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Ciudad de payasos Cuando Hegué al hospital esa mafiana, enconité a mi madre trapeando los pisos. Mi viejo habla muerto la noche anterior dejdndola con una cuenta por pagar. La habjan hecho trabajar toda la noche. Liquidé la deu- da con un adelanco que me habfan dado en el periddi- co. Le dije que lo sentfa, y era cierto. Su rosteo estaba hinchado y enrojecido, pero ya habla dejado de llorar. Me presents a una mujer negra de aspecto cansado y iste. “Es Carmela”, me dijo, “la amiga de tu padre, cuvo limpiando conmigo”. Mi madre me miré a ios ojos como queriendo que yo entendiera claramente lo que me habia dicho, ¥ yo comprends. Sabia exactamen- te quign era esa mujer. “,Osquitar? No te vela desde que eras de este jo Carmela, rocéndose la parte media del la mano, y se Ia estreché de mala mentario me molestaba y me con- C0 antes? No podia creer ted 36 nos abandoné, justo después de que yo cumpliera ca- torce afios—. Carmela habfa sido su amante y Inego su conviviente. Fra menuda, del color del cacao y de ojos verdeazulados: mucho més bonita de lo que me habia imaginado. Llevaba un vestido negro sencillo, mejor que el de mi madre. No hablamos mucho, pero me sonrefa con ojos vidriosos mientras ella y mi madre iban por turnos, Horando y consoléndose muruamen- te, Nadie habfa previsto Ia enfermedad que acabé con mi padre. Los hijos de Carmela eran mis hermanos, eso es- taba claro, Todos tenfamos un aite a don Hugo: los ojos algo achinados, los brazos largos y las piernas cortas. Eran mds jdvenes que yo, el mayor quizds de diecisiete afios, y el menor de unos once. Me preguntaba si debia acerca mea ellos; sabia, por supuesto, que siendo el mayor debia hacerlo, Finalmente, ante la insistencia de auestias ma- dres, nos dimos la mano. “Ah, el periodista’, dijo el ma- yor. Tenfa la sontisa de mi viejo, Intenté proyectar cierta autoridad sobre ellos —por mi edad, supongo, 0 porque eran negeos, 0 porque yo era el hijo verdadero—, pero no me parecié que funcionara. Me faltaba conviccién. Ellos tocaban a mi madze de una manera suave y familiar que indicaba una cierta cercanfa, como si se tratara de una tia muy querida y no de la esposa suplantada. Incluso ahora ella les pertenecia. Su dolor era mas intenso que el mio. Ser el primogénito del matrimonio legitimo no significa- ba nadas estas personas eran, a fin de cuentas, la verdade- ra familia de don Hugo. En el periddico, al dia siguiente, no mencioné la 37 “Un familiar. Dame una mano en esto, por fa’. Le entregué un trozo de papel: Hugo Uribe Banegas, na- tural de Cerra de Pasco, pasé a la vida eterna el dos de febre- 70 pasado en el Hospital Dos de Mayo en Lima. Buen amigo 2 «:p0s0, lo sobrevive dofia Marisol Lara de Uribe. Que en pas descanse Dejé fuera del texto a mis hermanos y a mi mis- mo. También a Carmela, Ellos podfan publicar su propio obituatio, si querfan, si podian pagarlo. En Lima, morir.es el deporte local. Quienes mueren de manera fantasmagérica, violenta 0 espec- tacular son celebrados en los periddicos de cincuenta céntimos con titulares apropiadamente macabros: Con- DUCTOR SE HACE PURI 0 TiROTEO DE NARCOS, TRAN- SEUNTES COMEN PLOMO. Yo no trabajo para esa clase de periddicos, pero si lo hiciera también escribirfa esos ulares. Al igual que mi padre, nunca recharo un trabae He cubierto redadas antidrogas, homicidios dobles, icendios en discotecas y mercados, accidentes de tran. to, bombas en centros comerciales. He escrito sobre cos corruptos, viejas glorias del fitbol convertidos cohélicos, artistas que odian al mundo. Pero nunca lor de edad madura en un hospital piblico, Llo lo por su esposa, por su hijo, por su otra esposa y por hijo de esta, ; muerte de mi padre no cra noticia. Yo lo sabia, ia raz6n para que se convirtiera en motive de d. De hecho, no lo era. En la oficina, ¢ mis articulos y no me preocupé por inves 38 idea me puso triste: payasos, con sus sonrisas absurdas y simplonas y sus ropas estrafalarias y tafdas. Habla cami- nado apenas unas cuantas cuadras cuando inexplicable- mente me asalté un sentimiento de pérdida, Lo senté en el ruido insistente de las calles, en el parloteo de un disc- jockey en la radio, en