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128psicofacil Canal
128psicofacil Canal
XXI
¿OTRO SIGLO VIOLENTO?
© Pedro Gómez Bosque et al, 2005
ISBN: 84-7978-692-2
Depósito legal: M. 13.421-2005
Impreso en España
Directores
Pedro Gómez Bosque (Profesor Emérito de la Facultad de Medicina de la
Universidad de Valladolid y Filósofo).
Amado Ramírez Villafáñez (Psicólogo Especialista en Psicología Clínica.
Consulta Privada en Valladolid).
Autores
José Antonio Gil Verona (Catedrático del Departamento de Anatomía y
Embriología Humana de la Universidad de Valladolid y Director del
Museo de la Ciencia de la misma Ciudad).
Tomás Palomo (Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario «12 de
Octubre» y Catedrático de la Especialidad).
Álvaro Huidobro (Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario «12 de
Octubre»).
José Carlos Mingote Adán (Jefe de Sección del Servicio de Psiquiatría del
Hospital Universitario «12 de Octubre»).
Pablo García Gañán (Filósofo, Teólogo y Psicólogo Director de la Divi-
sión para el Desarrollo de Personal de Santa Clara, California).
Carlos J. Gonsalves (Psicólogo Clínico en el Departamento de Psiquiatría
Infantil en el «Kaiser Permanente Medical Center» de Santa Clara, Ca-
lifornia).
Tomás Peláez Reoyo (Doctor en Psicología).
Agradecimientos
XIII
XIV ÍNDICE
1. Introducción .............................................................................. 67
2. Definición de la violencia y agresión ....................................... 68
3. Agresividad. Potencial agresivo ............................................... 69
4. Formas y tipos fundamentales de violencia y agresión.......... 69
4.1. Según los modos de la agresión.......................................... 69
4.2. Según sus actores ................................................................ 70
4.3. Según otros criterios ........................................................... 70
5. Las teorías sobre la génesis de la violencia ............................. 71
6. Modelos neurobiológicos para explicar las conductas agresi-
vas................................................................................................ 71
6.1. Genéticos-neuroquímicos ................................................... 71
6.2. Modelo endocrinológico ..................................................... 73
ÍNDICE XV
4. VIOLENCIA DE GÉNERO
(José Carlos Mingote Adán)
1. El problema ............................................................................... 107
2. Concepto de violencia de género.............................................. 109
XVI ÍNDICE
6. LA VIOLENCIA DE ESTADO
(Pablo García-Gañán y Carlos J. Gonsalves)
plejo de la creación, tiene también una «esencia humana» (en parte natural
y en parte ideal) a la que deben ajustarse sus comportamientos individuales
o sociales. Sobre la línea de este supuesto debemos entonces calificar como
violencia todo acto que atente contra esta naturaleza esencial del hombre y
que le impida realizar su verdadero destino, esto es, lograr la plena huma-
nidad. Así, la institución de la esclavitud en la cultura grecoromana era una
institución violenta ya que impedía al esclavo el acceso a la libertad jurídi-
co-política, libertad que constituye uno de los componentes fundamentales
de la naturaleza ideal del ser personal. La enajenación producida por la es-
tructura de la sociedad industrial capitalista contemporánea es otro ejemplo
de violencia esencial. Según Fromm (al que nos adherimos) la naturaleza
humana se colma cuando el individuo es capaz de amar, crear, razonar y ve-
nerar un «objeto» que merece auténtica devoción; pues bien, la sociedad ca-
pitalista no tiene en cuenta la naturaleza del hombre, frustra las necesidades
esenciales de la persona impidiéndola resolver positivamente sus más caros
anhelos y deforma así su carácter ideal; en esto consiste, en último término,
la enajenación, y tal enajenación, repetimos, es una modalidad muy grave de
violencia esencial.
3.o Por último, en un nivel semántico más preciso y restringido, vio-
lencia es la acción o el comportamiento manifiesto que aniquila la vida de
una persona o de un grupo de personas o que pone en grave peligro su
existencia. Violencia es, por tanto, agresión destructiva e implica imposi-
ción de daños físicos a personas o a objetos de su propiedad y ello en
cuanto que tales objetos son medios de vida para las personas agredidas o
símbolos de ellas.
De lo que acabamos de decir se deduce que la violencia destructiva no
es más que una variedad de la violencia esencial. No obstante, en nuestra
ponencia nos ocuparemos única y exclusivamente de la violencia destruc-
tiva; lo hacemos así para acotar el tema ya que el tratamiento exhaustivo de
la violencia esencial nos obligaría a entrar en amplias disquisiciones que
alargarían excesivamente nuestra aportación a este trabajo.
por el gran escritor ruso pero creemos que merece la pena bucear en su
obra para estudiar el importante problema de las motivaciones que condu-
cen o invitan a realizar conductas de tipo destructivo. Es más, creemos tam-
bién que la psicología científica oficial ganaría mucho en profundidad y ca-
pacidad de comprensión humana si aparte de utilizar la información
contenida en protocolos de experiencias animales o de observaciones eto-
lógicas tuviese en cuenta además la sabiduría psicológica ingénita de un
Dostoyevski o de otros poetas esenciales que han iluminado los abismos te-
nebrosos del alma humana.
Antes de terminar este tema queremos dejar constancia de que la géne-
sis íntima del crimen, es decir, las distintas etapas que se suceden unas a
otras y que culminan en la decisión de matar (en resumen, el proceso de la
criminogénesis) así como la interpretación psicoanalítica, clínica ampliada
de E. de Greeff y fenomenológica del acto criminal, han sido muy bien ex-
puestos por Hesnard A (1963).
el cuello de otra niña, una rubita, que veía todos los días pasar por delante de
su casa. Ella tenía un cuello regordete, rosado, y él había escogido ya el lugar
apropiado: una pequeña mancha morena bajo la oreja. Luego existían otras,
una procesión de pesadilla que había mancillado con su brusco deseo de
muerte; mujeres con las que tropezaba por la calle, mujeres que la casualidad
hacía sus vecinas y, sobre todo, una recién casada sentada junto a él en el te-
atro; reía fuertemente y él huyó, en medio de un acto, para no asesinarla.
Puesto que no las conocía, ¿qué furor podía sentir contra ellas? Cada vez que
lo sentía era como una crisis repentina de rabia ciega, una sed siempre re-
naciente de vengar ofensas muy antiguas de las que había perdido la memo-
ria exacta. Este sentimiento, ¿venía por tanto de tan lejos?; ¿brotaba del mal
que las mujeres habían hecho a su raza?; ¿del rencor acumulado en el macho
desde el primer engaño en el fondo de las cavernas? Y sentía también, en su
acceso, una necesidad de batalla para conquistar la hembra y domarla; el de-
seo perverso de echársela, muerta, sobre sus hombros; como una presa que
se arrebata a otros para siempre. Su cráneo estallaba bajo el esfuerzo y no sa-
bía responderse a sí mismo. En esta angustia de un hombre empujado a co-
meter actos en los que su voluntad no participaba y cuya causa verdadera ha-
bía desaparecido de su conciencia, pensaba que era muy ignorante y que su
cerebro era muy obtuso».
c) A las dos causas precedentes hay que añadir, como tercera cir-
cunstancia responsable de la alteración de las conductas agonistas intraes-
pecíficas en el hombre, un aumento considerable de las pulsiones agresivas,
aumento que se debe a una incapacidad de abreación de las mismas. El
hombre vive en sociedad y la sociedad impone al individuo un conjunto de
normas prohibitivas que le impiden poner de manifiesto sus tendencias
hostiles hacia los otros miembros del endogrupo; como consecuencia de ello
se ha acrecentado considerablemente el potencial de agresividad y este po-
tencial puede estallar bajo el influjo de estímulos aparentemente triviales
rompiendo todas las barreras sociales y provocando auténticas catástrofes
destructivas.
d) El cuarto y último factor disruptivo de la agresión en el nivel hu-
mano viene dado por lo que Lorenz llama el entusiasmo militante. Se trata
de una reacción de origen filogenético que tiene también sus raíces en el pa-
sado animal del hombre. El entusiasmo militante hace que un grupo deter-
minado defienda sus normas y sus ritos sociales propios frente a otro grupo
que no tiene los mismos; es más, el entusiasmo militante hace que una co-
lectividad humana intente imponer a otra su concepción general del mundo
y de la vida (su ideología) y no se conforme con la sola defensa de lo que
considera valioso.
No es nuestra intención hacer una crítica de las nociones que han apor-
tado los etólogos sobre la agresión intraespecífica en los animales; para ello
nos faltan conocimientos y la crítica sería un acto de atrevimiento que no
nos creemos con derecho a realizar; además nos parece que las observacio-
nes de Lorenz (y de otros etólogos) son muy acertadas y que representan
una real contribución a un mejor conocimiento de las «costumbres» ani-
males.
En cambio sí que deseamos exponer nuestro punto de vista crítico acer-
ca de las opiniones de Lorenz sobre la agresión intraespecífica humana.
Aceptamos la idea de Lorenz de que en el caso del hombre hay una des-
proporción evidente entre los instintos sociales y el pensamiento conceptual
pero formulamos esta desarmonía en términos distintos a los del biólogo
austríaco.
En efecto, para nosotros, la desarmonía humana es aquella que existe
entre el nivel de educación moral del carácter y el nivel de desarrollo de
conocimientos y de técnicas basadas en esos conocimientos.
Desde los albores de la Humanidad hasta la época presente se ha pro-
ducido un gigantesco salto en las ciencias y en las técnicas pero en cambio
la educación ética del carácter se encuentra en un estadio muy próximo a las
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 19
«En esta primera parte (dice Karl Menninger) he tratado de elaborar los
puntos siguientes:
• Primero, que la destrucción en el mundo no puede ser achacada sola-
mente al destino y a las fuerzas de la Naturaleza ya que en parte debe ser atri-
buída al propio hombre.
• Segundo, que este espíritu de destrucción de la Humanidad parece in-
cluir una gran cantidad de autodestrucción a pesar del axioma que afirma que
el instinto de conservación es la primera ley de vida.
• Tercero, que la mejor teoría para explicar todos los hechos actual-
mente conocidos es la hipótesis de Freud sobre la existencia de un instinto de
muerte (o impulso primario de destructividad) contrarrestado por un instinto
de vida (o impulso primario creador y constructivo) y que las varias fases de
interacción entre estos dos impulsos constituyen el fenómeno psicológico y
biológico de la vida.
• Cuarto, que de acuerdo con la concepción de Freud ambas tendencias
(la destructiva y la constructiva) están originalmente dirigidas hacia el propio
yo pero que se vuelven progresivamente extravertidas en conexión con el na-
cimiento, el crecimiento y las experiencias vitales. En sus contactos con los
demás el individuo reacciona primero con una extroversión de sus tendencias
agresivas, seguido por una extroversión de sus tendencias constructivas o eró-
ticas que por fusión con las primeras pueden alcanzar grados variables de
neutralización de la destructividad, desde la total hasta casi ninguna.
• Quinto, que cuando existe una forzada interrupción en estas vincula-
ciones externas o cuando son demasiado grandes las dificultades en mante-
nerlas, los impulsos destructivos revierten hacia la persona de la cual proce-
den, es decir, se vuelven contra el yo.
• Sexto, que si tiene lugar la desunión dominan entonces las tendencias
destructivas, sobreviniendo la autodestrucción en un grado mayor o menor.
En tal caso pueden hallarse las pruebas de la existencia del deseo de matar y
del deseo de ser matado, y también de las formas erotizadas de estos deseos.
• Séptimo, que en aquellos casos en que los impulsos autodestructivos
son superados y parcial pero no completamente neutralizados, se presentan
las variadas formas de autodestrucción parcial o crónica que serán examina-
das en los subsiguientes capítulos.
• Octavo, que en aquellos casos en que los impulsos destructivos sobre-
pasan en mucho a los constructivos, el resultado es el dramático proceso de
inmediata autodestrucción conocida con el nombre de suicidio.
• Noveno, que un meticuloso escrutinio de los motivos profundos del
suicidio confirmaría la hipótesis de que aparecen regularmente elementos de
por lo menos dos orígenes, y posiblemente tres. Tales elementos son: a) im-
pulsos derivados de la agresividad primaria cristalizada como un deseo de
matar; b) impulsos derivados de una modificación de la primitiva agresividad
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 23
cristalizada como el deseo de ser matado y, c) creo que existen señales claras
de que parte de la agresividad primaria autodirigida, el deseo de morir, se en-
laza con los motivos más sofisticados y agrega fuerza a la motivación com-
pleja que conduce a la precipitada autodestrucción.
• Décimo, que este proceso se halla indudablemente complicado por
factores exteriores, actitudes sociales, pautas familiares, costumbres de la co-
munidad y también por aquellas distorsiones de la realidad que se dan cuan-
do existe un desarrollo incompleto de la personalidad. El individuo cuyas ex-
periencias infantiles llegan a inhibir su crecimiento emocional hasta el punto
de hacer difícil para él establecer y mantener los apropiados objetivos exter-
nos de absorción de sus amores y odios, será posiblemente aquel cuya capa-
cidad para comprobar la realidad está tan deteriorada como para convertir el
suicidio en otro juego más (parecido al escondite o al regreso del paraíso).
• Undécimo, que estamos ciertos de que el suicidio no puede ser expli-
cado como el resultado de la herencia, la sugestión o de cualquiera de los sín-
tomas de inadaptación que lo preceden con tanta frecuencia. Más bien esta-
mos capacitados frecuentemente para percatarnos de que la firme progresión
de las tendencias de autodestructividad aparece muchísimo antes de la con-
sumación del acto decisivo».
