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Responsabilidad social de la ciencia: una propuesta desde la responsabilidad

epistémica

En el presente texto aborda el problema de los valores sociales en la ciencia, no desde la


perspectiva de cómo ellos pueden o no entrar en la ciencia, sino pensándolos desde los
efectos sociales que han tenido las prácticas científicas, particularmente las concernientes a
aquellas que incurren en marcar brechas sociales, específicamente de género. Por lo tanto,
los ejemplos de casos científicos en los que me voy a centrar son principalmente sobre
políticas públicas de salud que afectan directamente a las mujeres y estarán destinados a
mostrar cómo la ciencia ha perpetuado dichas brechas. Abordar el problema de esta manera
abre dos preguntas sobre la responsabilidad social que implica la práctica científica: (1)
cómo una comunidad de expertos (como lo es la comunidad científica) podría hacerse
cargo de la responsabilidad que viene con las decisiones que se toman en la ciencia,
particularmente, en la deliberación sobre qué teoría escoger en una investigación; (2) cuál
sería la responsabilidad de acción de los sujetos sobre los que se toman decisiones en la
deliberación científica, si se aborda desde una perspectiva kitcheriana, estos sujetos serían
los ciudadanos afectados por las decisiones científicas. Esta última pregunta toma en
consideración que la ciudadanía tiene capacidad de acción y de decisión sobre los temas
que aplican a los casos que estudiaremos en este texto, como la salud.

Inicialmente se va a demostrar, a partir de la exposición de un caso de ciencia en la


medicina, cuál es la responsabilidad de la ciencia en hacer una toma de decisiones que de
cuenta de la diversidad de puntos de vista de una sociedad. A partir de esto, se pretende
estudiar cómo la propuesta de Janet Kourany demuestra que los valores no epistémicos son
necesarios en la ciencia, para luego observar los alcances y limitaciones de dos propuestas
que apuntan a hacer una ciencia con agentes socialmente responsables: la “Deliberación
ideal” de Philip Kitcher (2001) y la “Difusión del poder” de Helen Longino (1995). Estas
propuestas buscan que la deliberación científica tenga una mayor diversidad epistémica, de
manera que diferentes agentes implicados en los escenarios científicos (tanto expertos
como no expertos) hagan parte de la toma de decisiones, haciéndolos agentes con unas
responsabilidades dentro del ejercicio científico. Los límites de estas propuestas se
encuentran en su aplicación por parte de dichos agentes, en este texto se sostiene que hay
vacíos sobre cómo la deliberación ideal y la difusión de poder pueden llevar a que haya una
escogencia de teorías que dé cuenta de las brechas ya existentes entre diferentes secciones
de la población afectada y busque superarlas. Por lo tanto, en una segunda instancia, en el
texto propone que el modelo de la fricción epistémica, que hace parte de lo que José
Medina (2013) llama “democracia de la resistencia”, contribuye a una mejor
caracterización de los agentes epistémicamente responsables de las brechas que marcan las
diferencias sociales y, por tanto, a la búsqueda de la igualdad en la investigación científica.
Se trata de examinar cómo la propuesta de Medina podría dar indicios de cómo
complementar las propuestas de Kitcher y Longino.

El acercamiento de Medina sobre cómo gestionar la diversidad me parece


interesante porque se concibe dentro de una sociedad con miras a sostener un modelo
democrático diverso, esta parte se relaciona con la propuesta de Kitcher que entiende la
ciencia dentro de la democracia y propone que haya una mayor discusión entre diferentes
miembros de la ciudadanía para llegar a decisiones que den cuenta de la diversidad de
opiniones de sus diferentes partes. Por otra parte, también me interesa la propuesta de
Medina porque descentraliza la responsabilidad de quienes tendrían una posición de poder
sobre quienes no lo tienen o quienes tendrían un poder menor. El paralelo que encuentro es
con la propuesta de Longino cuando aboga por una ciencia que busca relaciones
interactivas en lugar de subordinantes, además de preferir prácticas que empoderen a los
individuos, es decir que ellos mismos se entienden como agentes de toma de decisiones.

