Está en la página 1de 20

Introducción.

El texto de “Dialogo en el Infierno” es una debate imaginario entre Maquiavelo Y


Montestquieu en el cual la exposición de teorías políticas representa un análisis
contemporáneo donde el comun denominador es el quehacer político.

En este texto observamos de manera por demás cruel que a Política esta en crisis,
ha perdido su dirección y lejos ha quedado la tarea para la cual fue encomendada,
la política ha perdido su brújula, el poder se ha corrompido y corrompe todo lo que
toca, ya no es capaz de dar cabida a la homogeneidad y a la cohesión de sus
diferentes partes, produciéndose así un clima de incertidumbre, de atomización ,
de polarización.

Ante la escena trágica producto del desatino político los Diálogos en el infierno es
hoy una lectura obligada para el Estadista, para el hombre de Estado, para el
Politólogo, así como para el político practico.

La dimensión que toma la política hoy no dista en absoluto del dialogo compartido
entre Maquiavello y Montesquieau pues aun vemos como el despotismo impera en
la esfera política, la tendencia del hombre en el poder se ciñe por el camino de la
corruptela como consecuencia del excesivo uso de la autoridad la cual le ha sido
conferida, donde el gobernante creyéndose un semi – Dios, un todopoderoso
terrenal, por lo que la invitación del dialogo se centra en la impetuosa necesidad
de ponerle limites a la empresa del poder de Estado.
Ideas principales

Maurice Joly, en Diálogo en el Infierno, consigue hacer debatir en el imaginario a


Maquiavelo y a Montesquieu donde se vislumbra el debate clásico entre la tiranía
y el despotismo, un debate, moral ético y político que hoy día aun sigue siendo
motivo de reflexión, el dialogo entre estos personajes antagónicos esta situado en
constante duelo del que tiene el poder y que lo desea y anhela, un debate critico
que se sitúa en los ámbitos del quehacer político actual, donde constantemente se
lleva a cabo la tarea de transitar de la tiranía y el despotismo hacia la democracia.

El transito constante, el anhelo comprende estaciones de paso en las que se


presentan a la vez y como pasajeros aparentemente contradictorios el estado-
nación y la monarquía absoluta. Una lucha, un vaivén constante, que puede
rastrearse desde la secularización del poder, que se entiende como el designo
divino que las autoridades ostentaban para organizar a los hombres dentro de una
comunidad política.

En el dialogo de Maurice Joly resalta la importancia de Maquiavelo, pues a partir


de este se da entrada a la teoría política moderna. Maquiavelo, vive la democracia
de Florencia y conoce al mismo tiempo la oligarquía de Venecia y la monarquía de
Nápoles. Estas formas de gobierno tan contradictorias inducen el pensamiento de
Maquiavelo el cual responde a la concepción divina del poder vigente hasta ese
momento no con una norma moral de la conducta del príncipe, de la política, sino
con una guía empírica de cómo debe actuar éste para prevalecer.

Para Maquiavelo la teoría es la naturaleza humana, igual en todo tiempo y lugar,


dicha naturaleza se caracteriza por ostentar rasgos por demás tozudos, como
característica de la naturaleza humana el hombre tiene como rasgó mal sano la
aspiración al dominio sobre todos los hombres, así como la atracción por el mal, el
mal como acción esta presente en todo momento en la naturaleza, de ahí que el
miedo y la fuerza se imponen siempre a la razón.

Por otro lado la figura de Montesquieu impugna este horizonte con el martillo de
los derechos políticos, anunciando el fin del primer asalto y la derrota de la tiranía
a los puntos. Montesquieu representa el paso necesario y la fe en el progreso,
pugnando por una tendencia social por la igualdad. Montesquieu cree en una
pasión colectiva que sea capaz de reparar la opresión que, más allá de la razón y
del progreso material, comparte naturaleza con la pasión de mando que define al
hombre y determina sus formas de poder.

A partir de esta contextualización de ideas y de autores el dialogo que se presenta


entre estos dos personajes el debate entre ellos parte desde el momento en que
Montesquieu en forma retadora y con lenguaje incisivo emplaza a Maquiavelo a
explicar a partir de qué medios o con qué medios existe la posibilidad de que el
príncipe puede mantener el poder absoluto dentro de sociedades políticas las
cuales descansan sobre instituciones liberales y representativas de la voluntad del
pueblo.

