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EL ORIENTE DE OCCIDENTE
FENICIOS Y PÚNICOS EN EL ÁREA IBÉRICA
UNIVERSITAT D’ALACANT
CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PÚNICOS (CEFYP)
INSTITUTO UNIVERSITARIO DE INVESTIGACIÓN
EN ARQUEOLOGÍA Y PATRIMONIO HISTÓRICO (INAPH)
Este libro ha sido debidamente examinado y valorado por evaluadores ajenos a la
Universidad de Alicante, con el fin de garantizar la calidad científica del mismo.
ISBN: 978-84-16724-45-1
Depósito legal: A 104-2017
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ÍNDICE
Prólogo......................................................................................................... 11
Carlos G. Wagner
EL CONTEXTO MEDITERRÁNEO
COMUNICACIONES Y PÓSTERS
Carlos G. Wagner
Presidente del CEFYP
EL ORIENTE DE OCCIDENTE
LA VIII EDICIÓN DEL COLOQUIO
INTERNACIONAL DEL CEFYP EN ALICANTE
Esta monografía recoge los resultados científicos del VIII Coloquio Interna-
cional del Centro de Estudios Fenicios y Púnicos (CEFYP) que se desarrolló
bajo la coordinación de profesores del Área de Arqueología de la Universidad
de Alicante. Con la intención de abrir el evento a otros centros punteros en la
investigación arqueológica de la provincia, responsables directos de algunas de
las más importantes novedades científicas, el evento se celebró en dos espacios
de enorme relevancia para la arqueología de la provincia como son el Museo
Arqueológico Provincial-MARQ y el Museo Arqueológico de Guardamar del
Segura–MAG. Ambas instituciones colaboraron activamente en la organiza-
ción, y coordinaron las visitas a los yacimientos arqueológicos de La Fonteta y
Cabezo Pequeño del Estaño (en Guardamar), Lucentum (Alicante) y La Illeta
dels Banyets (El Campello) durante las sesiones científicas.
Cabe referir en paralelo que el CEFYP se ha convertido, por derecho pro-
pio, en un centro de referencia sobre la investigación de la civilización fenicia
y púnica en España. Junto a la investigación, una de sus principales líneas se
centra en la difusión del patrimonio cultural e histórico fenicio-púnico en occi-
dente. Su creación, hace casi veinte años, se produjo ante la necesidad de gene-
rar una plataforma científica de intercambio de conocimiento y experiencias
que pusiese en relación los esfuerzos que muchos investigadores venían efec-
tuando sobre esta cultura, una de las más significativas de la historia antigua
del Mediterráneo. Por todo ello, esta institución interuniversitaria ha venido
celebrando con carácter bianual un encuentro científico temático que ha tenido
distintas sedes, siendo estas escogidas entre las que llevan a cabo proyectos de
interés sobre este periodo histórico. En esta ocasión, pues, fue la Universidad
de Alicante escogida para la organización.
La que ha sido la octava edición de estos coloquios internacionales tuvo el
título El oriente de occidente. Fenicios y púnicos en el área ibérica y trató de
realizar un estado de la cuestión y puesta al día de los numerosos avances que
14 Fernando Prados Martínez y Feliciana Sala Sellés
Acto inaugural del VIII Coloquio Internacional del CEFYP en el MARQ de Alicante
1. Prados, F. y Sala, F. 2014: «Arqueología en Alicante en la primera década del siglo xxi. Una
reflexión sobre los avances en el estudio de las épocas fenicia e ibérica». II Jornadas de
Arqueología y patrimonio alicantino. Arqueología en Alicante en la primera década del siglo
xxi, MARQ, Arqueología y Museos Extra-01, 99-108.
2. Rouillard, P. et al. 2007: L’établissement protohistorique de La Fonteta, Collection de la Casa
de Velázquez, Volume 96, Madrid ; González Prats, A. 2011 : La Fonteta. Excavaciones de
1996-2002 en la colonia fenicia de la actual desembocadura del río Segura (Guardamar del
Segura, Alicante) vol. 1. Universidad de Alicante.
18 Fernando Prados Martínez y Feliciana Sala Sellés
las primeras décadas del siglo viii a.C.3 Se trata de unas fechas que empiezan
a manejarse también en otros enclaves costeros, caso de la costa de Almería,
como reflejan algunos trabajos recogidos en esta publicación y que el lector
tendrá ocasión de revisar. Se trata de una presencia efectiva que prácticamente
es coetánea a las que se conocen en otros puntos tales como la costa de Granada,
Málaga o Cádiz, y que junto a dataciones similares presentan elementos análo-
gos en materia arquitectónica, en las cerámicas importadas y en las realizadas
a mano, atribuidas de forma tradicional a la población nativa, y que por su
semejanza, quizás hayamos de atribuir también al grupo oriental.
En cualquier caso, tras lo que aparentemente pudo ser un primer flujo de
intercambio durante el siglo viii a.C. en el que el comercio del metales hubo
de tener un papel protagonista, como veremos, ya en el siglo vii se observa un
aumento muy considerable de estas relaciones, situándose entre el 650 y el
600 a.C. el momento de mayor intensidad comercial, a tenor de algunos indi-
cadores relevantes como son los hallazgos de materiales importados, especial-
mente las ánforas. Estos elementos ofrecen la posibilidad de reflexionar sobre
la naturaleza de estos intercambios, la identidad de los agentes comerciales o
la categoría, dentro del entramado social, de los grupos receptores, entre los
que se encuentran algunos enclaves ubicados un paso atrás de la plataforma
litoral, incluso en la montaña alicantina o en las primeras estribaciones de la
Meseta castellana, como también tendremos ocasión de observar en alguno de
los trabajos que aquí se recogen.
Buena parte de los materiales localizados evidencian un precoz comercio
de vino por nuestras costas, que tan temprano tendrá reflejo en el ámbito autóc-
tono, incluso en la producción (como se observa en el Alt de Benimaquia, en
Solana de las Pilillas o en los recientes hallazgos del Castellar de Villena) lo
que denota que la demanda de bienes de prestigio –y el vino lo fue– por parte
de las elites locales, sería un componente básico para comprender la estruc-
tura del comercio fenicio, más allá de una motivación únicamente colonial
unidireccional.
El proceso de mestizaje en que desembocó este trasiego de comerciantes
supuso la configuración de unos rasgos culturales no vistos hasta ese momento
en el sureste de la península ibérica, que prácticamente la igualan con otros
espacios bien conocidos como es el ámbito del estrecho de Gibraltar o las islas.
La presencia oriental provocó que la costa alicantina quedase inmersa, desde
muy pronto y al igual que los otros espacios citados, dentro del llamado «cir-
cuito comercial occidental» y buena prueba de ello son, por un lado, el enorme
desarrollo del proceso de urbanización del área costera desde fechas antiguas
3. García, A. y Prados, F. 2014: «La presencia fenicia en la Península Ibérica. El Cabezo Pequeño
del Estaño (Guardamar del Segura, Alicante)». Trabajos de Prehistoria 71.1, 113-133.
El Oriente de Occidente19
y, por otro, el impacto que esta presencia tuvo de forma casi inmediata en las
tierras del interior, especialmente significativa en los valles fluviales, caso de
los del Vinalopó o Segura, y en los pasos que conectaron las rutas que venían
de la costa con las tierras del interior o las sierras.
La cuestión es que los intensos contactos entre fenicios y nativos en el marco
geográfico que nos ocupa debió suponer, sin duda, un importante cimiento
para el posterior desarrollo de la sociedad ibérica. Por ello hemos de valorar en
su justa medida la existencia de elementos culturales de procedencia fenicia en
todo el territorio de la actual provincia de Alicante desde el siglo viii a.C. que,
en muchos aspectos, evolucionó de forma paralela en ambas orillas, hispana y
africana, esto es, ibérica y púnica, del Mediterráneo. Todo ello generó un caldo
de cultivo muy propicio para futuros contactos y transferencias culturales en
ambas direcciones.
Ese valorar en su justa medida debe partir de un por qué, cuestión que, a
su vez, nos debería arrojar luz sobre el cómo para, finalmente, llegar al final
de la evolución, que en esta región del Mediterráneo occidental no es otra
cosa que la caracterización de un nuevo sistema cultural ibero. En un trabajo
reciente4 iniciamos la reflexión sobre ese por qué incidiendo en los espacios de
encuentro que propició la particular orografía de la costa alicantina, desde el
promontorio del Montgó hasta el paleoestuario del río Segura.
Por el momento, no se han documentado más al norte, en el golfo de
Valencia, ni más al sur, en la costa murciana, con la salvedad del interesante
punto de atraque y de trabajo de la plata en la pequeña punta de Los Gavilanes,
en Mazarrón, tratado en una de las contribuciones de esta publicación.
Si la franja costera alicantina no destaca por su capacidad agropecuaria,
ni maderera, y tampoco existen áreas mineras rentables como en el litoral
cartagenero ¿qué pudo interesar a los navegantes fenicios para fijar estable-
cimientos con ánimo de permanecer? Sin duda, su estratégica posición frente
a Ibiza, visible en días claros, y las facilidades que ofrece para la navegación
que acaba de cruzar el canal de Ibiza siguiendo la ruta principal de navegación
mediterránea. También ofreció refugios temporales y puntos de aguada en la
acantilada costa septentrional, y la estabilidad del varado de naves en las orillas
del paleoestuario de la desembocadura del río Segura, con su santuario situado
en el punto más alto y bien visible desde el mar sancionando la hospitalidad
del paraje.
Hemos llegado a esta certeza, curiosamente, con el estudio de un episodio
de las guerras civiles romanas, por el cual Sertorio, contando con un retropaís
4. Sala, F., Moratalla, J. y Abad, L. 2014: «Los fortines de la costa septentrional alicantina:
una red de vigilancia de la navegación». F. Sala y J. Moratalla (coords.) Las guerras civiles
romanas en Hispania: una revisión histórica desde la Contestania, Alicante, 79-89.
20 Fernando Prados Martínez y Feliciana Sala Sellés
La costa de Alicante desde el yacimiento púnico de Ses Païses de Cala d’Hort (Ibiza)
aliado, construyó una red de fortines en la costa norte contestana para vigi-
lar, y en su caso asaltar, el paso de las naves senatoriales hacia el sur o las
que se disponían a cruzar el canal hacia Ibiza. Así pues, tener bajo control
la derrota frente a la costa alicantina se nos revela crucial para comerciantes
fenicios y púnicos, así como para los ejércitos romanos republicanos del siglo
i a.C. Podemos mantener, entonces, que Cartago, sabiendo que vio peligrar su
supremacía naval en el Mediterráneo occidental con diferentes episodios pro-
tagonizados por piratas foceos, o Ibiza, cuyo puerto despegó en su actividad
comercial a partir del siglo v a.C. ¿no dispuso de puntos de atraque o embarque
en este litoral?. Es difícil creer que no fuera así.
Desde esta perspectiva se puede empezar a entender la peculiaridad de la
Illeta dels Banyets en la costa de El Campello, el pequeño fortín de Aigües
Baixes, de reciente excavación, que antecede a la Illeta en esta zona del litoral,
el espacio de encuentro que fue el paraje de l’Albufereta de Alicante desde
el siglo v a.C. y que acabó siendo elegido por los generales bárquidas para
construir otra fortificación que vigilara el mar en la Segunda Guerra Púnica,
o el paleoestuario del Segura donde desde el siglo viii a.C. y sin solución de
continuidad mantuvo el poblamiento fenicio en El Oral, Cabezo Lucero y La
Escuera hasta que otro episodio trágico relacionado con la Segunda Guerra
Púnica deshabitó este secular espacio de encuentro. Esta publicación recoge
las últimas novedades y reflexiones sobre estos enclaves y esperemos que con-
tribuya a aumentar el conocimiento de ese oriente de occidente, geográfico y
cultural.
El Oriente de Occidente21
Carmen Aranegui
Universitat de València
Jaime Vives-Ferrándiz
SIP-Museu de Prehistòria de València
Introducción1
Esta ponencia aborda un caso histórico de contacto cultural y movilidad a lo
largo de varios siglos. Nuestro encargo se centra en examinar la costa oriental
de la península ibérica, y especialmente el área del sureste peninsular, desde
el final de la Edad del Bronce hasta la segunda guerra púnica, buscando una
perspectiva cronológica amplia que permita advertir cambios históricos a largo
plazo. Este contexto es bien conocido por haber sido objeto de intensa atención
* E sta cita no se refiere a la arqueología sino a una predisposición cultural de los hispanistas
románticos europeos a recrear Al-Ándalus, que se reforzó cuando la inestabilidad política en
el Próximo Oriente, paralela a la descolonización del final del siglo xix y principios del xx,
dio lugar a que el viaje al Mediterráneo oriental fuera sustituido, en cierto modo, por el viaje
a una España depositaria de un valioso patrimonio árabe. Se trata de un idealismo presente
asimismo entre los estudiosos de la arqueología, como se desprende del artículo del Prof.
Bendala (2006, 369-385) y como se repite en el lema de este VIII CEFYP.
1. Agradecemos a los organizadores la invitación a participar en el coloquio. Este trabajo ha sido
realizado en el marco del proyecto HAR 2011-26943, financiado por el MINECO.
26 Carmen Aranegui y Jaime Vives-Ferrándiz
Figura 2: Moldes para trabajos metalúrgicos del Cap Prim (Xàbia) (según Simón, 1998) y Na
Galera (según Guerrero 2008).
30 Carmen Aranegui y Jaime Vives-Ferrándiz
Figura 4: Cerámicas de Los Saladares que muestran distintas tradiciones tecnológicas y Know-
How en su fabricación (Vives-Ferrándiz, 2005).
Desmontando paradigmas. Fenicios y púnicos en el Oriente de Occidente33
Violencia
Reconocer que las agencias indígenas operan activamente en el marco de las
relaciones con los fenicios, o que existen prácticas híbridas resultado del pro-
ceso de interacción entre diferentes esferas sociales, no implica en absoluto una
simetría en las relaciones sociales ni la disolución de toda relación de poder.
Al contrario, defendemos que estas situaciones de contacto deben entenderse
contextualmente, a largo plazo y teniendo en cuenta las situaciones de poder
de los grupos y las desigualdades sociales. Eso no significa, sin embargo, que
las diferencias estuvieran dictadas siempre por relaciones asimétricas entre
poblaciones locales y foráneas. En nuestro caso de estudio, las motivaciones
de la instalación fenicia fueron económicas y no pretendieron la ocupación
de la tierra o la conquista abierta, a juzgar por el pequeño número de fenicios
desplazados, el tamaño de sus asentamientos y la extensión de sus necrópo-
lis. La negociación debió ser necesaria pero también incluyó el conflicto, sin
34 Carmen Aranegui y Jaime Vives-Ferrándiz
Figura 5: Muralla de Caramoro II (a partir de González Prats, 1992 y García Borja et al.,
2010).
3. En este texto ‘púnicos’ no es sinónimo de ‘cartagineses’. Designa un etnónimo al que recurri-
mos los investigadores para referirnos a las aglomeraciones y objetos con un pasado fenicio,
tras la caída de Tiro (538 a.C.), adaptado a diferentes contextos, que afecta a una sociedad sin
un proyecto estatal, que solo puntualmente colaboró con Cartago, que sí que lo tuvo.
Desmontando paradigmas. Fenicios y púnicos en el Oriente de Occidente37
Hacia el s. iv a.C.
En dicho contexto, como un tótem compartido por diversas jefaturas (con-
testanas, mastienas, bastetanas…), el toro se proyecta con valor étnico hacia
la línea de la costa4, a veces sobre un pilar-estela, desde Benidorm hasta Los
Nietos (Cartagena), pasando por La Vila Joiosa/Alonis, L’Albufereta (Alacant)
y El Tossal de les Basses, Vizcarra, La Escuera, El Parc d’Elx (fig. 8), El Molar
(Sant Fulgenci), Guardamar del Segura y Cabezo Lucero (Guardamar del
4. En las cabezas conservadas de La Vila Joiosa, El Tossal de les Basses y del Parc d’Elx se
observa un dato artesanal característico de la zona: se repiten orificios tallados no solo para
insertar los cuernos sino también las orejas de los toros, en ejemplares que difieren, sin
embargo, en otros de sus rasgos estéticos, por lo que no son atribuibles a una misma oficina.
Desmontando paradigmas. Fenicios y púnicos en el Oriente de Occidente39
Figura 8: Cabeza de toro del Parc d’Elx (foto: Museu de L’Alcúdia d’Elx).
5. Está demostrado que Ibiza interactuó con Emporion, con Cartago y con el área ibérica, a la
que expidió cerámicas áticas de figuras rojas y de barniz negro, junto a las ánforas y morteros
púnico-ebusitanos, al menos hasta mediados del siglo iv a.C. Las terracotas del sureste ibérico
fechadas a partir del siglo iii a.C. son susceptibles de mostrar algo más que un intercambio
comercial.
40 Carmen Aranegui y Jaime Vives-Ferrándiz
7. Esta influencia fue asimismo señalada para la Edetania (Bonet, 1995, 175-186), donde su
incidencia es menor. Se ha tratado también de las implicaciones religiosas de este fenómeno
(Costa y Fernández 2000), si bien mantenemos que se imita más el ritual (lo formal) que los
contenidos ideológicos (las creencias).
42 Carmen Aranegui y Jaime Vives-Ferrándiz
Figura 10: Ajuares funerarios de las tumbas F-33, F-103 y F-114 de L’Albufereta (Verdú,
2005).
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LAS DEFENSAS Y LA TRAMA URBANA DEL
CABEZO DEL ESTAÑO DE GUARDAMAR. UN
ENCUENTRO FORTIFICADO ENTRE FENICIOS
Y NATIVOS EN LA DESEMBOCADURA DEL RÍO
SEGURA (ALICANTE)
Un paisaje de encuentros
Partiendo de los últimos trabajos arqueológicos que se vienen desarrollando
desde 2013 en el enclave fenicio del Cabezo Pequeño del Estaño (CPE) por
el equipo del Museo Arqueológico de Guardamar y del Instituto Universitario
de Investigación en Arqueología y Patrimonio Histórico de la Universidad de
Alicante, en este texto presentamos un estado de la cuestión que recoge las
novedades más interesantes y las propuestas interpretativas más recientes sobre
el papel que este yacimiento fortificado desempeñó en la desembocadura del
río Segura a lo largo de todo el siglo viii a.C. La organización de una defensa
activa, siguiendo un patrón constructivo y metrológico oriental, completa-
mente inédito en la región hasta ese momento, y la puesta en funcionamiento
de una trama urbana claramente planificada, con espacios comunes, viviendas
y áreas de almacenaje separadas, forman parte de alguna de las novedades que
la investigación arqueológica nos está ofreciendo de este importante asenta-
miento. Como se observa, para nuestro título hemos tomado en consideración
el concepto «encuentro» que desarrolló nuestro colega J. Vives-Ferrándiz en su
obra para explicar, desde la antropología social, la relación comercial y cultu-
ral acaecida entre fenicios e indígenas en el área valenciana (Vives-Ferrándiz
52 Antonio García Menárguez y Fernando Prados Martínez
Fig.1. El CPE en el sur de la Comunidad Valenciana (España), en la comarca del Bajo Segura
(Alicante).
2005). Estos «encuentros» subrayan que las formas de contacto y los resultados
de estos serán muy diversos, por ello, veamos qué información aporta el CPE
en este sentido y porqué hemos caracterizado de «fortificado» este encuentro.
El yacimiento fenicio se ubica en la desembocadura del río Segura, a 2
km de la costa actual ocupando una meseta elevada unos 25 m por encima
del nivel del mar en su punto más alto, y una superficie aproximada de 1 Ha.
Este enclave se ha sumado en los últimos tiempos, pensamos que por derecho
propio, al debate científico sobre la presencia fenicia arcaica en la península
ibérica (García y Prados 2014). Su naturaleza constructiva plenamente oriental
y sus potentes defensas muestran un ejemplo de implantación y de relación
compleja con el mundo indígena, aparentemente no pacífico, al menos en la
fase inicial. El yacimiento apenas había sido tenido en cuenta por su escasa
difusión y estaba eclipsado por otros poblados fenicios o ibéricos del entorno,
mucho mejor conocidos, enclavados incluso dentro del mismo término munici-
pal de Guardamar del Segura, tales como La Fonteta, el Castillo de Guardamar
o el Cabezo Lucero.
Los recientes trabajos van resolviendo incógnitas, como aquella sobre el
carácter costero del yacimiento, lo que ya estamos en disposición de asegurar
Las defensas y la trama urbana del Cabezo del Estaño de Guardamar. Un encuentro...53
Fig. 3. Vista aérea del CPE desde el sur. Al norte, la zona destruida por la cantera.
la Edad del Bronce o como un pequeño fortín fenicio de poco más de 300 m2 de
superficie (por ejemplo Moret, 1996; Prados y Blánquez, 2006). Los actuales
trabajos y la restitución teórica de la superficie total del poblado gracias a la
cartografía antigua y, sobre todo, gracias a la fotointerpretación efectuada a
partir de tomas anteriores a su destrucción (García y Prados 2014, 120 y fig.
4), han modificado estas lecturas.
Fig. 6. Fotointerpretación a partir del fotograma 3225 del vuelo Ruiz de Alda (1929).
Consideraciones finales
Creemos firmemente que gracias a la recuperación de los trabajos arqueológi-
cos el CPE está siendo revalorizado tanto a nivel científico como a nivel social.
El éxito de las jornadas de puertas abiertas y las visitas guiadas desde el Museo,
la presencia en los medios y la publicación de los primeros trabajos científicos
en revistas internacionales, están poniendo este interesantísimo yacimiento en
el lugar que merece. La antigüedad de las cronologías que está ofreciendo y la
complejidad de su trama urbana y su arquitectura, en fases tan tempranas de la
presencia colonial fenicia, hacen de este enclave uno de los más interesantes
de la Protohistoria hispana. A tenor de los primeros datos que se manejan,
consideramos fundamental incluir a este yacimiento entre la nómina de los
más destacados del Mediterráneo occidental tanto por su cronología como por
su propia estructura, hasta el momento, completamente inédita en este ámbito
geográfico. Lógicamente, muchas de las propuestas aquí presentadas se verán
ampliadas en los próximos meses según se vaya desarrollando la investigación
y el estudio detallado de los materiales y los resultados de las analíticas.
El papel que jugó en el punto de encuentro entre culturas que supuso el área
marismeña del Bajo Segura viene determinado por las evidencias arqueológi-
cas que se han ido presentando. La naturaleza de los contactos comerciales, al
menos en un primer momento, fue reflejo, sin duda, de unas relaciones com-
plejas, marcadas por la necesidad de fortificar y generar espacios hábiles para
el almacenaje en el interior del poblado. Los registros botánicos1 manifiestan
trabajos de limpieza de cereal realizados intramuros, lo que subraya la nece-
sidad de proteger los excedentes agrícolas junto a otros materiales, al menos
en los primeros momentos del impacto fenicio en la costa de Alicante. Estas
evidencias productivas, además, y el propio carácter urbano del yacimiento,
nos alejan de las viejas interpretaciones que aludían al CPE como un pequeño
fortín secundario, erigido con la única motivación de proteger la retaguardia
de La Fonteta, en un ejercicio de control espacial inédito en el mundo fenicio,
por otro lado.
Fig. 11. Materiales a torno exhumados bajo los derrumbes de las viviendas.
Fig. 12. Comparativa entre diversos enclaves del Bajo Segura (CPE, El Oral), La Picola (Santa
Pola) y la Illeta dels Banyets (Campello). Elaborado por P. Moret.
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Las defensas y la trama urbana del Cabezo del Estaño de Guardamar. Un encuentro...77
Fig. 1. Localización del tramo de costa que constituye la Bahía de Mazarrón en el litoral
murciano del Sureste de la Península Ibérica (Fuente: modificado de mapa 3d 1:200.000 del
IGME).
Fig. 2. En primer plano, de izda. a dcha., fondeadero de La Isla, isla de Adentro, Punta de la
Cebada y Punta de Los Gavilanes; al fondo, Cabo Cope cerrando la bahía de Mazarrón por el
suroeste (Fuente: Paisajes Españoles, Archivo Proyecto Gavilanes).
enmarcada entre los cabos citados de Tiñoso y Cope, cuyos rasgos orográficos
diferenciales coadyuvaron a configurar en el tiempo un paisaje cultural diverso
a tener en cuenta en el proceso histórico. Mientras el primero, el Cabo de Cope
recurrentemente citado y ubicado en portulanos y derroteros desde el s. xiii
hasta el xviii, es un imponente promontorio ligado a una cuenca endorreica
de bajo perfil conocida como Marina de Cope, el segundo resulta el extremo
avanzado sobre el mar de las sierras occidentales de Cartagena cuyo abrupto
relieve fué y es un impedimento en la fluidez de las relaciones por tierra entre
las cuencas de Cartagena y Mazarrón (Fig. 1). Un tercer elemento orogénico, la
sierra de Las Moreras, irrumpe en la zona central de la bahía, configurando su
piedemonte meridional una costa mas alta jalonada de pequeñas calas (Figs. 1 y
2). Entre estos tres elementos de perfil costero rocoso ligado a su litología bética
–dolomías y calizas triásicas y filitas y cuarcitas del Permo-Trías– se han ido
configurando sectores estuarinos de costa baja arenosa, ligados a la evolución de
las desembocaduras de ramblas de carácter mediterráneo como El Mojón, Los
Lorentes, Las Moreras, Villalba, Pastrana y Ramonete (Ros Sala et al. 2014).
De entre todos ellos, es el tramo litoral central, asociado a la evolución
geomorfológica de la desembocadura de la rambla de Las Moreras, a la sub-
sidencia del sector adyacente y a la formación de una barra litoral intermi-
tentemente abierta o cerrada por episodios de neotéctonica y cambios en la
82 María Milagrosa Ros-Sala
Fig.3. Aérea del sector subsidente Rambla de Las Moreras-Puerto de Mazarrón en la bahía
de Mazarrón. De izqda. a dcha.: desembocadura actual de rambla Las Moreras, puntas de El
Castellar, Nares, Gavilanes, Cebada y Cabezo del Faro. Entre P. de la Cebada y C. del Faro:
ensenada de la playa de la Isla e Isla de Adentro (Fuente: modificado de Ortofoto 3d vuelo
2004, Servicio de Cartografía. Región de Murcia. www.cartomur.com).
Fig.4. Fotograma del vuelo de la USAF (1956) de las salinas del P. de Mazarrón. Identificación
de las ramblas de Moreras y Lorentes, lomas y cerros interiores, puntas, ensenadas, golas
artificiales e isla de Adentro (Fuente: modificado de Ortofoto vuelo 1956, Servicio de
Cartografía. Región de Murcia. www.cartomur.com).
actividad salinera en la zona en 1959, junto con la visión actual de una urbani-
zación masiva conviviendo con zonas fácilmente encharcables, ahondaban en
esa «percepción» de que en la antigüedad el paisaje de la zona hubiera estado
presidido por un gran lagoon interior.
Pero la larga secuencia que íba ofreciendo la excavación de Punta de Los
Gavilanes, con ocupaciones de funcionalidades deterministas diversas que
podrían verse mediatizadas por un análisis superficial, junto con los datos
ofrecidos por las prospecciones del sector y la realidad del desarrollo de la red
hidrológica del entorno, hacían prioritaria una aproximación lo mas realista y
científica posible al paleopaisaje interactuado y dejar fuera, en la medida de
lo posible, una interpretación actualista asociada a un medio litoral propio del
Sureste Ibérico. Ciertamente, estos últimos estan insertos en la complejidad
geológica y tectónica del dominio bético y climáticamente responden a las
premisas del clima semiárido que actuamente lo caracteriza; pero, en general,
sabemos que los litorales mediterráneos se caracterizan por un frágil equili-
brio ecológico al ser ambientes sedimentarios muy cambiantes sobre los que
inciden clima, dinámica fluvial y marina, neotectónica y factor antrópico; en
este sentido, el sector litoral del que tratamos no es una excepción como se
evidencia en la información que se recoge a continuación.
A nivel de morfogénesis del sector, se hacía necesario saber mas datos de
los que hasta entonces contábamos en ámbitos paleoambientales, como la con-
formación de suelos en tanto que soporte de recursos bióticos y abióticos, o de
Nuevos datos en torno a la presencia fenicia en la Bahía de Mazarrón (Sureste Ibérico)87
Fig.5. Recreación del paleopaisaje del sector Moreras-Puerto de Mazarrón c.1340 cal a.C
(Fuente: Ros Sala et al., 2014. Archivo Proyecto Gavilanes).
Fig.6. Recreación del paleopaisaje c.770 cal a.C. (Fuente: Ros Sala et al., 2014. Archivo
Proyecto Gavilanes).
90 María Milagrosa Ros-Sala
fenicios en el sector en estudio parece algo mas complejo que el que se percibe
en la actualidad con las citadas lomas hoy desaparecidas. A saber: Punta de
Gavilanes como enclave saliente al mar entre dos ensenadas que favorecen
por sus características la captación de flujos importantes de aire, un elemento
clave en el proceso metalúrgico de la copelación, en la carga y descarga de car-
gamentos diversos, en el avistamiento en todo el arco de la Bahía de Mazarrón
y un acceso fácil por tierra; en el caso del fondeadero de La Isla, su perfil
de costa posibilita la habitabilidad tanto en tierra firme como en la Isla de
Adentro que también funciona como área funeraria, mientras que la aledaña
laguna marina oriental interior pudo ser soporte de alguna pequeña instalación
portuaria, a resguardo de los leveches que inciden en la costa del fondeadero,
sin perjuicio de la existencia de instalaciones similares en la vertiente surocci-
dental del Cabezo del Faro donde hasta las últimas décadas del s. xx susbsitía
el pequeño y pesquero Puerto Piojo.
Más adelante, se irá produciendo la disminución progresiva de la laguna
marina por el cese de subsidencia juntamente con aportaciones fluviotorren-
ciales, aunque esta colmatación parece que se ve alterada por la rotura puntual
de la restinga debido a sismicidad local y el efecto de grandes temporales, con
la consiguiente acción de pequeñas transgresiones marinas en su zona mas
meridional. Hacia 470 cal d.C se detecta la colmatación de este sector que
queda como un medio salobre residual, resaltando que en algunos registros
sedimentarios aparecen facies de evaporitas que hablan de su uso como salina,
coincidiendo en fechas históricas con el momento álgido de la explotación de
salazones en las factorías de salazón del Puerto de Mazarrón.
En cuanto al paleopaisaje vegetativo, las condiciones litológicas de la
zona ya en el i milenio a.C. fueron indudablemente un factor limitante en el
desarrollo de la vegetación, sobretodo la salinidad. En ello inciden la señal
palinológica mostrada por el diagrama polínico (Navarro Hervás et al., 2009;
Rodríguez Estrella et al., 2011; Ros Sala et al. 2014) y la antracológica deducida
del estudio del carbón disperso y concentrado, junto con restos carpológicos,
en los niveles coetáneos de Punta de Los Gavilanes (García Martínez y Ros
Sala, 2010; García Martínez et al., 2008). Sus resultados permiten tres esca-
las interpretativas de lo que fue el paisaje vegetal de la zona en este periodo:
disponibilidad de recursos forestales, en conjunción con el registro polínico
y antracológico; pautas de gestión de recursos relacionados con la diversidad
de usos en la ocupación fenicia sobre el asentamiento de P. de Los Gavilanes;
finalmente, el impacto sobre el medio interactuado.
En relación con los recursos forestales disponibles (García Martínez et
al., 2008) destaca una amplia variedad taxonómica propia de la existencia de
ecosistemas diversificados, sobre todo salino, mediterráneo e iberoafricano,
en un paisaje abierto con dominio de matorral mediterráneo, formado sobre
Nuevos datos en torno a la presencia fenicia en la Bahía de Mazarrón (Sureste Ibérico)91
una vivienda sobre él en los años 60, cortó hasta la propia roca de su superficie
practicable, desapareciendo todo rastro de su posible ocupación. Su distancia
al fondeadero de La Isla es de c. 1 km en recorrido lineal.
Su exigua superficie disponible, la amplitud temporal de sus ocupaciones
y las importantes modificaciones del sustrato que algunas provocan, están
en la raíz de una estratigrafía muy compleja que, no obstante, ha permitido
caracterizar cuatro Fases culturales con 11 facies estratigráficas y aislar nume-
rosas intrusiones posdeposicionales; su superposición en autocad, deja clara
esa complejidad en la lectura estratigráfica tanto estructural como espacial
(Fig. 8). De las cuatro fases, dos provocan drásticas interrupciones estratigrá-
ficas que afectan, entre otras, a la fase Fenicia en la superficie excavada hasta
el momento. Se trata de la Fase Gavilanes II, de filiación cultural púnica y
funcionalidad exclusivamente metalúrgica, y la Fase I, tardorepublicana y de
funcionalidad diversa; los arrasamientos y remociones –Interfacies– que su
implantación supone, modifican e interrumpen significativamente la secuencia
deposicional.
La Fase III se detecta estructuralmente solo en la Terraza Superior (TS)
y contextual o materialmente en ambas (TS y TM). Los restos conservados
94 María Milagrosa Ros-Sala
Fig. 9. Planimetría de Fase Gavilanes III, bajo estructuras de Fases Gavilanes II y Gavilanes I
(Fuente: Archivo Proyecto Gavilanes).
Nuevos datos en torno a la presencia fenicia en la Bahía de Mazarrón (Sureste Ibérico)95
Fig. 11. Restos estructurales arrasados de Fase IIIa en Terraza Superior (ámbito constructivo
1686/1702) (Fuente: Archivo Proyecto Gavilanes).
Nuevos datos en torno a la presencia fenicia en la Bahía de Mazarrón (Sureste Ibérico)97
Fig. 12. Planimetría Fases IIIb y IIIc en sectores oriental, central y occidental de Terraza Superior:
adobes caidos (ue1253) relacionados con nivel de ocupación IIIa; sobre él ambiente constructivo
oriental 1700/1697, con fosas intrusivas (uuee1688,1698) y hogar (ue1698); superposición de
Dept. industrial 7TS con restos estructura de combustión 11TS (ue1681); ambientes 1584/1618 y
1686/1685 con fosas-poste, fosa-vertedero (ue1498) y muro corrido (ue1700) (Fuente: Archivo
Proyecto Gavilanes).
Fig. 13. Contextos cerámicos de fases IIIa, IIIb y IIIc (Fuente: Archivo Proyecto Gavilanes).
Fig. 14. Restos cerámicos fenicios en Interfacies II/IV y I/II (Fuente: Archivo Proyecto
Gavilanes).
a.C., y su amortización a mediados del s. vii a.C. Para la fase IIIc contamos
con una datación de c.637 cal a.C. (GV-1680-25.1/KIA-40420) obtenida sobre
carbón de la estructura metalúrgica 11TS, y otra sobre semillas cuya fecha c.
508 cal a.C. (GV-1685-23.1/KIA-32359) se aparta a la baja de la acabada de
indicar, aunque en este caso desde el IRPAKIK Laboratory se nos advirtió de
su posible anomalía ante la escasez y baja calidad de la muestra, patente en la
incertidumbre de su alta desviación típica de ± 85.
Esta datación de los restos de la estructura metalúrgica 11TS, hoy por hoy
la mas antigua registrada en la zona en relación con la actividad metalúrgica
para la obtención de plata mediante copelación –en orígen quizás del mineral
argentífero del propio polígono minero de Mazarrón–, pudiera ser acorde con
el horizonte que planea sobre la construcción de la embarcación Mazarrón-2
según las dataciones conocidas sobre el mismo; el cargamento de este último
contenía, como se ha indicado con anterioridad, mineral argentífero y copelas
residuales del proceso de copelación. Los restos de copelas procedentes de la
fase fenicia de Mazarrón estan en estos momentos en proceso de estudio por
parte de M. Renzi a cuyos próximos resultados emplazamos, fundamental-
mente en lo que respecta a la procedencia del mineral en función del análisis
de los isótopos de plomo contenidos en las muestras; no obstante, sí sabemos
que todas las muestras del pecio analizadas (recogidas en distintos niveles del
Nuevos datos en torno a la presencia fenicia en la Bahía de Mazarrón (Sureste Ibérico)101
Fig. 15. Tabla de dataciones radiocarbónicas de Gavilanes III (Fuente: elaboración propia;
*Calibración: M. Stuiver, P.J. Reimer, R. Reimer: 14C Calibration Program,v.6.0,2010).
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LOS ALMADENES Y LA CUENCA DEL RÍO
MUNDO, UN MODELO DE PAISAJE CULTURAL
PARA LA PROTOHISTORIA ALBACETENSE
(HELLÍN, ALBACETE)1
época islámica, gracias a la descripción de la cuenca del rio Segura del geógrafo
musulmán Al-Zuhri en el año 1154 (Carmona, 1998 y 2007; Romera, 2014).
En este lugar el río Mundo discurre por el tramo encajonado del cañón hasta
desembocar en el río Segura, a unos 3 km al sur del yacimiento, y da lugar a
pequeñas áreas de vega allí donde el cañón se ensancha ligeramente. El inicio
del cañón se aprovechó para construir la pared del embalse de Camarillas en la
década de los años 30, a los pies del yacimiento.
Los ingenieros de la presa del pantano descubrieron restos arqueológi-
cos en torno al año 1931, posiblemente Los Almadenes, y lo notificaron a la
Comisión Provincial de Monumentos de Albacete, si bien el yacimiento no se
identificó claramente hasta el año 1973 por Jerónimo Molina García, director
del Museo Municipal de Jumilla (Murcia). La documentación se archivó y el
yacimiento no se redescubrió para la investigación hasta los primeros años 80.
En 1986 uno de los firmantes de este artículo inicia un programa de trabajo con
el objetivo de mejorar el conocimiento de las poblaciones del Bronce Final y
Primera Edad del Hierro de Albacete, dada la persistente escasez de datos sobre
el periodo en la provincia. Este proyecto motivó la elección de Los Almadenes
para un estudio más en profundidad por sus especiales características: la
Los almadenes y la cuenca del río Mundo, un modelo de paisaje cultural para la...107
El edificio 1
Aunque el edificio ya se dio a conocer en sus rasgos principales en las actas de
los congresos ya mencionados, conviene describirlo de nuevo aquí. Ocupa una
superficie construida aproximada de 330 m2 de los 3000 que tiene el enclave
de extensión. Está organizado en dos alas en torno a un gran patio cuadrangu-
lar, que es resultado de la reforma que unió lo que en origen eran dos viviendas
independientes (Fig. 3).
El lado oeste lo constituye una gran construcción de planta cuadrada irre-
gular dividida en cinco estancias. Por un ancho vano abierto en la fachada
oriental se accedería a la estancia A, un espacio rectangular interpretado como
un patio descubierto por su ancha crujía y por la ausencia de restos de techum-
bre, que sí aparecen en las estancias B y C. El equipamiento de este espacio es
una estructura circular maciza de mampostería de 1,5 m de diámetro, adosada
al muro oriental, interpretada como la base de un horno y, en la pared opuesta,
una pequeña estructura cuadrangular hueca con un estrecho vano cuya función
se nos escapa. Desde la estancia A se accede a la B a través de un amplísimo
vano. En su interior encontramos un gran hogar circular de placa realizado con
una solera de barro refractario rojizo. A poca distancia del hogar, un tabique
hecho con mampostería y adobes crea un nuevo espacio, la estancia C, equi-
pado con un hogar idéntico al anterior pero de menor diámetro, adosado al
tabique, dos basas de poste de barro endurecido y pintado de rojo y un banco
corrido de barro adosado al muro sur. Los adobes con restos de enlucido pin-
tado exhumados por los furtivos pertenecían a este tabique. Desde esta estancia
se accede al departamento D, equipado con sendos bancos de lajas de dolomita
adosados a las paredes largas este y oeste. Esta estancia tiene otra entrada
directa desde el patio A. La circulación en el edificio es, por tanto, circular. La
construcción de un pequeño tabique partiendo de la jamba de la puerta este de
la estancia D crea un nuevo espacio que distinguimos como estancia E, aunque
lo más probable es que junto al patio A formara un único ambiente dedicado a
actividades domésticas. De hecho, en lugar de tener una función tectónica, el
pequeño tabique parece estar resguardando un tercer hogar circular de placa
realizado, como los demás, con una solera de barro refractario rojizo.
El ala este del edificio está constituida por tres habitaciones independientes
denominadas F, G y H abiertas al patio central. El acceso a las estancias F y G
se realiza a través de un vano normal de unos 80-90 cm, mientras que el vano
de la estancia H presenta el mismo ancho de la crujía. Las dos primeras están
provistas de un banco corrido a lo largo de las cuatro paredes, en tanto que la
H presenta un solo banco adosado a la pared norte. El banco de la estancia F
está formado por un núcleo de piedras de pequeño tamaño enlucido mediante
una capa de barro rojizo que se conserva bastante bien en la parte frontal, salvo
en el muro sur y la esquina sureste. El banco de la estancia G, en cambio, está
realizado con barro de color anaranjado y escasas piedras de pequeño tamaño
y, aunque no se conserva bien en este punto, parece arrancar desde el umbral
de acceso a la habitación. Por último, el banco de la estancia H está formado
por pequeñas piedras trabadas con barro.
Solo la estancia G posee un hogar central del mismo tipo que los anterio-
res, circular, de unos 30 cm de diámetro, rodeado de un fino círculo de barro
anaranjado y solera de arcilla refractaria en su zona central. En el interior de
la estancia F, la excavación del nivel de derrumbe de la cubierta deparó el
hallazgo de un gran número de fragmentos de adobes e improntas de barro de
la techumbre.
Como se ha dicho, este gran edificio no se construyó de una sola vez,
sino que fue objeto de algunas reformas que definieron la planta final que
conocemos. El análisis de las relaciones estratigráficas entre los muros deja
entrever que en un principio existían de manera independiente la construcción
cuadrangular del ala oeste y la estancia F; en un segundo momento se adosó la
estancia G a la F y, no sabemos si inmediatamente después o tras un intervalo
de tiempo, se cerró el espacio intermedio con un largo muro al norte y otro al
sur formando el gran patio cuadrado central y la estancia H. Esta evolución
constructiva en, al menos, dos fases concuerda con la evolución funcional
apreciada en el edificio del ala oeste, el cual, tras un primer uso residencial,
pasó a utilizarse como almacén de vasos contenedores, ya que la estancia A
Los almadenes y la cuenca del río Mundo, un modelo de paisaje cultural para la...111
apareció tan llena de ánforas que el tránsito hacia la estancia C era imposible,
además de inutilizar el gran hogar central.
El muro meridional del patio limita al sur con otro espacio abierto inter-
pretado provisionalmente como una plazoleta y calle longitudinal, dado que
parece prolongarse al este y al oeste rebasando la extensión del edificio. A este
espacio abierto abre una construcción rectangular simple, que denominamos
Edificio 2, en cuyo interior solo aparece como equipamiento doméstico otro
hogar circular. El Edificio 1 está exento porque, además de esta calle al sur, a
las restantes fachadas no se adosa muro alguno y las respectivas estratigrafías
son compatibles con espacios abiertos. Aún más, la imagen aérea tomada en
2014 muestra con claridad cómo la fachada septentrional del edificio da a la
calle que procede desde la puerta este de la muralla y cruza longitudinalmente
el enclave.
Por último, queremos destacar el extraordinario conjunto de fragmentos
de barro de la techumbre y del equipamiento doméstico. Dada su frágil natu-
raleza, estos elementos de la edificación apenas se conservan en la mayoría de
yacimientos y solo un final súbito del hábitat provocado por un incendio, como
apuntan todos los indicios en este caso, preserva las fábricas de barro. Por el
momento solo se ha publicado un avance de la clasificación morfológica de
los fragmentos procedentes de las estancias del ala oeste del Edificio 1, como
adobes con restos de estuco pintado, revestimientos de bancos y postes de
sustentación, fragmentos con improntas vegetales de cañas, troncos circulares
y de vigas o tablas con lados rectos (Sánchez, 1999), si bien de las estancias
F, G y H también procede un conjunto numeroso de fragmentos. Así pues, el
registro de Los Almadenes es excepcional y su estudio aportará un hito más
en el conocimiento de las cubiertas y acabados interiores de las viviendas pro-
tohistóricas (Belarte, 1999-2000; Mateu, 2011; Rodríguez del Cueto, 2012;
Sanmartí et alii, 2000, 127-142).
La fortificación
El lugar elegido para la ubicación del yacimiento es la cima de forma triangu-
lar de un cerro cuyos lados oriental y septentrional caen abruptamente sobre
el cañón y el embalse de Camarillas, respectivamente. En las campañas de
1993 y 1995 solo era visible un lienzo de muralla macizo de unos 110 m de
longitud y ancho irregular de unos 2,5 m de media, que discurre cerrando el
lado meridional del triángulo, el más accesible, de forma que en las primeras
publicaciones la construcción defensiva se describió como un único lienzo de
muralla, planteado como una defensa pasiva a modo de muralla en barrera.
En el vértice occidental del triángulo el lienzo enlaza con el escarpe rocoso
septentrional formando un ensanchamiento más o menos cúbico en el exterior
112 Víctor Cañavate, Feliciana Sala, Francisco Javier López y Rocío Noval
Figura 4. 1. Imagen de la rotura durante los trabajos de limpieza y excavación. 2. Planta del
tramo de muralla intervenido (en rojo la línea de rotura). 3. Alzados intramuros y extramuros
del mismo tramo (en rojo la línea de rotura).
Figura 5. Vista de un tramo de la muralla oriental donde se observan las primeras hiladas del
paramento exterior sobre la roca.
se entiende mejor pues une los lienzos meridional y norte. Desde este punto
reforzaría la vigilancia de la subida más cómoda hacia el enclave, además de
hostigar a quien iniciara el recorrido por la base del escarpe en dirección a las
puertas de la muralla.
El urbanismo
Lo que conocíamos hasta ahora del urbanismo del poblado eran tres calles, al
norte, al oeste y al este del Edificio 1, así como un amplio espacio abierto al
sur, descubiertos durante los trabajos de los años 90. En la campaña de 2012
se documentó un espacio de circulación a intramuros del lienzo meridional,
a modo de camino de ronda. Finalmente, los trabajos de 2014 han puesto de
manifiesto nuevos datos sobre un urbanismo inédito hasta el momento.
La documentación de las estructuras visibles en superficie, registradas en
una cartografía digital, y contrastadas con la ortofoto, constituye la base del
análisis del urbanismo que aquí resumimos. A los dos edificios excavados en
extensión ya publicados se añaden, ahora, hasta quince construcciones más
distribuidas en torno a unas calles y plazas visibles en la imagen cenital (Figs.
9 y 10). Desde la puerta oriental de la muralla arranca una calle que recorre el
enclave de este a oeste hasta el bastión o torre del vértice occidental. Es la calle
de la fachada norte del Edificio 1 documentada en 1993. También se documen-
taron otras dos en las fachadas este y oeste y un amplio espacio abierto al sur.
La calle de la fachada este se visualiza en la imagen con un trazado norte-sur
que arranca en la calle longitudinal norte hasta casi el lienzo meridional de la
Figura 9. Planta topográfica general del yacimiento con los edificios documentados en
superficie y los ejes axiales que marcan los circuitos de accesibilidad y movilidad interna.
Figura 11. Planta del yacimiento con las zonas de concentración de material en superficie y las
áreas con la roca expedita.
Figura 12. Diagramas que representan los valores de profundidad, integración, control y
controlabilidad a partir de los ejes axiales. Los colores cálidos representan valores más altos
que los colores fríos.
120 Víctor Cañavate, Feliciana Sala, Francisco Javier López y Rocío Noval
una visión bien particular de un urbanismo que no debemos ver como una
trama densa, sino como un espacio planificado para construir tres o cuatro
grandes edificios, que almacenarían un elevado número de ánforas, y una serie
de construcciones sencillas a su alrededor racionalmente distribuidas entre
calles y plazas. Esta apreciación deberá tenerse en cuenta en el cálculo demo-
gráfico basado en la superficie construida.
A partir de la disposición de las estructuras documentadas en superficie
hemos iniciado el análisis de las relaciones sintácticas entre los espacios cons-
truidos, tanto abiertos como cerrados, y la circulación. Para ello transforma-
mos la planimetría del yacimiento en un mapa axial sobre el cual se analizan
diferentes parámetros como la profundidad, los valores de control y la integra-
ción2, que posteriormente son interpretados. Se observa que el sistema no es
superficial, sino que se caracteriza por la profundidad de su espacio, así como
por el control de las transiciones (cruces entre calles) por el espacio axial. Este
tipo de sistema creemos que corresponde a asentamientos diseñados ex novo,
donde se consigue controlar el espacio y la circulación mediante la concen-
tración de los accesos –puertas– en zonas muy concretas y bien defendidas.
En el caso de Los Almadenes las dos entradas se disponen en las vertientes
más escarpadas del cerro, creemos que bien custodiadas y defendidas, sobre
la única vía de acceso al enclave. Hemos de tener en cuenta que un centro
redistribuidor de productos como creemos que es Los Almadenes debe tener
bien protegido sus sistemas de custodia y fiscalizadas sus salidas.
Desde el punto de vista del espacio construido, la sintáxis espacial nos
ofrece una información muy valiosa que se encuentra en proceso de estudio.
Este tipo de metodología parte de la creación de un diagrama de permeabilidad
que aplicamos a la construcción de mayor complejidad conocida, el Edificio
1. De esta forma, la sintaxis del espacio permite relacionar su configuración
con respecto a la estructura social y las actividades que esta desarrolla, descri-
biendo y estudiando la arquitectura a partir del conjunto de relaciones sociales
generadas según la organización espacial y no por el aspecto físico y material
de la construcción, por lo que es un buen soporte teórico y metodológico para
interpretar la distribución espacial de las distintas actividades a diferente escala
(Cañavate, 2013). En la memoria científica profundizaremos en el nivel de
segregación de los espacios construidos cuyo esquema ya podemos observar
en la figura 12, observando además el grado de accesibilidad de cada espacio
con el exterior, su integración, qué espacios son controladores y cuáles son
controlados por otros (Fig. 13).