la luz deslumbrante del sol veranie- 0, sentia como si Lima se burlara de mi, me ignorara, me apabullara con su indiferencia. Una mujer corpulen- ta vendia pelucas pelirrojas y rubias en una carretilla de madera. Un payaso fatigado descansaba en el borde de [a acera, con un cigarrillo entre los labios, y me pidié fxego. No uve el coraje de entrevistarlo. El sol parecia atrave- sarme con sus rayos. Mi pequefta familia se habia disuel- to en ot1o grupo, del cual yo no formaba parte. En Lima, mi padre se habla dedicado a la cons- cruccidn, Construfa oficinas, remodelaba casas, Era dies- tro con el martillo, sabia pintar y resanar, podia levantar tuna pared en cuatro horas. Era gasfitero y cetrajero. Car- pintero y soldador. Cuando le ofrecian tn trabajo, siem- pre respondfa lo mismo: “Esto lo he hecho un montén de veces”, decia para tranquilizar a un cliente, mientras examinaba una herramienta que no habfa visto jams en su vida, De nifio, admiraba a mi padre y su laboriosidad. En mi barrio era ficil medir el progreso de una perso na: cuin répido se construfa el segundo piso de tu casi, cudn répido comprabas los accesorios de una vida de cla- se media, Durante la semana, mi padre tra casas de otras personas; los fines de semana, lo nuestra. Su empefio la Copa A colores, v y Desde visor a = a) No todo era tan honesto, por supuesto, Mi par dre era vivo, y comprendis répido la venad esencial de Lima: si se quiere hacer dinero, hay que obteneilo de sas calles de piedra y concreto. Hay ganadores y perdedores ¥ formas de salir siempre bien parado. Eta un hombre encantador y trabajaba bien, pero siempre, siempre esa ba al acccho de una oportunidad. : Era demasiado inquieto pata sobrevivir en su tie- ‘a natal, Pasco, donde nacieron mi padre y mi madre tno es cludad ni. campo. Hs un lugar aislado y pobre de Ia aleuras de la fia pin andina, pezo es uthano en algo muy especifico: su concepto del tiempo es mecaninee y nadie se salva del incontenible avance del cupitaiome, Pasco no es lugar de pastoreo ni de agriculeuta, Los home bres desciencen. bajo tierra en turnes de dicz horas, Su horatio es monétono, uniforme. Al salir —seu en keane, fana, tarde o noche—, empiezan a beben. El trabajo ex tal y peligeoso, y con ef tiempo su vida sobre le aa perlicie erapieza a parecerse a la de abajo los minetos oy, los resgos, beben, rosen y escupen una saliva espesa ra como la brea, Eolor del dinero, le dicen, y hiego pran otra ronda de tragos, Mi viejo no estaba hecho para esos rituales. En r de eso, emperé a manejar camiones hacia la costs ciudad. ‘Tenfa veintinueve afios cuando se casé con fre, casi una década mayor que su joven esposa te afios habla pasado la mayor parte del abajando en Lima y visitando Pasco solo cada © meses. De alguna manera, en esos viajes de terruio florecié un romance. Cuando se ean durante cinco atios, separados mpo. Yo nact 4 Juan de Lurigancho, Ceando jara sola, nos tajo aqut COM Indjart so que exo fue Lo tinico bueno que hizo bor nosotros, © por mi, Cuando recuerdo Pasco, est Es pl ; nN; nicie de aleura, su aire enrarecio y casas ae ee agradezco estat aqui. Crec{ en Lima, fui a la uni val un trabajo decente. No hay n Pasco. ell do caso no les ensefian cast futuro en Pasco. + nifios no estudian, y en 10 i tos Mphalen terokal en bolsas de papel o s© emborrs haa a la débil luz de la mafiana antes de ira la escucla. En Lima, Ja silueta de la ciudad cambia continuamente, En Lima, s se levanta tin nuevo edificio 0 se derrumba otro con & épito. Es gris y peligrosa, pero la cludad pes n 1 jestripan erros se mueven: los Pasco, hasta los propios c ves deme interi espojan de sus minerales, lo desde su interior, los despoj : < Ja tierra moverse asi, 5 yuelven a armat, Ver @ coal al ones ma u otra, todas las p : y saber que, de una fo : ca q cones vives ‘son cémplices de ese acto, es demasia erturbador, demasi ; Penh enka ocho afios cuando nos smudamos. Mi pace ‘ncluso para mi madre, al parecer. Bn n tomados de las manos mientras yo dormfa sobre el regazo de 2 " muy grande para eso, Fran to jamos a Pasco congclada, Sani expend soe ss tetas de ain. ono las dixpersas luces anaranjadasdesaparesien “Te nosotros, y cuando desperté era de