento a favor de esta hipótesis radica en el alto porcentaje
de taninos que acumulan las granadas, siendo útil para perfumar y colorear
el vino con la piel (Ward, 2003, 531). Esta opción reforzaría la consideración
de la granada como luxury food, teniendo en cuenta que estaríamos hablando
de un vino o producto líquido hecho con granadas, que las élites beberían
en sus banquetes y festividades, en el marco de un discurso ideológico, con
su respectivo reflejo material, consolidando la distinción social y creando
identidades diferenciadas.
638 Octavio Torres Gomariz

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LOS AMULETOS EGIPTIZANTES
DE VILLAJOYOSA (ALICANTE): LA «TUMBA»
N.º 5 DE LA NECRÓPOLIS DE LES CASETES,
UN CASO EXCEPCIONAL

Aránzazu Vaquero González1


Doctoranda en Arqueología
Universidad de Alicante

«Dios ha creado la magia para la humanidad como arma


para reprimir el impacto de los acontecimientos»
(Papiro Leningrado, 111, 6A 139-40 (1560 a. C.)

Introducción
En la necrópolis orientalizante de Les Casetes situada en Villajoyosa
(Alicante) aparecieron cuatro amuletos de tipo egiptizante fabricados en
esteatita vidriada, junto con una mascarita de pasta vítrea y dos cuentas ocu-
ladas en una supuesta tumba todo ello quemado dentro de una urna o caja
de madera sin aparecer restos óseos en su interior, siendo posible que fuesen
sometidos a algún tipo de ritual con fines execratorios.
Partamos de la definición que según el diccionario de la R.A.E (22 ed.)
recoge del término «Amuleto»: del latín amuletum. Objeto pequeño que se
lleva encima, al que se atribuye la virtud de alejar el mal o propiciar el bien.
Según C. Bonner, «Un amuleto es, en el más amplio sentido de la pala-
bra, cualquier objeto que por su contacto o su cerrada proximidad a la per-
sona que lo posee, o a cualquiera de sus propiedades, ejerce poder para su

1. Quiero expresar mi agradecimiento al Dr. Fernando Prados Martínez por su invitación


a participar en este 8º Coloquio Internacional de Estudios Fenicios para presentar los
primeros avances de mi investigación.
642 Aránzazu Vaquero González

beneficio, o alejando el mal de él y sus propiedades o dotándole de ventajas


positivas» (Bonner, 1950, 2).
Así mismo, la palabra «amuleto» deriva del término árabe «‫( »لمح‬Jamala)
que significa «llevar encima».
Es necesario pues, que el amuleto esté en contacto con su poseedor para
que su protección sea eficaz tanto en vida como en muerte.
Los amuletos son objetos de poder y de beneficio siendo su uso gene-
ral en todas las culturas de la antigüedad prolongándose su empleo hasta
la actualidad. La creencia en su eficacia no depende solamente de lo que
representan sino de la fe depositada sobre ellos por parte de sus propietarios,
pero para su correcto funcionamiento era necesario llevar a cabo una serie de
prescripciones que incluían recitar fórmulas mágicas para cargarlos de ese
poder sobrenatural denominado «magia».
La magia ha estado ligada a las creencias de todos los pueblos desde
los tiempos primitivos pero sin duda el que la desarrolló por excelencia fue
el egipcio donde la magia apenas se distinguía de la religión manejándose
además con fines médicos.
El país de Egipto o Kemet (la tierra negra), estaba considerado como la
cuna de la magia y los materiales manufacturados en él eran muy valorados
como símbolos de prestigio y estatus social. Los amuletos de su procedencia,
devienen en algo exótico y atractivo cuyo interés va más allá del meramente
material.
Los amuletos se integran dentro del sistema de creencias supersticiosas y
escatológicas de todas las culturas mediterráneas sin excluir la ibérica. Aún
a pesar de no comprender buena parte de su compleja teología, los íberos
sabían que los amuletos eran piezas poderosas cuyo valor espiritual traspa-
saba las fronteras de lo propiamente cultural.
Los comerciantes fenicios, conscientes de ello, comienzan a confeccio-
nar sus propias producciones imitando la iconografía del panteón egipcio
demostrando el poder taumatúrgico de las imágenes de estos dioses. Para
ello emplean todo tipo de materiales que se adaptan a las disponibilidades
económicas de sus adquiridores.
Metales, loza vidriada, esteatita vidriada, hueso, etc., forman parte de
este elenco, que nos aporta importante y valiosa información sobre aspectos
tales como la tecnología, el comercio, el estatus social, las creencias místicas
y religiosas, la medicina, etc., pero sobre todo, los amuletos nos ayudan a una
mejor comprensión sobre el común comportamiento atávico de las socieda-
des frente a la teúrgia tal y como demuestra el hallazgo de los mismos en las
tumbas formando parte de los ajuares y adaptándose a los ritos funerarios.
Buen ejemplo de ello lo tenemos en las necrópolis de Villajoyosa donde en la
Los amuletos egiptizantes de Villajoyosa (Alicante): la tumba n.º 5 de la necrópolis...643

