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3.

Ciencia social y natural: algunas observaciones preliminares

La comparación entre las ciencias sociales y naturales ocupará nuestra atención frecuentemente en las
páginas siguientes, como ya ha ocurrido en las anteriores. Quizás sea conveniente que nos detengamos en este
punto en lo que ya se ha analizado en los apartados 1 y 2 de este capítulo, para hacer unas cuantas precisiones
sobre las diferencias entre las ciencias naturales y las sociales. En capítulos y apartados anteriores se han
destacado sus semejanzas, pero es también importante considerar sus diferencias. Habría que tener en cuenta
seis puntos diferenciadores principales.

1) Las proposiciones nomológicas sólo son posibles cuando se trata de fenómenos que tienen cierto
grado razonable de uniformidad. El número de cromosomas de las células orgánicas varía de una especie a
otra, pero todos los miembros (normales) de la misma especie son uniformes en el número de células. Si una
mosca de la fruta tuviese un número de cromosomas y otras moscas de la fruta un número distinto, o si el
número variase al azar de un día para otro, no sería posible establecer ningún tipo de «ley» general sobre el
número de cromosomas de la mosca de la fruta. Algunos fenómenos sociales pueden ser tan diversos que no es
posible formular ninguna proposición nomológica. Un caso claro en este sentido quizás sea la guerra. Hay
muchos ejemplos de guerras en la historia escrita y se han estudiado con bastante detenimiento, pero nadie ha
sido capaz aún de formular una ley general sobre la guerra que resulte ni siquiera mínimamente satisfactoria.
Es probable que algunos fenómenos sociales desafíen permanentemente la generalización nomológica por
mucho que progresen las ciencias sociales. Además, incluso esos fenómenos sociales que pueden abarcarse con
proposiciones nomológicas, raras veces poseen un grado de uniformidad y precisión comparable a los de las
ciencias naturales. La «ley de la demanda» de la economía abarca fenómenos que son lo suficientemente
uniformes como para permitir la formulación de una proposición nomológica, pero no posee el grado de preci-
sión y seguridad de uniformidad permanente que manifiestan, por ejemplo, los índices de nucleótidos de
Chargaff o la ley de los gases de Boyle-Mariot, o las leyes mendelianas de la herencia. En suma, sería un error
afirmar que no se pueden formular leyes sociales, pero sería imprudente, actualmente al menos, considerar las
leyes sociales tan fidedignas como las naturales.

2) Las ciencias sociales pueden hacer muy poco uso de experimentos controlados. Durante el último
medio siglo ha aumentado enormemente la cantidad de datos empíricos sobre fenómenos sociales de que
disponemos; el ordenador moderno permite procesar grandes cantidades de datos; la teoría de los métodos
estadísticos y sus fundamentos matemáticos han mejorado y sus aplicaciones se han ampliado
considerablemente. Sin embargo, muchos científicos sociales cambiarían muy contentos todo el procesamiento
de datos moderno por unos cuantos buenos experimentos en sistema cerrado. En la búsqueda de leyes nada
puede compararse, en realidad, con un experimento adecuadamente proyectado.

3) Quizás debido a la capacidad limitada para experimentar, no es posible investigar en la ciencia social
sobre la base de la pura curiosidad en el mismo grado que en las ciencias naturales. El físico puede despertarse
por la mañana preguntándose qué pasaría si hiciera esto y aquello y luego ir al laboratorio y hacerlo. El
economista, el antropólogo y el historiador pueden preguntarse lo mismo que el físico, pero lo único que
pueden hacer después, en muchos casos, es escribir un artículo teórico para que otros puedan hacerse preguntas
con él. Si consideramos la gran cuantía de contenido nomológico de las ciencias sociales que procede de la
pura curiosidad del científico, no es sorprendente que, en este sentido, sea más lento el progreso de las ciencias
sociales.

4) El hecho de que las ciencias sociales se relacionen más con juicios de valor que las ciencias naturales
influye en los aspectos prácticos o aplicados de las primeras. Todas las aplicaciones de la ciencia se basan en
juicios de valor, de modo que puede haber las mismas discusiones sobre la física o sobre la sociología cuando
se intenta elaborar una política pública respecto al uso del conocimiento. Pero la parte de la ciencia social que
aborda problemas prácticos es mucho más grande, por lo que hay un sector mucho mayor que se relaciona con
los valores. Cuando las ciencias naturales se liberaron del yugo de la teología en el siglo XVII, consiguieron
también establecer un alto grado de distanciamiento para su trabajo respecto a la moral y a otros criterios
valorativos. Hoy casi nadie cree que haya problemas morales relacionados con la teoría geológica de la tectó-
nica de placas, o con la proposición de que hay «agujeros negros» en el espacio exterior; pero hay muy pocos
temas de la ciencia social que estén desvinculados de los valores. Algunas personas consideran incluso que toda
la ciencia social es ideología oculta o juicio de valor disfrazado. Es un punto de vista exagerado, por supuesto,
pero resulta mucho más fácil para una persona racional sostenerlo que creer que las inundaciones se deben a
una conducta inmoral.

