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EL BLOG DE JOSÉ FARIÑA

URBANISMO, TERRITORIO Y PAISAJE


lunes, 1 de agosto de 2016
Lewis Mumford: "La ciudad en la historia"
Como ya es tradicional en vacaciones de verano voy a comentar un libro. Un
comentario que es, a la vez, un reencuentro "en la segunda fase". Hace unos tres
años la revista digital URBS me encargó la reseña del libro de Lewis Mumford La
ciudad en la historia con ocasión de la edición que hizo la editorial Pepitas de
Calabaza. Esa fue la primera fase del reencuentro con un libro de lectura
inexcusable para cualquiera que se dedique a pensar en la ciudad. Hace unos días he
vuelto a terminar de leer el libro en su totalidad para escribir este artículo y,
además, porque no puedo evitar una cierta tendencia melancólica relacionada con
mis primeros pasos en una disciplina que me iba a ocupar toda la vida, ahora que
empiezo a comprender algunas cosas. Casi siempre que he vuelto a los lugares que
han formado mis recuerdos y que han ido quedando tan solo en la memoria, me ha
sorprendido como el tiempo magnifica las cosas. Ese parque de mi niñez que
recuerdo como un bosque se me antoja hoy, cuando lo recorro, pequeño y de poco
interés. Mi miedo era que me pasara algo parecido con el libro de Mumford.

Lewis Mumford   laphamsquarterly

Claro que lo he consultado muchas veces a lo largo de estos años. Los dos volúmenes
de que consta la edición de la editorial Infinito que tengo desde mis tiempos de
estudiante están viejos, desgastados, llenos de anotaciones. Para un profesor de
urbanismo su consulta es necesaria con bastante frecuencia. Pero no me había
enfrentado a su lectura completa y en exclusiva desde hacía años. Y antes de seguir
adelante debo decir que se confirma la impresión agridulce de la lectura anterior
para la reseña de URBS. Impresión que se acentúa cuando ya empezamos a
vislumbrar con claridad los elementos que componen el probable futuro de las
ciudades. Así como el libro de Jacobs de Muerte y vida de las grandes ciudades se
lee como si no hubiera pasado el tiempo, el de Mumford tiene partes con un cierto
olor a armario cerrado. He mencionado el libro de Jacobs porque es bien conocida la
rivalidad entre ellos y por la coincidencia en las fechas de edición, 1961. Vista la
perspectiva que me dan estas dos relecturas, el libro de Mumford se mantiene más
en el mundo de las motivaciones que en el de los descubrimientos.

Fragmento de la portada de la edición de Pepitas de Calabaza

La ciudad en la historia tiene un subtítulo Sus orígenes, transformaciones y


perspectivas. Sigo considerando monumental la aportación de Mumford en todo lo
relativo a la transformación de las ciudades. Su análisis de los procesos es,
sencillamente, magistral. Pero, con el paso del tiempo algunos de los elementos
relativos a los orígenes se echan en falta. No es que sus planteamientos sean
erróneos. Increíblemente, y a pesar de que se a veces se le muestra como un
abanderado de un cierto “ecologismo social” (Murray Bookchin), hay determinados
elementos relacionados con el territorio que, sencillamente, se ignoran en su obra.
Pero, desde mi punto de vista, donde el libro de Mumford se ha quedado rezagado es
en el apartado de perspectivas. Aquí sí que la crisis ecológica que amenaza con
cambiar todo el sistema no aparece con la virulencia que sería de esperar. Aunque
claro, si miramos las fechas habría casi que haber sido adivino…
La ciudad medieval mitificada   minihistoriauniversal

Tampoco se puede entender demasiado La ciudad en la historia sin saber que es el


desarrollo y culminación de su obra The Culture of Cities (1938), en la que pretendía
analizar los orígenes de la ciudad y la civilización moderna proponiendo alternativas
a los errores que detectaba. Igual que Camillo Sitte consideraba la ciudad medieval
como el modelo ideal. Modelo degradado posteriormente por el capitalismo y por el
poder centralizado que daría lugar a la ciudad barroca. Algunos de los capítulos The
Culture of Cities los retoma casi intactos en La ciudad en la historia, pero muchas
otras partes se reelaboran enteramente de forma que, al final, se trata de un libro
casi enteramente nuevo en el que la ciudad moderna surge como el triunfo del
maquinismo. Este triunfo se concreta en enormes megalópolis basadas en la
combinación de desplazamientos en automóvil y una suburbanización extensiva en la
que los individuos se sitúan por encima de los ciudadanos. Esta es una de las
secciones magistrales del libro y que se anticipa con gran clarividencia a parte de lo
que iba a venir.

Esquema de la Ciudad Jardín de Howard   timerime

Sin embargo, sus propuestas de cambio, basadas básicamente en la Ciudad Jardín de


Howard, son la parte que más ha acusado el paso del tiempo. Sobre todo
considerando que el origen de la práctica totalidad de estos inmensos suburbios
banales en los que predomina el sprawl son, precisamente, el resultado de plantear
soluciones concretas. Aunque sus defensores hablan de consideraciones urbano-
ecológicas en sus propuestas, lo cierto es que el tiempo parece demostrar, que
actualmente la llamada Ciudad Jardín (con la fragmentación y las bajas densidades
que supone) se entiende como un ataque directo a una consideración ecológica del
territorio. De todas formas incluso esta afirmación habría que tomarla con cautela
ya que, tanto la energía distribuida, los alimentos de cercanía, los materiales
autóctonos y, en general, todo lo relacionado con comunidades autosuficientes (que
está en la idea de la Ciudad Jardín), todavía no han dicho su última palabra.

Schlierberg (Freiburg), hacia la autosuficiencia   renovablesverdes

A pesar de estas críticas aparentemente negativas, las horas que dediqué a la doble
relectura no me ha parecido tiempo perdido. Al contrario, ya en la primera, cuando
terminé el capítulo XVIII y cerré el libro, probablemente hacía tiempo que no había
sentido una sensación tan intensa de que había hecho algo importante. Pensé que
esto era lo que querría transmitir al lector que leyera la reseña que me habían
encargado. Y, por supuesto, a mis alumnos. Pero no sólo a ellos, porque parte de las
claves de la comprensión de lo que ocurre ahora mismo, está en las cerca de 1200
páginas del libro. No es una novela, claro, ni se puede reducir a los 140 caracteres
de un tuit (lo cual puede desanimar a más de un habitante de la red) pero la
experiencia de su lectura de principio a fin es incomparable. No es únicamente lo
que se refleja en sus páginas. Es mucho más. Es, probablemente, el intento de
comprensión global más intenso llevado a cabo hasta el momento del principal
artefacto que ha producido el ingenio humano: la ciudad.
Portadas de los dos tomos de editorial Infinito

En mi antigua edición en dos tomos el primero llegaba hasta el capítulo X (incluido)


“El orden doméstico en la ciudad medieval”, supongo que por motivos editoriales de
no descompensar ambas partes. Esa división pesó durante mucho tiempo de forma
determinante, no solo en la compresión global del libro, sino incluso en la propia
percepción histórica que tenía de la ciudad. En mi cabeza había dos momentos en la
evolución de la ciudad: el correspondiente al primer volumen y al segundo. Pero, en
realidad, al leerlo en único tomo el verdadero corte se produce en el capítulo XI
“Quebrantos medievales y anticipos de la vida moderna”. Corte que, además, se
corresponde con algo más de la mitad del número de páginas. Acostumbrados a
historias del urbanismo que dividen la explicación de la historia de la ciudad antes y
después de la Revolución Industrial (sobre todo aquellas con orientación en el
planeamiento) sólo este hecho ya puede dar una idea de la importancia que le
otorga Mumford a las primeras etapas.

La Revolución Industrial como tópico punto de inflexión   sobrehistoria

Y es precisamente en esta primera parte donde pienso que su aportación es


imperecedera. Eso no significa estar de acuerdo con todo lo que se dice. Pero la
impresión de unidad y coherencia que el lector percibe a lo largo de la explicación
de todos los procesos y de la evolución del artefacto ciudad en el tiempo es
magistral. Hay que advertir que se trata de un relato puramente antropocéntrico y
desde el modo de vida urbano. La ciudad, el hecho urbano, se estudia, se analiza, se
explica, como si la naturaleza no existiera. Las escasas veces que aparece lo hace
siempre de forma lateral y subordinada. A pesar de su admiración por Geddes. El
mismo hecho de la existencia de las murallas no se considera (como lo hace
Rickwert) un intento de separarse de la naturaleza, sino un intento de separarse de
otros humanos. Esta es la tónica general y lo que, en cierto modo, falta en su
discurso. En general, no sobra nada y lo que dice es coherente y tiene una
fundamentación sólida. Pero los que hemos aprendido a ver la ciudad también desde
el territorio notamos como si se hubiera amputado una parte.

