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Praxis 38
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PRAXIS
FILOSÓFICA
Nueva serie No. 38
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Decana Facultad de Humanidades
Gladys Stella López Jiménez
Jefe Departamento de Filosofía
Luis Humberto Hernández Mora
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Revista
PRAXIS FILOSÓFICA
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Universidad del Valle
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Universidad Nacional Autónoma de México. Oscar Horta (Ph.D.): Universidad Santiago
j
de Compostela, España.
Departamento de Filosofía
EVALUADORES No. 38
Modesto Gómez: Universidad Pontificia de Salamanca, España. Mauricio Zuluaga:
Universidad del Valle, Colombia. Gonzalo Montenegro: Universidade Estadual Paulista
‘Júlio de Mesquita Filho’ (UNESP), Brasil, y Universidad de Chile, Chile. Huberto Marraud:
Universidad autónoma de Madrid, España. Giuseppe Lorini: Università di Cagliari, Italia.
Amanda Núñez García: Universidad Nacional de Educación a Distancia, España. Andrés
Crelier: Universidad Nacional de Mar de Plata, Argentina. Rodrigo Romero: Universidad
del Valle, Colombia. Jaime Nubiola: Universidad de Navarra, España. Jorge Ornelas
Berlan: Universidad Autónoma Metropolitana, México. William Betancourt: Universidad
del Valle, Colombia. José Antonio García-Lorente: Universidad de Murcia, España.
Cristina López: Universidad Nacional de San Martín, Argentina. Virgilio Ruiz Rodríguez:
Universidad Iberoamericana, México
Praxis Filosófica
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Artículos/Articles
Reseña
Lisímaco Parra Paris (ed.)
La independencia: recepción de ideas y construcción de mitos.
Universidad Nacional de Colombia
Por: Edwin Cruz Rodríguez 251
LA CAUSALIDAD DESDE HUME A KANT: DE LA
DISOLUCIÓN ABSOLUTA DEL CONCEPTO A SU
CONSTITUCIÓN COMO LEY
Resumen
En el presente artículo exponemos las reflexiones desarrolladas por Kant
y Hume sobre la filosofía (metafísica) de la causalidad, sin insistir en los
aspectos problemáticos de aquella comparación. Más bien se señala que
ambas filosofías desarrollan extremos diferentes de un único a priori. No
tomaremos en cuenta, para empezar, la terminología comúnmente aceptada:
la contraposición entre racionalismo y empirismo. Por el contrario, no
dando por establecidas caracterizaciones generales, exponemos idea tras
idea en su significado inmediato. No obstante, se verá que la perspectiva de
Hume se acerca a la perspectiva trascendental; y no intentaremos evaluar
la filosofía de Kant desde el punto de vista psicológico de la causalidad,
que supuestamente es decisivo en Hume.
Praxis Filosófica Nueva serie, No. 38, enero-junio 2014: 7 - 25 ISSN: 0120-4688
THE CAUSALITY FROM HUME TO KANT: FROM THE
ABSOLUTE DISSOLUTION OF THE CONCEPT TO ITS
CONSTITUTION AS LAW
Abstract
In the present article, we expose the reflections developed by Kant and
Hume on the (metaphysical) philosophy of the causality without insisting
in the problematical aspects of that comparison. Rather it is indicated
that both philosophies develop different extremes of one a priori. We will
not take into account, to begin with, the terminology commonly accepted:
The contraposition between rationalism and empiricism. On the contrary,
no taking for established general characterizations, we expose idea after
idea in its immediate significance. Nevertheless, it will be seen that Hume’s
perspective approaches to the transcendental perspective; and we will not
try to evaluate Kant’s philosophy from the psychological point of view of
the causality, that supposedly is decisive in Hume.
Introducción
A primera vista parece constituirse una incompatibilidad radical entre la
determinación filosófica que Hume y Kant desde perspectivas aparentemente
opuestas, le otorgan a la causalidad en tanto concepto positivamente operativo
en nuestro entendimiento. Así pues, en Hume –siendo lo siguiente válido para
sus dos obras dedicadas al entendimiento– la constitución de aquel concepto
parece ser inevitablemente empírica pues la necesidad de la conexión no
es descubrible para él de un modo intuitiva y demostrativamente cierto,
quedando recluida y resignificada, en su necesidad –ya no “estricta” –, en
el dominio psicológico de las impresiones de reflexión, que constituyen el
funcionamiento causal del mundo, sólo en tanto estamos acostumbrados y
dispuestos a articularlo en semejanza a lo ya experimentado de un modo
naturalmente inevitable. Por su parte en Kant, desde el principio de la segunda
analogía se encuentra la exigencia de que el concepto de causalidad, en tanto
concepto puro del entendimiento no se pueda hallar en la percepción, es decir,
la necesaria relacionalidad de la causa con el efecto representaría algo más
que un ordenamiento empírico determinado por la facultad de la imaginación.
Bajo tal simplificación, desde la perspectiva kantiana, esta misma
filosofía se encontraría contrapuesta a la de Hume por el hecho de que ésta
no sería consciente de que la imaginación empírica no es capaz de constituir
el concepto de causalidad, limitándose en su constitución a lo que ella pueda
reconocer en las percepciones mismas, en resumen el concepto de causalidad
no podría ser generado al modo en que mediante la determinación que la
costumbre impone a la imaginación, se generan conceptos empíricos. Por su
parte, desde su simplificada perspectiva, la filosofía humeana se encontraría
contrapuesta a la de Kant por el hecho de que este autor no se haya –
supuestamente– rendido a la evidencia a priori de que en la objetualidad
sólo son concebibles sucesiones, nunca conexiones, sucesiones que serían
totalmente indiferentes entre sí, no porque tal indiferencia sea un resultado
de la imaginación, sino del uso radical de nuestros razonamientos analíticos
que por sí mismos negarían toda síntesis que no sea empírica.
Por el contrario, el presente escrito pretende situarse más allá de tal
simplificación en que ambas filosofías son problemáticas para la otra, de
modo que se las expondrá no con base en los comunes calificativos con
que se pretende contraponerlas, como por ejemplo, –por nombrar los
más comunes– “empirismo” y “racionalismo”. Aquí se buscará entonces
10 desarrollar desde la evidencia textual que en los mismos autores se
encuentra, la filosofía que ambos hicieron con respecto al concepto de
causalidad, intentando presentarlas de un modo tal que se muestre por sí
sola la continuidad y compatibilidad de ambos desarrollos filosóficos, en
la medida en que ambos fueron desplegados de un modo a priori, de modo
que su diferenciación se deberá buscar en la extensión y profundidad con
que ambos autores desarrollaron el análisis o la síntesis, como diferentes
modalidades del a priori.
Arnaldo Ponce Andaur - Héctor Muñoz Valdés
¿cómo sabe Hume que existe una posibilidad irrestricta de considerar los
distintos seres como causas o como efectos? Es claro que la experiencia
no lo justifica a ello, pues el mismo ha aceptado que no existe ninguna
“cualidad” universalmente presente en todos los seres que justifique tal
interpretación; además, no sabe tal cosa estrictamente al mismo modo en
que disolvió el concepto de causalidad, o sea separando internamente la
causa del efecto, y externamente separando la causalidad misma del “llegar
a ser”; entonces, no sabe tal cosa insistiendo radicalmente en su exigencia
de diferenciar, separar y distinguir hasta donde sea posible. No obstante,
Hume no puede separar la posibilidad de interpretar causalmente el mundo
de las existencias, inseparabilidad que tiene que ser justificada a priori por
el principio atomista, lo cual de ser así, constituiría una operación sintética
de tal principio, de modo que si no fue por medio de alguna experiencia, en
el sentido propiamente empírico del término, como Hume descubrió que
irrestrictamente se puede interpretar causalmente el mundo de las existencias,
tal conocimiento debe ser “sintético a priori”.
Por su parte, la forma en que Hume introduce sus “reglas para juzgar
de causas y efectos” precisamente se basa en la contraposición existente
entre, por un lado, la indiferencia que se llega a establecer entre las posibles
determinaciones efectivas del concepto de causa y efecto, pues en tal
sentido cualquier cosa puede producir cualquier otra; y por otro lado, la
posibilidad de conocer anticipadamente mediante reglas generales, cuándo
en la experiencia efectiva los objetos o hechos son o no realmente causas
o efectos (Cfr. THN. 173). A continuación se analizarán algunas reglas que
no pudiendo ser completamente “analíticas a priori”, pues no respetan la
disolución absoluta del concepto de causalidad, tampoco son completamente
a posteriori, es decir de algún modo deben seguir siendo a priori, a pesar
de que se constituyan sintetizando elementos que bajo la concepción radical
del análisis humeano han sido disueltos.
1. “La causa y el efecto deben ser contiguos en espacio y tiempo.”
(THN. 173)
2. “La causa debe ser anterior al efecto”. (THN. 173) 15
Conclusión
Las ocasiones en que Hume usa la expresión a priori, sin duda
constituyen la base textual sobre la cual queda en evidencia la necesidad
de realizar estudios comparativos entre la filosofía de Hume y de Kant. El
caso de la causalidad es especial, pues allí Hume es más insistente que en
otros temas en el uso de la expresión a priori, y habiendo sido este escrito
articulado bajo el convencimiento de que a tal respecto la comparación
entre la teoría a priori de Hume y la teoría a priori de Kant, relativas a la
causalidad, debe comprenderse a medida que se profundice en la clarificación
de lo que en ambos casos se entiende por a priori, tal concordancia nominal
no señala sin embargo la raíz de la posibilidad de una comparación positiva
de ambas filosofías. Tal raíz se encuentra primero en la naturaleza de las
“relaciones de ideas”, que desde Hume posibilitan la comprensión de lo que
en Kant es experiencia posible, y luego en la naturaleza de la inseparabilidad
de tiempo y causalidad que hacen lo mismo con respecto a la síntesis a priori
kantiana. Entonces, la mera evidencia textual, no ha justificado la naturaleza
de la comparación aquí emprendida, sino un desarrollo interpretativo que
excediendo las concordancias –o discordancias– nominales, ha intentado
exponer dos filosofías aparentemente contrarias, de un modo tal que su
continuidad quede en evidencia.
No obstante, el desarrollo filosófico de Hume puede ser declarado
como predominantemente analítico a priori, de un modo equivalente a la
consideración de lo mismo en Kant, que sería entonces predominantemente
sintético a priori; así pues, tal predominancia, debe ser comprendida sólo
como una cuestión de grado, es decir simplemente como indicadora del
24 aspecto más desarrollado por uno u otro autor, sin que por tanto en tales
aspectos sea posible encontrar los fundamentos teóricos para desconocer su
contrario. Esto es de suma importancia para la compresión global del aporte
humeano y kantiano a la teoría de la causalidad, pues tal posición supone
que las teorías de ambos autores son comprensibles desde la del otro autor,
y por lo tanto, en un sentido teóricamente relevante, compatibles.
Por último, este escrito ha intentado representar un esfuerzo por mostrar
de forma inmediata y sistemática, los aspectos principales a considerar en
los estudios comparativos entre la teoría causal de Hume y de Kant, a fin
Arnaldo Ponce Andaur - Héctor Muñoz Valdés
Bibliografía Principal
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(edited by L. A. Selby-Bigge), Oxford. Edición española: (2002) Tratado de la
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Edición española: Hume, David (2007). Investigación sobre el conocimiento
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Kant, I. (1790). Kritik der Urteilskraft. Ed. en español, trad. Pablo Oyarzún (1992),
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Kant, I. (1787). Kritik der reinen Vernunft, ed. y trad. del alemán, Pedro Ribas
(2006), Crítica de la razón pura, México, Taurus.
Kant, I. (1800). Lógica: un manual de lecciones, ed. original de G. B. Jäsche; ed.
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Kant, I. (1783) .Prolegomena zu einer jeden künftigen Metaphysik, die als
Wissenschaft wird auftreten können, trad. del alemán, Mario Caimi (1984) 25
Prolegómenos a toda metafísica futura que pueda presentarse como ciencia,
Buenos Aires, Charcas.
Bibliografía Secundaria
Allison, H. (2004). Kant’s Transcendental Idealism: An Interpretation and Defense,
revised and Enlarged Edition, New Haven and London. Yale University Press.
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Beck, L. W. (1978). Essays on Kant and Hume, New Haven and London, Yale
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Dicker, G. (1998). Hume’s Epistemology and Metaphysics, London and New York,
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Longuenesse, B. (1998). Kant and the Capacity to Judge: Sensibility and Discursivity
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Paton, H. J. (1965) Kant’s metaphysic of experience: A commentary on the first half
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Stroud, B. (2003) Hume, – Taylor and Francis Group, London and New York,
Routledge.
EL ITINERARIO DE SPINOZA EN 1663.
ALGUNOS PROBLEMAS RELATIVOS A LA TEMPORALIDAD
EN LOS PRINCIPIOS DE FILOSOFÍA DE DESCARTES,
LOS PENSAMIENTOS METAFÍSICOS Y LA “CARTA
SOBRE EL INFINITO”
Guillermo L. Sibilia
Universidad de Buenos Aires (UBA), Argentina
Resumen
Este artículo estudia algunos problemas relativos a la doctrina de la
temporalidad de Spinoza, centrando el análisis en los Principios de filosofía
de Descartes, los Pensamientos metafísicos y la “Carta sobre el infinito”,
todas de 1663. Con ello esperamos mostrar que la exposición spinoziana
de los conceptos de tiempo y duración en la obra de 1663, si bien sigue
la conceptualización cartesiana, opera sobre ésta una crítica implícita
(inmanente podríamos decir) que lleva al pensamiento spinoziano hacia
sus propios horizontes conceptuales, que serán explícitamente definidos
en la carta 12. De esta manera, asimismo, este trabajo busca contribuir al
estudio del estatuto de la obra de 1663 y del significado de la doctrina de
la temporalidad de Spinoza en este período formativo de su pensamiento.
Praxis Filosófica Nueva serie, No. 38, enero-junio 2014: 27 - 51 ISSN: 0120-4688
SPINOZA’S ITINERARY IN 1663. SOME PROBLEMS
RELATED TO TEMPORALITY IN THE PRINCIPLES OF CARTESIAN
PHILOSOPHY, THE METAPHYSICAL THOUGHTS AND THE
“LETTER ON THE INFINITE”
Abstract
The aim of this paper is to study some problems related to Spinoza’s doctrine
of temporality, by focusing on the analysis of the Principles of Descartes’
philosophy, the Metaphysical Thoughts, and the “letter on the infinite”, all
of them published in 1663. By doing this, we hope to show that Spinoza’s
presentation of the concepts of time and duration in his work of 1663 –though
it follows the Cartesian conceptualization– a surreptitious revision Works on
it. This leads Spinoza’s thought to its definitive conceptual horizons, which
will be explicitly defined in the letter 12. Accordingly, this paper also seeks
to contribute to the study both of the status of the work of 1663 (Principles
of Descartes’ philosophy and the Metaphysical Thoughts) and the meaning
of Spinoza’s doctrine of temporality in this formative period of his thought.
Guillermo L. Sibilia
Universidad de Buenos Aires (UBA), Argentina
Introducción
En el “Prefacio” de la edición de 1677 de las Obras póstumas de
Spinoza, Jarig Jelles (1995), amigo y corresponsal suyo, afirma sobre el
filósofo holandés:
Desde su infancia fue instruido en las letras y en su juventud se ocupó durante
largos años especialmente de la teología. Cuando alcanzó aquella edad en
que la inteligencia madura y es capaz de investigar la naturaleza de las cosas,
se entregó a la filosofía. Mas, como no se sintiera plenamente satisfecho ni
con sus maestros ni con los escritores de estas ciencias y experimentara, en
cambio, un ardiente deseo de saber, decidió ensayar él mismo qué lograría
en tal materia con sus propias fuerzas. Los escritos del célebre Renato
Descartes, que le precedieron en el tiempo, le prestaron gran ayuda en tal
empresa. (p. 46)
1
La carta que en la Correspondencia de Spinoza aparece en el duodécimo lugar ha
pasado a la historia como la “carta sobre el infinito” (Epistolâ de Infinito), gracias a W.
von Tschirnahaus, quien en la carta 80 (de 1676) se refiere a aquélla en esos términos. Cf.
SPINOZA, 1988, p. 407-408. En la edición crítica latina de Gebhardt corresponde al volumen
IV, p. 331. A continuación citaremos, luego de la paginación de la edición en español, la de
la edición Gebhardt con la letra “G”, indicando luego el volumen en números romanos, y
finalmente la página en arábicos.
se expresa equívocamente en la síntesis de la física con la metafísica que
postula Descartes. Y esto, como veremos, supondrá desde la perspectiva
spinoziana el reconocimiento de una ambigüedad al interior del sistema
oficial cartesiano. Porque si bien el filósofo francés conocía ciertos resultados
que se podían obtener a partir del análisis matemático (la divisibilidad
indefinida del tiempo), éste no jugó un papel importante en su sistema. Para
lo que nos interesa aquí, entonces, hay tres aspectos que resumen la posición
cartesiana, tal como es leída por Spinoza.
El primero es la distinción ontológica entre la duración y el tiempo. En
el principio 57 de la primera parte de los Principios de filosofía, Descartes
(1997) concibe a la duración (duratione) como un “atributo” inseparable
de las cosas creadas, esto es, de las sustancias finitas que ya tienen una
existencia actual. En este sentido la duración no se distingue -sino por una
distinctio rationis- de la sustancia que dura2. Es necesario, sin embargo,
aclarar dos cosas: por una lado, que la duración no es estrictamente un
“atributo” principal como lo son el pensamiento y la extensión para la
sustancia pensante y la sustancia extensa, respectivamente. Éstos, como se
sabe, califican la esencia de la sustancia, mientras que la duración califica 31
su existencia. Por otro lado, que desde la perspectiva cartesiana, es posible
concebir una sustancia sin existencia actual, esto es sin duración. De hecho, de
las cosas no movidas (…). Mas para medir la duración de todas las cosas (rerum ómnium
durationem), la comparamos con la duración de aquéllos movimientos máximos y más
regulares, de los que nacen los años y los días; y a esta duración llamamos tiempo. El que,
por consiguiente, no agrega nada a la duración tomada en general, salvo un modo de pensarla”
(Descartes, 1997, p. 28).
5
Para una interpretación “continuista” de la doctrina de la creación divina en Descartes,
cf. H. Frankfurt (2009), J.-M., Beyssade (1979).
el tiempo verdadero (la duración concreta o existencia de las cosas creadas)
está compuesto de instantes indivisibles. Por lo cual la “duración” que se nos
presenta como indefinidamente divisible y continua no es sino el producto
de la limitación de nuestra mente finita, que traduce la discontinuidad real en
una continuidad y divisibilidad ficticias. Así, por ejemplo, aunque en términos
de su esencia la sustancia extensa toda no puede ser sino indefinidamente
divisible y por lo tanto matemáticamente continua, en relación con su
existencia actual (con su temporalidad podríamos decir), sin agregar una
división adicional, aparece físicamente discontinua, conservada desde el
exterior por una potencia inconmensurable (Dios). Desde este punto de
vista, la trayectoria de un cuerpo en movimiento -que busca explicar la física
cartesiana- se divide en los diferentes instantes indivisibles que ocupa en cada
configuración estática y geométrica de la materia que crea Dios. Con respecto
a la duración pensada sucede lo mismo; en la Tercera Meditación Descartes
(1977) afirma que el tiempo de su vida se compone de “innumerables partes”,
mutuamente independientes, y concluye: “de haber yo existido un poco antes
no se sigue que deba existir ahora” (p. 41). La intuición de la discontinuidad
de la duración concreta y de la absoluta independencia y contingencia de 33
sus momentos exige por eso el poder y la acción de un Dios trascendente e
incomprensible para que introduzca la continuidad de la existencia, para que
6
Que Descartes defiende la tesis de la discontinuidad, al menos en relación con la duración
pensada, lo corrobora su respuesta a Gassendi en las respuestas a las Quintas objeciones. Allí
el filósofo francés (1977) diferencia el “tiempo abstractamente considerado” de la “duración
de la cosa misma, acerca de la cual -sostiene- no podéis negar que todos sus momentos
pueden separarse de los que inmediatamente les siguen” (p. 292 [AT VII 370]). Rousset
(1994) considera que Spinoza, lector atento, adhiere en la “Carta sobre el infinito” al tiempo
de Gassendi, esto es, a la duración continua, contra la concepción discontinuista de Descartes.
que es una centésima, y todavía la décima de esta última, que no es sino
una milésima de la primera; y así al infinito, todas esas décimas unidades,
aunque se supongan realmente infinitas, no componen sin embargo sino una
cantidad finita, a saber una novena de la primera cantidad. (p. 445)7
suppose que les idées d’instant et de contiguïté immédiate. Il ne prend du temps que le plus
court moment possible et de l’espace le plus immédiat voisinage. Les deux idées de contigüité
spatiale et d’instant sont d ailleurs étroitement jointes l`une à l`autre (eo sensu quo dicitur ea
corpora esse contigua quorum extremitates sunt simul). La conception de la divisibilité du
temps était nécessaire à la mécanique cartésienne, l`idée du mouvement implique à la fois la
divisibilité du temps et la divisibilité de la matière” (Wahl, 1920. pp. 25-26). La “divisibilidad
del tiempo” a la que alude Wahl es pues compatible con el instante indivisible.
a la eliminación del tiempo (en tanto que cantidad puramente matemática
e indefinidamente divisible) de la explicación cartesiana de los principios
de su física geométrica.
I, p. 243); por lo cual, Dios, que es eterno, “no existió nunca antes de esos decretos para
poder decretar otra cosa” (Ibídem). Coincidimos entonces con P. di Vona (1969) cuando
afirma que “la tesi dell´eternità del decreto divino è scolastica e cartesiana, e (…) ciò che
Spinoza vi aggiunge di proprio è l´impensabilità di un altro decreto, dalla quale discende
l´impensabilità di cose meramente possibili: un risultato che è fortemente antiscolastico e,
in parte, anticartesiano” (Di Vona, 1969, pp. 132-133).
12
Traducción y subrayados nuestros.
necesariamente actual. Vemos así que, al reducir la duración a la afección de las
cosas creadas, y empleando una terminología cartesiana, Spinoza dice mucho
más, u otra cosa, que el filósofo francés. Porque si bien Descartes define la
duración de las cosas creadas como el “atributo” por medio del cual concebimos
su existencia actual, dicha “actualidad” depende fundamentalmente de la
Voluntad (omnipotente y trascendente) de Dios de crearlas, esto es, de darles
realidad fuera de su Entendimiento. Con la discursividad de la ontología de
la creación, es decir, adhiriendo superficialmente a la exterioridad de la causa
eficiente pero proveyendo simultáneamente indicios de la absurdidad de una tal
representación de la potencia divina, Spinoza sugiere entonces que la duración
es real o “actual” en el sentido de que se sigue necesariamente de la potencia
divina13. O como dirá la “Carta sobre el infinito”, fluye de la eternidad.
Pasemos brevemente a la segunda diferencia o indicio de divergencia.
En la definición del tiempo que citamos, además de determinar su estatuto
ontológico como “modo de pensar”, Spinoza (2006) aclara que la duración
“se concibe como mayor o menor y como si constara de partes” (p. 256; G.
I, p. 244)14. Forzoso es, si queremos comprender el itinerario spinoziano,
no ignorar esa aclaración preciosa. Debemos pues destacar la cautelosa 37
utilización por parte del filósofo holandés de los términos et quasi, “como
si”, que operan en esta obra como el reverso de la ausencia de la vinculación
17
Subrayado nuestro.
18
La hipótesis contraria es directamente un imposible para Spinoza, es decir, remite a una
quimera. Recordemos en efecto que el filósofo holandés (2006) define, en la nota marginal
de la edición latina de 1663, la quimera como “aquello cuya naturaleza implica una abierta
contradicción” (p. 242; G I, p. 234). Siendo el movimiento, en la perspectiva que adopta
Spinoza en esta obra, un modo de la extensión geométrica cartesiana, que es por naturaleza
divisible, afirmar la posibilidad de concebir un movimiento tal que no habría ninguno más
rápido, sería simplemente enunciar algo que es imposible de imaginar y mucho menos de
entender. Cf. asimismo Pensamientos metafísicos, I, 3, 2006, pp. 250-252; G I, p. 240-241.
19
Spinoza (2006) sostiene que Dios, ser infinito y omnipotente, siempre podrá crear
una duración más corta que cualquiera que nuestro entendimiento conciba (p. 288; G I, p.
270-271).
20
En el escolio leemos: “tempore (…) quod motûs mensura est” (Spinoza, 2006, p. 201;
G. I, pp. 193-194). Definido así, este “tiempo” se relaciona con el tiempo como ente de
razón de los Pensamientos metafísicos y no con la duración concreta de las cosas creadas.
indivisibles puesto que esa suposición lleva a aceptar el razonamiento de
Zenón y a negar el movimiento. Ahora bien, aunque el tiempo del escolio
es divisible indefinidamente (“ad infinitum”), sin embargo no es capaz de
expresar el infinito actual de lo continuo, tal como quedará claro en la “Carta
sobre el infinito”. Spinoza, en efecto, se refiere (o adhiere superficialmente)
en el escolio a la afirmación cartesiana de la distinción real de las partes
de la materia21. El tiempo, entonces, que es allí “medida del movimiento”,
es divisible en función de esa distinción indefinida pero real de las partes
de la extensión; su divisibilidad es pues “indefinida” y discontinua. Y su
“indefinición” expresa por lo tanto simplemente un “infinito” regresivo,
divisible potencialmente en partes extra partes. Agreguemos que Spinoza
menciona en el escolio que en Descartes es posible encontrar una refutación
del argumento de Aquiles similar a la que presenta él, esto es, afirmando la
indefinida divisibilidad del tiempo. Sin embargo, como ya dijimos, ese tipo
de argumentación no aparece en su filosofía oficial, la cual, al contrario,
se basa en el instante como unidad indivisible de tiempo. De manera que
Spinoza estaría advirtiendo al lector de los peligros, presentes en el seno del
40 cartesianismo, de caer nuevamente en las paradojas de Zenón (Lècrivain,
1977). La continuidad del movimiento es posible, incluso en una perspectiva
cartesiana, con la condición de no reducir el tiempo a una composición
indefinidamente divisible de instantes indivisibles.
En la “Carta sobre el infinito” Spinoza ya no presenta el pensamiento
cartesiano y, por lo tanto, expresa con una perspectiva singular su reflexión
acerca de la temporalidad. Comienza declarando que las dificultades sobre
21
“Dado que las partes de la materia se distinguen realmente entre sí (por Principios,
parte I, artículo 61), una puede existir sin otra…” (Spinoza, 2006, p. 205; G. I, p. 197). La
misma postura en los Pensamientos metafísicos, pero esta vez afirmando, como Descartes, su
incomprensibilidad: “Pues hay muchas cosas que superan nuestra capacidad, y sabemos, sin
embargo, que fueron hechas por Dios, como, por ejemplo, aquella división real de la materia
en indefinidas partículas: la hemos demostrado (Parte II, prop. 11) de forma suficientemente
clara, aunque ignoremos cómo se realice tal división” (Spinoza, 2006, p. 255; G. I, p. 244).
Spinoza no puede estar de acuerdo en este punto con Descartes; ya en el Tratado Breve, en
efecto, considera a la extensión como un “atributo” de Dios y sostiene que “no se puede decir
de ella que tenga partes (…) ella debe ser infinita en su naturaleza” (Spinoza, 1990, p. 68; G. I,
p. 25). La “Carta sobre el infinito” revelará esa misma doctrina. Sin embargo, Spinoza adopta
en Principios de filosofía de Descartes superficialmente la posición del filósofo francés, en una
Guillermo L. Sibilia
las cosas creadas (ahora simplemente “modos”) implique sólo una existencia “posible”. El
orden inmanente, eterno y necesario de la sustancia se afirma absolutamente. Según Deleuze
(1996), en Spinoza las esencias de los modos nunca pueden ser “posibles” sino que tienen una
existencia absolutamente actual, que sin embargo no se confunde con la existencia del modo,
y que les corresponde en virtud de su causa, esto es, de Dios o la sustancia. Y agrega algo que
revelará la “Carta sobre el infinito”, a saber, que la única manera de asimilar la esencia de
modo con un “posible” es considerándola “abstractamente”, es decir, separada de su causa.
de su causa. Por eso, la sustancia, en tanto existe necesariamente por su
esencia no puede concebirse sino como infinita; y puesto que es infinita es
absolutamente indivisible; cualquier fraccionamiento implicaría introducir
en ella la finitud: como dirá luego en el escolio de la proposición 15 de la
primera parte de la Ética, en la sustancia no hay realmente partes; la doctrina
de la univocidad e indivisibilidad del ser, cuya característica distintiva es
la de la inmanencia de la causa, hace de lo real un “plano” o mejor una
“red” continua e indivisible en sí misma (Spinoza, 2009; G. II, p. 32). La
eternidad, ya que es la modalidad de la existencia de la sustancia, es ella
también indivisible: expresa la existencia necesaria de la sustancia y por
eso excluye cualquier determinación temporal. Ahora bien, los modos
(finitos e infinitos) son afecciones de la sustancia infinita y no sustancias
finitas; de manera que, como mencionamos antes, no mantienen con aquélla
una relación de exterioridad. Por ejemplo: ni los cuerpos son externos a la
sustancia extensa, ni el movimiento-reposo es creado desde el exterior por
Dios. Al contrario, la causa por la que son producidos es inmanente e infinita.