Por lo demás, está claro que todas estas vivencias (y otras más que pu-
dieran citarse) se interrelacionan mutuamente y que rara vez se dan por se-
parado. Así, el sujeto que siente celos de un rival amoroso suele estar te-
meroso de su posible fracaso frente al ser que ama; si el fracaso se confirma
su alma se llena de enfado y todo ello conduce al rencor, al odio, o a la fu-
ria, que puede inducir al sujeto a realizar el típico y repetido crimen pasio-
nal.
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 27
figura del odio. Odiaba al hombre que el destino ponía en sus manos y
odiaba a la mujer deseada por aquel. Ya no pudo resistir más a la tentación
de poner la suerte de aquel en las manos de esta y, como si se hubiera suici-
dado, escribió sobre un papel blanco las siguientes palabras: ‘Gueret está
oculto aquí. Avisad a la policía, ‘Deja tu cesta aquí’, dijo entre dientes a la
niña y ‘lleva esta misiva a Ángela. Corre, es muy importante’».
«¿Por qué combaten los hombres el orden establecido? (se pregunta Ba-
echler en la obra citada). ¿Cuáles son los sentimientos que los animan además
de los que se desprenden a nivel de la unidad? ¿A través de qué trastorno psi-
cológico algunos miembros de la sociedad, hasta aquel momento tranquilos y
sumisos, se insurreccionan? Hay que olvidar la ambición, no porque no se en-
cuentre presente, sino porque al hallarse en todo hombre político (revolucio-
nario o no), no tiene nada de específico. Parece que encontramos, con una
frecuencia notable, los móviles siguientes:
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 29
«Los móviles movilizan, queremos decir que son tanto más eficaces
cuanto mayores son las porciones de la población que conquistan. Este cri-
terio cuantitativo permite introducir una jerarquía entre los móviles. El móvil
más eficaz y el más extendido es, desde luego, el odio al ocupante. La hu-
millación, el miedo y el rechazo del despilfarro son los que le siguen casi al
mismo nivel. La opresión concurre pocas veces, pues para ser eficaz tiene
que ser experimentada por la élite opuesta al poder central. Eventualmente
puede ser eficaz en el caso de regímenes despóticos aberrantes, del tipo fre-
cuente en el Caribe. En cuanto a la desesperación y la envidia, intervienen, en
general, una vez iniciado el movimiento revolucionario. En este caso, la de-
sesperación, sobre todo, puede conquistar amplios sectores de población y ju-
gar un papel importante».
Todo grupo tiene una estructura claramente jerárquica y en ella hay per-
sonas que detentan autoridad y otras que deben obedecer los mandatos di-
manados de esa autoridad. A diferencia de la riqueza, la autoridad no puede
ser repartida por igual sino que se distribuye dicotómicamente y este repar-
to dicotómico es, como decimos, fuente de antagonismos y conflictos que
pueden terminar en la violencia colectiva.
Puesto que la adscripción desigual de autoridad es un rasgo típico de la
estructura social, resulta que el conflicto y la violencia colectivas tienen un
origen estructural y no brotan ni de los estados subjetivos ni de las necesi-
dades privadas de las personas implicadas en un grupo. En todo grupo habrá
siempre rebeldes potenciales dispuestos a arrebatar la autoridad a los que la
detentan en un momento determinado de la evolución histórica.
En el contexto de la teoría de Dahrendorf es interesante su definición de
la autoridad y la distinción que este autor establece entre poder y autoridad.
Basándose en Max Weber, Dahrendorf define el poder como la posibilidad
de imponer la propia voluntad incluso frente a la resistencia; a diferencia de
ello, la autoridad (o el dominio) se basa en la posibilidad de que determi-
nadas personas obedezcan una orden de determinado contenido. Por princi-
pio el poder va ligado a personalidades individuales y la autoridad a deter-
minados puestos o situaciones. La diferencia específica entre ambos estriba
en la existencia o carencia de una base de legitimidad del control sobre
otros. El poder, en este sentido, es un dominio ilegítimo, de facto, la autori-
dad por el contrario sería un poder legítimo basado en normas sociales ins-
titucionalizadas. Con independencia de la personalidad de los individuos
(como por ejemplo: su voluntad o deseo de poder) hay en la sociedad ciertos
puestos cuyo desempeño implica la expectativa u obligación de ejercer au-
toridad; en este sentido la autoridad va ligada a la posición de empresario, de
secretario de Estado, etc. y no, al titular circunstancial de la misma.
miento mutuo sobre su situación concreta, sobre sus intereses y sobre el sen-
tido y los objetivos de sus acciones. El contenido del diálogo simétrico
viene dado por la situación concreta histórico-social de las personas que par-
ticipan en él. El modo de esta comunicación social es la argumentación ra-
cional, entendiéndose por «razón» no simplemente la racionalidad pura-
mente formal implicada en la relación medio a fin sino la razón «objetiva»
en el sentido de Horkheimers; tal razón objetiva se dirige primariamente al
enjuiciamiento de las acciones y de los modos de vivir del hombre. El diá-
logo libre entre individuos autónomos es la condición imprescindible para
que las personas se transformen en auténticos sujetos activos de su trans-
curso vital y de su historia; gracias a ello se podrá crear, por la actividad hu-
mana plenamente consciente, una sociedad de individuos maduros, res-
ponsables e independientes, esto es, una sociedad en la que los argumentos
racionales se traduzcan en una praxis social racional.
Para Holzkamp el diálogo de estas características no es un hecho empí-
rico sino más bien una alternativa frente a las circunstancias actualmente
existentes. La concepción del diálogo libre se ha elaborado por negación de
las restricciones y de las asimetrías reales en la comunidad humana, res-
tricciones y asimetrías que se fundan en dependencias objetivas derivadas
de estructuras de dominio económico y social. No menos importantes, en
este sentido, son las dependencias «secundarias» con las que el hombre, per-
diendo el contacto con la realidad, se oculta a sí mismo su carencia de li-
bertad y la opresión de sus intereses y necesidades. La concepción del diá-
logo libre es, por tanto, una especie de modelo ideal con el que se puede
«medir» en muchas situaciones concretas el grado de distanciamiento de la
verdadera comunicación.
Creemos que la realización del diálogo libre simétrico en los diversos
niveles de la estructura social puede ayudar mucho a limar asperezas y a
apaciguar los brotes de violencia colectiva.
«La primera institución que pesa sobre el destino del niño es una forma
particular de la división del trabajo: todo lo que es carne corresponde a los
hombres, lo que es legumbre a las mujeres. Las mujeres asumen todos los tra-
bajos agrícolas, tanto más acaparadores cuanto que el terreno está a menudo
dividido en parcelas alejadas unas de otras. Por eso el niño no puede gozar
plenamente de los cuidados maternos. En cuanto la madre vuelve al campo,
catorce días después del nacimiento, los cuidados maternos se hacen esporá-
dicos, inconsistentes e inciertos. El niño es dejado a los cuidados de sus
hermanos mayores y la imagen de la madre se encuentra ligada a la expe-
riencia de la frustración y de la agresión derivada de la frustración. Todas
las costumbres conspiran para multiplicar estas decepciones y estas tensio-
nes: el alimento distribuido parsimoniosa y regularmente; los baños helados
sobre una piel a menudo irritada por el régimen alimenticio; la falta de asis-
tencia en los primeros esfuerzos para caminar y hablar, esfuerzos orientados
ordinariamente hacia la madre; la ausencia total de atención para su sueño; el
carácter arbitrario y, a veces, severo de las correcciones, el recurso continuo
a injurias y sobre todo, a molestias que son una venganza del adulto y que
constituyen prácticamente la única forma de educación; incluso durante la
adolescencia, la ausencia misma de medidas disciplinarias para el control anal
o sexual que podrían asociar la idea de obediencia a la de recompensa. En
suma: el niño, sometido continuamente a tensiones deprimentes para el yo,
concibe una desconfianza general y profunda sin que ningún lazo real con la
madre o con un adulto pueda estimular el desarrollo del carácter. El super-
yo se elabora en base a la vergüenza y el temor que son aún menos satisfac-
torios que el castigo». (M. Dufrenne, 1972).
una víbora o como neutralizamos todo objeto orgánico que impide la satis-
facción de nuestras apetencias».
«La discrepancia (dice Sorokin), entre el derecho oficial del grupo (re-
cuérdese a este respecto que el derecho u organización político-jurídica de la
sociedad forma parte de los valores y de la ideología) y las convicciones ju-
rídico-políticas no oficiales de algunos de sus miembros adquiere, de tanto en
tanto, proporciones extraordinarias, en ausencia de toda adecuada modifica-
ción del derecho oficial que le concilie con las convicciones del derecho no
oficial de un número de personas en aumento incesante. Por último, llega un
momento en el que el derecho oficial comienza a contravenir las conviccio-
nes legales de una enorme mayoría dentro del grupo o de una fracción sufi-
cientemente poderosa del mismo. De esta suerte aparece un abismo insupe-
rable entre el sistema de valores de los partidarios del derecho oficial y el de
sus opositores. Si en estas condiciones el derecho oficial no se modifica pa-
cíficamente, sus enemigos intentarán derribarlo (así como el sistema valora-
tivo por él amparado) mediante métodos violentos, ilegales y revolucionarios.
Sus esfuerzos suelen reforzarse merced a las violencias de los delincuentes
comunes. Cuando la contradicción aumenta entre defensores e impugnadores
del derecho vigente, aumenta asimismo la proporción de los que infringen la
ley porque no están compenetrados con ella».
trañar que también sean activas en la época de crisis que actualmente vivi-
mos.
cibir los choques. A partir de 150 voltios el alumno pide que le dejen
marchar y en este momento el que dirige la experiencia ordena al
«profesor» que coja la mano del alumno y la coloque, a la fuerza, so-
bre la placa. Por lo tanto existe un contacto físico entre el «verdugo»
y la «víctima».
Valor medio de la
intensidad del
choque máximo 405 V 375 V 315 V 270 V
Porcentaje de
sujetos obedientes 65% 62,5% 40% 30%
58 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?
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CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA 65
1. INTRODUCCIÓN
crito 19.143 casos de conductas violentas denunciadas, que van desde las ri-
ñas tumultuosas a los homicidios (centro Reina Sofía para el estudio de la
violencia a partir de datos del Ministerio del Interior). Para abordar este
tema presentamos primero una definición de violencia, agresión y agresi-
vidad desde el punto de vista psicobiológico, para pasar después a clasificar
las distintas formas de conductas violentas y terminar abordando los mo-
delos que intentan explicar dichas conductas desde el punto de vista psico-
biológico: modelos genéticos, endocrinológicos, etológicos y neurobioló-
gicos.
Somos conscientes de que los actos de violencia y agresión son muy va-
riados y su tipología puede establecerse siguiendo varios criterios clasifi-
catorios (Brain PF, Olivier B, Mos J, Benton D, Bronstein PM, 1998), no-
sotros hemos escogido esta clasificación que presentamos, más general,
ya que nuestro objetivo es intentar desentrañar las bases psicobiológicas de
la agresión en el ser humano, existiendo otras clasificaciones.
• Genéticos-neuroquímicos.
• Endocrinológicos.
• Etológicos.
• Neurobiológicos.
6.1. Genéticos-neuroquímicos
• Conductas agresivas:
– Agresión depredadora: acecho y muerte de otras especies con el fin
de comérselos.
– Agresión social: conducta agresiva sin provocación dirigida a un
congénere, con el fin de establecer, cambiar o mantener la jerarquía
social.
• Conductas defensivas:
– Defensa intraespecífica: defensa contra la agresión social.
– Ataques defensivos: Ataques dirigidos por un animal cuando se ve
acorralado por congéneres amenazadores o por miembros de otras
especies.
– Inmovilización y huida: respuestas que dan muchos animales para
evitar el ataque.
– Conductas defensivas maternas: para proteger a sus crías.
– Comprobación del riesgo: conductas que realizan los animales
para obtener información concreta que les ayude a defenderse de
forma más efectiva.
NEUROPSICOBIOLOGÍA DE LAS CONDUCTAS AGRESIVAS 79
7. CONCLUSIONES
• El estudio de las bases psicobiológicas de las conductas agresivas pro-
veerá una mejor comprensión de los mecanismos neuronales que re-
gulan este tipo de conducta y así establecer bases racionales para el
tratamiento de ciertos desórdenes asociados a algunas formas de agre-
sión (Gregg TR, Siegel A, 2001).
• La conducta violenta impulsiva patológica puede ser abordada como
un problema comportamental con correlato biológico (Simon NG,
Coccaro EF, 1996).
• Se ha descrito la existencia de una disminución serotoninérgica y un
incremento de la actividad del sistema dopaminérgico, de posible
origen genético en estudios con poblaciones humanas agresivas (Do-
lan M, Anderson IM, Deakin JF, 2001).
• El modelo endocrino es un ejemplo de una interacción entre la expe-
riencia y el comportamiento. Estas interacciones demuestran el hecho
importante de que el estado biológico del organismo no está fijo,
sino que cambia continuamente en respuesta al entorno, así algunas
conductas agresivas podrían ser el reflejo de estados fisiológicos in-
ducidos y reforzados por agentes estresantes ambientales.
• Aunque se ha establecido una asociación entre andrógenos y agresión
en animales, la evidencia en humanos es menos clara (Kandel E,
Schwartz J, Jessel T, 2001).
• Son necesarios más estudios para explicar la posible relación entre los
andrógenos y el desarrollo de ciertos comportamientos en los seres
NEUROPSICOBIOLOGÍA DE LAS CONDUCTAS AGRESIVAS 81
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82 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?