La fundación de Roma, el sulcus primigenius, sala Capitolina


 Fresco del Caballero de Arpino, Roma   30giorni

La crítica a la que aludía al comienzo se refiere a la visión perspectiva que propone


en el último capítulo y que aparece en el título del libro. Se atisban cosas
importantes, algunas de las cuales respondían a los problemas planteados en los tres
capítulos anteriores dedicados a “la ciudad peleotécnica”, “los suburbios” y “la
megalópolis”. Pero el cambio radical que se produce a mitad de los años ochenta del
pasado siglo XX cuando el consumo mundial alcanza la biocapacidad de la Tierra, y a
partir de los noventa con la sociedad de la información, hace que algunas de las
cosas que se dicen nos parezcan realmente alejadas de los problemas reales a los
que nos enfrentamos. A pesar de esto, hay apartados verdaderamente modernos que
nos hablan todavía de nuestro tiempo. Los títulos de algunos capítulos así nos lo
indican: el modo de vida suburbano, el suburbio de masas como anticiudad, familias
en el espacio, la supresión de los límites, gigantismo proliferante, el recipiente que
revienta, el destino de la Megalópolis, función cultural de la ciudad mundial o la
ciudad invisible.
Las ciudades-territorio ya solo se perciben globalmente por su luz
 Shanghai y el delta del Yangtze   bluemarble

Probablemente un acercamiento actual a esta obra de Mumford sin situarla en el


contexto en el que fue escrita no haga justicia a sus tremendas aportaciones. Debo
reconocer que, como Mumford, personalmente me siento un aprendiz de otro de los
grandes hitos en la comprensión del hecho urbano, Patrick Geddes. Pero así como
Geddes centra su mirada en el territorio, Mumford lo hace en la ciudad. Y aunque
ambos proponen una visión integradora, holística, no sectorial, lo cierto es que no
terminan de conseguirla ninguno de los dos. Además, la relación entre ambos no está
exenta de claroscuros ya que intentaban objetivos diferentes. Para Geddes el
método de acercamiento a la comprensión de estos procesos tenía una finalidad
básicamente ligada a la educación de los habitantes. Lo entendía como un sistema
creador de identidad. Esto lo argumento claramente en el artículo que escribí para
el blog en octubre de 2011 titulado “Recuperando a Patrick Geddes”. Mumford lo ve
más como un instrumento analítico enfocado al conocimiento.

Geddes, la sección del valle, ocupaciones básicas  patrickgeddestrust

Pero no sólo hay influencias de Geddes. Referencias a Ebenezer Howard se pueden


encontrar en una gran parte de sus publicaciones, incluso en 1946 prologa una
reedición de Garden Cities of To-morrow. En este apartado habría que citar también
a Piort Kropotkin o a Eliseo Reclus. Ignoro como Pepitas de Calabaza ha llegado a
culminar la reedición de este libro. En una editorial que en su fondo cuenta
con Veintidós cuentos picantes de Samaniego, Esa mala fama… de Guy Debord , El
arte de tirarse pedos (ensayo físico-teórico y metódico de 1751) o ¿Qué es la
patafísica? de  Enrico Baj, parece como si el libro de Mumfort no encajara. Claro que
si vemos que en su catálogo están también los dos volúmenes de El mito de la
máquina (“Técnica y evolución humana” y “El pentágono del poder”) otra de las
obras fundamentales de Mumford, no parece que esta edición haya visto la luz por
casualidad. En cualquier caso, algunos de sus análisis se han visto cercanos a ciertas
posturas anarquistas y no parece muy extraño encontrar su obra al lado de algunas
del catálogo de esta editorial.

Portadas de los dos tomos de El mito de la máquina

La personalidad de Mumford es ciertamente peculiar porque resulta que, además de


que sus ideas se ven con simpatía desde posiciones cercanas al anarquismo (a cierto
anarquismo) también se ven con interés desde instancias más oficiales (ciertas
instancias oficiales). De forma que puede aparecer citado en multitud de lugares tan
distintos que podrían llevar a la confusión sobre el encuadre de sus ideas. Lo mismo
que en el caso de Jacobs su formación no fue académica. Es más, estaba en una
posición contraria a todo lo académico y oficial. Muchas veces se le menciona como
urbanista. Sin embargo el problema del urbanismo relacionado con el pensamiento
liberal (digamos libre, para que nadie se sienta ofendido) es que, tarde o temprano,
incurre en contradicciones al tropezar con la necesidad de regular. Algunas de estas
contradicciones se detectan en La ciudad en la historia. Y, sobre todo, aparecen
cuando se tiene que dedicar al urbanismo práctico. Es decir, cuando planifica,
aspecto que no he tratado. Entonces todo es una pura contradicción al enfrentarse
con la necesidad de regular.
Debido a sus 1200 páginas este libro es más bien para leer
 encima de una mesa que sosteniéndolo con las manos

A pesar de todo esto, la visión global, casi holística, que propone para explicar los
procesos urbanos y la evolución de la urbanización, es lo que todavía se ve como su
gran aportación. Y lo que, al terminar, la lectura del libro nos produce esa emoción
de “todo coherente” y comprensible. Y digo “casi holística” porque para serlo de
verdad le falta la integración de los sistemas naturales que, sin embargo, en Jacobs
está siempre presente como trasfondo y contraposición a la ciudad. Decía en la
reseña original que esta “revisita” a Mumford había merecido la pena. Incluso el
reencuentro físico con el papel, con el peso del libro, con el sonido de las páginas al
pasarlas, con la belleza de la maquetación. O el perseverar en la lectura cuando
quedan por delante más de mil páginas tratando de ir resumiendo mentalmente lo
leído y anticipando lo que vendrá. El ir descubriendo hacia donde te dirige el autor.
Se trata una experiencia que no deberían perderse todos aquellos interesados por la
ciudad. Aunque tardemos tiempo en leerlo, aunque no estemos de acuerdo con
algunas de las cosas que dice, incluso aunque físicamente sea difícil de manejar, el
resultado es gratificante.

Mumford, Lewis: La ciudad en la historia, sus orígenes, transformaciones y


perspectivas. Traducción de Enrique Luis Revol y Javier Rodríguez Hidalgo,
editorial Pepitas de Calabaza, Logroño, 2012. El original en inglés fue publicado
en el año 1961 por Harcout, Brace & World, New York con el título de The City in
History: Its Origins, Its Transformationes and Its Prospects. La primera edición
en español fue publicada en dos tomos por la editorial Infinito de Buenos Aires en
el año 1966. 

Etiquetas: Urbanismo
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17 comentarios:
Alicia dijo...
Bueno, pues ya tengo lectura para estos días.
1 de agosto de 2016, 21:12

José Fariña dijo...
Alicia: considera que el peso es algo importante. Por ejemplo, no es muy
adecuado llevarlo en la bolsa de playa porque la puede desfondar. Además
necesitas un soporte como una mesa o similar de la que tendrías que calcular su
capacidad de carga ja ja. Felices vacaciones.
1 de agosto de 2016, 22:14

Alicia dijo...
Fariña: Te agradezco tu preocupación, pero al recurrir a la biblioteca para
sacar el libro resulta que el que tenían el de dos tomos de editorial Infinito. De
forma que la carga es mucho más llevadera. De hecho ya he empezado a leerlo.
Se van cumpliendo tus pronósticos sobre el cambio climático. Acabo de leer que
2014 fue el año más caluroso de los últimos 150 años. Hasta que llegó el 2015
que lo superó. Y dicen que hay un 99% de posibilidades de que 2016 vuelva a
superar el record. Es la primera ver que hay tres records tres años
consecutivos. Pero es que, además, los meses entre el 1 de julio de 2015 y el 30
de junio de 2016 han sido los más calurosos desde que se tienen datos. Cuánta
estupidez de nuestros dirigentes a pesar de las advertencias. A pesar de todo,
felices vacaciones.
2 de agosto de 2016, 12:30

Anónimo dijo...
Magnífica y amplia reseña de un libro fundamental. Gracias por poner todo este
trabajo gratis y a disposición de cualquiera. Julio Alberto desde Buenos Aires.
4 de agosto de 2016, 9:33

Antonio Folgado dijo...


Pepe: Nunca conseguí terminar el primer tomo, volveré a empezarlo una ver
más. A ver si ahora... Por cierto, te he visto en un debale de El País sobre la
sostenibilidad de las ciudades. Es un vídeo de unos 45 minutos. Tu intervención
está al final junto a las de Carmen Sánchez- Miranda y Francisco Javier
González. Supongo que ya lo habrás visto, pero por si acaso te envío el enlace
http://elpais.com/elpais/2016/08/03/planeta_futuro/1470227743_115183.htm
l
Hoxe aquí está nubrado e non creo que cheguemos a 20ºC. Unha aperta.
4 de agosto de 2016, 14:17

José Fariña dijo...
Antonio: Sí, ayer lo ví "en directo" (eso decía, que era en directo). Pero, en
realidad, se grabó hace unos días en una especie de mini estudio que tienen en
la redacción de El Pais en Madrid.
Es imperdonable que no te hayas leído los dos tomos, debes de ser el único de
nuestra generación que no tiene cuenta ni facebook, ni twitter, ni en google, ni
instagram, que no está conectado a whatsapp, ni a telegram, y que, además,
no se ha leído La Ciudad en la Historia de Mumford. Vale que seas "el hombre
invisible" pero que no hayas leído a Mumford... A ver si ahora que estáis
nublados terminas de leerlo que sé, incluso, la estantería donde lo tienes ja ja.
Unha aperta.
4 de agosto de 2016, 14:45

Marina Alonso dijo...
Y mí que el Mumford ese no acaba de convencerme... Jacobs, siempre Jacobs.
Aparte de las críticas que, más o menos subterráneamente, le haces nunca ha
terminado de convencerme la forma en la que escribe. Percibo una cierta pose
(postureo) incluso en la foto que has puesto para ilustrarnos sobre la persona.
16 de agosto de 2016, 18:51

