Está en la página 1de 6

MATERIAL FILOSOFIA 3 EVALUACIÓN

John Stuart Mill. Es mejor un ser humano insatisfecho que un cerdo satisfecho.
Es mejor ser un ser humano insatisfecho que un cerdo satisfecho; mejor ser un Sócrates
insatisfecho que un necio satisfecho, y que si el cerdo o el necio son de distinta opinión,
se debe únicamente a que solo conocen su propio lado de la cuestión mientras que el
otro término de la comparación conoce ambos lados. (Stuart Mill: El utilitarismo)

¿En qué consiste la felicidad? ¿Todos los placeres tienen el mismo valor o hay
placeres superiores e inferiores? Decía Aristóteles, y muchos otros filósofos, que la
finalidad de la vida humana consiste en alcanzar la felicidad. Esa es también la opinión
de Stuart Mill, quien, como buen utilitarista, juzga que evitar el dolor y lograr sentirse
bien son las metas de la vida, todo lo que haga con ese fin será bueno. De hecho,
una acción debe ser calificada como justa en función de cuánta felicidad proporcione
o cuánto daño evite al mayor número de personas. El maestro de Mill y padre del
utilitarismo Jeremy Bentham, recomendaba, en coherencia con esa teoría, antes de
actuar, realizar un cálculo de las consecuencias de nuestra acción en términos de
placer, eligiendo entre dos placeres al más intenso, el más duradero, el que no traiga
asociados dolores y el que beneficie a más cantidad de gente.
Uno de los problemas de esta teoría consiste en saber exactamente si es lo
mismo placer que felicidad. Porque si un cerdo bien cuidado pudiera hablar quizás nos
diría que es feliz: tiene asegurada su ración de comida, tiene una compañera con la cual
se entiende bien, no sufre malos tratos y cuando llega su fin ni se entera. ¿Es esa la
felicidad que queremos para nosotros? Sin llegar a los extremos del cerdo, hay una
manera de entender la vida que es muy parecida: se trata de dejar pasar la existencia
sin correr ningún riesgo, esquivando en lo posible los problemas sin tratar de hacerles
frente, limitándose a buscar el placer fácil y, sobre todo, a evitar cualquier decisión que
nos pueda hacer sufrir. Es lo que Ortega y Gasset llamaba “asistir a la propia vida”, en
lugar de vivirla.
La otra opción consiste en arriesgarse a explorar las oportunidades que nos da
la vida, sabiendo que al hacerlo tendremos que pagar el precio de equivocarnos y sufrir
las consecuencias de nuestros errores. Pero sabiendo también que gracias a correr
esos riesgos viviremos situaciones nuevas y que nuestra existencia no se limitará a
repetir las rutinas de cada día, sino que descubrirá muchas posibilidades que tenemos
nosotros y que tienen los que nos rodean y que no hubiéramos sospechado si no las
hubiéramos puesto a prueba. Y que la dicha que hemos encontrado en algunos de esos
momentos compensa el riesgo de soportar el dolor que hemos encontrado en otros.
La cuestión es determinar si todos los placeres, como experiencias subjetiva que
son, pueden compararse al peso, valen lo mismo, o si, por el contrario, hay algunos de
mayor calidad, por ejemplo escuchar una sonata que comer una hamburguesa. Esta
última era la posición de Stuart Mill, para quien no todos los placeres son iguales, los
físicos tienen menor valor que los intelectuales y morales. Podemos vivir como
personas, como seres humanos, o rebajarnos a la pura animalidad o a la estupidez
como hacen los necios. El sabio busca algo superior, algo que le realice como persona.
Y es un hecho incuestionable que quien tiene capacidad de gozar todo tipo de placeres
dará preferencia al modo de existencia que emplea facultades superiores. Es cierto que
probablemente una persona con facultades más elevadas necesitará más para ser feliz,
será más vulnerable al sufrimiento que alguien con escasa inteligencia y sensibilidad.
Pero, a pesar de todas las desventajas, esa persona nunca deseará rebajarse a un
grado inferior de la existencia.
Desde luego, aunque parece convincente su razonamiento, no resulta fácil
explicar de qué modo se puede juzgar la mayor o menor calidad de un placer. Una hora
de telebasura puede ser para algunas personas más entretenida y placentera que una
sonata de Bach, y seguro que protestarán si se les dice que su placer tiene menos
kilates ¿Por qué la felicidad del artista, del científico, del aventurero va a ser superior a
la del cerdo? Para Stuart Mill, quien elige este camino para ser feliz lo hace conociendo
también en qué consiste la felicidad del cerdo. Quien es capaz de disfrutar de un poema
y de una hamburguesa sabe que el primer placer es preferible al segundo, pero quien
solo es capaz de disfrutar de uno de los dos es incapaz de comparar.
Quien sabe gozar de una vida cómoda y segura pero también de una vida que
asume riesgos y está abierta a lo desconocido, quien sabe gozar los placeres pasivos y
los activos, con toda seguridad preferirá la insatisfacción que seguramente le
acompañará toda la vida antes que la estúpida satisfacción del que evita todo riesgo.
Quien opten por la vida del cerdo, en cambio, sólo conocerán una mínima parte de lo
que pueden obtener de la vida: no saben lo que se pierden. Desde luego, no hay manera
de demostrar científicamente la superioridad de una u otra elección, tan solo el criterio
del perito en placeres.
John Stuart Mill fue un filósofo, economista y político escocés que vivió entre 1806 y
1873.