1. INTRODUCCIÓN
Activadores Inhibidores
Agresividad ofensiva predatoria
Hipotálamo anterior Corteza prefrontal
Hipotálamo lateral Hipotálamo ventromedial
Núcleos preópticos laterales Amígdala basolateral
Tegmento ventral mesencefálico Cuerpos mamilares
Mesencéfalo ventral
Sustancia gris periacueductal ventromedial
Agresividad competitiva entre machos
Núcleos septales laterobasales Lóbulo frontal (región dorsolateral)
Amígdala centromedial Bulbo olfatorio
Tálamo posterior ventrolateral Núcleos septales dorsomediales
Estría terminal Cabeza del caudado
Agresividad inducida por el miedo
Amígdala ventromedial Hipotálamo ventromedial
Fornix de la fimbria Núcleos septales
Estría terminal Amígdala basolateral
Tálamo ventrobasal Hipocampo ventral
Agresividad maternal protectora
Hipotálamo Núcleos septales
Hipotálamo anterior Amígdala basolateral
Hipotálamo ventromedial Lóbulos frontales
Hipotálamo dorsomedial Corteza prefrontal
Hipotálamo posterior Corteza prepiriforme medial
Circunvolución cingulada anterior Hipotálamo ventromedial
Tálamo centromedial Cabeza del caudado
Tálamo ventrobasal Núcleo dorsomedial del tálamo
Hipocampo ventral Estría terminal
Tegmento ventral mesencefálico Hipocampo dorsal
Sustancia gris periacueductal ventromedial Circunvolución cingulada posterior
Núcleo fastigio del cerebelo Corteza periamigdalina
Agresividad relacionada con el sexo
Hipotálamo medial Núcleos septales
Fornix de la fimbria (en machos) Fornix de la fimbria (en hembras)
Hipocampo ventral Circunvolución del cíngulo
Amígdala dorsolateral
Adaptado de Treiman DM. Psychobiology of ictal agression. Adv Neurol 1991; 55: 343.
BIOLOGÍA DE LA AGRESIVIDAD Y ENFERMEDAD MENTAL 89
3. NEUROANATOMÍA DE LA AGRESIVIDAD
congruentes con un gran número de estudios que indican que los jóvenes de-
lincuentes o con trastornos de conducta tienen un cociente intelectual redu-
cido, con una evidente desproporción entre el cociente de inteligencia verbal
(lenguaje - hemisferio izquierdo) que está muy reducido y el manipulativo
(visuoespacial - hemisferio derecho) que está más conservado.
Los estudios psicofisiológicos en delincuentes violentos también mues-
tran una tendencia a la disfunción del hemisferio izquierdo. Aunque estos
estudios se ven muy afectados por defectos metodológicos y con frecuencia
no informan de la lateralidad de los pacientes, las primeras grandes mues-
tras de criminales violentos inicialmente estudiadas presentaban una pro-
porción sustancialmente grande (cercana al 50%) de anomalías electroen-
cefalográficas. Estudios más recientes realizados con análisis informático
del espectro de frecuencias electroencefalográficas sugieren que el com-
portamiento violento persistente de algunos pacientes psiquiátricos ingre-
sados se relaciona con un aumento de la actividad de ondas lentas (fre-
cuencias delta) en las derivaciones frontotemporales izquierdas. Estudios
adicionales realizados mediante el registro de la conductancia de la piel o la
escucha dicótica también demuestran la presencia de anomalías en la fun-
ción del hemisferio izquierdo en pacientes con personalidad antisocial sin
lesiones neurológicas aparentes.
4. NEUROQUÍMICA DE LA AGRESIVIDAD
4.1. Serotonina
4.2. Acetilcolina
4.4. GABA
5.4. Psicosis
con depresión puerperal que matan a sus hijos, pero al contrario de lo que
muchos creen, esto sucede con poquísima frecuencia incluso cuando la
ideación es claramente psicótica.
6. TRATAMIENTO DE LA AGRESIVIDAD
Y DEL COMPORTAMIENTO VIOLENTO
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4
Violencia de género
1. EL PROBLEMA
difícil revelar el abuso sexual, sobre todo cuando este ha sido perpetrado por
una mujer. Muchos niños y adolescentes prefieren interpretar sus expe-
riencias de abuso sexual como formas precoces de exploración e iniciación
sexual. Saradjian J (1996) revisa las características psicológicas de las mu-
jeres que abusan de niños y encuentra que todas ellas habían sufrido graves
abusos en sus propias infancias de tipo físico, sexual o emocional. De forma
típica, estas mujeres presentan unas peculiaridades psicopatológicas simi-
lares a las de los hombres que abusan de mujeres:
1) Las mujeres perciben mejor que los hombres los estados emocio-
nales y las sensaciones corporales, con mayor índice de sensibilidad
a la ansiedad y búsqueda de ayuda médica más frecuente para sín-
tomas comparables.
2) Las mujeres tienen mejores habilidades sociales que los hombres, a
los que desde pequeños se estimula para ser más independientes e
inhibir la expresión de sus emociones, por lo que tienen peor cali-
dad de relaciones interpersonales que las mujeres. A éstas, se les
prepara desde niñas para reconocer y satisfacer las necesidades de
los demás en primer lugar, antes que promover su propio desarrollo
personal. La mayor competencia social de las mujeres les reporta
sus beneficios, pero a expensas de ciertos costes, como el contagio
del estrés de sus familiares y allegados.
VIOLENCIA DE GÉNERO 119
5. EL AGRESOR
ración— para poder evitar el rechazo moral acerca de las conductas inma-
duras e inaceptables a través de las que aquellas se manifiestan. Las nece-
sidades narcisistas del maltratador son legítimas, aunque no sean válidas so-
cialmente las formas violentas a través de las que intenta satisfacerlas. Es
fundamental reconocer que estas alteraciones conductuales son tentativas
ineficaces de recuperar alguna sensación de cohesión personal y de control.
Tras profundizar en las fuerzas que están detrás de muchos de estos
hombres, hay que reconocer que la mayoría de ellos (con algunas notables
excepciones, como hemos visto antes) no son tan diferentes del resto de la
humanidad: sus emociones fundamentales, necesidades y conflictos no son
exclusivos de ellos ni extraños para la mayoría de nosotros. La tarea de clí-
nicos y educadores es comprender este patrón de conducta y ofrecer a estos
hombres una nueva historia de ellos mismos y nuevos instrumentos para
afrontar estas experiencias muy humanas. Desde la perspectiva de la psi-
cología del yo, se destaca el daño en la experiencia de autocohesión prima-
ria, que conduce a actuar de forma desesperada.
El modelo de Dutton D y Golant S (1995), subraya varios factores
principales que forman el marco en el que un niño en crecimiento se trans-
forma en un hombre maltratador, sobe todo del tipo III (inestable, disfórico,
límite o esquizoide). Las semillas del mal tienen tres orígenes principales:
ser avergonzado o ridiculizado por el padre, mantener un vínculo inseguro
con la madre, y haber sido expuesto a conductas abusivas en el hogar. Se-
gún Dutton, ser avergonzado en público hace que el hombre se sienta hu-
millado, vulnerable y «malo» y que llegue a desarrollar una gran suscepti-
bilidad a posibles nuevas humillaciones y una gran hiperreactividad
interpersonal a la crítica. Estos hombres son desesperadamente dependien-
tes del afecto y de la aprobación de los demás, pero no saben por qué les
ocurre, e incluso pueden describir estos trágicos sentimientos, pero sin
comprenderlos. Además, como defensa, tienden a proyectar su vergüenza en
los demás y creen que los demás perciben lo peor de ellos, lo que origina
nuevos conflictos secundarios en sus relaciones actuales.
Por otra parte, si la madre de un niño le ofrece solo a veces conexión y
apoyo emocional, este gasta demasiado tiempo y esfuerzo en intentar con-
seguirlo, lo que le resta energías para consolidar su propio desarrollo. Al
contrario, si ella es demasiado ansiosa y necesita demasiada atención o
validación por parte de él, ella le invade y le impide separarse de ella, por lo
que él no llegará a desarrollar una vivencia interna estable como ser valioso
y digno de ser amado. Este niño desarrolla una actitud ambivalente hacia su
madre y más tarde hacia las mujeres en general: ellas son las proveedoras
del apoyo vital esencial que ellos necesitan para su supervivencia, pero
solo a veces y de forma inconsistente. De adultos, estos hombres tratan de
VIOLENCIA DE GÉNERO 129
7. EL TRATAMIENTO DE LA VÍCTIMA
no visibles por el vestido, como en pecho, tórax y abdomen, junto con le-
siones típicas de autoprotección defensiva (extremidades superiores, tronco)
y con combinación de lesiones antiguas y recientes. Una lesión típica en las
mujeres maltratadas es la rotura del tímpano, junto con lesiones en cabeza y
cuello. Otra característica evolutiva de las lesiones que presentan las muje-
res maltratadas es que cada vez que vuelven a consultar lo hacen con lesio-
nes más graves, hasta la muerte. La mujer víctima de malos tratos suele con-
sultar por problemas de salud como dolores crónicos, cansancio, trastornos
gastrointestinales, producidos por el elevado nivel de estrés psicofisiológi-
co que padecen. Igualmente, pueden tener embarazos no deseados y de
alto riesgo, enfermedades de transmisión sexual, SIDA, etc.
• Este tipo de lesión que tiene usted suele aparecer cuando se ha reci-
bido un puñetazo/golpe fuerte/etc. Me gustaría que me contase cómo
se lo ha producido...
7.7. Tratamiento
Además, hay que tener en cuenta que el tratamiento de una mujer mal-
tratada no solo consiste en curar sus lesiones. Como hemos señalado, la ac-
titud de acogida, la escucha activa, entre otras, serán imprescindibles en es-
tos tratamientos.
También, se le facilitará información para comprender el proceso que
está viviendo, así como sobre recursos y teléfonos de emergencia, a fin de
protegerla de nuevas agresiones. Lo principal es impedir la continuación del
maltrato.
La respuesta psicológica de la víctima de malos tratos a corto plazo in-
cluye vivencias de intenso miedo e indefensión, de impotencia e indigna-
ción, con mayor o menor grado de alteraciones comportamentales, con
trastornos de estrés agudo y postraumático, otros trastornos de ansiedad,
afectivos, etc., perturbaciones que pueden prolongarse en el tiempo y llegar
a producir alteraciones persistentes de la personalidad, como el «infantilis-
mo psicológico» postraumático que describiera Karen Horney.
El elevado nivel de estrés que padecen las mujeres maltratadas se ma-
nifiesta como alteraciones depresivas y ansiosas, con diversas somatiza-
ciones corporales y fuerte tendencia al aislamiento social, incluso respecto
de su familia de origen y de los amigos. Los problemas mentales más rela-
cionados con el maltrato son los trastornos adaptativos, depresivos, ansio-
sos, del sueño, somotomorfos, disociativos, consumo adictivo y conducta
suicida.
No obstante, la mayoría de personas expuestas a situaciones traumáticas
no desarrollan trastornos mentales. ¿De qué variables depende que la res-
puesta postraumática sea o no patológica? Se reconoce la importancia de
cuatro tipos de variables fundamentales:
1. El tipo de trauma.
2. La personalidad previa.
3. El soporte social.
4. Variables sociodemográficas.
1. El trauma
2. La personalidad previa
4. Diferencias individuales
9. CONCLUSIONES
BIBLIOGRAFÍA
Pablo García-Gañán
Filósofo, Teólogo y Psicólogo Director de la División
para el Desarrollo de Personal de Santa Clara, California
1. INTRODUCCIÓN
mil vueltas... puede ser por despecho, celos amorosos y profesionales, en-
fermedad, venganza. ¡Es tan increíble!».
El 1 de mayo testificó la propia Nevenka, que relató detalladamente las
vejaciones y asedios que había sufrido y sus consecuencias: «Me asediaba
constantemente porque no le cabía en la cabeza la ruptura de la relación sen-
timental». Durante su declaración, el fiscal José Luis García Ancos la so-
metió a un durísimo, cruel, penoso, inhumano, machista e increíble inte-
rrogatorio en el que llegó a preguntarle por qué no dimitió antes de su
cargo «si no era una cajera del Hipercor de Burgos que tiene que aguantar
cachetadas en el culo por el pan de sus hijos». El presidente del tribunal,
José Luis de Pedro, tuvo que recordarle que la ex-edil era una testigo y no la
acusada.
García Ancos, que se quejó de que se le abrieran diligencias «por una
bobada» y que declaró que a él «no le hace cambiar de criterio ni Dios», fue
sustituido del caso por el Fiscal General del Estado, Jesús Cardenal, que
después le destituyó de su cargo.
Durante el juicio fueron de máxima importancia las declaraciones de
cinco especialistas en psiquiatría y psicología que coincidieron que la de-
nunciante no «fabulaba» y que sus síntomas eran clara y específicamente los
de una víctima que había sido acosada y hostigada.
El jueves, 30 de mayo de 2002, Ismael Álvarez fue condenado por
acoso sexual y minutos después presentaba su dimisión, pero siguió ale-
gando que se le había condenado «sin probar nada en absoluto» e insistía
que era «absolutamente inocente y víctima de un linchamiento político».
Nevenka Fernández aseguraba que estaba «nerviosa por haber pasado un
año y medio muy difícil», añadiendo que «tenía mucho miedo porque co-
noce a Ismael Álvarez y sabe de lo que es capaz». Por último, pidió a todas
las mujeres que hubieran pasado por su situación que denunciaran a sus aco-
sadores «a pesar del miedo y la vergüenza».