Para iniciar, se va a abordar la perspectiva epistemológica desde la que se plantea la


propuesta de Medina para entender cómo un acercamiento epistemológico puede contribuir
al debate de filosofía de la ciencia (social) que se encuentra en Kitcher y Logino. Para
hacerlo, tomaré el argumento de Nancy Tuana de las epistemologías de la ignorancia. En su
texto, Tuana (2006) aborda el caso de The Women’s Health Movement ocupándose de
cómo se da la circulación de conocimiento e ignorancia sobre los temas relacionados a la
salud de las mujeres. La autora (2004) defiende que para entender las complejas prácticas
de la producción de conocimiento y la variedad de factores que dan cuenta de por qué algo
se conoce, también se deben entender las prácticas que dan cuenta de por qué no se sabe
algo, es decir, de la falta de conocimiento que tenemos, por ejemplo, de un fenómeno. La
ciencia es considerada valiosa para la humanidad porque provee conocimiento que pretende
ser verdadero y genera teorías que buscan explicar el mundo que habitamos, también puede
proveer soluciones a problemas que conciernen nuestra misma forma de vida, como las
políticas de salud. Por esto mismo, resulta relevante dar cuenta de la epistemología de la
ciencia, de cómo el conocimiento científico se ha llegado a constituir y preguntarse por el
conocimiento que la ciencia no ha desarrollado o no ha tenido en cuenta. La autora enfatiza
en que la ciencia frecuentemente considera la ignorancia como un vacío en el
conocimiento, pero afirma que la condición de ignorancia no siempre es tan simple y hace
una taxonomía de la ignorancia que muestra en qué circunstancias se produce la ignorancia
en contextos de médicos. Como se podrá ver más adelante, en la propuesta de Medina, la
ignorancia epistémica puede constituir prácticas que estén inmersas en dinámicas de
desigualdad o discriminatorias, problemáticas centrales en la investigación científica que
ignora las necesidades de las mujeres o sus diferencias con los estudios realizados en
hombres.

Janet Kourany (2010) menciona diferentes casos en los que la ciencia, a lo largo de
su historia, ha perpetuado problemas de igualdad a los que las mujeres se enfrentan. Esto se
sostiene en creencias de que las mujeres son inferiores a los hombres y que se derivan en
que ellas reciben menos ingresos, acceden a trabajos de rangos inferiores y reciben un trato
inferior tanto en casa como afuera de ella. La autora cita casos de la biología, psicología,
arqueología, economía y medicina que sustentan cómo la misma ciencia por sus prácticas
ha sostenido y multiplicado dichas desigualdades. Acá se va a estudiar el caso de las
enfermedades coronarias en las mujeres. Kourany menciona diferentes estudios realizados
entre 1989 y 1992 que dan cuenta de la poca participación de mujeres como sujetos de
observación (menos del 20%) lo que resultó en consecuencias terribles para la salud de las
mujeres porque durante muchos años no se supo que los síntomas, patrones, reacciones a
los tratamientos y el desarrollo de las enfermedades eran diferentes en mujeres y hombres.
Algunos medicamentos que funcionaban bien en hombres, podrían resultar en problemas
para las mujeres, e.g. algunos podrían disolver coágulos en los hombres y causar
hemorragias en las mujeres, otros podían reducir la tasa de muerte en hombres y aumentarla
en mujeres, o las dosis para los hombres no se ajustaban a las mujeres. Este caso permite
ilustrar cómo en las prácticas que constituyeron el cuerpo de conocimiento sobre las
enfermedades coronarias hubo todo un conocimiento ignorado, el de cómo los cuerpos de
las mujeres eran afectados por las enfermedades y los efectos que sufrirían con los
medicamentos o procedimientos. Volviendo a Tuana, al analizar las prácticas de estos
médicos se puede entrever las ignorancias epistémicas que sostienen y que perpetúan la
desigualdad entre hombres y mujeres, que causan desventajas para ellas. Kourany cita a la
médico Bernadine Healy para señalar la creencia de que las enfermedades coronarias eran
acerca de las mujeres cuidando los corazones de sus esposos y en las mujeres estos
problemas eran trivializados o ignorados. La ignorancia epistémica se fundamenta, si se
toma el testimonio de la médico, en las creencias que se tienen sobre la enfermedad y que
ignoraban las necesidades de las mujeres.