Ante la advertencia y la búsqueda de explicación por parte de Montesquieu,


Maquiavelo responde de la siguiente manera: “El despotismo aparece siempre a
vuestros ojos con el ropaje caduco del monarquismo oriental; yo no lo entiendo
así; con sociedades nuevas es preciso emplear procedimientos nuevos. No se
trata, hoy en día, para gobernar, de cometer violentas iniquidades, de decapitar a
los enemigos, de despojar de sus bienes a nuestros súbditos, de prodigar los
suplicios; no, la muerte, los saqueos y los tormentos físicos sólo pueden
desempeñar un papel bastante secundario en la política interior de los Estados
modernos.”

La respuesta de Maquiavelo es por demás severa ante lo que se refiere al Estado


moderno, pues este en su creación se caracterizo por cometer violentas
inequidades, la maquinaria del estado moderno no puede estar desempeñada a
partir de prodigar suplicios, saqueos, tormentos y muerte, la maquinaria del
estado, no es propiamente la de ser una maquina de castigo.

Diferencias entre el teorico despota y el teorico de la libetad.

A Maquiavelo le causa escozor las civilizaciones de Montesquieu, y haciendo


referencia su momento de vida señala: “En nuestros tiempos se trata no tanto de
violentar a los hombres como de desarmarlos, menos de combatir sus pasiones
políticas que de borrarlas, menos de combatir sus instintos que de burlarlos, no
simplemente de proscribir sus ideas sino de trastocarlas, apropiándose de ellas.”

Maquiavelo diagnostica de esta manera a los gobiernos del Estado moderno,


empero también realiza un diagnostico preciso de la actualidad de los gobiernos,
pues encuentra en la disolución del espacio público el resorte del poder y señala
que:

”El secreto principal del gobierno consiste en debilitar el espíritu público, hasta el
punto de desinteresarlo por completo de las ideas y los principios con los que hoy
se hacen las revoluciones. En todos los tiempos, los pueblos al igual que los
hombres se han contentado con palabras. Casi invariablemente les basta con las
apariencias; no piden más, es posible entonces crear instituciones ficticias que
responden a un lenguaje y a ideas igualmente ficticios.”
El señalamiento por mas fatalista que sea responde de manera cabal a la falta de
interés político del pueblo, que se ha vuelto apático y se contenta con tan poco,
que ha dejado de interesarse por la expectativa del quehacer político real,
contentándose con las pocas migajas que la elite política le arroja.

Por su parte Montesquieu esta convencido de que el progreso es capaz de


revolucionar el modo en que la sociedad llega a organizarse, de esta forma y
gracias al progreso se logra convertir al súbdito en ciudadano, y esto se consigue
a partir de la capacidad que el ciudadano ostenta para elegir, capacidad libre y
fundamentada en la voluntad, de esta forma el ciudadano pasa a ser un sujeto
activo, un sujeto de derecho dejando atrás la pasividad característica de un
subdito.

De esta forma la sociedad se constituirá en nuevos pueblos los cuales tienen y


ostentan la debilidad de darse constituciones que son la garantia de sus derechos,
y es que a partir del progreso la comunidad se ha transformado en nación y el
príncipe en gobernante, pues este alcanza la cima de su civilización, por lo que al
llegar a este punto es capaz de fundar el derecho público y de esta forma el
Estado se dota de instituciones estables y democráticas.

La intención de Montesquieu, no parte de un imaginario, ni una propuesta utópica,


la propuesta no tiene carácter ilusorio respecto a el cambio de la forma del poder,
los fundamentos de Montesquieu nacen a partir de la constitución de la sociedad
mediante una discusión sucesiva y constante, lo cual se inserta en el derecho y
obligación que tiene el ciudadano para deliberar y votar respecto a los
representantes de la nación.
Frente a esta argumentación Maquiavelo replica con un concepto pragmático de la
voluntad política del ciudadano y señala que los gobernados se encuentran
contentos y en armonía con el príncipe cuando éste no contraviene a sus bienes y
a su honor, por lo que si se mantiene un grado de armonía, la tarea del príncipe
será la de combatir a un pequeño numero de descontentos, de rebeldes, de
insatisfechos cuando siempre están contentos con el príncipe cuando éste no toca
ni sus bienes ni su honor, y por lo tanto sólo tiene que combatir las pretensiones
de un pequeño número de descontentos, que le será fácil poner en vereda.

Ante tal argumentación Montesquieu Objeción en un tono optimista hace


referencia al sentido moderno de los derecho político como bines públicos
apreciados de tal suerte que son y corresponden a las características propias e
individuales de cada ciudadano, pues dentro de los bines públicos también se
encuentra explicito el honor de los pueblos al mantenerlos, por lo que al atentar
contra ellos se atenta contra los bines de cada uno de los ciudadanos asi como
contra el honor de los mismos.