* * *
El 1 de julio de 1993, a las 2:57 de la tarde, Gian Luigi Ferri entró en el
vestíbulo del edificio del número 101 de la calle California, una torre de 48
pisos, en el distrito financiero de San Francisco. Su traje negro y el maletín
no despertaron ninguna sospecha a los guardias de seguridad acostumbrados
a ver entrar y salir, todos los días, a cientos de abogados y clientes. Ferri en-
tró en el ascensor apretando el botón del piso 34, donde estaban las oficinas
del bufete de abogados Pettit&Martin. Su maletín no contenía documentos
legales, sino dos pistolas semiautomáticas Intratec-Tec (capaces de disparar
50 veces sin tener que recargarlas), un revolver del calibre 45 y centenares
de balas. Al llegar al piso 34, salió del ascensor y se dirigió a una de las sa-
152 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?
las disparando a las cuatro personas que se encontraban allí y con las que no
había tenido ningún contacto anteriormente: la Sra. Sposato, de 35 años, a la
que estaban tomando declaración; su abogado Jack Berman; la abogada
Sharon O’Roke; y la mecanógrafa Deanna Eaves. Berman y Sposato mu-
rieron en el acto. O’Roke sufrió heridas graves en la cabeza, en el pecho y
en uno de los brazos. Eaves, después de recibir un balazo en el brazo, pudo
cobijarse debajo de la mesa. La secretaria de la oficina contigua, al oír los
disparos, llamó al 911. En ese momento, levantó la vista y se encontró
frente a frente con Ferri. Se quedó paralizada sin poder moverse (después
declararía que nunca podrá borrar la imagen de la cara del asesino: una cara
rígida, sin expresión, sin vida). Los gritos de otro abogado, Brian Berger, la
«despertaron». Berger corrió hacia la oficina de Allan Berk. Antes de llegar
fue herido gravemente en el brazo y el pecho. Después de matar a Berk en
su oficina, Ferri bajó en el ascensor hasta el piso 33. Allí hirió gravemente
a David Sutcliffe, y se encontró con los esposos, ambos abogados, John y
Michelle Scully. Les siguió y continuó disparando. John cubrió con su
cuerpo a su esposa Michelle, y cuando estaba dando el último suspiro la re-
cordó cómo pedir ayuda.
Aunque el equipo SWAT de la policía ya había tomado posiciones en el
edificio, Ferri logró tomar otra vez el ascensor y bajar al piso 32. Allí mató
a Shirley Mooser, una secretaria viuda de 64 años, y a Donald Merril, un
empleado de 48 años. También hirió gravemente a otra secretaria Deborah
Fovel, a la vicepresidenta de la firma Vicky Smith y a otro abogado Charles
Ross. De tanto disparar se le recalentaron y se le encasquillaron las dos pis-
tolas Tech-9. Intentó fugarse por una de las «escaleras de fuego» adosada al
exterior del edifício, tan típicas de San Francisco. Allí se encontró acorra-
lado por la policía. Poniéndose el revolver en la barbilla, disparó una vez
muriendo en el acto. Sólo habían pasado 15 minutos desde que Ferri entró
en el edificio, y el saldo fue de 9 personas muertas y 6 heridas. Después se
averiguó que en los años 80 el Sr. Ferri había sido un cliente del bufete Pet-
tit&Martin.
En los límites de este trabajo nos centraremos únicamente en las tres pri-
meras cases de violencia laboral: empleado a empleado, relación personal y
cliente.
que el acoso moral está más extendido en esas regiones o que los empleados
tienen menos miedo para demandar.
que ven a la violencia como su única alternativa. A pesar de que pueden ob-
servarse ciertos signos y señales, que siempre precenden a los actos de vio-
lencia, las causas y motivaciones psicológicas son extremadamente com-
plejas y, en muchas ocasiones, totalmente desconocidas. La violencia laboral
es producto de muchos factores: situaciones laborales, contexto existencial
personal, composición genética de la persona, desarrollo psicológico, tras-
tornos físicos o mentales, influencias culturales y sociales, y otros muchos
factores. Cada uno de ellos, considerado individualmente, no es la causa de
los incidentes violentos, pero combinados crean una mezcla letal cuyas
consecuencias son los casos que hemos descrito anteriormente.
cierta edad) encontrar otro. La pérdida del trabajo, para la mayoría de los in-
dividuos, es un «gran golpe». Además de crear problemas económicos,
produce profundos estragos en la autoestima y en la autoimagen de la per-
sona. Muchos de nosotros nos autodefinimos más por lo que hacemos que
por lo que somos, creemos que gran parte de lo que somos es resultado de
lo que hacemos. Algunos trabajamos para vivir, pero otros viven para tra-
bajar. Para todos, la pérdida del empleo ocasiona problemas emocionales,
pero para estos últimos, la pérdida del trabajo significa una devastación psi-
cológica. Si al tiempo de perder el trabajo, existen otros aspectos negativos
en la vida personal (separación matrimonial, divorcio, dificultades con los
hijos, problemas económicos, problemas de salud, falta de apoyo social o
emocional, etc.), cualquiera de estos elementos unidos a la pérdida del em-
pleo pueden causar una desestabilización física, psicológica y espiritual
total y completa inundada de sentimientos de desesperación, de odio, de fu-
ror y de deseo de venganza. Estos sentimientos llegan a los niveles más al-
tos cuando el individuo percibe la pérdida del trabajo como un abuso o de
mala fe.
Unidas a estas presiones se encuentran la facilidad para obtener armas
de fuego, una población adepta a usarlas (el 75% de los homicidios en los
lugares de trabajo son cometidos con armas de fuego) y unos medios de co-
municación que las glamourizan. Los resultados, como hemos visto, son fre-
cuentemente explosivos y siempre trágicos.
A pesar de que todos los años millares de personas mueren en sus lu-
gares de trabajo, millones de individuos son traumatizados física y emo-
cionalmente, las consecuencias de la violencia laboral nos cuestan billones
y de que existen métodos de prevención, la gran mayoría de los ejecutivos,
de los administradores, de los jefes y de los empleados prefieren ignorar el
fenómeno usando el mecanismo de defensa de la negación, o lo que noso-
tros llamamos el síndrome del avestruz: «aquí esas cosas no suceden»,
«aquí esas cosas no van a pasar».
Existe una diferencia muy grande entre «negar algo» y «no creer en
algo». El «no creer en algo» incluye que no podemos afrontar algo, aunque lo
intentemos. La negación, por el contrario, indica que no queremos afrontar
algo, aunque sí pudiéramos hacerlo. La negación encierra un conflicto entre
lo que sabemos y lo que queremos creer. La mayoría de las empresas saben y
la mayoría de los empleados sabemos (solo hay que mirar a las estadísticas
y leer los periódicos) que la posibilidad, y aún la probabilidad, de que algún
incidente grave de violencia puede ocurrir en nuestros lugares de trabajo. Ne-
VIOLENCIA EN LOS LUGARES DE TRABAJO 173
Existe una opinión muy generalizada de que las personas que comenten
actos de violencia son enfermos mentales. Los medios de comunicación ali-
mentan constantemente esta creencia con sus titulares como... «Un enaje-
nado mental...» «Los trastornos mentales causaron que...». Sin embargo, la
realidad es bastante diferente. Investigación tras investigación indican que la
conexión que el público hace entre la violencia y la enfermedad mental no
existe. De hecho, los enfermos mentales no cometen más actos violentos
que la población en general. Las enfermedades mentales representan sola-
mente un factor de riesgo bastante insignificante, si las comparamos con
otros factores como pueden ser el sexo de la persona, la edad, la situación
socioeconómica, el abuso de alcohol/drogas, o una historia previa de actos
violentos.
Con esto no queremos decir que los problemas psicológicos (principal-
mente depresiones, desórdenes delirantes y trastornos de personalidad) no
estén presentes en situaciones de violencia.
174 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?
armas de fuego. Durante 1988 había estado de baja por razones médicas,
durante dos periodos largos de tiempo. Al volver, pidió a la administración
que le cambiaran a un puesto de trabajo menos estresante debido su estado
emocional y a sus problemas mentales. Su agitación aumentó cuando le
asignaron a una máquina que aumentaba su estrés. Comenzó a sospechar
que los humos de la máquina le estaban produciendo problemas físicos.
Esto fue confirmado por su médico particular, quien pidió a la compañía
que le cambiaran de trabajo. La gerencia no estuvo de acuerdo y lo que hizo
fue darle de baja.
El Sr.Wesbecker dejó saber a sus superiores, a sus representantes sin-
dicales y a sus compañeros acerca de la «gran injusticia que habían come-
tido con él, después de haber trabajado 20 años para la compañía». Anunció
claramente su resentimiento amargo y odio furioso contra el dueño de la
compañía y alguno de los encargados. Los compañeros notaron, al tiempo,
que se le estaban acabando sus beneficios de desempleo, un deterioro visi-
ble en su estado mental y emocional. Su paranoia aumentaba de día en
día, y gritaba airadamente que algún día iba a vengarse. Durante ese tiempo
intentó suicidarse tres veces. Muchos de sus compañeros de trabajo «no se
sorprendieron» (lo habían visto venir) cuando el 14 de septiembre de 1989
entró en la planta con un rifle de asalto semiautomático AK-47, dos pistolas
semiautomáticas MAC 11, una pistola semiautomática de 9 mm y un re-
volver del calibre 38 y mató a 8 personas e hirió a 14.
Aunque no es posible prevenir todos los actos de violencia laboral, es-
tamos convencidos de que las historias de horror en lugares de trabajo
abundan porque ejecutivos, administrativos, jefes, encargados y empleados:
a) no emplean el tiempo necesario para investigar la historia laboral de sus
empleados antes de darles trabajo, y de esta forma introducen ellos mismos
el «problema» en la organización; o b) ignoran, o no dan importancia, a avi-
sos indicativos de que actos de violencia pueden o van a suceder; o c) no re-
conocen las señales y avisos indicativos de posible violencia; o d) recono-
ciéndolos no los denuncian, o, no sabiendo que hacer, no actúan a tiempo
con decisión y determinación.
• Iluminación exterior.
• Sistema de alarma.
• Control de llaves del edificio y oficinas.
• Entradas no-públicas cerradas y trancadas.
9. A MODO DE CONCLUSIÓN
✓ ¿Quién amenazó?
✓ ¿Contra quién se hizo la amenaza y qué relación tiene el supuesto ame-
nazador con la supuesta víctima?
✓ ¿Qué fue específicamente lo que se dijo o se oyó o se hizo?
✓ ¿Qué método fue usado para amenazar: palabras, llamada telefónica, car-
ta, símbolos, etc.?
✓ ¿Hubo algún contacto físico? Si la respuesta es afirmativa, documentar.
✓ Nombre de los testigos:
✓ ¿Cuándo, dónde y en qué circunstancias ocurrió la amenaza?
✓ ¿Ha habido anteriormente incidentes o amenazas de violencia?
✓ ¿Existe algún documento como cartas, mensajes telefónicos, e-mails u
otra evidencia?
✓ ¿Existe alguna otra información que pueda ayudar en la investigación?
✓ Acción o acciones sugeridas o recomendadas
✓ Denuncia preparada por: Fecha...
D) Otros detalles:
Hora: Fecha: Número del teléfono donde se
recibió la amenaza:
Informe preparado por:
Después de hacer este análisis, ¿qué nivel de riesgo crees que la situa-
ción representa?
RAZONES PRINCIPALES:
1.
2.
3.
4.
5.
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6
La violencia de Estado
Pablo García-Gañán
Filósofo, Teólogo y Psicólogo Director de la División
para el Desarrollo de Personal de Santa Clara, California
Carlos J. Gonsalves
Psicólogo Clínico en el Departamento de Psiquiatría Infantil
en el «Kaiser Permanente Medical Center» de Santa Clara, California
1. INTRODUCCIÓN
5. ¿QUÉ ES LA TORTURA?
Las definiciones comunmente aceptadas son las ofrecidas por las Na-
ciones Unidas y por la Asociación Mundial Médica (World Medical Asso-
ciation). En 1985, la Asociación Mundial Médica publicó una definición ge-
neral y amplia. En 1984, las Naciones Unidas firmaron una convención en
contra de la tortura donde se da una definición más legalista. A pesar de que
existen algunas pequeñas diferencias entre estas dos definiciones, ambas es-
tán de acuerdo en que en la tortura existen cinco elementos críticos y fun-
damentales:
de agua, orina y desperdicios fecales, que se repiten una y otra vez. Tortura
es colgar a alguien, durante horas y horas, boca abajo con las piernas fuer-
temente atadas. Tortura es poner a alguien en el paredón para fusilarle y
solo disparar salvas. Tortura es privar alguien, por largo tiempo, de sus ne-
cesidades básicas: vestido, privacidad, alimento o bebida. Tortura es estar
confinado en solitario en una celda oscura sin sitio para poder moverse. En
resumen, tortura es cualquier acto brutal, ingeniado para causar dolores
excruciantes y traumas psicológicos duraderos.
Lo que se intenta con la tortura es hacer que la persona se sienta res-
ponsable por su propio sufrimiento, intentar que el individuo se convierta en
un cómplice, y si esto no es posible, destruir su vida y su persona, destru-
yendo su cuerpo, su corazón, su alma, su espíritu y su futuro. La tortura,
además de ser inexcusable, es una tara y una calamidad. Y a pesar de esto,
en nuestra sociedad civilizada, según datos de Amnistía Internacional, 120
países siguen practicándola.