José Fariña dijo...
Marina: yo no lo tengo tan claro. Es verdad que la foto no es muy afortunada,
pero en lo que escribe no percibo eso que dices de una cierta pose. Igual es
que, al tratarse de un libro personalmente casi de mi prehistoria urbanística, le
tengo bastante cariño. Pero vamos, el análisis que hace del proceso por el que
ha pasado la ciudad es, desde mi punto de vista, magistral. No sé... yo también
soy más pro Jacobs que pro Mumfort, pero hay que darle al César lo que es del
César. Después de lo que ha dicho Antonio me parece que en Galicia no tiene
demasiados fans ja ja.
16 de agosto de 2016, 22:57
Vina Barreto dijo...
Estoy leyendo ahora 'Muerte y vida de las grandes ciudades' y este artículo ha
venido genial para comparar los planteamientos de Jane Jacobs y de Mumford a
quién ella critica duramente aún reconociendo su eficacia y entrega. Para mí
también, siempre Jacobs!
19 de agosto de 2016, 10:32

Anónimo dijo...
eres un crack! saludos desde Brasil
29 de agosto de 2016, 19:54

José Fariña dijo...
Gracias, pero este artículo sobre Mumford no ha tenido demasiadas visitas (de
hecho es el que menos visitas ha tenido en el primer mes). Supongo que habrá
influido el que sea agosto pero esto no ha pasado otros agostos. Y eso que,
personalmente, me ha parecido del máximo interés. Un saludo.
30 de agosto de 2016, 11:17

Javier Fernández-Rico dijo...
Como siempre, excelente artículo. A mí, desde luego, me ha servido para casi
"conocer" a Mumford, ya que, confieso, siempre me ha dado pereza abrir
semejante tocho. Un abrazo, Javier M. Fernández-Rico.
2 de septiembre de 2016, 12:17

Gonzalo Melián dijo...


Magnífico comentario. Extraordinario libro de obligada lectura (al igual que The
Culture of Cities). Más si no se está de acuerdo con algunas o muchas cosas
leídas sobre Mumford. Me tomo la libertad también de recomendar el paper
"What is a City?" publicado en Architectural Record un año antes de publicar
The Culture of Cities. Se puede encontrar un extracto en The City Reader, libro
que por otra parte también recomiendo para iniciados en los estudios urbanos.
Muchas gracias por compartir sus comentarios.
1 de noviembre de 2016, 18:45
Josefina Gómez dijo...
Pues yo me sumo a los elogios, de Pepe Fariña y de Lewis Mumford. Creo que el
libro es obligado... y que la foto no es de mucha pose, quizá simplemente de
bigotillo de aquellos años. Pero lo que quiero decir es que no habéis citado otro
lugar donde interviene Mumford a instancias del gran geógrafo cultural Carl
Sauer, de California: en el libro Man's role in changing the face of the earth,
posterior al simposio de mismo título. Decía ahí Mumford esta frase
premonitoria: "la inmensa omnipotencia de nuestras ciencias y técnicas se
volverá más autodestructiva que la ignorancia y la incompetencia, de no ser
compensada por procesos en que los humanos se reconozcan mutuamente
(ahora que ya son casi todos vecinos y si no desconfía de todas las formas de
uniformización" . Gran Mumford, gran Saue, grande Jane Jacobs. Y gracias,
Fariña
20 de noviembre de 2016, 14:47

José Fariña dijo...
Josefina: no, gracias a tí por leer el blog y comentar. Por cierto, observo que
vuelves a escribir con más frecuencia en el tuyo (de vez en cuando aparece algo
nuevo y saltas a primera plana en listado de blogs que sigo). Es una pena que no
pudiera estar con vosotros en Avignon. Besos,
20 de noviembre de 2016, 19:38

Anónimo dijo...
Buenos días:

He leído con mucho interés esta reseña.

No sé si usted podrá responder a una pregunta que quiero formular. No estoy


especialmente interesado en el asunto de la ciudad, aunque, desde luego, es un
asunto muy interesante. Me interesa saber si Mumford elabora en esta obra,
aunque sea de manera secundaria o indirecta, un concepto de ser humano. Es
decir, me interesa saber si Mumford se adentra en los territorios de la
antropología filosófica y la ética: qué es el hombre, qué debe ser, qué es la
vida buena y cómo debemos comportarnos, etcétera.

La editorial Pepitas de calabaza ha publicado algunos textos de Piotr Kropotkin;


así pues, si tenemos en cuenta que a Mumford se lo asoció a cierto tipo de
anarquismo, entonces no parece incoherente que esta casa editorial haya
publicado sus libros.

Disculpe las molestias y reciba un cordial saludo,


M. Méndez.
28 de abril de 2018, 11:52

José Fariña dijo...
A. Méndez:

De forma muy indirecta se podría decir que sí. Pero, vamos, no es el objeto
fundamental de "La ciudad en la historia". Gracias por comentar.
1 de mayo de 2018, 20:23

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LA CRISTALIZACIÓN DE LA CIUDAD"

Siendo en parte una expresión de angustia y agresión intensificadas, la ciudad amurallada


reemplazó una imagen más antigua de tranquilidad rural y paz. Los primitivos bardos sumerios
volvían la memoria hacia una edad de oro preurbana, cuando "no había serpiente ni escorpión, ni
hiena ni león, ni perro salvaje ni lobo"; cuando "no había miedo ni terror, y el hombre no tenía
rival". Por supuesto, esa época mítica no existió jamás y, sin duda, los mismos sumerios tenían
oscuramente conciencia de este hecho. Pero los animales ponzoñosos y peligrosos cuya presencia
suscitaba sus temores habían adquirido, con el desarrollo del sacrificio humano y la guerra sin
freno, una nueva forma: simbolizaban las realidades del antagonismo y la enemistad entre los
hombres. En el acto de extender todos sus poderes, el hombre civilizado les dio a estas criaturas
salvajes un lugar en su propia configuración.

El hombre primitivo, inerme, expuesto y desnudo, tuvo bastante astucia para dominar a todos sus
rivales naturales. Pero ahora, por fin, había creado un ser cuya presencia provocaría una y otra
vez el terror en su alma: el "enemigo humano", su otro yo y contrapartida, poseído por otro dios,
congregado en otra ciudad, capaz de atacarlo como Ur fue atacada, sin provocación.

La misma implosión que había magnificado los poderes del dios, el rey y la ciudad, y mantenido
las complejas fuerzas de la comunidad en un estado de tensión, ahondó también las ansiedades
colectivas y extendió los poderes de destrucción. ¿Acaso los mayores poderes colectivos del
hombre civilizado no se presentaban en sí mismos como una especie de afrenta a los dioses, a
quienes sólo se apaciguaría mediante la implacable destrucción de los fatuos dioses rivales?
¿Quién era el enemigo? Todo aquel que rendía culto a otro dios; que rivalizaba con el poder del
rey u ofrecía resistencia a su voluntad. Así, la simbiosis cada vez más compleja que tenía lugar en
el seno de la ciudad y en su vecino dominio agrícola fue contrapesada por una relación
destructiva y predatoria con todos los posibles rivales; a decir verdad, a medida que las
actividades de la ciudad se hacían más racionales y benignas en su interior, se tornaban, casi en
el mismo grado, más irracionales y malignas en sus relaciones exteriores. Esto es válido hasta el
mismo día de hoy para los conglomerados más extensos que han sucedido a la ciudad.

El propio poder real medía su fuerza y el favor divino por sus capacidades no tan sólo para la
creación sino incluso más para el pillaje, la destrucción y el exterminio. "En realidad", declararía
Platón en las Leyes, "cada ciudad está en un estado natural de guerra con todas las demás". Esto
era un simple hecho de observación. Así, las perversiones originales del poder que acompañaron
los grandes avances técnicos y culturales de la civilización, han minado y con frecuencia anulado
los grandes logros de la ciudad hasta nuestros propios días. ¿Es simplemente por azar que las más
remotas imágenes subsistentes de la ciudad, las que aparecen en las paletas egipcias
predinásticas, representen su destrucción?

En el acto mismo de trasformar laxos grupos de aldeas en poderosas comunidades urbanas,


capaces de mantener un comercio más vasto y de construir estructuras mayores, cada parte de la
vida se convirtió en una lucha, una agonía, un encuentro de gladiadores que se combatía contra
una muerte física o simbólica. En tanto que la sagrada cópula del rey y la sacerdotisa de
Babilonia en la cámara divina que coronaba el ziggurat recordaba un anterior culto de la
fertilidad, consagrado a la vida, los nuevos mitos eran principalmente expresiones de implacable
oposición, de lucha, de agresión, de poder ilimitado: los poderes de las tinieblas contra los
poderes de la luz, Seth contra su enemigo Osiris, Marduk contra Tiamat. Entre los aztecas, hasta
las estrellas estaban agrupadas en ejércitos hostiles de Oriente y Occidente.

Si bien las prácticas aldeanas, con un sentido de mayor cooperación, mantuvieron su vigencia en
el taller y los campos, es precisamente en las nuevas funciones de la ciudad donde el látigo y la
cachiporra -llamada cortésmente cetro- se hicieron sentir. Con el tiempo, el cultivador aldeano
aprendería muchas mañas y evasivas para resistir la coerción y las exigencias de los
representantes del gobierno; hasta su aparente estupidez sería, a menudo, un procedimiento
para no oír órdenes que se proponía no cumplir. Pero los que estaban atrapados en la ciudad, casi
lo único que podían hacer era obedecer, tanto si eran abiertamente esclavizados como si eran
dominados más sutilmente. Para conservar su respeto por sí mismo, en medio de todas las nuevas
imposiciones de las clases dominantes, el súbdito urbano, quien aún no era un ciudadano pleno,
identificaría los propios intereses con los de sus amos. Aparte de oponerse con éxito a un
conquistador, lo mejor que puede hacer es unírsele y esperar que a uno le toque algo del botín
en perspectiva.

