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Adrián G.

Campos

Este cuento se cocinó en noviembre, mes en el que celebramos y recordamos la muerte,


ofrendando comida para los que se han ido de fiesta con ella.

Calidopalido y frito.

Silencio.

-¡Te ves Calidopalido! ¡¿Qué te pasa?! Contesta ¡¿Qué te pasa?!

Veía personas juntarse al lado mío, sentía su confusión mezclarse con mi dolor; la
corriente eléctrica se deslizaba por mi cuerpo, atravesaba mis huesos y me golpeaba el
estómago, pateó aquella pereza que traía atorada. Mi flaquimosa seguía a mi lado, solo
gritaba: -¡¿Qué te pasa?! ¡¿Qué te pasa?!- no hacía nada más, creo ni gritos eran, quizá eso
parecían.

-¡flaquimosa ayúdame ¡flaquimosa!- creo eso pude decir, o pensar, mi letargo se esfumó
por un momento pero aquello que vi lo hizo regresar, nunca me dejaría. Caí al suelo,
algunos con sus curiojos me miraban, otros agitaban las manos, las gotas de sudor caían de
sus rostros mas no despertaba en ellos ningún motivo por ayudarme, nadie se acercaba. Por
las narices me entraba un hedor, no era el de la comida, era el mío; estaba frito.

Golpescupo.

Veinte minutos antes de la escena dábamos el pasarato en el tianguicida, el


golpescupo de esa tarde nos tenía atarantados y flojos más que de costumbre y eso ya era
bastante. Anduvimos al tientociego rozando con los dedos las frutas frescas en busca de
comida, intentando calmar nuestros estómagos y cambiar esas monedastrosas que
apestaban a sangre, mugre y trabajo; yendo de puesto en puesto, curiojos registraban las
diferentes garnachas que relucían cada vez que sus miradas las apuntaban; nuestras narices
saboreaban las quesarricas, lamían los tacolengua y deglutían las garnachas.
Le preguntaba a mi flaquimosa qué quería pero no contestaba, pensé que no
escuchaba o que quizá no me hacía caso, ella me preguntaba a dónde íbamos y yo le
respondía con un abrazarcástico pues, no traía ni un salivazo en el estomago después de las
nochelas de ayer, de antier, de todo el mes. Nos quedábamos hasta tarde sin saciar las
molestas tripas, necesitábamos ese jalón para poder salir de casa aunque no siempre lo
conseguíamos; ese “algo” lo encontramos comiendo.

-¡Carnitas!- dijo mi flaquimosa - ¡vamos por carnitas!

El olor a grasa nos enganchó y jaló las narices hacía el puesto favorito de carnitas en
aquel cazo profundo y burbujeante, también se mantenían calientes debajo de grandes focos
ardientes y amarillos; pedimos, el estómago se estrujaba, la baba se escurría de la boca y las
primeras mordidas la regresaban a su lugar.

-¿¡Dos de cuerito bien frito!?


-Son míos- respondí.

Siniestro.

La raticía daba su rondín paseándose al ciegoveo, sus patrullas con las sirenas
gritando se detuvieron en la esquina del puesto; el siniestro había ocurrido, piroladrones
habían disparado a Celedonio por resistirse al atraco. No tuve la fuerza de voltearme, pegué
un mordisco a mi taco y como un chispazo todo cambió, tronó el sonido cual latigazo, mi
plato cayó al suelo la bulla se apagó, el foco de las carnitas estalló y el cristal se vino abajo
en pedazos, pirobalas asestaban en los cuerpos que tenía al frente, ardían como rocas
fugaces perforando el espacio negro del cazo, proyectiles desgarrando carne frita y carne
cruda (gatuerte reía con afiladas carcajadas), seguían sonando latigazos, otro foco roto y
chispazos, el cable de corriente eléctrica que alimentaba los focos destazado cayó en mi
mano, de golpe lo apreté y ahí fue cuando sentí la descarga. Mis hombros se entumieron,
los curiojos se me abrían, me pateaba la cabeza y me sentía vivo y reanimado; con fuerza
salté por mis calambres antes de quedar callaplejico, tieso como hueso, agarré los ruidos
del lugar, atrapados por una gran mordida los tragué y todo quedó en silencio, mi piel
comenzó a humear, se puso negra y despedía un olor fétido, frito, sentí otro golpescupo, mi
flaquimosa solo decía:

-¡Te ves Calidopalido! ¡¿Qué te pasa?! Contesta ¡¿Qué te pasa?!

Humo.

Gatuerte danzaba parsimoniosa entre los cuerpos agujereados, sus pisadas no registraban
ningún sonido, se derretía rozando sus manos frías y puntiagudas, desangraba los cuerpos,
saboreaba sangrelastica que se estiraba en el piso, era su momento un vals de
conmemoración, se deslizaba hacía mí. Con abrazarcásticos levantaba cuerpos y
lentamente bailaba con ellos; los tiraba al piso. Terminando aquél número acercó mi banco
y lo acomodó para sentarse con la misma pereza con la que yo había vivido una vida.
Agarró lo que quedó de mi taco, le limpió el polvo y antes de darle una mordida me sonrió
girando la cabeza, como aquellos perros cuando parecen no entender. Me dio flojera
regresarle el gesto y caí al suelo, personas parecían gritar, corrían de un lado a otro; mi
flaquimosa no se acercó. Sus curiojos cambiaron, se hicieron dulces tiesos y tristes, se
deshicieron. Me sentía despierto pero creo que no duró mucho, no pude saciar mi hambre ni
descansar un poco más, el olor a frito me mantendría despierto y sin descanso, quise cerrar
mis ojos, gatuerte me levantó de una zarandeada y comenzó a bailar conmigo al ritmo del
humo desprendido de mi carne: sin prisa, sin dolor, sin fin y sin latidos.

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