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Testimonios de la conquista y colonización del Río de la Plata.

Las crónicas de Indias:

El descubrimiento y la conquista de América significaron el encuentro entre dos mundos. Esa


aventura, que tenía fines muy concretos, fue testimoniada en los relatos de los cronistas de Indias, que nos
brindan su visión de la conquista. En esas crónicas se presenta el nuevo mundo interpretado desde una
perspectiva europea. A partir de Colón, con su Diario de Viaje (1492), los sucesivos cronistas de Indias
sorprendieron a los ávidos lectores europeos con sus testimonios sobre la realidad descubierta. Al marchar
hacia América, habían recibido expresas indicaciones de la corte española para que relataran los
acontecimientos de la gesta y describieran todo lo que vieran en las Indias. Así lo hicieron. En sus obras
cuentan hechos, describen el territorio que recorren, fijan su atención en el carácter y costumbres de sus
habitantes, refieren el contacto pacífico o violento que con ellos establecen, detectan los productos de la
tierra y registran curiosidades de todo tipo. En las crónicas la fidelidad histórica convive con elementos
fantásticos tomados de las historias bíblicas, de los mitos de la cultura grecolatina, de las leyendas de
origen medieval y de las novelas de caballería, es decir, de una cosmovisión sedimentada en la mente de
los relatores, según su ocupación y su cultura.

La literatura hispanoamericana nace con las crónicas de Indias. Sus cronistas son los
conquistadores, los soldados, los historiadores, los evangelizadores, los naturalistas, recién llegados de
Europa.

Cristóbal Colón (1451- 1506):

El descubridor de América también realizó el relato de su primer viaje al Nuevo Mundo y la


descripción de las tierras descubiertas. Así se convirtió en el primer escritor de América en lengua
española. Su Diario de Viaje es el primer testimonio de la realidad americana, pero no se conserva su
texto original. Redactado por Colón durante su primer viaje, fue compendiado por Bartolomé de las Casas
en su Historia de Indias, a veces en forma resumida y otras en forma textual: en los pasajes importantes,
el religioso reproduce fielmente las palabras de Colón.

Las dos concepciones que dominan su obra son:

+ La naturaleza (América) como un paraíso de abundancia.


+ El hombre natural (el indio) sencillo, virtuoso y feliz.

Pasada la medianoche del jueves 11 de octubre, Colón vio por primera vez las tierras americanas. En el
siguiente texto, el padre Las Casas resume las primeras impresiones sobre el paisaje y el hombre
americanos, que el Almirante registró en su Diario:

“(.....) Puestos en tierra vieron árboles muy verdes y aguas muchas y frutas de diversas maneras. El
Almirante llamó a los dos capitanes y a los demás que saltaron en tierra, y a Rodrigo de Escovedo,
Escribano de toda el armada, y a Rodrigo Sánchez de Segovia, y dijo que le diesen por fe y testimonio
como él por ante todos tomaba, como de hecho tomó, posesión de la dicha isla por el Rey o por la Reina
sus señores, haciendo las protestaciones que se requerían, como más largo se contiene en los testimonios
que allí se hicieron por escripto. Luego se ayuntó allí mucha gente de la isla. Esto que se sigue son
palabras formales del Almirante, en su libro de su primera navegación y descubrimiento de estas Indias.
“Yo, (dice él), porque nos tuviesen mucha amistad, porque conocí que era gente que mejor se libraría y
convertiría a nuestra Santa Fe con amor que no por fuerza, les di a algunos de ellos unos bonetes
colorados y unas cuentas de vidrio que se ponían al pescuezo, y otras cosas muchas de poco valor, con
que hobieron mucho placer y quedaron tanto nuestros que era maravilla. Los cuales después venían a las
barcas de los navíos adonde nos estábamos, nadando, y nos traían papagayos y hilo de algodón en ovillos
y azagayas ( 1 ) y otras cosas muchas, y nos las trocaban por otras cosas que nos les dábamos, como
cuentecillas de vidrio y cascabeles. En fin, todo tomaban y daban de aquello que tenían de buena
voluntad. Mas me pareció que era gente muy pobre de todo. Ellos andan todos desnudos como su madre
los parió, y también las mujeres, aunque no vide más de una farto ( 2 ) moza. Y todos los que yo vi eran
mancebos, que ninguno vide de edad de más de treinta años: muy bien hechos, de muy fermosos cuerpos
y muy buenas caras: los cabellos gruesos cuasi como sedas de cola de caballos, e cortos: los cabellos
traen por encima de las cejas, salvo unos pocos de tras que traen largos, que jamás cortan. Dellos se
pintan de prieto (3) |, y ellos son de la color de los canarios ( 4) , ni negros ni blancos, y dellos se pintan
de blanco, y dellos de colorado, y dellos de los que fallan, y dellos se pintan las caras, y dellos todo el
cuerpo, y dellos solos los ojos, y dellos sólo el nariz. Ellos no traen armas ni las conocen, porque les
amostré espadas y las tomaban por el filo y se cortaban con ignorancia. No tienen algún fierro: sus
azagayas son unas varas sin fierro, y algunas de ellas tienen al cabo un diente de pece, y otras de otras
cosas. Ellos todos a una mano son de buena estatura de grandeza y buenos gestos, bien hechos. Yo vide
algunos que tenían señales de feridas en el cuerpo, y les hice señas qué era aquello, y ellos me amostraron
cómo allí venían gente de otras islas que estaban acerca y les querían tomar y se defendían. Y yo creí e
creo que aquí vienen de tierra firme a tomarlos por captivos. Ellos deben ser buenos servidores y de buen
ingenio, que veo que muy presto dicen todo lo que les decía, y creo que ligeramente se harían cristianos;
que me pareció que ninguna secta tenían. Yo, placiendo a Nuestro Señor, llevaré de aquí al tiempo de mi
partida seis a V.A. para que deprendan fablar. Ninguna bestia de ninguna manera vide, salvo papagayos
en esta isla.” Todas son palabras del Almirante.

1- Azagaya: lanza o dardo pequeño y arrojadizo.


2- Farto: harto, muy.
3- “se pintan de prieto”: se pintan de color muy oscuro, casi negro.
4- Canarios: habitantes de las islas Canarias.

Fray Bartolomé de las Casas:

Nació en Sevilla en 1474 y murió en Madrid en 1566. Vivió varios años en América. Se lo ha
llamado el “protector de los indios” porque los defendió con pasión en sus libros, criticando a los
conquistadores y su sistema de guerra contra los nativos, y a la organización colonial y su sistema de
explotación de los indios.