En consecuencia, todo “modo” en relación con la “causa” que lo produce,
debe concebirse como ilimitado, no por su propia esencia sino gracias a la 43
fuerza (vis) interna que necesariamente lo afirma en la existencia. Desde
este punto de vista, también la duración de los modos finitos es indivisible:
¿Qué quiere decir Spinoza con las referencias a Caribdis y Escila? Por un
Guillermo L. Sibilia
25
Es decir, en otras palabras, si antes el objetivo de Spinoza era, en el marco de una
ciencia físico-matemática, expulsar cualquier representación del tiempo como divisible en
instantes indivisibles según la divisibilidad de la materia (cartesiana), ahora demuestra que
la “imagen” contraria y rectificada (divisibilidad indefinida), aunque necesaria para tornar al
tiempo un legítimo ente de razón, jamás podrá expresar la verdadera naturaleza del infinito
(positivo, actual y derivando ya sea de su propia esencia o por obra de su causa).
demuestra que es absolutamente posible- es necesario que la naturaleza sea
primero considerada como una realidad única e infinita y cuyo movimiento
productivo intrínseco se produce incesantemente sin fracturas y de un
modo dinámicamente “abierto”. A partir de entonces deviene posible el
reconocimiento de que la introducción del “tiempo” -y de la medida y el
número- no corresponden sino a la aplicación de instrumentos abstractos
por medio de los cuales el físico-matemático puede aprehender de una
manera determinada el movimiento indivisible e infinito que estudia. El
proceso de abstracción constitutivo de la imaginación se encuentra de esta
manera “reinvestido” en el conocimiento de la naturaleza, pero a título de
simple momento operatorio en la elaboración de las leyes físico-matemáticas
(Lècrivain, 1977).
Comenzamos este artículo con la afirmación de Jelles relativa a la
importancia de Descartes en la propia formación filosófica de Spinoza, y
sosteniendo que la publicación de 1663 se presenta a priori como una obra
de historia de la filosofía, como una exposición neutral del pensamiento
cartesiano. Vemos ahora que esa afirmación debe ser relativizada. La
exposición pedagógica de la metafísica y de la física cartesianas, en efecto, 49
no le impidió al filósofo holandés efectuar críticas importantes a ciertos
elementos teóricos presentes en ellas. Pero eso tampoco supone que no
51
Resumen
La tarea de selección de Peter Wason presenta el problema de que un
alto porcentaje de los participantes que la ejecutan ofrecen una respuesta
equivocada. En este trabajo, proponemos una explicación posible de la
selección mayoritaria en dicha tarea. Nuestra explicación, por una parte,
asume que los participantes tienden a perfeccionar el condicional que
aparece en la regla de la tarea de selección y, por otra, recurre al marco
de la lógica temporal, del que toma una semántica basada en instantes
en el tiempo y el operador unario Next. Nuestras ideas básicas son que el
participante interpreta que la regla sólo afecta a las tarjetas que muestran
los términos mencionados en sus caras visibles y que el hecho de girar una
tarjeta implica el tránsito a un instante posterior en el tiempo.
Praxis Filosófica Nueva serie, No. 38, enero-junio 2014: 53 - 70 ISSN: 0120-4688
ANALYSIS OF SELECTION TASK BY MEANS
OF A TEMPORARY SEMANTICS
Abstract
Peter Wason´s selection task has the problem that a high percentage of
participants executing it offer a wrong response. In this paper, I propose
a possible explanation of the most common selection in this task. My
explanation, on the one hand, assumes that the participants tend to perfect
the conditional that appears in the rule of selection task and, on the other
hand, uses the approach of temporary logic, taking from this approach a
semantics based on instants in time and the unary logical operator Next.
My basic ideas are that the participant interprets that the rule can only be
applied to the cards that show on its visible faces the terms mentioned in
it, and that turning over a card means the shift to a subsequent moment.
Introducción
Muchas descripciones de la tarea de selección de las cuatro tarjetas de
Peter Wason (Wason, 1966, 1968), a la que, en adelante, vamos a denominar
con las siglas WST (procedentes de la expresión Wason Selection Task), se
pueden encontrar en la literatura de la ciencia cognitiva y de las diferentes
áreas disciplinarias que se ocupan del análisis del razonamiento humano.
En líneas generales, las versiones abstractas de la misma, que son las que
fundamentalmente van a ser consideradas en este trabajo, se atienen a
características semejantes a las que exponemos a continuación.
El participante se encuentra ante cuatro tarjetas y ve una vocal en la
primera de ellas, una consonante en la siguiente, un número par en la que
figura en tercer lugar y un número impar en la cuarta y última. Así, se le
*
Este artículo es resultado del Proyecto N°. 1120007, “El procesamiento de enunciados
condicionales en los estudiantes de Educación Media: Un estudio a partir de la tarea de
selección de Peter Wason”, del Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico
(Fondecyt), de la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (Conicyt),
Gobierno de Chile. El autor, que es el investigador responsable del mencionado proyecto,
agradece al programa Fondecyt y al Gobierno de Chile el financiamiento de este trabajo.
Del mismo modo, también agradece al evaluador anónimo que lo revisó sus comentarios,
ya que, sin duda, ayudaron a mejorarlo.
informa de que cada una de estas tarjetas tiene un número por una cara y una
letra en su otro lado, lo que significa que el participante sabe que, si gira la
tarjeta con la vocal, debe aparecer detrás un número, que, si gira la tarjeta
con la consonante, debe mostrar también un número en su otro lado, que, si
gira la tarjeta con el número par, en la cara oculta debe haber una letra y que,
si gira la tarjeta con el número impar, debe encontrarse igualmente con una
letra. Ante esta situación, la labor que se le solicita es, en principio, bastante
simple y no reviste la menor complejidad lógica, pues tiene que indicar la
tarjeta o las tarjetas cuyo lado oculto habría que revisar para comprobar si
es correcta o no una regla condicional similar a esta:
Si observamos una vocal en una tarjeta, en la otra cara de esa misma
tarjeta figura un número par.
Si tenemos en cuenta las dos reglas lógicas fundamentales relativas al
condicional, es muy sencillo explicar cuál es la respuesta adecuada a esta
tarea. La primera de esas reglas es la regla de Modus Ponens, a la que nos
vamos a referir en este trabajo como MP, la cual establece que:
Si v(p → q) = 1 y v(p) = 1, entonces v(q) = 1.
56
Esto es, que, si el valor de un enunciado de la forma Si p, entonces q
es verdadero y el del antecedente de ese mismo condicional también lo es,
entonces el consecuente es igualmente verdadero.
Por su parte, la segunda regla es la regla de Modus Tollens, a la que
vamos a denominar en las páginas siguientes MT, y expresa lo si-
guiente:
Si v(p → q) = 1 y v(q) = 0, entonces v(p) = 0.
Esto es, que, si el valor de un enunciado de la forma Si p, entonces q es
verdadero y el del consecuente de ese mismo condicional es falso, entonces
el antecedente es igualmente falso.
Que WST se puede resolver fácilmente con sólo aplicar estas dos reglas
se puede notar si, simplemente, asumimos que:
1. p equivale a que en la tarjeta aparece una vocal.
Miguel López Astorga
2
Sin duda, la existencia de una dimensión temporal en la regla de la tarea de selección
es discutible. No obstante, consideramos que el aparato conceptual y simbólico de la lógica
temporal puede servirnos para expresar nuestra tesis formalmente. Y es que, como se va a
poder observar a continuación, tal lógica nos permite formalizar nuestra idea relativa a que
lo que el individuo verdaderamente entiende en la tarea de selección es que, si en la cara
visible de una tarjeta aparece una vocal, en la cara oculta de esa misma tarjeta tiene que
aparecer un número par y que, si en la cara visible de una tarjeta aparece un número par, en
la cara oculta de esa misma tarjeta tiene que aparecer una vocal.
v[(p → Nq) ˄ (q → Np), tn] = 1
si y sólo si, por una parte, v(p, tn) = 0
o v(Nq, tn) = 1 y, por otra, v(q, tn) = 0 o v(Np, tn) = 1.
Pero esto último, a su vez, equivale a afirmar que:
v[(p → Nq) ˄ (q → Np), tn) = 1
si y sólo si, por una parte, v(p, tn) =0 o v(q, tn+1) = 1
y, por otra, v(q, tn) = 0 o v(p, tn+1) = 1.
De este modo, sentadas estas bases, es posible explicar por qué los
participantes en las versiones abstractas de WST tienden a inclinarse por
las tarjetas p y q. Podemos comprobarlo analizando por separado el caso
de cada tarjeta:
• Tarjeta p: establece que v(p, tn) = 1 y es preciso girarla porque MP
exige que en su otra cara, en el momento tn+1, aparezca q, pues:
Si v[(p → Nq) ˄ (q → Np), tn] = 1, entonces v(p → Nq), tn) = 1.
No obstante, si v(p → Nq, tn) = 1 y v(p, tn) = 1, entonces v(Nq, tn) = 1.
66
Pero, si v(Nq, tn) = 1, entonces v(q, tn+1) = 1.
• Tarjeta ¬p: señala que v(p, tn) = 0 y no es preciso seleccionarla
porque no permite ni la aplicación de MP ni la aplicación de MT.
Veamos por qué:
Si v[(p → Nq) ˄ (q → Np), tn] = 1, entonces tanto v(p → Nq, tn) = 1
como v(q → Np, tn) = 1.
No obstante, aunque v(p → Nq, tn) = 1, v(p, tn) = 0 y, por tanto, no se
puede aplicar MP.
Igualmente, MT no puede ser aplicado, ya que, si bien v(q → Np, tn) = 1
y v(p, tn) = 0, para aplicar MT sería necesario que v(p, tn+1) = 0,
dado que v(Np, tn) = 0 si y sólo si v(p, tn+1) = 0.
• Tarjeta q: hace referencia a que v(q, tn) = 1 y también es necesario
elegirla, pues se puede aplicar MP y, de esta manera, en su otra cara
debe figurar p. Esto es así porque:
Miguel López Astorga
Conclusiones
En las páginas precedentes hemos presentado una propuesta alternativa
que, a nuestro parecer, explica el comportamiento mayoritario de los
participantes en las versiones abstractas de WST. Evidentemente, no podemos
68 defender que nuestros argumentos invalidan claramente otros enfoques o que
conducen inexorablemente al rechazo de otros marcos explicativos. Como
indicamos, la teoría de los modelos mentales, por ejemplo, ha demostrado
tener un alcance predictivo muy amplio y logra explicar los resultados
mayoritarios en muy diversos ejercicios de razonamiento, y no sólo en WST.
No obstante, es también obvio que nuestra propuesta es igualmente
consistente con los resultados habituales de WST, por lo que creemos que,
si deseamos conocer los verdaderos motivos por los que los participantes
en ella, generalmente, eligen unas tarjetas y no otras, debe ser tomada como
una posibilidad más. Está claro que, desde cierto punto de vista, presenta una
debilidad, puesto que supone que los participantes que ofrecen la respuesta
mayoritaria cometen un doble error al interpretar las instrucciones. En primer
lugar, perfeccionan el condicional que aparece en la regla y, en segundo
lugar, consideran que la regla sólo se aplica cuando uno de sus dos términos
coincide con lo que figura en la cara visible de una tarjeta (o, dicho con
otras palabras, cuando el antecedente de uno de los dos condicionales que
Miguel López Astorga
Resumen
En el presente artículo se afirma que el lenguaje determinado por el
seguimiento de reglas, por la intencionalidad de los estados mentales y por las
expresiones con contenidos, tiene una preeminencia frente al planteamiento
funcional ofrecido por la versión cognitiva en lo relacionado con el estudio
de los procesos mentales. 1) Se reconstruye el modo como Searle entiende
el lenguaje y la manera como están entrelazados sus rasgos constitutivos
con el problema de los estados mentales. 2) Se muestra la característica
principal de cada uno de los rasgos del lenguaje. 3) Se concluye que los
contenidos de la acción mental intencionada están siempre determinados
por la infinita capacidad individual y por la generosa multiplicidad de
perspectivas generales sobre el mundo, en lo referente con la continua
creación y representación de los hechos institucionales determinados por
el lenguaje.
Praxis Filosófica Nueva serie, No. 38, enero-junio 2014: 71 - 87 ISSN: 0120-4688
LANGUAGE AND CONSTITUTIVE FEATURES IN JOHN
SEARLE: CONTRIBUTION TO THE STUDY OF THE MENTAL
PROCESSES
Abstract
This article argues that language is determined by the following rules for the
intentionality of mental states and expressions with content, has a prominence
in front of the version offered by cognitive functional approach in relation to
the study of mental processes. 1) Searle understands the language and how
intertwined the constituent elements of language to the problem of mental
states is reconstructed. 2) The main characteristic of each language features
shown. 3) We conclude that the contents of intentional mental action are
always determined by the infinite individual capacity and for the generous
multiplicity of general perspectives on the world, in relation to the ongoing
creation and representation of certain institutional facts by language.
Introducción
Las relaciones de los seres humanos con el mundo físico es una de las
cuestiones que mayor atención ha merecido en los análisis de John Searle.
En su actividad como filósofo del lenguaje, este pensador se ha apoyado
en el punto de vista de la pragmática para hacer sus explicaciones sobre las
conexiones entre la realidad física y el lenguaje. Con estas explicaciones
Searle defiende la tesis de que el significado del lenguaje es condición
de posibilidad de la intencionalidad derivada de la intencionalidad de la
mente ¿Qué rasgos del concepto del lenguaje en Searle son merecedores de
articulación para avanzar en el estudio de la naturaleza de los fenómenos
mentales? Al respecto, dicho autor diría que la noción del lenguaje empleada
por él contiene rasgos que colocan al descubierto la posibilidad de avanzar en
el análisis de los procesos mentales y que cualquier explicación satisfactoria
sobre los estados cognitivos requiere tener en cuenta tres rasgos: 1) entender
que cuando la gente habla un lenguaje sigue reglas con significados, 2) tener
conciencia de que la intencionalidad es el rasgo mediante el cual nuestros
*
Artículo de reflexión que presenta resultados parciales de la Investigación “Prácticas
interpretativas y estrategias discursivas: Visión de la decisión judicial que está en juego en el
diálogo entre los magistrados de la Corte Constitucional colombiana en la interpretación del
artículo 241 de la Constitución Política de 1991” (Código del proyecto CI 4298). Investigación
adelantada por el grupo de investigación “Hermes” y financiada por la Vicerrectoría de
investigaciones de la Universidad del Valle.
estados mentales se dirigen a objetos del mundo distintos de ellos mismos,
y 3) comprender que las expresiones performativas arrastran contenidos
proposicionales con los cuales referimos y predicamos algo de un objeto.
Partiendo de este hilo de argumentación, sostenemos que el lenguaje
determinado por dichos rasgos tiene una preeminencia frente al planteamiento
funcional ofrecido por la Inteligencia Artificial fuerte en lo relacionado con
el estudio de los procesos mentales; ya que el lenguaje no es simulación
computacional de las capacidades cognitivas humanas, sino condición de
posibilidad de la intencionalidad colectiva. No obstante, el lenguaje comparte
con la intencionalidad colectiva el presupuesto fundamental de sentirse
interpelado por la intencionalidad colectiva y por poner en funcionamiento
nuevos significados de manera permanente; lo cual parece ser propio de la
mente humana.
Para justificar esta aserción procederemos del siguiente modo: en primer
lugar, reconstruimos el modo como Searle entiende el lenguaje y la manera
como están entrelazados sus rasgos constitutivos con el problema de los
estados mentales. En segundo lugar, mostramos la característica principal
74 de cada uno de esos rasgos. Y, finalmente, señalamos que los contenidos de
la acción mental intencionada están siempre determinados por la infinita
capacidad de comprensión individual y por la diversidad de perspectivas
generales sobre el mundo, en lo referente con la continua representación y
creación de los hechos institucionales determinados por el lenguaje.
4
Al respecto, Searle señala que la razón por la que necesitamos distinguir entre el
contenido y el modo psicológico “es que se puede tener el mismo contenido en tipos diferentes.
Así, por ejemplo, puedo querer salir de la habitación, puedo creer que saldré de la habitación,
puedo intentar salir de la habitación. En cada caso tenemos el mismo contenido, qué saldré
de la habitación, pero en diferentes modos o tipos psicológicos: creencia, deseo e intención,
respectivamente” (Searle, 2001, 69-70).
la noción de lenguaje que sirve de base a Searle para refutar la fuerza de los
argumentos ofrecidos por los defensores del punto de vista que privilegia la
idea de que “la mente es al cerebro lo que el programa es al hardware del
computador” (Searle, 2001, 33). Según los promotores de esta perspectiva,
se impone esa analogía porque “cualquier sistema físico que tuviese el
programa correcto con los inputs y outputs correctos tendría una mente
en exactamente el mismo sentido que tú y yo tenemos mentes” (Searle,
2001, 34). Por este motivo, resulta entonces que el computador al llevar a
cabo el programa correcto tiene pensamientos y sensaciones en el mismo
sentido que cualquier usuario los tiene respecto al sistema lingüístico con
sus respectivas implicaciones y significaciones5, tal y como ha sido estimado
desde el estudio filosófico contemporáneo del lenguaje. De acuerdo con
Searle, esta perspectiva no significa más que lo que él mismo distingue como
causación mental, perspectiva que se opone al punto de vista denominado
Inteligencia Artificial fuerte. Cuando se trata de seres humanos, que actúan
de manera intencionada en contextos institucionalizados por el lenguaje,
la causación mental es parte del modo como la historia del ser humano
82 acaece en términos biológicos y se comprende en el hablar. No acoger esta
perspectiva de causación mental, sino tomar el punto de vista puramente
formal de Inteligencia Artificial fuerte es equivalente a desconocer la relación
causal entre pensamientos y contenidos semánticos o cadenas iteradas de
significados que hacen que los pensamientos sean sobre algo en el mundo.
En efecto, los dos rasgos inherentes a la perspectiva de causación mental
son el entender que los símbolos tienen un significado que conocemos y
el comprender que la mente está en una relación causal con un fenómeno
biológico evolucionado como el cerebro. Y aquí la idea reside, respecto a
la diferencia entre el computador y la mente, en que el computador sólo
realiza operaciones en el nivel sintáctico, mientras que la mente realiza
acciones en el nivel de la simulación y duplicación de los pensamientos y
las sensaciones. Estos estados poseen contenidos plenamente intencionales
que son creados por la mente; la cual es “sólo un fenómeno biológico natural
Nelson Jair Cuchumbé Holguín
5
En el análisis de la estructura de los actos ilocucionarios, Searle muestra que cuando un
hablante H emite una oración T, en presencia de un oyente O, entonces, al emitir literalmente
T, H promete sincera y no defectivamente que p a O si y sólo si se dan nueve condiciones.
Una de estas condiciones tiene que ver con las condiciones normales del input y output.
“Output” cubre las condiciones para hablar inteligiblemente, e “input” cubre las condiciones
de comprensión. Juntas incluyen cosas tales como que el hablante y el oyente saben ambos
hablar el lenguaje, ambos son conscientes de lo que están haciendo (Cfr., Searle, 1986, 65).
humanos los pensamientos o las actitudes proposicionales con contenidos
no son percepciones prelingüísticas, sino pensamientos que dependen del
lenguaje y, por lo tanto, no son susceptibles de ser atribuidos como rasgos
constitutivos de un computador o un ser prelingüístico. Pues los pensamientos
o las actitudes proposicionales hacen parte del contexto de los hechos
institucionalizados por el lenguaje. La noción de hecho institucionalizado
por el lenguaje que emplea Searle da conocer hechos que dependen del
lenguaje, y éstos presuponen dos requisitos: 1) las representaciones mentales,
como los pensamientos, deben ser parcialmente constitutivos del hecho; y
2), la representación en cuestión debe depender del lenguaje. Esta noción
utilizada por Searle refiere a algo más que lo que se defiende en el punto
de vista formal de Inteligencia Artificial fuerte; pues al afirmarse que los
pensamientos dependen del lenguaje, se afirma que el lenguaje es parte de
los contendidos o de las cadenas de significados que “satisfacen condiciones
que existen sólo en relación con las palabras” (Searle, 1995, 80).
Para comprende mejor dicha tesis, cabe recordar la manera como Searle
considera algunos hechos institucionales relacionados con los juegos. Acoger
esta consideración tiene importancia respecto a nuestro tema conductor, pues 83
el resultado de la relación hechos institucionales y juegos reafirma la idea
de que el lenguaje tiene preeminencia respecto al planteamiento de enlace
funcional ofrecido por la versión cognitiva en lo relacionado con el estudio
Conclusión
En este intento por hacer comprensible la tesis de que el lenguaje
goza de preferencia respecto al planteamiento funcional ofrecido por la
versión cognitiva en lo relacionado con el estudio de los procesos mentales,
recurrimos a la reconstrucción de algunos de los argumentos ofrecidos por
Searle para poder mostrar el modo cómo el lenguaje está en relación con la
intencionalidad y los hechos institucionales. Efectuada esta reconstrucción
logramos mostrar las características de los tres rasgos constitutivos del
lenguaje que están a la base de toda relación humana con la realidad.
Poniendo de relieve que lo específico de la conducta humana reside no en
un comportamiento funcional en el que los seres humanos actúan de acuerdo
con ciertos procedimientos formales tal y como ocurre con los computadores,
sino en una capacidad mental en virtud de la cual los seres humanos creamos
significados en plena realización de la intencionalidad mental, determinados
por el lenguaje. Apoyados en esta última forma de entender la conducta
humana, sostuvimos que tal capacidad mental de creación de significados
está arraigada en un proceso de causación de estados mentales, que articula
los rasgos constitutivos de la institución del lenguaje. De esta manera se
allano el camino para afianzar el principio de argumentación propuesto
al inicio en el que se admitió como premisa la idea de que el lenguaje es
actividad, centrando el análisis en las condiciones previas de acción y
creación de los significados por parte de los usuarios del lenguaje.
Con estas precisiones conceptuales acerca del lenguaje, hemos querido
hacer plausible que en el proceso de causación de los estados mentales
están siempre presentes rasgos del lenguaje como el seguir reglas con
significados, la intencionalidad mental y la actitud proposicional de las 85
expresiones lingüísticas. Este esfuerzo de explicación hizo evidente que
para los defensores de la versión cognitiva funcional (Inteligencia Artificial
fuerte) sea posible hablar de pensamientos y creencias en seres humanos
87
Alejandro Rosas
María Andrea Arciniegas
Esteban Caviedes
María Alejandra Arciniegas
Universidad Nacional de Colombia
Resumen
Praxis Filosófica Nueva serie, No. 38, enero-junio 2014: 89 - 106 ISSN: 0120-4688
THE NEUROPSYCHOLOGY OF MORAL JUDGMENT.
ABOUT THE CAUSES OF COUNTER-INTUITIVE RESPONSES
TO MORAL DILEMMAS
Abstract
A growing literature in neuropsychology studies moral judgment with moral
dilemmas, testing subjects with neural damage or with anti-social personality
traits. It seems to confirm a tendency to counterintuitive utilitarian moral
judgment, i.e., these subjects abnormally approve sacrificing an innocent
person to save several lives. We argue that empirical evidence does not
support the hypothesis of two moral subsystems in the brain, but rather a
dysfunction in empathic capacity and emotional processing, that provides
support to a Humean moral psychology. Additionally, we advocate
extending the explanandum of this research program from counterintuitive
utilitarian judgment to counterintuitive moral judgment. This would allow
to experimentally investigate a broader range of variables affected by
dysfunction in empathic capacities.
Alejandro Rosas
María Andrea Arciniegas
Esteban Caviedes
María Alejandra Arciniegas
Universidad Nacional de Colombia
Introducción
El debate sobre el papel de las emociones y de la razón en el juicio
moral ha ocupado un lugar destacado en la filosofía moral. Hoy contamos
con aportes de disciplinas científicas en ascenso que son bienvenidos para
una filosofía que se nutre de las ciencias. Pensamos especialmente en un
área de investigación creciente en neuropsicología cognitiva que es animada
por preguntas de carácter filosófico, por ejemplo, la ya mencionada sobre el
papel de las emociones en el juicio moral. ¿Son las emociones constitutivas
del juicio moral o son más bien efectos que se producen una vez dictaminado
el juicio, quizás como medios de los que se sirve el juicio para motivar
al sujeto a una acción específica? En sus estudios pioneros, Greene et al.
(2001, 2004) investigaron con imágenes de resonancia magnética funcional
(IRMf) la activación neuronal de sujetos sanos al juzgar acciones descritas
*
Alejandra A. y Andrea A. agradecen el apoyo otorgado por la Facultad de Ciencias
Humanas de la Universidad Nacional a través de la Convocatoria Orlando Fals Borda; A.R.
y E.C. agradecen el apoyo de la Vicerrectoría de Investigación, código Hermes 16012; y A.R.
agradece además el apoyo generoso de la John Simon Guggenheim Memorial Foundation.
en historias con dilemas morales. Encontraron que, enfrentados a una
categoría de historias que llamaron ‘dilemas morales personales’ (DMP),
las zonas emocionales del cerebro se activan más que cuando se trata de
‘dilemas morales impersonales’ (DMI). Más adelante intentaremos definir
estas categorías. Por el momento, baste señalar que, en los DMP, el sujeto se
enfrenta a un dilema hipotético en donde puede salvar varias vidas si le quita
directamente la vida a un tercero. Las respuestas de los sujetos experimentales
a los DMP coincidieron mayormente con normas deontológicas, que
prohíben el sacrificio de inocentes sin importar las consecuencias; y entonces,
los autores del estudio concluyeron que las emociones son importantes,
quizás constitutivas, del juicio moral deontológico. Pero, a pesar de esto,
no podían excluir la posibilidad de que las emociones fueran efectos, en
lugar de elementos constitutivos o causas, de los juicios. Para resolver esta
duda, otros investigadores utilizaron la misma metodología en pacientes
con daño en la corteza pre-frontal ventromedial (Ciaramelli et al. 2007 y
Koenigs et al. 2007). Los pacientes con daño ventromedial se caracterizan
porque sus capacidades emocionales relevantes para la interacción social
92 están seriamente comprometidas. La hipótesis de los estudios con pacientes
decía que, si la emoción es constitutiva del juicio deontológico (y no un mero
efecto del juicio), los pacientes, al no tener las emociones, no responderían
Alej. Rosas - M. And. Arciniegas - Est. Caviedes - M. Alej. Arciniegas
Footbridge:
Esto debería plantear dudas sobre la literatura que los describe como
teniendo una inclinación al utilitarismo sin más, y sugerir que se debe
investigar la incidencia de las otras variables en sus respuestas. Sería
interesante estudiar si sus respuestas a los dilemas mixtos, por ejemplo,
o a los dilemas con culpables o con miles de personas por salvar, difieren
significativa y sistemáticamente de las respuestas de los controles sanos.
Esto liberaría a la investigación neuropsicológica de insistir en un enfoque
restringido y casi obsesivo con el juicio “utilitarista” contra-intuitivo y podría
arrojar resultados más iluminadores sobre las deficiencias en el juicio moral
en poblaciones con disfunciones en su capacidad para la empatía.
4
Agradecemos a los autores del estudio habernos facilitado los datos originales.
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Kant, I. (2002 [1785]). Groundwork for the metaphysics of Morals. trad. por Allen
Wood. New Haven: Yale University Press.
106
Alej. Rosas - M. And. Arciniegas - Est. Caviedes - M. Alej. Arciniegas
EL CAMBIO MODAL DE CH. S. PEIRCE: PRAGMATICISMO
Y POSIBILIDAD REAL
Resumen
Mi propósito central es evidenciar el rol fundamental de la noción de
posibilidad en la consolidación y formulación del Pragmaticismo de Ch. S.
Peirce. Ciertamente el Pragmaticismo es un intento de Peirce por establecer
la diferencia específica de su propia concepción del pragmatismo y un esfuerzo
por ofrecer una adecuada interpretación de su formulación inicial de la
máxima pragmática. Los intentos de Peirce por caracterizar su concepción
pragmática y sus reformulaciones e interpretaciones de la máxima pragmática
se desarrollaron en el tiempo durante un periodo de más de cuatro décadas
y presentan una serie de variaciones. Intentaré ofrecer evidencia que permita
ampliar la comprensión sobre el llamado “Peirce’s modal shift”, a fin de mostrar
en qué sentido la noción de posibilidad real desarrollada por Peirce produjo
una transformación en su concepción modal y cómo éste cambio se refleja en
la formulación definitiva del Pragmaticismo.
Praxis Filosófica Nueva serie, No. 38, enero-junio 2014: 107 - 121 ISSN: 0120-4688
THE PEIRCE’S MODAL SHIFT: PRAGMATICISM
AND REAL POSSIBILITY
Abstract
The central purpose in this paper is to demonstrate the fundamental
role of the notion of possibility in the consolidation and formulation of
Pragmaticism. Pragmaticism is undeniably an attempt by Peirce to establish
the specific differences in his conception of pragmatism and an attempt to
offer an adequate interpretation of his initial formulation of the pragmatic
maxim. However, the attempts made by Peirce to portray his conception
of pragmatic and its reformulations and interpretations of the pragmatic
maxim were developed over a period of more than four decades, showing
a series of variations. I will try to offer evidence that allows for a broader
understanding of “Peirce’s modal shift”, in order to show the manner in
which the notion of real possibility, as developed by Peirce, produced a
transformation in his modal conception and how the change is reflected in
his definitive formulation of pragmaticism.
Introducción
Mi propósito central es evidenciar el rol fundamental de la noción de
posibilidad en la consolidación y formulación del Pragmaticismo de Ch.
S. Peirce. El Pragmaticismo ha sido presentado tradicionalmente como el
término que Peirce utilizó para referirse a su propia concepción pragmática,
a fin de diferenciar su punto de vista de otros pragmatistas como James o
Schiller. Sin embargo, ni el pragmatismo de Peirce fue siempre el mismo
ni sus diferencias con otras concepciones pragmáticas constituyen su
rasgo distintivo. Ciertamente el Pragmaticismo es un intento de Peirce por
establecer la diferencia específica de su propia concepción del pragmatismo
y un esfuerzo por ofrecer una adecuada interpretación de su formulación
inicial que de la máxima pragmática.