En nuestro Instituto para el Estudio del Trauma Psicosocial (Institute for
the Study of Psychosocial Trauma) tratamos a víctimas de tortura llegadas a
California desde distintos países del mundo. El siguiente es un caso típico: la
víctima era una estudiante de 22 años en una universidad de un país de
América Central. Había tomado parte activa en diversos grupos y actividades
políticas en su universidad. Sus padres estaban preocupados por sus activi-
dades políticas y la habían aconsejado que dejara esas actividades pues po-
dían llamar la atención de los militares. Su preocupación aumentó después
de que su hija dio a luz a un niño. Sus temores se confirmaron, pues un día al
salir de la universidad, la joven se vio rodeada, sacada de su coche y empu-
jada a otro. La vendaron los ojos, la golpearon, la llevaron a un lugar que no
conocía, y desapareció. Sufrió varias clases de tortura, cada cual más ho-
rrenda: fue violada constantemente, algunas veces por un grupo; recibió
shocks eléctricos en todas las partes del cuerpo, incluidas las encías; fue so-
metida múltiples veces al método del «submarino» siendo sumergida en
una mezcla de orina, heces y agua sucia; se la amenazó con que sus padres y
su hijo serían torturados; después se la dijo que sus padres e hijo habían sido
arrestados y torturados, y se la forzó a escuchar una cinta grabada de lo que
parecía ser la tortura de sus padres e hijo; se la quemó con la lumbre de ci-
garrillos y se la introdujeron distintos objetos y en varias ocasiones en los
distintos orificios de su cuerpo. Cuando fue puesta en libertad, era una mujer
«rota» y «quebrada» tanto física como psicológicamente. Poco después
pudo escapar a los EE UU, donde tuvo que ser hospitalizada nada mas llegar.
Debido a sus trastornos psíquicos tuvo que ser tratada con medicamentos an-
tipsicóticos. Después de salir del hospital continuó su tratamiento en un
centro de rehabilitación y tratamiento para sobrevivientes de tortura. Después
de varios años de tratamiento, comenzó a reestructurar su persona y su vida,
LA VIOLENCIA DE ESTADO 203
a otro, o una tribu ganando una guerra a otra. Los soldados que eran cap-
turados, eran azotados y ejecutados, los miembros de sus familias eran
brutalizados y, con frecuencia, vendidos como esclavos.
Una clase diferente, tanto en sus orígenes y métodos, se desarrolla cuan-
do un país adquiere cierta estabilidad económica y social, y la riqueza tiende
a concentrarse en una pequeña élite. En estas circunstancias socio-económi-
cas, algunos gobiernos comienzan a practicar sistemáticamente practicas de
terror organizado basadas en «razones» de raza, de clase social, de ideas po-
líticas, de religión o de nacionalidad. Durante el último siglo, hemos sido tes-
tigos de estas prácticas en Alemania, Italia, España, Japón, América Central,
Camboya, Vietnam, Rusia y en algunos países del Oriente Medio. Es más,
una mirada panorámica de la historia del siglo XX nos fuerza a preguntarnos...
¿Existe algún país en nuestro mundo donde la tortura de inocentes, en nom-
bre de un credo o de un sistema político, no se ha practicado?
En los últimos 70 años, la tortura se a elevado a otro nivel. Muchos paí-
ses han exportado internacionalmente sus prácticas de tortura. Solo tene-
mos que considerar las acciones del Comintern durante la época del Impe-
rio Soviético, donde las teorías y praxis del comunismo fueron exportadas a
otros países con la consabida subyugación de la población y el uso de la tor-
tura cuando se consideraba necesario. O las acciones y responsabilidades de
la Agencia Central de Inteligencia de los EE UU (Central Intelligence
Agency - CIA) en Brasil en la década de los 50, en Chile en los años 70 y en
América Central en los años 80. Tampoco podemos olvidarnos de las ac-
ciones de los militares ultraconservadores en el Oriente Medio durante los
últimos 50 años. La tortura se ha convertido en un negocio internacional.
Naciones enseñan métodos y técnicas de tortura a la policía y a los militares
de otras naciones a las que se considera «amigas» por sus ideas políticas o
su sistema económico. De esta manera, las estrategias de tortura, los pro-
cedimientos, los métodos, y aún los instrumentos, están disponibles a una
audiencia internacional que cada vez se hace más numerosa.
8. EFECTOS DE LA TORTURA
sar de que 170 países firmaron esa declaración, la tortura continúa prolife-
rando en todo el mundo. En estos mismos momentos, en los EE UU, uno de
los países que firmó la CAT de las Naciones Unidas, se está discutiendo si
la tortura puede ser usada contra personas sospechosas de ser los terroristas
para obtener información.
En 1999, el Congreso de los EE UU aprobó el Acto de Ayuda a la
Víctimas de Tortura (Torture Victims Relief Act), que incluye un método
holístico para tratar a las víctimas de tortura. Los centros que recibieron sub-
venciones para dar servicios a estos sobrevivientes tienen que ofrecer cinco
clases de servicios: la evaluación inicial necesita ser hecha por un profe-
sional con licencia y credenciales y con experiencia en esta clase de casos,
para minimizar cualquier daño al cliente que puede resultar de la re-viven-
cia de la tortura. El propósito de esta entrevista inicial no solo sirve para ob-
tener datos demográficos, sino también para determinar las necesidades
del cliente y los servicios que quiere recibir en las cuatro áreas siguientes:
evaluación médica y servicios médicos continuados si son necesarios; com-
pletar las evaluaciones psicológicas necesarias para obtener asilo político y
de esta forma proteger el estado legal del sobreviviente; servicios y ayuda
social para obtener alimentos, vivienda, necesidades básicas y otras ayudas
sociales; y servicios de rehabilitación usando psicoterapia o terapia de so-
porte.
Las intervenciones rehabilitadoras para ayudar a los sobrevivientes de
tortura, aún las más primarias y simples, necesitan ser polifacéticas, múlti-
ples y prolongadas. La mayoría de estos sobrevivientes provienen de países
tercermundistas y encuentran asilo político en los países desarrollados de
Europa, Norteamérica y Australia. Llegan a estos países sin conocer la
lengua, con una cultura, con una religión diferentes y con costumbres ex-
trañas.
Nuestras opciones para actuar son muchas. Entre otras, podemos parti-
cipar en las funciones y actividades de algún centro que ofrezca servicios a
sobrevivientes de tortura. También podemos «educar» y conceptualizar a
nuestros colegas y a las personas que nos rodean, pues muchos de ellos no
conocen mucho acerca de estos fenómenos. Podemos asociarnos organiza-
ciones como Amnistía Internacional, Human Rights Watch, Médicos sin
Fronteras o a otros grupos que persiguen los mismos fines humanitarios. Fi-
nalmente, podemos, como individuos, hablar contra la violencia, defender
los derechos de los emigrantes, ayudarles en su proceso de rehabilitación, y
«gritar» contra la plaga de la tortura moderna.
La narración del Génesis enraíza simbólicamente la violencia y la muer-
te en el árbol de la ciencia del bien y del mal. El pasado siglo XX se ha ca-
racterizado por violencia y muerte, por innumerables guerras (dos de ellas
mundiales), por campos de concentración y de exterminio, por terrorismo de
estado y por terrorismo «moderno», por represiones políticas y por fanatis-
mos religiosos, por bombas atómicas, por una maquinaria bélica capaz de
destruir nuestro mundo... En este comienzo del siglo XXI, queremos terminar
este trabajo con un canto de esperanza a la dignidad de la persona humana,
enraizándole simbólicamente en otro árbol, el de la vida:
Árbol de la Vida,
lugar espiritual del Pueblo.
Lugar de reunión para nutrirnos, protegernos y alegrarnos.
Símbolo de antepasados, raíces profundas, que nos dicen quién somos y
de dónde venimos.
Tronco vetusto que une la tierra con el cielo, lo material con lo espiritual,
el cuerpo con la mente, el alma con el espíritu.
Tronco presente que nos enraiza en nuestra familia y nuestra comunidad.
Ramas visionarias de esperanza, de sueños y de un futuro mejor.
Frondosa enramada para dar cobijo al desvalido y al extranjero.
Tallos con frutos para ofrecer a nuestros hijos, amigos y compañeros.
Hojas medicinales para calmar el miedo y curar la violencia.
Conflictos resueltos, corajes desechados, celos superados,
tristezas compartidas, abusos refrenados,
luces que iluminan nuestro árbol.
Perdón ofrecido, esperanza y confianza abrazadas,
agua fresca que riega nuestro árbol.
Corazón abierto dando y recibiendo amor,
pájaros de nuestro árbol
cantando y celebrando el nuevo día.
Lugar espiritual del Pueblo,
Árbol de la Vida.
212 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?
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7
El deber de educar
la agresividad
1. INTRODUCCIÓN
1.1. La educación
2. APROXIMACIÓN CONCEPTUAL
2.2. Bienestar-competitividad
compite por ganar más dinero o poder, lo malo es que a veces se compite «a
codazos», agrediendo para quedar por delante.
Se puede definir la agresividad como un comportamiento ofensivo o de-
fensivo, que actúa en el individuo como respuesta a situaciones que percibe
de fuera, y como manifestación primaria de impulsos internos. Existe un
cierto grado de agresividad asimilada como estado permanente o predispo-
sición constitucional, es decir, una agresividad potencial que sirve para
defenderse, atacar o para conseguir determinadas cosas o alcanzar ciertos
objetivos. La agresividad es algo inevitable: somos sus eternos testigos y
víctimas. Durante siglos solo se vio al niño como el único ser exento de este
problema, hasta el punto de recibirlo como una criatura pura y angelical más
allá de sus reacciones agresivas. Pero se sabe que un niño desde temprana
edad ya manifiesta pulsiones agresivas y hasta es posible analizar, descubrir
y seguir su evolución a lo largo del tiempo.
La agresividad colectiva no es una suma lineal de las agresividades in-
dividuales, sino que es su multiplicación. Del mismo modo, la sociedad
agresiva no es la suma de sus componentes agresivos; desempeña un papel
potenciador de los mismos, sin ayudar al individuo a asegurar su propia y
personal agresividad. Al contrario, esta es estimulada y a menudo también
manipulada. La sociedad es un contexto complejo y la influencia que ejerce
sobre el individuo es recíproca y asimétrica. Dentro de esta complejidad, la
información está cobrando cada vez más importancia y, alguien dijo que
una mala noticia siempre es noticia por ello, las agencias de prensa vienen
cargadas de noticias que narran actos violentos y agresivos, siendo las gue-
rras y los atentados terroristas su máxima expresión. Recuerdo ahora la
frase de nuestro premio Nobel, ya fallecido, Camilo José Cela. Este decía,
que lo importante es que hablasen de uno aunque fuera mal, porque si se ha-
blaba mal el éxito de la noticia estaba más asegurado y como consecuencia
su popularidad.
se haga daño, el acto sería violento y como tal inofensivo, pero sería un
acto agresivo indeseable. La violación es un acto sexual, violento y agre-
sivo, pero hay personas que practican actos sexuales violentos, no agresi-
vos, muy saludables. La mayoría de los deportes son violentos, pero solo
en ocasiones derivan en agresiones. El judo y el kárate son ejemplos de
extrema violencia y ausencia de agresividad. Aunque es cierto que, en ge-
neral, es más fácil llegar a la agresión en situaciones de violencia, espe-
cialmente cuando hay tensión.
Esta explicación es semántica y causal pero desde un punto de vista más
amplio, en nuestra sociedad violencia y agresividad se entienden como si-
nónimos y así podemos entenderlas, como afirma el profesor Gómez Bos-
que, entiende como violencia todo acto que atenta contra la naturaleza
esencial del hombre y le impide realizar su verdadero destino, lograr su ple-
na humanidad, como la fuerza que se hace para sacarlo de su estado o
modo natural. Violento es lo que está fuera de su estado natural, la persona,
que es el ser más complejo, tiene su esencia humana a la que ajustar sus
comportamientos, por tanto los que son violentos pueden proceder con
agresión destructiva, que sería una derivación de la violencia esencial, en re-
sumen ambos conceptos, violencia y agresividad podemos entenderlos
como sinónimos.
3.1. Etología
3.2. Aprendizaje
3.3. Fisiología
Tras haberse realizado diversos experimentos, se sabe que son varias las
zonas y los núcleos del cerebro los que están implicados en este tipo de
comportamiento. En el cerebro existen zonas activadoras de la agresividad
y otras de acción inhibidora. Las zonas subcortical y límbica actúan en el
primer sentido, mientras que los núcleos ventromediales del hipotálamo lo
hacen en el segundo. Las investigaciones de Rodríguez Delgado acerca
del comportamiento agresivo provocado por la estimulación del cerebro han
aportado una serie de parámetros para medir ese comportamiento:
3.4. Frustración
cuando vamos por la calle a la cita con nuestra pareja un coche nos salpi-
ca de barro dejándonos impresentables. Probablemente sintamos la necesi-
dad de hacer alguna clase de daño: a eso se llama frustración. Podemos pen-
sar en otra situación de frustración en la que uno, después de importantes
sacrificios y renuncias, consigue el coche que siempre quiso tener, y el pri-
mer día que lo estrena, otro conductor despistado le da un golpe mientras
aparca. Imaginemos otra situación: un pequeño de cinco años que está
viendo la televisión y la madre se la apaga para que le haga caso; este se
vuelve de inmediato y protestando le da un golpe. Un niño mayor, por
efecto del control de la educación de la agresividad, es capaz de demorar la
respuesta en el tiempo, y ante la acción de la madre ponerse a estudiar sin
rechistar; pero al cabo de un tiempo se niega a bajar a la tienda de la esqui-
na para recoger algo que dejó olvidado su madre. Con estos ejemplos quie-
ro que nos planteemos cuántas frustraciones hay detrás de tantas agresiones
que se ven todos los días y que quizás podríamos evitar.
Una visión particular es la que ofrecen los estudios psicodinámicos
que no hablan de frustración, sino que entienden la pérdida del control de
impulsos agresivos como un fallo de las defensas psicológicas, de los me-
canismos adaptativos del yo, un fracaso funcional del superyo, o la in-
fluencia provocadora de un factor ambiental intenso. Los antecedentes de
formas patológicas de agresividad, en ausencia de factores orgánico-cere-
brales, están relacionados con: experiencias tempranas de deprivación y
abandono, padres violentos; sentimientos persistentes de perjuicio, acom-
pañados por deseos de venganza; ausencia de controles superyoicos; rela-
ciones de explotación y sadismo.