Figura 14. Síntesis del material cerámico recuperado durante las tres campañas de excavación.
1. Ánforas. 2. Cerámica a mano. 3. Cerámica a torno con y sin decoración. 4. Cerámica gris.
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Los almadenes y la cuenca del río Mundo, un modelo de paisaje cultural para la...127
* E
l equipo de trabajo que ha permitido que este artículo tenga contenido lo componen:
Francisco A. Molina Mas, Rafael Lozano Zumalabe, Blanca Quintana Selles, Rosa M.ª López
Martínez, Samuel Serrano Salar y José Luis Domenech de ARPA Patrimonio y Juan Antonio
Mira Rico (Servei Municipal de Patrimoni Cultural de Castalla).
Agradecemos la ayuda y consejos de Joan Ramón Torres, Inmaculada Gómez y Marius Beviá.
130 Marco Aurelio Esquembre Bebia y José Ramón Ortega Pérez
Intervenciones arqueológicas
Las obras para la construcción de un camino afectaron a una de las secciones
de la muralla del Castellar, el dueño de la finca y promotor Don Francisco
Gómez, con el fin de solucionar y reparar los desperfectos causados, contrató
a la empresa ARPA Patrimonio para que realizara un estudio de las caracterís-
ticas del yacimiento, un proyecto de intervención y la rehabilitación y reposi-
ción de las partes dañadas.
Las primeras intervenciones se realizaron en el 2004 y la última finalizó en
el otoño del 2012. El conjunto de intervenciones programadas han permitido la
delimitación, documentación y rescate de los restos arqueológicos encontrados
y la restauración y rehabilitación de las estructuras documentadas.
Estas actuaciones se han desarrollado en dos fases: la Fase I se inició en el
2004 y la Fase II se inició en el 2010. Los inicios de los trabajos se centraron
en: a– conocer las características arqueológicas del yacimiento y b– conocer
las características técnicas del tramo de muralla perdido. Para ello realizamos
una serie de sondeos y una limpieza de la zona seccionada de la muralla entre
las torres 1 y 2. Estos sondeos nos permitieron recoger y documentar la sufi-
ciente información para elaborar un proyecto de intervención en la estructura
de muralla dañada que fue aprobado convenientemente: «Proyecto Básico y de
Ejecución de Reconstrucción de Muralla, El Castellar. Villena, Alicante» que
conformaría la fase II.
Tras la autorización oportuna se ejecutaron las obras programadas, que
subsanaron el problema administrativo causante de esta intervención y permi-
tieron el conocimiento detallado de las características internas del yacimiento
en estudio. La metodología propia de las intervenciones en restauración y reha-
bilitación se expondrán en un artículo específico.
Con el fin de ampliar los datos sobre el yacimiento se solicitó y fue auto-
rizada una segunda fase, por la administración competente, con dos objetivos:
–– Excavación de tres de las estructuras documentadas en la fase I. E2,
E3, E4. completándose las dos primeras y parcialmente la E4. Sondeos
en los tramos A y B de la muralla para completar la información exis-
tente con el fin de efectuar trabajos de limpieza, reparación de tra-
mos dañados y reposición de piezas desplazadas así como confirmar
sus características tipológicas y técnicas y confirmar su cronología.
Sondeos del IV alX.
132 Marco Aurelio Esquembre Bebia y José Ramón Ortega Pérez
Estructuras
Nos encontramos ante un recinto fortificado en altura cuya principal estructura
consiste en un lienzo de muralla, ligeramente ataludado al exterior, que recorre
la vertiente W, de N a S, del cerro de El Castellar de manera sinuosa, adaptán-
dose a las irregularidades del terreno y evitando la aparición de áreas obscuras.
A este lienzo se le adosan diversas torres de defensa que defienden el paño,
destacando una torre oval a modo de gran bastión que bate la parte exterior del
acceso en falso codo.
A lo largo de la cara interna del lienzo de muralla se documentó un banco
adosado que haría la función de adarve. La técnica constructiva general es la
de mampuestos de grandes dimensiones, trabados en seco.
La antigüedad de los muros, sus características estructurales y constructi-
vas, la orografía del cerro, de gran desnivel y su exposición continuada a los
diversos agentes climáticos, explican el estado de degradación del yacimiento.
En particular el deterioro de los paramentos exteriores, en parte por la meteori-
zación en parte por la fuerte erosión que han ejercido una fuerte presión de las
rocas de base de la muralla lo que ha contribuido a un derrumbe parcial tanto
de los niveles inferiores como de los niveles superiores de la misma. Tras la
pérdida de los paramentos exteriores, el material interno se ha desplazado. La
escorrentía del ripio interior ha conformando unos conos de deyección carac-
terísticos que han colmatando las estructuras, saturándolas y afectando el con-
torno inmediato de las mismas, efecto que ha marcado la percepción visual que
se tiene de este yacimiento desde antiguo. El paisaje antes de la intervención
es el de una línea irregular de piedras sin orden aparente conformando grandes
masas informes de bloques ycantos.
Paisaje característico de este tipo de yacimientos como los yacimientos de
Camara. (Jover, 1996), Alt de Benimaquia (Díes, Gómez y Guerín, 1991) o el
recientemente publicado Les Barricaes (Trelis y Molina, 2014).
En el interior del recinto amurallado, de algo más de 1 hectárea, se han
localizado restos de construcciones con diferentes formas distribuidas a lo
largo y ancho de la superficie amesetada intra muros del Cerro.
El poblado fortificado del Castellar: Villena (Alicante)133
interior entre ambos está rellenado con ripio y tierra. Al interior se le adosa un
banco corrido de 80 cm de anchura construido con la misma técnica que podría
hacer las funciones de adarve.
El poblado fortificado del Castellar: Villena (Alicante)135
Figura 4. Detalle parcial de un tramo del adarve y rampa de subida a la torre de entrada.
de productos transportados en los carros que accederían hasta este punto del
poblado.
La intervención en el interior del recinto amurallado se ciñó a la exca-
vación de tres catas en tres partes diferenciadas del cerro, E2, E3 y E4. Los
sondeos se distribuyeron atendiendo a la existencia de restos de estructuras que
se observaban en el terreno. La excavación confirmó la existencia de los restos
de tres edificios de diferentesfacturas.
E2. El sondeo denominado E2 se dispuso en la corona del cerro del Castellar.
La observación inicial nos indicaba un espacio muy alterado y erosionado con
poco o nulo sedimento arqueológico. La excavación de este sondeo nos ha
permitido documentar la existencia de tres edificios claramente diferenciados
(E2a, E2b y E2c), dos de ellos excavados y perfectamente documentados y un
tercero sin excavar.
Las estructuras se construyen sobre la roca y tanto por sus características
como por su composición son los restos de las bases de tres edificios. Las
estructuras documentadas son una series de muros perfectamente definidos
en su paramento exterior con esquinas en ángulos rectos, su fábrica es de blo-
ques de caliza local, trabajados la gran mayoría con leves toques para generar
superficies más o menos planas. Las esquinas están conformadas por bloques
en el que se definen un mayor trabajo, siendo algunos de grandes dimensio-
nes. Los paramentos interiores no están definidos, estructurándose como una
especie de pavimento de losas y bloques que cubren, en los lados conservados,
140 Marco Aurelio Esquembre Bebia y José Ramón Ortega Pérez
Esta configuración del relleno nos permite valorar que el edificio en cues-
tión para salvar el buzamiento del terreno y generar una superficie horizontal,
construyen una plataforma más o menos regular sobre la que dispondrán el
pavimento de la vivienda.
Materiales
Los restos cerámicos hallados en las excavaciones arqueológicas realizadas en
El Castellar, son escasos y su grado de fragmentación es alto. Este hecho no
ha sido un obstáculo para que hayamos podido reconstruir, a partir de los frag-
mentos recuperados, varios de los diferentes tipos de piezas fabricadas a torno
que componen la vajilla del período fenicio: platos y ampollas de cerámica de
mesa, cuencos trípodes para la preparación de alimentos y vino, y ánforas para
el almacenamiento y transporte de diferentes productos.
Casi en su totalidad, un 94% del material documentado, pertenece a piezas
de cerámica a torno. Los bordes de plato de cerámica gris oscuro, casi negro,
encontrados pertenecen a una de las producciones a torno más típicas y pecu-
liares de este período en la Península Ibérica. Estos platos, característicos de
finales del siglo vii a.C., presentan un borde saliente que forma una pequeña
ala, una base con talón y un acabado bruñido que le da un aspecto brillante, que
en ocasiones aumenta por la aplicación de una capa de engobe también gris.
Materiales perfectamente clasificables dentro del conjunto tipológico de Peña
Negra B5 (González Prats,1983).
El poblado fortificado del Castellar: Villena (Alicante)145
Conclusiones
Las intervenciones en el yacimiento del Castellar se han centrado en tres
aspectos muy definidos a– Estudio previo, b– Excavación arqueológica y c–
Rehabilitación y puesta en valor del yacimiento. Estas intervenciones nos han
permitido documentar partes fundamentales del yacimiento así como un redu-
cido registro material pero significativo y contrastable ya que es producto de la
excavación de cuatro estructuras diferenciadas, Muralla y Edificios E2, 3 y4.
El poblado fortificado del Castellar: Villena (Alicante)147
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152 Marco Aurelio Esquembre Bebia y José Ramón Ortega Pérez
Las investigaciones que se llevaron a cabo desde los años 70 hasta principios
de los 90 del siglo pasado en el yacimiento arqueológico de la Penya Negra per-
mitieron documentar un asentamiento de 34 ha según A. González (1993, 185),
dimensión revisada más tarde por J. Moratalla (2004, 153) –15 ha– y A. Lorrio
(2014, 4) –28 ha–, cifras que cualquier caso nos dan una idea de la importancia
de este asentamiento. Pero no solo es grande en cuanto a sus dimensiones, las
diferentes campañas de excavaciones nos han puesto delante de una compleja
y variada secuencia en la que se ha individualizado un poblado del Bronce
Final del s. ix a.C. con una floreciente actividad metalúrgica –Penya Negra I,
en adelante PN I–, el cual en el s. vii a.C. se transforma en una ciudad tartéssica
–PN II– consecuencia del mestizaje con las poblaciones fenicias de la costa
mediterránea peninsular, ciudad que su excavador la ha identificado como la
ciudad de Herna citada en el periplo de Avieno (González, 1993a, 187).
Está de más hacer una historia de la investigación sobre este yacimiento
por ser sobradamente conocido, historia que por otra parte resultaría extensí-
sima y sobrepasaría el fin y los límites de esta comunicación. Fundamental
ha sido documentar su facies funeraria localizada en el vecino cerro de Les
Moreres, cuyos estudios la han encuadrado entre el Bronce Final y los inicios
del Período Orientalizante (González, 2002).
Con la Penya Negra también hay que relacionar dos fortines del Período
Orientalizante situados a la parte septentrional del mismo en dos elevaciones
156 Julio Trelis Martí y Francisco Andrés Molina Mas
Evidencias arqueológicas
El estudio arquitectónico de «Les Barricaes» y «El Cantal de la Campana»
se ha basado en la elaboración de ortofotos. Para este fin se ha realizado un
levantamiento fotogramétrico aéreo, con la toma de puntos de control o targets
debidamente georreferenciados en el sistema de referencia global ETRS89,
gracias a la utilización de un hexadrone. Este pequeño helicóptero telediri-
gido de seis hélices se ha equipado con una cámara fotográfica que obtiene
una secuencia de una imagen por segundo, creando un mosaico de imágenes
que posteriormente se procesan mediante el software fotogramétrico Agisoft
Photoscan, generando su modelo en 3D con una única ortofoto cenital detallada
158 Julio Trelis Martí y Francisco Andrés Molina Mas
trazado ligeramente irregular en los lados largos y las esquinas al Este son cur-
vas, lo cual respondería a la necesidad de utilizar una arquitectura geomórfica,
adaptando la construcción a la orografía de la superficie sobre la que se asienta.
El edificio se completa con cinco torres cuadrangulares que también podrían
tener la función de contrafuertes, con unas dimensiones de 3’80x4’30 m aprox.
(T1), distribuidas por los flancos Sur, Este y Norte, los más accesibles, estando
ausentes en el flanco occidental donde la muralla se asienta sobre una super-
ficie escarpada que actúa como defensa natural. La ubicación de todas ellas, a
una equidistancia de 11 m, coincide claramente con la proyección de las curvas
de nivel de sus derrumbes, generadas a partir del modelo digital. Las torres son
estructuras claramente adosadas a la muralla que, en el caso de la T4 y la T5
situadas en los ángulos septentrionales, uno de sus lados es la prolongación
160 Julio Trelis Martí y Francisco Andrés Molina Mas
Fig. 4. «Les Barricaes». Detalles del acceso, del tramo superior de la T1 y del exterior del
lienzo de muralla E.
Fig. 7. «El Cantal de la Campana». Detalles del exterior del lienzo de muralla W, del exterior
del lienzo de muralla S y del interior del lienzo de muralla S.
Fig. 8. «Penya Fongua». Vista general de la ladera oeste desde el «Coto Memoria» y detalle de
la misma con indicación del recorte en el sedimento.
Fig. 9. «Coto Memoria». Vista general desde «Les Barricaes» y detalle de uno de los muros
longitudinales.
1. No hemos creído necesario realizar un estudio cuantitativo debido al escaso registro material.
Es un conjunto con escasas variaciones formales y su resultado no aportaría nuevos datos más
allá de la notoria realidad artefactual de estos asentamientos que es el predominio absoluto de
los grandes contenedores anfóricos.
Control y defensa del territorio de la Penya Negra (Crevillent, Alicante): los fortines...165
Fig. 10. Fragmentos de ánforas de «Les Barricaes» (BR) y «Coto Memoria» (CM), y
fragmento de trípode de «Penya Fongua» (PF).
168 Julio Trelis Martí y Francisco Andrés Molina Mas
primas (González, 1983, 36; Moratalla, 2004, 604). Esta ciudad gozaría de unas
buenas defensas al Norte con los fortines de «El Cantal de la Campana» y «Les
Barricaes», objeto de esta comunicación. La ciudad de los muertos de Herna
está en el cerro de Les Moreres más al Sur, aunque seguramente este lugar no
albergue la totalidad de las sepulturas de este período (González, 2002 y 2005,
804). La Cova de l’Aire posee escasos materiales, pero los suficientes como
para proponerla como una cueva santuario (Moratalla, 2004, 170). Los otros
asentamientos de la Sierra de Crevillent –«Penya Fongua», «Coto Memoria»
y «Pic de les Moreres»– en caso de ser asentamientos orientalizantes, de los
cuales hay dudas más que fundadas, serían como propone J. Moratalla (2004,
604) atalayas o puntos de vigilancia de similares funciones a la de los fortines.
Más al Sur, pero aún en tierras crevillentinas, se encontró un área de necrópolis
con una sepultura en urna tipo Trayamar y unos medallones semielipsoides con
la cara anterior convexa decorada que serían matrices de orfebre de un taller
orientalizante conjunto que, unido al hallazgo del tesorillo de Penya Negra,
nos hablan de una orfebrería floreciente en el contexto de una extraordinaria
eclosión cultural que acontece en estas comarcas González (1978 y 1989).
Participando de la misma llanura aluvial, tenemos los restos de la Casa de
Secà y La Alcudia en Elche que, al menos el primero, nos indica que habría
una serie de establecimientos agropecuarios en zonas muy aptas para el cultivo
junto al cauce del río Vinalopó y asimismo participarían del aprovechamiento
de las salinas que aún existen en su entorno (Soriano, Jover y López, 2012).
En el tramo final del río Segura están los Saladares (Orihuela, Alicante)
que tendría un carácter similar a los yacimientos ilicitanos, y además el control
de la vía de comunicación fluvial (Moratalla, 2001, 192). Dicho control tam-
bién se ejercería desde el Castillo de Santa Bárbara (Cox, Alicante) –localizado
junto a las vetas mineras de la Sierra de Callosa–, pero en este último caso el
control se dirigiría tanto al cauce del río Segura como al Corredor de Abanilla
(Moratalla, 2001, 193).
Por último, toca hablar de los imponentes yacimientos de Guardamar del
Segura, de los cuales La Fonteta sería una colonia fenicia fundada en el siglo
viii a.C. (González, 2010), con una interacción entre fenicios e indígenas de
PN II que tendría como objeto el abastecimiento de metales. En este sentido
indicar que no se sabe si los fenicios de La Fonteta se deben a la metalurgia
de PN II o es La Fonteta la que propicia la importancia de la metalurgia de
PN II (González, 2000, 110). A pesar de estar atestiguada una extraordinaria
actividad metalúrgica, La Fonteta/Rábita sería un lugar comercial más que de
producción de objetos y los minerales vendrían de fuera puesto que el entorno
es pobre en estos recursos (Rouillard, 2010, 87).
Aplicando el patrón de asentamiento de las colonias fenicias, contamos
a unos 3 km al interior pero casi en lo que sería la misma línea de costa de
170 Julio Trelis Martí y Francisco Andrés Molina Mas
Consideraciones finales
El emplazamiento de ambos fortines nos indica con toda claridad que una de
sus funciones era el control y la defensa directa de la Penya Negra por el Norte.
Desde «El Cantal de la Campana» se divisa claramente el Valle Medio del
Vinalopó, vía de penetración natural hacia la Meseta. Desde «Les Barricaes»,
en cambio, se divisa la Vega Baja del Segura, que conecta principalmente con
la Alta Andalucía, y todas las tierras comprendidas entre las desembocaduras
de los ríos Vinalopó y Segura.
Los fortines flanquean un camino que en la actualidad comunica la Sierra
de Crevillent con el Valle Medio del Vinalopó, camino que probablemente sea
heredero, si no el mismo fosilizado, del que en el I milenio a.C. conectaba la
Penya Negra con la Meseta. Su localización, al final de una ruta ganadera y
comercial, así como la actividad metalúrgica del Bronce Final, convertiría al
poblado en uno de los principales centros de distribución de metales desde el
Mediterráneo peninsular, contribuyendo a establecer una colonia fenicia en La
Fonteta (Guardamar del Segura, Alicante), atestiguado asimismo por la docu-
mentación de productos fenicios en el Corredor del Vinalopó, llegando incluso
al yacimiento de El Macalón (Nerpio, Albacete) (González, 2005, 803). La
elección de La Fonteta para instalar esa colonia fenicia se debió a la excelente
comunicación con la Alta Andalucía y la Meseta, constituyendo asimismo el
punto final de la ruta de las islas (González, 2010, 63). La Fonteta/Rábita es la
colonia fenicia más septentrional y sería una elección deliberada que se debe al
Control y defensa del territorio de la Penya Negra (Crevillent, Alicante): los fortines...171
2. A. González (1983, 150) ha llegado a denominar «muralla» a gruesos muros de los sectores
IB, IV y VII que enmarcaran conjuntos de estancias, pero deja en el aire tal función defensiva.
Este mismo autor se refiere a encintado de muralla para la ciudad de PN II (González, 1993,
185). Por su parte J. Moratalla (2001, 191) niega la existencia de fortificaciones en Penya
Negra, función que tendrían los fortines de «Les Barricaes» y «El Cantal de la Campana».
3. Nuestro agradecimiento por la información que nos han proporcionado a M.ª Milagrosa Ros,
Rocío Izquierdo y Fernando Prados, profesores de las Universidades de Murcia, Sevilla y
Alicante respectivamente, y a E. López gerente de ALEBUS S.L.
172 Julio Trelis Martí y Francisco Andrés Molina Mas
asentamiento fortificado de finales del siglo vii a.C. que se ubica a 600 m al
Sureste de El Castellar de Librilla (Murcia), el núcleo de población principal
y de mayor extensión, pero al otro lado de la rambla de Algeciras. La fortifi-
cación se construyó sobre un cerro alargado junto al paso por la mencionada
rambla, lo que facilita el control visual de la vía natural de comunicación hacia
las áreas litorales de Cartagena y Mazarrón. Sus excavadores, a raíz del descu-
brimiento de varias estancias que interpretan como almacenes solo en parte de
su espacio interior, otorgan a El Murtal una segunda funcionalidad, como es la
defensa de los productos que allí se guardaban.
Aunque la fortificación de El Murtal dobla casi en tamaño a «Les Barricaes»,
llama la atención el grado de similitud de las estructuras defensivas que se
levantaron en ambos asentamientos, coincidiendo tanto el grosor de la muralla
–entre 2’7 y 2’5 m– como la forma, la disposición de las torres-contrafuertes, y
en ambos las técnicas constructivas guardan muchas semejanzas. Por el contra-
rio, en nuestro caso, carecemos de estancias interiores visibles, y únicamente
disponemos de un conjunto de fragmentos cerámicos recogidos en superficie
que, dentro del escaso registro cerámico que existe y teniendo en cuenta el
mayor porcentaje de restos anfóricos, podemos pensar que también albergara
almacenes en su interior, en sintonía con lo expresado por Pernas (2008, 143).
Es sabido que este tipo de construcciones con murallas imponentes conlleva-
ban un gran carga simbólica, otorgando un enorme prestigio y poder, pero se
trataría de valores añadidos, ya que su origen respondería a un peligro existente
y su función primordial sería la de impedir el asalto al asentamiento (Díes,
2001: 74). La construcción de estas fortificaciones supondría una considera-
ble inversión de mano de obra, tiempo y materiales, por lo que, aparte del
consabido prestigio, se buscaba erigir un elemento disuasorio que, por su sola
presencia, hiciera desechar la idea de atacar el recinto y saquear su contenido.
No cabe ninguna duda de que los fortines funcionarían principalmente
como instalaciones estratégicas, ejerciendo un control visual de las tierras
comprendidas entre las desembocaduras de los ríos Vinalopó y Segura y de
la zona de paso que permite el acceso a la Penya Negra desde el Norte. Pero
si les concedemos ese segundo rol comercial, en el caso de haber almacenes
similares a los de El Murtal, también desarrollarían un papel destacado durante
el intercambio de productos en las fechas en la que los mercaderes tenían esta-
blecida la parada en la Penya Negra, ya fuera de camino hacia la costa, hacia
la Vega Baja del Segura o hacia el interior por el tradicional eje de comunica-
ción del Valle del Vinalopó. La ubicación de estos fortines junto a las vías de
comunicación naturales, se vería favorecida tanto por su accesibilidad desde
la ruta comercial principal que atravesaba el Valle del Vinalopó, evitando el
tener que acceder hasta el núcleo de la Penya Negra, como por el control visual
Control y defensa del territorio de la Penya Negra (Crevillent, Alicante): los fortines...173
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LA LOMA DEL BOLICHE
(CUEVAS DEL ALMANZORA, ALMERÍA):
FENICIOS E INDÍGENAS EN UNA NECRÓPOLIS
ORIENTALIZANTE DEL SURESTE
Alberto J. Lorrio
Universidad de Alicante
Introducción
La Loma del Boliche es uno de los primeros cementerios de la Edad del Hierro
excavados en extensión en la Península Ibérica1. La intervención arqueoló-
gica fue llevada a cabo por Luis Siret y su capataz Pedro Flores entre 1907 y
1908, y dada a conocer por el investigador belga en su monografía Villaricos y
Herrerías (Siret, 1909, 422, 432 ss., figs. 33-37), donde incluiría una descrip-
ción general del cementerio, acompañada del dibujo de algunas de las piezas
más significativas. Diversos autores tratarían con posterioridad el cementerio,
destacando la revisión parcial de M. Osuna y J. Remesal (1981), en la que
incorporaron los materiales conservados en el Museo Arqueológico Nacional
(M.A.N.), la descripción de las tumbas por sus excavadores, así como la pla-
nimetría de uno de los sectores y dos perfiles topográficos, obra de Siret. No
obstante, al no contrastar estas informaciones se atribuyeron al cementerio
algunos objetos ajenos al mismo (de épocas tan diversas como el Neolítico, el
Calcolítico o el Bronce Final), al tiempo que otros presentan errores de ads-
cripción dentro de la propia necrópolis. Tampoco se incorporaron ciertos obje-
tos, sobre todo fragmentos de recipientes cerámicos, material especialmente
escaso en el cementerio, ni se incluyeron los dibujos de las sepulturas, obra de
Flores, de gran interés para el estudio de las estructuras funerarias.
1. Este trabajo se ha realizado dentro del marco del proyecto HAR2010-20479 del Ministerio
de Ciencia e Innovación «Bronce Final – Edad del Hierro en el Levante y el Sureste de la
Península Ibérica: Cambio cultural y procesos de etnogénesis».
178 Alberto J. Lorrio
2. La obra aborda la historia del yacimiento y el catálogo de sepulturas y ajuares (A. Lorrio),
el estudio de los materiales y la cronología del cementerio (A. Lorrio y M.ª D. Sánchez de
Prado), la topografía (A. Lorrio y T. Pedraz), las estructuras funerarias, el ritual, la interpre-
tación social y el contexto regional (A. Lorrio), en el que destaca la presencia de la ciudad
fenicio-púnica de Baria y sus necrópolis en las cercanías, además de una síntesis que enmarca
el cementerio en el marco del mundo funerario orientalizante de la Península Ibérica (M.
Torres). El trabajo incluye los análisis antropológicos (M.ª P. De Miguel) y de paleodietas (G.
Trancho y B. Robledo), los análisis de los restos antracológicos (E. Grau), los estudios de la
La Loma del Boliche (Cuevas del Almanzora, Almería):Fenicios e indígenas en una...179
La excavación
Se conserva abundante documentación relativa a la excavación en los cua-
dernos de campo, redactados por Pedro Flores (Cuaderno V) y el propio Siret
(Cuaderno VI), a quien se deben igualmente dos perfiles y la planta de un
sector del cementerio. Los trabajos comenzaron el 13 de mayo de 1907, según
se indica en el Cuaderno V, que incluye las tumbas 1 a 36, aunque desconoce-
mos la fecha exacta de su finalización, que pudiera ser 1908, según se refleja
en el croquis con la localización de las tumbas 37 a 47, añadido al final de las
páginas del Cuaderno VI dedicas a la necrópolis de Boliche. En el Cuaderno
V, Flores ofrece abundante información sobre las tumbas 1 a 36 y el dibujo
esquemático de cada una de las sepulturas, a lo que Siret añadió comentarios
puntuales y dibujos sobre algunas piezas significativas, así como una sección
estratigráfica con la posición relativa de las tumbas 3, 5 y 6 (Fig. 1,A). El
Cuaderno incluía otras sepulturas aparecidas en la zona, pero sin relación con
la necrópolis de la Edad del Hierro. Además, inmediatamente a continuación
de la tumba 34, señala que a 31 metros de la n.º 29, al Norte, y a 21 de la 6,
entre Norte y Este, «quedan 6 sepulturas sin registrar», lo que remite al grupo
de las tumbas 37 a 47 (posiblemente sean las 37 a 42, alineadas como confirma
la documentación de Siret incluida en el Cuaderno VI).
El Cuaderno VI fue redactado por Siret, a partir de unas notas manus-
critas realizadas en cuartillas sueltas, cuya grafía denota una mano diferente
a la que redactó el Cuaderno V, posiblemente un hijo de Pedro Flores. Las
descripciones son también más concisas y carecen de los detalles que vemos
en el primer cuaderno, pues falta la descripción y el dibujo de las estructuras,
ausentes igualmente en las notas. Incluye las tumbas 37 a 47, un plano con su
localización y una sección estratigráfica que recoge las cinco primeras tumbas
(Fig. 1,B). También dos sepulturas más (n.º 48 y 49) en la Loma de la Faja de
Guadalupe, que como en el cuaderno anterior carecen de cualquier relación
con la necrópolis protohistórica, descritas esta vez por Flores.
La tumbas 1 y 2 habían sido ya excavadas, no aportándose noticias sobre
la estructura y localización de la primera, por lo que los trabajos se iniciaron
con la excavación de las sepulturas 3 a 6. Cada tumba incluye información
sobre su posición relativa, generalmente respecto a otras dos ya descritas, lo
que ha permitido ‘reconstruir’ el plano de la necrópolis con cierta fiabilidad,
observándose la existencia de dos grupos de sepulturas claramente diferencia-
dos. Además, los cuadernos incluyen una descripción de las estructuras, con
sus dimensiones y características principales, de los restos humanos, a veces
con datos relevantes, como la posición del cadáver en la tumba 43, y de los
fauna (P. Iborra), y de la malacofauna (A. Luján), el estudio arqueometalúrgico (I. Montero y
M. Murillo-Barroso) y el análisis de las cuentas de collar de pasta (I. Martínez y E. Vilaplana).
180 Alberto J. Lorrio
Figura 1. A, Perfil estratigráficos de las tumbas 3 a 6 (zona A). B, Planta de la zona B y perfil
estratigráficos de las tumbas 37 a 41. C, Páginas del Cuaderno V con la descripción y croquis
de la tumba 27 (Archivo M.A.N.).
La Loma del Boliche (Cuevas del Almanzora, Almería):Fenicios e indígenas en una...181
3. Los trabajos de prospección superficial del terreno realizados entre 1986 y 1991 en la zona
permitieron a Chávez et al. (2002, 195) localizar la necrópolis sobre la loma, a 40 m s.n.m.
y «a unos 400 m a la derecha del curso actual del río Almanzora y a 800 m a la izquierda de
la Rambla de Canalejas», con unas coordenadas UTM de 30SXG073254, aunque el material
recuperado, muy escaso, consiste en «varios fragmentos de ánforas púnicas, otro de terra
sigillata hispánica, cerámica de cocina norteafricana y cerámica de cocina», en nada coincide
con el del cementerio, donde si bien hay materiales de épocas diversas, todos son anteriores a
la Edad del Hierro, y sí en cambio con las noticias aportadas por Siret respecto a otros yaci-
mientos dispersos por la zona, como reconocen los investigadores. La explotación minera a
cielo abierto que en los años 90 del siglo xx comenzó a extraer barita en la zona, actualmente
abandonada, ha eliminado cualquier posible evidencia arqueológica, al dejar un enorme soca-
vón de varios centenares de metros y las zonas próximas cubiertas de escombros.
182 Alberto J. Lorrio
Figura 2. A-B–, Plano de localización de la necrópolis de la Loma del Boliche (A), con la línea
de costa probable hacia el siglo VIII a.C. (B). C, Plano de la necrópolis a partir de los datos
topográficos de Flores y Siret. (B, según Hoffmann, 1988, tomado del Atlas Geográfico de la
Provincia de Almería).
La Loma del Boliche (Cuevas del Almanzora, Almería):Fenicios e indígenas en una...183
mediados del siglo vii a.C., aunque existe la propuesta de situar aquí un pri-
migenio asentamiento fenicio, posteriormente trasladado a Villaricos (López
Castro et al., 1987-88). Quedan otras opciones, relacionadas con algunos
hallazgos localizados por Siret en la zona de Las Herrerías, aunque difíciles
de contrastar por falta de datos (Lorrio, dir., 2014, 169 s.). Todas estas posibles
ubicaciones del núcleo de habitación tienen en común su localización hacia el
Sur del espacio cementerial, cuyo emplazamiento seguramente vendría deter-
minado por la topografía de la zona en la Antigüedad, con la línea de costa y
los cursos fluviales muy próximos a los lugares citados, lo que dejaría la zona
de Las Herrerías como única opción viable, con la ventaja de que por su mayor
altura respecto al entorno inmediato quedaría a salvo de posibles crecidas.
Como se ha señalado, se identificaron un total de 47 conjuntos, cuyas loca-
lizaciones relativas se han determinado a partir de las medidas y las orienta-
ciones respecto de los puntos cardinales dados por Siret y Flores. Las tumbas
se agrupaban en dos zonas (Fig. 2,C): la principal y más extensa (‘A’), de unos
169 m2, al Sur, integraba el conjunto más numeroso de sepulturas (2 a 36, y
posiblemente también la 1), y a unos 21 m hacia el Noreste, una segunda zona
(‘B’), de unos 26 m2, donde se documentaron las tumbas 37 a 47. En ambas
zonas se observan diferentes concentraciones de sepulturas y espacios vacíos
entre ellas. Es segura la existencia de superposiciones, tanto en el grupo ‘A’
(3-6), como en el ‘B’ (38-39 y 40-41), y probable la existencia de una estra-
tigrafía horizontal, con las tumbas más antiguas, fechadas entre medidos del
siglo viii y el siglo vii a.C., localizadas en su mayoría hacia el Este de la zona
‘A’ (Fig. 3). Se trata de un número reducido de conjuntos, con los que deben
relacionarse además buena parte de los objetos descontextualizados, evidencia
del crecimiento del cementerio, vinculándose con tumbas destruidas pertene-
cientes a las fases más antiguas. A partir de inicios del siglo vi a.C. se habría
producido un incremento del tamaño del grupo, como confirma el mayor
número de sepulturas que cabe fechar a lo largo de esa centuria, extendiéndose
el cementerio preferentemente en dirección oeste y norte, surgiendo ahora
un segundo núcleo de enterramiento en la zona ‘B’, lo que cabe relacionar,
como veremos, con la incorporación de población foránea de origen fenicio.
El momento final se sitúa hacia finales del siglo vi o ya a inicios del v a.C. con
una reducción drástica de la población enterrada en Boliche, pues solo unas
pocas tumbas se fechan en este momento.
Figura 3. Plano de la necrópolis con los diferentes tipos de tumbas identificadas (A) y
organización de la necrópolis por isócronas (B).
La Loma del Boliche (Cuevas del Almanzora, Almería):Fenicios e indígenas en una...185
la zona ‘B’, cuyas tumbas más antiguas corresponden a este tipo, y donde las
encontramos agrupadas, aunque también hay tumbas en hoyo superpuestas a
algunos busta (Fig. 1,B). Mucho menos frecuente es su presencia en la zona
‘A’, con los pocos ejemplos conocidos dispersos por el sector, aunque en la
zona más septentrional del grupo encontramos las tumbas 5 y 6. Finalmente,
las cistas corresponden a un tipo de uso tardío en la necrópolis, como confirma
que las dos que cabe interpretar como tumbas de enterramiento secundario
estén entre las más recientes del cementerio, sin que podamos decir nada res-
pecto a la tercera, de tamaño muy reducido y sin resto alguno en su interior.
Una parte importante de las cremaciones se realizaron en ustrina quizás de
uso colectivo, trasladándose posteriormente los restos a los hoyos destinados
a albergarlas, junto a los objetos del ajuar, en la mayoría de los casos direc-
tamente depositados sobre la tierra (posiblemente en algún tipo de tela), pues
conocemos muy pocas urnas cinerarias en esta necrópolis, solo una con seguri-
dad utilizada con tal fin. En algunos casos las cremaciones se realizaban en las
propias fosas utilizadas como sepulturas (busta), depositándose con posterio-
ridad los ajuares, pues solo excepcionalmente encontramos objetos quemados.
Las cubiertas en general eran sencillas, con piedras pequeñas o a veces alguna
losa en el caso de las tumbas en hoyo. Los hoyos y fosas estaban excavados en
el terreno, aunque algunos hoyos estaban revestidos de mampostería, sin que
falten cistas realizadas con lajas, una de ellas vacía por completo, por lo que
pudiera tratarse de un cenotafio.
Por lo común se trata de enterramientos individuales, aunque se conozca
alguno doble, generalmente dos adultos de diferente sexo o del mismo sexo
y diferente edad. Algo menos de la mitad de los individuos enterrados en
Boliche corresponderían a adultos, y en torno a un tercio eran juveniles o
adultos, habiéndose identificado un solo individuo infantil, con una presencia
ligeramente superior de mujeres que de hombres –40 % (con una proporción
equilibrada entre adultos y jóvenes-adultos) y 26,6 % (en su mayoría adultos),
respectivamente–, mientras que del tercio restante no ha podido determinarse
el sexo, habiéndose documentado casos de artrosis y de pérdidas dentales en
vida (De Miguel, 2014). Tenían una alimentación marcadamente vegetariana,
con un importante aporte de cereales, legumbres, vegetales verdes, fibra y fru-
tos secos, como bellotas, olivas y piñones, así como una ingesta mínima de
proteínas animales, que se concretaría en carne roja, siendo algo superior en
los varones que en las mujeres, con solo algunas excepciones, como un indi-
viduo con una importante ingesta de nutrientes ricos en fibra, especialmente
frutos secos, y otro consumidor habitual de productos marítimos o fluviales,
como moluscos, crustáceos o pescado (Trancho y Robledo, 2014).
Las cremaciones, realizadas a temperaturas altas o medias/altas (De
Miguel, 2014, 179 ss., tab. 17), habrían utilizado diferentes tipos de maderas,
La Loma del Boliche (Cuevas del Almanzora, Almería):Fenicios e indígenas en una...187
Figura 4. Plantas y secciones, a partir de los datos de Flores y Siret, de las sepulturas de
Boliche.
188 Alberto J. Lorrio
Ajuares y ofrendas
Los difuntos se acompañaban de algunos objetos de ajuar, así como de ofren-
das de diverso tipo. Los escasos materiales recuperados ponen de manifiesto
la relativa pobreza de este cementerio, lo que confirma que 20 sepulturas
carecieran de cualquier objeto de ajuar o de ofrenda. Destaca, no obstante, la
presencia de algunas joyas de carácter fenicio-púnico, como 2 cuentas de oro y
algunos adornos de plata (Fig. 5,A), entre ellos un colgante astral, y una vein-
tena de objetos de bronce, como 2 piezas de tocador, 2 brazaletes, 3 aretes, 1
colgante, 1 adorno indeterminado, así como algunas anillas, varillas y láminas
(Fig. 5,B). También se recuperaron 2 cuchillos de hierro en una misma sepul-
tura (Fig. 5,C). Singulares son también 2 collares de cuentas de pasta silícea
y una cuenta también de pasta que formaría parte de un collar integrado por
las cuentas de oro antes citadas (Fig. 5,D), además de un distribuidor de collar
de hueso (Fig, 5,E). Algunas vasijas cerámicas completan el repertorio mate-
rial de esta necrópolis, en su mayoría vasos de ofrendas y excepcionalmente
recipientes cinerarios realizados a torno, pudiendo destacar algunos platos de
engobe rojo de talleres malacitanos, una lucerna de dos picos y una copa con
decoración bícroma, piezas todas ellas de procedencia fenicia, así como algún
plato y una olla de cerámica gris y algunas ollas o urnas de cerámica oxidante
con decoración pintada, entre las que destaca una urna de orejetas (Fig. 5,F).
Otro elemento, de claro valor simbólico, frecuente en contextos funerarios
púnicos, son los huevos de avestruz, identificándose los restos de tres ejempla-
res incompletos (Fig. 5,H). Además, se ha localizado un reducido conjunto de
ofrendas de animales, de malacofauna o de frutos.
Es poca la información que proporciona Flores o Siret relativa a la locali-
zación de los elementos citados en el interior de las sepulturas. Sabemos que
La Loma del Boliche (Cuevas del Almanzora, Almería):Fenicios e indígenas en una...189
Figura 5. Principales objetos recuperados en Boliche. A, Orfebrería: 1-2, Cuentas de oro; 3-5,
colgante astral (3) y aretes (4-5) de plata. B, Objetos de bronce: 1, pinzas; 2, ‘limpia orejas’;
3, colgante; 4-6, brazaletes acorazonados y simples; 7-9, aretes; 10-16, anillas; 17, varilla
apuntada. C, Cuchillos de hierro; D, Cuentas de composición silícea discoidales (1), anulares (2)
y segmentadas (3). E, Distribuidor de collar realizado en hueso; F, Cerámica a torno: 1-4 platos
de engobe rojo; 5, lucerna; 6, copa con pintura bícroma; 7-8, ollas pintadas; 9, urna de orejetas;
10-13, platos y urna grises; 14, ollita oxidante. G, Cerámica a mano: fragmento de olla decorada
con impresiones. H, Huevos de avestruz con decoración pintada (B,2 y F,4-5 y 7, según Siret,
1909; F,9 y H, según Osuna y Remesal, 1981).
190 Alberto J. Lorrio
la olla de la tumba 4, calzada con tres piedras, se depositó junto al lado sur;
mientras que la de la tumba 9 estaba a poniente, al tiempo que lo que Siret
interpretó como su tapadera se depositó en relación con los restos de la cre-
mación. En la tumba 11, las pinzas aparecieron a 10 cm del suelo, mientras
que un fragmento de taza –que quizás procediera del relleno, junto con otro de
cerámica a mano–, se encontró a 25 cm del piso. En la 27, la urna de orejetas,
con los restos de una cremación (27A) y uno de los cuchillos, apareció a 45
cm del piso, mientras que las varillas de bronce se colocaron encima de la
«taza»; entre los restos de la segunda cremación (27B) se hallaron las posibles
ofrendas faunísticas, restos de otro cuchillo de hierro y un fragmento de varilla
de bronce, sin que se explicite la posición relativa de este segundo conjunto.
Finalmente, en la tumba 39, el arete apareció «a los 0,60 m de los huesos».
Algunos de los objetos depositados en las tumbas estaban quemados, lo
que sugiere que se depositaron antes de encender la pira funeraria, como los
cuchillos del conjunto 27, rotos e incluso deformados de forma intencional, o
alguna pieza de bronce, igualmente deformada, como el adorno de la tumba 40
(pero no en cambio las piezas de plata o el objeto de tocador de bronce de esta
sepultura), o los restos fragmentarios de la 19. En otros, el material se depositó
después de la cremación, con independencia de que se tratara de tumbas en
hoyo o en busta, como ocurre con los collares de cuentas de oro y pasta de las
tumbas 43, 19 y 25, el colgante astral o el arete de plata, este incompleto, algu-
nos adornos, como los aretes o los brazaletes, el de la tumba 17 conservado
de forma parcial, o los utensilios, como las pinzas de depilar de la tumba 11
o la pieza de tocador de la 40. También las diversas ofrendas faunísticas o de
frutos aparecieron quemadas, lo que como veremos no necesariamente debe
relacionarse con el proceso de cremación del cadáver.
La necrópolis de Boliche ha proporcionado un interesante conjunto de
objetos de aseo personal, adornos de variado tipo (brazaletes acorazonados y
simples, aretes, colgantes y collares) y otros objetos de difícil interpretación,
como varillas, láminas o vástagos, realizados en bronce, aunque esté igual-
mente presente un reducido conjunto de joyas de oro y plata. Las tumbas de
cremación secundaria son las que incorporan la mayoría de estos elementos,
como los dos aretes de plata de la tumba 35 (Fig. 5,A,4-5), aunque los objetos
más abundantes sean los realizados en bronce, principalmente adornos como
brazaletes (Fig. 5,B,4-6), aretes (Fig. 5,B,7-9), o algún colgante (Fig. 5,B,3).
No faltan los objetos de tocador, como las pinzas de depilar de la tumba 11
(Fig. 5,B,1) o el relacionado con la higiene del oído (Siret, 1913, 160) de la
40 (Fig. 5,B,2), un objeto del que existen un buen número de ejemplos en
ambientes fenicio-púnicos y orientalizantes, realizados en bronce, como
el de Boliche, pero también en plata, lo que evidencia su carácter suntuario
(Maass-Lindemann 1995a: 74, fig. 12,84). También se ha registrado algún otro
La Loma del Boliche (Cuevas del Almanzora, Almería):Fenicios e indígenas en una...191
cremación. Parece más probable que pudiéramos estar ante un rito específico
realizado en el interior del hoyo donde se depositarían las cenizas del cadá-
ver, un ritual de purificación previo al cierre definitivo de la sepultura, bien
documentado en la necrópolis de Tiro (Aubet, 2006, 43) con posterioridad a la
colocación de la urna y el ajuar en el interior de la sepultura, con una cuidada
selección de especies vegetales. En Boliche, se habría quemado madera de
olivo, también usada en las cremaciones, y se depositarían a continuación los
restos del cadáver, de los que no se han conservado evidencias –«y encima
del carbón ceniza del cadáver», dice Flores–, sin que se aporten datos sobre
la situación concreta de las frutas y el esparto. La presencia de esparto está
documentada en otros dos conjuntos, aunque solo tengamos información del
21, donde el esparto quemado «trabajado en tejido» apareció sobre los res-
tos humanos, lo que permite, también en este caso, su interpretación como el
contenedor de alguna ofrenda no conservada4, aunque la ausencia de carbones
sugiere que la ofrenda pudiera realizarse tras el proceso de cremación, con la
pira sin apagar por completo.
4. Los análisis carpólogicos de Villaricos I, confirman la presencia de higuera (Picus carica L.),
estando ausente el esparto (Stipa tenacisima), documentado, sin embargo, en los niveles del
Bronce Tardío de Fuente Álamo (López Castro, 2003, cuadros 2 y 3).
La Loma del Boliche (Cuevas del Almanzora, Almería):Fenicios e indígenas en una...197
Sociedad y etnicidad
Uno de los temas de mayor interés en el estudio de un cementerio protohis-
tórico como el de Boliche es el de su interpretación social y étnica, pues si
de forma mayoritaria la población enterrada en este cementerio puede con-
siderarse como indígena, algunas sepulturas pudieran tener una procedencia
distinta, posiblemente fenicia, dadas las características de las estructuras fune-
rarias y los ajuares, en lo que no sería ajena la cercanía de la ciudad de Baria.
Boliche es una necrópolis que cabe considerar como pobre en el marco
de los cementerios orientalizantes (Torres, 2014, 173), pues muchas tumbas
no proporcionaron objeto alguno o, en el mejor de los casos, algunas sencillas
cerámicas o pequeños bronces, y solo unas pocas destacan sobre las demás, no
tanto por la cantidad de objetos, sino por la presencia de elementos que cabe
considerar como más valiosos, a los que cabe atribuir un valor ‘social’, tanto
198 Alberto J. Lorrio
por tratarse de piezas exóticas, como por el uso de metales preciosos o por la
mayor inversión de tiempo necesario para su realización. Si tenemos en cuenta
el simple recuento del número de objetos, observamos cómo el 42,6 % (n = 23)
de los casos carece de cualquier elemento de ajuar, el 29,6 % (16) proporcionó
un único objeto, el 12,9 % (7) dos y el 11,1 % (6) tres, mientras que únicamente
el 1,8 % en cada caso (1) atesoró cuatro y seis, las tumbas 11 y 40, respecti-
vamente. Esta valoración pone de manifiesto la existencia de algunas tumbas
con más objetos, que como ocurre con la sepultura 40 son también de mejor
calidad o más exóticos, lo que permite vislumbrar una cierta jerarquización
social, aunque deja de valorar otros casos singulares, como la tumba 43, que
es la única que ofrece objetos de oro y cuya estructura funeraria es una fosa
con canal, única en la necrópolis, a lo que debemos añadir la posibilidad de
que se trate de individuos de carácter foráneo en ambos casos. De esta forma,
al intentar correlacionar los equipos funerarios y la «riqueza» o el estatus de
los individuos enterrados en Boliche, debe tenerse en consideración, junto al
número de objetos y la variabilidad o la calidad y exotismo de los ajuares,
la diferente procedencia etno-cultural de algunos individuos, dada la posible
presencia de un reducido número de fenicios, posiblemente mujeres, lo que
incidiría en las costumbres funerarias reflejadas en el cementerio.
La necrópolis de Boliche presenta unas claras peculiaridades entre las
necrópolis orientalizantes del Mediodía y el Levante peninsular (Torres, 2014).
Llama la atención la escasa utilización de recipientes cerámicos para albergar
los restos de las cremaciones, una costumbre generalizada en los cementerios
orientalizantes peninsulares y habitual en el Sureste ya desde el Bronce Final
(Torres, 1999; Lorrio, 2008a). También su aparente pobreza, lo que no excluye
la presencia de importaciones, a veces objetos suntuarios que resaltarían el
estatus del personaje, al tiempo que confirman las influencias coloniales en la
población enterrada en Boliche, que culminarían con la adopción de las fosas
de cremación primaria, o busta, con o sin canal, elementos todos ellos que,
en algún caso, podrían ser incluso evidencia de la procedencia foránea del
difunto. Otro aspecto singular es la ausencia de elementos relacionados con
la vestimenta, lo que podría afectar incluso a prácticas ceremoniales, toda vez
que se trata de objetos frecuentes en las necrópolis orientalizantes contempo-
ráneas –no así en las fenicias–, cuya presencia está bien documentada en el
Sureste en sepulturas del Bronce Final Reciente (Lorrio, 2008a, 247-252).
Los ritos y las estructuras funerarias, las características de los ajuares, o la
propia organización del cementerio ponen de manifiesto la interacción entre
poblaciones de procedencias diversas, lo que ya fuera señalado por Siret (1909,
432 s.), para quien los ajuares evidenciaban dos «civilizaciones» distintas, la
«indígena», que consideraba de carácter céltico, y la «púnica». La tradición
indígena hunde sus raíces en los grupos locales del Bronce Final del Sureste
La Loma del Boliche (Cuevas del Almanzora, Almería):Fenicios e indígenas en una...199
Conclusiones
La necrópolis de Boliche constituye un interesante documento de los contac-
tos entre indígenas y colonos fenicios en las tierras del Sureste, un fenómeno
relativamente frecuente a lo largo de las costas mediterráneas de la Península
Ibérica. Su estudio permite analizar de forma excepcional la profunda trans-
formación ritual, ideológica, social, tecnológica, económica o subsistencial de
una comunidad indígena instalada junto a la desembocadura del río Almanzora
durante la etapa más avanzada del Bronce Final y el inicio de la Edad del
Hierro, al tiempo que evidencia la complejidad de las relaciones entre ambas
poblaciones, que van más allá de los habituales procesos de aculturación o de
interacción, al documentarse la presencia de tumbas relacionadas posiblemente
con población fenicia, al parecer mujeres en su mayoría, cuya estrecha vincu-
lación con la comunidad indígena se evidencia por el uso del mismo espacio
cementerial, aunque mantuvieran una cierta independencia como confirma el
que ocuparan un sector individualizado de la necrópolis.