El argumento que se mencionó anteriormente es una muestra de cómo las prácticas


científicas que se basan en la ignorancia hacen un llamado a que los investigadores amplíen
sus paradigmas epistémicos para no afectar secciones enteras de la población con
decisiones que pueden contener creencias que encarnen dinámicas de desigualdad. Estas
necesidades entran en diálogo con el debate de los valores no epistémicos en la ciencia,
pues en el centro de esta discusión se encuentra la pregunta de cómo estos valores afectan
la búsqueda de la verdad. Kourany desafía la idea de que los valores no epistémicos ponen
en peligro la búsqueda de la verdad al decir que la aparente libertad de operar por fuera de
los valores no epistémicos (como por ejemplo, sociales) ha causado que la ciencia sea
perpetuadora de desigualdades. La autora afirma que no existe la posibilidad de una ciencia
libre de valores y la creencia de que sí ha llevado a que en la ciencia se cuelen valores
sexistas y opresores, en lugar de permitir identificar estos problemas y superarlos

Kourany se vale de las palabras de la bióloga feminista Ruth Hubbard quien afirma
que los científicos aprenden a examinar de qué forma sus métodos de experimentación
pueden sesgar sus respuestas, pero no se les enseña a ser igualmente de cuidadosos con sus
sesgos introducidos por sus creencias implícitas sobre la naturaleza de la realidad. También
afirma que hacerse consiente de estos últimos sesgos es lo más difícil que cualquier otra
cosa de la que los científicos hacen y concluye que los científicos deben intentar hacerlos si
quieren que su imagen de la realidad sea algo más que un reflejo de varios aspectos de sí
mismos y de sus posiciones sociales. Por lo tanto, el problema se puede ubicar en los
científicos como individuos, quienes tienen unas creencias que se pueden trasladar a sus
prácticas en su trabajo como investigadores.

La propuesta de Philip Kitcher (2001) tiene en cuenta este problema al buscar


caracterizar la comunidad científica, para hacerlo presenta dos imágenes de ella que para él
son inaceptables: una de los científicos como una comunidad de “clérigos seculares” que
buscan la verdad en sus prácticas, sin ser perturbados por juicios políticos, morales o
religiosos; y su exacto opuesto, una máquina de propaganda que favorece los intereses de
las élites imponiendo sus doctrinas, ideales y productos sobre las masas marginalizadas.
Kitcher propone una imagen del científico como un artesano, como un trabajador capaz de
ofrecer a la comunidad contribuciones de valor genuino que respondan a un amplio rango
de preocupaciones de dicha comunidad. En la concepción de Kitcher se deja ver la idea del
científico como un servidor cuyo trabajo está en función de contribuir al bienestar de la
ciudadanía donde se inscriben sus actividades. Esta idea puede chocar con el hecho de que
la comunidad científica es una de expertos, que implicaría que son una autoridad por ser
quienes tienen el mayor conocimiento sobre los temas que les conciernen y las mejores
habilidades para aplicar ese conocimiento. No obstante, en esta propuesta ese status se
mantiene, lo que se busca hacer al ubicar al científico como un trabajador para la
ciudadanía es regular sus aportes y la forma en que toma las decisiones para que estas
reflejen de la mejor manera las necesidades y perspectivas de diferentes porciones de la
comunidad afectada por el ejercicio científico.

Siguiendo con el trabajo de Kitcher en ‘Ciencia, verdad y democracia’, el autor se