No obstante, los intentos de Peirce por caracterizar su concepción
pragmática y sus reformulaciones e interpretaciones de la máxima pragmática
*
Este artículo es una versión ampliada y corregida de un texto preliminar que fue
aceptado como contribución en The Charles S. Peirce International Centennial Congress,
Lowell, 2014. Agradezco las valiosas orientaciones, críticas y precisiones de los profesores
Francisco Sierra, de la Facultad de Filosofía de la Pontificia Universidad Javeriana-Bogotá,
y François Latraverse de la Université du Québec à Montréal (UQAM), quien trabaja en
colaboración con The Peirce Edition Project (IUPUI) en la edición del Vol. 7 de los Writings
y los artículos escritos por Ch. S. Peirce para The Century Dictionary & Cyclopedia, con
el apoyo de Canada’s Social Sciences and Humanities Research Council. Nota del Autor.
se desarrollaron en el tiempo durante un periodo de más de cuatro décadas
y presentan una serie de variaciones (Hookway, 2012: 168ss). Peirce fue
incorporando nuevos elementos, amplió su perspectiva filosófica y redefinió
muchas de sus nociones en un proceso evolutivo y autocritico que sólo se
detuvo con su muerte. Intentaré ofrecer evidencia que permita ampliar la
comprensión sobre el llamado “Peirce’s modal shift” (Lane, 2007), a fin de
mostrar en qué sentido la noción de posibilidad real desarrollada por Peirce
produjo una transformación en su concepción modal y cómo éste cambio
se refleja en la formulación definitiva del Pragmaticismo. Mi tesis es que el
Pragmaticismo es el eje central de la concepción filosófica madura de Peirce
y que la noción de posibilidad constituye su rasgo fundamental.
A fin de ofrecer un fundamento a mi tesis debo responder primero a
tres preguntas: 1) ¿Qué entiende Peirce por real? ; 2) ¿Qué entiende por
posibilidad?; y 3) ¿Qué entiende por posibilidades reales? Una vez haya
dado respuesta a estas cuestiones, procederé a mostrar cómo la definición
del pragmaticismo presupone la noción de posibilidad real y en qué medida
esta noción permite una comprensión adecuada de la concepción pragmática
110 madura de Peirce.
1
El realismo de Peirce aparece muy temprano en sus reflexiones
filosóficas en el marco de la discusión con el nominalismo (MS 158; W
2, 310-317; CP 1.28-34). Pero es en su reseña de la edición de Fraser’s
The Works of George Berkeley de 1871 donde ofrece una de las primeras
definiciones de “real”:
“The real is that which is not whatever we happen to think it, but is unaffected
by what we may think of it (…) This thing out of the mind, which directly
influences sensation, and through sensation thought, because it is out of
the mind, is independent of how we think it, and is, in short, the real” (CP
8.12) “‘the real’ means that which is independent of how we may think or
Julián Fernando Trujillo Amaya
Hay aquí una conexión entre lo “real” y la “verdad” que ocupará a Peirce
durante toda su vida, y que constituye otro rasgo característico de lo real.
Peirce reconoce que el pensamiento humano contiene elementos arbitrarios
y accidentales, pero considera que a largo plazo la opinión humana tiende
universalmente a una forma definida que es la verdad. Si un ser humano
tiene la información suficiente y piensa lo suficiente sobre cualquier cuestión,
llegará a una cierta conclusión definida, que es la misma que cualquier otra
mente humana alcanzará bajo circunstancias igualmente favorables. Así,
según Peirce, para toda pregunta hay una respuesta verdadera, una conclusión
final hacia la cual la opinión de todo hombre tiende y se ve conducido en
el largo plazo:
“This final opinion, then, is independent, not indeed of thought in general,
but of all that is arbitrary and individual in thought; is quite independent of
how you, or I, or any number of men think. Everything, therefore, which will
be thought to exist in the final opinion is real, and nothing else” (CP 8.12).
2
La noción de posibilidad está ligada a la reflexión de Peirce sobre
la modalidad. Este es un asunto sobre el que se ocupó a lo largo de toda
su vida y sobre el que se concentró en su etapa madura, ya que después
112 de 1903 podemos encontrar diversos escritos que contienen análisis y
elaboraciones alrededor de los Gráficos Existenciales, en los que la tercera
parte denominada “Gamma” están enfocados, entre otras cosas, a desarrollar
una lógica modal (CP 4.510-529). Peirce consideraba que esta tercera parte
de los Gráficos Lógicos era la más importante e interesante, y que permitiría
comprender la esencia del razonamiento matemático (MS 455). Incluso en
1906, cuando Peirce intentó ofrecer una prueba del Pragmaticismo, termino
ofreciendo una explicación de su sistema de los Gráficos Existenciales (CP
4.530-572).
Ya desde su “Lecture on Kant” de 1865 (W 1. 240-256) Peirce rechaza
la idea según la cual la modalidad no tiene nada que ver con la lógica.
Ciertamente la diferencia entre un hecho posible, uno actual y uno necesario,
no tiene nada que ver con la lógica sino con la metafísica, pero la distinción
Julián Fernando Trujillo Amaya
3.
La noción de posibilidad real no solo constituye una cuestión metafísica
importante y susceptible de ser esclarecida a través del análisis lógico y
filosófico, sino que además permite el vínculo entre el pragmaticismo y el
realismo. Peirce enfatiza este fuerte vínculo entre el Pragmaticismo y lo
que él llama “realismo escolástico” en diversos lugares (CP 5.470, 5.503-
504,5.77, 8.208, 8.326, 8.7-38; EP 1 Chs. 2-4, 5; EP 2 Chs. 24, 28; W
2:462-487). El realismo modal, el realismo acerca de la “posibilidad real”,
constituye un elemento fundamental del realismo escolástico de Peirce.
Este es definido como la doctrina que plantea que hay objetos reales que
son generales, que hay principios generales realmente operativos en la
naturaleza. Para Peirce, la generalidad es un aspecto indispensable de la
118 realidad (EP 2: 343):
“the belief in this can hardly escape being accompanied by the
acknowledgment that there are, besides, real vagues, and especially, real
possibilities”, because “possibility being the denial of a necessity, which is
a kind of generality, is vague like any other contradiction of a general” (EP
2:354; CP 5.453).
Conclusión
Peirce se vio obligado a analizar la modalidad y averiguar en qué consiste.
Su reconocimiento de la actualidad, la necesidad y la posibilidad como modos
de ser y partes constitutivas de la realidad configuran la consolidación de su
realismo modal. Su pragmaticismo evidencia el tránsito desde un realismo
moderado a un realismo fuerte que incorpora la noción de posibilidad real
(Lane, 2007: 570; Cfr. Pihlström, 2010). Esta noción hace comprensible la
lógica de la abducción, en tanto que la forma final de toda hipótesis reviste
120 el carácter de una acción deliberada o de una línea de conducta esperable,
sostenida en el tiempo y de cara al futuro. El producto final de toda hipótesis
explicativa es conducir a una opinión final verdadera en el marco de una
comunidad de investigación determinada, es decir, debe promover el hábito
y fijar una creencia que no se vea revocada fácilmente y resista a la duda. En
últimas, lo real coincide con la opinión final acerca de ella, opinión a la que
llegamos a través de la experiencia, la discusión y el razonamiento. Que hay
una verdad acerca de todo, una conclusión última en la que una comunidad
estaría de acuerdo en reconocer como verdadera, constituye una regla
fundamental de la razón, un ideal que impide bloquear la investigación. Sin
embargo, esta opinión final verdadera es una posibilidad real que no requiere
ser actualizada, ya que siempre se puede tener más experiencia y razonamiento:
“Pragmaticism makes the ultimate intellectual purport of what you please
Julián Fernando Trujillo Amaya
Axel Cherniavsky
Universidad de Buenos Aires (UBA)
CONICET, Argentina
Résumé
Si, contre la conception hégélienne de l’histoire de la philosophie comme
succession de systèmes, Deleuze et Guattari proposent l’idée d’une
coexistence de plans, c’est pour éviter de penser la relation entre les
philosophies comme opposition, réfutation ou dépassement, pour construire
un cadre à partir duquel apprécier la singularité de chaque philosophie.
Alors pourquoi proclament-ils ensuite Spinoza « le Christ des philosophes » ?
Et l’idée même d’une coexistence de plans, d’une coexistence des grands
philosophes, des véritables créateurs de concepts, ne suppose-t-elle pas elle
aussi une sélection, la constitution d’un panthéon philosophique ? La relation
entre l’histoire de la philosophie hégélienne et la deleuzienne se révélera
beaucoup plus complexe qu’une opposition. De fait, il est possible de repérer
différents modèles historiographiques dans l’œuvre de Deleuze, de même que
dans celle de Hegel. Par conséquent, on verra osciller la place du second par
rapport au premier selon l’histoire qu’on prendra comme cadre de référence.
Praxis Filosófica Nueva serie, No. 38, enero-junio 2014: 123 - 145 ISSN: 0120-4688
DOES THE PHILOSOPHY HAVE A CHRIST ? PROBLEMS
RELATED TO THE DELEUZIAN HISTORY OF
PHILOSOPHY
Summary
Against the Hegelian conception of the history of philosophy as a succession
of systems, Deleuze and Guattari suggest the idea of a coexistence of planes.
That is because they are trying to avoid thinking the relation between
the philosophies as an opposition, a refutation or a sublation, in order
to build a frame which allows them appreciate the singularity of each
philosophy. So why is it that afterwards they proclaim Spinoza “the Christ
of philosophers”? Even the idea of a coexistence of planes, a coexistence
of great philosophers, of true creators of concepts, does not suppose as
well a selection, the constitution of a philosophic pantheon? The relation
between the Hegelian and the Deleuzian history of philosophy will turn out
to be much more complex than an opposition. In fact, it is possible to locate
different historiographical models in Deleuze’s works, as well as in Hegel’s.
Therefore, we will see the latter fluctuate in relation to the former depending
on which historiographical model we take as a frame of reference.
Axel Cherniavsky
Universidad de Buenos Aires (UBA)
CONICET, Argentina
À l’occasion de la parution de Qu’est-ce que la philosophie ? en 1991,
Didier Eribon interroge Gilles Deleuze à propos d’un point de l’ouvrage
qui l’a frappé : « Le philosophe, dites-vous, ne discute pas. Son activité
créatrice ne peut être qu’isolée. C’est une grande rupture avec toutes les
représentations traditionnelles. Pensez-vous qu’il ne doit même pas discuter
avec ses lecteurs, avec ses amis ? » (Deleuze, 2003 : 355.) Voici ce que
répond Deleuze :
C’est déjà très difficile de comprendre ce que quelqu’un dit. Discuter, c’est
un exercice narcissique où chacun fait le beau à son tour : très vite, on ne
sait plus de quoi on parle. Ce qui est très difficile, c’est de déterminer le
problème auquel telle ou telle proposition répond. Or si l’on comprend le
problème posé par quelqu’un, on n’a aucune envie de discuter avec lui : ou
bien l’on pose le même problème, ou bien on en pose un autre et on a plutôt
envie d’avancer de son côté. (Deleuze, 2003 : 355.)
1
Voir aussi Deleuze, 1962 : 122.
philosophie dans l’espace plutôt que dans le temps, mais bien de penser le
temps propre d’une effectuation discontinue » (Bouaniche, 2007 : 265), va
signaler l’influence des travaux de l’historien Fernand Braudel, qui attribue
à l’histoire des temporalités différentes, et à chaque temporalité une vitesse.
On en compte trois : le temps court de la politique, le temps intermédiaire
de l’économie et le temps long des structures géographiques et matérielles
(Braudel, 1979 : 16-17). Cette pluralité des temps au sein de l’histoire devrait
servir pour nuancer le rejet de Deleuze de l’histoire de la philosophie. Le
rejet ne vise pas l’histoire, ne vise même pas la chronologie, mais vise tout
simplement la réduction à elle du temps de la philosophie.
L’influence de l’œuvre de Braudel se fera sentir sur un deuxième point :
la contingence qui semble régir l’évolution philosophique.
La philosophie est une géo-philosophie, exactement comme l’histoire est une
géo-histoire du point de vue de Braudel. Pourquoi la philosophie en Grèce
à tel moment ? Il en est comme le capitalisme selon Braudel : pourquoi le
capitalisme en tels lieux et à tels moments, pourquoi pas en Chine à tel autre
moment puisque tant de composantes y étaient déjà présentes ? La géographie
ne se contente pas de fournir une matière et des lieux variables à la forme 129
historique. Elle n’est pas seulement physique et humaine, mais mentale,
comme le paysage. Elle arrache l’histoire au culte de la nécessité pour faire
valoir l’irréductibilité de la contingence. (Deleuze & Guattari, 1991 : 91-92.)
2
C’est une définition qui parcourt tout l’œuvre de Deleuze (2002 : 28, 392 ; 1968 : 182 ;
1977 : 15 ; 1990 : 57, 166 et 186-187) et qu’il développe particulièrement dans Qu’est-ce
que la philosophie ? (1991 : 8, 10-11, 13, 25, 80…).
chronologie, c’est l’histoire en général que Deleuze prétend ici arracher à
l’emprise du destin. C’est là précisément qu’une histoire de la philosophie
issue de Nietzsche (Deleuze, 1962 : 29) rencontre les analyses empiriques
de Braudel à propos du capitalisme.
Il suffit de regarder les transitions entre les différents systèmes socio-
économiques que propose L’anti-Œdipe. À chaque fois, il affirme un principe
de contingence. D’abord, c’est le cas pour la dégénérescence de la « machine
territoriale primitive » : « La mort du système primitif vient toujours du
dehors, l’histoire est celle des contingences et des rencontres » (Deleuze
& Guattari, 1972 : 231). Ensuite pour celle de la « machine despotique
barbare » : « Il faudra la rencontre de tous ces flux décodés, leur conjonction,
leur réaction les uns sur les autres, la contingence de cette rencontre, (…)
pour que le capitalisme naisse, et que l’ancien système meure…» (Deleuze
& Guattari, 1972 : 265). C’est que, au fond, toute l’histoire est ainsi conçue
: « Il n’y a d’histoire universelle que de la contingence. Revenons à cette
question éminemment contingente que les historiens modernes savent poser
: pourquoi l’Europe, pourquoi pas la Chine ? A propos de la navigation
130 hauturière, Braudel demande : pourquoi pas les navires chinois ou japonais,
ou même musulmans ? » (Deleuze & Guattari, 1972 : 265.) L’utilisation de
l’historiographie de Braudel est cependant discutable. Deleuze et Guattari
renvoient en pied de page à Civilisation matérielle et capitalisme. Et il est
vrai que dans La dynamique du capitalisme l’historien demande une fois
de plus pourquoi notre système dominant est advenu en Europe, et pas dans
d’autres économies du monde. Mais s’il affirme que les mêmes instruments
et les mêmes institutions (foires, bourses, boutiques) existent en Europe et
ailleurs (Japon, Chine, Inde, monde islamique), il soutient que la suprématie
de l’économie européenne semble se justifier par un développement supérieur
de ces instruments et institutions (Braudel, 1985 : 38-39). Il n’était donc pas
absolument contingent que le capitalisme se consolide là, et non pas ailleurs.
Il ne reste qu’un dernier risque de concevoir l’histoire de la philosophie
comme succession de systèmes. C’est que l’appartenance des philosophies à
une même histoire contribuerait à concevoir ces systèmes comme les étapes
d’un même développement, les moments d’un même argument. Depuis
son premier ouvrage, un problème qui attire l’attention de Deleuze est de
savoir comment la critique est possible, quel est le statut des objections en
Axel Cherniavsky
philosophie, dans quel sens nous pouvons juger qu’un philosophe a raison
contre un autre, déterminer qu’un système est meilleur qu’un autre. À
l’occasion de la critique adressée à Hume selon laquelle il aurait atomisé ou
pulvérisé le donné, Deleuze développe une brève digression sur la nature des
objections en philosophie. Elles seraient de deux types. Les objections du
premier type consisteraient à dire « les choses ne sont pas ainsi » (Deleuze,
1953 : 120). Mais ces objections n’ont « de philosophique que le nom » parce
qu’elles ignorent qu’une théorie philosophique « ne naît pas d’elle-même
et par plaisir », mais suite à une question ou à un problème qui constitue
son fondement extérieur. Les objections du deuxième type sont donc celles
« qui consiste(nt) à montrer que la question posée par tel philosophe n’est
pas une bonne question, (…) qu’il fallait autrement la poser, qu’on devait
la poser mieux ou en poser une autre » (Deleuze, 1953 : 120). Or, Deleuze
dira de ce deuxième type d’objections : « C’est bien de cette façon qu’un
grand philosophe objecte à un autre » (Deleuze, 1953 : 120). Le raisonnement
semble donc nous laisser sans aucune objection philosophique au sens propre
du terme : ou bien les objections ne sont pas philosophiques ou bien ce ne
sont pas des objections. Ou bien on ignore les règles du jeu, et on ne fait pas
de philosophie, on ne crée pas de concepts, ou bien on les connaît, et, face à
une philosophie, on en élabore une autre. Cette digression de 1953 annonce
ce qui sera une constante dans l’histoire de la philosophie deleuzienne : des
objections, il n’y en a pas. Nous pouvons donc revenir sur la réponse de
Deleuze à D. Eribon et y ajouter la suite afin de la réinterpréter : 131
« C’est déjà très difficile de comprendre ce que quelqu’un dit. Or si l’on
comprend le problème posé par quelqu’un, on n’a aucune envie de discuter
avec lui : ou bien l’on pose le même problème, ou bien on en pose un autre
et on a plutôt envie d’avancer de son côté. Comment discuter si l’on n’a
*
Cependant, il faudrait tout d’abord nuancer la critique deleuzienne
de l’histoire de la philosophie hégélienne en partant de cette dernière.
Certes, à maintes reprises, Hegel fait suivre à l’histoire de la philosophie
le mouvement logique de la dialectique, soucieux de garantir une unité
de la discipline, une évolution, voire un progrès, et une nécessité dans
l’avènement des phases postérieures. Ainsi, dans l’Introduction à l’histoire
de la philosophie, celle-ci est décrite comme un tout organique dans
un procès progressif, de façon à ce que cette histoire acquière la même
dignité qu’une science (Hegel, 1959 : 11). De ce point de vue, tout système
Axel Cherniavsky
3
En effet, ce qui est en jeu ici, c’est aussi bien la continuité de l’histoire que l’identité de
la discipline. Cependant, le rapprochement révèlera très vite des limites. En effet, après avoir
affirmé la pluralité des philosophies, Sartre va immédiatement définir la philosophie comme
la totalisation du savoir contemporain. C’est pourquoi à chaque époque ne correspond qu’une
seule philosophie. Si Deleuze réalise la critique de l’histoire de la philosophie hégélienne,
c’est justement, entre autres choses, pour permettre la coexistence de plusieurs philosophies
à une époque donnée.
postérieur constitue la réfutation4 ou l’intégration5 des précédents. Ensuite,
dans la Phénoménologie, la philosophie est la forme la plus profonde d’un
savoir qui prend progressivement conscience de lui-même (Hegel, 1941 :
310). Et, finalement, dans les Principes de la philosophie du droit, les
systèmes ne changent plus suivant le rythme de l’Idée, mais suivant celui
de l’histoire politique (Hegel, 1971 : 179). Or, Daniel Brauer a raison de
dire qu’on trouve chez Hegel plusieurs modèles historiographiques (1998 :
11). Et parmi eux, quelques-uns semblent plus proches de la conception
deleuzienne. Ainsi celui de La différence entre les systèmes philosophiques
de Fichte et de Schelling, où Hegel nous dit que chaque philosophie est
complète en elle-même et a, comme une authentique œuvre d’art, la totalité
en soi, et que, par rapport à l’essence intérieure de la philosophie, il n’y a
ni prédécesseurs ni successeurs (Hegel, 1971a : 17-19). Certes, toutes les
philosophies sont pensées comme l’expression imparfaite et fragmentaire
d’une vérité. Mais dans cette conception, la négation propre à la dialectique
n’est pas encore présente. D’autre part, dans l’introduction de Genèse et
structure de la Phénoménologie de l’esprit de Hegel, Jean Hyppolyte, qui
fut peut-être la source majeure de Deleuze en ce qui concerne son rapport 133
à Hegel, montre comment les références historiques de la Phénoménologie
doivent être considérées plus comme des exemples ou des illustrations
des figures de la conscience, que comme les moments d’une histoire du
monde. Non seulement Hegel se montre très avare en précisions historiques,
commun des discussions que l’on voulait éviter et que l’on puisse classer
les auteurs comme « plus philosophes » ou « moins philosophes ». C’est en
effet, ce que fait l’exemple III de Qu’est-ce que la philosophie, qui retrace
l’histoire de la discipline selon l’instauration d’un vrai plan d’immanence.
Le premier moment est réservé à « Platon et ses successeurs ».
L’immanence n’est pas l’élément essentiel du plan, l’aspect de l’image de la
pensée et de la matière de l’être, mais l’attribut d’un concept transcendant,
de l’Un. « Ainsi méconnu, le plan d’immanence relance le transcendant »
(Deleuze & Guattari, 1991 : 47). Il ne s’agit pas d’une immanence en
soi-même, d’une immanence absolue, mais d’une immanence rapportée
à quelque chose d’autre. « Avec la philosophie chrétienne, la situation
empire » (Deleuze & Guattari, 1991 : 47). C’est le moment de Nicolas
de Cuse, Eckhart, Bruno. Alors l’immanence est tolérée « à très petites
doses », uniquement lorsqu’elle ne met pas en jeu la transcendance de
Dieu. De Descartes à Husserl, ensuite, le plan d’immanence est traité
comme champ de conscience. « Dans ce moment moderne, on ne se
contente plus de penser l’immanence à un transcendant, on veut penser la
transcendance à l’intérieur de l’immanent, et c’est de l’immanence qu’on
attend une rupture » (Deleuze & Guattari, 1991 : 48). Presqu’au terme de ce
développement, Sartre reçoit une place privilégiée. Ayant conçu un champ
transcendantal sans sujet, il aurait rendu à l’immanence ses droits. « C’est
quand l’immanence n’est plus immanente à autre chose que soi qu’on peut
parler d’un plan d’immanence » (Deleuze & Guattari, 1991 : 49). Or celui 135
qui a pensé l’immanence la plus radicale, celui qui n’a fait aucun compromis
avec la transcendance, ni sous la forme de Dieu, ni sous la forme d’une
conscience ou d’un sujet, c’est Spinoza. « Celui qui savait pleinement
que l’immanence n’était qu’à soi-même, (…) c’est Spinoza. Aussi est-il le
*
Il s’agit, en réalité, de deux modèles historiographiques différents, et
c’est peut-être en explicitant les intérêts de chacun d’eux qu’il sera possible de
mieux comprendre leur relation. Quand Deleuze pose un idéal philosophique,
c’est parce que l’immanence, pièce essentielle de l’ontologie deleuzienne, est
en train de fonctionner comme un strict critère de démarcation dans l’histoire
: d’une part, se groupent les précurseurs, de l’autre, les interlocuteurs.
L’histoire de la philosophie commencera en Grèce : « Les Grecs seraient
les premiers à avoir conçu une stricte immanence » (Deleuze & Guattari,
1991 : 45) ; et s’achèvera avec Spinoza : « Il a achevé la philosophie, parce
qu’il en a rempli la supposition pré-philosophique » (Deleuze & Guattari,
1991 : 50). De ce point de vue, Badiou aura raison de dire que si Deleuze
Axel Cherniavsky
Ici, c’est Descartes qui est pris pour exemple, mais le cas est tel qu’il
rend justement indifférent le fait que ce soit Descartes, Hegel ou Spinoza.
Cependant, il ne faut pas non plus concevoir cette histoire comme un
relativisme ou un scepticisme. Si l’histoire de la philosophie qui s’achève
sur Spinoza établit une division entre les penseurs qui ont fait un effort pour
instaurer un plan de pure immanence et ceux qui ont trahi l’immanence,
l’histoire de la philosophie qui pense la tradition comme une coexistence
de plans n’en opère pas moins une distribution. La différence réside dans
le fait que celle-ci ne va pas distinguer les propulseurs et les ennemis de
l’immanence, mais les grands philosophes et les philosophes moins inventifs.
Si dans la première histoire, pour le dire selon les catégories employées par
Deleuze lors de sa lecture de Spinoza, nous procédons à la distinction d’une
éthique et d’une morale, dans la deuxième histoire, nous faisons coexister
l’éthique et la morale, mais non à partir d’un relativisme ou d’un scepticisme,
sinon à partir d’une éthique ou d’une morale dont le sens reste à déterminer.
Peut-être dans ce que Martial Gueroult appelait Dianoématique on pourrait
trouver une guide pour éclaircir ce point. La Dianoématique, c’est l’examen
des conditions de possibilité de l’histoire de la philosophie (Guéroult, 1979 :
65). Quel est l’obstacle que doit concrètement surmonter cette discipline
? Elle ne peut pas adopter le point de vue d’une philosophie en particulier,
parce que justement, c’est le donné de la pluralité de systèmes tout au long
de l’histoire qu’elle prétend expliquer. Mais en même temps, elle doit éviter
le scepticisme selon lequel toutes les philosophies auraient raison - ou bien
aucune d’entre elles (Guéroult, 1979 : 34 et 42). Si l’histoire de l’art peut
servir de guide pour l’histoire de la philosophie, celle-ci ne peut se calquer
sur l’histoire de l’art car sa fin n’est pas le beau, mais le vrai (Guéroult,
1979 : 60-65). Comment Gueroult s’arrange-t-il donc pour faire tenir cette
dianoématique ? Selon lui, chaque philosophie ne compte pas seulement avec
son propre critère de vérité, mais avec sa conception du réel. Il proposera
alors deux catégories, la vérité = x (Guéroult, 1979 : 60 et 70) et le réel
commun (Guéroult, 1979 : 104), qui lui permettront de bien se référer à la
138 philosophie (et non à l’art), sans renvoyer à aucune philosophie en particulier.
Il échappe ainsi au scepticisme, puisqu’il y a bien une vérité. Mais il évite de
tomber dans une philosophie particulière, puisque cette vérité est désignée
par une variable. Il élude le scepticisme parce qu’il admet bien l’existence
d’un réel pour chaque philosophie. Mais à partir du moment où il s’agit
d’un réel commun, d’« un réel complètement indéterminé, (…) plus pauvre
que l’Être éléatique » (Guéroult, 1979 : 105), ce réel peut rendre compte de
toutes les philosophies. Or le fait de définir la vérité par une variable et l’être
par un réel commun, loin de nous amener à une indétermination absolue,
au rêve de la neutralité, renferme à son tour, inévitablement, la gestation
d’une philosophie relative à l’histoire, une philosophie de l’histoire de la
philosophie. Nous arrivons à la même conclusion lorsque nous interrogeons
l’histoire deleuzienne de la philosophie qui propose de penser la tradition
comme une superposition de plans. Il ne s’agit pas là de l’expression
d’un scepticisme ; bien au contraire. Dans la mesure où la philosophie est
définie comme création de concepts, où le vrai philosophe est conçu comme
un créateur, il s’agit d’une histoire qui rend hommage aux plus grands
philosophes, qui prétend mettre en valeur la singularité de chaque grande
Axel Cherniavsky
6
On peut penser aussi au cas de Platon, qui est particulièrement paradigmatique à ce
sujet. Que ce soit dans le cadre de l’ontologie ou de la théorie de la connaissance, Platon
est, dans la construction d’une nouvelle image de la pensée, tantôt un antécédent à suivre,
tantôt un obstacle à surmonter. Dans le cadre de l’ontologie, Platon est en même temps celui
qui forgea la fâcheuse distinction entre la copie et le modèle, mais également le premier
philosophe à la renverser en instaurant une différence intérieure aux images, entre les copies
et les simulacres. L’ambiguïté est telle que si la tâche de la philosophie contemporaine se
définit comme « renversement du platonisme » (Deleuze, 1968 : 182), Platon fut le premier
à l’achever : dans la substitution des simulacres tant des modèles que des copies, Deleuze
retrouvera « le point le plus essentiel du platonisme et de l’anti-platonisme, du platonisme et
du renversement du platonisme » (1968 : 165). Dans le cadre de la théorie de la connaissance,
Platon sera de la même façon celui qui inaugure une image classique de la pensée où son
exercice s’identifie à la quotidienne récognition, mais aussi celui qui, dans le livre VII de la
République, fait la distinction entre « des choses qui n’invitent pas la pensée à un examen,
parce que la perception suffit à les déterminer » (Deleuze, 1968 : 180), et des choses qui
de l’univocité construite dans le premier chapitre de Différence et répétition,
c’est finalement le « prince des philosophes » qui devra renoncer à son titre
nobiliaire. En effet, dans cette histoire de l’univocité qui se déroule en trois
moments, Spinoza n’incarne que le deuxième :
C’est avec Spinoza que l’être univoque cesse d’être neutralisé, et devient
expressif, devient une véritable proposition expressive affirmative. Pourtant
subsiste encore une indifférence entre la substance et les modes : la substance
spinoziste apparaît indépendante des modes, et les modes dépendent de la
substance, mais comme d’autre chose. Il faudrait que la substance se dise
elle-même des modes, et seulement des modes. (…) Avec l’éternel retour,
Nietzsche ne voulait pas dire autre chose. » (Deleuze, 1968 : 59.)
***
Si Deleuze oppose la coexistence de plans à la succession de systèmes,
c’est pour concevoir l’histoire de la philosophie comme un procès contingent,
non téléologique et doté d’une temporalité propre. L’intérêt majeur consiste
à construire un cadre à partir duquel on puisse apprécier la singularité de
chaque grand système philosophique. C’est pourquoi la proclamation d’un
Christ ou d’un prince des philosophes peut nous surprendre, aussi bien que le
fait que cette conception se construise sur la base de la critique d’une autre.