denominada «tumba» n.º 5 de Les Casetes aparecieron unos amuletos de tipo


egiptizante que probablemente hayan sido partícipes en algún tipo de ritual
de carácter execratorio.
El término municipal de Villajoyosa jugó en la antigüedad un papel muy
relevante dentro de la Marina Baixa en las épocas ibérica y romana a juzgar
por los numerosos vestigios arqueológicos en él descubiertos.
Identificado como la antigua ciudad romana de Allon, sus orígenes se
remontan a un enclave íbero que por los ajuares aparecidos en sus necrópo-
lís, podríamos situar en torno al s. vii a. C., gracias a la abundante presencia
de elementos orientalizantes de los cuales, como testimonio, forman parte
estos amuletos de tipo egiptizante.
Dichos objetos aparecen con la llegada de nuevos elementos culturales a
las costas mediterráneas, a través de las rutas comerciales marítimas impul-
sadas por la expansión de griegos y fenicios en su búsqueda de materias
primas para su mercado.

Localización
La necrópolis orientalizante de Les Casetes se localizó dentro del casco
urbano del término municipal de Villajoyosa en la comarca de la Marina
Baixa de la provincia de Alicante, situada a ambos lados de la carretera AP
1731 que une la población con la localidad de Alcoy, a dos kilómetros de la
línea costera, siendo sus coordenadas geográficas UTM: 30 S YH 414 664 y
30 S YH 414 665 en sus extremos norte y sur.
Actualmente ocupa una ladera casi amesetada de entre 34 y 35 m sobre
el nivel del mar con una ligera pendiente hacia el sureste. Esta necrópolis
antiguamente estaría situada a unos centenares de metros del río Amadorio
que hoy por hoy atraviesa el casco urbano de NO-SE.
El yacimiento se da a conocer a partir de los años 50 cuando el enton-
ces director del Museo Arqueológico Provincial de Alicante D. José Belda,
visita Villajoyosa al haberse detectado materiales arqueológicos romanos,
con motivo de las obras para la vía del ferrocarril de vía estrecha (García
Gandía, 2009).
Villajoyosa Se encuentra a unos 32 Km. de Alicante, situada en un collado
frente a una playa portuaria, un lugar muy adecuado para el comercio marí-
timo, siendo el barrio viejo actual de la ciudad, el origen del poblado ibérico.

Materiales
Los amuletos egiptizantes aparecieron en la denominada «tumba» n.º 5 de
esta necrópolis, una fosa rectangular orientada de E-O de sección semicircular
644 Aránzazu Vaquero González