Casi desde su primer momento de existencia, la ciudad, a pesar de su apariencia de protección y


seguridad, fue acompañada no sólo de la previsión de un asalto desde afuera sino también de una
lucha intensificada en su interior: un millar de pequeñas guerras se hicieron en la plaza del
mercado, en los tribunales, en el juego de pelota o en la arena. Heródoto fue testigo ocular de
una sangrienta lucha ritual con garrotes entre las fuerzas de la Luz y las de las Tinieblas, que se
celebraba en el interior de un templo egipcio. Ejercer el poder en todas las formas era la esencia
de la civilización; y la ciudad halló decenas de modos de expresar la lucha, la agresión, la
dominación, la conquista... y la servidumbre. Tiene algo de sorprendente que el hombre arcaico
volviera su memoria hacia el período "anterior" a la ciudad como si se tratara de una Edad de
Oro, o que, como Hesíodo, considerara que cada perfeccionamiento de la metalurgia y de las
armas era un menoscabo de las perspectivas de la vida, de modo que el estado humano más bajo
fue el de la Edad de Hierro (él no podía prever cuánto más degradarían al hombre las exactas
técnicas científicas del exterminio total, mediante agentes nucleares o bacterianos).

Ahora bien, todos los fenómenos orgánicos tienen sus límites de crecimiento y extensión, que son
establecidos por su misma necesidad de permanecer autónomos, abasteciéndose y dirigiéndose a
sí mismos: sólo pueden desarrollarse a expensas de sus vecinos si pierden las comodidades
mismas con las que las actividades de éstos contribuyen a sus propias vidas. Las pequeñas
comunidades primitivas aceptaban estas limitaciones y este equilibrio dinámico, tal como las
comunidades ecológicas naturales los registran.

Las comunidades urbanas, entregadas de lleno a la nueva expansión del poder, perdieron este
sentido de los límites: el culto del poder se regodeaba en su misma ostentación sin límites.
Ofrecía los deleites de un juego jugado por puro placer, así como las recompensas del trabajo sin
necesidad de la rutina diaria, mediante la rapiña en gran escala y la esclavización al por mayor.
El firmamento era el único límite. Tenemos la prueba de este súbito sentido de exaltación en las
dimensiones cada vez mayores de las grandes pirámides; del mismo modo que tenemos su
representación mitológica en la historia de la ambiciosa torre de Babel, a la que puso fin una
incapacidad de comunicación que una escesiva extensión del territorio lingüístico y de la cultura
puede haber producido una y otra vez.
Ese ciclo de expansión indefinida de ciudad a imperio es fácil de seguir. A medida que la
población de la ciudad aumentaba, se hacía necesario extender la superficie inmediata de
producción de alimentos o bien extender las líneas de abastecimiento y aprovechar los artículos
de consumo de otra ciudad, ya por cooperación, trueque o comercio, ya por tributo forzado,
expropiación o exterminio. ¿Rapiña o simbiosis? ¿Conquista o cooperación? Un mito de poder sólo
conoce una respuesta. Así, el mismo éxito de la civilización urbana sancionó los hábitos y
reclamos belicosos que continuamente la minaron y anularon sus beneficios. Lo que empezó como
una gotita se hinchó forzosamente hasta constituir una iridiscente pompa imperial de jabón,
imponente por sus dimensiones, pero frágil en proporción a su tamaño. Carentes de una cohesión
interna, las capitales más guerreras se veían presionadas para continuar la técnica de la
expansión, a fin de que el poder no volviera a la aldea autónoma y los centros urbanos donde
floreciera inicialmente. Este proceso se produjo, de hecho, durante el interregno feudal en
Egipto.

Si interpreto correctamente los datos, las formas cooperativas de convivencia urbana fueron
minadas y viciadas desde el comienzo por los mitos destructivos y fanáticos que acompañaron, y
tal vez en parte causaron, la exorbitante expansión de poderío físico y de destreza tecnológica.
La simbiosis urbana positiva fue reiteradamente desplazada por una simbiosis negativa,
igualmente compleja. Tan conscientes eran los gobernantes de la Edad de Bronce de esos
desastrozos resultados negativos que a veces contrapesaban sus abundantes fanfarronadas de
conquistas y exterminio con alusiones a sus actividades en bien de la paz y la justicia. Por
ejemplo, Hammurabi proclamaría orgullosamente: "Puse fin a la guerra; promoví el bienestar del
país; hice que las gentes reposaran en moradas amistosas; no permití que nadie las aterrorizara".
Pero, apenas salieron de su boca estas palabras, comenzó de nuevo el ciclo de expansión,
explotación y destrucción. En los términos favorables que deseaban dioses y reyes, ninguna
ciudad podía lograr su expansión a menos que arruinara y destruyera otras ciudades.

Así, la más preciosa invención colectiva de la civilización, la ciudad, a la que sólo precede el
lenguaje en la trasmisión de la cultura, se convirtió desde el principio en el receptáculo de
destructoras fuerzas internas, orientadas hacia el constante exterminio. Como consecuencia de
esa tan arraigada herencia, la supervivencia misma de la civilización o, para ser más exactos, de
alguna parte considerable e incólume de la especie humana, está ahora en duda; y durante largo
tiempo puede seguir en duda, cualquiera sean los arreglos provisionales que se hagan. Camo ya
hace mucho lo destacara sir Patrick Geddes, cada civilización histórica se inicia con un núcleo
urbano vivo, la polis, y termina en un cementerio común de polvo y huesos, una Necrópolis o
ciudad de los muertos, colmada de ruinas quemadas por el fuego, de edificios aplastados, de
talleres vacíos, de montañas de residuos inútiles, con la población masacrada o sometida a
esclavitud.

Leemos en los Jueces: "Y después de combatir Abimelech la ciudad todo aquel día, tomóla, y
mató el pueblo que en ella estaba, y asoló la ciudad, y sembróla de sal". El terror de este
episodio final, con su fria miseria y su absoluta desesperación, es la culminación humana hacia la
que se dirige la Iliada; pero, ya mucho antes de este episodio, como demostró Heinrich
Schliemann, otras seis ciudades habían sido destruidas; y mucho antes de la Iliada se encuentra
un lamento, igualmente amargo y sentido, por esa maravilla entre las ciudades antiguas, la
misma Ur, un gemido que sale de la diosa de la ciudad:

"Verdaderamente todos mis pájaros y criaturas aladas se han volado,


'¡Ay!, por mi ciudad', es lo que diré.
'Mis hijas y mis hijos han sido arrastrados lejos,
¡Ay! por mis hombres', es lo que diré.
'Oh ciudad mía que no existes más, mi (ciudad) atacada sin motivo,
¡Oh mi (ciudad) atacada y destruida!'"

Por último, considérese la inscripción de Senaquerib sobre la aniquilación total de Babilonia: "La
ciudad y (sus) casas, desde los cimientos hasta los techos, yo destruí, yo devasté, yo quemé con
fuego. El muro y la muralla exterior, los templos y dioses, las torres de ladrillo y tierra de los
templos, todas cuantas había arrasé y tiré al canal de Arakhtu. Por el medio de esa ciudad cavé
canales, inundé su solar con agua, y los fundamentos mismos de ella destruí. Hice su destrucción
más completa que si hubiera habido un diluvio". Tanto el acto como su moral anticipan las
feroces estravagancias de nuestra época nuclear; de lo único que carecía Senaquerib era de
nuestra veloz destreza científica y de nuestra maciza hipocrecía que nos permite ocultar, hasta
de nosotros mismos, nuestras intenciones.

No obstante, una y otra vez las fuerzas positivas de la cooperación y la comunión sentimental han
hecho que las gentes volvieran a los solares urbanos devastados, "para reparar las ciudades en
ruinas, la desolación de muchas generaciones". Es irónico -pero también es consuelo- que las
ciudades hayan sobrevivido reiteradamente a los imperios militares que, en apariencia, las
destruyeron para siempre. Damasco y Bagdad, Jerusalén y Atenas siguen en los mismos solares
que inicialmente ocupaban, vivas, aunque poco más que fragmentos de sus antiguos cimientos
queden a la vista.

Los desmanes crónicos de la vida en la ciudad bien podrían haber causado su abandono, hasta
podrían haber llevado a una renuncia generalizada de la vida urbana y todos sus dones
ambivalentes, de no haber sido por un hecho: el constante reclutamiento de nueva vida, fresca y
tosca, procedente de las regiones rurales, vida llena de fuerza muscular elemental, de vitalidad
sexual, de celo de procrear, de fe animal. Estas gentes de campo vuelven a llenar las ciudades
con su sangre y, más todavía, con sus esperanzas. Incluso hoy mismo, según el geógrafo francés
Max Sorre, las cuatro quintas partes de la población del mundo vive en aldeas, funcionalmente
más próximas a su prototipo neolítico que a las metrópolis muy organizadas que han empezado a
hacer entrar a la aldea en sus órbitas y, cada vez con más rapidez, a minar su antiguo modo de
vida. Pero no bien permitamos que la aldea desaparezca, este antiguo factor de seguridad se
desvanecerá. La humanidad todavía tiene que reconocer este peligro y eludirlo.

del libro "La Ciudad en la Historia" de LEWIS MUMFORD

PUBLICADO POR AMBIENTE+ 

EN 16:26

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"Desarrollo que satisface las necesidades del presente sin poner en peligro la capacidad de las
generaciones futuras de satisfacer sus propias necesidades"

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 Imaginemos por un momento que tenemos un encuentro con el profesor
Lewis Mumford para conversar sobre el nacimiento de la ciudad y
podemos hacerle algunas preguntas:

Profesor Mumford, hablemos de su obra La Ciudad en la Historia.