(....) “ y sé por cierta e infalible ciencia, que los indios tuvieron siempre justísima guerra contra los
cristianos, y los cristianos una ni ninguna nunca tuvieron justa contra los indios, antes fueron todas
diabólicas e injustísimas, y mucho más quede ningún tirano se puede decir del mundo, y lo mismo afirmo
de cuantas han hecho en todas las Indias.
“Después de acabadas las guerras y muertos en ellas todos los hombres, quedando comúnmente los
mancebos y mujeres y niñas, repartiéronlos entre sí, dando a uno treinta, a otro cuarenta a otro ciento y
doscientos según la gracia que cada uno alcanzaba con el tirano mayor, que decían gobernador, y así
repartidos a cada cristiano, dábanselos con esta color (1) que los enseñase en las cosas de la fe católica,
siendo comúnmente todos ellos idiotas y hombres crueles, avarísimos y viciosos, haciéndolos curas de
ánimas. Y la cura o cuidado que de ellos tuvieron fue enviar los hombres a las minas a sacar oro, que es
trabajo intolerable; y las mujeres ponían en estancias, que son granjas, a cavar las labranzas y cultivar la
tierra, trabajo para hombres muy fuertes y recios. No daban a los unos ni a las otras de comer sino hierbas
y cosas que no tenían substancia, secábaseles la leche de las tetas a las mujeres paridas, y así murieron en
breve todas las criaturas, y por estar los maridos apartados, que nunca veían a las mujeres, cesó entre ellos
la generación, murieron ellos en las minas de trabajos y hambre y ellas en las estancias o granjas de lo
mismo; y así se acabaron tantas y tales multitudes de gentes de aquella isla, y así se pudiera haber
acabado todas las del mundo. Decir las cargas que les echaban de tres y cuatro arrobas ( 2 ) , y los
llevaban ciento y doscientas leguas ( 3 ) , y los mismos cristianos se hacían llevar en hamacas, que son
como redes, a cuestas de los indios, porque siempre usaron de ellos como de bestias para cargas. Tenían
mataduras en los hombros y espaldas de las cargas, como muy matadas bestias. Decir asimismo los
azotes, palos, bofetadas, puñadas, maldiciones y otros mil géneros de tormentos que en los trabajos les
daban, en verdad, que en mucho tiempo ni papel no se pudiese decir y que fuese para espantar los
hombres.

1- Color: razón, motivo, pretexto.


2- Arroba: Peso equivalente a 11 kilos y 502 gramos.
3- Legua: Medida de longitud equivalente a unos 5 km y medio.

Leyenda de la Maldonado (Leyenda argentina).