Cependant, nous ne voyons pas dans cette ambiguïté une contradiction, mais
un passage subtil d’un modèle historiographique à un autre, la présence de
deux modèles aux critères, non pas opposés, mais seulement différents. Nous
serions encore tentés d’inscrire l’un dans l’autre, étant donné que l’un pose
un seul Christ et l’autre plusieurs génies. Mais en fait, de même qu’on ne
proclame pas un Christ sans recruter quelques apôtres et sans dénoncer des
traîtres, on ne sélectionne pas un panthéon philosophique sans permettre
que l’oubli s’empare des étoiles moins brillantes.
Axel Cherniavsky
forcent à penser. C’est à partir du deuxième cas, évidemment, que Deleuze construira une
nouvelle image de la pensée. C’est donc avec raison qu’on a dit que Platon avait une place
« instable » (Wolff, 1992 : 169-181) et « ambivalente » (Ginoux, 2005 : 155-161) dans
l’histoire de la philosophie deleuzienne.
Le rôle de Hegel, mais aussi celui de Spinoza, va se modifier lorsque
l’on passera d’un modèle à un autre. Fondateur de la succession de systèmes
et détracteur de l’immanence, Hegel n’est pas visé de la même façon : d’un
côté, on le combat pour instaurer un plan de pure immanence ; de l’autre,
on critique son histoire de la philosophie, mais pour pouvoir accueillir sa
propre singularité. Antécédent de Nietzsche en 1969, Spinoza est ensuite
promu à Christ des philosophes en 1991 ; c’est que l’on ne construit pas
la même histoire quand on est dans la quête de l’univocité et quand on
recherche l’instauration de l’immanence. Ce n’est donc qu’au prix d’énormes
simplifications que nous pouvons suivre Deleuze lui-même dans ces
déclarations où il distingue deux généalogies7. Les concepts qui orientent
ces généalogies sont souvent si voisins, et les places respectives des sources
sont parfois si proches, qu’une histoire de la philosophie unique semble
finalement se consolider en classant les auteurs de part et d’autre d’une
limite. Il est peut-être donc convenable de suivre Deleuze lorsqu’il conçoit
son histoire de la philosophie comme un « collage » (Deleuze, 1968 : 4)8,
comme un « portrait » (Deleuze, 1990 : 185-186)9 ou comme un « théâtre
philosophique » (Deleuze, 2002 : 176-177). En effet, toutes ces images 143
permettent de penser les sources comme des matériaux employés d’une
façon ou d’une autre par le philosophe selon ses besoins. Dans la mise en
scène de chaque penseur, les philosophes de la tradition deviendront ses
personnages conceptuels10. La coexistence de plans implique en effet qu’à
Referencia Bibliográfica
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Axel Cherniavsky
145
Claudia Seggiaro
Universidad de Buenos Aires (UBA)
CONICET, Argentina
Resumen
En el segundo libro de la Metafísica (II 1, 993b, 11-15), al hablar de la
investigación sobre la verdad, Aristóteles menciona el valor del aporte de sus
predecesores. Allí, Aristóteles enfatiza que aun aquellos que han estudiado
superficialmente la naturaleza de las cosas han hecho una contribución
en esa búsqueda. En este libro, la filosofía parece ser concebida como
un quehacer cooperativo en el cual participa, de alguna manera, toda la
tradición filosófica. Por tal motivo, en el presente trabajo intentaremos
indagar entorno a esta concepción de la filosofía, poniendo énfasis en el uso
que hace Aristóteles de la opinión de sus predecesores. Una de las nociones
en la que nos centraremos es la de éndoxa y el papel que esta juega en la
epistemología aristotélica
Praxis Filosófica Nueva serie, No. 38, enero-junio 2014: 147 - 174 ISSN: 0120-4688
THE ROLE OF THE OPINION OF THE PREDECESSORS
IN THE ARISTOTELIAN CONCEPTION OF PHILOSOPHY,
ESPECIALLY IN THE EARLY BOOKS
OF THE METAPHYSICS
Abstract
In the second book of the Metaphysics (II 1, 993b, 11-15), speaking of
research on the truth, Aristotle mentions the value of the contribution of
their predecessors. There, Aristotle emphasizes that even those who have
studied the nature of the things superficially have made a contribution in that
search. In this book, the philosophy seems to be conceived as a cooperative
task in which participates, somehow, the whole philosophical tradition. For
this motive, in this paper, we attempt to explore around this conception of
philosophy, emphasizing Aristotle’s use of the opinions of his predecessors.
One of the notions on which we focus is éndoxa and the role that it plays in
Aristotelian epistemology.
Claudia Seggiaro
Universidad de Buenos Aires (UBA)
CONICET, Argentina
1
Física a I 2, 185a 13-20. La importancia de este pasaje radica en que en él Aristóteles no
sólo refiere a las opiniones existentes, sino que indica en qué sentido es importante retomarlas.
2
Acerca del alma I 2, 403b 20-23.
3
Ética Nicomáquea I 9, 1098b 27-30.
sentido, intentaremos demostrar dos hipótesis distintas pero relacionadas:
la primera es que para Aristóteles la filosofía es un quehacer cooperativo en
el cual participa, de alguna manera, toda la tradición filosófica; la segunda
es que dicha concepción de la filosofía está relacionada con la concepción
aristotélica del conocimiento, concepción que podemos hallar plasmada en
la particular metodología aplicada en la mayor parte de sus obras.
Una de las nociones clave que permite relacionar ambas hipótesis
es la noción de éndoxa. La causa de esto radica en que para Aristóteles
el conocimiento debe ir de lo más cognoscible para nosotros a lo más
cognoscible en sí. Para Aristóteles, aquello que ha pensado la tradición
filosófica constituye nuestra primera aproximación a la naturaleza de las
cosas y, por lo tanto, aquello por lo cual podemos arribar al verdadero
conocimiento. En este sentido, es un punto de partida relevante para llevar
a cabo una indagación filosófica.
Para poner a prueba las hipótesis arriba mencionadas –la naturaleza
cooperativa de la filosofía y la concepción epistemológica que la sustenta–
analizaremos, en primer lugar, de qué manera Aristóteles cita a sus
150 predecesores, de modo tal de establecer cómo se inserta en la tradición
filosófica, no para hacer una mera síntesis de ella o una simple crítica, sino
para investigar conjuntamente sobre la naturaleza de la verdad. En segundo
lugar, intentaremos demostrar que esto no es un modo de proceder aislado
sino recurrente del filósofo y, por lo tanto, constitutivo de su concepción de
la filosofía. En tercer lugar, analizaremos la relación entre la concepción de
los antecesores y los éndoxa con el objetivo de establecer que, así como los
éndoxa son la base del conocimiento, las opiniones de los predecesores, en
tanto son un tipo de éndoxa, constituyen un elemento esencial del quehacer
filosófico, el cual es visto no sólo como el conocimiento de la verdad, sino
como su búsqueda incesante de esa verdad.
Aristóteles comienza el segundo libro de la Metafísica haciendo una
expresa alusión a las investigaciones de los predecesores en torno a la búsqueda
de la verdad. Allí, más específicamente en II 1, 993b, 11-15, Aristóteles afirma:
“El estudio acerca de la Verdad es difícil en cierto sentido y, en cierto sentido,
fácil. Prueba de ello es que no es posible ni que alguien la alcance plenamente
ni que yerren todos, sino que cada uno logra decir algo acerca de la Naturaleza.
Y que si bien cada uno en particular contribuye a ella poco o nada, de todos
Claudia Seggiaro
5
Crubellier-Laks (2009: 14).
autores, el resultado que surgió de esta indagación era la de un conjunto
de cuestiones y conceptos que eran la propiedad común de un grupo de
individuos que no necesariamente compartían una doctrina ni tenían en
común un conjunto de tesis. Se podría decir que cada uno de ellos adhería
a un proyecto colectivo o, más precisamente, a cierta interpretación de este
proyecto colectivo. Parte de este proyecto radicaba en abordar las dificultades
encontradas en los planteos precedentes.6 Tanto los pasajes de la Física
como los de la Metafísica dedicados a ellas forman parte de un diálogo entre
Aristóteles y los filósofos anteriores que traza un juego de continuidades
y rupturas. Lo que motiva esta especie de diálogo son los problemas de su
propia filosofía.
Sin embargo, antes de establecer la exactitud de la tesis de Crubellier y
Laks no se puede dejar de notar que la relación entre Aristóteles y la tradición
filosófica ha sido ampliamente discutida. El trabajo de Cherniss7 es un clásico
respecto de este debate, que se centra en la cuestión de si el estagirita hace un
empleo legítimo de la concepción de los antecesores o si realiza una lectura
interesada de la tradición filosófica. Si bien no entraremos en este debate,
152 nos interesa llamar la atención sobre el hecho de que quizá sea pertinente
hacer la diferenciación entre el modo en qué Aristóteles “interactúa” con
el pensamiento de quienes filosofaron antes que él y lo que él mismo cree
estar haciendo al proceder de este modo. Es problemático establecer, tal
como lo hace Cherniss, que al pensar la tradición filosófica, Aristóteles está
imponiendo a los predecesores problemáticas que ellos mismos no se han
formulado,8 o que está interpretando su pensamiento anacrónicamente, esto
es, en sus propios términos. Más allá de esto y de la importancia que esta
cuestión tiene, lo que nos interesa establecer es esto último, es decir, no
cómo Aristóteles retoma la tradición filosófica,9 sino cómo se pensaba a sí
mismo en relación con ella. Un importante indicador de esto son los textos
conservados. En Metafísica I 3, 983b1- 6, por ejemplo antes de comenzar
a desarrollar la noción de causa, Aristóteles afirma:
“y aunque sobre ellas <las causas> hemos tratado suficientemente en la
Física, tomaremos, con todo, en consideración a los que antes que nosotros
se acercaron a investigar las cosas que son, y filosofaron acerca de la verdad.
Es evidente que también ellos proponen ciertos principios y causas. Al ir a
Claudia Seggiaro
6
Crubellier- Laks (2009: 14). Se debe tener en cuenta que el objetivo de estos autores
es demostrar cómo Aristóteles se siente inmerso en una tradición, más que analizar el uso
legítimo o no de las opiniones de los predecesores.
7
Véase Cherniss (1935).
8
Véase Berti (2005: 42-45)
9
Véase Stevenson (1974)
ellos, sacaremos, sin duda, algún provecho para el proceso de investigación
de ahora, pues o bien descubrimos algún género de causa, o bien aumentará
nuestra certeza acerca de las recién enumeradas” (traducción de Calvo
Martínez).10
10
Las palabras con las que Aristóteles cierra Refutaciones sofísticas (184b 3-8) parecen
ir también en este sentido: “y si después de contemplar las cosas, os parece que, como
corresponde a aquellas <disciplinas> que están en sus comienzos, este método está en el
lugar adecuado al lado de los otros estudios que se han desarrollado a partir de la transmisión
<de algo anterior>, no os quedará, a todos vosotros que habéis seguidos las lecciones, otra
tarea más que la de tener compresión con sus lagunas y muchos reconocimientos para sus
hallazgos” (Traducción de Candel Sanmartín). En este último pasaje aparece claramente
cómo Aristóteles se siente inmerso en una tradición en la cual todos, incluso él mismo,
contribuyen parcialmente a la búsqueda de la verdad sobre el tema discutido. De hecho,
Aristóteles manifiesta que debido a que sobre el tema discutido, el razonamiento, no se ha
escrito tanto como sobre la retórica, quizá su presentación sea parecida a la de aquellos que
dan los primeros pasos en torno a un tema, es decir, sólo logre descubrir pocas cosas. En
este sentido, las palabras de Aristóteles son un pedido para que se respete su aporte, pero
también un incentivo para tomarlo como un punto de partida para seguir indagando en torno
al tema y descubriendo nuevas cosas.
11
Este pasaje es un adelanto de un examen crítico de las doctrinas de los predecesores en
relación a la causa primera, más que un modo de verificar su propia doctrina. Confróntese
con Zanatta (2009: 373).
12
Luchetta (2009: 273).
estos asuntos antes que él. La intención de Aristóteles parece ser otra. Lo
que pretende Aristóteles es “construir un koinòs lógos entre los filósofos”.13
En consecuencia, su objetivo no sería otro que insertar las respuestas dadas
por la tradición filosófica en torno de las causas en el tipo de indagación
totalizante que pretendía llevar a cabo él mismo. Como dice Echandía,14 “la
respuesta tradicional ha sido que <en su indagación sobre los principios>
Aristóteles parte de las cosas, de un análisis de los fenómenos, pero en
realidad estos son puntos de referencia, el problema que hay que explicar,
pero no su punto de partida”. Como correctamente afirma este autor, las
problemáticas abordadas por Aristóteles en sus escritos son heredadas.
Leído de este modo, su búsqueda está inmersa dentro de esa tradición
filosófica de la cual retoma no sólo sus inquietudes sino también muchas
de las respuestas. No es azaroso que todas sus investigaciones comiencen
con el análisis de las doctrinas de sus predecesores.15 El modo en el cual
presenta estas doctrinas tampoco parece ser causal. Si examinamos cómo
Aristóteles va analizando las diferentes opiniones existentes acerca de la
causalidad en el primer libro de la Metafísica, podremos notar que lo hace
154 como si fueran respuestas que profundizan, problematizan o pretenden
resolver las problemáticas generadas por las concepciones previas. En este
libro, más específicamente en I 3, 984b 8-11, sostiene:
13
Luchetta (2009: 273).
14
Echandía (2007: 33). En Ética Nicomáquea I 8, 1098b, 16-18, Aristóteles afirma:
“Así nuestra definición <sobre la felicidad> debe ser correcta, al menos en relación con esta
doctrina (δόξαν) que es antigua (παλαιὰν) y aceptada por los filósofos (ὁμολογουμένην ὑπὸ
τῶν φιλοσοφούντων)”.
En este pasaje, Aristóteles califica su definición de la verdad como correcta en función de
que concuerda con la doctrina antigua sobre el tema que es aceptada por los filósofos que le
precedieron. Aquí la noción de corrección supone un acuerdo tácito por parte la comunidad
filosófica sobre qué debe aceptarse por una buena definición de felicidad. Al tomar como
parámetro esta noción de corrección, Aristóteles da cuenta de su pertenencia a esa tradición
de la cual indudablemente se está nutriendo.
15
En algunos pasajes de su obra, Aristóteles se refiere a las opiniones existentes
mediante el uso de términos impersonales. Tal modo de proceder es fácilmente identificable
en el Metafísica y en la Ética Nicomáquea. En estas obras, Aristóteles usa en reiteradas
oportunidades la expresión “se dice”. Pese a que mediante esta expresión Aristóteles apunta a
un sujeto indefinido, su uso presenta, como dice Zucca (2006: 136), “la normativa intrínseca
de lo ordinario, la voz colectiva, de la comunidad misma” y, por lo tanto, es también el sustrato
Claudia Seggiaro
del cual hay que partir para poder llegar a la verdad de las cuestiones investigadas. Desde su
perspectiva, al abordar las cuestiones relativas a qué es la virtud o el vicio no se puede dejar
de analizar qué uso se hace de estas expresiones, pues este aspecto semántico es inseparable
de lo que la cosa es en sí y, por lo tanto, su análisis es ya una indagación filosófica. Pese
a que este autor analiza estas expresiones en el contexto de los tratados éticos, podríamos
hacer extensivo su análisis al resto de las obras.
“después de estos y <del descubrimientos> de tales principios, puesto que
eran insuficientes para generar la naturaleza de las cosas que son, forzados
una vez más, como decíamos, por la verdad misma, buscaron el principio
siguiente” (Traducción de Calvo Martínez).16
semejante a la geometría y a las demás ciencias afines, mientras que otros <afirman que su
fin> es la sabiduría que tiene por objeto la naturaleza y esta clase de verdad, tal y como fue
introducida por los seguidores de Anaxágoras y Parménides” (Traducción Vallejo Campos)
25
Para la enumeración de los fragmentos de Sobre la filosofía seguimos la edición de Ross.
26
En el fragmento 12a1 encontramos una remisión a las creencias comunes muy parecida:
“así pues, a partir de tales hechos, dice, los hombres presumieron que existía algo divino, que
era en sí semejante al alma y más capaz de poseer el saber que ningún otro ser” (Traducción
Vallejo Campos).
Las palabras enunciadas por Cicerón en este pasaje inscriben a Aristóteles en una misma
tradición filosófica que nos permite trazar un parangón entre lo allí afirmado y lo sostenido
en otras obras aquí citadas.
27
En Ética Eudemia I 6, 1216b 37-39, Aristóteles afirma: “Pues, respecto de las cuestiones
políticas, también es necesario considerar que no es trabajo inútil tal clase de teorización,
a partir del cual no solo es manifiesto qué es <algo> sino también su causa. Pues, este es el
método del filósofo en cada <disciplina>” (traducción propia basada en la de Woods). Al
Sobre la base de la interpretación realizada hasta aquí, podríamos decir
que la pertinencia de adoptar las opiniones de los predecesores radica en
que por medio de ellas es posible formular y detectar las problemáticas a
tratar y, sobre esa base, buscar las respuestas. Si bien esta interpretación es
correcta, pues, como tuvimos ocasión de mostrar, hay pasajes del corpus
aristotélico que atestiguan este modo de proceder por parte del estagirita,
dicha interpretación no termina de ser completamente satisfactoria. La
causa de esto es que, si el motivo para recurrir a los predecesores es
sentirse partícipe de una tradición que se toma como punto de partida
para problematizar las cuestiones a debatir, bastaría con partir de las
aporías por ellas generadas, sin hacer un análisis previo de las verdades
que dichas opiniones suponen. El hecho de que Aristóteles realice este
análisis y apoye, como pudimos ver, sus propias tesis en las concepciones
de los pensadores anteriores, muestra que debe de haber otro tipo de uso
de las opiniones de los predecesores, además del desarrollado más arriba.
Dicho uso está vinculado con los supuestos epistemológicos sostenidos por
Aristóteles en algunas de sus obras, entre las que cabe destacar Analíticos
158 segundos, Tópicos, Ética Nicomáquea y Ética Eudemia. En esta última
obra Aristóteles afirma:
“Pues cada <hombre> tiene algo propio en relación con la verdad. A partir
de esto es necesario, de algún modo, llevar a cabo una demostración sobre
esto mismo. en efecto, partiendo de las cosas que son dichas correctamente,
pero no en forma clara y avanzando a <lo que> es más claro, remplazando
siempre lo que se dice habitualmente de modo indiscriminado por lo que
es más conocido”.28
ἐκτὸς οὐδεμίαν ἔχοιμεν ἂν εἰπεῖν, δῆλον καὶ ἐκ τῶν πρότερονεἰρημένων: ἀλλ᾽ ἀμυδρῶς
ταύτας, καὶ τρόπον μέν τινα πᾶσαι πρότερον εἴρηνταιτρόπον δέ τινα οὐδαμῶς. ψελλιζομένῃ
γὰρ ἔοικεν ἡ πρώτη φιλοσοφία περὶπάντων, ἅτε νέα τε καὶ κατ᾽ ἀρχὰς οὖσα καὶ τὸ πρῶτον,
33
En Ética Eudemia I 6, 1216b 30-35, Aristóteles caracteriza a las opiniones de los
hombres mediante la expresión ou saphôs, esto es, negando su claridad, no afirmando su
oscuridad, lo cual no es exactamente lo mismo.
abordar “sistemáticamente” estas cuestiones, sus exposiciones resultaron ser
balbuceos y sus argumentos oscuros.34 En consecuencia, pese a que debemos
comenzar por analizar lo que ellos aportaron en torno al tema, se debe seguir
indagando y buscando la verdad en torno a él.35 Las concepciones de los
predecesores, son, desde esta perspectiva, lo más conocido para nosotros
en cuanto a que no sólo son las respuestas de las que disponemos en forma
inmediata, sino también un esbozo de la verdad.36
La pregunta que cabe hacerse es cómo integra Aristóteles las opiniones
de los hombres y la de los predecesores en su propia búsqueda filosófica
de la verdad.
La respuesta se encuentra en el mismo libro comentado de la Metafísica,
el primero. Para Aristóteles sólo hay conocimiento de las causas. Dichas
causas son los principios de las cosas, por lo tanto, para que haya verdadero
conocimiento, hay que aprehender esos principios. Ahora bien, por Analíticos
segundos, más específicamente el libro II, capítulo 1, sabemos que dicho
conocimiento no puede ser innato,37 pero también sabemos que no se puede
obtener sólo a partir de lo sensible o de la experiencia (Analíticos segundos
II 19). Ahora bien, si estos principios no se obtienen a partir de los sentidos, 161
34
En Refutaciones sofísticas 34, 183b 19-22, Aristóteles reivindica la labor de los que
primeros pensaron en torno a un tema en los siguientes términos: “las cosas descubiertas
desde el principio acostumbran a recibir un desarrollo inicial pequeño, pero mucho más útil
38
Véase Irwin (1988: 19). Para analizar el uso epistemológico del método dialectico,
véase Berti, E. (1986), “Sul carattere “dialettico” della storiografia filosofica di Aristotele”
en Cambiano, G., Storiografia e dossografia nella filosofia antica, Torino, Editrice Tirrenia
Stampaori, pp. 101-125. Berti, E. (2005), Nuovi Studi Aristotelici, Brescia, Morcelliana
39
Irwin (1988: 19).
Claudia Seggiaro
40
Véase Tópicos I 10.
41
Irwin (1988: 31).
42
Analíticos Segundos II 1, 71a 1-2.
43
Según Berti (2005:277) el acuerdo con la mayor parte de los éndoxa es obtenido por
medio de una modificación, de una corrección del modo de pensar más difuso producida por
medio de la argumentación. Esta corrección de un modo de pensar más difuso es, para este
esta base, podríamos decir que la búsqueda aristotélica de la naturaleza de
las cosas, que caracteriza a la filosofía primera, es practicada dialécticamente
a partir de las opiniones y los modos del hablar común.44
Si aplicamos esto al análisis del pasaje de la Metafísica que abrió
nuestra presentación (I, 983a 24-25), podemos decir que, al recurrir a sus
predecesores, Aristóteles pretende tomar sus investigaciones como punto
de partida para su propia indagación de modo de llegar a un consenso
en cuanto a qué debe entenderse por causa. Pese a que es problemático
equiparar los éndoxa con las opiniones de los predecesores,45 teniendo en
cuenta el pasaje de Analíticos segundos, podríamos decir que las creencias
de los predecesores podrían estar cumpliendo el papel de punto de partida
del conocimiento, o de ser estos conocimientos prexistentes que, si bien
no garantizan llegar a los primeros principios, permiten dar inicio a la
indagación en torno a ellos.
Esto no significa que se acepte el pensamiento de la mayoría de forma
acrítica o que se adopten los éndoxa como verdades preestablecidas, pues
como dice el estagirita en Ética Nicomáquea VII 1, 1145b2-7:
“Aquí como en otros casos tenemos que exponer los phainómena referidos 163
al objeto a estudiar, después considerar las aporías que plantean, y luego
intentar justificar, de ser posible, todas los éndoxa de los estados del alma,
o la mayor parte o los más importantes” (Traducción de Pallí Bonet).
autor, una fase constitutiva del pasaje de lo cognoscible para nosotros a lo cognoscible en sí.
44
Zucca (2006: 140). Antes de la aparición de Zucca, Owen (1961: 205) ya había afirmado
que, en relación con las ciencias filosóficas, la dialéctica tenía como función examinar las
concepciones de otros pensadores. Desde la perspectiva de esta autor, la dialéctica es el
camino para encontrar las causas. Si bien, para este autor, las causas son encontradas en las
cosas mismas, la dialéctica y, por lo tanto, la indagación de las opiniones de los predecesores
clarifica las cosas por cuyo medio es posible conocer las causas.
45
Según Zucca (2006: 141) “la oposición, típicamente griega y en particular platónico-
aristotélica, entre el hombre experto o competente y el hombre común es compatible con
el valor que Aristóteles atribuye a los éndoxa sobre todo a la subespecie universal de estos.
En efecto, la conciencia ordinaria es una ‘pista’ orientada a la verdad y al saber”. Por otra
parte, el análisis semántico, crítico y comparativo de estas opiniones, operación típicamente
dialéctica, es complejo y no puede ser realizado por cualquiera.
46
Owen (1961: 114-115).
47
Berti (2005: 276- 279).
48
Natali (2009: 514).
49
Nussbaum (2001: 240-245)
los estudiosos del texto, sobre todo luego de la aparición del artículo de
Owen, Tithénai tà phainómena, tienden a pensar que allí Aristóteles está
equiparando phainómena con éndoxa.50 Sin embargo, incluso antes de la
aparición de este artículo, la relación entre phainómena y éndoxa resultaba
problemática. Le Blond,51 uno de los primeros intérpretes del pensamiento
del estagirita que comenzó a reivindicar el valor epistemológico de la
dialéctica, distingue entre la experiencia directa y la experiencia indirecta:
la primera está constituida, según este autor, por los phainómena, mientras
que la segunda son los éndoxa. Como correctamente sostiene Luz Gloria
Cárdenas Mejía, pese a que la separación que establece Le Blond entre la
observación empírica y las opiniones nos lleva a preguntar sobre el valor de
la verdad de estas últimas, no se puede negar que “ambas son instrumentos
metodológicos mediante los cuales Aristóteles confronta y elucida la
adquisición del saber”.52
Tomando como punto de partida el mismo pasaje de la Ética que Owen
analiza en el artículo señalado (VII 1, 1145b 2-7), Berti sostiene que existe
una distinción entre phainómena y éndoxa, pero no en el sentido señalado
164 por Le Blond. Según Berti,53 mediante el término phainómena Aristóteles
remite a las diversas opiniones existentes en relación con un determinado
tema. Los éndoxa, en cambio, expresan un tipo especial de opiniones,
aquellas que se acercan o están más próximas a la verdad.
Consideramos que en el pasaje de la Ética aquí discutido, VII 1, 1145b
2-7, hay una diferencia entre phainómena y éndoxa. Parece evidente que los
phainómena54 no pueden ser sólo los hechos, ya que lo que pretende discutir
Aristóteles son aquellas cuestiones relativas a la continencia e incontinencia,
esto es, aquellas cuestiones que resultan problemáticas y que, por lo tanto,
suscitan la aporía y la discusión. Los éndoxa serán aquellas opiniones
admitidas por todos, la mayoría o los más sabios que, sobre la base de esas
aporías, deberán analizarse y evaluarse para encontrar la verdad. En este
50
Nussbaum tiene una postura parcialmente crítica de la interpretación de Owen. Véase
(2001: 244-245)
51
Le Blond (1996: 239)
52
Cárdenas Mejía (2011: 32)
53
Berti (2005: 273 y ss)
54
Nussbaum (2001: 241), describe los phainómena “como las valorizaciones y paradigmas
Claudia Seggiaro
que usamos en las inquisiciones filosóficas”. Para sostener esta tesis se basa en Ética Eudemia
I 6, 1216b 26- 29. desde la perspectiva de esta autora, El término phainómena, es utilizado
comúnmente en los textos epistemológicos prearistotélicos para indicar la polaridad entre
la apariencia y lo real. Por tal motivo, son valoraciones deficientes de la verdad. La filosofía
comienza cuando consideramos que la manera prefilosófica en la que vemos el mundo puede
ser errónea.
sentido, son el punto de partida y, por lo tanto, aquello partir del cual se
debe indagar.
En la Retórica, a través de la noción de éndoxa, Aristóteles nos da
una clave para comprender el uso de la opinión de los predecesores en su
indagación filosófica. En esta obra, más específicamente en I 4, 1355 a
14- 18, sostiene:
“Corresponde a una misma facultad ver lo verdadero y lo semejante a lo
verdadero, y por lo demás, los hombres tienden por naturaleza de un modo
suficiente a lo verdadero y la mayor parte de las veces alcanzan la verdad.
De modo, que estar en posición de discernir sobre lo plausible (éndoxa)
es propio de quien está en la misma disposición con respecto a la verdad”
(Traducción de Racionero modificada).55
61
Bolton (1990: 209). Según este autor, en los pasajes de Tópicos, Aristóteles no está
haciendo un uso técnico del término “sabios”, sino que emplea el término para referirse a
aquellos que poseen un “saber hacer” o el conocimiento o comprensión científica de algo
(Ética Nicomáquea VII 7, 1141a 9-20). Por este motivo, prefiere traducir el término sophoí
como “expertos”.
62
Muchos autores, como Bolton, Irwin y Berti, tienden a considerar que la dialéctica y,
Claudia Seggiaro
66
En las palabras de Aristóteles resuenan algunos pasajes del Fedro de Platón. En
esta obra, al hablar de los requisitos que debe cumplir la retórica, Platón pone en boca de
Sócrates las siguientes palabras: “en tercer lugar, una vez clasificados géneros de discursos
y de almas y las afecciones de ellas, explicará todas las causas, ajustando cada una con cada
uno y enseñando qué clase de almas, por efectos de qué clase de discursos y por qué causa,
forzosamente, la una es persuadida y la otra no lo es” (271b1-5).
torno a los primeros principios pueden ser lo más conocido para aquellos que
participan de la tradición filosófica, sin por ello ser las opiniones aceptadas
por la mayoría. Ahora bien, no por esto son menos punto de partida, pues,
en relación con una discusión filosófica, puede ser más pertinente partir de
la discusión de estas opiniones que de las admitidas por la mayoría.67
Queda abierta la pregunta sobre qué sucede cuando las opiniones
de los predecesores resultan discrepantes entre sí o cuando las opiniones
aceptadas por la mayoría entran en contradicción con la de los sabios.68 Este
problema no es otro que el de cómo discriminar cuáles opiniones deben
tomarse como punto de partida y cuáles deben desecharse. La interpretación
de los textos deja abierta la posibilidad de esta discrepancia, razón por la
cual instaura la pregunta acerca de cómo determinar qué opiniones vale
la pena evaluar y tomar como puntos de partida de una discusión.69 Para
Brunschwig, esta discrepancia es aparente.70 Para él, la tesis según la
cual existe conflicto entre los éndoxa es inaceptable en Aristóteles.71 El
hecho de que los éndoxa sean premisas en los razonamientos dialécticos
es, desde su perspectiva, un motivo suficiente para pensar que el conflicto
168 entre ellos no es posible. Sin embargo, Brunschwig aduce un motivo
adicional para no aceptar la hipótesis del conflicto: la definición de lo
que es éndoxon del primer libro de los Tópicos. Parece indudable que la
clave de la lectura de este autor es la distinción entre opinión u opinión
67
La lectura del pasaje aquí analizado de la Metafísica pone en evidencia que Aristóteles
es consciente de que un discurso puede ser verdadero, pero no por ello resultar verosímil. Tal
como sostiene Platón en el Fedro 260d 3-7, la verdad en sí misma no es persuasiva. Para que
un discurso verdadero logre persuadir y, por lo tanto, sea adoptado, debe resultar verosímil
para quien lo escucha, es decir, debe parecer verdadero para ese individuo.