Preguntas sobre el texto: ¿qué relación hay entre placer y felicidad? ¿En qué consiste el
utilitarismo? ¿Tienen todos los placeres el mismo valor? ¿Cómo se puede medir la superioridad
de unos placeres sobre otros?

Preguntas a partir del texto: ¿Si el placer de hacer daño a una persona es superior al
placer de hacerle sentir bien, sería ético maltratarle según el utilitarismo? ¿Si una multitud está
convencida de la culpabilidad de alguien a quien se acusa de asesinato, y desea a toda costa su
ejecución, debería prevalecer este placer sobre el derecho a un juicio justo del sospechoso?

Hegel. La dialéctica del amo y el esclavo

Es únicamente arriesgando la vida como se obtiene la libertad (Hegel:


Fenomenología del espíritu)

¿Por qué la historia está repleta de situaciones de dominio y servidumbre? ¿Hay


alguna relación entre la libertad y la muerte? ¿Por qué unos mandan y otros obedecen?
¿Acabará alguna vez esta guerra fratricida que atraviesa la historia? ¿Desaparecerá la
esclavitud? Una de las figuras más famosas por las que atraviesa el espíritu en busca
de su propia libertad es la dialéctica del amo y el esclavo. Su importancia se debe entre
otras cosas a que prefigura la lectura marxista de Hegel. En ella encontramos frente a
frente a dos autoconciencias, es decir, dos individuos que tratan de hacerse plenamente
conscientes de sí mismos, y que se exigen mutuamente el reconocimiento de su valor
absoluto.

Hay que destacar que el deseo de reconocimiento es para Hegel el motor último
que impulsa la historia. Se trata de un deseo exclusivamente humano y espiritual, no
biológico, pues no es tanto el deseo de un objeto sino el deseo de un deseo. Lo que se
desea es sencillamente ser deseado, es decir, reconocido por el otro como un valor
superior. No es un asunto de supervivencia sino de vanidad.

El conflicto, llegado a ese punto, es inevitable, dado que ambas autoconciencias


quieren ser reconocidas como absolutas y solo una de las dos puede alcanzar la
supremacía. La confrontación será sangrienta, un duelo a muerte zanjará la contienda.
Esto no es un hecho accidental. Solo el riesgo de morir, de poner en peligro la vida
biológica por prestigio, puede acreditar que se trata de un deseo humano que supera
los límites de la naturaleza, pues para el animal no hay valor superior a la conservación,
a la supervivencia.

Aquel de los contendientes que está dispuesto a arriesgar su vida solo por honor
será el vencedor, el amo; mientras que quien, rendido al temor, prefiere someterse antes
que poner en riesgo la propia vida se convertirá en esclavo y trabajará para el amo,
renunciando a su deseo de reconocimiento. El amo representa la conciencia autónoma,
el esclavo la conciencia dependiente, ya que se percibe a sí mismo desde la mirada del
amo. Debido a este dominio, será cosificado, utilizado como un mero objeto de trabajo
al servicio del amo.

A partir de ese momento el amo gozará sin esfuerzo de los frutos del trabajo,
mientras el esclavo se esforzará sin goce, viéndose obligado a reprimir su placer y
disciplinarse para transformar la naturaleza. Ambas actitudes generarán importantes
cambios en cada uno de ellos, provocando con el tiempo una inversión de los papeles,
dado que el esclavo resulta indispensable para el amo, pero este no para el esclavo.