5) Las ciencias sociales tratan de la conducta de los seres humanos, y muchos científicos sociales —
pero no todos, ni mucho menos— dirían que ello las hace básicamente distintas de las ciencias naturales.
Además de los cuatro puntos anteriores, el fundamento principal de este punto de vista es el supuesto de que los
humanos no se comportan del mismo modo que las piedras o los planetas, o incluso que los organismos
inferiores. Detrás de lo que consideramos conducta humana hay fenómenos d& conciencia', por ejemplo,
cuando decimos «si el precio de la gasolina sube, algunas personas decidirán comprar menos gasolina», la pa -
labra «decidirán» indica que existe algo que no está presente en una afirmación como «si la velocidad del
viento supera los 75 kilómetros por hora algunos de esos puentes se caerán». Cuando utilizamos palabras como
«decidir», «elegir», «esperar», etc., estamos refiriéndonos a estados interiores mentales de individuos humanos
que no tienen equivalente en el mundo material. Esto plantea algunos problemas muy profundos y difíciles que
se han debatido intensamente desde que René Descartes, en su Discurso del método (1637), afirmó que la
naturaleza del mundo es fundamentalmente dualista y que los fenómenos mentales y los fenómenos naturales
son categóricamente distintos. El problema «mente-cuerpo» tendrá que ocupar nuestra atención puntualmente
en este libro cuando analicemos la historia de la ciencia social y los argumentos que se han esgrimido en
relación con la metodología apropiada para investigar fenómenos sociales.

Algunos científicos sociales sostienen que el hecho de que el científico sea también un ser humano ayuda
mucho en el estudio de los fenómenos sociales, ya que puede llegar a una comprensión empática de la conducta
humana que profundice hasta la conciencia interior de los sujetos de un comportamiento determinado, no
limitándose simplemente a observar lo que hace la gente, sino entendiendo por qué lo hace. Las leyes sociales,
afirman, operan a un nivel más profundo que lasproposiciones nomológicas que exponen los científicos
naturales, que operan, inevitablemente, en una relación menos íntima con entidades como masas, áto mos,
células, etc. Pero otros científicos sociales consideran que pretender explicar los fenómenos sociales sirviéndose
de conceptos mentales es inadmisible, pues se recurre a elementos que son inobservables e inexplicables.

La tentativa de mayor alcance por eliminar estos elementos de la metodología de la ciencia social ha
tenido lugar en psicología, donde desde la Segunda Guerra Mundial ha alcanzado preeminencia la filosofía del
«conductismo», representada por la obra de B. F. Skinner. Los conductistas sostienen no que no existan estados
internos de conciencia, sino que es innecesario remitirse a ellos para explicar científicamente la conducta. Un
ejemplo: consideremos la proposición «Enrique bebió agua porque el calor le dio sed». Hay tres elementos en
esta proposición con conexiones causales, tal como indican las flechas:

calor —> sed —> acción de beber

El conductista afirma que «sed» es un estado mental, no un fenómeno objetivamente observable. Se puede
eliminar de la descripción científica del fenómeno y de hecho debería eliminarse. De modo que tenemos:

calor —» acción de beber

y nuestra explicación de un fenómeno humano es metodológicamente similar a nuestra explicación de la


relación entre la velocidad del viento y la caída del puente.

A muchos filósofos y científicos sociales, y no digamos ya a los estudiosos de las humanidades, les
preocupa más el conductismo que el problema que éste intenta resolver. Los antropólogos afirman que muchas
culturas primitivas tienen creencias animistas; consideran que las piedras, los árboles, los ríos, las montañas y el
resto de las cosas contienen «espíritus» similares a la conciencia humana. El progreso científico, el
descubrimiento de las leyes de la naturaleza, difícilmente sería posible en una cultura en que el animismo fuera
el punto de vista predominante sobre la naturaleza de las cosas. Pero prescindir totalmente de la conciencia da
la impresión de que es ir demasiado lejos. Un científico social (Frank Knight) comentaba que, después de una
larga batalla para librarnos de la idea de que las piedras son como los hombres, parecemos proponernos ahora
demostrar que los hombres son como las piedras.