Por lo que habría que hacerse la pregunta sobre qué es lo que garantiza a los
ciudadanos su libertad, cuando, estos son despojados de su libertad individual,
atentar contra la libertad es atentar contra el ciudadano es atentar contra el Estado
y la nación.
Conclusión

Sin duda el dialogo entre estos autores es reflexivo y critico El Diálogo es una
defensa del liberalismo, un liberalismo construido con principios gratos al paladar
político actual: elecciones y mercado libres, contención del poder político, libertad
de prensa, de asociación, de culto.

El Maquiavelo de Joly es un autor cínico, el cual no explica y mucho menos da un


tratado de cómo establecer un gobierno despótico poco menos que invulnerable
conforme a una estrategia basada en la manipulación de los principios de la
democracia. El Maquiavelo del Diálogo es una figura con gran capacidad de
transformación. Antes de ser un filósofo italiano y un conspirador judío fue nada
menos que Napoleón III. Joly, contestatario a pesar de todos los riesgos y también
de sus propios miedos, decidió escribir un corrosivo alegato contra el monarca, su
bestia negra.

El Dialogo en el Infierno es también un manual para trepadores, una suerte de


recetario para triunfar en sociedad no lejano al Príncipe maquiaveliano, en la
medida en que ofrece desvelar los mecanismos que mueven la maquinaria social
para que los más ambiciosos usen esa información en su accidentado camino
hacia la cumbre.

En el Diálogo en el Infierno la sociedad aparece retratada como la peor enemiga


del príncipe y de Maquiavelo, pues esta llega a ser seducida sin mayores
esfuerzos por un tirano al que entrega mansamente sus derechos y libertades.
Más alla de los fundamentos de Maquiavelo, Joly rescata que la vida social, es un
estado de guerra permanente en el que el objetivo supremo puede concentrarse
en unas pocas líneas: "¡Triunfar!, ¡trepar!
FRASES MAMALONAS PARA EL INICIO

Percibiríamos muy pronto una espantosa


calma, durante la cual todo se aliaría en contra
de la potencia que vulnera las leyes.
Cuando Sila que quiso devolver a Roma su
libertad, ésta no pudo ya recibirla.

Montesquieu, El Espíritu de las Leyes

El poder ha seducido a los hombres desde los tiempos más remotos. Su


concepción y su practica ha sido heterogénea a través de la historia de la
civilización. Pero nadie en muchos siglos se había aproximado a develar la
naturaleza del poder en forma tan realista y desnuda como Nicolás Maquiavelo.

IDEAS COMPLEMENTARIAS

En la actualidad, las cosas han cambiado y se impone una nueva lectura del texto.
No cabe duda de que el Maquiavelo “infernal” de Maurice Joly se revela como un
verdadero teórico. Expone y desarrolla la idea de un despotismo moderno, no
comprendido en ninguna de esas categorías dentro de las cuales la historia del
siglo XX nos ha enseñado a distribuir los diversos tipos de regímenes posibles, y
menos aún en las categorías de Montesquieu.

El problema propuesto consiste en saber cómo puede injertarse un poder


autoritario en una sociedad acostumbrada de larga data a las instituciones
liberales. Se trata de definir un “modelo” político que difiera de la verdadera
democracia y de la dictadura brutal. Por su parte Montesquieu, el Montesquieu a
quien Joly va a pescar a los infiernos, sostiene la tesis del continuo progreso de la
democracia, de la liberalización y legalización crecientes de las instituciones y
costumbres que habrán imposible el retorno a ciertas prácticas. (¡Ay!, cuantas
veces hemos escuchado ese “imposible” optimista... y cuántas veces, a quienes
me aseguran que las cosas ya nunca volverán a ser como eran antes, desearía
responderles: “Tiene usted razón; serán peores”.) A ello contesta Maquiavelo que
existe otra cosa o que es posible concebir otra cosa en materia de despotismo
que no sea despotismo “oriental”. Y así como el despotismo “oriental”, desde la
muerte de Stalin, ha demostrado ser viable en forma colegiada y sin culto de la
personalidad, al cual se lo creía ligado; así el despotismo moderno, cuya teoría
elabora Joly, parece viable independientemente del “poder personal” al que
nosotros espontáneamente lo vincularíamos. En Francia, ha sobrevivido a De
Gaulle. Que el autoritarismo sea personal o colegiado es una cuestión secundaria;
lo que importa es la confiscación del poder, los métodos que es preciso seguir
para que dicha confiscación sea tolerada –es decir, para que pase en gran parte
inadvertida—por los ciudadanos integrantes del grupo de aquellas sociedades que
pertenecen históricamente a la tradición democrática occidental.