68
En Tópicos I 10, 104a 11-13, Aristóteles afirma: “cualquiera haría suyo lo que es
plausible para los sabios, siempre que no sea contrario a las opiniones de la mayoría”.
69
El supuesto implícito de algunas interpretaciones del texto que hacen hincapié
en esta problemática, como por ejemplo la de Bolton, es que hay una jerarquía entre
los éndoxa que puede implicar un conflicto entre ellos. En este sentido, Bolton (1990:
208- 209) llama la atención sobre el orden en el cual Aristóteles presenta los diferentes
tipos de éndoxon. Desde su perspectiva, dicho orden refleja una jerarquía entre éndoxa
que va desde aquellos que son aceptados por todos a aquellos otros que son compartidos
por los sabios. Este autor tiende a considerar que esta distinción debe leerse a la luz
de la diferenciación entre lo que es más éndoxon y lo que es menos éndoxon. Aquellas
Claudia Seggiaro
opiniones sobre las cuales hay un consenso unánime o por parte de la mayoría calificarían
de más éndoxon.
70
Brunschwig (1990: 245 y ss).
71
En la misma línea Reeve (2000:21) sostiene que los éndoxa son las creencias respecto
de las cuales no hay oposición (Tópicos I 11, 104b19–28), razón por la cual tienen el status
de “indiscutibles”.
paradojal y éndoxon:72 mientras que las opiniones pueden divergir entre
sí, los éndoxa no podrían hacerlo.
Tendemos a pensar que la definición dada por Aristóteles de los éndoxa
supone cierto acuerdo en función del cual resultan verosímiles y, por lo
tanto, aceptables.73 De la lectura de algunos textos del corpus, como por
ejemplo Tópicos, se desprende que los éndoxa no pueden ser parádoxa.74
Para Aristóteles, “el prestar atención a un individuo cualquiera que profiriera
opiniones contrarias a las habituales sería una simpleza” (Traducción de
Candel Sanmartín).75
Coincidimos en este punto con la lectura de Nussbaum en cuanto a que
consideramos que el filósofo debe poder distinguir las creencias relevantes.76
Dentro de este conjunto de creencias están incluidas las opiniones comunes
y ordinarias y las que implican una revisión de corte científico o filosófico
de los problemas abordados. En ambos casos, lo que permite establecer las
opiniones relevantes es la pertenencia a un grupo que tiene en común la
manera de concebir la vida y ciertas prácticas, como por ejemplo el ejercicio
filosófico.
169
72
En este sentido, la lectura de Brunschwig coincidiría con la interpretación adoptada por
Berti (2005:279) quien cree que se debe diferenciar dóxa de éndoxa. En el primer caso puede
77
En relación con esto, Bolton (1990: 190 y ss) plantea una dificultad que es pertinente
mencionar. Según este autor, una problemática a encarar es el hecho de que, desde la
perspectiva aristotélica, una explicación científica debe dar cuenta de los phainómena. La
dificultad a considerar es que los éndoxa no necesariamente deben estar en concordancia con
los phainómena, razón por la cual no permitirían obtener conocimiento. Para lograr esto, se
requiere demostrar previamente que tal concordancia existe.
Esta dificultad ha sido una de las trabas más relevantes para vincular la dialéctica
con el conocimiento científico y, por lo tanto, para relacionar el uso de los éndoxa en la
investigación científica.
En contra de quienes siguen esta lectura, que fue, hasta no hace mucho, la más tradicional,
Bolton sostiene que esto no implica que los éndoxa no sean útiles como punto de partida
de la indagación de los primeros principios y, por ende, que la dialéctica no sea un método
usado por Aristóteles en la investigación científica.
En esta línea es importante mencionar la interpretación de Freeland. En relación con
los Meteorológicos, esta autora (1990: 299- 300) sostiene que Aristóteles no recae en un
empirismo extremo según el cual el científico confronta sus hipótesis contra la masa de
datos sensibles. Aun en este tipo de investigaciones, los éndoxa tendrían un papel, no en el
sentido popperiano de descartar hipótesis falsas, sino en orden de clarificar los problemas y
Claudia Seggiaro
78
Zucca (2006: 144), citando a Lugarini, afirma que los éndoxa revelan “la disposición
ontológica del hombre hacia la verdad”.
79
Reeve (2000:21). Según este autor, (2000:22), sobre la base de los éndoxa, Aristóteles
examina tanto la afirmación como el enunciado contrario, tal como lo haría el dialéctico. El
objetivo es quedarse con aquella opinión que fuese más defendible o menos problemática,
eliminándose la ambigüedad.
aun aquellas que han sido absolutamente erradas han provocado la reflexión
y, por lo tanto, nos han acercado a la verdad. En el libro III de la Metafísica,
Aristóteles vuelve sobre esta cuestión. En este libro, al tratar las aporías
existentes en torno a la sabiduría como la ciencia suprema, el estagirita
sostiene que en relación con las propuestas de sus antecesores “se está en
mejores condiciones de dar fallo cuando se ha escuchado, como se hace con
los litigantes, a todas las razones en disputa”.80 El papel que tiene el libro III
dentro de la Metafísica y el rol de las aporías han sido largamente discutidos.
No entraremos en esa problemática en este momento ni emprenderemos el
análisis este libro, esto es, de las aporías. Lo que nos interesa del presente
pasaje es el particular modo en el cual Aristóteles emprende la tarea arriba
señalada: formular las aporías en relación con la concepción de ciencia
desarrollada en los dos primeros libros. Nos interesa particularmente la suerte
de parangón que Aristóteles establece entre los que sostuvieron al respecto
posturas rivales y los tribunales. Los defensores de estas concepciones rivales
son presentados como litigantes en una disputa que aún no está dirimida. Lo
relevante de este parangón es que presupone un proceso.81 La búsqueda de
172 la verdad en torno al tema indagado no es concebida, desde este punto de
vista, como un descubrimiento sino como el resultado de ese proceso en el
cual las diferentes respuestas dadas, aun cuando no hayan sido acertadas y
sean discordantes, deben ser tenidas en cuenta. Esto nos remite nuevamente
al pasaje de la Metafísica que dio inicio a toda nuestra argumentación, II 1,
993a 30-994 b4. Allí Aristóteles había sostenido que si bien cada uno puede
aportar poco o casi nada en relación con la verdad, todos en conjunto pueden
contribuir en mayor medida a dar con ella. La resolución de las dificultades
que se han presentado entre las concepciones rivales defendidas por los
antecesores puede ser pensada como el intento de realizar una búsqueda
cooperativa de la verdad, por medio de la cual se pueda llegar en forma
conjunta a aquello que cada uno por separado no puede lograr. Desde esta
lectura, la filosofía puede ser vista como una indagación llevada a cabo por
toda la tradición filosófica. Como consecuencia de esto, el ejercicio filosófico
podría ser concebido como un diálogo, en el cual las diferentes respuestas
dadas no pueden ser desoídas, sin haber sido evaluadas debidamente. Dichas
80
Metafísica III 1, 995b 2-4.
Claudia Seggiaro
81
En Metafísica I 5, 987 a 2-3, Aristóteles afirma: “de lo dicho y de los sabios convocados
a deliberación, hasta este momento hemos recogido lo siguiente (παρειλήφαμεν)”. De este
pasaje, nos interesa resaltar no sólo la idea de debate que parece estar planteando Aristóteles,
sino el hecho de que los resultados logrados hasta este punto de la investigación son el
producto de ese debate. La búsqueda de la verdad no aparece ni como una recopilación de
verdades ya dichas, ni de la investigación de un solo hombre, sino como una tarea compartida.
respuestas son lo más conocido para nosotros, constituyen esos “trozos de
verdad” mencionados en Ética Eudemia y en Metafísica y que nos permiten
alcanzar la verdad misma; por lo tanto, aun siendo confusas y poco claras,
deben ser tenidas en cuenta para la propia indagación filosófica.
Si se acepta lo hasta aquí argumentado, podemos concluir que la
concepción aristotélica de la filosofía está atravesada por dos tesis básicas.
La primera es que la filosofía es la ciencia cuyo objeto es la búsqueda de
la verdad. La segunda es que dicho conocimiento debe partir de lo que es
más conocido para nosotros para encaminarse a lo más conocido en sí.
Ahora bien, dentro de lo que es más conocido para nosotros, se encuentras
las opiniones de quienes han filosofado antes. Estas opiniones trasmitidas
a través de escritos o por la tradición son las respuestas que de forma más
inmediata tenemos de las cuestiones filosóficas, razón por la cual no solo
proporcionan los problemas sobre los cuales debemos indagar, sino también
las primeras respuestas que hay que discutir. Por tal motivo, al comenzar
a indagar a partir de ellas, Aristóteles no pretende hacer una síntesis sino
comenzar el proceso de conocimiento inherente a su propia concepción de
la filosofía. Al hacerlo, se inserta en una tradición filosófica que, según él, 173
persigue el mismo objetivo del cual es heredero.
Referencia Bibliográfica
Resumen
El nominalismo es normalmente asociado con una concepción voluntarista
de la ley natural, sobre todo por la asociación de ambas doctrinas en
la obra de Guillermo de Ockham. Sin embargo, no existe una conexión
necesaria entre tales doctrinas, y para mostrar aquello, se expondrá la
doctrina de Thomas Hobbes al respecto. En este autor, el nominalismo
filosófico, más extremo que el de Ockham, se encuentra asociado a una
concepción totalmente necesitarista de la ley natural, hasta el punto de que
puede decirse que en Hobbes existe, en materia moral, una inversión de la
doctrina ockhamista. En ambos casos hay recurso a Dios, pero en el caso
de Ockham, para suministrar el contenido de la ley natural y, en el caso de
Hobbes, para garantizar el carácter obligatorio de ésta.
Praxis Filosófica Nueva serie, No. 38, enero-junio 2014: 175 - 200 ISSN: 0120-4688
IS NOMINALISM NECESSARILY CONNECTED TO A
VOLUNTARIST CONCEPTION OF NATURAL LAW?
OCKHAM’S AND HOBBES’ CASE
Abstract
Nominalism is normally associated with a voluntarist conception of Natural
Law, mainly because of the association of both doctrines in the work of
William of Ockham. However, there is no necessary connection between
them and, to show that, we will expound Hobbes’ doctrine on the subject. In
this author, a philosophical nominalism more extreme than that of Ockham,
is associated with a completely necessitarist conception of Natural Law.
In this sense, it can be said that in Hobbes there is, on moral matters, an
inversion of Ockham’s doctrine. In both cases there is recourse to God, but
in Ockham’s case, to provide the content of Natural Law and, in Hobbes’,
to warrant its obligatory character.
Introducción
El propósito de este artículo es mostrar que el nominalismo no está
asociado necesariamente a una concepción voluntarista respecto del
contenido de la ley moral. En efecto, es corriente encontrar dicha asociación
en textos de historia de la filosofía jurídica o moral, particularmente
neoescolásticos1. Dicha asociación se debe, fundamentalmente, a que dicha
concepción se encuentra en Guillermo de Ockham, considerado el autor más
representativo del nominalismo filosófico.
Sin embargo, el nominalismo, como doctrina relativa al estatus
ontológico de los universales, no tiene una conexión necesaria con una
concepción voluntarista respecto del contenido de la ley moral. Pretendemos
1
Cfr, por ejemplo, d’Entreves (2004), 69: “Mention must now be made of a much more
insidious menace to the doctrine of natural law, the Nominalist theory of ethics.
Nominalism meant not only a crisis in Scholastic method, a quarrel about ‘universals’
and an anticipation of some aspects of the modern theory of knowledge. It also meant a
radical change in the approach to morality. The vindication of the primacy of the will over
the intellect led to the denial that ethical values can have any other foundation but the will of
God that imposes them. The notion of God as an unlimited and arbitrary power implied the
reduction of all moral laws to inscrutable manifestations of divine omnipotence. The basis
of ‘natural system of ethics’ was discarded. Natural law ceases to be the bridge between
God and man. It affords no indication of the existence of an eternal and inmutable order”.
Cfr, en el mismo sentido, Rommen (1998), 143-156.
mostrar lo anterior exponiendo el modo como dos autores nominalistas,
Guillermo de Ockham y Thomas Hobbes, conciben el estatus y contenido de
la ley moral. Para ello, primero expondremos la concepción de la ley moral de
Guillermo de Ockham (I), y el modo como está asociada con su nominalismo;
luego, la de Hobbes (II), para terminar concluyendo que el nominalismo en
ambos casos se encuentra asociado a concepciones totalmente distintas de
la ley moral, y cuáles son las causas de dicha diferencia (III).
Guillermo de Ockham
Las fuentes de la moralidad en Guillermo de Ockham
El nombre de Guillermo de Ockham es asociado normalmente con dos
posiciones filosóficas distintivas: el nominalismo, la doctrina según la cual
no existen cosas universales, ni nada universal en la realidad extramental, y
el voluntarismo teológico, la doctrina según la cual el fundamento de validez
y el contenido de la ley moral dependen totalmente de un acto de la voluntad
divina. Por ello mismo, esta última doctrina se asocia normalmente con una
visión de la ley moral como teniendo un contenido totalmente contingente:
178 una acción cualquiera –v.gr, robar– está prohibida moralmente sólo porque
Dios la prohibió, pero en ausencia de tal prohibición, dicha acción podría
ser moralmente lícita.
Conviene precisar la posición de Ockham: Ockham sostiene que la
doctrina moral tiene dos partes: una positiva y una no positiva; la primera,
es aquella que contiene las leyes humanas y divinas, las cuales obligan a
seguir o evitar aquellas cosas que no son buenas ni malas sino porque han
sido prohibidas o mandadas por un superior, al cual corresponde establecer
las leyes.
La ciencia moral no positiva es aquella que sin ningún precepto de un
superior, dirige los actos humanos, tal como dirigen los principios evidentes
(per se nota) o conocidos por experiencia (nota per experientiam), como el
que ‘se ha de hacer todo lo honesto’, y ‘se ha de evitar todo lo deshonesto’, y
similares, sobre los cuales trata Aristóteles en la filosofía moral (Quodlibeta
Septem, II, q 14. a 22).
Vale decir: hay principios morales evidentes, conocidos por sí mismos
(per se nota), y cuyo conocimiento no depende del conocimiento de la
Carlos Isler Soto
2
En el caso de las obras de Ockham, se ocupa la edición de la Opera Theologica,
publicada por St. Bonaventure University, excepto en el caso del De Connexione Virtutum,
caso en el que se ocupa la edición de Herder editada por Volker Leppin (ver referencias al
final: Ockham 1969-1979, 1980 y 2008).
moral” no requiere, para ser formada por la mente, recurso a un legislador
divino. Pareciera, en consecuencia, que la ley moral pudiese ser conocida
y obligase sin requerirse el recurso a la voluntad divina para saber qué se
debe hacer.
Pero la situación no es tal: los principios mencionados por Ockham
son todos tautológicos, esto es, carentes de contenido: “debe evitarse lo
deshonesto”, “la voluntad debe adecuarse a la recta razón”3. Este último
principio es visto, con razón, por Clark, como el primer principio de la
moralidad según Ockham4: todo agente moral sabe, por experiencia interna,
que su voluntad debe adecuarse al dictamen de la recta razón; sin embargo,
ello no le indica en modo alguno qué sea lo que la recta razón exija. Se
requiere, en consecuencia, un factor extra, externo a la propia razón práctica,
que indique qué sea lo justo, injusto o lo prescrito por la recta razón. De
ahí que pueda decir con razón Clark que es característico de la ética de
Ockham el que el marco o estructura de la vida moral sea racionalmente
cierto y constante, pero que su contenido sea mutable. Las proposiciones
normativas alcanzan el nivel de generalidad necesario al costo de parecer
no-informativas o ‘carentes de contenido’. El Creador podría mandar a los 179
hombres amarse u odiarse mutuamente, sin alterar el significado de justicia
3
Hay casos dudosos: vgr. en De Connexione Virtutum (en adelante, “Conn.”). III. 4.2.4.
Ockham dice que es un principio per se notum el que “nullus est inducendus ad faciendum
contra praeceptum Dei sui”; y (Conn. II.1) “omni benefactori est benefaciendum”
4
Cfr, Clark (1973), 28
no definitivo, es la misma naturaleza humana; la segunda, una fuente de
carácter definitivo: el mandato divino revelado.
Primero: la naturaleza humana. Pareciera que el nominalismo de
Ockham impidiese considerar la naturaleza humana como fuente, al menos
provisoria, de la moralidad. En efecto: es sabido que Ockham niega que
la realidad extramental sea, de cualquier modo, universal. Universalidad
sólo hay en los conceptos y en los nombres, en cuanto significan una
universalidad de cosas. Si bien Ockham no es un nominalista extremo –como
lo será Hobbes–, en cuanto acepta la existencia de universalidad no sólo
en los nombres, sino también en los conceptos, lo que lo diferencia de la
posición realista distintiva de, v.gr., santo Tomás y Aristóteles, es que éstos
últimos, aceptando asimismo que universalidad en sentido estricto sólo hay
en el entendimiento, sostienen, asimismo, que los conceptos son la misma
esencia de las cosas externas universalizada, esto es, hecha abstracción de las
condiciones materiales de individuación. Por ende, las cosas externas, siendo
todas ellas particulares, son universales en potencia. El entendimiento, que
es de lo universal, universaliza lo que de potencialmente hay de universal
180 en tales cosas, y produce el concepto, el cual es la misma esencia de la cosa
exterior, poseída intencionalmente. De ahí que la ciencia, que opera con
conceptos, versa directamente sobre las cosas exteriores.
Ockham niega esto último. Para él, la realidad extramental no es
universal ni siquiera en potencia. De ahí que los conceptos, que son
universales, no puedan ser la misma esencia de las cosas conocidas, sino
que la reemplacen en el entendimiento. Por ende, la ciencia no trata sobre
cosas, sino sobre nombres o conceptos. ¿Implica esto un idealismo? Entre
los estudiosos, algunos piensan que sí5, y otros que no6. Lo concreto es que
Ockham piensa que no: piensa que aunque la ciencia trata sobre conceptos,
a los cuales están subordinados los nombres, los conceptos suponen por las
cosas en el lenguaje mental, toman su lugar, y que los conceptos son signos
naturales de las cosas, de modo que tal cosa naturalmente ha de producir tal
concepto. La universalidad de los conceptos es así una universalidad causada
por la naturaleza, y la de los nombres es convencional, pero dependiente
de la de los conceptos.
Ockham cree, en consecuencia, que aunque la ciencia trate sobre
Carlos Isler Soto
5
Cfr, Bastit (1997), 345: “L’empirisme occamien se retourne donc tout à fait normalement
en une forme d’idéalisme, linguistique si l’on veut”.
6
Cfr, Biard (1997), 69: “Cette liaison de la chose au concept est décisive pour prendre la
mesure du réalisme épistémologique de Guillaume d’Ockham”. También Zarka (1999), 50-51.
salvar el clásico problema del “puente”, común a todo representacionismo,
sosteniendo que, aunque la ciencia verse sólo sobre conceptos, éstos toman
naturalmente el lugar de las cosas externas.
Pero, aunque Ockham crea ser un realista, el conocimiento de la
naturaleza no permite, según él, fundar normas morales de carácter absoluto.
En primer lugar, porque niega la doctrina aristotélica clásica de la
teleología universal en la naturaleza: para Ockham es evidente, contra
Aristóteles, que hay movimientos que no tienen ningún fin intrínseco7.
Ockham piensa, probablemente, en la caída de la piedra.
Más complicado todavía para el caso de la ética, es la negación de un
fin intrínseco en el hombre, al cual tienda por necesidad. Es esto lo que lo
separa de la tradición clásica. La ética clásica procedía identificando un fin
último, que es querido por necesidad por todo hombre, y alcanzar el cual
consiste en la perfección humana y, a continuación, procedía a determinar
el modo de alcanzar tal fin último. La pretensión subyacente a esta tesis
es que todos los hombres, por necesidad buscan tal fin último, al cual la
ética clásica, siguiendo la opinión común, llamaba “felicidad”. Podía haber
divergencias entre los hombres respecto de cuál sea el constitutivo de la 181
felicidad y, precisamente por ello, a la ética le corresponde averiguar cuál
7
“Non potest probari sufficienter quod quilibet effectus habet aliquam causam finalem.
Et si quaeras utrum causalitas causae finalis sit distincta a causalitate causae efficientis,
respondeo cum aliqua causae finalis distinguitur a causalitate efficientis, et aliqua non”:
(Quodlibeta Septem, IV, q. 1).
8
(Scriptum in Librum Primum Sententiarum [en adelante, “Sent I], prol. q. 10): “voluntas
nihil agit nisi propter finem”.
9
Cfr, Sent I.1.6.
de modo que no puede no querer el bien en general, pero sí puede no querer
tal o cual bien. Y por su determinación trascendental al bien en general,
quiera lo que quiera, incluso si es un mal, lo quiere bajo la razón de bien,
porque de algún modo se le aparece como bueno.
Pues bien: Ockham cree, por el contrario, que la voluntad puede querer
el mal en cuanto mal, y cree, precisamente, que sostener ello es necesario
para salvar la responsabilidad moral.
No existiendo finalidad en el hombre, ¿hay indicios en su naturaleza
respecto de qué sea lo moralmente exigido? Hay dos posiciones entre los
intérpretes: quienes niegan que la naturaleza humana tenga cualquier carácter
normativo para el hombre10, y quienes sostienen que tiene un carácter
normativo derrotable por otras consideraciones11.
A favor de la primera opinión se encuentran los pasajes en los que
Ockham niega la inclinación de la voluntad a bien alguno, ni siquiera a la
felicidad, y aquéllos en los cuales afirma que la actuación moralmente heroica
es contraria “a la inclinación de la naturaleza”12. A favor de la segunda, se
encuentra la afirmación, también de Ockham, de que al pagano también le
182 es posible cierto grado de virtud, lo cual parece implicar la posibilidad de
un conocimiento, aunque sea provisorio, de qué sea lo bueno o malo con
independencia de la revelación, y tal pareciera ser el de la naturaleza humana;
y aquellos en los que afirma que el entendimiento capta ciertas cosas como
buenas para el hombre13.
El asunto es que la discusión no es tan relevante: aun cuando Ockham
concediese cierto valor a la naturaleza como fuente de la moralidad, y aun
cuando se llegue a aceptar la tesis de McGrade, de que el buscar los bienes
que se aprecien como naturalmente adecuados al hombre es un mandado
tácito divino, lo concreto es que para Ockham cualquier consideración de
10
Cfr, Bastit (1997).
11
Adams (1999), y McGrade, (1999), quien llega a expresar que el buscar bienes que se
aprecien como naturalmente adecuados al hombre, tales como las virtudes, constituiría, según
Ockham, en ausencia de un mandato divino expreso en contrario, un mandato divino tácito.
12
El quinto grado de virtud, la virtud heroica acontece “si tunc velit actu imperativo
formaliter facere vel pati aliquid quod ex natura sua excedit communem statum hominum et
est contra inclinationem naturalem, vel si tale opus non excedit communem statum hominum
nec est contra inclinationem naturalem quantum est ex natura actus, sed solum ex aliqua
Carlos Isler Soto
La contingencia de la ley
Según Ockham, uno de los fundamentos de la ley es el mandato divino
–además de los preceptos formales evidentes de suyo–, el cual viene a
proveer el contenido que la ley moral requiere de modo definitivo y absoluto.
La ley moral puede, en consecuencia, tener un carácter absoluto sólo si
hay un Dios legislador. Ockham cree en ello. Literalmente, cree en ello, no
lo sabe, porque también cree que no es posible demostrar la existencia de
un tal Dios legislador. Sostiene que es posible demostrar la existencia de
una primera causa eficiente –o, mejor, piensa él, conservante– del mundo,
incausada, pero no que ésta causa primera sea Dios como tradicionalmente
se lo entiende. Los atributos divinos no pueden ser demostrados, ni siquiera
la unicidad, omnipotencia y carácter providente de Dios. Pero tales atributos
son requeridos para que una causa eficiente primera sea, además, legisladora
de la moral. Y, piensa Ockham, si no podemos saber que Dios, en el sentido
moralmente relevante del término, existe, tenemos que creerlo. Hay que
Carlos Isler Soto
a lo meramente posible.
16
(Sent I, 47, q. un): “dico quod spoliare Aegyptios non fuit malum,immo fuit bonum. Et
ideo Deus praecipiendo spoliare Aegyptios non pracepit malum, nec filii Israel peccaverunt
in spoliando, nisi illi qui malo animo, non praecise obediendo divino precepto, spoliaverint”.
17
(Sent I, prol. q. 10): “nulla ratio recta potest dictare quod inimicus est odiendus contra
divinum praeceptum”.
creer que existe el legislador último de la ley moral, lo cual viene, en la
práctica, a añadir un nuevo grado de contigencia a la ley moral: no sabemos
a ciencia cierta su contenido en ausencia de un posible mandato divino,
pero tampoco sabemos a ciencia cierta si hay tal Dios legislador. Hay que,
simplemente, creerlo.
Y a Ockham no le queda ni siquiera la salida kantiana: el filósofo
prusiano pensaba, también, que debemos creer que Dios existe, si tenemos
que pensar la ley moral como posible también. En efecto, el objeto que se
propone necesariamente una voluntad determinada a actuar por la ley moral,
piensa Kant, es el bien sumo, la unión de moralidad perfecta y felicidad.
Ello sólo es posible si se dan tres condiciones: la libertad de la voluntad,
la inmortalidad del alma, y la existencia de Dios. Dios es necesario, piensa
Kant, para producir la adecuación entre felicidad y moralidad perfecta18.
La moralidad perfecta depende de nosotros, supuesta la inmortalidad. La
felicidad, obviamente, no, y sólo puede ser causada por un ser inteligente
que sea creador de la naturaleza, y que actue determinado por la ley moral.
Tenemos que creer que Dios existe, piensa Kant, porque si no la ley moral
carece de sentido, en cuanto nos ordenaría proponernos como objetivo algo 185
imposible: el bien sumo. Y como la única condición bajo la cual es posible
28
(L: V, 22): “When a man reasoneth, he does nothing else but conceive a sum total from
addition of parcels, or conceive a remainder from substraction of one sum from another;
which (if it be done by words) is conceiving of the consequence of the names of all the parts
to the name of the whole, or from the names of the whole and one part to the name of the other
part... For REASON, in this sense, is nothing but reckoning (that is, adding and abstracting)
of the consequences of general names agreed upon for the marking and signifying, when
we demonstrate or approve our reckonings to other men”. Razonar es sacar consecuencias
sobre nombres.
29
(L: V, 25): “Whereas sense and memory are but knowledge of fact, which is a thing
Carlos Isler Soto
past and irrevocable, Science is the knowledge of consequences, and dependence of one fact
upon another, by which, out of what we can presently do, we know how to do something
else when we will, or the like, or another time; because when we see how anything comes
about, upon what causes, and by what manner, when the like causes come into our power,
we see how to make it produce the like effects” (énfasis añadido). La concepción del lenguaje
de Hobbes es totalmente operatriz: sirve para fijar los datos de la experiencia, en orden a la
manipulación del mundo.
ese mundo, del cual es parte el hombre, es materia en movimiento. Nada
más. No se puede conocer un orden de la naturaleza, excepto que haya
cosas materiales, en movimiento, y entre cuyas relaciones causales reina
la más estricta necesidad. El mundo de Hobbes, en sí mismo, es un mundo
determinista de materia en movimiento.
Las consecuencias para la ética parecen ser claras: si no hay un
conocimiento de un orden de la naturaleza, entonces, “los valores morales
y estéticos no dependen más de la naturaleza de la cosa” (Zarka, 1999, 67).
Parece una consecuencia evidente.
30
“The true and perspicuous explication of the Elements of Laws, Natural and Politic...
dependeth upon the knowledge of what is human nature” (Elements of Law [en adelante,
“EL”]: I, I, 21. Se ocupa según la edición de J.C.A. Gaskin para Oxford University Press
[Hobbes 2008]. El primer número indica si se trata de la primera parte de la obra, titulada
“Human Nature”, o de la segunda, titulada “De Corpore Politico”. El número siguiente indica
el capítulo, y el tercero, la página de tal edición).
Ahora bien: si por necesidad se desea un bien aparente siempre que
se desea algo, y si además, se sabe que siempre se deseará algo más, y que
lo mismo ocurre con los demás, entonces por necesidad se deseará tener
poder: “supongo como inclinación general de toda la humanidad, un deseo
perpetuo e incesante de poder tras poder, que cesa sólo con la muerte” (L:
XI, 58). Ockham decía: el hombre no desea nada por necesidad. Hobbes
dice: el hombre, por necesidad desea el poder. En ese sentido, hay finalidad
natural en el hombre. Y si desea por necesidad el poder, y lo desea para
satisfacer sus deseos, entonces también desea por necesidad la felicidad,
aunque concebida de un modo muy distinto a cómo la concebía Aristóteles:
“la felicidad es un continuo progreso del deseo, de un objeto a otro, no siendo
el alcanzar el anterior sino el camino para alcanzar el posterior” (L: XI, 57).