Usted empieza con una frase cada vez más reveladora de la enorme
potencialidad del concepto de ciudad: "Este libro comienza con una
ciudad que era, simbólicamente, un mundo; termina con un mundo que
se ha convertido, en muchos aspectos, en una ciudad."

    En efecto, al seguir el desarrollo de la ciudad en la historia "he


procurado ocuparme de las formas y funciones de la ciudad, así  como
de los propósitos  que han surgido de ella; y confío haber demostrado
que la ciudad tendrá que desempeñar en el futuro un papel todavía mas
significativo que el que desempeñó en el pasado, si se llega a despojar
de los defectos de origen que la han acompañado en el curso de la
historia."

¿Podría darnos una definición del concepto de Ciudad?

"No hay definición única que se aplique a todas sus manifestaciones y


una sola descripción no puede abarcar todas las transformaciones desde
el núcleo social embrionario hasta las formas complejas de su madurez y
la desintegración corporal de su senectud."

¿Cual es la importancia del estudio histórico de la ciudad?

"Si queremos echar nuevas bases para la vida humana debemos


comprender la naturaleza histórica de la ciudad… Sin una proyección en
la historia no llegaremos a tener el ímpetu necesario, en nuestra
conciencia, para dar un salto suficientemente atrevido hacia el futuro."

Vayamos al origen de la ciudad. ¿Cuáles fueron las condiciones


originales de su nacimiento?
"Antes de la ciudad estuvieron el caserío, el santuario y la aldea; antes
de la aldea, el campamento, el escondrijo, la caverna y el montículo; y
antes de todo esto ya existía la tendencia a la vida social que el hombre
comparte, evidentemente, con muchas otras especies animales. En este
último aspecto, el ser humano desarrolló factores de sociabilidad y
congregación diferente a los animales que determinaron el nacimiento de
la ciudad. Los explicaré a continuación:

       Los ritos funerarios y las tumbas sirvieron como circunstancias


de reunión. 

"El respeto del hombre primitivo ante los muertos desempeñó tal
vez, un papel más importante que otras necesidades más prácticas
en cuanto a impulsarlo a buscar un lugar fijo de reunión y, más
adelante, un asiento permanente… En el penoso vagabundeo del
hombre paleolítico, los muertos fueron los primeros que
encontraron morada permanente, en una caverna, en un montículo
señalado por unas cuantas piedras o en un túmulo colectivo. Se
trataba de señales a los que los vivos volvían a intervalos, para
comunicarse con los espíritus ancestrales o para aplacarlos… La
ciudad de los muertos es anterior a la ciudad de los vivos. A decir
verdad, en un sentido, la ciudad de los muertos es la precursora, y
casi el núcleo, de toda ciudad viva."
   Stonehenge (Fotografo: Sanjay Nair)

       Los ritos mágicos y la caverna como santuario. 

"Al contrario de lo que muchos creen, la función que la caverna


desempeñó en el arte y en el ritual fue más importante que su uso
con fines domésticos. En los recovecos de estos centros rituales se
encuentran grandes cámaras naturales, cubiertas por pinturas  de
una asombrosa vivacidad de forma y de gran soltura en el trazo,
que por lo común son representaciones delicadamente realistas de
animales y una que otra vez de hombres y mujeres sumamente
estilizados… En estos antiguos santuarios del paleolítico tenemos
los primeros indicios de la vida cívica, posiblemente mucho antes
de que pudiera sospecharse la existencia de aldeas
permanentes… Aquí, en el centro ritual había una asociación
consagrada a una vida más abundante; no solo un aumento de
alimentos sino también un aumento de goce social mediante la
utilización más cabal de la fantasía simbolizada y el arte, con una
visión compartida de vida mejor, más significativa, y al mismo
tiempo estéticamente encantadora; en embrión, una buena vida
como la que algún día escribiría Aristóteles en la Política, en otras
palabras, el primer rastro de utopía… La caverna le dio al hombre
primitivo su primera concepción del espacio arquitectónico, su
primer atisbo del poder de un recinto amurallado como medio para
intensificar la receptividad espiritual y la exaltación emotiva."
                                          Cueva de Laxcaus

 La aspiración de supervivencia. 

"Las necesidades prácticas hicieron congregarse a grupos


familiares y tribus, según las estaciones, en un hábitat común, en
una serie de campamentos, e incluso en una economía de caza y
recolección… Mucho antes de que las aldeas y caseríos agrícolas
se convirtieran en rasgos típicos de la cultura neolítica,
posiblemente ya habían sido reconocidos los solares adecuados
para instalarse con carácter permanente: la fuente cristalina, con
su provisión de agua durante todo el año; la sólida colina, accesible
y protegida por el río o la ciénaga…"

¿Quiere decir, que la ciudad no es, solamente, el producto de una


necesidad pragmática de supervivencia?

"Como se puede ver, dos de los tres aspectos originales del


asentamiento temporal están relacionados con cosas sagradas y no tan
solo con la supervivencia física… A medida que la ciudad adopta su
forma, muchos otros elementos se irán añadiendo; pero estos intereses
axiales prevalecen como razón misma de la existencia de la ciudad,
inseparables de la sustancia económica que la hace posible. En la más
remota reunión en torno de una tumba o de un símbolo pintado, de una
gran piedra… se encuentra el comienzo de una sucesión de instituciones
cívicas que van desde el templo hasta el observatorio astronómico,
desde el teatro hasta la universidad. Por esta razón es que comparo la
ciudad con un imán, es decir: antes de que la ciudad sea un lugar de
residencia fija, comienza como un lugar de reunión al que la gente vuelve
periódicamente: el imán precede al receptáculo, y esta capacidad para
atraer a los no residentes, para el intercambio y el estímulo espiritual,
subsiste, no menos que el comercio, como uno de los criterios esenciales
de la ciudad… El primer germen de la ciudad está en el lugar ritual de
reunión que sirve como meta de peregrinaje."
¿Cuáles fueron las condiciones de la cultura neolítica que
condujeron a la cristalización de la ciudad?

    1. La domesticación. "Fue


uno de los rasgos esenciales del
Neolítico. Esto implica dos grandes cambios: la
permanencia y la continuidad en la residencia, y, el
ejercicio de control y previsión sobre procesos que
antes estaban sujetos a los caprichos de la naturaleza.
La mujer tuvo una posición central en la nueva
economía y su rol fue fundamental en la gran
ampliación de la existencia de alimentos que resultó de
la domesticación acumulativa de plantas y animales,
así como en el dominio de la cerámica y la elaboración
de recipientes imprescindibles para el almacenaje… El
trabajo y organización de la mujer dio forma a la aldea
neolítica."
    2. El inicio en el manejo de la hidráulica, la construcción y la
transformación física del territorio.

    3.El nacimiento de las instituciones y el orden comunal. Los comienzos


de la moral organizada, del gobierno, el derecho y la justicia existían en
el Consejo de Ancianos de la aldea. Estos consejos espontáneos,
unificados por el uso y la necesidad, expresaban el consenso humano,
no tanto por la adopción de nuevas decisiones como por la aplicación
inmediata de normas aceptadas y de decisiones tomadas en un pasado
inmemorial. Los ancianos personificaban la sabiduría atesorada de la
comunidad: todos participaban, todos concordaban, todos se unían para
restablecer un orden comunal, cada vez que era trastornado
momentáneamente por la disensión o la lucha. Este orden se inspiraba
en la religión. Aunque cada aldea pudiera tener su altar y sus cultos
locales, comunes a todos los vecinos, hubo una complementaria difusión
del sentimiento religioso  a través del tótem y el culto de los
antepasados… En síntesis, en forma primitiva, muchos símbolos y
estructuras urbanas estaban presentes en la aldea neolítica. Incluso la
muralla existía quizás en forma de empalizada o montículo. La vida
aldeana está enclavada en la asociación primaria de nacimiento y lugar,
sangre y suelo. Antes de que la ciudad surgiera, la aldea ya había dado
nacimiento al vecino. Lo que hoy llamamos moralidad comenzó con las
mores (morar, morada, morador), con las costumbres conservadoras de
la vida, propias de la aldea."

                         Mujer sentada de Catalhoyuk


¿Se podría pensar que la ciudad se formó por el crecimiento
poblacional de la aldea neolítica, o fueron necesarias la existencia
de otras condiciones?

"El crecimiento poblacional de la aldea no fue la condición necesaria para


el surgimiento de ciudades; eran necesarias otras condiciones: que el ser
humano se planteara objetivos que fueran más allá de la elemental
supervivencia, y esta condición no se presentó en todas las aldeas, solo
en las que tenía población con ímpetu saliente. La ciudad apareció como
surgente en la comunidad paleoneolítica. Le explico: en la evolución
surgente, la introducción de un nuevo factor no se limita a aumentar la
masa existente sino que produce un cambio global, una nueva
configuración que altera sus propiedades. Los antiguos elementos de la
aldea  fueron conservados e incorporados  a la nueva unidad urbana;
pero, por la acción  de nuevos factores, fueron reorganizados en una
configuración más compleja e inestable que la aldea; en una forma que
promovió nuevas transformaciones y evoluciones… En cada etapa hay
que diferenciar la reunión estrecha de estructuras con un mero aumento
de densidad de la población, de la compleja organización dinámica de la
ciudad, en la que antiguas estructuras y funciones sirvieron con nuevos
fines. Hay que recordar la definición de Rousseau: “Las casas hacen un
caserío, pero los ciudadanos hacen una ciudad.” La capacidad para
transmitir en formas simbólicas y pautas humanas una porción
representativa de una cultura es la gran característica de la ciudad.  Se
trata de la condición necesaria para fomentar la expresión más cabal de
las capacidades y potencialidades humanas, hasta en las regiones
rurales y primitivas que se hallan fuera de ella."