IDEAS AGLOSADAS

El dialogo es llevado a cabo entre Maquiavelo y Montesquieu,  se encuentran en el


infierno.

Comienzan hablando de sus doctrinas, Maquiavelo autor de El príncipe, explica a


Montesquieu,  que la fuerza y la astucia, es un mal necesario para gobernar a los
hombres y explica como haría para convertir, una democracia liberal en un
régimen autoritario, sancionando su propia constitución.

Mientras Montesquieu, autor del Espíritu de las leyes, fiel a su doctrina, las leyes y
la división de poderes y la participación del pueblo, cree que esto no sucederá.

Maquiavelo, explica el método, dice que no piensa violentar a los hombres, sino de
desarmarlos,  no va a combatir sus pasiones políticas, sino que va a borrarlas,
tampoco va proscribir sus ideas sino trastocarlas.
Dice que el secreto es debilitar el espíritu público hasta el punto de desinteresarlo
de toda idea o principio.

Montesquieu horrorizado escucha.

Maquivelo, dice que para dirigir la sociedad, es necesario aturdirla, sumirla en la


incertidumbre en  contradicciones. Destruirá los partidos políticos y la iniciativa
popular etc.

Montesquieu advierte a Maquiavelo que será difícil lo que piensas hacer porque
los medios de comunicación darían cuenta de las intenciones.

Maquiavelo, con respecto a los medios de comunicación, dice que su gobierno se


hará periodista, y que si hay 10 por la oposición el gobierno tendrá 20, por su
puesto el pueblo no debe sospechar nada y aquellos que pretendan hablar un
lenguaje independiente hablaran el mió.

Maquiavelo, Haré decir cosas en contra del pueblo   y las desmentirá. No pienso
escapar a las críticas, siempre que las escuche, sus palabras defenderán la
democracia y la libertad de las personas y las doctrinas del derecho.

Montesquieu, no puede creer, es un atentado a la razón a la verdad y la justicia,


para el todo debe estar dentro de la ley nada fuera de ella.

Este dialogo da cuenta como se manipula la conciencia de la gente.

CRITICA COLOQUIAL

En este escalofriante diálogo imaginario entre Montesquieu y Maquiavelo,


escrito en 1864, Maurice Joly pone a los dos filósofos ante la realidad del
estado autoritario moderno, corrupción de la democracia liberal. En un
mundo Maquiavelizado, Montesquieu queda sin habla. Porque el aliado
numero uno de su interlocutor ya no es la astucia escrupulosa de el Principe
Modelo, sino la apatía política del pueblo sojuzgable."

Encontramos en este libro quizá uno de los mejores tratados sobre teoría política
de los últimos 200 años. Y es que, la historia de este libro, como la de sus
personajes, e incluso la de su mismo autor, son dignos de contar.

El autor fue un opositor a Napoleón III, por lo que su libro y el tuvieron un duro
caminar. En cuanto a los "personajes" del libro, poco que decir, ya que son de
sobra conocidos, tanto ellos como sus logros y "enseñanzas". En sus páginas,
mediante ingeniosos diálogos, Maquiavelo destripa toda su teoría, ante el asombro
de Montesquieu.

En los temas que a mí respecta, dos de esos diálogos trata de la prensa (el único
medio de comunicación de esa época). Las medidas que adoptan Maquiavelo
para el control de prensa son totalmente despreciables, y hoy en día, el lector las
podría tachar de inexistentes, pero lamentablemente, lo que Joly escribió hace 150
años es tan válido para su época como para el día de hoy (esto si que son
profecías, y no las de Nostradamus).

Si alguno tiene la posibilidad de leer estos textos verá como muchas de las malas
prácticas que propone Maquiavelo siguen utilizándose hoy en día, tanto en el
mundo de los medios de comunicación, como en muchas facetas de la política
actual.

Lectura amena y bastante didáctica, que recomiendo para un momento de


reflexión

LO MEJOR:
 La claridad en las exposiciones de los dos personajes
 La descripción que se intenta hacer de la política absolutista de la Francia
decimonónica
LO PEOR:
 Que una obra como esta esté casi descatalogada.......
 El horror que produce pensar que estamos en una sociedad libre y darse
cuenta que seguimos haciendo lo mismo que hace casi dos siglos.

