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XXI

¿OTRO SIGLO VIOLENTO?


Pedro Gómez Bosque
Amado Ramírez Villafáñez
(Directores)

XXI
¿OTRO SIGLO VIOLENTO?
© Pedro Gómez Bosque et al, 2005

Reservados todos los derechos.

«No está permitida la reproducción total o parcial de este libro,


ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna
forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico,
por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso
previo y por escrito de los titulares del Copyright».

Ediciones Díaz de Santos


E-mail: ediciones@diazdesantos.es
Internet://http:www.diazdesantos.es/ediciones

ISBN: 84-7978-692-2
Depósito legal: M. 13.421-2005

Diseño de Cubierta: Ángel Calvete


Fotocomposición e impresión: Fernández Ciudad
Encuadernación: Rústica-Hilo

Impreso en España
Directores
Pedro Gómez Bosque (Profesor Emérito de la Facultad de Medicina de la
Universidad de Valladolid y Filósofo).
Amado Ramírez Villafáñez (Psicólogo Especialista en Psicología Clínica.
Consulta Privada en Valladolid).

Autores
José Antonio Gil Verona (Catedrático del Departamento de Anatomía y
Embriología Humana de la Universidad de Valladolid y Director del
Museo de la Ciencia de la misma Ciudad).
Tomás Palomo (Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario «12 de
Octubre» y Catedrático de la Especialidad).
Álvaro Huidobro (Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario «12 de
Octubre»).
José Carlos Mingote Adán (Jefe de Sección del Servicio de Psiquiatría del
Hospital Universitario «12 de Octubre»).
Pablo García Gañán (Filósofo, Teólogo y Psicólogo Director de la Divi-
sión para el Desarrollo de Personal de Santa Clara, California).
Carlos J. Gonsalves (Psicólogo Clínico en el Departamento de Psiquiatría
Infantil en el «Kaiser Permanente Medical Center» de Santa Clara, Ca-
lifornia).
Tomás Peláez Reoyo (Doctor en Psicología).
Agradecimientos

Los directores de esta obra (Pedro Gómez Bosque y Amado Ramírez


Villafáñez) quieren agradecer muy especialmente la participación de todos
los autores y destacar en concreto los esfuerzos adicionales de Luis José
Fernández, por su integración informática, doña Inmaculada García Ba-
rrientos, filóloga, por la corrección sintáctica y sus siempre acertados con-
sejos de estilo en el capítulo dedicado a la violencia de género y al doctor
don Tomás Palomo para que este trabajo llegue a buen término. Y a muchas
otras personas cuyo nombre no vamos a señalar que han facilitado que
este libro sea posible. Por último queremos dar las gracias a la editorial Díaz
de Santos que ha asumido su publicación.
En defensa y reivindicación
de la tolerancia;
elixir escaso y posible
Índice

1. CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE


LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA
(Pedro Gómez Bosque)

1. Definición de algunos conceptos básicos ................................. 1


1.1. Violencia y agresión ........................................................... 1
1.2. Agresividad. Potencial agresivo ......................................... 2
2. Formas y tipos fundamentales de violencia y agresión.......... 3
2.1. Los modos de la agresión: violencia directa y violencia
indirecta .............................................................................. 3
2.2. Los tipos de violencia según sus actores ............................ 5
2.3. Tipos de violencia según otros criterios «secundarios» ..... 6
3. Las teorías sobre la génesis de la violencia: la estructura de
la persona como hilo conductor de la clasificación de las te-
orías explicativas de la génesis de la violencia ........................ 8
4. Las teorías sobre la génesis de la violencia (continuación): las
teorías biológicas ....................................................................... 10
4.1. El modelo genetista............................................................. 10
4.2. El modelo endocrinológico................................................. 11
4.3. El modelo neurofisiológico................................................. 11
4.4. El modelo etológico ............................................................ 12

XIII
XIV ÍNDICE

5. Las teorías sobre la génesis de la violencia (continuación): las


teorías psicológicas sobre el condicionamiento de la agresión. 20
5.1. La hipótesis de la frustración-agresión ............................... 20
5.2. La hipótesis que postula la existencia de un impulso de
agresion primitivo y autóctono ........................................... 21
5.3. La hipótesis de la maduración insuficiente del super-ego .. 23
5.4. La teoría del aprendizaje social de la violencia .................. 24
5.5. Reflexiones críticas............................................................. 25
6. Las teorías sobre la génesis de la violencia (continuación): las
teorías socioculturales............................................................... 30
6.1. La concepción sociológica del suicidio según Emil Durk-
heim .................................................................................... 31
6.2. La concepción sociológica de los conflictos y de la violen-
cia según Carlos Marx y Ralf Dahrendorf .......................... 33
6.3. El concepto de personalidad básica y condiciones culturales
que facilitan la génesis de una personalidad básica agresiva 39
6.4. La sociogénesis de la violencia según Pitirim A. Soroikin 44
6.5. La sumisión a la autoridad como fuente de violencia. Co-
mentario de las experiencias de Stanley Milgram .............. 54
7. Las teorías sobre la génesis de la violencia (continuación): in-
tento de síntesis.......................................................................... 61
Bibliografía........................................................................................ 64

2. NEUROPSICOBIOLOGÍA DE LAS CONDUCTAS


AGRESIVAS
(José Antonio Gil-Verona)

1. Introducción .............................................................................. 67
2. Definición de la violencia y agresión ....................................... 68
3. Agresividad. Potencial agresivo ............................................... 69
4. Formas y tipos fundamentales de violencia y agresión.......... 69
4.1. Según los modos de la agresión.......................................... 69
4.2. Según sus actores ................................................................ 70
4.3. Según otros criterios ........................................................... 70
5. Las teorías sobre la génesis de la violencia ............................. 71
6. Modelos neurobiológicos para explicar las conductas agresi-
vas................................................................................................ 71
6.1. Genéticos-neuroquímicos ................................................... 71
6.2. Modelo endocrinológico ..................................................... 73
ÍNDICE XV

6.3. Modelo etológico ................................................................ 76


6.4. Modelo neurobiológico....................................................... 78
7. Conclusiones .............................................................................. 80
Bibliografía........................................................................................ 81

3. BIOLOGÍA DE LA AGRESIVIDAD Y ENFERMEDAD


MENTAL
(Tomás Palomo y Álvaro Huidobro)
1. Introducción .............................................................................. 85
2. Orígenes biológicos de la agresividad humana....................... 86
3. Neuroanatomía de la agresividad ............................................ 89
3.1. Regulación troncoencefálica de la agresividad................... 89
3.2. Hipotálamo y agresividad ................................................... 89
3.3. Regulación de la agresividad por la corteza temporolímbi-
ca y la amígdala .................................................................. 91
3.4. Agresividad y corteza prefrontal ........................................ 93
3.5. Papel de la asimetría hemisférica en la regulación de la
agresividad .......................................................................... 94
4. Neuroquímica de la agresividad .............................................. 95
4.1. Serotonina ........................................................................... 95
4.2. Acetilcolina......................................................................... 96
4.3. Noradrenalina y dopamina.................................................. 96
4.4. GABA ................................................................................. 97
4.5. Testosterona y otros andrógenos ........................................ 97
5. Agresividad, violencia y enfermedad mental.......................... 99
5.1. La violencia del enfermo mental: mito y realidad .............. 99
5.2. Abuso de sustancias ............................................................ 100
5.3. Trastornos de personalidad ................................................. 101
5.4. Psicosis ............................................................................... 101
5.5. Comentario final ................................................................. 103
6. Tratamiento de la agresividad y del comportamiento vio-
lento............................................................................................. 103
Bibliografía........................................................................................ 105

4. VIOLENCIA DE GÉNERO
(José Carlos Mingote Adán)
1. El problema ............................................................................... 107
2. Concepto de violencia de género.............................................. 109
XVI ÍNDICE

3. Los orígenes de la violencia de género .................................... 113


4. ¿Violencia sexual o de género? ................................................ 116
5. El agresor ................................................................................... 120
6. El tratamiento del agresor........................................................ 129
7. El tratamiento de la víctima ..................................................... 132
7.1. Lesiones físicas..................................................................... 132
7.2. Lesiones psicológicas ......................................................... 133
7.3. ¿Que puede hacer el personal sanitario ante la sospecha de
un caso de violencia de género? ........................................... 135
7.4. Actitudes y habilidades que favorecen la comunicación con
la «paciente» a la que se respeta y considera «agente» de su
propia vida y salud personal ................................................. 136
7.5. Valoración de lesiones y daños........................................... 137
7.6. Informe médico................................................................... 137
7.7. Tratamiento......................................................................... 138
8. Prevención de la violencia de género....................................... 143
9. Conclusiones .............................................................................. 145
Bibliografía........................................................................................ 146

5. VIOLENCIA EN LOS LUGARES DE TRABAJO


(Pablo García-Gañán)

1. Introducción .............................................................................. 149


2. Definiciones y clases de violencia laboral................................ 152
3. Magnitud de este fenómeno...................................................... 155
4. Violencia en diversos puestos de trabajo ................................ 157
4.1. Violencia en los servicios médicos..................................... 157
4.2. Violencia en los centros de educación................................ 160
4.3. Violencia en ambientes laborales conflictivos ................... 162
4.4. Violencia doméstica y violencia laboral............................. 163
4.5. Violencia laboral a distancia............................................... 164
5. Consecuencias de la violencia laboral ..................................... 167
6. Causas del aumento de violencia en los lugares de trabajo... 168
6.1. Sociedad conflictiva............................................................ 169
6.2. Sociedad violenta................................................................ 170
6.3. Transformaciones y cambios en el mundo laboral ............. 171
6.4. El síndrome del «avestruz»................................................. 172
6.5. Trastornos mentales y enfermedades mentales................... 173
ÍNDICE XVII

6.6. Ambientes laborales antagónicos ....................................... 176


6.7. Factores de organización .................................................... 177
7. Finalidad de los actos violentos................................................ 179
8. Plan de prevención y de intervención...................................... 180
9. A modo de conclusión ............................................................... 189
Apéndice I: Investigación de amenazas de violencia....................... 190
Apéndice II: Lista para recoger información en caso de amenaza de
bomba ........................................................................... 190
Apéndice III: Evaluación del riesgo de violencia............................... 192
Bibliografía.......................................................................................... 196

6. LA VIOLENCIA DE ESTADO
(Pablo García-Gañán y Carlos J. Gonsalves)

1. Introducción .............................................................................. 197


2. ¿Qué es la violencia de estado? ................................................ 198
3. Estudios sobre la violencia de estado....................................... 199
4. La orquestación de la violencia de estado ............................... 200
5. ¿Qué es la tortura?.................................................................... 201
6. Fines y propósitos paralelos de la tortura............................... 203
7. ¿Cómo se ha desarrollado la tortura?..................................... 203
8. Efectos de la tortura.................................................................. 204
9. Ayuda a los sobrevivientes ....................................................... 206
10. Tratamientos de rehabilitación................................................ 207
11. Impunidad y justicia ................................................................. 209
12. A modo de conclusión ............................................................... 210
Bibliografía.......................................................................................... 212

7. EL DEBER DE EDUCAR LA AGRESIVIDAD


(Tomás Peláez Reoyo)

1. Introducción .............................................................................. 215


1.1. La educación ....................................................................... 217
1.2. Modos de orientar la agresividad........................................ 219
XVIII ÍNDICE

2. Aproximación conceptual......................................................... 220


2.1. Conceptos de agresividad ................................................... 220
2.2. Bienestar-competitividad .................................................... 222
2.3. Definición de agresividad ................................................... 223
2.4. Agresividad y violencia ...................................................... 224
3. Origen de la conducta agresiva................................................ 225
3.1. Etología............................................................................... 225
3.2. Aprendizaje......................................................................... 226
3.3. Fisiología ............................................................................ 227
3.4. Frustración .......................................................................... 227
3.5. Imitación de modelos.......................................................... 228
3.6. Educación ........................................................................... 229
4. Educación y agresividad ........................................................... 230
4.1. Valores ................................................................................ 231
4.2. La identidad ........................................................................ 232
4.3. La educación se centra en hijos y padres............................ 235
5. Conductas agresivas y delito .................................................... 241
5.1. Competitividad ................................................................... 242
5.2. Dominio y posesión ............................................................ 243
5.3. Chantaje afectivo ................................................................ 243
5.4 «Curva de descarga»........................................................... 244
5.5. Los atentados a la propiedad............................................... 244
5.6. Los delitos violentos ........................................................... 245
5.7. Los delitos sexuales ............................................................ 245
5.8. El terrorismo ....................................................................... 246
6. Conclusión: cómo proceder...................................................... 247
Bibliografía........................................................................................ 250

8. IDENTIFICACIÓN DE CLAVES DESACTIVADORAS


DE LA CONDUCTA AGRESIVA
(Amado Ramírez Villafáñez)

1. Introducción .............................................................................. 253


2. Sentimientos infanto-juveniles y violencia .............................. 255
3. Violencia y carácter .................................................................. 259
4. La posibilidad de modificar el modo de ser ............................ 262
5. Reacciones violentas, genética y ambiente .............................. 263
6. La obligación y el reto de encauzar la agresión...................... 265
ÍNDICE XIX

7. Contra el mito de la «irrefrenable impulsividad de la agre-


sión.............................................................................................. 266
8. Apagar la «hoguera» cuando se inicia el «fuego» .................. 267
9. Buscando señales y signos de violencia ................................... 269
9.1. Contrariedades iniciales y primeros indicios ...................... 269
9.2. ¿Existe una violencia «justa»?............................................ 270
9.3. Familia y erradicación de actitudes agresivas .................... 272
9.4. Agresión y desconfianza social .......................................... 274
10. Contrarrestar la violencia ........................................................ 278
10.1. Defendiéndose de la agresión ........................................... 278
10.2. Las violencias grupales ..................................................... 280
11. Relaciones formales e informales y conflictos ........................ 282
11.1. La lucha por el liderazgo: el riesgo de la manipulación y
los «acosos» ...................................................................... 285
12. Violencia y delincuencia ........................................................... 301
Bibliografía.......................................................................................... 306
1
Consideraciones generales
sobre la agresividad
y la violencia

Pedro Gómez Bosque


Profesor Emérito de la Facultad de Medicina
de la Universidad de Valladolid y Filósofo

1. DEFINICIÓN DE ALGUNOS CONCEPTOS BÁSICOS

En las líneas que siguen utilizaremos frecuentemente los términos «vio-


lencia», «agresión» y «agresividad» y por ello parece oportuno intentar
definir el sentido que tienen estas palabras para nosotros.

1.1. Violencia y agresión

Violencia y agresión son términos sinónimos que designan una misma


realidad; por esto nos limitaremos a fijar el sentido de la palabra «violencia»
pues lo que digamos de ella tiene validez para la agresión.
El concepto de «violencia» puede tener diferentes niveles de generali-
zación y abstracción:
1.o En su forma más abstracta «violencia» significa la potencia o el
ímpetu de las acciones físicas o espirituales. Así, la violencia de una explo-
sión atómica indica la intensidad de las fuerzas físicas liberadas en este fe-
nómeno natural, y la violencia de una pasión indica, de manera similar, la
vehemencia con que una persona se apresta a conseguir aquello que desea.
2.o En un sentido más concreto la «violencia» puede ser definida
como la fuerza que se hace a alguna cosa o persona para sacarla de su es-
tado, modo o situación natural.
Si se admite, como así lo admitimos nosotros, que todo ser tiene una na-
turaleza propia entonces debemos admitir que la persona, el ser más com-
1
2 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

plejo de la creación, tiene también una «esencia humana» (en parte natural
y en parte ideal) a la que deben ajustarse sus comportamientos individuales
o sociales. Sobre la línea de este supuesto debemos entonces calificar como
violencia todo acto que atente contra esta naturaleza esencial del hombre y
que le impida realizar su verdadero destino, esto es, lograr la plena huma-
nidad. Así, la institución de la esclavitud en la cultura grecoromana era una
institución violenta ya que impedía al esclavo el acceso a la libertad jurídi-
co-política, libertad que constituye uno de los componentes fundamentales
de la naturaleza ideal del ser personal. La enajenación producida por la es-
tructura de la sociedad industrial capitalista contemporánea es otro ejemplo
de violencia esencial. Según Fromm (al que nos adherimos) la naturaleza
humana se colma cuando el individuo es capaz de amar, crear, razonar y ve-
nerar un «objeto» que merece auténtica devoción; pues bien, la sociedad ca-
pitalista no tiene en cuenta la naturaleza del hombre, frustra las necesidades
esenciales de la persona impidiéndola resolver positivamente sus más caros
anhelos y deforma así su carácter ideal; en esto consiste, en último término,
la enajenación, y tal enajenación, repetimos, es una modalidad muy grave de
violencia esencial.
3.o Por último, en un nivel semántico más preciso y restringido, vio-
lencia es la acción o el comportamiento manifiesto que aniquila la vida de
una persona o de un grupo de personas o que pone en grave peligro su
existencia. Violencia es, por tanto, agresión destructiva e implica imposi-
ción de daños físicos a personas o a objetos de su propiedad y ello en
cuanto que tales objetos son medios de vida para las personas agredidas o
símbolos de ellas.
De lo que acabamos de decir se deduce que la violencia destructiva no
es más que una variedad de la violencia esencial. No obstante, en nuestra
ponencia nos ocuparemos única y exclusivamente de la violencia destruc-
tiva; lo hacemos así para acotar el tema ya que el tratamiento exhaustivo de
la violencia esencial nos obligaría a entrar en amplias disquisiciones que
alargarían excesivamente nuestra aportación a este trabajo.

1.2. Agresividad. Potencial agresivo

La violencia destructiva o la agresión aniquiladora contra la vida y los


bienes de una persona o de un colectivo humano son comportamientos
manifiestos de la conducta humana.
A diferencia de ello, la «agresividad» es un concepto que se refiere a
una «variable interviniente» e indica la actitud o inclinación que siente
una persona o un colectivo humano a realizar actos violentos; en cuanto tal
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 3

puede también hablarse de «potencial agresivo» de esa persona o de esa co-


lectividad.
El potencial agresivo es un concepto de gran valor pragmático, ya
que en la actualidad existen técnicas psicométricas que permiten medir la
intensidad de la actitud agresiva en un momento determinado de la vida de
un individuo o de un grupo y prever el desencadenamiento de conductas
destructivas. Las técnicas y los métodos apropiados para el descubri-
miento y la medida de tendencias o actitudes hostiles y agresivas se des-
criben exhaustivamente en las publicaciones de Selg H (1964 y 1968). A
este respecto nos interesa únicamente hacer resaltar que en los últimos
años se han introducido nuevos métodos que han enriquecido considera-
blemente nuestro conocimiento del potencial agresivo: nos referimos con-
cretamente a las observaciones realizadas con el test de interpretación de
fotografías de manos (Belscher et al, 1977) y a los datos experimentales
obtenidos por Milgram con la «máquina de agresión» diseñada por Buss
(Milgram S, 1974).

2. FORMAS Y TIPOS FUNDAMENTALES DE VIOLENCIA


Y AGRESIÓN

Los actos de violencia y agresión son muy variados y su tipología pue-


de establecerse siguiendo varios criterios clasificatorios.

2.1. Los modos de la agresión: violencia directa y violencia


indirecta

Si se tiene en cuenta el modo de producirse la agresión puede hablarse,


de acuerdo con Senghaas, de violencia estructural o indirecta y violencia di-
recta o personal.
En la violencia directa (personal) los actos destructivos son realizados
por personas o colectivos concretos y se dirigen también a personas o gru-
pos igualmente definidos.
En la violencia indirecta o estructural no hay actores concretos de la
agresión; en este caso la destrucción brota de la propia organización del gru-
po social sin que tenga que tenga que haber necesariamente un ejecutor con-
creto de la misma.
El concepto de violencia estructural nos parece lo suficientemente im-
portante como para dedicarle un comentario aclaratorio:
4 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

«Las consecuencias de la violencia directa o indirecta, afirma Dieter


Senghaas (1972), pueden ser las mismas. Por ejemplo: ambas formas de
violencia pueden provocar la muerte de personas. Pero la diferencia radica en
lo siguiente: en el caso de la violencia estructural las circunstancias sociales
(tales como injusticias groseras y oportunidades desiguales de poder o in-
fluencia) pueden perjudicar de tal modo a ciertas personas que sus perspec-
tivas de vida se reduzcan drásticamente y sus posibilidades de desarrollo dis-
minuyan de manera notable. Cuando mueren personas de hambre, no porque
se las mantenga alejadas de los medios de subsistencia por una acción cons-
ciente de alguien, sino a causa del reparto desigual e injusto de bienes en una
sociedad determinada (reparto que favorece exageradamente a unos pocos y
que condena a la gran masa de la población a una existencia enfermiza y al
borde del mínimum de lo necesario para vivir) entonces decimos que se tra-
ta de un caso de violencia estructural. Es cierto que a menudo, en estos casos,
élites o minorías dominantes son responsables del mantenimiento de tales es-
tados de injusticia social; pero no obstante la violencia está inscrita de tal
modo en la estructura de estas sociedades que sin necesidad de acciones
violentas directas (ejercitadas por un actor determinado) las personas son
mantenidas en un estado de subdesarrollo físico o psíquico. Una expresión es-
tadística de tal violencia estructural es la baja esperanza de vida de ciertas ca-
pas sociales discriminadas, su elevada mortalidad infantil, la extensión del
analfabetismo, la renta ‘per capita’ baja y otros datos sociales semejantes que
caracterizan especialmente la situación vital de la mayoría de las personas en
los países en desarrollo».

Un ejemplo muy característico de ambos tipos de violencia y de la re-


lación que puede existir entre ambas nos lo ofrece la guerra de los campe-
sinos que estalló en Alemania en el primer cuarto del siglo XVI (1524-
1525). Por aquella época, la propia estructura de la sociedad feudal alemana
ejercía sobre los campesinos un efecto altamente destructivo; la vida del
campesino era poco soportable porque pesaban sobre él una serie de im-
puestos, cargas y limitaciones sociales que estaban oficialmente reconocidas
o permitidas por las instituciones jurídico-políticas; a consecuencia de tal es-
tado de cosas la existencia de los aldeanos estaba puesta en peligro por efec-
to de tal violencia estructural, y de hecho muchos campesinos morían a con-
secuencia de miseria, hambre y enfermedades; nadie en concreto atentaba
contra ellos pero formaban un colectivo humano fuertemente oprimido y
discriminado por la fuerza impersonal de las instituciones sociales. Pues
bien, este estado de violencia estructural, despertó en los campesinos una in-
satisfacción generalizada que provocó el levantamiento de 1524 a 1525, le-
vantamiento que puede ser definido como violencia colectiva directa y que
terminó con el aplastamiento de los aldeanos y la muerte de unas cincuenta
mil personas.
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 5

2.2. Los tipos de violencia según sus actores

Si en vez de atender a la forma de producirse la violencia fijamos la


atención en los actores de la agresión y en los sujetos que la sufren, enton-
ces encontramos los siguientes tipos posibles de actos violentos:

• De un individuo contra él mismo (suicidio).


• De un individuo contra otro individuo (crimen pasional).
• De un individuo contra un grupo (delitos contra la sociedad).
• De un grupo contra un individuo (la pena de muerte).
• De un grupo contra otro grupo (la revolución, la guerra y el terroris-
mo).

Los periódicos, la radio, la televisión y las narraciones históricas nos


ofrecen a diario una gran variedad de ejemplos concretos de estos tipos de
violencia, pues la vida humana real está plagada, por desgracia, de acciones
destructivas y no es preciso bajar a los infiernos para toparse por doquier
con el demonio de la destrucción y de la hostilidad.
Por lo demás, en el mundo ficticio de las narraciones poéticas (y que-
remos hacer constar que el substantivo «ficción» acompañado del adjetivo
«poética» no tiene para nosotros un sentido peyorativo) se presentan tam-
bién modelos idealizados de conflictos humanos y actos de violencia. Tal
sucede, por no citar más que un ejemplo sobresaliente, entre otros muchos,
en el universo fantástico creado por la genialidad de Dostoyevski. En sus
obras abundan el crimen y la violencia sutilmente analizados en lo que res-
pecta a sus motivaciones profundas. Allí encontramos el suicidio ideoló-
gico, difícilmente comprensible por su proximidad al pensamiento esqui-
zofrénico, de Kirilov; el crimen pasional de Rogochin, quien movido por
los celos acaba con la vida de la cortesana Nastasia Filipovna; el crimen
ideológico del estudiante Raskolnikov, que mata a una vieja prestamista no
para robar sino para demostrarse a sí mismo que es un superhombre y
que en cuanto tal está por encima de las limitaciones éticas que solo tienen
validez para las personas vulgares; el asesinato político cometido por el
grupo revolucionario de «Demonios» encabezado por la figura enigmática
y demoníaca de Peter Verchovenski; la despiadada y cruel violencia es-
tructural que la sociedad rusa de aquella época aplica a los condenados a
trabajos forzados que «habitan» el penal de Omsk y que aparece tan ma-
gistralmente dibujada en las Memorias de la Casa de los Muertos; y etc.,
etc. Un etc. que podría prolongarse hasta formar un catálogo tremenda-
mente variado de la pasión destructiva de la Humanidad. No es este lugar
adecuado para realizar un análisis de los personajes violentos imaginados
6 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

por el gran escritor ruso pero creemos que merece la pena bucear en su
obra para estudiar el importante problema de las motivaciones que condu-
cen o invitan a realizar conductas de tipo destructivo. Es más, creemos tam-
bién que la psicología científica oficial ganaría mucho en profundidad y ca-
pacidad de comprensión humana si aparte de utilizar la información
contenida en protocolos de experiencias animales o de observaciones eto-
lógicas tuviese en cuenta además la sabiduría psicológica ingénita de un
Dostoyevski o de otros poetas esenciales que han iluminado los abismos te-
nebrosos del alma humana.
Antes de terminar este tema queremos dejar constancia de que la géne-
sis íntima del crimen, es decir, las distintas etapas que se suceden unas a
otras y que culminan en la decisión de matar (en resumen, el proceso de la
criminogénesis) así como la interpretación psicoanalítica, clínica ampliada
de E. de Greeff y fenomenológica del acto criminal, han sido muy bien ex-
puestos por Hesnard A (1963).

2.3. Tipos de violencia según otros criterios «secundarios»

Aparte de los dos criterios clasificatorios precedentes existen criterios


secundarios que permiten matizar y completar la tipología de la violencia.
Así, frente a la violencia espontánea de un individuo o de una masa está
la violencia organizada, característica de las empresas revolucionarias o de
las guerras internacionales. En los turbulentos acontecimientos de la gran re-
volución francesa y en las guerras que siguieron a esta formidable convul-
sión revolucionaria, la toma de la Bastilla por las masas enfurecidas y las
campañas napoleónicas representan respectivamente casos típicos de vio-
lencia espontánea y violencia organizada.
Frente a una violencia y agresión infantil están los actos destructivos de
los adultos.
Si atendemos al sexo de los actores, habrá lugar a distinguir entre la
agresión masculina y la femenina.
Por último, teniendo en cuenta el «mecanismo» desencadenante puede
hablarse de una violencia normal y una violencia patológica, esta última
puede ser provocada por alteraciones psíquicas primarias o por modifica-
ciones anormales del funcionamiento cerebral.
En la novela de Zola, La bestia humana, Roubaud comete un asesinato
cuyas motivaciones, aunque exageradas por la lente de aumento de la na-
rración poética, son perfectamente comprensibles. Por ello su acto criminal
puede ser ejemplo claro de una agresión normal. En unas pocas líneas llenas
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 7

de acierto psicológico resume Zola el complejo de sentimientos que incitan


a Roubaud a matar al protector libertino de su mujer:
«El furor de Roubaud no se calmaba. Cuando parecía disiparse un poco
volvía de nuevo, como la embriaguez, por grandes olas redobladas que le
arrastraban en su vértice. Ya no era dueño de sí mismo, estaba arrojado a to-
dos los embates del huracán de violencia que le flagelaba el alma y conti-
nuamente caía en la necesidad única e irresistible de calmar la bestia que au-
llaba en el fondo de su ser. Era una necesidad física, inmediata, como un
hambre de venganza que le retorcía el cuerpo y que no le dejaría ningún re-
poso hasta que no lo hubiera satisfecho. Sin cesar se golpeaba las sienes con
los puños y murmuraba con voz angustiada: ‘¿Qué voy a hacer?’. Puesto que
no había matado de inmediato a su mujer ya no la mataría. Su cobardía de de-
jarla viva exasperaba su cólera pues era por cobardía por lo que no la había
estrangulado. Pero no podía retenerla así; entonces, ¿la arrojaría a la calle
para no volverla a ver jamás? Y una nueva ola de sufrimiento le arrastró; una
náusea execrable le sumergió al sentir que ni siquiera haría esto. Por tanto,
¿solo le quedaba aceptar la abominación y llevar de nuevo esta mujer al
Havre para continuar con ella una vida tranquila como si nada hubiera pasa-
do? ¡No!, preferible la muerte, la muerte de los dos, al instant... y ella se tor-
nó acariciante, arrastrándole hacia su cuerpo, levantando sus labios para que
los besase. Pero sentado junto a ella, la rechazó con un movimiento de horror.
‘Ah ¡maldita! de modo que quieres ahora. Hace un momento no querías, no
me deseabas. Y ahora lo deseas para aprisionarme; cuando se sujeta a un
hombre por el deseo sexual se le agarra fuertemente. Pero me quemaría
acostarme contigo; sí, sé que esto me quemaría la sangre como un veneno’.
Roubaud sentía escalofríos. La idea de poseerla, la imagen de sus dos cuerpos
arrojándose sobre el lecho, le atravesó el alma como una llama. Y en la noche
oscura de su carne, en el fondo de su deseo manchado que sangraba, se alzó
bruscamente la necesidad de la muerte. ‘Para no morir de vergüenza por vol-
ver contigo, fíjate, es preciso que mate al otro... ¡Es preciso que le mate, que
le mate!».

En la misma novela el maquinista Jacques Lantier comete un asesinato


incitado por motivaciones patológicas. En efecto, en La bestia humana
Zola estudia detalladamente la locura homicida que se desarrolla lenta-
mente en el joven maquinista. Testigo involuntario del crimen de Rou-
baud deja crecer en su intimidad un deseo patológico de matar que alcanza
su paroxismo en una escena célebre, el combate de Lantier con el fogonero
Pecqueux sobre una locomotora lanzada a todo vapor. Este deseo patológi-
co de muerte asaltó a Lantier desde su niñez:
«Se acordaba muy bien; tenía apenas seis años cuando el mal había to-
mado posesión de él: fue una tarde, cuando jugaba con una niña dos años me-
nor que él; ella cayó al suelo y él vio sus piernas desnudas y se abalanzó so-
bre ella. Al año siguiente recordaba haber afilado un cuchillo para clavarlo en
8 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

el cuello de otra niña, una rubita, que veía todos los días pasar por delante de
su casa. Ella tenía un cuello regordete, rosado, y él había escogido ya el lugar
apropiado: una pequeña mancha morena bajo la oreja. Luego existían otras,
una procesión de pesadilla que había mancillado con su brusco deseo de
muerte; mujeres con las que tropezaba por la calle, mujeres que la casualidad
hacía sus vecinas y, sobre todo, una recién casada sentada junto a él en el te-
atro; reía fuertemente y él huyó, en medio de un acto, para no asesinarla.
Puesto que no las conocía, ¿qué furor podía sentir contra ellas? Cada vez que
lo sentía era como una crisis repentina de rabia ciega, una sed siempre re-
naciente de vengar ofensas muy antiguas de las que había perdido la memo-
ria exacta. Este sentimiento, ¿venía por tanto de tan lejos?; ¿brotaba del mal
que las mujeres habían hecho a su raza?; ¿del rencor acumulado en el macho
desde el primer engaño en el fondo de las cavernas? Y sentía también, en su
acceso, una necesidad de batalla para conquistar la hembra y domarla; el de-
seo perverso de echársela, muerta, sobre sus hombros; como una presa que
se arrebata a otros para siempre. Su cráneo estallaba bajo el esfuerzo y no sa-
bía responderse a sí mismo. En esta angustia de un hombre empujado a co-
meter actos en los que su voluntad no participaba y cuya causa verdadera ha-
bía desaparecido de su conciencia, pensaba que era muy ignorante y que su
cerebro era muy obtuso».

3. LAS TEORÍAS SOBRE LA GÉNESIS DE LA VIOLENCIA:


LA ESTRUCTURA DE LA PERSONA COMO HILO
CONDUCTOR DE LA CLASIFICACIÓN DE LAS TEORÍAS
EXPLICATIVAS DE LA GÉNESIS DE LA VIOLENCIA

El ser humano, agente y paciente de la agresión, es un ente extremada-


mente complejo constituido por numerosos «componentes» que influyen so-
bre su conducta total.
Utilizando el esquema ontológico desarrollado por Nicolai Hartmann
podemos decir que la persona es un microcosmos en el que están represen-
tados los diversos estratos que componen la realidad. La persona es, en
cuanto agente que se manifiesta en el mundo fenoménico, unidad integrada
de lo material, lo biológico, lo psíquico y lo espiritual.
Por ser una unidad integrada, los diversos estratos que la constituyen se
influencian mutuamente y además, en condiciones normales, existe una
jerarquía entre ellos: en efecto, en la persona normal la capa del espíritu for-
ma como una superestructura que domina las demás, aunque tal dominio no
significa más fuerza sino más capacidad de dirección de los estratos infe-
riores. Veamos brevemente el carácter propio de cada uno de estos compo-
nentes de la persona:
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 9

El estrato material de la persona está representado por la infinidad de


corpúsculos elementales (moléculas, átomos, electrones, protones, etc.,
etc.), que contribuyen a formar la «estofa» de su cuerpo.
El estrato biológico es precisamente ese cuerpo viviente que tiene sus
propias exigencias (necesidades vitales) y que además es el resultado de un
doble proceso histórico: el proceso embriogenético, formador de un ser
individual concreto, y el proceso filogenético que a lo largo de un extenso
lapso temporal ha producido el cuerpo humano a partir de las unidades
elementales vivientes que surgieron en la tierra hace unos tres mil millones
de años. Por sus necesidades corporales y por sus raíces históricas el cuerpo
del hombre está vinculado al animal.
El cuerpo viviente humano es simultáneamente un cuerpo animado,
esto es, un cuerpo provisto de ánima, un cuerpo psíquico y en cuanto tal un
cuerpo capaz de sentir, pensar, querer y emocionarse. Pero lo psíquico hu-
mano tiene también raíces animales, pues parece evidente que lo psíquico es
extensivo a lo viviente; todo cuerpo viviente es, simultáneamente, un cuer-
po animado. Ahora bien, en el curso de la evolución el estrato psíquico ad-
quiere a nivel humano un desarrollo y un despliegue tan notables que el
alma humana es incomparablemente más compleja y más rica que el alma
de cualquier animal. No obstante es innegable el hecho de que el psiquismo
humano tiene, como el cuerpo humano, una historia evolutiva filogenética y
que por ello hay aspectos psíquicos del hombre que tienen sus raíces en el
psiquismo animal.
El estrato espiritual es aquella parte del hombre de donde brota lo social
y la cultura. Nicolai Hartmann, en su bello libro El problema del ser espi-
ritual, ha estudiado profundamente los «componentes» y la dinámica del es-
píritu en su triple aspecto: espíritu personal, espíritu objetivo y espíritu ob-
jetivado.
Nosotros, inspirándonos libremente en Nicolai Hartmann, incluímos
dentro de lo social tres hechos fundamentales de la existencia humana, a sa-
ber: la interacción social, el marco de tal interacción, esto es, la unión de in-
dividuos para formar grupos o colectivos humanos, más o menos complejos,
y la organización jurídico-política de esos grupos.
Por su parte la cultura está constituida por el conjunto de valores (esté-
ticos, morales, religiosos, etc.), que orientan la interacción social y que se
plasman parcialmente en normas jurídicas, por el conjunto de saberes (cien-
tíficos o filosóficos) y de técnicas productivas o de dominio de la naturale-
za ligadas estrechamente a aquellos saberes y, por último, por el lenguaje,
medio general de la cultura e instrumento eficacísimo de transmisión de la
misma.
10 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

Teniendo en cuenta esta estructura compleja de la persona se entiende


fácilmente que a la hora de intentar comprender el origen de la violencia se
hayan elaborado multitud de hipótesis explicativas. Tales hipótesis pueden
agruparse en tres tipos fundamentales de acuerdo con la importancia que
conceden a cada uno de los «componentes» del ser humano en la génesis de
la conducta agresiva. Estos tres tipos fundamentales de teorías explicativas
son:

• Los modelos biológicos.


• Los modelos psicológicos.
• Los modelos socioculturales.

En los apartados que siguen (puntos 4 a 6) expondremos con cierto


detalle los rasgos más importantes de cada una de estas teorías y en el Ca-
pítulo 7 intentaremos hacer una síntesis para poner de manifiesto la conca-
tenación causal de los diversos factores que intervienen en la génesis de la
violencia.

4. LAS TEORÍAS SOBRE LA GÉNESIS DE LA VIOLENCIA


(CONTINUACIÓN): LAS TEORÍAS BIOLÓGICAS

Las teorías biológicas sobre el origen de la agresión tienen en común


buscar en el estrato biológico de la persona y en su historia filogenética los
factores condicionantes o desencadenantes de la conducta hostil y de la
agresividad.

4.1. El modelo genetista

Los genetistas han descubierto que ciertas formas de criminalidad y


agresión patológica parecen estar en relación con alteraciones de la fórmula
cromosómica. Individuos masculinos de talla elevada, cociente intelec-
tual bajo y fórmula cromosómica X Y Y tienen una mayor tendencia a
mostrar conductas antisociales que los sujetos de constitución cromosó-
mica normal.
Desde la primera referencia científica sobre este problema, publicada en
la revista Nature (1965, 208: 1351) por Jacobs et al, hasta la fecha se han
realizado numerosos intentos para confirmar el efecto agresivo de un exce-
so de cromosomas. Ferreyra Moyano ha hecho una buena síntesis de la si-
tuación actual y por ello citamos sus palabras:
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 11

«De todos estos estudios se puede concluir que si bien la anormalidad


cromosómica X Y Y es un factor que predispone a la conducta antisocial no
parece ser, sin embargo, un elemento determinante de la misma. En este
sentido podría aventurarse la hipótesis de que el cerebro de los sujetos por-
tadores de un cromosoma Y extra estaría ‘semiprogramado’ para la con-
ducta antisocial y agresiva pero que esta se manifiesta en toda su amplitud
cuando a dicha anomalía genética se suman una serie de elementos ambien-
tales adversos que incidirán en forma por demás severa sobre una personali-
dad menoscabada por el trastorno cromosómico. No es aún conocido el me-
canismo íntimo por el cual el síndrome X Y Y se traduciría en ciertos tipos
de conducta agresiva y antisocial; no obstante existe suficiente evidencia
para permitir adelantar la tesis de que posiblemente la anormalidad genética
influiría de manera adversa en el desarrollo y en el funcionamiento de los cir-
cuitos cerebrales relacionados con el control y la regulación de la conducta
violenta». (Ferreyra Moyano H, 1972).

4.2. El modelo endocrinológico

Los endocrinólogos se han esforzado por investigar las correlaciones


existentes entre la conducta agonista y la función de las glándulas endocri-
nas.
Datos recogidos en la clínica, humana y otros procedentes de la experi-
mentación animal indican claramente que los andrógenos, la progesterona
y las aminas biógenas (adrenalina, noradrenalina, dopamina, serotonina y
acetilcolina), contribuyen a modular (en sentido positivo o negativo) la
función de los circuitos cerebrales de los que dependen las conductas emo-
cionales en general y las agonistas en particular.
Recientemente Conner ha publicado una extensa y exhaustiva revisión
de los resultados obtenidos en diversas circunstancias experimentales. El
lector interesado en ahondar sobre este aspecto de la conducta agresiva
consultará con fruto esta publicación (Connor RL, 1972).

4.3. El modelo neurofisiológico

Los neurofisiólogos, utilizando refinadas técnicas de excitación o des-


trucción de ciertas zonas del neuroeje, han demostrado que los componen-
tes agresivos, especialmente el complejo «huída-defensa-ataque», están
como «grabados» en la máquina nerviosa y listos para su desencadena-
miento cuando lo requieran las circunstancias ambientales.
En los puntos especializados de este trabajo trataremos por extenso la
psiconeurofisiología de la violencia y por ello nos conformamos con decir
12 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

ahora que el «sistema límbico» cerebral constituye el substrato nervioso de


la agresión.

4.4. El modelo etológico

Finalmente, los etólogos han estudiado lo que se ha dado en llamar la


«historia natural» de las conductas agresivas para descubrir su sentido be-
néfico en las sociedades animales, intentar comprender su desviación a ni-
vel humano y aportar sugerencias prácticas destinadas a remediar los efec-
tos nocivos de la conducta violenta del ser humano.
K. Lorenz, en numerosas publicaciones, ha expuesto de manera inge-
niosa y brillante la concepción etológica de la agresión. En su conocida obra
El llamado mal. Historia natural de la agresión presenta una panorámica
muy sugestiva de los «beneficios» que reporta la agresividad intraespecífi-
ca para la organización de las sociedades animales y además, en los dos ca-
pítulos finales, intenta explicar cómo se ha producido una alteración de es-
tas funciones benéficas en las sociedades humanas.
Los libros y las publicaciones «menores» de Lorenz son muy ricos en
sugerencias y por ello resulta difícil hacer un resumen de las ideas más im-
portantes contenidas en ellos; no obstante (y a pesar del peligro de una sim-
plificación excesiva) intentaremos exponer en unos cuantos enunciados,
brevemente comentados, las nociones básicas del modelo de la agresión de-
sarrollado por el insigne etólogo austríaco.

4.4.1. La pulsión de agresión es una pulsión primitiva


(no derivada) que se descarga espontáneamente

Algunos biólogos, especialmente los biólogos cuyo pensamiento se


aproxima al conductismo elemental, piensan que las pulsiones solo se de-
sencadenan bajo el efecto de un estímulo externo adecuado. A diferencia de
ello, Lorenz sostiene (creemos que con razón) que las pulsiones animales
muestran una tendencia a descargarse autónomamente incluso en ausencia
de situaciones y de estímulos adecuados y específicos.
Esta manera de concebir las pulsiones en general tiene también validez
para la pulsión de agresión en particular. En efecto, la pulsión de agre-
sión, tan primaria como las otras pulsiones que forman el «gran parlamen-
to» de los instintos (búsqueda y captura de alimento, búsqueda del compa-
ñero del sexo opuesto y apareamiento, cuidado de la prole, huída, etc.), no
es una «facultad» puramente reactiva. El organismo no espera, como una
máquina, a que se pulse un botón disparador para ponerse en actividad
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 13

sino que se introduce espontáneamente en la situación en la cual puede de-


sarrollarse la pulsión agresiva. Dicho de otro modo, cuando el organismo no
es afectado desde el exterior por estímulos agresógenos se acumula en él un
potencial pulsional similar a la carga de una batería; entonces, si no se
produce una situación desencadenante, desciende el umbral de excitación
hasta que la pulsión de agresión se descarga por motivos nimios.

4.4.2. En el reino animal la agresión intraespecífica realiza


importantes funciones y debe ser considerada como un
«instinto» puesto al servicio de la vida y, como tal,
favorable para la conservación de las especies

Al reconocer la primordialidad de la pulsión de agresión, Lorenz se


aproxima a la doctrina final de Freud pero mientras para Freud el instinto de
agresión o instinto de muerte es algo que se opone al instinto erótico o ins-
tinto de vida, para Lorenz la agresión tiene un evidente sentido utilitario o
benéfico con respecto a la vida del individuo y del grupo.
En efecto, según Lorenz la agresión intraespecífica cumple las siguien-
tes importantes funciones:
• Distribución regular y ordenada de los animales de la misma especie
dentro de un territorio determinado gracias a la repulsión mutua y a la
creación de distancias mínimas entre los individuos y los grupos.
• Selección de individuos aptos para la pelea con sus congéneres y ca-
paces de vérselas exitosamente con enemigos de otras especies. Esta selec-
ción tiene como objetivo fundamental la «creación» de campeones que de-
fiendan efectivamente a las familias y a los pequeñuelos del grupo frente al
ataque de enemigos exteriores.
• Establecimiento del orden social o de la jerarquía social en aquellos
animales que viven en comunidades más o menos complejas.
• Finalmente, servir de motor y motivación en modos de comporta-
miento que a primera vista nada tienen que ver con la agresión y que inclu-
so parecen ser lo contrario a ella. Entre estas formas de comportamiento re-
lacionado con la agresión hay que contar, muy especialmente, la creación de
lazos personales y la constitución de esa forma de unión que Lorenz desig-
na con el nombre de «vínculo».
«El vínculo personal, la amistad entre individuos, solo aparece en los ani-
males de agresividad intraespecífica muy desarrollada; es más, puede afir-
marse que es incluso más firme cuanto más agresiva es la especie. Casi no
hay peces más agresivos que los ciclidos, ni aves más agresivas que los
14 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

gansos. Y el mamífero de agresividad proverbial, ‘la bestia senza pace’ del


Dante, o sea, el lobo, es el más fiel de los amigos. Y entre los animales que
son altamente territoriales y agresivos o sociales y no agresivos, según las es-
taciones, los vínculos personales se limitan a los periodos de agresividad».

4.4.3. Los efectos perjudiciales de la agresividad


intraespecífica (la mutilación grave o la muerte de uno
de los contendientes) quedan paliados por el desarrollo
de conductas altamente refinadas que impiden la
destrucción y el aniquilamiento del enemigo

Entre estas conductas instintivas reguladoras de la agresividad intraes-


pecífica merecen citarse la ritualización y simbolización de la lucha, el de-
sarrollo de gestos de sumisión que detienen el ataque de un enemigo más
fuerte y la aparición de inhibiciones para matar.

4.4.4. A nivel humano la agresión intraespecífica se ha


convertido en una conducta muy perjudicial para la
Humanidad, pues se ha liberado de las trabas
instintivas y no se detiene ante la muerte masiva de
individuos y el exterminio de grupos enteros; los
asesinatos individuales, las revoluciones y las guerras
son testimonios evidentes de este cambio de valor y de
este matiz negativo de la agresión interpersonal

La transformación de la agresión en una conducta «irracional» cuando


en el proceso evolutivo se da el paso del animal al hombre se debe a dife-
rentes causas que Lorenz ha expuesto en el capítulo XIII de: Sobre la agre-
sión. El pretendido mal:
a) La causa primordial de este desplazamiento es el desequilibrio que
se ha producido entre las conductas instintivas, muy poco desarrolladas en
el hombre, y el formidable despliegue del pensamiento conceptual. El an-
tecesor animal del hombre y el hombre primitivo eran seres que carecían de
armas naturales peligrosas y por ello carecían también de comportamientos
instintivos destinados a frenar los efectos nocivos de la lucha. Posterior-
mente, el hombre, gracias al desarrollo del pensamiento conceptual, fue ca-
paz de crear armas de una gran potencia destructiva mientras que sus ins-
tintos sociales y sus inhibiciones naturales quedaron considerablemente
retrasados con respecto a los logros de la razón y del entendimiento. De este
modo se originó un ser que encerraba en sí mismo una contradicción peli-
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 15

grosa, a saber: posesión de armas artificiales eficacísimas y ausencia de in-


hibiciones naturales para matar a sus congéneres.

«En la prehistoria el hombre no necesitaba mecanismos muy desarrolla-


dos que le impidieran aplicar súbitamente golpes mortales, golpes que de to-
dos modos no estaban en su poder. Solo podía utilizar, para ello, las uñas, los
dientes y las manos para ahogar, morder o rasguñar. Pero la presunta víctima
tenía tiempo suficiente de aplacar al atacante con ademanes de humillación y
gritos de miedo. Siendo el hombre, en sus comienzos, un animal débilmente
armado, no había presión selectiva que funcionara y creara las fuertes y se-
guras inhibiciones que impiden el empleo de las pesadas armas de algunos
animales y aseguran la supervivencia de su especie. Pero la invención de ar-
mas artificiales abrió nuevas posibilidades de matar de un golpe y trastornó
gravemente el equilibrio existente entre unas inhibiciones relativamente dé-
biles y la capacidad de matar a sus congéneres. El hombre se halló entonces
en la situación de la paloma que por un cruel juego de la naturaleza se viera
dotada de un pico de cuervo».

b) Otra causa, no menos importante que el desequilibrio entre razón e


instintos, radica en el efecto de lo que pudiéramos llamar distancia espacial
y emotiva entre el verdugo y la víctima.

«La responsabilidad moral (y la repugnancia por el acto de matar que de


ella se deriva) ha aumentado ciertamente desde la invención del hacha de pie-
dra pero, por desgracia, también ha aumentado, y en la misma medida, la fa-
cilidad de matar y, sobre todo, la impunidad emocional, ya que el perfec-
cionamiento en la técnica del acto de matar ha hecho que el agente no sienta
en el corazón las consecuencias de lo que hace. La distancia a que son efi-
caces las armas de fuego protege al matador de las situaciones estimulantes
que sin eso la harían sentir físicamente el horror de las consecuencias. Las
profundas capas emocionales de nuestro ser, ya no registran el hecho de
que apretar el gatillo significa destrozar con el tiro las entrañas de otro indi-
viduo. Ningún hombre mentalmente normal iría jamás a cazar conejos si hu-
biera de matarlos con los dientes y las uñas, es decir, sintiendo plenamente,
emocionalmente, lo que hacía».

Los resultados obtenidos experimentalmente por Stanley Milgram con


la «máquina de agresión» confirman la importancia de la distancia entre
verdugo y víctima y además indican que la distancia entre el verdugo y la
autoridad que ordena a este la realización de castigos peligrosos (incluso
mortales) es también una importante variable que influye decisivamente en
el desencadenamiento de conductas destructivas y en la energía con que es-
tas se llevan a cabo. (Véase más adelante una exposición detallada de las ex-
periencias de Milgram).
16 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

c) A las dos causas precedentes hay que añadir, como tercera cir-
cunstancia responsable de la alteración de las conductas agonistas intraes-
pecíficas en el hombre, un aumento considerable de las pulsiones agresivas,
aumento que se debe a una incapacidad de abreación de las mismas. El
hombre vive en sociedad y la sociedad impone al individuo un conjunto de
normas prohibitivas que le impiden poner de manifiesto sus tendencias
hostiles hacia los otros miembros del endogrupo; como consecuencia de ello
se ha acrecentado considerablemente el potencial de agresividad y este po-
tencial puede estallar bajo el influjo de estímulos aparentemente triviales
rompiendo todas las barreras sociales y provocando auténticas catástrofes
destructivas.
d) El cuarto y último factor disruptivo de la agresión en el nivel hu-
mano viene dado por lo que Lorenz llama el entusiasmo militante. Se trata
de una reacción de origen filogenético que tiene también sus raíces en el pa-
sado animal del hombre. El entusiasmo militante hace que un grupo deter-
minado defienda sus normas y sus ritos sociales propios frente a otro grupo
que no tiene los mismos; es más, el entusiasmo militante hace que una co-
lectividad humana intente imponer a otra su concepción general del mundo
y de la vida (su ideología) y no se conforme con la sola defensa de lo que
considera valioso.

«El objeto que el entusiasmo militante está dispuesto a defender ha cam-


biado con el adelanto cultural. Primitivamente se trataba, sin duda, de de-
fender la comunidad concreta de los miembros conocidos individualmente,
unidos por el vínculo de amistad y del amor personal. Al ir aumentando la
unidad social, los ritos y las normas sociales observadas en común por todos
los miembros se convierten en el factor principal de cohesión y automática-
mente se transforman en símbolos de la unidad. Mediante un proceso de au-
téntico condicionamiento y troquelado estos valores abstractos han ocupado
en todas las culturas humanas el lugar del objeto concreto y primario de la re-
acción defensiva común. Este cambio de objeto determinado por la cultura,
tiene consecuencias importantes para la función del entusiasmo militante. Por
una parte, el carácter abstracto de su objeto puede darle un aspecto clara-
mente inhumano y hacerlo francamente peligroso. Por otra parte, ese mismo
carácter abstracto facilita el reclutamiento de voluntades entusiastas al ser-
vicio de valores realmente éticos. Sin la abnegada consagración del entu-
siasmo militante no habría arte, ni ciencia, ni ninguna de las demás grandes
empresas de la Humanidad. El que el entusiasmo sirva para estos altos em-
peños o que el instinto motivador más poderoso del hombre le haga ir a la
guerra por cualquier causa estúpida y abyecta depende casi por completo del
condicionamiento o del troquelado sufrido en ciertos períodos sensibles de su
vida. Hay una esperanza razonable de que nuestra responsabilidad moral
llegue a dominar la pulsión primitiva pero para ello es necesario reconocer
humildemente el hecho de que el entusiasmo militante es una reacción ins-
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 17

tintiva con un mecanismo de desencadenamiento determinado filogenética-


mente y que el único punto donde puede ejercer su control la vigilancia in-
teligente y responsable es el condicionamiento de dicha reacción frente a un
objeto cuyo genuino valor haya sido elucidado por la racionalidad responsa-
ble».

4.4.5. Basándose en este modelo general de la agresión,


Lorenz ha expuesto una serie de reglas prácticas
destinadas a suavizar los efectos destructivos de la
violencia humana

En las páginas finales de: Sobre la agresión, Lorenz reconoce que el


único remedio profundo contra la violencia es el amor y la amistad exten-
didos a todo el género humano. No obstante, Lorenz afirma que el hombre
actual, tal y como está hecho en este momento de la evolución, no puede se-
guir los dictados de ese alto ideal de amor universal.
«Ese mandamiento (la obligación incontrovertible de amor a todos nues-
tros hermanos humanos, sin distinción de persona) no es nuevo; nuestra
raza comprende bien cuan necesario es y nuestra sensibilidad nos hace apre-
ciar debidamente su hermosura. Pero tal y como estamos hechos no podemos
obedecerlo. Solo podemos sentir la plena y cálida emoción del amor y de la
amistad por algunos individuos y con la mejor voluntad del mundo y la más
fuerte nos es imposible hacer otra cosa».

El pesimismo de Lorenz, muy bien expresado en las palabras que aca-


bamos de citar textualmente, se atenúa en cierto modo porque el ilustre etó-
logo cree firmemente que las fuerzas primordiales naturales que modelan el
proceso evolutivo (especialmente la selección natural empujada a nivel
humano por la razón) crearán en un futuro no demasiado lejano un hombre
auténticamente humanitario capaz de amar universalmente.
Pero, podemos preguntarnos, ¿qué hacer en la situación de espera?;
¿nos abandonaremos pasivamente a los dictados de nuestra naturaleza pre-
sente?; ¿no dispone la Humanidad actual de algunas reglas prácticas que
contrarresten en parte los efectos de nuestra agresividad y de nuestra insu-
ficiencia moral?
Según Lorenz sí que existen estas reglas pragmáticas derivadas de un
mejor conocimiento de las concatenaciones causales que determinan nues-
tro propio comportamiento:
«Una de ellas es el estudio psicológico, objetivo, de las posibilidades de
abreacción de la agresividad en su forma original sobre objetos sustitutivos
y ya sabemos que hay métodos mejores que las patadas a latas vacías. La se-
18 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

gunda es el estudio, mediante el psicoanálisis, de lo que se llama sublimación.


Es de esperar que esta forma específicamente humana de catarsis contribuya
mucho a calmar la tensión producida por la inhibición de las pulsiones agre-
sivas. Debemos también mencionar, por más que sea evidente, que el tercer
medio de evitar la agresión es fomentar el conocimiento personal y, si es po-
sible, la amistad entre individuos, miembros de familias o grupos de ideolo-
gías diferentes. Pero la cuarta y más importante medida, que debe ser toma-
da inmediatamente, es canalizar el entusiasmo militante de un modo
inteligente y responsable, o sea, ayudar a las generaciones más recientes
(que por una parte son de tendencias muy críticas y aun suspicaces y por otra
parte están ansiosas de emociones) a encontrar en nuestro mundo moderno
causas verdaderamente dignas de ser servidas con entusiasmo».

En este contexto de medidas generales destinadas a contrarrestar la


violencia Lorenz incluye, como formas específicas, fomentar las competi-
ciones deportivas, suscitar en los jóvenes el entusiasmo militante por los
ideales de la ciencia y del arte y favorecer el desarrollo de una buena dosis
de humor frente a las situaciones de tensión y como medio de desenmasca-
rar falsos ideales.

4.4.6. Reflexiones críticas

No es nuestra intención hacer una crítica de las nociones que han apor-
tado los etólogos sobre la agresión intraespecífica en los animales; para ello
nos faltan conocimientos y la crítica sería un acto de atrevimiento que no
nos creemos con derecho a realizar; además nos parece que las observacio-
nes de Lorenz (y de otros etólogos) son muy acertadas y que representan
una real contribución a un mejor conocimiento de las «costumbres» ani-
males.
En cambio sí que deseamos exponer nuestro punto de vista crítico acer-
ca de las opiniones de Lorenz sobre la agresión intraespecífica humana.
Aceptamos la idea de Lorenz de que en el caso del hombre hay una des-
proporción evidente entre los instintos sociales y el pensamiento conceptual
pero formulamos esta desarmonía en términos distintos a los del biólogo
austríaco.
En efecto, para nosotros, la desarmonía humana es aquella que existe
entre el nivel de educación moral del carácter y el nivel de desarrollo de
conocimientos y de técnicas basadas en esos conocimientos.
Desde los albores de la Humanidad hasta la época presente se ha pro-
ducido un gigantesco salto en las ciencias y en las técnicas pero en cambio
la educación ética del carácter se encuentra en un estadio muy próximo a las
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 19

etapas primitivas de la Humanidad. El hombre actual es infinitamente más


sabio que el australopiteco pero su conducta moral deja mucho que desear a
pesar de que en el curso de la historia han aparecido profetas y genios de la
moral que han predicado sublimes ideales éticos. No es el conocimiento de
los valores humanistas lo que le falta al hombre sino el deseo sincero de
realizarlos.
En esta reformulación de la tesis de Lorenz va implícita una noción muy
importante que forma parte de nuestra concepción general de la persona, a
saber:
La agresión no es un instinto natural fijado de una vez para siempre y
solo modificable en un futuro, más o menos lejano, bajo el influjo de las le-
yes naturales de la evolución. La agresión y la lucha violenta pueden ser el
resultado de una serie de vivencias de tipo emocional o la manifestación de
una actitud demoníaca dirigida primariamente a la producción del mal.
Pero tanto esas vivencias emocionales como esa actitud diabólica brotan de
decisiones personales y no de instintos injertados por la naturaleza en
nuestro ser.
Lo mismo sucede con la actitud de obediencia frente a los ideales mo-
rales. La capacidad de obedecer ideales éticos es, a nuestro modo de ver, el
resultado de un juicio de valor que nos invita a seguir tales ideales por un
acto de libre decisión.
En resumen: con la aparición del hombre en el proceso evolutivo se de-
jan atrás los mecanismos instintivos y la vida accede al reino de la libertad
y de la responsabilidad.
De esta noción de la persona dimana también nuestra concepción de los
remedios que es preciso utilizar para luchar contra la violencia. La agresión
intraespecífica, a nivel humano, es el verdadero mal (no un pretendido
mal) y no podemos esperar pasivamente a que la naturaleza nos haga me-
jores; somos nosotros mismos los que nos tenemos que hacer mejores.
Desde luego aceptamos las reglas pragmáticas que propone Lorenz y reco-
nocemos la utilidad de las mismas. Pero creemos firmemente que no basta
con ello; se trata de remedios superficiales que no calan en profundidad. Es
preciso, a nuestro modo de ver, erradicar el mal de la agresión y de la vio-
lencia, verdadero pecado de la humanidad, y para ello no hay más remedio
que llegar a una auténtica conversión de la persona. Creemos también
que los caminos para el logro de la conversión han sido trazados claramen-
te por las religiones universales de Oriente y de Occidente y por la reflexión
filosófica de los grandes pensadores que han meditado sobre el fenómeno
ético y sus implicaciones.
20 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

5. LAS TEORÍAS SOBRE LA GÉNESIS DE LA VIOLENCIA


(CONTINUACIÓN): LAS TEORÍAS PSICOLÓGICAS
SOBRE EL CONDICIONAMIENTO DE LA AGRESIÓN

Si los biólogos intentan explicar la agresión a partir del estrato corpo-


ral de la persona y de su historia filogenética, los psicólogos, especialmente
los que forman parte de la gran corriente psicoanalítica, pretenden encon-
trar las raíces de la violencia en alteraciones o desequilibrios de las fuerzas
impulsivas que constituyen parte del fondo endotímico de la psique indi-
vidual.
Dejando de lado detalles y diferencias de matices no muy importantes,
las teorías psíquicas de la agresión pueden reducirse a cuatro modelos fun-
damentales, a saber: el modelo de la frustración-agresión, el modelo de la
tendencia o impulso agresivo primario, el modelo de la falta de maduración
del super-yo y el modelo del aprendizaje e imitación.

5.1. La hipótesis de la frustración-agresión

Esta hipótesis ha sido defendida especialmente por Dollard J et al


(1939).
En su formulación primera, excesivamente rígida, estos autores afirman
rotundamente que la agresión presupone siempre una frustración y que, in-
versamente, la existencia de una frustración conduce siempre a alguna for-
ma de agresión.
Posteriormente, los psicólogos de la escuela de Yale, teniendo en cuen-
ta el resultado de ciertas experiencias, han modificado su tesis y la han for-
mulado en una forma menos rígida. Así, Sear RR et al (1941), llegan a la
conclusión de que efectivamente la frustración es un estímulo para la agre-
sión pero que hay que tener en cuenta otros factores condicionantes de la
misma; además (y esta es la modificación más importante de la hipótesis
primitiva) la frustración no siempre acarrea el desencadenamiento de con-
ductas destructivas y violentas. Dicho con sus propias palabras:

«La frustración es un estímulo para la agresión pero no es el único tipo


de estímulo que la puede engendrar. Ciertas reacciones incompatibles con la
agresión pueden impedir, si se las estimula suficientemente, que se produzcan
actos de agresión. En nuestra sociedad, el castigo de los actos agresivos
constituye a menudo una fuente de acciones incompatibles con la agresión
...». «La frustración provoca una serie de reacciones distintas, entre ellas la
excitación de una tendencia agresiva».
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 21

El modelo de la «frustración-agresión» puede ser aplicado también


para explicar las formas de violencia colectiva. Así Crane Brinton (1938)
después de analizar cuidadosamente las revoluciones inglesas (1640-1649),
francesa, norteamerica y soviética llega a la consecuencia de que en el
fondo del proceso revolucionario existía en el alma de las gentes que parti-
ciparon en él un sentimiento de insatisfacción, de impaciencia y también de
desesperanza como consecuencia de aspiraciones frustradas, de deseos
insatisfechos y de limitaciones o coacciones tenidas por inadmisibles e in-
tolerables.
Por lo demás, según Davies JC (1962) las violencias revolucionarias es-
tallan cuando el desarrollo económico se detiene, se rompe, o en líneas ge-
nerales, cuando el desarrollo económico no sigue el ritmo de crecimiento de
las aspiraciones.

«Con el progreso del desarrollo económico (dice Guy Flocher comen-


tando el trabajo de Davies) algunas aspiraciones se ven colmadas pero siem-
pre hay otras que quedan frustradas. Las necesidades insatisfechas constitu-
yen uno de los motores de la expansión económica. Pero si el desarrollo
económico se estabiliza o se detiene o si las aspiraciones insatisfechas crecen
a un ritmo más rápido de las que puede satisfacer el progreso económico se
produce entonces un estado de frustración, de insatisfacción y de descon-
tento, propicio a desencadenar un proceso revolucionarlo».

5.2. La hipótesis que postula la existencia de un impulso


de agresión primitivo y autóctono

Fue defendida claramente por Freud a partir de la publicación de su


obra: Más allá del principio del placer.
De acuerdo con este modelo los impulsos humanos pueden ser divididos
en dos grandes grupos: los eróticos (el Eros) y los destructivos o tanáticos
(Thanatos). El Eros estaría constituido por aquellas pulsiones que aspiran a
conservar la vida y a unir mientras que el Thanatos (posteriormente desig-
nado con el nombre latino «destrudo») está representado por los anhelos
«humanos» que aspiran de manera autónoma (independientemente de cual-
quier frustración) a destruir y a matar.
Karl Menninger, 1972), ha desarrollado la tesis de Freud y ha estudiado
profundamente el efecto destructivo del impulso tanático en diferentes for-
mas de suicidio: suicidio en sentido estricto, suicidio crónico, suicidio lo-
calizado y suicidio orgánico. Su concepción general queda bien formulada
en la síntesis que coloca al final del capítulo primero de su obra:
22 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

«En esta primera parte (dice Karl Menninger) he tratado de elaborar los
puntos siguientes:
• Primero, que la destrucción en el mundo no puede ser achacada sola-
mente al destino y a las fuerzas de la Naturaleza ya que en parte debe ser atri-
buída al propio hombre.
• Segundo, que este espíritu de destrucción de la Humanidad parece in-
cluir una gran cantidad de autodestrucción a pesar del axioma que afirma que
el instinto de conservación es la primera ley de vida.
• Tercero, que la mejor teoría para explicar todos los hechos actual-
mente conocidos es la hipótesis de Freud sobre la existencia de un instinto de
muerte (o impulso primario de destructividad) contrarrestado por un instinto
de vida (o impulso primario creador y constructivo) y que las varias fases de
interacción entre estos dos impulsos constituyen el fenómeno psicológico y
biológico de la vida.
• Cuarto, que de acuerdo con la concepción de Freud ambas tendencias
(la destructiva y la constructiva) están originalmente dirigidas hacia el propio
yo pero que se vuelven progresivamente extravertidas en conexión con el na-
cimiento, el crecimiento y las experiencias vitales. En sus contactos con los
demás el individuo reacciona primero con una extroversión de sus tendencias
agresivas, seguido por una extroversión de sus tendencias constructivas o eró-
ticas que por fusión con las primeras pueden alcanzar grados variables de
neutralización de la destructividad, desde la total hasta casi ninguna.
• Quinto, que cuando existe una forzada interrupción en estas vincula-
ciones externas o cuando son demasiado grandes las dificultades en mante-
nerlas, los impulsos destructivos revierten hacia la persona de la cual proce-
den, es decir, se vuelven contra el yo.
• Sexto, que si tiene lugar la desunión dominan entonces las tendencias
destructivas, sobreviniendo la autodestrucción en un grado mayor o menor.
En tal caso pueden hallarse las pruebas de la existencia del deseo de matar y
del deseo de ser matado, y también de las formas erotizadas de estos deseos.
• Séptimo, que en aquellos casos en que los impulsos autodestructivos
son superados y parcial pero no completamente neutralizados, se presentan
las variadas formas de autodestrucción parcial o crónica que serán examina-
das en los subsiguientes capítulos.
• Octavo, que en aquellos casos en que los impulsos destructivos sobre-
pasan en mucho a los constructivos, el resultado es el dramático proceso de
inmediata autodestrucción conocida con el nombre de suicidio.
• Noveno, que un meticuloso escrutinio de los motivos profundos del
suicidio confirmaría la hipótesis de que aparecen regularmente elementos de
por lo menos dos orígenes, y posiblemente tres. Tales elementos son: a) im-
pulsos derivados de la agresividad primaria cristalizada como un deseo de
matar; b) impulsos derivados de una modificación de la primitiva agresividad
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 23

cristalizada como el deseo de ser matado y, c) creo que existen señales claras
de que parte de la agresividad primaria autodirigida, el deseo de morir, se en-
laza con los motivos más sofisticados y agrega fuerza a la motivación com-
pleja que conduce a la precipitada autodestrucción.
• Décimo, que este proceso se halla indudablemente complicado por
factores exteriores, actitudes sociales, pautas familiares, costumbres de la co-
munidad y también por aquellas distorsiones de la realidad que se dan cuan-
do existe un desarrollo incompleto de la personalidad. El individuo cuyas ex-
periencias infantiles llegan a inhibir su crecimiento emocional hasta el punto
de hacer difícil para él establecer y mantener los apropiados objetivos exter-
nos de absorción de sus amores y odios, será posiblemente aquel cuya capa-
cidad para comprobar la realidad está tan deteriorada como para convertir el
suicidio en otro juego más (parecido al escondite o al regreso del paraíso).
• Undécimo, que estamos ciertos de que el suicidio no puede ser expli-
cado como el resultado de la herencia, la sugestión o de cualquiera de los sín-
tomas de inadaptación que lo preceden con tanta frecuencia. Más bien esta-
mos capacitados frecuentemente para percatarnos de que la firme progresión
de las tendencias de autodestructividad aparece muchísimo antes de la con-
sumación del acto decisivo».

Aparte de Karl Menninger, Erich Fromm también acepta en cierto


modo la idea Freudiana de la existencia de una tendencia primaria a la
destrucción. En su obra: El corazón del hombre (1966) Fromm establece los
siguientes tipos de violencia atendiendo a los motivos que la provocan:
juguetona, lúdica, reactiva, por frustración, por quebrantamiento de la fe,
compensadora y, finalmente, por la «sed de sangre» arcaica. Estas formas
de violencia y agresión pueden considerarse más o menos benignas en
cuanto que sirven directa o indirectamente a propósitos de vida. Ahora
bien, frente a ellas existen también tendencias que se dirigen primariamente
contra la vida, inclinaciones que forman el núcleo de graves enfermedades
mentales y que pueden considerarse como la esencia de la maldad; tales son
la necrofilia, el narcisismo y la fijación simbiótica con la madre. Estas
tendencias pueden adoptar formas benignas pero, por desgracia, pueden
exacerbarse para constituir el «síndrome de decadencia» (el amor a la
muerte), síndrome que representa la quintaesencia del mal y la raíz de la
destructividad e inhumanidad depravadas.

5.3. La hipótesis de la maduración insuficiente


del super-ego

Para muchos psicólogos la agresión y la violencia serían el resultado de


una maduración insuficiente del super-ego. En efecto, un super-ego fuerte es
capaz de oponerse exitosamente a las tendencias agresivas y evitar los actos
24 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

de violencia mientras que un super-yo débil no puede refrenar tales ten-


dencias y de ahí resulta una mayor facilidad para reaccionar con conductas
destructivas.
Por lo demás, la maduración del super-yo parece depender inversa-
mente del grado de severidad aplicada por los padres en la educación de los
hijos. Así, Aichhorn (1935) sostiene que la severidad excesiva conduce a
una inadecuada formación del super-ego. Los resultados de ciertas expe-
riencias y los datos obtenidos por el estudio atento de diferentes culturas y
subculturas parecen confirmar el punto de vista de Aichhorn. Véase a este
respecto los importantes trabajos de Bronfenbrenner (1958) y los dos de
Kohn en 1959. Las conclusiones a que llegan estos dos autores refuerzan la
idea de que la excesiva severidad de los padres y la utilización de castigos
físicos obstaculizan la formación del super-yo mientras que el uso de téc-
nicas permisivas en la crianza de los niños, técnicas que hacen más hincapié
en el amor que en el castigo, están asociadas con un alto grado de interna-
lización de valores morales, con una intensificación del sentimiento de
culpabilidad y, por ende, con un super-ego más fuerte.

5.4. La teoría del aprendizaje social de la violencia

Esta teoría afirma que la conducta agresiva puede adquirirse meramen-


te por la observación y la imitación de actos violentos y que no requiere ne-
cesariamente la existencia de un estado de frustración. Esta teoría se basa en
datos procedentes de investigaciones sociológicas y antropológicas, así
como en datos obtenidos por un estudio atento del proceso de aprendizaje
en el niño.
A este respecto es importante hacer constar que la violencia imitada no
ha de ser necesariamente la que se produce en la realidad del contexto so-
cial; en efecto, también la violencia imaginaria que se ofrece como espec-
táculo en el cine y en la televisión tiene un alto poder de sugestibilidad, es-
pecialmente para aquellas personas que están en trance de formación y
maduración o que tienen un escaso desarrollo de sus facultades críticas.
El efecto de la violencia imaginaria sobre la conducta agresiva de niños
y adultos ha sido estudiado, entre otros autores, por Siegel AE (1974), Lar-
sen ON (1968), Maccoby EA (1964), Himmelweit HT, Oppeneim HN, y
Vince P (1958), Schrann W, Lyle J y Parker B (1961). El lector interesado
en este aspecto de la génesis de la violencia podrá consultar con fruto las
publicaciones que acabamos de indicar (ver Bibliografía final de capítulo);
aquí solo diremos que los datos recogidos por los investigadores, confirman
en gran parte la hipótesis de que la agresión ofrecida como espectáculo tie-
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 25

ne un alto poder sugestivo para desencadenar agresiones reales. A este res-


pecto nos parece muy interesante el comentario de Gilula y Daniels sobre
este problema:
«¿Puede afirmarse que los medios de comunicación de masas enseñan la
violencia? Nosotros creemos que la televisión, por ejemplo, enseña algo
más que vocabulario e información sobre hechos al espectador joven e im-
presionable, espectador que aprende por imitación social e identificación.
Los estudios del proceso de aprendizaje han mostrado, sin lugar a dudas, que
los niños imitan fácilmente la conducta agresiva de los adultos y que el
grado de imitación es el mismo frente a la agresión real que frente a la agre-
sión contemplada en la televisión. En una investigación llevada a cabo por
Bandura, Ross y Ross, niños escolares contemplan una película en la que
aparecen adultos atacando y golpeando a un muñeco de goma. Posterior-
mente este grupo de niños, y otro que no había presenciado la película, fueron
sometidos a una leve frustración y luego se les trasladó individualmente a una
habitación en la que había un muñeco de goma y otros objetos que no exis-
tían en la película. Pues bien, los niños que habían contemplado el film imi-
taron en forma muy precisa la agresión verbal y física que habían visto en las
escenas de la película e hicieron un mayor uso agresivo de ciertos juguetes
(tales como pistolas) que no aparecían en aquella. Los niños que asistieron a
la proyección de la película se manifestaron doblemente agresivos con res-
pecto a los otros niños que no habían visto el film. Estos niños procedían de
población escolar normal y todos manifestaron algún influjo de las escenas de
la película. El hallazgo es importante porque pone seriamente en duda la afir-
mación de que la violencia es aprendida únicamente por individuos desviados
de la normalidad. La idea de que la observación de escenas televisivas libera
satisfactoriamente agresiones acumuladas (por un efecto catártico) pierde
verosimilitud a la luz de los datos obtenidos por las experiencias realizadas
sobre el aprendizaje social. Digámoslo una vez más: la observación de la vio-
lencia imaginada o dramatizada puede conducir al desencadenamiento de
conductas agresivas reales». (Marschall F, Gilula y David N. Daniels, 1969).

5.5. Reflexiones críticas

Es evidente que los modelos psicológicos sobre la génesis de la agresi-


vidad señalan factores importantes en el desarrollo de la violencia. No obs-
tante creemos que estos modelos no agotan el complejo problema de la mo-
tivación de las agresiones individuales o colectivas y por ello deseamos
hacer unas reflexiones críticas que aclaren y complementen lo que ha que-
dado dicho en los párrafos precedentes.
1.o En lo que respecta a la noción freudiana de un impulso primordial
tanático o destructivo remitimos al lector a lo ya dicho a propósito de la
teoría de Lorenz. No hay más remedio que reconocer el hecho de que cier-
26 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

tas personas se satisfacen con la destructividad por la destructividad y que


esta búsqueda del mal gratuito constituye el carácter fundamental de la ac-
tividad demoníaca. Pero, insistimos ahora nuevamente, tal actitud no pro-
cede de un instinto o un impulso congénito (que actuaría «ciegamente»
transformando a la persona en un autómata psíquico) sino de una decisión
libre y responsable.
2.o En lo que respecta a la noción de frustración, nosotros creemos que
este término es excesivamente pobre tal y como se le utiliza en la termino-
logía «oficial» de diversas escuelas psicológicas. No obstante, estamos dis-
puestos a aceptar el término con tal que abarque a la infinita gama de esta-
dos de insatisfacción biológica, anímica y espiritual que pululan en el
alma del hombre y que pueden constituir motivaciones para realizar actos de
agresión.
3.o Ahora bien, ni la actitud demoníaca (el amor a la muerte de
Fromm) ni la insatisfacción agotan todas las fuerzas motivas generadoras de
violencia, pues el potencial agresivo (y su consecuencia posible, la agresión
real) se nutre de otros motivos que no tienen nada que ver ni con la frustra-
ción ni con el «impulso» tanático primordial. A continuación, y sin ánimo
de hacer una lista completa de vivencias que conducen a la agresividad y a
la violencia, ofrecemos una serie de términos que designan algunas de las
pulsiones y emociones capaces de hacer brotar en la intimidad del individuo
la inclinación a la agresión:

• Ira, cólera, furia e indignación.


• Temor y miedo.
• Enfado, disgusto y malhumor.
• Celos, envidia, rencor y odio.
• Insatisfacción (biológica, anímica o espiritual).
• Ambición y codicia.
• Arrogancia, orgullo y vanidad.
• Deseo de dominar y deseo de imponer a los demás nuestra propia
ideología o cosmovisión (filosófica, religiosa, social, etc.).

Por lo demás, está claro que todas estas vivencias (y otras más que pu-
dieran citarse) se interrelacionan mutuamente y que rara vez se dan por se-
parado. Así, el sujeto que siente celos de un rival amoroso suele estar te-
meroso de su posible fracaso frente al ser que ama; si el fracaso se confirma
su alma se llena de enfado y todo ello conduce al rencor, al odio, o a la fu-
ria, que puede inducir al sujeto a realizar el típico y repetido crimen pasio-
nal.
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 27

Julián Green, en su novela Leviatán, plantea una «situación triangular»


de la que brota la violencia y el crimen y esta situación imaginaria tipifica
de manera ejemplar la dialéctica del amor y del odio. La señora de Grosge-
orge ama apasionadamente a Gueret pero este solo tiene ojos para la pros-
tituta Ángela, y en el alma de la señora de Grosgeorge se desarrolla una tor-
menta pasional que culmina con la decisión de suicidarse y de excitar a
Ángela para que esta haga detener a Gueret. En dos párrafos de la novela se
relata de manera admirable esta lucha íntima de la señora Grosgeorge y no
nos resistimos a citarlos ampliamente porque constituyen un buen ejemplo
de análisis psicológico del desarrollo y culminación de la actitud agresiva y
violenta:

«¿Cómo se puede sufrir tanto, pensaba, y no morir? No podía pensar en


Gueret sin que una vergüenza mortal enrojeciera su rostro; pues tenía la cer-
tidumbre de haberse puesto en ridículo ante los ojos de este hombre; y de
aquí procedía su mayor sufrimiento. ¿Qué locura le había hecho creer que
Gueret había vuelto a la ciudad (después de su intento fallido de matar a
Ángela y cometer un homicidio real en un vecino de la ciudad) para solicitar
su ayuda? Solo la pasión le había resuelto a realizar esta aventura peligrosa
de retornar a la ciudad; pero esta pasión no se refería a ella; ella no partici-
paba en el amor imperioso que arrastraba a este hombre hacia una mujer; en
esta historia ella era simplemente una mujer que se había interpuesto acci-
dentalmente en algo que no la competía. Y él, ¿qué pensaba él? Ella le
odiaba bruscamente a causa de los pensamientos que podría tener. ¿Y si lle-
gase a adivinar que ella estaba enamorada de él? Pero, ¿no era esto la pura
verdad? Se ocultó la cara con las manos. Ciertas frases, ciertas palabras
que se decía a sí misma, y que formulaban su amor, le parecían ridícula-
mente intolerables, pero no obstante la obligaban a admitir la existencia de
este amor que la consumía las entrañas. Temía los términos precisos que
eran necesarios para hablar de su estado de alma y prefería arrojar su pasión
al caos de las cosas inconfesadas; pero en el momento presente no podía
ocultarse las realidades de su vida. En el momento mismo en que estaba sen-
tada sobre este cofre de madera, en esta escalera, su destino alcanzaba su
cumplimiento y ella lo sabía. Y se decía a sí misma, con el espantoso temor
de que Gueret, tras la puerta del saloncito, adivinase sus pensamientos: ‘Es-
toy enamorada de este hombre y él ama a otra mujer’ [...] La cólera se
apoderó de ella al pensar en los terribles fracasos que la había infligido el
destino. Otras mujeres eran felices pero ella no lo sería jamás; si es cierto que
el ser humano nace para gozar de la vida ella no debería haber nacido. Una
locura de rencor se apoderó bruscamente de su espíritu y durante el lapso de
unos segundos sintió el deseo de golpear a esta niña cuyo rostro tocaba
casi sus manos. Sería un desahogo hacer el mal a su vez y engendrar sufri-
miento pues soportaba un peso demasiado oprimente. Su vida había fraca-
sado una vez por todas y era mejor renunciar a ella. En esta mujer tortura-
da todo sentimiento se viciaba desde su origen y el amor mismo tomaba la
28 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

figura del odio. Odiaba al hombre que el destino ponía en sus manos y
odiaba a la mujer deseada por aquel. Ya no pudo resistir más a la tentación
de poner la suerte de aquel en las manos de esta y, como si se hubiera suici-
dado, escribió sobre un papel blanco las siguientes palabras: ‘Gueret está
oculto aquí. Avisad a la policía, ‘Deja tu cesta aquí’, dijo entre dientes a la
niña y ‘lleva esta misiva a Ángela. Corre, es muy importante’».

Si el amor contrariado con su cortejo de celos, desconfianza, temores y


odios constituye un «complejo» motivante de primer orden en la génesis de
la violencia, no menos importancia tiene el complejo que se desarrolla en
torno al «tema» del deseo de poder y dominio. Así, la mayor parte de los
crímenes cometidos por los sucesores inmediatos de Augusto, esto es, por
Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón brotan de su desmedido afán de mando
y de su codicia. Por ejemplo, Tiberio eliminó a Agripa Póstumo por consi-
derarlo un rival peligroso en el ascenso a la dignidad imperial, y a Germá-
nico y a Sejanus porque temía sus intrigas, imaginarias o reales, para arre-
batarle el poder y acabar con su vida; en resumen, el deseo de mando y el
temor o miedo a ser despojado de la autoridad y a perder la vida constituyen
importantes motivos que juntamente con otros rasgos caracterológicos (des-
precio del hombre, desconfianza, suspicacia, dureza, crueldad, hipocresía,
simulación, vileza, sensualidad y voluptuosidad) hacen comprensibles los
crímenes políticos del hijo adoptivo de Augusto.
El análisis psicológico realizado por Julián Green en la novela que he-
mos comentado y las investigaciones históricas que han recaído sobre la
vida de los emperadores de la familia de Augusto ponen de manifiesto el
entrelazamiento de las fuerzas motivas «criminógenas» en el caso de las re-
laciones interpersonales. Por su parte, Jean Baechler, en su estudio de los fe-
nómenos revolucionarios (1974), ha indicado los motivos más importantes
que se suelen encontrar en el trasfondo de toda revolución y que pueden ser
considerados como las «causas» anímicas de los levantamientos revolucio-
narios. Nos interesa citar estas «causas» porque la lista de Baechler confir-
ma y complementa lo que acabamos de exponer sobre las vivencias que mo-
tivan el acrecentamiento del potencial agresivo y los estallidos de violencia
y agresión.

«¿Por qué combaten los hombres el orden establecido? (se pregunta Ba-
echler en la obra citada). ¿Cuáles son los sentimientos que los animan además
de los que se desprenden a nivel de la unidad? ¿A través de qué trastorno psi-
cológico algunos miembros de la sociedad, hasta aquel momento tranquilos y
sumisos, se insurreccionan? Hay que olvidar la ambición, no porque no se en-
cuentre presente, sino porque al hallarse en todo hombre político (revolucio-
nario o no), no tiene nada de específico. Parece que encontramos, con una
frecuencia notable, los móviles siguientes:
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 29

El odio al ocupante (en el caso de revoluciones populares contra un


enemigo exterior que ha invadido y sojuzgado la nación a que pertenecen los
revolucionarios). La humillación que va siempre unida a una derrota militar.
La desesperación provocada por toda situación que se considera insoportable.
El miedo que se convierte en un sentimiento social eficaz cuando alcanza a
grupos importantes amenazados en sus posiciones. La opresión, la envidia o
el resentimiento. Por último, el rechazo del despilfarro».

Al final de esta lista, acompañada de iluminadores comentarios, Ba-


echler hace el siguiente resumen, en el que se establece la concatenación
motivacional y la jerarquía de los distintos móviles.

«Los móviles movilizan, queremos decir que son tanto más eficaces
cuanto mayores son las porciones de la población que conquistan. Este cri-
terio cuantitativo permite introducir una jerarquía entre los móviles. El móvil
más eficaz y el más extendido es, desde luego, el odio al ocupante. La hu-
millación, el miedo y el rechazo del despilfarro son los que le siguen casi al
mismo nivel. La opresión concurre pocas veces, pues para ser eficaz tiene
que ser experimentada por la élite opuesta al poder central. Eventualmente
puede ser eficaz en el caso de regímenes despóticos aberrantes, del tipo fre-
cuente en el Caribe. En cuanto a la desesperación y la envidia, intervienen, en
general, una vez iniciado el movimiento revolucionario. En este caso, la de-
sesperación, sobre todo, puede conquistar amplios sectores de población y ju-
gar un papel importante».

Para terminar estas consideraciones en torno a las fuerzas motivas que


alimentan el potencial de agresividad nos parece oportuno recordar que ya
Tucídides en la Historia de la guerra del Peloponeso llevó a cabo un aná-
lisis de las circunstancias político-sociales y de los factores psíquicos que
provocaron el conflicto entre Atenas y Esparta, circunstancias y factores
que por regla general actúan en cualquier conflicto internacional. Según el
ilustre contemporáneo de Pericles, existen tres leyes del acontecer históri-
co que nos ayudan a explicar las guerras entre comunidades diferentes, a
saber:
El imperialismo ateniense (y cualquier otro en general) estaba sometido,
en primer término, a una ley política que tiene su fundamento en las emo-
ciones de los sometidos. En efecto, el país que tiene un imperio es detesta-
do por sus súbditos. Y por ende, no tiene otro remedio que defenderse (re-
acción provocada por el miedo), manteniéndoles bajo el yugo o perecer.
La segunda ley del imperialismo es eminentemente psicológica. la na-
turaleza del hombre (bien del individuo o bien del grupo) no se contenta
nunca con lo que tiene (el motivo del descontento o de la privación relativa)
y ambiciona cada vez más.
30 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

Finalmente, la tercera ley tiene aplicación a las relaciones mutuas de los


diversos estados entre sí independientemente de que exista o no entre ellos
una relación de «dominación-dominado». Según esta ley el Estado más
fuerte impone su voluntad sobre el más débil, haciendo caso omiso del
ideal de justicia, que solo tiene vigencia entre rivales de igual poder; el más
fuerte busca únicamente su conveniencia. Aquí, según Tucídides, está la raíz
última del conflicto entre Atenas y Esparta. Esparta veía el constante creci-
miento del poderío ateniense que forzosamente habría de volverse contra
ella cuando se produjera desigualdad de fuerzas. No podía hacer otra cosa
que luchar contra Atenas y Atenas no podía hacer otra cosa que aumentar la
opresión de su imperio y acrecentarla.

«Las causas y las divergencias por las cuales atenienses y peloponesos


rescindieron el tratado de paz (dice Tucídides en el párrafo 23 del libro I) las
doy antes de empezar para que nadie tenga que investigar un día por qué tuvo
lugar entre los griegos una guerra tan grande. Creo, a saber, de acuerdo con la
causa más verdadera, pero menos aparente por lo que se dice, que los ate-
nienses al hacerse poderosos y producir miedo a los lacedemonios, les for-
zaron a luchar; mientras que las explicaciones que se daban públicamente
eran las que cada bando ofrecía, pretendiendo que por ellas había quebran-
tado el tratado y entrado en la guerra».

6. LAS TEORÍAS SOBRE LA GÉNESIS DE LA VIOLENCIA


(CONTINUACIÓN): LAS TEORÍAS SOCIOCULTURALES

En el punto 3 hemos visto que el ser del hombre no se agota en la cor-


poreidad y «psiquicidad» pues a ello hay que añadir el estrato espiritual que
se pone de manifiesto, entre otras cosas, en los fenómenos de sociabilidad.
Por ello no tiene nada de extraño que muchos investigadores consideren in-
suficientes las explicaciones bio-psíquicas de la agresión y busquen en la su-
perestructura sociocultural la fuente más importante de «estímulos» y fac-
tores que hacen del hombre un ser altamente destructivo para los individuos
de su propia especie.
Pudiéramos citar un gran número de pensadores (sociólogos o antropó-
logos culturalistas) que se adhieren a la hipótesis de la génesis sociocultural
de la conflictividad humana y de su secuela principal, la violencia, pero bas-
ta con nombrar los más representativos: Carlos Marx, Emil Durkheim,
Ralh Dahrendorf, Pitirim A. Sorokin, Ralf Linton, Abraham Kardiner,
Erich Fromm, Lewis Coser, Herbert Marcuse y Talcott Parsons.
A continuación hacemos una breve exposición de las ideas desarrolladas
por algunos de estos pensadores.
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 31

6.1. La concepción sociológica del suicidio


según Emil Durkheim

Hemos reconocido que el suicidio es una forma un tanto especial de


agresión; se trata, como es sabido, de una agresión de tipo individual pero
vuelta contra el propio yo. En este caso el actor de la agresión y el paciente
de la agresión son una misma persona.
El suicidio ha sido estudiado desde diferentes perspectivas y cada una
de ellas ha aportado algo valioso para su explicación. La originalidad de
Durkheim (1960), radica en concebir al suicidio como un acto social nega-
tivo, esto es, como un acto que tiene como sentido último sustraerse a las
obligaciones y excluirse de la sociedad y como una acción que está condi-
cionada, en gran parte, por la estructura sociocultural del grupo al que per-
tenece el individuo que se suicida.
En efecto, Durkheim se percató de que existe una evidente correlación
entre el porcentaje de suicidios que se da en un grupo determinado y el
grado de coherencia e integración de este mismo grupo. Así en los suici-
dios egoístas la correlación es inversamente proporcional, esto es, cuanto
mayor es el grado de cohesión menor es el número de suicidios y vice-
versa. En los suicidios altruistas la correlación es directamente propor-
cional, de tal modo que en los grupos altamente integrados se dé una ma-
yor proporción de personalidades heroicas dispuestas a sacrificar su vida
en beneficio de la Humanidad. Finalmente, en los suicidios anómicos
volvemos a encontrar la correlación proporcional. La anomia, según Durk-
hiem, se produce cuando falta una definición clara y terminante de las nor-
mas de conducta que regulan la acción social o cuando tales normas, aun-
que existentes, han perdido su cualidad imperativa que incita a la
obediencia; el estado de anomia produce una debilitación de los lazos
sociales y por ello favorece el suicidio.
Pitirim A. Sorokin (1973), ha resumido brillantemente la hipótesis de
Durkheim y por ello no nos resistimos a citar sus palabras:

«Cuando toda la red de las relaciones sociales en una sociedad dada se


halla integrada, cuando la cohesión social en ella es intensa, entonces sus
miembros se consideran parte vital suya y no se sienten aislados socialmen-
te ni dominados por el sentimiento de soledad o de ser personas olvidadas.
Este tipo de organización social constituye un poderoso obstáculo para la ten-
dencia al suicidio y en el mismo sentido actúa la cultura de esta sociedad.
Puesto que la sociedad se halla integrada y todos sus miembros sienten su
unidad, su cultura es también una cultura unificada. Sus valores son acepta-
dos y amados por todos sus miembros; se les siente y considera como uni-
versales, incuestionables, superindividuales, sagrados. Una cultura así aleja
32 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

del suicidio y se convierte en un poderoso factor antisuicida. Y viceversa:


frente a una sociedad de baja cohesión, cuyos miembros se hallan vinculados
entre sí y con la sociedad de una manera laxa, con una red confusa de normas
sociales, con sus valores culturales atomizados, relativizados, desprovistos de
aceptación universal y convertidos en un juego de preferencias personales,
esa sociedad constituye el factor más poderoso del suicidio al margen de las
condiciones económicas, climáticas, psiquiátricas y de salud de sus miem-
bros».