3.6. Educación
4. EDUCACIÓN Y AGRESIVIDAD
4.1. Valores
siado cambiante y complejo como para que este método funcione; si el hijo
acepta la imposición, se convierte en un «monigote» que en pocos años no
comprende nada y se desajusta, si no la acepta, lo negará todo quedándose
sin valores. Adoptando una tercera actitud denominada errática e inconsis-
tente, se trasmite un papel de inconsistencia y algunas normas, pero nunca
los valores necesarios. Un proceder más efectivo que calificaríamos de ra-
zonable sería que los padres deben transmitir los valores, actualizándolos y
transmitiéndolos a sus hijos sin miedo y con claridad, para que los utilicen en
sus primeras tomas de decisión y, les resultarán útiles lo mismo que son para
ellos. El joven decide lo que hace por la adherencia irreflexiva a las cos-
tumbres de la familia, de la clase social, y del grupo, pero los padres no de-
ben transmitirle sus valores como verdades absolutas e inamovibles, sino
como un tesoro personal que el hijo deberá respetar y perfeccionar según lo
vaya personalizando. Cuando se vaya haciendo adulto deberá experimentar
un cambio natural hasta asentar su conducta en valores internalizados y
personalizados. Los valores se personalizan reflexionando con actitud críti-
ca abierta, tomando decisiones, y actuando en consecuencia, constituyen en-
tidades dinámicas necesitadas de continua evolución. Un valor comienza a
ser nuestro cuando, con independencia de su procedencia, reflexionamos so-
bre él, y comenzará a tomar cuerpo cuando tomemos alguna o algunas de-
cisiones apoyándonos en él. Pero los valores solo se consideran cuando eje-
cutamos tales decisiones. La práctica dará pie a una nueva reflexión que, a su
vez, influirá en las nuevas decisiones y actuaciones. Así, reflexionando, de-
cidiendo y actuando continuamente se desarrollan y mantienen vivos y ope-
rativos nuestros valores, y con ellos, nosotros mismos. Si una persona trata
de tomar sus decisiones adultas con un sistema de valores adolescente, será
fácil que sufra algún tipo de perturbación.
Hay estudios que dicen que en la sociedad española la libertad destaca
como el valor más reconocido y mejor valorado, en contraposición se re-
conoce al materialismo, egoísmo, codicia-afán de lucro y competitividad-
agresividad como los valores que predominan y caracterizan a nuestra so-
ciedad a la vez que se rechazan. Nietzsche escribió: «Cuando nos preguntan
de repente por un asunto, la primera opinión que se nos ocurre no es habi-
tualmente la nuestra, sino solo la corriente, la opinión de nuestra casta, de
nuestra posición, de nuestra procedencia; las opiniones propias nadan raras
veces en la superficie».
4.2. La identidad
hijo es lo que mayor sufrimiento ocasiona al ser humano y lo más duro y di-
fícil de superar. Por ello, cualquier tema que se trate sobre los hijos des-
pierta el máximo interés para los padres y destaca de entre todos la educa-
ción de los mismos. En ella me voy a centrar, y en concreto en un concepto
clave en la educación como es la disciplina, que será fundamental para
educar la agresividad reduciendo sus manifestaciones al máximo.
El primer problema con el que nos enfrentamos en España es qué en-
tendemos por disciplina. La manera decimonónica de practicar la disciplina
(entendida como conjunto de normas para educar-formar) originó corrientes
libertarias que se pusieron muy de moda en Europa y América. Estas con-
cepciones revolucionarias se arraigaron fácilmente en el cambio social de la
postguerra, no sin encender grandes polémicas. En España el desarrollo
económico de los años sesenta propició mayor bienestar social y tiempo de
ocio, por ello el modelo de disciplina severa que educaba para una existen-
cia austera, en los años que siguieron a nuestra llamada «Guerra Civil»
(¡Qué contradicción calificar de civil a una guerra!), había perdido sentido.
Muchos padres guardaban en su piel las cicatrices de un rigor disciplinario
que querían evitar en la educación de sus hijos, entendiendo que así también
evitaban que fueran agresivos. La libertad se impuso como valor de moda y
la permisividad justificaba la falta de vocación de muchos padres y la falta
de oficio de muchos educadores. En los años setenta con el cambio político
se acrecentó la polémica entre los teóricos de la educación. La polémica se
fue extendiendo a medida que, en los años ochenta, la permisividad mos-
traba sus consecuencias negativas, mientras severos y permisivos deso-
rientaban a los padres. Yo mismo fui testigo y, presencié dichas polémicas
sobre la educación, donde cada uno daba espléndidos argumentos, basados
en sus particulares conocimientos y experiencia. Cuando eso ocurría en
nuestro país, en la mayoría de los países de nuestro entorno la cruda expe-
riencia y la experimentación agotó la polémica, introduciendo conocimien-
to y rigor donde solo había opinión y deseo, de tal manera que a finales de
los años ochenta las cuestiones de disciplina dejaron de plantearse, al menos
desde el punto de vista teórico.
El día 5 de junio de 2002 apareció una noticia en el Periódico Regional
El Norte de Castilla (del grupo Correo). Lo traigo aquí puesto que son datos
pertinentes y aportan luz en esta cuestión: «Más del 40% de los padres ad-
miten sentirse desorientados en la educación de los hijos». En él se inter-
preta la disciplina como conjunto de normas rígidas y autoritarias, por eso se
afirmaba en el artículo, los progenitores defienden la libertad frente a la dis-
ciplina. «El 57,83% de los padres españoles están comprometidos, se sien-
ten responsables de la educación de sus hijos y aseguran ser dialogantes,
democráticos y afectivos. Pero el 42,17% restante se confiesa desorientado,
es decir, siente impotencia ante los cambios y la necesidad de autonomía de
EL DEBER DE EDUCAR LA AGRESIVIDAD 237
sus hijos, por lo que utilizan pautas incorrectas de educación e, incluso, al-
gunos comportamientos agresivos.
Estos datos son resultado del análisis Valores y pautas de interacción fa-
miliar en la adolescencia, elaborado a raíz de encuestas a 1.200 personas
(60% madres y 40% padres) con hijos adolescentes (de 13 a 18 años) y pu-
blicado por la Fundación Santa María. El informe sitúa las causas del con-
flicto entre padres e hijos adolescentes la falta de esfuerzo e interés en los
estudios o en el trabajo, más entre los chicos que entre las chicas. Otras cau-
sas son las malas contestaciones, salidas de tono o tacos, y en tercer lugar
están las salidas nocturnas, horas de llegada a casa y consumo de alcohol u
otras drogas.
Los valores que los padres de adolescentes consideran importantes son
la honradez, como valor ético-moral (74,7% en chicos y 75,2 en chicas), se-
guido por el valor intelectual e instrumental del estudio para ser importan-
te en la vida (51,3% en chicos y 50,7 en chicas). El documento revela la im-
portancia que dan los padres a los valores instrumentales, como pensar de
forma automática, la participación en la familia, la responsabilidad con
afecto y la lealtad. Al final, aparecen los valores religiosos (3,4% en chicos
y 4,8 en chicas).
Los datos ponen de manifiesto el declive experimentado por la autoridad
de los adultos en los últimos 25 años, por lo que el 53,5% de los padres se
decanta por la libertad en la educación, frente al 16,8 que se sitúa más cer-
cano a posturas de autoridad y disciplina.
Son datos interesantes a modo de fotografía social, pero vemos cómo en
el último párrafo se comete el error de identificar la disciplina con la auto-
ridad. Dejémoslo en un problema de acuerdo semántico y sigamos con el
fondo de la cuestión.
En España, las circunstancias políticas de autoritarismos ideológico,
falta de libertad, aislamiento y el desarrollo económico más tardío nos im-
pidieron vivir oportunamente ese cambio y algunos vestigios han llegado
hasta el siglo XXI, donde hay padres y educadores que no han penetrado en
las cuestiones de disciplina porque recibieron ciertos ecos de aquella batalla,
datos insuficientes para una reflexión correcta. Por eso nos siguen pregun-
tando a los psicólogos cuando asistimos a reuniones de padres en los cole-
gios o, en otros contextos: «¿cree vd. en la disciplina?» A menudo dan por
supuesto que la respuesta será no, como si se tratase de una cuestión de fe
(quiero hacer mención al artículo del periódico reproducido para pensar que
solo se trata de un error semántico identificando disciplina con normas de
imposición o autoridad). Hace dos décadas, coincidiendo con lo que se de-
nominó «La Transición» se nos clasificaba a los españoles de forma muy
simplista con otras dos preguntas «¿eres creyente?» y «¿eres de derechas o
238 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?
lidad por ser los dos vecinos? El planteamiento parece absurdo, pero mucho
más absurdos son algunos de los planteamientos sobre la igualdad ¡Injusta
igualdad! Si hay algo claro, es que nadie es igual a nadie. Otra cosa es la jus-
ticia siempre en favor de los más desfavorecidos. Estas confusiones son tí-
picas del sarampión infantil de una sociedad recién llegada a la democracia,
como pasó en los últimos años del siglo XX en España, pero no puede seguir
persistiendo en el momento actual. Otro ejemplo de sarampión democrático
fue el de las mayorías (ahora ocurre algo parecido con las encuestas de opi-
nión, aunque el objetivo es otro, ganar votos); se consideraba que todas las
decisiones debían ser por mayoría y, el profesor Gómez Bosque nos co-
mentaba que ese principio, razonable a priori, se quería generalizar a todo.
Imaginémonos un caso absurdo: un equipo de alumnos de medicina en
prácticas, con su profesor, delante de un paciente que deciden someter a vo-
tación a ver qué diagnóstico o tratamiento será el más adecuado, ahí está cla-
ro que el más capacitado tiene el deber de tomar las decisiones y asumir las
responsabilidades: como vemos el caso así planteado resulta absurdo.
La disciplina debe poseer una consistencia clara, pero su aplicación
debe ser inteligente, o sea, firme y flexible como el junco, adaptándola a
cada persona y circunstancia. Por ejemplo, en una familia se dan normas
mínimas para todos los hermanos que regulen lo común de la vida familiar
(horarios, orden, higiene, etc.). Esta clase de normas pueden aplicarse de
igual modo para todos los miembros de la familia de forma adecuada. El
resto de las normas exige mayor flexibilidad en su aplicación, porque cada
hijo posee sus peculiaridades de edad, personalidad, ocupación, etc., y tam-
bién cada hijo tiene una necesidad de disciplina diferente. En contra de lo
que temen los padres, los hijos entienden fácilmente que la igualdad casi
siempre está fuera de lugar, que resulta inconveniente para su educación, y
que casi siempre suele resultar injusta.
Traigo aquí una síntesis del estudio llevado a cabo por el Instituto Mas-
low Cattel sobre algunas normas disciplinarias, que propusieron más de mil
padres para educar a sus hijos, fueron:
1. En las comidas: comer juntos, probar todos los alimentos, comer
masticando, no beban bebidas alcohólicas, limitar las golosinas,
etc.
2. En los modales en la mesa: limpiarse las manos antes de comer,
cepillarse los dientes después de las comidas, no hablar con la
boca llena, no comer con las manos, limpiarse con la servilleta, ta-
parse la boca para toser, etc.
3. En la limpieza: tirar de la cadena después de usar el W.C., lavarse
siempre que se ensucien, utilizar el pañuelo, limpieza de su mate-
rial escolar, etc.
240 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?
Los padres proponían estas normas como las mínimas exigencias desde
su punto de vista.
La disciplina es muy beneficiosa cuando se aplica en el interés exclusi-
vo del niño, por el bien de su desarrollo y solo en la medida necesaria para
alcanzar este fin, y nunca como una expresión de la hostilidad de los padres
o de su necesidad de controlar o de dominarle. Debe ser aceptada porque la
norma de la disciplina posee un efecto especialmente benéfico cuando se
siente como necesaria y conveniente, por eso también debe ser razonada. En
la adolescencia caben, cada vez más, las normas disciplinarias diseñadas y
consensuadas participativamente. La disciplina errática o inconsistente es
más perjudicial que la falta o exceso de disciplina, porque contribuye al de-
sajuste, al conflicto o a la agresión en el niño. La disciplina puede pecar por
exceso, por defecto o por inconsistencia y erratismo. Este último, es el de-
fecto más grave y generalizado. La mayoría de los padres no se han plan-
teado la disciplina como una necesidad real de sus hijos, ni siquiera han re-
flexionado sobre ello. En casi todos los hogares la disciplina no es excesiva
ni permisiva sino que no existe. Pensemos ¿qué ocurre en los centros de tra-
bajo o en la aulas?, ¿existe y es la más adecuada? En efecto, la disciplina
practicada en muchos casos no tiene consistencia porque no consiste sino en
exigencias y órdenes que solo son fruto del ejercicio improvisado de la au-
toridad de los padres, jefes o profesores. La realidad es que en los centros
educativos, al igual que en muchas familias, están ocurriendo muchos pro-
blemas derivados de esa inconsistencia en la aplicación de la disciplina
por parte de padres y educadores y, cuando un colegio o instituto solicitan el
EL DEBER DE EDUCAR LA AGRESIVIDAD 241
ley, y eso no ha sido así (hoy la panacea es: «el mercado y sus leyes no se
equivocan». La realidad es que, desde el punto de vista legal, han aumen-
tado los delitos con los consecuentes costos para el estado, que utiliza re-
cursos que dejan de emplearse para otros fines. Pero lo que es más impor-
tante, el aumento conlleva mucho sufrimiento centrado en las víctimas.
Está claro que no solo habrá que hacer prevención del delito para evitar que
se cometa, sino que habrá que hacer predicción para mejorar todas las con-
diciones, y desde la realidad de los delincuentes y víctimas disminuir ese su-
frimiento. El concepto de delito es definido por los códigos penales de
cada sociedad, y es una de las pautas culturales que la sociedad se ha im-
puesto para canalizar la agresividad en función de sus intereses específicos.