¿Cuáles fueron esos cambios que condujeron a la cristalización de


las primeras ciudades?

"La composición humana se hizo más compleja, pues la creación de


nuevos oficios se materializo en el surgimiento de nuevas clases
sociales. Esta nueva mezcla urbana de oficios y de clases sociales dio
lugar a una enorme expansión de las capacidades humanas en todas las
direcciones. Surge un espíritu inventivo para resolver problemas de
productividad, transporte, comunicaciones, etc, que fue impulsado por la
audacia individualista, el espíritu aventurero, el poder de dominio y
organización de los nuevos líderes o gobernantes en la figura del antiguo
cazador-héroe o jefe local de la aldea convertido en el rey majestuoso,
principal guardián sacerdotal del altar, dotado de atributos divinos… Con
el crecimiento de la población y el aumento de la riqueza en la ciudad se
planteó la división entre ricos y pobres, que apareció con la institución de
la propiedad, otra gran innovación de la vida urbana… Ya de fecha
bastante remota hacia el año 1700 a. C., cuando fue promulgado el
Código de Hammurabi, se tienen leyes detalladas que se refieren a la
propiedad privada, su traspaso, préstamo y legado, que revelan el
desarrollo de esta nueva entidad legal… La especialización, la división, la
compulsión y la despersonalización produjeron una tensión interna en el
seno de la ciudad. Esto determino, en el curso de la historia, una
corriente de resentimiento encubierto y de rebelión abierta…"

       Replica de la estela del Código de Hammurabi

¿Cuál fue la importancia de la religión en ese proceso de


cristalización urbana?
"En cuanto a la religión, hay una nueva identificación del grupo con
dioses colectivos, pues en algún momento, los dioses familiares y
locales, apegados al fuego del hogar fueron reemplazados por los dioses
uránicos o dioses telúricos… Cuando el pico del arqueólogo saca a la luz
una ciudad, se encuentra un recinto amurallado, una ciudadela,
construida con materiales duraderos… y, en el interior del recinto halla
por lo general tres grandes edificios de piedra o de ladrillo cocido,
edificios cuya misma magnitud los distancia de las otras estructuras de la
ciudad. Son el palacio, el granero y el templo.

El rey se convirtió en un mediador entre el cielo y la


tierra, encarnando en su propia persona la vida y el ser
enteros de la tierra y de su gente. Con el tiempo,
amplió las funciones del sacerdocio y le confirió a la
casta sacerdotal un puesto directivo en la comunidad,
que se hizo visible en los grandes templos, que solo
los reyes podían tener recursos suficientes para
edificar. La erección de un gran templo, imponente
tanto arquitectónica como simbólicamente, selló la
unión entre realeza y sacerdocio… Tras los muros de
la ciudad, la vida descansaba sobre un fundamento
común, tan profundo como el universo mismo: la
ciudad era nada menos que el hogar de un poderoso
dios. Creo que sin los poderes sagrados que estaban
contenidos dentro del palacio y del recinto del templo,
la ciudad antigua habría carecido de propósito y de
significado… Sin las potencias religiosas de la ciudad,
el muro solo no podría haber conseguido moldear el
carácter al mismo tiempo que controlar las actividades
de los habitantes de la ciudad. De no ser por la
religión, y todos los ritos sociales y ventajas
económicas que la acompañaban, el muro habría
convertido a la ciudad en una prisión, cuyos reclusos
solo hubieran tenido un deseo: destruir a sus
guardianes y evadirse."

¿Actuó la ciudad como un condensador de los componentes de la


aldea?

"Con el surgimiento de las ciudades sucedió que muchas funciones que


habían estado diseminadas y desorganizadas fueron reunidas dentro de
una superficie limitada y se mantuvo a las partes integrantes de la ciudad
en un estado de tensión dinámica e interacción. En esta reunión, casi
impuesta por el estricto cerco de la muralla de la ciudad, las partes ya
bien establecidas de la protociudad –el santuario, la fuente, la aldea, el
mercado, la fortaleza- participaron de la ampliación y concentración
generales en número, y sufrieron una diferenciación estructural que les
dio formas reconocibles en cada una de las fases subsiguientes de la
cultura urbana… A partir de sus orígenes, la ciudad puede ser  descrita
como una estructura equipada para almacenar y transmitir los bienes de
la civilización, suficientemente condensada para proporcionar la cantidad
máxima de facilidades en un espacio mínimo, pero capaz de un
ensanche estructural que le permita encontrar lugar para las nuevas
necesidades y las formas más complejas de una sociedad en crecimiento
y su legado social acumulativo."
 
                    Reconstrucción teórica de Catalhoyuk. Turquía.

¿Que significa el nacimiento de la ciudad como una implosión


de energías?

"La ciudad se forma mediante un proceso de implosión de energías, es


decir, los múltiples elementos diversos de la comunidad esparcidos a lo
largo de un gran sistema de valles fueron movilizados y acumulados bajo
presión, tras los muros macizos de la ciudad. Hasta las gigantescas
fuerzas de la naturaleza fueron sometidas a la dirección humana
consciente: decenas de miles de hombres se ponían en acción como una
sola máquina bajo un control central y construían
acequias, canales, montículos urbanos, zigurats,
templos, palacios y pirámides, en una escala hasta
entonces inconcebible. La ciudad fue el receptáculo
que determinó esta implosión y que, a través de su
misma forma, mantuvo unidas las nuevas fuerzas,
intensificó sus reacciones internas y elevó en conjunto
el nivel de realizaciones. Bajo la presión de una
institución rectora: la monarquía, una multitud de
diversas partículas sociales, largo tiempo separadas y
centradas en sí mismas, cuando no mutuamente
antagónicas, fue reunida en una zona urbana
concentrada… En esta implosión urbana, el rey está
en el centro: es el imán que atrae al corazón de la
ciudad y pone bajo el control del palacio y el templo
todas las nuevas fuerzas de la civilización."

¿Fue la ciudad un producto evolutivo o


revolucionario?
"La ciudad se forma como un proceso evolutivo. La transformación que
trato de describir fue inicialmente llamada por Gordon Childe revolución
urbana. Esta expresión hace justicia al papel activo y de importancia
crítica de la ciudad; pero no indica con exactitud el proceso. Pues una
revolución implica trastocar las cosas y un movimiento progresivo
separado de las instituciones gastadas que se dejan atrás. Creo que, en
lugar de relegar al olvido elementos más primitivos de la cultura, el
surgimiento de la ciudad los reunió aumentando su eficacia y su
alcance."

¿De qué manera las condiciones del territorio fueron determinantes


en la formación de ciudades?

"La ciudad es el producto de una enorme movilización de vitalidad, poder


y riqueza que, en un principio, estuvo limitada necesariamente a unos
cuantos grandes ríos, en regiones excepcionalmente propicias. La ciudad
parece haber surgido en unos pocos valles grandes fluviales: el del Nilo,
el del Tigris-Éufrates, el del Indo,  y el de Hwang-Ho. Una vez que se
desecaron las ciénagas y se reguló el nivel de las aguas, la tierra de
estos valles resultó muy fértil… Los mismos ríos fueron los primeros
caminos: cinturones móviles de agua, de mil kilómetros de largo en
Egipto y la Mesopotamia, de mil seiscientos kilómetros en el valle del
Indo. Los ríos formaron un sistema vertebral de transporte que sirvió de
modelo para la acequia destinada a la irrigación y para el canal; en tanto
que sus súbitas crecientes o periódicas inundaciones hicieron necesario
que los cultivadores aldeanos se congregaran para reparar los daños
causados por las tormentas, para guiar el agua por sus campos a fin de
guardarse de la sequía, para crear toda una red de represas, canales y
obras de irrigación. La construcción de estas obras demandó un grado de
contacto social, colaboración y planeamiento a largo plazo que la vieja
cultura autónoma de la aldea no requería ni fomentaba. Por ejemplo, en
la Mesopotamia sus habitantes empezaron a construir redes locales de
acequias y canales para la irrigación, y lugares de vivienda con
terraplenes. La administración del agua era el precio de la supervivencia
comunal y la productividad agrícola reposaba en una vigilancia incesante
y un esfuerzo colectivo. Cuando ya el dios de la Tormenta quedaba
apaciguado, el excedente potencial de alimentos y de vitalidad humana
era enorme. De  modo que es natural que, a partir de esta gran 
superproducción sumeria, casi con toda seguridad, y como sostiene
firmemente la mayoría de los arqueólogos especializados en la
Mesopotamia, tomara ese pueblo el primer puesto, comenzando por el
nido de ciudades en las tórridas tierras  del delta próximas al Golfo
Pérsico. Estas ciudades no solo  inspiraron la más remota arquitectura
monumental  con ladrillo en Egipto, sino que en astronomía, escritura,
organización militar, construcción de canales e irrigación, lo mismo que
en materia de comercio y manufacturas, se abrieron camino firmemente;
y a través del comercio, y tal vez de contactos más íntimos, dejaron su
impronta sobre las distintas ciudades del valle del Indo."

Una vez establecidas las primeras ciudades ¿cuáles fueron sus


rasgos físicos originarios?