La presencia de este segundo núcleo de enterramiento coincidiría con la
fase de mayor desarrollo del cementerio. Por lo que sabemos hay muy pocas
tumbas correspondientes a las fases más antiguas, fechadas entre medidos
del siglo viii y el siglo vii a.C., aunque parte del material descontextualizado
corresponda a estos momentos, evidencia de sepulturas alteradas, posible-
mente por el crecimiento de la necrópolis a partir del siglo vi a.C. Durante esta
etapa inicial la comunidad de Boliche podría identificarse con un grupo genti-
licio, integrado por un número reducido de individuos, inferior posiblemente
a las 10 personas, un escenario no muy diferente al que nos aportan los grupos
del Bronce Final de la zona (Lorrio, 2008a, 411-412). A partir de la segunda
202 Alberto J. Lorrio
mitad del siglo vii se observa un incremento del tamaño del grupo, que se hace
más evidente ya desde inicios del siglo vi a.C., cuando se asiste a una fase de
crecimiento de la comunidad vinculada a la necrópolis, que coincidiría con la
aparición de un nuevo sector de enterramiento, posiblemente incluso con la
incorporación de población foránea.Este fenómeno expansivo no iría más allá
de finales del siglo vi, como confirma el que solo unas pocas tumbas se hayan
fechado hacia finales de esa centuria o ya a inicios de la siguiente, cuando se
abandonaría definitivamente el cementerio. La falta de información sobre el
asentamiento directamente relacionado con la necrópolis dificulta cualquier
interpretación al respecto, aunque datos como los aportados por el Cabecico
de Parra, un posible candidato, no sugieran comunidades de gran tamaño (vid.
supra).
Desconocemos el destino final de la comunidad que habitó en esta zona
del Bajo Almanzora entre mediados del siglo viii e inicios del v a.C., aun-
que sospechamos que la proximidad del enclave colonial de Villaricos, cuyo
influjo es patente a lo largo de toda la secuencia del cementerio, y la profunda
transformación cultural de la comunidad allí enterrada a lo largo de varias
generaciones, debieron influir en su desaparición, siendo posiblemente asimi-
lada por la cercana ciudad de Baria.
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La Loma del Boliche (Cuevas del Almanzora, Almería):Fenicios e indígenas en una...207
Víctor Martínez-Hahnmüller
Universidad de Gante
Introducción1
En esta contribución se presentan los resultados preliminares de una excava-
ción preventiva efectuada en el yacimiento de Cortijo Riquelme (Turre-Los
Gallardos, Almería), situado sobre la margen izquierda del río Aguas. Se loca-
lizó una fosa elíptica excavada en la base geológica de arcilla, del tipo «fondo
de cabaña» en la que se depositaron intencionadamente cerámicas autóctonas
a mano del Bronce Final y fenicias a torno durante aproximadamente un siglo,
entre finales del siglo ix a. C. y finales del siglo viii a.C. Aunque la estratifi-
cación fue alterada en fechas modernas por el uso del arado para el cultivo,
se han podido distinguir varias unidades estratigráficas, de las que las más
profundas han sufrido una escasa alteración. Las cerámicas producidas a mano
comprenden abundantes vasos para almacenaje con distintas decoraciones, así
1. Este trabajo es resultado del Proyecto de Excelencia HUM 2674 financiado por la Consejería
de Economía y Conocimiento de la Junta de Andalucía y de la actividad del Grupo de
Investigación HUM-741 de la Universidad de Almería, adscrito al Campus de Excelencia
CEI-Mar y al Centro de Investigacion Comunicacion y Sociedad.
210 José Luis López, Víctor Martínez-Hahnmüller, Laura Moya y Carmen Pardo
Cerámicas cuidadas
Entre las cerámicas cuidadas, que presentan en general las paredes más delga-
das, factura cuidada y superficie bruñida, destacan numéricamente las fuentes
carenadas, con carena alta (UE 17: 40076/1546-1547, fig. 4) o baja (UE 15:
40054/1483-85-87-93, fig. 4).
Los cuencos carenados presentan diversas variantes, como los cuencos de
casquete esférico (UE 16: 40060/1543, fig. 4), los cuencos de perfil cónico
Cortijo Riquelme y los orígenes de la presencia fenicia en el sureste peninsular217
(UE 16: 40060/1543, fig. 4) y los cuencos de hombro marcado (UE 16:
40060/1536, fig. 4).
Cerámicas de cocina
En este grupo incluimos las ollas de acabado grosero, tamaño mediano con per-
fil en «S», entre los que un fragmento de la UE 16 (40063/1529 y 40062/1528;
fig. 4), tiene el borde con tendencia cerrada y está decorado con una línea
de incisiones circulares en el borde. Se documentan también ollas de borde
entrante (UE 15: 40054/1478, fig. 4) y los característicos fondos planos (UE
16: 40060/1546, fig 4).
Cerámicas a torno
Cerámicas de almacenamiento
En las UE 15 y 16 se registraron fragmentos amorfos de pithoi decorados con
bandas de pintura roja y negra (CRH/06 40071-1471 y 1473, fig. 4; CRH/06
40081-1331, fig. 4).
Cerámica de mesa
De la UE 15 proceden un fragmento de plato con engobe rojo al interior y al
borde (40057, fig. 4), que ofrece la forma completa, perteneciente al tipo 9 de
los platos de Tiro (Bikai, 1978, 24, lám. XCI) así como un fragmento de borde
simple de cuenco de engobe rojo, con acanaladura que recuerda las que deco-
ran los cuencos de fine ware, el cual presenta, además, un orificio de lañado
(40057-1514 y 1512, fig. 4). Estos cuencos los encontramos en el estrato III
de Tell Abu Hawam (Herrera y Gómez 2004: 68-69, 232-233, lám. X: 90) y
en el conjunto de Huelva Calle Méndez Nuñez, solo que en este caso no están
engobados en rojo (González de Canales y otros, 2004, 42, lám. XLVI: 20-22).
Cerámicas cuidadas
Son de dos tipos principalmente: fuentes carenadas y cuencos. Entre las pri-
meras se documentan con carena media (UE10: 40046/1324, fig. 5) y con
carena baja (UE 7: 40012/1194, fig.5), mientras que los cuencos pueden ser
también carenados (UE 10: 40046/1302, fig. 5), simples de casquete esférico
(UE 10: 40046/1316, fig. 5) o con hombro marcado (UE 7: 40012/1192, fig.
5). Reseñaremos también un fragmento del borde de la parte superior de un
soporte de carrete (UE 7: 40012/1208, fig. 5) con las paredes gruesas y super-
ficie bruñida.
Cerámicas de cocina
Se reconocen al menos tres tipos de ollas: de tendencia ovoide o globular (UE
7: 40012/1198, fig. 5), en ocasiones con decoración de digitaciones en el exte-
rior del borde, con borde entrante con mamelones verticales y digitaciones (UE
10: 40046/1317, fig. 5) y con borde engrosado hacia el exterior y decoración
de incisiones perpendiculares en la parte superior (UE 10: 40046/1332, fig. 5).
Cerámicas a torno
Cerámica de transporte y almacenamiento
En la UE 10 se localizaron dos fragmentos de ánforas fenicias: el primero es
un borde moldurado de un ánfora de tipología oriental, probablemente una
storage jar tipo 5 de Bikai (Bikai, 1978, 46-47, pl. XCIV) (UE 10: 40048-
1257, fig. 6) y el segundo un fragmento de un asa de sección circular de ánfora
(UE 10: 40048-1264, fig. 6). Son relativamente abundantes los fragmentos de
pithoi amorfos decorados con bandas rojas y negras (UE 10: 40088-1287, fig.
6) o rojas (UE 10: 40088-1288, fig. 6).
Otra forma relativamente abundante son los contenedores de tipo medio
como las urnas o cráteras anforoides ampliamente empleadas en la necropolis
de Al Bass en Tiro (Nuñez, 2013, 45-47). Las de Cortijo Riquelme presentan
generalmente borde ligeramente engrosado y exvasado (UE 10: 40048-1265,
fig. 6), decorado con banda roja al interior del borde (UE 10:40048-1254, fig.
6), o al interior y al exterior del mismo (UE 10: 40088-1259, fig. 6). También
se documentan fondos de este tipo de contenedores (UE 10: 40048-1289, fig.
6; UE 7: 40013-1182, fig. 6).
Cerámica de mesa
Destaca en este grupo un fragmento de un vaso carenado con decoración com-
puesta por una finísima banda roja en el interior y un conjunto de tres bandas
en el exterior (UE 10: 4088-1262, fig. 6). Se registran cuencos decorados con
220 José Luis López, Víctor Martínez-Hahnmüller, Laura Moya y Carmen Pardo
engobe rojo al interior y al exterior (UE 10: 40088-1281, fig. 6) o solo al exte-
rior (UE 10: 40048-1282, fig. 6), asi como un plato de engobe rojo de borde
muy estrecho, de 2.1 cm. (UE 7: 40085-1173, fig. 6).
Cortijo Riquelme y los orígenes de la presencia fenicia en el sureste peninsular221
Cerámicas grises
En las UE 7, 8 y 10 se registra la presencia de cerámica gris a torno, en con-
creto algunos vasos de casquete esférico de borde simple (UE 7: 40013-1168,
fig. 6), o con borde engrosado al interior (UE 7: 40084-1165, fig. 6) del tipo
A1A de Medellín según la reciente clasificación tipológica de Lorrio (Lorrio,
2008b, fig. 772), y que se caracteriza por su borde simple de extremo redon-
deado. Asimismo está presente un vaso carenado (UE 10: 40089-1251 y 1272,
fig, 6).
Cerámica de cocina
Se documenta un fragmento de borde de olla a torno (UE 8: 40031-1393, fig.
6).
Cerámicas cuidadas
Entre las fuentes de carena baja, además de los fragmentos de borde (UE 3:
4003/1235, fig. 7; UE 6: 40018/1081, fig. 7) destaca un fragmento de cuerpo
con mamelón perforado para suspensión (UE 9: 40024/1418, fig. 7), del que
encontramos paralelos en la Peña Negra de Crevillente, sobre todo en la fase
I y, raramente en laII, así como en la tumba n.º 13 de Cañada Flores (Lorrio,
2008 a, 208 y 224) o en la fase B1 de Morro de Mezquitilla (Maas y Schubart,
1979, 207, fig. 15a).
Otros vasos con superficie bruñida son los cuencos carenados (UE 6:
40018/1112, fig. 7), los cuencos simples de casquete esférico con borde engro-
sado al interior (UE 6: 40018/1124, fig. 7) y los cuencos globulares denomina-
dos a veces escudillas (UE 2: 40099/1378, fig. 7).
222 José Luis López, Víctor Martínez-Hahnmüller, Laura Moya y Carmen Pardo
Cerámica de cocina
Finalmente, entre este grupo predominan las ollas de tendencia ovoide o glo-
bular, como un fragmento del fondo plano y pie indicado de una olla de cuerpo
ovoide (UE 11: 40042/1352, fig. 7).
Cerámicas a torno
Cerámicas de almacenamiento
Al igual que en el conjunto precedente están presentes los pithoi decorados con
bandas de pintura (UE 2: 40100-1344, fig. 8; 40100-1342, fig. 8; 40100-1343,
fig. 8) y las urnas de borde ligeramente engrosado (UE 2: 40100-1374, fig.
8) o exvasado (UE 11: 4044-1357, fig. 8) de las que la primera tiene factura
griega. Se distingue el borde y arranque del cuerpo de un gran pithos decorado
(UE 9: 40105-1386, fig. 8) con asa trigeminada, de la que encontramos un
paralelo muy claro, tanto por el borde abierto como por el asa en la tumba 1
de la necrópolis del Cortijo de San Isidro, correspondiente al asentamiento de
La Rebanadilla (Sánchez y otros, 2011, 84, fig. 21). Asimismo en la fase B1
de Morro de Mezquitilla (Schubart,1985, 160, 9a) también se documenta un
pithos con asa trigeminada.
Cerámica de mesa
Además de un fragmento de un gran vaso carenado con decoración a bandas
rojas (UE 11: 40092-1358, fig. 8) del mismo tipo que el del conjunto anterior,
se documentan platos profundos con engobe rojo en bandas en el borde, ya sea
algo exvasado (UE 6: 40083-1019, fig. 8; 40083-1024, fig. 8) o engrosado (UE
6: 40083-1019 a, fig. 8) que recuerdan la tipología de platos de Tiro, en con-
creto a los tipos 7 y 10 (Bikai,1978, 23-24). En algún caso el engobe alcanza
la parte interior (UE 9: 40105-1388, fig. 8) o lo ha perdido casi por completo
(UE 9: 40026-1387, fig. 8).
Cerámica gris
Se documentan vasos de casquete esférico con borde simple (UE 6: 40082-
1003, fig.8) o biselado (UE 9: 40106-1384, fig. 8), así como un vaso carenado
(UE 5: 40095-1233, fig. 8) y un plato (UE 11: 40093-1368, fig. 8).
IX, VIII y VII (Pellicer y Schüle, 1966), las fases iniciales del Cerro de los
Infantes (Mendoza y otros, 1981), Cerro de la Mora (Carrasco y otros, 1981,
Cortijo Riquelme y los orígenes de la presencia fenicia en el sureste peninsular225
rectangular situado al extremo Sur del fondo de cabaña, la UE 17, que puede
ser anterior e independiente a este. La segunda está tomada sobre una mues-
tra procedente de una unidad estratigráfica que, como veíamos, estaba poco o
nada alterada por el arado y cuya formación identificábamos con el periodo
inicial de deposiciones. Esta datación va en la línea de las fechas absolutas
obtenidas en otros asentamientos como Huelva, calle Méndez Núñez (Nijboer
y van der Plicht, 2006) y La Rebanadilla (Sánchez y otros, 2011) que sitúan al
menos en el siglo ix a.C. los inicios de la presencia fenicia en el Sur peninsular.
Discusión y conclusiones
Además de las cabañas construidas sobre zócalos de piedra, las fosas exca-
vadas denominadas tradicionalmente «fondos de cabaña» constituyen un
fenómeno no demasiado común, pero sí bastante extendido en el Sur y en
el Sureste de la Península Ibérica a finales de la Edad del Bronce y comien-
zos de la Edad del Hierro. Disponemos de ejemplos suficientes en este sen-
tido, comenzando por Huelva, donde se ha detectado un buen número: San
Bartolomé, Peñalosa, Vista Alegre-Universidad, La Orden-Seminario, Calle
Niña de Niebla; en Cádiz Pocito Chico y El Campillo; Taralpe Alto, Plaza San
Pablo y la Trinidad en Málaga; Vega de Santa Lucía en Córdoba y Peña Negra
en Alicante, que recientemente han sido reinterpretados como el resultado de
depósitos antrópicos estructurados, sin relación con actividades de habitación
(Suárez y Márquez, 2014).
La ausencia ya reseñada de elementos constructivos como hoyos de poste
en Cortijo Riquelme, o de actividades relacionadas con la combustión, como
hogares, carbones o cenizas, inclina a dudar de que se trate de una estructura
destinada a la habitación, sino más bien, como se ha propuesto, fosas para
depósitos intencionados y estructurados socialmente.
El foso para deposiciones de Cortijo Riquelme presenta, sin duda, un gran
interés por el conjunto material que albergaba, a pesar de los problemas estra-
tigráficos causados por la roturación de tierras en época contemporánea que
han alterado en gran medida el registro arqueológico, mezclando materiales
de épocas diferentes. En efecto, el estudio de las cerámicas, sobre todo de las
cerámicas a torno, muestra una amplitud cronológica de menos de un siglo,
con materiales que pueden datarse arqueológicamente a finales del siglo ix
a.C. como el fragmento de urna a mano decorada, el fragmento de pithos con
asa trigeminada, o los platos de tipo tirio, frente a otros como las cerámicas
grises que aparecen desde mediados del siglo viii a.C. en adelante.
Teniendo en cuenta estas observaciones es bastante probable que el interior
de la estructura tuviese originalmente estratificada una secuencia de deposicio-
nes sucesivas comprendida entre ambos extremos cronológicos, como mues-
tran otros fragmentos diagnóstico intermedios: es el caso del plato de engobe
Cortijo Riquelme y los orígenes de la presencia fenicia en el sureste peninsular227
rojo con borde estrecho de la UE 7, que puede datarse en los inicios del siglo
viii a.C.
Los repertorios cerámicos a mano y a torno son bastante completos, pues
abarcan funcionalmente contenedores, cerámicas de mesa y de cocina que con-
firman su relación con actividades de preparación y consumo de alimentos, si
bien faltan absolutamente los restos óseos. Es digna de tener en cuenta la varie-
dad de formas a torno existente, la facies oriental a la que pertenecen la mayor
parte de las mismas y su antigüedad, que la hace contemporánea posiblemente
del horizonte colonial inicial representado en la necrópolis de La Rebanadilla,
Morro de Mezquitilla y el Periodo II del Teatro Cómico de Cádiz.
El amplio repertorio de piezas a torno mueve a sugerir la existencia en
el litoral de la Depresión de Vera de un asentamiento fenicio más antiguo de
los conocidos hasta el momento en la zona (López Castro, 2011), más que de
importaciones continuadas, al menos como una posibilidad, si tomamos en
consideración la existencia asentamientos fenicios del siglo ix AC en Huelva
y La Rebanadilla en la costa de Málaga, así como de otros inmediatamente
sucesivos como el Teatro Cómico o Morro de Mezquitilla, y la situación más
228 José Luis López, Víctor Martínez-Hahnmüller, Laura Moya y Carmen Pardo
oriental del litoral almeriense, paso obligado para desplazarse por mar entre
Oriente y Occidente.
En definitiva, Cortijo Riquelme sitúa las tierras del Sureste peninsular
dentro de los circuitos de relación tempranos establecidos entre los fenicios
y las poblaciones autóctonas y resitúa los inicios de la Edad del Hierro en el
siglo ix a.C. Los estudios en curso sobre el yacimiento permitirán ofrecer una
aportación más sólida a los aspectos tratados en esta contribución de carácter
preliminar.
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Cortijo Riquelme y los orígenes de la presencia fenicia en el sureste peninsular229
ruta de las islas (Aubet, 2009, 203). Además, la orografía de la costa alican-
tina ofrece a los navegantes numerosos hitos de referencia así como lugares
para el refugio temporal, tanto en las calas entre los abruptos acantilados del
tramo costero septentrional como en las extensas playas arenosas de la mitad
meridional. Así pues, más que los productos y materias primas que la región
pudiera ofrecer, son estas excelentes condiciones para la navegación las que
explican que a lo largo del i milenio a.C. la costa alicantina albergara diversos
puntos para el intercambio comercial y cultural (Sala y Abad, 2014). Además
de la desembocadura del Segura, l’Alt de Benimaquia, con su temprana pro-
ducción vinaria (Gómez Bellard y Guérin, 1991), y la Vila Joiosa, a través
de los rituales de las tumbas orientalizantes de Les Casetes (García Gandía,
2009), materializan un contacto prolongado entre los siglos vii y vi a.C. A
partir del siglo v a.C., coincidiendo con la extensión del dominio marítimo en
el Mediterráneo occidental de Cartago, aumentan el número de estos espacios
costeros con evidencias de sólidos contactos: de norte a sur, el Penyal d’Ifac,
la Illeta dels Banyets, l’Albufereta de Alicante, la Picola y, sin solución de con-
tinuidad desde la llegada de los fenicios, la desembocadura del Segura (Fig.
1). En estos enclaves de la costa alicantina, iberos y comunidades de comer-
ciantes púnicos, quizá con la concurrencia de navegantes foceos, convivieron
El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones235
Figura 2. Selección de importaciones de El Oral: ánforas, vasos áticos, bronces etruscos, huevo
de avestruz y recipiente de pasta vítrea.
236 Lorenzo Abad Casal, Feliciana Sala Sellés y Jesús Moratalla Jávega
2. La documentación de esta arquitectura se publica con detalle en los correspondientes capítu-
los de las memorias de excavación (Abad y Sala 1993 y 2001).
El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones237
en su fase II, datada hacia la 1.ª mitad del s. vii a.C. (Sala, 2005). Además, su
urbanismo tan regular y una ordenación planificada del espacio residencial y
público indicaban, sin duda, que los fundadores partían de modelos arquitec-
tónicos ya ensayados; no se trataba de soluciones urbanísticas y constructivas
improvisadas en el momento (Fig. 3).
Por su enorme significado en este sentido, no nos cansamos de traer a
colación los desagües de los patios de las grandes casas adosadas a la mura-
lla oriental construidos con la primera hilada del zócalo de la fortificación
(Abad y Sala, 1993, lám. XVIII). Este pequeño detalle tiene, sin embargo, una
enorme trascendencia, pues significa que, con antelación a la construcción de
la muralla, el espacio urbano estaría parcelado y adjudicado a los diferentes
grupos familiares. Las casas de El Oral ofrecen un aire mediterráneo innegable
en un repertorio tipológico que abarca desde casas sencillas de familias mono-
nucleares a grandes casas con patio central pertenecientes a familias extensas
aristocráticas, lo que refleja una interesante diferenciación social a través de
la arquitectura. Son rasgos de la cultura material inmueble que adquieren otra
dimensión al asociarlos a otros hallazgos que remiten a la religiosidad fenicio-
púnica (Abad y Sala, 2009), como los fragmentos de huevo de avestruz o de
ánade coloreados con ocre de la casa IIIL en un ambiente de capilla doméstica
(Abad y Sala, 2001, 36-39), el larnax de piedra en la casa IVF (Abad y Sala,
2001, fig. 36, 10), el keftiu en el pavimento de un posible templo (Abad y Sala
1993, fig. 139; Escacena, 2002, 67) (Fig. 4) o el uso de mosaicos de conchas
Figura 4. Plano del supuesto templo e imagen del keftiu que decora su pavimento (arriba);
abajo, el keftiu del pavimento de la cella del santuario del Carambolo.
238 Lorenzo Abad Casal, Feliciana Sala Sellés y Jesús Moratalla Jávega
en umbrales y bancos (Abad y Sala, 1993, lám. XVII, 1; 2001, fig. 62, lám. 5;
24-25)3.
Con la información ya disponible de La Fonteta (Rouillard et alii, 2007;
González Prats, 2011; 2014) y la reciente puesta al día del Cabezo del Estaño
(García Menárguez y Prados, 2014), es innegable que en el Bajo Segura el
motor que produjo el cambio desde el modo de vida protohistórico a la cultura
ibérica fue la vecindad con una comunidad fenicia durante tres siglos, la cues-
tión ahora es el cómo. Esta ha sido tratada desde el marco teórico postcolonial,
describiendo un escenario de contactos complejo y variado que habría acabado
con el tiempo en la hibridación cultural y el mestizaje a través de matrimonios
y/o alianzas mixtas, es decir, en la formación de un nuevo contexto social que
favorecía el cambio cultural (Vives-Ferrándiz, 2005, 230-231). Sin embargo, y
sin poner en duda el protagonismo de las sociedades autóctonas en la interac-
ción, otras opiniones autorizadas siguen defendiendo una posición privilegiada
de los fenicios frente a las comunidades locales en unas relaciones calificadas
de desiguales (Aubet, 2009, 353), hasta el punto de que fortificar las colonias
fenicias estaría señalando un conflicto social en el territorio en el que se insta-
lan (Alvar, 2005, 7-8, 11, 13). De un modo u otro, en El Oral se constata que
el cambio social y cultural se fue gestando a lo largo de la segunda mitad del
siglo vi a.C. y ha cristalizado en el momento de la fundación a fines de esa cen-
turia. La investigación reciente pretende ver en este enclave el modelo donde
observar la génesis del cambio a través de la hibridación (Aranegui y Vives-
Ferrándiz, 2006; Moratalla, 2006), si bien, echamos en falta la aplicación de la
interpretación teórica al ya abundante registro material. El Oral se fundaba ex
novo en la margen opuesta de la desembocadura poco después del abandono
de La Fonteta, y heredó la función comercial que en los siglos anteriores había
desempeñado la colonia fenicia. El Oral podría ser el resultado del mestizaje
producido en la región del Bajo Segura entre la comunidad fenicia y la proto-
histórica local a través de matrimonios mixtos y alianzas y, así, la hibridación
cultural, más que la aculturación, explicaría el aire orientalizante de su arqui-
tectura (Abad y Sala, 2009). Como hemos visto, este carácter orientalizante
está bien presente en los registros mueble e inmueble, de donde sabemos dife-
renciarlo y destacarlo, sin embargo, no somos capaces de distinguir los rasgos
que en este proceso de convergencia debió aportar la población protohistórica,
cuyos registros tenemos en yacimientos cercanos, Peña Negra o Saladares, y
en el interior de la cuenca fluvial del Segura, el Castellar de Librilla (Murcia)
y Los Almadenes (Hellín, Albacete).
3. Sobre el origen de los pavimentos de conchas en la zona siriopalestina y su uso como ele-
mento apotropaico en edificios de culto remitimos al trabajo de Escacena y Vázquez, 2009.
El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones239
Figura 5. Imagen actual de la desembocadura del Segura con la situación de la colonia fenicia
de La Fonteta y los poblados ibéricos de El Oral y La Escuera; en el espacio intermedio entre
los yacimientos se extendería el paleoestuario.
4. Véase las actas del VII Congreso de Estudios Fenicios y Púnicos publicadas en el n.º 32 de
la revista Mainake.
El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones241
suma así a la lista de enclaves ibéricos del sureste abandonados de forma súbita
o violenta en la segunda mitad del siglo iv a.C., hecho que M. Tarradell (1961,
19) ya constató y puso en relación con estrategias territoriales consecuencia
del tratado del 348 entre Roma y Cartago.
Desde 2004 venimos desarrollando distintas actuaciones en el yacimiento
que se han visto limitadas por una evidente falta de medios económicos y
materiales, por lo que los resultados obtenidos que aquí presentamos son, por
lo general, de carácter puntual. Estamos lejos de conocer las características
arquitectónicas y materiales del oppidum ibérico más destacado, al menos por
tamaño, de la depresión meridional alicantina. No obstante, dichas actuaciones
permiten vislumbrar ya algunos elementos que le confieren un indudable rango
y plantean incluso la posibilidad de una intervención exterior.
Una de estas actuaciones ha sido la prospección geofísica de parte del
asentamiento, tareas desarrolladas en 2004, 2006 y 2009 (Peña et alii, 2008).
La documentación alcanzada confirma la existencia de una trama urbana densa
en el tercio meridional del asentamiento. Concretamente en el Bancal B o infe-
rior, a ambos lados del templo, el registro obtenido dibuja tanto construcciones
de planta ortogonal como espacios a priori abiertos, probablemente plazas y
calles. Del mismo modo, también se perciben unas estructuras aparentemente
macizas en las esquinas suroriental y suroccidental del yacimiento que relacio-
namos con torreones de la fortificación. Además, la prospección de un tercer
espacio cuandrangular, elevado sobre estos bancales por su cuadrante nororien-
tal, ha revelado la existencia de potentes muros a unos 3-4 m de profundidad,
cuya señal es acorde con aparejos de sillería. Estos elementos permiten intuir
una trama urbana bien diseñada y ejecutada a partir de un plan preconcebido en
ese segundo urbanismo del siglo iii a.C. Todo ello convertiría el antiguo oppi-
dum en una auténtica ciudad, con un templo de entrada en su acceso principal.
De su complejidad estructural y evolución cronológica poco podemos añadir a
lo escrito, si acaso confirmar su abandono apresurado a fines del siglo iii a.C.
La revisión de la cartografía aérea histórica, en especial del vuelo Ruiz
de Alda (1929-30), está proporcionando datos de interés5. Una circunstancia
que no acabábamos de entender del patrón de localización de La Escuera era
la fácil accesibilidad que presentaba por el norte y por el oeste. Hoy pode-
mos despejar esta duda, pues los fotogramas antiguos unidos al estudio de la
antigua red de riego de la finca La Escuera, que recorre parte del yacimiento,
certifican que en época antigua este se emplazaba en un antecerro, elevado
por encima de su entorno, hoy completamente transformado y rellenado por la
Pero sin duda los datos más sugerentes provienen de los nuevos trabajos
arqueológicos desarrollados a partir de 2007. Los dos primeros años se centra-
ron en el propio templo, donde después de una ardua limpieza –las estructuras
han estado a la intemperie casi cincuenta años– y documentación, así como la
realización de pequeñas catas comprobatorias en su interior, se han obtenido
datos que la aplicación de los sistemas de registro arqueológicos modernos
permite ahora constatar (Fig. 6). Por ejemplo, confirmando el carácter singular
del edificio, hoy sabemos que estamos ante una construcción unitaria edificada
sobre el sustrato natural, cuya parte parcial exhumada mide unos 300 m2 de
extensión; en determinados espacios existen aparejos específicos monumen-
tales, como grandes bloques escuadrados en los muros centrales, cercano al
opus quadratum, así como determinados elementos constructivos muy singu-
lares, como tambores o basas de columna, dos basamentos cuadrados macizos
de piedras casi ciclópeas –soporte quizá de una construcción desarrollada en
altura, tipo torre–, o un posible podio escalonado frente a esas basas.
Además, las catas abiertas en su interior han permitido reconocer un
pequeño cubo de escalera en el ambiente b8, adosada al paramento sur de la
estancia d, un equipamiento que recuerda enormemente ámbitos domésticos
de la ciudad púnica de Kerkouane, concretamente patios interiores provistos
de una escalera parecida que, obviamente, debe conducir a una segunda altura
(Fantar, 1998). Si la interpretación es correcta, podría atribuirse a esta estancia
b un carácter similar, con una planta en L y amplia abertura hacia el norte,
a la calle, precisamente en un ambiente donde la excavación de Nordström
siempre incidió en su carácter productivo (suelo parcialmente enlosado, abun-
dantes cenizas, el instrumental metálico o de piedra de su interior...), lo que
se compadecería muy bien con su carácter abierto. En las estancias c y d, se
comprobaron sus niveles de circulación respectivos –una lechada de arcilla
anaranjada con trazas blancas–, conectados a través de una estrecha puerta.
También se trabajó en la localización de la hornacina con betilo que Nordström
describe y fotografía en su memoria y es recogida en el estudio de I. Seco
(2010). En general, este muro sur del departamento d ha sufrido especialmente
las consecuencias de un abandono de tantos años, como las raíces vegetales,
por lo que no es fácil reinterpretar lo que hubo. La limpieza actual muestra una
estructura rectangular maciza a la que aboca la escalera ya mencionada, cuyo
macizado aparece erosionado formando un plano inclinado hacia el interior de
la estancia d que no concuerda con la imagen tomada por S. Nordström en el
momento de su excavación. No parece que existiera tal hornacina y se desco-
noce el paradero del supuesto betilo que sí es bien visible en la foto antigua.
Figura 8. Imagen del templo consolidado desde el oeste. En primer plano, la estancia f con los
tambores de columna; al fondo, cubiertas con geotextil, la posible área de almacenaje junto a
la fachada de la calle que discurre a continuación.
dirección. A ello cabe añadir que el llamado departamento g no es tal, sino una
estructura escalonada ascendiendo hacia el este en dos anchos escalones. En
realidad, el muro con pilastras que Nordström interpretó como cierre este de
departamento f constituye el primer peldaño y el muro que en el plano de 1960
cerraba el departamento g por el este es el segundo10. Justo a continuación, la
prospección geofísica señala un espacio abierto que puede tratarse de un gran
patio del propio templo antepuesto a la zona edificada.
A partir de 2011 nuestro interés se ha centrado en la franja no excavada de
4-5 m de anchura que separa el templo de la calle con rodadas localizada en
1984 (Abad y Sala, 2001, lám. 61). El objetivo era poner en relación ambas
áreas, pues presumiblemente la fachada occidental del templo podría ser el
muro de la calle que viene desde la puerta de la muralla. La primera conclusión
que podemos extraer de esta actuación, todavía en curso, es la existencia en
este espacio intermedio de un cuerpo constructivo posterior que debe guardar
relación con el templo, aunque solo sea por inmediatez física. Podemos ade-
lantar que se trata de varias estancias dispuestas en batería sobre el muro de
la calle, que abren a un estrecho pasillo que discurre por detrás del muro de la
estancia b; este dato, sumado a la notable presencia de fragmentos anfóricos
en sus estratos de colmatación, apunta la tentadora posibilidad de encontrarnos
ante un área de almacenaje asociada al templo (Fig. 8). A ello cabe añadir un
11. Localizado por L. Abad (Abad y Sala, 2001, lám. 62), continua hacia el este pavimentando
una probable calle que S. Nordström identifica en el dep. h (Nordström, 1967, 37).
El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones247
Figura 10. Imagen final del sondeo en la muralla meridional de La Escuera con el glacis
adosado al paramento y las improntas en paralelo de hipotéticos objetos muebles o artilugios
de madera en el estrato antepuesto.
Figura 11. Imagen final de los trabajos en el sondeo del posible antemural de La Escuera.
Quedan visibles cuatro hiladas y el paquete de capas de tierra que contiene.
Figura 12. Propuesta de extensión del dominio territorial bárquida hasta el cabo de la Nao.
tesoro se debió formar en un breve espacio de tiempo, entre los años 221/218
y 211 a.C. y que, por su aparición formando una amalgama, debieron estar en
un saquito de material fibroso. Los usuarios de estas monedas serían personas
que no creaban bienes de consumo intercambiables, como los mercenarios,
y necesitaban la moneda de bronce para pequeñas transacciones cotidianas
(Ramón, 2002: 247).
La franja costera bajo el control cartaginés abarcaría hasta el cap de la Nau,
como es razonable dada la cercanía con la isla de Ibiza y su importancia junto
al promontorio del Montgó como referencia para las naves. En otro conflicto
bélico posterior, las guerras civiles sertorianas, una red de fortines construidos
en la cima de algunos cerros de la costa norte alicantina controlaban el tráfico
de las naves senatoriales que, desde Ibiza y doblando el cap de la Nau, navega-
ban frente a la costa alicantina en dirección al puerto de Carthago Nova (Sala
et alii, 2013). De nuevo a inicios del siglo i a.C., una estrategia para vigilar el
tráfico marítimo similar a la que se pudo desarrollar durante la Segunda Guerra
Púnica, solo que en el siglo iii a.C. la marina bárquida todavía era dueña del
espacio marítimo del sureste peninsular. Dicho de forma gráfica, el mapa de
los territorios peninsulares controlados por los Barca, que tradicionalmente
fija el límite septentrional en el río Segura, debería incluir la franja costera
alicantina hasta el cabo de la Nau (Fig. 12). Nos atrevemos incluso a propo-
ner que en las cimas de algunos cerros donde se levantaron los fortines en el
siglo i a.C. pudo haber con anterioridad torres vigía del ejército cartaginés. La
El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones253
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El Bajo Segura hasta la II Guerra Púnica. Nuevas investigaciones255
Introducción
Aunque mencionado en las fuentes desde el siglo xvii, el yacimiento se man-
tuvo intacto hasta que F. Figueras Pacheco inició las primeras excavaciones en
los años 30. La razón no era otra que la geomorfología del lugar, una península
que en torno al siglo xi d.C. quedó separada de la costa a causa de la erosión
marina, formando una pequeña isla. En 1943 se construyó el istmo artificial
que restituyó la antigua península. Las quince campañas de excavación diri-
gidas por E. Llobregat entre 1974 y 1986 pusieron de manifiesto la singula-
ridad de un enclave que interpretó como un emporion. Lamentablemente, la
memoria de las excavaciones nunca vio la luz, lo que ha dado pie a diferentes
interpretaciones de los edificios a lo largo de estos años. En 1999 la Diputación
de Alicante adquirió el yacimiento con el objeto de recuperarlo como espacio
cultural público. Para ello se ha revisado la documentación de las excavaciones
antiguas y excavado los testigos arqueológicos, el resultado de todo lo cual ha
sido publicado en una reciente monografía (Olcina et alii, 2009). Las últimas
excavaciones de investigación han descubierto nuevos lugares de transforma-
ción de materias primas, cuya gestión se realizaba en espacios construidos con
aportes de la cultura arquitectónica púnica. Dicho registro permite reconside-
rar la función del enclave en la costa ibérica contestana. Esta nueva perspectiva
se avanzó en publicaciones anteriores (Olcina, 2005; Sala, 2010, 943) y aquí
presentamos la información obtenida desde entonces (Fig. 1).
258 Manuel Olcina Doménech, Adoración Martínez Carmona y Feliciana Sala Sellés
Fig. 1: Plano de situación de la Illeta dels Banyets en la costa alicantina con los yacimientos
contemporáneos más importantes del sureste peninsular.
Fig. 2: Construcciones de la primera fase urbanística de la Illeta dels Banyets, fase IB/IB I.
Segunda mitad del siglo V – último tercio del siglo IV a.C.
260 Manuel Olcina Doménech, Adoración Martínez Carmona y Feliciana Sala Sellés
Fig. 3: Imagen reciente de la cisterna ibérica de la primera fase una vez excavada y
consolidada.
Fig. 4: Construcciones de la segunda fase urbanística de la Illeta dels Banyets, fase IB/IB
II-1. Último tercio del siglo IV a.C. En negro, las construcciones no excavadas visibles en
superficie; en gris, esquina noreste, construcciones excavadas en los años 30, no visibles en la
actualidad.
262 Manuel Olcina Doménech, Adoración Martínez Carmona y Feliciana Sala Sellés
Fig. 5: Fotografía realizada por E. Llobregat en 1983 donde se aprecia el vestíbulodel templo A
y detalle de las columnas ochavadas.
La Illeta dels Banyets de El Campello. Algo más que un unicum ibérico263
de Baal-Anat en Kamid el-Loz (Perra, 1999, 51, fig. 7 B). En ocasiones este
tipo de acceso «ad ante» se combina con una planta tripartita, como se refleja
en el templo de Astarté de Kitión. En sus cuatro fases este templo contó con
un pórtico sostenido por columnas de madera y dos mesas para sacrificios en
el interior (Perra, 1999, 50-51, fig. 6). Durante la fase II, el cuerpo principal
se dividió en tres naves mediante pilastras o columnas y en la fase III, datada
entre el 600 y 450 a.C., se levantaron dos muros que consolidaban la división
tripartita. En la última fase, entre el 450 y el 312 a.C., se mantuvo la planta
con una ligera reforma en la nave central que fue compartimentada (Perra,
1998, 105 fig. 8-9). Sin embargo, el paralelo más aproximado lo tenemos en
el templo de la Rue Ibn Chabâat de Cartago (Rakob, 1998, 29, fig. 8). Aunque
este un poco posterior, ambos cuentan con una fachada con dos columnas, ves-
tíbulo y tres naves. El templo tunecino presenta dos habitaciones posteriores
que, en este caso, se localizan en un sótano al que se accede desde el exterior
del edificio. En su interior se encontró un prótomo femenino de terracota y
diversas estatuillas votivas.
La intervención de 2002 en el templo A ha proporcionado datos que se
ajustan más a la hipótesis del edificio religioso. Así, el enlucido rojo cina-
brio que Llobregat vio en el lado izquierdo del pórtico, y fue esgrimido como
paralelo con el palacio-santuario de Cancho Roano, era en realidad una gruesa
capa de arcilla de color rojo intenso dispuesta en el suelo a modo de pequeño
escalón o tarima. Respecto a los hallazgos muebles, la ausencia de ánforas,
ponderales o pesas aleja la idea de mercado o edificio para las transacciones
comerciales. Por el contrario, con la revisión de los materiales de las campañas
de Llobregat, además de constatar el predominio de cerámica ática, se ha recu-
perado un fragmento de escultura humana, descrito y dibujado en el diario, así
como un conjunto de fragmentos de pebeteros de cabeza femenina.
El templo B es un edificio cuadrado de 8 m de lado con las esquinas perfec-
tamente orientadas a los puntos cardinales. Está construido con gruesos muros
de mampostería de 0,9 m de anchura, tal vez los únicos muros enteramente de
piedra, como señalan su grosor y una altura conservada muy superior a la de
los restantes zócalos (Olcina et alii, 2009, fig. 211). En origen el edificio estaba
pavimentado con un mortero de tierra a la altura de la calle y como mobiliario
presentaba dos plataformas cuadrangulares de adobe dispuestas en la diagonal
este-oeste (Olcina et alii, 2009, 188). Posteriormente, el interior se remodeló,
se elevó el nivel del suelo mediante cuatro hiladas de adobe que amortizaron
las plataformas originales y se repavimentó con una capa de arcilla (Fig. 4 y 6).
Se colocaron dos fustes facetados de columna a intervalos simétricos con
respecto al eje de los muros. Ninguna contaba con basa: la suroeste descansaba
directamente sobre una plataforma de la fase anterior, mientras que la noreste
estaba calzada con una gran piedra de superficies redondeadas. Este hallazgo
264 Manuel Olcina Doménech, Adoración Martínez Carmona y Feliciana Sala Sellés
Fig. 6: Recreación del interior del templo B después de la reforma, según los datos de la
revisión arqueológica.
1. La visión global de estos edificios y sus respectivas referencias bibliográficas están recogidas
en Pérez Jordá, 2000 y Abad y Sala, 2009.
La Illeta dels Banyets de El Campello. Algo más que un unicum ibérico267
que un tiempo después fue objeto de una reforma drástica que anuló su función
inicial (Olcina et alii, 2009, fig. 219) (comparar figs. 4 y 11). En un primer
momento estaba construido como un estrecho edificio rectangular de unos 12
m de longitud por 3 de ancho, con 11 muros adosados al muro zaguero y un
ancho porche que ocupaba casi la totalidad de la fachada. El techo del porche
se sustentaba mediante pilares de madera apoyados sobre piedras calizas, colo-
cadas a su vez sobre bloques escuadrados de arenisca. El suelo era el mismo
pavimento de la calle 1, lo que confirma que se trataba de un espacio abierto.
Solo el cuadrante norte debió estar cerrado, a juzgar por los restos de dos
muros que delimitaban esta zona (Olcina et alii, 2009, 195-197). Con la ter-
cera pavimentación de la calle 1 el edificio sufrió una profunda transformación
consistente en el cierre del porche y su compartimentación en dos estancias
y la obliteración de los espacios entre los muros paralelos con tierra y los
abundantes fragmentos cerámicos encontrados por Llobregat (Olcina et alii,
2009, 120). Las estancias se rellenaron hasta alcanzar la altura de los muros
paralelos, ya amortizados, por lo que probablemente se igualó la cota del suelo
de ambas partes del edificio (Olcina et alii, 2009, 197). Los fragmentos de
ánforas y de otros vasos fueron empleados como cascote y tenían función
constructiva, por tanto, no podemos mantener que fueran los envases de los
productos comercializados. La cronología de estos materiales entre el siglo iv
y los primeros años del iii a.C. (Álvarez, 1997, 161) permite fechar la reforma
en este último siglo. Por todo ello creemos conveniente poner en cuarentena
la visión tradicional del edificio, al menos en los términos en los que se ha
publicado, y buscar otras opciones para su función.
Finalmente, otro dato importante ha sido la confirmación de los primeros
edificios destinados a la transformación de materias primas. Uno de ellos es una
almazara (Fig. 4 y 8). Fue objeto de varias reformas a lo largo de su vida útil,
aunque mantuvo los elementos principales para su función (Martínez, 2014):
una gran plataforma de piedras diseñada para soportar fuertes presiones, que
muy probablemente sustentaría una prensa de viga del tipo A1 de Brun (2004,
14), y dos piletas colocadas a distinta altura para la decantación.
Cerca de la plataforma se localizaron los serones de esparto imprescin-
dibles para el prensado de la oliva, así como un punto de calor y una olla de
cocina para calentar el agua necesaria en la extracción del aceite durante el
prensado. El hallazgo de varios molinos rotatorios empleados en la moltura y
numerosos huesos de aceituna confirman la función de almazara. Tiene interés
asimismo el descubrimiento de un sacrificio ritual en el interior del edificio,
consistente en el depósito ordenado de huesos de ovicáprido con todas las par-
tes del cuerpo representadas.
El segundo edificio es un espacio para el tratamiento de pescado del que
solo se conserva una nave alargada que Llobregat interpretó como una estancia
268 Manuel Olcina Doménech, Adoración Martínez Carmona y Feliciana Sala Sellés
Fig. 9: Planimetría de la segunda fase urbanística de la Illeta dels Banyets, fase IB/IB
II-2. Último tercio del siglo IV a.C. En negro, las construcciones no excavadas visibles en
superficie; en gris, esquina noreste, construcciones excavadas en los años 30, no visibles en la
actualidad.
primer lagar y la denominada «casa del horno» por Llobregat (Fig. 9). La cerá-
mica ática y las ánforas ebusitanas asociadas a la repavimentación de las calles
datan estas construcciones todavía en los años finales del siglo iv a.C.
En el lagar se documentan hasta tres remodelaciones que coinciden grosso
modo con las pavimentaciones de la calle 1 (Olcina et alii, 2009, 228-231, fig.
264 y 266)2. Se abrieron y cerraron umbrales, se cambió la distribución de las
habitaciones y en la última reforma se redujo notablemente la superficie de
uso, sin que se modificara la función del edificio. El departamento Ib 42 dis-
puso en todo momento de dos piletas contiguas a distinta altura, de diferentes
dimensiones y revestidas con un fino mortero de cal (Martínez y Olcina, 2014,
23) (Fig. 10), además de una plataforma cuadrangular de piedra. Muy cerca
del umbral de entrada se ha localizado un enterramiento infantil en fosa. Se
trata de un niño de edad perinatal sin rasgos de muerte violenta; se depositó
en posición fetal, con la cabeza hacia el oeste y mirando al sur. Como ajuar
Fig. 10: Detalle de una de las piletas del primer lagar revestida con mortero de cal.
3. Remitimos al trabajo de Pérez Jordá de 2000 para una completa síntesis de los lagares proto-
históricos del País Valenciano y sus referencias bibliográficas. La más reciente publicación
sobre l’Alt de Benimaquia es de C. Gómez Bellard en 2014.
La Illeta dels Banyets de El Campello. Algo más que un unicum ibérico271
Fig. 11: Planimetría de la segunda fase urbanística de la Illeta dels Banyets, fase IB/IB II-3.
Principios del s. III a.C. En negro, las construcciones no excavadas visibles en superficie; en
gris, esquina noreste, construcciones excavadas en los años 30, no visibles en la actualidad.
272 Manuel Olcina Doménech, Adoración Martínez Carmona y Feliciana Sala Sellés
Fig. 12: Imagen de las piletas superior e inferior del segundo lagar, en la manzana 3 de la Illeta
dels Banyets, construido a principios del siglo III a.C.
Fig. 13: Detalle de la musealización del lagar del siglo III a.C., con las piletas a distinta altura
y el vano indicado sobre la pileta superior por el que se vertería la uva desde el patio para su
pisado. En segundo plano, el puerto y la población del Campello.
274 Manuel Olcina Doménech, Adoración Martínez Carmona y Feliciana Sala Sellés
Conclusiones
Lo primero que queremos destacar en la Illeta dels Banyets es su peculiar ubi-
cación en la costa. El enclave está emplazado sobre la prolongación de un
afloramiento rocoso que se adentra en el mar formando dos radas, una al norte
La Illeta dels Banyets de El Campello. Algo más que un unicum ibérico275
Fig. 14:Vista aérea de Maa-Palaeokastro, en Chipre, con una peculiar ubicación entre dos radas
idéntica a la Illeta dels Banyets.
et alii, 2009, 162; Martínez et alii, 2009). Barajamos diversas hipótesis, como
que habitaran en la costa fuera del recinto, pero nunca se han encontrado restos
arqueológicos. Tampoco convence la idea de que se concentraran en la parte del
yacimiento sin excavar, porque en superficie eran visibles al menos tres lagares
más, así como otras construcciones dedicadas a actividades productivas. Por la
existencia de algún cubo de escalera, la hipótesis más plausible hasta ahora es
que se habitara en una planta superior, en tanto que las dependencias del piso
inferior se reservaban a actividades artesanales. En cualquier caso, la ausencia
de viviendas es un hecho anormal en los patrones urbanos iberos y este hipo-
tético modelo de taller en la planta baja y vivienda en la planta superior sería
totalmente ajeno a la arquitectura doméstica ibérica (Belarte et alii, 2009).
Frente a la ausencia de viviendas llama la atención la inédita concentración
de actividades productivas en la Illeta confirmada con los últimos trabajos.
Esta faceta económica añadida a la comercialización de bienes manufactura-
dos hace más compleja la interpretación histórica del enclave. Hasta ahora pri-
maba la visión puramente comercial ante un entorno terrestre del yacimiento
caracterizado por tierras de poca calidad y una falta endémica de agua. Sin
embargo, la península de la Illeta dels Banyets fue ocupada de forma intermi-
tente desde el Eneolítico hasta época romana y cada ocupación tuvo su propia
singularidad. En el s. xvi se levantó frente al yacimiento una torre vigía contra
las razzias berberiscas y todavía en el s. xix se eligió el mismo punto para ubi-
car un pequeño cuartel de carabineros contra el contrabando por mar. Así pues,
un factor fundamental en la reiterada elección del paraje ha sido la ubicación
en el litoral: al control visual de un tramo de costa de unos 50 km cabe añadir
la protección de las embarcaciones, las propias y las de los comerciantes que
arribaran a la costa, en las radas situadas a ambos lados de la península, así
como la garantía de que los bienes de comercio quedaban a salvo al interior de
la muralla y bajo los auspicios de la divinidad.
La confirmación de dos fases urbanísticas diferentes y consecutivas en el
periodo ibérico también arroja nueva luz. Durante la primera ocupación, entre
la segunda mitad del siglo v y el último tercio del siglo iv a.C., la Illeta ya cons-
tituía un lugar de intercambios con un actividad comercial intensa. La gran
cantidad de ánforas importadas y la calidad de la vajilla ática recuperada en el
relleno de la cisterna así lo confirman. Abunda asimismo la cerámica común y
de cocina púnica de Ibiza, del norte de África y de la zona del Estrecho y, aun-
que más minoritaria, también aparece cerámica etrusca y de la Magna Grecia.