y cerrada hacia el interior. En sus paredes se documentaron restos de madera


quemada pertenecientes a una especie de urna o caja a la que se prendió
fuego, hallándose los amuletos en su interior. No aparecieron restos humanos
ni animales asociados.
Se trata de cuatro piezas realizadas en esteatita que representan a un Ptah
Pateco, una esfinge alada que pudiera tratarse del dios Tutu, una placa o
doble amuleto en el que aparece en el anverso un ojo de Horus o Udyat y en
el reverso la vaca Hathor dando de amamantar a su ternero Harpócrates y
una figura de un halcón cinocéfalo, posible hibridación entre el dios Horus
representado como un halcón y el dios Thoth en forma de mono babuino2.
Junto a ellos se localizó una pequeña cabeza demoniaca de pasta vítrea
que estaba engarzada en un aro de bronce que debido a su estado de dete-
rioro no se conserva en la actualidad, dos cuentas oculadas de pasta vítrea,
un pequeño arete de plata, otra pequeña cuenta de pasta vítrea de color azul
y un pequeño vaso de cerámica hecho a mano de pasta friable que tampoco
se conserva, cuya tipología es muy similar a la de un vaso de las mismas
características aparecido en la tumba n.º 13 de la necrópolis de Poble Nou
(Villajoyosa) donde también se encontraron otros dos amuletos egiptizantes
realizados en esteatita representando una esfinge alada con cabeza del dios
Bes y una figura del dios Anubis pero en esta ocasión asociados a los restos
incinerados de un individuo adulto de sexo indeterminado3.
Todas las piezas de esteatita presentaban un vidriado muy deteriorado en
su superficie prácticamente desaparecido a excepción de la placa con el ojo
de Horus y la vaca Hathor que conserva restos de vidriado de color azul tur-
quesa en los huecos más profundos de la talla de la pieza, lo que denota que
la aplicación de dicho vidriado debió realizarse mediante el método del baño.
La esteatita es un tipo de roca metamórfica conocida como piedra talco
compuesta por un silicato de magnesio. Es blanda y se puede tallar fácil-
mente lo que la convierte en un material perfecto para la realización de amu-
letos como cuentas de collar, escarabeos, pequeñas figuras, etc. Al calentarse
se deshidrata aumentando drásticamente su dureza. Otra de sus caracterís-
ticas es la posibilidad de vidriar su superficie ya que soporta bien las altas
temperaturas sin sufrir deformaciones.
Los vidriados egipcios se componían principalmente de aproximada-
mente un 53 % de carbonato de sodio anhidro y de un 47 % de cuarzo. El
carbonato de sodio provenía del natrón que es un mineral natural muy solu-
ble en agua.

2. Para su tipología y catalogación véase: Vaquero González, 2012, 91-114.


3. Dato facilitado por la Arqueóloga Municipal de Villajoyosa Amanda Marcos González.
Los amuletos egiptizantes de Villajoyosa (Alicante): la tumba n.º 5 de la necrópolis...645

El natrón egipcio era muy hidratado pues contiene un 63 % de agua quími-


camente combinada, lo cual perjudica y hace dificultosa su aplicación […]
Para ello era necesario fritarlo en un crisol refractario mezclado con una
cantidad determinada de cuarzo en polvo. Una vez fundida la mezcla, se la
arrojaba a otro recipiente con agua fría para hacer más fácil su posterior
molienda. Así insolubilizado y triturado a polvo en un mortero, el esmalte
era un «vidrio molido» que después se aplicaba sobre la pieza a esmaltar
(Fernández Chiti, 1993, 154).
También se podía emplear en lugar del carbonato sódico, el potasio prove-
niente de las cenizas de algunas plantas y árboles. Dos tipos de plantas muy
utilizadas para su obtención, eran la Barrilla y la Roqueta que nacen cerca
de zonas marítimas o pantanosas y que contienen gran cantidad de sales de
sodio (Lucas y Harris, 1999).
El sodio y el potasio dentro de la composición de un vidriado actúan como
fundentes (elementos alcalinos) disminuyendo la temperatura de fusión.
Como colorante se empleaba el óxido de cobre introducido en forma de
mineral utilizando la malaquita (Cu2 CO3 (OH)2 carbonato de cobre hidra-
tado), la cuprita (Cu2O óxido de cobre) o la calcantita (Cu(SO4)·5H 2O sulfato
de cobre natural hidratado).
El cuarzo procedía de las arenas del desierto y se buscaba siempre las
variedades más puras determinadas por el color blanco, libres de impurezas
que permitiesen obtener tonos turquesa sin contaminación. El color turquesa
simbolizaba el cielo, el sol y la luz y astrológicamente se le relacionaba con
la diosa Astarté y posteriormente con la diosa Venus que en latín era llamada
«cobriza» del griego χαλκός. Probablemente los esmaltes de cobre surgirían
precisamente en el calcolítico y tuvieran su origen en los mismos crisoles de
fundición utilizados para fabricar herramientas y objetos de ese metal.
Las temperaturas de fusión podían variar entre 850 y 1000 ºC, en función
del punto eutéctico de la mezcla.
El vidrio es un material inorgánico, quebradizo, duro y generalmente
transparente y su característica más notable es la total ausencia de cristaliza-
ción. La formación del vidrio conlleva una serie de transformaciones físicas
y reacciones químicas a alta temperatura, a partir de las cuales la mezcla
vitrificable se convierte en una masa vítrea. Durante este proceso los com-
ponentes de la mezcla experimentan múltiples modificaciones, tanto físicas
como químicas.
En su composición encontramos principalmente sílice, cuyo porcentaje
suele oscilar entre el 50 y el 80 % llegando incluso al 100 %. El vidrio se
prepara calentando conjuntamente carbonato sódico Na2CO3 y carbonato de
calcio CaCO3 o cal, con sílice SiO2 en forma de arena.
646 Aránzazu Vaquero González