NARRATIVA COLOQUIAL

Este uno de aquellos libros cuya lectura conmociona e invita a continuar leyendo
sin más distracción que dar otro sorbo al café. En esta obra se esboza el diseño y
construcción de un régimen totalitario basado en la irracionalidad de las masas y
una maquinaria estatal de vigilancia y control; escrita a mediados del siglo XIX,
mantiene aspectos y pasajes sumamente actuales. Como tal no se trata de un
escrito académico, sino de un diálogo ficticio, no obstante la obra muestra la sólida
formación clásica y el brillante intelecto de Maurice Joly. El principal matiz de la
biografía de Joly es sin duda su carácter conflictivo y controversial. Abogado
francés, atacó a contemporáneos como Napoleón III y a Jules Grévy. En 1864,
publicó anónimamente en Bruselas, Dialogue aux enfers entre Machiavel et
Montesquieu, que hubo sido introducido de contrabando a Francia, donde el objeto
de la crítica es Napoleón III, personaje histórico que motivó la crítica de Marx en
su Der 18 Brumaire des Louis Bonaparte. Descubierto por la policía francesa y
puesto en evidencia el autor, fue arrestado y puesto en prisión en Sainte-Pélagie.
Progresivamente Joly consiguió aislarse, despreciado tanto por los defensores del
Imperio, como por los republicanos. En Recherches sur l´art de parvenir atacó
vigorosamente a sus contemporáneos más ilustres. Incluso se batió en duelo con
Edouard Lajarriere, con quien había fundado el periódico jurídico Le Palais.
Aunque se declaró así mismo como “social” y “revolucionario” se distanció de la
Comuna de París. A la postre, Diálogo en el infierno fue más conocido por haber
sido plagiado por el redactor del sumamente desacreditado libelo antisemita Los
protocolos de los Sabios de Sion, publicado inicialmente en ruso y redactado en
París probablemente en 1898, cuando Diálogo fue publicado en 1864. Sumido en
la pobreza y enfermedad, el 17 de julio de 1887, Joly se dio un tiro en la cabeza.

El coloquio infernal comienza con el encuentro de un Montesquieu sombrío con


un Maquiavelo vivaz y exultante. Quien fuera llamado en vida “el legislador de las
naciones” resiente la angustia y el pesar infernal, contrastando con Maquiavelo,
quien encuentra en la muerte una condición ideal para vivir en los dominios de la
razón pura. Librados de los menesteres de la vida material, los filósofos pueden
meditar acerca de la historia y devenir de los Estados, además de discutir con los
grandes hombres que hubieron pisado alguna vez la fértil tierra. Maquiavelo es
consciente de la reputación que la historia le concedió en razón de su Tratado del
Príncipe: consejero del despotismo, la tiranía y sus crímenes, objeto de la
maldición de los pueblos. Gaetano Mosca, en sus Elementi di scienza politica
(1896), comenta: “Maquiavelo tuvo por modelo casi exclusivo del Estado a la
ciudad italiana del fin del Cuatrocientos, con sus alternativas de tiranía y anarquía,
en la que el poder se conquistaba o se perdía mediante el juego de violencias y
astucias, que hacía ganar la partida a quien supiera mentir mejor y dar la última
puñalada.” 

No obstante, el Maquiavelo de Joly esgrime como defensa: “No soy yo el fundador


de la doctrina cuya paternidad me atribuyen; es el corazón del hombre. El
maquiavelismo es anterior a Maquiavelo.” Moisés, Salomón, Alejandro de
Macedonia; Rómulo, Julio Cesar, Nerón; Carlo Magno, Teodorico, Hugo Capeto;
Luis XI y Cesar Borgia son los verdaderos fundadores del maquiavelismo.
Maquiavelo considera injusto el reproche que a la postre la humanidad le otorgó,
ya que a modo del físico que busca las causas de la caída de los cuerpos, o el
médico que describe las enfermedades, buscó la verdad no como debería ser,
sino como es. No buscó la verdad moral sino la verdad política. La verdad
sociopolítica fundamental para el sistema de Maquiavelo son los siguientes: El
instinto malo es en el hombre más poderoso que el bueno; el temor y la fuerza
tienen mayor imperio sobre el hombre que la razón; todos los hombres aspiran al
dominio y ninguno renunciaría a la opresión si pudiera ejercerla.