Este conjunto de importaciones tan variado convive con la cerámica propia del
mundo ibérico, asimismo abundante y de diferentes procedencias.
Con la segunda ocupación, la nueva trama urbana sustituye a la primera
prácticamente sin solución de continuidad, y se planifica desde el inicio con
la intención de manufacturar materias primas. Los productos resultantes
278 Manuel Olcina Doménech, Adoración Martínez Carmona y Feliciana Sala Sellés
entre los siglos iv y iii a.C. Son, con bastante probabilidad, los asentamientos
de la población que abastecía de materias primas. En este marco espacial, la
Illeta dels Banyets debió tener la iniciativa en la relación con los núcleos mine-
ros y agrícolas, fue el centro productor y canalizaba la salida de los productos
manufacturados.
Dejamos para el final la difícil cuestión de la identidad de los ocupantes de
la Illeta. El registro material y constructivo visto hasta aquí despeja la duda pri-
maria sobre la naturaleza del enclave: por su reducida extensión, su inhóspita
ubicación en medio del mar, su compleja arquitectura y la actividad productiva
y comercial desarrollada, podemos afirmar que la Illeta no fue el tradicional
hábitat ibero. Durante la primera fase urbana, el enclave experimentó una
intensa actividad comercial; en la inmediata segunda fase, puso en marcha un
sistema productivo cuyos productos resultantes tenían la salida comercial a
través del mar, poniendo de relieve una organización económica única, que no
se conoce previamente y tampoco se vuelve a dar en la Contestania ibérica cos-
tera, ni en los territorios de la montaña. Para el periodo comprendido entre la
segunda mitad del siglo v y mediados del siglo iii a.C., los hipotéticos protago-
nistas de semejante empresa en la costa mediterránea peninsular solo pueden
ser comerciantes foceos o púnicos, tal vez con la participación de los iberos. La
perspectiva de una red colonial massaliota entre las costas de Italia y España,
tejida entre los siglos iv y iii a.C. para garantizar las rutas comerciales frente
a la competencia púnica (Bats, 2012, 151-152), podría encajar en el enclave
fundacional aunque no coincide la cronología inicial. No ocurre lo mismo con
el complejo productivo de la segunda fase, donde la manufactura de materias
primas en un marco arquitectónico presidido por dos templos indica una cierta
estabilidad política y, ante todo, la voluntad de permanecer. Esta situación
concuerda bien con el contexto histórico surgido del tratado del 348 a.C., y
en la costa alicantina, además, es imposible pasar por alto la cercanía de Ibiza,
perfectamente visible en los días de buenas condiciones meteorológicas. Por
todo ello, frente a la hipótesis de íberos dirigiendo la empresa económica de
la Illeta aplicando modelos foráneos aprendidos a través de las relaciones de
intercambio, la segunda fase urbanística resulta más coherente con la hipótesis
de la presencia de familias o compañías comerciales púnicas, en cuyas pre-
tensiones no estaba ocupar el territorio costero sino la gestión de sus materias
primas y ampliar las redes comerciales. El registro arquitectónico apunta en
este mismo sentido, así como el registro material mueble, dominado por la
cerámica púnica e ibérica de diversas procedencias. Incluso en la primera fase,
predominan las ánforas ebusitanas del siglo iv a.C. frente a escasas ánforas
griegas, en asociación, eso sí, con una abundante vajilla fina ática de figuras
rojas y barniz negro.
280 Manuel Olcina Doménech, Adoración Martínez Carmona y Feliciana Sala Sellés
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284 Manuel Olcina Doménech, Adoración Martínez Carmona y Feliciana Sala Sellés
Lattes
Massalia/Marsella
Rhode/Rosas
Emporion/Ampurias
Tarraco
Arse/Sagunto
Ses Païses S’Olivar des Mallorquí
Ỳbshm
La Serreta
Cástulo TOSSAL DE MANISES
Bæcula La Escuera
Qrtḥdšt
Carmo/Carmona Baria/Villaricos
Gadir
Kouass
1. Pese a distinguirse en una primera aproximación ejemplares con engobes negruzcos y rojizos,
e incluso algunas piezas que los combinan al interior y el exterior, se trata de produccio-
nes encuadrables dentro del fenómeno de implantación del barniz negro en un amplia gama
de piezas de vajilla, una moda que paralelamente afectó a buena parte de los talleres del
Mediterráneo Central (Cartago-Túnez, Sicilia y Cerdeña) y del Atlántico (Gadir y Kouass)
desde finales del siglo iv, si bien en estos últimos sí coexistió con la fabricación intencional de
barnices rojos (Ramón, 2012b: 586).
2. Agradecemos a J. Ramón Torres la ayuda prestada en la identificación de las piezas.
Una ciudad bárquida bajo Lucentum (Alicante). Excavaciones en el Tossal de Manises293
1
0 5cm
0 5cm
por lluvias torrenciales, donde sus calles n.º 100 y 116 crecieron 2 m en 250
años, subiendo de cota unos 80 cm por siglo (Lebeaupin, 1996).
La Calle I, con una anchura de 4 m, intesta en ángulo recto con la Calle
II, cuyos niveles finales fueron detectados en verano de 2014 –sus materia-
les, en estudio, no están incluidos en este trabajo–. Su descubrimiento vino
a confirmar la hipótesis sobre la posible ubicación de la puerta de acceso a
la ciudad por el N (Olcina, 2005, 159, fig. 12; Olcina et alii, 2010, 235, fig.
4), comenzando a vislumbrarse una organización racional del espacio urbano.
Esta ordenación, atisbada en las zonas donde se había alcanzado las cotas
de la fase bárquida, dejaba entrever la articulación espacial a partir de áreas
abiertas, denominadas ambientes, que se identifican frente a las torres VI y
VIII, así como al SO de la «Casa del Incendio», donde desaguarían los exce-
dentes de las cisternas helenísticas II y III y por donde se accedería, al menos,
a las estancias –espacios cubiertos– V, XI y XV; un patrón que recuerda al
del poblado de Las Cumbres (Cádiz), con calles de 4 m de anchura, plazas e
ínsulas, citado como ejemplo del urbanismo púnico-helenístico generalizado
por todo el Mediterráneo Central en el siglo iii a.n.e. y detectado en la zona de
expansión cartaginesa en Iberia (Prados, 2008a, 88). Estas áreas abiertas aco-
gieron diversas actividades, como parecen indicar los hornos de planta circular
descubiertos en el Ambiente XII o en el extremo ESE del enclave, así como las
escorias metálicas detectadas en el Ambiente VI, siendo además susceptibles
de ser ocupados, como pondrá en evidencia la remodelación de la «Casa del
Incendio» durante la siguiente fase.
A partir de las calles y de estos espacios abiertos, se erigirán las construc-
ciones, que presentan distintos grados de complejidad pese a mostrar una alta
homogeneidad en las técnicas constructivas. Predominan los alzados de mam-
postería, con lienzos de doble paramento y relleno de enripiado, presentando
alturas variables que pueden alcanzar los 98 cm conservados en la Estancia
I. Sobre estos se erigen alzados de adobe, destacando el derrumbe excavado
en la Estancia IV, donde se documentó un lienzo caído en el que se contabili-
zaron más de una veintena de hiladas, que arrojan una altura aproximada de
2’3 m restituidos, que situarían las cubiertas a cerca de 3 m del suelo. Estas
eran planas, soportadas por grandes maderos, identificados por sus negativos
y restos carbonizados, y entramados vegetales más finos, todo ello recubierto
con barros, como evidencian las improntas recuperadas. En los equipamientos
interiores destacan los bancos, de los que se conserva una notable cantidad
y variedad, atestiguándose ejemplos en mampostería, fabricados en adobe,
amasados de barro y técnicas mixtas, siendo más escasos los hogares, identifi-
cándose uno de planta circular en la Estancia IIIa-b. Si hasta aquí las técnicas
y construcciones podrían encajar perfectamente en un enclave ibérico, existen
una serie de rasgos sin paralelos en el mundo contestano, más relacionados
Una ciudad bárquida bajo Lucentum (Alicante). Excavaciones en el Tossal de Manises299
con las influencias púnicas, que aparecerán desde Fase II.1 y combinados con
los descritos (Olcina et alii, 2010, 238-240). En cuanto a las técnicas, se ha
constatado el empleo de hormigón, detectado en los revestimientos de las cis-
ternas, en el pavimento de opus signinum de la «Casa del Patio Triangular» o
en el de mortero de cal con pequeñas piedras del «Patio de la Atarjea», tanto
en la fase de construcción de las defensas como en la urbanización inmediata.
Entre los equipamientos, serán sin duda las cisternas, dos de planta elíptica, a
bagnarola (cisternas I y II), y otra de idéntica técnica pero de planta trapezoi-
dal –la III–, el mejor ejemplo del empleo de modelos foráneos, en este caso
claramente púnicos (Fantar, 1975, 10-15 y 1992, 325). Será la «Casa del Patio
Triangular» la construcción que mejor representa estas influencias externas,
con la presencia de la Cisterna Helenística I y del pavimento de opus signinum,
pese a no conocerse completamente su planta, evocando fielmente modelos
bien conocidos en el mundo cartaginés (Olcina [ed.] 2009, 104-105; Jiménez
y Prados, 2013).
Frente a esta última, y volviendo a evocar la simbiosis con el mundo
indígena señalada reiteradamente para el yacimiento del Tossal de Manises
(Olcina, 2005, 165; Olcina et alii, 2010, 247), destaca la «Casa del Incendio»,
concebida en origen como una unidad constructiva a la que se accede proba-
blemente desde un espacio abierto (Ambiente VI) por medio de un vestíbulo
(Estancia XI). El vestíbulo da paso a un pasillo o corredor que discurre por el
extremo SO de la construcción, a lo largo de 10’92 m, articulando las distintas
habitaciones. Desde él se accede a tres estancias dispuestas en batería, de 8 m
de profundidad, que se adosan directamente contra el paramento que une las
torres IX y VIII, apoyándose también en esta la más oriental de las estancias,
la IV. Sus anchuras son variables, oscilando entre los 2 m de la Estancia IIIc
(la más occidental) a los 4’2-4’3 de la Estancia IIIa-b (la central y más com-
pleja, dotada además de un pequeño cubículo en su esquina NO y de un hogar
central), pasando por los 2’9-3’4 m de la Estancia IV, con planta ligeramente
trapezoidal frente a las otras dos, más rectangulares.
Completaría la forma urbis original la construcción de almacenes, espacios
rectangulares y alargados detectados en el Sector B, junto a la Torre VI, y
compuestos por dos estancias simples (IX y X), adosadas contra la muralla y
entre dos ambientes. Posiblemente los almacenes excavados por F. Figueras
en 1935 se correspondan con este tipo de estructuras, aunque a día de hoy no
podamos confirmarlo.
A nivel de cultura material, se observa una ligera evolución respecto a
la fase previa, pese a su inmediatez. Se detectan todas las clases cerámicas
ibéricas, estando ausentes las decoraciones vegetales complejas y las figu-
radas. En lo referente a las ánforas importadas, documentamos ejemplares
púnico-ebusitanos de las formas T8111, T8121 y un individuo del tipo T8131,
300 Manuel Olcina Doménech, Antonio Guilabert Mas y Eva Tendero Porras
que se produciría en la cercana Ỳbshm entre los años 250 a.n.e. y 200 a.n.e.
(Ramón, 1997, 49; 2011, 174 y 2012a, 238)–, al que deberíamos añadir un
ejemplar completo exhumado en 1935. Estas producciones estarían acompaña-
das por ejemplares gadiritas del tipo T8211 –cuyo final de producción ha sido
ampliado hasta mediados del siglo ii a.n.e. (Sáez, 2008b, 501)– y centromedi-
terráneos de las formas T5232 –último tercio del siglo iii a.n.e. (Ramón, 1995,
1999)–, T7112 –del siglo iii a.n.e. (Ramón, 1995, 204)– y T5231 –del último
cuarto/quincenio del siglo iii al primer cuarto de la centuria siguiente (Ramón,
1995, 198)–, este último con dos ejemplares completos depositados en sendas
fosas junto a la Torre VI, como indicábamos líneas arriba. Aparecerán ahora
los primeros fragmentos informes de ánforas greco-itálicas, y un borde tipo
BD1, que abarcaría todo el siglo iii a.n.e., presente en los tipos MGS V y MGS
VI (Pascual y Ribera, 2013, 241). En cuanto a las vajillas de mesa, se reduce
notablemente la presencia de barnices negros áticos, identificándose ejempla-
res de las formas L. 21/22, L. 23 y L. 26, desapareciendo totalmente el Grupo
de las Pequeñas Estampillas y detectándose dos fragmentos informes de pro-
ducciones itálicas de barniz negro del siglo iii a.n.e., posiblemente de origen
etrusco; mientras tanto, en campaniense A, aparecerán fragmentos informes
y las formas L. 27ab y 27c, arrancando la producción de esta última hacia el
220 a.n.e.4. Entre las producciones ebusitanas oxidantes de barniz negro detec-
tamos fragmentos informes y un ejemplar de la forma HX-1/54, datada en un
contexto de tercer cuarto del siglo iii a.n.e. en Ibiza (Ramón, 2012a, 232 y n.
50; 2012b, 586 y 596) –o entre los años 240-220 a.n.e. (Ramón, 1998, 164)–,
que acompañará a fragmentos informes de cerámicas grises ampuritanas y un
ejemplar tipo F81 (L. 36) de los talleres de Rosas –fechado en pleno siglo
iii a.n.e. (Puig, 2006a, 361)–. Serán las producciones centromediterráneas y
norteafricanas –centradas en la costa tunecina–, las más representadas en esta
fase, concentradas en la excavación de un pequeño sondeo en la Calle I, donde
se identificaron vasos de las formas L. 23, L. 25/27, L. 26, L. 27ab, L. 28ab, L.
31, L. 42 y un ejemplar similar al tipo ebusitano HX-1/53, que acompañarán a
fragmentos de mortero púnico de producción centromediterránea y a lopades y
platos-soporte de cocina de fábrica norteafricana.
El conjunto viene marcado por la presencia de ánforas T5231, T5232 y
T8131, que combinadas con la escasa representación de campanienses A y
de ánfora greco-itálica, plantea una cronología previa al inicio de la Segunda
Guerra Púnica, situada en el arranque del último cuarto del siglo iii a.n.e. Todo
4. Localizada en UE 3524 del Sector B-C, excavada el 6-7 de junio de 2001. Esta unidad se
interpretó como un posible nivel de paso/pavimento asociado al muro UE 3520/BC-007,
datado en Fase II.2a, por lo que cabe la posibilidad de que la fosilización de la pieza se deba
al uso del mismo, no a su construcción, y por tanto sea inmediatamente posterior (Fase II.2b).
Una ciudad bárquida bajo Lucentum (Alicante). Excavaciones en el Tossal de Manises301
1 0 20cm 4
5 6
0 5cm
para el caso peninsular y las Pitiusas desde el tercer cuarto de la tercera cen-
turia a.n.e. (Morel, 1998, 246 y 247; Principal, 1998, 140; Ramón, 1998, 171;
Cibecchini y Principal, 2002, 655), aceptándose la aparición de las formas
L. 21/25, L. 23, 27ab, 28, 33b y 42B/C desde el tercer cuarto del siglo y las
L. 23, 25, 27ab, 27B (=27c), 28, 33, 34, 36, 45, 49B y M68 para el último
cuarto de la centuria (Morel, 1998, 247; Cibecchini y Principal, 2002, 656),
ampliándose el repertorio formal para el caso de las L. 27Bc y 33a (Ruiz,
2008, 671-672) identificadas en Qrtḥdšt. El caso de la T7112 es diferente,
y merece ser aclarado. Fue datado en origen en un siglo iii a.n.e. sin límites
precisos y fabricado con pastas del grupo «Cartago-Túnez» (Ramón, 1995,
204), aunque se indicara una posible producción siciliana (Ramón, 1995, 288),
recientemente confirmada. Esta se fechó entre el último decenio del siglo iv
y el primer tercio del iii a.n.e., presentando una difusión que alcanzaba desde
el sur hispano hasta el eje Basilicata-Libia (Bechtold, 2008, 64), de la que
se ha hecho eco la investigación (Botte, 2012, 583). Esta fecha límite podría
asimilarse para la producción norteafricana del tipo, y con ello tendríamos una
posible evidencia de poblamiento prebárquida en el Tossal de Manises, sin
embargo parece no ser el caso. La misma autora ha señalado recientemente
unas fechas de producción, focalizada en Solunto, situadas en un siglo iii a.n.e.
avanzado (Bechtold, 2012, 6), abundando por tanto en el horizonte definido
por los tipos T5231, T5232 y T8131, que caracterizarían esta fase.
1 4
2 5
0 5cm
10
0 5cm
Figura 8. Materiales de Fase II.2b: 1-5, ánforas ebusitanas (T8131); 6-7, barnices negros
centromediterráneos (sim.HX-1/53 y L. 55); 8-9, Campaniense A (L. 27c y L. 33b); 10,
ungüentario helenístico.
Una ciudad bárquida bajo Lucentum (Alicante). Excavaciones en el Tossal de Manises307
TOSSAL DE MANISES
FASE II.3
POSIBLE PUERTA
DE ACCESO
II
LLE
CA
CA
LLE
I
BC
T-T'
0 10
los dos viales conocidos hasta la fecha (Calles I y II). Completaría el mapa de
distribución su identificación en los sondeos realizados bajo la romana calle de
Popilio (Olcina y Pérez, 1998, 64; Sala, 1998, 45), así como en los almacenes
exhumados en los años 30 del siglo xx por F. Figueras (1959, 56).
A diferencia de las fases anteriores, constructivas, donde el material se
incorpora progresivamente al registro arqueológico, en esta asistimos a la
fosilización súbita y masiva del repertorio cerámico en uso, ejemplificado en
el hallazgo de abundantes formas fragmentadas, pero completas, asociadas a
estratos cenicientos y sepultadas por los derrumbes tanto de las estructuras
domésticas como de las militares. Esta destrucción será seguida por un largo
episodio de abandono, en el que solo se detectarán frecuentaciones esporádicas
(Fase III.1).
No se han hallado contextos de habitación para el siglo ii a.n.e., aunque
sí materiales muebles, casi siempre acompañados de producciones de la cen-
turia siguiente, por lo que hemos pasado en la secuencia de un siglo ii a.n.e.
mal caracterizado (Olcina, 2005, 165; Olcina et alii, 2010, 245) a un siglo de
vacío demográfico (Olcina [ed.], 2009a, 43; Olcina et alii, 2014b), siendo su
mejor exponente el uso, que no mantenimiento, de la cisterna de la «Casa del
Patio Triangular», que irá colmatándose progresivamente a lo largo de esta
centuria (Olcina et alii, 2010, 245). Este abandono será el causante de la falta
de continuidad de la trama urbanística de época bárquida en la posterior ciu-
dad romana, ya que, a diferencia de Carthago Nova (Antolinos, 2009, 59-60;
Noguera et alii, 2009; Ramallo y Ruiz, 2009), en Lucentum asistiremos al tra-
zado de un nuevo viario que no coincidirá con el primigenio, derivado de la
destrucción referida, del vacío poblacional del siglo ii a.n.e. y de la función del
yacimiento durante la primera centuria previa al cambio de era (Olcina et alii,
2014b), reflejándose en una verdadera ruptura urbana.
El material ibérico, como en toda la secuencia descrita, es abundantísimo,
estando todas las clases representadas y reapareciendo las decoraciones vege-
tales complejas, sumándoseles ahora las de estilo narrativo. Entre el conjunto
ibérico del siglo iii a.n.e., fue amortizada ahora una imitación ibérica de crá-
tera de cáliz/campana, fabricada en un momento comprendido entre finales
del siglo v y mediados del iv a.n.e. (Olcina, 2009b), habiendo estado en uso
durante más de un siglo.
El conjunto de las ánforas ebusitanas está dominado ampliamente por la
forma T8131, con nueve de los doce ejemplares identificados (75 %), com-
pletándose con un ejemplar de T8121, una PE-22 –forma que arrancará en el
siglo v y verá su fin a inicios del siglo ii a.n.e. (Ramón, 2012a, 238)– y una
T8132, sobre la que más adelante volveremos. Las ánforas greco-itálicas apa-
recen representadas por un ejemplar del tipo MGS V y cuatro del tipo MGS VI,
siendo mucho más abundantes los ejemplares púnicos, entre los que destacan
310 Manuel Olcina Doménech, Antonio Guilabert Mas y Eva Tendero Porras
dos tipos, las T5231 centromediterráneas y las T9111 del área gaditana –cuyo
inicio de producción se sitúa en el último tercio/cuarto del siglo iii a.n.e. (Sáez,
2008a, 54 y 2008b, 498)–. Gozarán de menor representación las formas T7211,
T8211, T11213, T12111, así como dos imitaciones, una de ánfora de tipo
greco-itálico producida en la Bahía de Cádiz –que comenzarán a fabricarse
hacia mediados de la tercera centuria (Sáez y Díaz, 2007, 198)– y una réplica
de ánfora griega de origen centromediterráneo, probablemente siciliana5. En
lo referente a las vajillas finas, se identifica una L. 22 en barniz negro ático,
que acompañará a tres ejemplares ebusitanos de cocción reductora y engobe
negro de las formas L. 27ab y 33b, no identificándose piezas de la misma pro-
cedencia y cocción oxidante. En cuanto a los barnices negros centromediterrá-
neo predominan los ejemplares de platos de pescado (L. 23), completando el
conjunto las formas L. 27ab, 45, 55, así como un cuenco similar a la HX-1/53
ebusitana. De los talleres de Rosas se identificaron fragmentos de un craterisco
(F40), fabricado desde ca. 300 a.n.e. hasta el final de la producción de Rhode,
a comienzos del siglo ii a.n.e. (Puig, 2006a, 347), fechas que coinciden con las
de una jarrita Aranegui 2 de la costa catalana (Aranegui, 1987, 89) hallada en
el nivel de destrucción localizado bajo la calle de Popilio, que evidenciaba la
ruptura de la forma urbana entre esta ciudad y la Lucentum romana.
Será sin duda la campaniense A la que ahora adquirirá el protagonismo
principal entre las vajillas de mesa, tanto cuantitativamente como en variedad
formal, atestiguándose ejemplares de los tipos L. 23, 27ab, 27B (=27c), 28ab,
33a, 33b, 36 –una con grafito latino [TR]–, 42Bc, 45, 49a, M68bc y F1311,
a las que hay que sumar una lucerna helenística de barniz negro de la forma
Ricci D, del siglo iii a.n.e. (Ricci, 1974, 215). Finalmente, solo nos restaría
señalar el hallazgo en el nivel de amortización de la Torre VI de una unidad de
bronce de clase VIII, tipo II-I, datada hacia el 221 a.n.e. (Villaronga, 1994, 69,
n.º 45), y otra de la clase X, tipo I-I, acuñada entre los años 218 y 206 a.n.e.
(Villaronga, 1994, 70, n.º 52 y 53).
A esta fase deberíamos añadir el contenido de los almacenes excavados
junto al tramo n.º 4 de la muralla (Sector C) por F. Figueras en 1935 (Figueras,
1959, 56), donde aparecieron depósitos de ánforas afectadas por un potente
incendio y apoyadas contra la muralla. Los tipos recuperados y la descripción
del hallazgo concuerdan con los datos disponibles para la Fase II.3, con para-
lelos estratificados para las formas T5231, T8131 y T8211, para los contene-
dores ibéricos –idénticos a los del nivel de destrucción de la Estancia XV, del
tipo I-4 y I-5 (Ribera y Tsantini, 2008, 621)– y también para los greco-itálicos.
En lo referente a la cronología de la destrucción, en publicaciones anteriores
hemos señalando que el conjunto de materiales muebles recuperado permitía
1 4
0 10cm
5
8
7 9
0 5cm
Figura 10. Materiales de Fase II.3: 1, ánfora del Círculo del Estrecho (T9111); 2, ánfora
de probable producción siciliana; 3, ánfora grecoitálica (MGS VI; Gr-Ita. Vb-VIa); 4,
ánfora ebusitana (T8132); 5, cerámica de cocina púnica (cazuela de borde horizontal); 6-9,
Campaniense A (L. 23, L. 36, F1311 y L. 68bc).
centrar el episodio entre el último decenio del siglo iii a.n.e. y las dos primeras
décadas del siglo ii a.n.e. (Olcina, 2005, 162; Olcina et alii, 2010, 240), sin
embargo, y tras su revisión, estamos en condiciones de matizar esta propuesta.
El principal elemento disonante de la estratigrafía del yacimiento correspondía
al hallazgo, en un pequeño sondeo realizado en la romana calle de Popilio,
312 Manuel Olcina Doménech, Antonio Guilabert Mas y Eva Tendero Porras
decenio del siglo iii a.n.e. y las dos primeras décadas del siglo ii a.n.e. (Olcina,
2005, 162; Olcina et alii, 2010, 240), ampliando el abanico de posibles expli-
caciones, ya que nos obligaba a plantearnos la relación del final del enclave
bien con el conflicto entre púnicos y romanos, bien como consecuencia de la
política represiva romana posterior a la contienda, a la que se deben los aban-
donos de los enclaves edetanos, tal y como reflejan las fuentes (Bonet, 1995,
500; Bonet y Mata, 1998, 69). Ante la ausencia de referencias literarias para
ambos momentos en la Contestania cabía buscar una explicación plausible, y
no solo para la ruina del Tossal de Manises, ya que comparte suerte con otros
núcleos de distinta naturaleza que serán abandonados y/o destruidos, casos de
La Serreta (Olcina et alii, 1998, 44; Olcina et alii, 2000, 139) o La Escuera
(Abad y Sala, 2001, 263)–, en torno al 200 a.n.e. La extrapolación de los datos
literarios edetanos o de las referencias a la toma de Qrtḥdšt no nos parecieron
pertinentes para dilucidar el problema, ya que carecíamos de elementos objeti-
vos para decantarnos por una opción u otra.
Únicamente a partir de la lectura del Tossal de Manises desde la lógica
de la implantación territorial cartaginesa en Iberia, comenzó a clarificarse su
papel como un elemento de vertebración territorial, ya que no solo protegía las
rutas costeras hacia la capital bárquida de Iberia, controlando los territorios
recién adquiridos en dirección N, sino que además reproducía el modelo terri-
torial de Cartago (Olcina et alii, 2010, 246), defendida a lo largo de la costa
tunecina mediante la construcción de fortines (Lancel, 1995, 399; Gharbi,
1995, 80; Prados, 2008b, 33-39). El Tossal de Manises fue así un eslabón más
en, como ha definido M. Bendala (2010, 457), la aplicación de una ambiciosa
estrategia territorial, fundamentada en buena medida en la potenciación de
centros fortificados según los modelos de la arquitectura defensiva helenística,
en un programa que pronto quedó truncado pero que pretendía constituirse
en la base de un dominio territorial indefinido, no siendo incompatibles la
acción púnica y la coexistencia con los iberos (Olcina, 2005, 165; Olcina et
alii, 2010, 247). Desde esta perspectiva es a todas luces lógico que la suerte
de la ciudad quedara ligada a la de la capital de los dominios bárquidas penin-
sulares, de modo que su caída en manos de los romanos de Escipión, en el
año 209 a.n.e., precipitará su fin. En esta situación, el enclave pasará de la
retaguardia cartaginesa –como fondeadero, refugio, lugar de aguada, punto de
control marítimo y puente de penetración hacia el interior peninsular– a la de
los romanos, empeñados en el avance hacia el S y enfrentados en nuestras
costas contra la flota cartaginesa, pero no portadores de un plan de conquista
e implantación territorial, hecho que tal vez explique la falta de interés por la
conservación de la ciudad, decisión también equiparable al caso de La Escuera
y a la Contestania en general, dado el aparente desinterés de Roma por la zona
durante el siglo ii a.n.e. (Olcina y Ximénez de Embún, 2014, 110).
Una ciudad bárquida bajo Lucentum (Alicante). Excavaciones en el Tossal de Manises317
Conclusiones
1. La fundación del primer enclave urbano detectado en el Tossal de Manises
se remonta por su estratigrafía y materiales a inicios del último tercio/cuarto
del siglo iii a.n.e., reflejando un profundo cambio en el patrón de asentamiento
de la zona, y primando tanto la defensa del yacimiento como el control visual
de las vías de comunicación marítimas y terrestres de la zona, en detrimento
del Tossal de les Basses, localizado tan solo a 350 m, pero que no cumplía
estos requisitos. Desconocemos si entre ambos establecimientos hubo un hia-
tus o bien una continuidad poblacional con cambio de emplazamiento, pero sí
podemos afirmar que no coexistieron.
2. Parte de los tipos arquitectónicos y de los materiales empleados desde la
fundación de las defensas y su posterior e inmediata urbanización, correspon-
den a influencias externas. Nos referimos en concreto al empleo de conceptos
de poliorcética helenística en el trazado y resolución de la potente fortificación
que encorseta el enclave, con torres huecas artilladas apenas sobresalientes
del lienzo de muralla y concebidas para la defensa a distancia o la presencia
de un potente proteichisma, ajenas a la arquitectura militar del mundo ibérico
(Quesada, 2007). Estos tipos arquitectónicos foráneos también se plasman
en la arquitectura doméstica, con la «Casa del Patio Triangular» que, pese a
estar excavada parcialmente, no ofrece dudas sobre su filiación, por las altas
semejanzas presentadas con modelos bien conocidos en el mundo cartaginés
(Jiménez y Prados, 2013). Las mismas consideraciones son aplicables a las
cisternas del yacimiento, con numerosos paralelos en asentamientos púnicos
(Fantar, 1975 y 1992), así como a sus técnicas constructivas y el empleo de
morteros de cal, también aplicados a diversos suelos, de clara influencia nor-
teafricana (Olcina et alii, 2010, 240). Estos elementos se combinan con otros
típicamente ibéricos, como los altísimos porcentajes de cerámicas locales
entre la cultura material recuperada o modelos arquitectónicos característicos,
siendo su mejor ejemplo el de la «Casa del Incendio», con hogar central.
3. Dados los puntos 1 y 2, asistimos a la creación de un núcleo urbano poten-
temente fortificado, según los preceptos de la arquitectura defensiva helenís-
tica, y urbanizado, siguiendo una combinación de modelos arquitectónicos y
materiales constructivos que responden tanto a las tradiciones locales como a
fuertes influencias del mundo cartaginés, a inicios del último tercio/cuarto del
siglo iii a.n.e. Ante la disyuntiva de si esta combinación de elementos se debe
al influjo púnico o a su actuación directa, nos decantamos por esta segunda
opción, según argumentamos en dos trabajos previos (Olcina, 2005, 162-165;
Olcina et alii, 2010, especialmente 245-247), siendo concebido como un ele-
mento de control y vertebración territorial dentro de la política de conquista
318 Manuel Olcina Doménech, Antonio Guilabert Mas y Eva Tendero Porras
de Iberia acometida por la familia de los Barca, con lo que ello implica. Dada
la horquilla temporal ofrecida por el registro material, no podemos descartar
ni asumir ninguna de las opciones más plausibles, bien que se trate de una
fundación de manos de Amílcar Barca, bien de Asdrúbal Barca. Caso de ser el
primero, volveríamos a las hipótesis de mediados del siglo xx, que situaban en
este yacimiento Ákra Leuké (Diod. Sic., Bib. Hist., XXV, 10), idea que cuenta
con defensores (López, 1995, 74) y detractores, que la sitúan en las cerca-
nías de Cástulo, Carmona o, incluso, el Valle del Ebro (Barceló, 1994, 18-20;
García-Bellido, 2010; Hernández, 2003). Caso de ser el segundo, pudiera tra-
tarse de la ciudad innominada fundada tras la creación de Qrtḥdšt (Diod. Sic.,
Bib. Hist., XXV, 12), cumpliendo además la función de controlar las recien-
temente adquiridas tierras al N de la capital de los Barca y constituirse en un
punto de defensa avanzada de la misma, a imagen de Cartago (Olcina, 2005,
164-165). La presencia de rasgos ibéricos en la misma, no sería incompatible
con ninguna de las dos opciones, ya que pese a las distintas políticas asumidas
por ambos generales ante los pueblos peninsulares, la población autóctona era
imprescindible para la explotación económica, directa o indirecta, de los terri-
torios apropiados (Gracia, 2006, 68).
4. Durante los años transcurridos entre su fundación y su destrucción, situa-
dos en los momentos previos y durante la Segunda Guerra Púnica, el enclave
demuestra una fuerte vitalidad, ejemplificada tanto en la evolución de la edi-
licia como en la llegada de importaciones, siendo especialmente relevantes
los contactos con el área centromediterránea, Ỳbshm y el área del Estrecho de
Gibraltar, retaguardia de Aníbal en su aventura italiana (Bendala, 2010). Esta
posición ha de relacionarse con el fortalecimiento de las defensas registrado
durante la contienda, que a la postre se vería necesaria, dado el final inminente
de esta fase urbanística.
5. No hay elementos objetivos para situar la destrucción del enclave más allá
de la última década del siglo iii a.n.e., datos que constriñen el marco explica-
tivo dentro de la Segunda Guerra Púnica, aconsejando situar el episodio en la
campaña que culminó con la toma de Qrtḥdšt por Publio Cornelio Escipión,
hacia el 209 a.n.e., y anterior a su posterior avance hacia el S, concretado en
la toma de Baria/Villaricos y la batalla de Bæcula, ambas en el 208 a.n.e.
Quedaría así reforzada la idea de la función del Tossal de Manises como punto
de control marítimo-terrestre cartaginés, siendo además puerto de aguada y
refugio, así como baluarte en la defensa de la capital bárquida –independien-
temente de su fundación–, por lo que sus suertes quedaron ligadas. De este
modo, bien en el avance romano hacia Qrtḥdšt, bien inmediatamente tras su
caída, la ciudad fue totalmente arrasada, creemos que en una acción en la que
se vieron involucradas también La Escuera –en la costa– y La Serreta –en el
Una ciudad bárquida bajo Lucentum (Alicante). Excavaciones en el Tossal de Manises319
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Una ciudad bárquida bajo Lucentum (Alicante). Excavaciones en el Tossal de Manises327
El hallazgo
En el otoño de 2012, durante el seguimiento arqueológico de las obras del
gaseoducto «Conducción de Gas Natural Guardamar-Torrevieja-Orihuela-
Pilar de la Horadada», se produjo el hallazgo de una estructura subterránea
tallada en el paleosuelo de roca calcarenita en el extremo septentrional del
cabezo donde se sitúan el poblado y necrópolis ibéricas de Cabezo Lucero
(Guardamar del Segura, Alicante) (Aranegui et alii, 1993).
Se trata de un tramo de escaleras que antecede a una cavidad abovedada,
cuya morfología puede relacionarse, en principio, con los hipogeos funera-
rios fenicios y púnicos. Durante el desarrollo de los sondeos y el seguimiento
de apertura de zanjas en el entorno no se detectaron otras estructuras que
confirmaran un área de necrópolis en la zona, lo que no descarta su existen-
cia. Los trabajos arqueológicos quedaron interrumpidos al alegar la dirección
de obra ante la Conselleria de Cultura de la Generalitat Valenciana la caren-
cia de medios técnicos para garantizar la seguridad laboral y, seguidamente,
la institución autonómica aceptar la paralización sin mediar una solución
alternativa. Finalmente, tanto el dromos como el tramo excavado de la ante-
cámara fueron cubiertos con arena especial, garantizando su conservación
330 Bienvenido Mas Belén, Feliciana Sala Sellés y Fernando Prados Martínez
Figs. 1-2. Vista del posible hipogeo desde la trinchera de la Guerra Civil y sección del
dromos. E = 1:20
Localización
La estructura se emplaza entre el talud que delimita por el norte el poblado
ibérico de Cabezo Lucero, afectado por una trinchera de la Guerra Civil
Española (1936-1939), y la antigua vía pecuaria de la Colada dels Estanys,
posteriormente convertida en camino militar durante dicha contienda y hoy
carretera que une las poblaciones de Rojales y Guardamar (Aranegui et alii,
1993, 5-6, 15). La ladera del cabezo, que en época antigua se prolongaría
de forma suave hacia el río Segura, quedó recortada a la altura del ingreso
descendente al interior de la cavidad. La construcción del camino y de la
posterior carretera afectó a la caja de la escalera y a la cubierta de la cavidad,
recortando y casi nivelando el terreno y proporcionando, tanto al dromos
como a la entrada de la cavidad, un aspecto diferente al que debió tener en
origen (Fig. 1).
El hecho de que los peldaños arranquen desde una trinchera de la Guerra
Civil que surca perimetralmente el cabezo hizo pensar en un principio que
Un hipogeo con dromos escalonado de tipología fenicio/púnica tallado a pie de...331
Fig. 4a-b. Vista, desde el S.E., del tramo excavado. Al fondo, agua acumulada y parte del
testigo estratigráfico.
el segundo es de pasta gris (Fig. 8a-d). Entre los vasos de pequeño formato
destaca un pequeño recipiente de morfología especial, hecho a mano y con
decoración pintada geométrica al exterior y al interior. La pasta es tosca, muy
semejante a la de cocina, incluso con los habituales desgrasantes de cuarzo,
pero un engobe de arcilla rosada aplicado por inmersión cierra los poros y
permite plasmar la decoración pintada; de un punto medio de la pared exte-
rior arranca lo que debió ser un mango de sección ovalada (Fig. 6).
La cronología y homogeneidad del conjunto cerámico ibérico es corro-
borada por la presencia de varios vasos áticos de barniz negro, al menos, tres
ánforas púnico-ebusitanas (UE 102) del tipo T-8.1.1.1 de Ramón (1991, 147-
149, Mapa 1) (Fig. 7) y un mortero ebusitano AE-20. Los productos cerámi-
cos ebusitanos llegan de forma masiva a la costa contestana en el siglo iv a.C.
y, en especial, las ánforas de este tipo están presentes en todos los enclaves
costeros de estas fechas, desde La Escuera, La Picola, Tossal de les Basses,
La Illeta dels Banyets, Cap Negret al Penyal d’Ifac. Aunque en un número
inferior, también llegan a los oppida del interior.
Un hallazgo curioso en este contexto son las escorias de fundición de
plomo y fragmentos de lingotes discoidales de litargirio aparecidos en diver-
sos estratos, reflejo de una actividad metalúrgica en el entorno. En la UE 105
apareció el lingote más completo (Fig. 9a-d), lo que ha permitido conocer
su forma y las dos opciones de apilamiento: normalmente con el anverso
cóncavo visible, apto para su transporte sobre superficie no plana, o con el
reverso convexo visible. Por su mayor superficie de apoyo, esta segunda
variante permitiría apilar los lingotes sobre una superficie plana. Esta pieza
presenta 24 cm de diámetro y un espesor de alrededor de 5 cm.
Un hipogeo con dromos escalonado de tipología fenicio/púnica tallado a pie de...335
Fig. 9a-d. Anverso y reverso del fragmento de lingote. Propuesta de aspecto original y
variantes de apilamiento.
Fig. 10. Fragmento de brazo revestido con manto y, tal vez, portando brazalete.
338 Bienvenido Mas Belén, Feliciana Sala Sellés y Fernando Prados Martínez
(Ramos, 1991, 255, 258; Prados, 2008, 79). Durante la excavación de los
estratos que amortizaban el dromos y los primeros espacios abovedados no
se hallaron indicios del sistema de cierre, como restos de lajas o grandes
piedras. Ello plantea algunas incógnitas con derivaciones importantes para
la interpretación cultural, por ejemplo, si el cierre del hipogeo estuvo intacto
hasta que las obras del camino o de la trinchera de la Guerra Civil se llevaron
las lajas, o si la cámara fue profanada, saqueada y colmatada en la segunda
mitad del siglo iv a.C., perdiéndose de antiguo el cierre, o si la estructura ha
permanecido intacta y lo excavado es la colmatación primaria del dromos,
contexto que se compadece con un cierre exterior mediante pavimentación
de mortero de cal, como los recientemente descubiertos en la entrada de
algunos hipogeos de Puig d’es Molins de Ibiza.
segunda mitad del siglo iv a.C. nos daría un terminus ante quem para un
posible expolio o reutilización de la cámara por iberos o púnicos.
La segunda opción que barajamos es que la cámara tuviera adscripción
púnica. Tras el abandono de La Fonteta a mediados del siglo vi a.C., el pobla-
miento antiguo de la desembocadura del Segura se traslada sin solución de
continuidad a la margen izquierda con la fundación ex novo del poblado de
El Oral donde, además, se mantiene la tradición arquitectónica de la colonia
fenicia y no pocos elementos de su cultura material (Abad y Sala, 2009).
Su necrópolis, El Molar, se extendía junto a la lámina de agua del estuario,
a unos pocos centenares de metros de distancia. En las últimas décadas del
siglo v a.C. la población abandonó El Oral para trasladarse a La Escuera,
algo más al interior pero siempre en la orilla del estuario. La ocupación de la
margen izquierda a partir de la segunda mitad del siglo vi hasta la Segunda
Guerra Púnica pudo deberse a la fluctuación del curso del río, del que los
estudios paleoambientales mencionados observan otro paleocauce discu-
rriendo a los pies de la sierra del Molar, más o menos por estas fechas2. En
esta argumentación de los cambios del poblamiento antiguo llama la aten-
ción la localización excéntrica del poblado y necrópolis ibéricas del Cabezo
Lucero respecto al espacio de hábitat ibero, su fundación ex novo en las
últimas décadas del siglo v a.C. y su abandono en la segunda mitad del siglo
iv a.C. o ya a principios del iii a.C. según el numerario púnico-ebusitano
localizado en algunas tumbas, coincidiendo con la amortización del dromos.3
Desde su origen en las últimas décadas del siglo v a.C. la necrópolis se
desarrolló en sentido sur-norte (Uroz y Uroz, 2010, 92, 112-113), amplián-
dose hacia el poblado y el río, en sentido inverso al modelo de desarrollo
las necrópolis fenicio-púnicas. A estos rasgos peculiares del enclave ibé-
rico ahora hay que sumar la existencia del hipogeo de tradición púnica en el
límite septentrional del poblado que ya cuenta con su propia necrópolis al sur.
Aunque todavía sin respuesta, podemos estar sin duda ante un dato más para
alimentar el debate abierto en torno al establecimiento de población púnica
permanente en esta zona del sureste peninsular (Sala, 2004, 62-68, 84-85), no
necesariamente en un enclave aparte sino en un barrio comercial dentro del
poblado ibero, como muestra el ejemplo del barrio de comerciantes etruscos
2. Ya en época histórica y hasta la actualidad, el río vuelve a discurrir por el piedemonte de
la margen derecha, lo que explicaría que el hábitat tardo-antiguo e islámico se vuelva a
localizar en este lado de la desembocadura.
3. Recientemente uno de los autores ha podido examinar los materiales arqueológicos de las
tres campañas realizadas en el poblado bajo la dirección de José Uroz, a quien agradece-
mos la buena disposición. Se confirma que poblado y necrópolis tienen los mismos límites
cronológicos: últimas décadas del siglo v a últimas décadas del iv a.C.
Un hipogeo con dromos escalonado de tipología fenicio/púnica tallado a pie de...343
4. Según la recreación expuesta en el ARQUA, los lingotes irían apilados sobre una base de
abarrote –ramas y troncos de arbustos– como si fueran platos, quedando visibles el borde
y el umbo central marcado, es decir, la cara cóncava o anverso. Externamente, este tipo de
lingotes presentan una morfología convexa, con menor superficie de apoyo.
5. Las campañas en La Escuera de 2013 y 2014 en un corte abierto a extramuros del lienzo
meridional han deparado numerosos fragmentos de tortas y lingotes de litargirio y plomo,
idénticos en forma y tamaño a los del hipogeo. También son abundantes los restos de fundi-
ción de plomo en el interior del poblado, siempre en los contextos de abandono del poblado
como consecuencia de la Segunda Guerra Púnica.
344 Bienvenido Mas Belén, Feliciana Sala Sellés y Fernando Prados Martínez
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LAS DEFENSAS DE CARTAGENA EN LA
ANTIGÜEDAD: LAS MURALLAS DE LA
ACRÓPOLIS EN LOS SIGLOS III Y II A.C.1
Introducción
Tras la «fundación»2 hacia 229-228 a.C. de Qart Hadâst3 como capital de los
dominios cartagineses en Iberia4 en un enclave geoestratégico del sureste
peninsular5, Asdrúbal acometió –en un contexto claramente prebélico– un
imponente programa de monumentalización defensiva de la plaza fuerte
mediante la construcción de un lienzo de murallas que no solo la fortificaba,
si no que exteriorizaba su prestigio y el de los Barca y su empresa ibérica6.
1. Este trabajo es fruto del proyecto «Roma, las capitales provinciales y las capitales de
Hispania: difusión de modelos en la arquitectura y el urbanismo. Paradigmas del conventus
Carthaginiensis» (ref. n.º HAR2012-37405-C04-02), financiado por la Secretaría de Estado
de Investigación del Ministerio de Economía y Competitividad y en parte subvencionado
con fondos FEDER de la Unión Europea.
2. Sobre la posibilidad de un pacto entre la población ibérica y la cartaginesa: González
Wagner, 2010, 63-64; también: Fantar, 1994; Conde, 2003, 39 y 41. Sobre el oppidum
ibérico precedente: Ramallo y Ruiz, 2009, 527-532.
3. Síntesis sobre la ciudad púnica: Ramallo y Ruiz, 2009; Noguera, 2013. Sobre la historio-
grafía de la Cartagena púnica en los siglos xix y xx: Martín, 2009.
4. La ciudad «debía dominar Iberia como Cartago lo hacía sobre Libia» (Pol. 2, 13, 1). Para
el proyecto político cartaginés en Iberia: Bendala, Pérez y Escobar, 2013.
5. Pol. 10, 10, 5ss.; Liv. 26, 42, 8. Sobre la topografía de la ciudad antigua: Mas, 1979, 32-47;
Martínez, 2004.
6. Pol. 10, 13 y 15; Noguera, 2013, 143-147; Blánquez, 2013, 216-220 (con bibliografía
anterior).
348 José Miguel Noguera, María José Madrid, María Victoria García y Víctor Velasco
Figura 1. Vista aérea del cerro del Molinete (Cartagena) desde el Este; en su flanco norte se
aprecia el trazado rectilíneo de la muralla del siglo xvi, superpuesta a las murallas púnica y
romana objeto de este estudio (fot. Paisajes Españoles).
Figura 2. Ortofografía del área occidental de la cima del cerro del Molinete con los vestigios
de la muralla púnica y la romana republicana superpuestos (fot. J. G. Gómez Carrasco).
7. Sobre la conquista: Beltrán, 1946; id., 1947; Fernández, 2005. Para la fecha de 209-208
a.C.: Schulten, 1935, 118; De Sanctus, 1968, 440, nt. 18; Walbank, 1976, vol. 2, 14-15.
Otros autores toman como válida la fecha de 210 a.C. aportada por Livio (Lancel, 1997,
183). Evidencias arqueológicas del asedio: Martín y Roldán, 1997c, 89; Izquierdo y Zapata,
2005, 281. Sobre la posibilidad de un asedio anterior: Liv. XXII, 20; y De Miquel, 1994; en
contra: Fernández, 2005, 55-56.
Las defensas de Cartagena en la Antigüedad: las murallas de la acrópolis en los...349
Figura 3. Vista aérea del área occidental del cerro del Molinete con los restos arqueológicos
de la muralla púnica cubiertos con geotextil y los de la muralla romana republicana
superpuesta puestos en valor (fot. J. G. Gómez Carrasco).
12. Delimitado al Norte por el referido muro de aterrazamiento (UE 11033), al Este por los
restos del muro UE 12217, y al Oeste por la estructura UUEE 11130-11032, de unos 0,50
m de anchura, construida con pequeños mampuestos de caliza y costra caliza trabados con
barro y asentados sobre la roca natural regularizada; del cierre meridional no se conserva
Las defensas de Cartagena en la Antigüedad: las murallas de la acrópolis en los...351
estructura alguna, si bien el declive de la roca natural parece conformar una suerte de
límite del ambiente.
13. Le afectó en época romana la construcción de un paramento de grandes dimensiones, en
el siglo xvi la edificación de la muralla renacentista, por último, en los siglos xviii y xix la
352 José Miguel Noguera, María José Madrid, María Victoria García y Víctor Velasco
Figura 5. Planimetría arqueológica del área occidental del cerro del Molinete (último tercio
del siglo iii a.C.); n.º 1: muralla púnica del cerro del Molinete; n.º 2: santuario púnico
adyacente (dib. S. Pérez-Cuadrado Martínez).
Figura 7. Ortofografía del alzado de los restos de la muralla púnica del cerro del Molinete y
detalles fotográficos (fot. Arqueocad; comp. J. Gómez Carrasco).
término, se han documentado los restos del ambiente n.º 6, delimitado al Sur
por el muro de aterrazamiento, con el cual enlazan sus muros este y oeste.
Imposible conocer las dimensiones totales del ambiente14, si bien parece ser
un espacio de planta trapezoidal, dispuesto tan solo a 1 m del santuario de
Atargatis. Su muro occidental es medianero con el ambiente n.º 5, del que
queda parte del muro sur y el arranque del occidental. Tenía unos 3 m de
anchura15. Al Oeste de este ambiente se alza el n.º 4, delimitado al Este por
el paramento ya referido, al Sur por el muro de aterrazamiento principal, y
al Oeste por un muro identificado en parte en el perfil de la excavación. De
unos 5 m de anchura, en sentido Norte-Sur, su longitud es imprecisa dado
que no quedan restos del muro que lo delimitaba por el Norte16.
apertura de la calle Vista Bella y la construcción de las viviendas adosadas a la cara norte
de la muralla moderna.
14. Dado que su zona más septentrional está seccionada por los recortes practicados para la
construcción de una de las viviendas de la antigua calle Vista Bella.