pregunta por el rol de la ciencia en la democracia y aboga por un modelo científico en el
que los ciudadanos sean participantes activos en la toma de decisiones científicas, de forma
que se pueda asegurar que la ciencia está en función de atender las necesidades de la
sociedad democrática en la que se inscribe. En su modelo de la ciencia bien ordenada,
propone que la desigualdad en la toma de decisiones científicas se superaría si lleva a cabo
el proceso de la deliberación ideal, que aborda, en etapas sucesivas, las agendas de
investigación, su viabilidad y costo, sus aplicaciones prácticas, las limitaciones morales
relevantes, entre otros. Esta propuesta está constituida de manera que entiende que la
ciencia se sostiene económicamente por la ciudadanía que la financia por medio de los
impuestos que paga y las políticas que se instituyen después de la investigación. En este
proceso, Kitcher presenta el concepto de los deliberadores ideales, que serían individuos
que discuten sobre las diferentes estrategias de investigación que excluirían determinados
grupos de la comunidad afectada por dichas decisiones. Los deliberadores ideales buscarían
defender sus posturas apelando a principios y modificarían sus propuestas teniendo en
cuenta las discusiones, entre ellos se encuentran representados de manera equitativa y
proporcional todos los grupos que tienen intereses en la toma de decisiones en el proyecto
científico a discutir. El punto clave de la deliberación ideal es la “tutoría” de las diferentes
preferencias entre el grupo de expertos deliberadores que surge del intercambio de
información y la capacidad de transformación que tiene ese intercambio de información en
las posturas iniciales de los deliberadores ideales. También se apoya en la buena fe de los
deliberadores, que buscarían entender a cabalidad las preferencias de los demás y no
moldearían las preferencias en lo que sería el “bien” para la ciudadanía en general. Este
bien colectivo se define por medio de la deliberación ideal, por medio del intercambio de
opiniones, la tutoría, la representación de diferentes porciones de la ciudadanía y la
confianza de la buena fe de los deliberadores informados.

Esta propuesta, si bien, toma en cuenta el riesgo de cometer injusticias en la toma de


decisiones científicas, no es suficiente puesto que se apoya en sujetos ideales de los que se
presume su buena fe, pero este no siempre ha sido el caso, y aunque se pueda contar con la
buena voluntad de los científicos, esto no garantiza que ellos estén libres de sesgos sexistas
o de género. Regresando a la reflexión que hacía la bióloga Hobbard sobre su propia
práctica científica, el mayor trabajo se encuentra en ubicar y que el mismo científico
cambie como individuo sus propias creencias y sesgos, que surgen de pertenecer a una
determinada posición social, caracterizada ya sea por su género, raza, etnicidad, poder de
adquisición, etc. Es decir, que no siempre es tan fácil desligarse de las preconcepciones que
vienen por la configuración de creencias de cada individuo, así se trate de científicos
expertos.

Hace falta ir más allá de la deliberación ideal de Kitcher, José Medina (2013), en su
texto The Epistemology of Resistance, plantea que el problema de la desigualdad no se basa
únicamente en no conocer el punto de vista de otros, sino en una falta de sensibilidad hacia
sus experiencias, problemas, aspiraciones y ser incapaz de conectar con ellas. La
insensibilidad se refiere a una falta de una conciencia crítica de qué sabemos y qué no
sabemos sobre las experiencias de los otros que son significativamente diferentes de
nosotros, esta insensibilidad involucra estar entumecido ante las vidas de los otros. La
propuesta del autor se enfoca en las interacciones sociales que toman lugar en comunidades
complejas y diversas que pueden presentar condiciones de opresión, tal como puede
suceder con situaciones en las que haya desigualdad de género. El autor plantea, entonces,
que es necesario mejorar las sensibilidades de los sujetos de modo que se busque el cuidado
entre unos y otros (además de mantener una conversación en donde haya intercambio de
información como en la deliberación ideal de Kitcher, tener un cambio en la sensibilidad de
unos sujetos hacia otros que propicie un acercamiento entre ellos). Medina plantea que
estas sensibilidades que se necesitan cultivar nos permiten apreciar el valor del disenso, a
estar abiertos a la contestación, a buscar de manera activa diferentes puntos de vista y a
beneficiarnos de comprometernos de manera crítica con ellos. La propuesta de Medina se
puede entender como un paso más delante del intercambio que plantea Kitcher en cuanto a
cómo se daría la interacción entre los deliberadores y expertos que hacen parte de la
comunidad científica que toma decisiones. También me parece interesante esta propuesta
porque humaniza a la comunidad de los científicos al apelar a su sensibilidad con respecto a
los otros y permite identificarlos como individuos que tienen un conocimiento y unas
limitaciones epistémicas específicas.

