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El Toro de Ojos Blancos.

El tocar de la puerta le tomó desprevenido en la madrugada del jueves. Se había


encontrado a si mismo bebiendo café desde hace horas y los pensamientos no le
fluían, fue gracias a este estímulo que con una gran brisa proviniendo desde la
ventanilla de la cocina; puedo levantarse a abrir la puerta.
La nada le dio un saludo mientras veía desde el porche de su casa las marchitas
macetas de ayer, mientras un oscuro cielo carente de todo fulgor, únicamente
iluminado por la luna, se asentaba en el firmamento. – ¿No se suponía que el sol
debía salir? – El hombre pensó eso mismo mientras buscaba algo de sentido,
probablemente el sueño le hacía alucinar, cuál niño que juega con sus juguetes
moviéndolos y sacudiéndolos en busca de nuevas sensaciones que encontrar. Con
un suspiro este.
El retomar de su paso adentro de su casa hizo que se quedará anonadado, al mirar
como su marco desapareció; al igual que su propio interior. Reemplazado por un
alba vibrante que parecía resplandecer al son de su respiración.
Cayó de repente en este blanquecino suelo que, acompañado de un agudo dolor,
hizo que este al poner su espalda contra el suelo, se haya sido bienvenido ante un
cuadro de blancas pinturas y fondos oscuros. La luna brillaba por su ausencia y a
medida que él iba recuperando la claridad de su visión, puedo notar que él no se
encontraba solo en aquél brillante desierto.
Una gran pesa hizo ruido, imponiendo su presencia sobre la superficie, con gran
fuerza. Un intento de sonrisa mezquino, abominable y siendo la misma
representación de las pesadillas colectivas de la mente humana, se mostraron ante
los cristalinos ojos de él. Estructuras curveadas en la frente de la criatura, poco a
poco convergiendo desde lo alto hasta casi tocarse, simplemente siendo
separadas por un orbe níveo que se mostraba sarcástico ante la pequeñez de aquél
sujeto en donde el mismo podía ver en su grandeza, la luz que la esfera emitía
con firmeza.
Unas horribles palabras, que harían achicar los tímpanos de cada persona,
resonaron en las orejas de aquél pobre sujeto – Libel Rjyrtah leh – apenas
aquellas inentendibles palabras pudieron contener el mínimo sentido. La criatura
con su execrable piel, movió las arenas del desierto, haciendo espacio para poder
esta sentarse y dar a conocer mucho mejor aquellos ojos que daban paso al vacío
infinito de la realidad.
Ya atormentado, en una combinación de sentimientos de locura y pasión, este
simplemente se quedó arrodillado ante el mientras sin hacer nada, le mostraba
todo. Fue en esos momentos en donde a la aparición de una luz hueca, abrió
levemente los ojos, mostrando una dorada estrella. Había amencido.

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