El debate sobre este punto está vinculado, en el fondo, a la naturaleza de las leyes causales. ¿Es legítimo
insertar referencias a estados mentales como «sed» en proposiciones causales? ¿Es legítimo decir que las
acciones humanas son consecuencia de «deseos», «motivos», «creencias», etc.? Es decir, ¿pueden éstos
considerarse legítimamente factores causales? Si decimos: «la razón de que Juan bebiese es que tenía sed», ¿no
tiene esto más contenido que la proposición «el calor hizo beber a Juan»? En suma, si damos la «razón» de un
acto humano (es decir, si exponemos los motivos o intenciones del autor), ¿estamos explicando las «causas» del
fenómeno observado? Muchos científicos sociales, y por lo menos algunos filósofos de la ciencia, no ponen
ninguna objeción a atribuir estatus causal a «razones», pero hay otro problema aquí: demos un paso atrás y
preguntemos: ¿cuál es la causa de las razones que conducen a la acción? Si todas las razones pueden remontarse
a causas materiales antecedentes, el mundo es absolutamente determinista, aceptemos o no la versión concreta
de determinismo propuesta por B. F. Skinner. Sólo se puede eludir esto afirmando que los estados mentales de
la conciencia común no están absolutamente determinados. Que poseen cierta autonomía e independencia
respecto a los factores externos. Esto equivale a decir que los estados mentales generan razones, las cuales
actúan de una forma causal, pero que son por su parte incausadas. Puede parecer bastante místico, pero por esa
pequeña rendija del edificio de la filosofía científica moderna es por donde penetra el tema de la libertad
humana para actuar (y en consecuencia el tema moral de la responsabilidad por los propios actos). La ciencia se
ha esforzado mucho por eliminar la idea de factores causales autónomos, pero evidentemente esto es mucho
más difícil de hacer con los fenómenos sociales que con los fenómenos naturales.

6) Por último, deberíamos apuntar una vez más que las relaciones todo/parte no son en los fenómenos
sociales como en los del mundo natural. Las características de los elementos químicos no dependen de los
compuestos y de otras entidades de nivel superior de las que forman parte. El oxígeno es oxígeno, ya se halle en
una molécula de agua o en una proteína, en un árbol o en un cocodrilo. Pero el individuo humano es distinto, al
menos en algunos sentidos importantes, en entornos sociales distintos. La explicación científica, en la medida
en que exige reducción de todos a partes componentes, plantea dificultades mucho mayores en el ámbito de los
fenómenos sociales que en el de las ciencias naturales.

Expongo aquí estos puntos para ayudar al lector a hacerse cargo de la importancia filosófica de la historia
de la ciencia social, que será lo que ocupe principalmente nuestra atención en las próximas páginas.
Volveremos sobre estos asuntos en el capítulo 18, donde se abordan directamente las cuestiones principales de
la filosofía de la ciencia.

4. Proposiciones positivas y normativas

Los términos «positivo» y «normativo» se utilizan frecuentemente en la literatura de la ciencia social para
diferenciar las proposiciones sobre hechos empíricos y las que constituyen juicios de valor. Es esencial
diferenciar estas dos clases de proposiciones si queremos pensar o hablar con claridad sobre cualquier cuestión,
pero muy especialmente sobre cuestiones sociales.

Los adjetivos «positivo» y «normativo» no son demasiado satisfactorios para designar la investigación de
fenómenos objetivos, por una parte, y los juicios de valor, por otra. El término «positivo» se utiliza para aludir
al conocimiento obtenido mediante una investigación empírica objetiva, no contaminada por los valores
personales del investigador. El «positivismo», como descripción epistemológica, nació con las obras de Henri
Saint-Simon y Auguste Comte a principios del siglo xix. Pero, como veremos cuando examinemos sus ideas
(capítulo 12), aunque estos autores pretendieron dotar a este término del tipo de objetividad caracterís tica de las
ciencias naturales, su propia obra estaba llena de juicios de valor y de especulaciones incomprobables que no
pueden denominarse seriamente ejemplos de metodología positivista, tal como la entienden hoy los científicos
sociales.