El delito se define como «Culpa, crimen, quebrantamiento de la ley. Acción
u omisión, castigada por la ley con pena grave. El que, está penado en el có-
digo ordinario. El que con plena ejecución produce un resultado punible,
etc.». La sociedad tiende a trazar una barrera entre el mundo de los delin-
cuentes y el de los no delincuentes que no solamente está marcada por los
muros de la cárcel. En potencia, todo individuo es delincuente, y en la
práctica toda persona ha cometido alguna vez algún delito, ya sea un pe-
queño fraude fiscal, una transgresión de las normas de tráfico, etc. Partien-
do de este planteamiento, existen ciertos delitos comunes muy corrientes de
los cuales la sociedad se defiende usándolos a la vez como válvulas de es-
cape de muchas tensiones. En relación a estas conductas violentas, la so-
ciedad bienpensante ha montado multitud de sutiles mecanismos para acer-
carse morbosamente a ellas. Sobre robos, asesinatos y todo tipo de
agresiones existe abundante literatura, cine, teatro y otras actividades lúdi-
cas que permiten al individuo aproximarse desde lejos a ellos, como si de
una intelectualización del problema se tratase o un desplazamiento.
A continuación trataremos conductas agresivas consideradas por la so-
ciedad como no delictivas (la competitividad, la dominio-posesión, los chan-
tajes afectivos y las tensiones convivenciales) y como delictivas más fre-
cuentes (atentados a la propiedad, delitos violentos, sexuales y terrorismo).
5.1. Competitividad
dentro del trabajo, ganar una campaña electoral... El problema está cuando
los modos y formas son muy agresivos y el respeto por el otro se supedita a
conseguir el resultado por el que se compite.
5.8. El terrorismo
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8
Identificación de claves
desactivadoras de
la conducta agresiva
1. INTRODUCCIÓN
Hay jóvenes más dóciles y más rebeldes por naturaleza y carácter, y en-
tre esos dos estilos de acción se perfilan las actuaciones individuales.
En el estilo de vivenciar las frustraciones y emociones negativas que la
convivencia provoca se define la capacidad concreta para la relación y se
perfilan y señalan desde el principio de la vida modelos de interacción con
los demás, dominantes o sumisos, pasivos, activos, integradores o manipu-
ladores, enfocados al éxito y el liderazgo o al fracaso y la masificación.
Consideramos crucial el modo en el que se enseña al niño a soportar el
sufrimiento ante las cosas que le salen mal, ayudándoles a trabajar su tole-
rancia y aceptación ante el fracaso, así como a encajar el hecho de compar-
tir deseos propios con las aspiraciones ajenas.
Todas esas variopintas reacciones emocionales surgidas de la convi-
vencia, al estabilizarse generarán en el transcurso del tiempo cualidades de
las personas que determinarán, una vez consolidadas, un abanico de perso-
nalidades distintas y distantes que se diferencian en su forma y fondo, por su
particular método de afrontamiento de la contrariedad, en cualquier situa-
ción en que esta emoción haga acto de presencia.
Manejar las situaciones que salen mal es una habilidad poco entrenada
en general en las personas. Se critica y ridiculiza el fracaso, la retirada a
tiempo, el no quedar por encima como el aceite y se potencia el orgullo, la
prepotencia y la fuerza.
Cuando la dinámica humana discurre paralela a los deseos, sin friccio-
nes ni impedimentos de ningún tipo, es difícil saber cómo es una persona,
especialmente cuando es un bebé. La mejor manera de conocerle y saber
algo de su temperamento es oponer alguna mínima resistencia a sus deseos.
No sucede algo distinto en los adultos. Por esa razón es sano observar
cómo se desenvuelven en la dificultad. La vida no es solo divertirse y con-
vivir en situaciones positivas con personas muy distintas a nuestro modo de
ser. Resulta algo más complicado compartir dificultades con diferentes
personas y caracteres.
La capacidad para resistir la vida es directamente proporcional a la ha-
bilidad de un sujeto para encarar situaciones complicadas. Dicho de otro
modo, una persona es más madura cuanto menos tiempo tarda en descubrir
sus errores.
El problema que estamos describiendo se refiere a la capacidad de sos-
layar y vencer la sensación de incomodidad y malestar ante los impondera-
bles.
Consideramos que en ese tipo de sensaciones está el origen de multitud
de reacciones agresivas y surge cuando algo o alguien se interfiere a los de-
258 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?
seos. Se inicia en la infancia, cuando el niño desea algo y tiene que com-
partirlo con otros. Es comportamiento común y cotidiano que hemos visto
repetirse en las familias al nacimiento de otro hermano y en las guarderías
cuando deja de ser «el rey» y se ve impelido, sin otra solución posible, a
compartir todo con todos.
En ese proceso de socialización inevitable se observa la emergencia de
innumerables emociones de tonalidad anímica poco adaptativa, aglutinadas
en torno a la aludida reacción negativa de contrariedad.
Al lado se agrupan otras emociones con actitudes tan poco adaptativas
como el atrevimiento excesivo, el afán de manipulación y la osadía, la ver-
güenza no aceptada y la timidez que reacciona atacando.
Más tarde, en los adultos podemos identificar muchos sentimientos ne-
gativos, como un efecto colateral de historias personales de contrariedad,
surgidos de las dificultades, injusticias y desequilibrios del ambiente de cada
sujeto.
Es posible ver emerger otras muchas frustraciones provocadas por la
convivencia como consecuencia directa de sentimientos como la envidia,
la venganza, el odio e incluso el puro y nada simple afán de hacer daño.
Sentimientos que están en el origen de actitudes de vida, en gran parte
«elegidas» para interaccionar con los demás.
Para nuestros fines constituye objetivo inicial de reflexión e investiga-
ción preguntarse si esas actitudes emocionales claramente negativas, son
consecuencia de factores provocadores del ambiente o bien debemos buscar
las causas en predisposiciones genéticas determinantes del temperamento
individual.
Otra cuestión interesante: ¿existen posibilidades de conocer cómo evo-
luciona la violencia desde determinadas cualidades de personalidad infan-
tiles?, y más en concreto: ¿es posible intuir el previsible desarrollo de de-
terminados rasgos y variables del carácter hacia actitudes consolidadas de
contenido claramente violento?
Es muy probable que la mayoría de lectores se inclinen de antemano,
apoyados en su experiencia de vida, por la respuesta afirmativa ante inte-
rrogantes semejantes a los anteriores.
Efectivamente, todos conocemos historias de sujetos que muestran una
historia de comportamientos negativos. Son esas personas que muestran pa-
trones de acción de tonalidad agresiva, con mal pronóstico para su evolu-
ción e integración social futura. Sabemos que con cierta frecuencia esos pro-
nósticos se cumplieron en más de una ocasión.
IDENTIFICACIÓN DE CLAVES DESACTIVADORAS DE LA CONDUCTA AGRESIVA 259
3. VIOLENCIA Y CARÁCTER
Millon considera a este modelo muy útil para definir personalidades de-
sajustadas y con problemas, lo que supone gran utilidad a la hora de definir
cuáles son las tendencias adaptativas o inadaptativas hacia los demás.
Sirve además para diseñar y planificar actuaciones clínicas dirigidas ha-
cia el cambio y modificación de esas conductas hacia otras más facilitado-
ras de la integración grupal.
Por ejemplo, un exceso del rasgo agradabilidad no siempre es bueno,
pues indica a la vez excesiva dependencia y sumisión. Por contra, si la an-
IDENTIFICACIÓN DE CLAVES DESACTIVADORAS DE LA CONDUCTA AGRESIVA 261
Volviendo al método usado por los científicos para concretar los rasgos
que permiten definir la personalidad, debemos señalar que actualmente se
constituye en una línea de pensamiento que defiende la determinación pre-
ferentemente biológica y por lo tanto heredada de la conducta. Existe cier-
ta inclinación a considerar poco importante la influencia ambiental en el
modo de ser de las personas. Se concibe que una persona nerviosa nació así
y mantendrá esa forma de ser y manifestarse a lo largo de toda su existencia.
Los investigadores que defienden estas teorías se han preocupado mu-
cho de demostrar la capacidad de estos modelos de personalidad para defi-
nir cómo es un sujeto y también para predecir cómo será en el futuro.
Es lógico pensar que si se considera la conducta de una persona como
resultado de una disposición genética, lo esperable sería que sus las actua-
ciones mostrarán una estabilidad en el transcurso de su existencia, mani-
festada en la forma de ser y comportarse del sujeto.
Esta postura biológica defiende implícitamente la dificultad para mo-
dificar conductas inadaptativas y propone, in extremis, que determinados
sujetos con rasgos peligrosos y antisociales, supuestamente heredados, es-
tán de algún modo «casi obligados» a manifestarse siempre, en algún gra-
do, agresivos, se actúe con ellos como se actúe y se les eduque como se les
eduque.
Una muestra de esa tendencia actual referida al ámbito de las conductas
violentas podemos verla ya reflejada en las hoy poco novedosas investiga-
264 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?
Las personas son diferentes y lo son sus actitudes ante este tipo de
emociones heredadas y aprendidas. La buena noticia es que este tipo de in-
tenciones y hechos pueden ser controlables, en algún grado, a través de
aprendizajes tempranos que ayuden a apagar la agresión cuando el fuego se
inicia.
Se pueden y se deben realizar esos aprendizajes en la infancia, con el
objetivo explícito de que favorezcan atenuar comportamientos atrevidos y
conductas peligrosas.
tiempo indefinido, y por ello mismo sin resolverse jamás hasta que las per-
sonas que los provocan se jubilan, se van o fallecen.
En sentido contrario, ocurre idéntica paradoja en las relaciones ínti-
mas, enfrentamientos que parecen obedecer en exclusiva a sentimientos y
emociones contrariadas, en realidad están alimentados por intereses igual-
mente latentes, económicos, de poder, prestigio, etc., en multitud de oca-
siones, con lo que es posible observar que sus causas y motivos tienen
poco que ver con los afectos.
Estos hechos que pueden parecen curiosos, no son tan extraños si nos
percatamos de la posibilidad, ya comentada anteriormente, de no mostrar las
verdaderas intenciones en la convivencia. Efectivamente, no siempre se
tienden a ocultar, pero con frecuencia no mostrarlas es el único modo posi-
ble de protegerse.
Efectivamente, en las relaciones afectivas ser absolutamente claros
siempre y en todo momento puede volvernos absolutamente indefensos, del
mismo modo que actuar movido en exclusiva por el sentimiento puede in-
cluso no ser adecuado. Del mismo modo, responder en los ámbitos sociales
en términos exclusivamente interesados puede hacer que los demás des-
confíen demasiado y hacer perder, por falta de atención y afecto, muchos
beneficios de otro tipo. En conclusión, ni todo es afecto puro y aislado, ni
todo interés calculador, en parte porque no interesa al sujeto y en otra pro-
porción, no menor, porque no controla siempre ni sus emociones ni sus in-
tenciones. En definitiva, su conciencia es limitada y por ello mismo lo es su
posibilidad de manipular. Pero el sujeto intentarlo desde luego...¡lo intenta!
Acaso por las razones expuestas, una de las cosas que primero se ense-
ñan a los niños es justamente lo que pueden decir y lo que tienen que callar,
según los contextos y familias de origen y amigos. Tienen que aprender que
a unas personas les pueden comentar asuntos que a otras no pueden expli-
car, según situaciones, temas y personas.
Podemos concluir afirmando que el individuo está sometido a un doble
aprendizaje social:
Algunos lectores pensarán que es una pena aplicar «de hecho» este
tipo de educación, pero sin querer pecar de cínicos, es preciso admitir que es
una educación útil y adaptativa, y por ello mismo imprescindible para una
convivencia eficaz. ¿Por qué?
Muy sencillo: a no todas personas les interesa la bondad y la buena con-
vivencia y es preciso defenderse de algún modo de los manipuladores. Así,
al margen de que ese tipo de mensajes confundan al infante, es un riesgo que
debemos correr si no deseamos que a los sujetos que manifiesten mejores
sentimientos e intenciones les manipulen. El problema estriba en alcanzar la
proporción justa, la mezcla adecuada de sinceridad y prudencia, que son los
ingredientes implícitos de los que estamos escribiendo en este caso.
Y así nuevamente surge en el horizonte educativo la necesaria búsque-
da y entrenamiento de las habilidades precisas para la convivencia, la ne-
cesidad de alguna mínima cantidad de... ¿cómo llamarla?, ¿astucia para
defenderse de los demás?, el problema estriba, desde luego, en no rebasar el
límite de uso de actitudes precisas para la defensa necesaria y resbalar sin
apenas darse cuenta hacia la manipulación insolidaria, dañina, injusta y
destructora de la autoestima de los otros.
Una de las primeras enseñanzas debe ser sin duda la de la prudencia, es-
pecialmente a la hora de convivir (prudencia que nada tiene que ver con la
desconfianza), pues es la mejor vacuna para evitarse disgustos innecesarios.
El problema está en los matices.
Muchas veces simplemente con evitar comentarios inoportunos que
salen del alma, y son costosísimos de silenciar, para una mente no entre-
nada en guardar secretos, se evitarán sin genero de duda conflictos graves e
importantes. Se han cometido demasiadas tropelías en el nombre de una sin-
ceridad absoluta, que en realidad es incapacidad para guardar silencio.
Los evitará igualmente revisar la multitud de trampas que nos tienden
los demás para dirigirnos de modo intencional. Una de las más frecuentes,
por ejemplo, es el afán de control, del cual hay que aprender a pasar y es-
caparse sin caer en el error de justificarse ante los otros.