Parece evidente que la desintegración social y la anomia, actuando a ni-


vel familiar, no solo son fuente de suicidio sino que también pueden ser un
factor importante en el desencadenamiento de conductas violentas (indivi-
duales o colectivas) contra otros individuos y otros grupos. Así, en un es-
tudio reciente sobre los orígenes de la alienación, Urie Bronfenbrenner lle-
ga a la consecuencia de que la desintegración creciente entre jóvenes y
adultos, desintegración que trae consigo un aumento de la criminalidad,
obedece en gran parte a los cambios que ha sufrido la vida de la familia.

«Profundos cambios, afirma Bronfenbrenner (974), están aconteciendo


en las vidas de los niños y de los jóvenes americanos. La familia, el marco
social más importante en el que crecen y maduran las personas, está su-
friendo una transformación rápida y radical. Pero las causas primarias y las
consecuencias de tal transformación están fuera del hogar. Las causas hay
que buscarlas en esferas tan distintas como los negocios, la planificación ur-
bana y los sistemas de transporte. Por lo demás, los efectos últimos del cam-
bio se observan frecuentemente en las escuelas, en los juzgados, en las insti-
tuciones psiquiátricas y en las instituciones penales. La dirección del cambio
es hacia la desorganización creciente y no precisamente hacia un desarrollo
constructivo.
La desorganización se experimenta en dos niveles. En primer lugar,
afecta a la estructura y a la función de la sociedad y de sus instituciones pri-
marias, En segundo lugar, se refleja también en la estructura y en la función
de los individuos y sobre todo de aquellos que se encuentran en trance de de-
sarrollo: niños y jóvenes. El punto álgido del problema radica en la deficien-
te integración de los jóvenes en la sociedad. El joven se desinteresa, se des-
conecta e incluso se muestra hostil con respecto a las personas adultas y a las
actividades del medio ambiente. Desea hacer algo propio pero a menudo no
está seguro de qué sea esto propio que busca y con quién realizarlo. Este sen-
timiento y este hecho de estar desconectado de las demás personas y de las
actividades sociales tiene un nombre que se ha hecho familiar hoy día, a sa-
ber: ‘enajenación’... ¿Cuál es la fuente última de estos problemas? ¿Dónde
están las raíces de la enajenación? Hay dos respuestas a estos interrogantes
que encuentran actualmente general aceptación, a saber:
1.a Miles de investigaciones realizadas en los últimos decenios han
conseguido identificar los condicionamientos de los desórdenes de la con-
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 33

ducta y de la patología social. Los resultados apuntan a un factor casi omni-


presente: la desorganización familiar.
2.a La mayoría de tales investigaciones muestran también que las fuer-
zas desorganizadoras brotan primariamente de las circunstancias externas en
que se desarrolla la vida familiar y de la forma de vida impuesta a la familia
por tales circunstancias.
El desarrollo emocional del niño está gravemente afectado cuando las
circunstancias del medio ambiente social socavan las relaciones de confian-
za y de seguridad emocional que deben reinar entre los miembros de la fa-
milia: cuando hacen difícil a los padres cuidar y educar a sus hijos (y gozar
con su compañía); cuando no hay apoyo (ni reconocimiento) por parte del
medio externo y cuando el tiempo que se pasa con la familia significa frus-
tración de la carrera, del cumplimiento personal y de la paz del alma.
Los primeros síntomas de la desorganización familiar son emocionales y
motivacionales: desafección, indiferencia, irresponsabilidad e incapacidad de
desarrollar actividades que requieren aplicación y persistencia. En circuns-
tancias familiares menos favorables la reacción adopta la forma de actos
injuriosos antisociales dirigidos contra el medio y la sociedad. Finalmente,
cuando la familia está profundamente afectada por fuerzas destructivas tales
como la pobreza, mala salud y discriminación, se alteran entonces las capa-
cidades humanas más características tales como habilidad para pensar y para
manipular conceptos y símbolos incluso en niveles elementales».

6.2. La concepción sociológica de los conflictos


y de la violencia según Carlos Marx y Ralf Dahrendorf

La sociedad global (por ejemplo: un estado) y las sociedades menores


que forman parte de la global (por ejemplo: una fábrica, una familia, etcé-
tera), son entidades altamente conflictivas y es sabido que con harta fre-
cuencia los conflictos sociales terminan en actos violentos. Por ello el es-
tudio de la conflictividad social puede ayudar a esclarecer el problema de la
agresión intergrupal y sobre todo la génesis de los procesos revolucionarios
y de la guerra.
Carlos Marx y Friedrich Engels han elaborado un modelo de la génesis
de la revolución y este modelo, como es sabido, ha ejercido un poderoso in-
flujo en la Sociología contemporánea.
De acuerdo con Marx y Engels, la causa remota del proceso revolucio-
nario no sería otra que la propiedad privada de los medios de producción,
propiedad privada que provoca la aparición de dos clases sociales que se en-
frentan enemistósamente: los capitalistas y los trabajadores. En este en-
frentamiento, los proletarios, enajenados por la forma de producción capi-
talista y despertados a una conciencia de clases, intentan derrocar a la
34 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

clase poseedora. Es sabido que Marx y Engels predijeron para un futuro


próximo la desaparición de la propiedad privada y de la sociedad de clases
y su sustitución por una sociedad comunista y sin clases.
En resumen: para Marx y Engels los conflictos sociales son fundamen-
talmente conflictos entre clases económicas y la violencia social (que cul-
mina en el momento revolucionario) solo puede terminar con la abolición de
estas agrupaciones.
Ralf Dahrendorff (1970), ilustre sociólogo alemán contemporáneo, ha
realizado un profundo análisis de las causas estructurales de la conflictivi-
dad y ha llegado a consecuencias que se apartan un tanto de la concepción
marxista ortodoxa.
Según Dahrendorf, en el modelo marxista existen cuatro nociones sobre
los conflictos sociales que pueden ser consideradas como valederas; tales
son: la idea de que el conflicto es el principal motor de la historia, el con-
cepto de que los conflictos sociales, por tratarse de conflictos de intereses,
oponen necesariamente a dos grupos y solo a dos grupos y, por último, la
noción de la permanencia de los conflictos en la sociedad capitalista.
Pero frente a estos aciertos indudables, Marx, a juicio de Dahrendorf ha
interpretado mal ciertos fenómenos y, sobre todo, no ha sabido ver otros
muy evidentes. Entre estos errores o insuficiencias de la teoría marxista hay
que contar: la reducción de todos los conflictos a conflictos de clases (en la
historia se conocen muchos conflictos que no se desarrollan entre clases an-
tagónicas), la creencia de que todos los conflictos desembocan inexorable-
mente en un proceso violento revolucionario y la explicación de la forma-
ción de clases y de la conflictividad como consecuencia de la apropiación
privada de los medios de producción.
Frente a la concepción marxista, Dahrendorf ha desarrollado un mode-
lo de la conflictividad colectiva cuyos puntos principales son los siguientes:

6.2.1. Los conflictos colectivos se desarrollan entre grupos


de intereses

El grupo de intereses (a diferencia del «cuasi-grupo») es un conjunto de


personas que poseen una cierta organización, un programa explícito de ac-
ción y unos objetivos plenamente definidos, objetivos que consisten en el
logro de una coyuntura social que satisfaga los intereses manifiestos del gru-
po. Los sindicatos, los partidos políticos y los movimientos sociales son al-
gunos ejemplos típicos de grupos de intereses. La clase social de la teoría
marxista es una variante del grupo de intereses, pero no la única.
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 35

6.2.2. La causa primera de muchos conflictos humanos hay


que buscarla no en la desigual distribución del capital
productivo sino más bien en la desigual atribución de la
autoridad. Los intereses manifiestos de los grupos giran
en torno a la posesión y a la distribución de la autoridad

Todo grupo tiene una estructura claramente jerárquica y en ella hay per-
sonas que detentan autoridad y otras que deben obedecer los mandatos di-
manados de esa autoridad. A diferencia de la riqueza, la autoridad no puede
ser repartida por igual sino que se distribuye dicotómicamente y este repar-
to dicotómico es, como decimos, fuente de antagonismos y conflictos que
pueden terminar en la violencia colectiva.
Puesto que la adscripción desigual de autoridad es un rasgo típico de la
estructura social, resulta que el conflicto y la violencia colectivas tienen un
origen estructural y no brotan ni de los estados subjetivos ni de las necesi-
dades privadas de las personas implicadas en un grupo. En todo grupo habrá
siempre rebeldes potenciales dispuestos a arrebatar la autoridad a los que la
detentan en un momento determinado de la evolución histórica.
En el contexto de la teoría de Dahrendorf es interesante su definición de
la autoridad y la distinción que este autor establece entre poder y autoridad.
Basándose en Max Weber, Dahrendorf define el poder como la posibilidad
de imponer la propia voluntad incluso frente a la resistencia; a diferencia de
ello, la autoridad (o el dominio) se basa en la posibilidad de que determi-
nadas personas obedezcan una orden de determinado contenido. Por princi-
pio el poder va ligado a personalidades individuales y la autoridad a deter-
minados puestos o situaciones. La diferencia específica entre ambos estriba
en la existencia o carencia de una base de legitimidad del control sobre
otros. El poder, en este sentido, es un dominio ilegítimo, de facto, la autori-
dad por el contrario sería un poder legítimo basado en normas sociales ins-
titucionalizadas. Con independencia de la personalidad de los individuos
(como por ejemplo: su voluntad o deseo de poder) hay en la sociedad ciertos
puestos cuyo desempeño implica la expectativa u obligación de ejercer au-
toridad; en este sentido la autoridad va ligada a la posición de empresario, de
secretario de Estado, etc. y no, al titular circunstancial de la misma.

6.2.3. Una importante noción en el modelo teórico


de Dahrendorf es la distinción que establece este autor
entre la intensidad y la violencia de los conflictos

La intensidad de un conflicto se refiere a la suma de energía empleada


en su desarrollo, a las pasiones y emociones que suscita, a la importancia
36 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

prestada a la victoria o a la derrota. De la intensidad depende la radicaliza-


ción o profundidad del cambio; una modificación de la estructura es tanto
más radical cuanto mayor es la intensidad del conflicto.
La violencia se refiere más bien a los medios empleados, a las «ar-
mas» utilizadas para evidenciar la hostilidad y combatir a las fuerzas opues-
tas. Una lucha verbal puede ser más o menos violenta según los términos
empleados por las partes en conflicto; aumenta esa violencia cuando se
llega a los golpes y, finalmente, al recurso a las armas. De la violencia de-
pende la mayor o menor subitaneidad del cambio; un cambio de estructura
es tanto más súbito cuanto mayor es la violencia del conflicto.

6.2.4. Algunas reglas prácticas derivadas del modelo teórico


y de la observación de los hechos

Dahrendorf, basándose en las implicaciones teóricas de su modelo y en


los datos suministrados por la Historia, ha enumerado las condiciones de la
organización social que pueden paliar y moderar tanto la intensidad como
la violencia de los conflictos. En el contexto de nuestro trabajo nos interesa
especialmente hacer resaltar los factores que amortiguan la violencia de las
disarmonías sociales y por ello nos limitaremos a reproducir las siguientes
reglas de aplicación práctica:
a) La violencia decrece cuando los grupos de intereses enfrentados
pueden organizarse. Si los grupos se mueven en la clandestinidad y
en la sombra es de temer una explosión revolucionaria violenta.
b) La violencia también decrece en la medida en que la privación total
de las ventajas económicas y sociales para los que no ejercen auto-
ridad alguna evoluciona hacia una privación relativa, es decir, en la
medida en que quienes se ven privados de autoridad empiezan a be-
neficiarse, por lo menos, de ciertas ventajas económicas y sociales.
c) Finalmente, la violencia pierde en intensidad cuando los conflictos
son efectivamente regularizados, lo que supone que las partes re-
conozcan lo que las separa aceptando por ambos lados la seriedad
de la otra parte y respetando determinadas reglas comunes en sus
decisiones mutuas.
Esta última circunstancia moderadora de la violencia conflictiva crista-
liza, creemos nosotros, en la noción de «diálogo simétrico e ilimitado» de-
sarrollada por Holzkamp K (1973).
Según este autor la forma plenamente desarrollada de la comunicación
social es el diálogo simétrico entre personas que llevan a cabo el entendi-
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 37

miento mutuo sobre su situación concreta, sobre sus intereses y sobre el sen-
tido y los objetivos de sus acciones. El contenido del diálogo simétrico
viene dado por la situación concreta histórico-social de las personas que par-
ticipan en él. El modo de esta comunicación social es la argumentación ra-
cional, entendiéndose por «razón» no simplemente la racionalidad pura-
mente formal implicada en la relación medio a fin sino la razón «objetiva»
en el sentido de Horkheimers; tal razón objetiva se dirige primariamente al
enjuiciamiento de las acciones y de los modos de vivir del hombre. El diá-
logo libre entre individuos autónomos es la condición imprescindible para
que las personas se transformen en auténticos sujetos activos de su trans-
curso vital y de su historia; gracias a ello se podrá crear, por la actividad hu-
mana plenamente consciente, una sociedad de individuos maduros, res-
ponsables e independientes, esto es, una sociedad en la que los argumentos
racionales se traduzcan en una praxis social racional.
Para Holzkamp el diálogo de estas características no es un hecho empí-
rico sino más bien una alternativa frente a las circunstancias actualmente
existentes. La concepción del diálogo libre se ha elaborado por negación de
las restricciones y de las asimetrías reales en la comunidad humana, res-
tricciones y asimetrías que se fundan en dependencias objetivas derivadas
de estructuras de dominio económico y social. No menos importantes, en
este sentido, son las dependencias «secundarias» con las que el hombre, per-
diendo el contacto con la realidad, se oculta a sí mismo su carencia de li-
bertad y la opresión de sus intereses y necesidades. La concepción del diá-
logo libre es, por tanto, una especie de modelo ideal con el que se puede
«medir» en muchas situaciones concretas el grado de distanciamiento de la
verdadera comunicación.
Creemos que la realización del diálogo libre simétrico en los diversos
niveles de la estructura social puede ayudar mucho a limar asperezas y a
apaciguar los brotes de violencia colectiva.

6.2.5. Reflexiones críticas

Parece evidente que los modelos desarrollados por Marx y Dahrendorf


contienen nociones altamente valiosas a la hora de explicar la génesis de
muchos enfrentamientos humanos, tanto colectivos como individuales.
La historia está repleta de casos de guerras y revoluciones que brotan de
la tendencia universal humana a detentar la autoridad o que tienen su origen
en la lucha de clases tal y como es concebida por el marxismo ortodoxo.
En la época reciente los acontecimientos políticos que han ocurrido en
Rusia y en China (por citar solamente aquellos casos más demostrativos)
38 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

ejemplifican la agudización creciente de conflictos de clases y su culmina-


ción en violentos procesos revolucionarios que han cambiado radicalmente
la estructura económico-social de ambos países.
Por lo demás, ejemplos muy demostrativos de las tesis de Dahrendorf
son las luchas intestinas que se desarrollaron en Atenas desde el siglo VII al
siglo V, luchas que culminaron con el establecimiento de una democracia
casi ejemplar (hubiera sido totalmente ejemplar si los atenienses hubieran
abolido la esclavitud y permitido a las mujeres el acceso a las tareas de go-
bierno) y las batallas sostenidas por los plebeyos de la naciente Roma para
conseguir acceder a las diversas magistraturas políticas detentadas en un
principio por los patricios.
En el caso de Atenas, la evolución va desde un punto de partida en el
que la autoridad es ejercida exclusivamente por unos pocos (el rey y sus
consejeros inmediatos) hasta una situación en la que todo ciudadano (inde-
pendientemente de su pertenencia a una «clase» y de su riqueza) puede ejer-
cer cualquier cargo público (político, administrativo, judicial, militar) y
participar activamente en las asambleas legislativas.
En el caso de Roma, la evolución es similar. Después de abolir la mo-
narquía, la república romana estaba escindida en dos clases sociales princi-
pales: patricios y plebeyos. Los patricios gozaban de la plenitud de derechos
políticos mientras que los plebeyos tenían que conformarse con la institu-
ción del tribunado. Poco a poco los plebeyos fueron tomando conciencia de
su importancia para el normal desarrollo de la vida de la ciudad y utilizan-
do diversos recursos, más o menos violentos, lograron al fin el acceso a to-
dos los cargos que implicaban el ejercicio de la autoridad. Las principales
etapas de esta lucha por conquistar los puestos de autoridad son los si-
guientes:
En el año 494 los plebeyos consiguen el reconocimiento legal de la ins-
titución del tribunado. Como es sabido, los tribunos (que constituían una es-
pecie de contragobierno dentro de la república) se encargaban de proteger a
los plebeyos frente a los caprichos de los magistrados, vetar los actos del
gobierno oficial que podían ir contra el interés de los plebeyos y castigar a
aquellos ciudadanos (incluso patricios) que actuaban contra las leyes vota-
das en los plebiscitos.
En el año 450, bajo la presión de los plebeyos, se llevó a cabo la codi-
ficación escrita del derecho. Este fue un paso importante porque a partir de
ese momento los patricios no pudieron ya manipular a su antojo las deci-
siones judiciales, decisiones que siempre implican el uso (o el abuso) de la
autoridad.
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 39

Toda fijación del derecho dominante trae consigo ventajas e inconve-


nientes. En el caso del derecho romano el inconveniente fundamental para
las clases no pertenecientes a la nobleza fue la estricta renovación de la
prohibición de matrimonios entre patricios y plebeyos. Por ello el ataque de
los plebeyos se dirigió contra tal prohibición; su ataque fue tan exitoso
que ya en el año 445 se les concedió el «ius connubi».
Pero los plebeyos no se conformaron con las conquistas logradas pues
aspiraban a conseguir una participación total en las funciones de gobierno y
por esto prosiguieron la lucha. Gracias a su tesón, en el lapso de tiempo que
va desde el año 366 al 300 obtuvieron gradualmente el acceso a todas las
magistraturas importantes de la organización del poder político, a saber:
consulado (lo que les permitió formar parte del orden senatorial), dictadura,
censura y pretura.
Con ello terminaba en favor de los plebeyos el largo conflicto que se
inició a comienzos del siglo V, conflicto que con sus estallidos de violencia
confirma brillantemente, repetimos, el modelo de Dahrendorf.

6.3. El concepto de personalidad básica y condiciones


culturales que facilitan la génesis de una personalidad
básica agresiva

Ralf Linton (antropólogo culturalista) y Abrán Kardiner (psiquiatra), tra-


bajando en estrecha colaboración, han creado el concepto de personalidad
básica y han estudiado, en sociedades primitivas, el influjo de la cultura so-
bre los rasgos más salientes de lo que pudiera llamarse «personalidad co-
lectiva de un grupo». Esta concepción arroja mucha luz sobre las condicio-
nes socioculturales que posibilitan la aparición de caracteres agresivos y
que, por tanto, facilitan la agresión y la violencia. El lector que desee pro-
fundizar en este interesante tema debe leer dos obras básicas de Kardiner A,
Las fronteras psicológicas de la sociedad, 1955 y El individuo y su socie-
dad, 1945. A continuación haremos un resumen de las nociones funda-
mentales desarrolladas por Linton y Kardiner.

6.3.1. El concepto de personalidad básica

Linton y Kardiner definen la personalidad básica como el conjunto de


rasgos del carácter (entendido el término carácter en su más amplio sentido)
que son comunes a la mayoría de los individuos que forman parte de un
grupo determinado. Se trata, por tanto, de una noción estadística que en cier-
40 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

to modo pretende elevar a nivel científico el concepto nebuloso de «carác-


ter nacional».
Según las propias palabras de Linton,
«el tipo de personalidad básica de cualquier sociedad es aquella configura-
ción de la personalidad que comparten la mayoría de los miembros de una so-
ciedad como resultado de las experiencias tempranas comunes. No corres-
ponde a la personalidad total del individuo sino más bien a los sistemas
proyectivos o, para decirlo de otro modo, a los sistemas de valor-actitud
que son fundamentales para la configuración de la personalidad del indivi-
duo».

Por su parte Dufrenne define la personalidad básica como una configu-


ración psicológica particular, propia de los miembros de una sociedad dada,
que se manifiesta en un cierto estilo de vida sobre el cual los individuos bor-
dan sus variantes singulares. El conjunto de los rasgos que componen esa
configuración (por ejemplo: cierta agresividad unida a ciertas creencias, a
cierta desconfianza frente al otro, a cierta debilidad del super-yo) merece ser
llamada personalidad básica, no porque constituya exactamente una perso-
nalidad sino porque constituye la base de la personalidad para los miembros
del grupo, «la matriz» dentro de la cual se desarrollan los rasgos de carácter.
En resumen: es lo que hace que todos los comanches sean comanches, todos
los franceses franceses, etc.

6.3.2. Génesis de la personalidad básica. Influjo de las


instituciones primarias

De acuerdo con Linton y Kardiner la personalidad básica surge en la in-


fancia bajo el influjo de las instituciones primarias, instituciones primarias
que a su vez son un reflejo de los valores culturales que predominan en una
sociedad determinada. Por lo tanto, a través de las instituciones primarias la
cultura moldea el carácter del individuo.
Las instituciones primarias más importantes y decisivas son aquellas
costumbres que se refieren al cuidado de los niños. Entre ellas es preciso
contar las normas que regulan el cuidado maternal, las pautas de educación
sexual, las prescripciones sobre la disciplina temprana de la satisfacción de
necesidades biológicas o corporales (horario de comidas, control de esfín-
teres, destete, etcétera), las reglas que regulan el comportamiento de padres
y hermanos, etc.
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 41

6.3.3. Influencia de la personalidad básica sobre las


instituciones secundarias o proyectivas

Cuando el niño se hace adulto conserva los rasgos de carácter impresos


en él por las instituciones primarias y entonces su personalidad se pone de
manifiesto no solo en los contactos «privados» interindividuales sino tam-
bién en la elaboración del folklore, en las concepciones religiosas, en los
dogmas, en los sistemas de valores, etc. Todas estas creaciones son consi-
deradas por Linton y Kardiner como instituciones secundarias o sistemas
proyectivos, esto es, como rasgos socioculturales que brotan del carácter bá-
sico de los miembros de la sociedad en cuestión.

6.3.4. El condicionamiento sociocultural de una personalidad


básica eminentemente agresiva. El caso de los alorenses

Como ejemplo concreto de la génesis de una personalidad básica agre-


siva citaremos el caso de los alorenses.
Alor es una pequeña isla de las Indias Holandesas situada a 600 millas
al este de Java y a 700 millas al norte de Australia. Cora du Bois realizó un
estudio muy profundo de la personalidad básica de sus habitantes (The Pe-
ople of Alor, 1944) y los datos aportados por sus investigaciones indican
que los alorenses son un pueblo cuyo rasgo fundamental, además de otros
que ahora reseñaremos, es una agresividad muy acentuada.

«En la personalidad básica de los alorenses encontramos muchos rasgos


que nos desconciertan porque son extraños a nuestra cultura, por ejemplo: el
carácter amorfo y explosivo de la agresión (que solo tiene paralelo entre
nosotros en ciertas psicosis) o el bloqueo de los sistemas de acción que son
expresión de la curiosidad y del deseo de dominio del mundo (de ahí la im-
potencia para construir u organizar; el poco interés por las cosas de la
técnica y del arte; la facilidad para renunciar). La principal actividad con-
siste en una vana manipulación de las finanzas en la que se pone de mani-
fiesto, ante todo, la hostilidad de todos contra todos. Pero estos rasgos se tor-
nan inteligibles si se sigue el desarrollo psíquico desde la infancia y si se ve
cómo las tensiones dolorosas experimentadas entonces paralizan el desarro-
llo del yo y ahogan su capacidad de actuar y de inventar bajo el peso de las
ansiedades suscitadas por una desconfianza generalizada». (Mikel Dufren-
ne, 1972).

Si se estudian detalladamente los rasgos típicos de las instituciones


primarias de Alor encontramos las siguientes circunstancias que han con-
tribuido a moldear el carácter básico de los alorenses:
42 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

«La primera institución que pesa sobre el destino del niño es una forma
particular de la división del trabajo: todo lo que es carne corresponde a los
hombres, lo que es legumbre a las mujeres. Las mujeres asumen todos los tra-
bajos agrícolas, tanto más acaparadores cuanto que el terreno está a menudo
dividido en parcelas alejadas unas de otras. Por eso el niño no puede gozar
plenamente de los cuidados maternos. En cuanto la madre vuelve al campo,
catorce días después del nacimiento, los cuidados maternos se hacen esporá-
dicos, inconsistentes e inciertos. El niño es dejado a los cuidados de sus
hermanos mayores y la imagen de la madre se encuentra ligada a la expe-
riencia de la frustración y de la agresión derivada de la frustración. Todas
las costumbres conspiran para multiplicar estas decepciones y estas tensio-
nes: el alimento distribuido parsimoniosa y regularmente; los baños helados
sobre una piel a menudo irritada por el régimen alimenticio; la falta de asis-
tencia en los primeros esfuerzos para caminar y hablar, esfuerzos orientados
ordinariamente hacia la madre; la ausencia total de atención para su sueño; el
carácter arbitrario y, a veces, severo de las correcciones, el recurso continuo
a injurias y sobre todo, a molestias que son una venganza del adulto y que
constituyen prácticamente la única forma de educación; incluso durante la
adolescencia, la ausencia misma de medidas disciplinarias para el control anal
o sexual que podrían asociar la idea de obediencia a la de recompensa. En
suma: el niño, sometido continuamente a tensiones deprimentes para el yo,
concibe una desconfianza general y profunda sin que ningún lazo real con la
madre o con un adulto pueda estimular el desarrollo del carácter. El super-
yo se elabora en base a la vergüenza y el temor que son aún menos satisfac-
torios que el castigo». (M. Dufrenne, 1972).

La personalidad básica eminentemente agresiva de los alorenses se ma-


nifiesta y expresa en muchos rasgos típicos de las instituciones secundarias
o proyectivas, pero aunque el estudio de esta influencia es sumamente su-
gestivo se aparta un tanto de las intenciones de nuestro estudio y por ello no
nos parece oportuno describir con detalle los datos suministrados a este res-
pecto por Cora du Bois y comentados por Kardiner.

6.3.5. Reflexiones críticas

Como ya hemos dicho al principio de este apartado, el modelo de Lin-


ton-Kardiner sobre la génesis del carácter básico en general y sobre las con-
diciones especiales que favorecen la aparición de una personalidad básica
agresiva en particular es altamente sugestivo y merece ser tenido en cuenta
a la hora de hacer un recuento de las condiciones socioculturales de la vio-
lencia.
Por otra parte, el modelo nos enseña algo muy importante que puede
ayudar a corregir la unilateralidad de otras hipótesis ya expuestas, a saber: la
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 43

enorme transcendencia del medio sociocultural para generar conductas vio-


lentas y por tanto la insuficiencia de cualquier modelo que pretenda retro-
traer la agresividad y la violencia a instintos o impulsos primarios autóno-
mos, que formando un componente natural de la persona «obliguen» a ésta
a adoptar de manera «mecánica» y «necesaria» conductas agonísticas y
destructivas. Por muy potentes que sean estos impulsos parece evidente que
la configuración del medio cultural y social puede hacer mucho para orien-
tar la actitud de la persona hacia un polo u otro del binomio «agresión-man-
sedumbre».
Por lo demás, debemos decir que el modelo Linton-Kardiner, como
cualquier aproximación teórica a la compleja realidad, tiene sus limitaciones
que no debemos pasar por alto. En efecto, los análisis emprendidos para
comprobar la «bondad» del modelo han sido realizados fundamentalmente
sobre sociedades muy simples, «primitivas»; y cabe dudar de si este mode-
lo tendrá también validez aplicado a sociedades más evolucionadas.
¿Podrá ser explicado el carácter colectivo de las grandes naciones ac-
tuales por el influjo de las instituciones primarias?
¿Será posible explicar por este mismo «mecanismo» la génesis de la
personalidad básica de la cultura occidental?
Kardiner responde afirmativamente a estos interrogantes y en la última
parte de su libro hace elucubraciones en torno a estos problemas, aunque sus
afirmaciones no parecen muy convincentes. En una sociedad altamente
evolucionada existe una gran heterogeneidad y diversidad de los núcleos fa-
miliares y por ello es difícil que las «instituciones primarias» se apliquen en
cada célula familiar con la necesaria uniformidad para que se genere una
personalidad básica común. Cada familia es de por sí un pequeño universo
y por ello es más lógico pensar que en lugar de un único carácter común de
base aparezca una gran diversidad de personalidades básicas.
Por otra parte, el modelo olvida una cosa muy importante, a saber: que
los individuos de las sociedades evolucionadas son altamente creativos y
dotados de una gran espontaneidad. Por ello, aun cuando las circunstancias
socioculturales del medio familiar fueran homogéneas en lo que respecta al
modo de aplicar las instituciones primarias y al contenido de las mismas, se
producirían, no obstante, personalidades diversas. Dicho de otro modo: los
individuos de las sociedades primitivas actuales son «hechos» desde fuera y
de ahí su homogeneidad de carácter, homogeneidad que deriva a su vez de
la homogeneidad del medio. En cambio, los individuos de las sociedades
evolucionadas son agentes activos que se «hacen» a sí mismos y de ahí sus
diferencias caracterológicas a pesar de la posible (aunque improbable) ho-
mogeneidad familiar.
44 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

6.4. La sociogénesis de la violencia según Pitirim


A. Sorokin

El insigne sociólogo ruso Pitirim A. Sorokin, recientemente fallecido, ha


tratado en varias de sus obras el problema de la violencia y a este respecto
ha expuesto hipótesis muy sugestivas sobre la génesis de las conductas
agresivas en general y sobre el origen de las revoluciones y de las guerras en
particular. Desgraciadamente los modelos teóricos de Sorokin no son to-
talmente concordantes entre sí y por ello resulta difícil hacer un resumen co-
herente de su pensamiento. Por este motivo preferimos exponer sus ideas en
varios apartados sin intentar realizar una síntesis de su contenido.

6.4.1. Las épocas de crisis cultural y su influjo sobre la


acentuación de la violencia colectiva (Sorokin PA, 1968)

Según Sorokin la esfera cultural de una sociedad determinada está


constituida por una infinidad de sistemas culturales más o menos complejos
y reunidos bajo la unidad común de lo que él llama grandes supersistemas
culturales.
Los supersistemas culturales que han aparecido en el transcurso de la
historia de la Humanidad se pueden reducir a tres tipos principales, a saber:
el sensorial o sensitivo, el ideacional y el integral.

a) «El supersistema sensorial considera que la última y verdadera rea-


lidad y los valores auténticos son los que captamos a través de los sentidos y
que más allá de la realidad y de los valores que podemos ver, oír, oler, tocar
y gustar no hay otra realidad ni valores verdaderos. Todo el sistema de la cul-
tura sensorial no es más que la articulación y materialización de este princi-
pio esencial a través de la ciencia y la filosofía, su escasa religión y el dere-
cho, la ética, la economía y la política, las bellas artes y las instituciones
sociales. Este principio básico determina también la mentalidad, aspiraciones
y normas de vida en la sociedad sensorial».
b) «La cultura y la sociedad ideacional se basan (como ocurría en la
Edad Media) en el principio según el cual la última realidad y los valores ge-
nuinos están representados por Dios y su Reino, mientras que la realidad y
los valores sensoriales son un mero espejismo o, peor aún, cosas negativas y
pecaminosas. Además la cultura ideacional considera que la revelación divi-
na es el criterio de la verdad y desconfía del testimonio de los sentidos. Por
ello se preocupa muy poco del estudio de los fenómenos sensibles o del in-
vento de artefactos».
c) Finalmente, el supersistema cultural integral es una especie inter-
media entre la cultura sensorial y la ideacional. «Su ley primaria sostiene que
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 45

la verdadera realidad consiste en una infinita pluralidad que adopta formas


sensoriales, suprasensoriales y racionales inseparables unas de otras. Todos
sus compartimentos y su vida social se articulan de acuerdo con ese principio.
Enfoca tanto los aspectos empíricos como los supraempíricos del auténtico
valor-realidad. Ciencia, filosofía y teología florecen en ella y armonizan y co-
operan entre sí. Los temas de sus bellas artes son parcialmente suprasensibles
y en parte empíricos. Pero únicamente reflejan los más nobles y sublimes as-
pectos de la realidad sensible. Sus héroes son, en parte dioses, en parte seres
de carne y hueso, en sus mejores momentos. Este arte cierra intencionalmente
los ojos a lo vulgar, lo degradante y lo feo del empírico mundo de los senti-
dos. Ennoblece lo innoble, embellece lo feo, rejuvenece lo antiguo e inmor-
taliza lo perecedero. Su estilo es parcialmente simbólico y alegórico y, en
parte, realista y naturalista. Su tónica emocional es serena, calma e imper-
turbable».

Los grandes sistemas culturales, continúa Sorokin, se suceden unos a


otros (sin seguir siempre el mismo orden) en el transcurso de la evolución
histórica de la Humanidad y las épocas de transición de un supersistema a
otro son «periodos revueltos». En estos periodos revueltos o de crisis el sis-
tema cultural en trance de fenecer sufre una desintegración total de sus
distintos componentes; además decae el ímpetu creador y los valores hasta
ahora en vigencia pierden su capacidad de orientar los procesos de interac-
ción social. Por ello, a consecuencia de la crisis cultural, se produce un re-
crudecimiento y una intensificación de las explosiones de violencia indivi-
dual y colectiva.
Un ejemplo claro de esta relación entre crisis y desmoronamiento cul-
tural por una parte y aumento de la violencia por otra lo ve Sorokin en la si-
tuación actual de la Humanidad. En efecto:
«En el siglo XX comenzó a deteriorarse la magnífica estructura sensorial
del hombre de Occidente. Entre otras cosas se desintegraron su moral, sus le-
yes y otros valores que desde el interior controlaban y orientaban la conduc-
ta de los individuos y de los grupos. Cuando el hombre deja de regirse por
valores religiosos, éticos y estéticos profundamente arraigados en él, los
grupos y los individuos se convierten en víctimas del fraude y de las poten-
cias bestiales que entonces gobiernan su conducta, sus vínculos sociales y su
destino. En tales circunstancias el ser humano se torna en un animal impeli-
do, sobre todo, por la pasión, la lujuria y los apetitos biológicos. Un insacia-
ble egoísmo fulgura en él y en la colectividad; la lucha por la existencia se in-
tensifica; la fuerza suplanta al derecho; en tales circunstancias estallan
guerras, sangrientas revoluciones, crímenes y otras formas de lucha interhu-
mana y bestialidades en gran escala. Así ocurrió siempre en los grandes pe-
riodos de transición entre dos órdenes básicos socioculturales y así está ocu-
rriendo en nuestro tiempo. Una notable desintegración del orden sensorial fue
la causa del estallido de las dos grandes guerras mundiales, de una legión de
46 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

contiendas menores, de muchas sangrientas revoluciones, revueltas, crímenes


y violencias sin nombre. Estas explosiones que han hecho de este siglo el más
sangriento de los últimos veinticinco que integran la historia occidental».

Nos parece oportuno recordar aquí que Ostwald Spengler y Arnold J.


Toynbee también han establecido una cierta correlación entre las crisis
culturales y la aparición de episodios más o menos graves de luchas y vio-
lencias.
Como explica Spengler en su obra Decadencia de Occidente, las pseu-
domorfosis culturales provocan en el ánimo de los individuos que están so-
metidos a ellas profundos sentimientos de odio que se ponen de manifiesto
en guerras y revoluciones. Las pseudomorfosis se producen cuando una vie-
ja cultura extraña domina de tal forma sobre un escenario geográfico que
impide el desarrollo de otra cultura juvenil autóctona en esa región. Bajo la
presión de las formas culturales extrañas la civilización autóctona no pro-
duce creaciones propias y ni siquiera llega a tomar conciencia de sí misma.
Todo lo que procede de las profundidades de un alma juvenil que aspira a
manifestarse es vertido en los moldes vacíos de la cultura extraña; senti-
mientos juveniles cristalizan en obras culturales envejecidas y en vez de la
expansión de la fuerza propia creadora crece, hasta alcanzar tamaño gigan-
tesco, el odio contra la potencia extraña. Tal es el caso, según Spengler, de
la cultura arábiga y de la cultura rusa, que han sido ahogadas y violentadas
por la cultura grecorromana y la cultura fáustica u occidental respectiva-
mente.
Para Toynbee (1951) la formación de los estados universales va prece-
dida por unos tiempos revueltos y su descomposición se lleva a cabo por las
fuerzas combinadas del proletariado interno y del proletariado externo,
fuerzas que actúan durante un interregno más o menos largo. Pues bien, tan-
to los tiempos revueltos como el interregno son periodos culturales que se
caracterizan por la aparición de luchas y violencias aparte de otros fenó-
menos altamente interesantes muy bien estudiados por Toynbee.

6.4.2. Rasgos de la cultura sensorial contemporánea que


generan conflictos colectivos y, por ende, estallidos de
violencia (Sorokin PA, 1973)

En su obra: Sociedad, cultura y personalidad, Sorokin hace un análisis


de aquellos rasgos de la cultura contemporánea que representan estímulos
continuos para los comportamientos violentos. Este análisis complementa
los datos expuestos en el apartado precedente y por ello nos parece opor-
tuno hacer un comentario especial acerca de sus conclusiones más impor-
tantes.
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 47

Según Sorokin, la cultura contemporánea, además de estar en un perio-


do de crisis, ha desarrollado ciertas características que hacen brotar en el
hombre impulsos y tendencias fuertemente agresivas. Entre tales caracte-
rísticas las más importantes son las que siguen:
a) Ante todo es preciso decir que la decadente cultura sensorial con-
temporánea está impregnada del espíritu de rivalidad y del deseo de victo-
ria sobre los contrincantes en todos los campos de la actividad sociocultu-
ral, desde la ciencia, el fútbol, las bellas artes y el comercio hasta la misma
esfera religiosa. Este espíritu genera incesantemente una lucha por la supe-
rioridad, el poder y el prestigio de los competidores sobre sus rivales, así
como un profundo deseo de que se produzca su derrota, situándolos en lugar
inferior dentro del universo sociocultural.
b) En segundo lugar, la cultura contemporánea concede una impor-
tancia primordial (exacerbada al máximo por la situación de crisis) a los va-
lores sensuales, materiales o hedonístico-utilitarios. Estos valores sensua-
les degradados «comprenden desde dinero, riqueza, comodidad y seguridad
materiales hasta besos, fornicaciones, popularidad, fama, poderío y presti-
gio». Como estos valores son escasos y existen en cantidades limitadas
los individuos y los grupos se ven obligados a establecer luchas sin fin para
proveerse de estos bienes a costa de los contrarios.
c) En tercer lugar, la ética y la moral contemporánea se caracterizan
por un extremado relativismo y la falta consiguiente de vínculos universa-
les, relativismo que desemboca en el cinismo y en la anarquía moral; cada
agrupación competidora se considera como árbitro supremo con atribucio-
nes para ampliar cualquier medio conducente a la victoria; por ello se torna
inevitable la aparición de la fuerza bruta amparada en el fraude y en otros
sutiles recursos; la fuerza se convierte en el supremo juez.
d) Finalmente, a los rasgos citados se añade una tremenda desvalori-
zación del hombre; las ciencias contemporáneas han contribuído a crear una
imagen del hombre excesivamente «materialista» y «mecánica», despose-
yendo a la persona de cualquier rasgo de carácter transcendente y de toda
hondura metafísica.
«En perfecta consecuencia con su premisa mayor, según la cual la única
realidad y el único valor son de carácter sensorio, considera al hombre como
mero complejo material de electrones y protones, como simple organismo
animal, mecanismo reflejo o ‘bolsa psicoanalítica’ llena de líbido; la persona,
según esta concepción, está desprovista de todo elemento suprasensible, sa-
grado o divino. No es de asombrar que en semejante cultura el hombre sea
tratado de la misma forma que los demás complejos sensoriales (mecanismos
o animales). Todo individuo o grupo que obstaculiza la realización de los
propios deseos es eliminado del mismo modo que liquidamos un mosquito o
48 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

una víbora o como neutralizamos todo objeto orgánico que impide la satis-
facción de nuestras apetencias».

6.4.3. La desarmonía e incompatibilidad de los sistemas


culturales como causa principal de las guerras
y revoluciones (Sorokin, PA, 1973)

En la obra ya citada, Sociedad, cultura y personalidad, Sorokin desa-


rrolla una segunda línea de pensamiento que es un poco distinta de la que
hemos comentado hasta ahora. De acuerdo con esta idea, las causas pri-
mordiales del conflicto y de la violencia hay que buscarlas en las relaciones
mutuas de antagonismo entre diversos sistemas culturales.
Las sociedades globales (Naciones y Estado) no son unidades amorfas
sino que están constituidas por una infinidad de agrupaciones, grandes o pe-
queñas, que mantienen entre sí y con la totalidad que las engloba complejas
relaciones de subordinación o yuxtaposición. Tanto la sociedad global
como las sociedades parciales integrantes de aquella se adhieren a un siste-
ma de valores básicos (y de normas derivadas de aquellos valores) que re-
gulan y dirigen los fenómenos de la interacción. Pues bien, cuando estos di-
ferentes sistemas de valores son coherentes o compatibles entre sí se
produce una situación de armonía de la que brota la paz interna; pero si los
sistemas de valores se contradicen y se hacen mutuamente incompatibles
entonces se originan tensiones y conflictos que pueden terminar provo-
cando revoluciones y guerras civiles. La noción de que la incompatibilidad
de los sistemas de valores es causa principal de conflicto puede también ex-
tenderse a los conflictos interestatales o internacionales, esto es, tiene tam-
bién aplicación para comprender el origen de las guerras.
Para entender mejor esta tesis de Sorokin conviene aclarar su concepto
del valor y a ello vamos a dedicar unas pocas líneas:
En términos de Sociología general el valor es definido como una ma-
nera de ser o de obrar que una persona o una colectividad juzgan ideal y que
hace deseables o estimables a los seres o a las conductas a los que se atri-
buye dicho valor. También se define el valor como algo que merece o exige
respeto, como un ideal que exige adhesión o que invita al respeto y que se
manifiesta en cosas o en conductas que lo expresan de una manera concre-
ta o simbólica.
De la lectura atenta de la obra de Sorokin se deduce que lo que él llama
valor en sentido amplio coincide, más o menos, con el componente cultural
de los procesos de interacción, esto es, con las significaciones, «valores» (en
sentido restringido) y normas que cristalizan y se concretizan en las obras
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 49

espirituales, esto es, en el estrato superorgánico de la realidad: la ciencia, la


técnica, la filosofía (saberes), la religión, las bellas artes, las normas jurí-
dicas y éticas, las costumbres y los usos.
Ahora bien, todos estos «productos» valiosos de la creatividad humana
constituyen, con excepción de la tecnología, el integrante fundamental de la
ideología. Por ello la tesis de Sorokin puede resumirse diciendo que la cau-
sa fundamental y primaria de los conflictos humanos colectivos y de la
violencia colectiva (guerras y revoluciones) hay que buscarla en la incom-
patibilidad, desarmonía e incoherencia de los sistemas ideológicos; la lucha
colectiva es, en muchas ocasiones, lucha ideológica, lucha por hacer triun-
far o defender una cierta concepción general del mundo y de la vida.
Este modo de interpretar la génesis del conflicto colectivo queda bien
expresado en la aplicación concreta de este principio explicativo al caso de
las revoluciones:

«La discrepancia (dice Sorokin), entre el derecho oficial del grupo (re-
cuérdese a este respecto que el derecho u organización político-jurídica de la
sociedad forma parte de los valores y de la ideología) y las convicciones ju-
rídico-políticas no oficiales de algunos de sus miembros adquiere, de tanto en
tanto, proporciones extraordinarias, en ausencia de toda adecuada modifica-
ción del derecho oficial que le concilie con las convicciones del derecho no
oficial de un número de personas en aumento incesante. Por último, llega un
momento en el que el derecho oficial comienza a contravenir las conviccio-
nes legales de una enorme mayoría dentro del grupo o de una fracción sufi-
cientemente poderosa del mismo. De esta suerte aparece un abismo insupe-
rable entre el sistema de valores de los partidarios del derecho oficial y el de
sus opositores. Si en estas condiciones el derecho oficial no se modifica pa-
cíficamente, sus enemigos intentarán derribarlo (así como el sistema valora-
tivo por él amparado) mediante métodos violentos, ilegales y revolucionarios.
Sus esfuerzos suelen reforzarse merced a las violencias de los delincuentes
comunes. Cuando la contradicción aumenta entre defensores e impugnadores
del derecho vigente, aumenta asimismo la proporción de los que infringen la
ley porque no están compenetrados con ella».

Un ejemplo muy ilustrativo de violencias colectivas que brotan de la in-


compatibilidad mutua entre sistemas culturales nos lo suministra el con-
flictivo periodo de la historia de Europa que comienza en 1789 y termina en
1815. Los acontecimientos que ocurrieron durante este lapso de tiempo de
veintiséis años son tan demostrativos de la tesis de Sorokin que a pesar
de ser sobradamente conocidos merece la pena recordarlos aquí, aunque sea
someramente:
Hasta el año 1789 dominó en Francia (como en otros países europeos) el
complejo ideológico que llamamos «Antiguo Régimen». El sistema cultural
50 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

que se concretizó en el «Antiguo Régimen» estaba constituido por ele-


mentos de las más diversas esferas de la cultura y no podemos hacer aquí
una descripción exhaustiva de todo lo que implicaba; nos limitaremos a re-
señar algunos de sus rasgos más importantes. Desde el punto de vista so-
cioeconómico, el «Antiguo Régimen» puede ser considerado como una
continuación del feudalismo y por ello la población de la campiña francesa
estaba dividida en dos grupos necesariamente enfrentados: los señores que
poseían las tierras y los campesinos que cultivaban estas tierras y que esta-
ban obligados a pagar a los señores tributos excesivos e injustos. Desde el
punto de vista político el Gobierno de la nación estaba organizado de acuer-
do con la idea de la monarquía absoluta de derecho divino. A esta idea cen-
tral se asociaba una marcada desigualdad política y fiscal; en efecto, unos
pocos (elegidos directamente por el rey), participaban con el monarca en las
funciones de gobierno y las cargas tributarias de la nación se repartían in-
justamente entre los tres grandes estamentos que componían el cuerpo de la
sociedad: la nobleza, el clero y el tercer estado. Puesto que el rey y sus fun-
cionarios ejercían el poder público sin limitaciones democráticas y puesto
que tampoco existía una constitución escrita era natural que se diese una
gran arbitrariedad. Tal arbitrariedad se ponía esencialmente de manifiesto en
el tratamiento de los «delitos» de tipo político o cuando se trataba de «ofen-
sas» al rey o a un personaje influyente (noble o eclesiástico); el «culpable»
podía ser arrojado en una prisión por orden del rey (las llamadas «letre de
cachet») y quedar encerrado allí indefinidamente sin ser sometido a juicio.
En conjunto puede afirmarse que el «Antiguo Régimen» implicaba una
acentuada violencia esencial estructural en el sentido que hemos definido
estos términos en los puntos 1 y 2 de nuestro trabajo.

En el año 1789 se inició la Revolución Francesa y en el curso de unos


años impetuosos y dramáticos se implantó otra ideología cultural muy dis-
tinta de la anterior, ideología que podemos llamar, a falta de calificativo más
apropiado, el «Nuevo Régimen». El Nuevo Régimen se nutrió sobre todo de
las ideas elaboradas por los pensadores de la Ilustración y su concepción ge-
neral políticosocial se basaba en las tres nociones básicas de libertad, igual-
dad y fraternidad. Estos tres términos se utilizaron para marcar ideales so-
ciales muy importantes y para establecer el contraste con ciertas
insuficiencias del «Antiguo Régimen». Merece la pena ahondar en su sig-
nificado porque de este modo nos percataremos mejor de la violencia es-
tructural que estaba implicada en el antiguo estado de cosas. La palabra li-
bertad se refería a ciertos ideales políticos. El Gobierno no se debía ejercer,
como hasta entonces ocurría, autocráticamente, por derecho divino, sino
constitucionalmente, por voluntad soberana de los gobernados. El ciudada-
no individual no debía estar ya sometido al poder arbitrario de un rey sino
que se le debía garantizar la posesión de libertades personales que ninguna
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 51

sociedad ni Estado podía cercenar; tales eran las libertades de conciencia, de


culto, de palabra y de prensa. El término igualdad apuntaba hacia las acti-
vidades sociales de la revolución. Significaba la abolición de los privilegios,
el fin de la servidumbre, la desaparición del sistema feudal y la igualdad de
todos los hombres frente a la ley. Implicaba asimismo la aspiración de fa-
cilitar a todos los hombres oportunidades iguales en el desarrollo de su
vida y en el logro de la felicidad. Finalmente, fraternidad, fue el símbolo de
la hermandad idealista de todos aquellos que deseaban hacer un mundo me-
jor, más feliz y más justo.
La sustitución del «Antiguo Régimen» por la nueva concepción política
social no se hizo de manera pacífica. El contraste entre ambas ideologías era
muy acentuado y la incompatibilidad alcanzó grados inusitados; la resis-
tencia por parte de unos y el firme propósito de los otros de llevar a cabo la
realización de sus ideales trajeron consigo que los principales actores polí-
ticos de la revolución y contrarevolución se enzarzaran en luchas sin cuar-
tel. La resistencia armada de los que defendían el antiguo estado de cosas
fue aniquilada por la violencia y el terror de los que deseaban llevar a buen
término el proceso revolucionario; incluso en el mismo seno de la facción
renovadora se produjeron terribles conflictos que acabaron con la vida de
muchos líderes y jefes revolucionarios. El asalto a la Bastilla, las revueltas
de los campesinos, provocadas en gran parte por el «gran miedo», el le-
vantamiento contrarevolucionario de la Vandee, las matanzas de septiembre
de 1792, la «Época del terror» de 1793 a 1794, la caída de los Girondinos,
la reacción de Termidor y la sublevación de Babeuf son los nombres de
otros tantos episodios sangrientos en los que perdieron la vida miles de ciu-
dadanos franceses.
Pero la implantación del «Nuevo Régimen» no solo produjo explosiones
violentas dentro de Francia. En efecto, las clases dominantes de los restan-
tes países de Europa temieron que los ideales de la revolución fueran im-
plantados en sus propios Estados y por su parte Francia se sentía amenaza-
da por la actitud hostil de sus vecinos europeos. Esta tensión provocada por
el círculo infernal: «temor y desconfianza - actitud defensiva - ataque y
agresión», provocó la serie de luchas y guerras internacionales que se inició
en 1792 y terminaron en 1815 con la derrota de Napoleón en la batalla de
Waterloo. Las campañas de Italia y de Egipto, el sistema continental, el le-
vantamiento popular español, la campaña de Rusia y la «Gran batalla de las
Naciones» son algunos de los episodios más importantes que jalonan el de-
sarrollo de esta auténtica guerra europea que costó la vida a un número ate-
rrador de personas implicadas, voluntaria o involuntariamente, en el gran
conflicto internacional.
52 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

6.4.4. Las ideas de Sorokin sobre la cultura y la sociedad


necesarias para la paz y el orden (Sorokin PA, 1973 y
1968)

Sorokin no es un sociólogo meramente teórico sino que adopta frente a


la realidad social una actitud crítica destinada a mostrar los puntos débiles
de la sociedad y a proporcionar remedios contra tales fallos y deficien-
cias; por ello no debe extrañar que Sorokin no se haya conformado con ana-
lizar los condicionamientos culturales de la violencia y que haya trazado las
líneas generales de una cultura ideal capaz de favorecer la paz social y
disminuir las tensiones y los conflictos colectivos.
Esta cultura ideal imaginada por Sorokin es todo lo contrario de la ac-
tual cultura sensorial decadente y coincide más o menos con lo que él llama
cultura integral.
La cultura integral del futuro se ha de basar en la noción de que la
«realidad última» (esto es, Dios o lo Divino en términos religiosos con-
cretos) es un «infinito múltiple» que se manifiesta en tres aspectos distin-
tos, a saber: un aspecto sensorial, un aspecto racional y un aspecto supra-
sensorial y supraracional. Dicho de otro modo: el universo «visible»
(compuesto de materia (elemento sensible) y regido por leyes racionales y
naturales) es, en cierto modo, una «encarnación» de lo divino y cada ser
concreto de este universo se encuentra integrado armoniosamente con to-
dos los demás.
De esta concepción primaria de la realidad «derivan» una serie de con-
secuencias que se van articulando en los diversos sectores de la creación
cultural.
Así, el conocimiento será un conocimiento integral y, por tanto, una
mezcla armónica de ciencia, filosofía y religión; su ciencia estudiará, me-
diante la observación sensorial, los aspectos empíricos de lo Infinito multi-
forme; su filosofía deberá investigar, mediante la lógica matemática y silo-
gística, los aspectos racionales y lógicos de la verdadera realidad;
finalmente, su sabiduría intuitiva deberá darnos acceso al transfondo me-
tafísico (suprasensible y metarracional) de esta verdadera realidad.
Las normas éticas recobrarán su carácter de universalidad y serán la ex-
presión de las principales normas morales de todas las grandes religiones y
de todos los códigos éticos; además se fundarán en el amor creador y arrai-
garán en el corazón y en el alma de los hombres no a consecuencia de
sanciones externas sino por su íntimo poder de convicción; de este modo lo-
grarán impedir la mayoría de las acciones y relaciones antisociales, parti-
cularmente el sanguinario trato que el hombre inflige al hombre y que el
grupo imprime a sus congéneres.
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 53

Las relaciones humanas abandonarán el espíritu competitivo y se basa-


rán en el sentimiento de unidad entre los individuos y los grupos, senti-
miento que culminará en la vivencia de un «nosotros» libre, maduro y sin-
cero extendido a toda la Humanidad. Como consecuencia de ello el motivo
principal del trato con los semejantes no será el ansia de combatir y dominar
sino la necesidad de servicio mutuo inspirado en la humildad, el sacrificio y
el verdadero amor.
La configuración cooperativa de las relaciones humanas interpersonales
se expresará también en el tipo predominante de relaciones sociales. Según
Sorokin, estas relaciones sociales pueden ser contractuales, compulsivas o
«familiares»; pues bien, solamente las familiares o comunitarias expresan de
manera adecuada el espíritu imperante en la cultura integral. Por ello

«los regímenes políticos y económicos no serán ni capitalistas ni comunistas


sino comunitarios (familiares); deberá desaparecer el contraste enorme entre
multimillonarios y mendigos, entre gobernantes y gobernados; la propiedad
privada quedará reducida y convertida en una suerte de fideicomiso público.
Los motivos primordiales para una vida social y económicamente útil no con-
sistirán ni en el provecho ni en el poder, sino en el servicio creador rendido a
la sociedad, similar a la motivación de los grandes artistas, conductores reli-
giosos, hombres de ciencia y filántropos genuinos».

El hombre será considerado como un valor en sí, como una encarna-


ción de la divina multiplicidad y por ello desaparecerá la inclinación a
concebirle como un mero medio para lograr fines extraños a su verdadera
naturaleza.
Por último, las bellas artes intentarán plasmar en realidad la belleza alia-
da con la bondad, y en vez de desprestigiar a los inmortales, el arte del fu-
turo deberá inmortalizar a los mortales, ennoblecer lo indigno y hermosear
lo desprovisto de belleza.
La «utopía» desarrollada por Sorokin es muy valiosa por su contenido y
puede ser considerada como un ideal digno de ser realizado. Pero, podemos
preguntarnos, ¿qué hacer para crear u objetivar esa cultura integral que
puede traer la paz a la sociedad? Frente a este interrogante, Sorokin afirma
que la sustitución de la cultura sensorial decadente por la cultura integral se
producirá por el efecto de un doble juego de fuerzas, a saber: las fuerzas gi-
gantescas, impersonales y espontáneas inminentes en la dinámica del pro-
ceso histórico, y las fuerzas personales y genuinamente racionales que pla-
nean e intentan edificar la nueva cultura con todos los medios científicos
aprovechables. Estos dos tipos de fuerzas han actuado siempre que se ha
dado en la historia humana la transición de un supersistema cultural enve-
jecido y decadente a un nuevo supersistema cultural, y por ello no debe ex-
54 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

trañar que también sean activas en la época de crisis que actualmente vivi-
mos.

«En el caso de nuestra cultura contemporánea (dice textualmente Soro-


kin) hemos alcanzado un punto en el cual las fuerzas racionales están prontas
para entrar en juego. Junto con las energías espontáneas, inherentes al pro-
ceso histórico en sí mismo, estarán capacitadas para crear una nueva estruc-
tura sociocultural que se aproximará, grosso modo, a la que acabamos de bos-
quejar. Cuando tal objetivo haya sido alcanzado, la utopía de una paz y de un
orden duraderos se convertirán en realidad. De otra suerte nos espera una ca-
tástrofe apocalíptica».

6.5. La sumisión a la autoridad como fuente de violencia.


Comentario de las experiencias de Stanley Milgram

En el punto 1 hemos citado los resultados obtenidos por Stanley Mil-


gram utilizando la situación experimental creada en torno a la «máquina de
agresión». Creemos oportuno relatar ahora por extenso estos resultados
porque arrojan mucha luz sobre un importante factor social en el desenca-
denamiento de actos violentos. Tal factor es la obediencia a una autoridad
prestigiosa que ordena realizar acciones sumamente peligrosas y dañinas
para un tercero (o terceros). Basta con evocar la historia del nazismo y la
práctica de la tortura en tiempos de guerra para comprender que estos crí-
menes y atentados contra la vida se han hecho posibles por una abdicación
de la conciencia individual y su sustitución por una obediencia ciega a las
órdenes emanadas de una autoridad superior. En términos de Psicología di-
námica, este hecho puede interpretarse como la sustitución del super-yo mo-
ral del individuo por un super-yo extraño; se trata, por tanto, de un caso de
enajenación o pérdida de la propia personalidad bajo la fascinación de otra
personalidad que representa, de alguna manera, las intenciones generales del
grupo y que ocupa en él un «status» superior.
Milgram hace resaltar que ese abandono de la moral personal no es un
carácter propio de una minoría de individuos sino más bien, por desgracia,
una actitud generalizada. Las experiencias realizadas en el laboratorio de la
Universidad de Yale muestran con toda evidencia que cualquier persona
puede transformarse en un verdugo tranquilo con tal de que la orden sea
dada por un «superior». En esta situación se diluye el sentimiento de nues-
tra propia responsabilidad y solo queda una sumisión completa a la autori-
dad.
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 55

6.5.1. Planteamiento de la situación experimental

Para comprender mejor los resultados de las observaciones de Mil-


gram es preciso describir brevemente el diseño general de la situación ex-
perimental. Este diseño es el siguiente:
Un sujeto «profesor» debe hacer aprender parejas de palabras a un sujeto
«alumno» que está atado a una «silla eléctrica». Por cada error cometido en el
curso de la «lección» el «alumno» recibe un choque eléctrico cuya intensidad
crece proporcionalmente con el número de faltas. El «profesor» dispone de
una serie de botones que le permiten enviar descargas eléctricas cuya inten-
sidad oscila de 15 a 450 voltios. A partir de 270 voltios el «dolor» es tan atroz
que el alumno lanza un largo grito de agonía; pero la consigna es terminante:
la lección debe continuar. El objetivo aparente de la experiencia es estudiar la
influencia de las características personales sobre los mecanismos de apren-
dizaje y el efecto producido por el castigo. La experiencia está dirigida por el
psicólogo jefe del laboratorio que representa a la «autoridad».
Puesto que Milgram no es un sádico ni un «sabio loco» la experiencia es
algo muy distinto de lo que las apariencias hacen suponer. Tras la situación
descrita se oculta una realidad muy diferente. En efecto, «el profesor» (o
«verdugo»), único participante ingenuo, es un sujeto voluntario reclutado
por medio de un anuncio y remunerado. El «alumno» (esto es, la «víctima»
que sufre los choques eléctricos) es en realidad un joven colega psicólogo
de aspecto jovial. Su papel consiste en simular un dolor creciente a lo lar-
go de la experiencia, pues el «generador de choques eléctricos» es total-
mente inofensivo.
¿A qué se debe esta mascarada? Sencillamente, porque la experiencia no
está diseñada para investigar la memoria y el aprendizaje sino más bien para
estudiar el problema de la sumisión que sienten la mayoría de las personas
frente a la autoridad y para comprobar los efectos de tal sumisión sobre la
conducta de agresión.

6.5.2. Resultados generales de la experiencia

Los sujetos «ingenuos» reclutados para realizar la experiencia procedían


de medios sociales y profesionales muy diversos; su edad oscilaba entre 20 y
50 años; su nivel de instrucción era muy variado. Por lo tanto no se trataba de
una muestra particular de individuos sino más bien de una población muy he-
terogénea escogida al azar en una ciudad americana de 300.000 habitantes:
New Haven. Nada autoriza a pensar que esta ciudad albergue un porcentaje
poco común de sádicos o de sujetos peligrosos desequilibrados. A pesar de
ello los resultados son tristemente elocuentes, en efecto:
56 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

En esta población pacífica, no distinta de otras ciudades americanas de


tipo medio, la gran mayoría de individuos es capaz de infligir sufrimientos
atroces a un tercero (culpable simplemente de ser un mal alumno) solo
porque una autoridad superior (el director de la experiencia) ha dado la or-
den. Únicamente el 37,5 por 100 de sujetos ha osado contravenir a la con-
signa negándose a infligir al «alumno» recalcitrante choques cada vez más
violentos; además, esta reacción de oposición solo se pone de manifiesto en
el curso de la experiencia y nunca antes de ella; esto significa que nadie re-
chaza en principio utilizar descargas eléctricas para castigar errores de la
memoria.

6.5.3. Influencia del grado de proximidad entre el «verdugo»


y su «víctima»

Las primeras experiencias diseñadas por Milgram no incluían protestas


verbales por parte de la víctima. El «alumno» no estaba en la misma habi-
tación que el «profesor» y por lo tanto este no podía ni verle ni oírle. La úni-
ca manifestación por parte del «alumno» se producía después de la admi-
nistración de un choque de 300 voltios; en este momento se oían sordos
golpes contra los muros del laboratorio seguidos de un silencio absoluto. En
tales circunstancias la mayoría de los «profesores» continuaban adminis-
trando descargas, cada vez más fuertes, hasta que el director de la expe-
riencia ponía fin a la lección.
El hecho de no observar de manera directa las consecuencias de sus ac-
tos pudiera explicar la sumisión ciega del «profesor» con respecto a las con-
signas recibidas. Para verificar esta hipótesis Milgram diseñó cuatro situa-
ciones experimentales diferentes, a saber:

• En la primera, situación de alejamiento, la «víctima» se encuentra en


una habitación distinta de la del «profesor» y no puede establecer co-
municación con él.
• En la segunda situación está incluido un feed-back vocal. La «vícti-
ma» está en otra habitación pero el profesor puede oír sus gritos, la-
mentos y protestas.
• La tercera situación es la situación de proximidad. «Alumno» y
«profesor» se encuentran en la misma habitación y pueden verse y
oírse.
• Finalmente, la cuarta situación es la de contacto personal. Las cir-
cunstancias son las mismas que en el caso precedente, salvo que aho-
ra el «alumno» debe colocar la mano sobre una placa especial para re-
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 57

cibir los choques. A partir de 150 voltios el alumno pide que le dejen
marchar y en este momento el que dirige la experiencia ordena al
«profesor» que coja la mano del alumno y la coloque, a la fuerza, so-
bre la placa. Por lo tanto existe un contacto físico entre el «verdugo»
y la «víctima».

Los resultados obtenidos en estas diversas situaciones pueden obser-


varse en la Tabla 1.1. y son altamente significativos. Confirman brillante-
mente la hipótesis de partida y hacen resaltar la importancia del papel ju-
gado por el grado de proximidad que existe entre el «profesor» y el
«alumno». A medida que aumenta la proximidad, disminuye el número de
«profesores» obedientes y disminuye también la intensidad máxima de los
castigos eléctricos infligidos al alumno.
Varios factores pueden explicar este fenómeno:
En primer lugar, el hecho de ver sufrir a la «víctima» puede hacer com-
prender al sujeto la significación real de su acto. Igualmente, puede experi-
mentar malestar al oír los gritos de desagrado y querer abreviar la sesión ex-
perimental para escapar a la situación, presto a desobedecer de este modo
las órdenes recibidas. Por lo demás, la presencia de la «víctima» impide al
«verdugo» olvidar que alguien muy concreto recibe efectivamente los cho-
ques eléctricos. Por otra parte, el «profesor» puede sentir cierto embarazo de
apretar los botones del generador cuando actúa ante los ojos de la víctima.
Por último, interviene también un fenómeno de formación de grupo; según
que el «profesor» esté más próximo al jefe de la experiencia o al alumno,
tenderá a establecer alianza con uno u otro.

Tabla 1.1. RELACIÓN EXISTENTE ENTRE DIVERSAS


SITUACIONES EXPERIMENTALES Y LA INTENSIDAD DEL CHOQUE
ELÉCTRICO O EL PORCENTAJE DE SUJETOS OBEDIENTES

Situaciones Alejamiento Feed-back vocal Proximidad Contacto

Valor medio de la
intensidad del
choque máximo 405 V 375 V 315 V 270 V

Porcentaje de
sujetos obedientes 65% 62,5% 40% 30%
58 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

6.5.4. Influencia de la distancia verdugo-director de


la experiencia y de la jerarquía social del director
de la experiencia

Milgram ha estudiado el efecto de otros muchos factores sobre la con-


ducta del «profesor» pero sobre todo ha investigado la influencia de la dis-
tancia existente entre el «profesor» y la persona que da las órdenes (autori-
dad) así como la jerarquía y el estatus social de esta última. De los
resultados obtenidos solo comentaremos dos que ponen de relieve la im-
portancia de estas variables.
En un tipo de experiencias, el «profesor» no estaba en contacto directo
con el director de la experiencia; ambos se comunicaban a distancia por me-
dio del teléfono. En esta situación se puso de manifiesto que el «profesor» so-
luciona sus problemas de conciencia mintiendo al director del experimento;
solo administra a la víctima castigos de intensidad muy débil y al mismo
tiempo asegura telefónicamente al director que respeta sus consignas al pie de
la letra. De este modo obedece a su conciencia sin necesidad de tener que en-
trar en lucha abierta con la autoridad encarnada por el experimentador.
En otra situación experimental se pudo comprobar que un factor im-
portante en la determinación de la actitud adoptada por el sujeto (obedecer
o desobedecer las consignas recibidas) está constituido por la posición je-
rárquica del individuo que da las órdenes. Cuando este se presenta como un
«hombre ordinario», mientras que la «víctima» es el propio experimentador
(esto es, el que dirige y controla la experiencia), ningún sujeto continúa la
experiencia más allá de las primeras protestas verbales del experimentador.
Por el contrario, cuando un investigador ordena al sujeto administrar cho-
ques a otro investigador que juega el papel de alumno, entonces el sujeto
obedece. Ello se debe a que en esta situación precisa las órdenes son dadas
por una persona que tiene estatus elevado mientras que la «víctima», al
adoptar este papel, ha abandonado una parte de la autoridad a su colega. El
sujeto se conforma, por tanto, a las órdenes de aquel que ocupa el lugar do-
minante en el sistema jerárquico.

6.5.5. Otros resultados de las experiencias

Al final de cada experiencia el director de la misma explicaba al «pro-


fesor» ingenuo el verdadero objetivo de la investigación y le interrogaba so-
bre los motivos que le habían impulsado a prolongarla más allá de los lí-
mites prudentes.
El análisis de estas entrevistas ha revelado el tipo de conflicto vivido por
el sujeto en esta situación y la forma de resolverle. Un gran número de su-
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 59

jetos estaban perfectamente convencidos de la indignidad de su acto pero,


no obstante, eran incapaces de infringir las consignas de la experiencia y su
desaprobación no llegaba hasta la desobediencia. Otros, por el contrario,
conscientes de maltratar a la «víctima», se tranquilizaban a sí mismos des-
valorizándola. Así, algunos sujetos declararon que el alumno era tan tonto
que merecía los castigos que se le administraban; de este modo la respon-
sabilidad por el sufrimiento infligido ya no era del profesor sino que recaía
sobre la propia víctima.
Por lo demás, en los resultados de una encuesta realizada por Milgram
(encuesta que recayó sobre tres grupos diferentes: psiquiatras, estudiantes y
adultos pertenecientes a la clase media que ejercían diversas profesiones) se
puso claramente de manifiesto el abismo que separa la idea que la gente tie-
ne de su valor moral y lo que realmente son capaces de hacer.
Los tres grupos citados escucharon primero una conferencia que versa-
ba sobre los problemas de la sumisión a la autoridad. Luego se les describió
detalladamente las experiencias realizadas con la «máquina de agresión» sin
revelarles los resultados obtenidos. Finalmente, se les pidió que cada uno de
ellos predijera el comportamiento que adoptaría en caso de participar acti-
vamente en la experiencia. Las respuestas fueron mucho más optimistas que
la realidad. Ninguna de las personas interrogadas pensó que se prestaría a
perseguir la «lección» hasta el final e infligir choques de 450 voltios al
alumno recalcitrante. Las predicciones más pesimistas no iban más allá de
los 300 voltios. También se pidió a los sujetos predecir cuál sería el com-
portamiento de la mayor parte de los norteamericanos en una situación se-
mejante. Las respuestas estuvieron igualmente plenas de ilusiones ya que se-
gún ellas la casi totalidad de las personas rechazarían obedecer al
experimentador y solo algunos individuos patológicos (el 2 por 100 de la
población) aceptarían llegar hasta el fin de la experiencia y administrar
choques de 450 voltios.
Las predicciones hechas por los tres grupos fueron muy parecidas: el
grupo de psiquiatras se mostró tan ingenuo como los otros dos.
En su conjunto la encuesta que comentamos subraya la enorme con-
fianza que tenemos en nuestra independencia y en nuestra fuerza moral.
Todo pasa como si el hombre se sintiera invulnerable frente a las presiones
ejercidas por las diversas situaciones sociales; pero las experiencias de
Milgram muestran que la realidad es muy distinta y que la mayoría de los
individuos están prestos a infligir choques eléctricos dolorosos (e incluso
peligrosos) a uno de sus semejantes siempre que una persona investida de
autoridad les dé las órdenes de ejecutar esa acción.
60 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

6.5.6. Reflexiones críticas

Algunos psicólogos, por ejemplo Nick Humphrey (1974), han criticado


severamente los resultados de las investigaciones de Milgram. A pesar de
estas críticas nosotros creemos que estas experiencias revelan uno de los
principales factores que pueden ayudar a comprender los estallidos de vio-
lencia colectiva. Lo único que se nos ocurre pensar es que tras la obediencia
a las personas que detentan la autoridad no siempre se encuentra la fasci-
nación especial que producen estos individuos por el mero hecho de ocupar
un estatus jerárquico elevado. La autoridad siempre implica la posibilidad
de aplicar coacciones físicas o morales y sospechamos que en muchas oca-
siones reales la obediencia está motivada por el temor a las consecuencias
peligrosas que puede acarrear una actitud crítica y rebelde.
Pero sea cual sea el móvil de la obediencia (fascinación o temor) es evi-
dente que la única manera de evitar las consecuencias nefastas de la sumisión
ciega a una autoridad irracional es fomentar en las personas el sentido de la
crítica responsable y el valor para oponerse a lo que va contra las normas éti-
cas y contra una actitud humana frente al prójimo. A este respecto creemos
que la Humanidad debe ser educada en el ideal de la «Ilustración» tal y
como lo define Kant en su breve ensayo titulado ¿Qué es ilustración?.
El genial filósofo de Könisberg considera que un hombre ilustrado es
aquel que ha sabido salir de la minoría de edad culpable. En este contexto,
«minoría de edad» significa la incapacidad de utilizar el propio entendi-
miento y la necesidad de recurrir a la dirección de otra persona en el uso del
mismo. Tal minoría de edad es «culpable» cuando su causa no radica en la
inmadurez natural del entendimiento sino más bien en la falta de decisión y
de valor para ejercitarlo por sí mismo. La pereza y la cobardía son los mo-
tivos fundamentales por los que una gran parte de los hombres permanecen
menores de edad durante toda su vida después que la naturaleza les hizo li-
bres de la dirección de un tercero. Precisamente por ello la consigna de la
ilustración es sapere aude, esto es, ten el valor suficiente para servirte de tu
propio entendimiento. Está claro que el entendimiento de que habla Kant no
es solo la capacidad de conocer algo teóricamente sino, por encima de
ello, la capacidad racional de distinguir entre el bien y el mal en sentido mo-
ral y hacer una crítica de una situación determinada a la luz de las normas
éticas. En resumen: el entendimiento es sabiduría moral en el sentido clásico
del término; capacidad de conocer lo que es justo y firmeza en su realiza-
ción.
En el mundo de la ficción poética, la figura de Antígona creada por Só-
focles es el prototipo de una persona que sabe decir no a las insinuaciones
de una autoridad injusta y que tiene el valor suficiente para enfrentarse a la
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 61

fascinación emanada del estatus jerárquico de Creon y el ánimo heroico


para resistir las tentaciones del temor y de la angustia que brotan del peligro
implicado en su desobediencia a la autoridad.
Pero también en el mundo de la realidad existen, afortunadamente,
magníficos ejemplos de personalidades que han sabido oponerse a una au-
toridad irracional. La lista completa de héroes del deber sería interminable;
por ello nos conformamos con citar dos casos que representan paradigmá-
ticamente a los que silenciamos: los cristianos de los primeros tiempos
que murieron por un ideal superior haciendo resistencia a la autoridad del
emperador romano, y los objetores de conciencia de nuestra época con-
temporánea.

7. LAS TEORÍAS SOBRE LA GÉNESIS DE LA VIOLENCIA


(CONTINUACIÓN): INTENTO DE SÍNTESIS

En el punto 3 hemos afirmado la unidad del hombre a pesar de su com-


plejidad. El hombre, decíamos, es una totalidad armónica gracias al entre-
lazamiento de lo corporal, lo psíquico y lo espiritual (o sociocultural). Por
ello, en la génesis de todo fenómeno humano intervienen siempre múltiples
factores y cualquier explicación monotemática o reduccionista se aparta mu-
cho de la verdadera realidad. Como es natural, la génesis multicausal vale
también para el fenómeno de la violencia y por esto nos parece oportuno in-
tentar ahora una síntesis de las diversas teorías biológicas, psicológicas y so-
cioculturales que pretenden explicar el fenómeno de la agresión y que he-
mos expuesto con cierto detalle en los puntos 4 a 6.
En esta difícil tarea de armonizar puntos de vista un tanto dispares lo
primero que es preciso tener en cuenta es que la mayor parte de estas teo-
rías son compatibles entre sí con tal de no llevarlas al extremo y dar por ab-
soluto lo que en sí mismo es relativo. Por ejemplo: si se afirma que la es-
tructura dicotómica de la autoridad es la «única» causa de la violencia co-
lectiva entonces quedan excluidos los otros factores que intervienen también
en la génesis de los procesos violentos revolucionarios; pero si nos confor-
mamos con decir que el «apetito» de autoridad es una condición que invita
al ejercicio de la violencia, aunque no la única, entonces no se elimina a
priori la posibilidad de que existan además otros factores condicionantes y
se llega así a una concepción pluricausal de la violencia. Tal concepción,
por las razones expuestas, nos parece la más acertada. Ello quiere decir que
para explicar plenamente cada caso concreto de violencia es preciso analizar
cuidadosamente el halo de factores condicionantes y poner en claro la par-
ticipación más o menos importante de cada uno de ellos. Desde luego es se-
62 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

guro que siempre se encontrarán varios o todos los condicionamientos has-


ta ahora conocidos.
Dieter Senghaas (1972) al estudiar los caminos psicológicos que con-
ducen a la agresión y a la violencia ofrece un esquema muy sugestivo en el
que resalta claramente la concatenación de diversos factores psíquicos, so-
ciales y culturales:

Kimpensatorische un
d
affektuelle Bindung Dr Agg
oh re
(ideologisch-affktive po sio
lit ns
ik
Dimension) fö -, G
3 rd ew
er
nd alt-
eU
m
we
lt

Psychische Gewalt-und
Depravation drohorientierte
1 2 (Persöna- Attiüden in 5 6 7
lichkeits- konkreten Kognitive Gewalt-und
Soziales
attribute) Fällen Verzerrungen drohorientierte
Milieu
in konkreten Verhaltens-
Fällen weisen
elt
a lt- mw
w U
Ge de
Mangel an 4 n s-, dern
io för
es
kognitiver
g gr litik
Komplexität A po
oh
(kognitive Dimension) Dr
d
un

A: Psychische und sociale Basis (1-4) B: Wahrscheinliche Einstellungs-


und Verhaltensmuster in konkreten Fällen
und spezifischen Situationen (5-7)

La estructura del medio social (1), actuando sobre el individuo puede


provocar en él la aparición de una depravación psíquica (2), depravación
que se puede manifestar en forma de pérdida de identidad, disminución de
la confianza en sí mismo, sentimiento de extrañamiento (enajenación), im-
potencia y desesperación.
Tal depravación psíquica conduce con frecuencia a la aparición de
fuertes vinculaciones emocionales compensatorias (3) o a un fallo de la
normal complejidad cognoscitiva (4); ambos factores se influencian y se re-
fuerzan mutuamente.
Las vinculaciones irreflexivas y acríticas a grupos y colectivos humanos
(que sirven para compensar los estados de depravación) consisten casi
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 63

siempre en actitudes etnocéntricas, chauvinistas, filosofías fundamentalistas,


ortodoxias religiosas y militarismos, así como en una actitud vital pesimis-
ta y conservadora. Por su parte, las estructuras cognitivas simples se ca-
racterizan por el fallo de la capacidad de diferenciación, por una rigidez es-
tereotipada y dogmática, por la inclinación a cerrarse frente a nuevas
informaciones, por la tendencia a dicotomizar el mundo y por una defi-
ciencia en la formación y educación.
Los factores 3 y 4, actuando en conjunción, condicionan la génesis de
actitudes orientadas hacia la amenaza y hacia la violencia (5) frente a ca-
sos concretos.
Desde aquí los caminos de la agresión conducen a deformaciones cog-
noscitivas (6) (falsas percepciones, deficiencias del control del propio com-
portamiento, etc.) y a los actos concretos de amenaza y violencia (7).
Finalmente, de un perimundo cuya estructura favorezca la política de
amenaza, violencia y agresión han de brotar necesariamente influencias que
actuando sobre los factores 3 a 7 incrementarán, por una especie de acción
retroactiva positiva, el desarrollo de todas las fuerzas generadoras de la
agresión.
Por lo demás, la concatenación de diversos motivos generadores de
violencia queda también muy bien expresada en otro esquema del mismo
autor en el que este resume los determinantes de la magnitud de los actos
políticos violentos:
La intensidad y la extensión entre la población de la depravación rela-
tiva (factor eminentemente psíquico y personal) condiciona la aparición y la
intensidad del potencial para el uso de la violencia colectiva (potencial nu-
trido por el estado de descontento o insatisfacción).
Este potencial, juntamente con la intensidad y la extensión entre la po-
blación de la justificación normativa (ética o jurídica) y de la meramente
utilitaria de la violencia política hace brotar el potencial o la inclinación ha-
cia la violencia política (= descontento politizado).
Por último, el descontento politizado, las posibilidades de control del ré-
gimen o de los disidentes y el apoyo exterior (bien para los partidarios del
gobierno o bien para los disidentes del mismo) modulan directamente la
magnitud, la intensidad y la extensión de los actos de violencia política.
Pero junto a la causación compleja de los actos violentos, la propia es-
tructura del individuo agente de la violencia es un importante factor de
unificación e integración de los diversos estímulos que generan la agresión.
Con ello queremos decir que los factores extraindividuales (sociales o
culturales) y los biológicos han de reflejarse de alguna manera en la «con-
64 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

ciencia» de los actores de la agresión. Dicho de otro modo: los citados


factores exógenos o biológicos solo serán capaces de provocar la agresión si
hacen brotar en el alma del individuo estados anímicos motivantes (bien
sean necesidades o bien emociones ligadas a tales necesidades).
Por ejemplo: las instituciones culturales primarias (en el sentido de
Kardiner) favorecen la violencia de manera indirecta modelando el carácter
del individuo y haciendo surgir en él tendencias o inclinaciones agresivas.
Lo mismo vale para los estados de anomia y de crisis cultural; en efec-
to los «tiempos revueltos» estimulan la multiplicación de agresiones solo en
cuanto que son concienciados por el individuo y generan en él estados de
tensión, angustia, temor e inquietud.
Finalmente, por no prolongar más los ejemplos, si la estructura dicotó-
mica del reparto de autoridad provoca conflictos y violencias es porque el
individuo siente un apetito y un gusto especial en la ocupación de puestos
autoritarios y en el ejercicio del poder político.
En resumen: múltiples factores condicionan el origen de los actos vio-
lentos y la conciencia del individuo es una especie de encrucijada que per-
mite la concatenación de los mismos.

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2
Neuropsicobiología
de las conductas
agresivas

José Antonio Gil-Verona


Catedrático del Dep. de Anatomía y Embriología Humana
de la Universidad de Valladolid
y Director del Museo de la Ciencia de la misma ciudad

1. INTRODUCCIÓN

La psicobiología es un término relativamente reciente (Hebb DO, 1949)


que hace referencia al estudio de la relación existente entre función cerebral
y comportamiento. A pesar de que extrae información a partir de muchas
disciplinas su enfoque central es el desarrollo de una ciencia del comporta-
miento basada en la función cerebral. Somos conscientes de que un enfoque
psicobiológico de cualquier comportamiento es una pequeña parte de una
posible «antropología omnicomprensiva» y nos percatamos de que impor-
tantes factores psíquicos, sociales y culturales que contribuyen a condi-
cionar los fenómenos psicocerebrales quedan fuera de nuestra considera-
ción. (Gil Verona JA, Gómez Bosque P, 2001).
En este artículo hacemos una revisión de las conductas agresivas o vio-
lentas para desentrañar sus posibles causas psicobiológicas, ya que consi-
deramos que el estudio de los mecanismos de la agresión, desde este punto
de vista, hará posible un mayor entendimiento de la evolución de este com-
portamiento hasta el ser humano, así como una mejor clasificación y trata-
miento de las manifestaciones patológicas de las conductas violentas. Con-
ductas que imponen elevados tributos en muchas sociedades humanas, así
por ejemplo el homicidio y el suicidio están entre las diez principales causas
de muerte en Estados Unidos, país en el que el 25% de los adultos varones
y el 12% de las mujeres describen haber estado implicados, al menos una
vez en su vida en conductas violentas que incluyen, por ejemplo, peleas.
(Robins LN, Reiger DA, 1991). En España, solo en el año 2000 se han des-
67
68 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

crito 19.143 casos de conductas violentas denunciadas, que van desde las ri-
ñas tumultuosas a los homicidios (centro Reina Sofía para el estudio de la
violencia a partir de datos del Ministerio del Interior). Para abordar este
tema presentamos primero una definición de violencia, agresión y agresi-
vidad desde el punto de vista psicobiológico, para pasar después a clasificar
las distintas formas de conductas violentas y terminar abordando los mo-
delos que intentan explicar dichas conductas desde el punto de vista psico-
biológico: modelos genéticos, endocrinológicos, etológicos y neurobioló-
gicos.

2. DEFINICIÓN DE LA VIOLENCIA Y AGRESIÓN

Desde el punto de vista psicobiológico, es muy complejo y discutida la


definición de agresión humana y animal así como la diferenciación entre
violencia, agresión y agresividad (Martin J, 2000), por ello nosotros consi-
deraremos violencia y agresión como términos sinónimos que designan
una misma realidad, por lo que nos limitaremos a fijar el sentido de la pa-
labra violencia.
El concepto de violencia puede tener diferentes niveles de generaliza-
ción y abstracción:

1. En su forma más abstracta violencia significa la potencia o el ím-


petu de las acciones físicas o espirituales. Así, la violencia de una
explosión atómica indica la intensidad de las fuerzas físicas libera-
das en este fenómeno y la violencia de una pasión indica, de ma-
nera similar, la vehemencia con que una persona se apresta a con-
seguir aquello que desea.
2. En un sentido más concreto, la violencia puede ser definida como la
fuerza que se hace a alguna cosa o persona para sacarla de su esta-
do, modo o situación natural. Si se admite, como así lo hacemos no-
sotros, que todo ser tiene una naturaleza propia, entonces debe-
mos admitir que la persona tiene también una «esencia humana» a
la que deben ajustarse sus comportamientos individuales o sociales.
Sobre la línea de este supuesto debemos entonces calificar como
violencia todo acto que atenta contra esta naturaleza esencial del
hombre y que le impida realizar su verdadero destino, esto es, lo-
grar la plena humanidad. Así, la institución de la esclavitud en la
cultura grecorromana era una institución violenta ya que impedía al
esclavo el acceso a la libertad jurídico-política, libertad que consti-
tuye uno de los componentes fundamentales de la naturaleza ideal
del ser personal.
NEUROPSICOBIOLOGÍA DE LAS CONDUCTAS AGRESIVAS 69

3. Por último, en un nivel semántico más preciso y restringido, vio-


lencia es la acción o el comportamiento manifiesto que aniquila la
vida de una persona o de un grupo de personas o que pone en grave
peligro su existencia. Violencia es, por tanto, agresión destructiva e
implica imposición de daños físicos a personas o a objetos de su
propiedad en cuanto que tales objetos son medios de vida para las
personas agredidas o símbolos de ellas.

3. AGRESIVIDAD. POTENCIAL AGRESIVO

La violencia destructiva o la agresión aniquiladora contra la vida y los


bienes de una persona o de un colectivo humano son comportamientos
manifiestos de la conducta humana. A diferencia de ello, la «agresividad» es
un concepto que se refiere a una «variable interviniente» e indica la actitud
o inclinación que siente una persona o un colectivo humano a realizar actos
violentos; en cuanto tal puede también hablarse de «potencial agresivo» de
esa persona o de esa colectividad.

4. FORMAS Y TIPOS FUNDAMENTALES DE VIOLENCIA


Y AGRESIÓN

Somos conscientes de que los actos de violencia y agresión son muy va-
riados y su tipología puede establecerse siguiendo varios criterios clasifi-
catorios (Brain PF, Olivier B, Mos J, Benton D, Bronstein PM, 1998), no-
sotros hemos escogido esta clasificación que presentamos, más general,
ya que nuestro objetivo es intentar desentrañar las bases psicobiológicas de
la agresión en el ser humano, existiendo otras clasificaciones.

4.1. Según los modos de la agresión

Violencia directa - Violencia indirecta.


Si se tiene en cuenta el modo de producirse la agresión puede hablarse
de violencia estructural o indirecta y violencia directa o personal.
En la violencia directa (personal) los actos destructivos son realizados
por personas o colectivos concretos y se dirigen también a personas o gru-
pos igualmente definidos.
En la violencia indirecta o estructural no hay actores concretos de la
agresión; en este caso la destrucción brota de la propia organización del gru-
po social sin que tenga que haber necesariamente un ejecutor concreto de la
misma.
70 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

4.2. Según sus actores

Si en vez de atender a la forma de producirse la violencia, nos fijamos


en los actores de la agresión y en los sujetos que la sufren entonces encon-
tramos los siguientes actos violentos:

• De un individuo contra sí mismo (suicidio).


• De un individuo contra otro individuo (crimen pasional).
• De un individuo contra un grupo (delitos contra la sociedad).
• De un grupo contra un individuo (la pena de muerte).
• De un grupo contra otro grupo (la guerra, el terrorismo).

4.3. Según otros criterios

Aparte de los dos criterios clasificatorios precedentes existen otros que


permiten matizar y completar la tipología de la violencia.
Así, frente a la violencia espontánea de un individuo o de una masa, está
la violencia organizada de las guerras.
Por último, teniendo en cuenta el «mecanismo» desencadenante puede
hablarse de una violencia normal y una violencia patológica, esta última
puede ser provocada por alteraciones psíquicas primarias o por modifica-
ciones anormales del funcionamiento cerebral.
Como mencionamos al comienzo de este apartado existen otras clasifi-
caciones de destacada importancia como la propuesta por Moyer KE
(1976):

1. Agresión predatoria (conductas de ataque motivadas).


2. Agresión inter-machos (violencia física o conducta de sumisión
exhibida por los machos mutuamente).
3. Agresión inducida por el miedo (respuestas biológicamente pro-
gramadas de modo que se actúa de forma agresiva hacia cualquier
clase de confinamiento forzado).
4. Agresión territorial (conducta de amenaza o ataque que se muestra
hacia una invasión del territorio propio, o conducta de sumisión y
retirada tras enfrentarse con el intruso).
5. Agresión maternal (conducta agresiva mostrada por las hembras
cuando un intruso se acerca a sus crías).
NEUROPSICOBIOLOGÍA DE LAS CONDUCTAS AGRESIVAS 71

6. Agresión irritable (agresión e ira dirigidas hacia un objeto cuando


el agresor se siente frustrado, herido, deprivado o estresado).
7. Agresión relacionada con el sexo (elicitada por los mismos estí-
mulos que disparan la respuesta sexual).
8. Agresión instrumental (la que conduce al individuo a obtener una
recompensa mediante el acto agresivo).

5. LAS TEORÍAS SOBRE LA GÉNESIS DE LA VIOLENCIA

Teniendo en cuenta la estructura compleja de la persona se entiende fá-


cilmente que a la hora de intentar comprender el origen de la violencia se
hayan elaborado multitud de hipótesis explicativas. Tales hipótesis pueden
agruparse en tres tipos fundamentales, de acuerdo con la importancia que
conceden a cada uno de los «componentes» del ser humano en la génesis de
la conducta agresiva. Estos tres tipos fundamentales de teorías explicativas
son:

• Los modelos neurobiológicos.


• Los modelos psicológicos
• Los modelos socioculturales.

Nosotros abordaremos en esta revisión los modelos neurobiológicos.

6. MODELOS NEUROBIOLÓGICOS PARA EXPLICAR


LAS CONDUCTAS AGRESIVAS

Los dividiremos en:

• Genéticos-neuroquímicos.
• Endocrinológicos.
• Etológicos.
• Neurobiológicos.