Maquiavelo rechaza cualquier relación de la política con la moral. La fuerza y la


brutalidad constituyen el origen de todo poder soberano. Más tarde surge la ley,
que constituye una reglamentación de la fuerza. La astucia y la violencia son
necesarias para el gobierno de los hombres, de aquellas masas inconstantes y
con un “gusto innato por la servidumbre”, que dejadas a su libre arbitrio sólo
sabrían destruirse. La soberanía popular y el poder constituyente son fuerzas que
abandonadas así mismas transforman la libertad en libertinaje y desenfreno,
momento en el que los pueblos prefieren el despotismo a la anarquía. El hombre
común es presentado como un ser irracional, prejuicioso y movido por las
pasiones, argumento con el que un Hobbes o un Pareto no podrían más que
asentir con total acuerdo. El poder soberano, guiado por las máximas
maquiavélicas, se constituye en una autoridad fuerte, sólida, que puede llevar al
esplendor a su nación, apoyándose más en la espada que en las cartas
constitucionales, lo que permite decir a Maquiavelo que “el bien puede surgir del
mal”. El mal es necesario para el gobierno de los hombres, en tanto éstos no se
conviertan en seres guiados por la razón y la moral. Maquiavelo, reprocha a
Montesquieu el desconocer estos hechos, que hubiera conocido si el rey de
Francia “le hubiese encomendado el más trivial de los asuntos”.

Montesquieu rechaza desde un primer momento el legado del maquiavelismo. En


el debate infernal emplea fórmulas y frases francamente memorables: “¡Si
Sócrates se encontrará aquí para desentrañar el sofisma oculto en vuestra
palabras!” Lo cual no inmuta a Maquiavelo: “La misma ironía de Sócrates no
llegaría a inquietarme, pues Sócrates era solo un sofista que manejaba, con
mayor habilidad que otros, un instrumento falso: la logomaquia.” Montesquieu
comprende que Maquiavelo ha roto irreversiblemente con la filosofía práctica
antigua: la doctrina de la vida buena y justa que procedía pedagógicamente.
Montesquieu comprende que Maquiavelo es un hombre de Estado, enfocado a la
techné del poder, por lo tanto ajeno a cuestiones de moral o derecho; la doctrina
maquiavélica es la expresión de la voluntad de poder: el espíritu de dominio,
astucia y violencia. El uso sistemático de la razón de Estado, teorizada por
Maquiavelo, conduce a la guerra civil, ya que los actos inmorales del príncipe
constituyen el ejemplo práctico para los ciudadanos. Montesquieu considera que
los actos inmorales y brutales de los príncipes en la antigüedad y el Medioevo
existieron a la sombra de la esclavitud y el fatalismo, no obstante pondera la
moderación de las costumbres y una propagación de las luces entre los distintos
pueblos en el desarrollo histórico de la modernidad. Montesquieu es un filósofo de
la ilustración, encuentra una relación entre el despotismo y la ignorancia teórico-
práctica de los principios de la ciencia política entre los Estados Europeos.

Montesquieu es un pensador que pondera las instituciones, no a los hombres. Su


defensa las instituciones y las leyes nos recuerda a Aristóteles, cuando en su Ética
nicomaquea afirma: “Por este motivo no permitimos que gobierne el hombre, sino
la ley, porque el hombre ejerce el poder para sí mismo y acaba por hacerse
tirano.” Instituciones como la igualdad, la separación de poderes, el
constitucionalismo, las libertades individuales, el surgimiento de la prensa y la
noción de publicidad de los actos de gobierno y la articulación de una opinión
pública constituyen referentes centrales del orden social y político moderno. Un
poder absoluto y despótico, la soberanía absoluta de los albores de la
modernidad, teorizado por un Hobbes, no es viable. En El espíritu de las leyes
Montesquieu concluyó que la superioridad de la Constitución inglesa de entonces
consistía en la división e independencia de los tres poderes fundamentales del
Estado: El legislativo, ejecutivo y judicial. Montesquieu, ingenua y erradamente,
para regocijo de Maquiavelo, lleva este argumento a sus consecuencias máximas,
postulando que el despotismo es imposible en los principales pueblos de Europa,
guiados por principios e instituciones que imposibilitan “dictar leyes tiránicamente
y ejercerlas tiránicamente”.

El Montesquieu de Joly sólo tiene noticia de los asuntos terrenales hasta 1847, no
obstante Maquiavelo ha tenido a bien informarse hasta 1864. Para Maquiavelo, el
modelo republicano, la división de poderes y el constitucionalismo pueden ser
quebrados por el principio central de la soberanía popular, ya que éste consagra el
derecho a la revolución. El pueblo, en tiempos de conmoción, puede reclamar su
derecho soberano para ejercer su gobierno y autodeterminación, no obstante “al
cabo de algunos días de locura, los abandonará en manos del primer soldado
aventurero que encuentre en su camino”.

