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Esta combinación de baja probabilidad y extrema gravedad de las consecuencias hace que
la clásica estrategia aristotélica de evitar los extremos resulte impracticable: parece
imposible sostener una posición racional moderada, a medio camino entre el alarmismo (los
ecologistas anuncian una catástrofe universal inminente) y la disimulación de la verdad (la
minusvaloración de los peligros). La estrategia de la minusvaloración acaso sirva para
recordar que el alarmismo se basa en predicciones sólo en parte avaladas por la observación
científica, mientras que, por su parte, la estrategia alarmista, claro está, siempre podrá
replicar que, cuando las catástrofes se puedan predecir con plena certeza, ya será, por
definición, demasiado tarde. Lo cierto es que no existe un procedimiento científico
objetivo, o cualquier otro medio, que genere un conocimiento seguro sobre la existencia e
incremento de los riesgos: más allá de las multinacionales expertas en explotación o de los
organismos gubernamentales especializados en minusvalorar los peligros, no existe ningún
modo de establecer con certeza el incremento del riesgo: ni los científicos ni los expertos en
previsiones son capaces de proporcionar respuestas concluyentes y cada día nos
bombardean con nuevos descubrimientos que vienen a trastocar nuestras pequeñas certezas.
¿Y si se descubriera que la grasa ayuda a prevenir el cáncer? ¿Y si el calentamiento global
fuera el resultado de un ciclo natural y aún debiéramos arrojar a la atmósfera más dióxido
de carbono? No existe a priori ningún justo medio entre el "exceso" del alarmismo y la
tendencia, petrificada en la irresolución, a remitir las cosas a un futuro indefinido con un
"No se apuren; estamos a la espera de nuevos datos". En el caso del calentamiento global,
la lógica del "Evitemos los extremos: ni la emisión incontrolada de dióxido de carbono ni el
cierre inmediato de centenares de fábricas; y dadnos tiempo para actuar" resulta claramente
inoperante. Y esta impenetrabilidad no se debe tanto a la "complejidad" como a la
reflexividad: la opacidad y la impenetrabilidad (la nueva incertidumbre radical respecto a
las consecuencias últimas de nuestros actos) no se deben a que seamos marionetas en
manos de algún trascendente Poder planetario (el Destino, la Necesidad histórica, el
Mercado), sino, antes al contrario, a que "nadie lleva las riendas", a que "ese poder no
existe", no hay ningún "Otro del Otro" manejando los hilos; la opacidad nace,
precisamente, porque la sociedad contemporánea es enteramente "reflexiva", ya no existe
Naturaleza o Tradición que proporcione una base sólida sobre la que pueda apoyarse el
poder, incluso nuestras aspiraciones más íntimas (la orientación sexual, etc.) se viven cada
vez más como decisiones a tomar. Cómo alimentar y educar a un niño, cómo desenvolverse
en el terreno de la seducción sexual, cómo y qué comer, cómo descansar y divertirse: todos
estos ámbitos están siendo "colonizados" por la reflexividad, vividos como cuestiones por
resolver y respecto de las cuales tomar decisiones.
¿Qué es, entonces, lo que no acaba de encajar en la teoría de la sociedad del riesgo? Acaso,
¿no acepta plenamente la inexistencia del gran Otro y no analiza las consecuencias ético-
políticas de esa ausencia? Lo cierto es que, contradictoriamente, esta teoría es,
simultáneamente, demasiado específica y demasiado genérica. Por un lado, aunque
recalque cómo la "segunda modernización" nos obliga a transformar nuestras ideas sobre la
acción humana, la organización social o, incluso, sobre el desarrollo de nuestras identidades
sexuales, la teoría subestima el impacto de la nueva lógica social en todo lo relativo al
emergente estatuto de la subjetividad. Por otro lado, aunque conciba la fabricación de
riesgos e incertidumbres como una forma universal de la vida contemporánea, esta teoría no
analiza las raíces socio-económicas de esa fabricación. Sostengo, por mi parte, que el
psicoanálisis y el marxismo, obviados por los teóricos de la sociedad del riesgo en tanto que
expresiones superadas de la primera ola de modernización (el esfuerzo racionalizador por
desentrañar el impenetrable Inconsciente y la idea de una sociedad transparente a El
malestar en la sociedad del riesgo sí misma controlada por la "inteligencia colectiva"), sí
pueden contribuir a la comprensión crítica de la subjetividad y de la economía.