6.1. Genéticos-neuroquímicos

La serotonina es una monoamina que sirve como neurotransmisor en el


cerebro, las neuronas que la sintetizan están agrupadas en varios núcleos del
tronco encefálico, de los cuales los más importantes son los núcleos del rafe.
72 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

Sus axones se proyectan hacia varias regiones del encéfalo, y de forma


notable hacia la corteza cerebral. Las neuronas que sintetizan serotonina re-
gulan la actividad de las neuronas corticales y subcorticales de diversas ma-
neras, activando diferentes subtipos de receptores: algunos excitadores, al-
gunos inhibidores, y otros, con ambas funciones.
Debido a la acción sobre diferentes receptores, se ha relacionado a la se-
rotonina con la regulación de los estados de ánimo, como la depresión, la
ansiedad, la ingesta de alimentos y la violencia impulsiva. Varios estudios
en animales han mostrado que la conducta agresiva con frecuencia se asocia
a una disminución de la actividad de las neuronas serotoninérgicas. Estos
estudios tienen un interés especial, porque proporcionan una visión de
cómo interaccionan los factores sociales y genéticos para modificar la con-
ducta.
La mayoría de los animales, incluido el ser humano, se vuelven agresi-
vos cuando se les amenaza, como cuando se invade su territorio o se ataca a
su prole. La importancia de la transmisión serotoninérgica en la conducta
agresiva se pone claramente de manifiesto en estudios con ratones en los
que se ha practicado una ablación del gen del receptor 5-HT1B de serotoni-
na. Cuando se aíslan ratones que carecen del receptor 5-HT1B de serotonina
durante cuatro semanas y después se les expone a un ratón natural, son mu-
cho más agresivos que los ratones naturales en condiciones similares. Los
ratones mutantes atacan mucho más rápidamente a los intrusos que los ra-
tones naturales y el número e intensidad de los ataques es significativamente
superior que el de los ratones naturales. Por lo tanto, el receptor 5-HT1B de
la serotonina desempeña un papel intermediario importante en la conducta
agresiva de los ratones.
Estudios recientes realizados en animales de laboratorio han puesto de
manifiesto que la estimulación de los receptores 5-HT1A da como resultado
una disminución en los comportamientos agresivos (Kavoussi R, Armstead
P, Coccaro E, 1997).
Se ha involucrado a la actividad de la serotonina como un factor bioló-
gico importante, entre otros, para determinar el umbral de violencia. Las
personas con antecedentes de conducta agresiva impulsiva (y de suicidio), y
las cepas de ratones que muestran más agresividad, tienen concentraciones
bajas de serotonina en el cerebro. La inhibición de la síntesis de serotonina
o la destrucción de neuronas serotoninérgicas aumentan la agresividad en
ratones y monos. Finalmente, ciertos agonistas de la serotonina que actúan
sobre el receptor 5-HT1B inhiben la agresión (Kandel E, Schwartz J, Jessel
T, 2001).
En los seres humanos, se piensa que una serie de agentes sociales es-
tresantes, como el maltrato social o sexual en la niñez, disminuyen los um-
NEUROPSICOBIOLOGÍA DE LAS CONDUCTAS AGRESIVAS 73

brales biológicos de la violencia, entre otros el nivel de serotonina del ce-


rebro. De hecho, los monos macho criados en aislamiento tienen niveles ba-
jos de serotonina en su cerebro, lo que demuestra que tanto los factores am-
bientales como los genéticos pueden converger para influir en el
metabolismo de la serotonina, (Gilliam T, Kandel E, Jessel TM, 2001).
Últimamente, se ha descrito que existe también una alteración del sis-
tema dopaminérgico, en el sentido de aumento de su actividad, asociado con
los comportamientos violentos, no olvidemos que el sistema serotoninérgi-
co tiene un efecto inhibitorio sobre el dopaminérgico, así una reducción de
la serotonina de causa genética produciría un incremento de la función do-
paminérgica, lo que explicaría la coexistencia de ambas alteraciones de
neurotransmisores (Mann J, 1994; Matsuda T et al, 2001; Pitchot W, Han-
senne M, Ansseau, M, 2001).

6.2. Modelo endocrinológico

Las hormonas esteroideas, como la testosterona, influyen en la con-


ducta agresiva, al menos en los modelos de animales de experimentación,
así se ha demostrado que la presencia de andrógenos prenatalmente es
crucial en el desarrollo de comportamientos agresivos en diversas especies,
que van desde los peces a las aves y primates no humanos (Floody DW,
Pfaff OR, 1972).
Con la excepción de la agresión defensiva y predatoria, muchos casos
de la conducta agresiva están de alguna manera relacionados con la repro-
ducción. Por ejemplo, los machos de algunas especies establecen territorios
que atraen a las hembras durante la estación del apareamiento. Para hacerlo,
tienen que defender esos territorios contra las intrusiones de otros machos.
Incluso en especies en las cuales el apareamiento no depende del estableci-
miento de un territorio, los machos deben competir por el acceso a las
hembras, lo que conlleva también conducta agresiva. Las hembras, a su vez,
compiten con frecuencia con otras hembras por el espacio en el cual cons-
truir los nidos o las madrigueras donde criar a su prole, y defienden a sus
crías contra la intrusión de otros animales, la mayoría de las conductas re-
productoras están controladas por los efectos organizadores y activadores de
las hormonas; de este modo no debe sorprendemos el que las hormonas
afecten a muchas formas de conducta agresiva, como el apareamiento. Es
decir, la testosterona desempeña un papel importante aunque no decisivo en
la agresividad humana (Hullsoff T, 2003).
74 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

6.2.1. Agresión entre animales

Los machos adultos de muchas especies luchan por el territorio o por el


acceso a las hembras. En los roedores de laboratorio la secreción de andró-
genos tiene lugar prenatalmente, después disminuye, y luego se incrementa
de nuevo en el periodo de la pubertad. La agresión entre machos comienza
también alrededor del inicio de la pubertad, lo que sugiere que esta conducta
está controlada por circuitos neurales estimulados por los andrógenos.
La androgenización temprana tiene un efecto organizador. La secreción
de andrógenos tempranamente en el desarrollo modifica el cerebro, ha-
ciendo que los circuitos neurales que controlan la conducta sexual mascu-
lina se hagan más sensibles a la testosterona. De forma similar, la androge-
nización temprana tiene también un efecto organizador que estimula el
desarrollo de los circuitos neurales sensibles a esta hormona que facilitan la
agresión entre machos. Conner RL, Levine S (1969) compararon la agresión
entre machos en ratas que habían sido castradas inmediatamente después del
nacimiento con la de ratas que no fueron castradas hasta la pubertad. Las in-
yecciones de testosterona producían conducta agresiva solamente en los ani-
males que habían sido castrados más tardíamente; las inyecciones fueron
ineficaces en las ratas que habían sido castradas neonatalmente. Así, la
testosterona tuvo un efecto activador solo en aquellos animales en los que
había tenido lugar un efecto organizador. Edwards DA (1968) observó que
los circuitos neurales sensibles a los andrógenos podían estar masculiniza-
dos en la hembras. Halló que las inyecciones de testosterona durante la épo-
ca adulta aumentaban la agresión de los ratones hembra que habían recibi-
do una inyección de testosterona inmediatamente después del nacimiento.
Sin embargo, las hembras que entonces habían recibido inyecciones de
placebo no respondían a las inyecciones de testosterona cuando eran adultas.
Trabajos más recientes han mostrado que la exposición temprana a los
andrógenos disminuye la cantidad de exposición que es necesaria para ac-
tivar la conducta agresiva más tarde en la vida del individuo.
Son interesantes los estudios realizados en los que se describe que tras
someter a ratas preñadas a diversos agentes estresantes durante el periodo de
gestación, sus niveles de testosterona y los de los fetos aumentan, lo que se
asocia a un incremento de la agresión postnatal, (Vom Saal FS, 1984).
Recientes líneas de investigación han relacionado también a los niveles
de estrógenos con la existencia de conductas agresivas. Así, Ogawa et al
(1998); y Nomura et al (2002), describen la existencia de dos subtipos de re-
ceptores para el estrógeno (alfa y beta), y demuestran cómo el estrógeno
puede facilitar la aparición de conductas agresivas en animales de labora-
torio a través del receptor alfa.
NEUROPSICOBIOLOGÍA DE LAS CONDUCTAS AGRESIVAS 75

6.2.2. Efectos de los andrógenos sobre la conducta agresiva


humana

La literatura descrita en este campo nos provee de un ejemplo de las li-


mitaciones de la extrapolación de los modelos animales a los humanos; así
en las especies no humanas, la testosterona juega un papel crítico en la agre-
sión intraespecífica entre machos; este es un comportamiento adaptativo, ya
que provee acceso a los recursos y oportunidad de reproducción, pero es di-
fícil generalizar este mismo tipo de comportamiento a los humanos. No obs-
tante, presentaremos los datos más significativos en este campo.
En contraste con la situación en los adolescentes, los niveles de andró-
genos en los niños son bajos y relativamente estables. Alrededor de los 7
años se produce un incremento gradual de andrógenos en los niños. Aunque
la mayoría de los estudios sobre los efectos de los andrógenos en la conducta
se han centrado en la testosterona, no hay que olvidar que existen otros de
gran importancia como la dehidroepiandrosterona, su forma sulfatada y la
androstenodiona, los dos primeros son sintetizados endógenamente en el ce-
rebro (Robel P, Baulieu EE, 1995), de ahí que se les denomine neuroeste-
roides (Van Goozen et al, 1998), y sabemos actualmente que tienen efectos
directos sobre la ácido gamma-aminobutírico (Gaba) y el glutamato.
Los niños son generalmente más agresivos que las niñas. Esto es tan
cierto en niños de tres a seis años de edad como en niños de siete a diez
años (Carlson, N. 1994). Sin duda, la sociedad occidental tolera más las
conductas enérgicas y agresivas de los niños que las de las niñas. Sin em-
bargo, si la socialización fuera la única causa de las diferencias sexuales en
la conducta agresiva, tendríamos que esperar que las diferencias entre mu-
chachos y muchachas de más edad, que han estado expuestos a estímulos
socializadores durante más tiempo, fuesen mayores que las observadas en-
tre niños y niñas más jóvenes. Como este no es el caso, podríamos sugerir
que diferencias biológicas tales como las originadas por la androgenización
prenatal podrían ser, al menos en parte, las responsables del aumento de la
conducta agresiva en los varones. Sánchez-Martín JR (2000) han descrito en
niños y niñas de 4-5 años que existe una correlación directa entre la testos-
terona y la incidencia de comportamientos agresivos en las interacciones so-
ciales, llegando a recomendar la testosterona como un marcador biológico
útil para la agresión, sobre todo en los niños varones, aunque advirtiendo la
necesidad de mayores estudios.
Ya hemos revisado algunas pruebas concernientes a la agresión entre
machos en los animales de laboratorio, y hemos visto que los andrógenos
tienen unos efectos organizadores y activadores muy potentes. La androge-
nización prenatal aumenta la conducta agresiva en todas las especies que se
76 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

han estudiado, incluyendo a los primates. Por ello, si los andrógenos no


afectasen a la conducta agresiva en los seres humanos, nuestra especie sería
excepcional; actualmente hay autores que también siguen una línea de in-
vestigación sobre la organización prenatal de los circuitos cerebrales en re-
lación con los andrógenos (Brain PF, Susman EJ, 1997). Los niveles de tes-
tosterona en los niños empiezan a aumentar en tomo a la pubertad, como la
conducta agresiva y la lucha entre machos de animales de laboratorio.
A pesar de estos datos, actualmente es discutida la relación causal entre
los niveles de testosterona circulante y las conductas agresivas en humanos
(Archer J, 1991; Brain PF, 1984; 1994), diversos autores han descrito rela-
ciones positivas entre niveles altos de testosterona y conductas violentas
(Brain PF, Kamis AB, 1985; Orengo CA et al, 1996; Virkkunen M, Gold-
man D, Linnoila M, 1996; Finkelstein JW et al, 1997). Simon NG et al
(1998) ha identificado vías hormonales específicas que facilitan las con-
ductas agresivas y que podrían servir como hipótesis para explicar además
cómo estos sistemas interactúan con la función serotoninérgica, demos-
trando que el metabolismo intracelular de la testosterona a estrógenos y
dehidrotestosterona dispone de varias vías que pueden conducir a este tipo
de conductas, al no ser detectables sistemáticamente (fuera de la célula) y así
podría ser una de las razones para explicar por qué no aparece una clara re-
lación entre los niveles de testosterona en sangre y las conductas agresivas.
Además, ha descrito que los estrógenos y la dehidrotestosterona tienen di-
ferentes efectos en cada uno de los subtipos de receptores serotoninérgicos.
Recientemente se ha descrito una relación entre la disminución de los
niveles plasmáticos de cortisol con la existencia de conductas agresivas
persistentes en seres humanos así como con la aparición de comportamien-
tos antisociales lo que podría estar a favor de la existencia de una alteración
del eje hipotálamo-hipofisario en dichos comportamientos patológicos (Mc-
Burnett K et al, 2000; Pajer K et al, 2001).

6.3. Modelo etológico

En cierto sentido, el alcance de la teoría darwiniana solo se ha captado


correctamente últimamente con la aparición de la sociobiología y de la
teoría del gen egoísta. La sociobiología es una nueva disciplina fundada por
el entomólogo norteamericano Edward Wilson, es definida como el estudio
sistemático de la base biológica de todas las formas de comportamiento so-
cial en toda clase de organismos. Se la puede considerar como una disci-
plina basada en una hipótesis central, reflejo de la teoría darwiniana: los se-
res vivos se preocupan sobre todo de sacar el mejor partido posible en el
juego de la competición evolutiva, (Christen Y, 1989). En relación con
esta teoría los etólogos han estudiado lo que se ha denominado la «historia
NEUROPSICOBIOLOGÍA DE LAS CONDUCTAS AGRESIVAS 77

natural» de las conductas agresivas para descubrir su sentido benéfico en las


sociedades animales, intentar comprender su desviación a nivel humano y
aportar sugerencias prácticas destinadas a remediar los efectos nocivos de la
conducta violenta del ser humano. Así el premio Nobel Austríaco Konrad
Lorenz presenta esta teoría en su estudio sobre la agresión (1980), que po-
demos sintetizar en la siguientes ideas:

• La pulsión de agresión es una pulsión primitiva (no derivada) que se


descarga espontáneamente. Algunos biólogos, especialmente los bió-
logos cuyo pensamiento se aproxima al conductismo elemental, pien-
san que las pulsiones solo se desencadenan bajo el efecto de un estí-
mulo externo adecuado. A diferencia de ello, Lorenz sostiene que las
pulsiones animales muestran una tendencia a descargarse autónoma-
mente incluso en ausencia de situaciones y de estímulos adecuados y
específicos.
• En el reino animal la agresión intraespecífica realiza importantes
funciones y debe ser considerada como un instinto puesto al servicio
de la vida y, como tal, favorable para la conservación de las especies.
Al reconocer la importancia de la pulsión de agresión, Lorenz se
aproxima a la doctrina final de Freud, pero mientras para Freud el ins-
tinto de agresión o instinto de muerte es algo que se opone al instinto
erótico o instinto de vida, para Lorenz la agresión tiene un evidente
sentido utilitario o benéfico con respecto a la vida del individuo y del
grupo, la agresión intraespecífica cumpliría las siguientes funciones:
1. Distribución regular y ordenada de los animales de la misma es-
pecie dentro de un territorio determinado gracias a la repulsión
mutua y a la creación de distancias mínimas entre los indivi-
duos y los grupos.
2. Establecimiento del orden social o de la jerarquía social en aque-
llos animales que viven en comunidades más o menos complejas.
• Los efectos perjudiciales de la agresividad intraespecífica (la muti-
lación grave o la muerte de uno de los contendientes) quedan palia-
dos por el desarrollo de conductas altamente refinadas que impiden
la destrucción y el aniquilamiento del enemigo.
• A nivel humano la agresión intraespecífica se ha convertido en una
conducta muy perjudicial para la humanidad pues se ha liberado de
las trabas instintivas y no se detiene ante la muerte masiva de indivi-
duos y el exterminio de grupos enteros, los asesinatos individuales,
las revoluciones y las guerras son testimonios evidentes de este cam-
bio de valor y de este matiz negativo de la agresión interpersonal.
78 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

La causa primordial de este desplazamiento es el desequilibrio que se ha


producido entre las conductas instintivas, muy poco desarrolladas en el ser
humano, y el formidable despliegue del pensamiento conceptual. El ante-
cesor animal del ser humano y el hombre primitivo eran seres que carecían
de armas naturales peligrosas y por ello carecían también de comporta-
mientos instintivos destinados a frenar efectos nocivos de la lucha. Poste-
riormente, el ser humano, gracias al desarrollo del pensamiento conceptual,
fue capaz de crear armas de una gran potencia destructiva mientras que sus
instintos sociales y sus inhibiciones naturales quedaron considerablemente
retrasados con respecto a los logros de la razón y del entendimiento, de este
modo se originó una separación que encerraba en sí misma una contradic-
ción peligrosa, a saber: posesión de armas artificiales eficacísimas y au-
sencia de inhibiciones naturales para matar a sus congéneres.

6.4. Modelo neurobiológico

6.4.1. Modelo neurobiológico en animales de laboratorio

Desde el punto de vista neurobiológico, las conductas de defensa y de


agresión de animales de laboratorio se han dividido en diferentes catego-
rías que podemos resumir en (Pinel J, 2001):

• Conductas agresivas:
– Agresión depredadora: acecho y muerte de otras especies con el fin
de comérselos.
– Agresión social: conducta agresiva sin provocación dirigida a un
congénere, con el fin de establecer, cambiar o mantener la jerarquía
social.

• Conductas defensivas:
– Defensa intraespecífica: defensa contra la agresión social.
– Ataques defensivos: Ataques dirigidos por un animal cuando se ve
acorralado por congéneres amenazadores o por miembros de otras
especies.
– Inmovilización y huida: respuestas que dan muchos animales para
evitar el ataque.
– Conductas defensivas maternas: para proteger a sus crías.
– Comprobación del riesgo: conductas que realizan los animales
para obtener información concreta que les ayude a defenderse de
forma más efectiva.
NEUROPSICOBIOLOGÍA DE LAS CONDUCTAS AGRESIVAS 79

Las conductas agresivas sociales, pueden ser provocadas por la estimu-


lación eléctrica de ciertas zonas cerebrales, en concreto de diversos núcleos
hipotalámicos mediales y mesecefálicos: sustancia gris periacueductal
(Gregg TR, Siegel A, 2001). Las conductas agresivas depredadoras pueden
ser provocadas por estimulación eléctrica del hipotálamo lateral y de di-
versas zonas del lóbulo temporal (Gregg TR, Siegel A, 2001).
La amígdala es un importante núcleo que recibe entradas de todas las
modalidades sensoriales y sus proyecciones hacia el hipotálamo juegan un
papel esencial en la asociación de estímulos sensoriales con conductas
agresivas. Así las lesiones de este núcleo alteran la habilidad para distinguir
objetivos apropiados e inapropiados para satisfacer diversos deseos, como el
hambre o deseo sexual (Kluver H, Bucy PC, 1939). La estimulación de este
núcleo provoca respuestas agresivas descontroladas ante estímulos que pro-
vocan miedo (Siegel A, Flynn JP, 1968). La destrucción del mismo produ-
ce disminución de las conductas agresivas ante estímulos que se provocan
por primera vez. Actualmente está demostrado que la sustancia gris peria-
cueductal a través de sus conexiones hipotalámicas juega un papel impor-
tante en la aparición de comportamientos defensivos en animales de labo-
ratorio (Shaikh MB, Siegel A, 1994; Siegel A, Schubert KL, Shaikh MB, et
al, 1997; Cheu JW, Siegel A, 1998), así como los núcleos del rafe inhiben la
pariación de comportamientos agresivos y ofensivos en animales (Ferris CF,
Stolberg T, Delville Y, 1999).
También sabemos que en animales de experimentación existen ciertas
zonas cerebrales que inhiben las respuestas agresivas, así la estimulación del
núcleo caudado y del lóbulo prefrontal inhibe dichas respuestas. Lesiones de
ciertas zonas cerebrales, sobre todo el lóbulo prefrontal interfieren en los se-
res humanos los mecanismos inhibitorios de las conductas agresivas con el
consiguiente incremento de las mismas.

6.4.2. Modelo neurobiológico en seres humanos

En los seres humanos, diversos estudios recientes, realizados con la


técnica de tomografía de emisión de positrones han demostrado que los ata-
ques de agresividad están relacionados con una disminución de la actividad
de las áreas corticales prefrontales (Drexler K et al, 2000; Pietrini P et al,
2000), así mismo se ha demostrado que la agresión reactiva descrita en pa-
cientes con sociopatía adquirida está relacionada con lesiones en el córtex
orbitofrontal (Blair RJ, 2001; Blair RJ, Cipolotti L, 2000), así como en el
gyrus parietal superior y anormalidades en la asimetría cerebral (Raine A,
Buchsbaum M, LaCasse L, 1997). Estos hallazgos son consistentes con la
hipótesis de que la alteración funcional de la corteza cerebral, principal-
80 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

mente los sistemas circuitales relacionados con el córtex orbitofrontal pue-


de estar relacionada directamente con individuos que muestran comporta-
mientos agresivos patológicos.
Como vemos, ninguna parte del cerebro actúa aisladamente para pro-
ducir un tipo de conducta, en este caso violenta, así las conductas agresivas
reflejan el resultado del equilibrio entre estimulación e inhibición de dife-
rentes zonas cerebrales en un momento específico.
Recientemente se está desarrollando una línea de investigación que de-
muestra que los individuos con comportamientos agresivos están caracteri-
zados por una disminución tanto en las respuestas de conductancia en la
piel, como en las cardiovasculares como un incremento en la cantidad de
ondas lentas que aparecen en el electroencefalograma, lo que podría ser un
indicador biológico de las conductas agresivas humanas (Raine A, 1996;
Scarpa A, Raine A, 1997; Raine A, Venables PH, Mednick SA, 1997).

7. CONCLUSIONES
• El estudio de las bases psicobiológicas de las conductas agresivas pro-
veerá una mejor comprensión de los mecanismos neuronales que re-
gulan este tipo de conducta y así establecer bases racionales para el
tratamiento de ciertos desórdenes asociados a algunas formas de agre-
sión (Gregg TR, Siegel A, 2001).
• La conducta violenta impulsiva patológica puede ser abordada como
un problema comportamental con correlato biológico (Simon NG,
Coccaro EF, 1996).
• Se ha descrito la existencia de una disminución serotoninérgica y un
incremento de la actividad del sistema dopaminérgico, de posible
origen genético en estudios con poblaciones humanas agresivas (Do-
lan M, Anderson IM, Deakin JF, 2001).
• El modelo endocrino es un ejemplo de una interacción entre la expe-
riencia y el comportamiento. Estas interacciones demuestran el hecho
importante de que el estado biológico del organismo no está fijo,
sino que cambia continuamente en respuesta al entorno, así algunas
conductas agresivas podrían ser el reflejo de estados fisiológicos in-
ducidos y reforzados por agentes estresantes ambientales.
• Aunque se ha establecido una asociación entre andrógenos y agresión
en animales, la evidencia en humanos es menos clara (Kandel E,
Schwartz J, Jessel T, 2001).
• Son necesarios más estudios para explicar la posible relación entre los
andrógenos y el desarrollo de ciertos comportamientos en los seres
NEUROPSICOBIOLOGÍA DE LAS CONDUCTAS AGRESIVAS 81

humanos, siendo un importante campo el estudio del desarrollo an-


drogénico, tanto de origen gonadal como adrenal.
• En relación con esta teoría los etólogos han estudiado lo que se ha de-
nominado la «historia natural» de las conductas agresivas para des-
cubrir su sentido benéfico en las sociedades animales, intentar com-
prender su desviación a nivel humano y aportar sugerencias prácticas
destinadas a remediar los efectos nocivos de la conducta violenta del
ser humano.
• Aunque se han descrito diversas zonas cerebrales relacionadas con las
conductas violentas como el hipotálamo, el núcleo caudado, la amíg-
dala, la corteza prefrontal, ninguna parte del cerebro actúa aislada-
mente para producir un tipo de conducta, en este caso violenta, así las
conductas agresivas reflejan el resultado del equilibrio entre estimu-
lación e inhibición de diferentes zonas cerebrales en un momento
específico.

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3
Biología de la agresividad
y enfermedad mental

Tomás Palomo y Álvaro Huidobro


Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario 12 de Octubre

1. INTRODUCCIÓN

La agresividad humana es un problema clínico y social de extrema im-


portancia. En los países desarrollados el homicidio es una de las principales
causas de muerte, llegando a convertirse en la primera o segunda causa de
muerte entre los jóvenes. Los estudios epidemiológicos demuestran que
diferentes variables ambientales contribuyen al desarrollo de conductas
violentas, por ejemplo el haber sido criado en un hogar desestructurado, el
haber sufrido abuso físico o sexual en la infancia y la convivencia en un am-
biente de privación social y afectiva. Sin embargo, no hay que olvidar que
toda conducta violenta, sea motivada por una crianza deficiente o por las
ideas políticas o religiosas más elevadas, necesita de un sustrato neuro-
biológico para que se produzca el complejo despliegue de los componentes
motores, perceptivos y autonómicos que constituyen la conducta agresiva
(Kravitz EA, 1988). En ocasiones, vemos cómo personas que han sufrido al-
gún tipo de daño cerebral pierden la capacidad de regular su comporta-
miento y experimentan conductas agresivas sin que se demuestren precipi-
tantes ambientales o problemas en su desarrollo, o tras una mínima
provocación. Con más frecuencia el daño de los circuitos neuronales que
controlan la agresividad conducen a una serie de cambios en la personalidad
y a una selección inadecuada de los objetivos y los lugares en donde se des-
pliega el comportamiento agresivo.
La agresividad, la lucha, violencia, etc., juega un papel biológico im-
portante en la defensa de la vida y de la descendencia, en defensa nuestra y
85
86 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

de los nuestros. Si estos son amenazados, se ponen en marcha mecanismos


cerebrales que nos preparan para la lucha y el ataque. Si una distorsión en
nuestra percepción del mundo hiciera que nos sintiéramos atemorizados,
esos mismos mecanismos harían que respondiéramos de manera equivoca-
damente proporcional a la supuesta amenaza. En la enfermedad mental, esto
puede suceder por ejemplo en los delirios de todo tipo y especialmente en
los esquizofrénicos, donde estos son más extraños e incorporan frecuente-
mente órdenes, etc., que pueden hacer aceptable, desde una perspectiva
delirante, una conducta sangrienta homicida en aras a una supuesta ilumi-
nación religiosa para, por ejemplo, salvar a la Humanidad, en una persona
por lo demás pacífica.
Repasaremos inicialmente qué regiones cerebrales parecen relacionadas
con el control de la agresividad, para posteriormente revisar los sistemas
neuroquímicos relacionados con la misma. A continuación haremos una in-
cursión en las relaciones entre enfermedad mental y violencia y, finalmen-
te, las posibilidades de tratamiento biológico.

2. ORÍGENES BIOLÓGICOS DE LA AGRESIVIDAD


HUMANA

Las formulaciones modernas de la teoría evolutiva sugieren que la se-


lección competitiva favorece el desarrollo de comportamientos agresivos y
de sumisión, íntimamente conectados y regulados de forma análoga. La ne-
cesidad de un sistema neurobiológico que regule la agresividad es mayor en
aquellos animales con un comportamiento social complejo que en los ani-
males con una existencia solitaria. En los primates sociales (y por tanto en
los seres humanos) su expresión se controla de forma precisa a múltiples ni-
veles anatómicos.
En relación con la expresión externa de la emoción la selección natural
ha establecido unos principios que rigen la comunicación entre miembros de
una misma especie. Estas expresiones emocionales son estereotipadas y
con frecuencia emociones opuestas se traducen en posturas antagónicas,
asegurando una comunicación eficaz del estado emocional del organismo.
Un mecanismo neurobiológico eficaz para la regulación de la expresión
emocional y el control de las respuestas agresivas y conciliadoras emplearía
probablemente neurotransmisores opuestos para excitar o inhibir los grupos
de motoneuronas que controlan las posturas agresivas. Así en la langosta ve-
mos cómo la serotonina hace que el animal adopte una postura agresiva o de
lucha (con los músculos en extensión), mientras que la octopamina condu-
ce a una postura sumisa (en flexión muscular); Moyer KE, 1968.
BIOLOGÍA DE LA AGRESIVIDAD Y ENFERMEDAD MENTAL 87

El importante papel desempeñado por los neurotransmisores de origen


subcortical (como la noradrenalina, la acetilcolina o la serotonina) en la re-
gulación de la conducta agresiva en el hombre, procede probablemente de
sus funciones, filogenéticamente más antiguas, en el control de determina-
das de posturas (a través de la musculatura esquelética) y de las respuestas
autonómicas. Sin embargo, el complicado sistema de controles sucesivos
sobre la agresividad que vemos en los primates sociales no puede explicar-
se simplemente por cambios en los niveles de los neurotransmisores cen-
trales o las hormonas periféricas.
Una fuente de complejidad en el estudio de la regulación neurobiológica
de la agresividad en mamíferos es la existencia de varios subtipos diferen-
tes de comportamientos agresivos. En general, los comportamientos agresivos
se desencadenan, se dirigen, se terminan o se inhiben en respuesta específica
a distintos tipos de estímulos ambientales. Los etólogos han identificado varias
clases de conductas agresivas, cada una con un grupo específico de estímulos
desencadenantes y un despliegue concreto de comportamientos externos. La
clasificación más ampliamente reconocida es la propuesta por Moyer, quien
divide las conductas hostiles en predatoria, territorial, de competencia entre
machos, maternal, defensiva, inducida por el miedo, irritable e instrumental;
Delgado JMR, 1967. (Tabla 3.1). Cada subtipo está probablemente controla-
do por diferentes mecanismos neuroanatómicos y neuroquímicos, aunque
habrá indudablemente ciertos solapamientos. Estudios realizados mediante el
registro de la actividad cerebral o la lesión de regiones específicas en diversos
modelos animales han permitido la identificación de las regiones cerebrales
con importancia en la regulación de estas conductas agresivas. (Tabla 3.2).

TABLA 3.1: Clasificación de las conductas agresivas

Tipo Estímulo desencadenante Forma


Predatoria Presa natural Eficaz
Bajo componente emocional
Territorial Cruce de unos límites
Competencia entre machos Macho de la misma especie Respuestas ritualizadas
Inducida por el miedo Amenaza Reacciones autonómicas
Conductas defensivas
Maternal Llamadas de auxilio Intentos iniciales para evitar
Amenaza a la descendencia el conflicto
Irritable Frustración, dolor, privación Hiperactividad
Gran componente emocional
Instrumental
Modificado de Moyer KE. The psychobiology of agression. New York: Harper & Row, 1976.
88 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

TABLA 3.2: Correlatos neuroanatómicos de la agresividad en los modelos


experimentales

Activadores Inhibidores
Agresividad ofensiva predatoria
Hipotálamo anterior Corteza prefrontal
Hipotálamo lateral Hipotálamo ventromedial
Núcleos preópticos laterales Amígdala basolateral
Tegmento ventral mesencefálico Cuerpos mamilares
Mesencéfalo ventral
Sustancia gris periacueductal ventromedial
Agresividad competitiva entre machos
Núcleos septales laterobasales Lóbulo frontal (región dorsolateral)
Amígdala centromedial Bulbo olfatorio
Tálamo posterior ventrolateral Núcleos septales dorsomediales
Estría terminal Cabeza del caudado
Agresividad inducida por el miedo
Amígdala ventromedial Hipotálamo ventromedial
Fornix de la fimbria Núcleos septales
Estría terminal Amígdala basolateral
Tálamo ventrobasal Hipocampo ventral
Agresividad maternal protectora
Hipotálamo Núcleos septales
Hipotálamo anterior Amígdala basolateral
Hipotálamo ventromedial Lóbulos frontales
Hipotálamo dorsomedial Corteza prefrontal
Hipotálamo posterior Corteza prepiriforme medial
Circunvolución cingulada anterior Hipotálamo ventromedial
Tálamo centromedial Cabeza del caudado
Tálamo ventrobasal Núcleo dorsomedial del tálamo
Hipocampo ventral Estría terminal
Tegmento ventral mesencefálico Hipocampo dorsal
Sustancia gris periacueductal ventromedial Circunvolución cingulada posterior
Núcleo fastigio del cerebelo Corteza periamigdalina
Agresividad relacionada con el sexo
Hipotálamo medial Núcleos septales
Fornix de la fimbria (en machos) Fornix de la fimbria (en hembras)
Hipocampo ventral Circunvolución del cíngulo
Amígdala dorsolateral

Adaptado de Treiman DM. Psychobiology of ictal agression. Adv Neurol 1991; 55: 343.
BIOLOGÍA DE LA AGRESIVIDAD Y ENFERMEDAD MENTAL 89

3. NEUROANATOMÍA DE LA AGRESIVIDAD

3.1. Regulación troncoencefálica de la agresividad

Los núcleos mesencefálicos y pontinos controlan algunos aspectos de las


conductas agresivas. Las principales aferencias a estos sistemas proceden de
las vías espinoreticulares, que transportan información sensorial propiocep-
tiva y nociceptiva. Las eferencias conectan con los centros motores faciales
(en el puente) y con las vías motoras descendentes, provocando movimien-
tos estereotipados. Los núcleos autonómicos simpáticos y parasimpáticos
medulares ejercen su acción directamente sobre los sistemas periféricos
cardiovascular, respiratorio y gastrointestinal. En el hombre, sin embargo, los
comportamientos agresivos complejos, en su desarrollo completo, no se ge-
neran a este nivel troncoencefálico. La coordinación de la respuesta agresi-
va y el proceso de decisión se realizan en instancias superiores. Así, las le-
siones que afectan al tronco del encéfalo, aunque ocasionalmente puedan dar
lugar a conductas violentas, en general no producen una alteración perma-
nente del control de la agresividad (Jouvet M, Delorme JE, 1965).
Una excepción importante es la aparición de comportamientos agresivos
como consecuencia de la pérdida de la regulación troncoencefálica del sue-
ño. Normalmente, durante el sueño REM (con movimientos oculares rápi-
dos) tiene lugar la mayor parte de la actividad onírica; algunas neuronas cer-
canas al locus coeruleus inhiben de forma activa las vías motoras
corticoespinales descendentes, suprimiendo toda actividad motora en los ni-
veles inferiores a los núcleos oculomotores. Jouvet y Delorme demostraron
cómo la lesión bilateral de esas regiones del tegmento pontino en gatos pro-
ducía una pérdida de la atonía propia del sueño REM y permitía el desplie-
gue de comportamientos oniroides, frecuentemente compuestos por con-
ductas ofensivas de ataque (Bard P, 1928). Esta parasomnia ha sido descrita
también en el hombre. Suele tratarse de hombres de edad media o avanzada
que refieren sueños cargados de violencia, en los que son atacados por
desconocidos o animales. Al responder a este supuesto ataque los pacientes
desarrollan una actividad motora altamente coordinada, violenta por natu-
raleza. Pueden saltar de la cama, golpearse contra los muebles o atacar a su
pareja de cama. No es raro que el paciente o su pareja sufran lesiones físi-
cas. Este trastorno se denomina trastorno del comportamiento asociado al
sueño REM o trastorno por falta de atonía REM.

3.2. Hipotálamo y agresividad

El hipotálamo de los primates recibe aferencias con información del es-


tado interno del organismo, procedentes de diferentes receptores propios
90 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

(químicos, osmóticos) o a través de los nervios craneales (información vis-


cerosensorial). En contraste con esta profusa cantidad de datos interocepti-
vos, el hipotálamo no recibe directamente información sensorial, referente al
mundo externo, de la corteza sensorial primaria o de asociación. Entre sus
eferencias destacan el control de la hipófisis mediante diferentes factores li-
beradores y algunos péptidos directamente transportados, su conexión con el
sistema nervioso autónomo (funcionando como un ganglio cerebral auto-
nómico) y las relaciones con los centros motores troncoencefálicos y espi-
nales para la coordinación de movimientos estereotipados.
Los estudios realizados en animales sugieren que el hipotálamo contri-
buye de una forma importante a la regulación de la conducta agresiva.
Bard observó cómo la destrucción de todas las estructuras rostrales al hi-
potálamo (decorticación) en el gato provocaba que entrara periódicamente
en un estado de ira (Reeves AG, Plum F, 1969). Una estimulación mínima,
o incluso en ausencia de estímulo, provocaba una combinación de maulli-
dos, piloerección, dilatación pupilar y extensión de las garras. En estudios
posteriores, se vio que el hipotálamo posterolateral era la región implicada
en esta respuesta; la estimulación eléctrica de esta región producía la misma
reacción de ira en los animales decorticados. En gatos intactos y en roedo-
res la estimulación de la región hipotalámica posterolateral acorta el tiempo
de latencia para un ataque predatorio específico. Esta conducta de ataque
puede producirse también mediante la aplicación de acetilcolina o de coli-
nomiméticos en el hipotálamo lateral, provocando que el gato ataque a una
rata o un ratón, o que una rata ataque a un ratón, incluso si previamente eran
considerados animales dóciles. La inyección de antagonistas colinérgicos
elimina esta conducta de ataque, incluso en animales previamente conside-
rados agresivos. Por el contrario, la estimulación del hipotálamo ventro-
medial puede inhibir, en lugar de facilitar, la agresividad o provocar una
postura defensiva. Los estudios de ablación también sugieren que la región
ventromedial reduce el comportamiento hostil y que su destrucción puede
permitir la expresión de ciertas regiones, facilitando la aparición de con-
ductas agresivas sin control.
En el caso del hombre, se han publicados varios casos clínicos y algunas
series pequeñas que sugieren un papel similar del hipotálamo en la agresi-
vidad humana. Los tumores que destruyen la región ventromedial de forma
bilateral se asocian con conductas agresivas sobre las personas cercanas que
parecen reminiscencias de la agresividad vista en animales que han sufrido
lesiones ventromediales (Kluber H, Bucy PC, 1939).
BIOLOGÍA DE LA AGRESIVIDAD Y ENFERMEDAD MENTAL 91

3.3. Regulación de la agresividad por la corteza


temporolímbica y la amígdala

A diferencia del hipotálamo, el complejo amigdalino está conectado


de forma recíproca con múltiples sistemas sensoriales corticales capaces de
transportar información altamente elaborada sobre el mundo exterior. Estas
conexiones tan ricas se establecen con diferentes regiones sensoriales, tan-
to unimodales como polimodales, tales como la corteza perirrinal o la cir-
cunvolución temporal superior, permitiendo la convergencia de información
de las cortezas visual, auditiva, táctil y gustativa. De forma particularmen-
te interesante la región basolateral de la amígdala recibe numerosas pro-
yecciones del área visual unimodal de la corteza inferotemporal, que está es-
pecializada en el reconocimiento de aquellos objetos (por ejemplo las caras)
que se presentan en la zona central del campo visual. Dentro de la amígda-
la se establecen conexiones internas complejas que contribuyen a una mayor
coordinación de la información sensorial. En los primates, las proyecciones
de la amígdala se dirigen hacia el hipotálamo (a través de la estría terminal
y la vía amigdalofugal ventral), hacia los núcleos del tronco del encéfalo de-
dicados al control de la frecuencia cardiaca y la respiración (a través de la
vía central) y al sistema motor extrapiramidal, sobre todo al estriado ventral
(también a través de la estría terminal y de la vía amigdalofugal ventral).
La amígdala parece proporcionar un enlace crucial entre la entrada de
información sensorial, procesada por la corteza y que crea un modelo de la
realidad externa, y los centros hipotalámicos y somatomotores, dando lugar
a estados emocionales como el dolor o el miedo, capaces de condicionar
el comportamiento. Numerosas observaciones realizadas en animales y en el
hombre sugieren que una de las funciones fundamentales llevadas a cabo
por el complejo amigdalino y las estructuras temporolímbicas relacionadas
es la conexión entre los objetos percibidos y una valencia emocional. El re-
sultado sería la regulación cualitativa del comportamiento, más que la
regulación cuantitativa del umbral.
La importancia del complejo amigdalino en el recuerdo del significado
afectivo de los estímulos queda demostrada en la alteración grave de la re-
gulación de la conducta dirigida hacia los objetos que vemos en el síndrome
de Klüber-Bucy. Este cuadro se observa en animales a los que se les ha ex-
tirpado de forma bilateral la amígdala (con frecuencia también se les extir-
pa la corteza temporal adyacente). Los monos sometidos a tales lesiones se
mueven continuamente, con una conducta exploratoria olfatoria y oral del
entorno, en la que se utiliza el olfato y el gusto para analizar todos los ob-
jetos, como si el animal nunca se los hubiera encontrado anteriormente. Los
animales no son capaces de diferenciar el alimento de los objetos no co-
mestibles y con frecuencia ingieren piezas de metal o excrementos, como si
92 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

fueran elementos normales de la dieta. Simultáneamente los animales tienen


problemas para identificar parejas sexuales apropiadas; en los gatos lesio-
nados de la misma forma se han observado conductas copulatorias con ga-
llinas y otros animales. Estos resultados sugieren que los animales lesiona-
dos no pueden identificar si un objeto en concreto resulta adecuado para
satisfacer los impulsos hipotalámicos (Harlow JM, 1868).

Los efectos de la amigdalectomía bilateral sobre el comportamiento


agresivo son consistentes con esta hipótesis. La extirpación de la amígdala
produce placidez y tranquilidad en la mayoría de los animales. Los objetos
que previamente producían signos de miedo o una respuesta de ataque pa-
rece que pierden esa capacidad. Los monos no se muestran agresivos fren-
te a los investigadores, sino sumisos y fáciles de manejar. La amigdalecto-
mía unilateral asociada a lesiones de las vías de conexión comisurales
produce sumisión cuando el estímulo se presenta en el hemisferio lesionado,
mientras que cuando se presenta al hemisferio no operado se producen las
respuestas hostiles apropiadas. La amigdalectomía en monos previamente
calificados como sumisos, sin embargo, conduce a un mantenimiento o un
aumento del nivel de agresión, de acuerdo con la idea de que el efecto
fundamental de la amigdalectomía sobre la agresividad no es un cambio del
umbral si no más bien una modificación de los patrones previamente apren-
didos que relacionaban estímulos concretos con respuestas agresivas. Así
mismo los impulsos apetitivos, como la alimentación o la reproducción,
quedan desconectados de los estímulos previos y se dirigen sobre objetivos
inapropiados. La agresividad, un impulso de carácter instrumental, no se de-
sencadenará por aquellos estímulos que previamente se había aprendido que
debían activarla.

En el hombre el daño bilateral y suficientemente extenso de las regiones


temporolímbicas produce un comportamiento similar al observado en los
monos, con frecuencia asociado a amnesia, afasia y agnosia visual. Los pa-
cientes pueden iniciar una exploración oral y táctil de carácter indiscrimi-
nado (hiperoralidad e hipermetamorfosis) y cambiar sus preferencias se-
xuales. Estos pacientes suelen exhibir un afecto aplanado y una menor
respuesta emocional subjetiva ante los estímulos. Los comportamientos
agresivos son raros, y la apatía con una falta de reacciones intensas tanto po-
sitivas como negativas se convierte en la norma.

De forma llamativamente opuesta a los efectos de la lesión de los lóbu-


los temporales, la epilepsia del lóbulo temporal, un problema clínicamente
mucho más frecuente en el que una excitabilidad anormalmente elevada
afecta a las poblaciones neuronales de la región temporolímbica, se asocia
con un aumento de la agresividad, sobre todo en los periodos interictales.
BIOLOGÍA DE LA AGRESIVIDAD Y ENFERMEDAD MENTAL 93

Dentro del lóbulo temporal, el complejo amigdalino es especialmente


sensible al fenómeno del «encendimiento» (kindling en inglés). Este fenó-
meno consiste en la reducción progresiva del umbral de excitación neuronal
producida por la estimulación neuronal repetitiva. Dado que la amígdala re-
cibe numerosas conexiones del lóbulo temporal y del resto del cerebro, la
actividad de los focos epilépticos temporales afecta a la excitabilidad de
la amígdala. El resultado de una facilitación de la actividad amigdalina
puede ser opuesto al que observamos en el síndrome de Klüber-Bucy. El
kindling induce cambios en la fisiología del sistema límbico, facilitando las
respuestas emocionales y agresivas a estímulos apropiados o previamente
neutros. Más que perderse asociaciones previamente adquiridas entre estí-
mulos sensoriales e impulsos, algunos pacientes con epilepsia del lóbulo
temporal pareciera que establecen otras nuevas, de carácter casi fortuito. En
lugar de una disminución de la respuesta emocional a los estímulos exhiben
unas asociaciones afectivas más intensas y generalizadas.

3.4. Agresividad y corteza prefrontal

La corteza prefrontal dorsolateral recibe numerosas aferencias de las


áreas neocorticales de asociación más posteriores. La corteza orbitofrontal
está relacionada recíprocamente con el resto del neocórtex, fundamental-
mente a través de la convexidad dorsolateral del lóbulo frontal. Las aferen-
cias hipotalámicas informan a los lóbulos frontales del significado afectivo
de los estímulos internos (hipotálamo) y externos (conexiones neocorticales
con el lóbulo temporal). La corteza prefrontal se proyecta a su vez sobre el
sistema motor piramidal, el neoestriado, el neocórtex temporal y el hipotá-
lamo. Esquemáticamente, la corteza prefrontal parece integrar el estado
actual del mundo externo, el estado del mundo interno y el reconocimiento
de objetos capaces de provocar impulsos, con el conocimiento de las reglas
sociales aprendidas y las experiencias previas relacionadas con la recom-
pensa y el castigo. La corteza prefrontal construye un plan de actuación que
es consistente con la experiencia y sobre todo con las reglas sociales, opti-
mizando la satisfacción de los impulsos biológicos. El resumen más senci-
llo de estas funciones tan complejas es la capacidad de juicio. Se ha postu-
lado que al seleccionar entre las diversas opciones de respuesta, la corteza
prefrontal se guía por marcadores internos del estado somático, una serie de
pistas fisiológicas que le permiten la rápida elección de las opciones pre-
viamente recompensadas y eficaces.
Las lesiones de la región orbitaria del lóbulo frontal se han relacionado
clásicamente con unas respuestas emocionales superficiales, casi reflejas, en
relación con el entorno inmediato. Así lo describió hace más de 150 años
94 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

Harlow en el clásico caso clínico de Phineas Cage, obrero del ferrocarril de


en Nueva Inglaterra, que tras sobrevivir a un accidente en el que una barra
de hierro le atravesó el cráneo, entrando por la órbita, comenzó a sufrir una
serie de cambios de personalidad, pasando de ser un trabajador y padre
ejemplar a una persona carente del más mínimo sentido de la responsabili-
dad, perdiendo consecuentemente su trabajo y su familia, hasta fallecer
varios años más tarde, alcoholizado.9 Los pacientes se vuelven impulsivos,
incapaces de predecir o tener en consideración las consecuencias posterio-
res de sus acciones. Las lesiones orbitofrontales también producen episodios
de irritabilidad transitoria. Con frecuencia el paciente estallará tras una
provocación trivial, sin tener en cuenta las prohibiciones sociales que limi-
tan las conductas agresivas ni las consecuencias futuras previsibles. Los ob-
jetivos de su agresividad pueden ser apropiados, pero los pacientes son in-
capaces de aplicar el razonamiento abstracto que les permitiera superar la
provocación ambiental inmediata. Los estudios de neuroimagen realiza-
dos en homicidas han demostrado una alta incidencia de anomalías fronta-
les, tanto en neuroimagen estructural (tomografía computarizada, resonan-
cia magnética) como en neuroimagen funcional (tomografía por emisión de
positrones); resultados similares se han obtenido en estudios neuropsicoló-
gicos que evalúan el funcionamiento de los sistemas frontales (Raine A,
Leucz T, Scerbo A, 1995).

3.5. Papel de la asimetría hemisférica en la regulación


de la agresividad

Varias líneas de investigación sugieren diferencias en la especialización


hemisférica (izquierda/derecha) a la hora de procesar la información emo-
cional, incluyendo la ira y la agresividad. El hemisferio izquierdo tiene un
papel importante en la decodificación de información emocional proce-
dente del lenguaje, mientras que el hemisferio derecho se ocupa más del
procesamiento de la información emocional no verbal, como puede ser la
expresión facial o la prosodia. Más aún, el hemisferio derecho parece alta-
mente especializado en la regulación de las respuestas emocionales en ge-
neral, y de las respuestas emocionales negativas, como el miedo y la ira, en
particular (Ross ED, 1993).
Los estudios neuropsicológicos realizados en poblaciones de criminales
violentos apoyan la importancia de la especialización hemisférica en la gé-
nesis de las conductas agresivas. Cuando se detectan anomalías neuropsico-
lógicas suelen afectar no solo a las funciones ejecutivas propias del lóbulo
frontal, si no también a la comprensión verbal, el lenguaje expresivo y otras
funciones lingüísticas propias del hemisferio izquierdo. Estos hallazgos son
BIOLOGÍA DE LA AGRESIVIDAD Y ENFERMEDAD MENTAL 95

congruentes con un gran número de estudios que indican que los jóvenes de-
lincuentes o con trastornos de conducta tienen un cociente intelectual redu-
cido, con una evidente desproporción entre el cociente de inteligencia verbal
(lenguaje - hemisferio izquierdo) que está muy reducido y el manipulativo
(visuoespacial - hemisferio derecho) que está más conservado.
Los estudios psicofisiológicos en delincuentes violentos también mues-
tran una tendencia a la disfunción del hemisferio izquierdo. Aunque estos
estudios se ven muy afectados por defectos metodológicos y con frecuencia
no informan de la lateralidad de los pacientes, las primeras grandes mues-
tras de criminales violentos inicialmente estudiadas presentaban una pro-
porción sustancialmente grande (cercana al 50%) de anomalías electroen-
cefalográficas. Estudios más recientes realizados con análisis informático
del espectro de frecuencias electroencefalográficas sugieren que el com-
portamiento violento persistente de algunos pacientes psiquiátricos ingre-
sados se relaciona con un aumento de la actividad de ondas lentas (fre-
cuencias delta) en las derivaciones frontotemporales izquierdas. Estudios
adicionales realizados mediante el registro de la conductancia de la piel o la
escucha dicótica también demuestran la presencia de anomalías en la fun-
ción del hemisferio izquierdo en pacientes con personalidad antisocial sin
lesiones neurológicas aparentes.

4. NEUROQUÍMICA DE LA AGRESIVIDAD

La mayoría de los trabajos experimentales o clínicos realizados sobre la


neuroquímica de la agresividad describen el papel de los diferentes neuro-
transmisores, a nivel periférico, en el tronco del encéfalo o en el hipotálamo,
reduciendo o aumentando la predisposición global de una persona a la agre-
sividad (Nelson RJ, Chiavegatto S, 2001). No hay apenas trabajos publicados
que estudien la integración multisináptica de los procesos de integración
sensorial y emocional en paralelo que tienen lugar en la amígdala, la corteza
orbitofrontal u otras regiones corticales. Probablemente en estas regiones
interaccionen diversos sistemas de transmisión y no puede considerarse que
estén regulados exclusivamente por uno solo de ellos. Sin embargo, dado que
los estudios neuroquímicos suponen la base para las intervenciones farma-
cológicas sobre los pacientes agresivos, los datos que ofrecen tienen una
gran relevancia clínica.

4.1. Serotonina

Los estudios realizados en animales y en el hombre sugieren que la se-


rotonina es un modulador esencial del comportamiento agresivo (Lesch
96 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

KP, Merschdorf U, 2000). Los estudios en el hombre se han centrado en


los marcadores serotoninérgicos en pacientes suicidas y en criminales vio-
lentos.
En un estudio reciente se observó que un grupo de delincuentes juveni-
les violentos presentaba un descenso del binding (ligazón) al receptor 5HT2
plaquetario (Blumensohn R et al, 1995). Los niveles de ácido 5-hidroxi-in-
dolacético (5HIAA), un metabolito de la serotonina, en líquido cefalorra-
quídeo (LCR) se encuentran reducidos en pacientes que han intentado sui-
cidarse y en criminales violentos. Los comportamientos violentos y
autoagresivos se correlacionan negativamente con los valores de 5HIAA en
LCR, sugiriendo que un nivel bajo de 5HIAA en LCR estaría relacionado
con una tendencia a presentar comportamientos agresivos e impulsivos.
Varios estudios realizados en criminales y en pacientes psiquiátricos vio-
lentos apoyan esta hipótesis. También se han demostrado niveles bajos de
5HIAA en LCR en pirómanos impulsivos y en individuos que habían co-
metido un asesinato impulsivo. En un trabajo realizado por Linnoila se de-
mostró que los delincuentes impulsivos tenían niveles significativamente
más bajos de 5HIAA en LCR que los delincuentes no impulsivos, siendo
esos niveles especialmente bajos en el subgrupo que además tenía antece-
dentes de intentos de suicidio (Linnoila M et al, 1983). En un grupo de sol-
dados con problemas de conducta se encontró una correlación negativa
entre el 5HIAA en LCR y el comportamiento agresivo, y lo mismo ocurrió
al estudiar pacientes con personalidad límite que presentaban conductas
agresivas o suicidas.

4.2. Acetilcolina

Algunos de los primeros trabajos realizados sobre la neuroquímica de la


agresividad se centraron en la acetilcolina. La estimulación eléctrica del hi-
potálamo lateral de las ratas producía una conducta agresiva de tipo preda-
torio sobre los ratones, incluso en animales que habían tolerado previamente
la convivencia con ratones en su misma jaula sin atacarles. La aplicación de
carbacol, un agonista colinérgico, en el hipotálamo lateral provoca la misma
respuesta agresiva estereotipada, que puede ser bloqueada con atropina y fa-
cilitada por los anticolinesterásicos. Este tipo de actividad predatoria aso-
ciada a la acetilcolina es específica para un determinado objetivo (se dirige
solo a la presa habitual de la especie) y carece de repercusión afectiva evi-
dente. La aplicación de carbacol en la amígdala también induce una res-
puesta predatoria. Se han descrito varios casos clínicos de agresividad re-
lacionada con la exposición a inhibidores de la acetilcolinesterasa
(Grossman SP, 1963).
BIOLOGÍA DE LA AGRESIVIDAD Y ENFERMEDAD MENTAL 97

4.3. Noradrenalina y dopamina

Los sistemas catecolaminérgicos se han relacionado con comporta-


mientos agresivos en varios modelos animales y en diferentes poblaciones
clínicas. La administración de noradrenalina periférica potencia la reac-
ción de lucha que se puede inducir en las ratas al someterlas a un estímulo
eléctrico. Los agonistas de los receptores alfa-2 aumentan la agresividad de
las ratas, mientras que la clonidina (un antagonista de esos mismos recep-
tores) reduce la agresividad en roedores de forma rápida. El tratamiento a
largo plazo con bloqueantes de los receptores beta-adrenérgicos (como el
propranolol) puede disminuir las conductas agresivas en los animales de la-
boratorio y en diferentes grupos de pacientes psiquiátricos con comporta-
mientos violentos (Mattes J, 1990).
Del mismo modo, la L-Dopa puede inducir comportamientos agresivos
en roedores y en humanos. La apomorfina, un potente agonista dopaminér-
gico, puede inducir conductas de lucha en las ratas. Cogruentemente, los an-
tagonistas dopaminérgicos (los antipsicóticos) tienden a disminuir la agre-
sividad pero a unas dosis tales que se ven afectadas las funciones motoras y
cognitivas.

4.4. GABA

Varias líneas de trabajo sugieren que el ácido gamma-amino-butírico


(GABA) inhibe la agresividad en animales y en el hombre. La inyección de
GABA en el bulbo olfatorio de las ratas inhibe la conducta predatoria sobre
los ratones, mientras que los antagonistas GABA pueden aumentarla. Las
benzodiacepinas y otros fármacos que potencian la función GABA pueden
reducir la conducta ofensiva inducida por el aislamiento en los ratones y ate-
nuar la agresividad secundaria a lesiones límbicas. Los efectos antiagresi-
vidad de las benzodiacepinas probablemente se deban por tanto a su capa-
cidad de potenciar la actividad del receptor GABA uniéndose a un receptor
propio cercano a aquel. En el hombre, aunque en la mayoría de los pacien-
tes se producen efectos tranquilizantes y antiagresivos en respuesta a las
benzodiacepinas, en ocasiones asistimos a una reacción paradójica consis-
tente en la aparición de un episodio recortado de agresividad.

4.5. Testosterona y otros andrógenos

La testosterona es un importante mediador de las respuestas agresivas en


diversas especies de mamíferos. En las ratas, los machos dominantes tienen
unos niveles de testosterona más altos que los machos sumisos. Los ratones
98 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

machos que presentan una mutación espontánea por la cual no sintetizan la


variante larga del receptor androgénico no se muestran nunca agresivos
(Maxson SC, 2000). En algunos monos se encuentra una correlación posi-
tiva entre los niveles de testosterona en el plasma o la saliva y la probabili-
dad de que presenten enfrentamientos con otros monos. Moyer sugirió que
los andrógenos aumentarían la agresividad de tipo competitivo entre ma-
chos, la agresividad irritable (pero no la predatoria), la agresividad sexual, la
inducida por el miedo y la de tipo protector maternal. Parece que la inte-
racción entre testosterona y otros neuromoduladores (como los neurotrans-
misores monoaminérgicos) es la que media las respuestas agresivas estu-
diadas. La dominancia inducida por la testosterona en las ratas se puede
reducir mediante el tratamiento con algunos agonistas serotoninérgicos
(5HT1a, 5HT1b y 5HT2a/2c).
También en el hombre se da la relación descrita entre andrógenos cir-
culantes y comportamiento agresivo. Se han encontrado niveles altos de tes-
tosterona plasmática en adolescentes con escasa tolerancia a la frustración y
un alto grado de impaciencia. Los niños (varones) con un mayor nivel de
testosterona responden de una forma más agresiva cuando son provocados.
También se han detectado niveles altos de testosterona libre en criminales
violentos encarcelados. Así mismo, los deportistas que practican la lucha li-
bre con mayor éxito suelen tener unos niveles de testosterona más elevados
que los que salen derrotados y se han descrito comportamientos violentos en
personas que toman esteroides anabolizantes para aumentar su masa mus-
cular (Pope HG et al, 2000). Un metaanálisis realizado por Archer J (1991)
demostró una fuerte correlación positiva entre los niveles de testosterona y
la puntuación en agresividad en escalas heteroadministradas (agresividad
objetivada por el observador). Más recientemente, Bergman y Brismor
(1994) demostraron que los varones alcohólicos que abusan de otras per-
sonas tienen niveles más altos de testosterona y menores niveles de cortisol
que aquellos que no abusan.
Loosen PT (1994) ha encontrado que la inhibición de la función gonadal
con antagonistas de la hormona liberadora de gonadotropinas reduce la
agresividad dirigida hacia el exterior. Está por otra parte bien documentado
que la castración disminuye la agresividad en machos de diferentes especies,
y se ha llegado a proponer (ya sea quirúrgica o química) como método de
tratamiento para determinados delincuentes sexuales. Sin embargo, hay
que tener una enorme precaución a la hora de generalizar los hallazgos
encontrados en una especie animal, sobre todo si pretendemos comparar las
respuestas de humanos, primates y otras especies de mamíferos. Muchos de
los neurotransmisores implicados en la regulación de las respuestas agresi-
vas se conservan en las diferentes especies, pero probablemente existen im-
portantes variaciones en los sistemas de receptores. Además no es fácil
BIOLOGÍA DE LA AGRESIVIDAD Y ENFERMEDAD MENTAL 99

conseguir la precisión necesaria a la hora de definir y medir la agresividad,


la impulsividad o la irritabilidad en los diferentes modelos animales y en el
hombre. Muchos estudios comenten errores adicionales en la diferenciación
entre lo que son rasgos estables de comportamiento (correspondientes con
las características de personalidad en el hombre) y lo que puede ser un es-
tado transitorio (fruto quizás de una enfermedad adquirida). Los sustratos
neuroquímicos relacionados con los estados cambian rápidamente y pueden
diferir de los que determinan los rasgos de carácter más permanentes.

5. AGRESIVIDAD, VIOLENCIA Y ENFERMEDAD MENTAL

5.1. La violencia del enfermo mental: mito y realidad

La violencia en los trastornos mentales es uno de los temas controver-


tidos e inquietantes socialmente. Al analizar la asociación entre violencia y
trastornos mentales tenemos que considerar, entre otras cosas, la influencia
que tienen nuestros prejuicios sobre el tema. Es fácil que si pensamos que
los enfermos psiquiátricos son violentos interpretemos como agresivas,
conductas que en otras personas veríamos como normales. La percepción
errónea de que la locura se asocia frecuentemente con la violencia viene ali-
mentada, en gran medida, por la manera en que los medios de comunicación
tratan los casos que suceden. Así, un asesinato cometido por un paciente
psiquiátrico ocupa mucho más espacio, frecuentemente sensacionalista, e in-
terés, frecuentemente morboso, y durante más tiempo, en prensa, TV, etc.,
que el mismo asesinato cometido por una persona no enferma. La locura la
percibimos como un descontrol, una pérdida de control que puede dar lugar
a cualquier disparate, incluso agresión grave (auto o hetero) y llegar hasta el
suicidio u homicidio.
Efectivamente todo trastorno psiquiátrico, leve o grave, supone una
pérdida de libertad mayor o menor. La ansiedad, la depresión, la frustración,
las alteraciones de la percepción, congruentes o no con el estado de ánimo,
son elementos que condicionan nuestras decisiones. Así, a veces no elegi-
mos de acuerdo con nuestras capacidades y potencialidades, ni criterios éti-
cos, morales, sino quizá cohibidos, empequeñecidos, por nuestra inseguri-
dad, sentimientos de inadecuación o de culpa, etc., o también, atemorizados,
condicionados por nuestra angustia, distorsiones perceptivas o cognitivas.
Por ello, el tratamiento psiquiátrico del enfermo mental debe consistir, pre-
cisamente, en recuperar la libertad y aliviar el sufrimiento, al eliminar/su-
perar/manejar esa inseguridad, frustración, distorsión, etc., que le permita
actuar de manera no destructiva hacia si mismo y los demás. Pero es en la
locura propiamente dicha, en la esquizofrenia, cuando nos parece que más
100 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

se pierde la libertad, liberándose todo tipo de inhibiciones que nos mante-


nían relativamente pacíficos. Nos da miedo. Es el miedo no solo a la locura
de los demás, sino a la nuestra propia. Claro que eso es así, en la medida en
que tememos que los impulsos naturales espontáneos sean de tipo agresivo-
violento. En la medida que fueran pacíficos, su desinhibición por falta de
control, no nos preocuparía de la misma manera. El miedo a la locura y a
nuestros propios impulsos, a su descontrol, es lo que hace tan inquietante los
comportamientos violentos en psiquiatría. De ahí el interés que despiertan
estas noticias y el impacto que las informaciones sobre los mismos, tienen
en el público general.
Solo una pequeña proporción de la violencia en la sociedad se puede
atribuir a pacientes psiquiátricos y solamente algunas personas con tras-
tornos psiquiátricos tienen probabilidad de ser violentos (Walsh E, Bu-
chanan A, Fathy T, 2001). Naturalmente existe una proporción de actos
violentos mayor en enfermos mentales que en la población general pero es
una minoría de enfermos los que protagonizan estos actos violentos. Aun-
que existe controversia, sí parece producirse una asociación entre violencia
y psicosis sobre todo cuando existe una ideación paranoide, pero la gran
mayoría de los pacientes con enfermedades mentales graves no son más pe-
ligrosos que los individuos en la población general. Además, si eliminamos
aquellos esquizofrénicos que consumen drogas, la proporción es mucho
menor. La posible asociación entre trastornos psiquiátricos y criminalidad
se daría con mayor probabilidad en trastornos de personalidad, abuso de al-
cohol y drogas y en el retraso mental que en la psicosis propiamente dicha.
El riesgo de que un individuo, paciente mental o no, sea violento parece de-
pender de cuatro dimensiones de personalidad que contribuyen en diferen-
te medida, juntas o separadas: control de impulsos, control afectivo, narci-
sismo y personalidad con estilo cognitivo paranoide (Nestor PG, et al,
2002).

5.2. Abuso de sustancias

El abuso de sustancias es con mucho el factor más importante asociado


a conductas violentas en enfermos mentales. Ello se debe de un lado al pro-
pio efecto de la droga alterando el control emocional y los impulsos vio-
lentos, y de otro a su asociación con otros trastornos, «cormobilidad»;
como trastornos de personalidad antisocial, ansiedad y depresión y psicosis
crónica.
El abuso de sustancias, el trastorno de personalidad antisocial y el tras-
torno depresivo comparten probablemente un origen genético común. La
personalidad antisocial tiene un impacto mayor sobre el control de impulsos
BIOLOGÍA DE LA AGRESIVIDAD Y ENFERMEDAD MENTAL 101

que sobre la regulación de las emociones, mientras que en el caso de los


trastornos depresivos sucedería al contrario. En cualquier caso lo importante
es constatar la importancia de la «cormobilidad» de manera que cada tras-
torno puede aumentar exponencialmente el riesgo de violencia debido a un
efecto sumatorio e interactivo.
La configuración comorbida con abuso de sustancias siempre potencia
el riesgo de conductas violentas en cualquier tipo de trastorno mental. Así
Swartz MS et al (1998) encuentran entre pacientes mentales violentos que
las tasas de prevalencia son casi dos veces mayor (31,1%) para pacientes
con un trastorno psiquiátrico mayor (por ejemplo, esquizofrenia, trastorno
esquizoafectivo, trastorno delirante) que abusan de drogas que para los
mismos trastornos sin abuso de drogas (17,9%) y las tasas máximas de
violencia (43%) se dan en pacientes con trastornos de personalidad que abu-
san de drogas. El alcoholismo y la drogodependencia se asocian a un au-
mento de las conductas violentas, no solo motivado por la necesidad de ob-
tener y costear drogas, etc., que en el caso de estas con frecuencia se
adquieren en medios marginados clandestinos relacionados con la delin-
cuencia, sino también porque se produce una desinhibición y alteración de
la conciencia que puede llevar a la violencia y al asesinato. Estas adicciones,
además, producen neurotoxicidad que puede también influir en la aparición
de la conducta violenta.

5.3. Trastornos de personalidad

Existe una clara relación entre los trastornos de personalidad y riesgo


clínico de violencia y particularmente entre criminalidad y el trastorno
antisocial. La presencia de síntomas paranoides, narcisistas y pasivo-agre-
sivos correlacionan significativamente con la violencia. Esta situación es
especialmente importante ya que se ha observado que estos síntomas en la
adolescencia preceden actos de violencia subsiguientes durante la edad
adulta. De hecho incluso en la población normal, el narcisismo constituye
un factor de riesgo. La ira o sentimiento de cólera en el caso de una herida
narcisista, se dirige específicamente a la persona concreta responsable del
sentimiento. El agravio narcisista juega un papel importante también en los
psicópatas. La psicopatía es una forma especialmente virulenta de trastor-
no antisocial de la personalidad en la que existe una ausencia casi total de
sentimientos emocionales. El narcisismo constituye un factor clave inter-
personal que junto al trastorno antisocial configuran en buena medida la
psicopatía.
102 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

5.4. Psicosis

5.4.1. Esquizofrenia aguda

Actualmente consideramos que existen diferentes tipos de esquizofrenia


que posiblemente hacen referencia a enfermedades diferentes. Por razones
prácticas de exposición aquí nos vamos a referir a todo el espectro de tras-
tornos esquizofrénicos.
En el caso de la esquizofrenia, decíamos que la evidencia de su asociación
con la criminalidad es controvertida. Con frecuencia los actos de violencia son
más el resultado de sus propias dificultades de personalidad y de incompe-
tencia social que de los síntomas psiquiátricos y no suelen ser muy graves. Sin
embargo, en algunos esquizofrénicos, los delirios y las alucinaciones, sobre-
todo si se asocian a delirios paranoides, pueden provocar homicidios espe-
cialmente cuando esos delirios se acompañan de emoción intensa. En la es-
quizofrenia, las amenazas violentas deben tomarse muy en serio (Gelder M et
al, 1996). El factor sintomático más importante de riesgo de violencia es un
estilo cognitivo paranoide de la personalidad. Ello va desde una visión sesga-
da del mundo como hostil y amenazante hasta síntomas de primer rango de
Scheneider del tipo de delirios, más o menos encapsulados, paranoides de ser
controlados por otros. Un estilo de personalidad paranoide puede claramente
inclinar a un paciente esquizofrénico hacia la violencia durante brotes psicó-
ticos, pero esto puede suceder incluso en síndromes subclínicos del espectro
de la esquizofrenia (Arsenaut L et al, 2000). En pacientes psicóticos muy vio-
lentos destacan los delirios organizados con ideas de control por otros. En es-
tos casos, los actos violentos alcanzan proporciones letales desencadenadas
por motivos delirantes de defensa propia en el marco de sentimientos para-
noides intensos dirigidos frecuentemente a familiares. Estos sujetos mantienen
bien preservados sus habilidades organizativas y ejecutivas. Esta conservación
relativa neuropsicológica proporciona al enfermo esquizofrénico paranoico
violento, la capacidad que necesita para organizar una secuencia de conductas
orientadas hacia la víctima. Fuera de la sintomatología delirante paranoide, los
síntomas psicóticos se relacionan por el contrario, con niveles disminuidos de
violencia.

5.4.2. Depresión psicótica

En el caso de la depresión grave se ha descrito la asociación a veces con


homicidio relacionado con delirios acerca de lo terrible que es el mundo,
donde no merece la pena que viva su familia ni él mismo. Ello puede llevar
a matar a su cónyuge y a sus hijos para evitarles tanto horror y con fre-
cuencia terminar él mismo suicidándose. A veces se da el caso de madres
BIOLOGÍA DE LA AGRESIVIDAD Y ENFERMEDAD MENTAL 103

con depresión puerperal que matan a sus hijos, pero al contrario de lo que
muchos creen, esto sucede con poquísima frecuencia incluso cuando la
ideación es claramente psicótica.

5.4.3. Psicosis crónica

Dentro del espectro de la esquizofrenia, en la psicosis crónica, un fraca-


so en la regulación de diferentes emociones negativas, especialmente ira,
hostilidad e irritabilidad junto con pérdida de control, pueden llevar a actos
reactivos de agresión y violencia. En estos enfermos crónicos, es mucho me-
nos importante la ideación paranoide. No sorprende, por tanto, que los actos
violentos cometidos en el contexto de la esquizofrenia crónica sean más fre-
cuentes pero mucho menos graves que en los trastornos paranoicos descritos
anteriormente. Las víctimas suelen pertenecer al entorno social habitual del
paciente como cuidadores y miembros de la propia familia.

5.5. Comentario final

De todo lo anterior, las evidencias de los diferentes estudios señalan que


la relación entre enfermedad mental y violencia viene frecuentemente me-
diatizada por diferentes configuraciones de dimensiones de personalidad ta-
les como el agravio narcisista en sujetos con carácter antisocial y la paranoia
en sujetos con trastornos del espectro esquizofrénico. Como siempre, el abu-
so de drogas intensifica la pérdida de control de los impulsos y las emocio-
nes por lo que el tratamiento solo es eficaz si se aborda específicamente el
consumo de drogas (Swartz MS et al, 1998). La identificación de las ca-
racterísticas y las cualidades que distinguen aquellos que cometen actos vio-
lentos de la mayoría que no los cometen, podrá eventualmente eliminar el
estigma pernicioso acerca de las tendencias violentas de los enfermos men-
tales.

6. TRATAMIENTO DE LA AGRESIVIDAD
Y DEL COMPORTAMIENTO VIOLENTO

Teniendo en cuenta que la regulación de la agresividad se produce a di-


ferentes niveles, el control de la misma se realiza mediante diversas inter-
venciones, tanto sobre factores ambientales como sobre mecanismos bioló-
gicos. La mayor parte del arsenal farmacológico que se utiliza actualmente
para el tratamiento de la violencia actúa sobre los sistemas de neurotrans-
misión que se originan en el tronco cerebral o en el hipotálamo; de esta for-
ma los agentes que actúan a este nivel básico reducen probablemente la
104 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

tendencia a presentar conductas agresivas en las personas con lesiones en ni-


veles superiores. En el tronco cerebral actúan probablemente los bloqueantes
de los receptores beta adrenérgicos, los agonistas serotoninérgicos o los po-
tenciadores GABA como las benzodiacepinas. Sin embargo, como en el
caso del alcohol, puede producir una desinhibición de impulsos agresivos por
lo que no deben utilizarse para el control de los comportamientos violentos.
Los fármacos capaces de regular los receptores colinérgicos muscaríni-
cos en el hipotálamo lateral están menos estudiados, pero suponen un grupo
especialmente interesante vista la capacidad de los agentes colinomiméticos
para inducir agresividad.
En ocasiones vamos a tratar de interferir con el nivel temporolímbico.
Los antiepilépticos como la carbamacepina o el ácido valproico han de-
mostrado la capacidad de reducir la agresividad, no solo en pacientes con
crisis parciales complejas, sino en otros pacientes con violencia episódica.
En pacientes con agresividad refractaria al control farmacológico se puede
indicar el tratamiento neuroquirúrgico, consistente casi siempre en la re-
sección bilateral de la amígdala.
Para aquellos casos en los que el origen de la agresividad parece ser un
mal funcionamiento de las regiones prefrontales se propone el uso de
agentes serotoninérgicos (sobre todo con capacidad agonista 5HT1a como
la buspirona) o de agentes adrenérgicos (agonistas alfa-2 como la cloni-
dina). Los primeros parece que ayudarían a controlar las respuestas im-
pulsivas mientras que los segundos mejorarían el nivel atencional y la ca-
pacidad de discriminación de estímulos. Los efectos paradójicos de las
benzodiacepinas en estos pacientes se explicarían precisamente por el
deterioro de las funciones frontales (juicio, adecuación al entorno social)
que inducirían, similar al que puede producir la intoxicación alcohólica
como decíamos antes.
En el caso de los pacientes psiquiátricos, el tratamiento es el del tras-
torno mental de base. Aquí, es particularmente importante además el trata-
miento del alcoholismo o la drogadicción por la potenciación exponencial
del riesgo de violencia que vimos anteriormente. La inclusión en un pro-
grama farmacológico y psicoterapéutico puede ser útil tanto para el com-
portamiento violento en sí, como para la adicción. Por lo demás, los mismos
fármacos que se utilizan en otras personas violentas también se utilizan en el
caso de la violencia asociada a trastornos de la personalidad. También se
han utilizado las sales de litio y el triptófano en todo tipo de comporta-
mientos violentos. Este último tiene la ventaja de no tener otros efectos se-
cundarios cognitivos ni motores. Los fármacos antipsicóticos son específi-
camente útiles en la violencia psicótica, pero también se utilizan en otros
tipos de comportamientos violentos. En cualquier caso, no existe medica-
BIOLOGÍA DE LA AGRESIVIDAD Y ENFERMEDAD MENTAL 105

ción específica para la violencia. La psicoterapia dirigida hacia el auto-


control es útil en algunos pacientes con trastornos de personalidad. Se utiliza
especialmente la terapia cognitiva.

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4
Violencia de género

José Carlos Mingote Adán


Jefe de Sección del Servicio de Psiquiatría
del Hospital Universitario «12 de Octubre»

1. EL PROBLEMA

Al menos una de cada cuatro o cinco mujeres en el mundo ha sido físi-


ca o sexualmente abusada por uno o más hombres en algún momento de su
vida. En la mayor parte de los casos, se trata de agresiones graves, continuas
o repetidas. Se ha estimado que la violencia contra las mujeres produce en-
tre estas tantos casos de muerte e incapacidad como el cáncer, y daña su sa-
lud en mayor medida que los accidentes de tráfico y la malaria juntos
(World Bank, 1993). En nuestro país resulta difícil estimar la verdadera in-
cidencia de la violencia de género, pero se considera que la violencia do-
méstica es la causa más común de lesiones en la mujer, aunque solo se de-
nuncian entre el 10 y el 30% de los sucesos reales. Un estudio del Instituto
de la Mujer del año 1999 revela que dos millones de españolas sufren o han
sufrido malos tratos, lo que supone un 12,4% de la población femenina, de
ellas un 70% declara sufrirlos desde hace más de cinco años, es decir, de
forma habitual (Villavicencio P, Sebastian J, 1999). Según los datos facili-
tados por el Ministerio del Interior, hasta septiembre de 2002 han muerto 44
mujeres a manos de sus cónyuges (70 según las organizaciones de mujeres)
y 22.826 presentaron denuncias por malos tratos en España.
Naciones Unidas denuncia que en el mundo el 25% de las mujeres son
violadas en algún momento de su vida. Dependiendo del país, de un 25 a un
75% de las mujeres son maltratadas físicamente en sus hogares de forma ha-
bitual. Cerca de 120 millones han padecido mutilaciones genitales. Las
violaciones han devastado mujeres, niñas y familias en las numerosas gue-
107
108 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

rras que se suceden en Europa, África, América y Oceanía. Ante un pro-


blema de tales dimensiones, la OMS declaró en 1998 la violencia domésti-
ca como prioridad sanitaria internacional (Koblinsky M et al., 1993).
Las mujeres maltratadas, las que han sufrido cualquier tipo de violencia,
tienen mayor riesgo de sufrir varios problemas graves de salud, como le-
siones y fracturas, embarazos no deseados y enfermedades de transmisión
sexual, abortos y varios problemas mentales graves, en especial, depre-
sión y trastorno de estrés postraumático.
Se estima que las mujeres maltratadas tienen un riesgo 4 o 5 veces ma-
yor de suicidarse que las no maltratadas. En un estudio de seguimiento a
tres años, de 1.203 mujeres embarazadas en Houston y Boston, el abuso du-
rante el embarazo fue un factor de riesgo para tener un hijo de bajo peso y
para anemia e infecciones de la madre (Zierler S et al., 1991).
En un estudio realizado en Estados Unidos (Parker B, McFarlane J,
Soekenk, 1994) resultó que las mujeres que han sufrido abuso sexual en la
infancia tienen un riesgo tres veces mayor de embarazarse antes de los 18
años que las que no fueron victimizadas, lo que se asocia con un mayor ries-
go de diversas complicaciones para la salud de la madre y del hijo (prema-
ternidad, bajo peso al nacimiento, etc.).
En años recientes, la violencia de género ha llegado a ser un grave
problema de salud pública que afecta a una proporción significativa de
mujeres (más del 20%) en la mayoría de los países del mundo.
La violencia de género tiene un importante impacto negativo sobre va-
rios aspectos sociosanitarios como son la planificación familiar, una ma-
ternidad segura y la prevención de enfermedades de transmisión sexual y de
trastornos mentales.
Para muchas mujeres maltratadas, los profesionales sanitarios son el
principal y, a menudo, único punto de contacto con los servicios públicos
capaces de ofrecerlas apoyo e información eficaz.
Dado que el 95% de las víctimas de violencia familiar son mujeres, en
este trabajo se identificará al varón con el agresor y a la mujer con la agre-
dida. No obstante, identificar la violencia contra la mujer y violencia de gé-
nero supone negar la existencia de la violencia de la mujer contra el hombre,
como ocurre en el caso del abuso sexual de niños por parte de mujeres. Así,
revisando los datos disponibles, de todos los niños sexualmente abusados, el
20% de ellos lo han sido por mujeres adultas, según Finkerhol y Russell.
Como el abuso sexual infantil en general, se trata de un grave problema so-
ciosanitario que acontece al 15% de las niñas y al 5% de los niños, a pesar
de la creencia errónea común de que constituye una experiencia extraordi-
naria e infrecuente. En especial, a las víctimas masculinas les resulta muy
VIOLENCIA DE GÉNERO 109

difícil revelar el abuso sexual, sobre todo cuando este ha sido perpetrado por
una mujer. Muchos niños y adolescentes prefieren interpretar sus expe-
riencias de abuso sexual como formas precoces de exploración e iniciación
sexual. Saradjian J (1996) revisa las características psicológicas de las mu-
jeres que abusan de niños y encuentra que todas ellas habían sufrido graves
abusos en sus propias infancias de tipo físico, sexual o emocional. De forma
típica, estas mujeres presentan unas peculiaridades psicopatológicas simi-
lares a las de los hombres que abusan de mujeres:

1. Baja autoestima e inadecuación personal, con intensa dependencia


emocional y aislamiento social.
2. Antecedente de infancias desgraciadas con negligencia de cuidado
parental y abuso sexual infantil.
3. Relaciones insatisfactorias y abusivas con parejas masculinas.
4. Presencia de trastorno mental severo.
5. En las madres que abusan de sus hijos destaca la existencia de una
relación de tipo narcisista.

2. CONCEPTO DE VIOLENCIA DE GÉNERO

La Asamblea General de la ONU, reunida el 20 de diciembre de 1993,


estableció que la violencia contra la mujer o violencia de género es:
«...todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino
que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual
o psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción
o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública
como en la vida privada».

En una definición más breve Sanmartín propone:


«...la violencia de género es la violencia que puede padecer cualquier mujer
por el mero hecho de serlo. Tiene una naturaleza profundamente discrimina-
toria, pues hunde sus raíces en las diferencias de sexo» (Sanmartín J, 2002).

La Cumbre Internacional sobre la Mujer, celebrada en Pekín en sep-


tiembre de 1995 determina que:
«La violencia contra las mujeres es un mecanismo social fundamental
por el cual las mujeres están en una posición de subordinación respecto de los
hombres. Producida a menudo en la familia, se tolera y apenas se denuncia».
«La violencia contra las mujeres es una características de las relaciones de
110 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

poder históricamente desiguales entre mujeres y hombres, que han conduci-


do a la dominación masculina, a la discriminación contra las mujeres por par-
te de los hombres, y a impedir su pleno desarrollo».

El documento final de la Cuarta Conferencia Mundial de la ONU sobre


la mujer recoge de forma explícita:
«La violencia contra las mujeres es una manifestación de la histórica de-
sigualdad de poder en las relaciones entre los hombres y las mujeres, la cual
ha conducido al dominio sobre y la discriminación contras las mujeres por
parte de los hombres y al freno del pleno avance de las mujeres». (1996).

En este mismo documento se define:


«El término violencia contra las mujeres significa cualquier demostración
de violencia masculina que resulta o tiene posibilidades de resultar en daños
o en sufrimiento físico, sexual o psicológico en las mujeres, incluyendo
también la amenaza de realización de tales actos, la coerción o la deprivación
arbitraria de libertad, tanto si eso ocurre en la vida pública como en el ámbi-
to personal».

La violencia de género tiene su origen en pautas culturales y creencias


religiosas que mantienen la condición inferior asignada a las mujeres en la
familia, en el trabajo y en la sociedad.
La variedad e intensidad de la violencia contra la mujer a lo largo de la
historia nos obliga a reflexionar sobre los diferentes factores mediadores,
como el prejuicio, la envidia y la discriminación social de la mujer, que se
pone de manifiesto en la siguiente frase del Talmud: «La mujer es diez ve-
ces más inteligente que el hombre, pero un hombre vale por diez mujeres».
En estos aspectos, la Resolución de la Comisión de Derechos Humanos
de 1997 manifiesta:
«...el deber de los gobiernos de actuar con la necesaria diligencia para pre-
venir, investigar y de conformidad con la legislación nacional, castigar los ac-
tos de violencia contra la mujer y proporcionar a las víctimas el acceso a unos
medios de reparación justos y eficaces y una asistencia especializada».

Existen tres tipos diferentes de violencia de los hombres contra la mujer:


la violencia física, la violencia sexual y la violencia psicológica. De todas
ellas, la violencia psicológica es la más difícil de delimitar, pero incluye la
humillación de la víctima, las amenazas de daño, la falta de respeto a la au-
tonomía individual y el hipercriticismo; se trata de cualquier acción que
pueda provocar daño psicológico en la mujer. Puede adoptar dos formas
principales: pasiva y/o activa. El maltrato emocional activo incluye con-
VIOLENCIA DE GÉNERO 111

ductas tales como amenazas, gritos, privación de recursos materiales, etc. El


maltrato emocional pasivo incluye actitudes de privación de afecto hacia la
mujer, como ignorarla y cosificarla, es decir, tratarla de forma inhumana.
La violencia sexual es un delito contra la libertad sexual que histórica-
mente se ha conceptualizado junto con los derechos de la mujer y su inclu-
sión socioeconómica. En muchas sociedades tradicionales se entiende que la
mujer es propiedad de su marido, quien en el ejercicio de su derecho a po-
seerla podría violarla impunemente. Además, la violación se ha utilizado
como un arma para humillar y controlar a los hombres vencidos en las
guerras de todos los tiempos. En estos casos se pone también de manifiesto
que la agresión sexual satisface el deseo de poder y control y constituye una
expresión de expresión de odio en la mayoría de los violadores. Más allá del
supuesto perfil de personalidad de estos, varios factores sociales explican la
formación de esta personalidad: misoginia y hostilidad hacia la mujer, fa-
milias desestructuradas y marginación social de la mujer. Según la teoría so-
cial acerca de la violación, esta es un hecho esencialmente político al mediar
en el logro de un poder absoluto, individual y colectivo del hombre sobre la
mujer, convertida en objeto de satisfacción sexual del varón, es cosificada y
vejada, hasta su completa destrucción individual.
La violación es uno de los delitos que la gente, en general, considera
más graves, y el acto violento más horroroso que puede sufrir una persona,
uno de los acontecimientos más estresantes de la vida. El cuerpo de la mu-
jer es invadido y sufre una pérdida completa de capacidad de control, a la
vez que experimenta un intenso miedo de perder su vida: el desamparo y
la impotencia generados son terribles. Las consecuencias de una violación
pueden ser la muerte, la herida sexual, otros daños asociados, el envileci-
miento, el estigma, el desprecio social, el quebranto de la identidad perso-
nal, la inseguridad, la angustia, el sobresalto permanente, la pérdida de au-
toestima y del significado de la vida.
Durante demasiado tiempo, la víctima de los delitos ha sido «la persona
olvidada» de los sistema sanitario, jurídico y penal, lo que constituye una
grave forma de victimización secundaria. En los últimos años ha tenido lu-
gar el gradual reconocimiento de los derechos de las víctimas y la preocu-
pación por las necesidades de estas, sobre todo en relación con los delitos
sexuales y la violencia doméstica. No obstante, las víctimas de la violencia
sexual no siempre reciben el apoyo social y profesional que necesitan, e in-
cluso experimentan cierto rechazo de los que les rodean. En general, la sa-
tisfacción con el sistema legal es una importante variable que condiciona la
adaptación psicológica de la víctima tras la experiencia traumática.
La percepción de la credibilidad de las víctimas de delitos sexuales
tiene una especial relevancia, ya que con frecuencia se cuestionan sus con-
112 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

ductas y se les responsabiliza de lo sucedido. Así, en algunos casos apare-


cidos en la prensa, se hacen afirmaciones tales como: «La evidente ligereza
y falta de previsión en la que incurrió la ofendida...», o «... sin oponer re-
sistencia o reparo alguno...». En muchos casos las demandas de la víctima
no han sido tenidas en cuenta, ni sus necesidades psicológicas.
La violación es la forma más dramática de violencia sexual y la que con
más frecuencia conduce a las formas más graves de trastorno de estrés
postraumático. Además, es el crimen sexual menos denunciado legalmente;
se estima que solo se comunican del 10% al 25% de las violaciones. Pero
existen muchas más formas de violencia cotidiana contra las mujeres, sea
por prácticas coercitivas directas o por formas encubiertas en sus relaciones
familiares, en ámbitos laborales, o causadas por otros agentes sociales, todas
las cuales son las diferentes expresiones de violencia de género.
La importancia de los prejuicios de género y de la discriminación de las
mujeres entre los profesionales de la salud nos obliga a hacer un trabajo de
autoanálisis imprescindible para intentar controlar nuestros sesgos cogniti-
vos, así como las prácticas yatrógenas sexistas derivadas. Sirva como ejem-
plo el estereotipo psicopatológico compuesto de histeria, narcisismo y ma-
soquismo atribuido a la mujer neurótica, que puede explicar fenómenos
tales como la prescripción inadecuada de psicotropos y la general infrava-
loración de la violencia de género secundaria, frecuentes formas de maltra-
to acumulado entre los profesionales sanitarios. Esta negligencia yatrógena
ha motivado recientes publicaciones, como la serie de seis artículos sobre la
violencia contra las mujeres en The Lancet.
La violencia de género puede darse en diferentes ámbitos sociales: en la
familia, en el trabajo, en la comunidad, en el seno de conflictos armados y
en los medios de comunicación.

1. Violencia de género en la familia o violencia doméstica: el agresor


puede ser cualquier miembro de la familia, pero la más frecuente es
el maltrato de la mujer por su pareja. Se trata de una forma de vio-
lencia crónica, cíclica y con intensidad creciente, que ha mantenido
un carácter encubierto hasta la actualidad, que es cuando se han em-
pezado a tomar las medidas necesarias para su castigo lega y su
erradicación, lo que exigirá una estrecha colaboración de la po-
blación educativa.
2. Violencia en el trabajo: se refiere a las actitudes de amenaza y a las
conductas que de forma intencionada provocan daño a una mujer
con la que se mantiene una relación de tipo laboral. Puede adoptar
la forma de acoso sexual, intimidación psicológica individual (el
bullying) o acoso psicológico grupal (el mobbing).
VIOLENCIA DE GÉNERO 113

3. Violencia de la comunidad: es la también llamada violencia social


de género. Incluye formas tales como la agresión sexual (ataque,
violación o acoso), el tráfico sexual de mujeres, la prostitución o la
tortura.
4. Violencia de género en los conflictos armados: los conflictos ar-
mados facilitan la proliferación de distintas formas de violencia
sexual, como violación, mutilación genital femenina, humillación y
prostitución.
5. Violencia de género en los medios de comunicación o violencia
mediática: se trata de la violencia perpetrada contra la imagen de la
mujer, que se distorsiona y manipula con fines sexuales o no. Así,
por ejemplo puede ofrecerse con frecuencia una imagen estereoti-
pada de la mujer que daña su salud con ejemplos de delgadez ex-
trema como modelo estético corporal, lo que constituye un factor de
riesgo para el desarrollo de trastornos de la conducta alimentaria.