El vidrio de producciones antiguas como las mesopotámicas o egip-


cias se identifica como vidrio sódico o vidrio binario por su alto contenido
en sodio. El sistema Na2O.SiO2 presenta un eutéctico a 793 ºC (Fernández
Navarro, 1985, 7).

Interpretación
La cremación de todos estos objetos se llevó a cabo dentro de una caja de
madera de la que se conservaban sus restos carbonizados adheridos a las
paredes de la fosa en la que estaba enterrada. Se recogieron muestras cuyos
análisis antracológicos fueron realizados por la doctora Yolanda Carrión
Marco en la Universidad de Valencia (Carrión Marco, inédito).
Los resultados dieron un claro dominio de Quercus perennifolio que
debe corresponder a la madera de la caja que aparecía muy desmantelada.
A partir del dibujo planimétrico realizado durante las excavaciones
arqueológicas y empleando el programa informático AUTOCAD 2010, se
han podido establecer unas medidas aproximadas de esta caja o urna de
madera, teniendo en cuenta que esta pudiera estar encajada en la fosa debido
a que los restos carbonizados estaban adheridos a las paredes de la misma.
Las dimensiones aproximadas serían de 43 cm de largo por 21, 4 cm de
ancho y 21,4 cm de profundidad.
Los restos carbonizados aparecieron bastante alterados y vitrificados.
Este tipo de alteraciones se producen cuando la combustión tiene lugar en
un medio con poca entrada de oxígeno y a una temperatura de 500-800 ºC. A
partir de los 800 ºC, se convertirían en cenizas (Braadbaart y Poole, 2008).
Se practicó un análisis organoléptico de las piezas mediante la utilización
de un binocular a 10, 20 y 40 X y un microscopio USB de 20 y 400 X que
permitió la toma de imágenes fotográficas. Se pueden apreciar restos muy
quemados y deteriorados de un vidriado que está prácticamente desapare-
cido a excepción de la pieza con forma de placa rectangular que representa
un Udjat u ojo de Horus en su anverso y a la vaca Hathor y su ternero en el
reverso, donde todavía se pueden apreciar restos de un vidriado de color azul
turquesa en las zonas de los intersticios más profundos de la talla.
La superficie de todos los amuletos aparece llena de micro fisuras enne-
grecidas por la acción del fuego a excepción del amuleto con forma de hal-
cón cinocéfalo, lo que nos llama la atención ya que esta pieza parece haber
sido sometida a un proceso de lijado o limpieza como si existiese una inten-
cionalidad en la eliminación del vidriado. A 400 X, se pueden apreciar unas
micro-líneas de raspadura sobre los escasos restos de vidriado.
Los amuletos egiptizantes de Villajoyosa (Alicante): la tumba n.º 5 de la necrópolis...647