Un Montesquieu escéptico cuestiona a Maquiavelo cómo instalar el despotismo en


las naciones modernas, liberales y constitucionales. Maquiavelo combate dos
principios: la libertad y la soberanía popular. El despotismo se instala en las
sociedades modernas a través de una política que le confiere a esta obra de Joly
una actualidad sorprendente: “El secreto principal del gobierno consiste en
debilitar el espíritu público, hasta punto de desinteresarlo por completo de las
ideas y los principios con los que hoy se hacen las revoluciones.” Se trata de
trastocar, burlar y desarmar a los hombres más que combatir frontalmente o
proscribir sus ideas, se trata de destruir el espacio público y la iniciativa colectiva e
individual. Su lugar es tomado por el Estado totalitario, cuyo soberano se convierte
en “protector, remunerador y promotor”. El soberano es la encarnación del arte de
la astucia y la apariencia. Destruye la voluntad popular y los ideales democráticos
al tiempo que proclama la defensa de estos principios, los destruye por medio de
la maquinaria estatal y por la asesoría de incondicionales abogados, economistas,
banqueros, jurisconsultos, publicistas y hombres expertos en la administración
pública “que conozcan a fondo todos los secretos, todos los resortes de la vida
social, que hayan estudiado al hombre en todos los ámbitos.”

Para desconcierto de Montesquieu, la política absoluta y totalitaria que esboza


Maquiavelo es instrumentada en un régimen republicano. En primera instancia el
dictador surge de una facción en razón de un conflicto social, que culmina en un
golpe de Estado, este personaje llevará “un nombre histórico para estimular la
imaginación de las masas”. Esta estrategia conserva una actualidad sorprendente
aunque con una variación: la identificación e invocación permanente con un
personaje histórico popularmente venerado. Una vez llevado el golpe de Estado,
en seguida se instala una política del terror por medio del ejército y la policía, con
el propósito de pulverizar y destemplar toda resistencia y toda semilla de rebelión.
De esta acción autoritaria, el soberano siempre debe desvincularse y atribuir los
crímenes a las pasiones desatadas por los tiempos convulsos y a los excesos de
la soldadesca.

Enseguida Montesquieu hace ver a Maquiavelo una dificultad relevante para el


régimen totalitario en articulación: la constitución republicana y los derechos
individuales de corte liberal que consagra. La estrategia del dictador es entonces
proclamar una nueva constitución en la que de modo general se declare el
reconocimiento de “los elevados principios del derecho moderno”, aunque sin
nombrarlos ni enumerarlos. Esta constitución no es simplemente proclamada por
el dictador, sino que éste hace un llamado al pueblo para que a través del voto
ratifique o condene a quien se les presenta como un salvador. Para ello instala el
voto popular universal como clave de bóveda para el régimen totalitario: “ No
introduciré ninguna modificación en las bases fundamentales de mi constitución
sin someterlas a la aprobación del pueblo por la vía del sufragio universal.” La
constitución no es discutida en el parlamento, es presentada en bloque y aprobada
a través del voto popular, lo que le confiere una legitimación total. A estas alturas
es claro el personaje histórico que motiva la obra de Joly: Napoleón III. Robert
Michels, en Los partidos políticos, nos informa que Napoleón I, en 1804 se
convirtió en emperador por plebiscito, con 3.521.675 votos a favor y sólo 2.578 en
contra. Napoleón III se proclamó emperador en 1852 con casi ocho millones de
votos. Michels sugiere la falsificación de los resultados de ambos plebiscitos,
como es evidente. Aquí podemos observar la destrucción de la república, que
consigue validarse por medio del voto popular.
En el Estado totalitario el poder se infiltra en todos los resquicios de la sociedad: la
familia, la prensa, las universidades, las organizaciones sociopolíticas de izquierda
y las organizaciones sociopolíticas de derecha, el parlamento, el poder judicial. El
diseño del Maquiavelo de Joly, su astucia y habilidad para corromper y controlar,
sorprende e indigna sumamente a Montesquieu, aún más cuando Maquiavelo
extrae del Espíritu de las leyes algunos concejos prácticos para el régimen
despótico. Montesquieu concibe tal diseño como un atentado contra la humanidad.
Atónito, en una parte del Diálogo, sólo acerta a responder: “esto, lo admito, es
verdaderamente maquiavélico”. Para Maquiavelo no se trata de destruir
directamente al enemigo, sino de infiltrarse en él, de corromperlo y tergiversarlo,
vaciarlo de contenido y reducirlo a un papel dentro de una farsa: “Quienes crean
hablar su lengua, hablarán la mía, quienes crean agitar su propio partido, agitarán
el mío, quienes crean marchar bajo su propia bandera, estarán marchando bajo la
mía.” Al permitir las expresiones superficiales de disenso, de conspiración; al crear
oposición y prensa ficticia o vaciada de contenido, reviste de tolerancia y
magnanimidad al régimen despótico, mientras se instala un régimen de control y
vigilancia total (“en el corazón de mi reino la mitad de los hombres vigilará a la otra
mitad”), mientras se tiene la espada milimétricamente apuntada para desarticular
toda expresión de disenso antes de que ésta conmueva a la opinión pública.