3. LOS ORÍGENES DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO

Aunque hay algunos colectivos de mujeres más vulnerables que otros,


cualquier mujer puede ser víctima de la violencia de género, por el mero he-
cho de ser mujer. A continuación se analizan los factores sociales, cultura-
les, individuales y familiares que generan, mantienen o refuerzan la con-
ducta violenta contra las mujeres o la ocultan al conocimiento público. Por
eso no se analizarán los factores de riesgo de las víctimas, sino los factores
sociales, culturales, individuales y familiares que refuerzan y ocultan la
violencia contra las mujeres:

1. Factores sociales y laborales

Estereotipos de género, valores y creencias sexistas, conflictos de pare-


ja no resueltos, exposición previa a violencia familiar o social. Los dos prin-
cipales factores epidemiológicos de riesgo para la violencia doméstica son
la desigualdad económica, laboral y cultural de la mujer en relación con el
hombre, y la existencia de una cultura de la violencia y de culto al poder
que destruyen la calidad de las relaciones humanas y las condiciones de vida
en el mundo.
El ser humano es agresivo por naturaleza y con frecuencia es violento
por aprendizaje social, aunque su expresión conductual varíe según las cul-
turas y los tiempos, hasta constituir un clima relacional violento, manifiesto
y/o enmascarado, lo que ha llegado a ser un fenómeno social muy extendido,
114 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

no algo privado ni aislado. La insuficiente formación cultural y educacional


de la mujer respecto al hombre es uno de los factores que más contribuyen a
la génesis y al mantenimiento de la violencia de género, así como a hacer so-
cialmente «invisible» dicho fenómeno durante mucho tiempo.
Aunque la violencia de género se da en todos las clases sociales y en to-
dos los niveles educativos, no es menos cierto que su prevalencia correla-
ciona significativamente con la falta de recursos económicos y culturales, es
decir, con la menor formación académica y laboral de agresores y víctimas.
Además, las diferentes instituciones sociales, jurídicas y de seguridad
suelen dispensar escaso apoyo a las víctimas, cuando no las convierten en
objeto de una nueva victimización secundaria llevada a cabo por algunos
miembros de estas instituciones, sobre todo si no están especialmente for-
mados en violencia de género.
Por si fuera poco, existe una insuficiencia grave de recursos psicoso-
ciales capaces de proporcionar la necesaria red de apoyo profesional a la
mujer víctima de la violencia doméstica, al igual que a otros colectivos,
como son los enfermos mentales crónicos.

2. Factores culturales y sanitarios

1. Tipo de socialización sexista de tipo patriarcal que se basa en la


creencia del carácter subordinado de la mujer hacia el hombre, así
como en la rigidez de los estereotipos de masculinidad (fuerza y va-
lor) y femineidad (sumisión y debilidad).
2. Estilo educativo indulgente e indiferente, frente a la educación de-
mocrática y en valores sociales universales, sin haber podido inte-
riorizar como norma el respeto a los derechos humanos de las mu-
jeres. Al haber observado durante la infancia actitudes y conductas
violentas entre los padres, el niño aprende a usar la violencia como
medio «legítimo» de resolver conflictos o de alcanzar determinados
objetivos personales «importantes», para los que «cada uno» se
cree con derecho.
3. Antecedentes personales. Entre el 10% y el 20% de los niños mal-
tratados se convierten en hombres violentos. Haber estado expues-
to de niño a malos tratos facilita el aprendizaje y la legitimización
de la violencia: es el ciclo repetitivo del abuso o la transmisión de la
agresión entre las generaciones. Crecer en un entorno familiar vio-
lento facilita el aprendizaje de conductas violentas cuando se llega
a ser adolescente o adulto. No existe un trastorno de personalidad
característico de los hombres violentos, pero sí una serie de actitu-
VIOLENCIA DE GÉNERO 115

des y esquemas de pensamiento que son frecuentes entre ellos.


Destacan los siguientes rasgos típicos (Medina J, 1994):
• Baja eficacia para afrontar las situaciones estresantes, con ten-
dencia a la evitación de las mismas.
• Baja tolerancia a la frustración con tendencia al paso al acto y
elevada impulsividad median en las diferentes alteraciones de
conducta.
• Dificultad para reconocer y comunicar sentimientos y para man-
tener relaciones interpersonales satisfactorias, con un frecuente
aislamiento social, de forma que la pareja es la única fuente de
cariño y apoyo instrumental.
• Elevada dependencia emocional de la pareja, con frecuentes ce-
los patológicos, desconfianza y control abusivo de ella.
4. Trastornos mentales tales como el trastorno explosivo intermitente,
la esquizofrenia, el trastorno bipolar y el abuso de sustancias adic-
tivas.
El consumo abusivo de alcohol y drogas psicoactivas se asocia
positivamente con las diversas formas de violencia, por las diversas
alteraciones neurobiológicas que producen las sustancias adicti-
vas, sea por deterioro cognitivo intelectual, el embotamiento afec-
tivo y la desinhibición conductual.
5. Factores situacionales, como un elevado nivel de estrés familiar y
una insuficiencia de recursos económicos y culturales. La familia es
la institución con mayor nivel de violencia física, sea conyugal, ha-
cia los niños, los ancianos y entre los hermanos. La violencia de gé-
nero se asocia de forma general a una dinámica familiar conflictiva
que daña a todos los miembros implicados.

Los principales factores de riesgo que predicen violencia son:

1. Ser un varón joven.


2. Que tiene un diagnóstico de un trastorno mental actual grave (en
especial esquizofrenia, trastorno afectivo y adictivo) o de un tras-
torno grave de la personalidad (antisocial o límite).
3. Con antecedentes personales de agresión hacia otros o contra uno
mismo.

Walker L (1979) ha descrito un típico ciclo de violencia que se da con


frecuencia entre los hombres violentos y sus víctimas que consta de tres fa-
ses o periodos diferentes:
116 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

• Primera fase: acumulación de tensión ante la frustración de sus dese-


os o contratiempos cotidianos que intensifican el malestar que desen-
cadenará episodios de violencia verbal, cada vez más intensos.
• Segunda fase: descarga incontrolada de violencia física.
• Tercera fase: arrepentimiento o minimización de lo sucedido, con
justificación autocomplaciente e incluso culpabilización de la víctima.
Si predomina la negación del problema, los hombres violentos rara-
mente van a buscar tratamiento psicológico de modo voluntario.

Este ciclo reverberante de violencia se caracteriza porque cada vez que


se completa tarda menos tiempo en reactivarse, con un aumento progresivo
de la severidad de la violencia ejercida y con acortamiento de las fases
posteriores (Walker L, 1979).

4. ¿VIOLENCIA SEXUAL O DE GÉNERO?

Ambos términos se utilizan a veces indistintamente, pero se refieren a


dos conceptos diferentes. Las diferencias sexuales entre hombres y mujeres
se refieren a aspectos biológicos, mientras que las de género describen las
conductas y los rasgos culturalmente dependientes para hombres y mujeres.
Unger RK destaca porque en 1979 propuso utilizar el término género para
evitar el reducionismo biologicista y ampliar el campo de estudio a una
perspectiva psicosexual o psicobiológica que incorporará las modernas in-
vestigaciones sobre el estrés de los seres humanos.
Es también necesario reconocer la importancia de las contribuciones
biológicas, como la influencia de los estrógenos, gestágenos y andrógenos
en el desarrollo de la conducta normal y patológica, así como el diformismo
cerebral sexual que se ha demostrado en hipotálamo, comisura anterior,
cuerpo calloso y tálamo. Los hombres tienen el lenguaje y las funciones es-
paciales más lateralizadas que las mujeres, que sustentan estas funciones re-
presentadas en ambos hemisferios. Es necesario señalar también la impor-
tancia de las investigaciones sociales en la construcción del sexo-género
individual. Así, por ejemplo, se ha concluido que son las expectativas y las
creencias, más que las hormonas, las principales determinantes de los sín-
tomas del síndrome premenstrual, y que los niveles de testosterona varían en
las distintas ocupaciones dependiendo del grado de asertividad y de presti-
gio social. Sexo es un término relativamente estrecho que se refiere solo a
aquellas características biológicas y estructuras innatas que se relacionan
con la reproducción, tales como los cromosomas, los órganos genitales in-
ternos y externos, las hormonas y los sistemas cerebrales reguladores se-
xuales, por lo que la mayoría de los animales se dividen en machos y hem-
VIOLENCIA DE GÉNERO 117

bras. La expresión dimorfismo sexual se refiere al fenómeno biológico por


el que los miembros de una determinada especie presentan dos forma se-
xuales diferentes, los fenotipos de macho y de hembra. El término sexo vie-
ne de sección, división, lo que alude a que los dos sexos no pueden enten-
derse aisladamente sin referirse el uno al otro de forma recíproca, como ya
se recoge en el mito del andrógino de Platón, según el cual en un principio
los seres humanos eran esféricos y hermafroditas, autosuficientes en cuan-
to a la reproducción, hasta que a causa de un castigo de los dioses fueron di-
vididos por la mitad, separados, diferenciados como hombres o mujeres, y
condenados a buscar durante toda su vida la mitad que les faltaba.
El término género es más amplio que el de sexo, ya que incluye las ca-
tegorías socioculturales que caracterizan las conductas masculina y feme-
nina de los seres humanos, e incluye el componente central del autocon-
cepto, la maestría o autoeficacia percibida, la identidad personal, las
creencias construidas y varias conductas como las relacionadas con el cui-
dado de la salud y las conductas de riesgo. Así, por ejemplo, los hombres
creen que gozan de mejor salud que las mujeres, a pesar de que en general
tienen peores hábitos de salud que ellas. El género es una categoría psico-
social básica como lo es la edad, la etnia o la clase social, que de forma fia-
ble predicen parcialmente la conducta individual. La identidad de género se
refiere a las vivencias conscientes e inconscientes por las que cada persona
se siente masculino y/o femenino, y que cristaliza antes de los tres o cuatro
años, para organizar luego todo el desarrollo personal y relacional de los se-
res humanos. El rol de género es la conducta manifiesta que en cada socie-
dad expresa el comportamiento característico del género masculino y fe-
menino. Como habitualmente el núcleo de la identidad de género se
construye sobre los cimientos de la anatomía y de la fisiología genital, por el
refuerzo de las actitudes y conductas de los familiares y allegados, se utili-
za la expresión «sistema sexo-género» para designar el conjunto psicobio-
lógico integrado; como lo expresa Rober Stoller: «...las dos palabras bioló-
gico y psicológico solo representan dos esquemas conceptuales para analizar
hechos idénticos» (Stoller JR, 1969).
Estereotipo de género es un conjunto de creencias socialmente vigentes
sobre las características de los hombres y de las mujeres. Se trata de un gru-
po de representaciones mentales compartidas o de esquemas cognitivos
colectivos acerca de la conducta habitual de los roles de género. Así, por
ejemplo, se pretende que las mujeres sean en general «emotivas» y depen-
dientes para calificar su conducta como «femenina», aunque es evidente que
las mujeres que actúen así no van a tener éxito en sus trabajos, mientras
que si son asertivas y competentes, con frecuencia se las descalifica como
«agresivas» o «marimachos». Los estereotipos de género condicionan los
prejuicios de género, que son las actitudes negativas hacia un grupo de per-
118 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

sonas en razón de su condición sexual; y que a su vez dan lugar a la discri-


minación de género, entendida como la conducta manifiesta que pretende la
marginación de esas mismas personas. Estos tres términos últimos consti-
tuyen las distintas formas de sexismo interpersonal.
Dentro de cada especie, las mayores diferencias entre sus miembros se
asocian al sexo, con variaciones morfológicas y conductuales que describió
Darwin en El origen de las especies, y que atribuyó tanto a la selección na-
tural como a la diferente implicación del macho y de la hembra en la crian-
za de la prole.
En la especie humana se ha documentado la existencia de diferencias de
género en varios aspectos como son: la conducta no verbal, la expresión
verbal de las emociones, los estilos atribucionales, y las conductas agresi-
vas, aunque la variabilidad de muchas conductas relacionadas con el géne-
ro es extraordinariamente grande, y las diferencias de género pueden ex-
plicar menos del 5% del cambio de la conducta estudiada. Existe tanto
solapamiento entre los dos géneros que resulta difícil imaginar la existencia
de diferencias comportamentales de género que sean comparables a las di-
ferencias morfológicas; así, en general los hombres son un 10% más altos y
pesan un 30% más que las mujeres.
Además, en los últimos 50 años están disminuyendo las diferencias de
género, como consecuencia de los cambios socioculturales y educacionales
orientados por la Declaración de los Derechos Humanos, con un creciente
movimiento social universal a favor de los derechos civiles y la igualdad de
oportunidades para todas las personas.
Entre hombres y mujeres se han encontrado diferencias de conducta ta-
les (Mingote C, 2000; 2001) como que:

1) Las mujeres perciben mejor que los hombres los estados emocio-
nales y las sensaciones corporales, con mayor índice de sensibilidad
a la ansiedad y búsqueda de ayuda médica más frecuente para sín-
tomas comparables.
2) Las mujeres tienen mejores habilidades sociales que los hombres, a
los que desde pequeños se estimula para ser más independientes e
inhibir la expresión de sus emociones, por lo que tienen peor cali-
dad de relaciones interpersonales que las mujeres. A éstas, se les
prepara desde niñas para reconocer y satisfacer las necesidades de
los demás en primer lugar, antes que promover su propio desarrollo
personal. La mayor competencia social de las mujeres les reporta
sus beneficios, pero a expensas de ciertos costes, como el contagio
del estrés de sus familiares y allegados.
VIOLENCIA DE GÉNERO 119

3) Los hombres son menos sensibles a los problemas de los demás


que las mujeres, por lo que estas se sienten más concernidas ante
los problemas de un mayor número de personas, lo que también las
hace más vulnerables a las experiencias de pérdida de relación y a
los conflictos interpersonales.
4) Los hombres tienden a realizar más conductas de riesgo que las
mujeres (adicciones, violencia, etc.) lo que se ha explicado por su
menor percepción del riesgo y por su peor afrontamiento de los
riesgos para la salud propia y de los demás, además de por su ma-
yor exposición a riesgos ocupacionales, accidentes, guerras, etc., así
como a sufrir distintas formas de maltrato.
5) Ser mujer es un factor de riesgo para sufrir trastorno de estrés pos-
traumático, el cual está mediado por la exposición a situaciones de
violencia caracterizadas por la percepción de riesgo vital para la in-
tegridad propia o de otras personas, que suscita una respuesta emo-
cional catastrófica y unos síntomas característicos. Recientemente,
se está apreciando que más allá del criterio de severidad del estresor
traumático, el desarrollo de un estado traumático depende de varios
factores de riesgo más prevalentes en las mujeres que en los hom-
bres y que son:
• El antecedente de trauma infantil. La discriminación de género
ya se inicia desde la infancia con mayor prevalencia de malos tra-
tos y desigualdades discriminativas contra las mujeres. Esta con-
tinúa a lo largo del proceso de socialización, por los roles y
estereotipos de género, que se manifiestan en numerosos ejem-
plos, como las mayores tasas de maltrato físico y violencia sexual
entre las niñas que entre los niños, lo que determina un riesgo do-
ble de sufrir diferentes trastornos mentales a lo largo de la vida
adulta.
• La presencia de varios rasgos de personalidad: elevada depen-
dencia interpersonal y autocriticismo, baja autoestima y autoefi-
cacia personal, así como un estilo cognitivo evitativo y rumiativo
negativo. Estos rasgos de personalidad son también predictores
significativos de depresión en estudios prospectivos longitudi-
nales.
• Atribución de control externo en vez de interno, con sumisión ha-
cia las personas que consideran superiores jerárquicos y con ma-
yor poder social, lo que intensifica sus vivencias de desvalimien-
to, impotencia personal, incertidumbre y falta de control sobre la
propia vida. Estas personas no regulan su autoestima de forma au-
120 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

tónoma, sino por la aceptación y estima social (identidad deriva-


da del exterior). La mayoría de las personas que no han experi-
mentado un estado traumático mantienen una ilusión de control y
de invulnerabilidad personal, pero cuando por desgracia una per-
sona sufre una experiencia traumática cae en un estado de inde-
fensión aprendida y de atribución de control externo, siniestro.

5. EL AGRESOR

La agresividad es la capacidad de respuesta del organismo para defen-


derse de los peligros potenciales procedentes del exterior y que si es eficaz
está al servicio de la adaptación al medio y de la mejora de las condiciones
de vida. La violencia, por el contrario, tiene un carácter destructivo sobre las
personas y los objetos y media en el incremento del malestar social.
El término agresión se refiere a las conductas intencionadas, explícitas
o manifiestas que producen daño o destrucción de alguien o algo. También
puede hablarse de conducta violenta por omisión, cuando la falta de inter-
vención permite que alguien o algo sean dañados.
Como en todos los procesos emocionales, el proceso de ira-hostilidad
incluye una dimensión cognitivo-afectiva, una dimensión neurobiológica y
una dimensión conductual expresiva o motora: la conducta agresiva o vio-
lenta. Dentro de la primera dimensión coexisten los factores subjetivos de la
emoción (el sentimiento de ira) con los factores cognitivos, que implican
una evaluación, una toma de decisiones y una actitud agresiva. Esta se
produce de forma automática, involuntaria, cuando una persona se enfrenta
a situaciones percibidas como amenazas para hacerle frente a través de
conductas de lucha, de huida o de tipo más elaborado. Aunque la ira es con-
siderada una emoción negativa, esta no siempre media en conducta agresi-
va, y puede ser útil para la autodefensa, así como para conseguir logros
creativos, sociales o culturales, con múltiples funciones adaptativas. En
otras ocasiones, la emoción de ira puede mediar en daños propios (la ira
vuelta hacia el interior) y en agresión instrumental (para eliminar los obs-
táculos que impiden alcanzar los objetivos deseados).
Las personas que con frecuencia muestran actitudes y conductas vio-
lentas en sus relaciones interpersonales suelen obtener con ello varias sa-
tisfacciones que refuerzan su conducta violenta, como por ejemplo imponer
su dominio y opiniones a los miembros sumisos de su familia o grupo de
amigos. La funcionalidad eficaz de la violencia es aprendida por el niño en
el hogar de sus padres, como un patrón común de relación, y, en ocasiones,
como la única forma de llamar la atención de sus progenitores. En ambien-
VIOLENCIA DE GÉNERO 121

tes atípicos (frecuentes reacciones coléricas, gritos, etc.) puede estimularse


el desarrollo de emociones atípicas, porque son funcionalmente útiles para
la interacción: el niño aprende este tipo de patrones emocionales específicos
en el seno familiar y luego los utiliza en sus relaciones posteriores.
La agresión masculina es más destructiva que la femenina, tanto física
como psicológicamente, según los estudios de campo de Straus MA y Ge-
lles RJ (1990), realizados con 8.145 familias americanas. La ira femenina
está socialmente menos aceptada que la masculina, por lo que las mujeres
suelen utilizar formas indirectas de expresarla. Además, en casos de vio-
lencia homicida, los motivos de la violencia masculina son diferentes de la
femenina: en los hombres predominan los celos y la posesividad, mientras
que en las mujeres suele predominar la motivación de autodefensa. Habi-
tualmente, las mujeres violentas han sido previamente víctimas y una vez
que se liberan de las relaciones violentas es infrecuente que utilicen la vio-
lencia, mientras que los hombres están habitualmente condicionados para
transformar su daño y su miedo en ira. La agresión de los hombres se suele
desencadenar por la percepción de amenazas a su poder y por el miedo a ser
abandonados.
Hay varios estudios que han investigado las manifestaciones de la agre-
sión a lo largo del desarrollo en las mujeres, aunque la mayoría de los es-
tudios sobre conductas externalizantes escogen exclusivamente muestras de
género masculino. La explicación de esta escasa incidencia o reconoci-
miento de la agresión en las niñas puede deberse a que estas presentan
unas conductas agresivas más sutiles e indirectas, difícilmente observa-
bles. Además, la expresión de violencia por parte de las chicas está más pe-
nalizada y rechazada que la de los chicos, lo que se refleja en la manifesta-
ción diferencial de la agresión entre chicos y chicas. Así, se ha evidenciado
de forma empírica la diferencia entre la agresión exhibida por el género
masculino (de tipo abierto o con agresión física y verbal) y la mostrada por
el género femenino, de tipo relacional predominante. Esta agresión rela-
cional consiste en atentar contra los sentimientos (autoestima, autoconcep-
to, etc.) de otras personas, por ejemplo, a través de extender rumores sobre
la persona o negarle la palabra, etc.
Achenbach TM y Edelbrock CS (1984) estudian los trastornos emocio-
nales en la infancia y los conceptualizan en dos grandes categorías: trastor-
nos internalizantes y externalizantes. Los trastornos externalizantes se ca-
racterizan porque el conflicto emocional es externalizado a través de la
conducta motora o verbal (gritar, insultar, etc.) como problemas de con-
ducta, agresión no socializada o comportamientos impulsivos descontrola-
dos, como consecuencia de una deficiente autorregulación emocional. Los
trastornos externalizantes se caracterizan por la expresión inadecuada e
122 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

inadaptada de emociones negativas con predominio de la hostilidad, son


más prevalentes en los varones que en las mujeres.
Los trastornos internalizantes se caracterizan por el predominio de emo-
ciones negativas de ansiedad y tristeza, inhibición conductual y conductas
de aislamiento y de evitación, con alta restricción emocional defensiva. El
aislamiento social media en las vivencias de soledad y baja autoestima, que
derivan de la insuficiencia de refuerzos positivos. Los trastornos internali-
zantes son más prevalentes en las mujeres que en los varones.
Rubin KH y Coplan MJ (1992) proponen un modelo teórico para expli-
car el desarrollo de problemas de conducta en el niño y en el adolescente con
sus iguales. Estos autores establecen dos vías que conducen al aislamiento y
al rechazo entre los iguales: la vía del apego hostil y la vía del apego inse-
guro y ansioso. La primera de estas vías comienza cuando los padres perci-
ben a su bebé como agresivo, molesto y de carácter difícil. Estos niños ha-
bitualmente desarrollan relaciones agresivas y poco cooperadoras con sus
padres, caracterizadas por el predominio de afectos negativos en compara-
ción con los niños sin problemas de conducta. Este mismo patrón interactivo
va a predominar en sus posteriores relaciones con los iguales: hostilidad, vio-
lencia, etc., emociones negativas que son las que provocan más rechazo so-
cial. Este rechazo trae como consecuencia el aislamiento social, la exclusión
del grupo, que a largo plazo media en la producción de trastornos externali-
zantes. Respecto a la segunda vía de aislamiento y rechazo, esta comenzaría
a producirse a partir de niños con temperamentos bajos en sociabilidad y al-
tos en impulsividad y hostilidad, que desmotivan y provocan el aislamiento
y la insensibilidad de los padres, que posteriormente se extenderán al con-
cepto de los iguales. Este niño aislado acaba siendo también rechazado, con
alto riesgo de desarrollar trastornos internalizantes a largo plazo.
Siguiendo el modelo de Bowlby, Lambs et al. (1985) han investigado
acerca de las correlaciones entre la calidad de la relación que el adulto dis-
pensa al niño o a la niña y el tipo de vinculación que este establece como re-
sultado. Así, los niños cuyas madres son más susceptibles a las demandas in-
fantiles, responden a sus propuestas de forma complementaria y cooperan en
las actividades conjuntas durante el primer año de sus vidas, tienen más pro-
babilidades de desarrollar una relación de apego seguro, mientras que los
adultos menos disponibles y atentos a las necesidades de sus hijos pueden con-
tribuir a desarrollar en sus hijos vinculaciones inseguras, bien sean ansiosas u
hostiles. Las omisiones paternas de necesidades básicas y de afecto, o el mal-
trato físico activo en familias caóticas o imprevisibles, en niños abandonados
por sus padres o que han cambiado muchas veces de adultos protectores, o que
mantienen relaciones con adultos violentos, conducen con frecuencia al de-
sarrollo de actitudes y conductas violentas.
VIOLENCIA DE GÉNERO 123

Desde una perspectiva interactiva, el temperamento infantil y el víncu-


lo afectivo que se establece con los padres constituye, a su vez, una variable
predictora del tipo de relaciones que el sujeto establece con sus iguales. La
calidad de la interacción del niño con la de los padres moldea las expecta-
tivas y creencias que posea sobre los demás sujetos con los que después va
a relacionarse. Así, un niño que tiene una relación de apego segura va a de-
sarrollar un patrón interactivo positivo con sus padres, que hará que desa-
rrolle expectativas positivas hacia los demás, que a su vez estimularán con
más probabilidad respuestas positivas hacia él. Al contrario, una relación de
apego negativo se transfiere a las relaciones extrafamiliares, con altos ni-
veles de afectos negativos y baja capacidad para autorregularlas. El niño
aprende estilos emocionales específicos en el ámbito familiar, que luego re-
pite en sus interacciones sociales. Un patrón relacional conflictivo de tipo
hostil puede desarrollarse tanto desde la vía de apego hostil y la vía del ape-
go inseguro y ansioso.
Existen numerosos estudios de campo sobre los distintos tipos de hom-
bres violentos: agresores sexuales, maltratadores domésticos, homicidas,
etc., aunque pueden compartir varias formas de conductas violentas y se-
xuales, sobre todo en el caso de agresores sexuales con trastorno de la per-
sonalidad antisocial (psicopatía) o bien el delincuente agresivo general, en
los que concurren diversos tipos de conductas violentas.
Se han descrito varios tipos de agresores sexuales: el de perfil psicopá-
tico, el agresor sexual fetichista, el perverso sádico y el violador de sexua-
lidad insegura, en los que predominan algunas características psicopatoló-
gicas que les son propias. No obstante, en el perfil del agresor sexual y del
hombre violento en general, se destacan algunos rasgos características de
personalidad: inestabilidad emocional, baja tolerancia a la frustración, im-
pulsividad, asociabilidad, frialdad emocional y sadismo.
Holtzworth-Munroe A y Stuart G (1994), diferencian tres principales ca-
tegorías de varones maltratadores:

1) El tipo I incluye a los psicópatas o antisociales (DSM IV), también


descritos como «cobras» o «reactores vagales», que se caracterizan
por:
• Escasa empatía y capacidad de apego.
• Actitudes conservadoras y muy rígidas hacia las mujeres.
• Son violentos en diferentes situaciones y con diferentes víctimas.
• Expresan pocos remordimientos y, sorprendentemente, infor-
man bajos o moderados niveles de ira.
124 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

• Con frecuencia consumen sustancias adictivas y tienen antece-


dentes criminales.
• Deliberadamente controladores y manipulativos en sus relaciones
maritales, de forma fría y calculadora.
2) El tipo II de maltratadores operan solo en el ámbito familiar, son
dependientes y celosos, tienden a suprimir sus emociones y evitar
las confrontaciones, hasta que explotan de forma violenta tras lar-
gos periodos de rabia contenida. Son maltratadores en general me-
nos graves y menos agresivos. Habitualmente se arrepienten des-
pués de haber actuado de forma agresiva. Jacobson y Gottman les
describen como «pit bulls» que se van cargando de odio y resenti-
miento hasta que explotan (Jacobson N, Gottman J, 1998).
3) Los maltratadores del tipo III se caracterizan como «disfóricos, lí-
mites o emocionalmente inestables», son violentos dentro de sus fa-
milias, pero están socialmente más aislados por carecer de habili-
dades sociales, en comparación con otros maltratadores. Muestran
los mayores niveles de ira, depresión y celos. Tienden a malinter-
pretar a sus parejas, a las que culpan de sus propios estados de áni-
mo, sobre todo de inadecuación personal.

Johnson M (1995) ha descrito dos principales tipos de maltratadores fa-


miliares, por sus diferentes orígenes, motivaciones y patrones de conducta,
aunque todos ellos compartan la característica principal de las frecuentes
conductas violentas en sus relaciones íntimas:

1) «El terrorismo patriarcal machista de hombre a mujer» es el más


peligroso de los dos, es el que predomina entre las poblaciones de
mujeres protegidas. La conducta violenta tiene lugar con mayor fre-
cuencia y gravedad y se caracteriza por la necesidad de «mandar»
en la relación y controlar a la mujer por todos los medios. En estas
relaciones, los varones tratan de mantener una estructura de poder
y control a través de diferentes estrategias de maltrato (violencia fí-
sica, amenazas e intimidación, abuso sexual, emocional, verbal o
psicológico, control económico y aislamiento social). Incluso in-
vocan los derechos y privilegios masculinos «desde el origen de los
tiempos».
2) «La violencia común de la pareja», en contraste, es una respuesta
intermitente a los episodios conflictivos de la vida cotidiana, moti-
vada por la necesidad de controlar una situación particular. Las
complejidades de la vida familiar conllevan conflictos que, a veces,
se van de la mano. Este tipo de violencia no es más frecuente en los
VIOLENCIA DE GÉNERO 125

hombres que en las mujeres. La principal diferencia entre estos


dos tipos de violencia familiar consiste en su motivación. Mientas
que en el terrorismo machista las conductas violentas representan el
poder social y el control de los varones, el dominio masculino, la
violencia común de la pareja tiene propósitos diferentes: no trata de
controlar específicamente a la pareja, sino de expresar frustración.

En paralelo, Prince y Arias identifican dos tipos de hombres, uno que


utiliza la violencia según sus creencias y valores personales, y otro para el
cual la violencia es una consecuencia de su intolerancia a la frustración y de
sus inadecuadas habilidades de afrontamiento. Esta distinción se corres-
ponde con otras descritas como el maltratador crónico o maltratador pro-
piamente dicho frente al esporádico, cuyo objetivo es controlar, humillar o
intimidar a otra persona y que siempre incluye maltrato psicológico. Para el
maltratador ocasional la violencia física no constituye un patrón sistemáti-
co de violencia a través del cual conseguir el propósito general referido, sino
como respuesta a situaciones conflictivas particulares (Prince J, Arias I,
1994).
Harway M y Evans K (1996) han descrito en hombres con riesgo de ser
abusivos el «ciclo de la evitación» de sentimientos negativos, por su baja to-
lerancia a las situaciones de frustración y a los conflictos interpersonales. Al
sentirse desbordados por sentimientos disfóricos de incapacidad, soledad,
etc. tienden a reaccionar con pasividad (aislamiento, inhibición, etc.) o de
forma activa para eliminar el origen de su dolor o actuando en forma de des-
cargas conductuales peligrosas. Estos autores destacan los déficit de capa-
cidades de estos hombres para tolerar y regular afectos disfóricos, por lo que
desarrollan un modelo de taller de trabajo que denominan «compasión» va-
liéndose de intensos ejercicios, vídeos y tareas diarias, a través de los que
ayudan a generar mayor compasión por el «self» dañado y a reparar los dé-
ficit en la autocompasión. Describen cinco pasos fundamentales para au-
mentar el autoconocimiento y la elaboración de conflictos emocionales:
curación, explicarte a ti mismo, aplicar autocompasión, amor a ti mismo, y
resolver los problemas.
Dutton D y Golant S (1995) investigan sobre los antecedentes del varón
maltratador e identifican varios factores psicosociales de riesgo que contri-
buyen a crear una personalidad abusiva, como son una persistente sensación
de impotencia en la temprana infancia, la experiencia previa de haber sido
avergonzado y maltratado, y parejas con estilos de vinculación de tipo am-
bivalente-evitativo e inseguro. Los hombres que alcanzaron las mayores
puntuaciones en el apego de tipo temeroso, fueron también los que puntua-
ron más alto en celotipia, y los autores les describen como seres que están
dominados por «el terror de ser abandonados».
126 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

De forma coincidente Stosny S. (1995) describe un tipo de varones


maltratadores como «abusadores de vínculo» debido a sus vulnerabilidades
psicológicas personales: se trata de adultos con defectos estructurales de tipo
narcisista, que, para mantener su frágil autoestima, dependen del flujo con-
tinuo de afectos positivos externos. Cuando estos hombres no ven su propia
imagen positivizada en el espejo interpersonal, se sienten rechazados, irre-
parablemente dañados, vulnerables y maltratados, y, entonces, pueden ser
maltratadores al culpar «al espejo» de su propia fragmentación. Cuando este
tipo de hombre llega a casa, espera que su esposa e hijos le devuelvan una
imagen idealizada de sí mismo, como sujeto maravilloso que satisface todas
sus necesidades hasta hacerlos completamente felices, y si no funcionan a
modo de este «espejo mágico», que permite reconstruir la imagen idealiza-
da de una familia feliz, entonces se tornan figuras persecutorias que le ge-
neran un malestar emocional intolerable, el que experimentó de niño cuan-
do fue privado de estos aportes narcisísticos esenciales por parte de sus
figuras parentales, para poder construir una representación positiva de sí
mismo, con sensación de agencia eficaz y de competencia personal. Para el
desarrollo psicológico normal, necesita sentirse validado y reconocido por
sus figuras parentales, en tanto que sujeto capaz y legítimo de su propia
existencia, que puede sentir orgullo de su competencia y de su capacidad
para compartir placer en sus relaciones interpersonales.
Desde el modelo de la «psicología del yo», Shapiro S (1995) concluye
que el adulto que ha sido deprivado en su infancia de las respuestas esen-
ciales del «espejo bueno», está siempre buscando con desesperación algún
«espejo mágico» externo que le proporcione la valoración amorosa y el re-
conocimiento incondicional, para no sentirse fragmentado, perdido y ex-
traño para sí mismo. Incluso en el mejor de los casos se siente inseguro e in-
completo, sin confianza en sus recursos personales. Por eso, el hombre
adulto que está tan sensibilizado a señales que interpreta como desprecio o
rechazo, evita «demasiada» intimidad por miedo a ser dañado de nuevo,
aunque necesite recibir, desesperada e insaciablemente, los buenos senti-
mientos que le proporcionen bienestar y que le protejan del horror del vacío
y del «sin sentido» que experimentó de forma traumática y que reexperi-
menta cada vez que se ve frustrado en sus expectativas imposibles o muy
difíciles de satisfacer en la realidad adulta. En tales casos, descargan su «ra-
bia narcisista» contra «el espejo imperfecto», al no poder tolerar las imper-
fecciones en su persona y en su pasado, ávidos de una perfección utópica.
Pleck J (1980) destaca dos importantes dimensiones en la creencia de al-
gunos hombres sobre la validación viril que esperan por parte de la mujer.
La primera es que los hombres perciben a las mujeres como poseedoras de
poder emocional expresivo, la capacidad de experimentar y expresar emo-
ciones, lo que constituye una especie de «chispa de la vida» esencial para
VIOLENCIA DE GÉNERO 127

muchos hombres. La segunda forma de esa confianza radica en el supuesto


poder femenino de validar la masculinidad del hombre, quien depende de
las mujeres para reasegurarse y validarse como varón. Cuando una mujer
rehusa ofrecer esta validación, o cuando las expectativas irrealistas de un
hombre y sus distorsiones subsecuentes le convencen de que ella no le
está «aprobando», algunos hombres se sienten perdidos y ansían encontrar
«espejos mágicos» en sus relaciones con esposa e hijos, en el trabajo, etc.,
que les compensen por lo que no recibieron a lo largo de sus vidas. Cuando
una esposa parece más interesada en hablar con su hermana que con su pa-
reja, cuando las vidas sexuales decaen, y cuando los hijos no muestran el
respeto que soñaron, estos hombres se sienten atacados, fragmentados y des-
valorizados, por lo que sus conductas se vuelven violentas y pueden llegar
a la promiscuidad sexual, al juego patológico, etc.
En las investigaciones de Holtzworth-Munroe A y Hutchinson G (1993),
los maridos violentos realizan con mayor frecuencia que los maltratadores
atribuciones erróneas al presentarles viñetas de situaciones típicas, como
por ejemplo una esposa hablando con otro hombre en una fiesta o que no tie-
ne interés en tener relaciones sexuales; en este sentido hacen frecuentes in-
terpretaciones de tipo paranoide, como que ella trata de enfadarle, de herir
sus sentimientos y de hundirle. Los hombres que tienen estas percepciones de
abandono o rechazo tienen gran riesgo de generar respuestas conductuales
incompetentes. El reconocimiento de su vulnerabilidad a tales injurias nar-
cisistas percibidas y el aprendizaje de la capacidad para comunicar sus sen-
timientos en el ámbito terapéutico permite a estos hombres desarrollar mayor
tolerancia a sus vivencias de daño y modificar su conducta ulterior.
White M y Weiner M describen un modelo característico (desde la psi-
cología del yo) que explica la conducta de los padres maltratadores, bastante
parecido a la del marido abusivo: la rabia narcisista de ambos se dispara
cuando el niño no reacciona como si fuera una parte del padre y satisface to-
dos sus deseos. La rabia descontrolada se descarga hacia fuera en paralelo
con la experiencia interna de fragmentación. El adulto con patología narci-
sista necesita ser respetado y obedecido y que se le haga sentir valioso, y
cuando este no ve el autorreflejo idealizado en el espejo interpersonal se
siente insoportablemente vulnerable, incapaz y extraño. A lo largo de la vida
de los seres humanos son inevitables ciertas decepciones en las relaciones
con los demás, que no pueden funcionar siempre como «espejos mágicos»
incondicionales. Por eso, si para estos hombres el espejo no funciona bien,
su intensa hostilidad les lleva a echar la culpa al espejo y a destruirlo
(«...porque ella lo había prometido...»).
Es muy importante que el clínico comprenda en profundidad las nece-
sidades emocionales insatisfechas del maltratador —de afirmación y valo-
128 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

ración— para poder evitar el rechazo moral acerca de las conductas inma-
duras e inaceptables a través de las que aquellas se manifiestan. Las nece-
sidades narcisistas del maltratador son legítimas, aunque no sean válidas so-
cialmente las formas violentas a través de las que intenta satisfacerlas. Es
fundamental reconocer que estas alteraciones conductuales son tentativas
ineficaces de recuperar alguna sensación de cohesión personal y de control.
Tras profundizar en las fuerzas que están detrás de muchos de estos
hombres, hay que reconocer que la mayoría de ellos (con algunas notables
excepciones, como hemos visto antes) no son tan diferentes del resto de la
humanidad: sus emociones fundamentales, necesidades y conflictos no son
exclusivos de ellos ni extraños para la mayoría de nosotros. La tarea de clí-
nicos y educadores es comprender este patrón de conducta y ofrecer a estos
hombres una nueva historia de ellos mismos y nuevos instrumentos para
afrontar estas experiencias muy humanas. Desde la perspectiva de la psi-
cología del yo, se destaca el daño en la experiencia de autocohesión prima-
ria, que conduce a actuar de forma desesperada.
El modelo de Dutton D y Golant S (1995), subraya varios factores
principales que forman el marco en el que un niño en crecimiento se trans-
forma en un hombre maltratador, sobe todo del tipo III (inestable, disfórico,
límite o esquizoide). Las semillas del mal tienen tres orígenes principales:
ser avergonzado o ridiculizado por el padre, mantener un vínculo inseguro
con la madre, y haber sido expuesto a conductas abusivas en el hogar. Se-
gún Dutton, ser avergonzado en público hace que el hombre se sienta hu-
millado, vulnerable y «malo» y que llegue a desarrollar una gran suscepti-
bilidad a posibles nuevas humillaciones y una gran hiperreactividad
interpersonal a la crítica. Estos hombres son desesperadamente dependien-
tes del afecto y de la aprobación de los demás, pero no saben por qué les
ocurre, e incluso pueden describir estos trágicos sentimientos, pero sin
comprenderlos. Además, como defensa, tienden a proyectar su vergüenza en
los demás y creen que los demás perciben lo peor de ellos, lo que origina
nuevos conflictos secundarios en sus relaciones actuales.
Por otra parte, si la madre de un niño le ofrece solo a veces conexión y
apoyo emocional, este gasta demasiado tiempo y esfuerzo en intentar con-
seguirlo, lo que le resta energías para consolidar su propio desarrollo. Al
contrario, si ella es demasiado ansiosa y necesita demasiada atención o
validación por parte de él, ella le invade y le impide separarse de ella, por lo
que él no llegará a desarrollar una vivencia interna estable como ser valioso
y digno de ser amado. Este niño desarrolla una actitud ambivalente hacia su
madre y más tarde hacia las mujeres en general: ellas son las proveedoras
del apoyo vital esencial que ellos necesitan para su supervivencia, pero
solo a veces y de forma inconsistente. De adultos, estos hombres tratan de
VIOLENCIA DE GÉNERO 129

disminuir su ansiedad de separación y de abandono a través de un exagera-


do control de su mujer. Cuando estos factores psicológicos se combinan con
la observación de conductas de abuso, podemos anticipar de forma muy sig-
nificativa una futura relación de violencia hombre-mujer. Los hombres que
presencian de niños violencia parental tienen tres o cuatro veces más pro-
babilidades de agredir a sus esposas que los que no la presenciaron.

6. EL TRATAMIENTO DEL AGRESOR

Desde el modelo del «terrorismo patriarcal» se han diseñado varios


programas educativos de grupos de parejas. El objetivo de estos programas
es la reeducación del hombre en su uso del poder y de los privilegios ma-
chistas y de los supuestos «derechos» del hombre en sus relaciones con las
mujeres. Desde la perspectiva sociocultural feminista, la violencia de género
es consecuencia natural de una sociedad que refuerza el poder y el dominio
del hombre sobre la mujer. El análisis de la agresión se apoya principal-
mente en su valor instrumental como forma de mantener el poder y el con-
trol en las relaciones hombre-mujer. En estos programas se trata de entender
este problema como una disfunción relacional, identificando las formas en
que cada uno de ellos contribuyen a sus conflictos, etc. Los hombres son
confrontados repetidamente con su negación del abuso, su minimización de
la gravedad de las consecuencias, sus racionalizaciones culpabilizantes
de las mujeres, a las que se las califica de provocadoras, y su justificación
por factores externos tales como el alcohol, el estrés, etc. El principal pro-
blema radica en aprender a regular sus emociones negativas, a establecer
una relación de confianza estable y de amor. Además, estos pacientes, con
una autoestima profundamente dañada, son muy sensibles a los mensajes
negativos de los terapeutas. En este aspecto, es esencial que los terapeutas
les proporcionen apoyo positivo y reformulen las conductas del paciente con
aceptación y respeto a su autonomía. Es fundamental evitar un reduccio-
nismo contratransferencial que retrata a los hombres como brutos y a las
mujeres como víctimas incapaces, ya que, además, produce efectos contra-
producentes y negativos. Se trata de prevenir el establecimiento de una je-
rarquía de poder en el tratamiento que sutilmente refuerza las tácticas de po-
der en una población alienada por estas mismas, con alto riesgo de presentar
descrontroles agresivos hacia el terapeuta.
Desde el modelo de Milton Erickson, varios clínicos han desarrollado un
modelo terapéutico (Erickson M y Rossi E, 1979) que cuidadosamente refle-
ja la experiencia de la otra persona, a la que se ayuda a desarrollar una nueva
forma de pensar y actuar, a través del establecimiento de una relación de em-
patía y confianza antes de intentar corregirla con gran respeto. Los clínicos
130 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

deben aprender a «aceptar al cliente pero rechazar su conducta violenta», ade-


más de que, en la mayoría de los casos, no es difícil encontrar en cada uno de
estos hombres una característica positiva que les redima. En todo caso, es
conveniente partir del reconocimiento de las legítimas necesidades emocio-
nales de estos hombres (de atención, autoestima, seguridad, autoeficacia,
etc.), para disminuir las resistencias al tratamiento y afrontar los cambios in-
ternos que se deben desarrollar a lo largo del programa de tratamiento.
Desde la perspectiva psicodinámica, varios autores (Saunders DG,
1996, Browne K, Saunders D y Satecker, 1997) han desarrollado un mode-
lo terapéutico para varones violentos que potencia la comprensión de la ex-
periencia entre ellos, tales como las pérdidas e injurias no elaboradas desde
niños, con predominio de vivencias de ansiedad, ira y daño narcisista que
tratan de sobrecompensar más tarde en sus relaciones con las mujeres, a
quienes idealizan tanto como tratan de utilizar, incluso hasta la explotación.
Según Saunders, los varones maltratadores con personalidades más depen-
dientes, en oposición a las personas antisociales, tienen más posibilidades de
éxito terapéutico con la aproximación psicodinámica. Desde esta perspec-
tiva se subrayan los intensos aspectos contratransferenciales en los clínicos
que tratan a este tipo de pacientes y que pueden darse ya sea mediante una
excesiva identificación sobreindulgente con el perpetrador, ya como un hi-
percriticismo agresivo, que impida el desarrollo de una adecuada alianza te-
rapéutica. Aunque mejorar la conciencia de las raíces infantiles de la agre-
sión puede ayudar a aumentar el sentido de responsabilidad de su conducta
violenta, también puede facilitarles más excusas para ella.
El tratamiento orientado a la solución de problemas de varones maltra-
tadores desarrollado por O‘Hanlon W y Weiner-Davis M (1989) subraya
sus recursos y potencialidades más que los problemas y disfunciones. Se tra-
ta de un modelo ecléctico que incluye aportaciones de la teoría sistémica de
la humanística y del constructivismo social. En este tipo de programas gru-
pales se ve a estos pacientes como sujetos capaces de aprender nuevas es-
trategias de conducta no violenta, integrando un formato psicoeducativo
(con información sobre la dinámica del abuso, entrenamiento en capacida-
des cognitivo-conductuales, etc.), junto con un marco psicoterápico que
integre las perspectivas psicodinámicas de la psicología del yo, y de la
psicoterapia grupal, desde una perspectiva constructiva y respetuosa.
En general, no se recomienda el formato de tratamiento de pareja, por-
que la mujer, por su participación en las sesiones, puede estar implícita-
mente haciéndose corresponsable del abuso, no se siente libre para expresar
sus sentimientos en presencia del maltratador y porque la evidencia indica
que son los hombres los que necesitan tratamientos prolongados para in-
tentar resolver sus conflictos y las fallas de su funcionamiento mental.
VIOLENCIA DE GÉNERO 131

Desde la perspectiva cognitiva se asume que la ira es un frecuente pre-


cursor de la agresión y que varios estilos disfuncionales cognitivos y pen-
samientos irracionales (inferencias arbitrarias, pensamiento en blanco o
negro, etc.) contribuyen a incrementar la conducta violenta. El tratamiento
de Inoculación de Estrés de Meichembaum y la Terapia Racional Emotiva
de Ellis son los principales modelos cognitivos. Desde esta perspectiva se
asume que la sensación de los hombres de «tener derecho» y la necesidad
de dominio se basan en creencias, susceptibles de cambio, si se elaboran en
el marco terapéutico los conflictos internos entre actitudes y valores prin-
cipales. Así, por ejemplo el modelo de Novaco R (1978) destaca varios
componentes en la conducta violenta: primero, hay ciertas expectativas in-
satisfechas y evaluaciones equivocadas de situaciones estresantes. La con-
siguiente activación es etiquetada como ira, que puede conducir a agresión.
A los clientes se les enseña a cuestionarse sus primeras impresiones a través
del autodiálogo (autodeclaraciones, autocuestionamientos, etc.) y/o a través
del juego de roles hasta que se le activa la ira y luego se le estimula la auto-
reflexión. Desde la Terapia Racional Emotiva, Edleson JL y Tolman RM
(1992) ayudan a sus clientes a confrontar sus creencias irracionales, las
cuales conducen a que desarrollen expectativas irrealistas sobre ellos mis-
mos y los demás. La más frecuente en estos hombres es que ellos deben
siempre contar con el amor y la aprobación incondicional de sus familiares
y allegados. La ira puede también ser activada si ellos creen que hacen todo
bien y que si las cosas no se hacen como ellos quieren el resultado será ca-
tastrófico. Es esencial tratar de modificar los esquemas cognitivos desa-
daptativos de los pacientes maltratadores, sobre todo los que resultan de ex-
periencias traumáticas precoces de abandono y rechazo emocional severo
que pueden desarrollar creencias generalizadas de desconfianza junto con
intensos miedos de abandono dado que una gran proporción de hombres
maltratadores padecen un amplio rango de trastornos de personalidad, sobre
todo de tipo narcisista, pasivo-agresivo y antisocial, pudiendo emplearse de
forma eficaz diferentes técnicas psicoterápicas específicas para cada uno de
ellos.
Se han realizado varios estudios de evaluación de la eficacia de los di-
ferentes tratamientos que apoyan el empleo de modelos integradores flexi-
bles e individualizados con algunos resultados prometedores, aunque tras
muchos años de tratamiento.
Los métodos cognitivos son especialmente compatibles con las pers-
pectivas feministas y pueden orientarse a modificar los sentimientos de
amenaza que sienten algunos hombres ante la mayor independencia y com-
petencia de las mujeres. Las técnicas de reestructuración cognitiva puede
ayudarles a cambiar los «registros» masculinos típicos de posesividad,
competición y lucha por el éxito hacia otros más flexibles y solidarios.
132 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

El modelado y el ensayo han adquirido un importante apoyo científico


como forma de aprender nuevos patrones de conducta más adaptativos
(que no son de tipo pasivo ni agresivo), tales como el aumento de la aserti-
vidad y el aprendizaje de habilidades sociales que previenen la conducta
violenta, con la posibilidad de aprender a expresar los propios sentimientos
y a empatizar con los de los demás.
Desde las perspectivas conductuales se considera que la agresión de los
hombres se origina o por un déficit de habilidades interpersonales (de aser-
tividad, habilidades sociales, etc.), o bien porque son hipersensibles a cier-
tos acontecimientos estresantes. Esta aproximación no presupone que la vio-
lencia es el síntoma de un trastorno mental subyacente, sino que la ira y la
violencia se afrontan directamente como forma de conducta aprendida que
es posible autocontrolar y modificar de forma concreta y rápida. En estos
casos se integran diversos procedimientos que pueden denominarse cogni-
tivo-conductuales, tales como los derivados del entrenamiento en relajación
(desensibilización sistemática, en imaginación, etc.) del aprendizaje de ha-
bilidades específicas y de la reestructuración cognitiva, el manejo de con-
tingencias, la reducción de la activación, el juego de roles, etc.
Las aproximaciones feministas en busca de la igualdad de géneros tratan
de integrar las diferentes teorías y métodos terapéuticos, incluyendo los mé-
todos psicoeducativos orientados a aumentar la conciencia de los hombres
maltratadores sobre la intencionalidad interesada del amplio rango de sus con-
ductas abusivas, confrontándolos con sus posturas dominantes y posesivas.
Desde la perspectiva feminista se destaca:
• Que los objetivos de la agresión de los hombres son habitualmente las
mujeres y los niños, incluso cuando el origen de su ira sea otro.
• Que la agresión contra las mujeres es un intento de mantener o au-
mentar el dominio del hombre en una sociedad que ve tal dominancia
como la norma.

7. EL TRATAMIENTO DE LA VÍCTIMA

Según las lesiones que padece, la violencia de género contra la mujer


aparece en muchas formas a lo largo de todo su ciclo vital, desde que son
fetos hasta que llegan a ancianas.

7.1. Lesiones físicas

Las mujeres pueden presentar todo tipo de lesiones (contusiones, ero-


siones y heridas diversas) en la cabeza, cara, cuello, y sobre todo, en zonas
VIOLENCIA DE GÉNERO 133

no visibles por el vestido, como en pecho, tórax y abdomen, junto con le-
siones típicas de autoprotección defensiva (extremidades superiores, tronco)
y con combinación de lesiones antiguas y recientes. Una lesión típica en las
mujeres maltratadas es la rotura del tímpano, junto con lesiones en cabeza y
cuello. Otra característica evolutiva de las lesiones que presentan las muje-
res maltratadas es que cada vez que vuelven a consultar lo hacen con lesio-
nes más graves, hasta la muerte. La mujer víctima de malos tratos suele con-
sultar por problemas de salud como dolores crónicos, cansancio, trastornos
gastrointestinales, producidos por el elevado nivel de estrés psicofisiológi-
co que padecen. Igualmente, pueden tener embarazos no deseados y de
alto riesgo, enfermedades de transmisión sexual, SIDA, etc.

7.2. Lesiones psicológicas

Diversos trastornos mentales tales como depresión, trastorno de estrés


postraumático y otros trastornos de ansiedad, alteraciones del sueño, con-
ductas adictivas y autodestructivas hasta el suicidio consumado. De forma
generalizada, estas mujeres sufren un importante daño de su autoconcep-
to, con disminución de la autoestima, sentimientos patológicos de culpa,
de ineficacia y aislamiento social, con alteraciones permanentes de la
personalidad similares a las de los supervivientes de diferentes experien-
cias traumáticas, sobre todo cuando se trata de agresiones físicas repetidas
y se prolonga la dependencia material con el agresor.

La producción de los diferentes trastornos mentales relacionados con el


maltrato depende de varios factores mediadores (la exposición a la violen-
cia, vulnerabilidades, etc.) y moderadores o protectores, como se esquema-
tiza a continuación para el trastorno de estrés postraumático (TEPT):

Estrés sufrido + Vulnerabilidades personales


La incidencia de TEPT =
Recursos de Afrontamiento y de Resistencia +
+ Soporte Social.

A largo plazo, las mujeres maltratadas muestran diversos síntomas y en-


fermedades psicosomáticas relacionadas con el estrés crónico (asma, úlce-
ra, hipertensión arterial, etc.), depresión y ansiedad, con alternancia de sín-
tomas de mal aislamiento social, inhibición conductual, control emocional
y sometimiento desadaptativo al medio. Este es el objetivo del agresor:
dominar a la mujer, controlarla y obligarla a realizar las funciones exigidas
por él. La mujer suele estar aterrorizada («muerta de miedo», dicen con fre-
cuencia) y avergonzada, sintiéndose fracasada e impotente, encontrándose
134 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

en una situación tan grave que trata de quitarle importancia a través de


distintos mecanismos de negación.
Diferentes autores coinciden en señalar algunos signos conductuales in-
dicativos de un posible maltrato:

• Tarda en ir al médico/a y va cuando las lesiones están curándose: pue-


den manifestar quejas vagas, difíciles de explorar.
• Habla someramente de «problemas en casa» («estoy más nerviosa y
tenemos más discusiones»...).
• Quita importancia o justifica sus lesiones.

La actitud de la pareja puede ser un indicador que nos ponga sobre


aviso de posibles malos tratos. Puede mostrarse excesivamente preocupado
y solícito con el fin de controlar la relación entre la usuaria y el/la profe-
sional o excesivamente despectivo, así como minimizar el malestar de la
mujer. Ante esta situación hay que invitarle a salir de la consulta y tener en
cuenta los siguientes signos característicos del maltrato:

• Huellas de golpes en distintos sitios, hematomas, cortes leves.


• Recelos en dar información y lesiones que no se corresponden con las
explicaciones que ofrece.
• Agotamiento físico y psíquico, síntomas psicosomáticos diversos,
dolor de cabeza, espalda, estómago, insomnio.
• Problemas de tipo ginecológico, infecciones recurrentes.
• Inseguridad, actitud de sumisión, miedo, comportamiento tímido, te-
meroso, avergonzado, evasivo, ansioso o muy pasivo.
• Accesos de llanto.
• Historia de problemas psicológicos, como depresión, ansiedad, páni-
co, intentos de suicidio, ingesta de alcohol o drogas, ingesta de psi-
cofármacos.
• Aislamiento, no tener actividades y relaciones fuera del entorno fa-
miliar.
• Historia de accidentes.
• Intentos de suicidio.
• Hablar del marido o pareja como una persona agresiva, temperamen-
tal, colérica, incluso afirmar que ha existido algún episodio de vio-
lencia y posteriormente justificarlo o minimizarlo.
• Maltrato a los hijos e hijas.
VIOLENCIA DE GÉNERO 135

7.3. ¿Qué puede hacer el personal sanitario ante


la sospecha de un caso de violencia de género?

El Instituto de la Mujer propone hacer las siguientes preguntas a la


mujer posiblemente maltratada:

• ¿A qué cree que se debe su malestar y sus problemas de salud?


• ¿Está viviendo alguna situación problemática que le haga sentirse
así?
• ¿Qué piensa y qué le dice su marido/compañero? ¿Le preocupa que
usted se encuentre mal?
• ¿Cómo se siente en su relación con su marido o compañero?
• Muchas parejas tienen discusiones, ¿qué pasa cuando ustedes discu-
ten?
• Ya sabe que ahora se habla mucho sobre los malos tratos, ¿ha sufrido
usted una situación así?
• La encuentro asustada, ¿a quién tiene miedo?; está intranquila, ¿por
qué no me cuenta qué le está pasando?

En caso de lesiones físicas también se puede preguntar:

• Este tipo de lesión que tiene usted suele aparecer cuando se ha reci-
bido un puñetazo/golpe fuerte/etc. Me gustaría que me contase cómo
se lo ha producido...

Estas u otras preguntas son válidas, cada profesional tiene su estilo, su


forma de comunicación. Lo importante es no tener miedo a este tema y no
evitar, sino favorecer que la mujer hable de su problema en la consulta.
Se trata de crear un clima y una relación que genere confianza y tran-
quilidad para que la mujer pueda hablar.
Si no puede hablar de ello y se sospecha que sufre malos tratos, hay que
transmitirle que nos interesa el tema y que en nuestra consulta tiene un lugar
donde hablarlo cuando ella quiera o se atreva.
Si la mujer reconoce estar sufriendo maltrato, la actitud del/la profesio-
nal de escucha activa permitirá captar no solo lo que dice, sino también el
contenido emocional y la demanda que puede estar implícita en lo que co-
munica, haciéndola saber que se cree su versión (que por lo general no solo
no exagera, sino que normalmente minimiza lo que ha pasado), así, es con-
veniente que se vea reforzada y entendida con respuestas que vayan enca-
minadas a transmitir mensajes como:
136 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

• El derecho a vivir sin violencia.


• Que nadie tiene por qué vivir situaciones de maltrato físico, psicoló-
gico o sexual.
• Que no son situaciones inherentes al matrimonio o relación de pareja.
• Que se puede encontrar ayuda y apoyo.

Es importante dar elementos para que la mujer pueda entender lo que


está pasando y ofrecer recursos e información, motivándola a dirigirse a
profesionales especializados que puedan ayudarla.
Es bueno recordar que los mensajes deben transmitirse respetando el
proceso de cada mujer y sus posibilidades para enfrentar la situación.

7.4. Actitudes y habilidades que favorecen la comunicación


con la «paciente» a la que se respeta y considera
«agente» de su propia vida y salud personal

Empatía: es la capacidad de percibir y comprender lo que piensa y ex-


perimenta la otra persona, y comunicarle esta comprensión en un lenguaje
que entienda (evitando la fusión con el sentir del otro).
Aceptación: supone acercarse a la otra persona con respeto, sin un juicio
previo, aceptándola, lo que no implica «estar de acuerdo».
Congruencia: es la capacidad de ser uno mismo y conocer cómo me
afectan personalmente las cosas que escucho. Ayuda a no estar en tensión y
a la defensiva, y a no tener miedo a verse desbordado por las situaciones.
Concreción: capacidad para centrar la experiencia, ir a lo importante,
evitando generalizaciones y teorizaciones.

Obstáculos en la intervención personal sociosanitorio-mujer maltratada.

• Prejuicios y estereotipos culturales; no entender su «lenguaje» o for-


ma de expresión, como consecuencia de la intensa ansiedad que pa-
dece.
• Exceso de «respeto»; miedo a implicarse, «por las complicaciones que
me puede traer...»
• Sentirse excesivamente afectado/a (intensa ansiedad).
• Actuar dando consejos, soluciones personales no adecuadas para la
víctima.
VIOLENCIA DE GÉNERO 137

• Tomar decisiones por ella; querer «solucionarle la vida» (otra forma


de victimización acumulada).
• Emitir juicios de valor sobre la situación.

7.5. Valoración de lesiones y daños

Tiene que ser exhaustiva y pormenorizada, se debe examinar todo el


cuerpo, y detectar posibles lesiones anteriores mal curadas, teniendo en
cuenta todos los síntomas e indicadores de violencia que hemos señalado
anteriormente.
Es importante informar a la mujer de las exploraciones que se le van a
realizar y la finalidad de las mismas.
La exploración se hará sin prisa, lo que favorecerá la colaboración de la
mujer.

7.6. Informe médico

El informe médico es de vital importancia como prueba judicial en


caso de denuncia. Aunque la mujer no ponga la denuncia en este momento
concreto, lo necesitará y le será de gran ayuda si se decide a hacerlo en otro
momento.
Al realizar el informe de lesiones hay que ser extremadamente cuida-
dosos, detallando todas las marcas actuales y anteriores.
La descripción de las lesiones debe hacerse teniendo en cuenta:

• Su naturaleza: contusiones, erosiones, heridas, mordeduras, quema-


duras, fracturas...
• Localización.
• Forma.
• Tamaño.

Es conveniente usar unos esquemas corporales que permitan dibujar so-


bre ellos la localización de las diferentes lesiones, que completarán el in-
forme escrito (recuerde que es importante que el informe escrito sea legible
y claro, de manera que pueda entenderlo una persona profana en la materia,
pasado un tiempo; si no lo fuese, no será tenido en cuenta por los jueces o el
médico será citado al juicio por no haber entendido su informe). Incluso, si
es posible, puede ser muy útil el tomar fotografías de las zonas lesionadas:
138 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

se harán con consentimiento, a poder ser por escrito, de la paciente, y se


hará constar la fecha en que fueron tomadas y por quién. Todo esto se ad-
juntará al informe.
Hay que hacer referencia a la descripción que la mujer haga de cómo
sucedieron los hechos, utilizando sus mismas palabras: la paciente refiere
«me cogió del pelo y me golpeó contra la pared de la habitación».
En el informe hay que mencionar explícitamente el estado psicoemo-
cional de la paciente (ansiedad, bloqueo, llanto...), y su actitud durante la ex-
ploración.
También hay que indicarles que pueden ser pruebas las ropas rotas o
manchadas (sobre todo en casos de agresión sexual), y los objetos con que
han sido agredidas; es conveniente que la mujer los guarde para el juicio,
ayudándola a que dé importancia a estos pasos.
Se expondrá claramente el pronóstico según la gravedad y el trata-
miento conveniente. También hay que especificar si precisó hospitalización
e indicar el número de días de estancia.
Conviene también explicitar la derivación que se hace: derivación al ser-
vicio de salud mental, servicios sociales, u otros servicios especializados.
Cada profesional que atienda a una mujer maltradada debe dejar constancia
escrita de su intervención; será de gran ayuda para el médico o la médica fo-
rense y para el posterior juicio.
Una vez rellenado el informe, se le leerá en voz alta, repasando las le-
siones a fin de que la descripción sea lo más exacta posible y puedan de-
terminarse futuras secuelas.
Se le entregará una copia firmada y sellada, con la que debe acudir
(preferiblemente acompañada de testigos) a poner la denuncia (Juzgado,
Cuartel de la Guardia Civil o Comisaría de Policía).
El informe debe quedarse en el centro sanitario junto a su historia clí-
nica, y una segunda copia se enviará al Juzgado de Instrucción competente
o al Secretario/a del Juzgado.

7.7. Tratamiento

El tratamiento de las lesiones corporales se hará según el diagnóstico


clínico. En agresiones sexuales se llevará a cabo un tratamiento preventivo
referente a la posible gestación, y a las enfermedades de transmisión sexual.
Es imprescindible la derivación para tratamiento psicológico.
VIOLENCIA DE GÉNERO 139

Además, hay que tener en cuenta que el tratamiento de una mujer mal-
tratada no solo consiste en curar sus lesiones. Como hemos señalado, la ac-
titud de acogida, la escucha activa, entre otras, serán imprescindibles en es-
tos tratamientos.
También, se le facilitará información para comprender el proceso que
está viviendo, así como sobre recursos y teléfonos de emergencia, a fin de
protegerla de nuevas agresiones. Lo principal es impedir la continuación del
maltrato.
La respuesta psicológica de la víctima de malos tratos a corto plazo in-
cluye vivencias de intenso miedo e indefensión, de impotencia e indigna-
ción, con mayor o menor grado de alteraciones comportamentales, con
trastornos de estrés agudo y postraumático, otros trastornos de ansiedad,
afectivos, etc., perturbaciones que pueden prolongarse en el tiempo y llegar
a producir alteraciones persistentes de la personalidad, como el «infantilis-
mo psicológico» postraumático que describiera Karen Horney.
El elevado nivel de estrés que padecen las mujeres maltratadas se ma-
nifiesta como alteraciones depresivas y ansiosas, con diversas somatiza-
ciones corporales y fuerte tendencia al aislamiento social, incluso respecto
de su familia de origen y de los amigos. Los problemas mentales más rela-
cionados con el maltrato son los trastornos adaptativos, depresivos, ansio-
sos, del sueño, somotomorfos, disociativos, consumo adictivo y conducta
suicida.
No obstante, la mayoría de personas expuestas a situaciones traumáticas
no desarrollan trastornos mentales. ¿De qué variables depende que la res-
puesta postraumática sea o no patológica? Se reconoce la importancia de
cuatro tipos de variables fundamentales:

1. El tipo de trauma.
2. La personalidad previa.
3. El soporte social.
4. Variables sociodemográficas.

1. El trauma

Existen varias características de la experiencia traumática que condi-


cionan la calidad de la respuesta, como su duración e intensidad, y el tipo de
estresor propiamente dicho: la violencia física y sobre todo la parental, y el
abuso sexual en la infancia son los acontecimientos que producen más
daño psicofisiológico en la víctima, incluso durante toda su vida. La per-
140 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

cepción de riesgo vital y la respuesta de indefensión y terror asociadas a la


experiencia de los estresores más graves median en la producción de res-
puestas más graves, como es el trastorno de estrés postraumático.
En el caso de la violencia de género, se ha destacado la importancia del
grado de violencia asociado a la violencia sexual, la duración de la agresión
y del tiempo de convivencia con el agresor, así como el número de agreso-
res, en caso de que fuesen varios, en cuyo caso aumenta el daño que sufre la
víctima.
La agresión sexual por un familiar allegado produce más ansiedad y de-
presión que cuando se debe al asalto de una persona desconocida, por la rei-
teración de las agresiones y de las amenazas que se concentran en estos ca-
sos.

2. La personalidad previa

La existencia de trastornos mentales previos es uno de los principales


factores de riesgo que median en el tipo de respuesta postraumática, así
como la existencia de rasgos patológicos de personalidad o trastornos de per-
sonalidad de tipo dependiente, con tendencia a establecer relaciones de su-
misión y de renuncia personal, con predominio de un estilo de respuesta con-
ductual ineficiente. Con frecuencia, las mujeres más vulnerables al maltrato
y a tener complicaciones más graves se caracterizan por tener alguna distor-
siones cognitivas características, como son: frecuente experiencia de senti-
mientos patológicos de culpa (inadecuados e irrealistas) y la sobrevaloración
optimista e ingenua de su capacidad para hacer cambiar al agresor.

3. El soporte social y familiar

La calidad de las relaciones sociales predice el estado de salud general y


amortigua o modera la presencia de alteraciones mentales, así como la ca-
lidad del afrontamiento y la adaptación al estrés. Las reacciones conduc-
tuales de familiares y allegados van a tener gran importancia en la res-
puesta de la víctima, ya sean de forma negativa o positiva: pueden aumentar
en el primer caso sus vivencias de inadecuación, de culpa y el daño personal
percibido; mientras que en el segundo, pueden mitigarlos y facilitar la in-
tegración del episodio violento y la rehabilitación de la víctima. La percep-
ción de apoyo eficaz por parte de los diferentes profesionales implicados en
el caso individual puede también disminuir el daño psíquico sufrido, igual
que ocurre cuando menor es el tiempo transcurrido entre el episodio de vio-
lencia y la intervención terapéutica.
VIOLENCIA DE GÉNERO 141

4. Diferencias individuales

A menor edad, mayor es el daño psíquico producido por la agresión,


igual que ocurre entre los mayores de 50 años.
De forma predominante, la edad de inicio del maltrato se sitúa entre los
17 y los 28 años, y sobre todo durante el primer embarazo, es decir, que se
acumula entre mujeres de menor edad y mayor vulnerabilidad, sobre todo
cuando se suman otras experiencias estresantes, tales como el fallecimiento
o enfermedad grave de algún familiar o la pérdida del empleo.
El hecho de que según el Instituto de la Mujer, la franja de edad más
afectada esté situada entre los 45 y los 64 años, da idea de la gran duración
del fenómeno del maltrato hasta que es denunciado, habitualmente des-
pués de muchos años.
Muchas de las características supuestamente típicas de la mujer agredi-
da, como supuestos factores de riesgo del maltrato, son en realidad fenó-
menos postraumáticos tales como los sentimientos de culpabilidad y la
baja autoestima, lo que constituye otra forma acumulada de victimización
secundaria por parte de algunos profesionales sanitarios.
Las víctimas del maltrato tienen una gran probabilidad de experimentar
el trastorno de estrés postraumático, sobre todo tras sufrir agresiones se-
xuales y violencia familiar, en las que llega a estar presente en la mitad de
ellas. Además, entre las víctimas de maltrato y las de agresiones sexuales
tampoco existen diferencias en otras variables psicopatológicas, excepto en
el mayor grado de depresión y disfunción o inadaptación global a la vida co-
tidiana, que está más acentuada en las mujeres maltratadas, mientras que la
ansiedad predomina en las víctimas de las agresiones sexuales. En todos es-
tos casos, el elemento nuclear de este trastorno es la percepción de riesgo vi-
tal incontrolable por parte de la víctima, asociado a fenómenos de reexpe-
rimentación y de evitación de la experiencia traumática, así como a varios
síntomas de hiperactivación psicofisiológica, que duran más de un mes.
Respecto al tratamiento de las víctimas, se realizará tras haber tomado
las medidas necesarias para asegurar su protección y la prevención de nue-
vas agresiones. Se realizará una intervención precoz en la crisis aguda tras
establecer una relación de confianza conocida como «alianza terapéutica».
Se considera que el tratamiento más eficaz para prevenir la cronificación del
padecimiento es la psicoterapia individual según el modela de intervención
en crisis Kilpatrick DG, Veronen LL (1982).
Desde el modelo cognitivo-conductual se destaca la importancia de la
desensibilización sistemática por la exposición gradual en imaginación. El
objetivo principal es que el paciente recupere el autocontrol, ayudándole a
142 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

mejorar su autoestima y competencia personal, a realizar conductas realistas


y a elaborar sus reacciones cognitivo-afectivas y conductuales frente a los
acontecimientos traumáticos sufridos: se animará a las afectadas a hablar so-
bre sus experiencias, superando sus resistencias a hacerlo, les permitirá re-
cuperar el autocontrol perdido. Dentro del modelo psicodinámico se utilizan
interpretaciones selectivas características, como por ejemplo:

• El paciente hace anticipaciones catastrofistas sobre algo terrible que le


va a suceder de forma inmediata. Se le señala que no ha podido dejar
atrás ese pasado traumático, viviendo como en un presente continuo
(en inglés I’m going to) sin una adecuada discriminación entre pasado,
presente y futuro, secuestrado por la experiencia traumática en un es-
pacio atemporal sin vida, sin salida, salvo el tratamiento eficaz.
• El paciente se siente culpable y avergonzado. Entonces, se le inter-
preta que prefiere culparse a sí mismo antes que no tener cualquier re-
ferente externo que experimenta como algo demasiado peligroso.
• El paciente experimenta sentimientos de rabia: se le interpreta que se
siente tan incapaz e indefenso, que con su rabia intenta recuperar
ilusión de control, ante las dificultades para recuperar un control ins-
trumental.

También se ha utilizado la hipnosis como facilitadora de la aberración


emocional a la vez que se realiza la reconstrucción de los acontecimientos
traumáticos.
Se ha utilizado la terapia de conducta con técnicas de exposición al trau-
ma como en las fobias, tanto por desensibilización sistemática como por
inundación.
En el tratamiento del trastorno de estrés postraumático se puede concluir
que:

1. Todos los tratamientos eficaces implican algún tipo de revisión y re-


elaboración de los acontecimientos traumáticos, pasando funda-
mentalmente por la reexposición: «No se puede vencer a ningún
enemigo en su ausencia o ante su imagen», repetía Freud cuando se
refería a la transferencia, mejor forma virtual de exposición en vivo.
2. Se reconoce la importancia de un vínculo terapéutico consistente; la
relación de trabajo puede modificar el vínculo transferencial trau-
mático. Hace falta una relación saludable, de confianza, seguridad y
respeto, que repare el daño producido en el seno de otra relación
destructiva, en la que el paciente no fue tratado como una persona
sino como una cosa.
VIOLENCIA DE GÉNERO 143

3. Como parte esencial de trastorno de estrés postraumático, la ten-


dencia a la repetición no sigue la ley del efecto de Thorndike, sino
que sigue la de la compulsión a la repetición de Freud, forma lími-
te de intentar modificar el pasado presente para poder construir un
futuro nuevo, con la ayuda de un tratamiento eficaz.
A nivel farmacológico, se ha recomendado la utilización de varios anti-
depresivos con buenos resultados en 2/3 de los pacientes tratados. Éstos son
más eficaces que los tranquilizantes mayores, salvo en los casos de alta im-
pulsividad, alto riesgo de violencia y elevada ansiedad e insomnio resistente
a otros tratamientos. Se han utilizado los beta-bloqueantes como el propano-
lol y los alfa-2-agonistas como la clonidina para reducir la explosividad
agresiva, las pesadillas y las intrusiones. También se han utilizado estabili-
zadores como carbamazepina, litio y ácido valproico en casos severos de tras-
torno de estrés postraumático. Los antidepresivos tipo inhibidores selectivos
de la recaptación de serotonina han sido estudiados en el tratamiento de tras-
torno de estrés postraumático. La fluoxetina, sertralina, paroxetina y fluvo-
xamina son eficaces en el control de los síntomas depresivos seundarios y los
fenómenos de intrusividad, perfilándose como tratamiento a tener en cuenta,
por su buena tolerancia y perfil de seguridad en caso de sobreingesta con in-
tención autolítica, según Sutherland y otros.
Junto a la terapia de exposición a los pensamientos traumáticos y la ela-
boración mental gradual, es necesario asociar el entrenamiento en el control
de la ansiedad (relajación, distracción, autoinstrucciones, etc.), hasta redu-
cir de forma significativa el malestar personal. Kilpatrick DG y Veronen LL
(1992) han elaborado un programa de intervención cognitivo-conductual
breve para el tratamiento de las víctimas de agresiones sexuales recientes,
con una mejoría significativa respecto de un grupo control, parecido al
programa de intervención de Echeberría y et al. (1998) en víctimas de
agresiones sexuales recientes aquejadas de trastorno de estrés postraumáti-
co. Por nuestra parte, se ha elaborado un modelo terapéutico integrador para
pacientes con trastorno de estrés postraumático (Mingote C et al., 2001).
En los últimos años se están desarrollando diferentes planes y progra-
mas integrales para la erradicación y la prevención de la violencia contra las
mujeres, tanto en el ámbito municipal como en el autonómico y en el esta-
tal, como el propuesto por el Instituto de la Mujer para la atención sociosa-
nitaria ante la violencia contra las mujeres.

8. PREVENCIÓN DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO

La prevención eficaz de la violencia de género, como problema social y


de salud pública, se apoya en intervenciones que modifiquen los procesos
144 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

de socialización, con necesidad de mejorar las condiciones de vida de las


mujeres, a través de una política global y simultánea que integra acciones le-
gislativas, judiciales, sanitarias, de educación y empleo, policiales, etc.
En relación con la prevención primaria, se consideran fundamentales las
siguientes estrategias:

1. Desarrollar programas de coeducación orientados a eliminar los


estereotipos culturales de tipo sexista.
2. Desarrollar programas de educación en valores democráticos y so-
lidarios, con aprendizaje de métodos no violentos para la resolución
de conflictos, de habilidades y creativos, etc.

En la prevención secundaria es necesario aumentar la inversión en el de-


sarrollo de recursos psicosociales específicos para el cuidado y protección
de la mujer maltratada, así como para el diagnóstico y el tratamiento de las
consecuencias que tienen en su salud. En especial, se considera necesario
mejorar los recursos para las intervenciones en crisis, para ayudarles a su-
perar con éxito las que experimentan las mujeres maltratadas. Igualmente,
es necesario mejorar la calidad asistencial en atención primaria y especiali-
zada, con la implementación de los cambios estructurales que garanticen:

1. Asegurar un mínimo de 15 minutos por paciente atendido en con-


sulta.
2. Poner en marcha un plan de formación en materia de violencia de
género para todo el personal sanitario.
3. Mejorar la dotación de los recursos psicosociales adecuados (tra-
bajadores sociales, psicólogos y psiquiatras) con inclusión de pro-
fesionales formados en temas de género, para mejorar la calidad
asistencial y la supervisión de todos los profesionales sanitarios.

Además, es necesario tomar las medidas necesarias en el ámbito jurídi-


co y policial para garantizar la protección más eficaz de las víctimas, así
como el castigo justo y la rehabilitación más adecuada del agresor. Es ne-
cesario promover las actividades educativas necesarias para:

1. Mejorar el reconocimiento, la notificación y la gestión de las con-


secuencias de la violencia.
2. Promover, de forma prioritaria, investigaciones sobre la violencia
social, a fin de modificar los principales factores de riesgo.
3. Evaluar la eficacia de las diferentes medidas y programas destina-
dos a prevenir la violencia.
VIOLENCIA DE GÉNERO 145

La prevención terciaria se orienta a reducir los efectos del problema y


evitar recidivas con programas de recuperación y rehabilitación.

9. CONCLUSIONES

1. La violencia de género es un importante problema de salud públi-


ca en todo el mundo, que debe obligar a desarrollar las medidas y
programas destinados a prevenir la violencia y mitigar sus efectos.
2. El factor de riesgo más importante para sufrir violencia es el hecho
de ser mujer, sin que exista un perfil de riesgo característico para
la mujer maltratada.
3. Tampoco existe un perfil de personalidad característico de los
agresores, que constituyen un grupo heterogéneo de individuos
que pueden padecer diferentes trastornos de personalidad y alte-
raciones mentales, adicciones, etc.
4. La violencia de género constituye un mecanismo de control y
discriminación social de la mujer para mantener la dominación
masculina sobre los recursos económicos y sociales, a expensas de
graves daños para la salud de la mujer.
5. Es necesario destacar la elevada prevalencia de la violencia contra
las mujeres, superior al 25% de la población femenina), así como
de conflictos conyugales entre las mujeres que consultan en aten-
ción primaria por diferentes síntomas y alteraciones mentales,
que en general se infradiagnostican, se agravan y se cronifican, lo
cual supone un importante coste económico y media en malestar
social.
6. La violencia entre las mujeres ha sido ocultada de forma eficaz y
en la mayoría de los casos pasa desapercibida en el ámbito de la
salud, con una dramática negligencia de cuidados apropiados y de
estrategias eficaces de prevención, formas yatrogénicas de victi-
mización secundaria.
7. La creciente conciencia social de esta grave situación ha logrado
que la violencia contra las mujeres haya dejado de ser un proble-
ma privado oculto, para convertirse en una intolerable lacra social,
capaz de movilizar a todas las personas de bien hasta conseguir su
completa erradicación.
8. Es fundamental evaluar los niveles de severidad de violencia de
los varones maltratadores y diseñar diferentes tipos de interven-
ciones según su grado de motivación, de peligrosidad y su mo-
146 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

mento evolutivo, además de sus características socioculturales,


desde una perspectiva teórica integradora y transteórica, como
proponen Prochaska y Di Clemente. En general, solo un pequeño
porcentaje de los maltratadores más graves pueden llegar a recibir
intervenciones clínicas y/o psicoeducativas, ya que la mayoría de
ellos son encarcelados por otros crímenes o bien logran evitar el
sistema judicial y/o el penal.
9. Los grupos terapéuticos de mujeres maltratadas generalmente se
orientan a mejorar sus recursos psicológicos y sus habilidades
sociales, como por ejemplo, superar su falta de asertividad o su
pauta de conducta pasivo-agresiva y aprender a expresar su agre-
sividad de forma directa y constructiva, en vez de hacerlo de
modo negativo y autodestructivo. La psicoterapia individual debe
adaptarse a cada persona concreta y a la vez ser técnicamente co-
rrecta, según el modelo teórico utilizado; aunque cada vez más
suelen utilizarse técnicas eclécticas que incluyen la contención y la
exploración, la psicoeducación y el aprendizaje de diferentes ha-
bilidades de afrontamiento, y la elaboración de conflictos perso-
nales (Mingote C, 2001).
10. La conducta de abuso personal resulta de la externalización de un
vínculo perverso internalizado, que a su vez media en la transmi-
sión intergeneracional del abuso sexual y del sufrimiento humano
a lo largo del tiempo.

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5
Violencia en los lugares
de trabajo

Pablo García-Gañán
Filósofo, Teólogo y Psicólogo Director de la División
para el Desarrollo de Personal de Santa Clara, California

1. INTRODUCCIÓN

Prevención es más efectiva, y menos costosa, que intervención, y ambas


requieren instrucción, comunicación y coordinación.
El martes, 16 de febrero de 1988, alrededor de las 4:30 de la tarde, re-
cibí una llamada en mi oficina del Director de los Programas para Adultos
del Departamento de Salud Mental del Condado de Santa Clara, en San José
(California). Me comunicaban que había habido disparos en Electromag-
netic System Labs (ESL), compañía localizada, dentro de nuestra jurisdi-
ción, en la contigua cuidad de Sunnyvale, en el corazón del Silicon Valley.
Tenía conocimientos de esta empresa pues dos de mis cuñados trabajaban
en ella. ESL es una empresa privada de electrónica, haciendo trabajos top
secret, casi exclusivamente, para el Departamento de Defensa de los EE UU.
Los empleados trabajaban, en equipo y en una atmósfera de camaradería,
con las últimas y más excitantes innovaciones electrónicas, en unos edificios
funcionales de ambiente relajante, y dirigidos por un estilo y prácticas ad-
ministrativas vanguardistas.
Richard W. Farley, un ingeniero de ESL, había llegado aproximada-
mente a las 3:00 p.m, al aparcamiento para los empleados. Iba armado con
dos rifles, dos pistolas, dos bandoleras con balas cruzadas al pecho y una
lata llena de gasolina. Se dirigió al edificio donde estaban localizadas las
oficinas. Antes de entrar disparó y mató a su primera víctima. Después de
«ametrallar» las puertas de cristal, se dirigió hacia la oficina de Laura
Black, una ingeniera de 22 años que había comenzado a trabajar en ESL ha-
cía menos de un año. En los pasillos, Farley disparó indiscriminadamente a
todos los que se le cruzaron en su camino. Antes de llegar a la oficina de
149
150 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

Laura, había disparado a seis empleados, matando a cuatro. Los demás


empleados, incluidos Laura, al oír los disparos y los gritos, cerraron y tran-
caron las puertas intentado buscar algún refugio. Farley llegó a la oficina de
Laura, disparó varias veces contra la puerta. Después de abrirla, disparó va-
rias veces hiriéndola gravemente en el cuello y en el hombro, segándola las
arterias y destrozándola los músculos y la clavícula. A pesar de la pérdida
de sangre y el dolor, Laura logró escapar. Después de cinco horas de cerco
y negociaciones, Farley se entregó a los miembros del equipo de Tácticas y
Armas Especiales (Special Weapon and Tactics - SWAT) de la policía, que
en un registro posterior de los edificios encontró siete muertos y cuatro he-
ridos.
El 21 de octubre de 1991, Farley fue declarado culpable de siete asesi-
natos y de otros cuatro delitos graves. El jurado se volvió a reunir el 1 de
noviembre y después de deliberar solo unas horas, recomendó la pena ca-
pital. El 17 de enero de 1992, el juez Joseph Biafore, Jr., describiendo a Far-
ley como un asesino al que «le importa lo más mínimo la vida humana», le
condenó a la cámara de gas. Desde entonces, se encuentra en la Prisión de
San Quentin, al norte de San Francisco, esperando los resultados de sus ape-
laciones.
* * *
El 26 de marzo de 2001, Nevenka Fernández, concejala del Ayunta-
miento de Ponferrada (León), dimitió de su puesto de trabajo y al mismo
tiempo denunció de acoso sexual a su jefe, Ismael Álvarez, alcalde de la lo-
calidad y parlamentario en Castilla y León. A mediados de 1999, ambos
mantuvieron una relación consentida durante unos cinco meses. Nevenka
rompió la relación, lo que provocó innumerables incidentes típicos de aco-
so y hostigamiento (notas, mensajes en el móvil, cartas, comentarios hi-
rientes, provocaciones, intimidaciones, desafíos, amenazas, descalificacio-
nes, actos y vejaciones sexuales, etc.), que tuvieron como consecuencia el
deterioro físico, psíquico y laboral de la víctima.
En septiembre de 2000, Nevenka solicitó la baja por depresión y huyó a
Madrid, donde recibió tratamiento psicológico y con ansiolíticos. Después
de seis meses de baja, dimitió de su puesto de trabajo y presentó una que-
rella contra el alcalde. La respuesta del alcalde también fue característica del
típico acosador: negación tajante («rotundamente falsa») y acusación a la
víctima («esta mujer busca mi destrucción política»).
El 29 de abril de 2002 comenzó el juicio en Burgos. El primero de estas
características en España. En sus declaraciones, Álvarez testificó, anali-
zando minuciosamente la relación sexual que mantuvo con la ex-concejala,
que el acosado era él: «Saber el porqué de la querella es difícil. Le he dado
VIOLENCIA EN LOS LUGARES DE TRABAJO 151

mil vueltas... puede ser por despecho, celos amorosos y profesionales, en-
fermedad, venganza. ¡Es tan increíble!».
El 1 de mayo testificó la propia Nevenka, que relató detalladamente las
vejaciones y asedios que había sufrido y sus consecuencias: «Me asediaba
constantemente porque no le cabía en la cabeza la ruptura de la relación sen-
timental». Durante su declaración, el fiscal José Luis García Ancos la so-
metió a un durísimo, cruel, penoso, inhumano, machista e increíble inte-
rrogatorio en el que llegó a preguntarle por qué no dimitió antes de su
cargo «si no era una cajera del Hipercor de Burgos que tiene que aguantar
cachetadas en el culo por el pan de sus hijos». El presidente del tribunal,
José Luis de Pedro, tuvo que recordarle que la ex-edil era una testigo y no la
acusada.
García Ancos, que se quejó de que se le abrieran diligencias «por una
bobada» y que declaró que a él «no le hace cambiar de criterio ni Dios», fue
sustituido del caso por el Fiscal General del Estado, Jesús Cardenal, que
después le destituyó de su cargo.
Durante el juicio fueron de máxima importancia las declaraciones de
cinco especialistas en psiquiatría y psicología que coincidieron que la de-
nunciante no «fabulaba» y que sus síntomas eran clara y específicamente los
de una víctima que había sido acosada y hostigada.
El jueves, 30 de mayo de 2002, Ismael Álvarez fue condenado por
acoso sexual y minutos después presentaba su dimisión, pero siguió ale-
gando que se le había condenado «sin probar nada en absoluto» e insistía
que era «absolutamente inocente y víctima de un linchamiento político».
Nevenka Fernández aseguraba que estaba «nerviosa por haber pasado un
año y medio muy difícil», añadiendo que «tenía mucho miedo porque co-
noce a Ismael Álvarez y sabe de lo que es capaz». Por último, pidió a todas
las mujeres que hubieran pasado por su situación que denunciaran a sus aco-
sadores «a pesar del miedo y la vergüenza».
* * *
El 1 de julio de 1993, a las 2:57 de la tarde, Gian Luigi Ferri entró en el
vestíbulo del edificio del número 101 de la calle California, una torre de 48
pisos, en el distrito financiero de San Francisco. Su traje negro y el maletín
no despertaron ninguna sospecha a los guardias de seguridad acostumbrados
a ver entrar y salir, todos los días, a cientos de abogados y clientes. Ferri en-
tró en el ascensor apretando el botón del piso 34, donde estaban las oficinas
del bufete de abogados Pettit&Martin. Su maletín no contenía documentos
legales, sino dos pistolas semiautomáticas Intratec-Tec (capaces de disparar
50 veces sin tener que recargarlas), un revolver del calibre 45 y centenares
de balas. Al llegar al piso 34, salió del ascensor y se dirigió a una de las sa-
152 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

las disparando a las cuatro personas que se encontraban allí y con las que no
había tenido ningún contacto anteriormente: la Sra. Sposato, de 35 años, a la
que estaban tomando declaración; su abogado Jack Berman; la abogada
Sharon O’Roke; y la mecanógrafa Deanna Eaves. Berman y Sposato mu-
rieron en el acto. O’Roke sufrió heridas graves en la cabeza, en el pecho y
en uno de los brazos. Eaves, después de recibir un balazo en el brazo, pudo
cobijarse debajo de la mesa. La secretaria de la oficina contigua, al oír los
disparos, llamó al 911. En ese momento, levantó la vista y se encontró
frente a frente con Ferri. Se quedó paralizada sin poder moverse (después
declararía que nunca podrá borrar la imagen de la cara del asesino: una cara
rígida, sin expresión, sin vida). Los gritos de otro abogado, Brian Berger, la
«despertaron». Berger corrió hacia la oficina de Allan Berk. Antes de llegar
fue herido gravemente en el brazo y el pecho. Después de matar a Berk en
su oficina, Ferri bajó en el ascensor hasta el piso 33. Allí hirió gravemente
a David Sutcliffe, y se encontró con los esposos, ambos abogados, John y
Michelle Scully. Les siguió y continuó disparando. John cubrió con su
cuerpo a su esposa Michelle, y cuando estaba dando el último suspiro la re-
cordó cómo pedir ayuda.
Aunque el equipo SWAT de la policía ya había tomado posiciones en el
edificio, Ferri logró tomar otra vez el ascensor y bajar al piso 32. Allí mató
a Shirley Mooser, una secretaria viuda de 64 años, y a Donald Merril, un
empleado de 48 años. También hirió gravemente a otra secretaria Deborah
Fovel, a la vicepresidenta de la firma Vicky Smith y a otro abogado Charles
Ross. De tanto disparar se le recalentaron y se le encasquillaron las dos pis-
tolas Tech-9. Intentó fugarse por una de las «escaleras de fuego» adosada al
exterior del edifício, tan típicas de San Francisco. Allí se encontró acorra-
lado por la policía. Poniéndose el revolver en la barbilla, disparó una vez
muriendo en el acto. Sólo habían pasado 15 minutos desde que Ferri entró
en el edificio, y el saldo fue de 9 personas muertas y 6 heridas. Después se
averiguó que en los años 80 el Sr. Ferri había sido un cliente del bufete Pet-
tit&Martin.

2. DEFINICIONES Y CLASES DE VIOLENCIA LABORAL

Definimos violencia al uso deliberado, o la amenaza de uso deliberado,


de fuerza física, o el acoso psicológico, moral o sexual contra otra persona o
contra un grupo, que entraña riesgo de ocasionar la muerte, daños físicos,
malformaciones, carencias o traumas psicológicos en la/s víctima/s.
Definimos violencia laboral a todo acto o incidente de violencia que
ocurre en el lugar de empleo o durante el tiempo que la víctima/s está/n
cumpliendo con sus obligaciones laborales o educativas.
VIOLENCIA EN LOS LUGARES DE TRABAJO 153

El concepto de violencia laboral, por consiguiente, incluye no solo ata-


ques físicos, sino también abusos verbales e insultos, provocaciones, inti-
midaciones, desafíos, amenazas, acosos morales y acosos y violaciones
sexuales.
Definimos el acoso psicológico o moral (conocido también como mob-
bing) como el continuado y deliberado hostigamiento, vejación, difamación
o maltrato, verbal y/o modal, contra un empleado realizado por un jefe o por
un compañero, con el intento, implícito o explícito, de su exclusión del ám-
bito laboral o de la reducción de su efectividad en el trabajo mediante la
destrucción de su integridad y resistencia psicológica.
Otros definen el acoso moral como toda conducta abusiva o de violen-
cia psicológica que se realice de forma sistemática sobre una persona en el
ámbito laboral, manifestada a través de reiterados comportamientos, pa-
labras o actitudes, que lesionen la dignidad o integridad psíquica del tra-
bajador y que pongan en peligro o degraden sus condiciones de trabajo.
Para que exista acoso psicológico o moral se requiere que: a) el hosti-
gamiento sea continuado y prolongado; b) que en el mismo participe, por
omisión o comisión, algún superior jerárquico. Las presiones laborales,
los desacuerdos, las discusiones, los insultos accidentales, etc., por consi-
guiente, no constituyen acoso moral o psicológico.
El Parlamento Europeo ha definido recientemente el acoso sexual como
la situación en la que se produce un comportamiento no deseado relaciona-
do con el sexo de una persona con el propósito o el efecto de atentar contra
su dignidad y de crear un entorno (laboral) intimidatorio, hostil, degradan-
te, humillante u ofensivo. Aunque el mismo parlamento también hizo hin-
capié en que un trato menos favorable a una mujer por su embarazo o per-
miso de maternidad supone una discriminación, nosotros también creemos
que cualquier acoso sexual es una forma de discriminación dado que siem-
pre incluye un componente de abuso de poder.
Usando esta definición, una de las últimas encuestas, realizada a 20.000
empleados de distintas profesiones, indicaba que más del 40% de las mu-
jeres y un 15% de los hombres manifestaron que habían experimentado aco-
so sexual en su trabajo.
En un intento de clarificar la definición establecida por el Parlamento
Europeo, sugerimos que cualquier comportamiento sexual no deseado,
cualquier demanda de favores sexuales, o cualquier otra conducta, verbal o
modal, de naturaleza sexual constituyen acoso sexual cuando:

• La sumisión a dicha conducta es una condición, implícita o explícita,


para obtener un empleo: quid pro quo.
154 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

• La sumisión, o el rechazo, a/de dicha conducta por un individuo es


usada (o se insinúa que va ser usada) para hacer decisiones que afec-
ten la situación laboral de dicho individuo;
• Dicha conducta tiene el propósito o el efecto de interferir con el cum-
plimiento de los deberes laborales de cualquier empleado o de crear
un ambiente laboral intimidatorio, hostil, degradante, humillante u
ofensivo.