15. Ignoramos su longitud por estar su límite septentrional seccionado por viviendas
contemporáneas.
16. Si admitimos la eventualidad de que la hilada inferior de un muro augusteo identificado
en la terraza superior (UE 11249) correspondiese en origen a la fase constructiva púnica
354 José Miguel Noguera, María José Madrid, María Victoria García y Víctor Velasco
Al Oeste del n.º 4 se dispone el ambiente n.º 3, muy alterado por la cons-
trucción de una casa en la antigua calle Vista Bella. Pudo ser un espacio de
unos 2 m de anchura, delimitado al Este por el muro medianero del contiguo
ambiente n.º 4, al Sur por el muro de aterrazamiento principal y al Oeste por
las estructuras de la cisterna n.º 2 (Fig. 8). No quedan restos del muro de
cierre septentrional. A continuación se dispone una cisterna del tipo a bagna-
rola (n.º 2), de planta rectangular y lados menores absidados, en parte exca-
vada en el terreno natural y en parte construida con muros de mampostería de
0,30 m de grosor. De tipo helenístico (Egea, 2003, 112, tipo II.2), mide 3,50
m de longitud y 1,50 m de anchura, estando su fondo (a 1,80 m por debajo
de la cota de circulación de la terraza inferior norte) y paredes interiores
impermeabilizados con mortero hidráulico de cal. La cisterna está inserta en
una estructura rectangular delimitada al Sur por el muro de aterrazamiento
principal y al Oeste por otro muro de mampostería y tapial17. El depósito
estaba colmatado por un nivel de tierra arcillosa marrón clara, compacta y
con pintas de cal y carboncillos (UE 11049), sin material cerámico. Al Oeste
de esta cisterna se dispone el ambiente n.º 2, encajado entre las cisternas n.º
2 y 1, sirviendo de medianera con ellas sendos muros, de unos 0,70 m de
anchura, con zócalos de mampostería y alzados de tapial/adobes (con posi-
bles restos de enlucido de cal). La estancia está delimitada al Sur por el muro
de aterrazamiento principal, al parecer con una reparación de mampostería
adosada. Más al Oeste, entre los muros laterales de los ambientes n.º 2 y
1, se dispuso la cisterna n.º 1 (Fig. 9), de igual tipo que la anterior, planta
rectangular y ábsides contrapuestos, encajada en una estructura rectangular
de 4,11 m de longitud y 2,77 m de anchura18. Sus dimensiones internas son
de 3,22 m de longitud por 1,52 m de anchura. Como en la n.º 2, la técnica
constructiva usada es mampostería irregular trabada con barro, que incluso
forra la parte inferior de la cisterna excavada en la roca natural. La cisterna
se empleó hasta el siglo xx, razón por la cual su fondo está roto y horadado;
no obstante, persisten evidencias de su suelo original en el enlucido de los
muros que la cierran por el Sur, apreciándose –como en el caso de la cisterna
y que se proyectase en la terraza inferior, algo que parece advertirse al estudiar en detalle
el ortofotoplano del muro de aterrazamiento principal, este ambiente tendría una anchura
de unos 3 m, existiendo entonces un estrecho espacio (acaso un paso o caja de escalera?)
entre los ambientes n.º 4 y 5 que permitiría la comunicación entre ambas terrazas.
17. Las estructuras norte y suroriental fueron seccionadas y destruidas por la construcción de
una vivienda del siglo xviii.
18. Identificada en la mampostería que maciza el espacio comprendido entre su límite sur y
los muros perimetrales, así como en el recorte rectilíneo que se advierte en la roca natural,
junto al extremo norte, también con restos de mampostería asociada.
Las defensas de Cartagena en la Antigüedad: las murallas de la acrópolis en los...355
Figura 8. Cisterna n.º 2 de la muralla púnica Figura 9. Cisterna n.º 1 de la muralla púnica
del cerro del Molinete (fot. J. Gómez del cerro del Molinete (fot. J. Gómez
Carrasco). Carrasco).
n.º 2– una diferencia de cota destacada entre el suelo de los ambientes adya-
centes y el fondo del depósito. Finalmente, en el extremo occidental de la
estructura se ha documentado el ambiente n.º 1, con su muro oriental de unos
0,70 m de grosor y cimentado sobre la roca natural, con zócalo de mampos-
tería irregular trabada con barro y alzado de tapial/adobe con restos de un
fino enlucido de cal19. El cierre sur solo se ha constatado en una pequeña sec-
ción, pues las cimentaciones de la muralla renacentista y un muro de grandes
dimensiones del siglo ii a.C. construido sobre esta terraza imposibilitaron
concluir la excavación del ambiente. Por el Norte está seccionado y des-
truido por las viviendas alzadas en la desaparecida calle Vista Bella.
Como se ha visto, esta estructura arquitectónica longitudinal, organizada
a partir de un muro de aterrazamiento axial al Norte y al Sur del que se
dispusieron dos terrazas, en la superior de las cuales se han documentado 3
19. La duda sobre si el alzado era de tapial o adobe surge al no advertirse con claridad la
presencia de los segundos, si bien en los niveles de derrumbe del interior del ambiente sí
se han encontrado.
356 José Miguel Noguera, María José Madrid, María Victoria García y Víctor Velasco
Figura 10. Nivel de incendio con carbones y cenizas (UE 11088) depuesto sobre el
pavimento del ambiente n.º 1 de la muralla púnica del cerro del Molinete (fot. M.ª J.
Madrid).
20. Con un repertorio formal compuesto por un cuenco carenado con borde de tendencia ver-
tical similar a la forma ebusitana HX-1/53 (Ramón, 1994, fig. 9.53) (Fig. 11.2), un plato
asimilable a una forma Lamb. 27 (Fig. 11.5) y una copa de borde exvasado y engrosado al
exterior (Fig. 11.6) semejante al tipo HX-1/52, fechado como el anterior entre 240 y 210
a.C. (Ramón, 1994, fig. 9.52).
358 José Miguel Noguera, María José Madrid, María Victoria García y Víctor Velasco
Figura 11. Material cerámico procedente de los estratos (UUEE 11076, 11077 y 11086)
que amortizaban los ambientes n.º 1 y 2 de la muralla púnica del cerro del Molinete (dib. S.
Pérez-Cuadrado Martínez).
(Fig. 11.8), cuya data abarca del último cuarto del siglo iii y el primer cuarto
del ii a.C. (Ramón, 1995, 198), y varios fragmentos de producciones del
Las defensas de Cartagena en la Antigüedad: las murallas de la acrópolis en los...359
Círculo del Estrecho21. Por último, en el nivel de incendio del interior del
ambiente n.º 1 (UE 11088) se ha recuperado parte del borde y cuello de
un ánfora greco-itálica de borde exvasado con labio inclinado de base cón-
cava, que puede englobarse en los bordes bd4 de Lattes (Fig. 11.11), datados
entre 225 y 100 a.C. (Py, Adroher y Sánchez, 2001, 62). Destaca la presen-
cia mayoritaria de producciones importadas de regiones bajo control púnico,
como el Estrecho de Gibraltar, Ibiza, el área norteafricana y quizás también
el Mediterráneo central, las cuales están documentadas en los niveles barcas
de Qart Hadâst22. Por tanto, la data de estos niveles es de finales del siglo iii
o primeros años del ii a.C., lo que sugiere para las estructuras arquitectónicas
que amortizan una cronología anterior, muy posiblemente del último tercio
del siglo iii a.C.
21. En concreto un borde de Maña-Pascual A-4 (Fig. 11.9) y parte de un ánfora cilíndrica del
tipo T-4.2.2.5 (Fig. 11.10), cuyo apogeo productivo se sitúa entre 225 y 175 a.C. (Ramón,
1995, 194), constatadas también en un nivel de destrucción de la calle Saura (Ramallo
y Ruiz, 2009, fig. 7.539) y en el basurero de la plaza de San Ginés (Martín, 1998, lám.
III.12).
22. Así, por ejemplo, la vajilla fina de mesa evidencia una situación semejante al resto de
contextos púnicos de la ciudad, donde predominan las producciones Campanienses A y
ebusitanas (Ruiz, 2004, 92-93).
23. En unos tramos apoya sobre el terreno natural recortado y en otros la primera hilada
se cimienta directamente en los restos de la muralla púnica o bien sobre los niveles de
explanación depuestos sobre los estratos de destrucción, abandono y amortización de esta,
arruinada y abandonada a finales del siglo iii o inicios del ii a.C. (Noguera, Madrid y
Velasco, 2011-12, 494-498). Algunos tirantes apoyan directamente sobre restos deposicio-
nales conservados sobre la roca natural, anteriores a la ocupación barca, cuyos materiales
cerámicos de los siglos iv-iii a.C. (Ros, 1989, 12; Ruiz, 1994, 48), llevaron a San Martín a
360 José Miguel Noguera, María José Madrid, María Victoria García y Víctor Velasco
Figura 12. Topografía arqueológica geo-referenciada del cerro del Molinete y su entorno,
con ubicación del tramo de muralla romana republicana marcada con un asterisco (edic.
científica: J. M. Noguera Celdrán, J. A. Antolinos y M.ª J. Madrid Balanza; CAD. S. Pérez-
Cuadrado Martínez).
interpretar estas estructuras como ibéricas prerromanas (San Martín, 1983, 348; id., 1985,
136, n.º 27; y p. 142; Ros, 1989, 11 y 16; Roldán, 2003, 86-89, fig. 2; cf. un resumen en
Noguera, Madrid y Martínez, 2012-2013, 37-39).
Las defensas de Cartagena en la Antigüedad: las murallas de la acrópolis en los...361
Figura 13. Ortofografía de la muralla romana republicana en la cima del cerro del Molinete
(sombreada); en los niveles subyacentes, restos de la muralla púnica con cisternas a
bagnarola (fot. Arqueocad).
Figura 14. Planimetría arqueológica del área occidental del cerro del Molinete (siglos ii-i
a.C.); n.º 1: muralla romana republicana; n.º 2: santuario romano republicano de Atargatis
(CAD. Pérez-Cuadrado Martínez).
24. Algo similar se constata en la muralla romana tardorrepublicana de Sisapo, donde las
casamatas tienen diferentes anchuras (La Bienvenida, Ciudad Real) (Zarzalejos y Esteban,
2007, 287).
25. De hecho, esta estructura y sus contextos asociados ya fue excavada en dicha campaña,
siendo interpretada –como se ha referido en nt. 23– como perteneciente a viviendas
ibéricas.
26. Al Oeste de este ambiente n.º 1 se identifica otro definido como n.º 10. En esta zona, los
suelos de las casas del siglo xx apoyaban directamente sobre la roca natural, en cuyo
recorte alisado se habían cimentado el paramento exterior norte y el muro medianero
entre ambos ambientes, los cuales están íntegramente desmontados. En todo caso, estas
estructuras marcan, por ahora, el límite más occidental del tramo de muralla conservado.
27. Reparado en este tramo en época tardorromana o bizantina.
Las defensas de Cartagena en la Antigüedad: las murallas de la acrópolis en los...363
el Oeste con el muro medianero con el ambiente n.º 3, y al Este con otro, de
0,70 m de anchura. El ambiente es trapezoidal y de reducidas dimensiones al
haber en este punto un cambio en las curvas de nivel y producirse un declive
hacia el noreste de la orografía natural, lo cual haría preciso un ambiente que
articulase esos cambios topográficos y resolviese el necesario quiebro en la
orientación del paramento externo. Medianero con el n.º 4 y a su oriente se
alza el ambiente n.º 5, de unos 12 m2; queda a nivel de cimentación el lienzo
exterior, con el referido cambio de orientación, asociado al muro que lo deli-
mita por el lado este, ancho de 0,70 m28. Finalmente, separado del ambiente
n.º 5 por un muro medianero se dispone el n.º 6, de 5,60 m de anchura –en
base a los muros que marcan sus límites oriental y occidental– por unos
3-3,30 m, siendo su superficie de unos 18 m2. No queda indicio alguno en
este punto del muro exterior29. Sí queda el paramento interior, de 0,75 m de
ancho. A pesar de no tener relación física directa con este último, restan sen-
dos tramos del muro de cierre este del ambiente, también de mampostería y
unos 0,95 m de anchura (el meridional está cimentado sobre la roca natural
y el septentrional sobre un lienzo de la muralla púnica, con la que coincide
en orientación). La longitud de este muro hacia el Norte parece exceder el
hipotético trazado del paramento exterior norte, lo que sugiere un cambio en
la orientación en esta zona de la estructura; de hecho, en esta zona de la topo-
grafía del cerro podría estar el límite oriental conservado de la estructura, a
una distancia de unos 3,70 m del santuario de Atargatis.
A pesar de que la conservación de esta estructura es parcial, pues fue sec-
cionada por construcciones realizadas del siglo xviii en adelante, las eviden-
cias constatadas corresponden a una construcción longitudinal de unos 34 m,
alzada en la cima de la ladera norte del cerro sobre los restos destruidos y
amortizados de la muralla púnica precedente. Organizada en ambientes ane-
xos (de los cuales quedan 6), tipológicamente puede tenerse como una mura-
lla de cajones o casernas que, en razón de su cronología fundacional, debió
ser parte del sistema defensivo que, hacia el lado del Almarjal, protegió la
ciudad romana y su acrópolis desde mediados del siglo ii a.C. en adelante.
28. Por el Sur resta un muro tardorromano, apoyado sobre la roca natural regularizada, que
podría fosilizar el trazado de uno anterior quizás de época republicana, y que tendría por
tanto similar orientación.
29. Quizás debido a las afecciones sufridas por esta zona en épocas posteriores; de facto, su
trazado parece coincidir con el de la muralla renacentista, siendo quizás desmantelado
para reutilizar sus mampuestos en su construcción. Tampoco puede descartarse que se
hubiese desmoronado en febrero de 2010, cuando acaeció el colapso de parte de la muralla
del siglo xvi como consecuencia de unas lluvias torrenciales.
364 José Miguel Noguera, María José Madrid, María Victoria García y Víctor Velasco
30. El paramento exterior norte apoya directamente sobre los restos arquitectónicos de la
defensa barca, así como sobre sus estratos de destrucción y amortización, los cuales fue-
ron posiblemente limpiados y explanados previamente dado que ni a extramuros ni a
intramuros de la muralla romana se han identificado escombros o restos de derrumbes.
Los muros transversales que delinean los cajones o casamatas internas apoyan en algunas
ocasiones sobre los estratos conservados encima de la roca natural, correspondientes a la
ocupación barca o, incluso, anterior.
31. Junto a formas de Campaniense A –Lamb. 55 (Fig. 15.2), 36 (Fig. 15.3), 28 y 27 (Fig. 15.4)
(véase también en Fig. 15.1 un plato de bordes abiertos de difícil identificación)–, hay
ánforas del tipo Campamentos Numantinos (Ramón, 1995, tipo T-9.1.1.1 de la segunda
mitad del siglo ii a.C.), bastantes fragmentos de cerámica de cocina itálica, entre los que se
identifican cazuelas con borde bífido de la forma Vegas 14 (Fig. 15.5) –cuya presencia en
la península remonta al segundo cuarto del siglo ii a.C. prolongándose hasta un momento
impreciso del siglo i d.C. (sobre su presencia en el pecio Escombreras 1 de Carthago Nova
de hacia 150 a.C., y la discusión de su marco cronológico véase Lechuga (Ed.), 2004, 167,
n.º 41–, y tapaderas de las formas Burriac 38.100 y Celsa 80.8145.
Las defensas de Cartagena en la Antigüedad: las murallas de la acrópolis en los...365
Figura 15. Material cerámico procedente de los estratos de amortización (UE 11211) del
nivel de circulación asociado al muro oriental (UE 11243) de la estancia n.º 7, adosada a la
muralla romana republicana (dib. V. Velasco Estrada; CAD. S. Pérez-Cuadrado Martínez).
oscila entre los siglos ii y i a.C. (Aguarod, 1991, 109 ss.). Sobre los estratos
de amortización había depuestos varios niveles de textura arcillosa, vincula-
dos a la colmatación producida tras el abandono inicial, donde se recuperó un
contexto cerámico32 que acredita cómo a finales del siglo ii o inicios del i a.C.
la estancia n.º 7 estaba colapsada. Más al Este, la estancia n.º 8 estaría delimi-
tada al Este por un muro expoliado por una fosa bizantina, y al Oeste por el
32. Un fragmento de copa Lamb. 27, ánforas fenicio-púnicas y de producción itálica, de entre
las que destaca la forma Dressel 1 A (Fig. 16.1) cuya cronología amplia abarca finales del
siglo ii y el i a.C., algunas tapaderas –Burriac 38.100 y Celsa 79.106 (Fig. 16.2)– y una
cazuela de producción itálica forma Torre Tavernera 4.10, propia de contextos del siglo ii
a.C., si bien puede alcanzar el siguiente.
366 José Miguel Noguera, María José Madrid, María Victoria García y Víctor Velasco
muro medianero con la n.º 7. Su suelo, de tierra arcillosa marrón claro y con
fragmentos de cerámica común aplastados, estaba colmatado por un nivel
horizontal de láguenas trituradas, quizás procedentes de la cubierta plana;
junto a fragmentos informes de cerámica de cocina púnica, itálica y ánforas
fenicio-púnicas, se halló un fragmento de plato de Campaniense A, forma
Lamb. 55. Por debajo de la cubierta había varios estratos vinculados al pro-
ceso de abandono, con un repertorio material poco significativo que, a pesar
de contener fragmentos de Campaniense A, ánforas fenicio-púnicas, itálicas,
cerámica ibérica pintada y tapaderas de cocina itálica, no permite concretar
de modo más preciso la cronología de la estancia. Por último, la estancia n.º
9, al Este de la anterior, tiene su límite oriental también destruido por otra
fosa de expolio bizantina. Su estratigrafía y contextos cerámicos asociados
aportan datos para su datación. La estancia estaba colmatada por estratos de
arcilla anaranjada con carboncillos, pintas de cal y láguenas, pertenecien-
tes a su colmatación tras el derrumbe de los alzados. Su escaso repertorio
cerámico está compuesto por ánforas itálicas y de origen fenicio-púnico,
así como cazuelas itálicas de las formas Torre Tavernera 4.10 y Vegas 14.
Sobre el suelo del ambiente se constataron varios estratos de abandono de
los cuales procede un repertorio formal cerámico33 que sugiere mediados del
siglo ii-i a.C. para el abandono de la estancia. Sobre el suelo de la estancia
se constataron otros estratos vinculados con el derrumbe de la cubierta con
escaso material cerámico34 que, no obstante, incide de nuevo en la referida
propuesta cronológica.
Por consiguiente, aunque las estructuras de esta muralla no disponen
de contextos arqueológicos directamente asociados, la relación estratigrá-
fica entre aquella y la defensa púnica acota datos sobre su construcción. Los
niveles en que apoya y se cimienta, asociados a la destrucción y colapso de la
muralla púnica, se datan a finales del siglo iii o inicios del ii a.C., marcando la
fecha post quem de construcción de la obra romana. Por otro lado, los niveles
de amortización y colapso de las estructuras adosadas al paramento exterior
de la muralla, con presencia mayoritaria de cerámicas de origen itálico y, en
menor medida, de producciones púnicas e ibéricas, cuyo repertorio formal
es de un momento avanzado de la segunda mitad del siglo ii a.C. y, como
33. De los cuales proceden algunas copas de Campaniense A, formas Lamb. 31/33 (Fig. 16.3)
y Morel 3121b1, y Campaniense B-Beoide, forma Lamb. 31/33 (Fig. 16.4), ánforas greco-
itálicas de pasta campana, fragmentos informes de contenedores fenicio-púnicos, cazuelas
–Vegas 14 (Fig. 16.5)– y tapaderas (Burriac 38.100) de producción itálica.
34. Producciones ibéricas, informes de ánforas fenicio-púnicas y de producción itálica, cocina
también itálica y un fragmento de una copa Lamb. 36 en pasta de imitación de barniz
negro.
Las defensas de Cartagena en la Antigüedad: las murallas de la acrópolis en los...367
Figura 16. Material cerámico procedente de los niveles (UE 11202) depuestos sobre los
estratos de amortización del nivel de circulación asociado al muro oriental (UE 11243) de
la estancia n.º 7, adosada a la muralla romana republicana, y de los estratos de abandono
(UE 11042) depuestos sobre el suelo de la estancia n.º 9, adosada a la muralla romana
republicana (dib. V. Velasco Estrada; CAD. S. Pérez-Cuadrado Martínez).
mucho, los inicios del i a.C., concreta un término ante quem para la construc-
ción del lienzo defensivo. Ello acredita su construcción durante República
tardía, posiblemente en la primera mitad o los comediados del siglo ii a.C.,
momento en que se acometieron obras de reparación y reconstrucción de las
murallas, bien decretadas por Escipión inmediatamente tras la conquista de
la plaza púnica, bien en las décadas inmediatamente posteriores con ocasión
del primer proyecto de monumentalización urbana de la ciudad romana.
368 José Miguel Noguera, María José Madrid, María Victoria García y Víctor Velasco
35. Si damos por válidos los datos aportados por las improntas de los cierres norte de la cis-
terna n.º 1 y sur del muro meridional del hipotético ambiente n.º 10.
36. Su estructura está basada en dos planos aterrazados y en un muro interior que generaría
una suerte de substrucción de grandes dimensiones. Asociado a este paramento se constata
en la terraza inferior septentrional una serie de tirantes interiores, de gran consistencia,
perfectamente trabados y de igual técnica constructiva (emplazados a intervalos irregu-
lares, lo que determina que las dimensiones de los compartimentos no sea regular), que
generan casernas de planta rectangular o ligeramente trapezoidal, orientadas de Norte a
Sur y dispuestas en batería, siguiendo el sentido longitudinal de la construcción, las cuales
alternan con cisternas o depósitos para la recogida y almacenamiento de agua. Trabados
con el muro de aterrazamiento principal se constatan los restos de otros paramentos, de
igual orientación, cimentados en la roca y pertenecientes a la terraza superior meridional,
cuyos pequeños ambientes pudieron servir como almacenes, pasillos o cajas de escalera,
resolviendo así el acceso a los ambientes de la terraza inferior septentrional.
37. La inclusión de depósitos en los sistemas defensivos, que aseguraba el abastecimiento
hídrico en caso de asedio, se conoce en otros ejemplos de arquitectura militar cartagi-
nesa (Lancel, 1994, 245), siendo significativo por su cercanía las defensas del Tossal de
Manises, en cuyas torres VI y VIII se incluyeron varias cisternas a bagnarola, muy simi-
lares a las del Molinete (Olcina, Guilabert y Tendero, 2010, 236 ss.).
Las defensas de Cartagena en la Antigüedad: las murallas de la acrópolis en los...369
Figura 17. Planimetría arqueológica del área occidental del cerro del Molinete con las
murallas púnica (n.º 1) y romana republicana (n.º 1) superpuestas; n.º 3: santuario púnico-
romano de Atargatis (CAD. S. Pérez-Cuadrado Martínez).
39. Wright, 1985, 173-174, Fig. 86; Lipinski [ed.], 1992, s.v. Fortification, 173-175 [P.
Leriche]; Pastor, 2008, 11ss.; Montanero, 2008, 98-99.
40. Montanero, 2008, 91-114; cf. al respecto, Noguera, Madrid y Velasco 2011-2012, 499-
500; y Noguera, Madrid y Martínez, 2012-2013, 54-62. El tipo se constata también fuera
de la órbita fenicio-púnica, en el ámbito de Grecia y su periferia occidental (Tréziny, 1986,
198), estando atestiguado en el cuadrante del noreste peninsular ibérico (Noguera, Madrid
y Martínez, 2012-1013, 55).
41. Sería el caso, por ejemplo, de la nueva muralla del último cuarto del siglo en Carteia
(Bendala, Roldán y Blánquez, 2002, 164-165; Roldán, Bendala, Blánquez, Martínez y
Bernal, 2003, 199-202 y 205; Roldán, Bendala, Blánquez y Martínez, 2006, 301-302;
Bendala, 2010, 442 ss.), de la del Castillo de Doña Blanca (Barrionuevo, Ruiz y Pérez,
1999, 117 ss.) y Carmo (Carmona, Sevilla) (Jiménez, 1989; Bendala, 1990, 27-29, Fig. 1a,
Lám. 3a-b y f; Belén, Escacena y Anglada, 1993, 219-242; cf. también Schattner, 2005,
67-98, quien postula una cronología augustea para la Puerta de Sevilla).
42. Sobre el tramo de muralla hallado en el solar de La Milagrosa: Martín y Roldán, 1992, 116
ss.; Martín y Belmonte, 1993, 161-171; Martín, 1994, 317-318; Marín, 1997-98, 121-140;
Bendala y Blánquez, 2002-2003, 148; Ramallo, 2003, 331-338. Las técnicas constructivas
usadas, la estratigrafía y los contextos cerámicos y numismáticos sugieren una cronología
del último tercio del siglo iii a.C. (Marín, 1997-98, 121-139; Lechuga, 1991-1993, 155-
165; Ruiz, 2000).
Las defensas de Cartagena en la Antigüedad: las murallas de la acrópolis en los...371
Figura 18. Tramo de muralla púnica de casamatas del solar de La Milagrosa (fot. Archivo
del Museo Arqueológico Municipal, Cartagena).
Figura 19. Secciones con perspectiva fugada y superposición volumétrica de las murallas
atestiguadas arqueológicamente en la vertiente norte del cerro del Molinete; n.º 1: púnica;
n.º 2: romana; n.º 3: renacentista (edic. científica: J. M. Noguera Celdrán y M.ª J. Madrid
Balanza; CAD. S. Celdrán Beltrán).
la segunda mitad del siglo iii a.C. se construyó un sistema defensivo con
torres, poternas y muros avanzados que conforman un antemural o protei-
chisma (Olcina, 2002, 255; Olcina, Guilabert y Tendero, 2010, 236 ss.).
Los tramos de muralla con casamatas de La Milagrosa y el ahora cono-
cido en el cerro Molinete responden a una misma tipología y son tributarios
del mismo proyecto defensivo-arquitectónico. Junto con el testimonio del
Tossal, revelan la introducción en el sureste ibérico a inicios del último ter-
cio del siglo iii a.C. de la arquitectura helenística de origen fenicio-púnico
(Noguera, Madrid y Velasco, 2011-2012, 500). Las diferencias observables
en el plano constructivo43 entre ambos tramos responden a razones tácticas.
Los esfuerzos constructivos y monumentales debieron centrarse en el istmo,
acceso natural y punto más vulnerable de la ciudad, construyendo una sólida
muralla de sillares capaz de expresar la grandeza de la capital y de repeler
un ataque con arietes o similares máquinas de guerra. Por el contrario, para
defender la ciudadela se recurrió a una obra más tosca de mampostería y
adobes, si bien el uso del adobe no desmerece la obra, pues como refiere
Plinio (nat. XXXV, 169), los muros de tierra construidos por los cartagineses
en Iberia por mandato de Aníbal tenían mayor fortaleza que los del cemento
(caemento firmiores) (Conde, 2003, 44-45).
Al menos en el flanco septentrional de la cima de la acrópolis, la muralla
pudo tener un diseño en cremallera (como en el Castillo de Doña Blanca),
con un trazado regularmente quebrado y adaptado a la orografía natural del
terreno. De hecho, la defensa en esta zona se proyecta por el Este hasta prác-
ticamente 1 m del santuario de Atargatis, y si a ello sumamos la inclinación
en este mismo punto del único tramo de muro conservado, parece que la
construcción quebraba aquí y cambiaba su orientación en ángulo recto hacia
el Norte, pudiendo actuar este ángulo del recinto a modo de bastión (o torre
avanzada) que reforzaría la defensa de la zona, proporcionando ángulos de
tiro para alcanzar a los atacantes más próximos a la muralla. Acredita asi-
mismo este trazado en cremallera el hecho de que la posterior defensa de
época tardorrepublicana, que siguió un trazado semejante al de la púnica en
esta zona (vide infra), estuviese también retranqueada al Norte en este punto.
43. La principal diferencia apreciable entre ambas cortinas radica en que los muros exterior e
interior del istmo están construidos mediante quadratum y africanum, mientras que en el
Molinete tiene todos sus paramentos construidos con zócalos de mampostería trabada con
barro y alzados de adobe o tapial, algo que no es excepcional, pues también se constata en
las murallas del Castillo de Doña Blanca, construidas en un breve lapso de tiempo y donde
dicha técnica se ha interpretado en función de la rapidez de su construcción, el empleo
de distintos maestros de obra y la reutilización de material previo (Barrionuevo, Ruiz y
Pérez, 1999, 119).
Las defensas de Cartagena en la Antigüedad: las murallas de la acrópolis en los...373
44. A este episodio de la conquista pueden vincularse diversos niveles de destrucción docu-
mentados en la zona, por ejemplo los que amortizan en calle Serreta, n.º 8 y 12, unas ins-
talaciones industriales vinculadas con actividades pesqueras, tal vez asignables a un barrio
marinero emplazado en la ladera baja suroeste del Monte Sacro, en un punto muy próximo
al linde con la antigua laguna (Martín y Roldán, 1997, 89); al mismo episodio pueden
asociarse los niveles de destrucción sobre el pavimento de una calzada hallada en la calle
que delimitaba la vertiente sur del cerro de la Concepción (Izquierdo y Zapata, 2005, 281).
45. También el perímetro de la acrópolis de Baria (Villaricos) fue defendido mediante la
excavación de un foso en un momento ya tardío del siglo iii a.C., quizás en conexión con
el avance de P. Cornelio Escipión tras la toma de Cartagena en 209/208 a.C. para controlar
las bases navales púnicas.
46. Beltrán, 1947, 141; Cordente, 1992, 427; Cabrero, 2000, 81-82; Fernández, 2005, 65.
374 José Miguel Noguera, María José Madrid, María Victoria García y Víctor Velasco
47. Zarzalejos y Esteban, 2007, 286-289, 291-292 [fase V], Figs. 3-7, 1, 293-298;
Zarzalejos, Fernández y Hevia, 2011, 30-33, Fig. 8.
Las defensas de Cartagena en la Antigüedad: las murallas de la acrópolis en los...375
48. Dicho muro estuvo en uso durante prácticamente una centuria, periodo tras el cual fue
sometido a una profunda reforma que se prolongó en el devenir de la segunda mitad del
siglo i a.C. (Ramallo, 2003, 339-340).
49. A estas defensas podría sumarse otro potente paramento de mampostería, orientado de
noroeste a sureste y hallado en la calle Mayor, en posición paralela a esta (Fernández,
Zapata y Nadal, 2007, 141-143).
376 José Miguel Noguera, María José Madrid, María Victoria García y Víctor Velasco
50. Polibio refiere que Escipión (…) aseguró la ciudad con una guarnición y con diver-
sas reparaciones en los muros (Pol., X, 20, 8); Livio indica que el general, después de
(…) comprobar que las partes dañadas de la muralla estaban reparadas, partió hacia
Tarragona dejando un destacamento en la ciudad para protegerla (Liv. XXVI, 51); y
según Apiano, dio instrucciones para que se elevara la muralla que daba al lugar de la
marea (App. Ib. VI, 24).
51. Sabemos también que Magón intentó reconquistar nuevamente la plaza en 206 a.C. (Liv.
XXVIII, 36, 4-13; Scullard, 1970, 66; Liddell, 1974, 54; Cabrero, 2000, 87).
52. Con la salvedad de la llegada a la ciudad en 139 a.C., al final de las guerras en la Ulterior,
de algunos lusitanos al mando de Tautalos (App. Ib. VI, 72; Abascal y Ramallo, 1997, 13).
53. De hecho, en el siglo i a.C. la plaza sirvió de refugio seguro a Sertorio y a Pompeyo
Magno, de donde se deduce la existencia de óptimas defensas con anterioridad a las (re)
construcciones defensivas de la segunda mitad de la centuria (Díaz, 2008, 225-234, con
bibliografía anterior).
Las defensas de Cartagena en la Antigüedad: las murallas de la acrópolis en los...377
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54. En todo caso, el modelo púnico empleado no resultaba ajeno a los constructores romanos.
El tipo de las murallas de cajones muestra similitudes con la técnica del emplecton, consis-
tente en dos lienzos paralelos de sillares tallados que delimitan espacios interiores rellenos
de tierra y piedras (Romero, 2005, 198), constatado en Grecia desde finales del siglo
v a.C. y muy utilizado por la arquitectura defensiva romana tardorrepublicana (Martin,
1952, 376; Garlan, 1974, 199; Adam, 1982, 15).
55. Abascal y Ramallo, 1997, 160-161, n.º 35 (extensión del culto a Hércules Gaditano en el
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380 José Miguel Noguera, María José Madrid, María Victoria García y Víctor Velasco
sobre todo, a los resultados del trabajo desarrollado en los últimos años en la
zona arqueológica de Giribaile podemos afrontar desde una nueva perspec-
tiva la cuestión de la toponimia. Por último, hemos individualizado una serie
de indicadores que, según nuestra opinión, demuestran la estrecha relación
que hubo entre el asentamiento ibero y el Imperio Cartaginés del siglo iii
a.C., integrándose, en este sentido, Giribaile en los dominios cartagineses
como una auténtica plaza fuerte destinada a asegurar el control de la región.
La investigación en Giribaile
Hasta principios de la década de los años 1990 Giribaile no había recibido
prácticamente ninguna atención por parte de la investigación arqueológica
oficial, constituyendo sólo una vaga referencia en los modelos que se iban
construyendo para explicar los procesos históricos que desembocaron en la
definición de la Cultura Ibérica en el alto Guadalquivir, aunque siempre se
tuvo una idea clara de que respondía a un desarrollo pleno y tardío.
La campaña de excavación inédita, que realizó el geólogo francés G.
Servajean allá por los años 1968 y 1969, había dejado una impronta en el
grupo arqueológico local de La Carolina que llevó a cabo nuevos trabajos
y fue depositario de la mayor parte de los materiales documentados por
aquellos años, una parte de los cuales actualmente se exponen en el Centro
de Interpretación Arqueológica de dicha localidad. Así, respecto al conoci-
miento arqueológico de Giribaile se estableció un difícil balance entre una
investigación oficial casi inexistente y una reivindicación local, de la que
388 Luis María Gutiérrez Soler, José Luis López Castro y Víctor Martínez Hahnmüller
del entorno, tanto materiales como humanos y, en el caso que nos ocupa, de
sus técnicas habituales de construcción (Prados y Blánquez, 2007, 57-58 y
60).
En cuanto a la tipología de la muralla de Giribaile, en el estado actual de
nuestros conocimientos, nos resulta difícil decantarnos sobre un tipo u otro.
La primera limpieza que efectuamos en un tramo de la muralla en los últimos
compases de la campaña de 2014 fue una actuación limitada y, por lo tanto,
la información que presentamos aquí es, forzosamente, incompleta. Por el
momento, aunque de manera provisional, nos decantamos por considerar la
fortificación de doble paramento de Giribaile como una muralla de compar-
timentos lo cual, además, coincidiría a la perfección con el resto de recintos
fortificados cartagineses de finales del siglo iii a.C. (Bendala y Blánquez,
2002-2003).
A nivel político, la construcción de una muralla siguiendo los patrones
de la poliorcética cartaginesa demostraría la importancia diplomática de los
pactos y alianzas que los cartagineses habían realizado con las élites aristo-
cráticas autóctonas (Sala y Abad, 2006, 43; Montanero, 2008, 119). Giribaile
Figura 3. Gráfico presentando la relación entre la producción anfórica local y las ánforas
importadas.
cercanas, como si era una ignota plaza fuerte cartaginesa destinada a afianzar
el dominio cartaginés sobre el distrito minero de Sierra Morena, la importan-
cia del asentamiento es indiscutible a nivel económico y político.
Por supuesto, la mayor parte de las ánforas documentadas son el resul-
tado directo de la producción de la ciudad ibérica y su entorno inmediato. En
este sentido, no debe sorprendernos que el 90% de las ánforas documentadas
pertenezcan a los tipos anfóricos tipológicamente asociados a contextos ibé-
ricos, ya que sería el hinterland bajo el dominio de Giribaile y de los oppida
próximos los principales abastecedores de los productos alimenticios nece-
sarios para avituallar a las tropas de los ejércitos cartagineses. Sin embargo,
al igual que sucede en otros importantes centros redistribuidores de Iberia,
también hay espacio para las importaciones que, en el caso que nos ocupa,
nos proporcionarán la información cronológica y económica adicional que
nos permitirá afianzar aún más la vinculación de Giribaile con el programa
de dominación territorial ibérica desarrollado por los bárquidas en favor del
Imperio Cartaginés.
Como era de esperar en una plaza fuerte del dominio cartaginés en la
Alta Andalucía, el grupo mejor representado entre las importaciones son
las producciones procedentes de Cartago que suponen un poco más de un
tercio del total de bienes importados. Las ánforas procedentes de este con-
texto se corresponden mayoritariamente con diversos subtipos del grupo 7 de
Ramon (1995, 205‐206 y 209‐210), concretamente los tipos 7.1.2.1, 7.2.1.1,
7.4.2.1, aunque también se ha constatado la presencia de ejemplares de los
tipos 3.2.1.2, 5.2.3.1 y 13.1.2.1 (Ramon, 1995, 183, 197‐199 y 241-242). El
estado de nuestro conocimiento sobre el contenido de estas ánforas sigue
siendo aún demasiado deficiente como para saber con exactitud qué tipo de
396 Luis María Gutiérrez Soler, José Luis López Castro y Víctor Martínez Hahnmüller
unas demandas diferentes, tal vez la de altos mandos del ejército o las aris-
tocracias ibéricas locales.
Estos resultados casan a la perfección con estudios de materiales aná-
logos de otros importantes centros redistribuidores del Mediterráneo como
Baria (López Castro et alii, 2011; Martínez Hahnmüller, 2012), Emporion
(Aquilué et alii, 2004, 171, 173 y 178), Saguntum (Bonet et alii, 2004, 206-
207), La Escuera (Sala et alii., 2004, 239) o el Tossal de Manises (Sala et
alii., 2004, 241), donde las importaciones anfóricas sólo representan una
pequeña parte de la producción de ánforas y el mundo fenicio-púnico está
especialmente bien representado, si bien la mayor presencia de ánforas gadi-
tanas, ibicencas o cartaginesas es variable en función de las rutas comercia-
les tradicionales.
A modo de conclusión
Con esta contribución hemos querido poner de manifiesto la clara relación
de la fase final del oppidum de Giribaile con el contexto de expansión del
Imperio Cartaginés de finales del siglo iii a.C. La evidencia arqueológica de
la que disponemos nos permite dar una nueva lectura a algunos pasajes de
las fuentes clásicas y avanzar un poco más hacia la identificación de Orongis
con Giribaile. Sin embargo, aún son demasiado numerosas las incógnitas
y escasas las certezas como para defender esta correlación sin reparos. Las
próximas campañas arqueológicas podrían confirmar esta identificación de
manera fehaciente, si se documentan algunas de las características a las que
alude el pasaje de Tito Livio como el foso con el que el ejército dirigido por
Lucio Cornelio Escipión incomunicó a la ciudad ibera o los devastadores
estragos que causaron los asaltantes al llevar a cabo el ataque que acabó con
la toma de la ciudad para el bando romano.
No obstante, la información que en estos momentos disponemos sobre la
actividad económica, política y arquitectónica que desarrolló este oppidum
ibero situado a las puertas del distrito minero de Sierra Morena nos permite
comprender mejor su papel en la geo-política del momento y, consecuente-
mente, la propia política externa desarrollada por los estrategas bárquidas
para afianzar y extender el dominio cartaginés en Iberia. Arquitectos carta-
gineses o de formación cartaginesa serían enviados a la ciudad de Giribaile,
que contaría con el estatus de aliada o sometida a Cartago, para diseñar un
recinto fortificado que estuviera a la altura de las amenazas militares que se
avecinaban y ampliar y renovar la ciudad preexistente siguiendo las pautas
vigentes del urbanismo cartaginés. Por supuesto, Giribaile no era un unicum
en el proyecto imperialista cartaginés, por lo que la mano de obra e incluso
398 Luis María Gutiérrez Soler, José Luis López Castro y Víctor Martínez Hahnmüller
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Giribaile, una plaza fuerte cartaginesa en el contexto de la ocupación bárquida...401
Presentación
Entre las diversas novedades que afectan la arqueología fenicio-púnica de
Ibiza, los hallazgos de época arcaica, aún muy recientes e inéditos, realizados
en el Castillo de Ibiza, ocupan sin duda un lugar destacado. Su presentación,
que es la primera en el ámbito científico, será el tema central del presente
trabajo. Dicho interés se entenderá fácilmente a partir del breve resumen del
statu quo ante de los conocimientos sobre el momento inicial de la ciudad
fenicia de Ibiza, que sigue a continuación.
A partir de la segunda mitad de los años 70 y, sobre todo, en la década
siguiente, las excavaciones efectuadas en dos importantes yacimientos cam-
biaron el panorama de la colonización fenicia de la isla. Uno de ellos, el
sector situado en la parte baja de la vertiente NO del promontorio central
del Puig des Molins, con la identificación de la necrópolis arcaica; el otro,
paralelo al anterior, el descubrimiento del asentamiento de sa Caleta, en la
costa S-SO de la isla.
La realización intermitente de campañas en la necrópolis arcaica del
Puig des Molins, entre 1976 y 2006 (Ramon 1981; Gómez y col. 1990; Costa
1991; Costa, Fernández, Gómez 1991; Costa, Fernández 2004, entre otros
trabajos) (fig. 1 núm. 7) ha proporcionado progresivamente un elenco con-
siderable de enterramientos. En cuanto a sa Caleta, entre 1986 y 1994 fue
excavada la mayor parte de lo conservado en un asentamiento, originalmente
406 Joan Ramon Torres y Marco A. Esquembre Bebia
Fig. 1: Plano de la ciudad de Ibiza con indicación de los hallazgos de época fenicia.
no inferior a 4,5 ha, que surgió a finales del siglo viii y pervivió hasta alre-
dedor del 600 aC (Ramon 2007, entre otros trabajos). Se ha defendido en
múltiples ocasiones (Ramon 1992), y se continúa con la misma opinión, la
existencia de una secuencia entre sa Caleta y la colonización de la bahía de
Ibiza.
Sin embargo, dejando ahora de lado la necrópolis del Puig des Molins,
de la ciudad arcaica poco se ha sabido hasta la fecha, porqué los datos se han
reducido a elementos muebles, por lo general, fuera de contextualización.
De este modo, conviene recordar los materiales de superficie de la punta de
Joan «Esquerrer» (Ramon 1981: 28-29, fig. 7-8, id. 1994: 353-356, fig. 12,
1-4) (fig. 1 núm. 2), el depósito secundario de materiales PM-NE/83, en la
base de la vertiente NE del Puig des Molins (Gómez 1990: 47-71, fig. 20-68;
Ramon 1994: 346-352, entre otros trabajos) (fig. 1 núm. 6), cuyo carácter, en
realidad, no es funerario, así como otros materiales aislados encontrados en
puntos distintos de la ciudad. Entre estos últimos, los hallados en el terraplén
interior del baluarte renacentista de Santa Lucía (Ramon 1994: 356-357, fig.
Estructuras urbanas fundacionales de época fenicia en el castillo de Ibiza407
Fig. 2: Planta parcial del castillo de Ibiza con indicación de las zonas con estructuras
fenicias.
408 Joan Ramon Torres y Marco A. Esquembre Bebia
1. Nota de Arpa Patrimonio: esta empresa solicitó a J. Ramon, en calidad de experto en temas
fenicios, su participación en el estudio científico de los datos obtenidos.
Estructuras urbanas fundacionales de época fenicia en el castillo de Ibiza409
La Plaza de Armas
La necesidad de ubicar en la Plaza de Armas (fig. 2 y 3) la salida de un
túnel vertical de conexión con las nuevas instalaciones turísticas, determinó
la obligación de excavar en su parte central y meridional, con la finalidad de
buscar el punto de menor afectación a los eventuales restos arqueológicos
que se hallaran y motivando, dicho sea de paso, la poco ortodoxa forma
circular de la excavación. La intervención se desarrolló en una superficie de
Foto 1: Vista zenital de las construcciones fenicias en curso de excavación, Plaza de Armas.
410 Joan Ramon Torres y Marco A. Esquembre Bebia
unos 170 m2, alcanzándose, en el límite meridional del sondeo, una profun-
didad de hasta 2,13 m hasta llegar a la roca. En el proceso de excavación se
realizaron algunas modificaciones y ampliaciones del espacio, a la vista del
interés de los hallazgos arqueológicos.
Tras el levantamiento del pavimento de cantos rodados de la Plaza de
Armas (fig. 3 y 4), en su parte central, se documentó de modo casi inmediato
la presencia del substrato rocoso. Se trataba de una nivelación artificial de la
cota natural más elevada, que quedaría en la zona del ángulo NO de la plaza,
con el fin de conseguir un plano horizontal tras la construcción, en la pri-
mera mitad del siglo xviii, de los cuarteles de S. Poulet (Ramon 2000: 133-
135). En esta zona, completamente arrasada, sólo se documentaron algunas
subestructuras, entre las cuales destaca una cisterna absidial, probablemente
púnica, aunque con refacciones posteriores (fig. 3 y 4).
En cambio, el área S de la plaza, donde la roca se inclina acusadamente
hacia el mediodía, el terreno mantuvo en parte la estratigrafía horizontal: dos
hornos y restos de una habitación islámica y una acequia y un silo moderno.
Foto 2: Vista zenital de las construcciones fenicias acabada la excavación, Plaza de Armas.
El callejón
Su anchura máxima es de 1,20 m, no pudiendo precisarse su longitud glo-
bal, por los límites de la excavación en su parte meridional (fig. 3, foto 3).
Sobre la roca irregular y con una inclinación del 15 %, se documenta la
UE.179 (fig. 4, sec. D) y, por encima de ella, restos de un pavimento, 3051,
compuesto por arcilla, limos y tierra prensada, aunque es difícil afirmar si
el único trozo conservado se hallaba o no realmente in situ. Más arriba, la
UE.177, la última fenicia de la secuencia, proporcionó numerosos fragmen-
tos de cerámica, seis puntas de flecha de bronce, parte de una fíbula del
mismo metal (fotos 5 y 9) y restos de materiales constructivos, como adobes
y trozos de recubrimiento de paredes y techos, lo que indica que la parte
superior de las viviendas estaba construidas con adobes, mientras que las
cubiertas se realizarían con arcilla compactada sobre entramados de ramas y
vigas de madera.
La casa A
Esta agrupación constructiva (fig. 3, fotos 1, 2 y 4) está conformada por el
muro 1159, con un desarrollo E/NE-O/SO, que constituye la fachada Norte,
al que se le adosa por el exterior la estructura 1165, con un grueso total
de 1,25 m. No es fácil, debido al arrasamiento de ambos elementos, cuya
parte superior conservada se halla actualmente al mismo nivel, decidir si se
trata de un doble muro o de una estructura de menor altura, con una función
ideterminable.
El muro 1153 se adosa perpendicularmente al anterior (por tanto, N/
NO-S/SE) y separa las habitaciones I y III, con un ancho máximo de 0,63 m.
El muro 1154, paralelo al 1159, separa las habitaciones I y II, orientado del
mismo modo. El muro 1161, conforma el lado O de este ámbito y está reali-
zado con la misma técnica. El muro 1164, igualmente ejecutado con bloques
irregulares de calcárea trabados con tierra roja de limos, es perpendicular a
154 y paralelo a 1161 y 1162, separando las habitaciones II y III, mientras
que el muro 1162 constituye la fachada al callejón, orientado también N/
NO-S/SE y es interesante que en la parte central de su recorrido se apoya
sobre una acumulación de piedras que reposa directamente sobre la roca (fig.
3). La unión de este muro con el 1159, en el ángulo NE de la unidad cons-
tructiva, fue realizada con un gran bloque sin trabajar, a modo de esquinera.
Es significativo, en el marco de la secuencia, el desprendimiento que sufrió
esta esquina, con su desplazamiento antiguo, yendo a obturar el extremo N
del callejón, antes de la formación del estrato 177, enmarcado este último en
la fase II.
Los ámbitos definidos en la casa A son los siguientes (fig. 3 y 4, fotos
1-2 y 4):
A.I.– Tiene planta rectangular alargada, orientación principal E-O, ancho
máximo 2 m, long. 4,8 m. Superficie interior 9 m2. En su interior, apoyando
directamente sobre la roca y adosado a los muros perimetrales, se localiza el
estrato 163.
A.II.– Tiene planta rectangular, al sur del a.I, con orientación principal
N-S. El ancho máximo es de 3,55 m y la longitud que pudo llegar a excavarse
de 4,65 m. Su superficie útil, que no se puede precisar en su globalidad, es
superior a 16 m2. En la parte inferior, la UE176 se sitúa directamente sobre
la roca apoyando también en los muros y, por encima, se halla cubierta por
la UE172.
A.III.– Tiene planta trapezoidal muy alargada, con orientación de su eje
principal N-S, la longitud máxima interna conservada es 7,23 m, la anchura
mínima (en la parte N) es de 1,30 m, y la máxima en lo conservado de 2,55
m. La superficie útil es superior a 13.50 m2. En la parte basal de este ámbito
se superponen, de abajo arriba, los estratos basales de nivelación 192, 190
(fase I) y más arriba el 162 (fase II). En la parte central de este ámbito y hacia
el S, existe una acumulación de piedras irregulares calcáreas (UE.191), entre
los estratos 190 y 192.
No se ha documentado ninguna estructura de pavimento, ni hogar, en nin-
guna de las dependencias de la casa A, hecho que se atribuye al arrasamiento
Estructuras urbanas fundacionales de época fenicia en el castillo de Ibiza415
La casa B
Se trata de una unidad arquitectónica (fig. 3, fotos 3 y 4), sin duda, más
amplia, de la cual apenas existe información, puesto que, ante la proximidad
de uno de los edificios modernos, no pudo ser excavada sino en su fachada
de poniente y una parte, probablemente pequeña, de lo que se ha denominado
A.I.