La felicidad es proceso. Pero no se puede no quererla. Y es proceso porque
lo que existe, incluso el hombre, es materia en movimiento. El modo como
el hombre se mueve es pasando de un deseo a otro.
Falta agregar un nuevo hecho de la naturaleza humana: el egoísmo
sicológico –no moral–: el hombre no sólo busca por necesidad un bien
190 aparente, sino que también por necesidad busca un bien aparente para
sí. En efecto, es sabido que Hobbes considera imposible que un agente
racional actué en contra de lo que considera conveniente para sí, es
decir, todo agente racional necesariamente al actuar busca su interés.
El filósofo de Malmesbury es claro: “por necesidad de naturaleza, todo
hombre en todas sus acciones intenta algún bien para sí mismo” (EL:
I, XVI, 90), y “todo hombre, por pasión natural, llama bueno lo que
le otorga placer al presente, o tanto como pueda prever; y del mismo
modo, a lo que lo displace, llama malo. Y, por ende, lo que prevé como
necesariamente encaminado a su preservación (que es el fin que todos
desean por naturaleza) lo debe llamar bueno, y a lo contrario, malo”
(EL: I, XVII, 98). No hay en Hobbes, en consecuencia, posibilidad de
buscar el bien del otro por el otro31. El amor de benevolencia es imposible
sicológicamente, piensa Hobbes. Por algo incluye a los amigos dentro de
los bienes instrumentales32.
Carlos Isler Soto
31
Como expresa Zarka, este egoísmo sicológico es, a su vez, consecuencia de la metafísica
de la separación: encerrado el sujeto en el mundo de sus representaciones, sólo puede desear
lo que se le aparece en dicho mundo, que es un mundo suyo: el de sus representaciones.
Cfr, Zarka (1999), 228.
32
(L: X, 50): “Instrumental are those powers which, acquired by these or by fortune, are
means and instruments to acquire more, as riches, reputation, friends, and th secret working
of God, which men call good luck”.
¿Tiene todo esto consecuencias para la ética? Sí: si el hombre es
sicológicamente egoísta33, y por necesidad busca ciertas cosas, ante todo,
33
Decimos “si el hombre es sicológicamente egoísta”, porque no es pacífica la
interpretación del “egoísmo” hobbesiano como “egoísmo sicológico”, vale decir, como
imposibilidad sicológica de desear el bien del otro por el otro. Si bien la gran mayoría de
los intérpretes piensan que el egoísmo adscrito a Hobbes es sicológico, hay quienes tienen
interpretaciones distintas: así, por ejemplo Zagorin sostiene que “nothwithstanding his
emphasis on the self-interested motives of human beings, Hobbes’s psychology and moral
philosophy also allow for the possibility of unselfish and altruistic actions aimed at the good
of others”: Zagorin (2009), 34; Zagorin se basa, para sostener lo anterior, en aquellos pasajes
en los que Hobbes trata de nuestras obligaciones para con los demás, incluyendo su inclusión
de la Benevolencia o Caridad en el Leviathan, dentro de las pasiones posibles al hombre.
Su interpretación de la doctrina hobbesiana en este punto es la siguiente: “he surely never
meant to suggest that human beings are formed by nature that they are entirely limited in their
desires by what is good only for themselves and can never be motivated to desire the good of
others. Such a view, which excludes the possibility of altruistic behavior, is very obviously
false, and Hobbes’s psychological naturalism would have been rejected it as completely
counter to human experience and observation. Most individuals may perhaps act a good deal
of the time according to what they deem their self-interest, as Hobbes believed, but they
may also be influenced to act at times for non-self interested reasons, as he also understood,
and make sacrifices for others”: Zagorin (2009), 102. En el mismo sentido, Brandon (2007), 191
24-33. Ambos autores entienden, en definitiva, que Hobbes simplemente quiere decir que la
mayoría de los seres humanos actúa la mayor parte de las ocasiones movida por el autointerés.
34
Hobbes “deduce” 19 leyes morales en los capítulos XIV y XV del Leviathan.
eternas. Nadie puede cambiarlas, porque nunca la guerra preservará la paz.
Ni siquiera Dios puede cambiarlas.
Dios
¿Hay un lugar para Dios en una concepción así de la ley natural, fundada
en el más estricto autointerés? Hobbes dice, literalmente, que sí:
Estos dictados de la razón [se refiere a las leyes morales] los hombres tienden
a llamarlos leyes, pero impropiamente; pues no son sino conclusiones o
teoremas relativos a lo que conduce a la conservación y defensa de sí mismo,
mientras que la ley, propiamente, es la palabra de aquél que por derecho
tiene mando sobre otros. Pero si consideramos ahora estos mismos teoremas,
como pronunciados en la palabra de Dios, que por derecho manda todas las
cosas, entonces son propiamente llamados leyes (L: XV, 100).
Vale decir: antes de ser considerados como mandados por Dios, carecen
de valor moral, son meras reglas de la prudencia, en el sentido kantiano de
la expresión. El recurso a Dios es importante aquí para darles el carácter de
obligatorio, para general la obligación (ought) moral. La primera ley de la
193
naturaleza, según Hobbes, incluye el operador deóntico “ser obligatorio”,
pero ello sólo es posible, piensa, si es que hay un superior que ordene. La
35
El más conocido expositor de esta tesis es Leo Strauss, en su Hobbes’ politische
Wissenschaft in ihrer Genesis (1935) (en Strauss, 2008, 3-191), que se haría famosa en
su traducción inglesa de 1936, y todavía hoy referencia obligada en la bibliografía sobre
Hobbes. Sin embargo, la mejor exposición de la presunta incompatibilidad entre el sistema
de Hobbes y el teísmo se encuentra en un escrito inédito hasta hace poco: Die Religionskritik
des Hobbes (1933/34), (ahora en Strauss, 2008, 263-369).
Todo ello parece, ciertamente, decir mucho en contra de una lectura
teísta y, mucho más, cristiana de la obra hobbesiana. De ahí la tendencia,
como se decía, hasta hace poco ampliamente mayoritaria, de ver en Hobbes
un ateo o al menos escéptico en materias de religión. Las propias profesiones
de fe no serían más que máscaras de un ateísmo peligroso de exponer en
aquella época. Es la teoría interpretativa de la “persecución” (Strauss):
Hobbes habría sido un ateo escribiendo en época de persecución de ateos,
que habría debido, consiguientemente, ocultar su “verdadero” mensaje tras
apariencias de piedad. El lector debe buscar el “verdadero” mensaje de
Hobbes, un mensaje ateo, “detrás” del manifiesto. En el caso que nos ocupa,
las leyes morales no son, en consecuencia, verdaderas leyes, sino simples
“teoremas de la razón”, reglas de la astucia.
Sin embargo, también hay corrientes interpretativas distintas, que se
toman en serio la profesión de fe teísta de Hobbes. A nuestro juicio, quien
mejor ha mostrado la necesidad de tomarse tal profesión de fe teísta en serio
en el caso de la doctrina moral hobbesiana, ha sido Alfred Edward Taylor,
en su artículo seminal “The Ethical Doctrine of Hobbes”. Taylor cree que la
194 profesión de teísmo hobbesiana es sincera, no sólo porque deba, en principio,
creerse que quien dice algo lo dice sinceramente, sino porque, de no existir
Dios, la ética hobbesiana se vuelve incoherente. En efecto: aunque Hobbes
profesa un claro egoísmo sicológico, la doctrina moral hobbesiana, cree
Taylor, es deontológica.
En efecto, en repetidas ocasiones Hobbes afirma que, para ser justo, no
se requiere solamente una adecuación externa de la actuación a lo prescrito
por la él llamada “ley natural”, sino también que el móvil de la actuación
haya sido adecuarse a tal ley. Cfr, los siguientes pasajes del De Cive:
Estos nombres, Justo e Injusto (Iustum & Iniustum), tal como Justicia
e Injusticia (Iustitia & Iniustitia), son equívocos; pues significan una cosa
cuando se atribuyen a las Personas, y otra cuando se atribuyen a las Acciones.
Cuando se atribuyen a las acciones, Justo significa lo mismo que un hecho
conforme a derecho (iure factum); e Injusto lo mismo que Daño (Iniuria).
Pero quien hace algo Justo, no es llamado Justo, sino Inocente (Insons);
y llamamos culpable (sons) y no injusto a quien ha realizado algo Injusto.
Cuando se usa en relación a las personas, ser justo significa lo mismo que
gozar haciendo lo justo (iuste faciendo), buscar la justicia o intentar realizar
Carlos Isler Soto
en todas las cosas aquello que es justo. Y ser Injusto es desatender la justicia,
o pensar que se ha de determinar no mediante el propio pacto, sino mediante
la comodidad presente. De modo que una cosa es la justicia e injusticia de
la mente, de la institución o del hombre, y otra cosa distinta la de una acción
u omisión particular; innumerables acciones del hombre justo pueden ser
injustas, y del injusto, justas. Pues se llama Justo al hombre que hace las
cosas justas por el precepto de la ley (propter preceptum legis), y cosas
injustas sólo por debilidad (per infirmitatem); injusto es aquél que hace
cosas justas a causa de la pena adjunta a la ley, e injustas, por la iniquidad
de su mente (Hobbes 1983, III, V 110).
Afirmaciones que parecen sacadas del capítulo primero de la
Grundlegung kantiana. Hobbes afirma expresamente que las leyes de la
naturaleza obligan in foro interno en el estado de naturaleza. La transgresión
a ellas es siempre pecado. En otras palabras: en el estado de naturaleza,
antes de la institución del soberano, uno está obligado a realizar o no ciertas
acciones o tener ciertas actitudes, entre las cuales, no sólo buscar la paz,
sino también ser agradecido, ser misericordioso, antes de la existencia de
cualquier sanción coactiva posible.
Ello muestra la independencia, piensa Taylor, de la teoría moral de
Hobbes del egoísmo sicológico hobbesiano: si el motivo para cumplir una ley
fuese solamente el autointerés, no habría motivo para cumplir con tales leyes
en el estado de naturaleza, y, de haberlo, sólo lo habría para la adecuación
externa de la conducta con la ley, no para la necesidad de adecuar también 195
el móvil de actuación al respeto a la ley. Más aún: incluso expone Hobbes
necesidad de sumisión incondicional al derecho, y en ninguno de los pases que Brown expone
aparece el concepto de Dios. La noción de “obligación” surge, según Brown, de la noción de
“regla”, y las leyes de la naturaleza son, en consecuencia, las reglas que se deben seguir si se
quiera alcanzar cualquier cosa que se desee. Quien entienda que desea algo y que este algo es
bueno, entiende también que debe desear las condiciones que permitan el obtener aquello y
que, por ende, estas condiciones (la paz) también son buenas. Y si bien Hobbes dice que no
hay ley sin superior que mande, Brown sostiene que las leyes de la naturaleza no son leyes
en sentido estricto, sino reglas (morales). La noción de regla no implica la de superioridad.
No se necesita un “garante” del carácter moral u obligatorio de las leyes de la naturaleza.
Una línea interpretativa más o menos similar es la seguida por Gregory Sadler, quien
sostiene que las leyes de la naturaleza no son realmente leyes, desde que Hobbes dice que
sólo se vuelven leyes en el Estado. Consiguientemente, no son mandatos, desde que el
mandato es la orden de un superior (y niega que el superior pueda ser Dios, porque ello
“raises however, serious and contentiuos problems of interpretation of Hobbes’ theological
discourse outside of the scope of this paper”: Sadler 2006, 92), de modo que sólo pueden
ser consejos, entendiendo por tales lo que entiende Hobbes. 197
La misma es la opinión de Martin Rhonheimer (en Rhonheimer 1997): la génesis de la
moralidad en Hobbes se explica mediante su sicología egoísta y mecanicista –de modo que
Conclusión
Todo lo anterior nos lleva a la siguiente conclusión: si en Hobbes la
materia de la ley moral es descubierta por la razón, y la forma de la misma
es puesta por Dios, siendo la primera inmutable, entonces nos encontramos
frente a una inversión del nominalismo ockhamista: en Ockham, la forma
de la ley moral, el deber moral emerge autónomamente en los primeros
principios de la razón práctica, y es la materia de la misma ley la que es
puesta por Dios, y dicha materia es mutable y contingente. Nos encontramos
frente a dos nominalismos con consecuencias morales muy distintas, y ello
se debe a otras doctrinas a las que se encuentran asociados: la negación de
todo finalismo, en el caso de Ockham, y la afirmación de cierto finalismo, en
el caso de Hobbes, unido a su egoísmo sicológico. Más aún: el nominalismo
más “realista”, el de Ockham, es más contingentista respecto del contenido
de la ley moral; el nominalismo más “idealista”, el de Hobbes, es totalmente
198 necesitarista al respecto.
El nominalismo, de suyo, en contra de lo que se cree normalmente, no
implica una concepción voluntarista de la ley natural: ello depende de otras
doctrinas a las que se encuentra asociado. Más aún: en Thomas Hobbes, es
precisamente el nominalismo el que implica el egoísmo sicológico, doctrina
que, a su vez, determinará en Hobbes el carácter necesario del contenido de
la ley moral. En otras palabras: el nominalismo, de suyo, no sólo no implica
una concepción contingentista respecto del contenido de la ley natural,
sino que puede implicar, unido a otras tesis, una concepción necesitarista
respecto de la misma.
39
Esta es, precisamente la tesis de Aloysius Martinich, quien, en su hoy imprescindible
The Two Gods of Leviathan, sigue la tendencia iniciada por Taylor de considerar que, para
Carlos Isler Soto
Thomas Hobbes, no hay ley moral sin mandato divino. Sin embargo, y esto es lo importante,
Martinich distancia a Hobbes del voluntarismo teológico tradicional, que considera que el
mero hecho de que Dios mande algo causa una obligación moral de realizar tal cosa. Para
Martinich, que exista un mandato divino es condición necesaria para que exista una ley
natural, pero no suficiente. Se requiere, además, que lo mandado sea consistente con el bien
del hombre, y lo mandado, el contenido del mandato, puede, según Hobbes, descubrirlo el
hombre por su mera razón. Cfr Martinich (1992), 120-127.
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(2008). The Elements of Law (ed. de J.C.A. Gaskin). New York: Oxford University
200
Carlos Isler Soto
DELEUZE LECTOR DE PLATÓN
Valeria Sonna
Universidad de Buenos Aires (UBA)
CONICET, Argentina
Resumen
Gilles Deleuze describe la tarea del “renversement du platonisme” como
la búsqueda de su motivación. El propósito de la Teoría de las Ideas y
del método dialéctico es una “voluntad de seleccionar” que responde a
lo que Deleuze identifica como el problema platónico, la “selección de
pretendientes”. En este escenario, las Ideas funcionan como criterio de
la selección y la dialéctica es el procedimiento por el cual Platón produce
la diferencia entre los objetos a seleccionar. Deleuze usa el concepto de
“simulacro” para pensar la inversión porque encuentra en él una anulación
de la posibilidad misma de la Idea como fundamento. Sin embargo, este
concepto tiene un desarrollo muy acotado en los diálogos platónicos. Es,
en rigor, sólo en el Sofista que Platón lo desarrolla. En el presente trabajo
indagaremos en el uso que hace Deleuze del texto del Sofista y del concepto
platónico de “simulacro” con el fin de determinar que su operación de
lectura debe ser pensada en términos de una sintomatología.
Praxis Filosófica Nueva serie, No. 38, enero-junio 2014: 201 - 223 ISSN: 0120-4688
DELEUZE AS PLATO´S READER
Abstract
Gilles Deleuze describes the task of “renversement du platonisme” as the
search of it´s motivation. The purpose of the Theory of Ideas and of the
dialectic method is a “will to select”. Deleuze identifies a platonic problem,
which he calls the “problem of the claimants”. In this scenario, Ideas function
as selection criteria and the dialectic method is the procedure by which
Plato produces the difference among the objects of selection. Deleuze uses
the concept of “simulacrum” for his interpretation of the inversion because
he finds it suppresses the possibility of Ideas as selection criteria. However,
this concept has a very narrow use in Plato´s dialogs. Strictly speaking, it is
only in the Sophist that Plato develops the notion of “simulacrum”. In this
article we will search through Deleuze´s use of the simulacrum and through
his reading of Plato´s Sophist in order to support our interpretation of his
reading as a symptomatic operation.
Valeria Sonna
Universidad de Buenos Aires (UBA)
CONICET, Argentina
Introducción
Deleuze sostiene que hay una imagen moral del pensamiento que
prevalece en la filosofía y que parte del supuesto implícito y pre-filosófico de
que “el pensamiento es afín a lo verdadero, posee formalmente lo verdadero
y quiere materialmente lo verdadero” (Deleuze 1968: p 172)1. Esta imagen
que Deleuze llama dogmática u ortodoxa es pre-filosófica porque adopta
un prejuicio del sentido común acerca del pensamiento y lo trasporta a la
filosofía. En este sentido afirma, además, que es “moral” porque sólo la
moral nos persuade de que el pensamiento tiene una buena naturaleza y el
pensador una buena voluntad. Sólo el Bien puede fundar la supuesta afinidad
del pensamiento con lo verdadero. Su filosofía se erige como una crítica
radical a esta imagen y a los postulados que ella implica.
Parte importante de su crítica general está dedicada al pensamiento
platónico porque supone que con Platón se funda la base para esta imagen del
pensamiento. Deleuze identifica el origen del pensamiento representacional
en la obra platónica no sólo porque coloca a lo Bello-Bueno (kalokagathía)
como fundamento, sino también porque el concepto platónico de Idea es el
punto de partida para la posterior construcción del concepto de objeto que
determinará el ámbito de la filosofía como el ámbito de la “representación”
que subordina la diferencia a la identidad. La crítica deleuziana a Platón
se articula en torno a la recuperación de la crítica de Nietzsche y de la
1
Las traducciones de los textos de Deleuze nos pertenecen.
fórmula con la que este describió su propia filosofía como una “inversión
del platonismo”. Sin embargo, esta fórmula que se encuentra en el corazón
de la crítica deleuziana a la gnoseología platónica no ha sido abordada en su
especificidad por los comentaristas de Deleuze que se ocupan de su vínculo
con el pensamiento de Platón.
Isabelle Ginoux describe este vínculo en un artículo muy interesante
en el cual destaca la importancia del rol del pensamiento nietzscheano
como horizonte de la crítica deleuziana. Se encarga de marcar también la
distancia entre Nietzsche y Deleuze reparando en el hecho de que Nietzsche
presenta un retrato puramente negativo de Platón como el instigador del
nihilismo occidental y en cambio Deleuze ve en él un personaje bifronte
donde reside tanto el remedio como la enfermedad. (Ginoux 2005: 156-157)
En la misma línea, James Williams se ocupa de recuperar los elementos del
platonismo que tienen un rol positivo en Diferencia y repetición. Encuentra
un interesante paralelo entre la estructura de la selección platónica –a través
del mito y la Idea– y la estructura de la selección deleuziana –a través de la
afirmación o la expresión, el eterno retorno y la dramatización. La diferencia
204 sustancial entre estas estructuras que Williams traza como paralelas es la
noción de Idea. Mientras que las Ideas platónicas se articulan sobre la base
de la unidad y de la mismidad, las Ideas deleuzianas son multiplicidades de
diferencias puras (Williams 2003: 79-83).
Si bien estas lecturas significan un sustancial aporte a la indagación en el
vínculo de Deleuze con el platonismo –en especial en contra del prejuicio de
que la “inversión” podría suponer que Deleuze recupera el platonismo sólo
para derribarlo o invertir sus valores– los comentarios de Ginoux y Williams
no presentan una postura crítica frente a la reconstrucción deleuziana de la
filosofía de Platón. En particular, no cuestionan el uso que hace Deleuze
del concepto de simulacro en relación al texto platónico. Tal como Deleuze
presenta el problema de la inversión del platonismo en Lógica del sentido y
en Diferencia y repetición, parecería que el concepto de “simulacro” es de uso
corriente en los textos platónicos y que se trata de un concepto de relevancia
especial en los diálogos. Sin embargo este concepto, en griego phántasma,
no es de uso corriente en los diálogos de Platón. Incluso la problemática de la
llamada “teoría de las Ideas” no se encuentra relacionada de manera directa con
el problema del simulacro. Este concepto aparece sólo en Sofista 233d-236d
y República 595 a-605c en contextos en los que se trata el problema de la
Valeria Sonna
2
Hemos desarrollado esta versión del renversement en Sonna, V. “La reversión deleuziana
del platonismo y la teoría estoica de la causalidad.” En Diálogos interepocales, Buenos Aires,
Rhesis, (en prensa); Los estoicos invierten la causalidad platónica al sostener que sólo los
cuerpos pueden ser rigurosamente causa de algo. Ser pasible de afectar y ser afectado es una
condición necesaria para poder ser causa en el sentido estricto. De otro modo se haba de quasi-
causas, noción que Dele uze encuentra muy funcional para su propia construcción del sentido.
3
“Mi filosofía, platonismo invertido: cuanto más lejos del ente verdadero, tanto más puro,
bello, mejor. La vida en la apariencia como fin”. Citado en HEIDEGGER, M (1961: 150).
que Deleuze fue Heidegger (1961: 189-207) quien tomó esta fórmula y
la problematizó en el primer volumen de su libro sobre Nietzsche. En la
lectura que hace aquí de la inversión, el foco problemático está puesto en
la vinculación entre belleza y verdad. Sostiene que si se comprende de qué
manera está articulada esta relación en el platonismo y se comprende en
qué sentido ésta se transforma gracias a la inversión, entonces queda claro
de qué se trata la fórmula nietzscheana. La importancia de la misma debe
comprenderse además, según Heidegger, dentro de la lucha más general
de Nietzsche por la superación del nihilismo del cual Platón es uno de los
blancos principales.
Heidegger indica que la vinculación platónica entre verdad y belleza
es una relación de determinación en la que lo verdadero es determinante
y lo bello determinado. Esto es así porque lo verdadero pertenece a la
esfera de lo inteligible, de lo suprasensible, y lo bello pertenece a la esfera
de lo que se percibe por los sentidos, de lo sensible. En esta lectura, las
categorías nietzscheanas de “arriba” y “abajo” equivalen a “determinante”
y “determinado” respectivamente. La estructura platónica a invertir es la
206 del arriba y el abajo. Para el pensamiento platónico lo suprasensible es
lo determinante y lo sensible lo determinado. Una versión superficial de
la inversión intentaría poner la estructura de cabeza y poner lo sensible
arriba, como determinante, y lo suprasensible abajo, como determinado.
Esta comprensión superficial de la inversión que Heidegger atribuye a las
filosofías positivistas de comienzos del S.XX e incluso al propio Nietzsche
en algunos momentos de su obra4, no logra salir de la estructura sino que la
reproduce. La verdadera inversión consiste en abolir el arriba y el abajo. Es
por ello que la inversión está expresada en una nueva forma de preguntar
que Heidegger atribuye al carácter perspectivista de la “estética fisiológica”
de Nietzsche y que ve expresada en la siguiente frase: “…ver la ciencia
desde la óptica del arte y el arte, en cambio, desde la óptica de la vida.”
(Heidegger 1961: 205) Desde este enfoque “apariencia” y “error” cobran
un significado nuevo no peyorativo.
5
La fórmula “renversement du platonisme” suele traducirse al castellano como “inversión
del platonismo” y en algunos casos como “derribamiento del platonismo” Cfr. la traducción
de Delpy- Beccacece, (2002). El término “derribamiento” indica una destrucción, un intento
por tirar abajo la construcción filosófica platónica. No es esta la connotación que tiene la
fórmula en el texto de Deleuze. Que la inversión conserve elementos platónicos es inevitable,
pero además deseable, como él mismo lo afirma (Deleuze 1968: 82). El término “inversión”,
por otro lado, tiene el énfasis puesto en la idea de trocar o dar vuelta al platonismo, ponerlo
de cabeza abajo. Esta idea tampoco expresa acabadamente la función que el renversement
cumple en la crítica deleuziana. Si bien conservaremos “inversión” por ser la utilizada en
Deleuze lector de platón
las traducciones oficiales, consideramos que quizás el término más adecuado para traducir
“renversement” sea “reversión” puesto que, además de compartir el campo semántico de
“inversión” (indica que hay un “reverso”, un “envés” del platonismo), expresa también la
acción de “revertir” –en el sentido de “devolver”, “restituir” o “restablecer”. Creemos que
con este término se expresa de manera más acabada el supuesto teórico que subyace a la
crítica deleuziana, a saber, que hay que “devolver” el pensamiento a un momento, a una
encrucijada, y revertir así los efectos que tuvo el platonismo en la imagen del pensamiento.
La reversión deleuziana no se propone derribar o invertir los supuestos platónicos, sino más
bien revertir sus efectos.
definición de la sofística como arte o técnica (téchne). El problema platónico
es el la “selección de pretendientes”, de ahí que Deleuze llame a la obra
platónica la Odisea filosófica.
La categoría de “problema” es la clave de lectura en la inversión
deleuziana del platonismo. Los problemas, dice Deleuze, están siempre
expresados por una pregunta. La pregunta-problema platónica es “¿quién
es mejor?”. La construcción filosófica debe entonces responder con un
criterio de selección. Este es el rol de la Idea que opera como paradigma.
Pero la Idea opera sólo en el marco de un proceso que requiere del método
dialéctico para producir la diferencia. Es necesario, para citar el ejemplo del
Fedro, que haya dos tipos de manía, la buena (éros) y la mala (nósos) para
poder selecciona la “verdadera manía”, la del linaje erótico. El proceso tiene
además un tercer elemento, el mito. Es el mito el que opera en realidad como
criterio fundante. La distinción de las locuras del Fedro es sólo posible a
través del relato de la circulación de las almas. Es decir que el mito funda la
base para la selección que opera la Idea, previamente producida la diferencia
entre los pretendientes a ser seleccionados.
208 Así describe Deleuze la manera en que opera la máquina platónica en
los diálogos que exponen el método dialéctico. Sin embargo, de los textos
que Deleuze toma como casos de estudio, el Sofista escapa a esta descripción
en un punto: no encontramos en este diálogo un mito fundante. Este rasgo
peculiar le permite a Deleuze utilizarlo como vía de deconstrucción del
platonismo. El hecho de que no haya mito fundante en el Sofista está
directamente relacionado con el objeto del texto, a saber, la búsqueda del
sofista, o lo que es lo mismo: la búsqueda del simulacro. En el diálogo,
Teeteto y el Extranjero de Elea (quien es presentado como un “verdadero
filósofo” pero de quien queda la duda de que realmente lo sea a causa del
carácter irónico del diálogo) se proponen acorralar al sofista dando una
definición de su técnica. Esto significa que lo que se proponen es dar un
criterio que seleccione, de hecho, al falso pretendiente. El sofista debe ser
atrapado en una definición que lo exprese como aquello que es: un mago
(goés), un ilusionista (thaumatopoiós), es decir, un no-filósofo. El Sofista
es la búsqueda del simulacro. Deleuze encuentra la ironía del platonismo en
que al aventurarse por esta línea de pensamiento termina indicando la vía
de su inversión. Al desarrollar la noción de simulacro como concepto con el
fin de acorralar al sofista como tal, Platón abre la posibilidad de desbordar
Valeria Sonna
1968: 293)
6
Uno de los principales rasgos de las sofística es la amphisbetesis puesto que es una
práctica agónica que consiste en el contradecir (antilegein) más que en el decir (legein)
frente a una audiencia.
a los objetos en su categoría. Por ejemplo, a la pesca con caña dentro de las
artes de caza por adquisición. O a la sofística como parte de las técnicas de
producción y, dentro de esta, de las técnicas de producción de imágenes.
Deleuze, en cambio, interpreta que esta exposición del método como una
búsqueda de definiciones es una ironía que esconde su verdadero propósito
que es “seleccionar linajes” y no dividir un género en especies. Deleuze
afirma que el verdadero problema platónico es la selección, dentro del plano
de lo sensible, entre imágenes auténticas e imágenes inauténticas.
Para tener un criterio que le permita establecer una selección, Platón
necesita instalar un plano de trascendencia que funde primero la división,
produzca así la diferencia, y luego determine el criterio de la selección.
La verdadera división entonces, la división profunda, no se da entre Ideas
y copias de la Idea (la clásica división de un mundo sensible y un mundo
inteligible) sino entre “copias-ícono” y “simulacros-fantasma”. La copia,
debido a una proporción interna que se ajusta al Modelo (la Idea), es un
ícono (eíkon). El simulacro, en cambio, se sustrae al modelo debido a una
desproporción interna. No es eíkon sino phántasma.
210
El desarrollo del Sofista
El objetivo general de este diálogo de Platón es dar una definición de
la técnica sofística (Sof. 217 a). Para ello se procede, mediante el método
de división, a clasificar las técnicas como técnicas de adquisición o de
técnicas de producción. Dentro de las técnicas de producción se coloca a
la técnica de producción de imágenes (eidolopoiiké). Ésta es presentada
como parte de la práctica mimética que es extensiva a la poesía y la pintura.
Noburu Notomi (1999), en su comentario al Sofista sostiene la hipótesis de
que Platón presenta en este diálogo a la sofística como parte de la mímesis
con el objeto de evocar la crítica que dirige contra los poetas en República
X, donde también se vale del concepto de simulacro para expresar el tipo
de imagen que produce la práctica mimética (Cfr. Rep. 598c). Tanto en
República como en el Sofista la crítica es inaugurada con la presentación
irónica de la mímesis como una técnica que puede producir todas las cosas.