El acoso sexual es intrínsecamente diferente de la atracción sexual. La


atracción sexual entre personas es natural y es lo que mantiene la especie
humana. El acoso sexual es humillante y degrada a las personas. La atrac-
ción sexual se despliega en un continuo que va desde el «me gusta / nos
gustamos» a «estoy enamorado / estamos enamorados». La diferencia
esencial entre la atracción sexual y al acoso sexual está en que en la prime-
ra existe un consentimiento mutuo y crea un aumento de la autoestima en
las dos personas. Los/as empleados/as que sienten esta clase de atracción
deben poner mucha atención a una conducta en público, a las apreciaciones
de los otros empleados, y a los posibles problemas que su conducta y rela-
ción puede causar en el lugar de trabajo.
El acoso sexual puede darse entre empleados, cualquiera que sea su re-
lación administrativa. No se limita solamente a las relaciones de superior a
subordinado. El incitador (el acosador) y el recipiente (la víctima), puede ser
hombre o mujer. La víctima no necesita ser del sexo opuesto. El recipiente
no necesita ser la persona acosada, puede ser cualquier empleado que sufra
los efectos de un conducta sexual ofensiva.
El acoso sexual puede dividirse en diferentes clases e incluir acciones
como las siguientes:

• Acoso sexual-verbal: referirse a una empleada como la tía buena, la


cachonda; la puta, etc.; introducir tópicos de carácter sexual en dis-
cusiones laborales; chistes o historias de carácter sexual; exparcir ru-
mores, ciertos o falsos, acerca de la vida sexual de una persona; pre-
guntar a alguien acerca de su historia, sus fantasías o sus preferencias
sexuales; hacer comentarios sexuales acerca de la forma de vestir o la
anatomía de alguien; pedir o hacer, repetida y/o insistentemente, citas
sin querer entender que «no» significa «no», etc.
• Acoso sexual-modal: mirar a una persona de arriba a bajo «desnu-
dándola»; bloquear el paso o seguir a alguien; insistir en hacer rega-
los; exhibir materiales pornográficos; enviar e-mails de carácter se-
xual; hacer expresiones sexuales con los labios, los ojos, la cara, las
manos o el cuerpo, etc.
VIOLENCIA EN LOS LUGARES DE TRABAJO 155

• Acoso sexual-físico: dar masajes, tocar el vestido, el pelo o el cuerpo


de alguien; abrazar o besar; tocar o rozar sexualmente, etc.

Aunque todos los actos de violencia cometidos en los lugares de traba-


jo son diferentes, tanto en las circunstancias como en las causas, podemos
dividirlos en varios grupos:

• Empleado a empleado: el agresor es un empleado (o ex-empleado)


que ataca, amenaza o acosa a otro/s empleado/s, o ex-empleado/s. Las
causas, en la gran mayoría de los casos, son conflictos personales o la-
borales.
• Relación personal: el agresor tiene una relación personal, más o me-
nos íntima, con algún empleado. Es parte de la violencia doméstica
que se extiende al lugar de empleo de la víctima.
• Clientes: el agresor es un cliente que tiene un relación legítima con la
agencia. El empleado es atacado por un cliente cuando está realizan-
do sus obligaciones laborales.
• Persona ajena: el agresor no tiene ninguna relación legítima con el
negocio o con los empleados. El motivo primario es el robo. Con mu-
cha frecuencia usa un arma, con lo cual el peligro y el riesgo de
muerte aumenta. Los empleados que manejan dinero y trabajan solos
en horas tardías son los más expuestos a esta clase de violencia. Al-
rededor del 85% de los homicidios en lugares de trabajo se encuentran
dentro de esta categoría.
• Terrorismo: el/los agresor/es es/son terrorista/s que asesinan o hieren
a víctimas inocentes cuando están trabajando. Los atentados de Okla-
homa, las Torres Gemelas de Nueva York, el Pentágono y otros aten-
tados de bandas terroristas son ejemplos recientes.

En los límites de este trabajo nos centraremos únicamente en las tres pri-
meras cases de violencia laboral: empleado a empleado, relación personal y
cliente.

3. MAGNITUD DE ESTE FENÓMENO

Aunque es difícil poder establecer con exactitud las proporciones de la


violencia en los lugares de trabajo, datos fidedignos indican que, en la últi-
ma década, este fenómeno ha tomado proporciones epidémicas y universa-
les. La erupción de esta clase de violencia en todo el mundo ha transcendi-
do las fronteras de los países y ha invadido, sin ninguna distinción, todos los
lugares de trabajo y todas las profesiones.
156 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

El último estudio (1998) de la Organización Internacional del Trabajo


(OIT), basado en los datos recogidos en 32 países, llega a las siguientes con-
clusiones:

• Los EE UU están a la cabeza del mundo industrializado en el número


de asesinatos cometidos en los lugares de trabajo. El homicidio fue la
primera causa de la muerte, en lugares de trabajo, de mujeres y la se-
gunda de la de hombres. En este país, cada semana, una media de 20
trabajadores son asesinados en sus lugares de trabajo.
• En todas las naciones, los puestos de trabajo con el mayor riesgo de
violencia son los taxistas, los empleados de servicios médicos, los tra-
bajadores sociales y los maestros/profesores.
• Francia, Argentina, Rumanía, Canadá e Inglaterra tienen las tasas
más altas de asaltos y acosos sexuales.
• En Francia un 11,2% de los hombres y un 8,9% reportaron que, en
1995, fueron asaltados físicamente en sus puestos de trabajo, y el
19,8% de las mujeres reportaron incidentes de naturaleza sexual.
• En los EE UU, el homicidio representó el 17% de todas muertes en lu-
gares de trabajo; 1 de cada 6 crímenes violentos suceden en lugares de
trabajo; 3% de los trabajadores son víctimas de asaltos en el lugar
de trabajo; 7% sufren o han sufrido amenazas de agresión física;
19% son o han sido acosados; 40% de las trabajadoras y el 15% de
los trabajadores han experimentado acoso sexual en el trabajo; el
coste de la violencia laboral se calcula en billones de dólares.
• La recesión económica aguda y prolongada que está sufriendo Japón
ha quebrantado la moral del trabajador y quebrado el concepto de em-
pleado por vida de la compañía y la de seguridad en el empleo. El re-
sultado ha sido un aumento, de proporciones insospechadas, de acoso
y hostigamiento moral y psicológico.
• El aumento del acoso moral en todas sus formas no ha aumentado
solo en Japón. El 58% de los empleados de Inglaterra informaron de
que fueron víctimas de esta clase de violencia laboral. Las tácticas
usadas para acosar y hostigar a los empleados incluyen: gritar a los
subordinados o compañeros; insistir que todo trabajo sea hecho como
lo ordena el acosador; castigar con una crítica constante, aún a los em-
pleados competentes; y desmoralizar a los empleados eficientes qui-
tándoles sus responsabilidades o descendiéndoles de categoría.

A pesar de estas perturbadoras estadísticas, muchos investigadores cre-


en que las cifras muestran solamente la «punta del iceberg». Calculan que el
24% de los asaltos físicos y el 58% de los acosos no son denunciados.
VIOLENCIA EN LOS LUGARES DE TRABAJO 157

El informe de la OIT termina recomendando que todos los empleados


(directores, gerentes, administradores, encargados, trabajadores...) tomen las
medidas necesarias para prevenir la violencia laboral; que respondan in-
mediatamente cuando ocurran actos de violencia; y que todos ellos, en
conjunto, se unan para encontrar soluciones a este fenómeno epidémico y
universal.

4. VIOLENCIA EN DIVERSOS PUESTOS DE TRABAJO

La violencia laboral se ha extendido y ha aumentado en todo el mundo,


no solo a las profesiones y lugares de trabajo que tradicionalmente han es-
tado más expuestas (policía, cárceles, bancos, hospitales psiquiátricos, etc.)
sino a todas las profesiones y ocupaciones. Tanto a las que tienen contacto
directo con el público como a las que no lo tienen, tanto a las agencias pú-
blicas como a las privadas, tanto a las universidades como a los colegios, tan-
to a las clínicas como a los hospitales, tanto a las grandes empresas como a
las pequeñas, tanto a las gigantescas fábricas como a los talleres pequeños.
Un simple repaso a los titulares de los periódicos puede darnos una idea
de las proporciones de este fenómeno. Todos los días, los distintos me-
dios de comunicación nos ponen al corriente de homicidios y suicidios; de
bombas y tiroteos en centros comerciales, colegios, oficinas, fábricas...;
de empleados tomados como rehenes; de alumnos agrediendo a profesores
y a otros estudiantes; de hinchas agrediendo a jugadores y a guardias de se-
guridad; de jugadores pegando a árbitros y agrediendo a otros jugadores; de
violaciones y acosos sexuales; de acosos psicológicos y morales... Los au-
tores, los lugares, las circunstancias, las causas, los motivos, los efectos, las
víctimas y los incidentes son diferentes, pero tienen algo en común: las víc-
timas estaban trabajando, cumpliendo con su deber, ganándose la vida, y
algo (con frecuencia previsible y prevenible) las expuso a que fueran ata-
cadas o acosadas por un cliente, por un compañero de trabajo, por un jefe,
por una persona conocida o por un extraño.
En años recientes, algunos lugares de trabajo específicos han llenado,
con muchísima frecuencia, las primeras páginas de los periódicos y las re-
vistas de todo el mundo, por lo que han sido «calificados» como lugares pe-
ligrosos tanto para empleados como para clientes y visitantes.

4.1. Violencia en los servicios médicos

Los centros de servicios médicos (clínicas, hospitales, centros de salud


mental, consultorios) son escenarios de actos de violencia cotidianos contra
sus empleados.
158 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

En 2001, el Consejo Internacional de Enfermería denunció el aumento


de violencia contra el personal ATS. El personal de Enfermería, que en un
85% está constituido por mujeres, constituye un grupo especialmente en pe-
ligro, al ser el primero que se enfrenta a los problemas de alcoholismo o de
drogadicción cuando los enfermos llegan a un centro sanitario. También son
estos empleados los que tienen que resolver problemas, frustrantes e irri-
tantes, creados por la burocracia e ineficiencia de los servicios de salud. Este
personal está en «primera línea» en los momentos que la situación tensa y
angustiosa de una urgencia médica provoca reacciones emocionales agre-
sivas, tanto en pacientes como en familiares y amigos.
Según el estudio Cisneros III, realizado por el Sindicato de Enfermería
(SATSE), también el acoso sexual y el acoso psicológico resulta frecuente
entre el personal ATS. Este estudio concluye que: una de cada tres enfer-
meras (o el 35%) sufre acoso psicológico o moral en su trabajo; solo uno de
cada diez compañeros se solidariza con la víctima; y el apoyo y protección
institucional y administrativa es inexistente. En el 65% de los casos el aco-
sador es el jefe, en el 28% un compañero y en el 6% un subordinado. Estos
datos convierten a este sector profesional en el tercero más afectado por esta
clase de actos de violencia, después de la Administración Pública y la En-
señanza. Los malos tratos o los acosos morales más frecuentes son evalua-
ciones inequitativas del trabajo, cargas excesivas de tareas, hacer el vacío,
y menosprecios personales y profesionales.
Este acoso moral, una de las lacras más dramáticas y patéticas de las re-
laciones laborales actuales, afecta a casi un 10% de los trabajadores. Según
una encuesta de la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid) los afectados
en España son más de 1,5 millones de empleados, de los cuales el 11,8%
son mujeres y un 6,5% son hombres. Otro estudio, basado en las denuncias
presentadas por acoso moral, parecen indicar que el colectivo de empleados
más expuesto a estas prácticas son los profesionales varones, con alta cua-
lificación entre 45 y 55 años, que trabajan en el sector de servicios. El
mismo estudio indica que el segundo grupo de trabajadores más acosados es
el de las mujeres con estudios no universitarios. Otro aspecto interesante es
que el acoso moral parece tener una mayor incidencia en las administra-
ciones públicas que en las empresas privadas.
A pesar de que estos estudios son limitados, sí podemos llegar a la
conclusión de que el acoso moral está muy extendido y crea grandes pro-
blemas tanto a los empleados como a las administraciones y al sistema le-
gal. Uno de estos estudios indicaba que el mayor índice de demandas de
acoso moral se da en Madrid y Cataluña, y donde menos demandas se re-
gistran es en Extremadura y Canarias. Sería interesante analizar más pro-
fundamente esta conclusión para clarificar si el índice de demandas indica
VIOLENCIA EN LOS LUGARES DE TRABAJO 159

que el acoso moral está más extendido en esas regiones o que los empleados
tienen menos miedo para demandar.

Los acosos sexuales también suceden en las Fuerzas Armadas. En no-


viembre de 2002, la Sala de la Sección Militar del Tribunal Supremo con-
firmó la condena de cinco meses de prisión a Iván Moriano Moreno, te-
niente de Infantería de Marina, por abuso de autoridad y trato degradante a
una aspirante a soldado profesional. El teniente, en estado de embriaguez,
sometió a la mujer a lo que denominó la prueba del frío. La supuesta prue-
ba consistió en ordenarla ir con él a un lugar apartado del campamento del
Piornal (Cáceres) y que se quitara las prendas del uniforme empezando
por la guerrera y las botas. Cuando le tocó el turno de quitarse los pantalo-
nes, la aspirante protestó. El teniente le indicó que se trataba de «una prue-
ba necesaria para obtener la boina y que era una orden». Una vez que la as-
pirante quedó completamente desnuda, el teniente le indicó que pensase en
modos de entrar o conservar el calor, insiuándole en cierto momento que, si
quería, se sirviera de él. Transcurrido un buen periodo de tiempo, el teniente
ordenó a la soldado que se vistiese y retornase al campamento. De vuelta al
campamento, la aspirante presentaba «cara de haber llorado». Si el hecho en
sí es repugnante y degradante, más lo es el argumento con que el abogado
defensor intentó combatir la condena: «En una época en que el desnudo fe-
menino está, por así decirlo, a la orden del día, hablar de trato degradante
por limitarse a ordenar a una soldado que se desnude, sin más testigos que el
superior que lo ordena, creemos que responde a una interpretación legal aje-
na y desarmónica con el contexto social en que desarrollaron los hechos, en
donde el desnudo femenino es moneda corriente en films, revistas, progra-
mas televisivos, etcétera». A pesar de que el tribunal hizo público «el más
absoluto rechazo» de esta defensa e indicó que «si de algo peca la sentencia
es de una cierta lenidad en la condena impuesta, solo justificada por la
apreciación de dos atenuantes», sugerimos que: a) el acoso sexual descrito,
en una sociedad justa y equitativa no permite ningún atenuante; b) un esta-
do de embriaguez no es ningún atenuante; c) la sentencia de cinco meses es
irrisoria, dado que el mismo tribunal apreció que el teniente realizó una ac-
ción «plenamente comprendida en el trato degradante y humillante», que
castiga el Código Penal Militar, «mediante una orden absolutamente ilegal
e intimidatoria», hizo «uso abusivo y totalmente reprobable de su potestad
de mando», generó «una conducta impropia e intolerable en un oficial de las
Fuerzas Armadas», y faltó «con ello al respeto y a la dignidad profesional
de la soldado víctima de su acción»; y d) sin intentar de tachar al tribunal de
«machista», sospechamos que la mayoría de sus miembros eran del sexo
masculino.
160 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

4.2. Violencia en los centros de educación

Los centros de educación (colegios, institutos, escuelas taller y univer-


sidades), en todo el mundo, han sido escenario de un incremento exponen-
cial de masacres, asesinatos, violaciones sexuales, asaltos físicos, etc. Las
conclusiones de un estudio recientemente realizado por el Instituto de Eva-
luación y Asesoramiento Educativo (IDEA) indican que casi la mitad de los
profesores, un 47,1%, conoce a algún colega que se siente amedrentado por
sus alumnos. Un 60% de los alumnos también dice saber de escolares que
llegan incluso a la violencia física y de compañeros que no se atreven a de-
cir que otros chicos les están molestando. Tanto profesores (72,5%) como
estudiantes (55,8%) están de acuerdo en que se deberían tomar medidas pre-
ventivas. La falta de disciplina en los centros de educación es, según el
66,1% de los profesores, una de las causas principales de los problemas edu-
cativos actuales. En 1999, un informe del Defensor del Pueblo indicaba que
un 4% de los alumnos de secundaria decía haber sufrido agresiones físicas
y el 30% agresiones verbales.
Las últimas estadísticas indican que, en los EE UU, anualmente los es-
tudiantes y profesores universitarios son víctimas de unos 32.000 robos
(incluidos 7.500 robos de automóviles), alrededor de 3.500 asaltos físicos,
de 500 violaciones, y de 17 asesinatos. Un estudio de la Asociación Nacio-
nal de Distritos Escolares (National School Board Association) indicaba que
el 82% de los distritos escolares de centros de educación primaria y secun-
daria reportaron un incremento en asaltos, apuñalamientos y tiroteos. Du-
rante el 1993, el 39% de las escuelas y colegios fueron escenario de algún
apuñalamiento o disparo y el 15% denunció por lo memos una violación. En
la Tabla 5.1 recogemos algunos de los más recientes incidentes de violencia
en colegios, institutos y universidades.

TABLA 5.1: Algunos incidentes violentos en escuelas, colegios, institutos


y universidades

Noviembre, 2002 - España:


20 niños eran secuestrados en una escuela de L’Hospitalet de Llobregat.
Octubre, 2002 - EE UU:
Cuatro personas murieron por disparos en la Escuela de Enfermería de la Uni-
versidad de Arizona en Tucson. Dos de ellas eran profesoras. El agresor, un es-
tudiante, se suicidó tras las agresiones.
Octubre, 2002 - Australia:
Un individuo, de origen asiático, mató a dos personas en una universidad de
Melbourne antes de ser reducido por estudiantes. El tirador irrumpió en un aula
fuertemente armado y comenzó a disparar indiscriminadamente.
VIOLENCIA EN LOS LUGARES DE TRABAJO 161

TABLA 5.1: (Continuación)

Octubre, 2002 - Brasil:


Un joven de 17 años mató a tiros en un colegio privado de Salvador a dos com-
pañeras de clase, ambas de 15 años. El arma se la había quitado a su padre.
Octubre, 2002 - España:
Seis alumnas, entre 13 y 15 años, del Instituto de Educación Secundaria Miguel
Fernández de Melilla agredieron a una compañera de 14 años hasta que perdió
el conocimiento.
Octubre, 2002 - Alemania:
Un joven armado entró en la escuela Friedenschulle (Escuela de la Amistad) en
la ciudad de Waiblingen y tomó a una maestra y cuatro alumnos como rehenes.
Mayo, 2002 - España:
Un profesor resultó gravemente herido en Melilla. Un alumno del Instituto de
Enseñanza Secundaria Rusadir le clavó un bolígrafo en la cara, entre la nariz y
la mejilla, que a punto estuvo de provocarle la pérdida de un ojo.
Mayo, 2002 - España:
Un menor del José Montero en Valladolid dio un puñetazo a una educadora y la
amenazó con un cuchillo.
Abril, 2002 - Alemania:
El asalto al Instituto de Erfurt tuvo como resultado la muerte de 14 profesores,
dos alumnos, una policía y el propio atacante, un ex-alumno de 19 años.
Abril, 2002 - España:
Un alumno de la escuela taller de Villanueva de la Serena apuñaló cuatro veces
la espalda de uno de los profesores del módulo de carpintería. El agresor, pre-
viamente, había dado un puñetazo en la cara a la directora.
Marzo, 2002 - Alemania:
En Brandenburgo, un estudiante de 16 años de un colegio interno privado
mató a un profesor. El alumno disparó contra sí mismo y entró en coma.
Febrero, 2002 - Alemania:
En Freising, un pueblo de Baviera cerca de Munich, un alumno expulsado de
una escuela mató a tres personas a tiros antes de suicidarse. Un profesor fue he-
rido en la cara pero sobrevivió.
Noviembre, 1999 - Alemania:
En la cuidad de Meissen, un alumno de 15 años apuñaló a un profesor hasta la
muerte tras apostar 500 dólares con sus compañeros. El adolescente irrumpió en
el aula con una máscara y asestó 21 puñaladas a su profesor de 44 años.
Abril, 1999 - EE UU:
Dos estudiantes mataron a 12 compañeros y a un profesor, antes de suicidarse,
en el Columbine High School en Littleton (Colorado). Este tiroteo fue parte de
una trágica serie de violencia escolar que comenzó hace poco más de un año en
Jonesboro (Arkansas) y se extendió luego por Pearl (Missisippi), West Paducah
(Kentucky) y Springfield (Oregon).
162 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

TABLA 5.1: (Continuación)

Marzo, 1998 - EE UU:


En Westside High School en Jonesboro (Arkansas), dos niños de 13 y 11 años
activaron la alarma de incendios y comenzaron a disparar contra profesores y
alumnos mientras evacuaban el colegio. Murieron 4 estudiantes y una profe-
sora.
Marzo, 1997 - Yemen:
Un hombre armado con un rifle de asalto disparó en dos colegios de Sanaa, ma-
tando a 6 niños y 2 adultos.
Marzo, 1996 - Reino Unido:
Un hombre armado irrumpió en una escuela primaria en la cuidad escocesa de
Dunblane y mató a 16 niños y a su maestro antes de suicidarse.

4.3. Violencia en ambientes laborales conflictivos

La Red de Correos de los EE UU (Post Office), con unas 45.000 ofici-


nas/sucursales y alrededor de 850.000 empleados, ha sido, en los últimos
diez años, el foco de atención de los medios de comunicación y de muchos
investigadores. Decenas de muertes han acuñado la frase going postal, que
ya es parte de la lengua vernácula inglesa, para identificar a alguien que en-
tra en un lugar de trabajo disparando indiscriminadamente a todos los que se
cruzan en su camino.
El 20 de agosto de 1986, Patrick H. Sherrill, empleado de correos, se
presentó, totalmente uniformado, en su puesto de trabajo en la oficina de co-
rreos de Edmond (Oklahoma). En su cartera de cartero llevaba escondidas
tres pistolas. Mató a 14 empleados e hirió a otros tantos antes de suicidarse.
En mayo de 1989, el cartero Alfred Hunter robó un avión y ametralló las ca-
lles de Boston con un AK-47. El 10 de agosto de 1989, John M. Taylor, un
empleado de correos ejemplar, disparó en una de las oficinas de correos de
Orange Glen (California) matando a cuatro, incluidos su esposa y él mismo.
Otro empleado, Joseph Harris, que había sido despedido de su empleo en la
oficina de correos de Rigewood (New Jersey) por haber amenazado a su
jefa, se presentó 18 meses más tarde en su casa y la mató a ella y a su novio.
Después se dirigió a la oficina de correos y mató a otros dos empleados que
acaban de llegar.
El 13 de noviembre de 1991, Thomas P. McIlvane recibió la noticia que
su apelación en contra de su despedido había sido desoída. Había sido des-
pedido por insubordinación, por amenazar a sus superiores y compañeros, y
por insultar, con palabras obscenas, a los clientes. Al día siguiente, se pre-
VIOLENCIA EN LOS LUGARES DE TRABAJO 163

sentó, a las 8:15 a.m., en el Centro Regional de Correos de Royal Oak


(Michigan). Con un rifle de asalto semiautomático, que llevaba escondido
debajo de la gabardina, mató a cuatro jefes, hirió a varios compañeros, y
después se suicidó.
El 6 de mayo de 1993, en dos incidentes inconexos y separados por mi-
les de kilómetros, Larry Jason, que sus compañeros de trabajo le conocían
como la bomba andante, y Mark Hilburn, que sospechaba que iba a ser des-
pedido, dejaron cuatro muertos en las oficinas de correos de Dearborn (Mi-
chigan) y de San Juan Capistrano (California).

4.4. Violencia doméstica y violencia laboral

La violencia doméstica se convierte, cada vez con más frecuencia, en


violencia laboral. Un día de agosto de 2002, Marsha Midgette llegó a su lu-
gar de empleo la tienda de Wal-Mart en Pottstown (Pensilvania). Un asesi-
no la esperaba. Alrededor de las 9:30 p.m., la siguió hasta el cuarto de
baño y la dio un tiro en la cabeza. El asesino no disparó para robar, no era
un cliente y no era un empleado. Era el marido de Marsha, del que se había
separado hacía muy poco.
Este caso pone de relieve otra realidad laboral actual: con el aumento de
mujeres que trabajan fuera de casa, la violencia doméstica (las mujeres
son las víctimas en el 90% de los casos de violencia doméstica) se está «ex-
tendiendo» de la casa al lugar de trabajo. Cuando los romances fuera del tra-
bajo, matrimonio o noviazgo, se rompen, los hombres rechazados saben
dónde trabajan las mujeres y generalmente tienen acceso a esos lugares. Se-
gún las estadísticas del Departamento de Justicia de los EE UU, el 90% de
las víctimas de violencia doméstica son mujeres y unas 20.000 empleadas
son amenazadas o atacadas en su lugar de trabajo por sus esposos/as o
compañeros/as sentimentales. Según otro estudio del Instituto Americano de
Violencia Doméstica (American Institute on Domestic Violence), el 74% de
las víctimas de violencia doméstica son hostigadas por su pareja o ex-pare-
ja mientras están trabajando, el 96% experimentan problemas en el trabajo,
el 56% llegan tarde al trabajo y el 54% pierden días de trabajo. Es intere-
sante notar que, en 1993, en los EE UU, más secretarias fueron asesinadas
en sus lugares de trabajo que policías y agentes de prisiones.
A pesar de estas realidades, y de que un 65% de ejecutivos creen que la
violencia doméstica impacta negativamente a sus empresas; un estudio de
Partnership for Prevention indica que la mayoría de las compañías no tie-
nen ningún plan definido de prevención y mucho menos de intervención. La
violencia doméstica en el mundo laboral sigue siendo un tabú y en las salas
de administración y gerencias existen varios mitos sobre ella.
164 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

Mito: la empresa no necesita afrontar el problema de la violencia do-


mestica. Es un problema personal que nada tiene que ver con el trabajo.
Realidad: la violencia doméstica física cuesta a las empresas de los
EE UU entre 3 y 5 billones de dólares en gastos médicos, y los empleados
pierden otros 100 millones de dólares debido a los días que faltan a trabajar.
Mito: si una empleada es víctima de violencia doméstica lo que tiene
que hacer es pedir ayuda.
Realidad: estos empleados normalmente no piden ayuda en sus lugares
de trabajo. La razón principal por la que la víctima no revela el abuso que
está padeciendo en su casa es el miedo a perder el trabajo. Nunca tenemos
que olvidar que el trabajo, para muchas de estas víctimas, es el único ele-
mento de independencia que tienen sobre el abusador.
Mito: si no piden ayuda es porque quieren seguir en la relación abusiva.
Realidad: muchas víctimas no rompen una relación abusiva por razones
muy particulares: dependencia económica, los hijos, miedo al abusador, pro-
blemas de seguridad, vergüenza, humillación, etc.

4.5. Violencia laboral a distancia

En otra clase de violencia laboral, que denominamos «violencia a dis-


tancia», el agresor no tiene que estar necesariamente presente en el lugar del
crimen. Desde el 26 de mayo de 1978 hasta el 3 de abril de 1996 cuando fue
arrestado en Montana, Ted Kaczynski, más conocido con el alias de Una-
bomber, cometió dieciséis actos de violencia laboral a distancia usando
paquetes-bomba asesinando a tres personas e hiriendo a veinte y tres (véa-
se Tabla 5.2).
Ted Kaczynski nació el 22 de mayo de 1942 en Evergreen Park, cerca
de Chicago. Su índice intelectual es tan alto que desde pequeño se le con-
sideró un genio. Cursó estudios en la Universidad de Harvard y después en
la de Michigan, donde, en 1967, obtuvo un doctorado en matemáticas. El
mismo año comenzó a trabajar, como profesor adjunto de matemáticas, en
la Universidad de California en Berkeley. Aunque era reconocido como un
joven profesor con mucho futuro, en 1969 dejó, brusca y precipitadamente,
el trabajo en la universidad.
En 1971 se fue a vivir a una remota cabaña de 3 por 3,6 metros sin elec-
tricidad y sin agua corriente, en el estado de Montana. Por más de 20 años
vivió sin casi tener contacto con otras personas. Las pocas veces que salía
era para ir en bicicleta a comprar los alimentos que no cultivaba en su pe-
queño huerto.
VIOLENCIA EN LOS LUGARES DE TRABAJO 165

En 1995 mandó un manuscrito «La Sociedad Industrial y su Futuro»,


comúnmente conocido como El Manifiesto del Unabomber, a algunas de
sus víctimas demandando que fuera publicado en algún periódico impor-
tante y prometiendo que, si se publicaba, dejaría de seguir enviando bom-
bas. El argumento del manifiesto es que el progreso se puede parar, es
más, se tiene que parar, para hacer libres a las personas de las ataduras de la
tecnología, permitiéndolas retornar a una vida más simple en contacto con
la naturaleza. En septiembre de 1995, el New York Times y el Washington
Post publicaron el manifiesto.
Después de su publicación, David, el hermano más joven de Ted, reco-
noció el estilo de escritura de su hermano, lo notificó a las autoridades, y el
FBI detuvo a Ted a las afueras de su remota cabaña.

TABLA 5.2: Ted Kaczynski (El Unabomber): Cronología

26/5/1978 - Northwester University, Evanston (Illinois):


Un paquete que le había sido devuelto causó sospechas al profesor Buckley
Crist. Después de avisar a la policía de la universidad, un oficial intentó abrir el
paquete que al explotar le causó heridas leves.
9/5/1979 - Northwester University, Evanston (Illinois):
John G. Harris, un estudiante de ingeniería civil, encontró una caja de puros
abandonada encima de una mesa. Al abrirla explotó causándole cortes y que-
maduras.
11/11/1979 - American Airlines, Vuelo 444:
Un paquete registrado en una sucursal de correos en Chicago fue enviado por
avión a Washington DC. El paquete contenía una bomba equipada con un ba-
rómetro para medir la altitud. Cuando el avión ascendió a 34.500 pies, la bom-
ba explotó llenando la cabina de humo y forzando a los pilotos a hacer un ate-
rrizaje de emergencia en Dulles Airport en Virginia. Ni los pasajeros ni la
tripulación sufrieron problemas serios.
10/6/1980 - Lake Forest, Illinois:
Percy Wood, presidente de United Airlines, recibió un paquete con una copia
del libro Ice Brothers. Al abrirlo, la bomba que estaba dentro explotó causán-
dole cortes graves en la cara y en una pierna.
8/10/1981 - University of Utah, Salt Lake City (Utah):
Un estudiante descubrió un paquete sospechoso en un pasillo. Después de avi-
sar a la policía, un experto desactivó la bomba sin que causara algún daño.
5/5/1982 - Vanderbilt University, Nashville (Tennessee):
El profesor Patrick C. Fischer recibió un paquete con el remite de un profesor
de la Brigham Young University, en Provo (Utah). El profesor Fischer estaba
dando unas conferencias en Puerto Rico. Su secretaria, Janet Smith, abrió el pa-
quete que, al estallar, la causó heridas serias en la cara y las manos.
166 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

TABLA 5.2: (Continuación)

2/7/1982 - University of California en Berkeley (California):


El profesor de ingeniería Diogenes J. Angelakos levantó el asa de un objeto que
estaba en el suelo de la sala del profesorado. El objeto explotó causándole he-
ridas graves en la mano y en la cara.
15/5/1985 - University of California at Berkeley (California):
El capitán de la Fuerza Aérea y estudiante en la universidad, John Hauser, se
encontró un «cuaderno de notas» encima de un ordenador en el laboratorio del
Cory Hall. Al moverlo, explotó causándole heridas graves: pérdida de la visión
en el ojo izquierdo y pérdida casi total de la mano derecha.
13/6/1985 - Fabrication Division of Boeing, Auburn (Washington):
Al recibir un paquete sin el nombre de ningún destinatario, unos empleados le
abrieron un poco y encontraron una bomba que pudo ser desactivada sin causar
algún daño.
15/11/1985 - University of Michigan, Ann Arbor (Michigan):
El profesor de psicología James McConnell recibió un paquete acompañado de
una carta de Ralph Kloppenburg, un colega en la Universidad de Utah. Le pedía
que revisara y comentara el manuscrito incluido en el paquete. El asistente del
profesor, Nick Suino, abrió el paquete, que al explotar le causo heridas serias en
el brazo y la pérdida de la audición.
11/12/1985 - Sacramento (California):
Hugh Scrutton, dueño de una tienda de ordenadores, murió al explotarle un pa-
quete que había sido abandonado en la parte trasera de su tienda.
20/2/1987 - Salt Lake City (Utah):
Gary Wright, vicepresidente de una compañía de esa ciudad, fue gravemente
herido al estallarle una bomba que había sido abandonada detrás de su oficina.
22/6/1993 - Tiburón (California):
El genecista Charles Epstein recibió un paquete en su domicilio. Al intentar
abrirlo en la cocina de su casa, la explosión le rompió un brazo, le cortó varios
dedos y le causó un trauma serio en el vientre.
24/6/1993 - Yale University, New Heaven:
Al científico David Gelernter le explotó una bomba causándole pérdida de
audición, un ojo y la mano derecha.
10/12/1994 - North Caldwell (New Jersey):
La explosión de un paquete, que recibió en su domicilio, causó la muerte del
ejecutivo de publicidad Thomas Mosser.
24/4/1995 - California Forestry Association, Sacramento (California):
La explosión de un paquete causó la muerte a Gilbert Murray, presidente de la
asociación. Ted Kaczynski ya había sido arrestado. El paquete estalló en la ofi-
cina de Murray, localizada a unos 300 metros del juzgado donde Kaczynski es-
taba siendo juzgado.
VIOLENCIA EN LOS LUGARES DE TRABAJO 167

5. CONSECUENCIAS DE LA VIOLENCIA LABORAL

La violencia laboral afecta a toda la sociedad. Su coste se calcula en bi-


llones de dólares. Sus consecuencias son sentidas no solo por las víctimas,
sino también por sus familias, sus compañeros y por todos los que trabaja-
mos. El temor mismo de ser asaltado/a o de ser testigo de una agresión a
un/a compañero/a de trabajo afecta, más o menos profundamente, a todos
los demás empleados.
Cuando se recogen las estadísticas de las víctimas de esta clase de vio-
lencia se tiene la tendencia a contar solamente los muertos y los heridos, ol-
vidándose de las «otras» muchas víctimas que son afectadas tanto física
como psicológicamente. Estos actos de violencia no solo causan problemas
físicos (muerte, heridas graves, desfiguraciones, incapacidades, pérdida de
algún sentido, dolores de cabeza, problemas estomacales, taquicardias,
etc.), sino que también causan daños psicológicos y emocionales discapa-
citantes: autodudas, depresiones, temores, fobias, pérdida del sueño y del
apetito, irritabilidad, problemas familiares y de relación con compañeros y
amigos, decaimiento, problemas de concentración, aumento en las ausencias
al trabajo, etc. Con mucha frecuencia, las víctimas y sus compañeros se cul-
pan ellos mismos y, también con mucha frecuencia, los jefes y administra-
dores, con su acción o inacción, aumentan esa autoculpa.
Los Scullys (véase el tercer caso que describíamos en la introducción)
llevaban casados menos de un año cuando John fue asesinado. Ahora su es-
posa, Michelle, vive y revive las aterradoras memorias de los momentos fi-
nales cuando su esposo la protegía de las balas con su cuerpo. El caso de
Ponferrada también nos puede servir de ejemplo: Una mujer, sufriendo
una depresión mayor, denuncia públicamente que está siendo acosada, y el
fiscal, representante de la justicia, en vez de protegerla, se ceba en ella sa-
cando a relucir su pasado, intentando aplastarla. Charo Velasco, la portavoz
socialista, indicaba en el El País (12/5/02): «Un día me llamó (Nevenka) y
me dijo: ‘quiero verte, ven a mi casa’. Me quedé impresionada. Estaba
temblando y no hacía más que llorar. Apenas podía hablar... Me dijo: ‘Estoy
de baja por depresión, no por drogas. Ismael me acosa, no me deja, ya no
puedo más’. Quería enseñarme un informe psiquiátrico y le dije que no...
Hasta pensé que la habían violado. Estaba delgada, sin arreglar. Noté que se
sentía culpable. La ofrecí hablar con alguien... Me dijo: ‘No me fío de na-
die’». Inmediatamente después del tiroteo de San Francisco, que describía-
mos en la introducción, la Facultad de Medicina de la Universidad de Stan-
ford hizo un estudio en el que a la conclusión de que la gran mayoría de los
individuos que trabajaban en el edificio, de 48 pisos, estaban experimen-
tando diversos grados de estrés, la mayoría de ellos agudos y severos. Una
reevaluación, después de 10 meses, indicó que más de la tercera parte de los
168 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

empleados que anteriormente habían sido diagnosticados con síntomas de


estrés agudo padecían de un Trastorno por Estrés Postraumático, i.e. el pro-
blema psiquiátrico más común de las víctimas de incidentes graves de vio-
lencia laboral.
La característica principal de este trastorno psíquico, según el DSM-IV,
es el desarrollo de síntomas específicos después de que el individuo ha
experimentado un acontecimiento que se encuentra fuera del marco habitual
de las experiencias humanas como la amenaza o daño grave para la propia
vida o integridad física, o la observación de cómo una persona muere o se
lesiona gravemente como resultado de violencia física o de un accidente.
Las respuestas psicológicas incluyen terror intenso, incapacidad, difi-
cultades para conciliar o mantener el sueño, irritabilidad o explosiones de
ira, dificultad para la concentración, hipervigilancia, y reactividad fisioló-
gica frente a la exposición a aquellos acontecimientos que simbolizan o re-
cuerdan algún aspecto del acontecimiento traumático.
Las escenas del acontecimiento traumático aparecen y reaparecen en la
mente de las víctimas como «flashes» relampagueantes. La víctima reex-
perimenta persistentemente el acontecimiento traumático con recuerdos
desagradables, recurrentes e invasores. Pesadillas desagradables les des-
piertan envueltos en un sudor bañante. Desarrollan conductas y sentimien-
tos súbitos que aparecen como si el agente traumático operara de nuevo. Ex-
perimentan un malestar psicológico intenso al exponerse a acontecimientos
que simbolizan o recuerdan algún aspecto del trauma.
Las víctimas intentan evitar cualquier estímulo asociado con el trauma.
Hacen grandes esfuerzos para dejar de pensar en el acontecimiento. Hacen
todo lo posible para evitar las actividades o situaciones que les pueden re-
cordar el evento. Pueden padecer amnesia psicógena, que no les permite
recordar algunos aspectos importantes del trauma. Pierden el interés en las
actividades agradables y significativas. Desarrollan una sensación de dis-
tanciamiento o de extrañamiento respecto a los demás. Su afecto se restrin-
ge y pierden el interés por el futuro.
Este trastorno se califica como agudo si los síntomas duran menos de
tres meses y como crónico si duran más tiempo. Si los síntomas tardan seis
meses en aparecer recibe la clasificación de trastorno de comienzo demo-
rado.

6. CAUSAS DEL AUMENTO DE VIOLENCIA


EN LOS LUGARES DE TRABAJO

No hay ninguna duda de que existen millares de empleados descontentos


y frustrados. Sin embargo, solo unos poco llegan a tal punto de «frustración»
VIOLENCIA EN LOS LUGARES DE TRABAJO 169

que ven a la violencia como su única alternativa. A pesar de que pueden ob-
servarse ciertos signos y señales, que siempre precenden a los actos de vio-
lencia, las causas y motivaciones psicológicas son extremadamente com-
plejas y, en muchas ocasiones, totalmente desconocidas. La violencia laboral
es producto de muchos factores: situaciones laborales, contexto existencial
personal, composición genética de la persona, desarrollo psicológico, tras-
tornos físicos o mentales, influencias culturales y sociales, y otros muchos
factores. Cada uno de ellos, considerado individualmente, no es la causa de
los incidentes violentos, pero combinados crean una mezcla letal cuyas
consecuencias son los casos que hemos descrito anteriormente.

6.1. Sociedad conflictiva

Uno de los factores fundamentales de la violencia actual es la crisis so-


ciológica de orientación que estamos experimentando nuestra sociedad.
Paul Tillich definió nuestro tiempo como la Edad de la Ansiedad. Aunque
todavía tenemos la tendencia a ver la ansiedad directamente relacionada a
estreses particulares, hemos comenzado a darnos cuenta de que su raíz es
más profunda: un vacío existencial, la falta de sentido y significado en
nuestras vidas y conexiones confusas con cualquier dimensión transcen-
dente. Para muchos de nosotros la verdad solo es verdad cuando es nuestra
verdad y hasta tenemos dificultades para darnos cuenta de nuestros propios
sentimientos y emociones. Ansiedad existencial, crisis del ser y de ser, que
nos condiciona a bosquejar la vida, casi exclusivamente, como una sucesión
de momentos en los que nuestro objetivo primario es tener y disfrutar. La
vida no solo tiene otro sabor, sino que actualmente parece que también tie-
ne otro valor.
En este contexto, nuevos problemas y necesidades se hacen cada día
más insistentes, aparecen temores nuevos, angustias más generalizadas y un
número mayor de depresiones clínicas, de angustias y de sentimientos de
persecución.
La consecuencia es una sociedad marcada por incongruencias y contra-
dicciones:
Tenemos edificios más altos y autopistas más anchas, pero tempera-
mentos más cortos y puntos de vista más estrechos. Gastamos más, pero dis-
frutamos menos. Tenemos casas más grandes, pero familias más pequeñas.
Tenemos más compromisos, pero menos tiempo. Tenemos más informa-
ción, pero menos tiempo para reflexionar. Hablamos mucho y escucha-
mos poco. Tenemos más conocimientos, pero menos criterio. Hemos lle-
gado a la luna, pero tenemos problemas para cruzar la calle y ayudar a
170 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

nuestro vecino. Hemos conquistado el lejano espacio exterior, pero segui-


mos sin conquistar el cercano espacio interior. Tenemos más medios de di-
versión, pero menos alegría. Tenemos más ingresos, pero menos ética y mo-
ral. Hemos triplicado nuestras posesiones, pero hemos reducido nuestros
valores y aumentado nuestras ansiedades y depresiones. Tenemos más ali-
mentos, pero menos nutrición y más anorexias y bulimias. Llegan dos suel-
dos a casa, pero aumentan los divorcios. Tenemos casas más cómodas, pero
más hogares rotos. Hacemos todo lo posible por alargar nuestra vida,
pero hemos perdido el sentido sacro de ella. Estamos en continuo contacto
los unos con los otros, pero nuestras relaciones personales son más super-
ficiales y nos hemos vuelto más egocéntricos. Pedimos soporte social, pero
aumentamos nuestro individualismo. Gritamos libertad, pero la violencia
aumenta. Queremos sentirnos seguros, pero nuestro miedo y temor se hacen
más intensos. Pedimos respeto, pero usamos más la violencia para conseguir
nuestros fines y para resolver nuestros problemas. Es interesante notar que
la película, recientemente estrenada, Bowling for Columbine desarrolla este
tema con relación a nuestra sociedad violenta.

6.2. Sociedad violenta

El informe Indicadores de Seguridad en la Unión Europea - Evolución


durante el periodo 1995-2000 del Instituto de Estudios de Seguridad y Po-
licía (IESP), organismo del Sindicato Unificado de Policía (SUP), publica-
do en noviembre de 2002, señala que España tiene la mayor tasa de homi-
cidios de la UE. España ocupa el primer lugar con 3,3 por cada 100.000, lo
que representa más del doble de la media europea. La cifra de homicidios
durante 1995 en España fue de 984, frente a los 1.323 registrados en el
2000, lo que supone un incremento del 34,5%. Además, las estadísticas re-
lativas de la evaluación de la criminalidad revelan que aumentó en España
en un 9,5%, casi nueve puntos porcentuales por encima de la media de la
UE. Este estudio también indica que, a pesar del crecimiento de la población
española, la tasa de criminalidad aumentó en 2,8 puntos, lo que significó, a
finales de 2000, un 44,7 de infracciones penales por cada mil habitantes.
Las estadísticas presentadas por la Organización Mundial de Salud
(OMS) claramente indican un aumento, en proporciones epidémicas, en el
mundo de toda clase de violencia (Bruselas, octubre 2002). Este organismo
internacional computó 1,6 millones de muertes violentas en el año 2000, lo
que equivale a una tasa de 28,8 por cada 100.000 fallecimientos.
El suicidio fue la primera causa de muerte violenta: unas 815.000 (14,5
por cada 100.000) personas se suicidaron. Lo que equivale a que cada 40 se-
gundos una persona pone fin a su vida. El crimen fue la segunda causa de
VIOLENCIA EN LOS LUGARES DE TRABAJO 171

muerte violenta: más de 500.000 casos. Los conflictos bélicos causaron la


muerte a 300.000 personas y un sin número de incapacidades y traumatis-
mos.
En el documento también se indica que una de cada cuatro mujeres ha
sufrido, en un momento u otro de su vida, un acto de violencia sexual por
parte de su pareja; y que la violencia sexual, y en particular las violaciones,
se han utilizado como arma de guerra.
Además, la OMS detecta un aumento progresivo de la violencia juvenil,
sobre todo en varones, relacionada con factores individuales (hiperactividad,
impulsividad, falta de autocontrol, abuso de drogas y alcohol...) y con fac-
tores sociales-ambientales (maltrato infantil, hogares desestructurados, ban-
das delictivas, marginalidad...). En el año 2000, 199.000 jóvenes, entre 10 y
29 años, fueron asesinados en el mundo, y alrededor de 6 millones requi-
rieron ser hospitalizados debido a traumatismos severos. El maltrato a me-
nores originó 57.000 muertes, además de traumas físicos y psíquicos a mi-
llones de niños.
La realidad histórica-existencial actual de ansiedad y de su contexto so-
ciológico de violencia permite que no nos sorprendamos del incremento, por
otra parte lógico, de incidentes de violencia en todos los lugares, incluidos
los de trabajo. Algo ha sucedido, y está sucediendo, en nuestra cultura que
permite y acepta la expresión de conductas violentas. Parece como si hu-
biéramos roto las normas civilizadas de cómo resolver nuestras diferencias
y solucionar nuestros conflictos.

6.3. Transformaciones y cambios en el mundo laboral

La globalización de la economía, la dimensión multinacional de las


empresas y los avances tecnológicos han tenido como consecuencia cam-
bios profundos en las relaciones laborales. Todo esto, en sí mismo, no ten-
dría que causar necesariamente un aumento de violencia. El problema con
frecuencia radica en que las administraciones que no están preparadas, o no
quieren entender, la angustia, la «turbulencia» emocional y los problemas de
autoestima que estas realidades causan en muchos de sus empleados. En lu-
gar de intentar resolverlos con humanidad y comprensión, prefieren igno-
rarlos. No hace mucho, los buenos empleados tenían asegurado el empleo y
eran apreciados. El mensaje que en la actualidad se da a los empleados ha
cambiado de «queremos premiar tu lealtad y los muchos años que has tra-
bajado con nosotros» a «dispensa, pero hemos decidido suprimir tu puesto
de trabajo, y ahí te las arregles». Además, en las circunstancias laborales ac-
tuales, después de perder el trabajo es difícil (mucho más cuando se llega a
172 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

cierta edad) encontrar otro. La pérdida del trabajo, para la mayoría de los in-
dividuos, es un «gran golpe». Además de crear problemas económicos,
produce profundos estragos en la autoestima y en la autoimagen de la per-
sona. Muchos de nosotros nos autodefinimos más por lo que hacemos que
por lo que somos, creemos que gran parte de lo que somos es resultado de
lo que hacemos. Algunos trabajamos para vivir, pero otros viven para tra-
bajar. Para todos, la pérdida del empleo ocasiona problemas emocionales,
pero para estos últimos, la pérdida del trabajo significa una devastación psi-
cológica. Si al tiempo de perder el trabajo, existen otros aspectos negativos
en la vida personal (separación matrimonial, divorcio, dificultades con los
hijos, problemas económicos, problemas de salud, falta de apoyo social o
emocional, etc.), cualquiera de estos elementos unidos a la pérdida del em-
pleo pueden causar una desestabilización física, psicológica y espiritual
total y completa inundada de sentimientos de desesperación, de odio, de fu-
ror y de deseo de venganza. Estos sentimientos llegan a los niveles más al-
tos cuando el individuo percibe la pérdida del trabajo como un abuso o de
mala fe.
Unidas a estas presiones se encuentran la facilidad para obtener armas
de fuego, una población adepta a usarlas (el 75% de los homicidios en los
lugares de trabajo son cometidos con armas de fuego) y unos medios de co-
municación que las glamourizan. Los resultados, como hemos visto, son fre-
cuentemente explosivos y siempre trágicos.

6.4. El síndrome del «avestruz»

A pesar de que todos los años millares de personas mueren en sus lu-
gares de trabajo, millones de individuos son traumatizados física y emo-
cionalmente, las consecuencias de la violencia laboral nos cuestan billones
y de que existen métodos de prevención, la gran mayoría de los ejecutivos,
de los administradores, de los jefes y de los empleados prefieren ignorar el
fenómeno usando el mecanismo de defensa de la negación, o lo que noso-
tros llamamos el síndrome del avestruz: «aquí esas cosas no suceden»,
«aquí esas cosas no van a pasar».
Existe una diferencia muy grande entre «negar algo» y «no creer en
algo». El «no creer en algo» incluye que no podemos afrontar algo, aunque lo
intentemos. La negación, por el contrario, indica que no queremos afrontar
algo, aunque sí pudiéramos hacerlo. La negación encierra un conflicto entre
lo que sabemos y lo que queremos creer. La mayoría de las empresas saben y
la mayoría de los empleados sabemos (solo hay que mirar a las estadísticas
y leer los periódicos) que la posibilidad, y aún la probabilidad, de que algún
incidente grave de violencia puede ocurrir en nuestros lugares de trabajo. Ne-
VIOLENCIA EN LOS LUGARES DE TRABAJO 173

gamos esta realidad ignorándola y diciéndonos a nosotros mismos que esas


cosas suceden solo en otras partes. De esta forma, nuestra negación nos
sirve de «amortiguador» para reducir el estrés que toda posibilidad de vio-
lencia lleva consigo. Cerebro que no piensa, corazón que no siente.
En mi vida profesional he tenido, desgraciadamente, que moderar gru-
pos de post-intervenciones de ayuda psicológica para víctimas de incidentes
graves de violencia laboral. Siempre he encontrado interesante que la pri-
mera reacción de la mayoría de los participantes fuera de sorpresa y de ne-
gación («Parece mentira que esto haya sucedido. No puedo creerlo». «Esto
solo sucedía en otras partes»...). Después de esta reacción inicial y de ex-
presar sus sentimientos y emociones en un proceso catártico, los partici-
pantes comentan, de una forma más intelectual, acerca de sus relaciones, los
contactos y las conversaciones con la/s víctima/s y/o con el agresor. Algu-
nos llegan a indicar que habían intuido que «podía pasar», pero lo habían
desechado como algo ilógico e irracional. A continuación, y casi sin darse
cuenta, van nombrando, poco a poco, signos y señales que indican clara-
mente que el acto violento era una conclusión previsible. En la mayoría de
los grupos, los participantes son capaces de identificar de 10 a 15 de estos
signos y señales, que antes no habían querido ver o negaron. También en-
cuentro fascinante que todos tuvieran conocimiento al menos tres de esas
señales. Esta es una de las razones principales por las que en todas las
post-intenvenciones uno de los sentimientos prevalentes que se debe ayudar
a solucionar es el de culpabilidad.

6.5. Trastornos mentales y enfermedades mentales

Existe una opinión muy generalizada de que las personas que comenten
actos de violencia son enfermos mentales. Los medios de comunicación ali-
mentan constantemente esta creencia con sus titulares como... «Un enaje-
nado mental...» «Los trastornos mentales causaron que...». Sin embargo, la
realidad es bastante diferente. Investigación tras investigación indican que la
conexión que el público hace entre la violencia y la enfermedad mental no
existe. De hecho, los enfermos mentales no cometen más actos violentos
que la población en general. Las enfermedades mentales representan sola-
mente un factor de riesgo bastante insignificante, si las comparamos con
otros factores como pueden ser el sexo de la persona, la edad, la situación
socioeconómica, el abuso de alcohol/drogas, o una historia previa de actos
violentos.
Con esto no queremos decir que los problemas psicológicos (principal-
mente depresiones, desórdenes delirantes y trastornos de personalidad) no
estén presentes en situaciones de violencia.
174 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

Por ejemplo, el trastorno psicológico de erotomanía está implicado en


muchos de los casos de violencia de acoso/violación sexual. Es el trastorno
presente en el primer caso con el que hemos abierto este capítulo (Richard
W. Farley - ESL) y, posiblemente aunque con menos intensidad, en el de Is-
mael Alvarez (Caso Ponferrada). En el trastorno de erotomanía, el individuo
está completa y totalmente convencido que la persona a la que «ama» le co-
rresponde, aunque exista amplia evidencia de lo contrario. En los dos casos
mencionados, Laura y Nevenka rechazaron los avances románticos de los
acosadores. La primera desde el principio y la segunda después de cierto
tiempo. Tanto Richard como Ismael, después de ser rechazados, comenza-
ron a seguirlas, hostigarlas y a acosarlas. Ambas fueron victimizadas por los
agresores. Laura sufrió daños físicos y psicológicos, y Nevenka sufrió daños
psicológicos y continúa teniendo miedo a sufrir daños físicos.
El desarrollo de la gran mayoría de los incidentes de violencia laboral,
cuyo autor es un empleado (o ex-empleado), siguen una secuencia psicoló-
gica (el proceso interno mental y emocional) y conductiva (las acciones ex-
ternas observables) muy similar a la de cualquier otra crisis seria y grave.
En la Tabla 5.3, describimos tanto la secuencia psicológica y como la con-
ductiva.

TABLA 5.3: Desarrollo de la crisis

Secuencia psicológica Secuencia conductiva

Factor precipitante Una experiencia traumática o situación estresante, que


comienza a crear en el individuo una percepción de peli-
gro, de encontrarse en un «callejón sin salida». La expe-
riencia traumática puede ser causada por un evento mayor
(como la pérdida inesperada del trabajo), o precedida por
una serie de incidentes menores que van creando una si-
tuación estresante cada vez mayor (reprimendas, malas
evaluaciones, desacuerdos con el jefe o compañeros, etc.).

Nivel de ansiedad El individuo comienza a dar muestras de ansiedad. Es el


primer nivel de comportamiento en el desarrollo de la cri-
sis. Se pueden observar cambios o alteraciones, más o
menos notables, en el comportamiento del individuo que
se manifiestan principalmente por el gasto sin sentido de
energía. Con frecuencia, en esta fase, no se puede aún
determinar la razón de la ansiedad, pero en la gran mayo-
ría de los casos se puede definitivamente observar que
«algo está pasando» para que el individuo actúe de una
«manera diferente».
VIOLENCIA EN LOS LUGARES DE TRABAJO 175

TABLA 5.3: (Continuación)

Secuencia psicológica Secuencia conductiva

Desorganización La presión creada por la situación y la falta de recursos


personales para poder solucionarla, crean en el individuo
tensión y distrés. El individuo comienza ha desarrollar
una combinación que al final puede resultar letal: paranoia
con sentimientos de persecución y depresión. En un in-
tento de reducirlos, el individuo proyecta la responsabili-
dad por su estado mental a la situación misma, externali-
zando la culpa por su estado mental. Se encuentra
desesperado y desesperanzado, y al mismo tiempo culpa a
otros por la situación en que se encuentra.

Nivel defensivo El individuo comienza a perder la racionalidad y co-


mienza a emitir señales, verbales y no-verbales, que in-
dican claramente que está comenzando a perder el con-
trol. En este estado, la hostilidad y las agresiones
verbales son muy comunes. Por lo general, los ataques
verbales no tienen nada que ver con el factor precipi-
tante de la crisis. Es muy común que el individuo deje de
responder al contexto racional de lo que se le dice o que
malinterprete irracionalmente. También es muy corrien-
te que el individuo use el insulto con palabras abusivas y
ofensivas.

Desequilibrio Después de cierto tiempo, el individuo se egocentriza,


más y más, dirigiendo todos sus pensamientos hacia sí
mismo. La autoprotección y su autopersevación se con-
vierten en su única preocupación. Sus «fantasías» son tan
claras y directas como simples: venganza contra las per-
sonas que le persiguen y son la causa de sus problemas.
Algunos de ellos se encierran en un círculo letal: depre-
sión combinada con paranoia y con sentimientos de per-
secución. Obtienen armas para defenderse. Uso/abuso de
estimulantes (alcohol/drogas). Aumento de la paranoia y la
depresión.

Nivel amenazante La pérdida de la racionalidad y del control ocurren con


más frecuencia y con más intensidad. El individuo se au-
toprotege usando la negación, haciendo preguntas para
las que no acepta ninguna respuesta racional, alza la voz
con mucha frecuencia y su conducta, tanto verbal como
kinética corporal, es amenazante e intimidatoria. En esta
etapa, el individuo puede causar altercados con agresiones
físicas menores.
176 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

TABLA 5.3: (Continuación)

Secuencia psicológica Secuencia conductiva

Explosión Cuando el distrés llega a un «punto intolerable», el indi-


viduo ve la violencia como la única solución. Ha llegado a
la conclusión de que «no tiene nada que perder». En esta
fase, la mayoría de los individuos (un 65%) incrementan
el uso/abuso de alcohol o drogas. Después de un tiem-
po, el individuo «explota».

Ataque El individuo ha perdido totalmente el control y ataca. Los


ataques que pueden ser repentinos y súbitos o premeditados
y planeados, con armas o sin armas, contra alguien en par-
ticular o indiscriminados.

6.6. Ambientes laborales antagónicos

Los ambientes laborales conflictivos, problemáticos y confusos se con-


vierten, por sí mismos, en semilleros de violencia. La problemática en la
Red de Correos de los EE UU, que mencionábamos anteriormente, es uno
de los ejemplos que ha servido de «laboratorio» para estudiar este aspecto
de la violencia laboral.
La agencia de correos estaba caracterizada por:

• Disputas, crónicas y constantes, entre los empleados, los superiores y


la administración.
• En un año, los empleados habían registrado alrededor de 150.000
demandas y querellas formales, y unos 70.000 empleados habían
sido castigados con diversas acciones disciplinarias.
• Los empleados tenían que soportar una administración autoritaria y
unos supervisores mal preparados, que les causaban niveles altos de
estrés.
• La agencia había experimentado una automatización tan rápida, sin
una formulación adecuada, que los empleados no tuvieron tiempo
para «ponerse al día» con las nuevas máquinas, con lo cual la frus-
tración y el estrés siguió aumentando.
• La plantilla de muchas sucursales había sido rebajada y los empleados
eran obligados continuamente a hacer horas extraordinarias.
VIOLENCIA EN LOS LUGARES DE TRABAJO 177

• Las bajas, debido a problemas de índole psicológica, aumentaban


constantemente.

Después de cierto tiempo (decenas de muertes y centenares de heridos),


la administración decidió preguntar a los empleados enviándoles un cues-
tionario. Respondieron al cuestionario unos 500.000 empleados, o un 55%.
Sus respuestas claramente indicaron la existencia de un ambiente laboral al-
tamente conflictivo:

• El 75% indicaron no sentirse tratados con «con respeto y dignidad».


• Solamente uno de cada siete empleados se sentía reconocido y valo-
rado por su buen trabajo.
• El 60% indicaron que «la gran cantidad de estrés era un problema en
su trabajo».
• Más de la mitad de los empleados reconocieron que «se podían iden-
tificar» con los agresores, pues ellos mismos habían tenido, en alguna
ocasión, sentimientos similares de venganza, pero que habían podido
reprimirlos.

La administración fue cambiada y está intentando solucionar el pro-


blema haciendo cambios de 180° grados. Algunas de las innovaciones
más significativas: las opiniones y perspectivas de los empleados son va-
lidadas y tenidas en cuenta; los encargados y los empleados discuten en
grupos, con la ayuda de psicólogos, los problemas cotidianos de trabajo;
existe un número de teléfono donde los empleados pueden llamar confi-
dencialmente para denunciar problemas y quejas. Para cambiar la cultura
de una «empresa» tan mastrodóntica se necesita un gran esfuerzo y muchos
años. Por esta razón, la Red de Correos de los EE UU, donde parece que
los cambios están teniendo resultados beneficiosos, sigue siendo un «la-
boratorio» de estudio de las relaciones laborales y la violencia en los lu-
gares de trabajo.

6.7. Factores de organización

Existen también factores organicionales que contribuyen a la violencia


laboral. El mayor de ellos es la falta de planes de prevención. Las inter-
venciones para prevenir y evitar actos de violencia en los lugares de traba-
jo son complicadas, pero posibles y necesarias. Se necesita un plan que in-
cluya elementos de prevención, identificación, comunicación, coordinación,
intervención y post-intervención.
178 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

La realidad, sin embargo, es que estos planes y capacidades no existen


en la mayoría de agencias/compañías/empresas. De hecho y con mucha
frecuencia, muchos de los agresores han desarrollado su «proceso de vio-
lencia» delante «de las narices» de sus compañeros, de encargados, de jefes,
de administrativos, de ejecutivos y de enlaces sindicales, y han dado más
que suficientes señales y avisos de sus intenciones violentas.
Algunos de los casos antes mencionados nos pueden servir de ejemplo:
Thomas McIlvane había sido expulsado de la Infantería de Marina por
aplastar deliberadamente, con un tanque, el coche de un compañero. Había
sido castigado y había amenazado a superiores, empleados y clientes. Su su-
perior inmediato había pedido protección, pero se la habían negado. Durante
varios meses había advertido que si no le devolvían el trabajo iba a matar, y
había repetido con frecuencia que la «carnicería» sufrida en la oficina de co-
rreos de Edmond (Oklahoma) se iba a quedar pequeña. Gian Ferry había es-
crito una carta indicando: «La prosperidad es un derecho divino... He pasa-
do 13 años intentando encontrar justicia para poder continuar mi vida y solo
he encontrado en el sistema legal silencio y corrupción y alguien lo tiene
que pagar». A Larry Jason sus compañeros de trabajo le habían puesto el
mote de «la bomba andante».
El caso de Patrick H. Sherrill es también significativo: había sido In-
fante de Marina, donde obtuvo varias medallas por ser un buen tirador. Du-
rante los 20 años siguientes, después de licenciarse, había ido de trabajo en
trabajo, hasta que consiguió el de correos. Solo lo pudo mantener por 16
meses, y en ese tiempo fue suspendido dos veces. Sus compañeros le con-
sideraban incompetente, resentido, arisco, insolente, grosero y rudo. Nunca
se había casado, no tenía relaciones sociales, y después de que murió su ma-
dre en 1978, vivía solo como un recluso. Los vecinos habían tenido que lla-
mar a la policía con frecuencia pues les espiaba constantemente con un te-
lescopio. Era irracionalmente sensitivo a cualquier comentario sobre su
calvicie. Tenía un campo de tiro en el jardín de su casa y sus intereses se li-
mitaban exclusivamente a asuntos militares y pornografía. En su casa tenía
colocados, en el lugar más prominente, sus uniformes militares, sus ar-
mas, sus medallas, su colección de la revista Soldado de Fortuna (Soldier
of Fortune) y un libreto titulado Morir: La aventura más grande de mi
vida.
No resistimos la tentación de presentar el caso de Joseph Wesbecker.
Había trabajado para la Standard Gravure Corporation en Louisville (Ken-
tucky) durante 20 años, donde era apreciado por sus jefes y compañeros. Su
conducta y estado mental comenzaron a cambiar en 1985, después de su di-
vorcio. Comenzó ha obsesionarse con la revista Soldado de Fortuna (Sol-
dier of Fortune) y comunicó a sus compañeros que había comprado varias
VIOLENCIA EN LOS LUGARES DE TRABAJO 179

armas de fuego. Durante 1988 había estado de baja por razones médicas,
durante dos periodos largos de tiempo. Al volver, pidió a la administración
que le cambiaran a un puesto de trabajo menos estresante debido su estado
emocional y a sus problemas mentales. Su agitación aumentó cuando le
asignaron a una máquina que aumentaba su estrés. Comenzó a sospechar
que los humos de la máquina le estaban produciendo problemas físicos.
Esto fue confirmado por su médico particular, quien pidió a la compañía
que le cambiaran de trabajo. La gerencia no estuvo de acuerdo y lo que hizo
fue darle de baja.
El Sr.Wesbecker dejó saber a sus superiores, a sus representantes sin-
dicales y a sus compañeros acerca de la «gran injusticia que habían come-
tido con él, después de haber trabajado 20 años para la compañía». Anunció
claramente su resentimiento amargo y odio furioso contra el dueño de la
compañía y alguno de los encargados. Los compañeros notaron, al tiempo,
que se le estaban acabando sus beneficios de desempleo, un deterioro visi-
ble en su estado mental y emocional. Su paranoia aumentaba de día en
día, y gritaba airadamente que algún día iba a vengarse. Durante ese tiempo
intentó suicidarse tres veces. Muchos de sus compañeros de trabajo «no se
sorprendieron» (lo habían visto venir) cuando el 14 de septiembre de 1989
entró en la planta con un rifle de asalto semiautomático AK-47, dos pistolas
semiautomáticas MAC 11, una pistola semiautomática de 9 mm y un re-
volver del calibre 38 y mató a 8 personas e hirió a 14.
Aunque no es posible prevenir todos los actos de violencia laboral, es-
tamos convencidos de que las historias de horror en lugares de trabajo
abundan porque ejecutivos, administrativos, jefes, encargados y empleados:
a) no emplean el tiempo necesario para investigar la historia laboral de sus
empleados antes de darles trabajo, y de esta forma introducen ellos mismos
el «problema» en la organización; o b) ignoran, o no dan importancia, a avi-
sos indicativos de que actos de violencia pueden o van a suceder; o c) no re-
conocen las señales y avisos indicativos de posible violencia; o d) recono-
ciéndolos no los denuncian, o, no sabiendo que hacer, no actúan a tiempo
con decisión y determinación.

7. FINALIDAD DE LOS ACTOS VIOLENTOS

A pesar de que los actos de violencia cometidos por un individuo siem-


pre tienen objetivos y fines muy específicos y particulares, podemos gene-
ralizar y afirmar que las personas cometen actos violentos con el fin de:

• «Descargar» ira y furor (agresión impulsiva): esta clase de agresión


se asocia a periodos largos de irritabilidad reprimida o de pasividad.
180 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

Ocurre súbitamente, sin precursores o señales identificables que in-


diquen que va a ocurrir en aquel momento en particular. Los episo-
dios agresivos son de corta duración y terminan tan rápidamente
como comienzan.
• Venganza y represalia (agresión afectiva): esta clase de violencia
está cargada de distintos estados afectivos con una pasión muy inten-
sa. Se usa para vengarse de aquellos que nos han hecho daño o han
herido a una persona a la que amamos.
• Manipulación (agresión instrumental): este tipo de violencia es
usado para controlar a otros o para obtener algo. Incluye tácticas
agresivas y ventajistas para alcanzar lo que uno se propone. Se usa
para humillar, intimidar, forzar y obligar a los otros.
• Expresión (agresión «de presa rapaz»): algunas personas creen que
sus problemas no tienen solución o no saben cómo satisfacer sus ne-
cesidades básicas, y recurren a la violencia para expresar los senti-
mientos y pasiones que no pueden controlar. Esta clase de violencia
está muy correlacionada con estados de paranoicos y de carácter se-
xual. Estas personas tienen una visión conspiratoria en sus relaciones
sociales. Tienden a interpretar mal o siniestramente, como intencio-
nalmente contra ellos, hechos o dichos neutrales en sí mismos. Usan
esta clase de violencia para vengar acciones, reales o imaginarias,
contra ellos, y su ejecución contiene elementos de «ave de rapiña» y
«de presa».
• Suicidio (agresión contra uno mismo): la gran mayoría de las per-
sonas que intentan suicidarse no quieren morir. Su finalidad real es
encontrar alivio a su desesperación o escapar de una situación intole-
rable. Ven su situación sin ninguna esperanza y al mismo tiempo se
sienten totalmente incapacitados para cambiarla o mejorarla. Estos ac-
tos de violencia no son espontáneos. Son el resultado de un proceso
largo y gradual de «erosión» psicológica. En muchas situaciones de
violencia laboral y doméstica, el suicidio es la conclusión del homi-
cidio.

8. PLAN DE PREVENCIÓN Y DE INTERVENCIÓN

Las intervenciones para prevenir incidentes de violencia laboral y ami-


norar sus efectos y consecuencias no solo son posibles sino que son nece-
sarias. Todas ellas requieren un plan de prevención, intervención y post-in-
tervención. Cualquier plan debe estar basado en los siguientes principios:
VIOLENCIA EN LOS LUGARES DE TRABAJO 181

1. Todo empleado tiene el derecho de trabajar en un lugar seguro y li-


bre de violencia.
2. La responsabilidad por la seguridad de los lugares de trabajo per-
tenece a todos: consejo de administración, sindicatos, directores, je-
fes, encargados y empleados.
3. Compromiso, por parte de la administración, de no tolerar y tomar
las medidas necesarias para evitar todo acto de violencia (física,
verbal, acoso moral o psicológico, o acoso sexual), ya sea causado
por empleados (superiores o subordinados), por personas relacio-
nadas con empleados, por clientes o por individuos ajenos a la em-
presa.
4. Las relaciones, sentimentales o sexuales, entre superiores y subor-
dinados se consideran inapropiadas, pues el subordinado/a no tiene
libertad total y, por consiguiente, no puede existir una mutualidad
completa.
5. Ningún empleado será castigado por denunciar un acto, sospecha o
amenaza de violencia. Las denuncias se mantendrán confidencial-
mente, dentro de los límites que marca la ley.
6. Métodos claros y concisos para resolver problemas laborales efec-
tivamente y en el menor tiempo posible

A) Protección planeando. Esta sección debe incluir los siguientes ele-


mentos reflejando las necesidades particulares de cada oficina, planta,
departamento, etc.:
• Responsabilidades específicas de los empleados («quién va a hacer
qué»).
• Rutas de evacuación y de reunión.
• Modos de comunicación... móviles, alarmas, claves secretas, etc.
• Interrelación y comunicación con otras agencias y organizaciones...
policía, bomberos, hospitales, etc.
• Ayuda psicológica para las víctimas, testigos y otras personas afec-
tadas por el incidente.
• Relaciones con los medios de comunicación.
• Entrenamientos repetidos y regulares para empleados y encargados.

B) Seguridad en los edificios. Algunas sugerencias:


• Recepción central para mejor controlar y identificar a los clientes y
extraños.
182 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

• Iluminación exterior.
• Sistema de alarma.
• Control de llaves del edificio y oficinas.
• Entradas no-públicas cerradas y trancadas.

C) Entrenamiento en métodos de de-escalación en situaciones de crisis.

D) Protección a través de la selección. Una de las formas más eficientes


de reducir la violencia laboral es no dando trabajo a individuos vio-
lentos. Una investigación exhaustiva, dentro de los marcos de la ley,
de la historia laboral de todos los candidatos, puede evitar muchos pro-
blemas y «rompederos de cabeza» en el futuro.

E) Violencia doméstica. Como indicábamos anteriormente, la violencia


doméstica puede crear problemas muy complejos en los lugares de tra-
bajo tanto para los jefes como para las víctimas y para los demás em-
pleados. A diferencia de otras clases de violencia, las víctimas de
violencia doméstica encuentran mucha dificultad para «abrirse» y
confiar sus problemas a sus superiores. (Cuando hablamos de violen-
cia doméstica siempre nos vamos a referir a la víctima en forma fe-
menina: el 90% de las víctimas son mujeres).
En la Tabla 5.4 mencionamos algunas conductas que pueden indi-
car la posibilidad de violencia doméstica. (La siguiente lista deberá
usarse con mucha precaución. Aunque alguna persona exhiba algunos
de estos signos no significa necesariamente que esté siendo abusada.
Deben evaluase en conjunto, en su totalidad, y examinando si han
existido cambios bruscos de conducta).

TABLA 5.4: Conductas que puede ser indicios de violencia doméstica

➢ Nerviosismo o risas inapropiadas.


➢ Lloros, a menudo y sin razón aparente.
➢ Ansiedad, depresión.
➢ Conductas defensivas, irritabilidad.
➢ Dificultad en mantener contacto con la mirada.
➢ Quita importancia a la presencia o seriedad de heridas, magullones, mo-
ratones, etc.
➢ Habla acerca de «una amiga» que está siendo objeto de abuso o maltratada.
VIOLENCIA EN LOS LUGARES DE TRABAJO 183

TABLA 5.4: (Continuación)

➢ Hace comentarios, con «furia» o «resentimiento», acerca de su compa-


ñero.
➢ Comienza a necesita usar repetida y constantemente servicios médicos, es-
pecialmente por quejas psicosomáticas.
➢ Aumento en las ausencias o llegadas tarde al trabajo
➢ Se queja de dolores de cabeza, de dificultades con el sueño, de problemas
de concentración, de trastornos gastrointestinales, de problemas con su
compañero.
➢ Recibe llamadas telefónicas, repetitivas y acosadoras, de su compañero.

Cuando un superior sospecha que alguna de sus empleadas es víc-


tima de violencia doméstica es necesario usar mucho tacto pero inter-
venir. El primer paso es obtener información. Esto puede resultar di-
fícil y siempre crea una situación delicada y tensa tanto para la
empleada como para el superior.
La gran mayoría de las víctimas encuentran muchas barreras para
hablar abiertamente de problemas inherentes en toda situación de vio-
lencia doméstica. La víctima puede:

• Tener miedo por las amenazas del abusador.


• Negar la existencia o la importancia del abuso.
• Tener miedo a vivir sola.
• Sentirse avergonzada, humillada o degradada al hablar del abuso.
• Pensar que las heridas no son lo suficientemente serias para darlas
importancia.
• Sentirse responsable o culpable.
• Amar o estar terrible e irracionalmente enamorada del abusador.
• Creer en las promesas del abusador que «no se va a volver a repe-
tir».
• Sentir lástima por el abusador y creer que situación va a cambiar sin
la ayuda de nadie.
• Tener una dependencia económica con el abusador.
• Tener ciertas creencias religiosas o culturales que la inhiben de ha-
blar «esas cosas» con personas ajenas a la familia.
184 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

• Definir el abuso de una manera diferente y no creer que está siendo


objeto de abuso.
• Pensar que la situación puede afectarla negativamente en las eva-
luaciones de su trabajo o privarla de la posibilidad de promociones.
• Creer que sus hijos necesitan un padre y una madre, y que hablando
del abuso puede darse la posibilidad de que el padre sea apartado del
hogar.
• No querer descubrir su homoxesualidad o lesbianismo.

El superior también puede encontrar barreras que dificultan la


conversacion. Se puede:

• Tener miedo a ofender al empleado.


• Tener miedo a que el empleado no quiera hablar del asunto.
• No querer meterse en problemas tan íntimos.
• Sentirse incapacitado, dado la complejidad del problema.
• Pensar que no es su obligación preguntar o intervenir.
• Pensar que es la responsabilidad del empleado pedir ayuda si cree
que la necesita.
• Asumir que si el empleado no dice nada es por que el problema no
existe.
• Culpar al empleado y sentirse frustrado porque ella no rompe la
relación.
• Tener dudas porque conoce, más o menos superficialmente, al com-
pañero de la empleada y no puede imaginar que abuse de su com-
pañera.
• Sentirse incómodo en situaciones donde el abuso es cometido por
una mujer o por un homosexual/lesbiana.

A pesar de que pueden existir estas barreras y dificultades, tanto


por parte de la empleada como del superior, es necesario intervenir
para evitar la posibilidad de problemas futuros más graves. En el in-
tento de obtener información para ayudar a la víctima, existen ciertas
preguntas apropiadas e inapropiadas.
Ejemplos de algunas preguntas apropiadas:

• ¿Has estado ausente o llegado tarde al trabajo por alguna situación


relacionada con violencia doméstica?
VIOLENCIA EN LOS LUGARES DE TRABAJO 185

• ¿Te ha seguido tu compañero alguna vez cuando venías a trabajar?


• ¿Tiene que saber tu compañero siempre donde estás, aún cuando es-
tás en el trabajo?
• ¿Te ha telefoneado tu compañero al trabajo amenazándote?
• ¿Has guardado algún «voice-mail» o «e-mail» de las amenazas?
• ¿Ha venido tu compañero alguna vez a tu trabajo para vigilarte o
amenazarte?
• ¿Has visto a tu compañero merodeando por aquí y has sentido miedo?
• ¿Has sentido alguna vez miedo por tu seguridad o la de tus compa-
ñeros cuando estás en el trabajo?
• ¿Estás preocupada por tu seguridad cuando sales del trabajo?

Ejemplos de preguntas inapropiadas que nunca deben hacerse:

• ¿Sufren abusos por parte de tu marido/compañero?


• ¿Por qué continuas con él?
• ¿Qué ganas con el abuso?
• ¿Qué hiciste para que te pegara?
• ¿Qué podías haber hecho para evitar que te pegara?

Si la empleada tiende dificultades en cooperar y abrirse, no se


debe forzar la situación. Las resoluciones son efectivas cuando la víc-
tima participa en la solución. Siempre tenemos que tener en cuenta que
cuando la violencia doméstica se extiende al lugar de trabajo, la si-
tuación es muy vergonzosa para la víctima. Con mucha frecuencia se
siente aterrorizada, acongojada y confundida. En estas circunstancias,
siempre se debe dejar la puerta abierta ofreciendo la disponibilidad
para escuchar, no juzgar, hablar y ayudar.
Los superiores siempre deben ayudar, tanto con actos como con
palabras, a sus empleadas víctimas de abuso doméstico. La víctima tie-
ne que saber y sentir que no está sola, y que la compañía para la que
trabaja, con todos sus recursos, está a su lado.
Con frecuencia, la fatiga, el miedo o la depresión, compañeras
inseparables de la violencia doméstica, afectan negativamente a la
víctima en su rendimiento en el trabajo. Una forma de ayudar a la víc-
tima es entendiendo esta dinámica y mostrando flexibilidad, com-
prensión y empatía.
186 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

Otro problema que la violencia doméstica presenta a los superiores


es que algunas veces la información que obtienen tiene que ser com-
partida con los otros empleados para su propia protección. El superior
debe ser sensitivo a los sentimientos de la víctima y discutir con ella la
importancia de distribuir solo la información necesaria (no todos los
detalles) para asegurar la seguridad de todos los empleados.

F) Stalking sucede cuando un acosador intencional, maliciosa y repeti-


damente sigue y hostiga a otra persona y la amenaza con la intención
de hacer que sienta miedo por su seguridad. Esta clase se acosadores
(que pueden ser el marido, el novio, un admirador desconocido persi-
guiendo una fantasía) tienen una «fijación» en una persona en parti-
cular con la que han tenido una relación real o imaginaria.
Si algún empleado/a es acosado/a de esta manera, los superiores
deben considerar la situación como seria y peligrosa, y tomar todas las
medidas necesarias no solo para proteger a la víctima sino también a
todos los demás empleados. Esta clase de acosadores usan toda clase
de mañas para obtener información sobre su víctima. Se debe infor-
mar a los demás empleados que no den ninguna información de la
víctima, i.e. número de teléfono, dirección, lugar de trabajo, horario
de trabajo, etc.

G) Amenazas de violencia pueden tomar muchas formas. Las más co-


munes se hacen de palabra, con llamadas telefónicas o por cartas. Sin
embargo, las amenazas también pueden hacerse de una forma simbó-
lica (ejemplos, un paquete conteniendo un animal muerto, una foto-
grafía hecha pedazos, etc.).
Las amenazas pueden provenir de un cliente disgustado, de un
exempleado, de un empleado, de un abusador doméstico, o de un gru-
po u organización terrorista.
Si un empleado denuncia una amenaza de violencia, el superior
siempre debe tomarla en serio y asegurar a la persona que la ha denun-
ciado que la información se usará discretamente y solo será comunica-
da a aquellas personas que tienen el deber y la necesidad de saber.
Después de recibir la información, la próxima acción a seguir de-
pende de las circunstancias. Si el superior cree que el acto de violencia
es inminente puede llamar inmediatamente a los servicios de emer-
gencia, alertar a los empleados, evacuar el edificio, etc.
Si el peligro no es inminente, todas las amenazas deben ser inves-
tigadas. En el Apéndice I sugerimos una guía para hacer la investiga-
ción.
VIOLENCIA EN LOS LUGARES DE TRABAJO 187

H) Amenaza de bomba. Las amenazas de bomba son muy especiales por


lo que está en juego. Las dos razones más comunes para que alguien
amenace con una bomba son: a) tiene conocimiento de la situación y
quiere minimizar el número de heridos y/o la destrucción del inmue-
ble; o b) quiere crear una atmósfera de ansiedad y de pánico para in-
terrumpir las operaciones de trabajo.
La gran mayoría de las amenazas de bomba se reciben por teléfo-
no. En el Apéndice II sugerimos una lista para ayudar a recoger la ma-
yor información posible en esas situaciones.

I) Amenazas por parte de algún empleado. En ocasiones, un empleado


con problemas se convierte en un empleado problema y comienza a
crear problemas. Usualmente se observa un cambio de conducta
gradual que llega a un punto donde los compañeros de trabajo co-
mienzan a preocuparse y, con el tiempo, a tener miedo del individuo
Y, como hemos visto, algunas de estas crisis desembocan en actos de
violencia.
Aunque en los últimos años hemos hecho avances en el estudio del
fenómeno de la violencia, la «ciencia» de predecir actos violentos o el
«arte» de delinear las características de los empleados que recurrirán a
la violencia, continúa siendo inexacta. No existe ningún test que pue-
da predecir la violencia. Sin embargo, como mencionábamos ante-
riormente, los actos violentos siguen una secuencia, psicológica y
conductiva, bastante definida. Los actos de violencia, en casi todas las
circunstancias, no suceden automáticamente y van precedidos de un
número de señales/signos/avisos y/o cambios de conducta. Cuanta
más información tengamos y más detenidamente examinemos y ana-
licemos ciertos aspectos y elementos, más acertadamente podremos es-
tablecer cierto nivel de riesgo y posibilidad de acciones violentas.
En el Apéndice III hemos desarrollado una escala, con las seña-
les/signos/avisos, que se usan comúnmente para evaluar el riesgo de
violencia.

J) Acciones disciplinarias y despido. Cuando un empleado se convierte


en un problema de empleado es importante iniciar lo antes posible, el
proceso disciplinario. Si se llega a la conclusión de que se tiene que
despedir al empleado, cuanto antes se haga, mejor.
Con Gavin de Becker (1997) ofrecemos algunas sugerencias prác-
ticas en un intento de prevenir actos violentos en situaciones de des-
pido:
188 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

• Respeto y trato digno. Siempre se debe respetar y proteger la digni-


dad del individuo, principalmente en estas circunstancias: se debe
evitar todo mensaje que implique que se anticipan reacciones vio-
lentas. Esto no significa que, si sospecha que el empleado puede re-
accionar violentamente, no se tomen todas las precauciones debidas.
• Cuanto antes mejor. Los «despidos graduales» no alargan el trabajo
sino el despido, y la ansiedad y vergüenza que lleva consigo. Es lo
mismo que cuando a un enfermo terminal se le conecta a toda clase
de máquinas. Lo que se alarga no es la vida sino la muerte.
• No entrar en negociaciones. El empleado puede que quiera discutir
otras cosas. La junta no es para hablar de cómo mejorar las cosas,
cómo corregir problemas, cómo cambiar el pasado, cómo empezar
de nuevo, cómo culpar a otros.
• Mirar al futuro, olvidando el pasado. La conversación debe pro-
yectarse hacia el futuro, evitando temas acerca de los problemas y
controversias del pasado.
• Claro, simple y directo. El mensaje de despido debe ser claro y di-
recto. Algunos jefes son tan oblicuos y dan tantas vueltas al asun-
to», que el empleado no se da cuenta que se le está despidiendo. Al-
guno de ellos, después una larga conversación, hasta llegan a
indicar: «Muchas gracias. En el futuro intentaré cumplir mejor con
mi deber», y el superior tiene que decirle: «No me estás entendien-
do. Estás despedido». En estas situaciones, el empleado, además
de experimentar todos los sentimientos negativos que acompañan a
todo despido, se siente como un perfecto idiota.
• Conversación en términos generales. El tema general deber ser qué
es lo mejor para las dos partes. Algunos jefes parece que quieren
justificar el despido dando razones, como si quisieran convencer al
empleado que el despedirle es una buena idea. Otros usan la ocasión
para dar consejos en un intento de corregir la actitud y los hábitos
del empleado. Lo que realmente hacen es echar un sermón, que si es
escuchado nunca es aceptado.
• Usar el elemento de sorpresa. Por razones de seguridad, el emplea-
do no debe saber con anterioridad cuándo se le va a comunicar que
está despedido.
• Tiempo apropiado. Se debe comunicar al empleado que está despe-
dido en el tiempo apropiado. Al final del día de trabajo, cuando los
otros empleados se están marchando, y si es posible, en viernes.
• Lugar apropiado. Los despidos nunca se deben comunicar en pú-
blico, siempre en privado.
VIOLENCIA EN LOS LUGARES DE TRABAJO 189

• Con o sin ayuda. Siempre se debe analizar si se necesita compañía:


aconsejamos que la comunicación la haga un superior lo suficiente-
mente distante del empleado y de las controversias que siempre es-
tán presentes en todos despidos. Nunca deben estar presentes aque-
llas personas, cuya mera presencia puede levantar en el empleado
sentimientos de ira, furia o venganza.
• Desde una posición reservada. Muchos jefes, al despedir a alguien,
lo hacen desde una posición autoritaria, de poder. Esto, además de
no ser real, puede ser un grave error. Mientras una persona tiene tra-
bajo puede «aceptar» que no se le respete o que no se le aprecie. El
ser despedido significa mucho más que eso. Es perder el sueldo, la
seguridad, parte de la identidad y de la autoestima. Es el darse cuen-
ta que él ha perdido y los otros han ganado. En el momento que un
empleado se da cuenta que ha sido despedido, se da un cambio total
en la «balanza del poder». El poder fundamental de un jefe reside en
que puede despedir al empleado. Después de hacerlo, se abre para el
empleado un gran número de «alternativas» que antes «no podía»
ejercer. Varios de los jefes, en algunos de los casos descritos ante-
riormente, se dieron cuenta, cuando ya era tarde, que es mucho más
peligroso desestimar «ese poder» recién adquirido por el empleado,
que respetarle.

K) Post-intervenciones. Todas las personas que han experimentado y


han sido afectadas por un incidente de violencia laboral pueden bene-
ficiarse de ayuda psicológica. Estos servicios sirven para reducir los
efectos y consecuencias negativas descritas en el apartado Conse-
cuencias de la violencia laboral.

9. A MODO DE CONCLUSIÓN

Mi profesión, como profesional de salud mental, es en sí misma difícil y


peligrosa. Mucho más si no tomara las precauciones prudentes y necesarias.
En más de 25 años analizando y consultando en/sobre problemas y situa-
ciones de violencia laboral he tenido que confrontar incidentes que podían
haberse prevenido, víctimas que no tenían que haber sido, y situaciones muy
complicadas y tensas que se solucionaron sin mayores problemas. Permí-
teme, estimado lector, que te haga ciertas preguntas: ¿Es tu trabajo poten-
cialmente peligroso? ¿Te sientes vulnerable en tu lugar de trabajo? ¿Existe
en tu lugar de trabajo el síndrome del avestruz? ¿Se ha planteado tu com-
pañía el problema de la violencia laboral? ¿Tenéis un plan de prevención e
intervención?
190 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

La violencia laboral va a seguir aumentando. La responsabilidad de


prevenirla nos pertenece a todos. La prevención comienza cuando los em-
pleados se hacen conscientes de este fenómeno y, en coordinación con sus
administraciones y sindicatos, comienzan a tomar las precauciones necesa-
rias.
Esperamos que lo anteriormente descrito sirva para reflexionar y pre-
venir incidentes de violencia laboral. Queremos terminar como comenza-
mos, recordando que «Prevención es más efectiva, y menos costosa, que in-
tervención, y ambas requieren instrucción, comunicación y coordinación».

APÉNDICE I: INVESTIGACIÓN DE AMENAZAS


DE VIOLENCIA

✓ ¿Quién amenazó?
✓ ¿Contra quién se hizo la amenaza y qué relación tiene el supuesto ame-
nazador con la supuesta víctima?
✓ ¿Qué fue específicamente lo que se dijo o se oyó o se hizo?
✓ ¿Qué método fue usado para amenazar: palabras, llamada telefónica, car-
ta, símbolos, etc.?
✓ ¿Hubo algún contacto físico? Si la respuesta es afirmativa, documentar.
✓ Nombre de los testigos:
✓ ¿Cuándo, dónde y en qué circunstancias ocurrió la amenaza?
✓ ¿Ha habido anteriormente incidentes o amenazas de violencia?
✓ ¿Existe algún documento como cartas, mensajes telefónicos, e-mails u
otra evidencia?
✓ ¿Existe alguna otra información que pueda ayudar en la investigación?
✓ Acción o acciones sugeridas o recomendadas
✓ Denuncia preparada por: Fecha...

APÉNDICE II: LISTA PARA RECOGER INFORMACIÓN


EN CASO DE AMENAZA DE BOMBA

1. Palabras exactas de la amenaza:


Permanece calmado. Intenta mantener al que llama lo más posible en la
línea. Pide que repita el mensaje.
VIOLENCIA EN LOS LUGARES DE TRABAJO 191

2. Pregunta: hay muchas personas que puede resultar heridas, ¿qué es lo


que me puedes decir?:
¿Cuándo va a explotar la bomba?
¿Dónde está ahora la bomba?
¿Qué clase de bomba es?
¿Qué es lo que hará que explote?
¿Fuiste tú el que puso la bomba?
¿Por qué?
¿Dónde vives?
¿Cómo te llamas?