El Estado descrito por el Maquiavelo de Joly mantiene un férreo control y


amordazamiento sobre la prensa y la imprenta. Aquí se describe otra práctica
vigente: el Estado se transforma en la encarnación misma del periodismo y
persigue judicialmente cualquier manifestación del libre pensamiento. La política a
seguir es la misma que Joly sufrió a manos del régimen de Napoleón III: “aquellos
de mis súbditos convictos de haber escrito contra el gobierno extranjero, serán, a
su regreso al reino, buscados y castigados”. Al igual que en el ámbito
sociopolítico, el Estado crea en la prensa una oposición ficticia con el objeto de
aparentar una libertad de crítica y opinión, el Maquiavelo de Joly declara una
sentencia con extrema vigencia: “hoy en día, utilizar la prensa, utilizarla en todas
sus formas, es ley para cualquier poder que pretenda subsistir.”

Esta obra posee una vigencia que sorprende. El régimen totalitario descrito por
Maquiavelo se instala en las sociedades modernas en función del desinterés de
las masas modernas, su enfoque a la vida y los intereses privados, a diferencia de
la libertad de los antiguos y su sólido vínculo con la polis. Para el Maquiavelo de
Joly, no se puede dar por hecho que los pueblos modernos posean una innata
hambre de libertad, sino que el mayor número de ciudadanos declara: “¿Qué me
interesa la política? ¿Qué me importa la libertad? ¿Acaso todos los gobiernos no
son una misma cosa?”; “no soy un Licurgo ni un Graco, porque no vivo entre
espartanos ni entre romanos, vivo en el seno de sociedades voluptuosas, donde el
frenesí de los placeres va de la mano del de las armas”. En función de la apatía y
el desinterés de la población moderna, el régimen totalitario es instalado cuidando
siempre las apariencias, conservando las estructuras y principios de la política y el
derecho moderno y republicana como un simple cascarón. Se conserva el
parlamento, el senado, el poder judicial, el derecho al sufragio, la prensa, pero
subrepticiamente bajo el control total del soberano absoluto, los medios de los que
se vale para ello son escalofriantes, tal como lo siente el Montesquieu de Joly.

El Diálogo en el Infierno de Joly posee aspectos que le otorgan una completa


vigencia, como el control férreo sobre los medios de comunicación, la censura y el
amordazamiento en algunos Estados, cuyo ejemplo más claro es el régimen chino.
Otros considerarían que América Latina proporciona otros ejemplos, pero no
parece válido hacer estas acusaciones cuando se ejerce control sobre medios que
por ejemplo llaman abiertamente al magnicidio o son copartícipes en golpes de
Estado, como sucedió en el caso venezolano, cuyo gobierno llevó acciones contra
estas cadenas televisivas como lo hubiera hecho cualquier nación democrática.
Por otra parte, hay cuestiones que carecen de vigencia en el Diálogo, es
improbable que un déspota actual pretenda instalar un trono y declararse rey o
emperador, o acuñar moneda con su efigie. Pero poco importa las formas que
revista el despotismo, ya que una lectura atenta del Diálogo nos hace ver que el
diseño maquiavélico sabe acomodarse al espíritu de cada época, sabe adecuarse
al lenguaje y costumbres modernos, al tiempo que los desnaturaliza y corrompe.
De tal forma, con un aliento infernal, el Maquiavelo de Joly puede sentenciar: “uno
de mis principios más esenciales es el de acomodarme a todos los tiempos.”

 En este diálogo infernal se esboza el diseño de un régimen totalitario que trastoca
los principios del régimen constitucional y las libertades individuales. Se trastoca la
opinión pública y se instala un régimen despótico plebiscitario con permanente
apoyo popular, a través de políticas salariales benéficas al proletariado. Como
hemos visto, Diálogo en el infierno posee en varios aspectos una sorprendente
vigencia, no obstante sus supuestos básicos descansan en la premisa del
irracionalismo, la escasa ilustración y el desinterés de la mayoría. Un esfuerzo
para evitar este escenario es la política democrática guiada por una fuerte e
ilustrada opinión pública, instituciones democráticas sólidas y un alto nivel
educativo de las masas. No obstante, sabemos que ante este argumento el
Maquiavelo de Joly finalmente sólo podría sonreír con ironía desde algún círculo
infernal, sabiendo que las pasiones humanas darán cuenta del surgimiento de otro
Napoleón III.

También podría gustarte