De allí que se la describa como un juego (paidiá)
EXTR.- ¿Y qué? Cuando alguien dice que sabe todo y que puede enseñar
lodo a los demás, por poco dinero y en poco tiempo, ¿no debemos pensar
Valeria Sonna
griega para nuestros enunciados del tipo “no es x”. Esto le permite salir de
la definición de lo falso como aquello que no-es (formulación eleática que
genera la aporía de que lo falso no puede ser dicho porque no existe). De
este modo puede afirmarse que lo falso es (existe) y no-es en el sentido de
que es algo otro, es diferente (héteron).
El rol del simulacro es fundamental en este problema. La preocupación
de Platón es la de poder sostener que existen cosas tales como los simulacros,
a saber, imágenes discursivas que son falsas porque son algo diferente de
lo que pretenden ser. Imágenes impostoras. La manera en que Platón logra
proponer a nivel argumentativo esta posibilidad de algo que es y no es
(existe pero no-es x) es a través de la postulación de la “diferencia” (héteron)
como uno de los géneros mayores del discurso (mégista géne). Los géneros
mayores son cinco: el ser mismo (la existencia), el cambio, el reposo, lo
mismo y lo diferente (Sof. 254 a-257d).
EXTR.- ¿Qué queremos decir realmente con “mismo” (autós) y con
“diferente” (héteron)? ¿Son acaso otros dos géneros (géne) además de los
tres primeros, si bien están siempre necesariamente entremezclados con
aquéllos, y entonces debe considerarse que ellos son cinco y no tres, o, sin
darnos cuenta, con “mismo” y con “diferente” estamos enunciando algo que
pertenece a aquéllos?
(Sof. 254e-255 a)
9
tháteron es la contracción de tò + héteron
relación del pensamiento con sus objetos a partir del “reconocimiento” en
lo sensible de su esencia inteligible. Esencia expresada por la Idea y que
le otorga a sus “copias” la identidad a través de su expresión en el lógos
fijando su significado de manera unívoca. Sin embargo, deja abierta la otra
vía, la de la diferencia, cuyo concepto es el simulacro.
La distinción entre la técnica de producción de íconos y la técnica de
producción de simulacros es la que distingue la práctica filosófica de la
práctica sofística. Esta discusión es retomada nuevamente hacia el final del
diálogo donde se reformula la distinción. Se vuelve a dividir la mímesis en
una práctica imitativa erudita (mímesis historiké) y una práctica imitativa
conjetural (doksomimetiké) (Sof. 267c). Ésta es subsidiaria de la clásica
división platónica entre opinión (doxa) y ciencia o conocimiento (episteme)
que cruza y da eje a la discusión gnoseológica de los diálogos medios. El
diálogo concluye con la siguiente definición del sofista:
EXTR.- Miro y, para mí, han de distinguirse dos [linajes (génos)]: a uno
lo veo capaz de ironizar en público con largos discursos dirigidos a la
muchedumbre; al otro, en cambio. Lo veo en privado, valiéndose de discursos
216 breves, obligando al interlocutor a contradecirse a sí mismo .
TEET.- Hablas correctamente.
EXTR.- ¿Cómo podríamos caracterizar al que hace largos discursos? ¿Como
político o como orador popular?
TEET.- Como orador popular.
EXTR.- ¿y cómo llamaremos al otro? ¿Sabio o sofista?
TEET.- Sabio es imposible, pues sostuvimos que no sabe nada. Como es un
imitador del sabio es evidente que tomará un nombre semejante al de éste,
y ya casi he comprendido que es necesario afirmar que él es, en verdad,
absoluta y realmente, un sofista.
EXTR.- ¿Lo amarraremos, entonces, como antes, agrupándolo que se refiere
a su nombre, desde el fin hacia el comienzo?
TEET.- Completamente.
EXTR.- La imitación (mimetikón) propia de la técnica de la discusión
(enantiopoiologikés), en la parte irónica de su aspecto «erudito» (doxastikes),
del genero simulativo (toû phantastikoû génous) de la técnica –no divina, sino
humana– de hacer imágenes, dentro de la producción, en la parte limitada
a fabricar ilusiones (thaumatopoiikón) en los discursos: Quien dijera que
Valeria Sonna
esta es realmente “la estirpe y la sangre” del sofista diría, según parece, la
verdad máxima.
(Sof. 268b-d)
La ironía del diálogo es que la mímesis conjetural parece incluir tanto al
sofista como al filósofo puesto que, de acuerdo a la descripción que se da de
la misma, es una práctica que no puede distinguirse finalmente de la socrática.
10
Tal es el caso del filósofo que logra salir de la caverna y, mediante este desplazamiento
logra salir del encantamiento de las sombras. Este encantamiento sólo logra su efecto desde el
punto de vista del que está encadenado y no puede girar su cabeza hacia atrás. Cfr. Rep. 514 a-c
11
La traducción es nuestra. “Le non-être pose en vérité, et pour nous, la question du
sujet, parce que si le phantasma est possible, cela vient de la place particulière que le sujet
occupe par rapport au Sujet universel, et omnivoyant…
grado cero de la perspectiva, el problema de la Objetividad. Platón propone
el problema de manera que instala la necesidad de un punto de vista objetivo.
A su vez, él salva este punto de conflicto con la postulación de las Ideas
como criterio de dicha objetividad.
La Idea determina la legitimidad de las imágenes desde un plano supra-
sensible. La posibilidad humana de acceso a este plano está garantizada
desde el punto de vista epistémico por la anámnesis, que garantiza el acceso
de la psyché a la Idea, y desde un punto de vista metafísico por la méthexis,
que garantiza la presencia de la Idea en sus imágenes. En este sentido la
Idea es principio del nombrar en el plano discursivo, y del ser verdadero
en el plano de lo real. Pero la eficacia de la Idea como criterio depende de
que le concedamos a Platón la necesidad de un punto de vista objetivo. Sin
embargo, tal como Platón mismo construye el problema, nunca tenemos la
certeza de no estar ante un simulacro. Esta es la ironía platónica a la que se
refiere Deleuze cuando a propósito del Sofista afirma que es Platón mismo
quien nos indica la vía de la reversión (Deleuze 1969:295). Este juego
aporético está presente en la mayoría de los diálogos platónicos, a saber, en
218 todos los diálogos socráticos o diálogos de juventud y en al menos dos de
los diálogos de madurez, el Teeteto y el Sofista. El juego más interesante del
Sofista es que si uno lee atentamente el diálogo, todo parece una gran ironía
puesto que no sabemos si el Extranjero de Elea es efectivamente un filósofo
o un sofista. Notomi (1999) sostiene que el Extranjero propone a Teeteto
un procedimiento de investigación mediante imágenes de manera tal que la
búsqueda del sofista se da a través de estas imágenes. La radicalidad de la
pregunta por el sofista se extiende entonces al Extranjero mismo. Teeteto
no podría saber si se encuentra ante un simulacro o no:
EXTR. - ¿Y no será necesario, Teeteto, que la mayoría de los oyentes de
entonces, una vez transcurrido un tiempo adecuado y alcanzada cierta edad,
al encarar las cosas más de cerca, y al verse obligados por la experiencia a
entablar un contacto diáfano con la realidad, deban cambiar las opiniones
recibidas al punto de parecerles que lo grande era pequeño, que lo fácil
era difícil, y que todas las apariencias basadas en aquellos razonamientos
quedaron completamente tergiversadas, en la práctica, por los hechos?
TEET. - Según puedo juzgar a mi edad, así es, si bien creo estar todavía
entre los que se encuentran bastante lejos.
EXTR. - Precisamente por ello todos intentaremos – y ya lo estamos
Valeria Sonna
intentando- que estés lo más cerca posible, sin que tengas que llevar a cabo
la experiencia.12 Y para volver al sofista, dime lo siguiente: ¿ha quedado
en claro que es un mago, imitador de las cosas, o nos queda aun la duda de
12
El resaltado es nuestro
que quizá él posea realmente el conocimiento de aquello que parece capaz
de contradecir?
(Sof. 234d-235 a)
Notomi afirma que el diálogo nos pone ante un serio problema ético. Más
allá de la pregunta “¿estoy ante un sofista?”, si se lee el diálogo a conciencia,
debe surgir también la pregunta ¿soy yo un sofista? (Notomi 1999: 68-73)
De a misma manera podemos plantear el cuestionamiento en los términos
que nos interesan aquí: ¿cómo saber si estamos ante un simulacro? ¿es que
hay algo más que simulacros?
La potencia de este concepto, pensado en términos de la crítica
deleuziana, radica en este desafío que presenta a la Idea misma como criterio.
La radicalidad de la propuesta de Deleuze está en el tomar el punto de vista
del simulacro. Si todos los puntos de vista son considerados igualmente como
perspectivas entonces todo lo que hay son efectos-de x. La propuesta es la
de la renunciar a la posibilidad de un plano de trascendencia por el que se
garantiza que hay un punto de vista privilegiado desde el cual el simulacro
puede ser reconocido como tal. Desde un punto de vista gnoseológico esta
perspectiva presenta el problema de la búsqueda de un criterio de selección 219
que se proponga desde la inmanencia del plano de las imágenes. Desde un
punto de vista ético nos presenta el problema de cuál es la relación en la que
nos ponemos a nosotros mismos con el conocimiento una vez descartada la
posibilidad de una pregunta como la platónica.
La segunda característica del simulacro es la diferencia que le es
esencial. El simulacro es una imagen falsa porque hay una previa asociación
de la Idea con “lo mismo” (tò tautón). El simulacro, en cambio, pertenece a
un linaje de imágenes que pertenecen al género de “lo diferente” (tháteron).
Este linaje no tiene un paradigma, porque “lo diferente” no se predica de
las Ideas. El resultado es un linaje de imágenes que no se vinculan entre sí
por la semejanza (que es el criterio de selección de las copias de la Idea)
sino que ésta pasa a ser un efecto exterior. Es por ello que Deleuze ve en
el simulacro la potencia del pseudós nietzscheano. La ausencia de la Idea
como modelo da por resultado la ausencia de jerarquías:
Deleuze lector de platón
(Aillez 1994:157).
13
Por ello consideramos que David Lane (2011) se equivoca en su crítica a la inversión
deleuziana. Lane sostienen que Deleuze sólo invierte la estructura platónica elevando al
simulacro al lugar de lo real no manifiesto. Creemos que esto se debe a que piensa el juego
entre lo latente y lo manifiesto desde una perspectiva metafísica cuando debe pensarse desde
una perspectiva metodológica, y en pos de una plurivocidad del sentido.
Es esclarecedor en este punto pensar la propuesta de Aillez de tomar la
lectura deleuziana como una lectura sintomática en relación a lo que dice
Althusser de su propia lectura en el prefacio de Para leer el capital. Althusser
define su lectura de Marx como una lectura sintomática en la medida en
que “…descubre lo no descubierto en el texto mismo que lee y lo refiere,
en un mismo movimiento, a otro texto, presente por una ausencia necesaria
en el primero.” (Althusser-Balibar 1967: 33) El carácter sintomático refiere
al juego entre lo visible y lo invisible. Lo invisible debe entenderse como
lo invisibilizado por las mismas condiciones del planteo del problema. La
vista es el efecto de las condiciones del planteo del problema puesto que
son las que determinan sus objetos en el tipo de pregunta que proponen.
Es por ello que proponer un nuevo problema tiene por efecto visibilizar
nuevos elementos al darles otro contexto, otras condiciones de posibilidad
en el contexto de otro preguntar.
La Idea platónica como concepto remite a un problema sin el cual
carecería de sentido (Deleuze-Guattari 1991: 22). Es la manera en que se
presenta el problema el que abre las preguntas para las cuales el concepto
222 será respuesta. Todo forma parte de una configuración de sentido que es
creada por el tipo de preguntas que se formula. Es por esto que Deleuze
insiste en que si no se encuentra el problema que da marco a una filosofía
el desarrollo permanece abstracto y si se encuentra el problema, todo se
vuelve muy concreto. En esta misma línea, el simulacro es síntoma de un
problema no-formulado. El contexto problemático en el que Deleuze lo pone
a funcionar le da la posibilidad de desarrollarse como concepto. Es síntoma
porque, en tanto signo, vuelve visible una nueva configuración problemática.
Nos abre una posibilidad del pensamiento en la que la identidad no es el
principio gnoseológico, sino la diferencia. Si “sólo las diferencias se parecen”
la semejanza ya no puede operar por analogía. De este modo se rompe la
base que articula la representación como modelo epistémico.
Valeria Sonna
Referencias bibliográficas
Bibliografía fuente
Deleuze, G. (1968) Différence et répétition, Paris, PUF. (y versión castellana
Diferencia y repetición, Buenos Aires, Amorrortu, 2002)
Deleuze, G. (1969) Logique du sens. Paris, Les éditions de minuit (y versión
castellana Lógica del sentido, Buenos Aires, Paidós, 2005)
Deleuze, G. – Guattari, F. (1991) Qu´est-ce que la philosophie, Paris, Les éditions
de minuit; (versión castellana Qué es la filosofía. Barcelona, Anagrama, 1993)
PLATÓN Sofista. En Diálogos, Vol. V. Traducción y notas de CORDERO, N. L.
Madrid, Gredos, 1988
PLATÓN Sofista. República. Traducción y Notas de MÁRSICO, C. y DIVENOSA,
M. Buenos Aires, Losada, 2005.
Bibliografía complementaria
Aillez, E. (1992) “Ontología y logografía. La farmacia, Platón y el simulacro” en
Cassin, B. (comp), Nuestros griegos y sus modernos, Buenos Aires, Manantial,
pp. 155-168. [Trad. Irene Agoff], 1994
Althusser, L – Balibar, E (1967) Para leer El Capital, México DF, Siglo XXI,
[Trad. Marta Harnecker], 2004. 223
Audouard, X. (1966) “Le simulacre”, Cahiers pour L´analyse, Vol. 3, pp. 57-72
Bouaniche, A. (2007) Gilles Deleuze. Une introduction. Paris, Agora.
Ginoux, I. (2005) “Platon” en Leclercq, S. (comp), Aux sources de la pensée de
Gilles Deleuze, Vol. 1, Pris, Sils Maria Éditions, pp. 155-160.
Heidegger, M (1961) Nietzsche. Barcelona, Ed. Destino, [Trad. Juan Luis Vermal],
2000.
Lane, D. (2011) “On the Reversal of Platonism: The Mimetic Abyss”, SubStance,
Volume 40, Number 2, (Issue 125), pp. 105-126.
Notomi, N. (1999) The unity of Plato´s Sophist, University Press, Cambridge.
Williams, J. (2003), Deleuze´s Difference and repetition. A critical introduction
and guide, Edinburgh. Edinburgh University Press.
Sonna, V. “La reversión deleuziana del platonismo y la teoría estoica de la
causalidad.” En Bieda, E. – Mársico, C. (ed.) Diálogos interepocales, Buenos
Aires, Rhesis, (en prensa).
Deleuze lector de platón
CLOSURE INTUITIONS AND RESTRICTION
Leandro De Brasi
Universidad Alberto Hurtado, Chile
Abstract
In this article I consider some alleged intuitive costs concerning the denial
of the full generality of the Principle of Closure for knowledge. Usually
philosophers dismiss such denial as highly counter-intuitive but I argue
that, at least with regard to the alleged costs here considered, this is wrong:
given our folk-intuitions, there are no such costs. So a fallibilist who seeks
to halt the closure-based sceptical argument can restrict the principle with
no such intuitive costs.
Praxis Filosófica Nueva serie, No. 38, enero-junio 2014: 225 - 248 ISSN: 0120-4688
INTUICIONES Y RESTRICCIÓN
DEL PRINCIPIO DE CIERRE
Resumen
En este artículo, considero algunos supuestos costos intuitivos relativos a la
negación de la generalidad del Principio de Cierre para el conocimiento.
Usualmente los filósofos descartan tal negación como altamente contra-
intuitiva pero argumento que, por lo menos en relación a los supuestos costos
aquí considerados, esto es incorrecto: dadas nuestras intuiciones folk, no
hay tales costos. Por lo tanto un falibilista que busca detener el argumento
escéptico basado en el principio de cierre puede restringir el principio sin
sufrir esos supuestos costos intuitivos.
Leandro De Brasi
Universidad Alberto Hurtado, Chile
1
Pritchard (2013, p. 65) talks about the core relevant alternates intuition: “that in order to
know a proposition, p, what is required is that one is able to rule out all those not-p alternatives
that are […] relevant.” He also suggests “the natural motivation for fallibilism [...] is the
intuition that in order to know one only needs to be able to rule out the error-possibilities
that are […] relevant” (2005, p. 35).
say, whether something is a goldfinch, we don’t need to show that it isn’t
a stuffed goldfinch, unless our worldview renders that error-possibility a
significant one. This then is in line with our folk-intuitions, say: we don’t
think that the detective needs to rule out the possibility that Queen Elizabeth
II stole my car.
So, according to this particular fallibilist approach, the knowledge-
yielding procedures eliminate only the relevant alternatives that challenge
the truth that p (and not all possible challenges).2 And here I take it that
whether a given challenge is relevant with regard to p depends on our
worldview: more precisely, on whether we reasonably take such a challenge
to represent a likely error-possibility (Rysiew, 2001, p. 488, 2005, p. 54).
In other words, if some possibility is reasonably taken not to significantly
change the truth-conduciveness of a knowledge-yielding procedure, such
possibility is discounted as irrelevant. This is then the sense of ‘relevant’ that
we are working with and it is this sense that explains why we don’t think we
need to eliminate the possibility of the bird being a stuffed goldfinch when
considering whether it is a goldfinch. And importantly, this is also why we
don’t think we need to rule out sceptical possibilities, such as evil demons 229
and brains-in-vats scenarios. So this view matches our pre-theoretical folk-
intuitions, as we would prefer (Greco, 2000, p. 205).3
The subject then is to meet all the epistemic challenges that are
reasonable with regard to p (given her worldview). And these are the
challenges that are dealt with by exploiting the relevant knowledge-yielding
procedures, or, as J.L. Austin says, the various “recognized procedures (more
or less roughly recognized, of course), appropriate to the particular type
of case” (1970, p. 87). It is only the epistemic demands that are enough to
prove p that ought to be met (Austin, 1970, p. 85). But, Closure intuitions and restriction
2
Hendricks (2006) refers to this kind of approach as forcing, where error-possibilities
are forced out for being too remote or speculative and so not being considered.
3
Or so I assume here given that my opponent in this article exploits alleged pre-theoretical
folk-intuitions to quickly discard the denial of the Principle of Closure. But let me make a brief
related point. Of course there might be an issue as to whether those intuitions should really
be taken into consideration. Experimental philosophers have for a while now been suggesting
that intuitions, folk or otherwise, are not reliable data for theory construction (e.g. Alexander
et al., 2010; Weinberg et al., 2001). But, regardless of whether experimental philosophers are
onto something (and certainly it isn’t clear that they are—e.g. Boyd and Nagel, 2014; Turri,
2013), we needn’t here worry about this challenge since again the opponent takes it that, for
some reason (maybe because they take it to be reliable data or a starting point that grounds
the inquiry to commonsense, from which our inquiries cannot deviate too far at the expense
of changing the subject), this data has a role to play in theory construction.
“Enough is enough: it doesn’t mean everything. Enough means enough to
show that [within reason] it ‘can’t’ be anything else, there is no room for
an alternative, competing, description of it. It does not mean, for example,
enough to show that it isn’t a stuffed goldfinch” (1970, p. 84).
Now, this fallibilism is welcome since it isn’t clear we could have much
knowledge if infallibilism were to be adopted: conclusive grounds, where all
possible epistemic challenges to p are ruled out, aren’t readily available for
creatures like us. In most cases, our grounds seem to be logically consistent
with the truth of not-p: that is, our grounds normally don’t seem to entail or
necessitate the truth of p (consider, for example, Barry Stroud’s (1984) plane-
spotters who identify the planes on the basis of inconclusive information,
and so is our evidence, when identifying goldfinches and zebras). Indeed,
infallibilism seems to rule out knowledge in many different domains, such
as scientific and historical ones, that we would normally claim to have it. As
David Lewis says, “uneliminated possibilities of error are everywhere. Those
possibilities of error are far-fetched, of course, but possibilities all the same.
They bite into even our most everyday knowledge” (1996, p. 549). And,
230 since such an infallibilistic position would conflict with our folk-intuition
about the possibility of knowledge in different domains, fallibilism seems
preferable.4 Indeed, its continuing widespread acceptance in epistemology
can be seen as a result of this piece of commonsense (e.g. Cohen, 1988, p.
91; Vahid, 2008, p. 325).5
Having said that, if we accept a Principle of Closure [C] that says,
roughly, that if one knows that p, competently deduces q from p and believes
that q, then one knows that q,6 [C] reintroduces the need to eliminate the
remote (sceptical) possibilities in order to know ordinary propositions. After
4
Of course if we are to answer Stroud’s complaint that we “cannot conclude simply from
our having carefully and conscientiously followed the standards and procedures of everyday
life that we thereby know the things we ordinarily claim to know [...given that the] admitted
fact that we do not insist on eliminating [the sceptical] possibility in everyday life does not
show that we do not need to eliminate it in order to know” (1984, p. 69), we would need to
independently motivate the above fallibilist approach. But as mentioned before, my aim here
isn’t this. I don’t aim to show that knowledge is possible but show that, to stop the closure-
based sceptical argument, this fallibilist can restrict closure with no folk-intuitive costs that
this move is usually associated with.
Leandro De Brasi
5
I here take the folk-intuitive data to be part of commonsense.
6
Where p can stand for [p and (p→q)]. Baumann (2011, p. 599) refers to [C] as expressing
“the core of the idea of knowledge closure currently discussed.” Cf. Dretske (2010, p. 133):
“Closure is the principle that one knows, or at least one is automatically positioned to know
[…], all the known logical consequences of things one knows.” But we won’t be concerned
with weaker and more vague being-positioned-to-know closure principles or stronger and
false closure of knowledge under entailment principles.
all, given [C], if I don’t know that (q) I’m not a brain in a vat (BIV), then
I don’t know that (p) I have a hand.7 In other words, [C] reintroduces the
problem we were meant to avoid by adopting fallibilism: having to eliminate
extraordinary possibilities in order to know ordinary propositions.
Although this problem could be avoided if [C] were not to hold
unrestricted, most philosophers don’t seem keen on exploiting this strategy.
Indeed, it is usually claimed that [C], or something very much like it, is
highly intuitive or extremely plausible and the cost to deny it is too much
for any theory to pay (e.g. Hawthorne, 2004; Pritchard, 2013; Williamson,
2000). This is partly why the closure-based sceptical argument can be and
is often recast as a paradox, where we (putatively) have three individually
intuitive claims that seem jointly inconsistent (Cohen, 1988): (a) I know
that I have a hand (p), (b) I don’t know that I am not a BIV (q), and (c) If
I know that p, I know that q. Moreover, the denial of [C]’s full generality
would seem to commit us to the possibility of “abominable conjunctions”
(DeRose, 1995), such as that we can know that I have a hand and not know
that I am not a BIV.
Below I consider these alleged costs concerning the denial of [C]’s full 231
generality. I argue that they aren’t costs and that the above fallibilist who seeks
to accommodate the possibility of knowledge can deny [C]’s universality and
indeed ought to do so if we are to capture our folk-intuitions (as the opponent
seems to assume—see fn.3). So let us start by considering the aforementioned
abominable conjunctions and later on the intuitiveness of [C].
Abominable Conjunctions
Fallibilism seems to commit us to abominable conjunctions since it
seems that, say, when looking at the zebra, I can know that it is a zebra but
not know that it is a painted mule (given that the ordinary procedure usually
exploited to determine that it is a zebra doesn’t rule out the possibility of
it being a painted mule). So taking for granted that the conjunctions seem
Closure intuitions and restriction
8
That is, we can in this case extend our knowledge by means of non-deductive reasoning.
I’m assuming that IBE isn’t a disguised inductive inference. In an IBE, one infers a hypothesis
that explains a given set of data better than competing hypotheses (which is what, say, the
detective normally does, Sherlock Holmes aside, when confronted with the clues). Normally,
Leandro De Brasi
features such as simplicity, economy and fit with background information are put forward
as the kind of virtues that allow us to choose among alternatives. The inductive inference
might instead go like this: All zoos so far haven’t engaged in such a deception (the fact that
there are no reports that zoos engage in such deception supports this general statement), so
in all likelihood this zoo isn’t engaged in such a deception.
9
Assuming a knowledge norm of assertion, this allows us to explain cases such as
Kvanvig’s (2008, p. 477), where we assert the animals aren’t “fancy robotics.”
possibility is legitimate (i.e. based on concrete reasons), and we usually seem
to withdraw and reverse it, if clear about the legitimacy of such introduction.
So, given that we naturally think that knowledge requires elimination of
significant (i.e. relevant) error-possibilities, the reason for the withdrawal is
that we aren’t sure whether the painted-mule possibility is a significant one
and the reason for the reversal is that we think such possibility is significant.
Importantly, assuming a Gricean approach (where our talk exchanges
are governed by something like the Cooperative Principle: make your
conversational contribution such as is required, at the stage at which it occurs,
by the accepted purpose or direction of the talk exchange in which you are
engaged),10 when people introduce error-possibilities, we naturally think
that there is some concrete reason for the introduction given the Maxim of
Relation (i.e. to be relevant—otherwise, there would be no point in doing so)
and so naturally reverse the claim. As Austin would say, introducing such
an error-possibility doesn’t (normally) mean merely that you are a fallible
human being: “it means that you have some concrete reason to suppose that
you may be mistaken in this case” (1970, p. 98). After all, if the possibility
isn’t significant, the Maxim of Quantity (i.e. to be as informative as required) 233
recommends that one doesn’t raise it.
Applying this to our case, the painted mule possibility is now taken to
be not merely a salient possibility but a relevant one that isn’t eliminated by
the (e.g. perceptual) procedure exploited to determine whether the animal
is a zebra in the ordinary case, hence we naturally end up with a reversal.
Once the painted-mule possibility is introduced in the above circumstances
where one takes it to be a significant possibility, it would be conversationally
infelicitous to continue claiming that one knows that it is a zebra since it
implicates that one can rule it out. Indeed, unless one thinks there are no
concrete reasons for the introduction of the possibility and even if it actually
is an insignificant one, one doesn’t take oneself to know given that a putative
significant error-possibility hasn’t been eliminated. In these circumstances
Closure intuitions and restriction
we wouldn’t hold the conjunction either. So, given the above, we wouldn’t
normally hold the abominable conjunction, whether we are clear or not as
to whether the possibility is significant or not. And so this seems to explain
why we as folk think it is an abominable conjunction (cf. Dretske, 2005).
question below). After all, if [C] fails, [T] does too since deduction represents
12
Just as with [C], there are slightly different formulations of [T] in the literature (see e.g.
Pritchard, 2013, p. 75), but this one will do for present purposes since it helps us to highlight
the most significant difference between the principles, which allows us to understand their
relation. But notice that I am setting aside the issue as to whether the principle requires de
novo knowledge of the conclusion: i.e. it requires the acquisition of knowledge not previously
had by any other means. As we shall soon see, what matters to us is that the principle specifies
one means by which that knowledge is present, regardless of whether this is the only means
by which knowledge is present. For more on the distinction between the principles, see e.g.
Davies (1998) and Wright (2000).
13
I hereby ignore the parenthetical qualification.
one way of coming to know the conclusion that q that we can’t come to
know that q given [C]’s failure. So [C]’s failure threatens [T], which is in
turn supported by the “core idea.”
But we should notice that this intuition doesn’t address the full generality
of [T]: it merely says that we can gain knowledge by deduction. The intuition
is in fact compatible with restrictions to [T]. As Kvanvig says, the claim
that “deduction is always and everywhere knowledge-extending does not
follow from the obviously correct claim that deduction is a way of extending
knowledge” (2008, p. 474). So it is consistent with commonsense for both [T]
and [C] to be restricted but not altogether rejected, unless [T]’s restrictions
are such that the possibility of gaining knowledge by deduction is more
or less limited than what we normally take it to be (given consideration to
particular cases). But if this is so, the denial of the full generality of [C],
which borrows its intuitiveness from the “core idea,” needn’t count as not
capturing the commonsense data.
Of course, none of this shows that [C] should be restricted. But if
the above is correct, it puts pressure on the claim that the “abominable
236 conjunctions” are counter-intuitive for the folk because of [C], since at least
the general folk-intuition doesn’t commit us to [C]’s universality. And as we
shall next see, particular folk-intuitions concerning [T] support a restriction
of [T] in extraordinary cases (such as the zebra case), hence those intuitions
failing to support [C] in those cases too. And although we shouldn’t forget
that counter-examples to [T] aren’t counter-examples to [C] (so [C] can still
retain its full generality even if our intuitions suggest restrictions to [T]), the
intuitive case for the above explanation of the abomination of the conjunctions
is surely weakened. So let us introduce next the case for an intuitive restriction
to [T] and consider afterwards whether an analogous one applies to [C] too.
in this case how we can deduce from our knowledge that it is a zebra via the
ordinary means of looking at the animal that we know that it isn’t a painted
mule (Cohen, 2005, p. 424; Wright, 2003, p. 60). Again, in that case, if we
were asked how we knew that it isn’t a painted mule, we would find it absurd
to reply that we do so because it looks like a zebra (“Look at the stripes!”)
and if it is a zebra then it isn’t a painted mule, since it doesn’t seem that we
are in a position to know. It seems that we would know too easily that the
painted mule hypothesis is false. This is of course a version of the “problem
of easy knowledge” (Cohen, 2002, 2005), where some basic knowledge
interacts with a deductive rule to allow us to know certain propositions far
too easily given the circumstances.14 Here we are exploiting this problem
to point out that [T] seems to require some restriction and so that the denial
of the full generality of [T] actually counts as capturing the intuitive data.