3. Llama la atención de la persona más cercana para que inmediatamen-


te denuncie la amenaza a un jefe.

4. Prepárate para poder reportar la amenaza con los máximos detalles


posibles para la policía. Recoge la información
A) Característica de la voz: Sexo: Edad:

✍ Calmada ✍ Irritada ✍ Excitada ✍ Despacio


✍ Rápida ✍ Suave ✍ Alta ✍ Riéndose
✍ Llorando ✍ Normal ✍ Profunda ✍ Rota
✍ Distinta ✍ Con ✍ Ceceo ✍ Carrasposa
despecho
✍ Tosiendo ✍ Respirando ✍ Nasal ✍ Tartamudeo
mucho
✍ Jovial ✍ Enmascarada ✍ Con acento ✍ Familiar

Si la voz es familiar, ¿cómo suena?:


192 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

B) Otros ruidos que podían oírse en el fondo:

✍ Ruidos ✍ Restaurante ✍ Máquinas en ✍ Sonidos


de la calle una fábrica de altavoz
✍ Ruidos de ✍ Música ✍ Ruidos de ✍ Ruidos de
oficina casa animales
✍ Motor ✍ Voces ✍ Llamada local ✍ Llamada larga
de coche distancia
✍ Clara ✍ Ruido estático ✍ Otra:

C) Características del lenguaje:

✍ Bien hablado ✍ Con faltas ✍ Incomprensible


✍ Grabado en cinta ✍ Irracional ✍ Mensaje leído

D) Otros detalles:
Hora: Fecha: Número del teléfono donde se
recibió la amenaza:
Informe preparado por:

APÉNDICE III: EVALUACIÓN DEL RIESGO DE VIOLENCIA

Precaución: esta tabla no es un test psicológico, sino una guía para


identificar los factores que más comúnmente se asocian a actos violentos.
Muchos de estos factores pueden darse en la situación que se está anali-
zando, y el individuo no recurrirá a actos violentos. Lo que «dispara» a una
persona a ser violenta no «dispara» a otra. Cada caso debe examinarse y
analizarse en sí mismo y, después de analizar cada ítem en particular, in-
tentar obtener un perfil psicológico-conductivo total del individuo.
Instrucciones: compare cada ítem con sus conocimientos de la historia,
conducta y reacciones del empleado que está analizando. Marque uno de
los casilleros situados a la derecha siguiendo esta clave:
(1) - No se tiene suficiente información para poder comparar.
(2) - El ítem no describe al individuo.
(3) - El ítem describe moderadamente al individuo.
(4) - El ítem describe casi totalmente al individuo.
(5) - El ítem describe definitivamente al individuo.
VIOLENCIA EN LOS LUGARES DE TRABAJO 193

(1) (2) (3) (4) (5)


1. Historia laboral migratoria: ha cambiado con mucha
frecuencia de trabajo.
2. Fuera del trabajo, historia de explosiones de furia,
frustración, conducta agresiva.
3. En el trabajo, accesos frecuentes de ira, frustración,
conducta agresiva.
4. Inflexible: resiste cualquier cambio, no se presta a
discutir ideas que no sean suyas.
5. Afecto inapropiado: reacciones inconsistentes con la
situación.
6. Dificultad en controlar sus sentimientos: pobre con-
trol de sus impulsos.
7. Crónicamente descontento, intratable, de mal humor,
triste, deprimido.
8. Sentimientos profundos de ser rechazado, aislado,
marginado, no respetado.
9. Solitario, recluido, marginado: falto de soporte so-
ciales (familia, amigos, compañeros...).
10. Retraimiento o separación reciente de amigos.
11. Síntomas de paranoia: se siente perseguido, ve cons-
piraciones contra él.
12. Conecta eventos o situaciones que no tienen ninguna
conexión.
13. Espía, toma notas, investiga las actividades de otros,
sin tener esa responsabilidad.
14. Complejo de superioridad: cree que sus standards
son superiores a los de los demás.
15. No acepta críticas: reacciona con ira a cualquier crí-
tica aunque sean constructivas.
16. Sospecha de los que le critican: rehusa considerar
cualquier observación que se le hace.
17. Rehusa aceptar responsabilidad por sus acciones.
18. Culpa a los demás por las consecuencias negativas de
sus acciones.
194 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

(1) (2) (3) (4) (5)


19. No toma en cuenta los sentimientos y los derechos de
los otros.
20. Expectaciones irracionales: espera que se le dé siem-
pre la razón, que se le pida perdón...
21. Desprecio con altanería y problemas frecuentes con
la autoridad.
22. Resentimiento fuerte contra algún superior o compa-
ñero.
23. Es rencoroso y mantiene enemistades.
24. Experimentando problemas serios: matrimoniales,
familiares, económicos, legales...
25. Desesperación y desesperanza: comentarios como
«nada va a cambiar», «no hay futuro».
26. Verbaliza planes o ideas de suicido explícita, implí-
cita o simbólicamente.
27. Ve la violencia o la intimidación como conductas
legítimas.
28. Se identifica y defiende a otras personas que han co-
metido actos de violencia.
29. Comenta con fascinación actos violentos recientes
en los medios de comunicación.
30. Se siente fascinado por películas, TV, libros, revistas
donde abunda la violencia.
31. Ha amenazado, intimidado, escalado altercados con
compañeros, superiores, clientes...
32. Acosa o hostiga moral o sexualmente a alguien.
33. Obsesiones románticas o sexuales que no son co-
rrespondidas: erotomanía.
34. Historia de problemas psicológicos y/o trastornos de
la personalidad.
35. Problemas médicos presentes, serios y/o crónicos.
36. Funciona en los meros límites de una conducta nor-
mal, racional...
VIOLENCIA EN LOS LUGARES DE TRABAJO 195

(1) (2) (3) (4) (5)


37. Conflictos con la policía o el sistema legal.
38. Fanático (político, religioso, sindical, homofóbico,
xenofóbico...).
39. Abusa del alcohol y/o drogas.
40. Ha obtenido un arma recientemente, las colecciona,
las ve como instrumentos de poder.
41. Somete, o ha sometido en el pasado, querellas for-
males sin ningún fundamento.
42. Causante, o víctima, de violencia doméstica.
43. Conductas obsesivas-compulsivas.
44. Obsesión por el trabajo, con la exclusión de todas las
demás facetas de su vida.
45. Aspectos negativos recientes: reducción en la pro-
ducción, problemas de concentración...
46. Descuido reciente de la higiene personal.
47. Incremento en la frecuencia de ausencias al trabajo.
48. Los compañeros le temen, aunque no puedan des-
cribir detalladamente el por qué.
49. Los compañeros se refieren a él como, la bomba an-
dante, el que va hacer una locura...
50. Va a ser sujeto a alguna acción disciplinaria o va a
ser despedido.

Instrucción: responda a la siguientes preguntas marcando uno de los ca-


silleros situados a la derecha.
NO SÍ
1. ¿Crees que el individuo se siente justificado en usar la violencia?
2. ¿Crees que el individuo percibe que no tiene otras alternativas (en lu-
gar de violencia) para conseguir sus fines y objetivos?
3. Crees que el individuo percibe las posibles consecuencias de su vio-
lencia como más beneficiosas que las de no hacer nada?
4. ¿Posee el individuo los medios para actuar violentamente?
196 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

Después de hacer este análisis, ¿qué nivel de riesgo crees que la situa-
ción representa?

Muy alto Alto Alto/Medio Medio Medio/Bajo Bajo Muy bajo

————? ———— ?———— ?———— ?———— ?———— ?————?

RAZONES PRINCIPALES:

1.

2.

3.

4.

5.

BIBLIOGRAFÍA
ARONSON E. Nobody left to hate. New York. Henry Holt, 2000.
BECKER G de. The Gift of Fear. Boston. Little Brown, 1997.
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chiatric Press. Inc., 1996.
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José, California, 1997.
YEHUDA R. Treating trauma survivors with PTSD. Washington, DC. American
Psychiatric Press, Inc., 2002.
6
La violencia de Estado

Pablo García-Gañán
Filósofo, Teólogo y Psicólogo Director de la División
para el Desarrollo de Personal de Santa Clara, California

Carlos J. Gonsalves
Psicólogo Clínico en el Departamento de Psiquiatría Infantil
en el «Kaiser Permanente Medical Center» de Santa Clara, California

1. INTRODUCCIÓN

La violencia puede conceptualizarse como acción o como resultado.


Como acción, Englander (2002) la define como «cualquier conducta
agresiva, física o psicológica, cuyo intento es el de producir daño». Los
actos violentos normalmente equivalen a transgresiones legales, y como
tales se insertan en los dominios de los sistemas judiciales. El resultado
de la violencia, por el contrario, es el daño que sufre la víctima, por lo
que la encuadra dentro del campo de la medicina y la psicología. El re-
sultado es cualquier trauma, corporal o psíquico, infligido al sobrevi-
viente.
¿Qué sucede cuando el sistema judicial de un estado, cuya misión prin-
cipal es castigar los actos de violencia, se hace cómplice en actos de vio-
lencia y de terrorismo? Los resultados son un trauma sociopolítico infligido
y sufrido por una nación entera. En muchas ocasiones, son los profesionales
de medicina y psicología, cuya misión ética y profesional es la de aliviar el
sufrimiento humano, los que crean, conceptualizan y, en muchas ocasiones
implementan, toda clase de torturas incluidas las más debilitantes, dolorosas
e inhumanas.
En este capítulo haremos algunas reflexiones acerca de la violencia
aprobada por el gobierno. La violencia perpetrada por los estados y «colo-
reada con sanciones legales» gubernamentales. Tomando conciencia de la
realidad que en nuestro mundo postmoderno muchos gobiernos continúan
cometiendo actos de violencia y de tortura, nos permitirá entender y com-
197
198 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

prender la naturaleza insidiosa de lo que Martín-Baro I (1998) ha denomi-


nado nuestro «trauma social».
En este trabajo, intentando describir el «terrorismo de estado» y sus for-
mas de implementación, examinaremos cuatro tópicos: primero, examina-
remos los que constituye un estado de terrorismo, y al mismo tiempo ex-
ploraremos las distintas formas de cómo se orquesta ese estado. A
continuación, estudiaremos los efectos que la violencia sociopolítica causa
en los individuos y en la sociedad. Finalmente, sugeriremos algunas aveni-
das para tratar, tanto a niveles nacionales como internacionales, a los so-
brevivientes de tortura y del terrorismo perpetrados por el estado.

2. ¿QUÉ ES LA VIOLENCIA DE ESTADO?

Debemos distinguir el terrorismo de estado de otra clase de terrorismo


que últimamente se está denominando terrorismo moderno o terrorismo
nuevo.
Layasse P (2000) define el terrorismo moderno como «la amenaza o el
uso de violencia, con frecuencia contra la población civil, para conseguir al-
gún fin político». Este tipo de terrorismo, practicado por individuos o por
grupos como Al Queda o ETA, ha sido usado y utilizado, por muchas si-
glas, con el fin de obtener algún objetivo político o religioso. Los métodos
más frecuentemente usados son: secuestros y pedidas de rescates, asesina-
tos, bombas, ataques con gases tóxicos, atentados políticos, ataques a cen-
trales eléctricas, etc., cuyo objetivo principal es alguna finalidad política.
Por otra parte, Stohl M y López GA (1984) definen el terrorismo de es-
tado como «el uso por el mismo estado (el énfasis es nuestro) de violencia,
de represión y de terrorismo para conseguir sus intereses domésticos e in-
ternacionales». En esta clase de terrorismo, el gobierno de una nación usa la
fuerza para coartar, coaccionar o eliminar cualquier oposición política. En
la mayoría de los casos, el cambio de gobierno se inicia con un golpe de es-
tado. Los líderes civiles, elegidos por el pueblo, son eliminados, depuestos,
encarcelados o desterrados. El gobierno de la nación es secuestrado por una
dictadura militar, que usa la fuerza y la represión, en lugar de un proceso
político de negociación y de convenios, y que demanda una sumisión total.
Cualquier oponente político, real o imaginario, los extranjeros y cierta cla-
se de personas son considerados individuos peligrosos para el estado.
Como tales, se les selecciona para detenerles y arrestarles, para torturarles,
para asesinarles o para hacerles desaparecer. Esta violencia y terrorismo de
estado, acompañados de una fraudulenta legitimación legal, reprimen y
sofocan a la población civil con todos los poderes y recursos, punitivos e in-
LA VIOLENCIA DE ESTADO 199

vestigadores, de las fuerzas armadas, de la policía y del sistema judicial. Es-


tas brutales y despiadadas usurpaciones de poder por algunas dictaduras mi-
litares hasta han llegado a tener cierta legitimidad cuando sus representantes
han sido reconocidos, por diferentes razones, por otras naciones y organi-
zaciones internacionales.

3. ESTUDIOS SOBRE LA VIOLENCIA DE ESTADO

El fenómeno del terrorismo de estado no ha recibido mucha atención


por parte de los investigadores. Las razones son múltiples y variadas. Una
de las principales es que a los gobiernos democráticos no les gusta parecer
tímidos cuando los abusos a poblaciones civiles son flagrantes, evidentes,
incuestionables y de grandes dimensiones. Como resultado, existe la ten-
dencia a conducirse y reaccionar como si solo estuvieran ocurriendo in-
fracciones de poca envergadura. También han existido casos en los que al-
gún gobierno democrático ha obtenido beneficios, políticos y económicos,
ayudando a que un régimen militar se haya mantenido en el poder. Estas ac-
titudes de un soporte, más o menos tácito, han provisto de cierta legitimidad
a dictaduras brutales. A todas estas razones, tenemos que añadir que muchos
investigadores de temas sociales prefieren no meterse en política. Para al-
gunos investigadores, cualquier agenda política es un anatema científico,
pues parten de la premisa de que cualquier posición política vicia lo que se
investiga, la forma en que se conduce el estudio, y cómo se interpretan los
resultados. También existe otro elemento muy importante y poderoso: el
elemento económico. Algunos investigadores rehusan investigar o estu-
diar, y aún mencionar, los más detestables abusos de derechos humanos
consumados por oficiales públicos. Las dictaduras ensombrecen y coartan
no solo los tópicos a investigar y sus resultados, sino también a los mismos
investigadores, que pueden ser castigados o relegados a un ostracismo,
académico y profesional si sus publicaciones no están de acuerdo con las
posiciones del régimen.
Sin embargo, ha habido investigadores que a pesar de todos los proble-
mas indicados anteriormente, han investigado, examinado y analizado los
abusos sociopolíticos de nuestro tiempo. Kordon D et al. (1998) han estu-
diado y examinado lo que ocurrió en Argentina, entre los años de 1976 y
1983, durante la brutal represión de la dictadura militar conocida como la
guerra sucia. Randall GR y Lutz EL (1991), en el prólogo y la definición
del problema en su obra, muestran incredulidad a las dificultades y los
problemas que encontraron, con posibles fuentes financieras, cuando in-
tentaron educarles acerca de la necesidad de crear un centro para tratar a los
sobrevivientes de los abusos contra los derechos humanos perpetrados por
200 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

dictaduras militares. Kornfeld L (1995) estudió el golpe militar y la consi-


guiente dictadura, de los años 1973-1990 en Chile.

4. LA ORQUESTACIÓN DE LA VIOLENCIA DE ESTADO

Agger I y Jensen SB (1996), cuando analizan cómo el gobierno militar de


Chile implantó su plan de terrorismo de estado, son, posiblemente, los que
han hecho el estudio más completo de cómo los dictadores sociopolíticos im-
ponen e implementan sus gobiernos déspotas y brutales. Otros estudios sobre
la imposición de gobiernos militares en Brasil en la década de los años 50, en
Argentina y en algunos países de América Central en los años 70 y 80, y de
las presentes dictaduras en África, en el Medio Oriente y en Hispano-Amé-
rica muestran las mismas secuencias, y técnicas y métodos muy similares.
La implantación e instauración de un régimen sociopolítico dictatorial
ocurre en cuatro etapas. Las dos primeras incluyen una represión abierta y
directa, y las dos últimas son consecuencia del terror que ha sido inducido e
inculcado en los ciudadanos, en particular y en la población en general.
El primer paso es una represión patente y brutal. Cuando el golpe de es-
tado se ha completado, y el gobierno legítimo ha sido derrocado, cualquier
oponente, real o imaginario, del régimen dictatorial es violentamente arres-
tado, torturado, asesinado o desaparece. Las calles de las ciudades más
importantes se llenan con la presencia atemorizante de militares y policías,
equipados con tanques y otro tipo de armamento.
A esta represión violenta, y asociada a ella, siguen otras consecuencias
más indirectas. Los alimentos escasean y el encontrar empleo se hace difícil.
En estas circunstancias, menos empleos y más personas buscando trabajo,
los que consiguen trabajo suelen estar afiliados «al partido» que gobierna, a
la religión que es aceptada, o a la clase social o grupo étnico correctos. La
vivienda también crea otra clase de penurias y problemas. Las personas que
no reúnan los requisitos, con mucha frecuencia sin que exista una clara de-
finición, impuestos por los militares, son forzados a salir de sus viviendas.
Muchos de ellos tienen que ir a vivir con familiares, que no tienen espacio
suficiente para ellos y que sienten miedo de acogerles.
Esta represión, directa o indirecta, tiene el efecto de marginalizar a las
personas que han sido clasificadas como disidentes políticos, religiosos o de
clase. La marginalización ocurre tanto a un nivel social como a un nivel per-
sonal. A nivel social, el grupo (político, religioso, educativo, deportivo,
clase social, etc.), que ha sido «marcado», pierde toda influencia y sus lí-
deres son perseguidos. Los servicios médicos y educacionales, así como
otros servicios públicos y sociales, comienzan a ser reducidos en las áreas,
LA VIOLENCIA DE ESTADO 201

en los vecindarios y en los barrios donde la oposición tiende a vivir. Al mis-


mo tiempo, se incrementa la presencia militar y de la policía en esos luga-
res. A nivel personal, el individuo, sin trabajo y con los problemas econó-
micos que esto acarrea, apartado de antiguos amigos, sabiendo que no es
bien recibido en su familia, sintiendo que hablan detrás de él, comienza un
proceso degenerante de autoduda, que puede desembocar en una desinte-
gración de la propia autoimagen y autoestima.

5. ¿QUÉ ES LA TORTURA?

Las definiciones comunmente aceptadas son las ofrecidas por las Na-
ciones Unidas y por la Asociación Mundial Médica (World Medical Asso-
ciation). En 1985, la Asociación Mundial Médica publicó una definición ge-
neral y amplia. En 1984, las Naciones Unidas firmaron una convención en
contra de la tortura donde se da una definición más legalista. A pesar de que
existen algunas pequeñas diferencias entre estas dos definiciones, ambas es-
tán de acuerdo en que en la tortura existen cinco elementos críticos y fun-
damentales:

1) La práctica de la tortura requiere al menos dos personas, el tortu-


rador y la víctima.
2) En la tortura, el torturador tiene un control completo, físico y am-
biental sobre la víctima.
3) Durante la tortura, se causa a la víctima tanto dolor físico, severo y
agudo, como sufrimiento mental y psicológico, con la intención de
quebrar su voluntad y deshumanizarla como persona.
4) La tortura incluye y entraña un empeño, deliberado y sistemático,
para castigar o intimidar a la víctima o a otras personas, o para ob-
tener alguna información o confesión.
5) La actividad de tortura está sancionada por el gobierno, por lo que
los torturadores permanecen inmunes a cualquier persecución ju-
dicial, pues sus acciones están legalmente protegidas por las leyes
vigentes.

A pesar de que en estas definiciones están incluidos todos los compo-


nentes de la tortura, ninguna de ellas capta en su totalidad y crudeza la en-
tidad y existencialidad de lo que realmente es la tortura. Tortura es un es-
fuerzo premeditado para matar a la persona manteniéndola viva. Tortura son
actos de violencia sin límites y sin ninguna compasión. Tortura son golpes
en el cuerpo y en la cabeza, corrientes eléctricas a las partes más sensitivas
del cuerpo, e inmersión, hasta que la persona casi se ahoga, en una mezcla
202 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

de agua, orina y desperdicios fecales, que se repiten una y otra vez. Tortura
es colgar a alguien, durante horas y horas, boca abajo con las piernas fuer-
temente atadas. Tortura es poner a alguien en el paredón para fusilarle y
solo disparar salvas. Tortura es privar alguien, por largo tiempo, de sus ne-
cesidades básicas: vestido, privacidad, alimento o bebida. Tortura es estar
confinado en solitario en una celda oscura sin sitio para poder moverse. En
resumen, tortura es cualquier acto brutal, ingeniado para causar dolores
excruciantes y traumas psicológicos duraderos.
Lo que se intenta con la tortura es hacer que la persona se sienta res-
ponsable por su propio sufrimiento, intentar que el individuo se convierta en
un cómplice, y si esto no es posible, destruir su vida y su persona, destru-
yendo su cuerpo, su corazón, su alma, su espíritu y su futuro. La tortura,
además de ser inexcusable, es una tara y una calamidad. Y a pesar de esto,
en nuestra sociedad civilizada, según datos de Amnistía Internacional, 120
países siguen practicándola.
En nuestro Instituto para el Estudio del Trauma Psicosocial (Institute for
the Study of Psychosocial Trauma) tratamos a víctimas de tortura llegadas a
California desde distintos países del mundo. El siguiente es un caso típico: la
víctima era una estudiante de 22 años en una universidad de un país de
América Central. Había tomado parte activa en diversos grupos y actividades
políticas en su universidad. Sus padres estaban preocupados por sus activi-
dades políticas y la habían aconsejado que dejara esas actividades pues po-
dían llamar la atención de los militares. Su preocupación aumentó después
de que su hija dio a luz a un niño. Sus temores se confirmaron, pues un día al
salir de la universidad, la joven se vio rodeada, sacada de su coche y empu-
jada a otro. La vendaron los ojos, la golpearon, la llevaron a un lugar que no
conocía, y desapareció. Sufrió varias clases de tortura, cada cual más ho-
rrenda: fue violada constantemente, algunas veces por un grupo; recibió
shocks eléctricos en todas las partes del cuerpo, incluidas las encías; fue so-
metida múltiples veces al método del «submarino» siendo sumergida en
una mezcla de orina, heces y agua sucia; se la amenazó con que sus padres y
su hijo serían torturados; después se la dijo que sus padres e hijo habían sido
arrestados y torturados, y se la forzó a escuchar una cinta grabada de lo que
parecía ser la tortura de sus padres e hijo; se la quemó con la lumbre de ci-
garrillos y se la introdujeron distintos objetos y en varias ocasiones en los
distintos orificios de su cuerpo. Cuando fue puesta en libertad, era una mujer
«rota» y «quebrada» tanto física como psicológicamente. Poco después
pudo escapar a los EE UU, donde tuvo que ser hospitalizada nada mas llegar.
Debido a sus trastornos psíquicos tuvo que ser tratada con medicamentos an-
tipsicóticos. Después de salir del hospital continuó su tratamiento en un
centro de rehabilitación y tratamiento para sobrevivientes de tortura. Después
de varios años de tratamiento, comenzó a reestructurar su persona y su vida,
LA VIOLENCIA DE ESTADO 203

y pidió a sus padres que la devolvieran a su hijo. Se negaron alegando que su


hijo tenía su hogar con ellos. Además, la indicaron que no creían que estu-
viera en condiciones para poder cuidar de él, dado que ni siquiera podía cui-
dar de ella misma. Solo después de 10 años, los padres accedieron a venir
con su hijo a hacerla una visita en los EE UU. A pesar de sus súplicas,
después de una semana, se volvieron con él a su país en América Central.

6. FINES Y PROPÓSITOS PARALELOS DE LA TORTURA

Uno de nuestros colegas, Tato Torres (1996) apunta, muy acertada-


mente, que la práctica de la tortura raramente está solamente dirigida a la
víctima. De esta forma, toda tortura no solo tiene una intención evidente y
descubierta, sino que también encubre otra solapada y encubierta. En esto
consiste lo que llamamos «los propósitos paralelos de la tortura». Pongamos
un ejemplo: un disidente (maestro de escuela, catequista, enlace sindical, o
simplemente una persona que por casualidad estaba en un lugar y en un
tiempo inoportuno) es detenido y torturado. Durante el proceso «legal» de
tortura, donde no existe ningún límite a los excesos, las víctimas mueren. En
los países donde se practica el terrorismo de estado, estas víctimas con todas
las heridas y marcas producidas por la tortura, son, en muchas ocasiones,
arrojadas y encontradas en algún lugar público. El mensaje que paralela-
mente se quiere dar a la oposición es claro: si persistes en tu actitud y en tus
«errores», vas a terminar como este «pobre sapo». No habrá misericordia,
no habrá la más mínima pizca o migaja de compasión con aquellos que si-
gan un camino diferente al que dicta el régimen. En otras palabras, lo que se
ha hecho a un individuo es, en realidad e intencionalmente, un mensaje para
toda la población. Este proceso paralelo describe el significado doble del
proceso de la tortura: el individuo representa una amenaza general para to-
dos aquellos que buscan un gobierno electo y participatorio. Es por esta ra-
zón por la que la doctora Genefke IK (1982), la primera directora ejecutiva
del Centro de Rehabilitación e Investigación para Víctimas de Tortura en
Copenhage (Dinamarca), caracteriza la tortura como la amenaza más seria
contra la democracia moderna.

7. ¿CÓMO SE HA DESARROLLADO LA TORTURA?

La tortura no es un fenómeno que ha aparecido en escena por arte de


magia. De hecho, la tortura ha existido desde que el hombre apareció en
nuestro planeta. Sin embargo, parece que existe una progresión natural
cuando los países incrementan su desarrollo económico y social. La tortura
comenzó a un nivel individual o tribal. A este nivel, la tortura, no era pla-
neada, y se concebía como la consecuencia lógica de un grupo subyugando
204 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

a otro, o una tribu ganando una guerra a otra. Los soldados que eran cap-
turados, eran azotados y ejecutados, los miembros de sus familias eran
brutalizados y, con frecuencia, vendidos como esclavos.
Una clase diferente, tanto en sus orígenes y métodos, se desarrolla cuan-
do un país adquiere cierta estabilidad económica y social, y la riqueza tiende
a concentrarse en una pequeña élite. En estas circunstancias socio-económi-
cas, algunos gobiernos comienzan a practicar sistemáticamente practicas de
terror organizado basadas en «razones» de raza, de clase social, de ideas po-
líticas, de religión o de nacionalidad. Durante el último siglo, hemos sido tes-
tigos de estas prácticas en Alemania, Italia, España, Japón, América Central,
Camboya, Vietnam, Rusia y en algunos países del Oriente Medio. Es más,
una mirada panorámica de la historia del siglo XX nos fuerza a preguntarnos...
¿Existe algún país en nuestro mundo donde la tortura de inocentes, en nom-
bre de un credo o de un sistema político, no se ha practicado?
En los últimos 70 años, la tortura se a elevado a otro nivel. Muchos paí-
ses han exportado internacionalmente sus prácticas de tortura. Solo tene-
mos que considerar las acciones del Comintern durante la época del Impe-
rio Soviético, donde las teorías y praxis del comunismo fueron exportadas a
otros países con la consabida subyugación de la población y el uso de la tor-
tura cuando se consideraba necesario. O las acciones y responsabilidades de
la Agencia Central de Inteligencia de los EE UU (Central Intelligence
Agency - CIA) en Brasil en la década de los 50, en Chile en los años 70 y en
América Central en los años 80. Tampoco podemos olvidarnos de las ac-
ciones de los militares ultraconservadores en el Oriente Medio durante los
últimos 50 años. La tortura se ha convertido en un negocio internacional.
Naciones enseñan métodos y técnicas de tortura a la policía y a los militares
de otras naciones a las que se considera «amigas» por sus ideas políticas o
su sistema económico. De esta manera, las estrategias de tortura, los pro-
cedimientos, los métodos, y aún los instrumentos, están disponibles a una
audiencia internacional que cada vez se hace más numerosa.

8. EFECTOS DE LA TORTURA

La tortura es la aplicación de una horrible y horrenda violencia física y


psicológica contra la persona. La tortura altera a la persona permanente-
mente y para siempre. La tortura siempre deja estampada su «firma», única y
permanente, con su capacidad de destruir a una persona a la que se permite
sobrevivir. La tortura produce profundos trastornos y secuelas físicas, men-
tales, cognitivas, emocionales, espirituales y de conducta en el sobreviviente.
Desde el punto de vista físico, el trauma de la tortura tiene como resul-
tado, entre otros muchos trastornos, cicatrices, heridas profundas, trastornos
LA VIOLENCIA DE ESTADO 205

sexuales, problemas de sueño, fatiga crónica, detrimentos cerebrales, que-


maduras desfigurantes, dolores óseos y musculares.
Desde el punto de vista emocional, los sobrevivientes de tortura sufren
depresiones profundas, ansiedades agudas que incluyen estados de pánico y
paranoia. Se sienten desesperados y desesperanzados. Experimentan alte-
raciones bipolares en su estado de ánimo. Se sienten terriblemente aislados
y solitarios y son incapaces de confiar en nadie.
Desde el punto de vista cognitivo, la tortura interfiere con la capacidad
de concentración, lleva a estados de confusión y desorientación y resulta en
episodios de incapacidad asociativa, ideas delirantes, alucinaciones y con-
ductas catatónicas o desorganizadas. El trauma tiene también como resul-
tado la dificultad que muchos de los sobrevivientes encuentran para tomar
decisiones, por su tendencia a olvidar aspectos importantes o a ser extre-
madamente precavidos dado su exorbitante sentido de vulnerabilidad.
Desde un punto de vista conductista, los sobrevivientes tienden a ence-
rrarse en sus habitaciones, o deambular de un lado a otro, de arriba a bajo,
sin ir a ninguna parte. Algunos, después de cierto tiempo, pueden encontrar
trabajo, pero evitan, lo más que pueden, cualquier contacto social.
Todos estos trastornos deterioran seriamente la salud de las víctimas, sus
emociones con frecuencia parecen estar fuera de control, sus pensamientos
frecuentemente aparecen confusos y desconcentrados, y su conducta es se-
veramente restringida y abúlica.
Flannary RB (1999) resume los efectos negativos de un trauma indi-
cando tres aspectos del funcionamiento humano que son alterados después
de experimentar una situación catastrófica. En primer lugar, para funcionar
adecuada y convenientemente, el individuo tiene que ser capaz de poder
manejar de una manera razonablemente eficaz su medio ambiente para po-
der satisfacer sus necesidades básicas. En otras palabras, la persona debe
sentirse segura y competente para satisfacer sus necesidades diarias y pri-
mordiales de alojamiento, comida, bebida y vestido. El trauma inducido por
la tortura produce en la víctima un sentimiento profundo de incapacidad y
de ineficacia para poder cubrir esas necesidades. El sobreviviente mantiene
una actitud de hipervigilancia, como esperando cuándo va a llegar la pró-
xima tragedia. En lugar de tener un sentido de competencia, se siente de-
rrotado aún antes de actuar. Este sentimiento de desesperanza y desespera-
ción le conducen, con mucha frecuencia, al abuso de alcohol y drogas, en un
intento de anestesiar y embotar su dolor y sentimientos de fracaso.
En segundo lugar, una persona efectiva y eficiente se realiza con su ha-
bilidad de formar relaciones personales e íntimas con otros, y en ese proceso
gana amistad, compañerismo, entendimiento, afecto, soporte y ayuda. El
206 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

trauma de la tortura produce un cambio en la personalidad que boicotea y


coacciona a la persona a aceptar cualquier ayuda o soporte. No le es posible
y no puede confiar en cualquier «otro», aún en su esposa o en sus hijos. Los
miembros más íntimos de la familia se convierten en seres extraños. El so-
breviviente, algunas veces, les acusa, muchas veces sin decírselo, de que no
le ayudan lo suficientemente, y, otras veces solo oye críticas, aunque no se
le critique, en lugar de sentir afecto y empatía. También sucede, con mucha
frecuencia, que la familia y la comunidad están tan estresadas y abrumadas
que son incapaces de proveer la estabilidad y el cuidado necesarios. Por to-
das estas causas, los sobrevivientes de tortura se marginan, más y más, y su
aislamiento y soledad se acrecientan.
Finalmente, la vida de una persona eficiente contiene tanto un sentido de
dirección, de propósito y de finalidad como una emotividad vital y exis-
tencial de que la vida tiene sentido y una convicción de que es posible en-
contrar ese sentido y alcanzar esa finalidad para vivir plenamente. La tortura
tiene como resultado una pérdida, total y completa, de finalidad, de sentido
y de propósito. Como indica Janoff-Bulman R (1992), el trauma de la tor-
tura quebranta y destruye cualquier creencia personal acerca de «un Dios
justo y benevolente» o acerca de un mundo predecible y seguro. El sobre-
viviente de tortura ve el mundo como un lugar de terror, siente un vacío
existencial y una soledad total, y está profundamente convencido que a
nadie le importa lo más mínimo la situación en que se encuentra.

9. AYUDA A LOS SOBREVIVIENTES

Los expertos en el fenómeno de la tortura y los activistas en el movi-


miento contra la tortura todavía no han resuelto el conflicto creado por la
necesidad de ayudar inmediatamente al sobreviviente, cubriendo todas sus
necesidades físicas, psicológicas y espirituales versus la urgencia de enfocar
y dirigir esfuerzos y actividades al objetivo de erradicar la práctica de la tor-
tura a todos los niveles, nacionales como internacionales.
El movimiento para proveer cuidados médicos y servicios de rehabili-
tación a los sobrevivientes de tortura comenzó en 1979 con el Centro de Re-
habilitación e Investigación para Víctimas de Tortura en Copenhage (Di-
namarca). En ese año, Amnistía Internacional pidió a la doctora Inga
Genefke que fundara un centro de tratamiento y de investigación para servir
a clientes que hubieran sido torturado. Este movimiento se ha extendido por
todo el mundo y actualmente existen más de 200 centros extendidos por to-
dos los continentes. Como indicábamos anteriormente, en 1989, las Nacio-
nes Unidas aprobaron una Convención contra la Tortura (CAT) declarando
que su práctica es una perversidad e internacionalmente inaceptable. A pe-
LA VIOLENCIA DE ESTADO 207

sar de que 170 países firmaron esa declaración, la tortura continúa prolife-
rando en todo el mundo. En estos mismos momentos, en los EE UU, uno de
los países que firmó la CAT de las Naciones Unidas, se está discutiendo si
la tortura puede ser usada contra personas sospechosas de ser los terroristas
para obtener información.
En 1999, el Congreso de los EE UU aprobó el Acto de Ayuda a la
Víctimas de Tortura (Torture Victims Relief Act), que incluye un método
holístico para tratar a las víctimas de tortura. Los centros que recibieron sub-
venciones para dar servicios a estos sobrevivientes tienen que ofrecer cinco
clases de servicios: la evaluación inicial necesita ser hecha por un profe-
sional con licencia y credenciales y con experiencia en esta clase de casos,
para minimizar cualquier daño al cliente que puede resultar de la re-viven-
cia de la tortura. El propósito de esta entrevista inicial no solo sirve para ob-
tener datos demográficos, sino también para determinar las necesidades
del cliente y los servicios que quiere recibir en las cuatro áreas siguientes:
evaluación médica y servicios médicos continuados si son necesarios; com-
pletar las evaluaciones psicológicas necesarias para obtener asilo político y
de esta forma proteger el estado legal del sobreviviente; servicios y ayuda
social para obtener alimentos, vivienda, necesidades básicas y otras ayudas
sociales; y servicios de rehabilitación usando psicoterapia o terapia de so-
porte.
Las intervenciones rehabilitadoras para ayudar a los sobrevivientes de
tortura, aún las más primarias y simples, necesitan ser polifacéticas, múlti-
ples y prolongadas. La mayoría de estos sobrevivientes provienen de países
tercermundistas y encuentran asilo político en los países desarrollados de
Europa, Norteamérica y Australia. Llegan a estos países sin conocer la
lengua, con una cultura, con una religión diferentes y con costumbres ex-
trañas.

10. TRATAMIENTOS DE REHABILITACIÓN

El Instituto para el Estudio del Trauma Psicológico (Institute for the


Study of Psychological Trauma), donde trabaja el doctor Gonsalves, desa-
rrolló, en 1993 un modelo de intervención que enfatiza cuatro temas:

1) El proceso curativo con los sobrevivientes de tortura debe comen-


zar con un cuidado de la salud del cuerpo. Dado que los torturado-
res infligieron ataques despiadados en el cuerpo como un instru-
mento para destruir la persona, unos buenos y eficientes servicios
médicos y dentales son fundamentales en el proceso de rehabilita-
ción.
208 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

2) Dado que la tortura intenta destrozar la estructura, tanto cognitiva


como emocional y psicológica de la persona torturada, es de suma
y crítica importancia que el proceso de rehabilitación incluya prác-
ticas para restaurar tanto las habilidades y capacidades prácticas del
individuo como su reorganización psicológica.
3) Muchos de los sobrevivientes escapan de sus países bajo amenazas
de muerte y sufren muchas calamidades y peligros tanto al salir de
su país como en el viaje hasta llegar a su nuevo país de destino.
Cualquier modelo de rehabilitación, por consiguiente, debe incluir
elementos para tratar los efectos de la huída, las experiencias en los
campos de concentración intermedios, y los problemas y dificulta-
des de adaptación que crean la cultura, las costumbres y la lengua
del país que les ha acogido.
4) La tortura y sus consecuencias no solo interrumpieron la vida de los
sobrevivientes, sino también resultó en que perdieran sus carreras y
profesiones, que su matrimonio se deshiciera, y que sus planes y es-
peranzas se evaporaran. Otro de los elementos importantes en el
proceso de rehabilitación es el de ayudar a las víctimas a redescu-
brir sus «sueños», sus ideales, sus proyectos existenciales. Desde
1993 y después de muchas intervenciones, nos hemos dado cuenta
de que para completar nuestro modelo de rehabilitación teníamos
que añadir otros tres elementos (el quinto, el sexto y el séptimo).
5) Los profesionales tenemos que fundamentar todas nuestras inter-
venciones en las tradiciones curativas y costumbres adaptativas
de la cultura del sobreviviente. Nos hemos dado cuenta que técni-
cas que son efectivas con ciudadanos de países desarrollados no
son, con mucha frecuencia, aplicables a personas provenientes de
países menos desarrollados. Hemos encontrado muy beneficioso el
incluir, como intervencionistas y consultantes, a personas nativas
del país de origen del sobreviviente, que también tuvieron que
abandonar su país de origen pero que están adaptadas en el país que
les recibió. Creemos que es un gran error asumir que las técnicas y
prácticas curativas occidentales se pueden aplicar exactamente a to-
dos los distintos grupos de refugiados.
6) También tenemos que notar que las necesidades específicas de las
mujeres torturadas han sido muy poco y muy superficialmente es-
tudiadas. Uno de los pocos estudios que conocemos es el de nues-
tra colega Yael Fischman (2000), que trata este tema específica-
mente en su libro Mujer, Sexualidad y Trauma. No nos cabe
ninguna duda que se necesitan estudios adicionales enfocados es-
pecíficamente a las necesidades de mujeres traumatizadas por tor-
turas con elementos de tortura sexual en su espíritu.
LA VIOLENCIA DE ESTADO 209

7) Finalmente, debemos enfatizar una dimensión, con frecuencia ol-


vidada e inapreciada, de todos los sobrevivientes de tortura: su di-
mensión espiritual. Estas personas salieron abandonando literal-
mente todo lo que tenían y llegaron sin nada. En un proceso de
rehabilitación es un error no explorar la fuente de su espíritu indo-
mable y de su fortaleza, que les mantuvo y les dio fuerzas durante
el proceso de tortura, en su difícil éxodo y en su complicada y
desconocida vida nueva. Como indica Kira IA (2002), el terapéuta
necesita ayudar a estas personas para que redescubran, en su propio
espíritu y en su propia cultura, las raíces y los elementos profundos
que le ayudaron a resistir, aguantar y perdurar.

11. IMPUNIDAD Y JUSTICIA

La gran mayoría de los perpetradores militares de tortura se sienten


envueltos en un cierto sentido de arrogancia. En los casos en que se han vis-
to forzados a dejar el poder, y antes de que el gobierno pasara a manos de
civiles, estos dictadores militares tienden a aprobar leyes con decretos de in-
dulgencia. De esta manera intentan «liberarse» de toda culpa y de cualquier
persecución. Según estas leyes, legalmente deben ser considerados, sin
ningún juicio legal y de antemano, no culpables, pues supuestamente ac-
tuaron para defender los intereses de la nación. Sin embargo, estas cir-
cunstancias parecen que están cambiando últimamente. La detención en In-
glaterra del dictador chileno, General Augusto Pinochet, a instancias del
juez Baltasar Garzón, y las demandas judiciales en Florida en contra de dos
oficiales militares salvadoreños parece ser que están marcando el principio
de un cambio tanto a nivel nacional como internacional. Hasta hace poco,
los perpetradores de tortura creían y se conducían como si pudieran viajar a
cualquier parte del mundo o descansar libremente en cualquier país sin
preocupación alguna ante posibles consecuencias legales. Desde no hace
mucho tiempo, las directrices de la Convención Contra la Tortura de las Na-
ciones Unidas están siendo respetadas e implementadas por más naciones.
Los artículos del 6 al 9 de dicha convención indican claramente que ningún
país debe otorgar asilo inmigratorio legal a personas que han perpetrado ac-
tos de tortura y que si algún torturador es encontrado en otro país que no es
el suyo debe ser deportado. Para más información sobre este tema referimos
al lector al informe de Amnistía Internacional (2002): Los Estados Unidos
de América: Un paraíso seguro para torturadores.
Varias organizaciones, como el Centro para Justicia y Responsabilidad
(Center for Justice and Accountabvility - C.J.A) de San Francisco (Cali-
fornia), han sido fundadas precisamente para perseguir y demandar judi-
210 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

cialmente a los torturadores que han intentado asentarse en los EE UU.


Otros grupos se están formando en Canadá y en Europa con el mismo pro-
pósito, además de con el fin de proteger a los refugiados y a los aplicantes
de asilo político para que no sufran traumas adicionales en el proceso. En
una comunicación personal, Gerald Gray, fundador del CJA, nos comuni-
caba, el 7 de abril de 2002, que los torturadores, que viven en países que
ofrecen asilo político a sus víctimas son reconocidos y señalados en las co-
munidades de refugiados, y su mera presencia causa intimidación, hace
revivir recuerdos traumatizantes en las víctimas y es contraproducente en el
difícil proceso de su rehabilitación.
También es importante notar que en algunas naciones, como en España,
jueces de las Audiencias Nacionales están tomando la misma posición y que
sus acciones están siendo reconocidas internacionalmente. Por ejemplo, la
Asociación Latinoamericana de Derechos Humanos (ALDHU), en el año
2001, propuso la candidatura del juez Garzón para el Premio Nobel de la
Paz. El secretario general de la ALDHU, el chileno Juan de Dios Parra, in-
dicaba que Garzón «desde el ejercicio de la magistratura ha impulsado de
un modo determinante la puesta en práctica del derecho internacional de los
derechos humanos. El juez Garzón ha acogido y sustanciado de manera
ejemplar querellas por genocidio y delitos de lesa humanidad, impuestos por
los familiares de las víctimas de los cientos de desaparecidos y asesinados
por las dictaduras de Augusto Pinochet, en Chile, y de Rafael Videla en Ar-
gentina».

12. A MODO DE CONCLUSIÓN

La violencia, el terrorismo y la tortura, justificadas y sancionadas por


ciertos gobiernos, nos fuerzan a confrontar difíciles pero pertinentes pre-
guntas. ¿Qué significa ser una persona en el siglo XXI frente a estas reali-
dades? ¿Qué significa nuestro código de ética profesional, médica o psico-
lógica, que demanda no hacer daño a ninguno de nuestros pacientes, si
seguimos negando y actuando como si ningún sobreviviente, o en ocasiones
torturados, existe entre las personas que tratamos? ¿Qué posiciones debe-
ríamos tomar nosotros, los profesionales de servicios humanos, que por
obligación profesional deberíamos marcar los estándares y normas éticas,
ahora que sabemos de la realidad, de la ubicuidad, y de la existencia del te-
rrorismo de estado y de la tortura? ¿Podemos permanecer silenciosos, con-
tinuar negando estas realidades y persistiendo en nuestra indiferencia per-
sonal, profesional, social y política, cuando sabemos que innumerables
actos de violencia inhumana son perpetrados continuamente en muchas
naciones?
LA VIOLENCIA DE ESTADO 211

Nuestras opciones para actuar son muchas. Entre otras, podemos parti-
cipar en las funciones y actividades de algún centro que ofrezca servicios a
sobrevivientes de tortura. También podemos «educar» y conceptualizar a
nuestros colegas y a las personas que nos rodean, pues muchos de ellos no
conocen mucho acerca de estos fenómenos. Podemos asociarnos organiza-
ciones como Amnistía Internacional, Human Rights Watch, Médicos sin
Fronteras o a otros grupos que persiguen los mismos fines humanitarios. Fi-
nalmente, podemos, como individuos, hablar contra la violencia, defender
los derechos de los emigrantes, ayudarles en su proceso de rehabilitación, y
«gritar» contra la plaga de la tortura moderna.
La narración del Génesis enraíza simbólicamente la violencia y la muer-
te en el árbol de la ciencia del bien y del mal. El pasado siglo XX se ha ca-
racterizado por violencia y muerte, por innumerables guerras (dos de ellas
mundiales), por campos de concentración y de exterminio, por terrorismo de
estado y por terrorismo «moderno», por represiones políticas y por fanatis-
mos religiosos, por bombas atómicas, por una maquinaria bélica capaz de
destruir nuestro mundo... En este comienzo del siglo XXI, queremos terminar
este trabajo con un canto de esperanza a la dignidad de la persona humana,
enraizándole simbólicamente en otro árbol, el de la vida:

Árbol de la Vida,
lugar espiritual del Pueblo.
Lugar de reunión para nutrirnos, protegernos y alegrarnos.
Símbolo de antepasados, raíces profundas, que nos dicen quién somos y
de dónde venimos.
Tronco vetusto que une la tierra con el cielo, lo material con lo espiritual,
el cuerpo con la mente, el alma con el espíritu.
Tronco presente que nos enraiza en nuestra familia y nuestra comunidad.
Ramas visionarias de esperanza, de sueños y de un futuro mejor.
Frondosa enramada para dar cobijo al desvalido y al extranjero.
Tallos con frutos para ofrecer a nuestros hijos, amigos y compañeros.
Hojas medicinales para calmar el miedo y curar la violencia.
Conflictos resueltos, corajes desechados, celos superados,
tristezas compartidas, abusos refrenados,
luces que iluminan nuestro árbol.
Perdón ofrecido, esperanza y confianza abrazadas,
agua fresca que riega nuestro árbol.
Corazón abierto dando y recibiendo amor,
pájaros de nuestro árbol
cantando y celebrando el nuevo día.
Lugar espiritual del Pueblo,
Árbol de la Vida.
212 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

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7
El deber de educar
la agresividad

Tomás Peláez Reoyo


Doctor en Psicología

1. INTRODUCCIÓN

En el siglo XXI el potencial destructivo se ha vuelto infinitamente mayor


que en épocas pasadas por el avance tecnológico y sofisticación del arma-
mento. Por otro lado, estamos viendo que a veces saltan a los titulares de los
medios de comunicación (de masas) noticias en las cuales están implicados
menores que han agredido a otros menores de forma brutal, y en ocasiones
con consecuencias irreversibles. La gente se lleva las manos a la cabeza y,
alarmada se pregunta: ¿cómo puede ocurrir eso? ¿qué clase de jóvenes es-
tamos educando? Somos muchos los ciudadanos que al salir a la calle por la
mañana contemplamos, tras las noches del fin de semana, el desolado (y cu-
tre) paisaje urbano de algunas plazas y calles donde, por la noche, estuvie-
ron concentrados algunos grupos de jóvenes. A este problema las autorida-
des locales, autonómicas, estatales, incluso con medidas comunes desde la
Unión Europea, están intentando buscar soluciones y socialmente se está in-
tentando diseñar acciones tolerables o aceptables por la mayoría.
Un estudio sobre el precio de las viviendas en España concluyó que los
pisos situados en las zonas donde se concentran los jóvenes por las noches
durante los fines de semana, tienen un valor sensiblemente inferior a otros
pisos de similares características sin este problema. Es lo que se ha deno-
minado en España como «el botellón» —por la ingesta de alcohol entre los
jóvenes—, verdadero problema social para el que se están poniendo medi-
das legales orientadas a corregir sus consecuencias. También algunas ma-
nifestaciones de protesta terminan con destrozos de escaparates y coches. Al
215
216 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

finalizar algunos acontecimientos deportivos, en especial de fútbol, segui-


dores incontrolados arrancan papeleras, bancos, vuelcan contenedores, rom-
pen estatuas... incluso agreden a otros ciudadanos. Estas y otras manifesta-
ciones colectivas de agresividad: ¿qué explicación psicológica tienen?

Las explicaciones son variadas, veamos desde la manifestación más


común que es el fútbol: el desplazamiento de la competitividad en la que
está inmersa la sociedad actual, el contagio colectivo por catarsis emocional,
rivalidades entre ciudades o comunidades que frecuentemente trascienden
más allá de la explicación meramente deportiva, o la creencia popular de
que grita en el fútbol quien no lo puede hacer normalmente en otros lugares.
En estas situaciones, el colmo es que algunos equipos tienen identificados,
y con nombre reconocido, a grupos de su «hinchada» que practican las
máximas expresiones de violencia agresiva y, esto no es aceptable.

Pongamos un segundo ejemplo: son también fuente de violencia los


problemas que están asociados a la inmigración masiva que suele ser ilegal,
con mafias que trafican con personas, países de origen que consienten, e in-
cluso facilitan, el problema y países de acogida transformados en islas de
abundancia que no están dispuestos a renunciar a su bienestar para acoger
a océanos de miseria. La inmigración en sí es un problema que exige un
trato de mayor profundidad, porque en el siglo XXI es imposible poner
vallas al campo, y las consecuencias de convivir disparidad de culturas, re-
ligiones, etnias... están ocasionando muchas dificultades. Algunos diri-
gentes occidentales lideran eslóganes como «hay que ser intolerante con los
intolerantes», pero los mismos intolerantes de esos países ricos se apoyan
en los múltiples problemas de inseguridad ciudadana que atribuyen a la
inmigración para defender ideas xenófobas con gran apoyo popular. Baste
recordar los resultados electorales de países como Austria, Francia, Ho-
landa (donde asesinaron al líder del partido «ultra»), Alemania... parece que
la civilizada, culta y refinada (desde el punto de vista de los estadouniden-
ses) Europa está adoptando actitudes y conductas que son más caracterís-
ticas de sociedades violentas que de pacíficas. Pero aún hay matices dife-
renciadores: en las costas de Andalucía, Canarias y Levante, cuando llegan
embarcaciones de inmigrantes en situaciones penosas, las fuerzas de se-
guridad primero les auxilian y después proceden y aplican la ley; en las
costas de Florida, cuando se aproximan balseros, si son descubiertos por
las fuerzas de seguridad, se les intenta impedir que consigan su objetivo. El
tema de la inmigración es de tal complejidad por los factores legales, cul-
turales y de convivencia que conlleva que está siendo objeto de múltiples
investigaciones que desbordan nuestro propósito. Simplemente queremos
señalar las implicaciones de violencia y agresividad que pueden conllevar
como consecuencia de la misma.
EL DEBER DE EDUCAR LA AGRESIVIDAD 217

En discusiones que yo mantenía en los años ochenta con estadouniden-


ses que estudiaban en España, estos decían que nosotros los españoles fui-
mos unos intolerantes cuando llegamos a América (1492) porque aniquila-
mos unas culturas e impusimos la nuestra. Yo argumentaba las teorías de
aquellos años en contra de esos débiles argumentos. Primero, que no es fá-
cil juzgar con valores de nuestra época actuaciones de hace tantos años. Se-
gundo, que los intolerantes fueron los antepasados de los actuales america-
nos «mestizos», puesto que ellos fueron los que llegaron a América; por eso
ellos viven ahora allí y nosotros aquí (tengamos en cuenta que no era la
«raza blanca» la que poblaba aquellas tierras hasta que no llegaron sus an-
tepasados). Además en la enciclopedia de historia americana que es la in-
dustria de Hollywood, siempre aparecían los americanos de origen, es decir
los «indios», como los malos y el pueblo conquistador que intentó aniqui-
larlos, los «blancos», como los buenos. Semejante paradoja era de difícil di-
gestión hasta la película Bailando con lobos. Incluso argumentaba que los
latinos que conquistaron pueblos quisieron dignificar a sus gentes y equi-
pararlos a ellos con el bautismo (se bautizaba a los nativos y se les consi-
deraba personas, hijos de Dios —valga este lenguaje—), de hecho se mez-
claban las razas y aparecieron las denominaciones de mulatos, mestizos,
zambos... Por el contrario, los sajones hacían más nítidas las barreras ra-
ciales y si un «blanco/a se casaba con un negro/a era despreciado por los su-
yos». Recordemos solamente el desprecio en EE UU hacia los originales
americanos que llaman indios.
Estas argumentaciones que yo hacía en los años ochenta son más difí-
ciles de mantener ahora y parecen algo simples, pero repito que el tema de
la inmigración es de tal envergadura que será cada vez más importante en
los próximos años, y yo espero que tengamos más herramientas para solu-
cionar la cuestión de tal modo que, en lugar de que sea un problema tratado
en un libro de violencia y agresividad, se trate en libros cuyos temas cen-
trales no supongan ninguna problemática. Y no tengamos que escuchar lo
que me decían a mí los estadounidenses entonces: «nadie es racista cuando
ve el problema desde lejos, pero cuando un inmigrante compite para un
puesto de trabajo contigo en igualdad de condiciones ¡Habrá que ver tu
reacción!».

1.1. La educación

Si volvemos a las manifestaciones de violencia agresiva que comencé


narrando y que afloran a los medios de comunicación social, nos encontra-
mos con personas mayores que se sienten desconcertadas cuando analizan o
padecen estas manifestaciones violentas de agresividad y, comentan con
218 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

cierto sentido del humor que ellos son la «generación de la obediencia»,


porque obedecieron a sus padres y maestros (recordemos la frase la letra
con sangre entra, y ¡el aprendizaje fue tan bueno! y ¡son tan obedientes!)
que, ahora lo siguen practicando obedeciendo a sus hijos. Otros se autode-
finen como «generación del silencio» porque les mandaban callar sus padres
y ahora los hijos: ¡tú, te callas! Bromas aparte, hay que decir que muchos
padres y profesores han partido de planteamientos absolutamente erróneos
sobre la agresividad. Por ejemplo, aceptando que esta debe tener un desa-
hogo y que tal alivio o descarga es saludable. Lo cierto es todo lo contrario,
porque cuanta más agresividad se ejecute, más se aprende a ejecutar y des-
pués más difícil resulta controlarla. En general, nuestros adultos no tuvieron
experiencias correctas para educar la agresividad y consecuentemente a
veces actúan, en este tema, visceralmente, y sus precipitaciones les con-
funden. Por el contrario, ahora contamos con el resultado de las investiga-
ciones y con datos de la práctica real. Por consiguiente, obrar de forma erró-
nea tiene más difícil su justificación.
No cabe duda de que la educación de las generaciones actuales es más
compleja, las fuentes de las que reciben influencia son la familia, la escue-
la, la televisión, la calle, internet... Algunos estudios afirman que el 90% de
los instrumentos y datos que va a manejar y aprender un niño que nazca hoy
se habrán inventado o conocido a partir de su nacimiento. La investigación
también ha confirmado que, la influencia de los iguales, (amigos, conocidos
y compañeros) en los adolescentes es muy importante, pero es más deter-
minante la influencia de la familia. Destaco la importancia de los padres que
es fundamental en la educación de los hijos sin que ello merme importancia
a otras influencias que tienen los hijos y que moldean sus aprendizajes, y
consecuentemente sus conductas.
¿La agresividad es innata, o por el contrario se aprende en las familias,
en la escuela, en la calle...? ¿Es necesariamente el hombre un lobo para el
hombre? Esta es la pregunta que subyace a la agresividad como intrínseca o
no al ser humano. Sabemos que los animales han precisado siempre de la
agresividad como mecanismo primario para su supervivencia, haciendo
uso de ella han podido defenderse y defender su territorio, así como conse-
guir el sustento. Y el hombre no ha sido una excepción. Por lo general, el
ser humano no necesita ya de la agresividad para tan elementales objetivos,
pero su estructura psicológica sigue siendo agresiva. Parece ser necesaria o
acaso inevitable. El problema puede volverse dramático cuando el ser hu-
mano pierde el control de tan inquietante realidad.
La agresividad aparece en todas las épocas y en todas las sociedades.
Igualmente, está claro que la sociedad puede orientar o modificar la agresi-
vidad. En el plano individual, la agresividad también puede sublimarse e in-
EL DEBER DE EDUCAR LA AGRESIVIDAD 219

cluso volverse productiva. La existencia de un sistema anatómico generador


de reacciones agresivas parecen fuera de toda duda. Conviene prestar aten-
ción a los mecanismos a través de los cuales puede manifestarse la agresi-
vidad del ser humano.

1.2. Modos de orientar la agresividad

A la agresividad que podemos denominar «autoafirmativa» se le asigna


un origen instintivo y un origen sociocultural al «plus de agresividad hu-
mana de cualidades malignas». Siguiendo con esta argumentación, los fac-
tores ambientales que propician la agresividad serían: las frustraciones,
privaciones, amenazas y riesgos. La agresividad que clasificaría como ma-
ligna estaría movida por: ira, odio, furia, y venganza, envidia y celos, cóle-
ra, afán de imponerse..., emociones y sentimientos todos ellos destructores.
El reverso de la agresividad, desde un punto de vista social o interpersonal,
sería la «benigna» como una reacción rebelde contra la injusticia.
En muchas ocasiones la agresividad no se manifiesta de forma directa,
sea física o psíquicamente, expresada contra el objeto de odio o el obstácu-
lo frustrador, mediante una acción de fuerza o una amenaza; sino que lo
hace de un modo deformado o encubierto, ya sea canalizándola, desviándola
o reprimiéndola. Esta estaría dirigida contra el sujeto débil, marginado, el
unido a uno por su masoquismo o el que la soporta sin réplica. Se habla de
agresividad canalizada cuando se produce a través de la organización habi-
tual del trabajo o de la ambición. La agresividad desviada es la que se da en
los comportamientos agresivos con componentes proyectivos, como, por
ejemplo, cuando se trata de establecer un «chivo expiatorio». La agresividad
inhibida o larvada como la demanda judicial como agresividad amparada
por la justicia; imposición autoritaria; la calumnia; la difamación; la ironía.
Recuerdo los malos ratos que pasaba en mi adolescencia durante la clase de
un profesor, muy inteligente, que disfrutaba humillando a veces a algunos
alumnos; pocas veces se alteraba, en algunas ocasiones parecía que después
de sus hirientes palabras había que darle las gracias por su proceder, en rea-
lidad se trataba de una persona muy refinada que hacía uso magistral de la
ironía y al cual temíamos más que a un «toro bravo». Otro aspecto es el de
la agresividad reprimida. Las instituciones jurídicas, las ritualizaciones re-
ligiosas o las costumbres de buena educación, no son otra cosa que límites
puestos por determinados grupos sociales a la agresividad individual que
está globalmente desaprobada, se la teme y, en consecuencia, se la reprime.
La sociedad establece normas y esquemas de comportamiento que, de al-
guna forma, garantizan que el individuo no tome actitudes agresivas que
puedan alterar la situación. La buena educación, los códigos éticos, abierta
220 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

o implícitamente aprobados por la colectividad, vienen a ser ejemplos evi-


dentes de lo mismo. La cultura en su conjunto puede ser considerada una
fuente de represión, en tanto pretende instrumentalizar los elementos de la
agresividad del individuo a través de ciertos mecanismos de sublimación.
La agresividad enmascarada como el amor exigente, celoso y tiránico; el
chiste o la manipulación o también podría considerarse así un gesto de
obstinación. La negativa sería el silencio y la incomunicación.
La pulsión sádico-oral ha sido reprimida en casi todas las sociedades,
hasta el punto de que las conductas de alimentación se han convertido en
símbolo de participación social y de solidaridad. Si bien, en un principio,
para comer todo ser vivo debió ser agresivo, el hombre llegó a la sublima-
ción de esta agresividad convirtiendo el ágape en un acto de hermandad y
solidaridad. En mayor o menor medida la agresividad puede ser dirigida por
el propio sujeto contra sí mismo, y no se trata solamente del suicidio como
comportamiento extremo, sino de autoagresiones. En muchas ocasiones, el
individuo se ubica en situaciones límite o de riesgo o pone deliberadamen-
te en peligro su salud a raíz de una tensión o de ciertos impulsos desequili-
bradores. Hay estudios sobre el significado de ciertas conductas, en oca-
siones autoagresiones, como los tatuajes, el taladrarse ciertas partes del
cuerpo (nariz, ombligo, orejas...). Estas suelen ser características de la ju-
ventud, a veces se interpreta como protesta y otras veces como actitud para
probar de todo (ese sentido de explorador del mundo que caracteriza al jo-
ven, donde incluimos también las conductas de riesgo). En realidad estos
son elementos compensadores de situaciones emocionales. Todos ellos son
mecanismos que el individuo pone en juego para defenderse de otras situa-
ciones, tendencias o emociones que se le puedan presentar en un momento
dado. Tras un fácil análisis, estas conductas agresivas pueden observarse en
el comportamiento cotidiano de los individuos.

2. APROXIMACIÓN CONCEPTUAL

2.1. Conceptos de agresividad

A principios del siglo XX, según la caracterología al estilo de Kretsch-


mer, era corriente interpretar la agresividad en términos de una disposición
temperamental innata, asociada a un determinado biotipo, por lo general
atlético o displásico. Pero la agresividad es más un problema social que bio-
lógico. En los años sesenta nació la teoría del cromosoma masculino de
más, responsable genético de la agresividad típica de los psicópatas homi-
cidas, pero pronto se vio su escaso fundamento. Desde el psicoanálisis se ha
entendido la agresividad como una energía psíquica destructiva, pero fren-
EL DEBER DE EDUCAR LA AGRESIVIDAD 221

te a las teorías anteriores su interpretación supone un concepto más activo y


dinámico del ser humano: lo que hace el hombre al agredir es reaccionar
frente a la frustración y los conflictos. Estos planteamientos de Freud dieron
origen a la teoría de la frustración-agresión de la escuela de Yale. Berkowitz
dio una versión más moderada de esta teoría en el sentido de que la limita
según ciertas condiciones. Por ejemplo: hay estados emotivos que predis-
ponen a la agresión; no hay agresión en la que no concurran factores exter-
nos; y la agresividad se aprende y puede convertirse en un hábito reforzable.
Desde el conductismo social (Bandura) se ha subrayado la adquisición de
pautas agresivas de comportamiento. Junto con la agresividad hacia fuera se
da la agresividad hacia dentro, que adopta formas clínicas muy variadas, en-
tre otras lo que Seligman ha llamado «la indefensión aprendida». La verdad
es que la clasificación conceptual de la agresividad humana resulta difícil,
porque lo que para unos es una flagrante agresión para otros puede ser un
acto evidente de legítima defensa. Pensemos en el tipo de argumentaciones
que justifican la pena de muerte, el aborto, robos y delitos contra la propie-
dad en general, crimen pasional, terrorismo, suicidios, eutanasia activa y pa-
siva, suicidio asistido, movimientos de liberación, huelgas, manifestaciones
de protesta, la agresividad del vocabulario (tacos) u otras situaciones com-
plejas donde se mezclan argumentos históricos, culturales, tradicionales...;
nos encontramos con agresiones violentas de colectivos hacia colectivos,
como son las guerras y revoluciones. Está claro que en el ser humano no
todo es cuantificable ni medible con precisión matemática en lo fisiológico
y mucho menos en lo psicológico. El ser humano quiere y pretende ser ra-
cional, pero resulta imposible razonar con todos los elementos de juicio con-
trolados para tomar una decisión o interpretar un hecho o situación. De ahí
que haya distintos puntos de vista sobre lo mismo, objetivos e intereses
opuestos y enfrentados, percepciones diferentes (en el mundo laboral se ha-
bla de injusticia percibida, cuando un trabajador que cree hacer lo mismo
que otro y cobra menos sueldo, si no supiera lo que cobra el otro, estaría
contento con su retribución pero deja de estarlo cuando sabe que el otro co-
bra más). Con esta peculiar y extraordinaria forma de ser el humano, donde
hay afectos, sentimientos e inteligencia, los conflictos son intrínsecos o
consustanciales a él, lo que hay que procurar es manejar y superar el con-
flicto de la forma más favorable y que menos sufrimiento genere.

El hecho de que el único premio Nobel que la academia sueca ha con-


cedido en el área de la psicología lo haya recibido el científico Konrad
Lorenz, un estudioso de la agresividad, da la idea de la importancia que tie-
ne el tema. Para Lorenz, la agresividad es un instinto. En sus estudios sobre
el tema establece una correlación directa entre el comportamiento de los ani-
males y las respuestas agresivas del ser humano. Lorenz hace referencia a
una experiencia educativa norteamericana que se basaba en la teoría de
222 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

que la agresividad en los niños se hallaba influenciada por el ambiente


hostil en el que ellos se desarrollaban. Este sistema educativo intentaba eli-
minar la agresividad de los niños creando a su alrededor un ambiente arti-
ficial de complacencia. En este escrito, Lorenz deja claro que la agresividad
no es consecuencia del ambiente agresivo en el que se desarrolla la vida del
individuo, sino que es algo que está en la esencia misma del comporta-
miento humano. Sobre este asunto, curiosamente, la etología coincide con el
psicoanálisis, pues ambos formulan planteamientos idénticos. Otras co-
rrientes como el estructuralismo y la psicología social, buscan las respues-
tas en los condicionamientos sociales. En este punto, la etología y la psico-
logía experimental han coincidido estudiando los hechos desde una misma
perspectiva. El tema está lejos de ser saldado, en tanto crece la angustia por
la actual escalada de violencia agresiva en el mundo. ¿Quizás, estamos tan
acomodados y tan acostumbrados al bienestar que nos molestan o llaman
más la atención los hechos agresivos violentos? ¿Había antes más o menos
agresiones (peleas, robos, asesinatos...) entre los hombres, mujeres, jóvenes
y niños de los pueblos y las ciudades? En el seno de las familias ¿hay más o
menos agresiones físicas o verbales entre los esposos o entre padres e hijos?
o ¿es que ahora se conocen más y mejor los datos que antes? ¿Había antes
más o menos guerras (o guerrillas) regionales que ahora? Los datos nos in-
dican que las guerras regionales antes eran prácticamente permanentes a lo
largo de la historia, pero también sabemos que los medios utilizados eran de
una capacidad de destrucción muy inferior antes que ahora.

2.2. Bienestar-competitividad

El problema es que hoy se habla del bienestar como objetivo a alcanzar


desde el punto de vista personal y social, pero los medios y modos para
conseguir ese fin no están tan claros, porque en ocasiones hay que hacer re-
nuncias personales, como por ejemplo disfrutar del trabajo bien hecho por
el trabajo bien pagado. Las encuestas cuantifican para «medir» ese grado
de bienestar variables tales como inflación, producto interior bruto, núme-
ro de coches por familia, de electrodomésticos, de viviendas o personas que
viven en determinados metros cuadrados, de personas conectadas a inter-
net, etc. Pero no hay un interés por saber cuál es el grado de felicidad de
una sociedad y de las personas que la integran, porque sería más difícil
identificar los parámetros que nos aproximen a ese concepto y porque los
actos de violencia agresiva tienen prioridad en la información y eso solo
produce sufrimiento e infelicidad. Se llevó a cabo un ensayo por parte de
un medio de comunicación, cuya función consistía en informar de cosas
buenas, trabajar con noticias agradables y dejar las malas noticias al resto
de medios de comunicación. El fracaso fue tan rotundo que no pudo con-
EL DEBER DE EDUCAR LA AGRESIVIDAD 223

tinuar su emisión. En conversaciones con algunas personas a las que co-


nozco personalmente llevo un tiempo defendiendo la siguiente argumen-
tación: hay sujetos con trabajos de responsabilidad media-alta y alta que
dedican la mayor parte del día a su trabajo. Su objetivo es el trabajar mu-
cho y ganar mucho dinero para conseguir un bienestar entendido a veces
como descanso. Probablemente están dando un rodeo para llegar a la meta
del bienestar. Llegarían por un camino más corto a ese objetivo si trabaja-
sen algo menos, ganarían algo menos pero dispondrían de más tiempo, ese
que ahora no tienen, que podrían dedicar para conseguir su bienestar. Poder
disfrutar de su familia (compañero/a e hijos) o de tiempo para descansar
con unas buenas vacaciones o disfrutando de aficiones de las que normal-
mente se priva por ejemplo pasear tranquilamente; en su casa, hacer acti-
vidades que siempre quiso y para las que nunca tuvo tiempo, ver museos,
asistir a competiciones deportivas, a conciertos, zarzuelas, óperas, teatros;
viajar y conocer sitios atractivos, etc.
La competencia ha nacido con la manifestación social y con la necesi-
dad del individuo de encontrar su propio yo, y poder así diferenciarse de los
demás. La sociedad actual educa en la competitividad. Hasta se compite en
la forma de vestir. En la lucha por dominar, por ser el mejor, las competi-
ciones deportivas también han servido como vehículo para entrenar en la
competitividad; la economía actual también favorece la competencia; en el
trabajo se lucha por ser el mejor y poder conservarlo; la competencia cons-
tituye la esencia de la publicidad que induce al consumo. Muchas de las es-
tructuras de la sociedad de consumo están basadas en comparar cosas que el
ser humano no necesita, pero que son bienes representativos para competir
con los demás.

2.3. Definición de agresividad

Agresividad es un vocablo que procede del latín agredior (ir contra


alguien). En español se emplea normalmente para expresar la propensión a
atacar, destruir o hacer daño, aunque también puede usarse en otro sentido,
como sinónimo de acometividad creadora, iniciativa o ímpetu emprendedor.
Antes de continuar es preciso, por tanto, hacer una primera aproximación
conceptual, porque esta definición dual puede inducir a contradicciones, de
un lado agresividad implica hacer daño, y de otro, competitividad; y el con-
cepto de competitividad no es obligatoriamente un sinónimo de hacer daño.
Está claro que nuestra sociedad favorece la competitividad, especialmente
en el mundo laboral, para ascender o mejorar de puesto o, por ejemplo
para encontrar un trabajo, mediante el envío de curriculum, superando en-
trevistas o exámenes, pruebas, oposiciones, etc. En los puestos de trabajo se
224 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

compite por ganar más dinero o poder, lo malo es que a veces se compite «a
codazos», agrediendo para quedar por delante.
Se puede definir la agresividad como un comportamiento ofensivo o de-
fensivo, que actúa en el individuo como respuesta a situaciones que percibe
de fuera, y como manifestación primaria de impulsos internos. Existe un
cierto grado de agresividad asimilada como estado permanente o predispo-
sición constitucional, es decir, una agresividad potencial que sirve para
defenderse, atacar o para conseguir determinadas cosas o alcanzar ciertos
objetivos. La agresividad es algo inevitable: somos sus eternos testigos y
víctimas. Durante siglos solo se vio al niño como el único ser exento de este
problema, hasta el punto de recibirlo como una criatura pura y angelical más
allá de sus reacciones agresivas. Pero se sabe que un niño desde temprana
edad ya manifiesta pulsiones agresivas y hasta es posible analizar, descubrir
y seguir su evolución a lo largo del tiempo.
La agresividad colectiva no es una suma lineal de las agresividades in-
dividuales, sino que es su multiplicación. Del mismo modo, la sociedad
agresiva no es la suma de sus componentes agresivos; desempeña un papel
potenciador de los mismos, sin ayudar al individuo a asegurar su propia y
personal agresividad. Al contrario, esta es estimulada y a menudo también
manipulada. La sociedad es un contexto complejo y la influencia que ejerce
sobre el individuo es recíproca y asimétrica. Dentro de esta complejidad, la
información está cobrando cada vez más importancia y, alguien dijo que
una mala noticia siempre es noticia por ello, las agencias de prensa vienen
cargadas de noticias que narran actos violentos y agresivos, siendo las gue-
rras y los atentados terroristas su máxima expresión. Recuerdo ahora la
frase de nuestro premio Nobel, ya fallecido, Camilo José Cela. Este decía,
que lo importante es que hablasen de uno aunque fuera mal, porque si se ha-
blaba mal el éxito de la noticia estaba más asegurado y como consecuencia
su popularidad.

2.4. Agresividad y violencia

Es importante precisar que los conceptos violencia y agresividad no


son sinónimos, pero sí podríamos entenderlos como tales. Agresividad im-
plica intención de hacer daño y violencia es la calidad de violento. Vio-
lento significa que está fuera de su natural estado, situación o modo, o que
obra con ímpetu o fuerza. Pensemos cuando vemos hacer el ridículo a al-
guien y nos sentimos violentos. Valgan como ilustración unos ejemplos: si
trasladamos a alguien enfermo sobre nuestros brazos, estamos desarro-
llando un acto violento (visto como conducta) pero exento de agresividad.
Si dejamos caer al enfermo bruscamente al suelo con la intención de que
EL DEBER DE EDUCAR LA AGRESIVIDAD 225

se haga daño, el acto sería violento y como tal inofensivo, pero sería un
acto agresivo indeseable. La violación es un acto sexual, violento y agre-
sivo, pero hay personas que practican actos sexuales violentos, no agresi-
vos, muy saludables. La mayoría de los deportes son violentos, pero solo
en ocasiones derivan en agresiones. El judo y el kárate son ejemplos de
extrema violencia y ausencia de agresividad. Aunque es cierto que, en ge-
neral, es más fácil llegar a la agresión en situaciones de violencia, espe-
cialmente cuando hay tensión.
Esta explicación es semántica y causal pero desde un punto de vista más
amplio, en nuestra sociedad violencia y agresividad se entienden como si-
nónimos y así podemos entenderlas, como afirma el profesor Gómez Bos-
que, entiende como violencia todo acto que atenta contra la naturaleza
esencial del hombre y le impide realizar su verdadero destino, lograr su ple-
na humanidad, como la fuerza que se hace para sacarlo de su estado o
modo natural. Violento es lo que está fuera de su estado natural, la persona,
que es el ser más complejo, tiene su esencia humana a la que ajustar sus
comportamientos, por tanto los que son violentos pueden proceder con
agresión destructiva, que sería una derivación de la violencia esencial, en re-
sumen ambos conceptos, violencia y agresividad podemos entenderlos
como sinónimos.

3. ORIGEN DE LA CONDUCTA AGRESIVA

3.1. Etología

La etología es una rama de la psicología animal. Estudia el comporta-


miento de los animales en su medio natural o en condiciones muy parecidas
a las de ese medio. Sus descubrimientos demuestran que en el reino animal
están muy bien establecidos los diferentes comportamientos agresivos, y
que ellos responden a mecanismos desencadenantes y a mecanismos inhi-
bidores. Son modelos de acción muy integrados en cada especie. El estudio
de la conducta agresiva de los animales nos ha ayudado a aproximarnos al
estudio del comportamiento agresivo humano. De los datos obtenidos por
Lorenz y Tinbergen, se desprende que la pugna entre el depredador y la pre-
sa no constituye solamente una acción agresiva. Cuando la presa se defien-
de y enfrenta al depredador, se asiste a una liberación de auténtica agresi-
vidad. La pugna entre ambos puede semejar un verdadero combate solo
cuando la presa está en situación de poder defenderse. Cuando está acorra-
lado, el animal puede ir más allá de su natural distancia crítica y reaccionar
violentamente. Este combate estaría motivado por el miedo que le causa la
proximidad del peligro y por el hecho de no poder huir.
226 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

Las agresiones pueden producirse también por la defensa del territorio


o por la de la jerarquía social en el grupo. La agresión entre miembros de
una misma especie se da en casos como la conquista de un territorio o de una
hembra, también en la defensa de un nido, de la descendencia o del grupo.
Aparte de las reacciones agresivas manifiestas, hay poderosos mecanis-
mos de bloqueo de la agresividad, que se expresan, por ejemplo, en la ma-
dre frente a sus hijos, en el adulto frente al joven, en el macho frente a la
hembra, o en el vencedor frente al vencido. Algunos estudios han llegado a
la conclusión de que el aislamiento por sí mismo constituye un factor que
aumenta la agresividad. Lorenz, en determinado momento de su investiga-
ción científica, habla de un impulso agresivo que tiene su raíz en el mismo
individuo, y destaca su función en el proceso conservador de la especie.

3.2. Aprendizaje

Asimismo, se ha postulado que la agresividad se aprende, y que el há-


bito de ataque aparece progresivamente en el animal joven a partir de sus
primeras experiencias de lucha por el sustento. Es decir, el aprendizaje se
establece a través de la necesidad innata del animal de luchar por su super-
vivencia. Es indudable que los factores hereditarios están presentes en la
agresividad, como en casi todos los comportamientos del individuo. Así lo
demuestran los experimentos de selección genética. Pero también es cierto
que la agresividad se encuentra influenciada por el medio, tanto por el
aprendizaje como por la situación de déficit de aferencia algunos autores
manifiestan que la agresividad resulta de la puesta en marcha de un circui-
to neurológico específico y de la acción de factores que puedan modificar-
lo o suprimirlo. Entre estos se incluyen las hormonas masculinas, la heren-
cia, los elementos químicos de la sangre, la organización de la conducta y el
aprendizaje.
Por ello es posible controlar la conducta agresiva mediante varios sis-
temas: primero, modificando el medio, en el sentido de minimizar las con-
diciones que producen privación, sufrimiento y frustración. Segundo, inhi-
biéndola por medio del aprendizaje. Y tercero, modificando las condiciones
fisiológicas que facilitan las distintas respuestas agresivas por medio de me-
dicamentos, hormonas o estimulación cerebral. Teniendo en cuenta que la
agresividad no es un concepto único, no existe una solución general para to-
dos los problemas que engendra. La fisiología ha demostrado la existencia
de una organización cerebral que genera agresividad y manifestaciones
agresivas, y aunque no ha podido hablar de centros de agresividad, por la
imposibilidad de establecer con claridad cuáles sean propiamente, sí cabe
afirmar la existencia de un circuito cuya lesión o excitación provoca reac-
EL DEBER DE EDUCAR LA AGRESIVIDAD 227

ciones agresivas. Los estudios fisiológicos indican que, al estimular deter-


minadas regiones cerebrales, se produce una descarga que lleva al animal
no solo a expresar su emoción, sino también a experimentarla; es decir, «no
solo hace, sino que también siente lo que hace».

3.3. Fisiología

Tras haberse realizado diversos experimentos, se sabe que son varias las
zonas y los núcleos del cerebro los que están implicados en este tipo de
comportamiento. En el cerebro existen zonas activadoras de la agresividad
y otras de acción inhibidora. Las zonas subcortical y límbica actúan en el
primer sentido, mientras que los núcleos ventromediales del hipotálamo lo
hacen en el segundo. Las investigaciones de Rodríguez Delgado acerca
del comportamiento agresivo provocado por la estimulación del cerebro han
aportado una serie de parámetros para medir ese comportamiento:

1) Las manifestaciones externas consistentes en gestos, posturas ame-


nazadoras o actitudes de ataque.
2) Un comportamiento recíproco que afecta a la conducta de los ani-
males cuando están en grupo, con enfrentamiento entre ellos por es-
tablecer jerarquías sociales que se traducen en relaciones de domi-
nio y sumisión.
3) Posibilidad de establecer respuestas condicionadas en relación con
las propiedades reforzadas de las estructuras cerebrales.
4) Respuestas autónomas no habituales en estado normal, como el
tono agresivo.

Algunos autores aseguran que, en la relación dominio-sumisión entre


dos animales, solo el dominante se comporta de modo agresivo al ser esti-
mulado. Estas conclusiones resaltan la importancia que tienen los factores
de aprendizaje y de experiencia en comportamiento agresivo. La agresividad
aparece como resultado de una situación, donde intervienen diversos facto-
res, pero no es una respuesta bioquímica simple, producida por un solo cen-
tro. Por ejemplo, los desórdenes psicosomáticos están vinculados a los
trastornos antisociales de personalidad.

3.4. Frustración

La conducta agresiva se origina casi siempre por frustración. Imaginé-


monos que hemos estrenado un pantalón que habíamos visto desde hacía
tiempo anunciar por TV y ansiábamos poseerlo. Sigamos imaginando que
228 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

cuando vamos por la calle a la cita con nuestra pareja un coche nos salpi-
ca de barro dejándonos impresentables. Probablemente sintamos la necesi-
dad de hacer alguna clase de daño: a eso se llama frustración. Podemos pen-
sar en otra situación de frustración en la que uno, después de importantes
sacrificios y renuncias, consigue el coche que siempre quiso tener, y el pri-
mer día que lo estrena, otro conductor despistado le da un golpe mientras
aparca. Imaginemos otra situación: un pequeño de cinco años que está
viendo la televisión y la madre se la apaga para que le haga caso; este se
vuelve de inmediato y protestando le da un golpe. Un niño mayor, por
efecto del control de la educación de la agresividad, es capaz de demorar la
respuesta en el tiempo, y ante la acción de la madre ponerse a estudiar sin
rechistar; pero al cabo de un tiempo se niega a bajar a la tienda de la esqui-
na para recoger algo que dejó olvidado su madre. Con estos ejemplos quie-
ro que nos planteemos cuántas frustraciones hay detrás de tantas agresiones
que se ven todos los días y que quizás podríamos evitar.
Una visión particular es la que ofrecen los estudios psicodinámicos
que no hablan de frustración, sino que entienden la pérdida del control de
impulsos agresivos como un fallo de las defensas psicológicas, de los me-
canismos adaptativos del yo, un fracaso funcional del superyo, o la in-
fluencia provocadora de un factor ambiental intenso. Los antecedentes de
formas patológicas de agresividad, en ausencia de factores orgánico-cere-
brales, están relacionados con: experiencias tempranas de deprivación y
abandono, padres violentos; sentimientos persistentes de perjuicio, acom-
pañados por deseos de venganza; ausencia de controles superyoicos; rela-
ciones de explotación y sadismo.

3.5. Imitación de modelos

Pero la frustración no es el único desencadenante de la agresividad, esta


puede originarse también por imitación de modelos y esto sí que nos debe
hacer reflexionar por la gran cantidad de modelos agresivos que rodean a
niños y jóvenes. Pensemos en los videojuegos, películas... que están diri-
gidas expresamente para niños y jóvenes, portadoras de una carga agresiva
brutal (disparos, asesinatos, palizas...), presentando la muerte como algo tri-
vial, como si la vida, lo único con lo que contamos, apenas tuviera impor-
tancia.
Se han llevado a cabo investigaciones simples con resultados claros
que expongo a continuación: tomando como muestra unos colegios y se
propusieron en los experimentos tres formas de educar la agresividad sepa-
rando a grupos de niños para la investigación. A un primer grupo se le co-
rrigió la agresividad con el castigo; a un segundo grupo con la permisividad;
EL DEBER DE EDUCAR LA AGRESIVIDAD 229

y a un tercer grupo con castigo-permisividad sin criterio claro. Los resulta-


dos indicaron:

1. Cuando se castiga, los niños aumentan la respuesta agresiva, aun-


que esta se pueda desplazar a manifestaciones verbales, escritas o
que los niños se peguen a escondidas (así sabemos que muchos her-
manos pactan pegarse a escondidas).
2. Cuando se permite la agresividad y no se castiga, las conductas
agresivas aumentan más que en el grupo anterior. Digamos que lo
que se practica se aprende. Si se permite que «afronte» sus proble-
mas mediante la agresión, no practica y por tanto no aprende a va-
lerse de otros recursos menos primitivos, más elaborados, social-
mente más aceptables y más justos. Los datos indican que hay más
agresividad en las conductas masculinas que femeninas en general.
La investigación genético-biológica sigue investigando el asunto;
pero lo que sí está claro es que, aún en el siglo XXI, el ambiente re-
prime más la agresividad en ella y la favorece más en él.
3. Cuando se les castigó o permitió la expresión de la agresividad sin
un criterio claro, al antojo de los educadores o padres, el incre-
mento de la conducta agresiva resultó máximo. Valga como ejem-
plo una escena que presencié en una casa estando yo de visita.
Cuando entré, la madre estaba muy amable por el hecho de reci-
birme y el hijo estaba tirando la comida porque decía que no quería
comerla; la madre apenas le reprendió y le ofreció como alternativa
un magnífico postre. Yo no sé la razón de su proceder, quizás por-
que acababa de llegar yo. Después, preparándome el café se le
cayó y manchó toda la mesa, y se violentó y enfadó mucho. En ese
momento el hijo se había puesto unos zapatos; la madre le pego
unos buenos cachetes y se enfadó mucho con el muchacho porque
decía que los que se tenía que haber puesto eran otros. Es difícil que
el hijo tenga que estar pendiente del estado de ánimo de aquella ma-
dre para saber qué consecuencias van a tener sus actos.

3.6. Educación

Como vemos ninguno de los tres modelos propuestos educa correcta-


mente la agresividad. La mejor alternativa a estas tres pautas de educación
de la agresividad de niños (en cuyas manos están algunas decisiones de hoy
y muchas de mañana), consiste en que los padres les hagan entender con
toda claridad que ven mal la agresividad o cualquier expresión de la mis-
ma, que detengan la agresividad siempre que se produzca y que no casti-
230 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

guen físicamente al niño por haber agredido. Cuando un padre pega a un


hijo que había pegado a su hermana pequeña, el hijo aprende que cuando
sea mayor o padre él podrá pegar. Cuando los padres hacen daño al hijo que
ha agredido, enseñan a agredir, y suele ser frecuente que sean injustos pe-
gando o castigando al mayor de los contendientes. Lo mismo sucede cuan-
do permiten que continúen la pelea favoreciendo el entrenamiento en con-
ducta agresiva. La pauta a seguir es que siempre que haya una pelea deben
cortarla, empleando la fuerza o violencia si es preciso, pero no agrediendo
(intención de hacer daño).
En esta época de prisas, urgencias e inmediatez de resultados, algunos
padres pretenden obtener frutos enseguida, pero la educación de la agresi-
vidad es un proceso continuo, a largo plazo y que puede no terminar nunca.
Por ejemplo, los pequeños de cinco o seis años, en plena ebullición de su
conducta agresiva, requerirán más paciencia, una educación adecuada per-
mitirá que el niño vaya adquiriendo un control progresivo de su agresividad,
en especial de la expresión de esta. Educando así a los más pequeños, esta-
mos poniendo las bases de un futuro con menos probabilidad de que haya
expresiones de agresividad. También hay que pensar en qué aspectos socia-
les siguen provocando frustraciones, que a su vez sean germen de conductas
agresivas y, qué modelos agresivos están sirviendo de patrón a imitar. De-
jemos claro, una vez más, que hablamos de conducta agresiva cuando se da
la intención de hacer alguna clase de daño de obra o palabra. Algunos estu-
diosos opinan como Konrad Lorenz que la agresividad es un instinto verda-
dero que primordialmente sirve para preservar la especie, lo mismo en los
humanos que en los animales. Aunque el asunto es muy discutible, parece
que factores constitutivos desempeñan un papel importante en la conducta
agresiva. Así vemos que las crías del sexo masculino de muchas especies
animales son mucho más agresivas que sus hermanas. La administración ex-
perimental de hormonas masculinas a hembras de estas especies hace que se
vuelvan mucho más agresivas en su trato con otros individuos de su misma
especie, más amenazadoras, más violentas en sus juegos y menos propensas
a retirarse ante las amenazas o los acercamientos de otros animales.

4. EDUCACIÓN Y AGRESIVIDAD

Lo importante de la agresividad no es si es innata o ambiental, necesaria


o innecesaria, porque como hemos afirmado se encuentra, lo queramos o no,
en todo ser humano. Por ello la discusión carece de sentido práctico. Lo im-
portante es el control de sus manifestaciones: si se controla insuficiente-
mente genera inadaptación social, problemas a la sociedad (por ejemplo pe-
gando a semejantes, rompiendo escaparates, rayando o golpeando a coches
EL DEBER DE EDUCAR LA AGRESIVIDAD 231

que están correctamente estacionados o agrediendo al mobiliario urbano);


pero si se controla puede favorecer la actividad social. El mejor modo de
controlar las manifestaciones agresivas es por medio de la educación. El ob-
jetivo de la educación de la agresividad no debe consistir en reprimirla, sino
en adiestrar al niño en el ejercicio de su control, porque cuanto más se
controla la conducta agresiva, menos necesidad hay de ejecutarla. Median-
te la educación se pueden lograr personas libres de decidir si hacen daño o
no, se trata de educar personas que no se vean obligadas a hacer daño,
porque carecen del control necesario sobre su agresividad, para ser libres
decidiendo.

4.1. Valores

Saltan a la opinión pública preguntas tales como ¿hay crisis de valores?