La zona excavada correspondería al ángulo noroeste de un edificio con-
formado por los muros 1165, de la fachada N y el muro 1163, orientado N/
NO-S/SE, de la fachada O, que hace de límite con el callejón y lo separa de
la vivienda A. La unión de ambos muros se conforma también con un gran
sillar a modo de esquinera o cantonera. En el nivel inferior del espacio docu-
mentado, sobre el fino estrato 202, que se superpone directamente a la roca,
se desarrolla la estructura 4108, una acumulación de piedras irregulares de
mediano y gran tamaño, cerca del muro 1165. Sobre la estructura antes citada
se han documentado restos del pavimento 3052, un suelo perteneciente sin
duda a la fase I, que se conservaba sólo en una pequeña parte. Sobre este
suelo se desarrollan otras unidades que corresponden ya a la fase II. En pri-
mer lugar la UE.200 y, sobre esta, restos de otro pavimento, el 3053.
A nivel estratigráfico, la zona de la Plaza de Armas ofrece una serie de
datos significativos. Por una parte, como después se verá con mayor profun-
didad, en el capítulo correspondiente, todos los estratos basales asociados
a los muros y estancias de las casas A y B, antes descritos, se enmarcan en
la fase I. En cambio, solo un resto de pavimento muy arrasado en el ámbito
I de la casa B, puede atribuirse a esta etapa. Por tanto, no existen, en gene-
ral, los suelos originales de estos edificios, ni estructuras u otros elementos
secundarios.
Por otro lado, llama mucho la atención la presencia de importantes acu-
mulaciones de piedras localizadas en todos los ámbitos registrados (fig. 3,
línea gris). Se trata de piedras calcáreas, de tamaños diversos, pero siempre
de las mismas características que se utilizaron para la construcción de los
muros. Fueran sobrantes de los acarreos para la construcción de las casas A y
B, o ya existieran previamente en el lugar, es una pregunta que no puede cali-
ficarse de intrascendente. Es obvio que la gran inclinación de la roca obligó
a la realización de rellenos basales importantes, con la finalidad de conseguir
planos horizontales para los suelos transitados. Extraña, sin embargo que,
aparte de tierra, fuera enterrada una cantidad tan significativa de piedras que,
416 Joan Ramon Torres y Marco A. Esquembre Bebia
muros 1319 y 1325 (foto 6), de mampostería y arcilla rojiza. Tanto estas
construcciones, como el referido estrato, están en contacto directo con la
roca, localizada en este punto entre 78,54 m y 78,11 m, con un claro desnivel
hacia el SE.
En el espacio central del primer sector, se registró una interesante secuen-
cia (fig. 5, foto 7). Por una parte, una estructura, amortizada por un pavimento
romano, compuesta por los muros 1321 y 1322, que apoyan directamente en
la roca y que se sitúan en las cotas 77,76-77,21 m snm. Se hallaba macizada,
en la parte baja, por el estrato 334 y, más arriba, por el estrato 331, hasta
alcanzar el substrato geológico, incorporando bloques de caliza y arenisca,
junto con arcillas rojizas y anaranjadas. Con toda evidencia, esta estructura
fue construida para nivelar el terreno, a modo de terraza o plataforma, sal-
vando así el importante desnivel hacia el S y SE.
Adosada a la cara S del muro 1321 de la estructura descrita, se encuen-
tra un espacio al que se accede mediante la escalera 4304, formada cuatro
escalones de piedras calcáreas talladas. Los materiales documentados en los
niveles superiores indican una colmatación de la escalera formada en época
púnica. Este espacio, delimitado al E por el muro 1327, parece contempo-
ráneo a los otros dos descritos antes, a modo de falso sótano. Cabe también
Estructuras urbanas fundacionales de época fenicia en el castillo de Ibiza419
destacar que las caras internas de los muros 1321 y 1322, a diferencia de las
contrarias, están construidas de modo muy irregular, con la clara intención
de ser macizadas, quedando fuera de la vista.
Las estructuras descritas antes, y de modo particular la escalera, amor-
tizan con claridad una fase precedente formada por el muro, o banco, de
adobes cuadrangulares 4311, que en realidad parece adosado al muro 1327
y con el cual funciona el pavimento 3304, de cal, con abundantes cenizas, a
una cota de 77,51 m snm. Muy interesante es señalar que, tanto el pavimento,
como la estructura de adobes, muestran evidentes trazas de combustión o
incendio. Los estratos de relleno 334 y 331 contienen abundantes materiales
fenicios de la fase II, sin embargo, se queda a la espera de un análisis más
exhaustivo que decida el anclaje cronológico de la secuencia descrita.
Otro punto excavado se ubica en la zona en el patio de la Casa del
Gobernador (fig. 5), donde se halló un edificio, probablemente de carácter
singular y grandes dimensiones, fechable, provisionalmente, en plena época
romana, cuya existencia modificó sustancialmente la estrategia de interven-
ción arqueológica. Sin embargo, con el fin de documentar y definir su impor-
tancia y dimensiones, fue posible abrir en extensión una superficie conside-
rable. Una vez localizada y delimitada, pero no excavada, la estructura men-
cionada, por necesidades metodológicas, se concretó la excavación de un
espacio continuo, que unía los diferentes puntos del pilotaje para la restitu-
ción de una arquería renacentista, que abarca prácticamente la totalidad de la
cabecera de la estructura edilicia arriba mencionada. El espacio intervenido,
con planta en «L», fue subdividido en tres tramos: perfil N, perfil E y perfil
S. La superficie excavada comprende unos 54 m2, realizada en varias fases.
En el ángulo SE del perfil S, sobre el nivel geológico rocoso, con una
dirección NE-SO, se sitúa el muro 1346, en las cotas 76,02, 75,64 y 75,18
msnm. Se trata de una estructura discontinua, conservando una sola hilada,
debido presumiblemente a un proceso de desmantelamiento y expolio poste-
rior, a la cual se adosan los estratos 371, al S y 370, al N.
En el perfil E, tras la excavación de los niveles superiores, se documen-
taron una serie de estructuras que conectaban entre sí. Cabe destacar dos
de ellas (foto 8), la documentada en el ángulo SE, que se situaría exacta-
mente en la unión de los perfiles S y E. Sobre el nivel de roca se sitúa el
muro 1350, que presenta la misma dirección y orientación que el muro 1346,
antes citado, al que se le conecta la estructura de mayores dimensiones 4326,
conformando un ángulo de 90.º, compuesto de bloques de mediano tamaño,
bien trabados y dispuestos. Se intuye que ambos conformarían la esquina de
un edificio sin determinar. El estrato excavado bajo el perfil S, UE.380, ha
aportado un interesante conjunto de materiales correspondientes a la fase II
420 Joan Ramon Torres y Marco A. Esquembre Bebia
fenicia. Este estrato, que reposa directamente sobre la roca, se adosa, por la
parte interna, al punto de unión de los muros 1350 y 4326.
En el perfil E, la excavación de una pequeña zanja de apenas 1, 40 m
de anchura, por unos 10 metros de longitud, permitió registrar una serie de
estructuras en los niveles inferiores. Destaca un muro de grandes dimensio-
nes, que conserva parte de su alzado, realizado con sillares, que apoya con
otro muro ejecutado mediante mampuestos de gran tamaño, contra el cual se
adosan los estratos 380, 381 y 387, todos ellos de la fase fenicia II. Dispuesto
longitudinalmente al sondeo N-S, el muro 1344 coincide en dirección y sen-
tido con la mencionada estructura 4326, tratándose seguramente del mismo
muro. Más al norte, se pierde el rastro del muro, por lo que cabria deducir o
una pérdida total o un cambio de dirección del mismo. Adosado a éste, fue
posible distinguir el arranque de otra estructura o muro de grandes dimensio-
nes, UE4325, aparentemente con orientación E-O, que se pierde en el perfil
de la excavación, por lo que es imposible inferir más datos. El muro 1344 y
la estructura 4325 están relacionados con el estrato 381, compuesto por are-
nas y limos, cuyo color es marrón oscuro, con tonalidades rojizas y presenta
abundantes gravas y cantos de pequeño tamaño. Tras el levantamiento de
parte de la citada estructura, se documentó la roca base del yacimiento a una
cota de 74,75 m snm.
Resumiendo, en el perfil E, el muro 1344 presenta una orientación es
NO-SE. Adosado a este muro, y en ángulo recto, se desarrollarían los muros
1350 y 1346, orientados NE-SO. Existe una confluencia, según la disposición
Estructuras urbanas fundacionales de época fenicia en el castillo de Ibiza421
Fig. 6: Elementos vasculares de las fases I y II (Plaza de Armas y Casa del Gobernador).
424 Joan Ramon Torres y Marco A. Esquembre Bebia
roja cubriendo toda su pared externa y una franja fina en la parte interna del
borde, idéntica a algunas piezas de Ceuta de la UE.014, enmarcada en la
fase IIc, (Villada, Ramon, Suárez 2010: 133-134, fig. 18 núm. 135-136), un
cuenco carenado común de borde fino (fig. 6, 200.18-20). Existen cuencos
grises de borde ancho horizontal (fig. 7, 177.35) y cuencos de procesamiento
con borde engrosado, así como algún un trípode. En cuanto a materiales del
Mediterráneo central, cabe reseñar únicamente, y de nuevo, la presencia de
ánforas ovoides cartaginesas T-2112 (fig. 8, 320.6) y quizás a la esporádica
presencia de alguna copa o cuenco de esta misma procedencia.
Los materiales fenicios de producción ibicenca, caracterizados por pas-
tas de cocción media, altamente calcáreas y ausencia de minerales meta-
mórficos, que se enmarcan en el horizonte M5 (Ramon 2010: 229-230, fig.
7), merecen un comentario especial. Son abundantes las ánforas T-10121
o T-10211 (Ramon 1995: 230-232), por desgracia, muy fragmentarias; en
cambio, los pythoi ofrecen datos ceramológicos de interés, puesto que algún
individuo ha podido ser reconstruido de modo casi completo, poniendo de
manifiesto que sus cuerpos son piriformes y presentan la mayor parte del
cuerpo cubierta por franjas más anchas (1 o 2), enmarcadas por múltiples
426 Joan Ramon Torres y Marco A. Esquembre Bebia
líneas finas, rojas (fig. 7, 177.15) o negras (fig. 7, 177.13-14), aunque exis-
ten también vasos de esta clase con pintura bícroma, combinando el rojo
y el negro. Se documentan, igualmente, pero sin duda en menor cantidad,
jarras de cuello estrecho cilíndrico, del tipo denominado comúnmente Cruz
del Negro (fig. 7, 177.11). En el marco de los contenedores ebusitanos de
cerámica común, cabe reseñar, de modo especial, un olpe con asa única, muy
sobreelevada (fig. 7, 177.18-40), sin duda inspirada en un tipo griego.
En cuanto a la vajilla, resalta la presencia de copas convexas similares al
tipo cartaginés Vegas 2.2 (199: 139-140, abb. 28), con decoración compuesta
por múltiples líneas horizontales en rojo (fig. 7, 177.26-68), o sin decoración
(fig. 7, 380.7, de pasta gris). Se trata de una forma vascular que se documenta
también en Mogador (Kbiri Alaoui, López Pardo 1998, fig. 8) y la Fonteta.
Destaca también un cuenco profundo de formato grande, perfil cóncavo-con-
vexo y carena alta (fig. 7, 380.44), con pintura en toda la pared externa y la
mitad superior de la interna, con claros prototipos en talleres como Cerro del
Villar (Aubet et al. 1999, fig. 149 d y 171f, respectivamente de los estratos
II y IIb del corte 4 = a tipo A1, fig. 105) y un modelo hemisférico, con borde
apenas engrosado, con franja ancha exterior por debajo del borde de pintura
o engobe rojo (fig. 7, 380.45).
En cuanto a los platos con engobe rojo en la parte interna y la externa
del borde (fig. 6, 177.19, 177.20, 200.12, 200.13), cabe decir que se trata
de modelos, arquitectónicamente hablando, típicos del el repertorio M5.
Algunos son biselados (fig. 6, 177/19, 380/22) y el resto de ápice simple
(fig. 6, 177/20, 200/12,13). Existe también, al menos, un cuenco carenado
de borde triangular exvasado (fig. 6, 173.23) y otro de borde simple (fig. 6,
200/18-20). A ello cabe añadir también la parte superior de una jarra care-
nada engobe rojo (fig. 7, 177.24).
Por lo que se refiere a la vajilla gris, destacan sobremanera los típicos
cuencos convexos de borde engrosado (fig. 7, 380.43), pero también se
documentan formas que cabe calificar de nuevas; es el caso del cuenco de
cerámica gris 380/38 (fig. 7), inspirado probablemente en una forma a mano,
conocida en la fase III de la Fonteta (Rouillard, Gailledrat, Sala 2007, fig.
194, 1). Destaca también la presencia de algún individuo de borde ancho casi
horizontal (fig. 7, 177/35), como algunos de la Fonteta (Rouillard, Gailledrat,
Sala 2007, fig. 209, 14 y 201, 4) y de otros de borde exvasado cóncavo-con-
vexo (fig. 7, 380/32). En cuanto a vajilla común, cabe señalar piezas como
un cuenco profundo cóncavo-convexo (fig. 7, 177.27-67).
Cuenco para procesamiento (fig. 7, 177/29), con aplique (incompleto,
tal vez parte de un asa, de empalmes verticales), acusadamente carenado y
con borde triangular muy exvasada. Tiene toda su parte externa quemada,
Estructuras urbanas fundacionales de época fenicia en el castillo de Ibiza427
Conclusiones
El horizonte fenicio del Castillo de Ibiza, instalado en la parte más elevada
del cerro, que con los siglos vería el crecimiento de una gran centro púnico,
sobre terreno virgen, puede considerarse una novedad trascendente para el
conocimiento de los orígenes de la ciudad.
Por una parte, su cronología inicial, que como antes se ha defendido,
debe situarse entorno al 600 aC, coincide con el ocaso del establecimiento de
sa Caleta. No en vano se viene argumentando desde hace tiempo que solo el
fin de sa Caleta explicaba la génesis de la ciudad de Ibiza y que existía una
secuencia entre ambos asentamientos.
Por otra, una evidencia de sumo interés no permite suponer, sino más
bien lo contrario, que antes de la llegada de los fenicios, el Puig de Vila
se hallara ocupado por pueblos de otras culturas, que en este caso cabría
esperar del Bronce Final. En este sentido, las cerámicas a mano encontra-
das cuyo porcentaje, como se ha visto, es muy bajo, entran de lleno en el
panorama habitual de cualquier establecimiento fenicio de esta época y no
430 Joan Ramon Torres y Marco A. Esquembre Bebia
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432 Joan Ramon Torres y Marco A. Esquembre Bebia
216-217, fig. 2), y a un sola figuración del ave en bronce asociada a una
serpiente en posición de ataque, formando parte de un probable mango de
espejo de la necrópolis de Douimès en Cartago (Delattre, 1897, 81-82, fig.
47).
Conocidas las posibilidades y las realizaciones de la metalurgia talaiótica
y particularmente de Mallorca donde entre otras figuraciones son frecuentes
las de toros y cuernos además de palomas vinculadas con santuarios o yaci-
mientos funerarios (Gual, 1993, 26-32 y 61-94) y, considerando la inexisten-
cia de paralelos en el ámbito del Mediterráneo occidental, cabe pensar en una
producción local de los gallos baleáricos aunque falte información explícita.
En cuanto a la funcionalidad del gallo menorquín su hallazgo fuera de
contexto en un lugar de hábitat no aporta información significativa, quizá
pudiera relacionarse con el taller de fabricación de la pieza o con la provisión
para su posterior deposición ritual en una tumba. Sobre su cronología nada
puede añadirse aunque en relación con el rico ajuar que acompañaba a los
gallos mallorquines de Cometa des Morts, en el Museo de Lluc, cabe reseñar
un dato poco conocido que indicaría la utilización del depósito funerario
cuando menos en el siglo –vi, la presencia de una pátera de bronce etrusca
de borde perlado del tipo Tarquinia, como las que transportaba el pecio de
Capo d’Enfola en la isla de Elba y otras conocidas en el sur de Francia y tam-
bién en el yacimiento de Peña Negra de la Sierra de Crevillente (Albanese
Procelli, 2012, 3-4, fig. 2)
4257 del Museo de Ibiza de la necrópolis del Puig dels Molins, con motivo
idéntico al que aparece en piezas de Akko (Fenicia), Pafos (Chipre) y Tharros
(Cerdeña), (Fernández, Padró, 1982, 126-127, n.º 44).
Aunque parece haber consenso en que el hacha de doble filo en el mundo
fenicio-púnico es atributo común a varias divinidades sin que el instrumento
tenga que definir una función específica de la divinidad como ha manifestado
C. Bonnet parece que los dioses fenicios helenizados etrusquizados y roma-
nizados Nergal-Melqart-Herakles y Chusor-Hefaistos-Sethlans-Vulcano son
los que llegan a occidente de forma más generalizada y a menudo en sim-
biosis tal como parece deducirse del debate de los especialistas acerca de
la iconografía presente en una de las emisiones monetarias de la serie I, de
Lixus, del siglo –ii, muy parecida a otra de Hippo Regius en cuyos anversos
aparece la imagen barbada o no del dios, tocado con birrete cónico y aso-
ciado al símbolo de la bipenne (Callegarin, Ripollés, 2010, 155-156 y Mora
Serrano, 2013, 163-164, con amplia discusión).
De gran interés es la pintura del hanout tunecino de Kef-el-Blida en la
que aparece un barco que se ha considerado fenicio con siete u ocho tripulan-
tes armados y un personaje alzándose sobre la proa blandiendo una bipenne
que parece agredir a otro personaje con casco crestado dispuesto en posición
horitzontal, nadando o más bien volando en el océano superior. La cronolo-
gía, quizás entre los siglos –vii y –iii, y la interpretación de esta pintura, única
en su riqueza de detalles ha provocado un intenso debate que difícilmente
podrá cerrarse pero que sin duda hay que situar en el amplio mundo de la
religión y de la escatología fenicia (Camps, Longerstay, 2000, 25-27).
No entraremos a detallar el papel de la labrys en la Europa prehistórica,
en Grecia y particularmente en Etruria como objeto de intercambio y con
función monetaria así como su representaciones simbólica como objeto reli-
gioso y objeto de prestigio en el área etrusca (Balaguer, 2005, 251-252) para
detenernos con más profundidad en un ambiente más cercano y próximo al
balear como es el sardo y no solo por una cuestión geográfica.
El gran santuario sardo federal de Santa Vittoria de Serri, en una meseta
a poco más de 20 kilómetros al norte de Cagliari, en la Cerdeña montana,
donde a finales de los años 20 del pasado siglo Antonio Taramelli excavó la
denominada Capanna della Bipenne, un templo circular de unos siete metros
de diámetro abierto al gran Recinto delle feste o delle reunioni y contiguo al
mercado forse per l’intima connessione tra comercio e la divinitá garante
del negozio donde se rendía culto a la labrys, representada por una gran
hacha bipenne de bronce de 27 cms. de largo dispuesta sobre una pilastra de
piedra calcárea al pie de un altar.
440 Joan C. de Nicolás Mascaró
1 2
4 cms.
3
3 cms.
collar o para disponer un pequeño mango que hiciese posible otro sistema
de exposición votiva o cultural. Aunque nunca se han hallado en conexión
directa con perlas de pasta vítrea prácticamente siempre conviven con ellas
cuando se han hallado en yacimientos funerarios tanto en Mallorca como
en Menorca.
Aunque faltan pruebas que permitan identificar las labrys baleáricas
como objetos de producción local cabe pensar en ello dada la masiva pre-
sencia tanto en Mallorca como en Menorca y los esporádicos hallazgos en
el entorno mediterráneo. En ese caso falta comprender como y cuando se
introduce en las Baleares ese viejo símbolo de regeneración.
Queda pendiente una cuestión básica, ¿Qué representan las decenas de
labrys baleáricas, cual era su función?. No hay textos a los que echar mano
y las fuentes arqueológicas no dicen nada significativo con lo que si se pre-
tende dar respuesta a esa cuestión solo nos queda plantear hipótesis. Como
se ha visto las representaciones figuradas provistas de hachas de doble filo
apuntan básicamente al binomio Nergal-Melqart y en nuestra opinión quizá
esas figuraciones equivaldrían a una auténtica hierogamia con lo que la
bipenne de Melqart no sería otra cosa que la representación simbólica de
su paredra Astarté-Tanit, tal vez un precedente del llamado signo de Tanit,
una nueva versión del doble triangulo afrontado que cuando se parte por la
mitad se convierte en el triángulo, dos triángulos, representaciones de la
vulva primigénia, con idéntico valor. Quizás esa fue, junto al culto al dios
toro, la adaptación que hicieron las comunidades talaióticas de Menorca y
de Mallorca a finales de la Edad de Hierro – y tal vez otras comunidades
del Mediterráneo central y occidental que también adoptaron el símbolo–,
asumiendo tradiciones culturales de origen semita para rendir culto a la fer-
tilidad en sus santuarios y para proteger sus muertos, sus vidas y sus recur-
sos alimentarios con esos símbolos apotropaicos, con perlas de pasta vítrea
o sin ellas, que aparecen enteros o partidos en los yacimientos funerarios
o en asentamientos domésticos. Veo en esta hipotética propuesta una ver-
sión baleárica del culto que se rendía en el templo del santuario sardo de la
Capanna della Bipenne de Santa Vittoria di Serri, antes mencionado. Solo
el tiempo e investigaciones con buena metodología rebatiran o confirmarán
dicha hipótesis.
444 Joan C. de Nicolás Mascaró
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16 22
Fig. 2A, 1. Hacha de doble filo y perforación central de cobre o aleación de cobre, decorada en
ambas caras con cuatro bandas de doble surco paralelo dispuestas verticalmente y dos bandas
oblicuas de doble surco paralelo, en los cantos de cada una de las alas. Poblado talaiótico de
Talatí de Dalt, Maó. Hallazgo en superficie en los años 60. Longitud, 48 mm., altura alas,
30-31, altura área central, 6 mm., peso, 14’57 gramos. Museo de Menorca, n.º 2371
Fig. 2A, 2. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura, de
cobre o aleación de cobre, decorada con dos surcos paralelos junto al nudo que alojaba la
perforación. Poblado talaiótico de Biniaiet, Maó. Longitud, 24 mm., altura ala, 23 mm., altura
área central, 4 mm. Col. Particular. Inédita.
Fig. 2A, 3. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura, de
cobre o aleación de cobre. Poblado talaiótico de Biniaiet, Maó. Longitud, 30 mm., altura ala,
27 mm., altura área central, 5 mm. Col. Particular. Inédita.
Fig. 2A, 5. Media hacha de doble filo y parte de la perforación central donde se produjo la
fractura, de cobre o aleación de cobre. Tiene una nueva perforación, transversal, indicio de
reutilización tras la fractura. Poblado talaiótico de Biniarroca, Sant Lluís. Longitud, 22 mm.,
altura ala, 16 mm., altura área central, 4 mm. Col. Particular. Inédita.
Fig. 2A, 6. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura, de
cobre o aleación de cobre. Poblado talaiótico de Binibèquer Vell, Sant Lluís. Longitud, 19’5
mm., altura ala, 32 mm., altura área central, 63’5 mm. Col. Particular. Inédita.
Fig. 2A, 7. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura, de
cobre o aleación de cobre. Poblado talaiótico de Biniparratxet, Sant Lluís. Longitud, 21 mm.,
altura ala, 21 mm., altura área central, 3’5 mm. Col. Particular. Inédita.
Fig. 2A, 8. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura, de
cobre o aleación de cobre. Poblado talaiótico de Biniparrell, Sant Lluís. Longitud, 35 mm.,
altura ala, 7’5 mm., altura área central, 4’5 mm. Col. Particular. Inédita.
Fig. 2A, 9. Hacha de doble filo y perforación central de cobre o aleación de cobre, sin decora-
ción. Santuario del poblado talaiótico de Torre d’en Galmés, Alaior. Excavación de J. Flaquer,
1943. Longitud, 41’5 mm., altura alas, 28-25, altura área central, 8 mm., peso, 16’45 gramos.
Museo de Menorca, n.º 506. (Flaquer, 1953, 102, Fig. 41,8)
Fig. 2A, 10. Hacha de doble filo y perforación central de cobre o aleación de cobre, decorada
en ambas caras con doble surco paralelo a ambos lados del área donde se loja la perforación
central. Poblado talaiótico de Torre d’en Galmés, Alaior. Antigua col. Vives Longitud, 44
mm., altura alas, 30-28, altura área central, 5 mm., peso 11’07 gramos. Museo de Menorca,
n.º 210.
Fig. 2A, 11. Hacha de doble filo y perforación central de cobre o aleación de cobre, sin decora-
ción. Patio de la casa n.º 7 del poblado talaiótico de Torre d’en Galmés, Alaior. Excavaciones
de Amics del Museu de Menorca, 2012. Longitud, 46 mm., altura alas, 30, altura área central,
6 mm. Museo de Menorca, (Carbonell et alia, 2013)
Fig. 2A, 12. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura, de
cobre o aleación de cobre. Poblado talaiótico de Torre d’en Galmés, Alaior. Excavaciones
Rosselló Bordoy (TG-C-3). Longitud, 29 mm., altura ala, 17 mm., altura área central, 4’5
mm., peso, 5’41 gramos. Museu de Menorca, n.º 93434. Inédita.
Fig. 2A, 13. Hacha de doble filo y perforación central de cobre o aleación de cobre, sin decora-
ción. Santuario del poblado talaiótico de So Na Caçana, Alaior. Excavaciones L. Plantalamor
446 Joan C. de Nicolás Mascaró
Longitud, 58 mm., altura alas, 20-21, altura área central, 5 mm., peso, 21’53 gramos. Museo
de Menorca, SNC, 4989. Inédita.
Fig. 2A, 14. Hacha de doble filo y perforación central de cobre o aleación de cobre, sin deco-
ración. Yacimiento funerario de Sa Regana des Cans, en Ses Penyes d’Alaior, Alaior. Antigua
colección Juan Saridakis. (Mascaró Pasarius, 1983, 93).
Fig. 2A, 15. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura, de
cobre o aleación de cobre. Tiene perforación transversal, indicio de reutilización tras la frac-
tura. Poblado talaiótico de Lloc Nou des Fasser, Alaior. Longitud, 19 mm., altura ala, 15 mm.,
altura área central, 4 mm. Col. particular. Inédita.
Fig. 2A, 16. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura,
de cobre o aleación de cobre, decorada con doble surco paralelo vertical junto al eje central.
Poblado talaiótico de Binigemor, Alaior. Longitud, 27 mm., altura ala, 25 mm., altura área
central, 6 mm., peso, 5’59 gramos. Col. particular. Inédita.
Fig. 2A, 17. Hacha de doble filo y perforación central de cobre o aleación de cobre, sin
decoración. Posible santuario del poblado talaiótico de Rafal des Frares, es Mercadal. Museo
Diocesano de Menorca, Ciutadella, fondo antiguo. Inédita
Fig. 2A, 18. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura, de
cobre o aleación de cobre, sin decoración. Poblado talaiótico y romano de Sanitja, es Mercadal.
Longitud, 32 mm., altura ala, 10 mm., altura del área central, 5 mm. Col. particular. Inédita.
Fig. 2A, 19. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura, de
cobre o aleación de cobre, sin decoración. Poblado talaiótico y romano de Sanitja, es Mercadal.
Longitud, 26’5 mm., altura ala, 18 mm., altura área central, 5’5 mm. Col. particular. Inédita.
Fig. 2A, 20. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura,
de cobre o aleación de cobre, sin decoración. Poblado talaiótico de Cavalleria, es Mercadal.
Longitud, 23 mm., altura ala, 12 mm., altura área central, 4 mm. Col. particular. Inédita.
Fig. 2A, 21. Hacha de doble filo y perforación central de cobre o aleación de cobre, decorada
en ambas caras con doble surco paralelo vertical enmarcando el espacio que aloja la perfo-
ración central. Cueva funeraria de Sa Prior, Es Migjorn. Antigua colección Vives Escudero,
paradero actual desconocido. (García-Bellido, 1993, 247, fig. 96,6).
Fig. 2A, 22. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura,
de cobre o aleación de cobre, sin decoración. Poblado talaiótico de Biniatzen, Es Migjorn.
Longitud, 28 mm., altura ala, 18 mm., altura área central, 4 mm., peso, 6’67 gramos Col.
particular. Inédita.
Fig. 2A, 23. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura,
de cobre o aleación de cobre, sin decoración. Poblado talaiótico de Biniatzen, Es Migjorn.
Longitud, 25 mm., altura ala, 33 mm., altura área central, 4 mm., peso, 4’55 gramos Col.
particular. Inédita.
Fig. 2A, 24. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura,
de cobre o aleación de cobre, sin decoración. Poblado talaiótico de Fonts Redones de Baix,
Es Migjorn. Longitud, 23 mm., altura ala, 9’5 mm., altura área central, 3’5 mm., peso, 1’98
gramos Col. particular. Inédita.
Fig. 2A, 25. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura,
de cobre o aleación de cobre, sin decoración. Poblado talaiótico de Sant Felip, Ciutadella.
Gallos, Labrys y campanillas, elementos simbólicos de la religión púnico-talaiótica...447
Longitud, 25 mm., altura ala, 24 mm., altura área central, 5 mm., peso, 6’19 gramos Col.
particular. Inédita.
Fig. 2A, 26. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura, de
cobre o aleación de cobre, sin decoración, con perforación transversal descentrada, indicio
de reutilización tras la fractura. Poblado talaiótico de Torre Nova. Ciutadella.. Longitud, 26
mm., altura ala, 18 mm., altura área central, 4 mm., peso, 6’67 gramos Col. particular. Inédita.
Fig. 2A, 27. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura, de
cobre o aleación de cobre, sin decoración, con perforación transversal Poblado talaiótico de
Torre Vella d’en Lozano, Ciutadella. Longitud, 21 mm., altura ala, 12 mm., altura área central,
3’5 mm., peso, 2’31 gramos Col. particular. Inédita.
Fig. 2A, 28. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura,
de cobre o aleación de cobre, sin decoración. Poblado talaiótico de Torre Vella d’en Lozano,
Ciutadella.. Longitud, 29 mm., altura ala, 12 mm., altura área central, 4 mm., peso, 7’31 gra-
mos Col. particular. Inédita.
Fig. 2A, 29. Media hacha de doble filo y perforación central donde se produjo la fractura,
de cobre o aleación de cobre, sin decoración. Poblado talaiótico de Lloc des Pou-Sant Joan,
Ciutadella. Longitud, 31 mm., altura ala, 13 mm., altura área central, 4 mm., peso, 1’92 gra-
mos Col. particular. Inédita.
Fig. 2A, 30-31. Dos hachas de doble filo con perforación central. Posible santuario talaiótico
de Sant Domingo, Ciutadella. Museu Municipal de Ciutadella. (Camps, Sintes, 77, fig. 90,)
Fig. 2A, 32-35Cuatro medias hachas de doble filo con perforación central. Posible santuario
talaiótico de Sant Domingo, Ciutadella. Museu Municipal de Ciutadella. (Camps, Sintes, 77,
fig. 90,)
Fig. 2A, 36-43. Ocho medias hachas de doble filo de cobre o aleación de cobre con perfo-
ración central donde se produjo la fractura. Las piezas 39, 41 y 42 presentan perforación
transversal, indicio de reutilización tras la fractura y la n.º 40 tiene un ligero abultamiento en
la zona estrecha donde la perforación central con surcos paralelos verticales a un lado de la
misma por ambas caras. Las medidas de la n.º 36: 24 x 22 x 4 mm., de la 37: 22 x 19 x 3 mm.,
de la 38: 22 x 22 x 3 mm.; de la 39: 18 x 19 x 2 mm.; de la 40: 30 x 36 x 4 mm.; de la 41: 41
x 32 x 4 mm.; de la 42: 38 x 22 x 3 mm.; de la 43: 23 x 22 x 3 mm. Asentamiento talaiótico de
Sant Domingo, Ciutadella, al que se vincula el santuario ya mencionado. Museo Diocesano
de Menorca, Ciutadella. Inéditas.
Fig 2A, 44. Hacha de doble filo y perforación central de cobre o aleación de cobre, sin deco-
ración. Asentamiento talaiótico de Sant Domingo, Ciutadella. Longitud, 56 mm., altura ala, 30
mm., altura área central, 4 mm Museo Diocesano de Menorca, Ciutadella, Col. León. Inédita.
Fig. 2A, 45-48. Cuatro medias hachas de doble filo y perforación central donde se produjo
la fractura, de cobre o aleación de cobre, sin decoración. Asentamiento talaiótico de Sant
Domingo, Ciutadella. Medidas de la n.º 45: 37 x 10 x 5 mm.; de la n.º 46: 36 x 27 x 6 mm.; de
la n.º 47: 31 x 23 x 7 mm. y de la n.º 48: 26 x 20 x 5 mm. Col. particular. Inéditas.
Fig. 2A, 49. Hacha de doble filo y perforación central de cobre o aleación de cobre, sin
decoración. Procedencia menorquina, yacimiento sin determinar. Antigua colección Vives
Escudero. Paradero actual desconocido. (García-Bellido, 1993, 247)
Fig. 2A, 50. Media hacha de doble filo y perforación central de cobre o aleación de cobre,
sin decoración. Procedencia menorquina, yacimiento sin determinar. Antigua colección Vives
448 Joan C. de Nicolás Mascaró
Escudero. Longitud, 31 mm. Museo de Menorca, inv n.º V-510. (García-Bellido, 1993, 247,
lám. 96,9).
Fig. 2A, 51. Hacha de doble filo y perforación central de cobre o aleación de cobre, decorada
con surcos cruzadlos en una aleta y doble surco paralelo vertical a ambos lados del nudo cen-
tral. Probable procedencia menorquina, yacimiento sin determinar. Antigua col. Pons y Soler.
(Cartailhac, 1892, 65, fig. 69).
Fig. 2A, 52. Hacha de doble filo de cobre o aleación del mismo metal. En este caso de unas
dimensiones ligeramente mayores as las habituales y, excepcionalmente, sin perforación cen-
tral. Poblado talaiótico de Torrellafuda, Ciutadella. Longitud, 64 mm., altura ala, 17-14 mm.,
altura área central, 6 mm., peso, 7’64 gramos Col. Particular. Inédita.
Fig. 2A, 53. Hacha de doble filo de cobre o aleación de cobre, sin perforación central visible,
con mango recto soldado o moldeado, a modo de arma dispuesta a ser empuñada, probable-
mente por una figurilla del mismo metal similar al menos en sus proporciones a los llamados
guerreros baleáricos. Asentamiento talaiótico donde se halla el posible santuario de Rafal des
Frares o del Toro, es Mercadal. Labrys: Longitud, 30 mm., altura ala, 14 mm., altura área
central, 7 mm.; Mango: 47 x 3 mm. Museo Diocesano de Menorca, Ciutadella, col. León.
Fig. 2B, 1-8. Ocho hachas de doble filo, de cobre o aleación del mismo metal, con perforación
central para suspensión. La n.º 2 es la única que pre4swenta decoración: doble aspa en el
centro flanqueadas con doble surco paralelo vertical. Yacimiento funerario de Cova Monja,
Biniali, Sencelles. Las medidas correspondientes a longitud son: 58, 49, 52, 42, 56, 55, 36 y
57 mm., respectivamente, oscilando el grosor de la aleta entre 1 y 2 mm. en el filo y 4-7 mm.
en la parte central perforada. Museo Arqueológico de Barcelona (n.º invent.: 18-72,73, 73B,
73C, 74, 75B, 75C, 75F). (Enseñat, 198, 68, fig. 28, 4-11; Balaguer, 2005, 22.b.6).
Fig. 2B, 9. Hacha de doble filo, de cobre o aleación del mismo metal, con perforación central
para suspensión. Ampliamente decorada con surcos paralelos verticales en la parte más estre-
cha y conjuntos de tres surcos paralelos y oblicuos dispuestos en cada uno de los ángulos de
las hojas. Cueva funeraria de Son Bosc, Andratx. Longitud, 43 mm., grosor, 2-6 mm. Museo
Arqueológico de Barcelona, n.º 68. (Enseñat, 1981, 39, fig. 14,3; Balaguer, 2005, fig. 22.b.3).
Fig. 2B, 10. Hacha de doble filo, de cobre o aleación del mismo metal, con perforación cen-
tral para suspensión. Sin decoración. Cueva funeraria de Cometa des Morts, Escorca. Museo
Arqueológico de Lluc, Mallorca. (Veny, 1947; Balaguer, 2005, fig. 22.b.7).
Fig. 2B, 11. Hacha de doble filo, de cobre o aleación del mismo metal, con perforación central
para suspensión. Decorada con surcos cruzados en el centro de la pieza, flanqueados por triple
surco paralelo vertical. Cueva funeraria de Ses Copis, Sóller. Longitud, 52 mm, altura, 36
mm., grosor, 3-8 mm. (Enseñat, 1981, 46, fig. 20,8; Balaguer, 2005, fig. 22,b,4).
Fig. 2B, 12. Hacha de doble filo, de cobre o aleación del mismo metal, con perforación central
para suspensión. Restos de surcos oblicuos en torno al centro de la pieza. Cueva funeraria de
Son Ribot, Manacor (Coll Conesa, 1989, citado por Balaguer, 2005, fig. 22.b.8).
Fig. 2B, 13. Hacha de doble filo, de cobre o aleación del mismo metal, con perforación cen-
tral para suspensión. Sin decoración. Poblado talaiótico de Son Fornés, Montuiri. (Balaguer,
2005, fig. 22,b,1).
Fig. 2B, 14. Hacha de doble filo, de cobre, con perforación central para suspensión. Sin
decoración. Asentamiento talaótico de Son Fred, Sencelles, UE-13, vertedero al exterior del
talaiot, sin importaciones, que se data hacia el siglo –v. Longitud, 63 mm. (Aramburu-Zabala,
2009, 149, fig. 4,1-2; analítica en p. 150).
Gallos, Labrys y campanillas, elementos simbólicos de la religión púnico-talaiótica...449
Fig. 2B, 15-16. Dos hachas de doble filo, de cobre o aleación del mismo metal, con per-
foración central para suspensión. Sin decoración. Cueva funeraria de Son Maimó, Petra.
Excavación del Museo de Artà, (Amorós, 1974, 161, fig. 20; Balaguer, 2005, fig. 22.b.5a y b).
Fig. 2B, 17. Hacha de doble filo, de cobre o aleación del mismo metal, con perforación cen-
tral para suspensión. Sin decoración. Cueva funeraria de Son Maimó, Petra. Excavación del
Museo de Lluc. (Veny, 1977, citado por Balaguer, 2005, fig. 22,b,5c).
Fig. 2B, 18. Hacha de doble filo, de cobre o aleación del mismo metal, con perforación central
para suspensión. Sin decoración. Yacimiento funerario de Illot des Porros, Santa Margalida.
Excavación de la Bryant Foundation (Tarradell, 1964, Balaguer, 2005, fig. 22,b,2).
Fig. 2B, 19-22. Cuatro hachas de doble filo, de cobre o aleación del mismo metal, con perfo-
ración central para suspensión. Dos de ellas sin decoración, las otras dos con surcos paralelos
verticales en el área central y dispuestos oblicuamente en los ángulos de las hojas. Cueva
funeraria de Son Taixaquet, Llucmajor. Excavación de J. Colominas. Longitud, entre 39 y 62
mm., grueso, entre 1 y 3 mm. (Enseñat, 1981, 91, fig. 38, 1-2; Balaguer, 2005, fig. 22.b.9).
Sin representación gráfica. Dos hachas de doble filo, de cobre o aleación del mismo metal,
con perforación central para suspensión. Sin decoración. Yacimiento funerario de Sa Cova,
Artà. Una, muy deteriorada en ambas aletas y la segunda, de 50 mm. de longitud, 30 mm. de
altura y entre 1-7 mm. de grueso. Museo Regional de Artà. (Mas, 2010, 102, fig. 50, 3-4).
Sin representación gráfica. Seis hachitas de doble filo de cobre o aleación del mismo metal,
con perforación central para suspensión. Una de ellas decorada con incisiones paralelas y
oblicuas. Asentamiento talaiótico y romano de Gotmar, Pollença. En paradero desconocido.
(Cerdà, 2002, 40, fig. 30, 13-18).
Sin representación gráfica. Hacha de doble filo, de cobre o aleación del mismo metal, con
perforación central para suspensión. Sin decoración. Yacimiento funerario de Cova des Morts
de Son Gallard, Escorca. (Mascaró Pasarius, 1983, 43).
diam. 290 mm
2 3
4
5
6 8
7
9 10
11
diam. 136 mm.
13
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14 16
15 17
Fig. 3, 1. Varios fragmentos del borde y del galbo de una olla o urna de borde entrante con
dos labrys en relieve dispuestas en la parte alta del cuerpo. Diámetro estimado de la boca,
290 mm. Casa talaiótica de Biniparratx Petit, Sant Lluís, n.º invent. 74-E2-304 45. Museo de
Menorca. Inédita.
Fig. 3, 2. Fragmento del borde y del galbo de una olla o urna de borde entrante con una
labrys en relieve dispuestas horizontalmente en el cuerpo, paralela al borde. Diámetro esti-
mado de la boca, 360 mm. Poblado talaiótico de Torre d’en Galmés, Alaior, circulo 3, sector
C Excavaciones 1984, n.º invent. TG-4320. Dimensiones: 185 x 83 x 3.º0 mm., peso, 269,8
gramos.; labrys, 123 x 27-30 x 10 mm. Museo de Menorca, n.º 1460860. Inédita.
Fig. 3, 3. Pequeño fragmento del del galbo de una olla o urna con restos de una labrys en relieve.
Poblado talaiótico de Torre d’en Galmés, Alaior, circulo 3, sector A, cenizas. Excavaciones
1984, n.º invent. TG-4006. Dimensiones: 40 x 27 x 5’7 mm., peso, 6’62 gramos. Museo de
Menorca, n.º 1460846. Inédita.
Fig. 3, 4. Fragmento del cuerpo de una olla o urna con parte de una labrys en relieve. Poblado
talaiótico de Torre d’en Galmés, Alaior, circulo 2, ámbito 2. Excavaciones 1981, n.º invent.
TG-8692. Dimensiones: 130 x 78 x 6-14 mm., peso, 109’10 gramos. Museo de Menorca, n.º
1460857. Inédita.
Fig. 3, 5. Fragmento del cuerpo de una olla o urna con parte de una labrys en relieve. Poblado
talaiótico de Torre d’en Galmés, Alaior, circulo 3, sector A, superficial. Excavaciones 1984,
n.º invent. TG-3912. Dimensiones: 50 x 31 x 8-10 mm., peso, 19’08 gramos. Museo de
Menorca, n.º 1460848. Inédita.
Fig. 3, 6. Fragmento del cuerpo de una olla o urna con parte de una labrys en relieve. Poblado
talaiótico de Torre d’en Galmés, Alaior, santuario. Excavación Flaquer, 1943. Dimensiones:
74 x 61 x 7-14 mm., peso, 65’79 gramos. Museo de Menorca, n.º 1460854. Inédita.
Fig. 3, 7. Fragmento del cuerpo de una olla o urna con parte de una labrys en relieve.
Poblado talaiótico de Torre d’en Galmés, Alaior. Excavaciones 1984, n.º invent. TG-3793.
Dimensiones: 70 x 45 x 8-19 mm., peso, 49’72 gramos. Museo de Menorca, n.º 1460853.
Inédita.
Fig. 3, 8. Fragmento del cuerpo de una olla o urna con parte de una labrys en relieve con
surcos longitudinales. Poblado talaiótico de Torre d’en Galmés, Alaior. Excavaciones 1984,
circulo 3, sector B, cenizas, n.º invent. TG-14162. Dimensiones: 69 x 45 x 8-12 mm., peso,
24’43 gramos. Museo de Menorca, n.º 1460844. Inédita.
Fig. 3, 9. Fragmento del cuerpo de una olla o urna con parte de una labrys en relieve. Poblado
talaiótico de Trepucó, Maó. Excavaciones Cambridge, n.º invent. TRP-47454. Dimensiones:
79 x 58 x 7’5-16 mm., peso, 87’86 gramos. Museo de Menorca, n.º 1460873. (Murray et al,
1932, lám. XXXVI, 2)
Fig. 3, 10. Fragmento del cuerpo de una olla o urna con parte de una labrys en relieve.
Asentamiento talaiótico de Mago, Plaza de la Conquista, Maó. Excavaciones Museo de
Menorca, 1981, n.º invent. 21474. Dimensiones: 64 x 43 x 7-12 mm., peso, 36’40 gramos.
Museo de Menorca, n.º 1460874. Inédita.
Fig. 3, 11. Varios fragmentos del cuerpo y de la base de una olla o urna con una labrys
en relieve. Asentamiento talaiótico de Sant Vicenç d’Alcaidús, Alaior, circulo 2, sector E,
capa media. Excavaciones Museo de Menorca, M.L. Serra, n.º invent. 21474. Los fragmentos
mayores con la labrys pesan 259’3 y 304’3 gramos. Museo de Menorca, n.º 1460871. Inédita.
Fig. 3, 12. Fragmento del cuerpo de una olla o urna con parte de una labrys en relieve.
Asentamiento talaiótico indeterminado, n.º invent. 7995. Dimensiones: 59 x 56 x 5-12, peso,
32’81 gramos. Museo de Menorca, n.º 1460881. Inédita.
452 Joan C. de Nicolás Mascaró
Fig. 3, 13. Fragmento del cuerpo de una olla o urna con parte de una labrys en relieve.
Asentamiento talaiótico indeterminado, n.º invent. 12799. Dimensiones: 95 x 67 x 76-12,
peso 57’39 gramos. Museo de Menorca, n.º 1460879. Inédita.
Fig. 3, 14. Fragmento del cuerpo de una olla o urna con una labrys en relieve. Asentamiento
talaiótico indeterminado, n.º invent. 73192. Dimensiones: 64 x 42 x 6-12, peso 35’60 gramos.
Museo de Menorca, n.º 1460883. Inédita.
Fig. 3, 15. Fragmento del cuerpo de una olla o urna con parte de una labrys en relieve. Galeria
2 del santuario de Torreta de Tramuntana, Maó, n.º invent. 6229. Excavaciones Cambridge, M.
Murray. Dimensiones: 75 x 71 x 8-14, peso 72’68 gramos. Museo de Menorca, n.º 1460886.
(Murray et al. 1934, lám XXXII, 3.)
Fig. 3, 16. Fragmento del cuerpo de una olla o urna con parte de una labrys en relieve.
Asentamiento talaiótico indeterminado, n.º invent. 666655. Dimensiones: 103 x 67 x 6-10,
peso 78’07 gramos. Museo de Menorca, n.º 1460876. Inédita.
Fig. 3, 17. Fragmento del cuerpo de una olla o urna con parte de una labrys en relieve.
Asentamiento talaiótico indeterminado, n.º invent. 23344. Dimensiones: 54 x 51 x 8-11, peso
38’84 gramos. Museo de Menorca, n.º 1460877. Inédita.
cuerpo con lo que también podían cumplir una función de asa para sostener
o levantar el recipiente con ambas manos.
Se han hallado vasos decorados con labrys en doce yacimientos menor-
quines de los que solo uno es de carácter funerario, el hipogeo XCI de
Calascoves, Alaior. Varios fragmentos en las excavaciones efectuadas ern
santuarios con taula de Trepucó y Torreta de Tramuntana, en Maó, y en
Torre d’en Galmés, Alaior y, finalmente, en los asentamientos talaióticos
de Biniparratx Petit, de Sant Lluís, en las excavaciones de la Plaza de la
Conquista en Mago, Trepucó, Torreta de Tramunatana y Binicalñaf, en el
término de Maó, de Torre d’en Galmés, Sant Vicenç d’Alcaidús, Torresolí y
Biniac Nou, de Alaior; y en ses Talaies de n’Alzina, de Ciutadella.
La cerámica del postalaiótico menorquín está por sistematizar con lo
que el encuadre tipológico y cronológico de estas peculiares urnas u ollas
decoradas es un asunto pendiente. Lógicamente no ayuda en nada que
los fragmentos de vasos decorados reunidos aquí provengan de hallazgos
casuales en superficie o de excavaciones con escasa o nula información
estratigráfica y pendientes de publicación. A un nivel muy general solo
puede afirmarse teniendo en cuenta alguno de esos datos que las menciona-
das cerámicas se vinculan con restos de ánforas u otras cerámicas comunes
habituales en los yacimientos domésticos menorquines previos a su aban-
dono entre el siglo –iii y el siglo –i en posibles contextos de la segunda
guerra púnica, la conquista romana del –123 o el inicio de los núcleos
urbanos de Mago y Iamo.
Gallos, Labrys y campanillas, elementos simbólicos de la religión púnico-talaiótica...453
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Fig. 4, 18. Fragmento del cuerpo de una olla o urna con una labrys en relieve decorada con
incisiones en espina de pescado longitudinales. Asentamiento talaiótico de Torresolí Nou,
Alaior. Paradero actual desconocido. (Mascaró Pasarius, 1983, 65).
Fig. 4, 19. Fragmento del cuerpo y del borde de una olla o urna con una labrys en relieve deco-
rada con impresiones circulares en ambas aletas. Poblado talaiótico de Biniac Nou, Alaior.
Antigua colección Flaquer. (Flaquer, 1953, 109 y 113, fig. 45,2).
Fig. 4, 20. Fragmento del borde y del cuerpo de una olla o urna con parte de una labrys en
relieve. Santuario talaiótico de Trepucó, Maó. Excavaciones Cambridge, M.Murray. (Murray
et al, 1932, lám. XX, 11).