Therefore the above general folk-intuition is consistent with a restriction
on the class of known propositions that deduction can be used on to gain
knowledge and, I suggest, a restriction seems required when considering our
particular folk-intuitions concerning specific cases, as the above exemplifies.
Now, according to this data, [T] doesn’t apply to all known propositions,
but let me here suggest an explanation as to why this is so.
The knowledge-yielding procedures are truth-discriminating: that is,
they discriminate truths from falsehoods. So the procedures provide us with
the capacity to distinguish competing state of affairs. This is easily seen in
the zebra case: when exploiting the perceptual procedure, one distinguishes
there being a zebra from, say, there being a giraffe. And this ability to tell
the difference between competing states of affairs is an essential element
of what makes a procedure truth-conducive. So, as one would expect, this
notion of discrimination is central to reliability (Goldman, 1976, 1986). As
238 Alvin Goldman says, “To be reliable, a cognitive mechanism must enable
a person to discriminate or differentiate between incompatible states of
affairs” (1976, p. 771). He motivates this claim by means of the famous
fake-barn case, where one can’t distinguish the real from the fake barns
and so one doesn’t seem to know. That is, he exploits our intuition that
knowing that p requires the ability to distinguish p from state of affairs
where p is false.
This ability to discriminate is central to our understanding of the
procedures as being truth-conducive and it is in line with the idea that
knowledge requires a discriminative capacity: the capacity to discriminate
truth from falsehood. If it was lacking, one would be achieving the truth
accidentally and not have knowledge (McGinn, 1999). Consequently, “A
knowledge attribution imputes to someone the discrimination of a given state
of affairs from possible alternatives” (Goldman, 1976, p. 772). Indeed, this
ability to discriminate is what provides the proper connection to the world
that knowledge requires and we desire. So, this requirement is motivated by
the fact that “knowledge is a matter of responsiveness to the way the world
is” (Roush, 2005, p. 122) and discrimination is the natural option that allows
Leandro De Brasi
Basic knowledge is knowledge that one has prior to knowing that its source is legitimate.
14
We won’t deal with the other problem of easy knowledge: “bootstrapping,” where easy
knowledge is obtained via track-record arguments that exploit deductions (Vogel, 2000;
Cohen, 2002; Van Cleve, 2003).
us to achieve such responsiveness.15 Knowledge requires a proper connection
to the fact that makes the target proposition true, where a proper connection
is a connection that allows us to discriminate such proposition from other
state of affairs where it is false. And I suggest it is because of this constraint
that the deductive rule fails, in certain cases, to transmit. Let me illustrate.
I come to know, say, that I have hands via a perceptual procedure
that doesn’t eliminate the BIV alternative since it is irrelevant (given our
worldview). So when I infer, on the basis of having hands entailing not
being a BIV, that I am not a BIV, this belief isn’t knowledge, even if true,
because in these cases even if the BIV possibility isn’t relevant for the
having-hands claim, it certainly is the kind of state of affairs that needs to be
discriminated for the not-being-a-BIV claim, given that knowledge involves
a discriminative capacity. More specifically, there is no discrimination of
the target proposition in this particular piece of reasoning. So there is no
discriminative capacity in place with respect to the target proposition. When
the procedure via which we come to know p doesn’t discriminate q then
we can’t know via deduction that q, since we would fail to discriminate q
from other state of affairs where not-q. That is, since in order to know the 239
conclusion one has to discriminate a possibility that isn’t relevant when
coming to know the premises, one doesn’t come to know the conclusion via
the deduction. So if there is an expansion of discriminatory power between
the premises and the conclusion, the deduction fails to transmit.
Now, ordinary procedures (perceptual or otherwise) don’t discriminate
extraordinary propositions since these aren’t relevant (that is, the truth-
discriminating power of the ordinary procedures is limited to certain
significant possibilities given our worldview). So we can expect a [T]
failure when some such ordinary procedure is employed to know the
ordinary proposition that entails the extraordinary conclusion. For example,
one can’t know by means of the deduction that it isn’t a painted mule
from one’s knowledge that it is a zebra by means of looking at it since it
Closure intuitions and restriction
15
Sensitivity (which is here understood as the satisfaction of the following subjunctive:
not-p→not-B(p), which in a crude but intuitive reading states that “if p were false, S wouldn’t
believe that p” and only close possible worlds are relevant to its evaluation) is another way
of being responsive to the world. But, Roush argues, safety fails to be so (where safety is
understood as the satisfaction of the following subjunctive: B(p)→p, which in a crude but
intuitive reading states that “if S believed that p, then p would be true” and, again, only close
possible worlds are relevant to its evaluation). It fails because “it gets the direction of fit wrong
for what knowledge is” (2005, p. 121). Regardless of this, neither of them seems the natural
option and they don’t seem required to account for the non-accidentality of knowledge (De
Brasi, forthcoming). Anyway, I obviate them here since my aim is merely to offer a plausible
explanation of the restriction that commonsense seems to suggest.
doesn’t take into account the extraordinary possibility. After all, as Fred
Dretske says,
“Our ways of discovering P are not necessarily ways of discovering what
we know to be implied by P. From the fact that you know that P implies Q,
it does not follow that you can see (smell, feel, etc.) that Q just because you
can see (smell, feel, etc.) that P” (2005, p. 14).
So one can’t come to know, say, that one isn’t a BIV via deduction from
one’s knowledge that one has hands via some ordinary (e.g. perceptual)
procedure. But there might be other ways in which one can come to know
that one isn’t a BIV anyway, such as an IBE (but notice, given the way the
sceptical hypotheses are designed, not many procedures will be able to deal
with them).16 And so importantly if we were to achieve knowledge of an
ordinary proposition p via an IBE that discriminates the sceptical situation
q in order to determine that p, one can come to know via deduction that q.
Having said that, the Moorean inference, from my knowledge that I have
a hand via some ordinary procedure, is deeply counter-intuitive and our
240
explanation allows us to embrace this folk-intuition that one doesn’t come
to know that one isn’t a BIV by means of this inference.17
Similarly, there are other ways in which one can know that it isn’t a
painted mule, say by checking for paint or through an IBE as suggested
above. Importantly, there are ways in which we can come to know that it
isn’t a painted mule via deduction if we know that it is a zebra through one
of these (non-ordinary) procedures (given usual circumstances). After all,
those are the kind of procedures that help us determine that it is a zebra by
ruling out the possibility (among others) that it is a painted mule. Anyway,
even if we can gain knowledge that it isn’t a painted mule via deduction when
employing certain discriminatorily powerful procedures to know that it is a
16
The IBE contrasts the target proposition with competing hypotheses, and so discriminates
it from other states of affair where it is false. Certainly philosophers have often suggested
and sometimes attempted (though schematically) such IBEs and the hypothesis of not being
a BIV seems to be a better explanation of the data than the alternatives. But, in order to make
the inference, the folk wouldn’t only need to be aware of the relevant data but also of the
different competing hypotheses so to weigh their merits. Note that, when explaining the data,
the negative hypothesis “not being a BIV” needs to be backed up by a specific (“real-world”)
Leandro De Brasi
hypothesis (see Bonjour, 1985; Vogel, 2008). So, although some might be able to know via
IBE that one isn’t a BIV, most people aren’t. That is, given the requirements on performing
such IBEs, their successful employment is significantly restricted. So we can expect the IBE
to normally fail to provide the folk with the knowledge that one isn’t a BIV (even if it is a
legitimate means to know so). This can explain why the folk normally think that they don’t
know that they aren’t BIVs: there is no procedure they can normally implement.
17
Schematically, the Moorean argues as follows: KHands, KHands→KNot-BIV \ KNot-BIV.
zebra, these procedures aren’t the ones we normally need to use or usually
use (given our worldview) in order to know that it is a zebra. And it won’t be
known through a deduction that exploits one’s knowledge that it is a zebra
when achieved through an ordinary procedure (since this will be an item
of knowledge that isn’t powerful enough to allow for the discrimination of
the target proposition). So, although one can normally gain knowledge via
deduction of ordinary propositions (say, that the animal isn’t a giraffe) and
even sometimes of extraordinary propositions (say, that the animal isn’t a
painted mule—as long as there is no expansion of discriminatory power),
one cannot always do so.18
Anyhow, the cases where we don’t achieve knowledge that p via some
such discriminatorily powerful procedure are also the cases where, as seen
above, it seems that we gain knowledge too easily: that we can get knowledge
on the cheap. After all, as Colin McGinn says, “it can be easier to know p
than q though p implies q (and not vice versa) because q requires more in
the way of discrimination than p” (1999, p. 27; see also Goldman, 1986, p.
56). In these cases, [T] doesn’t satisfy the above discriminatory constraint,
since not-q isn’t taken into account when considering p, hence not allowing 241
us to discriminate q from state of affairs where it is false. Indeed, one can’t
come to know the conclusion when one’s ordinary (loosely-described)
evidence doesn’t address it.
With [T] we are not merely transmitting truth, and since in these cases we
aren’t in a position to know the conclusion via the deductive reasoning, [T]
fails. In these cases, it seems we would be helping ourselves to some unearned
positive epistemic status required for knowing. And the lack of discriminatory
power explains why we can’t come to know the conclusion in some cases
when engaging in the deductive reasoning. Now, this explanation isn’t ad hoc
given the independently motivated reason for this discriminatory constraint.
Indeed, as mentioned, it is the natural way for us to think of procedures that are
responsive to the world. And so an unrestricted [T] fails in some cases because
Closure intuitions and restriction
one can have the positive epistemic status required for knowledge in the case
of the premise but not the conclusion, based on the deductive reasoning, due
to a discriminatory deficit. But we can see that if there is no discriminatory
deficit, [T] holds. And this is exactly so in the uncontroversial cases where
we can extend our knowledge through deduction (say, where we move from
knowing that it is a zebra to the deduced claim that it isn’t a giraffe).
18
I have been ignoring the further and trivial possibility of [T] failure in cases in which
one already knows the conclusion if one is to understand the principle as requiring de novo
knowledge of the conclusion (see fn.12). So in cases where knowledge is present before the
reasoning occurred, this particular [T] also fails.
The above then provides us with an explanation as to why we don’t
know in cases where the knowledge seems to be acquired too easily and
do know in cases where it seems appropriate to extend our knowledge via
deduction. So we can answer Ram Neta’s question as to why it is that, in the
relevant range of cases, we can’t gain knowledge so easily (2005, p. 189):
namely, there is a discriminatory deficit. So I can know that it is a zebra
via ordinary means but not know that it isn’t a painted mule via deduction
from that item of knowledge. And I can know that I have hands via ordinary
means but not know that I am not a BIV via deduction from that item of
knowledge. But, although this stops us from having “easy knowledge,” we
saw we can still have knowledge via deduction in both cases. And more
generally, we saw we can expand our knowledge deductively. As long as
there is no lack of discriminatory power, we can gain knowledge through
deduction. Again, from my knowing that it is a zebra and that if it is a zebra,
it isn’t a hippopotamus, I know that it isn’t a hippopotamus (and so with
goldfinches and cravens, and red and blue tables).
So I suggest that, consistent with commonsense (particularly, the general
242 “core idea” and the particular folk-intuitions concerning “easy knowledge”
cases), [T] is to be restricted and, given that [C]’s intuitive support rests on
[T]’s, the folk-intuitive data doesn’t support the full generality of [C] either.
So the apparent abomination of the above conjunctions doesn’t seem to rest,
for the folk, on the intuitive appeal of [C] since it is silent with respect to
[C]’s full generality. But this needn’t mean that [C], unlike [T], doesn’t enjoy
such generality since counter-examples to [T] aren’t counter-examples to
[C] even if, as Dretske would say, appreciating the failure of [T] makes the
failure of [C] “easier to swallow” (2005, p. 15). Next then I want to consider
the universality of [C], since an unrestricted [C] would seem to reintroduce
problems of easy knowledge as well as sceptical ones.
Closure Again
Recall that [C] doesn’t specify the way we come to know the conclusion,
so [T] being restricted doesn’t show that [C] is too. Indeed, [C] doesn’t
concern any specific procedure by which we acquire the knowledge of the
conclusion, it simply states that some attributions of knowledge about a
subject are incompatible: more precisely, if the antecedent of [C] is satisfied
Leandro De Brasi
(knowledge that p, etc.), you must attribute knowledge that q to the subject.
So [C] merely states that we know the conclusion by whichever means.
Indeed, we might know the conclusion by some other inferential method,
such as an induction or IBE. And as pointed out above, we can know via
some such procedure that, say, the animal isn’t a painted mule, given our
background information. So even if the deduction fails to transmit knowledge
in this case, we might still be able to know the conclusion. We can have [T]
failure without [C] failure. But the fact that we can know via other means
the conclusion (given the available background information) doesn’t mean
that we always know. The above concession doesn’t help us establish [C]’s
universality.
At this point, however, one might want to suggest that, in becoming
aware of the entailment, one also becomes aware of an error-possibility
for which one must “form a view about what entitles you to dismiss this
possibility,” since “becoming aware of an error-possibility that you know
is incompatible with what you believe and being unable to rationally
dismiss it is […] knowledge-defeating” (Pritchard, 2010, pp. 255-6, 261;
see also Pritchard, 2013). And the background information is meant to
provide the evidence to defeat this defeater. Now, if this is correct, we can
easily appreciate that [C] holds in this case. After all, the evidence required
to rationally dismiss the defeater to p eliminates the illicit expansion of
discriminatory capacity otherwise normally present in such cases, since that
evidence is meant to rule out the possibility that not-q. 243
Now, although this move doesn’t commit one to the implausible view
that one needs to dismiss these error-possibilities at all times in order to know
ordinary propositions (2010, pp. 261, 265fn.19; 2013, p. 104fn.17), the move
still seems to be too demanding. After all, as noticed, salient possibilities
needn’t be taken as relevant ones (i.e. as introducing a significant error-
possibility; cf. Pritchard, 2010, pp. 260-1). The disagreement lies in the role
salient possibilities might have as defeaters (Pritchard, 2013, pp. 79-80). The
suggestion is that “if I hadn’t considered the possibility before, I should now”
and that even if I don’t have any concrete reasons for thinking that this is a
significant error-possibility, still “I should be able to rule it out” (2010, p.
262). But this seems too demanding since after all one doesn’t have reasons
to believe that the alternative represents a significant error-possibility (and
Closure intuitions and restriction
stolen and driven off (assuming there is only a small chance that this is so), we don’t want
to say that I know this lottery proposition. And this, according to the approach suggested, is
to be expected since the procedure employed for knowing the ordinary proposition doesn’t
possess enough discriminatory power to allow us to know the conclusion. Moreover, since
the possibility of the car being stolen is, ex-hypothesi, small, such possibility isn’t relevant
when coming to know the ordinary proposition. Anyway, [C] seems to fail since there doesn’t
seem to always be another way of making up for such discriminatory deficit.
behind [C] makes clear, this seems wrong. Although commonsense doesn’t
support [C]’s universality, hence allowing us to restrict [C], it is clear our
general and particular folk-intuitions support a restricted [T], which suggests
that [C] at least sometimes holds.20
Concluding Remarks
Just like [T], [C] seems to hold in some cases and fail in others. Still
this can do justice to our “core idea” that knowledge can be gained by
deduction. So this licenses deductive knowledge but importantly doesn’t
force us to attribute knowledge in easy knowledge cases (including those
involving sceptical scenarios) since, in tune with our folk-intuitions, we can
fail to know the conclusion due to a discriminatory deficit, as I have here
suggested. So, as seen, we can explain, as it is sometimes demanded, “why
it is that, for any particular piece of [ordinary] knowledge, it seems that we
can inferentially expand it in some ways but not in others—even when the
inference is the same across these cases” (Neta, 2005, p. 196).
Nonetheless, even if it can be true that one knows that it is a zebra but
not know that it isn’t a painted mule, we wouldn’t, as seen, often hold or 245
utter the above “abominable conjunctions” since we would normally think
they are wrong and conversationally infelicitous. But even if we are unlikely
to think or assert them, such propositions needn’t be false.21 Importantly,
these conjunctions don’t seem abominable due to their falsehood given an
unrestricted [C]. Therefore, given that the above restriction move doesn’t do
violence to commonsense and we can explain why we consider the above
conjunctions as abominable, we can conclude that a fallibilist approach of
the sort here presented that restricts closure in order to accommodate the
possibility of knowledge doesn’t suffer from those oft-mentioned closure-
related intuitive disadvantages.
All else being equal, there are no reasons for preferring non-closure-
restricted accounts given the relevant folk-intuitions. Moreover, given the
Closure intuitions and restriction
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Leandro De Brasi
22
Moreover, if we were to successfully answer to Stroud’s complaint (fn.4—see De Brasi
(ms) to gain an idea as to how this can be done) and given that “an outstanding challenge
for epistemology [is] to show how knowledge can be possible at all without being easy”
(Van Cleve, 2003, p. 57), this fallibilist approach would both accommodate and explain the
possibility of knowledge as well as the folk-intuitive data concerning easy knowledge. This
would give us a very good reason for favouring it.
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248
Leandro De Brasi
Reseñas
LA INDEPENDENCIA: RECEPCIÓN DE IDEAS
Y CONSTRUCCIÓN DE MITOS
Lisímaco Parra Paris (ed.)
Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2012. pp. 329.
*
Edwin Cruz Rodríguez es candidato a Doctor en Estudios Políticos y Relaciones
Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia. Entre sus principales áreas de
trabajo se encuentra: Teoría política contemporánea, historial conceptual, historial conceptual
del federalismo en Colombia. Correo electrónico: ecruzr@unal.edu.co
Praxis Filosófica Nueva serie, No. 37, julio-diciembre 2013: 251 - 255 ISSN: 0120-4688
Según el autor, la ambivalencia que caracteriza esa relación no puede
explicarse al margen de las distintas coyunturas en las que Bello manifestó
su posición al respecto: en el momento de la Independencia parece asumir
una actitud monarquista, una vez consolidado ese proceso –en el contexto
de la fundación de las nuevas naciones– rechaza el antiespañolismo y
reivindica el valor del legado cultural de la Colonia desde una perspectiva
no conservadora.
Seguidamente, Juan Guillermo Gómez, abogado y filósofo, profesor de
la Universidad Nacional sede Medellín, analiza “la independencia literaria
en Hispanoamérica”, el anhelo por una suerte de emancipación estética de
las formas hispánicas, una autonomía literaria o “búsqueda de la propia
expresión” (p. 108) permanente en estos dos siglos de independencia.
Para ello, interpreta principalmente La Biblioteca Americana (1823) y
El repertorio americano (1826-1827) publicados por Bello y García del
Río en Londres, con el objeto de formar una idea de Hispanoamérica
y una comunidad de lectores a partir del cultivo de las letras clásicas y
la reivindicación de las formas de expresión latino-peninsulares, como
252 condiciones para formular una particularidad americana. Su análisis también
se detiene en la Asociación de Mayo de 1837, en la Argentina de Alberdi
y Echeverría, que darían paso a la lectura de la realidad bajo la dicotomía
civilización/barbarie y, al mismo tiempo, un antihispanismo, que finalmente
se realiza con un gran ingenio expresivo en Sarmiento.
En el capítulo cuarto, el sociólogo, magister en ciencia política y
profesor de la Universidad de Antioquia, Rafael Rubiano, pregunta por el
papel de las ideas en la revolución hispanoamericana, un aspecto que en
comparación con revoluciones como la francesa no ha sido suficientemente
investigado, a partir de ciertas reflexiones metodológicas del historiador
argentino José Luis Romero. El autor resalta los llamados de Romero a
superar la tradicional historia política para construir representaciones del
pasado en las que dialogara la historia social, cultural y política en una
perspectiva interdisciplinar, tomando la región como objeto de estudio,
sin extrapolar mecánicamente los modelos de análisis de las revoluciones
europeas y, sobre todo, concibiendo las ideas como “mentalidades” más que
como ideologías, lo que a la postre le permitió destacar la influencia de las
ideas de la Ilustración española en este proceso.
Luego, el filósofo e investigador del Instituto de Estudios
Latinoamericanos de la Universidad Libre de Berlín, Carlos Rincón,
estudia la articulación entre “pinturas fundacionales” y el “mito patriótico”
reseña
1
Zea, L. (1976) El pensamiento latinoamericano, Barcelona: Ariel, p. 20.
Europa, se pueden aplicar y se han aplicado mecánicamente en el contexto
latinoamericano: “Conceptos importados de modernidad y progreso se
han turnado al compás de las modas intelectuales sin enraizarse realmente
en las realidades latinoamericanas (p. 31-32). Este supuesto, nada nuevo
por lo demás, desconoce que necesariamente dichas ideas se “refractan
en la realidad ambiente”, en este caso latinoamericana, como diría el
sociólogo Orlando Fals Borda 2, de acuerdo a factores sociales, culturales,
económicos y relaciones de poder propias de la región. Las ideas nunca
se aplican mecánicamente, siempre pasan por el tamiz cultural donde son
recepcionadas.
En el mismo sentido, el profesor Parra se enfoca en la manera como
probablemente los criollos leyeron la discusión sobre la federación y
confederación en Estados Unidos, enfatizando una cierta pobreza en la
lectura que tenían al desconocer las diferencias entre ambos conceptos.
Quizás una perspectiva historiográfica haría de ese desconocimiento su
objeto de estudio para preguntarse no por qué tan acertada era su lectura
sino, más bien, ¿por qué no se hacían las distinciones que con detalle señala
el profesor Parra? o, en otros términos, ¿cuáles eran los intereses políticos 255
que evitaban que se hicieran tales distinciones conceptuales y llevaban a
los actores políticos a resaltar otros aspectos?
praxis filosófica
2
Fals Borda, O. (2008) La subversión en Colombia. El cambio social en la historia,
Bogotá: Fica-Cepa, p. 24.
Índice de números
ÍNDICE DE NÚMEROS
William Betancourt. Nietzsche: filosofía y José Fernández Vega. El arte global entre la
educación crisis de sentido y el giro teórico
José Daniel Parra. The Rhetoric of Action: Juan Manuel Cuartas. Maurice Merleau-
A Reflection on Plato´s Gorgias Ponty y el “Paisaje de la Filosofía de
Ivana Costa. Prosperidad y caída de la la Existencia”
Sanja Ivic. Hermeneutical Aspect of Reseña
Reference Remo Bodei. La Sensation de déjà vu. Un
Oswaldo Plata Pineda. Libertad y violencia déjà-vu no visto. Crítica del libro Déjà
Traducciones vu de Remo Bodei. (Reseña de Julio
D. Lewis. Mundos Posibles (Traducción de Alberto Bejarano Hernández)
María José García Encinas)
Descartes. Carta sobre el proyecto de un Nueva Serie, No. 31, Julio Diciembre 2010
lenguaje universal (Traducción de Artículos
Juan Francisco Manrique) Edwin G. García A. y Anna Estany. Filosofía
Uriah Kriegel. Teorías de la conciencia de
(Traducción de Carlos M. Muñoz-Suárez) las prácticas experimentales
Reseña y enseñanza de las ciencias
Francis S. Collins. ¿Cómo habla Dios? La José Daniel Parra. Political Psychology in
evidencia científica de la fe (Reseña de Plato´S Alcibiades I
Ramiro Ceballos Melguizo) Boris Salazar. Entre Marx y Zuleta: pausa,
crisis y revolución
Nueva Serie, No. 30, Enero-Junio 2010 César Augusto Soares da Costa. Premissas
Artículos conceituais sobre a formação do
Alejandro Ramírez Figueroa. Naturaleza de materialismo de Marx
los razonamientos basados en modelos. Pablo César Riveros. La metafísica de las
Daian Tatiana Flórez Quintero. ¿Es leyes de la naturaleza de David Lewis
posible considerar las anomalías como María J. Binetti. La influencia de Kierkegaard 271
instancias refutadoras? en
Iván Garzón Vallejo. Los dilemas del la reconstrucción de la subjetividad
carácter público de los argumentos posmoderna
filosóficos y religiosos en el liberalismo Iván Alexander Muñoz Criollo. Anotaciones
de John Rawls sobre una posible fundamentación
Hardy Neumann Soto. Heidegger y la tesis de la ética en Ser y tiempo de Martin
de Kant sobre el ser. A propósito de la Heidegger
conferencia de 1961 Luciano Arcella. Liberarse de las raíces
Antonio Rodríguez Jaramillo. El sujeto como Marco Alexis Salcedo Serna. La ausencia de
humana condición: ensayos del señor obra en la locura
de Montaigne Julián Ferreyra. Representación órgica: la
Mario Heler. Gestión de conocimiento: ontología de Leibniz en el capitalismo
algunas cuestiones suscitadas por sus deleuziano
supuestos acerca del conocimiento Juan Carlos Moreno Ortíz. La filosofía de
Marta Cecilia Betancur. Persona y máscara la ciencia en Colombia. Historia de su
Julio César Vargas. De la formación desarrollo
humanista a la formación integral: Germán Guerrero Pino. La noción de
reflexiones sobre el desplazamiento del modelo en el enfoque semántico de las
sentido y fines de la educación superior teorías
Ysis Vélez. Vínculos comunitarios entre Entrevista
Sophos y político en Aristóteles Jhon A. Isaza y Nicolás A. Duque. Nuestros
praxis filosófica
Nueva Serie, No. 34, Enero-Junio 2012 Nueva Serie, No. 35, Julio-Diciembre 2012
Artículos Artículos
Daian Tatiana Flórez Quinter Juan Antonio González de Requena Farré
¿Exige el realismo científico un El ethos de la separación y la moralidad
compromiso con la teoría adverbial en Oakeshott
correspondentista de la verdad? Laura Liliana Gómez Espíndola
Luciano Mascaró Disputas de Aristóteles y Diodoro Crono
La ciencia como habitualidad, y sus en torno a la necesidad lógica
riesgos inherentes: estudio acerca de Rafael Miranda Rojas
los conflictos relacionados al carácter Futuros contingentes, bivalencia e
tradicional de la ciencia en “el origen indeterminismo epistémico
de la geometría” de Husserl Nicolás Zavadivker
Julio César Vargas Bejarano Neoracionalismo y metaética
Tres propuestas para renovar el programa Mauricio Zuluaga
de la “Filosofía como ciencia El principio de cierre lógico del
rigurosa” de 1911 conocimiento y el escepticismo
César Augusto Soares da Costa Bernardita Navarro Cruz
A educação a partir das barbas de El conocimiento sustancial que el alma 273
Marx tiene de sí misma: una interpretación
Alejandro Bilbao de la posición agustiniana en el De
Creación, identidad y frontera en el Trinitate
contexto de la globalización: Nelson Jair Cuchumbé Holguín
inconciliables y cultura mundial El aporte filosófico de Gadamer y Taylor
Liliana Spinella a la democracia: actitud de diálogo
Una interpretación alternativa acerca de la abierto y reconocimiento recíproco
apropiación originaria en John Locke Eduardo Álvarez González
Manoel Ribeiro de Moraes Junior Biologismo, jerarquía y crítica de la
De Marx a Horkheimer: uma história da cultura en Nietzsche
convergência entre teoria e práxis Paula Fleisner
Giuseppe Lorini La misteriosa vida de la potencia.
Can Constitutive Rules Create a Practice? la importancia del concepto de
Gonzalo Scivoletto “potencia” para la formulación
La fundación práctica de la teoría desde un agambeniana del concepto de vida
punto de vista hermenéutico-trascendental Bernardo Ainbinder
Julder A. Gómez Posada Heidegger y el problema de la vida más allá
Desacuerdo y malentendido de una botánica de las plantas
Traducciones Traducciones
Emma Rodríguez Camacho María José García-Encinas
Que est-ce que la justice? de Jacques Disposiciones traicioneras
praxis filosófica
Eidos, Revista de Filosofía de la Universidad del Norte, acaba de publicar su número 19, con un dossier
dedicado a Rafael Gutiérrez Girardot, en el que se encuentran tres textos inéditos de su autoría.
El contenido completo se puede visualizar en http://rcientificas.uninorte.edu.co/index.php/eidos.
Gracias por mantener el interés en nuestra publicación.
Contenido
9 Editorial 122 Dossier: Rafael Gutiérrerz Girardot
Orlando Araújo Fontalvo Nuevas fuentes para la interpretación de la
obra crítica de Rafael Gutiérrez Girardot
10 Artículos Juan Guillermo Gómez García
Afirmar la soledad: Heidegger y Blanchot
acerca del arte 170 Friedrich Schlegel: Sobre una edición de sus
Gary Peters escritos
Rafael Gutiérrez Girardot
39 Acerca de algunas estrategias Traducción del alemán por Juan Guillermo
retórico-pedagógicas en los Discursos de Gómez García
Epicteto relativas a la proairesis
Rodrigo Sebastián Braicovich 179 Presentación de Walter Benjamin
Rafael Gutiérrez Girardot
57 Los contraejemplos tipo-Frankfurt y la Traducción del alemán por Juan Guillermo
“Defensa-W” Gómez García
Carlos G. Patarroyo G.
199 La lírica de Quevedo
82 Pensar la inmanencia: Gilles Deleuze y Rafael Gutiérrez Girardot
François Traducción del alemán por Juan Guillermo
Jullien Gómez García
Marcelo Sebastián Antonelli
210 La identidad hispanoamericana y otras
106 Lo indefinido en la física matemática de polémicas [Reseña]
Descartes Damián Pachón Soto
Françoise Monnoyeur Broitman
235 Perfiles académicos
eidos, Revista de Filosofía de la Universidad del Norte, es una revista electrónica internacional
de acceso abierto y de periodicidad semestral (junio, diciembre). Está indexada en Publindex,
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7
Las dos caras de la ira en la Ilíada: ῆ (mênis) − ό (khólos)
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Apel y Rorty en el debate contemporáneo
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Subdeterminación, equivalencia empírica y realismo científico
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