Las micro fisuras ennegrecidas producidas por un choque térmico, indi-


can que los amuletos fueron quemados con la caja y no colocados a poste-
riori a modo de ofrenda.
El vidriado en todos ellos está prácticamente desaparecido, en cambio,
cuando observamos la cabecita demoniaca con el microscopio USB a 400 X,
se aprecia en su superficie una gran fisuración por choque térmico sin llegar
a la fragmentación. El vidrio en cambio, no se ha llegado a fundir. Las dos
cuentas oculadas tampoco muestran signos de fundición. La temperatura de
reblandecimiento de un vidrio sodocálcico que contenga un 70 % de sílice
en su composición es de aproximadamente unos 700 ºC4. Esto junto con la
vitrificación de los carbones de la caja de madera que se produce entre los
500 y 800 ºC, demuestra que la temperatura en ningún caso superó los 800
ºC, lo que nos hace suponer que los amuletos de esteatita fueron quemados
con anterioridad, posiblemente en la pira funeraria junto con el cadáver de
su propietario ya que el grado de alteración y deterioro del vidriado no con-
cuerda con estas temperaturas, recordemos que la temperatura de fusión de
un vidriado antiguo con sodio en su composición se sitúa aproximadamente
entre los 850 y 1000 ºC.
La mascarita demoniaca de pasta vítrea y las cuentas oculadas, no pare-
cen presentar los mismos síntomas de alteración por el fuego que los amu-
letos de esteatita vidriados, por lo que sospechamos que se añadieron poste-
riormente no perteneciendo al mismo conjunto.
En el ámbito ibérico las cremaciones se realizaban a altas temperaturas
entre los 600-650 ºC a los 800-950 ºC aunque estas temperaturas podían
variar en función de muchos factores (García-Gelabert, 1999). La mascarita
demoniaca y las cuentas oculadas, no hubieran resistido sin fundirse a esas
temperaturas en caso de haberse quemado en la pira funeraria, en cambio
estas últimas temperaturas sí serían suficientes para afectar a los vidriados
de los amuletos de esteatita tal como ocurre en los amuletos egiptizantes que
aparecieron en la tumba n.º 13 de la necrópolis de Poble Nou (Villajoyosa,
Alicante)5.
Los amuletos fueron encontrados en un contexto funerario pero sin restos
humanos asociados por lo que no podemos considerar la fosa donde fueron
localizados, como una tumba propiamente dicha. Se produce una separación
entre los amuletos y su portador. Por las características, se podía tratar de un
cenotafio, pero si estamos en lo cierto y los amuletos fueron quemados junto

4. http://www.infovitrail.com/verre/temperature.php
5. Véase: Vaquero González, 2012, 108-109.
648 Aránzazu Vaquero González

con el difunto, no tendría sentido ya que el rito funerario se habría llevado a


cabo con anterioridad.
La colocación de la mascarita demoniaca pudiera estar en relación con
un acto de anulación de poderes de los amuletos ya que un demonio combati-
ría y eliminaría a otro demonio. Recordemos que la figura de la esfinge alada
con cabeza antropomórfica podría tratarse del dios Tutu que era considerado
un demonio en sí mismo y ostentaba el título de «Maestro de los verdugos de
Sekhmet y de los demonios errantes de Bastet» (Kaper, 2003). La mascarita
demoniaca carece de boca y los amuletos se cargaban mediante una serie de
ensalmos y palabras de poder. Su papel sería ejercer una acción de silenciar
e inutilizar esa carga mágica, todo ello ayudado por la acción destructora del
fuego.
Desconocemos el significado del tratamiento de limpieza o lijado que
se practicó sobre la figura híbrida del halcón cinocéfalo pero pensamos que
formaría parte de este ritual de execración.
Estos datos no son concluyentes al 100 por 100. Sería interesante reali-
zar analíticas sobre estos objetos que aportasen mayor información sobre su
composición y cambios morfológicos debidos a la acción del fuego. A causa
del pequeño tamaño de las piezas y a la imposibilidad de realizar una toma
de muestras, uno de los métodos no destructivos de mayor fiabilidad para
la caracterización de materiales es la espectroscopía Raman cuya ventaja es
que proporciona información molecular acerca de los materiales a caracteri-
zar, más allá del análisis elemental que proporcionan otras técnicas como la
fluorescencia de rayos X, sin necesidad de preparar la muestra para llevar a
cabo el análisis (Domingo, 2011).
Estos análisis aportarían resultados susceptibles de cotejarse con ana-
líticas llevadas a cabo sobre otras piezas de distintos yacimientos que nos
permitiesen obtener datos tan considerables como los centros de producción
y las rutas comerciales de distribución de estos objetos.

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