 1. Aumento de la superficie edificada, aumento de la población y


control social a través de sistemas de comunicación colectiva. 

"Lo primero que observamos es un aumento en la superficie edificada y


en la población. Pero no es solo el número de personas en una superficie
limitada, sino el número que puede ponerse bajo un control unificado,
para formar una comunidad muy diferenciada al servicio de propósitos
que trascienden la crianza y la supervivencia, lo que tiene una
significación urbana decisiva. En el tamaño de las ciudades hay un factor
condicionante que, con excesiva frecuencia, se pasa por alto. Me refiero
no solo a la disponibilidad de agua o alimentos, sino a la extensión de los
sistemas de comunicación colectiva. Platón limitaba el tamaño de su
ciudad ideal al número de ciudadanos a los que pudiera dirigirse una sola
voz; aun así, había una limitación más común en cuanto al número que
podría reunirse en el interior de los recintos sagrados para tomar parte de
las grandes ceremonias anuales. Las primeras ciudades no fueron más
allá de los límites impuestos por la distancia que puede recorrerse a pie o
dentro de la cual puede escucharse un llamado. De esta manera, la
ciudad, a medida que se desarrolla, se convierte en el centro de una red
de comunicaciones… El tamaño posible de la ciudad varía en parte con
la velocidad y el alcance efectivo de las comunicaciones.

    2. Otro rasgo importante fue la organización urbana definida


notablemente por dos elementos de escala monumental: la ciudadela y la
muralla.

       La ciudadela es el depósito de las más ricas reliquias


artísticas y técnicas de la ciudad antigua; ahí el nuevo rasgo de la
ciudad es evidente. Se trata de un cambio de escala, destinado a
amedrentar y anonadar al espectador. Aunque la masa de la
población estuviera mal alimentada y sobrecargada de trabajo, no
se escatimaban gastos para crear templos y palacios, cuyo
volumen mismo y cuyo impulso ascendente dominarían al resto de
la ciudad. Lo que hoy llamamos “arquitectura monumental” es, ante
todo, la expresión de poder y ese poder se exhibe en la reunión de
costosos materiales de construcción y de todos los recursos del
arte, así como en el dominio de toda clase de aditamentos
sagrados. El propósito de este arte era producir un terror
respetuoso, como se nota en la confesión contemporánea que cita
Contenau: ¡Estoy como un muerto, me desmayo después de la
visión del Rey, mi Señor!

       La muralla, nacida de una necesidad simbólica y sagrada,


perduró como uno de los rasgos más prominentes de la ciudad, en
la mayoría de los países, hasta el siglo XVIII. Con la invención de
las artes de exterminio y destrucción colectiva organizada (la
guerra), la muralla se convirtió en una necesidad práctica, no solo
un símbolo, e impuso una forma precisa a la ciudad; sirvió como
recurso militar y como factor de mando efectivo sobre la población
urbana. En el plano estético, trazó una línea cortante y estableció
un contraste nítido entre la ciudad y el campo; en tanto que en el
plano social, subrayaba la diferencia entre ciudadano y forastero,
entre el campo abierto, sujeto a las depredaciones de animales
salvajes, saqueadores nómadas y ejércitos invasores, y la ciudad
perfectamente cercada, donde se podía trabajar y dormir con una
sensación de absoluta seguridad, incluso en tiempos de amenazas
militares. Con una provisión suficiente de agua en el interior y con
una cantidad adecuada de grano almacenado en depósitos y
graneros, la seguridad parecía absoluta. Las puertas que
guardaban estas ciudades ancestrales estaban reforzadas
simbólicamente, lo mismo que el palacio, por enormes imágenes
mágicas del poder deificado. Desde muy temprano, los baluartes
adquirieron la forma que conservarían hasta el siglo XVI de la era
cristiana, o sea, con torres y bastiones que sobresalían de un
cinturón solido de mampostería que produjo un efecto estético
atrevido."
Aparte del palacio, el templo y la muralla ¿qué importancia tuvo el
transporte, el mercado y el sistema de comunicaciones en la
estructura originaria de la ciudad?

    "Los transportes permitieron nivelar los excedentes y tener acceso a


espacialidades distantes: estas fueron las funciones de una nueva
institución urbana, el mercado,  que en sí mismo fue, en gran parte, un
producto de la seguridad y la regularidad de la vida urbana. En las
ciudades de las que proceden los registros más antiguos con que
contamos, vemos que las funciones del mercado  -obtención,
almacenaje, distribución- eran desempeñadas por el templo. Lo que le da
al mercado un lugar permanente en la ciudad es la existencia de una
población bastante grande que ofrezca una vida satisfactoria a
mercaderes con relaciones distantes y costosos artículos de consumo, y
con una productividad local suficiente que permita que el excedente de
productos urbanos sea ofrecido en venta al público en general. Pero,
más importante, a la larga, que la distribución más extensa de los
artículos de consumo en el mercado fue el sistema de comunicaciones
que creció al mismo tiempo. Si el transporte constituía el elemento más
dinámico de la ciudad, aparte de la guerra, la falta del mismo, o la
facilidad con que lo podía desorganizar en el curso de la vía fluvial una
comunidad que negara paso a las embarcaciones, constituyó una
amenaza para su crecimiento y para su existencia misma. No cabe duda
de que esto explica la tendencia de  las ciudades poderosas a extender
sus fronteras y a destruir a aquellas ciudades que pudieran bloquear sus
rutas de comercio: era importante mantener a salvo las “líneas de vida”.
En parte, esto explicaría el camino político del centro urbano hacia el
imperio."

Usted plantea que la guerra como institución nace


con la ciudad ¿Cómo se explica ese fenómeno? 
"La misma implosión que había magnificado los poderes del dios, el rey y
la ciudad, y mantenido las complejas fuerzas de la comunidad en un
estado de tensión, ahondó también las ansiedades colectivas y extendió
los poderes de destrucción… ¿Quién era el enemigo? Todo aquel que
rendía culto a otro dios; que rivalizaba con el poder del rey u ofrecía
resistencia a su voluntad. Así, la simbiosis cada vez más compleja que
tenía lugar en el seno de la ciudad y en su vecino dominio agrícola fue
contrapesada por una relación destructiva y predatoria con todos los
posibles rivales… Casi desde su primer momento de existencia, la
ciudad, a pesar de su apariencia de protección y seguridad, fue
acompañada no solo de la previsión de un asalto desde fuera sino
también de una lucha intensificada en su interior: un millar de pequeñas
guerras se hicieron en la plaza del mercado, en los tribunales. Ejercer el
poder en todas las formas era la esencia de la civilización; y la ciudad
halló decenas de modos de expresar la lucha, la agresión, la dominación,
la conquista… y la servidumbre. A medida que la población  de la ciudad
aumentaba, se hacía necesario extender la superficie inmediata de
producción de alimentos o extender las líneas de abastecimiento y
aprovechar los artículos de consumo de otra ciudad, ya por cooperación,
trueque o comercio, ya por tributo forzado, expropiación y exterminio…
Así, la más  preciosa invención colectiva de la humanidad, la ciudad, a la
que solo precede el lenguaje en la transmisión de cultura, se convirtió
desde el principio en el receptáculo de destructoras fuerzas internas,
orientadas hacia el constante exterminio."

Estela de Naram-Sin rey de Akkad celebrando una de sus victorias.


¿En qué momento la ley y el concepto de justicia empiezan a ser
principios rectores de la ciudad?

"Desde el comienzo la ley y el orden sirvieron como complemento de la


fuerza bruta. Aunque el poder en todas sus manifestaciones, cósmicas y
humanas, era el puntal de la nueva ciudad, cada vez se lo modeló y
orientó más, mediante nuevas instituciones de la ley, el orden y la
urbanidad. En un momento dado, el poder y el control se ennoblecieron
en la justicia. A medida que la misma sociedad se fue secularizando más,
debido a la creciente presión del comercio y la producción, el papel
desempeñado por la ciudad, como sede de la ley y la justicia, de la razón
y la equidad, complementó al que desempeñaba como representación
religiosa del cosmos."

Usted hace referencia a dos funciones de la ciudad: la eterializacion


y la materialización ¿Podría ampliar un poco estos conceptos?

"La eterializacion, término acuñado por  Arnold J. Toynbee, es un


proceso mediante el cual las culturas urbanas trasmutan sus energías 
en formas más elevadas y refinadas; de modo que incluso su bagaje
técnico  se desmaterializa progresivamente, disminuye su volumen o
peso y se simplifica en diseño o funcionamiento… Esta transformación
tiene lugar, en diversos grados, en todos los órdenes. En el caso de las
estructuras urbanas, esto significa un adelgazamiento del recipiente y un
fortalecimiento del imán. Cuando se produce el proceso de eterializacion,
una parte cada vez mayor del medio ambiente, tanto en el espacio como
en el tiempo, queda disponible para el ulterior desarrollo humano,
precisamente porque se lo ha concentrado en forma simbólica. En tanto
que otros organismos solo necesitan del pasado la parte que transportan
en sus genes, y de su medio ambiente la porción que
está concretamente presente, la capacidad del hombre depende de que
tenga acceso a acontecimientos más remotos, recordados o
proyectados, y a partes remotas o inaccesibles de su medio ambiente…
Parece evidente que la eterializacion  constituye una de las principales
justificaciones de la ciudad –pese a que se trata de una justificación
emergente que no contemplaron sus creadores originales y aun hoy no
es apreciada cabalmente. El arte y la ciencia, en todas sus múltiples
expresiones, constituyen los símbolos fácilmente reconocidos de esta
liberación… Pero además, la ciudad desempeña otra función igualmente
importante, la función de materializar. Lo vemos palmariamente al hacer
una recorrida por la ciudad; pues los edificios hablan y actúan, no menos
que la gente que habita en ellos; y a través de las estructuras físicas de
la ciudad, acontecimientos del pasado, decisiones tomadas largo tiempo
atrás, valores formulados y alcanzados, permanecen vivos y ejercen una
influencia. El ritmo de la vida en las ciudades parece estar constituido por
una alternación de materialización y eterializacion… Cuando la vida
prospera, un proceso se alterna con el otro con tanta naturalidad como la
aspiración y la espiración en la respiración… Tanto la estabilidad como la
creatividad son necesarias; y esa combinación ha constituido el don
supremo de la ciudad."