madnugat gando a la estacién de era un extrafio, jos importantes y mos- s calles. Recuerdo a mi {éndlome que a los seis afios yo ya habia viajado mds que ella, Ahora ella sostenfa mi mano mientras el mundo se artemolinaba a nuestro alsededor y yo vela 2 abritse camino entre los hombres que se encon- traban junto a la puerta abierta del compartimiento de equipajes del émnibus. Acababa de amanecer. La gente se daba de codazos y empujones, y la masa humana se bamboleaba de un Jado a otro. Mi padre, que no era alto ni particularmente fuerte, desaparecié en su interiors, Mi madre y yo aguardamos. Me quedé mirando fijamente a un hombre de bigotes que nos rondaba y tenia la mi- rada clavada en la cartera que ii madre sujetaba entre cuerpo y el mfo, Entonces empezaron los gritos: un mbre empujé a otro y lo acusé de querer robarse sus paquetes. Fl acusador tenfa un pie apoyado con firmeza sobre una de sus cajas. Estaba pegada con cinta adhesiva y tenfa un nombrey direccién escritos a un lado. —Oye compadie, zqué chucha quieres con mis la ciudad sefialindome los edi tréndo imadre 1 movimiento de émo? Perdén tio, me equivoqué. egundo hombre era mi padie, Habla weidente, prorestaba, Los paquetes se parecen unos Tenia los largos brazos doblados, las palmas de s vueltas hacia arriba, los hombros encogidos sin ro el otro hombre mayor estaba futioso, tenfa la 42 a gestionado el trifico de la ciudad a lo largo de cinco cua- dras, Podian set obreros de construccién, 0 quizas los ex trabajadores de la compafifa de tcléfonos 0 enfermeras en huelga. Los movimientos sociales, al igual que les predz- dores, perciben la debilidad: el Presidente se tambalea- ba, la mitad de su gabinete habia renunciado, Pero en las calles era atin Lima, la bella y desgraciada Lima, infeliz ¢ impermeable al cambio. Habfa asistido a una conferen- cia de prensa en las afueras y volvia en bus a la ciudad. ELaize se sentfa pegajoso y denso como wna sopa espesa, Una esbelea policfa de trdnsito en uniforme beige dirigia Jos aucoméviles hacia el Este, a través de las diminutas calles de Barrios Altos, donde quintas hacinadas se des- ploman unas sobre otras, donde los muchachos atan los cordones de sus zapatillas baratas mientras escudrifian el trdfico lento en busca de una oportunidad. Fl dfa ante- rior habjan ocuttido varios robos, buses enteros desvali- jados al detenerse en una luz roja, por lo que todos fba- mos tensos sujetando fuertemente nuestras cosas contra el pecho. Era la primera semana de carnavales y todos los chicos de entre cinco y quince aftos (que en Barrios Altos son casi todos) habfan salido a las calles Hevando globos Ilenos de agua, amenazantes e impacientes. Nuestro dile- ‘ma era cémo preferfamos sufrir. —Oye, chato, cierra la ventana. —Estds loco, hace mucho calor. Empezé un tira y afloja entre quienes prefe set victimas de un robo 0 una travesura con tal de acabar con el calor asfixiante, y quienes se oponfan, Fl conduc tor tensaba el cuerpo contra st cinturdn de segu 43 enamoradas de sus mejores amigos. El ataque llegé de to- das partes al mismo tiempo: de los pasajes estrechos entre edificios ruinosos y también de las azoteas, chicos arro- jando globos con ambas manos, por encima, por abajo de dos en dos. El agua se colé a eravés de las ventanas ra- jadas. Las aceras brillaron empapadas por el agua grasosa de globos rojos, verdes y blancos. Pronto me di cuenta, sin embargo, de que el objetivo primario no era nuestro bus, ni otros buses, ni como suele ser el caso, una chica joven de blusa blanca. En lugar de todo eso, en la acera esquivando los globos, haba un payaso. , Era un vendedor ambulante, un pobre payaso trabajando, que al bajar de tn bus se encontré en la mira de un centenar de muchachos. Se esforzaba por protegerse sin perder la compostura. Agaché la cabeza contra el pecho, de manera que su peluca multicolor soportara la dureza del ataque, una masa de hebras ro- jas y rosadas colgando empapadas. No tenfa a dénde ir: un paso adelante, un paso hacia atrés, un paso hacia pared, un paso hacia el borde de la acera —bailaba con torpeza en sus enormes zapatos de payaso, mientras lovian los globos—. La gente empezé a refise en el bus, una risa que los