Corría el año 1536 cuando los conquistadores españoles llevaban a cabo la primera fundación de
Buenos Aires.
Bajo el sol americano, hombres y mujeres trabajaban levantando chozas donde resguardarse; después
las rodearon con un improvisado cerco para sentirse más seguros en aquellas tierras que no conocían.
Desde lejos los indios querandíes los observaban en silencio y poco a poco se fueron acercando.
Comprendieron las señas de los extranjeros y aceptaron los objetos que les dieron. Desde ese momento
los indios se encargaron de traerles el alimento necesario.
Pasaron los días y entre estos hombres tan diferentes empezaron los desacuerdos; hasta que una
mañana el sol fue testigo de las primeras luchas entre querandíes y españoles.
Después los indios atacaron sin descanso y los españoles, para protegerse, prohibieron a su gente
alejarse más allá de la empalizada. Sólo a unos pocos soldados se les autorizó a salir a buscar algo de
comida.
El tiempo pasaba lentamente y los conquistadores fueron sorprendidos por el hambre, que cruzó el
cerco y se instaló en sus chozas. Pocos días más tarde aparecieron muertos los primeros españoles.
Esa noche una de las mujeres, llamada Maldonado, ya no pudo soportar quedarse en su choza
esperando una muerte segura y decidió salir fuera de la empalizada. Sabía que estaba prohibido hacerlo
pero no le importaba quela castigaran.
Cuando todo estuvo en silencio, se alejó del lugar para buscar algo con qué aplacar aquel hambre que
la torturaba.
Caminó y caminó hasta que de pronto cayó; ya no le quedaban fuerzas y tendida sobre la tierra lloró
amargamente. Pero su deseo de vivir era tan fuerte que volvió a ponerse de pie y continuó andando.
A la mañana siguiente, casi sin aliento, descubrió una cueva, entró y se desplomó en el rincón más
oscuro.
El sol dejaba caer sus rayos de mediodía, cuando la figura de un enorme puma hembra se recortó en la
entrada de la cueva; olfateó el aire y descubrió a la mujer que seguía desmayada. Traía en la boca un
pedazo de carne que le había sobrado de su comida y caminaba pesadamente a causa de su adelantada
preñez. El animal se le acercó para olisquearla y dejó caer el pedazo de carne. Después, gruñendo, se tiró
cerca de la entrada sobre un montón de yuyos secos.
Pasó un largo rato y la española despertó; sin fuerzas para levantarse, apenas se movió y sus manos
tropezaron con el pedazo de carne que enseguida se llevó a la boca, comió unos bocados y volvió a
desmayarse; mientras tanto el animal la miraba fijamente sin dejar de gruñir.
Durante toda la noche, la Maldonado comió bocado tras bocado sin darse cuenta, única forma de
salvar su vida. Cuando la luz grisácea del nuevo día entró a la cueva, la española seguía tirada en el
mismo lugar.
De pronto un desgarrador rugido de la fiera la sobresaltó. Abrió los ojos y contempló atónita al animal
que jadeaba en su rincón. Sin embargo a pesar del miedo que sintió pudo advertir en los ojos del puma
una mirada suplicante. Entonces la Maldonado descubrió que estaba por dar a luz y se le fue acercando
muy, muy despacio mientras le hablaba dulcemente.
Como el parto parecía difícil se dispuso a ayudarla, mientras tanto los rugidos del animal se fueron
acallando hasta convertirse en suaves rezongos.
Largo rato después, sin dejar de rezongar el puma hembra lamía dos hermosos cachorros. La mujer, ya
más tranquila, los miraba sonriendo desde su rincón.
Cerca de la cueva corría un arroyo; los indios que vivían por el lugar comenzaron a ver por la orilla a
una mujer que caminaba acompañada por un puma y dos cachorros.
Una tarde la Maldonado, en ausencia del animal, fue hasta el arroyo y al verla sola la capturaron. Los
indios sintieron especial respeto por esa mujer que no le temía al puma y era capaz de caminar a su lado.
Por eso la Maldonado anduvo libremente por la toldería y aprendió algunas de sus costumbres.
Un día, los soldados se alejaron del cerco más de lo acostumbrado y llegaron hasta los toldos donde
estaba la Maldonado. Los indios, sorprendidos por su inesperada llegada, no presentaron pelea. La
española aprovechó la ocasión y contenta regresó con su gente.
Sin embargo su alegría duró muy poco; al aventurarse fuera del cerco, había desobedecido una orden.
Los españoles eran muy estrictos en esas cosas y la Maldonado fue condenada por abandonar el poblado
y vivir con los indios.
Al escuchar la sentencia: “Será atada y abandonada para que la coman las fieras, en la orilla del arroyo
que corre a una legua del poblado”, lloró sin consuelo, ella que había luchado por mantenerse viva.
Un puñado de soldados la escoltó y la pena fue cumplida sin que la valiente mujer pronunciara una
sola palabra de súplica.
Cuando las sombras la rodearon, escuchó pisadas y su corazón se paralizó de terror: una fiera se
acercaba. Entonces desesperada gritó pidiendo ayuda; su voz fue acallada por un rugido atronador...
después otro... y casi sin ver presenció una lucha entre dos animales cerca de donde estaba atada.
Después todo quedó en silencio y de pronto dos ojos brillantes se le acercaban más y más...escuchó un
rugido que era como un rezongo y un suave lamido acarició sus manos atadas.
Pasaron tres días y los soldados volvieron al arroyo. La Maldonado seguía atada al árbol y a sus pies
un puma hembra jugaba con su cría.
Cuando trataron de acercarse el animal les hizo frente y los soldados para alejarlo dispararon sus armas
al aire.
Desataron a la mujer que aún estaba con vida y regresaron al poblado, seguidos desde lejos por el
puma y sus cachorros.
La Maldonado fue perdonada y sus aventuras vividas en aquellos tiempos tan difíciles, se hicieron
leyenda y dieron nombre a ese arroyo.
Hoy no podemos asomarnos a mirar sus aguas porque la ciudad de Buenos Aires creció más allá de
sus riberas. Sin embargo, este arroyo lleno de leyenda y aventura sigue corriendo dentro de grandes tubos
bajo la avenida Juan B. Justo.

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