Si entendemos crisis como cambio, está claro que el dinamismo actual pro-
voca que los cambios ocurran a mayor celeridad que en periodos anteriores
pero, no cabe duda de que ninguna sociedad puede funcionar sin una escala
de valores compartidos, y según sean estos, la sociedad funcionará mejor o
peor. Destacaré estos datos como muestra de los valores que predominan en
España según un estudio de opinión que son: materialismo, egoísmo, afán de
lucro, competitividad, agresividad, libertad, sentido de la responsabilidad,
idealismo, laboriosidad, patriotismo, eficacia, solidaridad, sentido del deber,
cortesía, civismo, tolerancia, respeto a la naturaleza, sentido de justicia, al-
truismo, honestidad y modestia. Los valores son las reglas por las que uno
rige su vida, abarcan una amplia gama, desde preferencias puramente arbi-
trarias como echar el café antes que la leche, hasta principios morales como
no matar. Se tiende a hacer lo que se piensa que se debería o tendría que ha-
cer. También se pretende tener razón y razones para así lograr o mantener
una imagen positiva de uno mismo. Los niños obtienen sus valores de los
adultos, especialmente del ejemplo de sus padres que proporcionan a sus hi-
jos modelos a imitar, esto surte más efecto cuando el adulto es consciente de
ello y goza del respeto del niño. Si recordamos nuestra propia experiencia,
nos vendrán a la cabeza aquellos profesores, deportistas, artistas... o facetas
de nuestros padres que más admirábamos y pretendíamos imitar. El adoles-
cente además del ejemplo necesita las palabras que le ayuden a aclararse y
los padres pueden adoptar tres posturas, una actitud de permisividad (en
agresividad, sexualidad, modales, religión, etc.), esta postura crea más pro-
blemas de los que soluciona porque los hijos sufren por falta de información
y les cuesta manifestar sus sentimientos ante quien nunca ha definido nada.
La segunda postura podríamos llamarla moralista, es la de aquellos padres
que intentan salvar a sus hijos de la crisis de valores del mundo actual (im-
poniéndoles lo que deben pensar, hacer y sentir), pero el mundo es dema-
232 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

siado cambiante y complejo como para que este método funcione; si el hijo
acepta la imposición, se convierte en un «monigote» que en pocos años no
comprende nada y se desajusta, si no la acepta, lo negará todo quedándose
sin valores. Adoptando una tercera actitud denominada errática e inconsis-
tente, se trasmite un papel de inconsistencia y algunas normas, pero nunca
los valores necesarios. Un proceder más efectivo que calificaríamos de ra-
zonable sería que los padres deben transmitir los valores, actualizándolos y
transmitiéndolos a sus hijos sin miedo y con claridad, para que los utilicen en
sus primeras tomas de decisión y, les resultarán útiles lo mismo que son para
ellos. El joven decide lo que hace por la adherencia irreflexiva a las cos-
tumbres de la familia, de la clase social, y del grupo, pero los padres no de-
ben transmitirle sus valores como verdades absolutas e inamovibles, sino
como un tesoro personal que el hijo deberá respetar y perfeccionar según lo
vaya personalizando. Cuando se vaya haciendo adulto deberá experimentar
un cambio natural hasta asentar su conducta en valores internalizados y
personalizados. Los valores se personalizan reflexionando con actitud críti-
ca abierta, tomando decisiones, y actuando en consecuencia, constituyen en-
tidades dinámicas necesitadas de continua evolución. Un valor comienza a
ser nuestro cuando, con independencia de su procedencia, reflexionamos so-
bre él, y comenzará a tomar cuerpo cuando tomemos alguna o algunas de-
cisiones apoyándonos en él. Pero los valores solo se consideran cuando eje-
cutamos tales decisiones. La práctica dará pie a una nueva reflexión que, a su
vez, influirá en las nuevas decisiones y actuaciones. Así, reflexionando, de-
cidiendo y actuando continuamente se desarrollan y mantienen vivos y ope-
rativos nuestros valores, y con ellos, nosotros mismos. Si una persona trata
de tomar sus decisiones adultas con un sistema de valores adolescente, será
fácil que sufra algún tipo de perturbación.
Hay estudios que dicen que en la sociedad española la libertad destaca
como el valor más reconocido y mejor valorado, en contraposición se re-
conoce al materialismo, egoísmo, codicia-afán de lucro y competitividad-
agresividad como los valores que predominan y caracterizan a nuestra so-
ciedad a la vez que se rechazan. Nietzsche escribió: «Cuando nos preguntan
de repente por un asunto, la primera opinión que se nos ocurre no es habi-
tualmente la nuestra, sino solo la corriente, la opinión de nuestra casta, de
nuestra posición, de nuestra procedencia; las opiniones propias nadan raras
veces en la superficie».

4.2. La identidad

Después de describir cómo se adquieren los valores desde el punto de


vista personal y su influencia en nuestra personalidad, trataré de aproxi-
EL DEBER DE EDUCAR LA AGRESIVIDAD 233

marme a la personalidad desde el punto de vista de la identidad, teniendo en


cuenta la retroalimentación sociedad-individuo. Hoy, en lo que llamamos
Occidente, a la imagen que ofrecemos a los demás le concedemos gran im-
portancia y, dependiendo de cómo sea, nos favorece o perjudica de cara a
nuestro proceder con los otros, e incluso, en el cómo nos sentimos o nos
aceptamos. Esta imagen es parte de nuestra identidad personal y esta define
la propia consistencia y la congruencia de cada cual consigo mismo y con el
medio circundante y, además sirve para tomar decisiones. Quien posee una
identidad personal vigorosa, disfruta de la sensación de seguridad que pro-
porcionan los criterios definidos y la propia congruencia. La identidad,
como cualquier aprendizaje complejo, se adquiere por identificación. De ese
modo, cuando nos referimos a algunas personas decimos que carecen de
personalidad, porque les sentimos como variables, inconsistentes, quizás pa-
cíficas o tal vez violentas, pero en cualquier caso influenciables, fácilmen-
te afectables, veletas, poco rigurosas en sus juicios, débiles, son personas ca-
rentes de un sentimiento vigoroso de identidad propia. Por el contrario, de
otras personas decimos que poseen una gran personalidad, porque estas se
consideran a sí mismas como distintas y consistentes, congruentes consigo
mismos; sus necesidades, sus razones, sus normas y sus respuestas consti-
tuyen una unidad profundamente integrada, poseen un vigoroso sentimien-
to de identidad propia. Si cada uno de nosotros reflexionamos sobre a quié-
nes se les considera líderes sociales hoy, vemos que su característica
principal es tener éxito (económico, profesional, etc.) y algunos medios de
comunicación los presentan como modelos de interés. A veces las razones
por las cuales se les considera líderes sociales son muy cuestionables y, por
el contrario su influencia sobre el resto de la sociedad, y en especial de los
más jóvenes, hay que considerarla relevante.

El niño pequeño busca su propia identidad porque carece de ella, va


adoptando papeles y normas que más tarde se convertirán en valores, vien-
do el ejemplo y escuchando hablar a los mayores. La influencia de sus pa-
dres resulta prioritaria sobre la que puedan ejercer los profesores, familiares,
iguales, etc. Esta adopción de papeles y normas depende sobre todo de la
identificación del niño con los modelos que se le ofrezcan, de la nitidez o
definición de estos y de su proximidad. Probablemente la mayor deficiencia
para educar a un hijo, o a un alumno, consiste en la carencia de una identi-
dad personal definida. El recién nacido carece de identidad propia, no sabe
que existe, confunde estímulos internos como los dolores, con otros exter-
nos y, son los padres o cuidadores quienes con su voz, cuidados y caricias le
hacen sentir que hay algo que está fuera de él y algo que está dentro de él, o
lo que es lo mismo, que él existe y constituye una unidad separada de lo de-
más. Según vaya disfrutando de capacidad de pensamiento y de acción
para hacerlo, buscará desarrollar este sentimiento de identidad propia. Con-
234 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

tará para ello con medios como la adquisición de papeles y de un conjunto


de normas que, cuando las interiorice, constituirán su conciencia. Hasta los
cuatro o cinco años su conducta no se diferencia sexualmente, quizás por
ello, el empeño de los adultos en diferenciarlos mediante el color del vesti-
do. Hay experimentos muy simpáticos de cómo procedemos los adultos con
los bebés dependiendo de las expectativas que asociamos al sexo del mis-
mo. Por ejemplo; se presentó a unos adultos, con nombre de varón, a un
bebé, y estos empezaron a comportarse de una manera determinada con él.
Después, al mismo bebé, pero con otras ropas para no ser identificado, se les
presentó con nombre femenino. Las diferencias de trato resultaron llamati-
vas, al identificado como femenino se le trataba con más suavidad, tono de
voz más bajo... solamente le habían cambiado de ropa. De hecho, aún hoy,
cuando una niña llega a casa diciendo que le pegó otra niña, se le suele de-
cir «¡qué mala!» y, si es un niño al que le pegó otro, se le dice «¡no te tienes
que dejar y has de aprender a defenderte!» En la adolescencia el niño co-
mienza a adquirir esos complejos papeles que configuran la conducta mas-
culina y femenina. También en este momento aparecen los primeros sínto-
mas de aprendizaje o adquisición de la conciencia, comienza a distinguir lo
que está bien o está mal, a aprender a comportarse socialmente y, para ad-
quirir papeles y normas se servirá de los diferentes modelos que le ofrezca
su entorno, con mucha más facilidad si se identifica con ellos.

El adolescente busca desesperadamente afirmar su identidad, diferen-


ciándose de los modelos utilizados hasta ahora y buscando valores auténti-
cos y perdurables en los que apoyarse para tomar decisiones y decidir sobre
el sentido de su vida. Algunas pautas de su vida son genéticas, otras se
aprenden por reforzamiento o simple imitación, sin embargo, las complejas
se adquieren por identificación, que es el gran medio para lograr la identidad
propia. Pensemos en un muchacho o muchacha adolescente ¿Cuánto tiem-
po necesitaríamos para convencerle de que debe cambiar su manera de ca-
minar, de vestir, de peinarse, de hablar o bailar? Pero lo logrará inmediata-
mente y con entusiasmo si le ofrecemos un modelo que se identifique con
él. El cambio que nos parecía tan difícil, el cantante Enrique Iglesias, el fut-
bolista Raúl, etc., lo han conseguido fácilmente, porque han provocado la
identificación del adolescente. ¿Qué líderes actuales están sirviendo de
modelos a nuestros jóvenes? Tanto en los niños como en los adultos, el que
aprendamos o no una conducta compleja, depende sobre todo de lo identi-
ficados que estemos con quien nos enseña, por ello si estamos muy identi-
ficados con el modelo, aprendemos todo de él sin necesidad de que se pro-
ponga enseñarnos nada. El niño tiene una imagen de sí mismo de sujeto
dependiente, necesitado de sus cuidados, objetivamente inferior, por el
contrario, ve a sus padres cargados de poder, privilegios y comienza a
comportarse como si al imitar alguna actitud de los padres fuese a poseer
EL DEBER DE EDUCAR LA AGRESIVIDAD 235

todas esas deseables características. Repitiendo estas imitaciones, las con-


ductas se vuelven automáticas y se arraigan en su personalidad, esta identi-
ficación normalmente se centra en los padres y se extiende, aunque en me-
nor medida, a otros padres y a otros adultos. El maestro o profesor, por
ejemplo, encuentra así vía abierta para influir en la educación del niño. Por
ello si la identificación se ha establecido correctamente, para el niño no hay
profesora mejor que la suya. Es importante resaltar que, si el docente logra
despertar esa atracción que hace que el alumno se identifique con él, la ca-
pacidad de influencia sobre él será muy importante. Para que el niño se
identifique, hace falta que quiera parecerse al modelo y que descubra, u
otras personas le descubran, que ya es semejante, que ya se parece al mo-
delo, aunque no sea más que en la ropa, en la anatomía, la personalidad o
solamente el corte de pelo. Estos aspectos son necesarios para la identifi-
cación y, por tanto, constituyen condiciones para la misma, pero no son su-
ficientes. La identificación es un fenómeno complejo del que ignoramos
mucho todavía, pero es importante ofrecer el dato contrastado de que los
padres afectuosos son tomados más fácilmente como modelos. Pensemos en
el poder de los líderes políticos o religiosos por medio de ese poder de iden-
tificación, en este punto quiero recordar algunos personajes que desapare-
cieron el pasado siglo y que practicaron conductas y actitudes deseables de
imitar e identificarse con ellas, como Gandi y Teresa de Calcuta.
En los adultos, la carencia de una identidad vigorosa, llena la toma de
decisiones de inseguridad e incertidumbre y constituye una de las princi-
pales fuentes de ansiedad. Algunos tratan de evitar esta sensación eludien-
do responsabilidades. Para ello, es común que se refugien en actitudes de-
pendientes; esto es lo que ocurre con los niños y por ello las deficiencias de
identidad no se suelen relacionar con la ansiedad hasta que el sujeto se ve
obligado a tomar decisiones en la adolescencia. Los niños que presentan una
asimilación excesiva de las normas suelen presentar atipicidades en el es-
tablecimiento de su conciencia que son generadoras de ansiedad; por des-
gracia, en demasiadas ocasiones la deficiencia de identidad en el niño se ori-
gina porque sus padres carecen de una identidad mínimamente consistente.

4.3. La educación se centra en hijos y padres


El último libro que publicó mi maestro (el psicólogo más ilustre que
tuvo Valladolid en el pasado siglo: José Peinado Altable) se titulaba Los
hijos: ese problema, también hay un dicho popular que dice: «Quien tiene
hijos y ovejas nunca le faltan las quejas». Son los hijos uno de los asuntos
más sensibles de tratar, por el significado que ellos tienen para sus padres.
Valga como ejemplo de esta relevancia e importancia el hecho de que en la
«jerarquía del sufrimiento-dolor» los estudios indican que la muerte de un
236 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

hijo es lo que mayor sufrimiento ocasiona al ser humano y lo más duro y di-
fícil de superar. Por ello, cualquier tema que se trate sobre los hijos des-
pierta el máximo interés para los padres y destaca de entre todos la educa-
ción de los mismos. En ella me voy a centrar, y en concreto en un concepto
clave en la educación como es la disciplina, que será fundamental para
educar la agresividad reduciendo sus manifestaciones al máximo.
El primer problema con el que nos enfrentamos en España es qué en-
tendemos por disciplina. La manera decimonónica de practicar la disciplina
(entendida como conjunto de normas para educar-formar) originó corrientes
libertarias que se pusieron muy de moda en Europa y América. Estas con-
cepciones revolucionarias se arraigaron fácilmente en el cambio social de la
postguerra, no sin encender grandes polémicas. En España el desarrollo
económico de los años sesenta propició mayor bienestar social y tiempo de
ocio, por ello el modelo de disciplina severa que educaba para una existen-
cia austera, en los años que siguieron a nuestra llamada «Guerra Civil»
(¡Qué contradicción calificar de civil a una guerra!), había perdido sentido.
Muchos padres guardaban en su piel las cicatrices de un rigor disciplinario
que querían evitar en la educación de sus hijos, entendiendo que así también
evitaban que fueran agresivos. La libertad se impuso como valor de moda y
la permisividad justificaba la falta de vocación de muchos padres y la falta
de oficio de muchos educadores. En los años setenta con el cambio político
se acrecentó la polémica entre los teóricos de la educación. La polémica se
fue extendiendo a medida que, en los años ochenta, la permisividad mos-
traba sus consecuencias negativas, mientras severos y permisivos deso-
rientaban a los padres. Yo mismo fui testigo y, presencié dichas polémicas
sobre la educación, donde cada uno daba espléndidos argumentos, basados
en sus particulares conocimientos y experiencia. Cuando eso ocurría en
nuestro país, en la mayoría de los países de nuestro entorno la cruda expe-
riencia y la experimentación agotó la polémica, introduciendo conocimien-
to y rigor donde solo había opinión y deseo, de tal manera que a finales de
los años ochenta las cuestiones de disciplina dejaron de plantearse, al menos
desde el punto de vista teórico.
El día 5 de junio de 2002 apareció una noticia en el Periódico Regional
El Norte de Castilla (del grupo Correo). Lo traigo aquí puesto que son datos
pertinentes y aportan luz en esta cuestión: «Más del 40% de los padres ad-
miten sentirse desorientados en la educación de los hijos». En él se inter-
preta la disciplina como conjunto de normas rígidas y autoritarias, por eso se
afirmaba en el artículo, los progenitores defienden la libertad frente a la dis-
ciplina. «El 57,83% de los padres españoles están comprometidos, se sien-
ten responsables de la educación de sus hijos y aseguran ser dialogantes,
democráticos y afectivos. Pero el 42,17% restante se confiesa desorientado,
es decir, siente impotencia ante los cambios y la necesidad de autonomía de
EL DEBER DE EDUCAR LA AGRESIVIDAD 237

sus hijos, por lo que utilizan pautas incorrectas de educación e, incluso, al-
gunos comportamientos agresivos.
Estos datos son resultado del análisis Valores y pautas de interacción fa-
miliar en la adolescencia, elaborado a raíz de encuestas a 1.200 personas
(60% madres y 40% padres) con hijos adolescentes (de 13 a 18 años) y pu-
blicado por la Fundación Santa María. El informe sitúa las causas del con-
flicto entre padres e hijos adolescentes la falta de esfuerzo e interés en los
estudios o en el trabajo, más entre los chicos que entre las chicas. Otras cau-
sas son las malas contestaciones, salidas de tono o tacos, y en tercer lugar
están las salidas nocturnas, horas de llegada a casa y consumo de alcohol u
otras drogas.
Los valores que los padres de adolescentes consideran importantes son
la honradez, como valor ético-moral (74,7% en chicos y 75,2 en chicas), se-
guido por el valor intelectual e instrumental del estudio para ser importan-
te en la vida (51,3% en chicos y 50,7 en chicas). El documento revela la im-
portancia que dan los padres a los valores instrumentales, como pensar de
forma automática, la participación en la familia, la responsabilidad con
afecto y la lealtad. Al final, aparecen los valores religiosos (3,4% en chicos
y 4,8 en chicas).
Los datos ponen de manifiesto el declive experimentado por la autoridad
de los adultos en los últimos 25 años, por lo que el 53,5% de los padres se
decanta por la libertad en la educación, frente al 16,8 que se sitúa más cer-
cano a posturas de autoridad y disciplina.
Son datos interesantes a modo de fotografía social, pero vemos cómo en
el último párrafo se comete el error de identificar la disciplina con la auto-
ridad. Dejémoslo en un problema de acuerdo semántico y sigamos con el
fondo de la cuestión.
En España, las circunstancias políticas de autoritarismos ideológico,
falta de libertad, aislamiento y el desarrollo económico más tardío nos im-
pidieron vivir oportunamente ese cambio y algunos vestigios han llegado
hasta el siglo XXI, donde hay padres y educadores que no han penetrado en
las cuestiones de disciplina porque recibieron ciertos ecos de aquella batalla,
datos insuficientes para una reflexión correcta. Por eso nos siguen pregun-
tando a los psicólogos cuando asistimos a reuniones de padres en los cole-
gios o, en otros contextos: «¿cree vd. en la disciplina?» A menudo dan por
supuesto que la respuesta será no, como si se tratase de una cuestión de fe
(quiero hacer mención al artículo del periódico reproducido para pensar que
solo se trata de un error semántico identificando disciplina con normas de
imposición o autoridad). Hace dos décadas, coincidiendo con lo que se de-
nominó «La Transición» se nos clasificaba a los españoles de forma muy
simplista con otras dos preguntas «¿eres creyente?» y «¿eres de derechas o
238 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

de izquierdas?» Las respuestas a esas preguntas condicionaba la relación


con esa persona y la valoración que de él o ella se hacía. Pero en el siglo XXI
y sobre la educación, debemos apartar los simplismos. La pregunta sobre la
disciplina planteada de forma correcta, con los datos que la investigación y
la experiencia nos han aportado hasta ahora, debería ser: la disciplina en la
educación ¿cuánta?, ¿de qué clase?, ¿cuál es su finalidad?, ¿en qué etapa del
desarrollo del niño debe aplicarse?, ¿en qué clase de atmósfera emocional
de los padres?...
Ya no hay ninguna duda de que la disciplina es necesaria para el desa-
rrollo de la sociabilidad del niño, para adquirir las destrezas, aptitudes y con-
ductas necesarias para la existencia en una sociedad interdependiente y
compleja y, como ya he dicho, reducir en la medida de lo posible las mani-
festaciones de agresividad. Pero la disciplina debe ser la adecuada y opor-
tuna, porque si es excesiva amenaza el desarrollo de la autonomía, de la con-
fianza en sí mismo y de la utilización de los recursos propios del niño,
cualidades todas ellas que son igualmente necesarias para el buen funciona-
miento de la sociedad. También debe ser flexible, pero consistente, solo así
servirá para equilibrar la conducta cooperativa, exenta de agresividad, res-
ponsable y disciplinada con la confianza en sí mismo, autonomía, la inde-
pendencia y la libertad emocional. Se tiende a confundir la firmeza con la ri-
gidez y la justicia con la igualdad. Uno no puede comportarse con las
mismas formas ante sus hijos de dos y tres años que con sus jefes en el tra-
bajo, porque ha de adaptarse a cada circunstancia con flexibilidad, incluso en
la indumentaria no seguimos patrones rígidos, sino que nos adaptamos a lo
apropiado de la circunstancia y, así nos ponemos un pijama o ropa cómoda
para dormir en la cama y otra distinta para salir a la calle. La rigidez de con-
ductas en distintos contexto es diagnosticada como inadaptación desde un
punto de vista clínico.
También la confusión de justicia con igualdad ha llevado a esperpénticas
polémicas. Así, en los años noventa muchos alumnos entendían que en una
clase nadie podía suspender («suspendía el profesor»): según su particular
punto de vista, la relación entre capacidad, esfuerzo, interés, equilibrio emo-
cional... nada tenía que ver con los resultados. Así les lució el pelo a alguna
generación de estudiantes que cedieron el control de lo que a ellos les afec-
taba a un factor externo a ellos y, en algunos centros educativos se pudo ha-
ber matriculado a un póngido (con el máximo respeto) y por el mero hecho
de existir y asistir (a veces, ni eso) obtendría un certificado o título de estu-
dios. La igualdad puede ser injusta, no podemos comportarnos con igual ac-
titud ante personas distintas. Por ejemplo, un vecino siempre está dispuesto
a ayudarte, te saluda, es un ser amable y servicial, mientras el otro te saluda
con trabajo el día que se acuerda y nunca se presta ofrecerte ningún favor, y
en caso de necesidad de ambos tú, ¿tienes que proceder con igual disponibi-
EL DEBER DE EDUCAR LA AGRESIVIDAD 239

lidad por ser los dos vecinos? El planteamiento parece absurdo, pero mucho
más absurdos son algunos de los planteamientos sobre la igualdad ¡Injusta
igualdad! Si hay algo claro, es que nadie es igual a nadie. Otra cosa es la jus-
ticia siempre en favor de los más desfavorecidos. Estas confusiones son tí-
picas del sarampión infantil de una sociedad recién llegada a la democracia,
como pasó en los últimos años del siglo XX en España, pero no puede seguir
persistiendo en el momento actual. Otro ejemplo de sarampión democrático
fue el de las mayorías (ahora ocurre algo parecido con las encuestas de opi-
nión, aunque el objetivo es otro, ganar votos); se consideraba que todas las
decisiones debían ser por mayoría y, el profesor Gómez Bosque nos co-
mentaba que ese principio, razonable a priori, se quería generalizar a todo.
Imaginémonos un caso absurdo: un equipo de alumnos de medicina en
prácticas, con su profesor, delante de un paciente que deciden someter a vo-
tación a ver qué diagnóstico o tratamiento será el más adecuado, ahí está cla-
ro que el más capacitado tiene el deber de tomar las decisiones y asumir las
responsabilidades: como vemos el caso así planteado resulta absurdo.
La disciplina debe poseer una consistencia clara, pero su aplicación
debe ser inteligente, o sea, firme y flexible como el junco, adaptándola a
cada persona y circunstancia. Por ejemplo, en una familia se dan normas
mínimas para todos los hermanos que regulen lo común de la vida familiar
(horarios, orden, higiene, etc.). Esta clase de normas pueden aplicarse de
igual modo para todos los miembros de la familia de forma adecuada. El
resto de las normas exige mayor flexibilidad en su aplicación, porque cada
hijo posee sus peculiaridades de edad, personalidad, ocupación, etc., y tam-
bién cada hijo tiene una necesidad de disciplina diferente. En contra de lo
que temen los padres, los hijos entienden fácilmente que la igualdad casi
siempre está fuera de lugar, que resulta inconveniente para su educación, y
que casi siempre suele resultar injusta.
Traigo aquí una síntesis del estudio llevado a cabo por el Instituto Mas-
low Cattel sobre algunas normas disciplinarias, que propusieron más de mil
padres para educar a sus hijos, fueron:
1. En las comidas: comer juntos, probar todos los alimentos, comer
masticando, no beban bebidas alcohólicas, limitar las golosinas,
etc.
2. En los modales en la mesa: limpiarse las manos antes de comer,
cepillarse los dientes después de las comidas, no hablar con la
boca llena, no comer con las manos, limpiarse con la servilleta, ta-
parse la boca para toser, etc.
3. En la limpieza: tirar de la cadena después de usar el W.C., lavarse
siempre que se ensucien, utilizar el pañuelo, limpieza de su mate-
rial escolar, etc.
240 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

4. En el cuidado de muebles y aparatos: usar las cosas para lo que


son, no poner los zapatos en el sofá, no dar portazos, cerrar los gri-
fos después de usarlos, etc.
5. En el orden: vestirse solos, guardar los juguetes cuando terminan
de jugar, utilizar un lugar fijo para el estudio, etc.
6. En los ruidos: no gritar para hablar, respetar el sueño de los de-
más, etc.
7. En horarios: ser puntuales a los compromisos, avisar si se va a lle-
gar tarde a casa, etc.
8. En colaborar en tareas domésticas: hacer recados, ayudar a poner
y quitar la mesa, anotar los recados telefónicos, etc.
9. En sexo: permitir ver a los padres desnudos, orientar en las con-
versaciones sexuales, permitir conversaciones sexuales, etc.
10. En comportamiento en público: no robar, no mentir, no tirar pa-
peles ni objetos al suelo, respetar las normas de tráfico, etc.

Los padres proponían estas normas como las mínimas exigencias desde
su punto de vista.
La disciplina es muy beneficiosa cuando se aplica en el interés exclusi-
vo del niño, por el bien de su desarrollo y solo en la medida necesaria para
alcanzar este fin, y nunca como una expresión de la hostilidad de los padres
o de su necesidad de controlar o de dominarle. Debe ser aceptada porque la
norma de la disciplina posee un efecto especialmente benéfico cuando se
siente como necesaria y conveniente, por eso también debe ser razonada. En
la adolescencia caben, cada vez más, las normas disciplinarias diseñadas y
consensuadas participativamente. La disciplina errática o inconsistente es
más perjudicial que la falta o exceso de disciplina, porque contribuye al de-
sajuste, al conflicto o a la agresión en el niño. La disciplina puede pecar por
exceso, por defecto o por inconsistencia y erratismo. Este último, es el de-
fecto más grave y generalizado. La mayoría de los padres no se han plan-
teado la disciplina como una necesidad real de sus hijos, ni siquiera han re-
flexionado sobre ello. En casi todos los hogares la disciplina no es excesiva
ni permisiva sino que no existe. Pensemos ¿qué ocurre en los centros de tra-
bajo o en la aulas?, ¿existe y es la más adecuada? En efecto, la disciplina
practicada en muchos casos no tiene consistencia porque no consiste sino en
exigencias y órdenes que solo son fruto del ejercicio improvisado de la au-
toridad de los padres, jefes o profesores. La realidad es que en los centros
educativos, al igual que en muchas familias, están ocurriendo muchos pro-
blemas derivados de esa inconsistencia en la aplicación de la disciplina
por parte de padres y educadores y, cuando un colegio o instituto solicitan el
EL DEBER DE EDUCAR LA AGRESIVIDAD 241

asesoramiento o apoyo de un psicólogo, la cuestión que más comúnmente


plantean los profesores se refiere a la disciplina. Del mismo modo, en los
coloquios consecuentes a las charlas para padres de adolescentes la mayoría
de sus preguntas e intervenciones se refieren directa o indirectamente a
cuestiones de disciplina. Incluso han aparecido en los titulares de la peque-
ña pantalla sucesos brutalmente lamentables provocados por alumnos que
asesinan en su centro de estudios a profesores, compañeros... Recordemos,
como expresión máxima de violencia agresiva, un caso ocurrido el día 26 de
abril de 2002 en Alemania donde un alumno asesinó a 19 personas en su co-
legio. Lo más grave es que sabemos que no ha sido el peor ni el último.
Quiero que esta información sirva para que padres y educadores nos
planteemos, incluso nos cuestionemos, qué clase de disciplina caracteriza a
la educación que trasmitimos: ¿rígida?, ¿inconsistente?, ¿permisiva?... por-
que después sufriremos sus consecuencias. Hay un dicho popular que dice
«quien siembra vientos recoge tempestades». Está claro que todos intenta-
mos hacerlo lo mejor posible, pero no se trata de intención o voluntad sino
de conocimiento, porque no todos sabemos hacerlo, con frecuencia por
falta de información o «ideologizados» por teorías educativas que nunca
fueron contrastadas. Debemos tener como metas en la educación de un
niño que este sea autónomo, tenga confianza en sí mismo, sepa utilizar y sa-
car el mejor provecho a sus propios recursos, vaya adquiriendo responsa-
bilidades, posea una libertad emocional y ejerza una conducta cooperativa
con los demás. Para lograr esos objetivos, las características que deben
presidir al conjunto de normas educativas que trasmitimos en la educación
y llamamos disciplina, serán: adecuación, flexibilidad, oportunidad y con-
sistencia.

5. CONDUCTAS AGRESIVAS Y DELITO

La sociedad puede crear determinados climas que favorecen conductas


agresivas. Estas, a su vez, pueden diferenciarse entre conductas agresivas no
delictivas y conductas agresivas delictivas, división que se hace teniendo en
cuenta que es la propia sociedad la que establece los criterios delictivos.
Pero una conducta no es más perjudicial en función de lo que las conve-
niencias sociales establezcan, sino por lo que pueda perjudicar a los demás
o al propio sujeto. A lo largo de la historia se han adoptado distintas medi-
das frente al delito y sabemos que la simple reacción punitiva ante el delito
no ha servido para disminuir ni la tasa ni la gravedad de los hechos delicti-
vos. A principios del siglo XX, los sociólogos y algunos ideólogos de iz-
quierdas defendían que la mejora de las condiciones materiales sociales y
personales era una solución para casi todo, incluidas las infracciones a la
242 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

ley, y eso no ha sido así (hoy la panacea es: «el mercado y sus leyes no se
equivocan». La realidad es que, desde el punto de vista legal, han aumen-
tado los delitos con los consecuentes costos para el estado, que utiliza re-
cursos que dejan de emplearse para otros fines. Pero lo que es más impor-
tante, el aumento conlleva mucho sufrimiento centrado en las víctimas.
Está claro que no solo habrá que hacer prevención del delito para evitar que
se cometa, sino que habrá que hacer predicción para mejorar todas las con-
diciones, y desde la realidad de los delincuentes y víctimas disminuir ese su-
frimiento. El concepto de delito es definido por los códigos penales de
cada sociedad, y es una de las pautas culturales que la sociedad se ha im-
puesto para canalizar la agresividad en función de sus intereses específicos.
El delito se define como «Culpa, crimen, quebrantamiento de la ley. Acción
u omisión, castigada por la ley con pena grave. El que, está penado en el có-
digo ordinario. El que con plena ejecución produce un resultado punible,
etc.». La sociedad tiende a trazar una barrera entre el mundo de los delin-
cuentes y el de los no delincuentes que no solamente está marcada por los
muros de la cárcel. En potencia, todo individuo es delincuente, y en la
práctica toda persona ha cometido alguna vez algún delito, ya sea un pe-
queño fraude fiscal, una transgresión de las normas de tráfico, etc. Partien-
do de este planteamiento, existen ciertos delitos comunes muy corrientes de
los cuales la sociedad se defiende usándolos a la vez como válvulas de es-
cape de muchas tensiones. En relación a estas conductas violentas, la so-
ciedad bienpensante ha montado multitud de sutiles mecanismos para acer-
carse morbosamente a ellas. Sobre robos, asesinatos y todo tipo de
agresiones existe abundante literatura, cine, teatro y otras actividades lúdi-
cas que permiten al individuo aproximarse desde lejos a ellos, como si de
una intelectualización del problema se tratase o un desplazamiento.
A continuación trataremos conductas agresivas consideradas por la so-
ciedad como no delictivas (la competitividad, la dominio-posesión, los chan-
tajes afectivos y las tensiones convivenciales) y como delictivas más fre-
cuentes (atentados a la propiedad, delitos violentos, sexuales y terrorismo).

5.1. Competitividad

La competitividad se ha planteado siempre como uno de los males de la


sociedad, siendo en realidad una de sus principales características. Se han
hecho algunos intentos, por parte de padres y educadores, de eliminar indi-
cios de competencia en los niños, pero está demostrado que no es posible
sobrevivir en esta sociedad sin un mínimo de estructura competitiva. Y la
realidad nos muestra cada día cómo hay que competir para demasiadas co-
sas: superar unos estudios, conseguir un puesto de trabajo, para prosperar
EL DEBER DE EDUCAR LA AGRESIVIDAD 243

dentro del trabajo, ganar una campaña electoral... El problema está cuando
los modos y formas son muy agresivos y el respeto por el otro se supedita a
conseguir el resultado por el que se compite.

5.2. Dominio y posesión

Es una forma cruel de violencia, cuyo antecedente más lejano acaso


sean las antiguas esclavitudes, que ya todo el mundo condena desde un pun-
to de vista ético y legal, pero también otro tipo de dominación que el ser hu-
mano instaura en sus relaciones con los demás. Esta violencia está instau-
rada en la sociedad: en el matrimonio, en la familia, en las relaciones de
dominio de padres a hijos o de hijos a padres, en las relaciones de depen-
dencia que impone el poder económico sobre los desposeídos, en la distri-
bución del poder en el seno de las organizaciones políticas (partidos), sin-
dicales, empresariales, religiosas, industriales, laborales... Si algunas
personas se detuviesen a analizar sus relaciones afectivas, se percatarían de
que son dominadas o que son dominantes. En ambos casos se debería hacer
lo posible por terminar con estas situaciones. Son características las depen-
dencias de un paciente con su médico, de un feligrés con su sacerdote o de
un cliente con su abogado. Estos individuos sienten que las únicas personas
que pueden darles seguridad son estos profesionales. Otras muchas buscan
la seguridad en un medio (el dinero es un medio para conseguir otros fines)
que han convertido en fin (acumular mucho). Hay quien entabla relaciones
con los demás siendo benefactores de los mismos, convirtiéndolos en de-
pendientes y volviéndose imprescindibles. Esta es una situación de violen-
cia en la medida en que es una manera sutil de hacer perder la libertad a los
demás.

5.3. Chantaje afectivo

Una forma de dominación es el chantaje afectivo, que consiste en la pér-


dida de la libertad respecto del otro por temor a perder su afecto. En las re-
laciones de negocios, políticas, laborales, comerciales..., algunos utilizan
este medio para conseguir su fin u objetivo. Ocurre fundamentalmente en
las relaciones amistosas y de pareja. ¡Cuántas personas temerosas de perder
a su pareja, desconocedoras de su propia capacidad de resistencia ante una
posible separación, aguantan innumerables vejaciones y agresiones por
parte del cónyuge para evitar una situación de ruptura! Así es como la
«eternidad» de ciertas parejas a veces puede ser el arte de «eternizar» con-
flictos y acumular tensiones. Hay quienes utilizan los afectos incluso para
conseguir favores políticos, económicos y de cualquier tipo, pero detrás de
244 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

estas actitudes y conductas no deseables están los escrúpulos, la moral del


las personas y un sistema de valores que socialmente están cambiando en la
dirección de por el interés te quiero Andrés.

5.4. «Curva de descarga»

Como consecuencia de las situaciones anteriores surgen las tensiones


convivenciales e incluso las situaciones de violencia física: los padres que
agreden a sus hijos, las agresiones entre cónyuges o entre amigos. Sin em-
bargo, en muchos ambientes se instaura una tensión difícil de soportar.
Los chantajes emocionales y las dominancias generan estados de tensión,
constituyendo una violencia imperceptible, mucho más difícil de metaboli-
zar psicológicamente por parte del individuo que las auténticas agresiones.
Por ejemplo, a un hijo que vive la problemática de sus padres compartiendo
cotidianamente su conflictividad, le resulta más fácil soportar una reyerta o
incluso una agresión física entre ellos que una constante tensión convi-
vencial.
La característica fundamental de la tensión convivencial es que nunca se
produce la descarga y, por tanto, el sujeto vive en una situación de alerta
constante. Cuando hay agresividad manifiesta se produce lo que se llama
una «curva de descarga». Tras unos momentos de tensión, que van en au-
mento, se llega a un punto máximo, en el que se produce descarga. Esta
puede ser una agresión física o verbal. Después, baja la tensión. En las
tensiones convivenciales no se produce esta descarga. La tensión se acu-
mula y se mantiene en una suerte de equilibrio inestable. Esta situación se
puede vivir en el trabajo (mobbing —hacer creer al otro que es un incom-
petente—, téngase en cuenta que las personas «trabajadoras» pasan la ma-
yor parte del día —horas de vigilia— y de su vida —años— en su centro de
trabajo y las condiciones buenas o malas en las que se encuentre, serán fun-
damentales en el «bienestar del individuo»), en el hogar, en situaciones de
celos o competencia y, es realmente negativo para la salud mental de las
personas inmersas en tal situación. Cuando se vive en esta situación de
tensión, el sufrimiento y agotamiento están garantizados.

5.5. Los atentados a la propiedad

En la sociedad actual se está lanzando constantemente a través de los


medios de comunicación un mensaje: «consume». En macroeconomía el
consumo es una palanca impulsora del crecimiento de la riqueza, por esta
razón se incentiva al máximo, con bajadas de precios, desgravaciones fis-
cales, promociones, publicidad, márketin, merchandeising... Se proyectan
EL DEBER DE EDUCAR LA AGRESIVIDAD 245

películas en las que los protagonistas gozan de unas riquezas exuberantes,


consumiendo y haciendo uso de productos totalmente inasequibles para la
mayoría de los ciudadanos. Resulta prácticamente imposible emular a estos
personajes que se presentan como paradigmas de la felicidad. Para algunos,
aquí se inicia el camino de la delincuencia... En la medida en que la socie-
dad no facilita educación y trabajo adecuados a todos, hay personas que pa-
decen alteraciones de la personalidad, sintiendo la necesidad de cometer es-
tos delitos.

5.6. Los delitos violentos

Existen dos tipos de delitos violentos: en unos casos se trata de una


reacción ante una situación inmediata, y en otros existe premeditación. No
es lo mismo el drogadicto que entra en una farmacia para obtener estupefa-
cientes y en el forcejeo hiere al farmacéutico, que una persona que planea
asesinar a su socio para quedarse con su parte. En el primer caso, el indivi-
duo actúa en una situación límite. Su tensión es tan fuerte, que la descarga
ansiosa puede convertirse fácilmente en una agresión. Por esta razón, se
aconseja a la persona que es víctima de un atraco, que no oponga resisten-
cia, para evitar un mal mayor. Lamentablemente es común el caso del mu-
chacho que empuña una navaja para obtener unos billetes y mata sin pensar
ante el menor movimiento que considera sospechoso. En el momento de co-
meter un atraco, la persona está con unas descargas emocionales muy in-
tensas, padece un estado de alto nivel de ansiedad y, por lo tanto, tiene dis-
minuida su capacidad de autocontrol. Ello implica una mayor facilidad
para perder el control de su agresividad. Es grave esta violencia, en la cual
la primera víctima es el propio agresor, pero no la más afectada. Existe un
segundo tipo de delito violento, en el que las agresiones son planificadas y
ejecutadas meticulosamente por individuos que actúan fríamente. La re-
presión aumenta la agresividad. En este sentido, acaso la guerra sea la más
diabólica escuela de conductas agresivas y, afecta tan profundamente a
quien arremete como a quien resulta agredido.

5.7. Los delitos sexuales

Dentro de la mayoría de los sistemas de la sociedad, la mujer suele ser


objeto de sometimiento, físico y espiritual. En la prostitución, esta situación
de marginación es llevada a un nivel extremo. La prostituta convierte en
mercancía su propio cuerpo y lo vende para sobrevivir. Pero la agresividad
contra la mujer adopta otras muchas formas. En el mes de mayo de 2002,
por primera vez en España fue declarado culpable un cargo público (el al-
246 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

calde de Ponferrada —Ismael Álvarez—) de un delito de acoso sexual hacia


una concejala —Nevenka Fernández— de su mismo equipo de gobierno y
grupo político: la noticia apareció en todos los medios y tuvo una gran re-
percusión social. Algunos de los denominados delitos sexuales son fruto de
actitudes pusilánimes de la sociedad. El fenómeno delictivo de los exhibi-
cionistas o los proxenetas sería de menor trascendencia con una mejor edu-
cación colectiva (recordemos el vendaval de escándalo que recorrió, en
marzo de 2002, la sociedad norteamericana con acusaciones de este tipo de
delitos hacia algunos miembros de la iglesia católica). Los delitos sexuales
hay que buscarlos, fundamentalmente, en su raíz: en los trastornos de la es-
tructura sexual y en los trastornos de la afectividad. Existen, sin embargo,
dos figuras que tienen relevancia propia: la prostitución y la violación. La
prostitución es una situación dramática en la que se ven envueltas ciertas
mujeres como única forma de conseguir dinero para vivir. La prostitución
constituye un drama social, tanto para quien la ejerce como para quien la
consume, ya que este último se siente incapaz de establecer relaciones
afectivas normales.
En el tema de la violación, algunas feministas han visto la dominación
de la mujer por el hombre. Los violadores son enfermos, víctimas de su in-
capacidad de establecer una relación sexual normal.

5.8. El terrorismo

Dentro de los delitos violentos, cabe tratar el fenómeno del terrorismo,


que es un problema del mundo actual magnificada la toma de conciencia so-
cial tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Washington y Nueva
York. La organización militar mundial antes enfrentada en bloques ahora se
reorienta frente al terrorismo internacional y regional, tipificando qué se en-
tiende por terrorismo y qué grupos lo son o qué personas son consideradas
terroristas. Tiene una parte de matiz político o religioso que lo puede ins-
trumentalizar, pero se nutre de la estructura psicopatológica del propio te-
rrorista. El terrorista comete un acto de violencia con una finalidad diferente
de la que implica el propio acto en sí; no mata a una persona porque la odie
o porque desee su muerte, sino fundamentalmente para llamar la atención
sobre ciertos hechos o ideas. El terrorista necesita hacerse oír. En España los
medios de comunicación mantienen una cuestión poco nítida de cómo pro-
ceder con las acciones terroristas ¿qué notoriedad se les da? ¿cómo tratarlo?
Si se dan noticias de los actos terroristas, ¿se contribuye a su retroalimen-
tación?, puesto que uno de sus objetivos es la notoriedad y eso es lo que ha-
cen los medios cuando lo publican, televisan o retransmiten.
EL DEBER DE EDUCAR LA AGRESIVIDAD 247

6. CONCLUSIÓN: CÓMO PROCEDER

Después de haber explicado la etiología y consecuencias de la agresi-


vidad nos surge la pregunta evidente: ¿cómo debemos actuar? Lo primero
que debemos decir es que, en general, reprimir nunca es positivo, pero es
preciso establecer una diferencia entre control y represión. El control parte
de conseguir una situación de equilibrio, relajación y concordia. La repre-
sión pretende frenar la conducta agresiva en el momento en que se está pro-
duciendo. Muchas veces, la reprimenda dirigida contra la conducta agresi-
va solo consigue estimularla. El niño o el joven que están agrediendo
actúan en una situación de tensión inferior que les impide resolver razona-
blemente la situación. En principio, existe una agresividad normal en todos
los niños, la cual sería inútil, y por supuesto innecesario, intentar eliminar.
Sin embargo, ciertas características del entorno pueden incidir en que el
comportamiento del niño sea más o menos agresivo. La deshumanización
de ciertas relaciones educativas y la carencia de la afectividad en las rela-
ciones interpersonales —fundamentalmente entre padres e hijos—, la falta
de cariño y de dedicación en los primeros años de vida, son hechos funda-
mentales para el desarrollo de un comportamiento agresivo, aunque este no
se manifieste en forma violenta. No es posible producir conductas absolu-
tamente carentes de agresividad. Si ello fuera posible, no sería deseable; a
pesar de ello, se pueden prevenir ciertas tendencias a la violencia y a la
agresividad exacerbadas mediante un trato afectivo, cuidadoso y emocio-
nalmente estable. En este sentido, es fundamental que los niños internalicen
hábitos de trabajo en equipo y no competitivos. En ocasiones se es más
agresivo con las personas queridas; ello se debe fundamentalmente a que
ante ellas está menos inhibido el comportamiento espontáneo del sujeto. Y
se ejerce menor control o represión sobre la propia conducta. En las situa-
ciones de compromiso, los individuos se comportan mucho más controla-
damente y, por tanto, inhiben en mayor grado sus muestras espontáneas de
desagrado y agresión. Cuando desaparece este control, se facilita la res-
puesta agresiva contenida y queda al descubierto la agresividad latente.
A menudo se asiste a peleas infantiles que, cuanto más se reprimen, más
enconadas se vuelven. Ante estas situaciones solo es posible ignorar lo
que está pasando o, al margen de la represión, intervenir activamente sepa-
rando a los dos contendientes. Será poco afortunado pretender razonar sobre
la pelea en lo inmediato. Siempre es preferible dejar pasar unas horas para
intentar razonar fríamente. Todos conocemos a niños que siempre son ellos
los que reciben los golpes o a quienes los demás pegan y estos casi nunca
responden. La causa suele ser que el niño posee una sensibilidad demasia-
do blanda y el dolor físico le aterroriza. Su lógica es muy sencilla. «Yo no
necesito pegarle y por tanto la satisfacción que pueda obtener pegándole
248 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

me importa poco. A mí lo que me dan miedo son sus tortas. Si no le de-


vuelvo ninguna, recibo dos o tres bofetadas. Si le devuelvo una, nadie me
quita de recibir una docena». Y obra en consecuencia, como los mamíferos
derrotados que ofrecen sus partes blandas al enemigo para detener su agre-
sión.
Si vemos a un niño tímido que siempre le pegan y nunca devuelve, si al-
guna vez se atreve a hacerlo, también hay que cortarle. Porque por ese ca-
mino nunca progresa la solución de su problema y mejor que así sea, sola-
mente se agravaría, porque antes teníamos a un niño tímido, pero ahora
tendríamos a un niño tímido y además agresivo. Esta clase de niños, que he
calificado con poca exactitud de tímidos, frecuentemente padecen una doble
humillación, la que sufren con la agresión y la que padecen en su casa
cuando sus mayores le reprenden por su cobardía y le incitan a una pelea
que es superior a sus fuerzas. La solución pasa por analizar cuidadosa-
mente todas las posibles causas que sustentan la conducta y orientar ade-
cuadamente sobre cada una de ellas. Si el ambiente está educando a un niño
blando o incapaz de relacionarse socialmente con normalidad, indudable-
mente la orientación superará el ámbito restringido de la respuesta ante la
agresión. Si el caso es llamativo, una probable y «llamativa» solución sería
que los padres de estos niños los inscriban en algún curso de defensa per-
sonal, judo o kárate. Se encontrarán con profesores que tienen clarísima la
diferencia entre violencia y agresividad, que sabrán enseñarles a utilizar
la violencia para defenderse sin agresividad de la agresividad violenta de
otros. Esta sugerencia puede sorprender pero la práctica demuestra que
nunca he encontrado ni conocido a un niño entrenado que tenga que de-
mostrar ante sus agresores que ya es capaz de defenderse. Él siente que es
capaz de defenderse y eso basta. Generalmente, los niños agresores abuso-
nes eligen las víctimas entre los niños que parecen tener una atracción,
como un «imán», de indefensión que reclama la agresión. Esta recomenda-
ción práctica y puntual no es generalizable, habría que conocer las realidad
de los casos concretos, sí tiene que quedar claro que el objetivo es minimi-
zar las conductas agresivas.
Quiero dejar claro, repitiéndolo una vez más, que a corto plazo siempre
que haya expresiones de agresividad hay que cortarlas y, a medio y largo
plazo lo fundamental es educar la agresividad en la familia, sin olvidar los
otros medios de socialización del niño (la escuela, la televisión, los iguales,
etc.), que deberían participar también en esta educación de la agresividad,
convirtiéndose todos ellos en la palanca que impulse hacia el cambio, para
disfrutar de un futuro con menos manifestaciones y expresiones de actos
agresivos y por consiguiente más fácilmente feliz y diferente de este pre-
sente, en el que hay muchas guerras regionales, terrorismo y una perma-
nente dinámica de conflicto, con un punto de referencia en los ataques a las
EL DEBER DE EDUCAR LA AGRESIVIDAD 249

«torres gemelas» de Nueva York y al «pentágono» en Washington el 11 de


septiembre del 2001.
Hoy es posible ejercer un control sobre la agresividad utilizando psico-
fármacos, recursos químicos de acción tranquilizante o sedativa, que dis-
minuyen la capacidad de agresión del individuo y reducen la ansiedad.
Otros psicofármacos, de efectos más contundentes, llegan a incidir incluso
sobre el componente ideativo que pueda producir la agresividad. Se admi-
nistran generalmente en altas dosis a los enfermos psicóticos. Pero en ge-
neral, en los comportamientos agresivos no enmarcables como síntomas de
enfermedad psíquica no es oportuno actuar con psicofármacos. Lo aconse-
jable es buscar las causas de un alto potencial agresivo y, a su vez, el propio
mecanismo de la respuesta agresiva. Cuando los niños han superado los cin-
co años empiezan a adquirir, mediante educación, un progresivo control de
su agresividad. Si no es así y las manifestaciones de agresividad son exce-
sivas, puede ocurrir que se esté dando un planteamiento familiar de la edu-
cación de la agresividad erróneo, frecuentemente con unos padres que ac-
túan como modelos de conducta agresiva. Se trataría de una deficiencia de
un aspecto concreto de la personalidad que puede no relacionarse con una
inmadurez más amplia.
También puede haber una educación que esté fomentando la inestabili-
dad emocional. La inestabilidad implica escasa resistencia a la frustración y
consecuentemente mayor necesidad agresiva. La dominancia coincidente
con la inestabilidad emocional también provoca descontrol de la conducta
agresiva. Esta clase de conducta agresiva, como todo lo que se origine a par-
tir de la inestabilidad emocional, se relaciona con una inmadurez de la per-
sonalidad más amplia.
La educación debe ser integral y para ello tendremos en cuenta los
agentes educativos aludidos ya, empezando por la familia y la escuela. La
investigación dice que no cabe educación de calidad si la agresividad del
ambiente familiar no está controlada. En el proceso de educación se desa-
rrolla la identificación y la autoestima, pero ello es imposible si no se con-
trola la necesidad de hacer daño entre padres e hijos que, a su vez, fomenta
la agresividad.
Hay un problema en nuestro país que venimos arrastrando desde hace
unos años: la mayoría de los padres y educadores temen perjudicar a sus hi-
jos o alumnos si consideran la malignidad de la agresividad y se limitan a
reprimir las manifestaciones más molestas con una actitud errática e incon-
sistente. A mí me han manifestado muchos padres y docentes: «yo no sé
qué hacer con estos adolescentes, son incontrolables». Vuelvo a insistir
que en muchos ambientes se aceptaba que la agresividad debe tener un
desahogo y que, tal alivio o descarga es positivo. Los datos nos demuestran
250 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

que cuanta más conducta agresiva se ejecute, más se aprende a ejecutar y


más difícil resulta después controlarla. Probablemente la agresividad de
muchos adultos actuales no fue educada correctamente y consecuentemen-
te estén actuando de forma visceral, con precipitación y posteriores auto-
justificaciones cargadas de subjetivismo.
Ya he dicho que he asistido en los años ochenta del siglo XX a reuniones
informales con profesores, padres y otros compañeros donde se debatía
sobre cómo educar, modelos y teorías sobre la educación, y en estas reu-
niones cada uno desde su particular experiencia quería generalizar modelos.
Pero hoy ya se han llevado a cabo muchas investigaciones para que sigamos
equivocándonos. Tengamos en cuenta que las intervenciones caóticas de
muchos padres y educadores confunden y crean mala conciencia, esto es lo
primero que debe tener claro todo profesor o padre. Las contradicciones, la
inseguridad e incluso en algunos, su fanatismo, es lo primero que hay que
reconocer para aprender a proceder con mejor criterio, por tanto hay que te-
ner claros los conceptos de agresividad y violencia, para saber si la agresi-
vidad es negativa y cómo proceder cuando somos testigos de manifesta-
ciones de agresividad en nuestros hijos o alumnos. Parece también que la
agresión en los niños está íntimamente relacionada con el nivel de actividad,
en el cual influye considerablemente la constitución física del individuo.
Vemos que los niños activos se relacionan con sus semejantes más fre-
cuentemente y más intensamente, y se ven envueltos en más situaciones que
habrán de producir respuestas agresivas y es probable que los niños más ac-
tivos sean reforzados por sus semejantes en su conducta socialmente agre-
siva. Para resumir lo dicho anteriormente, no nos podemos orientar en fun-
ción de nuestras creencias u opiniones de los autores leídos o de
experiencias concretas y quizás muy particulares.

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SPIRO HM, MCCREA CURNEN M. Facing death. New Haven. Yale University
Press, 1996.
8
Identificación de claves
desactivadoras de
la conducta agresiva

Amado Ramírez Villafáñez


Psicólogo Especialista en Psicología Clínica.
Consulta Privada en Valladolid

1. INTRODUCCIÓN

La violencia es una de las contradicciones más destacadas de una so-


ciedad avanzada que presume de bienestar, creatividad y conocimiento.
Aunque nos duela sabemos que es así y tenemos que admitirlo, si queremos
reducirla en algún grado.
Para ello debemos acercarnos a su estudio, con el fantaseado y utópico
objetivo de desvelar las señales incipientes que pudieran ser germen de
este tipo de conductas, con la clara finalidad de reducirlas y evitarlas.
Al menos en Occidente esta época presuntamente vanguardista se ha de-
sarrollado hacia el «exterior» merced al increíble avance científico y tec-
nológico, que en teoría nos ha liberado de multitud de esclavitudes, pro-
porcionando un bien que hasta hace poco se considerada indudable y ahora
a veces se cuestiona: nos estamos refiriendo a la comodidad, que rebasado
un cierto nivel se vuelve como un boomerang contra quien la practica, ge-
nerando incompetencia.
Si unimos comodidad, como un valor inherente a nuestros modos de vi-
vir, a la abundancia y al relativismo cultural, podemos encontrar acaso los
orígenes de cierta superficialidad que sin duda nos obligará, en breve, a
plantearse un minimun de crecimiento «interior» a riesgo de no actuar así,
de tener que avergonzarse del precario y con frecuencia inexistente desa-
rrollo logrado en el respeto a la vida y los valores ajenos, con los que la ac-
tualidad nos sorprende cada día.
253
254 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

La agresión que provoca pavor está inscrita en la historia de la especie y


se constituye en injusta regidora de demasiados destinos con los que se en-
saña, interrumpiendo alegrías, proyectos e ilusiones que pertenecen a esa
parte íntima y digna inviolable y reverencial que cada sujeto debiera pose-
er, defender y cuidar. El drama se representa a diario, en los infinitos esce-
narios en los cuales la vida centellea y brilla, intentando apagarla y restar
fulgor a la maravilla y el milagro que supone.
Cuando pensamos en violencias, la cabeza se llena de imágenes: escenas
salvajes entre individuos y grupos, guerras, crímenes, terrorismo, viola-
ciones, asaltos y robos. La imaginación repasa películas, videos y noticias
de telediario, con las que se atasca de miserias ese almacén que llamamos
memoria y se impregna el corazón de rabia y de tristeza.
Tristemente, por negativo impacto de la rutina, este tipo de sucesos, por
impactantes e intensos que resulten, terminan siendo habituales, dejando así
de ser sorpresivos e inquietantes. Nos hemos acostumbrado a ellos por in-
creíble que resulte creerlo.
El hábito adquirido de asistir al espectáculo de la violencia en diferido,
permite tomar una cierta distancia del dolor, la sangre y el acoso a que nos
somete la barbarie, la rabia y el resentimiento, que acosa y acorrala ideas y
vidas ajenas. Esas cosas les suceden a «los otros». El pulso ciudadano se ha
enfriado de tal modo ante el horror, que son aisladas las voces que se alzan
exigiendo y trabajando serenamente por un mundo menos hostil.
El hombre animal manipulador por excelencia se resiste a abandonar su
herramienta de acoso principal: la amenaza, la intimidación y la fuerza. Y
son demasiadas las tentaciones a ejercerla, dejándose arrastrar por circuns-
tancias, roles, poderes y ambición.
Únicamente la educación en el respeto y la convivencia, puede paliar,
reducir y eliminar esa malvada tentación, que quien practica justifica y es
injustificable por sí misma en cualquier caso y situación.
Incluso en defensa de la propia vida, es preciso no confundir los límites
donde termina la obligada protección de uno mismo y el lugar exacto don-
de la víctima se transforma de acosado en acosador.
Resultará crudo admitir que todos podemos ser violentos y constatar que
no es sencillo controlar cada una de las infinitas provocaciones con las
que a diario nos obsequia una realidad innecesariamente ruda y hostil que se
defiende mucho antes de que se produzca ataque alguno, en un afán de pro-
tección que agrede de hecho.
Necesario será, igualmente, percatarse de la dañina existencia de otras
violencias en las que probablemente pensamos con menos frecuencia y
IDENTIFICACIÓN DE CLAVES DESACTIVADORAS DE LA CONDUCTA AGRESIVA 255

pavor y no obstante se ejercen con excesiva naturalidad consentida por to-


dos.
Nos referimos a la que produce la ostentación, la injusticia, la banalidad,
el hastío, la rutina, la falta de reconocimiento, el descrédito provocado y la
mala intención que asolan el mundo del trabajo, la calle y la casa.
Son otro tipo de catástrofes menos manifiestas, más veladas que se
ejercen con el amargo sabor de sentimientos tan negativos, como la envidia,
el odio, el rencor, la humillación y la venganza.
La clave de soluciones empieza por la escuela y la familia. La educación
es talismán único que aporta remedios generosos para integrar tensiones y
diferencias, educando la «plastilina» que es el «alma» de un niño en la
convivencia y la tolerancia, la cooperación y la compasión imprescindibles.
Escasean conocimientos para la vida. Sobran memoria, datos... infor-
mación. Precisamos desarrollar la atención y la perspicacia para interpretar
sentimientos y emociones distintas, conflictivas, tensas, con el fin de esta-
blecer diálogos transformadores que instauren bases suficientes para hacer
menos triste y más habitable el planeta.
Para aproximarse a ese objetivo, se precisa entender en algún grado la
dinámica de los comportamientos agresivos, para que no se desarrollen, se
«apaguen», no prosperen. Pueden establecerse algunos tipo de pautas, por
supuesto nada sencillas, para lograr ese tipo de objetivos. Será nuestra in-
tención apuntar alguna estrategia en esa dirección en los próximos epígrafes.
Antes presentaremos algunos datos del funcionamiento incipiente de las
conductas agresivas, claves de identificación y pautas de actuación.

2. SENTIMIENTOS INFANTOJUVENILES Y VIOLENCIA

La violencia adulta, con mucha frecuencia ha mostrado con anterioridad


señales y signos en las etapas previas de la historia del desarrollo adoles-
cente del sujeto que la exhibe e incluso en edades infantiles en casos extre-
mos.
Son indicadores fiables e incipientes de comportamientos agresivos fu-
turos que se manifiestan en muchas situaciones de convivencia familiar y
grupal y que pueden ser perfectamente detectados y tratados con adecuadas
estrategias de observación y educación. Acciones y planes preventivos,
que únicamente son posibles cuando los jóvenes evolucionan en sus actitu-
des bajo la mirada atenta y vigilante de padres y educadores.
Es corriente ver niños que avasallan a sus hermanos y compañeros, in-
vaden sus espacios íntimos y les presionan con sus gestos y su verborrea re-
256 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

tadora y burlona y comprobar que algunos padres, tutores y educadores, les


consienten sus gracias, sencillamente porque los consideran incontrola-
bles. Es cómodo dejar hacer y no prestar la enorme cantidad de atención que
exigen los niños difíciles.
Por eso muchos adultos les entregan todo tipo de refuerzos menos el que
precisan: tiempo. La finalidad es clara: así no les molestan. Ocurre que así
es imposible educar. Son conductas repletas de comodidad que se concen-
tran en objetivos educativos fáciles y eluden los difíciles y de resultados es-
casos y ambiguos.
Si a esas señales que delatan falta evidente de respeto y desprecio por
normas elementales de convivencia y comportamiento, no se les presta la
debida atención y alerta, continuarán su evolución inexorable en el trans-
curso del desarrollo, provocando incidentes constantes en la convivencia co-
tidiana, en la familia, la escuela y el grupo de iguales, desembocando en
modos de comportamiento claramente retadores, hostiles y antisociales.
Claro que ¡por supuesto!, para percibir esas negativas señales, los adultos
que observan deben ser respetuosos y considerar la educación un valor
apetecible y, tristemente, eso no sucede siempre.
Cuando sí somos capaces de entender que las conductas negativas es
preciso encauzarlas y no confundimos libertad con falta de respeto, es pre-
ciso buscar las causas de esos comportamientos.
Una de las raíces de ese estilo de comportamiento la encontramos en los
inicios de la convivencia intrafamiliar ante la llegada de un hermano y ex-
trafamiliar al iniciar la escuela o guardería, momento de la vida en el que el
bebé sale del hogar protector hacia el mundo escolar.
En esa precisa etapa de socialización puede producirse una inadecuada
integración y maduración de las emociones negativas, si en vez de ceder y
negociar aprendiendo a convivir, se reacciona con rencor, resentimiento, en-
vidia, celos, odio, etc., construyéndose de ese modo comportamientos no
aptos para ceder protegiéndose y compartir.
La maduración que se inicia es, entre otras causas, el resultado básico de
superación de las interferencias y los obstáculos que se producen al con-
frontar las aspiraciones propias y ajenas.
Esas reacciones, además de estar condicionadas por el comportamiento
de los otros, son muy dependientes a su vez, como luego veremos, del
temperamento de cada sujeto, y menos como se ha insistido hasta ahora de
los estilos afectivos que impriman los progenitores, que al parecer no son
tan determinantes, como la influencia de algunos rasgos básicos.
IDENTIFICACIÓN DE CLAVES DESACTIVADORAS DE LA CONDUCTA AGRESIVA 257

Hay jóvenes más dóciles y más rebeldes por naturaleza y carácter, y en-
tre esos dos estilos de acción se perfilan las actuaciones individuales.
En el estilo de vivenciar las frustraciones y emociones negativas que la
convivencia provoca se define la capacidad concreta para la relación y se
perfilan y señalan desde el principio de la vida modelos de interacción con
los demás, dominantes o sumisos, pasivos, activos, integradores o manipu-
ladores, enfocados al éxito y el liderazgo o al fracaso y la masificación.
Consideramos crucial el modo en el que se enseña al niño a soportar el
sufrimiento ante las cosas que le salen mal, ayudándoles a trabajar su tole-
rancia y aceptación ante el fracaso, así como a encajar el hecho de compar-
tir deseos propios con las aspiraciones ajenas.
Todas esas variopintas reacciones emocionales surgidas de la convi-
vencia, al estabilizarse generarán en el transcurso del tiempo cualidades de
las personas que determinarán, una vez consolidadas, un abanico de perso-
nalidades distintas y distantes que se diferencian en su forma y fondo, por su
particular método de afrontamiento de la contrariedad, en cualquier situa-
ción en que esta emoción haga acto de presencia.
Manejar las situaciones que salen mal es una habilidad poco entrenada
en general en las personas. Se critica y ridiculiza el fracaso, la retirada a
tiempo, el no quedar por encima como el aceite y se potencia el orgullo, la
prepotencia y la fuerza.
Cuando la dinámica humana discurre paralela a los deseos, sin friccio-
nes ni impedimentos de ningún tipo, es difícil saber cómo es una persona,
especialmente cuando es un bebé. La mejor manera de conocerle y saber
algo de su temperamento es oponer alguna mínima resistencia a sus deseos.
No sucede algo distinto en los adultos. Por esa razón es sano observar
cómo se desenvuelven en la dificultad. La vida no es solo divertirse y con-
vivir en situaciones positivas con personas muy distintas a nuestro modo de
ser. Resulta algo más complicado compartir dificultades con diferentes
personas y caracteres.
La capacidad para resistir la vida es directamente proporcional a la ha-
bilidad de un sujeto para encarar situaciones complicadas. Dicho de otro
modo, una persona es más madura cuanto menos tiempo tarda en descubrir
sus errores.
El problema que estamos describiendo se refiere a la capacidad de sos-
layar y vencer la sensación de incomodidad y malestar ante los impondera-
bles.
Consideramos que en ese tipo de sensaciones está el origen de multitud
de reacciones agresivas y surge cuando algo o alguien se interfiere a los de-
258 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

seos. Se inicia en la infancia, cuando el niño desea algo y tiene que com-
partirlo con otros. Es comportamiento común y cotidiano que hemos visto
repetirse en las familias al nacimiento de otro hermano y en las guarderías
cuando deja de ser «el rey» y se ve impelido, sin otra solución posible, a
compartir todo con todos.
En ese proceso de socialización inevitable se observa la emergencia de
innumerables emociones de tonalidad anímica poco adaptativa, aglutinadas
en torno a la aludida reacción negativa de contrariedad.
Al lado se agrupan otras emociones con actitudes tan poco adaptativas
como el atrevimiento excesivo, el afán de manipulación y la osadía, la ver-
güenza no aceptada y la timidez que reacciona atacando.
Más tarde, en los adultos podemos identificar muchos sentimientos ne-
gativos, como un efecto colateral de historias personales de contrariedad,
surgidos de las dificultades, injusticias y desequilibrios del ambiente de cada
sujeto.
Es posible ver emerger otras muchas frustraciones provocadas por la
convivencia como consecuencia directa de sentimientos como la envidia,
la venganza, el odio e incluso el puro y nada simple afán de hacer daño.
Sentimientos que están en el origen de actitudes de vida, en gran parte
«elegidas» para interaccionar con los demás.
Para nuestros fines constituye objetivo inicial de reflexión e investiga-
ción preguntarse si esas actitudes emocionales claramente negativas, son
consecuencia de factores provocadores del ambiente o bien debemos buscar
las causas en predisposiciones genéticas determinantes del temperamento
individual.
Otra cuestión interesante: ¿existen posibilidades de conocer cómo evo-
luciona la violencia desde determinadas cualidades de personalidad infan-
tiles?, y más en concreto: ¿es posible intuir el previsible desarrollo de de-
terminados rasgos y variables del carácter hacia actitudes consolidadas de
contenido claramente violento?
Es muy probable que la mayoría de lectores se inclinen de antemano,
apoyados en su experiencia de vida, por la respuesta afirmativa ante inte-
rrogantes semejantes a los anteriores.
Efectivamente, todos conocemos historias de sujetos que muestran una
historia de comportamientos negativos. Son esas personas que muestran pa-
trones de acción de tonalidad agresiva, con mal pronóstico para su evolu-
ción e integración social futura. Sabemos que con cierta frecuencia esos pro-
nósticos se cumplieron en más de una ocasión.
IDENTIFICACIÓN DE CLAVES DESACTIVADORAS DE LA CONDUCTA AGRESIVA 259

De inmediato asalta la duda razonable: ¿esas «profecías» cumplidas, no


se produjeron precisamente por eso, por ser profecías? O más en concreto,
¿ese estilo violento no es resultado de influencias y críticas negativas?
Acaso algunos se comporten como se espera de ellos en alguna medida
difícil de establecer, por no «defraudar» a quienes tienen esas «esperanzas»
sobre sus conductas futuras, dicho de modo ligeramente irónico.
Vamos a intentar clarificar en alguna media estos interrogantes en los
siguientes epígrafes, comenzando por estudiar las relaciones entre ambien-
te, herencia, carácter y actitudes violentas.

3. VIOLENCIA Y CARÁCTER

Indudablemente somos diferentes desde que nacemos y las diferencias


permanecerán en el tiempo al margen de la educación y las influencias del
ambiente. Ahora bien ¿realmente es tan inflexible el carácter?, y si lo es, ¿lo
ha sido siempre? Creemos que no.
Cambiar el modo de ser es posible, aunque complicado, más cuanto me-
nos lo desee el sujeto y más edad tenga.
Evidentemente se influye mejor a un niño por muy recalcitrante que sea
que a un adulto y es más sencillo ayudar a variar actitudes a quien tiene ga-
nas y necesidad de variar sus rumbos de vida, que a otros que se enorgulle-
cen de sus bravuconadas.
Todo tiene su tiempo, su momento y su edad. Hay que ser oportunos
para todo. La posibilidad de modificar índices distintivos de violencia en el
comportamiento de las personas posee sus claves y circunstancias. Saber
aprovecharlas es crucial.
Muchos padres y educadores desaprovecharon su momento, se les esca-
pó de las manos la correcta educación y modificación de actitudes. En al-
gunos casos por falta de dedicación y atención, y en otros porque no dieron
importancia suficiente a diferentes asuntos poco agradables que tenían peli-
gro implícito y explícito suficiente como para procurar reducirle o eliminarle.
No queremos decir con esto que todas las situaciones inadaptativas de
edades posteriores a la infancia sean en parte responsabilidad de educadores
y tutores. Sí afirmamos que demasiadas veces no se está suficientemente
atento, porque la vida nos despista y nos cansa a todos y se nos van de las
manos asuntos importantes.
Las diferentes teorías de la personalidad admitidas en la actualidad,
insisten mucho en descubrir si lo determinante del carácter es la herencia o
260 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

el ambiente. Para refrendar esta afirmación repasaremos las bases teóricas


de una de ellas, acaso de las más aceptadas por las diferentes comunidades
científicas: la teoría de los cinco factores, propuesta por Widiger, Costa y
McCrae (Millon 1998) que expondremos brevemente.
Como nos recuerda Millon, ya en los años 60 del pasado siglo
McDougall sugirió que la mejor forma de analizar cómo es un individuo,
consistía en estudiar el conjunto de cualidades que le caracterizan, que se
agrupaban matemáticamente desde un modelo factorial.
El problema era concretar cuáles y cuántos factores significativos elegir
del conjunto de adjetivos calificativos con los que se define la personalidad
desde el léxico popular: es bueno, malo, listo, torpe, trabajador, vago, etc.
El modelo ofrecido por los autores mencionados en el año 1993 ha sur-
gido precisamente aislando aspectos significativos del lenguaje. Los cinco
rasgos o características que, finalmente, seleccionaron por el procedimien-
to matemático del análisis factorial como significativos para definir el
modo de ser de un sujeto son:

a) Neuroticismo: que evalúa y mide inestabilidad emocional y sus-


ceptibilidad al malestar. Es el grado de desconfianza que tiene un
sujeto.
b) Extroversión: o disposición a la búsqueda de actividad y estimula-
ción, así como a la atracción por la interrelación personal. Significa
que necesita más estímulos que otros para vivir.
c) Apertura a la experiencia: que presupone imaginación, curiosidad,
aprecio y atracción por lo nuevo y sorpresivo.
d) Agradabilidad: que identifica personas con buen carácter, confia-
das, dispuestas al altruismo y la cooperación, y por supuesto sim-
páticas.
e) Responsabilidad: que señala la atracción por la persistencia, la or-
ganización, la ambición y el cumplimiento del deber.

Millon considera a este modelo muy útil para definir personalidades de-
sajustadas y con problemas, lo que supone gran utilidad a la hora de definir
cuáles son las tendencias adaptativas o inadaptativas hacia los demás.
Sirve además para diseñar y planificar actuaciones clínicas dirigidas ha-
cia el cambio y modificación de esas conductas hacia otras más facilitado-
ras de la integración grupal.
Por ejemplo, un exceso del rasgo agradabilidad no siempre es bueno,
pues indica a la vez excesiva dependencia y sumisión. Por contra, si la an-
IDENTIFICACIÓN DE CLAVES DESACTIVADORAS DE LA CONDUCTA AGRESIVA 261

tipatía es el rasgo que se extralimita provoca actitudes groseras, violentas y


antisociales.
Del mismo modo, una actitud de exceso de apertura a la relación y la
experiencia novedosa, típica de una extroversión no controlada, puede de-
sembocar en actuaciones maníacas.
Vemos que no es oro todo lo que reluce y no se trata de poseer esta o
aquella actitud porque parecen más apetecibles, el secreto de un estilo ade-
cuado de conducta está en una buena combinación.
La agresión (objeto de nuestra atención) puede manifestarse en cual-
quiera de las dos tendencias más básicas de personalidad, que se representan
en los dos primeros factores.
Sabemos que existen extrovertidos violentos, ya que el factor extrover-
sión supone que los sujetos que lo poseen están más próximos a la actitud
de atrevimiento, falta de vergüenza e incluso de osadía que aquellos otros a
quienes les caracteriza el factor de neuroticismo, que en general se inclinan
a la inhibición y a la inestabilidad, el temor, la vergüenza y la falta de
atrevimiento. Sabemos igualmente que un introvertido puede ser en oca-
siones extraordinariamente agresivo.
La violencia se manifiesta siempre con avasallamiento, descaro y de-
sinhibición en el momento en que se produce, pero no debemos olvidar que
su evolución y desarrollo puede tener orígenes diversos.
De ese modo, un introvertido caracterizado típicamente por su prover-
bial timidez, que puede incluso no atreverse a mirar a la cara, puede al mis-
mo tiempo ir acumulando resentimiento, dolor y rabia. Emociones negativas
que no se expresan, a veces de modo absolutamente inobservable, se trans-
forman en energía negativa, que como una especie de bomba insospechada
y oculta, puede constituirse en agresión interna y creciente que perjudica al
sujeto pero no se manifiesta jamás, o bien, por misteriosas coincidencias y
circunstancias personales y ambientales, estallar sorpresiva e inesperada-
mente con tal potencia que desconcierte absolutamente a propios y extraños
e incluso al propio sujeto que la ejerce, provocando consecuencias altamente
negativas.
Los clínicos hemos conocido más de un caso de personas que no matan
una mosca y sin embargo en situaciones en las cuales se han sentido humi-
lladas, vejadas o ridiculizadas, han sorprendido a propios y extraños con
conductas de violencia y agresión inusitada, impulsada por deseos de ven-
ganza irrefrenables.
262 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

4. LA POSIBILIDAD DE MODIFICAR EL MODO DE SER

Al referirnos al modo de ser y actuar estamos considerando que el


comportamiento es estable. Nada más lejos de la verdad. Las personas es-
tables en todo lugar y condición escasean como el buen tiempo atmosférico.
Se requiere una gran firmeza de creencias y convicciones para mantener ac-
tuaciones estables.
Mucho más frecuente es sorprenderse con los cambios de carácter ines-
perados con los que nos obsequiamos en las interacciones cotidianas.
Cuando fantaseamos que la estabilidad permanecerá a lo largo de dife-
rentes situaciones y lo damos por hecho, estamos cayendo en una de las
trampas más corrientes de la percepción.
La vida fluctúa y cambia y a las personas les ocurre igual, incluso aun-
que no se den cuenta. Con el tiempo, nadie puede cumplir en su totalidad las
expectativas soñadas y de ahí precisamente surgen multitud de decepciones.
Suceso que es más común cuanto más alto sea el objetivo.
Por otro lado, y como curiosidad, esa dinámica se puede observar igual-
mente en las frustraciones de muchos amantes: a más intimidad y tiempo
compartido, más dificultad de alcanzar la plenitud afectiva. Es más fácil so-
ñar que movilizar la realidad en la dirección elegida.
El fracaso de las expectativas excesivas e irreales conduce a otra per-
cepción errónea opuesta a la anterior. En este caso el fallo está en la consi-
deración que lleva a confundir difícil con imposible. Así piensan quiénes
creen una falacia soñar con cambio alguno, ya que cada uno es como es. Lo
que implícitamente supone serlo para siempre. Creencia que supone que he-
redamos la manera de ser y poco o nada puede hacerse para que alguien sea
diferente.
Cuando hacemos esas consideraciones en realidad estamos dudando de
la posibilidad de modificar cualquier tipo de actitud.
Si esto fuera así, gran parte de la psicología, al menos la correspondiente
al cambio de actitudes a través de la terapia y la orientación, no tendría mu-
cho sentido. Y de hecho así lo consideran algunos autores, muy alejados de
nuestras convicciones, como Degen R (2001).
Afortunadamente una cosa es la apariencia y otra la realidad. Las dife-
rentes terapias, los psicólogos y la propia ciencia del comportamiento, no
siempre tienen fiabilidad, sentido común y eficacia. No obstante, en multi-
tud de ocasiones pueden aportar intervenciones acertadas, de las que dan fe
multitud de personas que se han beneficiado de una palabra, un gesto o una
IDENTIFICACIÓN DE CLAVES DESACTIVADORAS DE LA CONDUCTA AGRESIVA 263

orientación, adquiriendo así una visión diferente de la realidad que las ha


animado al cambio.
Como veremos en epígrafes siguientes, las personas pueden cambiar,
con la condición de que lo deseen profundamente y se esfuercen mucho por
lograrlo. De otro modo y sin esas premisas el cambio es una especie de
utopía.
Claro que los facilitadores de cambios no pueden ser puros técnicos
que apliquen procedimientos sin prestar apoyos adecuados. No existen re-
cursos tipo receta para cambiar a nadie. Es preciso una gran inversión de
atención, paciencia y ganas de ayudar, para obtener algún modesto resul-
tado.
La compensación es altamente interesante, dado que pequeños cambios
de personalidad provocan grandes avances en la adaptación del sujeto al
medio.

5. REACCIONES VIOLENTAS, GENÉTICA Y AMBIENTE

Volviendo al método usado por los científicos para concretar los rasgos
que permiten definir la personalidad, debemos señalar que actualmente se
constituye en una línea de pensamiento que defiende la determinación pre-
ferentemente biológica y por lo tanto heredada de la conducta. Existe cier-
ta inclinación a considerar poco importante la influencia ambiental en el
modo de ser de las personas. Se concibe que una persona nerviosa nació así
y mantendrá esa forma de ser y manifestarse a lo largo de toda su existencia.
Los investigadores que defienden estas teorías se han preocupado mu-
cho de demostrar la capacidad de estos modelos de personalidad para defi-
nir cómo es un sujeto y también para predecir cómo será en el futuro.
Es lógico pensar que si se considera la conducta de una persona como
resultado de una disposición genética, lo esperable sería que sus las actua-
ciones mostrarán una estabilidad en el transcurso de su existencia, mani-
festada en la forma de ser y comportarse del sujeto.
Esta postura biológica defiende implícitamente la dificultad para mo-
dificar conductas inadaptativas y propone, in extremis, que determinados
sujetos con rasgos peligrosos y antisociales, supuestamente heredados, es-
tán de algún modo «casi obligados» a manifestarse siempre, en algún gra-
do, agresivos, se actúe con ellos como se actúe y se les eduque como se les
eduque.
Una muestra de esa tendencia actual referida al ámbito de las conductas
violentas podemos verla ya reflejada en las hoy poco novedosas investiga-
264 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

ciones de Lombroso (1805-1909), quien en su obra: El crimen, causas y re-


medios (1900), describe la tipología del futuro delincuente. Es uno de los
trabajos que han influido y mucho en estudios posteriores de criminolo-
gía. No hay que olvidar no obstante que la ciencia se impregna, y mucho, de
creencias sociales imperantes en una cultura.
Otra línea de investigación, no menos científica, asigna a la influencia
de las diferentes circunstancias que afectan a la vida del sujeto, una trans-
cendencia crucial en el comportamiento de las personas. De hecho, un autor
tan significativo como Watson, uno de los padres de la psicología moderna,
afirmaba: «dadme un niño y haré de él un criminal o un santo».
Negar la importancia del ambiente en el modo de ser de las personas es
una postura insostenible con los conocimientos actuales. Otro asunto será
saber y conocer exactamente las variables ambientales concretas que influ-
yen en ese modelado de la conducta, que muchas veces parece fruto del azar,
dado que las variables que influyen en ella son tantas, tan poco medibles y
tan variadas.
No olvidemos que resulta más sencillo y cómodo predecir la conducta
en términos de efectos fácilmente observables. Lo biológico, merced al
desarrollo científico actual, es de más fácil constatación y permite realizar
inferencias más precisas. Contrariamente, la multitud de caóticas e impen-
sadas influencias del ambiente que influyen en las personas son mucho
más complejas de determinar. Sin embargo son igualmente innegables.
Conocerlas exactamente es tarea compleja que se presta a muchas hipótesis
e interpretaciones a veces sugestivas y poco consistentes. Lo ambiental in-
fluye mucho en la conducta, pero no siempre es sencillo determinarlo con
precisión.
Tener en mente estas premisas para plantear, gracias a ellas, la hipótesis
de que una manifestación de agresión en un momento concreto no tiene por
qué significar que en otra situación similar se reaccione del mismo modo y
mucho menos que quien es agresivo hoy, lo vaya a ser siempre y en todo
lugar.
Hipótesis nada difícil de contrastar con los conocimientos actuales, ya
que resulta, sin duda, mucho más fidedigno considerar a la agresión de-
pendiente de circunstancias producidas por el aprendizaje social emanadas
de la convivencia. Sin que deje de ser obvio que está a la vez influida por al-
gunos factores predisponentes biológicos. De este modo herencia y am-
biente determinan la conducta agresiva, y lo que siempre es difícil es asig-
nar la proporción adecuada en la que en cada caso participan influencias y
variables procedentes, en su origen, de esos dos ámbitos.
IDENTIFICACIÓN DE CLAVES DESACTIVADORAS DE LA CONDUCTA AGRESIVA 265

6. LA OBLIGACIÓN Y EL RETO DE ENCAUZAR


LA AGRESIÓN

Una buena educación en un carácter poco adaptado puede hacer verda-


deros milagros cuando el proyecto educativo se ajusta a objetivos concretos,
como lo es por ejemplo el intentar reducir la tendencia a la agresión. Y al
contrario, una educación inexistente o errónea en una persona escasamente
agresiva puede excitarla de tal modo que le impulse a notables incrementos
de agresividad.
Los climas familiares conflictivos con intencionalidades retorcidas y
alejadas de objetivos de convivencia en armonía, son la clave de muchos
comportamientos y reacciones aparentemente inadaptativas e inexplica-
bles. No deja de resultar curioso que demasiadas personas tengan temor a la
separación por las consecuencias negativas que su decisión refleje en los hi-
jos y después no sean capaces de frenar impulsos que deterioran intensa-
mente la personalidad de toda la familia. Mucho más sano y valiente sería
decirse adiós con cortesía.
El asunto es parecido a la relación entre inteligencia y esfuerzo. ¿Cuál es
más importante de ambos factores? En algunos casos sin inteligencia no
pueden emprenderse proyectos atrevidos y empresas arriesgadas y es posi-
ble que sean precisos recursos extremadamente creativos que señalen con
prioridad la necesidad de inteligencia. Sin embargo el esfuerzo nunca sobra,
ni siquiera en esos casos.
Del mismo modo: una persona poseedora de un sistema nervioso de pri-
mera calidad con temple, que sabe estar en la vida, si tiene la desgracia de
tener que desenvolverse en un medio absolutamente hostil, puede fracasar y
de hecho, fracasan muchas personas así en esas condiciones.
Sucede algunas veces lo contrario: una persona con un sistema nervio-
so implícitamente menos templado, con rasgos de timidez, temor, inseguri-
dad etc., en un ambiente adecuado que, no obstante, interprete y «entienda»
adecuadamente, puede alcanzar éxitos considerables y sorprendentes.
La adaptación y habituación a las circunstancias es tan importante como
la capacidad original que se posea para afrontar la vida. Analicemos un
ejemplo de cómo las circunstancias provocan cambios en la conducta.
En el inicio de la paternidad, los nuevos padres con mucha frecuencia
no sienten un amor inmediato por sus hijos y precisan de una etapa de
adaptación cuya duración es variable dependiendo de aspectos personales y
ambientales. En definitiva, se produce un rechazo hacia el bebé cuya in-
tensidad es variable. Esta actitud de los padres se repite con los siguientes
hijos cuando los embarazos no son plenamente deseados y aceptados.
266 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

No es imprescindible disponer de antemano de la esperada actitud pa-


ternal de protección y cariño. Es suficiente tener la predisposición a generar
una progresiva y paulatina adaptación para la puesta en marcha de una serie
de cambios de «planes» y modelos del mundo, que los progenitores tienen
que efectuar para adecuar y descubrir su nuevo rol.
Ajuste que concretará las necesidades de afecto propias y de su bebé en
nuevas actitudes que se desarrollan con el tiempo y que no todos logran eje-
cutar de modo adecuado y correcto.
Cuando los hijos no se ajustan a las expectativas de sus progenitores se
suscitan reacciones de ira, que pueden transformarse bien en agresión y cul-
pa hacia uno mismo, bien en violencia y maltrato gestual y psicológico e in-
cluso físico.
Para tranquilidad de todos, diremos que solo una minoría de padres no
superan esas fases adaptativas. Casos aislados que pudieran ser triste pro-
tagonista de algún suceso violento.

7. CONTRA EL MITO DE LA «IRREFRENABLE


IMPULSIVIDAD DE LA AGRESIÓN»

Lo expuesto anteriormente permite afirmar que la violencia no obedece


en exclusiva a causas e impulsos imposibles de controlar y socializar, como
supusieron y aún suponen investigadores adscritos a corrientes instintivistas
que explican esa clase de comportamientos, apelando a desconocidas y
misteriosas relacionadas con los sistemas biológicos y automáticos de de-
fensa de la especie.
Quienes conceden a los impulsos poder tan exclusivo, olvidan que
nuestro comportamiento depende no solo de las circunstancias, también
de las creencias, individuales y sociales, que son a su vez dependientes de la
realidad cultural que nos acoge y cobija.
Si se cree de antemano, con convicción absoluta, que la conducta fun-
ciona por mecanismos de defensa y la ley del más fuerte, el riesgo de com-
portarse y actuar en consecuencia, más defensivamente de lo que se precise
en cada circunstancia y ocasión, es muy elevado.
Concluir, por poseer esas ideas dogmáticas, considerando que la ley de
la fuerza rige los destinos de los hombres es una apreciación fácil, inmediata
y peligrosa, que pervive, para nuestro mal, en excesivo número de cerebros
contemporáneos. Resulta urgente modificar las convicciones respecto a
este tema, especialmente las que muestran los sujetos más jóvenes.
IDENTIFICACIÓN DE CLAVES DESACTIVADORAS DE LA CONDUCTA AGRESIVA 267

A la vez es necesario admitir con humildad el desconocimiento de las


posibles y potenciales reacciones a las infinitas respuestas de la vida y sa-
ber que las emociones sorprenden constantemente a las personas. Una de
ellas que invade, atrapa y desestabiliza es precisamente la violencia. Cuan-
do sucede provoca un estallido, y al apagarse ya en la calma la experiencia,
desagradable e incómoda, de culpa, extrañeza e incredulidad.
Muchos sujetos se llenan de extrañeza al descubrir en ellos este tipo de
reacciones que no sospechaban poder protagonizar jamás.
Las emociones desorganizan y provocan descontrol. No puede negarse
que existe un impulso a responder de manera automática a quienes agreden
o lo intentan. Es sin embargo una verdad con al menos dos matices:

a) Muchos perciben agresión en un simple gesto inocente y otros no la


perciben ante amenazas claras. En definitiva, algunas personas son
más tranquilas que otras.
b) Existen sujetos que han aprendido, a través de la educación correc-
ta, a controlar las señales internas, que le avisan de su estado emo-
cional negativo y saben frenar a tiempo. Otras además de negarse a
aprender cómo apagar esa activación... la encienden.

Las personas son diferentes y lo son sus actitudes ante este tipo de
emociones heredadas y aprendidas. La buena noticia es que este tipo de in-
tenciones y hechos pueden ser controlables, en algún grado, a través de
aprendizajes tempranos que ayuden a apagar la agresión cuando el fuego se
inicia.
Se pueden y se deben realizar esos aprendizajes en la infancia, con el
objetivo explícito de que favorezcan atenuar comportamientos atrevidos y
conductas peligrosas.

8. APAGAR LA «HOGUERA» CUANDO SE INICIA


EL «FUEGO»

Ante circunstancias extremas y especiales resulta verdaderamente difí-


cil el control emotivo. No obstante no podemos, sin más, asignar a los he-
chos un poder absoluto sobre las conductas cuyas causas y motivos de ini-
cio no son fácilmente justificables, explicables y predecibles. Esa actitud,
muy extendida por cierto, ha disculpado a muchos que han cometido actos
que podrían perfectamente haber evitado. Existe la creencia social de que es
preciso justificar momentos de descontrol en que uno no sabe lo que hace.
Se infiere que los sujetos no son responsables de actos ejecutados en esa
condición de excitación extrema.
268 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

A quienes piensan así, sean investigadores, aficionados o simples inte-


resados en el tema, hay que recordarles que las reacciones impulsivas del
sistema nervioso siguen una ley: o se reacciona o no se reacciona. A esa ley
que se la denomina del todo o nada e interpretada de modo concreto quiere
decir exactamente que, un acto automático e impulsivo (cualquiera), tiene
un punto crítico de excitación si se llega al cual se produce la acción y no
se produce en caso opuesto.
Y por supuesto de lo que se trata es de no llegar a ese punto, si en él está
el riesgo de descontrol.
Para entendernos podemos aludir a un ejemplo que nada tiene que ver
con la agresión: las relaciones sexuales de una pareja que desea mantener un
contacto y sin embargo desea evitar el embarazo, puede actuar con las si-
guientes alternativas:

a) Usar preservativo u otros métodos anticonceptivos del amplio re-


pertorio de los existentes en la actualidad.
b) Realizar una intervención que asegure la esterilidad.
c) Practicar el coitos interruptus.

En el transcurso de la relación del ejemplo, existe un instante en el


cual el hombre y la mujer conocen que están a punto de tener un orgasmo.
Pueden conocer perfectamente los aspectos comentados antes de iniciar
la relación y evitar el indeseado embarazo, o bien ser ignorantes de la
existencia de medios anticonceptivos y esterilizadores, e incluso no conocer
siquiera las señales que anuncian que el orgasmo es inminente. En este úl-
timo caso, su deseo de no provocar un embarazo sería un deseo fantástico e
irrealizable.
El ejemplo anterior viene bien para intentar explicar lo que sucede con
la explosión de ira, rabia, odio o cualquier otra emoción que provoque
contrariedad, y con ella el inicio de la conducta violenta.
Efectivamente, cuando la violencia se enciende, más en unas personas
que en otras, es absolutamente imparable. Lo que varía es la intensidad de
sujeto a sujeto. El hecho en sí de la violencia cuando se dispara no puede
pararse porque, como hemos dicho, responde a la misma ley del todo o
nada que rige cualquier conducta del sistema nervioso.
Existe una violencia impulsiva, imparable y oscura, de la cual se ocu-
pado «por extenso» la literatura y la ciencia, muy especialmente desde la
«socialización» del psicoanálisis, pero del mismo modo es evidente que
existen multitud de indicadores previos anteriores a ese umbral o pórtico
IDENTIFICACIÓN DE CLAVES DESACTIVADORAS DE LA CONDUCTA AGRESIVA 269

del estallido violento, que pueden evitar la agresión inevitable e incontro-


lada.
Además hay muchos métodos anticonceptivos (antiviolencia) en este
área:

a) La información sobre los riesgos de la violencia.


b) La educación para la convivencia.
c) La atención de padres y educadores a los signos prematuros que la
indican.
d) El tratamiento de personas especialmente violentas que voluntaria-
mente se sometan a la disminución en algún grado de su agresión.
e) Las leyes que en esos casos son imprescindibles de aplicar y hacer
cumplir.

Es necesario generar campañas de información para prevenirla y erra-


dicarla en lo posible, del mismo modo que hay y habrá campañas para
erradicar el analfabetismo y los embarazos no deseados.
Olvidamos con relativa facilidad que hace no mucho tiempo multitud de
consortes apenas sabían nada de sexualidad y por ello mismo tuvieron ges-
taciones no deseadas.
Quizá ahora muchos jóvenes, más de los que pensamos, apenas sepan
nada del funcionamiento y dinámica de la violencia, ¡al margen de que la
practiquen constantemente!
La violencia tiene motivos oscuros en su génesis, desde luego, mas no
todas las causas son oscuras e indescifrables, muchas más corresponden al
área claramente iluminada y legible de la educación familiar y escolar,
donde se aprenden demasiadas conductas defensivas, que como veremos en
próximos epígrafes, con más frecuencia de la deseable, se aplauden, con-
sienten y en algunos casos incluso se fomentan.
Este modelo explicativo del aprendizaje de la agresión es interactivo y
sirve para estudiar e integrar las diferencias de intensidad y frecuencia de los
gestos, palabras y actos violentos de las personas.