Fig. 4, 21. Fragmento del borde y del cuerpo de una olla o urna con parte de una labrys
en relieve. Asentamiento talaiótico de ses Talaies de n’Alzina, Ciutadella, n.º invent. HTM-
00.21451. Museo Municipal de Ciutadella (Navarro, 106, lám. II).
Fig. 4, 22-23. Dos Fragmentos del cuerpo de sendas ollas o urnas con una labrys en reliev.
Santuario del poblado talaiótico de Trepucó, Maó (Murray et al, 1932, lám. XXXVI, 1 y 4).
Fig. 4, 24-25. Fragmentos del cuerpo de ollas o urnsa con parte de una labrys en relieve.
Necrópolis en hipogeos de Calescoves, Alaior, hipogeo XCI. Museo de Menorca. (Veny,
1982, fig. 169).
Fig. 4, 26. Fragmento del cuerpo de una olla o urna con una labrys en relieve. Asentamiento
talaiótico de ses Talaies de n’Alzina, Ciutadella, n.º invent. HTM-00.60463. Museo Municipal
de Ciutadella. (Navarro, 133, lám. XXIX).
Sin representación gráfica. Fragmento del cuerpo y parte de la boca de una olla o urna de
borde vuelto hacia el interior. Con labrys completa en relieve en la parte alta del cuerpo.
Asentamiento talaiótico de Binicalaf, Maó. Excavaciones Luis Plantalamor. Exposición per-
manente en vitrina en el Museo de Menorca, Maó.
Sin representación gráfica. Fragmento del cuerpo y parte de la boca de una olla o urna de
borde vuelto hacia el interior. Con labrys incompleta en relieve en la parte alta del cuerpo.
Asentamiento talaiótico menorquín indeterminado. Amics del Museu de Menorca, Maó.
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8 cms.
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Fig. 5A,1. Campanilla de cobre o aleación de cobre decorada con surcos concéntricos para-
lelos, con pasador y badajo del mismo metal. Probable yacimiento funerario de Tirant, es
Mercadal. Altura: 71 mm y diámetro base: 49 mm. Antigua colección Vives, actualmente en
el Museo de Menorca, n.º inv. V. 91. (García-Bellido, 1993, 247, lám. 97,3).
Fig. 5A, 2-4. Tres campanillas de cobre o aleación de cobre de procedencia menorquina
aunque yacimiento indeterminado. Miden 41, 32 y 27 mm. de altura y 31, 24 y 16 mm. de
Gallos, Labrys y campanillas, elementos simbólicos de la religión púnico-talaiótica...457
diámetro. Antigua colección Vives, en el Museo de Menorca, n.º inv. V. 503, V.502, excepto la
n.º 3, en paradero desconocido (García-Bellido, 1993, 247, Lam. 97,5-7).
Fig. 5A, 5. Campanilla de cobre o aleación de cobre, probablemente de Rafal des Frares, es
Mercadal. Altura, 62 mm. y diámetro, 37 mm. Museo Diocesano de Menorca, fondo antiguo,
Ciutadella (Garrido, 1998, fig. 128).
Fig. 5A, 6. Campanilla de cobre o aleación de cobre con pasador del mismo metal para el
badajo, inexistente y ventana de suspensión ojival. Poblado talaiótico de Biniparratxet, Sant
Lluís. Altura, 52 mm., diámetro, 35 mm., peso, 18’97 gramos. Col. Particular. Inédita.
Fig. 5A, 7. Campanilla de cobre o aleación de cobre con pasador de hierro y parte del badajo
de bronce enganchado al mismo. Con anilla de suspensión. Poblado talaiótico de Sant Roc,
Es Migjorn. Altura, 42 mm., diámetro, 28 mm, peso, 28’21 gramos. Col. Particular. Inédita.
Fig. 5A, 8. Campanilla de cobre o aleación de cobre muy deteriorada por cremación, que ha
provocado deformaciones en la mitad inferior. Decorada con surcos paralelos que cubren todo
el exterior. Ha perdido el pasador y el badajo aunque conserva parte de la varilla de bronce que
ensartaba la pieza pegada al ápice del cono, atravesando la ventanilla de suspensión. Cueva
natural funeraria denominada Cova des Grans, Torre Petxina, Ciutadella. Altura, 84 mm.,
diámetro, 42 mm, peso 53’13 gramos. Col. Particular. Inédita.
Fig. 5A, 9. Campanilla de cobre o aleación de cobre e con pasador del mismo metal, sin
badajo y con orificio de suspensión. Cueva funeraria de Algaiarens, Ciutadella. Altura, 22
mm., diámetro, 22 mm, peso 7’80 gramos. Col. Particular. Inédita.
Fig. 5A, 10. Campanilla de cobre o aleación de cobre con anilla de suspensión, sin pasador
ni badajo. Poblado talaiótico y romano de Sanitja, es Mercadal. Altura, 23 mm., diámetro, 26
mm, peso, 8’15 gramos. Col. Particular. Inédita.
Fig. 5A,11. Campanilla de cobre o aleación de cobre. Poblado talaiótico y romano de Sanitja,
Mercadal. En el Museu Municipal de Ciutadella. (Camps, Sintes, 1997, 76, fig. 88; Garrido,
1998, 262).
Fig. 5A,12. Fragmento de campanilla de cobre o aleación de cobre, con pasador del mismo
metal, sin sistema de suspensión ni badajo. Poblado talaiótico y romano de Sanitja, Mercadal.
Altura, 36 mm, diámetro, 26 mm., peso 12’3 gramos. Col. Particular. Inédita.
Fig. 5.ª, 13. Fragmento de campanilla de cobre o aleación de cobre, anilla circular de suspen-
sión y arranque del cuerpo. Poblado talaiótico de Biniatzen, Migjorn. Altura, 16, diámetro, 18,
peso, 7’18 gramos. Col. Particular. Inédita.
Fig. 5.ª, 14. Fragmento de campanilla de cobre o aleación de cobre con anilla de perfilo
hexagonal y arranque del cuerpo. Poblado talaiótico de Torrellafuda, Ciutadella. Altura, 22,
diámetro, 23 mm., peso, 13’24 gramos. Col. particular. Inédita.
15. Fragmento de campanilla de cobre o aleación de cobre, con anilla de perfil pentagonal y
arranque del cuerpo. alt. 2’7 cm., diám. 1’6 cm. Poblado talaiótico de Son Catlar, Ciutadella.
Altura, 27 mm., diámetro16 mm., peso, 38’92 gramos. Col. particular. Inédita.
Sin representación gráfica. Seis campanillas de cobre o aleación de cobre. Necrópolis en hipo-
geos de Calascoves, Alaior. Cuatro de la cueva XIX (Veny, 1982, 85, Fig. 47, 2-5), de 78 x 63
mm, con pasador de hierro y sin badajo; de 55 x 38 mm, con badajo y bolita en su extremo; de
37 x 30 mm., sin pasador ni badajo, y xde 41 x 20 mm, con pasador, badajo y bolita con inci-
siones en el ápice del cono. Uno de la cueva LIV de 29 x 16 mm (Veny, 1982, 178, Fig. 112,
10) y el sexto sin procedencia concreta. Este último en el Museo Arqueológico de Barcelona,
los demás en el Museo de Menorca.
458 Joan C. de Nicolás Mascaró
Fig. 5B,1. Cueva funeraria de Son Maimó, Petra. Campanilla de cobre o aleación de cobre con
badajo concrecionada con varias cuentas de vidrio oculadas y con la varilla de hierro que las
ensartaba formando parte de un collar. Hallada en la denominada capa carbonosa del corte D,
nivel con ataúdes de madera y restos humanos en su interior en el que también se detectaron
dos labrys de bronce, cerámica y numerosas cuentas de pasta vítrea, fechándose con cronolo-
gía relativa hacia el siglo –iv (Amorós, 1974, 159, fig. 22).
Fig. 5B,2-8. Cueva funeraria de Son Bauzá, Palma. Siete campanillas, tres de las cuales con-
servan el badajo sujeto a un pasador de bronce. Las tres primeras se hallan en el Museo de
Mallorca, n.º de invent.: 8957,8960 y 8959) y las 4 restantes en el Museo Regional de Artà, n.º
de invent.: 335, 336, 334 y 333 (Frontán, 1991, 107, 121 y 124, fig. 11, 54-60; Mas i Adrover,
2010, 58 y 60, fig. 14, 1-4).
Fig. 5B, 9-11. Cueva funeraria de Son Julià, Llucmajor, excavada por J. Colominas en 1920.
Tres campanillas de cobre o aleación de cobre mas una sin dibujar, tres de ellas decoradas con
surcos concéntricos paralelos a la base, todas sin badajo. Tienen una altura de 25, 26, 20 y 21
mm, respectivamente. Museo Arqueológico de Barcelona, n.º invent: 17314, 17315, 17317 y
17319 (Enseñat, 1981, 55-56, fig. 24,1-3).
Fig. 5B,12. Cueva funeraria de Son Ribot, Manacor. Campanilla de cobre o aleación de cobre
sin decoración, con pasador para badajo situado a media altura del cuerpo y de base cuadrada,
caso único ya que lo normal es que sea circular (Balaguer, 2005, fig. 23.b.8, citando a Coll,
1989).
Fig. 5B,13-14. Cueva funeraria de Cometa des Morts, Escorca. Dos campanillas de cobre
o aleación de cobre decoradas con bandas de surcos concéntricos, en el Museo de Lluc
(Balaguer, 2005, fig. 23,b,5, citando a Veny, 1953).
Fig. 5B,15-18. Cueva funeraria de Son Bosc, Andratx, Cuatro campanillas de cobre o aleación
de cobre, todas ellas decoradas con surcos concéntricos paralelos a la base y solo una con el
badajo. Su altura es de 39, 25, 24 y 25 mm. Mientras que la base ronda entre los 20-24 mm.
de diámetro. Característica común a todas ellas es la conservación de restos de la varilla o hilo
de hierro o en dos casos de bronce concrecionados junto al orificio de suspensión. Colección
particular de los propietarios de la finca (Enseñat, 1981, 39, fig. 16,1).
Fig. 5B,19. Cueva funeraria de Ses Copis, Sóller. Media campanilla de cobre o aleación de
cobre con sutil reborde en la base. Mide 46 mm. de altura También se halló en el yacimiento
un fragmento de una segunda campanilla de 40 mm. de altura conservada. (Enseñat, 1981,
45-46, fig. 20,7).
Fig. 5B, 20-21. Cueva funeraria de S’Alova, Sóller. Excavaciones de B. Enseñat en 1952 que
proporcionaron tres niveles de enterramientos con cal. Dos campanillas de cobre o aleación de
cobre decoradas con surcos concéntricos paralelos a la base. De 42 y 54 mm. de altura, 21 y 30
mm. de diámetro de la base. Una tercera campanilla, fragmentada, sin badajo ni decoración,
de 35 mm. de altura y 30 mm. de diámetro no ha sido documentada gráficamente (Enseñat,
1981, 20, fig. 5, 2 y 3).
Sin representación gráfica. Cueva funeraria de Es Morro, Manacor. tres campanillas de 60,
45 y 60 mm. de altura y 34, 30 y 40, respectivamente de diámetro, se conservan en el Museo
Regional de Artà, n.º de inventario: 404, 405.ª y 405b (Mas i Adrover, 2010, 75 y 80, Fig. 33,
1-3).
Sin representación gráfica. Yacimiento indeterminado de Gotmar, Pollença. Cuatro campa-
nillas de cobre o aleación de cobre decoradas con surcos concéntricos paralelos y provistas
de badajo. se hallaron en el área arqueológica donde se piensa que estuvo ubicada la antigua
Bocchoris. Colección particular Cerdà, 2002, 38, Fig. 30,1-4.
Gallos, Labrys y campanillas, elementos simbólicos de la religión púnico-talaiótica...459
3 2 N
Sanitja Tirant
Algaiarens
O E
2
Torrenova
Sant Felip Cavalleria 2 S
Torre Vella
3 Talaies Alzina Rafal des 2
Torrellafuda Frares
2
>50
Sant Domingo Torreta
Sant Roc 2
Lloc des Pou Torre Petxina Biniatzen
2 Binigemor
Torre d’en Biniaiet
Son Catlar Galmés 8 Sant Vicent
Fonts Redones 4
Binigaus Vell Talatí de Dalt
Biniac Nou
So Na Caçana
6 Trepucó 3
Procedencia 3 3 Torresolí
Indeterminada Mago
Regana des cans
Biniarroca
Cales Coves Son Vidal
6 2 Lloc Nou
Biniparrell
MENORCA Binicalaf
Biniparratxet
Binibèquer
20 Kms
N
Yacimientos
Gallos de bronce
O E
Son Fred
8 23 Es Morro Son Ribot
3
Son Bauzà
Son Bosc
7 Son Fornés
4
Son Cresta Son Taixaquet
3 4 4
Son Julià N
3
O E
MENORCA
MALLORCA
50 Kms
MALLORCA
Bibliografia
Albanese Procelli, R.M. (2012). Vasellame bronzeo in Sicilia dalla protostoria
all’arcaismo recente. En Bronzes grecs et romains, recherches récentes » –
Hommage à Claude Rolley, INHA, Actes de. http://www.inha.revues.org/3947
Amoros, LL. (1974). La cueva sepulcral prerromana de «Son Maimó» en el término
municipal de Petra (Mallorca). Prehistoria y Arqueología de las Islas Baleares.
VI Symposium de Prehistoria Peninsular. Barcelona, 137-170
462 Joan C. de Nicolás Mascaró
1. El presente artículo ha sido elaborado a partir del póster presentado en el VIII Coloquio
Internacional del Centro de Estudios Fenicios y Púnicos, celebrado en Alicante y
Guardamar del Segura los días 7, 8 y 9 de noviembre de 2013. Este trabajo se enmarca en
el Proyecto de Investigación titulado «La construcción de la identidad fenicia en el Imperio
romano» (HAR2010-14893), dependiente actualmente del Ministerio de Economía y
Competitividad; y en el Grupo de Investigación de Estudios Historiográficos (HUM-394),
de la Junta de Andalucía.
2. Becario FPU. Correo electrónico: machucaprieto@uma.es. Dirección postal: Departamento
de Ciencias Históricas. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Málaga. Campus de
Teatinos, s/n. 29071, Málaga (España).
466 Francisco Machuca Prieto
3. Hasta ese momento la cuestión de los fenicios del Extremo Occidente bajo poder romano
había sido poco tratada a nivel historiográfico. Destacamos, no obstante, los siguientes
trabajos: Koch, 1976; Bendala, 1981; 1982; Arteaga, 1981; 1985; Tsirkin, 1985.
La integración de las comunidades fenicias de la península Ibérica en el imperio...467
Hipótesis de partida
Puede decirse que, en las últimas tres décadas, el péndulo historiográfico
respecto a la actuación de Cartago en los territorios peninsulares con anterio-
ridad a la conquista del general Amílcar en 237 a. n. e. ha oscilado entre dos
extremos divergentes. El debate principalmente se ha centrado, como bien
señala E. Ferrer Albelda (1996a, 124), en conocer si hubo «imperialismo
o hegemonía, más o menos influencia cartaginesa en el mundo púnico de
Iberia». El problema, derivado de la naturaleza fragmentaria de las fuentes
grecolatinas y en el lento, aunque progresivo, avance de la investigación
arqueológica, hay que buscarlo en los posicionamientos drásticos: no se
puede sobredimensionar el papel que Cartago jugó en suelo hispano, pero
tampoco minimizarlo y hacer su presencia casi inexistente hasta el desem-
barco de Amílcar, en un intento no del todo ilógico por erradicar las tesis más
clásicas sobre el violento final de Tarteso y el hostil imperialismo ejercido
por los cartagineses, que fueron caracterizados durante largo tiempo como
La integración de las comunidades fenicias de la península Ibérica en el imperio...469
5. La imagen negativa que tenían los autores grecolatinos sobre los cartagineses y los fenicios,
aunque constituye una idea que no podemos rechazar completamente, ha sido objeto de
matizaciones en los últimos años (Gruen, 2010, 115-140).
470 Francisco Machuca Prieto
6. Aceptamos sin ningún tipo de duda la localización peninsular de Mastia y Tarseio, que
serían dos regiones del litoral mediterráneo andaluz (Ferrer Albelda, 2006b, 2002-2003).
La integración de las comunidades fenicias de la península Ibérica en el imperio...471
ubicarnos en ella. Así, es posible que las identidades tengan muchísimo más
que ver con la pregunta «adónde vamos» que con «de dónde venimos»; a
pesar de que constantemente apelan a la historia, a los usos y costumbres, a
la lengua y las tradiciones, la afirmación identitaria de un sujeto individual
o un grupo humano se produce únicamente cuando tiene lugar la utilización
de tales recursos. En ese momento irrumpe un juego ficticio y simbólico de
clasificación, sustentado en ese doble reconocimiento de lo propio y de la
alteridad ya aludido, el cual, consciente o inconsciente, no anula los efectos
discursivos ni la capacidad política de la identidad, de ahí su irreductibilidad.
La semejanza y la diferencia pueden ser imaginarias, pero nunca imaginadas
(Jenkins, 1997, 168). En efecto, cuando dos o más grupos humanos entran en
competición y las tensiones afloran entre ellos –guerra, migraciones, lucha
por los recursos–, la identidad étnica adquiere una fuerza inusitada (Cardete,
2009; Fernández Götz y Ruiz Zapatero, 2011). De esta manera, volviendo al
tema que nos ocupa, es posible que Gadir y las demás comunidades fenicio-
púnicas del sur de Iberia aprovecharan los problemas que los cartagineses se
encuentran en sus territorios africanos después de la Primera Guerra Púnica
para zafarse de Cartago, cuyo control desde mediados del siglo iv a. n. e. era
cada vez más intenso. La etnicidad, hay que tenerlo presente, requiere en
todos los casos un poder político que formalice, promueva y sostenga sus
reivindicaciones identitarias de tipo genealógico y territorial (Cardete, 2009,
32).
Polibio nos cuenta que después de establecer la normalidad en África,
el general Amílcar «tomó bajo su mando el ejército y a su hijo, que a la
sazón tenía nueve años de edad y, una vez hubo cruzado por las columnas
de Hércules, recobró los intereses que Cartago poseía en Iberia» (II, 1, 5-6;
trad. de A. Díaz Tejera). El historiador de Megalópolis da así a entender que
Cartago ejerció su control con anterioridad al año 237 a. n. e. sobre una parte
que queda sin especificar del solar ibérico, aunque a partir de un determinado
momento habían dejado de hacerlo. Nada dice acerca de cómo, cuándo y por
qué perdieron los cartagineses ese control. Por esta razón, la historicidad de
este pasaje, al que debemos unir otra famosa referencia polibiana en la que,
al contextualizar el origen y causas de la Primera Guerra Púnica, nuestro
autor cita a Iberia entre las posesiones territoriales de Cartago (I, 10, 5), es
puesta en duda por algunos investigadores, aludiendo al marcado carácter
propagandístico en favor de los Escipiones, líderes de la ofensiva romana
contra los cartagineses, que tiene la obra de Polibio (González Wagner, 1994
12; Barceló, 2006, 113-114). La hipótesis arriba planteada, empero, abre un
nuevo camino interpretativo para ambos testimonios, pues si los ponemos
en relación con el citado enconamiento de las relaciones entre Cartago y
472 Francisco Machuca Prieto
7. Según E. Ferrer Albelda, no hay noticias en las fuentes literarias de luchas entre Cartago
y los fenicios del sur de Iberia, denominados «mastienos» por los escritores griegos hasta
tiempos de la Segunda Guerra Púnica, por lo que los términos ἀνεκτᾶτο –«recuperar»,
«restaurar»– y πράγματα –«intereses», «posesiones»– de Polibio no estarían aludiendo
a los territorios costeros de raigambre semita, sino a las regiones interiores y las vías
de comunicación de las que dependía especialmente el suministro de metales (1996b,
123). M. Álvarez piensa, sin embargo, que el etnónimo «tartesios» que usan autores de
época romana como Diodoro Sículo y Tito Livio es utilizado para designar también a las
poblaciones fenicias de la Península Ibérica, no exclusivamente, como se da por supuesto,
a comunidades ibéricas (2006, 136; 2009).
La integración de las comunidades fenicias de la península Ibérica en el imperio...473
Objetivos
Los objetivos generales que con esta investigación nos hemos propuesto son:
1) analizar el proceso histórico de integración de las comunidades fenicio-
púnicas de la Península Ibérica en las estructuras de Roma, con especial
atención a su proyección en el registro arqueológico; 2) explicar la persis-
tencia de elementos culturales fenicio-púnicos en la Bética romana en tér-
minos políticos e identitarios; 3) valorar la posible formación de discursos
identitarios basados en la recuperación del pasado fenicio como estrategia
de integración en el mundo romano de ciertas comunidades de la Ulterior-
Baetica; y 4) vincular las transformaciones urbanas y monumentales que
experimentan las ciudades púnicas del sur peninsular desde el momento de
su integración en Roma hasta mediados del siglo i de n. e. a procesos de ree-
laboración identitaria. Profundizaremos en algunos de estos aspectos en los
párrafos siguientes.
Es sabido que las estrategias de dominación romanas suelen pasar por
la complicidad con las élites indígenas. Las informaciones de las fuentes
literarias documentan, en el caso que nos ocupa, una temprana y cualitativa
La integración de las comunidades fenicias de la península Ibérica en el imperio...475
evidencian todavía una gran vinculación con las tradiciones fenicias, lo cual
estaría poniendo de manifiesto que ciertos marcadores étnicos seguían ple-
namente activos como forma de expresión identitaria en un contexto híbrido,
abierto y heterogéneo (Jiménez, 2008). Como ya hemos apuntado más arriba,
los nuevos enfoques que en las últimas décadas han sido incorporados desde
el campo de la teoría poscolonial (Bhabha, 2002; Van Dommelen, 2008),
que en todo caso deben ir acompañados de estudios histórico-arqueológico
concretos, nos aportan interesantes posibilidades de reflexión para abordar
el estudio de la identidad/identidades en la Antigüedad. En las situaciones y
contextos coloniales es muy difícil establecer una separación neta entre colo-
nizadores y colonizados, entre los que existe una línea difusa, cambiante, en
torno a la cual se produce un constante proceso de negociación conjunta que
da lugar al surgimiento de toda una serie de híbridos y mestizos culturales.
Ello vendría a romper, como también ya se ha dicho, con las clásicas con-
cepciones acerca de la «romanización», que generalmente ha sido entendida
como un trasvase cultural unidireccional o como un proceso de aculturación
paulatino a través del cual las «esencias romanas» acaban siendo adquiridas
por las comunidades conquistadas.
Por tanto, en nuestro trabajo nos estamos dedicando a analizar qué sig-
nifica en términos políticos, culturales y, sobre todo, identitarios, el intenso
carácter «fenicio-púnico» que documentan los arqueólogos en la cultura
material de las ciudades del litoral meridional de la Península Ibérica, muchas
de las cuales se tienen por muy «romanizadas». Gadir, Malaca, Abdera o
Sexi no dejan de ser ciudades fenicias cuando quedan bajo la órbita de Roma
a finales del siglo iii a. n. e. Junto a los materiales romanos, cada vez se
encuentran más producciones locales que cronológicamente se mantienen
hasta bastante bien entrado el siglo i de n. e. Ello indudablemente nos habla
de una manifiesta perduración de las tradiciones y creencias anteriores a la
conquista romana. Las amonedaciones de origen fenicio-púnico constituyen,
en este sentido, unos documentos de primera categoría desde el punto de
vista identitario que aquí pretendemos remarcar por su carácter de expresión
cívica y, además, por ofrecer algunos de los mejores ejemplos de escritura
«neopúnica» (Fig. 2).
Con seguridad sabemos, según se desprende de varios grafitos encontra-
dos en Malaca, Sexi o Abdera, que hasta época imperial se siguió hablando y
escribiendo púnico en estas ciudades (Gran-Aymerich, 1991, 93-94; Molina
Fajardo, 1986, 208), por lo que el peso de las comunidades fenicias debía
ser todavía importante en un período, en la que Hispania en general y la
Bética en particular, llevaban ya tiempo integradas dentro de las estructu-
ras socio-políticas y estatales de Roma (Fig. 3). Tomando como principal
La integración de las comunidades fenicias de la península Ibérica en el imperio...477
Figura 3: Fragmentos de cerámica (dos campanienses del tipo A y una pieza de terra
sigillata) con caracteres neopúnicos procedentes del entorno del teatro romano de Malaca.
Estos tres fragmentos cerámicos se fechan entre el siglo ii a. n. e. y principios del i de n. e.
Composición propia a partir de los dibujos realizados por Gran-Aymerich, (1991, 291).
del tipo «nosotros»/«ellos» que han perpetuado las propias fuentes grecola-
tinas y la historiografía europea tradicional (Van Dommelen, 1998) y aten-
demos a nuevos espacios intermedios de enunciación (Bhabha, 2002). Como
apuntan algunos estudiosos, resulta complicado aceptar ya que todas las for-
mas culturales calificadas como «romanas» proviniesen de la propia Roma
(Gosden, 2008, 126). Aquí, como hemos apuntado con anterioridad, plantea-
mos abiertamente la hipótesis de que las comunidades fenicio-púnicas bajo
poder de Roma construyeron discursos identitarios propios recurriendo a su
«pasado fenicio» y a elementos culturales identificables como «fenicios».
Ello, sea como fuere, pasa por vincular dicho fenómeno con las necesidades
de legitimación política de las élites de las comunidades de tradición fenicia,
inmersas en el complejo juego de oposiciones y agregaciones identitarias
que sustentan las estructuras ideológicas del Imperio romano. Buscamos, de
esta manera, contrastar si se buscaba así lograr una buena posición dentro del
Imperio romano, notablemente flexible en su capacidad de integración de las
élites de las comunidades conquistadas. Sin embargo, como también ya se
ha señalado, la construcción de estas identidades de tipo ciudadano, de fuerte
componente fenicio, no se opondría excluyentemente a la identidad romana,
sino que se integrarán más bien dentro de la compleja galería de identidades
sostenedoras del edificio imperial.
La integración de las comunidades fenicias de la península Ibérica en el imperio...479
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LA CARTEIA PÚNICA (SAN ROQUE, CÁDIZ).
APROXIMACIÓN AL ESTUDIO DE LA URBE Y
SU TERRITORIO (VII-II A.C.)1
entidad histórica única, así como tratar de entender las diferentes interven-
ciones arqueológicas de forma global, tratando de establecer las equiva-
lencias entre distintas intervenciones que se corresponden con un mismo
yacimiento.
Como primer paso, elaboramos un Inventario de intervenciones arqueo-
lógicas de la Bahía de Algeciras que aunara la información de excavaciones
o prospecciones de carácter sistemático, en especial aquellas del Proyecto
Carteia, con las más de 200 intervenciones urbanas realizadas desde el tras-
paso de competencias en materia de cultura a la Junta de Andalucía. Nuestras
fuentes de información fueron la bibliografía específica y de forma especial
los informes depositados en la Delegación de Cultura de Cádiz, así como
los datos facilitados por el Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico o el
Gibraltar Museum3. A continuación, tradujimos ese inventario de «interven-
ciones» a un verdadero Catálogo de Yacimientos cuya georreferenciación e
integración en un Sistema de Información Geográfica nos ha permitido una
gestión integrada de información arqueológica y espacial y, por tanto, la ela-
boración de cartografía temática (Jiménez Vialás, 2012, 237 y ss.).
Aunque somos conscientes de los problemas de representatividad que
se derivan de las intervenciones de urgencia, por no haber tenido una dis-
persión regular sino condicionada por las obras de construcción, creemos
sin embargo que estos no son mucho mayores que en el caso de las pros-
pecciones sistemáticas (Tartaron, 2003). Además, el extraordinario volumen
de información manejado y el hecho de que este tipo de intervenciones se
4. Estado actual del yacimiento fenicio del Cerro del Prado, destruido parcialmente en los
años 60.
6. Selección de ánforas fenicias recuperadas en Ringo Rango (Bernal et al. 2010, fig. 5).
492 Helena Jiménez Vialás
9. La vega del Palmones con el enclave del Monte de la Torre en segundo plano y las sierras
de Algeciras al fondo.
fundaron los asentamientos citados. Lo que se debe sin duda al escaso cono-
cimiento de uno y otros.
Dada, no obstante, la ausencia de proyectos de prospección sistemática,
no podemos por el momento saber si existieron, en una escala inferior a estos
asentamientos secundarios fortificados, pequeños centros de explotación,
tipo granjas o caseríos, como se conoce en la campiña gaditana (Carretero,
2007). Por tanto es difícil aún conocer en profundidad ese paisaje rural que
tanto nos enseña sobre la sociedad y economía púnicas y el funcionamiento
de sus ciudades (van Dommelen y Gómez Bellard, 2008; López Castro,
2008).
11. Altar púnico bajo el templo republicano de Carteia (© Proyecto Carteia, 1998).
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LA NUEVA MURALLA PÚNICA DE CARTEIA
(SAN ROQUE, CÁDIZ)
INVESTIGACIONES DEL PROYECTO CARTEIA
FASE II (2006-2013)1
2. Empleamos en este texto, por coherencia con la memoria de 2006 y con la segunda –ahora
en redacción– un N relativo, con una desviación real con respecto al N geográfico de
50º. Con ello hemos buscado facilitar la comprensión del lector a la hora de describir las
estructuras excavadas, así como caracterizar el urbanismo de la ciudad interrelacionando
los edificios. De esta manera, la urbe púnica la ubicamos en el extremo SO de la posterior
Carteia romana y no en relación con el O real; a su vez, las áreas de intervención en la
muralla se ubican al S (O real) y O (N real). Esta geometrización convencional asumida
por el equipo de investigadores, creemos, es especialmente útil cuando se dejan las grandes
alineaciones de la muralla y se pasa a la descripción y estudio del interior de la urbe, donde
múltiples alineaciones murarias se entrecruzan con giros con muy diferentes grados de
orientación (Fig. 2).
La nueva muralla púnica de Carteia (San Roque, Cádiz). Investigaciones del...511
Fig. 1. Imagen satélite del estrecho de Gibraltar con la ubicación de ciudades púnicas
(© Modificado a partir de http://visibleearth.nasa.gov/)
Fig. 3. Vista general de las murallas púnicas, al sur de la urbe carteiense: en primer término,
la de casamatas de época bárquida; al fondo, la original de mediados del s. iv a.C.
(© Proyecto Carteia. Campaña 2007)
514 Juan Blánquez, Lourdes Roldán y Helena Jiménez
Fig. 4. Muralla sur. Detalle de la casamata n.º 8 con el quiebro de la muralla, hacia el oeste.
(© Proyecto Carteia. Campaña 2007)
516 Juan Blánquez, Lourdes Roldán y Helena Jiménez
Fig. 7a y b.Vista general del Área de excavación 113 con el trazado de la muralla romana
(izquierda) y púnica (derecha). Lado oeste de la urbe carteiense.
(© Proyecto Carteia. Campaña 2009)
Fig. 8. Zapata de cimentación y alzado, con las dos fases identificadas, de la muralla púnica
de Carteia. Sector oeste. (© Proyecto Carteia. Campaña 2009)
Fig. 10. Vista parcial de la casamata n.º 2 del sector oeste de la muralla, reutilizado en época
republicana como taller monetal. (© Proyecto Carteia. Campaña 2009)
524 Juan Blánquez, Lourdes Roldán y Helena Jiménez
Aunque no es este el lugar apropiado para comentar con detalle las siem-
pre complejas cuestiones metrológicas (remitimos, para ello, a la Memoria
del sexenio pronta a finalizar en su redacción) sí querríamos destacar cómo
el módulo principal en ambos sistemas defensivos (s. iv y s. iii a.C.) de la
superficie de las casamatas, que presenta una media de 3 por 3 m, lo que
equivale a seis codos púnicos de, aproximadamente, 0,50-0,51 m. El hecho
de que este módulo marque la construcción en ambas zonas, aunque las casa-
matas corresponden a periodos diferenciados, permite defender la existen-
cia de un módulo constructivo constante aplicado durante un largo periodo
de tiempo. Esta pervivencia tiene paralelos conocidos en Cartagena o Doña
Blanca para el s. iii a.C. (Bendala y Blánquez, 2003, 152) pero, no así, para
el s.iv a.C.; de ahí la importancia de los hallazgos carteienses.
En ambos casos, la muralla se adaptó a las curvas de nivel de la ladera,
construyendo muros de mayor altura en la cara externa (más baja) para, así,
llegar a la cota superior de los interiores y rellenando el espacio entre ambos
lienzos hasta obtener un suelo horizontal con mampuesto de muy diferente
tamaño, trabado solo con tierra para facilitar el acomodo de las piedras. Las
cimentaciones fueron potentes, pensamos que tanto para resistir el peso de
la construcción como para paliar su ubicación en ladera. Se excavaron en
el nivel geológico de arcillas y arenas consolidadas (caso de la ladera sur);
o sobre un potente nivel de tierra, adobes y tapial intencionadamente gene-
rado con motivo de la construcción de la muralla a partir del arrasamiento
de niveles urbanos preexistentes (caso de la ladera oeste); se construyeron
mediante el empleo de piedras irregulares trabadas, al igual que luego se
haría el alzado, con tierra del lugar, pero colocadas con esmero –careadas–
como se ha podido testimoniar en el caso de la zapata de la muralla oeste,
hasta el punto de llegar a configurar pseudohiladas. Por el contrario, el alto
grado de destrucción en la zona sur no permite ser tan rotundos.
También los alzados se conservan mucho mejor en la zona oeste, con
hasta 3,40 m si sumamos los dos momentos constructivos (mediados del
526 Juan Blánquez, Lourdes Roldán y Helena Jiménez
iban apareciendo hizo que, tanto el equipo dirigido por Woods como el pos-
terior por el profesor Presedo, se centraran en esta zona pero, en los inicios
de nuestros estudios, existían graves carencias en cuanto a su conocimiento,
cronología e interpretación funcional.
Ya en la segunda Fase de nuestro Proyecto Carteia (2006-2013), solucio-
nadas estas carencias básicas, pudimos ampliar la zona de estudio del cortijo
del Rocadillo a otras zonas, dentro del mismo, hasta entonces sin excavar.
La documentación obtenida conjuntamente en ambos sectores ha permitido
generar (Fase I) y ratificar (Fase II) una secuencia estratigráfica y construc-
tiva que abarca, desde una fecha todavía imprecisa de mediados el s. iv a.C.,
hasta la época augustea, altoimperial y tardoantigua; tanto en lo referido a
cultura mueble como a inmueble, esto es, relativa a los principales edificios
de toda esta zona.
A día de hoy, podemos seguir afirmando, pues parece que se consolida
conforme continúa la investigación arqueológica, que el citado sector monu-
mental de la Carteia romana ubicada en lo que fue el cortijo del Rocadillo
correspondió, grosso modo, al epicentro de la urbe púnica que, como hemos
argumentado con anterioridad, con los datos que actualmente contamos, no
parece que llegara a las cuatro hectáreas. Ello, unido a que la parte excavada
de la misma, referida al periodo púnico, se identifica con espacios religiosos
o públicos y apenas domésticos, explica el que empleemos en ocasiones el
término de «ciudadela».
El posterior asentamiento republicano desarrollado en torno al templo,
reinterpretado en su cronología y tipología dentro de las investigaciones que
llevamos a cabo es, por el momento, difícil de definir, aunque sabemos que
ocupó el espacio de la ciudad púnica; de hecho, como hemos comentado,
se reconstruyeron entonces estructuras destruidas cuando el asentamiento
púnico pudo haber sido tomado al asalto por las legiones romanas.
Con posterioridad, ante la ausencia de publicaciones de las antiguas
excavaciones llevadas a cabo por anteriores equipos en diferentes tramos
de la muralla romana, defendemos, con el apoyo del nuevo tramo excavado
por nosotros en la campaña de 2009, su construcción en época augustea. A
partir de este momento, y no antes, la urbe romana parece sido ampliada de
manera más que notable, hasta alcanzar las 25-27 ha definidas por un recinto
amurallado cuyo estudio, recientemente, hemos vuelto a retomar a través
de otras metodologías complementarias a la excavación; hasta el punto de
haber documentado, ya de manera fehaciente, alguna de sus puertas (Roldán
y Romero, e.p.).
En efecto, la excavación de la citada Área 113 nos ha permitido docu-
mentar también un nuevo tramo, de casi 20 m, del trazado de la muralla
530 Juan Blánquez, Lourdes Roldán y Helena Jiménez
romana que corre paralela a la púnica y cercana, pues, a una zona ya interpre-
tada en nuestros anteriores trabajos como lugar de una de las posibles puertas
de la urbe romana.
La construcción de la muralla romana, de 3 m de anchura y con sillares
de caliza, como ya hemos comentado con anterioridad, habría llevado apa-
rejado un proceso de arrasamiento de las estructuras anteriores y el aporte
de grandes rellenos de nivelación para su construcción pero, paralelamente,
mantuvo su uso, si bien no defensivo sí industrial y político al haberse cons-
tatado la presencia de lo que hemos interpretado como un taller monetal de la
ceca de Carteia. En su interior se documentaron, junto con abundante mate-
rial constructivo y cerámico, varios cospeles y cuatro monedas; tres de ellas
de Carteia y un último ejemplar del denominado tipo SACERDOS (Arévalo
et al., 2016). La importancia de dicho hallazgo pensamos que es grande
debido a la escasez de restos materiales con los que contamos relacionados
con el proceso de fabricación de monedas en suelo hispano (García-Bellido,
1982; Ripollès, 1994-1995; Chaves, 2001; Arévalo, 2014). A ello se añade
el que ninguna de las evidencia arqueológicas con las que contábamos hasta
ahora provenía, como en este caso, de un contexto arqueológico.
Tras su uso en época augustea, con la amortización definitiva de las cons-
trucciones de la etapa republicana y, con ello, del taller monetal, el nuevo
periodo romano altoimperial supuso una nueva transformación de toda esta
zona que, si bien mantuvo su uso industrial –la extensión en metros cuadra-
dos de espacios pavimentados en opus signinum así parecen indicarlo, entre
otras consideraciones– los muros construidos dibujaron ya una nueva estruc-
turación espacial y urbana.
El periodo tardoantiguo conllevó un paulatino abandono de esta zona
de la urbe y un consiguiente expolio de sus materiales constructivos. En
un primer momento, parece ser, como materia prima para nuevas construc-
ciones; en este sentido la evolución documentada del edificio interpretado
como basílica demuestra una continua reutilización de los edificios cercanos
imperiales; y, en un segundo momento no muy lejano en el tiempo, a tenor de
los materiales cerámicos asociados a la calera extramuros, ya como materia
prima para elaborar cal lo que conllevó, como decíamos, la casi total desapa-
rición de la muralla romana hasta niveles de su cimentación.
Como creemos haber argumentado, además de la valiosa documenta-
ción que sobre la Carteia púnica nos han proporcionado las excavaciones
descritas, resultan también de gran interés los niveles inmediatamente pos-
teriores, pues arrojan luz sobre un periodo en el que Carteia tuvo una espe-
cial relevancia dentro del territorio del sur peninsular y, por ello, básico
para entender con parámetros actuales la conocida –quizás de manera
La nueva muralla púnica de Carteia (San Roque, Cádiz). Investigaciones del...531
6. Consideraciones finales
Las nuevas intervenciones en la ciudad púnica de Carteia vienen a confir-
mar aspectos ya valorados desde la Fase I del Proyecto Carteia de la UAM,
enriquecidos al contar ahora con más evidencias materiales. En primer lugar,
hemos de destacar la magnitud de los restos de época púnica aparecidos y,
532 Juan Blánquez, Lourdes Roldán y Helena Jiménez
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La nueva muralla púnica de Carteia (San Roque, Cádiz). Investigaciones del...535
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TRA HUELVA E CARTAGINE:
POSSIBILI TESTIMONIANZE DELLA
COPPELLAZIONE DELL’ARGENTO NELLA
SARDEGNA CENTRO-ORIENTALE
Raimondo Secci1
Alma Mater Studiorum – Università di Bologna
1. raimondo.secci@unibo.it
538 Raimondo Secci
Fig. 1. Coladores da San Bartolomé de Almonte (Huelva) (da Ruiz Mata y Fernández
Jurado, 1986, láms. XLVII e LXIX)
Oltre alle tipiche scorie con inclusioni silicee e ai residui di piombo e litar-
girio, all’uso della coppellazione sono stati talvolta associati alcuni singolari
recipienti in ceramica d’impasto, ben noti dagli scavi di San Bartolomé de
Almonte (Huelva) e denominati coladores per via dei numerosi fori passanti
che ne contraddistinguono le pareti (Ruiz Mata y Fernández Jurado, 1986,
láms. XLVII, nn. 631-637; LXIX, nn. 966-967) (Fig. 1). Tali fori avrebbero
avuto la funzione di permettere il trasudamento dell’acqua contenuta in un
impasto a base di ceneri d’ossa polverizzate, utilizzato per la modellazione
delle coppelle all’interno del vaso (Fernández Jurado, 1986, 159; Ruiz Mata
y Fernández Jurado, 1986, 259)2. Sebbene i manufatti in esame siano stati
alternativamente correlati alla produzione casearia, oppure interpretati come
bruciaprofumi per la diffusione di sostanze aromatiche o psicotrope inci-
nerate (González de Canales Cerisola et alii, 2004, 118), un loro possibile
impiego nel processo di separazione dell’argento dal regolo metallico è stato
nuovamente ipotizzato sulla base di alcuni esemplari rinvenuti al Cerro de la
Albina (La Puebla del Río, Sevilla) (Fig. 2), in associazione con frammenti
di crogioli caratterizzati da incrostazioni di litargirio (Escacena Carrasco et
alii, 2010). In quest’ultimo insediamento, infatti, la contemporanea presenza
di significative tracce di fosforo sulle superfici dei cosiddetti coladores e
su quelle dei crogioli – tracce del tutto assenti sul resto dei materiali cera-
mici – ha indotto a ipotizzare una plausibile connessione delle due categorie
funzionali nell’ambito del medesimo processo produttivo, peraltro ancora
Fig. 2. Coladores dal Cerro de la Albina (Puebla del Río, Sevilla) (da Escacena Carrasco et
alii, 2010, fig. 12)
3. Cfr. per esempio Ruiz Mata y Fernández Jurado, 1986, lám. XLVII, 638.
540 Raimondo Secci
Fig. 3. Vaso a pareti traforate da S’Arcu ‘e is Forros (Villagrande Strisaili, Ogliastra) (da
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COMUNICACIONES Y PÓSTERS
ANÁLISIS MICROESPACIAL DEL TEMPLO
IBÉRICO DE LA ESCUERA (SAN FULGENCIO,
ALICANTE). UN EDIFICIO SINGULAR EN LOS
ALBORES DE LA SEGUNDA GUERRA PÚNICA
Sí se han constatado, sobre todo para el caso del enclave de El Oral, otro
tipo de actividades como la ganadería, la pesca, el marisqueo, la minería o
incluso la exportación salinera. Todo ello junto con su ubicación geoestraté-
gica en la desembocadura del río Segura, que parece reunir las condiciones
óptimas para el varado de las embarcaciones (Nordström, 1961, 96), y un
amplio repertorio de material cerámico importado, así como un gran número
de ánforas (Nordström, 1961, 94), nos hace pensar que ambas poblaciones
estuvieron desempeñando un importante papel en el intercambio comercial,
lo que atraería el interés fenicio-púnico desde varios siglos atrás en esta zona
de la desembocadura (en yacimientos como Fonteta o el propio El Oral),
fruto de esta variedad de recursos, y con la posibilidad de entablar relacio-
nes con la población indígena (Aubet, 1994, 290-291). Si bien otorgamos
este papel al yacimiento de El Oral para la fase ibérica Antigua, suponemos,
por idénticos motivos y por herencia de aquel, semejantes funciones a La
Escuera para la época Ibérica Plena. La decadencia de la urbe habría que
situarla en el contexto de la Segunda Guerra Púnica, a juzgar por los elemen-
tos muebles hallados en las distintas intervenciones arqueológicas, además
de que La Escuera se enclava en un paso obligado de las tropas romanas
desde el norte en su camino hacia la urbe bárquida de Cartagena.
El Edificio
Por lo que podemos apreciar a día de hoy, se trata de un edificio de planta
rectangular de grandes dimensiones (253 m2) (Fig. 2), orientado de este a
oeste con tres cuerpos perpendiculares a la probable fachada y ubicado al
costado oriental de la puerta de acceso sur del poblado, delimitado por su
ala occidental posiblemente por la calle de acceso de dicha puerta (Abad
et al., 2001, 217). El complejo consta, hasta ahora y según la autora de las
excavaciones (S. Nordström) de ocho departamentos enumerados con letras
desde la A hasta la H en orden de oeste a este, dispuestos todos ellos a dis-
tintos niveles unos de otros. Solo tres de estas habitaciones aparecen bien
delimitadas (estancias C, D y E), desconociendo la extensión total de los
departamentos A, B, F, G y H.
Algunos de los aspectos más llamativos del complejo es el tipo de pavi-
mentación que presentan varias de sus estancias, conformados por grandes
losas de piedra; por otro lado, la presencia de basas de pilastras y de colum-
nas de piedra confrontadas unas con otras, o el hallazgo de plataformas o
podios construidos con base de piedra y arcilla, uno de ellos recubierto de
ceniza, o la diferencia de cota que presentan cada uno de los departamentos.
Estructuras complejas, de grandes dimensiones, con elementos poco propios
de una simple construcción doméstica.Todo ello, junto con los materiales
arqueológicos (en algunos casos singulares), hace pensar a S. Nordström
que la construcción responde a funciones religiosas, amén de su ubicación
privilegiada dentro del poblado, al este de la puerta sur, lo que sugiere a otros
investigadores la posibilidad de estar ante un santuario de entrada intramuros
(Abad y Sala 1997, 99).
A nuestro parecer, el complejo sugiere una división tripartita diferen-
ciada entre sus departamentos, compuesto por tres «módulos». El primero
de ellos corresponde a la zona occidental, que alberga un espacio muy poco
excavado, donde S. Nordström ubicó los departamentos A y B. A continua-
ción un módulo central integrado por los departamentos C, D y E junto con
dos plataformas asociadas a los dos primeros, y un tercer módulo oriental
conformado por los departamentos F y G. Todos ellos, junto con sus hallaz-
gos, pasamos a describir. Fuera de esta división queda el departamento H,
Análisis microespacial del templo ibérico de La Escuera (San Fulgencio, Alicante)...553
ubicado al norte del complejo e identificado como una calle o espacio abierto
por S. Nordström y que permanece sin excavar.
Departamento A
El Departamento A es la estancia que mayores trabas presenta a la hora de
poder interpretarla, puesto que es el que menos se ha sometido al proceso de
excavación.Tan solo contamos con la breve descripción que S. Nordström
nos proporciona en lo poco que aquí actuó. Si realmente se tratase de una
habitación, sería la estancia más occidental del complejo e integraría, junto
con el departamento B, el módulo occidental del edificio.
La intervención consistió en la apertura de una zanja, hallando una pared
de piedras unidas en seco, de 2,50 m. de longitud y 0,70 m. de ancho. La
anchura de la estructura nos indica que puede tratarse de un muro maestro,
puesto que sabemos que los muros de este tipo en el edificio de La Escuera
rondan los 0,60 m. de anchura (Abad, Sala y Moratalla, 2007, 5) Este dato
nos puede estar indicando que la estancia A sea uno de los extremos del
554 Raúl Berenguer González
Departamento B
El departamento B (Fig. 3) es el segundo ambiente más amplio que se aprecia
hoy en el edificio singular de La Escuera (35,8 m2). Adopta una planta en
forma de L, orientada de norte a sur, la cual presenta un acceso o puerta por su
parte norte lo que la abriría a la zona H identificada como calle o plaza, qui-
zás para el acceso de carruajes dada las grandes dimensiones de este acceso.
Arquitectónicamente debemos destacar dos aspectos en este ambiente. Por
un lado, el ensanche que se abre en la mitad sur del departamento. En las
últimas excavaciones que se vienen realizando desde el año 2007 por parte
de la Universidad de Alicante, su equipo de investigación propone para esta
estancia B, adosada al muro sur que lo separadel departamento D, el hallazgo
de los restos de una posible estructura cuadrangular maciza a modo de cubo
de escalera, con la función de proporcionar un acceso a una planta superior,
cuya entrada se daría por dicha estancia B, seguramente desde un amplio patio
(Abad, Sala y Moratalla, 2014). Si tuviese que haber una planta superior, esta
debería estar ubicada, probablemente, sobre el módulo central, puesto que las
piedras que conforman el departamento D son las de mayor envergadura de
todo el complejo arquitectónico (Seco, 2010, 220), por lo que resulta lógico
imaginar que este sector pudiese soportar una planta superior. El segundo
aspecto a destacar es la zona empedrada que se halla en su zona sur. Se tiene
constancia de que las zonas empedradas deben corresponder a patios o áreas
a cielo abierto, del mismo modo que las estancias pavimentadas con suelos
rojizos muy delicados no habrían resistido a los efectos de la intemperie de
no haber estado cubiertos (Escacena, Izquierdo, 2001, 131), como ocurren
en los departamentos C y D, que irían, por tanto, techados, al igual que sus
respectivas plataformas. De este modo cabe la posibilidad de que la estancia
B, al menos en su zona sur, estuviese descubierta a modo de pequeño patio.
Análisis microespacial del templo ibérico de La Escuera (San Fulgencio, Alicante)...555
quizás como elemento de talla de piedra, las fusayolas como objeto de pro-
ducción textil y el molino para la molienda de cereales, posiblemente para la
elaboración de panes o tortas.