¿Ha sido el arte un rasgo originario de la ciudad?


"En su clásico PRINCIPIOS DE PSICOLOGIA, William James describió
ajustadamente como la casa  y los bienes de un hombre  se convierten a
tal punto en una parte de su personalidad completa como su
conocimiento y sus sentimientos, sus opiniones y sus actos. Si  esto es
válido para el individuo, aun es más valido cuando se trata de la
comunidad; ya que fue por medio de nuevas estructuras estéticas la
ciudad definió la nueva personalidad colectiva que había surgido y
contempló con un nuevo orgullo su propio rostro… En las primeras
ciudades, la vida y la energía humanas fueron traducidas, en forma de
arte, en una escala que antes fue inalcanzable. Cada generación podría
dejar ahora su depósito de formas ideales e imágenes, en altares,
templos, palacios, estatuas, retratos, inscripciones, leyendas talladas o
pintadas en los muros y las columnas, que satisfacían el más remoto
deseo de inmortalidad existente en el hombre, al hacerlo presente en los
espíritus de generaciones posteriores… En la ciudad, los grandes
arquetipos del inconsciente, reyes como dioses, toros alados, hombres
con cabeza de halcón, mujeres como leones, enormemente
engrandecidos, brotaban en arcilla, piedra, bronce y oro. No solo en el
teatro siente el espectador que los actores son más grandes que su
dimensión humana real. Se trata de una ilusión característica que
produce la ciudad, pues el centro urbano es, en realidad, un teatro…
Para que los reyes pudieran ejercer efectivamente los poderes que se
atribuían, necesitaban la atención constante y el aplauso de un denso
auditorio urbano… Acaso no era una de las misiones menos importantes
del arte urbano monumental la de reducir al hombre común a una
posición temerosa, haciéndolo más gobernable, mientras durara la
ilusión."

Usted define la ciudad como teatro ¿Por qué?

"Las actividades características de la ciudad antigua tienen una cualidad


especial: existen en un estado de tensión e interacción que avanza
periódicamente hacia una crisis o una culminación. Esto se encuentra
caracterizado en una fase primitiva del desarrollo urbano por un arte
nuevo, el arte teatral. Hay por lo menos dos fuentes de la tragedia que
preparan su aparición en la ciudad. Una de ellas fue indagada
admirablemente por Jane Harrison en su obra ANCIENT ART AND
RITUAL. En ella la autora muestra como el teatro, la “cosa ejecutada”, se
originó en los arcaicos ritos aldeanos correspondientes  a los ciclos de la
naturaleza, ritos en los que intervenían como actores todos los
aldeanos… Con el traslado de los ritos a la ciudad, los papeles se
ampliaron… Ese tránsito  del ritual al teatro, de lo estable y repetido a lo
dinámico, lo aventurado, lo racionalmente crítico, lo consciente de sí
mismo y reflexivo, y hasta cierto punto no conformista, constituyó uno
de los marcados logros de la ciudad… La ciudad
antigua es por sobre todas las cosas un teatro, donde
la vida corriente asume las características de un
drama… Situación, trama, conflicto, crisis y solución:
he aquí los términos en que el drama representado
traduce la nueva vida que se vive en la ciudad, y,
como reflejo del símbolo, las tensiones y excitaciones
de esa vida asumen, a su vez mayor significación… La
elaboración y reelaboración de personalidades
constituye una de las funciones principales de la
ciudad. En todas las generaciones, cada periodo
urbano proporciona una multitud de nuevos papeles y
una igual diversidad de nuevas potencialidades. Estas
determinan cambios correlativos en las leyes,
costumbres, valoraciones morales, vestimentas y
arquitectura, y, por último, transforma la ciudad como
un conjunto vivo… Solo en una ciudad puede
congregarse todo un reparto de personajes para la
representación del drama humano; y por esto solo en
la ciudad existen diversidad y competencia suficiente
como para dar brío a la trama y llevar a los actores
hasta el grado más elevado de participación diestra e 
intensamente consciente. Elimínense las ocasiones
dramáticas de la vida urbana, las de la plaza, el
tribunal, el proceso, el parlamento, el campo de
deportes, la reunión del consejo y el debate, y la mitad
de las actividades esenciales de la ciudad se
desvanecerá, y más de la mitad de sus significados y
valores disminuirá, si no es que se reduce a cero."

Portada del libro Ancient Art and Ritual. (Jane Harrison; 1913)

Nos gustaría conocer su explicación sobre la presencia del diálogo


como expresión suprema de la vida ciudadana.
"Del ritual y la acción dramática, en todas sus formas, surgió algo muy 
importante: el diálogo humano. Acaso la mejor definición de la ciudad, en
sus aspectos más elevados, consiste en decir que es un lugar destinado
a ofrecer las mayores facilidades para la conversación significativa. El
diálogo es una de las expresiones últimas de la vida en la ciudad: la
delicada flor nacida de su largo crecimiento vegetativo. El dialogo se
desarrolló con dificultad, por cierto, en caso de que se haya desarrollado
en realidad, en el seno de la ciudad arcaica; pues las primeras
comunidades urbanas se basaban, más bien, en el monologo del poder,
y una vez que el precepto sacerdotal o la orden real estaban dados, no
era prudente responder. El diálogo fue el primer paso que se dio fuera de
ese conformismo tribal que constituye tanto un obstáculo para la
conciencia de sí mismo como para el desarrollo… Al igual que tantos
otros atributos emergentes de la ciudad, el diálogo no formaba parte de
su plan o función original; pero lo hizo posible la inclusión de la
diversidad humana dentro del anfiteatro urbano. Esto convirtió el diálogo
en drama. Por su mismo desarrollo de ocupaciones y personajes
diferenciados, la ciudad dejo de ser una comunidad de seres que
pensaban absolutamente igual y eran absolutamente obedientes a un
poder central. “Una ciudad que es de un solo hombre no es ciudad”, dice
Haemon, en la ANTIGONA de Sófocles. Solo donde las diferencias son
valoradas y donde la oposición es tolerada puede la lucha convertirse en
dialéctica; de modo que, en su economía interna, la ciudad es un sitio
donde se desalienta la guerra corporal y se promueve la guerra mental…
Y si una de las funciones más importantes de la ciudad consiste en crear
las condiciones necesarias para el desarrollo del diálogo y el drama, en
todas sus ramificaciones, una clave para el desarrollo urbano debe
resultar evidente: se trata de ensanchar el circulo de aquellos que son
capaces de participar en el diálogo, hasta que, al final, todos los hombres
lleguen a tomar parte en la conversación… En un sentido, el diálogo
dramático constituye, al mismo tiempo, el símbolo más cabal y la
justificación definitiva  de la vida de la ciudad. Por la misma causa, el
símbolo más revelador del fracaso de la ciudad, de su misma inexistencia
como personalidad social, es la ausencia de diálogo, que no es
necesariamente un silencio sino el ruido igualmente fuerte que hace un
coro que pronuncia las mismas palabras  con un conformismo
acobardado, por más que sea complaciente. El silencio de una ciudad
muerta tiene más dignidad que las vocalizaciones de una comunidad que
desconoce tanto el desapego como la oposición dialéctica, tanto el
comentario irónico como la disparidad estimulante, tanto un conflicto
inteligente como una activa resolución moral. Un drama así está
condenado a tener un fatídico final."

¿Cómo explica el contenido utópico y ético de la ciudad?

"La ciudad demostró ser no solo un medio de expresar en términos


concretos la exaltación del poder sagrado y secular, sino que, de manera
que iba mucho más allá de la intención consciente, extendió también
todas las dimensiones de la vida. Tras comenzar como representación
del cosmos, como medio de traer el Cielo a la Tierra, la ciudad se
convirtió en un símbolo de lo posible. La Utopía era parte integrante de
su constitución original… Pese a sus negaciones, la ciudad produjo una
vida significativa que, en muchos puntos, superó magníficamente los
propósitos originales que le dieron existencia. Aristóteles expresa en
palabras la naturaleza de esta transición desde los procesos urbanos
preparatorios hasta los propósitos urbanos emergentes, en términos que
sería difícil mejorar: “Los hombres se reúnen en la ciudad para vivir;
permanecen en ella a fin de vivir la buena vida”. Definir la naturaleza de
la ciudad en cualquier marco cultural específico equivaldría, en parte, a
definir tanto las cualidades locales como las más universales de la buena
vida."

Profesor, creo que este último mensaje es excelente para culminar esta
entrevista. Muchas Gracias.

NOTA: Los párrafos que se han transcrito en esta entrevista imaginaria fueron
extraídos de la obra LA CIUDAD EN LA HISTORIA. Sus orígenes, transformaciones y
perspectiva. Autor: Lewis Mumford. Editorial Infinito.1979

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