Estas sensibilidades se cultivarían por medio de lo que Medina llama “fricción


epistémica”, que es central en su concepto de epistemología de la resistencia. En física, la
fricción es una fuerza: la resistencia al movimiento de un objeto que se mueve con relación
a otro. Esta analogía le sirve a Medina para ilustrar cómo el disenso y la resistencia motivan
una interacción entre agentes que sostiene y motiva la diferencia, es decir, sin moverse unos
a otros, ni intentar unirse para llegar a un consenso rápido; de esta manera se preserva la
diversidad y la heterogeneidad. Medina aboga por un tipo de fricción que puede ser tanto
disruptiva como revitalizante: “una fricción que puede alterar los hábitos establecidos (por
ejemplo, hábitos racistas o sexistas), pero también puede constituir el punto de partida de
nuevas cadenas de actuación donde se consolidan nuevos hábitos sociales” (224).
Medina también critica el modelo de la democracia consensual (los deliberadores
ideales buscan el conceso luego del intercambio de opiniones) (2013), cita a Elizabeth
Anderson (2006) para afirmar que las actividades que producen consenso no
necesariamente integran elementos democráticos esenciales como la diversidad y la
interacción (factores también deseables). En respuesta, plantea que los sujetos
epistémicamente responsables cultivan sus sensibilidades para buscar de manera activa
puntos de vista disidentes y beneficiarse de adquirir un compromiso crítico frente a ellos.En
la propuesta de Kitcher, en la deliberación ideal, se busca llegar a un consenso después del
intercambio de ideas y se cree que este representa de la mejor manera las preferencias de la
ciudadanía representada por los deliberadores. En este texto se sostiene que la
sensibilización de los individuos y el concepto de la fricción epistémica pueden dar una
dimensión de mayor profundidad a cómo se podría dar una deliberación que de cuenta de la
diversidad epistémica de una ciudadanía, que es una comunidad tan compleja y diversa.
Esta propuesta está muy relacionada con valores “no epistémicos” (que en la propuesta de
Medina se entenderían como completamente epistémicos) de propuestas de filósofas
feministas como Helen Longino y Janet Kourany, que buscan promover valores
“socialmente progresivos” dentro de las prácticas científicas.

La propuesta de Helen Logino en Science as a social knowledge sostiene que una


metodología científica lo suficientemente fuerte para dar cuenta de teorías de diferentes
alcances y profundidades no puede descartar la influencia de valores sociales y culturales.
La autora propone una nueva lista de valores que surgen de sus análisis feministas, que no
pretenden dejar por fuera valores no epistémicos y tampoco socavan la búsqueda de la
verdad objetiva. Para el propósito de este texto, pretendo estudiar el valor de la difusión de
poder que prefiere los modelos científicos que incorporan relaciones interactivas, en lugar
de subordinantes. De esta manera, se aboga por una búsqueda de fracturar los esquemas
jerárquicos que rigen en la práctica científica y que pueden estar relacionados con las
injusticias epistémicas a las que se enfrentan las mujeres en diversos campos de
investigación científica. Incluso, se aboga por considerar prácticas que tradicionalmente no
son pensadas científicas como la partería, modelos para la práctica de ciencia feminista.
Este valor, permite abordar la segunda pregunta que se hace este texto, a saber, cuál es la
responsabilidad que tienen los sujetos que se ven afectados por las decisiones científicas, a
quienes afecta la deliberación.

La difusión del poder puede entenderse como una forma de resistencia a injusticias
epistémica ante un modelo de investigación científica que puede ser opresor (como
Kourany lo demostró con el caso de las enfermedades coronarias en las mujeres). Longino
considera la posibilidad de que otros agentes epistémicos, además de la comunidad
científica, participen en la producción de conocimiento y en la toma de decisiones con
respecto a diversos temas que les atañen personalmente; y no solamente esperar a que la
ciencia tenga en cuenta sus valores para dirigir nuevas líneas de investigación. Por ejemplo,
se defiende el desarrollo de tecnologías disponibles para ser aplicadas localmente y el
empoderamiento de mujeres para que tomen decisiones con respecto a su salud y sus
cuerpos. Sin embargo, la comunidad científica seguiría siendo un centro de concentración
del poder puesto que es ella quien tiene el papel de validadora de uno u otro modelo de
conocimiento, además, no se incluyen delineamientos de cómo estos agentes epistémicos
externos a la comunidad científica podrían tomar decisiones de manera que las
desigualdades no se trasladen a estas comunidades. Seguramente, no está dentro del alcance
de la teoría de Longino preguntarse por cómo sujetos externos de la ciencia pueden
responder a sus responsabilidades epistémicas dentro de una sociedad.