Todo este conjunto tan variado y sin olvidarnos que parte de esta estancia
aparece enlosada y cubierta de ceniza, nos hace pensar en un uso polivalente
de este departamento, no adquiriendo una función cultual propiamente dicha,
donde se practicasen actos de ofrendas o sacrificios, sino de un habitáculo en
el cual se almacenaran objetos de calidad como el pico doble o el vaso den-
tado; alimentos, seguramente almacenados en las numerosas tinajas y ánfo-
ras aquí documentadas; o espacios para la actividad productiva: de molienda,
como lo corrobora la presencia del molino barquiforme; o de hilado, como
así lo muestran la evidencia de fusayolas.
Otra posible interpretación que no se aleja mucho de la propia funciona-
lidad de almacenamiento es la de depósito de los elementos u objetos rituales
que se emplearían para los actos de libaciones o sacrificios, desarrollados en
otras estancias del complejo, como así se ha interpretado el vaso de borde
dentado. Quizá aquí también estamos viendo la sacralización de diversos
actos cotidianos, como puede ser la molienda de cereales, las labores de
hilado o los trabajos de construcción, a juzgar por elementos como el molino,
las fusayolas o el pico doble de hierro respectivamente. Por tanto, no debe de
extrañarnos su presencia en ambientes sacros.
Análisis microespacial del templo ibérico de La Escuera (San Fulgencio, Alicante)...557
El vaso dentado
Se halló en la esquina noreste del departamento B, en las proximidades del
acceso que presenta. En concreto, se trata de una píxide de cuerpo cilín-
drico globular, ligeramente curvado en su zona superior y acabado en catorce
dientes a modo de sierra, entre los cuales se supone encajaría una tapadera
también dentada.
Aparece pintada en color siena con una primera franja decorada con línea
ondulada de zarcillos en su zona superior, por debajo aparece una fila de
numerosos círculos concéntricos, le sigue otra franja con motivos similares
a la primera para finalizar en una última franja situada próxima a la base
con líneas de zarcillos con motivos vegetales o fitomorfos. Cada uno de los
catorce dientes aparece pintado con dos circunferencias con punto central.
La pixide tiene una altura de 32 cm con un diámetro máximo de 28 cm, medi-
das que lo hacen de un tamaño más grande de lo habitual para una píxide.
Pero lo que caracteriza al vaso dentado de La Escuera (Fig. 5) es la pre-
sencia de tres bandas de pequeños agujeros perforando el total del diámetro
del vaso. Resulta evidente que los agujeros están efectuados previamente a
la cocción de la pieza, por lo que la función del vaso ya se conocía a la hora
de su elaboración y que era parte fundamental del mismo. Ante este hecho,
558 Raúl Berenguer González
Departamentos C y D
Los departamentos C y D (Fig. 6) forman parte de lo que hemos venido deno-
minando módulo central del recinto, situados al norte del mismo. Ambas
son de reducidas dimensiones, lo que las hace prácticamente idénticas en
tamaño (5 m2 y 4,77 m2 respectivamente). Estas estancias se comunican entre
sí mediante un vano abierto en el extremo occidental del tabique que las
separa. Cada una cuenta con una plataforma independiente que se erigen en
su parte este, a las cuales se accede mediante su muro oriental, que adopta
forma escalonada hacia lo alto de las mismas. Estas dos estancias también
tienen en común su cota de pavimento, hecho que no ocurre en ninguna otra
parte del edificio, lo que nos indica una relación entre ellas muy estrecha.
Por lo que respecta a los materiales hallados en ellas, son muy reducidos
en número. Del departamento C se extraen dos ánforas de producción ibérica
y una tapadera con pomo plano. Importado tan solo tenemos un plato campa-
niense A. El resto de materiales responden a numerosos fragmentos informes
de hierro, un punzón y una placa, ambas de bronce, que se asocian a la puerta
que divide ambas estancias. Además esta estancia presenta en el centro tres
grandes piedras, formando un triángulo entre ellas. Dos de ellas son de carác-
ter natural, mientras que la otra está tallada en forma de molino. Según I.
Seco, es probable que nos encontremos ante un caso betílico de asociación
cultual de betilos naturales y tallados, que no resulta nada infrecuente en este
tipo de ámbitos cultuales (Seco, 2010, 232). Por lo que respecta a la estancia
D, lo que más llama la atención es la ausencia total de materiales muebles.
Por lo que concierne a los aspectos arquitectónicos, debemos remarcar
de nuevo la fábrica de mampostería, puesto que presenta en su pared sur la
mejor talla y tamaño de todo el conjunto del edificio. Es aquí donde precisa-
mente S. Nordström advierte de la existencia de «una hornacina de piedras,
con la basa de una columnita en el centro», factor que llamó su atención
desde un principio, calificándolo como posible elemento cultual y así afir-
mado por otros autores recientemente (Seco, 2010, 146). Según esta autora
«la posición de la columna y el contexto del edificio no parecen dejar lugar
a dudas: se trata de la imagen de culto, del betilo habitado por la divinidad
que se adoraba en La Escuera […] lo que convierte al departamento D en
560 Raúl Berenguer González
Departamento E
El departamento E (Fig. 7), con una superficie de 10 m2, es el tercer habi-
táculo que engloba el módulo central del edificio de La Escuera. En él se
Análisis microespacial del templo ibérico de La Escuera (San Fulgencio, Alicante)...561
Departamento F
Como ya se ha venido comentando a lo largo de este trabajo, el departamento
F se emplaza, junto con el departamento G, en lo que denominamos módulo
III, que ocupa el lado más oriental de la estructura del edificio. Adopta una
planta en L rodeando el módulo central, aunque es preciso indicar que su
extensión no está excavada en su totalidad. El departamento F (Fig. 8) es
la estancia más compleja que alberga el edificio y la de mayores dimensio-
nes hasta el momento (47,7 m2). Posee unas singularidades arquitectónicas
muy llamativas, como por ejemplo la relación de tres pilastras respecto a
tres basas de columnas que se proyectan en torno a los muros oriental y
occidental respectivamente. También se constata la presencia de una tercera
plataforma que nos recuerda mucho a la tipología de los altares fenicio-púni-
cos que aparecen en Bithia (Seco, 2010, 223) y Kerkouane (Fantar, 1986,
Departamento G
El departamento G es el área situada más al este de todo el recinto excavado.
Es una estancia que se encuentra prácticamente por excavar. S. Nordström
ya lo hizo parcialmente, y entre los elementos arqueológicos, aparecieron los
restos de un pequeño plato ibérico fragmentado de pasta rojiza con elemen-
tos de carbón en su interior. Además se descubrieron dos oenochoes prác-
ticamente iguales, de boca trilobulada con gran asa y espatulado vertical y
carente de decoración. «Al final del estrato II se encontró el suelo, hasta
una tercera parte de su superficie, cubierto de plomo fundido» (Nordström,
1967, 37). Este factor que comenta la autora de las excavaciones supone el
rasgo más significativo de esta estancia, y que inevitablemente ha llevado a
algunos investigadores a interpretarla como una posible área dedicada al tra-
bajo metalúrgico, cumpliendo las funciones de taller (Seco, 2010, 234). No
obstante, es probable que este elemento sea producto de un objeto de plomo
derretido por acción del fuego.
Suponiendo el primero de los casos anteriores, no debe sorprendernos
la aparición de estos talleres en el interior de un complejo donde se están
llevando a cabo funciones sacras, ya que se tiene conocimiento de este tipo
de actividades productivas en otros santuarios ibéricos de corte no clásico
en el territorio de la península ibérica, como por ejemplo en los casos de
El Cigarralejo, Cancho Roano y en La Bastida de Les Alcuses, o fuera de
568 Raúl Berenguer González
Conclusiones
Como se ha venido comentando a lo largo de este trabajo, las características
arquitectónicas que presenta este edificio dejan fuera de toda duda que esta-
mos ante una construcción de carácter monumental, por lo que tuvo que tener
una marcada importancia dentro del entramado urbano. Además, el hecho de
que el edificio se encuentre enmarcado en su puerta sur, está sugiriendo una
situación privilegiada dentro del urbanismo del poblado.
La posible caja de escalera que parece intuirse en la zona suroriental del
departamento B, junto con la gran estructura que presenta el módulo central,
puede estar indicando la presencia de una planta superior. Por otro lado, la
importancia de la técnica empleada para la construcción del edificio, elabo-
rado en mampostería casi quadratum, recuerda a las típicas construcciones
helenísticas.
A estas claras evidencias que ensalzan al complejo como edificio monu-
mental, cabe añadir otros elementos, tanto arquitectónicos como materiales,
Análisis microespacial del templo ibérico de La Escuera (San Fulgencio, Alicante)...569
que nos hacen plantearnos un posible uso cultual en algunas de las estancias
de dicha construcción y de carácter productivo en otras.
Acertada es la apreciación que sugiere el equipo de excavación de la
Universidad de Alicante en la que exponen que el departamento F, con sus
pilastras y tambores de columnas, junto con un exquisito repertorio cerá-
mico, «mantendría la monumentalidad del espacio en su ala más oriental,
mientras la occidental ofrecería un aspecto menos esmerado, tal vez por-
que su función estuvo más cerca de los hábitos productivos que de los usos
estrictamente cultuales» (Abad, Sala y Moratalla, 2008, 12).
Las plataformas que aquí encontramos permiten elevar este espacio res-
pecto del suelo o pavimento de las estancias donde se hallan. Estos elemen-
tos, en muchas ocasiones, han sido interpretadas como altares, documentán-
dose en ambientes sacros en Oriente desde el iii milenio a. C. (Margueron,
1991, 327). Ya el hecho de que se esté elevando una parte concreta de la
estancia sugiere una connotación sagrada, con el fin de diferenciar y aislar el
nivel terrenal del área sagrada.
Otro de los factores determinantes que nos lleva a especular hacia la
práctica de rituales sagrados son los registros sedimentarios y materiales.
Recordemos las evidencias de abundantes cenizas sobre la plataforma docu-
mentada en el departamento F y, en torno a la misma, numerosa presencia
de huesos que corresponden a pequeños animales, lo que nos aproxima a
posibles ritos de sacrificios cruentos u holocaustos. Con todo, también apa-
recen en este mismo departamento elementos muebles cerámicos colocados
in situ, como pequeñas páteras, jarritas, un ungüentario, una anforita, peque-
ños vasos y recipientes caliciformes decorados con motivos geométricos y
de pequeño tamaño que hacen pensar en actos rituales correspondientes a
libaciones u ofrendas de diversa índole como ungüentos, perfumes, inciensos
etc. En contraste, otras piezas de mayor envergadura, como son la presencia
de tinajas o vajilla de mesa, pueden responder a celebraciones rituales de
symposia.
Como ya se ha expuesto, y a modo de comparación, son numerosos los
santuarios orientales «semitas», aunque no todos, los que cuentan frente a
su plataforma con una mesa de ofrendas, generalmente de piedra, donde se
realizaría la deposición de ofrendas que pueden ser libaciones, alimentos, las
primicias de las cosechas, panes, etc. (Yon y Raptou, 1991, 173).
Lo que nos da la impresión en el caso de La Escuera es que aquí simple-
mente se están llevando a cabo actos rituales y de ofrendas por parte de un
reducido grupo de personas, que bien pueden ser sacerdotes o bien pueden
ser miembros de la élite ibérica que controlase los poderes y los excedentes
570 Raúl Berenguer González
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UNA COLECCIÓN DE EXVOTOS DE
TERRACOTA PROCEDENTES DE LA COVA DE
LES MERAVELLES (GANDIA, VALÈNCIA)
Introducción
La cavidad conocida como Cova de les Meravelles se encuentra en el término
municipal de Gandia (València, UTM 30S 739638, 4317057). Se sitúa a unos
250 m sobre el nivel del mar, en las estribaciones de poniente de la Sierra
Falconera, dentro de la partida de Marxuquera Alta. Se trata de una abertura
natural, orientada al SO, compuesta por una gran sala abovedada con pro-
yección SO-NE; presenta unas medidas de unos 38 x 19 m y alrededor de 13
m de altura. Se encuentra dotada de dos bocas de entrada, separadas por una
colada estalagmítica; ambas entradas se encuentran actualmente protegidas
por rejas. El nombre de Cova de les Meravelles (Cueva de las Maravillas)
deriva de las formaciones naturales de estalagmitas y estalactitas, las cuales
ocupaban años atrás la sala y que han sido expoliadas desde el xvii.
Aunque la cavidad se conoce desde antiguo, la ciencia no la descubrió
hasta la visita del naturalista valenciano Joan Vilanova y Piera, quien reco-
gió en 1865 un pequeño lote de materiales prehistóricos y de época romana.
Tras él, recuperarían también material arqueológico diverso Eduard Boscá
(1867), naturalista, el farmacéutico Espinós de Gandía (1871-1878), el
escolapio Leandro Calvo (1884), el abate Breuil (1913), de nuevo Leandro
Calvo junto con Isidro Ballester (1914), y por último Lluís Pericot y otros
miembros del Servicio de Investigación Prehistórica (desde ahora, SIP) de la
574 Joan Cardona, Miquel Sánchez y Josep A. Ahuir
La colección de exvotos
Los exvotos de terracota procedentes de la Cova de les Meravelles se encuen-
tran divididos en dos conjuntos o colecciones, a las cuales hay que añadir una
nueva, cedida para su estudio, perteneciente a la colección privada de D.
Fausto Sancho. Actualmente, los miembros del equipo nos encontramos en
proceso de inventario, dibujo y estudio de estas nuevas piezas sin contexto
arqueológico, pero indudablemente procedentes de la cavidad.
El conjunto I de exvotos en terracota, depositado en el Museo de
Prehistoria de la Diputación de València, formó parte de la colección de
Isidro Ballester Tormo, y fue estudiado por Enrique Pla Ballester, aunque
con motivo de su tesis de doctorado, Milagro Gil-Mascarell volvió a revisar
el material. El conjunto está compuesto por un torso antropomorfo, dos cabe-
zas y dos piernas humanas, que pasamos a describir.
El torso antropomorfo (SIP 6542) carece de extremidades y de cabeza.
Su factura es realista, presenta un volumen de tendencia plana y pertenece
a un varón; conserva unas medidas de 7 cm de altura y 4 cm de anchura
máximas por 2 cm de grosor. La pasta es anarajanda, de tonalidad clara y
crema en algunas zonas superficiales, bien depurada y de cocción oxidante,
características de factura que se repiten en las demás piezas.
576 Joan Cardona, Miquel Sánchez y Josep A. Ahuir
Fig. 6. Conjunto I, cabeza SIP 6541 Fig. 7. Conjunto I, cabeza SIP 6542
580 Joan Cardona, Miquel Sánchez y Josep A. Ahuir
Conclusiones
De forma preliminar, y a la espera de concluir el estudio del conjunto III
y relacionarlo con los dos lotes anteriores, podemos adelantar una serie de
puntos en relación a la ritualidad iberorromana localizada en la Cova de les
Meravelles y la función de los exvotos de terracota.
1) Aunque son varios los santuarios conocidos de época ibérica e ibe-
rorromana con representaciones votivas en terracota, como es el caso de la
Serreta (Alcoi, Alicante), Meravelles es la única cueva-santuario conocida
hasta el momento con depósito de este tipo de coroplastias. La adscripción
de cueva-santuario fue planteada por Milagro Gil-Mascarell (1975), y no
tenemos razones para indicar lo contrario. Se trata de una sala abovedada,
oscura, con formaciones calizas, perfecta resonancia, surgencias de agua,
difícil acceso y ofrendas de objetos rituales, entre los que se encuentran vasos
caliciformes, los propios exvotos, decenas de lucernas y monedas romanas.
La cavidad no se comenzó a utilizar en época ibérica, sino que existen firmes
antecedentes de su carácter cultual, como el importante conjunto de graba-
dos rupestres que nos sitúan en el mundo simbólico del Paleolítico Superior;
además, sabemos que la ocupación, ritual o no, se alarga desde ese momento
hasta el mundo ibérico prácticamente sin interrupción, gracias a la localiza-
ción de materiales arqueológicos neolíticos y de la Edad del Bronce.
Fig. 8. Conjunto I, torso SIP 6543 Fig. 9. Conjunto I, pierna SIP 6544
Una colección de exvotos de terracota procedentes de la Cova de les Meravelles581
Fig. 10. Conjunto I, pierna SIP 6545 Fig. 11. Conjunto II, bisexuado
(MAGa)
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LA INFLUENCIA FENICIO-PÚNICA Y SU
REFLEJO EN EL ÁMBITO RELIGIOSO DE LA
ORETANIA
Fig. 1. Localización que ocupa el grupo oretano en el interior peninsular en relación con
algunos de los vecinos que los rodean y el paso de la vía Heraklea.
Fig. 2. Planta del santuario de la necrópolis de La Muela de Cástulo (Blazquez et al., 1985,
Fig. 136).
5. A pesar de contar con una planta atípica, lo hemos incluido en esta clasificación atendiendo
a la funcionalidad otorgada para cada una de las estancias.
592 Cristina Manzaneda Martín
Fig. 3. A) Planta del Santuario de entrada del Cerro de las Cabezas (Moneo et al., 2001, 125,
Fig. 2); B) Planta del Santuario Sur del Cerro de las Cabezas (Vélez y Pérez, 2010, Fig. 4a).
6. Aquí es donde se concentró la mayor parte del material recuperado, además de en la esquina
suroeste. Se trata, principalmente, de cerámicas polícromas, urnas globulares, cuencos y
ánforas decoradas y kalathos estampillados. También se recuperaron clavos, un cuchillo
afalcatado y una cuchilla, además de restos óseos animales.
La influencia fenicio-púnica y su reflejo en el ámbito religioso de la Oretania 593
tamaño, H II, cuenta con un pequeño banco corrido adosado al muro sur7 y
podría haber ejercido como una «dependencia sacra» o sacristía.
Se interpretó como un santuario de tipo doméstico, en el que se desarro-
llarían pequeñas ceremonias y rituales de sacrificios animales en honor a los
antepasados (Vélez y Pérez, 2010, 35), actuando la H I como la conexión con
tradiciones rituales del mundo indoeuropeo (Faure, 1980), representando
el hogar al grupo gentilicio (Wright, 1994, 37-78). No obstante, la propia
estructura del edificio, en nuestra opinión, podría ser un indicativo de una
posible influencia del mundo semita, atendiendo además a la contemporanei-
dad cronológica de ambos santuarios de El Cerro de las Cabezas. La deter-
minación de ambos en un mismo oppidum no la conocemos. Pero la innega-
ble presencia de elementos de origen fenicio-púnico en lugares que denotan
cierto poder y control, como es la religión o la ubicación estratégica de los
santuarios en zonas destacadas y de especial relevancia en la trama urbana,
podría relacionarse con la introducción de parte de estos nuevos habitantes
neopúnicos en la elite del oppidum, lo que a su vez explicaría el intento de
legitimización de esta nueva posición mediante el uso de la religión, que
contribuiría a la cohesión del grupo dominante mediante el desarrollo de
rituales y ceremonias comunes.
se ubica entre los ss. iv a.C. y el ii d.C., una pila donde se depositó material
quemado junto a restos óseos animales. Es digno de mención la aparición
de un depósito votivo en el que se ha encontrado pesas de telar, al igual que
sucede en nuestro caso de estudio del santuario de El Cerro de las Cabezas
(Moneo et al., 2001, 125). Pero también contamos con casos correspondien-
tes al ámbito peninsular, como configuran los santuarios extramuros ad por-
tam de Torreparedones (Castro del Río-Baena, Córdoba) (Fernández Castro
y Cunliffe, 1988) y de Las Atalayuelas (Fuerte del Rey, Jaén) (Rueda, 2011)
o los santuarios portuarios de Onuba (Huelva).
De todos modos, las tres construcciones oretanas consideradas se aso-
cian al concepto de santuario dinástico-gentilicio. Una de las particularida-
des era su actuación como manifestación de la preeminencia social y de la
representatividad sacra de la elite y/o ancianos de las principales familias
(Almagro-Gorbea y Moneo, 2000, 136), en los que el hogar o Hestía que-
daba directamente asociado a la idea de comida ritual comunitaria (Gernet,
1980) a través de la cual se aseguraba la unidad y el orden social. Su ubica-
ción integrada en un complejo mayor, además de sus reducidas dimensiones,
en especial en el Santuario Sur de El Cerro de las Cabezas, indica que se tra-
taba de espacios más bien privados, en los que el acceso estaría restringido a
un pequeño grupo social. Es por ello mismo por lo que los cultos domésticos
que se celebrarían en ellos se asociarían con el privilegio de la dinastía regia
y/o de ciertos grupos aristocráticos (Vernant, 1978). El objetivo se dirigiría a
conectar con los antepasados, identificados con un progenitor mítico, asegu-
rando el control y la defensa del territorio, así como la paz interna, la salud y
la fecundidad del grupo y la fertilidad de la tierra y del ganado.
8. Conocemos también los galbos de un vaso cerámico recuperado en el Cerro de las Cabezas
que muestran una decoración consistente en motivos estampillados figurativos que parecen
estar representando la máscara de un toro (Benítez de Lugo, 2004, 43).
9. Otros de los restos hallados en el patio aluden a unas piezas oblongas con bordes estriados
que también fueron interpretadas como exvotos (Blázquez y Valiente, 1981, 220). Han sido
interpretadas como «ídolos» (Maluquer de Motes, 1954), mientras que Blanco et al. (1969)
apuestan por tratarse de la esquematización de pájaros.
La influencia fenicio-púnica y su reflejo en el ámbito religioso de la Oretania 597
Fig. 6. A) Tríada betílica del santuario de entrada del Cerro de las Cabezas (Valdepañas,
Ciudad Real) (Seco, 2010, Fig. 236); B) Estela que representa una tríada betílica procedente
de Nora (Bisi, 1967, Tav. XLIX).
598 Cristina Manzaneda Martín
La tríada betílica
La tríada betílica descubierta en el santuario de El Cerro de las Cabezas (Fig.
6 A) pone de relieve esta influencia púnica que alcanza el interior peninsular.
Se descubrió en la pared este de la estancia B tres bloques paralelepípedos
(0,57 por 0,13 m; 0,64 por 0,14 m; 0,82 por 0,20 m)10, de piedra local (cuar-
cita) y escasos signos de talla11. Fueron hincados verticalmente a modo de
betilos o estelas sobre una plataforma de planta rectangular (2,40 por 0,60 m)
realizada con piedras trabadas mediante barro. Esta cuenta con una escalera
con el fin de facilitar la accesibilidad a la misma (Moneo et al., 2001, 125).
En los tophet púnicos de Cartago fueron frecuentes las tríadas betílicas
(Moneo et al., 2001, 128). En el ámbito púnico, los betilos se caracteriza-
ron por su aniconismo (Lance, 1994, 303), interpretándose por Lilliu (1959,
75) como la invocación triple de la divinidad. Pero fue Niemeyer (1996,
57) quien relacionó estos rituales con el culto a los antepasados. La tríada
betílica del Cerro de las Cabezas y su integración en el edificio recuerdan a
las estructuras de los santuarios de tipo «semítico» ya desde el III milenio
a.C. en Oriente, donde Margueron (1991, 237) documenta estancias con este
tipo de plataformas donde se colocaban los betilos o massebath a modo de
símbolos divinos (Pritchard, 1978). Además aparecía en la misma sala una
mesa de ofrendas, siempre enfrentada a la plataforma o en el centro de la
estancia, en la cual se ofrecían las primicias de las cosechas y los alimentos
(Yon y Raptou, 1991, 173), lo que coincide en este caso con la presencia de
un bloque de piedra rectangular, interpretado como un altar sacrificial o una
10. Presentan las caras alisadas y se disponen a intervalos regulares de 0,37 y 0,30 m paralelas
al lado este de la plataforma, con una orientación noroeste-sudeste (Moneo et al., 2001,
125).
11. La piedra utilizada es la misma en toda la construcción del cerro (Seco, 2010, 424).
La influencia fenicio-púnica y su reflejo en el ámbito religioso de la Oretania 599
12. Podría hacer alusión a la veneración de una o varias divinidades que no conocemos,
pudiéndose relacionar con la Tanit-Juno-Caelestis (Moneo et al., 2001, 129).
13. También los peines de marfil hallados en el Cerro de las Cabezas y en Cerrillo Blanco
vinculados a espacios sacros han sido interpretados como ofrendas femeninas. La
decoración de estos se centra en motivos geométricos y pueden fecharse a partir del s.
vii a.C., al igual que sucede con las joyas encontradas, las cuales perseguían un propósito
mágico-político-religioso.
600 Cristina Manzaneda Martín
14. Su culto se detecta en santuarios relacionados con explotaciones mineras y el comercio,
más vinculado este último con la Astarté celeste (Olmos, 1992).
15. Fue datado entre finales del siglo vi y principios del siglo v a.C. No procede de los trabajos
de excavación, aunque Blánquez y Olmos (1993, 98) aseguran este edificio como su lugar
de origen.
16. Su contexto lo hallamos en el mundo fenicio-chipriota mediterráneo, donde el capitel
de pétalos en forma de flor de loto se inspira en las columnas del período orientalizante,
La influencia fenicio-púnica y su reflejo en el ámbito religioso de la Oretania 601
1974, 42), de los que no se conoce su procedencia con certeza, pero se ads-
criben a Collado de los Jardines, además de un clavo de brasero con cabeza
hathórica (Almagro-Gorbea, 1977, 254) del mismo lugar. Del conjunto de
materiales del santuario de Alarcos (Ciudad Real) destacamos dos piezas,
una de oro y otra de bronce, representaciones también de una figura feme-
nina con peinado hathórico. Éstas se asocian, al igual que en el caso anterior,
a la diosa fenicia Astarté, «en cuyos santuarios se practicaba la prostitución
ritual, destinada a incrementar la fertilidad del suelo y la fecundidad de los
rebaños» (Juan y Fernández 2007: 43).
En el caso un galbo cerámico de una decoración pintada y estampillada,
muestra un carnisser bajo dos astros, por lo que elementos orientalizantes
compartieron un mismo espacio con variantes indígena17. Se han interpre-
tado los astros asociados al ámbito funerario a través de la creencia de que
sus entrañas sirven al tránsito hacia la muerte o hacia la nueva vida, por lo
que podrían ser el símbolo del destino final de los mejores (Benítez de Lugo,
2004, 45). El lobo también simboliza la muerte y las almas de estos son las
partícipes del privilegio del viaje astral hacia lo más elevado.
El grifo es otro de los elementos simbólicos aparecidos en el mundo ore-
tano. Éste figura en piezas escultóricas del Cerrillo Blanco (Porcuna, Jaén)
o en objetos de uso personal, como en el anillo aparecido en el Cerro de
las Cabezas, al que se le asignó un uso apotropaico. Esta figura procede de
la mitología griega y del Próximo Oriente y su papel es el de guardianes
de riquezas, en relación siempre con la protección. La esfinge también se
muestra en las monedas oretanas, existiendo una similitud plástica innegable
entre las de Cástulo y las del Cerro de las Cabezas, aspecto que provoca la
vinculación de ambos emplazamientos. A su vez, la esfinge puede asociarse
con Astarté, divinidad que en ocasiones se representa sobre trono de esfin-
ges, presentándose así como la protectora de la riqueza de las minas. Esta
relación entre metalurgia y religión ha sido documentada en diversos puntos
del Mediterráneo.
Todo parece, pues, indicar el culto de una Diosa Madre de tradición indí-
gena, asimilada a una divinidad dinástica (Moneo, 2003, 351), más acorde
con una monarquía de tipo sacro. Aparece más tarde un culto relacionado
con la agricultura, basado en una divinidad fecundadora, curótrofa, maternal
y nutricia. Blázquez (1983, 66) apuntó su posible asimilación con la Astarté
Consideraciones finales
El carácter de interior del grupo oretano no supuso un obstáculo para el con-
tacto con otros grupos y, mucho menos, no supuso un factor de aislamiento.
Este estudio posibilita la detección de una activa comunicación que se arti-
culó en torno a Sierra Morena y, en especial, a lo largo de la Vía Heraklea. La
consecuencia más inminente fue una rápida circulación de objetos y perso-
nas entre el interior peninsular y las costas este y sur que incidirán de forma
irreversible en el sustrato cultural indígena y una profunda conexión con el
mundo mediterráneo.
La arqueología nos facilita el conocimiento de parte de este proceso de
circulación, aportándonos algunas pruebas materiales que nos confirman la
presencia fenicio-púnica en la esfera religiosa de la Oretania. Uno de esos
testimonios la constituye la adopción por parte del mundo ibérico de un
módulo arquitectónico, del que ya nos avisó Fernando Prados (2006). Su
procedencia nos remite a la religiosidad semita y repite unos determinados
espacios: el patio, uno o varios almacenes y el propio santuario. Pero no
solamente se exportó este módulo en la Oretania, sino que fue extrapolado
a todo el ámbito ibérico. No obstante, nos referimos al caso oretano debido
a su posición interior, donde se han documentado varios casos. El primero
corresponde al santuario de la necrópolis de La Muela de Cástulo, el cual
dibuja una planta con patio exterior de entrada que comunica con la cella,
junto a la estancia interpretada como enclosure (estancia para albergar el
18. Se trata de un pebetero cilíndrico de cerámica hallado en el Cerro de las Cabezas y que
representa un rostro de tendencia esquematizante, el cual ha sido interpretado como
exvoto al no presentar restos de combustión en los orificios (Benítez de Lugo, 2004, 47).
La influencia fenicio-púnica y su reflejo en el ámbito religioso de la Oretania 603
árbol sagrado) (Blázquez y Valiente, 1981). Los siguientes casos los halla-
mos en los santuarios del Cerro de las Cabezas y ambos cuentan con dos
estancias a modo de antecella y cella.
Este nuevo módulo supuso la introducción de un nuevo concepto físico
y estructural del espacio religioso, pues la distribución en varias estancias
con funciones claramente diferenciadas quedaba perfectamente marcada y,
por lo tanto, reconocible. Dentro de este esquema, nos interesa mencionar
la aparición de la posible eschara del santuario de La Muela de Cástulo,
es decir, un altar que se suele asociarse al fuego por lo general y con un
bothros, entendiendo como tal un hoyo ritual donde se realizan ofrendas.
La localización de ambos elementos relacionados con un nivel de cenizas
y otros restos materiales procedentes de los ritos llevados a cabo (Blázquez
y Valiente, 1981, 203-204) corrobora en la comprensión del cambio produ-
cido en el ritual, por medio del cual se introduce en el culto las prácticas
del sacrificio cruento de animales junto a las ofrendas, aspecto que queda
relacionado con la aportación del altar y el sacrificio al aire libre (Blázquez
y Valiente, 1986, 182). En otras palabras, detectamos la proliferación del
acto del banquete ritual, cobrando éste un papel relevante como agente de
reunión social.
Sin embargo, no se trató únicamente de una plasmación física, pues asu-
mimos que la asimilación por parte de la cultura indígena, la cual ya contaba
con una fuerte personalidad, denota otro tipo de cambios. Por una parte, esta
nueva distribución afectó a la organización del culto y de las prácticas ritua-
les, pues entendemos la modificación del espacio como la reestructuración y
el entendimiento de la dinámica ceremonial. Por otra parte, la adopción de un
nuevo orden ritual se explica a través de la asimilación de elementos proce-
dentes de un nuevo horizonte cultural, es decir, también se trató del reflejo de
la adopción de parte del simbolismo, ritos y costumbres que lo caracterizan.
A continuación nos remitimos a otra de estas pruebas a las que nos referi-
mos. La ubicación en el espacio del culto a algunas de divinidades de origen
fenicio-púnico esboza algunos de los límites del alcance de las influencias
que llegan por el Mediterráneo. Sierra Morena se presenta como una barrera
que no logran vencer, pero que sí que absorberá numerosos elementos forá-
neos. La presencia de algunas de las divinidades de este horizonte cultural,
como lo fue Astarté, fue detectada en la Oretania sin lugar a dudas, pero no
más allá de Sierra Morena. Esta diosa, la Astarté fenicia, debió de resultar
fácilmente asimilable por la población indígena, pues guardaba una estrecha
relación con la agricultura, basado en una divinidad fecundadora, curótrofa,
maternal y nutricia, convirtiéndose más tarde en una figura poliádica pro-
tectora de toda la población (Blázquez, 1983, 66). En el siglo iv a.C. pasará
604 Cristina Manzaneda Martín
Figura 7: A) Thymiaterium de La Quéjola (Jiménez Ávila, 2002, Lám. XXXII, n.º 71); B y
C) Thymiateria de Collado de los Jardines (Almagro-Gorbea, 1974, figs. 2 y 3).
19. Debemos de tener también en cuenta el sistema defensivo del oppidum del Cerro de las
Cabezas. Aquí es donde se localizan en los 1.600 m lineales murallas de cajas, ciclópeas,
con casamatas, etc., datadas desde el siglo v al último tercio del iii a.C. (Vélez y Pérez,
2009, 244) y vinculadas con el mundo semita, por lo que podríamos relacionarlo con esa
presencia de norteafricanos en el interior peninsular, aunque todavía hoy no conocemos
qué papel jugó.
La influencia fenicio-púnica y su reflejo en el ámbito religioso de la Oretania 605
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IBEROS DE QART HADASHT:
CIVES NOVAE CARTHAGINIS
1. El elenco de bienes capturados en la conquista de Carthago Nova aparece recogido en Plb.
X, 19, 1-2; Liv. 26, 47, 5-9; App. 6, 23.
610 Rocío Martín y Enrique Hernández
2. La estimación recogida queda lejos de la propuesta en su día por A. García y Bellido (1942,
30), quién calculaba una población de entre treinta y cuarenta mil habitantes libres.
3. La identificación entre este conflictivo topónimo y el solar de la posterior fundación
bárquida se halla muy extendida en la historiografía: O. Meltzer, 1879, 340-341, 520; A.
Schulten, 1935, 16; A. Beltrán, 1945, 299-301; A. Ruiz y M. Molinos 1993, 240; J. S.
Richardson, 1998, 21-22; Y. Cisneros y J. Santos, 2003, 311, 318-319.
4. De la existencia de esa percepción de la actividad política de Asdrúbal deja constancia
Polibio (3, 8, 2-4), apuntando a Fabio Píctor como uno de sus principales exponentes.
Íberos de Qart Hadasht: Cives Novae Carthaginis 611
5. En este sentido, se aprecia una evolución en el registro cerámico de la muralla y de la ciudad.
Así, predominan tipos del Círculo del Estrecho en los momentos inmediatos y próximos
al hecho fundacional, y siendo más abundantes las ánforas tunecinas en los niveles de
consolidación de la urbe y vinculables a destrucciones provocadas por la conquista de
Escipión (Ramallo y Martín, 2015, pp. 145-161), lo que reflejaría un contacto más fluido
con el norte de África. En lo que a la topografía púnica de la ciudad respecta: A. Rodero,
1986, 217-225; S. F. Ramallo, 1989, 37-43; E. Ruiz, 2009, 50-58; J. M. Noguera, 2013,
137-173.
6. Frente a quienes atribuían el éxito de la conquista a un golpe de suerte de Escipión o
a intervenciones divinas, Polibio destaca la intensa preparación estratégica de toda la
maniobra. Así, apunta que ya desde Roma el procónsul había realizado averiguaciones
612 Rocío Martín y Enrique Hernández
zación de los ejércitos púnicos, sino también del reflujo marino que facilitó
su captura y la debilidad intrínseca de sus defensores. En este sentido, el
general romano ya había constatado que la presencia militar dejada en ella
por los cartagineses era reducida (sólo unos mil hombres como guarnición,
concentrados en su ciudadela), y que la mayor parte de sus habitantes eran
artesanos, obreros y marinos, sin experiencia con las armas (Plb. 10, 8, 4-5).
No obstante, Magón, el comandante púnico al frente de la plaza, movilizó a
dos mil de ellos para enfrentarse a los romanos mientras dividía sus fuerzas
dejando una mitad en la acrópolis y los otros quinientos al pie de la colina
(Plb. 10, 12, 2-3; Liv. 26, 44, 1-2). Las fuentes no precisan si estos individuos
eran parte de la reserva de fuerzas cartaginesas, aún en proceso de adies-
tramiento, o bien simples civiles armados para la ocasión, condición aún
más desventajosa para la labor que se les encomendaba (Conde, 2003, 56).
En cualquier caso el resultado fue desastroso, las fuerzas romanas batieron
a los atacantes y poco faltó para que penetrasen en la ciudad por las mis-
mas puertas por las que los supervivientes buscaban refugio (Plb. 10, 12,
4-11; Liv. 26, 44, 3-4). A partir de esos momentos se iniciaron propiamente
las labores de asedio y asalto. La primera cuestión que llama la atención es
que, a pesar de disponer de abundantes máquinas de guerra7, no se constata
arqueológicamente ni en el relato de los escritores antiguos más rigurosos
su empleo contra los romanos8. A nuestro modo de ver, es muy posible que
los habitantes de la ciudad desconociesen su manejo, lo que habría limitado
considerablemente su uso. Por otro lado, la disposición de fuerzas adoptada
por Magón resulta difícil de comprender. Su voluntad de asegurar la acró-
polis, ocupándola desde el comienzo de las operaciones, y renunciando así
a utilizar la mitad de sus efectivos en la defensa activa supone un grado de
previsión inesperado dada la incapacidad inicial de los asaltantes para abrirse
camino ante las murallas. Tras la estratagema de Escipión y la entrada de los
romanos en la ciudad9, Magón se refugió en la ciudadela, que sólo entregó
sobre la situación general de Hispania (Plb. 10, 7-8), conociéndose los detalles de la captura
de Carthago Nova, a través de una carta remitida por Escipión a Filipo de Macedonia en la
que le daba cuenta de este episodio (Plb. 10, 9, 2-3).
7. Los autores antiguos no se ponen de acuerdo sobre el número de piezas capturadas (Liv.
XXVI, 49, 3). En cualquier caso, dado el carácter de centro de aprovisionamiento militar
que tenía la ciudad, debió de ser abundantísimo.
8. Únicamente Apiano, autor ya de época imperial, cuyo relato histórico aparece plagado de
incorrecciones, refiere el uso de catapultas y máquinas de asedio durante el asalto de la
población (App. 6, 20).
9. A. Lillo y M. Lillo, 1988; B. J. Lowe, 2000; E. Conde, 2003, 57-59, han planteado que
un aprovechamiento estratégico de canalizaciones artificiales podría haber posibilitado
la maniobra. No obstante, la falta de evidencias literarias o arqueológicas a estos efectos
Íberos de Qart Hadasht: Cives Novae Carthaginis 613
tras obtener garantías personales de seguridad (Plb. 10, 15, 7; Liv. 26, 46,
9; App. 6, 22), sin manifestar la menor preocupación por la situación en la
pudieran quedar los restantes individuos que habían tomado parte activa en
la defensa de la población. Se constata, por tanto, que la conquista de Qart
Hadasht habría supuesto el desarrollo de dos procesos políticos independien-
tes: el primero con el comandante cartaginés, y el segundo, al día siguiente,
con sus habitantes y ciudadanos. Por tanto, no sólo en las acciones de Magón
se establece una clara diferenciación entre los participantes en la defensa de
la ciudad, distinguiéndose a los individuos de la guarnición, propiamente
cartagineses, del resto de las gentes locales, sino que también ante la pra-
xis militar jurídica nos encontraríamos ante dos sujetos jurídicos distintos.
Una situación similar la encontramos en ciudades indígenas como Orongis o
Cástulo, donde la entrega de las guarniciones militares cartaginesas propició
cierto trato de favor a sus habitantes, por parte de los conquistadores roma-
nos10. El paralelismo entre dichas actuaciones conduce a pensar que Qart
Hadasht habría sido acertadamente percibida por Escipión como un doble
enclave, en el que una población mayoritariamente ibérica conviviría con un
sector púnico colonial que, hasta aquellos momentos, habría mantenido su
preeminencia social y política.
12. A estos efectos, cabe recordar la presencia en el litoral peninsular de las denominadas por
Plinio como Turres Hannibalis (N. H. 2, 4). También el registro arqueológico atestigua la
presencia de fortines y atalayas costeras bárquidas o construcciones ibéricas bajo control
político-militar cartaginés. En este sentido, la muralla helenística el oppidum del Tossal
de Manises, dotado de una potente muralla de patrón helenístico (Bendala y Blánquez,
2003, 154), presenta un nivel de incendio y destrucción que presumiblemente indicaría
que sucumbió a un ataque coetáneo a la toma de Qart Hadasht. En época de Augusto, El
Tossal de Manises se convertirá en el municipio de Lucentum (Olcina y Pérez, 2001, 43),
estatuto jurídico propio de las poblaciones indígenas, lo que podría apuntar que se trataba
de un núcleo de tradición ibérica coyunturalmente utilizado por los cartagineses como
base de apoyo.
13. J. L. López, 1991; Id. 1995, 94-95 y 106-111; Id. 2002, 245. Este investigador considera
que la mayoría de las poblaciones púnicas de la Península Ibérica habrían quedado sujetas
al estado itálico bajo la condición de stipendiariae. No obstante, a nuestro modo de ver es
posible que algunas de ellas hubieran logrado alinearse a él como federadas.
Íberos de Qart Hadasht: Cives Novae Carthaginis 615
nueva entidad urbana14. Tal podría haber sido el caso de La Mota, un pequeño
emplazamiento ibérico situado a kilómetro y medio de la ciudad y habituado
al contacto comercial con los pueblos colonizadores (García et al., 1999), o
los constructores de la estructura fortificada localizada en Colada de Cuesta
Blanca (Yelo, 2006). No obstante, también otros yacimientos más alejados,
como en el caso de Los Molinicos (Moratalla), muestran claras muestras de
abandono, atribuibles a presiones por el control púnico de la zona (Lillo,
1993, 222). Del mismo modo, la desarticulación de algunos poblamientos
próximos a Qart Hadasht, como La Escuera (San Fulgencio) o La Serreta
(Alcoy), ha sido vinculado con los desarrollos de la Segunda Guerra Púnica,
y particularmente con la conquista de esta ciudad por parte de los romanos
(Abad y Sala, 2001, 259-261; Moratalla, 2005, 107-109), o, como en el caso
de El Pulpillo (Yecla), con la dispersión de sus antiguos habitantes por explo-
taciones de tipo agrícola (Iniesta, 1992-1993, 31). Una transformación simi-
lar se ha planteado para el oppidum de Las Cabezuelas (Totana), cuya mayor
parte de habitantes parecen haber abandonado el núcleo en altura para tras-
ladarse a zonas más llanas (Martínez, 1997, 140-148). No obstante, cabría
plantearse si su decadencia demográfica ya habría comenzado antes, con un
posible éxodo de parte de sus habitantes a la fundación bárquida. Esta hipó-
tesis justificaría mejor la despoblación de los núcleos, a la par que respon-
dería a una pregunta fundamental a la que hasta ahora los investigadores no
habían planteado ninguna respuesta: dónde habrían ido a parar sus antiguos
ocupantes tras producirse su desmantelamiento. En cualquier caso, en un
contexto bélico imperante resultaría más previsible la concentración y encas-
tillamiento por parte de los indígenas en posiciones más defendibles que su
abandono. La referida tentativa de Magón para reconquistar Qart Hadasht
en el 206 a. C., provocando la huida de los habitantes de los alrededores
de la ciudad, apresurándose a buscar refugio tras sus muros, constituye una
magnífica demostración de esta práctica. En cualquier caso, resulta evidente
que la dominación bárquida habría supuesto una profunda remodelación de
los modelos de hábitat de la zona, incluyendo movimientos poblaciones por
parte de las comunidades indígenas.
14. En este sentido, una mayor continuidad de poblamiento resulta advertible en posiciones
más distantes respecto al núcleo urbano de Qart Hadasht. Tal es el caso de los yacimientos
de El Tolmo de Minateda (Hellín), La Piedra de Peñarubia (Elche de la Sierra), La
Fortaleza (Fuente Álamo) o el Cerro de los Santos (Montealegre), que mantuvieron su
operatividad incluso tras la conquista romana (R. Sanz, 1995-1996), al igual que sucede en
Los Villaricos (Caravaca de la Cruz): L. López-Mondéjar, 2010; o el poblamiento ibérico
situado bajo la actual Lorca (A. Martínez y J. Ponce, 1999; A. Martínez, 2010, 292-295).
Íberos de Qart Hadasht: Cives Novae Carthaginis 617
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Introducción
El objetivo de este trabajo es realizar un estudio sobre la presencia de la gra-
nada en los ámbitos fenicio-púnico e ibérico. A pesar de la escasez de datos
al respecto, la base del mismo será el análisis arqueológico de la cultura
material relacionada con esta fruta, prestando especial atención a su icono-
grafía implícita; así como de la información que aportan los estudios paleo-
botánicos. Todo ello se abordará con la finalidad de conocer el uso y signi-
ficado que tuvo la granada en los diferentes espacios culturales estudiados,
estableciendo paralelos y discordancias que pueden ilustrar, junto a otros
elementos, los característicos procesos de hibridación cultural.
Figura 2 (arriba). Baquetón de gola de Coimbra del Barranco Ancho con la representación de
una granada (Fuente: Mata et al, 2010, fig. 59; Museo Arqueológico Jerónimo Molina). Figura
3 (abajo). Friso pictórico de «los recolectores de granadas» (Fuente: Bonet, 1995, fig. 144).
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La granada: usos y significados de una fruta de oriente en occidente639
Introducción
En la necrópolis orientalizante de Les Casetes situada en Villajoyosa
(Alicante) aparecieron cuatro amuletos de tipo egiptizante fabricados en
esteatita vidriada, junto con una mascarita de pasta vítrea y dos cuentas ocu-
ladas en una supuesta tumba todo ello quemado dentro de una urna o caja
de madera sin aparecer restos óseos en su interior, siendo posible que fuesen
sometidos a algún tipo de ritual con fines execratorios.
Partamos de la definición que según el diccionario de la R.A.E (22 ed.)
recoge del término «Amuleto»: del latín amuletum. Objeto pequeño que se
lleva encima, al que se atribuye la virtud de alejar el mal o propiciar el bien.
Según C. Bonner, «Un amuleto es, en el más amplio sentido de la pala-
bra, cualquier objeto que por su contacto o su cerrada proximidad a la per-
sona que lo posee, o a cualquiera de sus propiedades, ejerce poder para su
Localización
La necrópolis orientalizante de Les Casetes se localizó dentro del casco
urbano del término municipal de Villajoyosa en la comarca de la Marina
Baixa de la provincia de Alicante, situada a ambos lados de la carretera AP
1731 que une la población con la localidad de Alcoy, a dos kilómetros de la
línea costera, siendo sus coordenadas geográficas UTM: 30 S YH 414 664 y
30 S YH 414 665 en sus extremos norte y sur.
Actualmente ocupa una ladera casi amesetada de entre 34 y 35 m sobre
el nivel del mar con una ligera pendiente hacia el sureste. Esta necrópolis
antiguamente estaría situada a unos centenares de metros del río Amadorio
que hoy por hoy atraviesa el casco urbano de NO-SE.
El yacimiento se da a conocer a partir de los años 50 cuando el enton-
ces director del Museo Arqueológico Provincial de Alicante D. José Belda,
visita Villajoyosa al haberse detectado materiales arqueológicos romanos,
con motivo de las obras para la vía del ferrocarril de vía estrecha (García
Gandía, 2009).
Villajoyosa Se encuentra a unos 32 Km. de Alicante, situada en un collado
frente a una playa portuaria, un lugar muy adecuado para el comercio marí-
timo, siendo el barrio viejo actual de la ciudad, el origen del poblado ibérico.
Materiales
Los amuletos egiptizantes aparecieron en la denominada «tumba» n.º 5 de
esta necrópolis, una fosa rectangular orientada de E-O de sección semicircular
644 Aránzazu Vaquero González
Interpretación
La cremación de todos estos objetos se llevó a cabo dentro de una caja de
madera de la que se conservaban sus restos carbonizados adheridos a las
paredes de la fosa en la que estaba enterrada. Se recogieron muestras cuyos
análisis antracológicos fueron realizados por la doctora Yolanda Carrión
Marco en la Universidad de Valencia (Carrión Marco, inédito).
Los resultados dieron un claro dominio de Quercus perennifolio que
debe corresponder a la madera de la caja que aparecía muy desmantelada.
A partir del dibujo planimétrico realizado durante las excavaciones
arqueológicas y empleando el programa informático AUTOCAD 2010, se
han podido establecer unas medidas aproximadas de esta caja o urna de
madera, teniendo en cuenta que esta pudiera estar encajada en la fosa debido
a que los restos carbonizados estaban adheridos a las paredes de la misma.
Las dimensiones aproximadas serían de 43 cm de largo por 21, 4 cm de
ancho y 21,4 cm de profundidad.
Los restos carbonizados aparecieron bastante alterados y vitrificados.
Este tipo de alteraciones se producen cuando la combustión tiene lugar en
un medio con poca entrada de oxígeno y a una temperatura de 500-800 ºC. A
partir de los 800 ºC, se convertirían en cenizas (Braadbaart y Poole, 2008).
Se practicó un análisis organoléptico de las piezas mediante la utilización
de un binocular a 10, 20 y 40 X y un microscopio USB de 20 y 400 X que
permitió la toma de imágenes fotográficas. Se pueden apreciar restos muy
quemados y deteriorados de un vidriado que está prácticamente desapare-
cido a excepción de la pieza con forma de placa rectangular que representa
un Udjat u ojo de Horus en su anverso y a la vaca Hathor y su ternero en el
reverso, donde todavía se pueden apreciar restos de un vidriado de color azul
turquesa en las zonas de los intersticios más profundos de la talla.
La superficie de todos los amuletos aparece llena de micro fisuras enne-
grecidas por la acción del fuego a excepción del amuleto con forma de hal-
cón cinocéfalo, lo que nos llama la atención ya que esta pieza parece haber
sido sometida a un proceso de lijado o limpieza como si existiese una inten-
cionalidad en la eliminación del vidriado. A 400 X, se pueden apreciar unas
micro-líneas de raspadura sobre los escasos restos de vidriado.
Los amuletos egiptizantes de Villajoyosa (Alicante): la tumba n.º 5 de la necrópolis...647
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648 Aránzazu Vaquero González
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Páginas Web
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