El origen del término «normativo» es aún más curioso. Procede de la palabra latina norma, que es el
nombre de un instrumento de carpintero, la escuadra para trazar ángulos rectos. El término, procedente de esta
actividad claramente «positiva», pasó a utilizarse para indicar una pauta de buena conducta, o «norma», de-
rivada quizás de la idea de que un carpintero se conduce correctamente cuando traza ángulos que tienen
noventa grados cuando debe trazarlos. Por los misteriosos procesos de la evolución lingüística se utiliza el
término «normativo», actualmente, para aludir a los aspectos de la ciencia social en que intervienen juicios de
valor.
¿Es válido establecer una distinción de este tipo? Después de todo, la proposición de que la Tierra es
redonda es, en cierto sentido, una «creencia» (y los adeptos de la Sociedad de la Tierra Plana no la creen). ¿Por
qué llamar a una creencia «positiva» y a otra «normativa»? Todas las creencias son en realidad subjetivas, pero
hay medios objetivos de comprobar la veracidad de las creencias positivas que no pueden aplicarse a las
creencias normativas. Consideremos dos proposiciones:

María cree que la Tierra es redonda.


Juan cree que apoderarse de la propiedad ajena está mal.

Se trata de dos proposiciones positivas porque revelan hechos que se relacionan con María y con Juan. La
cuestión básica no es si esas personas tienen estas creencias realmente, sino si esas creencias pueden apoyarse
en pruebas empíricas.

Si un miembro de la Sociedad de la Tierra Plana discutiera con María, ella podría exponer argumentos
como los siguientes: a) si la Tierra fuera redonda podría esperarse lógicamente que un barco que se alejara de
un observador desapareciera poco a poco (primero el casco y luego las velas), y de hecho se puede observar
este fenómeno. b) Si la Tierra no fuera redonda podríamos esperar, lógicamente, que viajando en una dirección,
por ejemplo hacia el oeste, no regresaríamos al punto de partida, pero de hecho regresamos. La realidad del
mundo apoya la creencia de María, demostrando que puede explicar ciertos hechos a) y demostrando que
ciertos hechos no pueden explicarse sin ella b). Se trata de argumentos poderosos (aunque no absolutamente
imperativos) para demostrar que es cierto que la Tierra es redonda tal como cree María. Puede haber también
argumentos poderosos que respalden la creencia de Juan de que robar es inmoral, pero no son argumentos que
se apoyen en una comparación entre las consecuencias lógicas de hipótesis y el estado del mundo. De modo
que la creencia de Juan puede ser tan válida como la de María, y pueden estar ambos convencidos de que tienen
razón, pero no tienen, y no pueden tener, el mismo tipo de argumentos como apoyo.

La diferencia esencial entre proposiciones normativas y positivas puede expresarse del modo siguiente:
cuando una proposición positiva no aporta pruebas empíricas, se pone en entredicho la proposición; pero
cuando una proposición normativa está en contradicción con el estado del mundo, lo que se pone en entre dicho
es el estado del mundo. Dicho de un modo algo distinto: cuando las creencias positivas de una persona no están
de acuerdo con los hechos, la persona está obligada racionalmente a cambiar sus creencias; pero cuando los
hechos no están de acuerdo con las creencias normativas de una persona, la persona está obligada moral mente
a cambiar si puede los hechos. El miembro de la Sociedad de la Tierra Plana debería cambiar de teoría
geográfica; el ladrón debería cambiar de conducta. Las proposiciones positivas y las proposiciones normativas
son ambas vitales para la ciencia social si quiere comprender y resolver los problemas sociales, pero es esencial
no confundirlas si queremos pensar con claridad.

En este análisis he considerado las proposiciones normativas como proposiciones que poseen un
contenido moral. Pero hay que tener en cuenta que no se trata de una característica de todas las proposiciones
normativas. Cuando un mecánico dice al propietario de un coche: «Habría que cambiar las bujías», está alu-
diendo a una modificación del estado del mundo que mejoraría la eficacia mecánica de un automóvil. No se
trata de un juicio moral. Pero si le dijese: «Habría que arreglar el parachoques porque sobresale esa parte aguda
que podría herir a un peatón», está exponiendo implícitamente el juicio moral de que no está bien conducir un
coche que expone a otras personas a peligros innecesarios. Por otra parte, si el mecánico dice: «Habría que
reparar el guardabarros porque hace feo», está haciendo una valoración estética, no moral. Por desgracia, el
término «normativo» se utiliza en diversos sentidos, y no siempre es fácil determinar si se alude a una pauta de
eficacia técnica o a un criterio estético, un principio ético o alguna otra norma valorativa.

(Tomado de: Gordon, Scott. Historia y filosofía de las ciencias sociales. Capítulo 3, apartados 3 y 4.
Páginas 65- 71)

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