Por lo anterior, la propuesta de responsabilidad epistémica de Medina es interesante


ya que exige que todos los sujetos bajo condiciones de opresión sean activamente
resistentes. La resistencia comienza por cultivar en los sujetos un conocimiento de sus
propias características epistémicas; entender la trayectoria y la posición social que cada uno
ocupa, hacerse responsables de las formas en que las actitudes éticas y normas que la
familia, comunidad o cultura han permeado sus caracteres, acciones y actitudes. Incluso en
los individuos cuyas perspectivas no son favorecidas por el status quo de la sociedad en las
que se inscriben, pero sostiene que para que exista un cambio social es necesario que haya
movilizaciones encadenadas de individuos y grupos que están interconectados y se
influencian mutuamente. El ejemplo del Women’s Health movement puede servir para
mostrar cómo mujeres externas a los círculos científicos decidieron tomar por sus propias
manos decisiones sobre su salud, apelando al conocimiento que tenían sobre sus propios
cuerpos e identidades. Los auto-exámenes cervicales y el espéculo plástico que las
feministas usaban se convirtieron en prácticas que las mujeres usaban para resistir a
prácticas médicas en las que no podían confiar (como asistir a citologías en las que los
médicos abusaran de ellas); de esta manera las mujeres no solamente lograron superar
situaciones de injusticia social, sino que aprendieron sobre sus propios cuerpos y esto las
llevó a confiar en su autoridad cognitiva y así resistir a la autoridad de los médicos. Este
movimiento terminó por demostrar una gran compromiso con la comunidad de mujeres que
no se sentían representadas por un sistema de salud que no les brindaba opciones que
mejoraran sus condiciones. Así, agentes epistémicos mostraron responsabilidad epistémica
en un escenario donde la medicina, como campo de la ciencia, resultaba ser un agente
opresor.

Los modelos científicos de Philip Kitcher y Helen Longino pretenden entender la


ciencia como una entidad que tiene efectos en la sociedad y proponen modelos regulatorios
para que la investigación científica tenga en cuenta valores sociales, pero no pierda su
carácter objetivo. Sus propuestas se enfocan en diseñar modelos científicos de toma de
decisiones que apuntan a atender necesidades sociales. Creo que dichos modelos ofrecen
condiciones necesarias, pero no suficientes para superar las desigualdades que se
encuentran en la práctica científica. Es necesario pensar en las cualidades deseadas en los
agentes epistémicos (tanto la comunidad científica que hace investigación, como la de
ciudadanos sobre los que dicha investigación tiene repercusiones) para que cumplan con
sus responsabilidades sociales con respecto al ejercicio de la ciencia.

Bibliografía

Kitcher, Philip. 2001. Science, Truth, and Democracy, ch. 4, “The World as We
Make It,” pp. 43-54, and ch. 10, “Well-Ordered Science,” pp. 117-136.

Kourany, Janet. 2003. “A Philosophy of Science for the Twenty-First


Century,” Philosophy of Science, 70(1): 1–14.
_______, Janet. 2010. Philosophy of science after feminism, ch.1, “A Feminist
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Longino, Helen. 1995. “Gender, politics, and the theoretical virtues.” Synthese
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Medina, José. 2012. The Epistemology of Resistance: Gender and Racial


Oppression, Epistemic Injustice, and the Social Imagination.

Tuana, Nancy. 2004. coming to understand: Orgasm and the epistemology of


ignorance. Hypatia: A Journal of Feminist Philosophy 19 (1): 194–232.

Tuana, Nancy. 2006. “The Speculum of Ignorance: The Women's Health Movement
and Epistemologies of Ignorance.”

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