9. BUSCANDO SEÑALES Y SIGNOS DE VIOLENCIA

9.1. Contrariedades iniciales y primeros indicios

Niños pequeños entre uno y cuatro años ya exhiben estilos de mayor o


menor intencionalidad agresiva. Sus tendencias naturales e inclinaciones
270 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

concretas hacia el atrevimiento o hacia la vergüenza indican ya desde el


principio direcciones opuestas de la conducta.
Actitudes que sin duda son buenos indicadores de otras futuras y abso-
lutamente opuestas, matizadas en el caso del atrevimiento por la osadía, que
no es más que un paso más en la escalada hacia la falta de respeto y el in-
cremento de tendencias que indican posibilidad excesiva de hostilidad y de-
fensa, antesala de la agresión y la violencia.
En el otro extremo, las actitudes infantiles tempranas matizadas por
gestos, palabras y comportamientos impregnados de un sentimiento de ver-
güenza derivarán, caso de no impedirlo con enseñanzas adecuadas, hacia
rasgos de timidez, retraimiento, resentimiento, sufrimiento y dolor.
Los instintivistas y sus seguidores, los teóricos del rasgo, acaso dife-
renciarían entre ira expresada e ira reprimida, concluyendo que en el inte-
rior del hombre siempre hay violencia de cualquier modo, se manifieste en
actos concretos o en contenidos latentes no expresados.
Realmente todos sentimos alguna violencia en multitud de instantes de
la vida y es absurdo negar la semejanza, mucho más real de lo que quisié-
ramos, que nos define a todos en estas y otras cuestiones.
Si a una persona le dan una bofetada y se la aguanta, a la tercera, la de-
vuelve y si no lo hace es por cualquier otra difícil e impensable razón, ab-
solutamente ajena a la idea de que no tenga ganas e intención.
La diferencia entre unos sujetos y otros no está en que unos son violen-
tos y otros no: todos lo somos, y si no lo hemos sido nunca, podemos serlo.
La distancia entre sujetos la marcan las intensidades diferenciales de la
violencia con la que cada uno responde a las agresiones del medio y de los
otros.
Es el ardor violento de cada cual lo que nos matiza. En eso somos
realmente distintos, pero desde luego en alguna medida incluso la persona
más pacifista de la historia ha mostrado signos de clara violencia.

9.2. ¿Existe una violencia «justa»?

La «ira justa de Dios», a la que alude tantas veces la Biblia, especial-


mente el antiguo testamento, sitúa ante el análisis una pregunta concreta:
¿Existen ocasiones en las cuales la violencia es admisible? En la mente de
todos se apela en estos casos a la idea de «legítima defensa».
El problema es el de siempre: ¿qué es justo o injusto? Los límites con-
funden a propios y extraños, las varas de medir son distintas y las justifica-
IDENTIFICACIÓN DE CLAVES DESACTIVADORAS DE LA CONDUCTA AGRESIVA 271

ciones que alejan de la coherencia, la objetividad y el rigor, están a flor de


piel.
La solución posible está en las normas, las leyes y el derecho y en no to-
marse en ningún caso la justicia por cuenta propia.
Defenderse hay que defenderse, sin olvidar que desde una supuesta
«legítima defensa», se han justificado a menudo actitudes violentas injusti-
ficables, ya que al margen de que existe una obligación implícita y explíci-
ta de cuidar de uno mismo que, no excluye la solidaridad y la cooperación,
tomar la justicia por nuestra cuenta implica asumir el riesgo de derivar en lo
que pretendíamos evitar y pasar de ser víctimas a constituirse en verdugos.
La violencia siempre genera violencia y lo ideal y ético es extinguirla y no
responder a ella.
Ahora bien... ¿Y si estamos solos en un oscuro callejón y alguien intenta
matarnos? Es evidente que debemos intentar vencer el miedo y defendernos,
a menos que nuestras convicciones pacifistas inclinen la balanza, más a de-
jarnos agredir que a provocar agresión aunque, solo sea para defenderse.
Cuestiones adyacentes son la capacidad poseída por cada sujeto para de-
fenderse de acuerdo a su aptitudes y actitudes físicas y psicológicas. No
siempre es posible defenderse, aunque se desee, bien por carecer de fuerza,
habilidad u oportunidad y rapidez, bien por el desconcierto propio de estas
situaciones.
Ocurre que en multitud de situaciones de agresión no hay procedi-
mientos establecidos previos que protejan, ya que siempre son circunstan-
cias únicas y en general sorpresivas.
No basta con tener capacidad de respuesta adecuada a una situación
agresiva. Saber reaccionar a tiempo, en estas lides, supone además ser po-
seedores de una actitud previa y entrenada, con expectativas de actuación
concreta, en las que es necesario entrenarse previamente mental y física-
mente. Para comportarse adecuadamente en situaciones de amenaza y peli-
gro, huyendo de estereotipos y prejuicios, hay que estar en cierta posición
anterior de entrenamiento, capacidad y «alerta».
La mayoría de personas no tienen que prestar demasiada atención a
este tipo de entrenamientos, orientados a la adquisición de habilidades de
respuesta eficaz ante situaciones de agresión, ya que afortunadamente pa-
decen situaciones de violencia muy aisladas y puntuales a lo largo de su
existencia.
No ocurre así en multitud de colectivos humanos pertenecientes a países
en conflictos permanentes, o bien a grupos responsables de la defensa de los
ciudadanos, como por ejemplo los cuerpos policiales, vigilantes, ejército, etc.
272 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

Quienes tienen que enfrentarse día a día a situaciones violentas, con


riesgo de su propia vida, se han visto obligados a observar sus reacciones y
contrastarlas con las creencias y aprendizajes que tenían al respecto, sobre
cuál era el mejor modo de actuar.
Y desde luego no siempre encaja la expectativa previa que se poseía de
cómo se debe actuar en una determinada ocasión de peligro, con la realidad
de lo que ocurre y se vive, es decir, de cómo se actuó realmente. Porque en
general la vida cuando se impone, no es lo que creemos que es o va a ser,
sino... lo que sucede de hecho. Y una situación de agresión, potencial o real,
es un suceso más, traumático eso sí, de la vida.
¿Se imagina Vd. lector, la distancia que existe entre el uso de un salva-
vidas en un avión, cuando amablemente la azafata indica lo que teórica-
mente hay que hacer en una determinada situación y lo que realmente haría
Vd. si el avión cayera en picado al mar?
Esa distancia es la misma que separa el modo ideal y teórico de res-
ponder a una agresión como de defenderse de la misma y la práctica con-
creta de ese conocimiento cuando es necesario.

9.3. Familia y erradicación de actitudes agresivas

En las cuestiones referentes al análisis de la violencia y los métodos ca-


paces de reducirla y eliminarla, un asunto verdaderamente crucial, es apren-
der a desvelar el modo más eficaz y justo de enfrentarla.
No es un objetivo aislado lograr que ante situaciones de agresión im-
partan justicia los jueces, aplicando los diferentes códigos legales al res-
pecto. Es imprescindible que padres y maestros sean los primeros adminis-
tradores de normas, límites y preceptos con los que debe enfrentarse el
sujeto, al margen de que algunos lo ignoren y sientan incapacidad e inco-
modidad para implantarla en sus diversos ámbitos y contextos de referencia.
Nos preguntábamos en el epígrafe anterior si era lícito reaccionar con
agresión ante quiénes la generan. Hemos contestado que no, excepto en el
caso de hallarse en peligro de supervivencia y aislado, sin otra posibilidad.
Corresponde preguntarse ahora una cuestión mucho menos espinosa
y, a nuestro modo de entender, con más posibilidades de intervenciones al-
ternativas:
¿Son justos los padres cuando incitan y modelan conductas violentas
que consideran deben aprender sus hijos, para que sean capaces de defen-
derse?
IDENTIFICACIÓN DE CLAVES DESACTIVADORAS DE LA CONDUCTA AGRESIVA 273

Es fácil reflexionar de la justicia en abstracto, especialmente de la que


tienen que impartir otros, es menos complicado que saber aplicarla. Se ve
mejor la paja en el ojo ajeno.
Más difícil resulta ejercitarse en el empeño de gestionar una educación
para reducir la violencia en algunos de nuestros jóvenes, asunto que atañe
a cualquier adulto, especialmente si tutoriza a personas más jóvenes.
Es complicado establecer modelos de cómo educar para erradicar la vio-
lencia e incluso en ocasiones extremas se nos antoja un tanto risible ofrecer
estilos educativos repletos de bondad y moderación a personas que no va-
loran esas actitudes y cuyos niveles de burla, ataque y agresión, pueden po-
ner en peligro la integridad psíquica, física e incluso la propia vida.
El respeto empieza por uno mismo y su verdadero significado conlleva
la idea de cuidado y protección. Escasean los esquemas de valores que
aglutinen con coherencia un modelo de comportamiento ético que propor-
cione orientación para la vida, desde planteamientos socialmente adapta-
tivos.
Faltan modelos en los que las personas sean entrenadas en actitudes
prácticas que fomenten el bienestar individual y social: la justicia, la salud,
la bondad, la equidad, la compasión, el conocimiento, las inquietudes ar-
tísticas, etc.
Consideramos una importante carencia de la actualidad contemporánea,
el sesgo de unos planes de estudio en los que, se educa poco al margen de
que se enseñe mucho.
Los aprendizajes de moda y a los que se incita a la juventud son sabe-
res procedimentales y metodologicos: proporcionan fórmulas válidas para
construir útiles, objetos e instrumentos diversos, así como normas, reglas y
leyes destinadas al funcionamiento de infinidad de sistemas de organiza-
ción dirigidos a lograr el funcionamiento de empresas e instituciones, con
finalidades diversas de comercialización, utilidad social, religiosas, de-
portivas, etc...
La familia, junto con la escuela, se constituyen en los últimos reductos
de ese amplio campo de aprendizajes para la vida que constituyen las acti-
tudes adecuadas que se deben mostrar en cada situación de relación.
Y la familia está muy desmoralizada, desmotivada y en crisis. Son mu-
chos los comentarios y conversaciones negativas que se escuchan en las ca-
sas. Incluso la propia concepción de qué es la familia se cuestiona, desde los
diferentes modos de entenderla y vivirla. Pues bien, si la familia no sirve,
habrá que inventar un grupo social que eduque, como ella lo hace o lo in-
tenta, desde el afecto y la generosidad sin trabas.
274 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

Los sujetos individualmente considerados, no pueden ser educados des-


de la desconfianza, la competición compulsiva hacia ese éxito falso que se
llama destacar por encima de los otros como sea, ni hacia el interés ego-
céntrico, empobrecido e insolidario. El yo individual madura en el calor del
apoyo social que únicamente se gesta en la convivencia, desde la generosi-
dad, la ayuda mutua, el diálogo y el respeto por la peculiaridad y el desa-
rrollo de las capacidades y saberes de cada persona.

9.4. Agresión y desconfianza social

El hombre moderno ha perdido la ingenuidad, nada es grandioso o dig-


no de admiración, todo le parece imitable, reproducible, sencillo de elaborar
y construir, pocas cosas le sorprenden y paradójicamente nada le ilusiona, le
invade una sensación de vacío que le irrita, agobia e impregna de descon-
fianza hacia los demás, las instituciones, los líderes, etc.
La sabiduría, el conocimiento, el arte y el afán de profundizar la realidad
han perdido adeptos, no resulta atractivo dedicar esfuerzo sostenido en el
tiempo a esos asuntos, que suponen reconocimientos a muy largo término y
un tanto hipotéticos. Lo que se desea es la remuneración inmediata.
Acaso la raíz de estas conductas pueda hallarse en la especialización
científica del trabajo, que racionalizó Taylor, oponiéndola al respeto del ar-
tesano por su obra minúscula pero detallista, personal, única y propia. Aho-
ra se trata de apretar el botón sin pensar, el trabajo envuelve al hombre en la
monotonía más atroz y le aleja de toda aspiración de cualquier otro reco-
nocimiento que no sea el monetario, imprescindible para sobrevivir.
El respeto por la creación modesta y cotidiana, individual, pusilánime y
humilde de cada sujeto se ha perdido en gran parte, ahogada en el temor al
ridículo por la pequeñez. Solo es válido crear a lo grande y de forma elitis-
ta, de modo que lo inventado tenga repercusión universalmente admitida.
Esa realidad transforma a la mayoría de ciudadanos en consumidores de la
creatividad de unos pocos. Convierte a las mayorías en seres alienados de su
propio proyecto de desarrollo individual, al que la Humanidad como con-
junto tiene derecho ineludible e irrenunciable.
Toda persona es capaz de hacer cosas y en ese sentido genera al hacer-
las su propio estilo, al margen de que la genialidad creativa consista en des-
cubrir aspectos espectaculares y revulsivos de la realidad.
Sucede de hecho, que la sociedad no premia las pequeñas obras indivi-
duales, a no ser que finalmente se conviertan en obras admiradas por la ma-
yoría significativa.
IDENTIFICACIÓN DE CLAVES DESACTIVADORAS DE LA CONDUCTA AGRESIVA 275

Quizá por ello el objetivo de nuestros días es el éxito y no la creación.


Previamente se ha definido el primero, considerando que alcanzarle se ha
convertido en una falacia que consiste en poseer y en absoluto en lo que de-
biera ser su verdadero y real objetivo: crear.
De este modo simple se renuncia a la creación y se mercantiliza el éxi-
to: triunfar es ser dueño de muchas cosas, cuanto más importantes mejor,
sin importar en absoluto si quien posee el triunfo tiene la más mínima ca-
pacidad transformadora de la realidad.
Y por esa razón la fama, que es el triunfo de la vanidad y el fracaso del
descubrimiento, es una imagen atrayente que a menudo no guarda en su in-
terior ninguna realidad crucial ni verdaderamente apetecible. Por esas ra-
zones, lo que importa a muchos es el triunfo de tener y no les interesa el es-
fuerzo de saber y descubrir.
Educar en este contexto es bastante duro. La sociedad ha logrado des-
poseer al trabajo del respeto por la obra de cada sujeto, logrando no solo
empobrecer los saberes del trabajador, como nos enseñara Marx, sino trans-
formando las actitudes de fomento del talento individual para cada habili-
dad, en otras de envidia y falsa admiración por las infinitas y variopintas po-
sesiones materiales de toda índole, que el colectivo social considera
impresionantes, cambiando de este modo el valor implícito del respeto.
No se respeta apenas nada. Todo es igual y equivalente a todo. Así re-
sulta difícil empeñarse en arduas tareas que a la postre nadie o apenas nadie
reconocerá.
No creyendo apenas en el valor de obra alguna, excepto por lo que
pueda representar como posesión, se vive en el escepticismo más intenso.
Como además casi nadie tiene interés en crear, se pierde la posibilidad de
esforzarse en adquirir habilidad.
La inutilidad propia se cerciora de la ajena e impregna al hombre global,
que desconfía de su capacidad creativa y paradójicamente fantasea y de-
forma exagerando hasta la saciedad, su capacidad técnica y científica, con-
cluyendo en la tautología que asevera que todos podemos hacer todo. Falso
igualitarismo populachero, que no anima a esforzarse y entrenarse en habi-
lidades detectadas por la vocación, que únicamente puede ser desarrollada si
se observa y trabaja con detenimiento esfuerzo y atención. Ramírez Villa-
fáñez (2000).
Esas son algunas de las actitudes y modas sociales de nuestra época, de
las que surgen diversas contradicciones. Una de las más importantes:
Los jóvenes salen de la familia, la escuela y la universidad, con la idea
soñada de que viven en un mundo casi omnipotente en el que, al menos apa-
rentemente, pueden hallar espacio para sus inquietudes y saberes.
276 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

Efectivamente están repletos y henchidos de saber procedimental y va-


cíos y secos de capacidad y tensión creativa. En definitiva, saben mucho y
escasean sus habilidades para disfrutar creando.
Se une a esta dificultad el hecho de que los ámbitos laborales se han
constituido, por las razones expuestas y otras que no vienen al caso, en con-
textos sin apenas espacio para la novedad y con «todo hecho», en el cual no
van a tener que pensar ni crear mucho. Abunda por ello la imitación y
competencia agresiva y plural, sin apenas resquicios para las concesiones
personales.
Ese es el mundo en que vivimos y resulta crucial para padres y educa-
dores reflexionar mucho y bien sobre cuál puede ser la forma ideal de edu-
car a los jóvenes, para su posterior interacción con los otros, en un lugar que
funciona de ese modo.
Y es bueno pensarlo desde el principio. Por ejemplo: si unos padres tie-
nen un hijo tímido al que los otros niños de la guardería y el parque asustan,
amenazan y pegan... ¿Qué y cómo se supone que deben educar a ese niño
en relación con sus actitudes tempranas ante los demás? ¿Le deben invitar a
defenderse de algún modo? ¿Es lógico que intenten que sea algo más atre-
vido?
La lógica induce a pensar que sí, pero con límites, pues en otro caso co-
rren el riesgo de educar un hijo resentido, con agresividad «compensadora»,
reprimida e impulsiva, como ya hemos visto en otro epígrafe.
Y por otro lado, veamos la cuestión desde otro prisma: ¿qué prefieren
los padres... un niño atrevido, con el riesgo de que sea agresivo o un niño
apocado? ¿Qué importancia tienen los esquemas de valores al respecto que
posean los padres en la educación de las actitudes de los hijos?
Nos encontramos nuevamente con la tarea de seleccionar de modo idó-
neo, las actitudes «ideales» que deben mostrar los educadores, cuando de-
tectan «índices» peligrosos de sentimientos de vergüenza, osadía, timidez,
etc., que veíamos en el párrafo anterior. Y además tener presente cómo será
el futuro en una sociedad que premia el éxito de la posesión en mayor me-
dida que el de la creación.
Respondiendo a la primera cuestión: «¿Cómo educar para ser habilido-
so y eficaz ante la agresión?», no existe una respuesta concreta.
No hay que buscar normas y vademécum, «recetas». Demasiado a me-
nudo añoramos sistemas estructurados que marquen «guiones» posibles
acerca de los modos de actuar idóneos en el trabajo, en la clase y en la casa.
Quizá sea un reflejo de una sociedad excesivamente impregnada por la co-
modidad, que incita a buscar soluciones estándar.
IDENTIFICACIÓN DE CLAVES DESACTIVADORAS DE LA CONDUCTA AGRESIVA 277

Sea por la causa que fuere, el hecho es que no es posible reglamentar


todo y muchísimo menos la educación en los modos de comportarse ante la
agresión adecuados: ese objetivo es imposible, hay que decirlo claramente.
Cada padre y cada educador es el responsable de encauzar al educando
hacia las actitudes correctas, corrigiéndolas en la medida necesaria por ex-
ceso o por defecto.
Lo que ocurre es que para lograr ese objetivo esas personas responsables
de educar, ¡tienen que educarse a sí mismas!, y a su vez tener claros esos
conceptos.
Muchos padres y educadores potencian y refuerzan la violencia inci-
piente de sus hijos y educandos. Y otros muchos la timidez y falta de cora-
je para vivir.
Una persona defensiva que entienda que debe protegerse ante los demás,
va a interpretar a su modo la personal idea que tiene del concepto protec-
ción. Ello supondrá de hecho una institucionalización de la agresión inci-
piente.
Si un joven es tímido en clase y cuando va a su casa lamentándose de la
falta de respeto de sus compañeros, le riñen o abochornan de cualquier
modo inadecuado, en vez de intentar hacerle reflexionar y o razonar, para
que aprenda a exigir el respeto de los otros, pueden suceder dos cosas: un
deterioro de la autoestima si no reacciona, sustituyendo la timidez por vio-
lencia o bien iniciar un deterioro del aprecio por sí mismo, por sentirse in-
capaz de generar respeto.
Hay que buscar los límites justos cada vez, en cada caso. Pero la justicia
no deja de ser una dirección apetecible, una utopía. Buscar esos límites de
proporción y coherencia no obedece a un método concreto, es una especie
de arte o intuición que se ampara en los valores éticos y el ideal de justicia
para intentar modificar actitudes de direcciones más aceptables para el su-
jeto y para el grupo.
Uno de los conflictos más ancestrales de la Humanidad, como ha seña-
lado el brillante escritor George Steiner, es precisamente el que se delimita
por la tensión (ya comentada), antagónica existente, entre los intereses in-
dividuales de cada sujeto y las aspiraciones y deseos grupales en los que
cada ser humano desarrolla su existencia. En esa tensión existencial pode-
mos encontrar los orígenes de muchas conductas agresivas.
El sujeto debe saber preservarse de las hipotéticas amenazas latentes y
manifiestas del grupo y a la vez cooperar en los intereses grupales apren-
diendo a convivir
278 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

Si reflexionamos más ampliamente a la segunda cuestión: ¿se debe in-


vitar a defenderse a un niño tímido? Ya hemos visto la falta de sentido de
una respuesta que impida buscar su propio respeto, a través de una acción
afirmativa. Cuando esto suceda, concretamos el modo de actuar: defen-
derse es siempre un deber, ya que es el único modo de frenar los abusos.
La cuestión es interpretar correctamente el concepto defensa, interpre-
tación que, de lograrse en alguna medida, no vendría mal para educar co-
rrectamente a los niños, y serviría en otros múltiples contextos como las re-
laciones amorosas, las cuestiones empleador empleado e incluso serviría
para clarificar multitud de intervenciones de colectivos militares, que se rea-
lizan con esa intención manifestada explícitamente en diferentes latitudes.
La última cuestión es sin duda muy seria: educar para el éxito de la po-
sesión o para el desarrollo de habilidades creativas nos sitúa ante la realidad
de posturas sociales concretas que definen modos de ser y comportarse
que se consideran más idóneas para la vida. Oscilan entre la adaptación a la
dinámica social y la tensión modificadora de la misma, es decir, entre el
conformismo y la actitud de cambio, con todos los riesgos y consecuencias
sociales, políticas y económicas que implica elegir una u otra opción.

10. CONTRARRESTAR LA VIOLENCIA

10.1. Defendiéndose de la agresión

Además de saber detectar conductas violentas incipientes, es preciso


aprender a defenderse. Es una regla establecida entre los aprendizajes ne-
cesarios para cumplir con la ley natural de intentar sobrevivir en un medio
hostil o dificultoso.
Todos los animales responden a esa ley, a la que el ser humano guarda
fidelidad, al margen de que algunos humanos, sumamente realizados, que
han demostrado un gran amor a la humanidad, hayan renunciado volunta-
riamente a ejercerla. Sería el caso de Gandhi, que será estudiado en otro tra-
bajo de esta obra.
Cuando la agresión es sorpresiva, intensa y se percibe como grave
para la subsistencia, se produce el ataque, la paralización o la huida en to-
das las especies. El uso de una u otra de estas formas de comportamiento
dependerá de multitud de variables personales y contextuales. Lo que no
tiene duda es que sucederá una de las tres en esa circunstancia concreta
(Marks IM 1990).
En condiciones extremas que no dan tiempo para pensar, y son las fre-
cuentes en comportamientos relacionados con la agresión, se reacciona a la
IDENTIFICACIÓN DE CLAVES DESACTIVADORAS DE LA CONDUCTA AGRESIVA 279

sorpresa huyendo, paralizándose o atacando y muchas veces las mismas per-


sonas en circunstancias de semejante gravedad pero inéditas, reaccionan de
forma distinta:
Policías, bomberos, paracaidistas y profesiones afines pueden reaccionar
unas veces con tendencia a la huida, otras al afrontamiento del peligro esti-
mado, y más raramente por su entrenamiento se puede producir paralización
y bloqueo de sus conductas provocada precisamente por la intensidad y la
sorpresa. Abundan las investigaciones al respecto.
Para matizar estas cuestiones no debemos olvidar que la cantidad de vio-
lencia que percibimos de una situación depende del significado que asigne-
mos a los sucesos que se producen en un escenario o contexto concreto.
Una persona que interpreta cualquier señal agresiva, por mínima que
sea, como altamente peligrosa, va a mantener expectativas de respuesta
agresiva permanente ante señales que para otros muchos sujetos pasan de-
sapercibidas.
En concreto, la mayor o menor tolerancia a las situaciones de peligro
depende de esa interpretación, que a su vez se apoya en aprendizajes previos
del sujeto relacionados con estilos de respuesta a estas situaciones.
En realidad es una cadena enlazada de circunstancias la que van a con-
ducir a despejar el significado y reaccionar adecuadamente en cada caso.
Desde el otro extremo, personas acostumbradas a soportar lo insopor-
table pueden pasar por verdaderas humillaciones con una sonrisa tímida y
encogida en los labios en señal de no agresión a provocaciones abiertas, ac-
tuando de modo similar a los primates cuando sienten la agresión de «un su-
perior» en la manada y le presentan «el trasero» en señal de sumisión.
Queremos terminar este epígrafe haciendo una breve mención al uso de
las diferentes disciplinas de autodefensa útiles ante peligros inescapables.
Proponen entrenamientos en habilidades encuadradas en estrategias si-
milares a las cultivadas por las artes marciales, aprovechar la fuerza ciega
del contrario para descompensar y usarla en favor propio y provocar de ese
modo su derrota.
Son disciplinas que bien aplicadas inician sus enseñanzas en el cultivo
del respeto y la no-agresión, a la par que proponen la necesidad de defen-
derse de quienes no saben respetar y atentan contra la seguridad e incluso la
vida de los demás sin justificación alguna.
Esa es la teoría, ya que quienes dominen alguna de estas técnicas tienen
la obligación ética y moral de no usarlas, excepto en el caso de legítima de-
fensa, ante peligros extremos e insoslayables.
280 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

Reglas que en teoría parecen perfectas, pero insistimos en que nueva-


mente nos sitúan ante la dificultad de la reacción idónea, que siempre su-
pone actuar con arreglo a la acción correcta y justa. Máxime en estas situa-
ciones en las que no hay mucho tiempo de reflexionar.
Es evidente e igualmente sutil y escurridiza la necesidad de búsqueda
del equilibrio individual en este tipo de respuestas, indudablemente agresi-
vas, aunque su finalidad sea el proteger la propia seguridad.

10.2. Las violencias grupales

El hecho de tener deseos incita a la consecución de los mismos y hace


que se ignoren, olviden y pospongan intencionalmente los deseos de los de-
más. En ocasiones, por considerarlos no compatibles, otras por simple afán
de intimidar, las más de las veces sencillamente por sentirse importantes, y
también para sentir el extraño «placer» de molestar e incordiar.
Es una realidad que muchas personas se sienten más seguras en la me-
dida exacta en que provocan inseguridad y temor. Esa es una de las historias
más frecuentes de la Humanidad: el afán de dominio es una constante en el
reino animal, en cualquier ámbito de la naturaleza. La prioridad de acceder
a comida y sexo, como bienes limitados, enmarca la dinámica de supervi-
vencia.
Los humanos mucho más refinados y hábiles en la planificación de
sus intenciones respondemos sin duda a la misma ley, y además podemos
desarrollarla aplicando más astucia, con la posibilidad de ejercitar inten-
ciones mucho más perversas que otras especies.
Sin embargo... la capacidad de reflexión, la posibilidad de compartir
experiencias con los semejantes a través de la empatía, la solidaridad y la
compasión son instrumentos que únicamente parecen ser dotación, recurso
y don especial de las personas, con los cuales es posible asumir el reto de
sobreponerse a la parte más instintiva y cruel de nuestra naturaleza.
Ocurre que el problema no es solo individual. Si la sociedad relaja sus
valores, aunque sea de un modo informal, pero admitido, y se premian ac-
titudes como la astucia, que en realidad es prima-hermana del engaño, en
vez de valorar la honradez y el rigor, la conciencia colectiva de todos, en la
que está inmersa la de cada uno, también se relaja.
Las consecuencias podemos observarlas en demasiados contextos so-
ciales donde está desapareciendo no solo el respeto, sino la educación, la de-
licadeza y el más mínimo afán de cooperación.
IDENTIFICACIÓN DE CLAVES DESACTIVADORAS DE LA CONDUCTA AGRESIVA 281

Estas actitudes sociales son caóticas, especialmente para las personas


más débiles, y con menos posibilidad de aplicar la astucia a las estrategias
de su vida cotidiana: enfermos, discapacitados, ancianos y niños.
La astucia es una actitud cuyo uso es poco discutible en una isla desierta
para poder subsistir. Deben quedarnos infinitas dudas acerca de la necesidad
de utilizarla para aprovecharse de los otros. Al margen de que su uso se
aplique casi indiscriminadamente.
Estamos de nuevo en los límites de la tensión necesidad individual-ne-
cesidad social. Lo mío y lo vuestro, el interés personal y el colectivo.
Concluimos, por las razones expuestas, en la necesidad individual de es-
forzarse mucho, reflexionando y poniéndose en el lugar del otro para in-
tentar convivir realmente en alguna medida. ¡Si es que interesa en algún
grado por mínimo que sea!
Al margen de su complicación práctica, pues no es fácil no usar la as-
tucia, se usa de forma inconsistente e inconsciente ya que, el hombre en ge-
nérico, es un gran manipulador lo que, sin duda, significa que, por natura-
leza, presiona en la dirección que considera y le conviene, de forma
automática e impensada. El asunto crucial está en los medios (lícitos o ilí-
citos, intencionados o casuales), que usa para negociar sus presiones con las
de los demás.
Incluso el propio amor erótico y cualquier otro tipo de relación objeto de
manipulación constante, si escudriñamos con objetiva frialdad y sin un
ápice de romanticismo. Efectivamente, parece que si hacemos caso a algu-
nas conclusiones al respecto del propio Freud, lo que atrae son cualidades-
proyección de apetencias y carencias propias, tesis que, si resultara cierta,
demostraría muy escasa generosidad en la supuesta entrega.
Sin embargo, es igualmente evidente la presencia esporádica de con-
ductas altruistas que demuestran la renuncia, incluso a la propia vida, de
personas cuya entrega es absolutamente innegable y que inspiran al común
de los mortales emociones diversas como la admiración, el temor y el res-
peto reverencial, como sucede cuando pensamos en personas como la Ma-
dre Teresa.
Es histórica la tentación fácil del asegurar que el hombre es bueno por-
que tiene bondad, como pensaba Rosseau, o al contrario, que es maligno
porque sus intenciones son aviesas.
Mucho más fidedigno es constatar que la tragedia humana se fragua en
ambas actitudes y nadie puede escaparse de esa polaridad, en la que hay que
aprender a situarse para optar por actitudes concretas que definan cada estilo
personal de relación.
282 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

La convivencia se atiene a reglas muy complejas en las cuales se inte-


gran deseos comunes y contrapuestos de forma constante. Sucede en las
propias familias, en las que la interacción y los conflictos poseen temática y
dinámica conocida, conflictos y tensiones cotidianas que precisan fórmulas
y estrategias adecuadas para paliar, disminuir, resolver o superar sus pro-
blemas.

11. RELACIONES FORMALES E INFORMALES


Y CONFLICTOS

Si abandonamos el ámbito familiar y educativo para hacer una incursión


en el contexto social, en un radio de acción más amplio, podemos observar
que el funcionamiento grupal en esos medios refleja un perfil de conviven-
cia, que no es notoriamente distinto al que se produce en el ámbito hogare-
ño. Varía únicamente la dosis de conductas formales.
En el grupo familiar las relaciones son siempre predominantemente
«informales», «coloquiales», «desestructuradas» al margen de que cada
individuo del grupo, tenga que cumplir su «rol» o papel formal asignado:
padre, madre, hijo, hermano, suegro, etc.
Una peculiaridad que las diferencia acaso más claramente: las relaciones
íntimas se regulan emocionalmente, en general, sin normas escritas y sin
funciones estrictas que sus componentes deban cumplir, a riesgo de ser
sancionados si no lo hacen como sucede por ejemplo en un marco laboral.
El modelo social responde, visto desde fuera, a un sistema de relaciones
más «formales», perfectamente estructuradas en normas y leyes, sistemas de
organización y control, penalizaciones y premios, costes y beneficios, etc.,
que tienen mucho menos que ver con los sentimientos que con la economía
y la eficacia.
A primera vista, es lógico pensar que un modelo familiar de relaciones
informales que se rige claramente por patrones de conducta afectiva, estaría
expuesto a conflictos emocionales más frecuentes y de consecuencias me-
nos definitivas y que en el contexto social en el que predominan las rela-
ciones económicas e institucionales, los conflictos serían menos frecuentes
pero de consecuencias más definitivas.
Sin embargo, la realidad no parece confirmar ese supuesto teórico. En
las organizaciones e instituciones se producen ingentes cantidades de con-
flictos de convivencia, cuyo trasfondo latente es notoriamente emocional,
con la exclusiva peculiaridad de que son en general poco manifiestos, se en-
cubren por temor a las consecuencias, con lo que permanecen ocultos por
IDENTIFICACIÓN DE CLAVES DESACTIVADORAS DE LA CONDUCTA AGRESIVA 283

tiempo indefinido, y por ello mismo sin resolverse jamás hasta que las per-
sonas que los provocan se jubilan, se van o fallecen.
En sentido contrario, ocurre idéntica paradoja en las relaciones ínti-
mas, enfrentamientos que parecen obedecer en exclusiva a sentimientos y
emociones contrariadas, en realidad están alimentados por intereses igual-
mente latentes, económicos, de poder, prestigio, etc., en multitud de oca-
siones, con lo que es posible observar que sus causas y motivos tienen
poco que ver con los afectos.
Estos hechos que pueden parecen curiosos, no son tan extraños si nos
percatamos de la posibilidad, ya comentada anteriormente, de no mostrar las
verdaderas intenciones en la convivencia. Efectivamente, no siempre se
tienden a ocultar, pero con frecuencia no mostrarlas es el único modo posi-
ble de protegerse.
Efectivamente, en las relaciones afectivas ser absolutamente claros
siempre y en todo momento puede volvernos absolutamente indefensos, del
mismo modo que actuar movido en exclusiva por el sentimiento puede in-
cluso no ser adecuado. Del mismo modo, responder en los ámbitos sociales
en términos exclusivamente interesados puede hacer que los demás des-
confíen demasiado y hacer perder, por falta de atención y afecto, muchos
beneficios de otro tipo. En conclusión, ni todo es afecto puro y aislado, ni
todo interés calculador, en parte porque no interesa al sujeto y en otra pro-
porción, no menor, porque no controla siempre ni sus emociones ni sus in-
tenciones. En definitiva, su conciencia es limitada y por ello mismo lo es su
posibilidad de manipular. Pero el sujeto intentarlo desde luego...¡lo intenta!
Acaso por las razones expuestas, una de las cosas que primero se ense-
ñan a los niños es justamente lo que pueden decir y lo que tienen que callar,
según los contextos y familias de origen y amigos. Tienen que aprender que
a unas personas les pueden comentar asuntos que a otras no pueden expli-
car, según situaciones, temas y personas.
Podemos concluir afirmando que el individuo está sometido a un doble
aprendizaje social:

a) El cultivo de los valores, como la verdad, la bondad y la amabilidad.


b) La protección de confidencias e intenciones, para evitar que le ma-
nipulen.

Estos aprendizajes iniciales, resultan de hecho extremadamente violen-


tos y sumamente contradictorios para los niños más bondadosos e ingenuos,
que no entienden fácilmente esa dinámica contradictoria.
El mensaje implícito es del tipo: «hay que ser buenos, pero...».
284 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

Algunos lectores pensarán que es una pena aplicar «de hecho» este
tipo de educación, pero sin querer pecar de cínicos, es preciso admitir que es
una educación útil y adaptativa, y por ello mismo imprescindible para una
convivencia eficaz. ¿Por qué?
Muy sencillo: a no todas personas les interesa la bondad y la buena con-
vivencia y es preciso defenderse de algún modo de los manipuladores. Así,
al margen de que ese tipo de mensajes confundan al infante, es un riesgo que
debemos correr si no deseamos que a los sujetos que manifiesten mejores
sentimientos e intenciones les manipulen. El problema estriba en alcanzar la
proporción justa, la mezcla adecuada de sinceridad y prudencia, que son los
ingredientes implícitos de los que estamos escribiendo en este caso.
Y así nuevamente surge en el horizonte educativo la necesaria búsque-
da y entrenamiento de las habilidades precisas para la convivencia, la ne-
cesidad de alguna mínima cantidad de... ¿cómo llamarla?, ¿astucia para
defenderse de los demás?, el problema estriba, desde luego, en no rebasar el
límite de uso de actitudes precisas para la defensa necesaria y resbalar sin
apenas darse cuenta hacia la manipulación insolidaria, dañina, injusta y
destructora de la autoestima de los otros.
Una de las primeras enseñanzas debe ser sin duda la de la prudencia, es-
pecialmente a la hora de convivir (prudencia que nada tiene que ver con la
desconfianza), pues es la mejor vacuna para evitarse disgustos innecesarios.
El problema está en los matices.
Muchas veces simplemente con evitar comentarios inoportunos que
salen del alma, y son costosísimos de silenciar, para una mente no entre-
nada en guardar secretos, se evitarán sin genero de duda conflictos graves e
importantes. Se han cometido demasiadas tropelías en el nombre de una sin-
ceridad absoluta, que en realidad es incapacidad para guardar silencio.
Los evitará igualmente revisar la multitud de trampas que nos tienden
los demás para dirigirnos de modo intencional. Una de las más frecuentes,
por ejemplo, es el afán de control, del cual hay que aprender a pasar y es-
caparse sin caer en el error de justificarse ante los otros.
Saberse defender de estos juegos un tanto perversos es una necesidad
para la propia realización. Claro que no hay que olvidar nunca que ¡nosotros
podemos hacer lo mismo y no darnos cuenta!
Convivir significa muchas cosas, y entre ellas, alcanzar el objetivo del
respeto de todos, de los que quieren practicarlo y de los que no les interesa
respetar a nada ni a nadie.
Para lograrlo hay que seleccionar a las personas con las cuales deseamos
potenciar esa convivencia, además de regular el nivel de intimidad que de-
IDENTIFICACIÓN DE CLAVES DESACTIVADORAS DE LA CONDUCTA AGRESIVA 285

seamos mantener con ellas por infinitas razones individuales y personalísi-


mas, la principal de todas, sin duda, el cuidado de la propia libertad.
Saber en todo momento de quiénes es preciso estar más alejado, más
alerta e incluso, según los casos, cómo defenderse es necesario y útil.
Son demasiadas las personas que por afecto, temor, dependencia, etc.,
han accedido a convivir con otras que, de antemano, sabían que no iban a
responder a sus expectativas. Su esperanza íntima siempre gira en torno a la
idea de cambiarlas, aportando sus actitudes positivas para contrarrestar las
de sus contrarios.
Con el tiempo descubren desilusionadas que existe una ley psicológica
referente al cambio personal: «solo cambia quien quiere, poco y con mucho
esfuerzo». Lo que obviamente significa que quien no quiere no cambia, se
haga lo que se haga.
Cuando somos absolutamente incompatibles la solución es alejarse
de quienes provocan la incompatibilidad, y si por cualquier razón no se con-
sidera viable esa opción, si se elige quedarse, es preciso hacerlo con la
certeza de que no se obtendrá ninguna actitud nueva de quien así se com-
porta.

11.1. La lucha por el liderazgo: el riesgo de la manipulación


y los «acosos»

Diversas manipulaciones latentes y manifiestas se gestan en los grupos


generando sufrimiento, tensiones y conflictos. Hemos elegido un breve
muestrario relacionado con situaciones de violencia larvada y manifiesta,
implícita y explícita, que refleja algunas tristes realidades de nuestra actua-
lidad.
Todas esas conductas tienen como origen común la interacción cons-
tante que implica la vida en sociedad. De ella surge la propia motivación de
subsistencia que incita al esfuerzo y la eficacia, necesaria para lograr los di-
ferentes planes individuales y que, no obstante, choca frontalmente con
frecuencia con las aspiraciones de otras personas cuyas intenciones expresas
y tácitas son distintas y a veces contrapuestas.
Esa dinámica genera recelo, desconfianza, temor, y a menos que se
potencie el respeto escrupuloso por las aspiraciones de los otros, multitud de
conflictos.
Por si convivir fuese un objetivo poco complejo, sucede además que
para ejercer las diferentes funciones que las personas ejecutan en el ámbito
familiar y social a veces se precisa dirigir, influir, orientar, aconsejar y en
286 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

otras se necesita atender a las variadas directrices de otros. Lo que implica


que todo sujeto en diferentes ocasiones ejerce funciones de «mando» y en
otras muchas tiene que limitarse a seguir normas y obligaciones estipuladas
por otros.
Al margen de que algunas personas, por circunstancias y elecciones
concretas, están más implicadas en ordenar y dirigir practicando liderazgos
diversos, y otras por esas mismas condiciones personales invierten la ma-
yoría de su tiempo en seguir las pautas que han establecido otras personas y
grupos sociales e institucionales.
Ni se puede ni parece prudente evitar el esfuerzo hacia el descubrimien-
to y la búsqueda de la eficacia, con la finalidad de aprovechar los recursos y
más especialmente el conocimiento y talento los más dotados. Sería una gran
pérdida de energía creativa para las necesidades sociales y de la propia es-
pecie. Sin embargo, como consecuencia indeseable y negativa de esa diná-
mica necesaria se concitan innumerables conflictos de toda índole.
Ejemplo de uno de estos conflictos es el que se produce cuando perso-
nas que no toleran bien el talento de los demás, si lo presienten o detectan,
se empecinan en planificar y dirigir maniobras poco confesables desde po-
siciones de poder, con la finalidad de derrocarlos. A esas maniobras en la
actualidad se las denominan mobbing. Lo veremos con más extensión.
Otras veces se trata de aprovecharse y manipular la capacidad de coo-
peración y participación de los más nobles y sensatos o de los más débiles
para servir intereses de personajes (que lo son por no estar interesados en las
personas) menos transparentes. En otras ocasiones se trata simplemente
de mostrar la vanidad y el brillo de una pretendida superioridad dirigida a
suscitar la admiración y la envidia.
Veremos algunos de estos ejemplos, muestras de violencias sutiles,
menos brutales, más disfrazadas que, no obstante, generan idéntico dolor,
impotencia y rabia.
Y no parece demasiado lícito justificarse, especialmente por quienes lo
practican, respondiendo a esta clase de asuntos tan viejos como la historia,
con creencias sociales del tipo: «siempre ha sido así» y «el pez chico se
come al pez grande», inhibiéndose absolutamente de cualquier actuación.
Es preciso iniciar planteamientos nuevos que reduzcan la posibilidad de
continuar justificando el daño al débil, al confiado y colaborador como
algo natural e irremediable, ya que no es sano continuar defendiéndose de
ese modo, encubriendo así cotas de agresión, que no por encubierta es me-
nos intensa y brutal, que se justifica e intenta minimizar como un mal eter-
no, menor e inevitable.
IDENTIFICACIÓN DE CLAVES DESACTIVADORAS DE LA CONDUCTA AGRESIVA 287

Del mismo modo habrá que soslayar la evidencia de identificar como


irritante e indeseable al sujeto hábil, no colaborador, aprovechado y sano,
pues violenta a los que sí colaboran y aportan.
Para reducir todas estas tensiones indudablemente violentas, existe un
aliviadero: aplicar las normas y planteamientos éticos firmes, que implican
la revisión profunda y permanente de los propósitos y planes personales, va-
lorando si al ejecutarlos causan perjuicio a otros. De no actuar así, la res-
ponsabilidad de los perjuicios causados a los semejantes, no siempre ob-
servables y a veces irreparables, será de nuestra incumbencia.
Es irrenunciable un desarrollo personal al que cada uno tiene el derecho
y el deber de acercarse y potenciar, a riesgo de bloquearse en la inercia, el
aburrimiento y la desidia de no hacerlo así. El problema estriba en la inten-
cionalidad y los métodos usados para desarrollar esa competencia inicial-
mente lícita.
Parece claro que fomentar el respeto a la capacidad de los otros, a la pro-
pia naturaleza y al medio es el estilo que puede ofrecer soluciones válidas.
Estilo cooperador y de respeto al otro, que paradójicamente estamos ol-
vidando y eludiendo con mucha superficialidad y rapidez, lo que supone el
incremento colateral de la marginalidad de diversa clase y condición, que de
no remediarse devolverá a la sociedad y a la historia evolutiva de la especie
costes demasiado elevados, como un efecto boomerang que cuestiona el
propio progreso, los recursos naturales, la supervivencia y la seguridad de
todos.
Los riesgos de manipulación personal que confluyen en cualquier so-
ciedad se han agravado con los nuevos emergentes de nuestra época, que se
concretan en el lema: «hacer cada vez más y mejor en menos tiempo».
Metamensaje del que nadie habla y todos practicamos, «empujándonos»
con la prisa y el agobio los unos a los otros.
Presión y pseudoacoso, que ha brotado de ese magma común en erup-
ción que supone la inevitable globalización económica y tecnológica.
Globalización que (sea o no justificada y necesaria) es un hecho y ha in-
crementado de forma acelerada la necesidad de actualización y ajuste per-
sonal permanente, vaciando de contenido multitud de actuaciones (léase vo-
caciones, profesiones, habilidades...) humanas, que no van a poder subsistir
con facilidad a ese cambio.
Riesgos en los que se mezclan el simple afán de sobrevivir, la aspiración
al poder de personas a las que les sobra astucia y les falta autoridad moral,
incompetencias descaradas y obscenas de líderes que jamás debieron serlo,
y a las que se suman altanerías, presunciones, ignorancias, envidias, etc., y
288 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

un largo etcétera de intenciones aviesas y negativas de la humana natura-


leza que no ayudan a que la realidad cotidiana sea más adaptativa y habi-
table.
Consideramos que la ética, esa bella y deseada utopía, no debe continuar
con su viejo significado de aspiración imposible y atrayente para soñadores
y románticos, sino ser apreciada y descubierta en su real dimensión, como
verdadero talismán que la humanidad precisa en su evolución, no solo hu-
mana sino económica y de supervivencia, actual. Reto que deberá plantearse
con toda seriedad y rigor, si se desea que la vida continúe en el planeta.

11.1.1. El acoso estético

Hablemos ahora de una de las presiones acaso más sutiles y difíciles de


percibir: la presión por la imagen, ejercida sobre muchachas y muchachos
jóvenes, adolescentes y otros colectivos menos juveniles.
La imagen ideal a la que masivamente se desea imitar, se elabora en el
imaginario social de cada cultura como el resultado y la integración de in-
finidad de estímulos en general no verbales: posturas, gestos, actitudes,
poses, etc. Estímulos a los cuales se añaden mensajes que contienen claves
y fórmulas implícitas, que prometen a quienes las imiten, ensayen y apli-
quen en sus comportamientos, éxitos personales muy apetecibles.
En realidad los éxitos consistentes en terminar una carrera y labrarse un
porvenir palidecen y pierden gran parte de su atractivo para muchos jóvenes
al compararlos con el glamour y el brillo de esos otros éxitos fulgurantes
que se encuentran implícitos en logros como conseguir ser artista, cantante
o modelo.
Cuidar de uno mismo es un deber. Extralimitarse en ese cuidado hasta
extremos ridículos constituye un riesgo que, si únicamente supusiera expo-
nerse a la frivolidad no sería motivo de preocupación por sus efectos. El
asunto es que con extremada frecuencia afecta a la salud de modo impor-
tante.
El inicio de esta presión, a menudo enmascarada, se produce cuando los
halagos y reconocimientos que reciben los jóvenes no responden a la nece-
sidad natural y lógica de fomentar la propia autoestima, como consecuencia
necesaria de ensalzar su belleza natural, todo tipo de cualidades personales
e intelectuales, los nuevos valores que necesariamente aportan y su latente
energía para desarrollar un proyecto de vida.
La Humanidad siempre ha envidiado los valores de la juventud, época
de la vida que nadie quisiera perder, repleta de energía, ilusión y sueños,
que hay que intentar convertir en realidades.
IDENTIFICACIÓN DE CLAVES DESACTIVADORAS DE LA CONDUCTA AGRESIVA 289

El problema comienza cuando ese sistema de valoración y loa de los


méritos que la juventud posee se desvían y manipulan hacia ese «canto del
cisne», que implica el culto a la superficialidad y la apariencia.
Nos referimos justo a ese instante en el que se valora mucho más las fir-
mas de moda que cada uno lleva sobre su piel, que la gracia natural de la
piel donde se asientan y «el salero» con el que sabe llevarla. O a ese otro
momento en que la obsesión por las dimensiones corporales, para valorar si
el número de curvas y medidas se ajusta a los cánones establecidos, impide
ver a la persona que está detrás.
Queremos fijarnos en esas apreciaciones que se suscitan, cuando el co-
lor y el estilo del peinado que exhiben las top model, incita a modificaciones
constantes. En definitiva, nuestra óptica se detiene en esos asuntos que es-
tallan, cuando la cabeza de las personas solo atiende y se fija en los signos
y significados externos, agrupados en trono a las formas y detalles mínimos
de sonreír, mirar, gesticular, etc.
Modelos de vida que la publicidad muestra por doquier, incitando a los
jóvenes y menos jóvenes a dedicar sus días a prácticas tan nimias como imi-
tar ese deje de la voz que cecea y tiene tanto encanto, gastando el tiempo y
su energía en un culto a la apariencia, que no es criticable ni perjudicial
cuando los límites del sentido común y la cordura le ponen freno.
No estamos en absoluto en contra de la estética. Es una obligación la
presentación ante uno mismo y los demás con la imagen más agradable y
atractiva posible. Sí estamos en contra de que las personas se preocupen
exclusivamente por la imagen, al punto de que esa preocupación sea tan ex-
cesiva que reste salud a sus vidas por el exceso de presión. Cuando eso su-
cede, y en nuestros días es frecuente, nos encontramos frente a un problema
de falta de ética, por el abuso de la presión hacia la estética.
En definitiva, o estás o no estás, constituye uno de los lema-veneno de
más actualidad, si se desea integrarse en determinados grupos que única-
mente responden a ese tipo de contraseñas. Y estar es, por supuesto, copiar,
imitar, acercarse a los modelos de ese éxito que promete el paraíso del
bienestar, detrás del cual (supuestamente) se encuentra la felicidad total, re-
servada a quienes logran estar rodeados de multitudes que prácticamente los
veneran, como si fueran nuevos dioses al margen de que sus logros reales se
concreten en vacías apariencias.
En estos comportamientos existen al menos dos riesgos: uno para el pro-
pio sujeto que logra llegar a ser uno de los escasos elegidos por la diosa for-
tuna. Es, desde luego, un riesgo que casi todo el mundo está dispuesto a pa-
gar, al margen de que conozca o no sus peligros. Es el riesgo del éxito a
cualquier precio, mito de nuestro tiempo, que como el que se ofrece en el de
290 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

la eterna juventud ejerce tal fascinación, encantamiento y sortilegio, que


prácticamente casi nadie es capaz de soslayarle. Por intentar cumplir el fa-
tal sueño de intentar ser más que nadie, en cualquier campo, los hombres es-
tamos dispuestos a casi todo, convirtiendo la vida en pesadilla.
No es un asunto exclusivo del ámbito estético, el afán de destacar es
parte y no poco importante de la propia historia de la Humanidad. Acaso
por ello a quien lo consigue, a menudo se le perdona todo.
El otro riesgo es al que se exponen aquellas personas, que por cierto son
legión, que intentan ese éxito y sin embargo no lo logran. En este caso el pe-
ligro está en que las posibilidades de triunfo son muy escasas, las condi-
ciones muy duras y el fracaso cruel, frecuente y odioso.
Basta observar atentamente cuánta gente guapa y con glamour detecta-
mos en cualquier calle de cualquier ciudad y observar inmediatamente des-
pués, lo mismo pero en sentido inverso: las personas que no parecen espe-
cialmente atractivas e incluso son poco agraciadas, que en vez de intentar
ser resultonas, se empeñan en implicarse en mil retoques inoportunos, ine-
ficaces y ridículos.
Es un buen ejercicio para darse cuenta de que la mayoría de personas,
estamos lejos de poder aspirar a poseer esas dimensiones de apetecible be-
lleza, hagamos lo que hagamos. Lo que no quiere decir que no estemos obli-
gados a mejorarnos en lo posible. Es como siempre un asunto de límites. Y
las personas captamos mal esas cuestiones. O no llegamos o nos pasamos.
Hay mucha distancia entre lo que creemos ser y lo que realmente somos,
entre la apariencia que creemos tener y la que realmente tenemos. No es
sencillo ir adquiriendo coherencia y tener consciencia real nosotros mismos.
Esos estilos de diseño sin los cuales y, según infinidad de mensajes, la
felicidad parece un objetivo imposible, no están en toda su dimensión al al-
cance de cualquiera. Es preciso saber algo tan elemental que se olvida con
frecuencia porque puede convertirse, si no se aprende, en un peligro.
Y lo es porque hasta que las personas se dan cuenta de esa pequeña di-
ficultad, si insisten con todas sus fuerzas en querer hacer de su vida una vo-
cación en esa dirección, pueden hacer enormes sacrificios de todo tipo
para lograrlo y no conseguirlo jamás. La teoría matemática de la probabili-
dad enseña que cuando las posibilidades son escasas el resultado esperado
se acerca peligrosamente a lo imposible.
Hay que manifestar que son demasiados los que malgastan su salud e in-
cluso su propia vida y energías de todo tipo, haciendo multitud de retoques
estéticos, con la finalidad de tener el éxito de ser admirados. Y es preciso
decir que también abundan los sujetos que se aprovechan de estas inten-
ciones erróneas para hacer negocios apelando a la belleza y la salud y en
IDENTIFICACIÓN DE CLAVES DESACTIVADORAS DE LA CONDUCTA AGRESIVA 291

nombre de ellas explotar el desconocimiento, y la falsa percepción, cau-


sando perjuicios que a veces no tienen solución posible.
Si se realizan todos esos toques mágicos, simplemente por mejorar la
propia autoestima y desde planteamientos realistas, no hay nada que objetar.
El problema estriba en empeñarse en imposibles, con notorias faltas de
realismo, puesta la energía en las esperanzas de bienestar que suponen ge-
nerarán este tipo de cambios, a menudo muy costosos, en todos los sentidos.
El ejemplo más claro es el culto masivo a la delgadez extrema, del que tan-
to hemos hablado ya en otros trabajos. Ramírez A (2000) y en cuyos peli-
gros no vamos a insistir aquí.
Sin duda, el riesgo máximo no es el de los casos aislados y extremos,
sino el más general y extendido de la desilusión que supone invertir mucho
en expectativas que nunca se cumplirán.
Desilusión que afecta a miríadas de jóvenes que no logran alcanzar las
medidas precisas de lo que deba ser su imagen ideal, concretada por ellos
mismos, es cierto, pero inducidos por la sutil y eficaz presión estética que
impregna cualquiera de nuestros ambientes.
Hemos querido reflexionar sobre estos aspectos en un libro sobre la vio-
lencia, porque a nuestro modo de ver, la presión excesiva es ya de por sí
agresión implícita, leve si se quiere, pero muy insistente y por ello mismo
condicionante. Generadora de consecuencias a menudo imprevisibles.
Si empujamos a los jóvenes hacia estilos de comportamiento que no tie-
nen salidas y desarrollos con posibilidades ciertas, usando slogans intere-
sados y falsos, tenemos que saber que les estamos dirigiendo hacia la frus-
tración más patente.
Cualquiera de nosotros posee sensibilidad estética para captar, percibir
y desarrollar la belleza, la suya propia, que todo sujeto posee aunque sea
monstruoso, la de los demás y la del mundo que nos rodea.
Conviene repasar autores como Schopenhauer, para no confundir sóli-
dos conceptos de estética y belleza, relacionados con la que emanamos
por el hecho de ser y de existir, con otras acepciones desposeídas de conte-
nido, asociadas a comportamientos relacionados con modas y estilos per-
sonales de mostrar la propia imagen.
Debido a infinidad de condicionamientos de salud, físicos, económicos,
de inteligencia, etc., no todas las personas tienen acceso y pueden seguir los
cánones acertada o falsamente estéticos, establecidos en cada época y tam-
poco muchas pueden seguirlos en la nuestra.
Si inducidos por las modas, los jóvenes se autoconvencen y creen que
solo se puede tener estabilidad, éxito y felicidad siendo poseedores de cier-
292 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

tas claves que no tienen que ver con la estética y sí con esa pátina dorada de
glamour a la que se le ha dado ese inmerecido nombre, estamos en un ca-
mino sin salida.
Hay que ofrecerles alternativas verdaderas, que están mucho más cerca
de la ética y los valores a los cuales, por cierto, sí pueden acceder todas las
personas, para que sin dejar de desear la belleza, sepan apreciarla detrás de
los signos externos de la estética del poder, la riqueza y la pura apariencia.

11.1.2. Acoso moral

Se manifiesta este tipo de acoso al que se ha referido recientemente Hi-


rigoyen (1999), cuando se crítica de manera permanente e insistente la
conducta de otros cuestionando cada uno de sus actos, con la finalidad de
generarle inseguridad, dudas sobre su eficacia, y problemas de autoestima.
El proceso de influir en las opiniones ajenas es lícito, cuando la inten-
ción es verdadera y obedece a motivaciones honestas. No es justo ni ético
cuando de lo que se trata es de anular la opinión de alguien por medio de
presiones veladas o manifiestas.
La táctica de los acosadores morales consiste en restar mérito y presti-
gio a las opiniones de la víctima por medios no confesables. En general se
procede así porque es un obstáculo para su finalidad y la del grupo al que
sirve.
Algunas personas más inseguras y dubitativas, que vacilan a la hora de
ejecutar tareas o tomar decisiones, son blanco ideal de quienes más seguros
con menos prejuicios y menos respetuosos con los demás, buscan la efica-
cia y el éxito personal sin importarles las consecuencias negativas, a veces
dramáticas, que sus acciones tienen para otros.
Quizá por esas connotaciones especiales de las actitudes de acosadores
y acosados, muchas mujeres la han sufrido y la sufren especialmente a lo
largo de la historia.
Es una obviedad el hecho de que quienes practican este tipo de con-
ductas aplican la meditada y malvada estrategia de minimizarlas justifican-
do su proceder en función de supuestas necesidades y objetivos: económi-
cos, políticos, sociales, familiares, organizativos, institucionales, etc.
Es imperativo y preciso aclarar su verdadera motivación: les gusta hacer
de menos a los demás cuando les perciben inferiores, no siendo capaces de
actuar así con los que consideran fuertes y peligrosos. Necesitan ese modo
de actuar para sentirse importantes, ya que en realidad sufren graves com-
plejos de inferioridad.
IDENTIFICACIÓN DE CLAVES DESACTIVADORAS DE LA CONDUCTA AGRESIVA 293

Son muchas las personas que de ese modo, engordan una pseudo-auto-
estima falsa que les sirve como sustituto de la verdadera que no poseen, in-
fringiendo daños permanentes a personas que consideran más débiles y
manejables, que en general son mejores personas que ellos y, a menudo,
más inteligentes y preparadas, llevando a veces esta conducta hasta extre-
mos vejatorios y humillantes.
La violencia implícita que se suscita y el rencor que se provoca en el
afectado son difíciles de calcular si no se observan con atención y cercanía
este tipo de conductas, que son difíciles de demostrar y erradicar.
Son modos de comportamiento típicamente animal, que recuerdan la
manada, el rebaño, ancestral del que sin duda nos restan a todos vestigios
indeseables, que hay que empeñarse en reducir y eliminar.
Se producen con más frecuencia en situaciones de restricción y emer-
gencia, donde las posibilidades de libertad individual están sometidas a
normas con escasa posibilidad de contrastación y defensa: situaciones de
guerra, de falta de libertad, sociedades estamentarias, etc.
Pero no piense el lector que en las sociedades democráticas no es posi-
ble su ocurrencia. La propia psicología de la personalidad ya nos advierte, al
estudiar las diferentes tipologías y caracteres, de algo que nos había anun-
ciado previamente la realidad social: la existencia de multitud de sujetos au-
toritarios, antisociales, agresivos etc., que al margen de esa peculiaridad
son normales, pero absolutamente intolerantes y convencidos plenos de que
nada ni nadie va a torcer su voluntad.
Esta actitud, implícitamente, supone un estilo combativo generador de
violencia, que basa el éxito personal en no dejarse vencer, ni convencer, ac-
titudes estas últimas que perciben como signos de debilidad del carácter.
Debilidad que rechazan en ellos mismos y en los otros. Demasiadas perso-
nas perciben la sociedad como una especie de jungla, en la que solo los
fuertes sobreviven, como una consecuencia directa de un implícito y extre-
mo Darwinismo social.
Y esas personas no son anormales, en el sentido peyorativo del término,
al menos no lo son hasta que cometen algún tipo de delito concreto. Sim-
plemente poseen un tipo de creencias concreto sobre la convivencia y sobre
cómo practicarla con los otros. Creen que no dejarse avasallar, supone im-
pedir el desarrollo de los otros. Y además, muchas veces, y para más com-
plicación y dificultad de modificar estas actitudes, por ese modo de ser
supuestamente fuerte, son admirados y elegidos como líderes.
Solo últimamente se están cuestionando las características de los líderes
carismáticos. Hasta hace muy poco, unos 20 años, el líder ideal era el que
había sido responsable de grupos humanos, sin meditar demasiado cómo lo
294 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

había logrado. Un buen líder era una persona con éxito probado en la fun-
ción de mando. Sencillamente se estudiaba a quien poseía altos cargos y se
concretaban sus cualidades y actitudes, que luego se ponderaban de modo
positivo con el lenguaje adecuado.
En la actualidad se considera y valora al líder carismático, cuya perso-
nalidad consigue estimular, ilusionar y motivar a las personas que dirige, lo-
grando su colaboración e interés.
Sin embargo muchas organizaciones no tienen muy claro si prefieren un
líder carismático o autoritario, o si prefieren lograr la colaboración o el so-
metimiento grupal.
Algunas instituciones y organizaciones lo tienen tan nítido que optan
por decir que tienen líderes carismáticos e intentar vender esa idea, cuando
en realidad lo que tienen son líderes autoritarios. Es fácil darse cuenta de es-
tas sutiles trampas, acudiendo a un sencillo ejemplo del lenguaje:
Cualidades supuestas y ensalzadas de un sujeto como: «... enérgico,
luchador, valiente, etc.», pueden encubrir sin problema otras que son más
verdaderas y reales: «...colérico, agotador, temerario, etc.»
El acoso moral ha existido, existe y existirá siempre, y no obstante con
frecuencia no puede demostrarse, porque los límites de las actitudes con las
que nos acercamos a los demás se pueden percibir y presentar a los otros
desde muchas perspectivas distintas.
Ocurre en todos los ámbitos, no solo en el laboral: por ejemplo un padre
o una madre pueden acosar a su hijo en el nombre de la protección más ho-
nesta y deseada y en realidad dedicarse a vigilar estrictamente cada uno de
sus actos. En concreto pueden percibir que protegen, incluso creérselo, y lo
que hacen es vigilar.
Del mismo modo, en una relación amorosa el cuidado y el mimo, que
son absolutamente deseables, si poseen intensidad excesiva pueden obede-
cer a una estrategia de celos, cuya finalidad verdadera es conocer hasta los
más mínimos comportamientos para mantenerlos bajo la «tutela» personal.
En los grupos existen dos antiguas estrategias para anular potencial-
mente a quien se perciba como obstáculo para la estrategia personal de as-
censos, que son utilizadas por los trepas.
Una consiste en lograr la confianza del compañero en una primera eta-
pa, para conocer sus puntos débiles, con la poco sana finalidad de exhibir
posteriormente sus fallos con mayor grado de acierto, a la espera del con-
secuente premio. Suele ser una estrategia exitosa. Otra argucia consiste en
restar importancia a la tarea del otro, crearle inseguridad y hacerle fallar
para de inmediato pasar a ser el «solucionador eficaz y diligente», que
IDENTIFICACIÓN DE CLAVES DESACTIVADORAS DE LA CONDUCTA AGRESIVA 295

arregla casi todo. Es una estrategia para trepas más hábiles con la cual lle-
gan más lejos.
Defenderse del acoso moral requiere mucha formación, temple y esta-
bilidad para impedir que se produzca el derrumbe esperado. Los acosadores
cuando ven a la víctima derrotada, pueden incluso ejercer de buenas per-
sonas intentando ayudar, por supuesto a su manera y con su estilo.
Responder al acoso con agresión y nerviosismo solo produce frutos si la
respuesta es tan intensa que asusta a quien acosa, haciendo que se retire, lo
que no es fácil ya que suelen ser personas como hemos dicho más fuertes y
resistentes.
No responder es otra táctica errónea ya que el acosador se crece. La tác-
tica más útil, acaso sea darse cuenta de lo que está pasando, no sufrir de-
masiado, ni creerse la crítica permanente, resistir lo más impasible que se
pueda, buscar apoyos y denunciar, de algún modo, en alguna instancia,
horizontal o vertical, interna o externa al grupo. En situaciones insoportables
hay que valorar la posibilidad de alejarse de ese tipo de personas y grupos.

11.1.3. Mobbing

Mientras el acoso moral puede producirse en cualquier ámbito de la


convivencia: familiar, amistoso, amoroso, etc., la peculiaridad del actual-
mente llamado mobbing, es que se circunscribe únicamente al contexto la-
boral o institucional.
La interpretación aproximada del concepto, alude al conjunto de actua-
ciones intencionales de un sujeto (el acosador), dirigidas a menospreciar la
tarea y el estilo con el que otro sujeto (en este caso el acosado) realiza su
trabajo, con la finalidad de provocar en la víctima un sentimiento de des-
valorización y falta de reconocimiento.
Ese injusto e indeseable objetivo se logrará más fácilmente cuando la
persona acosada sea insegura y se autoinculpa de los supuestos fallos, que
en este caso son «trampas» previamente preparadas por el acosador, para
potenciar fallos permanentes.
Este tipo de estrategias son tan sencillas como omitir un punto y/o una
coma en un ordenador, cuando se simula «enseñar» a un compañero, que
sabe menos de informática y se le enseña todo menos ese punto fatal, que le
hará fallar y tener que recurrir a la malévola «ayuda» de su supuesto «com-
pañero», que «curiosamente» es el único que sabe «rodar» el programa.
Más tarde, cuando el jefe observe que uno de los empleados (el «listo» aco-
sador) no falla en la informática y el otro sí y además no sabe por qué los
296 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

méritos se los lleva el trepa, que para redondear «la faena» se empeñará en
convencer a la víctima con críticas como: «no me explico por qué no te sale
la tarea» y «seguro que algo se te olvida», etc. Bastará a continuación ase-
gurarse de que el jefe observa los fallos y luego a recoger la cosecha.
Con esta malsana intención, lo que se persigue es eliminar cualquier tipo
de refuerzo positivo, con la finalidad de provocar en el acosado la sensa-
ción de incompetencia y culpabilidad, por no ser capaz de alcanzar los ob-
jetivos que implícita y explícitamente supuestamente (según el acosador),
son tan elementales y sencillos y los exige la organización, provocando así
una actitud de desplazamiento del grupo, aislamiento y bloqueo.
Esa falta provocada de confianza y seguridad en la propia ejecución, in-
cide en la apreciación del mérito y valía personal, genera impotencia, rabia
y dolor, que la víctima no se permite expresar porque teme que se interpre-
te y justifique por el acosador y la organización, como ineptitud personal.
Conjunto de emociones negativas mezcla de humillación, dolor e imposi-
bilidad de defensa, que si no se identifican en su causa real, (en este caso el
acoso) y si no se expresan, se introyectan agresivamente en el propio suje-
to, pudiendo llegar a ocasionarle multitud de enfermedades físicas y más es-
pecialmente psíquicas, así como problemas de convivencia en los grupos
donde la persona sí tiene confianza para expresar tus tensiones: familia,
amigos, etc.
En concreto, es un acoso psicológico que podemos acotar en una defi-
nición particular como:
«El intento de desprestigiar la eficacia y competencia profesional de una
persona en beneficio propio, con la finalidad exclusiva de aprovechar el des-
crédito para potenciar la propia imagen».
En la actualidad se están realizando muchos estudios al respecto, ya que
las personas afectadas por este tipo de problemas son multitud. Un excelente
trabajo es el de Piñuel y Zabala (2001).
Según nos indica este autor existen muchas personas con «mediocridad
inoperante activa», concepto que recoge a su vez del doctor González de la
Rivera.
Esas personas cuyo trasfondo emocional más claro es la envidia, no
pueden soportar el talento ajeno ni la posibilidad potencial de que un com-
pañero y/o subordinado (con los jefes no suelen atreverse porque son co-
bardes) tenga algún tipo de reconocimiento y de éxito.
Con gran sentido del humor, Piñuel los identifica con las «cualidades»
del famoso perro del hortelano, que ni puede comer las berzas ni las deja co-
mer.
IDENTIFICACIÓN DE CLAVES DESACTIVADORAS DE LA CONDUCTA AGRESIVA 297

En definitiva, la envidia, la desmedida ambición producto de sus pro-


fundos complejos y la escasa valía profesional, son los «atributos», del
acosador mediocre.
Ocurre no obstante, que esa actitud de acoso no se gesta únicamente en
las actitudes de personas poco eficaces e inteligentes, muchas personas
aparentemente lúcidas se empecinan igualmente en este tipo de comporta-
mientos, con la particularidad de que en este caso el potencial de herir y da-
ñar es mucho más incisivo, calculado, retorcido e intenso.
No es bueno olvidar que la tentación del mobbing puede surgirnos a
cualquiera ante la presencia de personas que percibimos como molestas, por
cualquier razón y/o motivo, y más especialmente por su excesiva compe-
tencia, coherencia, talento, eficacia, modo de ser, etc., que pueden afectar a
los propios planes de carrera y desarrollo profesional.
Es necesario comprender que las otras personas no son un medio para
los propios objetivos y planes, no son objetos, entes abstractos, y cosas.
Muy al contrario, son seres sensibles que poseen sentimientos, sufren, tienen
objetivos y aspiran a ser felices, que como mínimo supone trabajar en paz.
Practicar ese tipo de actitudes supone implicarse en una desvalorización
personal que afecta a la propia escala de valores morales y éticos, en algu-
nos casos con tal intensidad y negativismo, que se prefiere el propio per-
juicio antes que el beneficio del otro/a. Es triste constatar la existencia de
personas que llegan a odiar de tal forma el talento de los otros, que no pue-
den soportar su sola presencia y necesitan, humillarles y destruirles senci-
llamente porque son reflejo de actitudes y cualidades que ellos no poseen y
desearían ser capaces de adquirir.
Una parte especialmente interesante del trabajo de Piñuel es la que de-
dica a estrategias de resistencia a lo que el denomina «psicoterror». En
definitiva, cómo defenderse de los acosadores. Relaciona y apunta para
esta finalidad, una serie de «herramientas» útiles:

a) Forma física y mental.


b) Confianza en sí mismo.
c) Consideración y apoyo social del entorno.
d) Estabilidad económica.
e) Margen de maniobra para un posible cambio.

El problema en estas situaciones lo constituye especialmente la obsesión


de incapacidad que impregna al sujeto impidiéndole la búsqueda de solu-
ciones. Motivo básico por el cual es prudente buscar apoyo y orientación te-
298 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

rapéutica, con la finalidad de, ayudado por otras personas, percibir alterna-
tivas, con la finalidad de intentar salir de esta situación humillante y alta-
mente peligrosa para la salud.

11.1.4. Acoso sexual

El acoso sexual, desdichadamente tan de moda y que tantas páginas


ocupa en los medios de comunicación, no es un fenómeno exclusivo de la
modernidad. Existe desde los principios de la historia, no habiéndose iden-
tificado como delito con la misma frecuencia que en nuestra época, por ra-
zones individuales y sociales.
Efectivamente, las propias víctimas silenciaban los hechos en multitud
de ocasiones por temor a no ser creídas y a que pusieran en duda su propia
integridad moral y prestigio personal.
Existían, por otra parte, creencias sesgadas en favor del sexo masculino
que cuestionaban totalmente argumentos y opiniones, en general, de las mu-
jeres, fueran estas relativas a aspectos familiares, sociales o personales. El
asunto se complicaba especialmente en cuestiones relativas al sexo.
Afortunadamente, esas actitudes incalificables son solo una vejatoria y
triste historia que queda en el recuerdo para vergüenza de todos, en un
claro afán de no repetirla jamás y como una llamada de alerta, para conti-
nuar trabajando en un irrenunciable esfuerzo hacia la igualdad absoluta de
los géneros, firmemente apoyada en la exigencia de respeto y libertad a la
que es acreedora cada persona.
Todo sujeto puede elegir sus opciones personales y tiene el derecho y el
deber de hacerlo en todos los ámbitos de la realidad, siempre y cuando no
comprometa la libertad de los otros.
Cuando de lo que se trata es nada menos que de especificar condiciones
concretas a sus relaciones íntimas, los índices de respeto escrupuloso a sus
estilos de comportamiento concreto alcanzan cotas y matices especiales.
Hace no demasiado tiempo habría resultado impensable que una mujer
que se dedicara a la prostitución pudiera denunciar a un hombre por acoso
sexual. Impensable e incluso mal visto. Hoy día queda claro, para todos, que
lo que cuenta es la voluntad de la persona y no el hecho ejecutado en sí.
Siempre que se tuerza la voluntad de otro, o se intente de cualquier for-
ma o modo ilícito, se produce inevitablemente acoso y violación de sus de-
rechos, más detestable y notoria cuanto más afecte a su intimidad, como
ocurre en el caso que nos ocupa.
IDENTIFICACIÓN DE CLAVES DESACTIVADORAS DE LA CONDUCTA AGRESIVA 299

Es por ello mismo una de las mayores violencias que puede ejecutar una
persona sobre otra. A veces más dañina que la propia muerte, porque des-
truye la personalidad de la víctima en una o más facetas para el resto de su
existencia.
Igualmente impensable hubiera resultado que la esposa o compañera,
decidiera denunciar al esposo por la misma razón. De hecho, muchas mu-
jeres, demasiadas, accedían a relaciones sexuales de forma un tanto forzada,
considerando que ese estilo de relación era lo normal.
Sentimos una inmensa sensación de justicia, alivio, seguridad y alegría
de que en nuestros días, los tristes ejemplos anteriores constituyan delitos
graves que suponen privación de libertad para el hombre (o mujer) que
transgreda el derecho inalienable a actuar, al modo que plazca a cada uno,
su propia sexualidad, siempre y cuando respete el modo ajeno de manifes-
tarse en ese comportamiento.
Efectivamente donde no hay derechos, o se cree no tenerlos, como des-
graciadamente sucede todavía en otras culturas, no parece haber acoso por-
que nadie habla de él, ni se detecta, aunque este se produzca de modo coti-
diano y asumido por el colectivo social que lo padece. El hecho es que las
víctimas llegan a considerarlo como un mal menor.
¿Cuántas afrentas han debido soportar las personas, especialmente las
mujeres en ciertas culturas, cuando su estatus en relación con otros sujetos,
en este caso los hombres, era inferior?
Incluso en la más candente actualidad se producen todavía y de forma
relativamente habitual, en ciertos ambientes, conductas de acercamiento a
los demás extremadamente desvergonzadas que por sus elevados índices de
atrevimiento rozan de lleno los comportamientos típicamente acosadores.
No es raro que algunos atrevidos se dediquen a dar besos sin pedir
permiso o bien, poner la mano en la cintura o el hombro de personas des-
conocidas (en general mujeres) y considerar esas conductas como facilita-
doras de ligues. El riesgo que corren es reducido, porque si no gusta su ac-
tuación, nadie sabe quiénes son ni cómo se llaman. Es imposible denunciar.
Esa imagen resulta bastante cotidiana en los modernos bares musicales,
disco-pub y ambientes de relación de las grandes ciudades, lugares en los
que el atrevimiento y la osadía impulsa incluso a proponer sencilla y llana-
mente «un rollo», a quien se tercie.
«Rollo», que para los menos ilustrados en estas lides, supone ni más ni
menos que empezar a abrazarse, besarse y tocarse hasta donde cada uno per-
mita, sin conocerse en absoluto, hasta ese instante. ¿Es o no es acoso sexual,
este tipo de actuaciones?
300 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

Indudablemente depende del estilo concreto de cada caso, pero no pue-


de negarse que cierta moda de atrevidos estilos de galanteo exhibido por al-
gunos presuntos gallitos y liberadas de nuestros días, aunque intenten ha-
cerlo aparecer como normal y aceptado de mejor o peor gana, por personas
que lo padecen y no termina de ser tan normal y desde luego a muchas chi-
cas no les gusta para nada y les ofende enormemente.
Acaso sea interesante recordar, como contraste, los antiguos salones de
baile donde las señoras y señoritas esperaban modosamente sentadas en las
sillas, a ser elegidas por el varón que se dignaba acercarse a ellas, para per-
cibir las influencias culturales en determinados asuntos y lo complejo que
resulta a veces delimitar cuál es y cuál no es una conducta normal.
El problema de los límites se hace más diáfano: en el primer caso el
abuso de confianza, y por ello mismo el supuesto acoso sexual es, al menos
aparentemente, mucho más probable que en el segundo.
Se puede ser un caradura, cuyo estilo de relación consiste en avasallar
de entrada y pedir disculpas después, con el riesgo implícito de que le tilden
de sinvergüenza e incluso puedan denunciar y en el otro extremo se puede
ser un tímido que por no iniciar propuestas abiertas y originales, sea igno-
rado e incluso ridiculizado.
Cómo comportarse con las personas del otro sexo, o del mismo si es el
que atrae, y hasta dónde debe permitirse que se comporten otros, resulta una
cuestión crucial y menos sencilla de lo que a primera vista parece.
Lo que para algunos es una «gracia», para otros es un «trauma».
Es importante señalar que no sería prudente confundir estilos más o me-
nos atrevidos de seducir y acercarse a personas con las que se desea con-
tactar, con la típica actitud acosadora, que implica absoluta falta de respe-
to, sensibilidad y atención a los deseos y derechos de otras personas. Y
mucho menos justificar algunas actitudes erróneas al respecto en función de
supuestas incitaciones al acoso.
El acoso sexual puro y duro es una realidad injustificable que ha existi-
do siempre y que hay que combatir duramente. Hoy puede hacerse con la ley
en la mano. Lo practican personas que, solo a veces son enfermas, y en mu-
chas otras ocasiones, como mínimo, son osadas, irrespetuosas y agresivas.
Atrevimiento y falta de respeto que exige la intervención de la ley en
toda su crudeza, y en algunas excepciones la rehabilitación terapéutica
como alternativa obligatoria. Esas conductas dañan la intimidad, persona-
lidad y seguridad de las víctimas y es preciso erradicarlas con dureza, para
proteger a muchas personas que padecen este tipo de agresión y quedan
marcadas por ella.
IDENTIFICACIÓN DE CLAVES DESACTIVADORAS DE LA CONDUCTA AGRESIVA 301

Una cosa son las modas nuevas en las formas de ligar y otra muy dis-
tinta no captar los límites exactos del respeto que exige cada sujeto en fun-
ción de sus deseos y derechos, a riesgo de no hacerlo de actuar con violen-
cia extrema, alevosía y carencia absoluta de conducta moral.

12. VIOLENCIA Y DELINCUENCIA

Terminamos este trabajo que hemos dedicado al intento de identifica-


ción de algunas claves desactivadoras de determinadas conductas agresivas,
con un repaso brevísimo de algunas señales que a nuestro modo de ver se
encuentran implicadas en la conducta delictiva violenta.
Consideramos que se integran en ese área actuaciones de agresión con-
creta a las personas, que implican daño, de diferente intensidad para su in-
tegridad física, su salud e incluso la propia vida, ya que en casos extremos
supone perderla:

a) El robo.
b) Ídem con agresión de diferente intensidad.
c) Asaltos de cualquier tipo, causa y condición.
d) Agresión inducida por ingestión de substancias psicoactivas.
e) Cualquier otra clase de ataque provocado a un sujeto que genere
dolor, heridas, trauma, incapacidad etc., en cualquier grado de in-
tensidad.
f) Agresiones o ataques, con y sin premeditación, que por cualquier
causa provocan la muerte.

En el imaginario social, las creencias existentes sobre la posibilidad de


ejercitar la violencia, especialmente las más intensas y penadas por las leyes
son bipolares:
En general se cree que en determinadas circunstancias, «cualquier per-
sona puede ser violenta» y también que en el otro extremo «algunas lo
son en cualquier tipo de situación».
Y muchos datos de la realidad parecen apoyar en parte ese tipo de con-
clusiones al respecto, pero el matiz es crucial: solo en parte son creencias
verdaderas.
Evidentemente todo sujeto puede mostrar violencia en alguna ocasión,
pero no todos en circunstancias similares reaccionarán del mismo modo. La
mayoría de personas son incapaces de agredir y mucho menos de matar en
302 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

cualquier situación, ocurra lo que ocurra. Incluso sujetos más especiales, en


las peores condiciones, sintiendo incluso peligro para su integridad, tam-
poco lo harían.
Su pacifismo convencido les hace elegir en caso de necesidad antes su
propia muerte que la de otros. El estudio histórico y científico de las con-
ductas heroicas y altruistas está repleto de ejemplos reales. Son evidente-
mente casos constatados, que se han producido en seres humanos, al margen
de los asertos y predicciones (que como vemos, no siempre se cumplen), de
la teoría del instinto de conservación, que tanta violencia y egoísmo ha
justificado.
Es evidente que todos podemos ser violentos. Y podemos igualmente no
serlo. Cierto que tenemos ejemplos concretos de situaciones de aislamiento
en las que peligra la supervivencia y en las que se ha practicado la violencia
intergrupal e incluso el canibalismo, pero es necesario insistir: en esas si-
tuaciones, no todos han actuado de ese modo.
Sabemos, igualmente, que sujetos con actitudes violentas tienden a mi-
nimizar y «normalizar» sus actuaciones, en parte porque las comparten
con personas que tienen en su haber actuaciones semejantes. Aunque no
deja de resultar sorprendente, pues muy probablemente aplican una per-
cepción distorsionada de la realidad, con la cual intentan justificar sus mo-
dos de reacción.
Desde la perspectiva opuesta, y teniendo presente que las conductas vio-
lentas siempre resultan extremadamente impredecibles y sorprendentes,
sucede con más frecuencia de la deseable, que se produzcan estallidos de
agresión provocados por personas que la sociedad consideraba poseedora de
actitudes pacíficas, sumamente responsables y respetuosas que, en deter-
minadas circunstancias y de forma escasamente justificada, tristemente in-
tensa y por ello mismo poco evitable, han realizado actos que ni remota-
mente parecía pudieran cometer jamás.
Mientras que, como hemos señalado, a los agresivos su conducta no les
parece tan mala, a un reducido grupo de personas que externamente pare-
cían apacibles y capaces de autocontrol se descubren ante sí mismos y ante
los demás como intensamente agresivos en determinadas situaciones, que
para su desgracia les «encienden y activan». Algunos podían conocer de sus
tensiones internas, tener alguna referencia e indicador de sus tensiones,
que jamás mostraron a los demás. Podían, en definitiva, tener alguna noticia
de su violencia reprimida. Otros sujetos, pertenecientes a este reducido
grupo de agresivos ocultos, ni siquiera ellos mismos eran conscientes de sus
niveles de agresión potencial. La vida evidentemente tiene ese tipo de con-
tradicciones en todos sus ámbitos.
IDENTIFICACIÓN DE CLAVES DESACTIVADORAS DE LA CONDUCTA AGRESIVA 303

Otros grupos con niveles de violencia potencial intensa y conocida por


ellos lo constituyen aquellos sujetos, que no solo saben y conocen desde
siempre y con todo tipo de señales, datos y estímulos desencadenantes de
diferentes niveles de agresión, además de conocerlos plenamente, les atrae
cualquier clase de comportamiento que implique diferentes grados de falta
de respeto y abuso, y que, de cualquier forma, comprometa la tranquilidad,
la paz de los demás e incluso su salud y su vida, sin que existan ninguna
clase de explicaciones plausibles de su conducta. Son las personas sádicas
que verdaderamente disfrutan siendo agresivas.
Igualmente cierto y necesario de señalar, es la existencia de algunos in-
dividuos aislados que muestran esta clase de conductas agresivas, y que han
variado su rumbo merced a su propio e indispensable esfuerzo y a influen-
cias, firmes, oportunas, concretas y significativas, de personas positivas
de su entorno que, por razones diversas, les impactaron, impulsando un
cambio que parecía casi inviable.
Conclusiones como las precedentes, si no se matizan diciendo que son
ciertas solo en parte, hacen que corramos el riesgo de un incremento de las
creencias que afirman que de alguna forma y en alguna ocasión «todos
somos violentos» y que «los que lo son y quieren serlo lo desearán para
siempre y en todo lugar».
Si se refuerzan constantemente actitudes negativas como las anteriores,
estamos ejerciendo, acaso sin saberlo, un «efecto bola de nieve», en la ge-
neración de creencias y actitudes negativas de relación con los demás, que
impide posturas más firmes y creativas en la lucha contra la violencia.
Además de estas creencias erróneas al respecto, que es preciso matizar
y erradicar en lo posible, otra de las falacias más extendidas, que aparente-
mente y, a priori, no parece tener mucho que ver con este asunto, la consti-
tuye el hecho de que se considera que cualquier conducta, del tipo que
sea, puede explicarse por sus antecedentes próximos o remotos, conocidos
o desconocidos. La propia psicología ha alimentado esa creencia, que no
siempre responde a la verdad.
No siempre se conocen las causas y razones de las conductas, ya que en
multitud de ocasiones las personas actúan sin motivos identificables, al
margen de que siempre es posible encontrar explicaciones alternativas. To-
dos hemos actuado a impulsos sin saber por qué, comprando algo, llaman-
do por teléfono a una persona, o decidiendo hacer un viaje de forma ines-
perada. Con las conductas violentas, a menudo, sucede lo mismo.
El drama lo constituye el hecho que acontece en algunas personalidades
que tienen la tremenda desgracia de padecer un tipo de impulsos, con el cual
sienten, de vez en cuando, injustificables deseos de atacar a sus semejantes.
304 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

Son sujetos, sádicos y antisociales, que de algún modo necesitan hacer


daño para liberar sus tensiones.
De hecho, existen personas así y sería discutible y acaso imposible de-
cidir si este modo de ser obedece a factores genéticos, como la célebre
combinación cromosómica XYY, o bien a las circunstancias del azar que
condicionaron negativamente su modo de considerar las relaciones con los
otros.
Sin pretender generar polémicas, consideramos que los datos científi-
cos existentes en la actualidad no avalan la existencia de una pretendida
personalidad con predisposición previa a la delincuencia o al crimen. Sí
existen personalidades más agresivas que otras, e incluso mucho más
agresivas que la mayoría, pero no creemos que esa realidad permita reali-
zar la inferencia que identifique tendencia a la agresión más intensa con
criminalidad.
Nos parece un salto cualitativo poco justificado y así hay que decirlo.
Sabemos que existen personas agresivas con personalidades psicopáticas
y antisociales y otras muchas graves alteraciones psíquicas, que provocan
modelos de interacción con los demás en los que predomina la agresión.
Son personas que por su enfermedad tienen más probabilidad de implicarse
en actos delictivos. Es rigurosamente cierto. Pero probabilidad no equivale
a certeza. Y no podemos confundir por más tiempo probabilidad con ine-
vitabilidad.
Una persona de carácter y temperamento más agresivo tiene evidente-
mente mayor probabilidad de implicarse en actos violentos que otra que no
posea esos rasgos. Sin embargo no es inevitable que suceda, si esos rasgos
se detectan a tiempo y se buscan fórmulas y controles acertados para mo-
derar, reducir y eliminar esas tendencias. Fácil y sencillo no es, pero tam-
poco debemos considerarlo inalcanzable.
Sí hay que advertir, en rigor, que siendo posible es un objetivo suma-
mente difícil porque cualquier otro intento, en cualquier otro área del com-
portamiento, de modificar conductas poco adaptativas, lo es. Ya hemos
señalado que solo es posible cambiar un poco a las personas, cuando estas
lo desean y lo intentan con gran intensidad. Como contrapartida y como he-
mos repetido: quien no quiere no cambia, como mucho puede simular cam-
bio por presión, temor o por obtener alguna ganancia de cualquier tipo.
Otro hecho concreto que fomenta la dificultad de modificar personali-
dades desadaptadas es que vivimos en una sociedad que dispone de muchos
sujetos con cualquier tipo de perfil de personalidad deseado y se prefiere en
general elegir a modificar actitudes y aptitudes. Es menos costoso, requiere
menos esfuerzo y los resultados son menos inciertos, pero si pensamos en el
IDENTIFICACIÓN DE CLAVES DESACTIVADORAS DE LA CONDUCTA AGRESIVA 305

sufrimiento de las personas con problemas y de quienes viven con ellas o


son sus víctimas, no es bueno equiparar difícil a imposible.
El ejemplo más notorio de la tendencia social a esta forma de comodi-
dad lo aporta la escuela. Los profesores en general, salvo honrosas excep-
ciones, prefieren enseñar a los «destacados», que recuperar a «los retrasa-
dos». Los centros escolares, de hecho, «seleccionan a los mejores» y
«excluyen a los menos válidos».
Ese modo de actuar, valorado desde un punto de vista económico y ló-
gico parece justificable y positivo, pero no lo es tanto desde un plantea-
miento humano en el cual lo que importa es «cada persona individual».
En esas actitudes sociales de indudable exclusión han visto muchos
expertos algunas causas de multitud de conductas resentidas, que a medio y
largo plazo generan tensión y conflictos. Y de hecho, en alguna medida es
así, pero insistimos en que no explica todas las causas del problema.
El asunto se complica sobremanera, ya que muchas personas que no tie-
nen actitudes de convivencia adecuadas, para habituarse a las adaptaciones
que les exigen sus entornos, se niegan a someterse a las normas. En defini-
tiva, «se rebelan contra el sistema» de algún modo. No solo no quieren in-
tegrarse, aspiran a desintegrar lo que puedan y lógicamente la sociedad se
defiende de esos ataques marginándolos, con lo cual ellos a su vez, ya pue-
den acusar a la sociedad de que los margina y «justificar» su violencia. En
realidad hay una importante bolsa de marginación que es automarginación.
La reflexión final nos devuelve a los límites entre violencia «provocada
por los otros» y en el otro extremo violencia «elegida contra los otros».
Es difícil siempre saber qué sucedió primero. Ya hemos dicho antes que
por esa dificultad, lo fácil es culpar al contrario:
¿En el inicio el sujeto atacó a la sociedad, o bien fue «la sociedad» la
que violentó al sujeto y luego la rueda siguió girando?
Lo único que sabemos es que ese círculo, cuando «gira» a velocidades
diabólicas, hay que pararlo y puede intentar hacerse desde ambas «fuentes
de alimentación» del conflicto:
La sociedad en su conjunto y el sujeto, especialmente cada sujeto vio-
lento en exceso, deben reflexionar e intentar un cambio, por difícil, escu-
rridizo y minúsculo que pueda parecer, ya que acaso la ley más bella de la
ciencia del comportamiento, en la que si creemos con prudencia y rigor,
puede funcionar refrendando así el «efecto mariposa»:
«Cualquier cambio de comportamiento, exige esfuerzo máximo y si se
produce será mínimo y costosísimo, pero provocará consecuencias insos-
pechadas, con alta probabilidad de resultar intensamente favorables».
306 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?

BIBLIOGRAFÍA
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