Saberse defender de estos juegos un tanto perversos es una necesidad
para la propia realización. Claro que no hay que olvidar nunca que ¡nosotros
podemos hacer lo mismo y no darnos cuenta!
Convivir significa muchas cosas, y entre ellas, alcanzar el objetivo del
respeto de todos, de los que quieren practicarlo y de los que no les interesa
respetar a nada ni a nadie.
Para lograrlo hay que seleccionar a las personas con las cuales deseamos
potenciar esa convivencia, además de regular el nivel de intimidad que de-
IDENTIFICACIÓN DE CLAVES DESACTIVADORAS DE LA CONDUCTA AGRESIVA 285
tas claves que no tienen que ver con la estética y sí con esa pátina dorada de
glamour a la que se le ha dado ese inmerecido nombre, estamos en un ca-
mino sin salida.
Hay que ofrecerles alternativas verdaderas, que están mucho más cerca
de la ética y los valores a los cuales, por cierto, sí pueden acceder todas las
personas, para que sin dejar de desear la belleza, sepan apreciarla detrás de
los signos externos de la estética del poder, la riqueza y la pura apariencia.
Son muchas las personas que de ese modo, engordan una pseudo-auto-
estima falsa que les sirve como sustituto de la verdadera que no poseen, in-
fringiendo daños permanentes a personas que consideran más débiles y
manejables, que en general son mejores personas que ellos y, a menudo,
más inteligentes y preparadas, llevando a veces esta conducta hasta extre-
mos vejatorios y humillantes.
La violencia implícita que se suscita y el rencor que se provoca en el
afectado son difíciles de calcular si no se observan con atención y cercanía
este tipo de conductas, que son difíciles de demostrar y erradicar.
Son modos de comportamiento típicamente animal, que recuerdan la
manada, el rebaño, ancestral del que sin duda nos restan a todos vestigios
indeseables, que hay que empeñarse en reducir y eliminar.
Se producen con más frecuencia en situaciones de restricción y emer-
gencia, donde las posibilidades de libertad individual están sometidas a
normas con escasa posibilidad de contrastación y defensa: situaciones de
guerra, de falta de libertad, sociedades estamentarias, etc.
Pero no piense el lector que en las sociedades democráticas no es posi-
ble su ocurrencia. La propia psicología de la personalidad ya nos advierte, al
estudiar las diferentes tipologías y caracteres, de algo que nos había anun-
ciado previamente la realidad social: la existencia de multitud de sujetos au-
toritarios, antisociales, agresivos etc., que al margen de esa peculiaridad
son normales, pero absolutamente intolerantes y convencidos plenos de que
nada ni nadie va a torcer su voluntad.
Esta actitud, implícitamente, supone un estilo combativo generador de
violencia, que basa el éxito personal en no dejarse vencer, ni convencer, ac-
titudes estas últimas que perciben como signos de debilidad del carácter.
Debilidad que rechazan en ellos mismos y en los otros. Demasiadas perso-
nas perciben la sociedad como una especie de jungla, en la que solo los
fuertes sobreviven, como una consecuencia directa de un implícito y extre-
mo Darwinismo social.
Y esas personas no son anormales, en el sentido peyorativo del término,
al menos no lo son hasta que cometen algún tipo de delito concreto. Sim-
plemente poseen un tipo de creencias concreto sobre la convivencia y sobre
cómo practicarla con los otros. Creen que no dejarse avasallar, supone im-
pedir el desarrollo de los otros. Y además, muchas veces, y para más com-
plicación y dificultad de modificar estas actitudes, por ese modo de ser
supuestamente fuerte, son admirados y elegidos como líderes.
Solo últimamente se están cuestionando las características de los líderes
carismáticos. Hasta hace muy poco, unos 20 años, el líder ideal era el que
había sido responsable de grupos humanos, sin meditar demasiado cómo lo
294 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?
había logrado. Un buen líder era una persona con éxito probado en la fun-
ción de mando. Sencillamente se estudiaba a quien poseía altos cargos y se
concretaban sus cualidades y actitudes, que luego se ponderaban de modo
positivo con el lenguaje adecuado.
En la actualidad se considera y valora al líder carismático, cuya perso-
nalidad consigue estimular, ilusionar y motivar a las personas que dirige, lo-
grando su colaboración e interés.
Sin embargo muchas organizaciones no tienen muy claro si prefieren un
líder carismático o autoritario, o si prefieren lograr la colaboración o el so-
metimiento grupal.
Algunas instituciones y organizaciones lo tienen tan nítido que optan
por decir que tienen líderes carismáticos e intentar vender esa idea, cuando
en realidad lo que tienen son líderes autoritarios. Es fácil darse cuenta de es-
tas sutiles trampas, acudiendo a un sencillo ejemplo del lenguaje:
Cualidades supuestas y ensalzadas de un sujeto como: «... enérgico,
luchador, valiente, etc.», pueden encubrir sin problema otras que son más
verdaderas y reales: «...colérico, agotador, temerario, etc.»
El acoso moral ha existido, existe y existirá siempre, y no obstante con
frecuencia no puede demostrarse, porque los límites de las actitudes con las
que nos acercamos a los demás se pueden percibir y presentar a los otros
desde muchas perspectivas distintas.
Ocurre en todos los ámbitos, no solo en el laboral: por ejemplo un padre
o una madre pueden acosar a su hijo en el nombre de la protección más ho-
nesta y deseada y en realidad dedicarse a vigilar estrictamente cada uno de
sus actos. En concreto pueden percibir que protegen, incluso creérselo, y lo
que hacen es vigilar.
Del mismo modo, en una relación amorosa el cuidado y el mimo, que
son absolutamente deseables, si poseen intensidad excesiva pueden obede-
cer a una estrategia de celos, cuya finalidad verdadera es conocer hasta los
más mínimos comportamientos para mantenerlos bajo la «tutela» personal.
En los grupos existen dos antiguas estrategias para anular potencial-
mente a quien se perciba como obstáculo para la estrategia personal de as-
censos, que son utilizadas por los trepas.
Una consiste en lograr la confianza del compañero en una primera eta-
pa, para conocer sus puntos débiles, con la poco sana finalidad de exhibir
posteriormente sus fallos con mayor grado de acierto, a la espera del con-
secuente premio. Suele ser una estrategia exitosa. Otra argucia consiste en
restar importancia a la tarea del otro, crearle inseguridad y hacerle fallar
para de inmediato pasar a ser el «solucionador eficaz y diligente», que
IDENTIFICACIÓN DE CLAVES DESACTIVADORAS DE LA CONDUCTA AGRESIVA 295
arregla casi todo. Es una estrategia para trepas más hábiles con la cual lle-
gan más lejos.
Defenderse del acoso moral requiere mucha formación, temple y esta-
bilidad para impedir que se produzca el derrumbe esperado. Los acosadores
cuando ven a la víctima derrotada, pueden incluso ejercer de buenas per-
sonas intentando ayudar, por supuesto a su manera y con su estilo.
Responder al acoso con agresión y nerviosismo solo produce frutos si la
respuesta es tan intensa que asusta a quien acosa, haciendo que se retire, lo
que no es fácil ya que suelen ser personas como hemos dicho más fuertes y
resistentes.
No responder es otra táctica errónea ya que el acosador se crece. La tác-
tica más útil, acaso sea darse cuenta de lo que está pasando, no sufrir de-
masiado, ni creerse la crítica permanente, resistir lo más impasible que se
pueda, buscar apoyos y denunciar, de algún modo, en alguna instancia,
horizontal o vertical, interna o externa al grupo. En situaciones insoportables
hay que valorar la posibilidad de alejarse de ese tipo de personas y grupos.
11.1.3. Mobbing
méritos se los lleva el trepa, que para redondear «la faena» se empeñará en
convencer a la víctima con críticas como: «no me explico por qué no te sale
la tarea» y «seguro que algo se te olvida», etc. Bastará a continuación ase-
gurarse de que el jefe observa los fallos y luego a recoger la cosecha.
Con esta malsana intención, lo que se persigue es eliminar cualquier tipo
de refuerzo positivo, con la finalidad de provocar en el acosado la sensa-
ción de incompetencia y culpabilidad, por no ser capaz de alcanzar los ob-
jetivos que implícita y explícitamente supuestamente (según el acosador),
son tan elementales y sencillos y los exige la organización, provocando así
una actitud de desplazamiento del grupo, aislamiento y bloqueo.
Esa falta provocada de confianza y seguridad en la propia ejecución, in-
cide en la apreciación del mérito y valía personal, genera impotencia, rabia
y dolor, que la víctima no se permite expresar porque teme que se interpre-
te y justifique por el acosador y la organización, como ineptitud personal.
Conjunto de emociones negativas mezcla de humillación, dolor e imposi-
bilidad de defensa, que si no se identifican en su causa real, (en este caso el
acoso) y si no se expresan, se introyectan agresivamente en el propio suje-
to, pudiendo llegar a ocasionarle multitud de enfermedades físicas y más es-
pecialmente psíquicas, así como problemas de convivencia en los grupos
donde la persona sí tiene confianza para expresar tus tensiones: familia,
amigos, etc.
En concreto, es un acoso psicológico que podemos acotar en una defi-
nición particular como:
«El intento de desprestigiar la eficacia y competencia profesional de una
persona en beneficio propio, con la finalidad exclusiva de aprovechar el des-
crédito para potenciar la propia imagen».
En la actualidad se están realizando muchos estudios al respecto, ya que
las personas afectadas por este tipo de problemas son multitud. Un excelente
trabajo es el de Piñuel y Zabala (2001).
Según nos indica este autor existen muchas personas con «mediocridad
inoperante activa», concepto que recoge a su vez del doctor González de la
Rivera.
Esas personas cuyo trasfondo emocional más claro es la envidia, no
pueden soportar el talento ajeno ni la posibilidad potencial de que un com-
pañero y/o subordinado (con los jefes no suelen atreverse porque son co-
bardes) tenga algún tipo de reconocimiento y de éxito.
Con gran sentido del humor, Piñuel los identifica con las «cualidades»
del famoso perro del hortelano, que ni puede comer las berzas ni las deja co-
mer.
IDENTIFICACIÓN DE CLAVES DESACTIVADORAS DE LA CONDUCTA AGRESIVA 297
rapéutica, con la finalidad de, ayudado por otras personas, percibir alterna-
tivas, con la finalidad de intentar salir de esta situación humillante y alta-
mente peligrosa para la salud.
Es por ello mismo una de las mayores violencias que puede ejecutar una
persona sobre otra. A veces más dañina que la propia muerte, porque des-
truye la personalidad de la víctima en una o más facetas para el resto de su
existencia.
Igualmente impensable hubiera resultado que la esposa o compañera,
decidiera denunciar al esposo por la misma razón. De hecho, muchas mu-
jeres, demasiadas, accedían a relaciones sexuales de forma un tanto forzada,
considerando que ese estilo de relación era lo normal.
Sentimos una inmensa sensación de justicia, alivio, seguridad y alegría
de que en nuestros días, los tristes ejemplos anteriores constituyan delitos
graves que suponen privación de libertad para el hombre (o mujer) que
transgreda el derecho inalienable a actuar, al modo que plazca a cada uno,
su propia sexualidad, siempre y cuando respete el modo ajeno de manifes-
tarse en ese comportamiento.
Efectivamente donde no hay derechos, o se cree no tenerlos, como des-
graciadamente sucede todavía en otras culturas, no parece haber acoso por-
que nadie habla de él, ni se detecta, aunque este se produzca de modo coti-
diano y asumido por el colectivo social que lo padece. El hecho es que las
víctimas llegan a considerarlo como un mal menor.
¿Cuántas afrentas han debido soportar las personas, especialmente las
mujeres en ciertas culturas, cuando su estatus en relación con otros sujetos,
en este caso los hombres, era inferior?
Incluso en la más candente actualidad se producen todavía y de forma
relativamente habitual, en ciertos ambientes, conductas de acercamiento a
los demás extremadamente desvergonzadas que por sus elevados índices de
atrevimiento rozan de lleno los comportamientos típicamente acosadores.
No es raro que algunos atrevidos se dediquen a dar besos sin pedir
permiso o bien, poner la mano en la cintura o el hombro de personas des-
conocidas (en general mujeres) y considerar esas conductas como facilita-
doras de ligues. El riesgo que corren es reducido, porque si no gusta su ac-
tuación, nadie sabe quiénes son ni cómo se llaman. Es imposible denunciar.
Esa imagen resulta bastante cotidiana en los modernos bares musicales,
disco-pub y ambientes de relación de las grandes ciudades, lugares en los
que el atrevimiento y la osadía impulsa incluso a proponer sencilla y llana-
mente «un rollo», a quien se tercie.
«Rollo», que para los menos ilustrados en estas lides, supone ni más ni
menos que empezar a abrazarse, besarse y tocarse hasta donde cada uno per-
mita, sin conocerse en absoluto, hasta ese instante. ¿Es o no es acoso sexual,
este tipo de actuaciones?
300 XXI: ¿OTRO SIGLO VIOLENTO?
Una cosa son las modas nuevas en las formas de ligar y otra muy dis-
tinta no captar los límites exactos del respeto que exige cada sujeto en fun-
ción de sus deseos y derechos, a riesgo de no hacerlo de actuar con violen-
cia extrema, alevosía y carencia absoluta de conducta moral.
a) El robo.
b) Ídem con agresión de diferente intensidad.
c) Asaltos de cualquier tipo, causa y condición.
d) Agresión inducida por ingestión de substancias psicoactivas.
e) Cualquier otra clase de ataque provocado a un sujeto que genere
dolor, heridas, trauma, incapacidad etc., en cualquier grado de in-
tensidad.
f) Agresiones o ataques, con y sin premeditación, que por cualquier
causa provocan la muerte.
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