hermanaba: los pasajeros dejaban de lado sus cavilaciones pata sefialar, reirse y ridiculizar. jAy Lima! El payaso levanté la mirada con impoten- I traje se le pegaba al cuerpo. Fl coro surgié de los siguiendo el ritmo entrecortado de globos que y bocinas impacientes, empezaron a cantar: hacia el int 44 EL payaso chorreaba sobre el piso de metal co- rrugado, con el maquillaje blanco del rostro corrido y pelos rosados arrugados pegados a las mejillas. La pin- tura habia bajado hasta manchar el cuello de su disfraz. Me dio ganas de llorar, este pobre payaso, este patético espécimen limefio. ;Hermano! ;Causa! El bus no se mo- via, pero de pronto avanz6, La descarga de globos ami- noré y enronces, en ese silencio incémodo, a pesar de su desalifio, el payaso empezé a trabajar. Merié la mano a no de sus bolsillos interiores y sacé una enorme bolsa pléstica de caramelos de menta. Pequefias gotas de agua caian de la bolsa. “Sefiores y sefioras, damas y caballe- 10s”, proclamé. “Me encuentro aqui el dia de hoy para oftecerles un nuevo producto, un producto que quizis no hayan visto jamés, Desarrollado con la mas moderna y refinada tecnologia europea de fabricacién de carame- los de menta...”. Atin podiamos escuchar los gritos, el mitin frente al Congreso. Cucharas de palo contra ollas, una monéto- na protesta metélica sin ritmo, la gruesa voz del pueblo ¥ su rabia sin foco. Los descontentos y los postergados arrojaban piedras y tban llantas antes de disper- plastica vor de payaso, intentaba vendernos caramelos de menta y su sonrisa era pura fuerza de voluntad. ia 45 San Juan, mi vieja calle: el mismo dtbol rorcido pro- yectando delgadas sombras en la huz evanescente del anoche- cer. Llevaba seis afios viviendo en ef Centro, peto atin reco- ‘nocta cietos rostros. Don Segundo, del restaurante, que me habia dado de comer gratis mil y una veces cuando el dinero no nos alcanzaba. Dofia Nélida, lade la esquiina, que mune ca nos devolvia las pelotas que caian en su azotea, También estaba allf Elisa, nuestra vieja vecina, como siempre sentada en un banguito frente a su tienda, Una de las patas era mis corta que las demds, y ella lo habfa solucionado colocando tuna guia tclefnica entre la pata coja y el piso —Vecina —le dije. Hablamos durante un minuto, una conversacién telajada y familiar, Qué estaba haciendo, Mi trabajo en el periddico. Lo orgullosos que se sentfan de mi en el bat indo vefan mi nombre impreso. Yo sabia que esto tilti- no era cierto, al menos no entre los de mi edad. Ha- isto cémo me miraban mis viejos amig quizés, de que alguna ver. formé parte de su mundo, 0 desdefiosos de cualquier pretensién que pudiera te- de seguir pertencciendo a él. Eramos fragmentos de de cada uno, fogonazos desvaneciéndose en el noche despejada. mente, Elisa dijo: —Tu mamé no esté en Ia casa, Chino. -os postes de luz eléctrica se habfan encendido, Gerta sorpresa que ahora cubriaa una parte vecindario atin segufa creciendo. Cada dia 46 «trabajo como empleada doméstica en San Bor- ja, iba cuatro dias por semana a casa de los Azcérate, una pareja amable con un hijo de mi edad. Sus patrones eran fenetosos, dulces y comprensivos en exceso, especialmen- te luego de que don. Hugo nos abandond, Nos prestaron dinero y ayudaron a pagar mis estudios cuando mi viejo @bandond también esa responsabilidad. Nunca la hacfan trabajar hasta tarde —entonces, dénde estaba?—. Elisa me miré algo avergonzada. — Sabes, Chino, se esté quedando con 1a negra Con la familia de Carmela, en La Victoria. ——;Desde enéndo? —Desde que wu padre se enfermé, Chino. Elisa me hizo sefias de que no me marchara, mientras vendia un kilo de azdicar a una formar un apretado bastén, que al La inmensa del bas, en especial ahora que el hombre que gue habia abjerio con la ayu Fero probablemente, el que debi6 haber gestado en libros, en mi educacién. Fl negocio habfa tenido sera suficiente para sostener el dolor de dos vi dos de los cuales, al menos, todavia est mayor de vestido verde claro. Yo habia enrollado el periédico hasta hora golpeaba contra mi muslo, Consideré las noticias de Flisa, su significado. d-de mi madre, su asombrosa falta de orgullo,

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