Al intentar definir la identidad teológica del sacramento de la confirmación, estamos
ante uno de los problemas más difíciles de la teología sacramentaría (H. Küng). Son problemáticos casi todos los aspectos de este sacramento: Su misma existencia como sacramento autónomo El valor del testimonio del NT La diversidad de tradiciones respecto de la materia, forma y ministro Su relación con el bautismo La variedad de interpretaciones sobre su finalidad y efectos.
La cautela obliga a no perder de vista algunos principios metodológicos que parecen
estar al abrigo de toda sospecha: a. Lo que hoy llamamos confirmación forma parte, desde sus orígenes, del proceso de la iniciación cristiana b. El que la tradición universal relacione la confirmación con el don del Espíritu Santo no es razón para aplicarle sin más todas las referencias a la actividad del Espíritu que encontramos en la Biblia y en la tradición. c. En los primeros siglos, los sacramentos de la iniciación cristiana se presentan formando una unidad litúrgica compacta y que la teología tardó varios siglos en tomar conciencia clara de que uno o varios de los ritos posbautismales constituyen un sacramento autónomo, distinto del bautismo. d. La voz de la liturgia será de utilidad para contrastar y homologar las interpretaciones que encontramos.
Se corre peligro de aplicar al sacramento de la confirmación testimonios que en la
mente de sus autores no se referían a él, sino al conjunto de la iniciación cristiana. Se debe evitar la tautología, volviendo a atribuir a la confirmación efectos que ya han sido afirmados de la primera justificación bautismal.
La primera tarea del teólogo será la de situar correctamente la confirmación en ese
contexto: - Como eslabón intermedio en la cadena iniciática. - Como el segundo sacramento de la iniciación cristiana. - Como prolongación del bautismo. - Como antesala de la Eucaristía.