. El amo apenas evolucionará, debido a su existencia casi animal de puro disfrute,


a lo que su suma su progresiva insatisfacción por el hecho de que su afán de
reconocimiento no puede ser satisfecho por alguien, el esclavo, a quien no reconoce
como su igual. El esclavo, por su parte, gracias a su capacidad de negarse a sí mismo
en el trabajo, de hacerse señor de la naturaleza a la que ha ido transformando, de
organizarse y cooperar con otros, se va empoderando, haciéndose consciente de su
propio valor, hasta que en un momento dado retoma la lucha a muerte con el amo para
ser reconocido.

El motor de la historia será para Hegel esta oposición, esta dialéctica entre la
dominación y la servidumbre en aras de satisfacer el deseo de reconocimiento, sin el
cual los seres humanos no podrían alcanzar la conciencia de sí mismos, no podrían
decir yo, siendo incapaces de elevarse sobre el mero sentimiento de sí que caracteriza
al animal.

Pero esta antítesis conduce a una síntesis en la que finalmente surge la


reconciliación y la armonía. Para Hegel el conflicto de autoconciencias solo puede
resolverse en el Estado universal y homogéneo, es decir, en aquel orden jurídico que
reconoce a cada particular como una personalidad libre e igual. En ese Estado global el
amo y el esclavo ya no se encarnan en individuos o clases diferentes, sino que se han
interiorizado en la figura del ciudadano, que es simultáneamente esclavo -debe
someterse a las leyes- y amo -ya que es colegislador de esas leyes. Una sociedad así
representaría el fin de la historia, porque, al haber satisfecho su hambre de
reconocimiento, nadie querría ya cambiar el orden establecido.
Preguntas sobre el texto: ¿Cuál es el motor del cambio social para Hegel? ¿Qué diferencia
el deseo humano del deseo animal? ¿Qué relación existe entre asumir el riego de morir y el inicio
de la humanidad? ¿Qué cambios se producen en la evolución del amo y el esclavo? ¿Es posible
una sociedad en la que ya no haya amos y esclavos?

Preguntas a partir del texto: ¿Acabaría la historia si todos los seres humanos fueran
reconocidos como ciudadanos libres e iguales por un Estado universal?

Schopenhauer La voluntad de vivir


Únicamente el dolor y la necesidad pueden ser experimentados positivamente y se
hacen sentir por sí mismos. El bienestar es un estado puramente negativo. Esta es la
explicación de que no apreciemos en todo su valor los tres grandes bienes de la vida:
la salud, la juventud y la libertad, mientras los poseemos, sino después de haberlos
perdido (…) El único fin que podemos señalar a la existencia es el de convencernos de
que valdría más no existir. (Schopenhauer: El mundo como voluntad y representación).

¿Tiene la vida sentido? ¿Estamos aquí con algún propósito? Pocos pensadores
tienen un aliento tan políticamente incorrecto correcto como Schopenhauer. Su filosofía
es un mazazo contra toda visión optimista de la condición humana, según la cual el fin
de nuestra existencia, nuestro propósito en el cosmos sería ser felices. Por el contrario,
todos los seres individuales, humanos incluidos, no somos sino fenómenos pasajeros
en los que se manifiesta la cosa en sí, la esencia de la realidad, su núcleo último, que
no es otro que la voluntad de vivir, una voluntad ciega e indestructible, que no tiene otro
fin ni propósito que su propia perpetuación.
Esta voluntad es irracional porque el principio de razón -según el cual todo lo que
existe tiene una causa o razón para existir-, que rige de modo implacable el mundo que
percibimos por los sentidos es, al igual que este mundo, tan solo una apariencia o
representación que la voluntad ha creado valiéndose del entendimiento humano, el cual
le sirve ciegamente como un esclavo ¿Cómo podemos estar seguros entonces de la
existencia de esta voluntad y de que es la única y verdadera realidad? Según
Schopenhauer porque, aunque todos los seres son sus productos, tan solo el hombre
es capaz de descubrirla en su interior por introspección: en su corporalidad, en su deseo,
en su anhelo, en su voluntad de vivir, en su apetencia infinita. Curiosamente la
inteligencia, que es un producto derivado y secundario de esta voluntad para conocerse
a sí misma y servir con mayor eficacia sus fines, nos da la oportunidad de llegar hasta
el fondo y despertar del engaño.
Aunque este despertar no nos ofrece precisamente un panorama demasiado
halagüeño. Nos hace comprender que el ser, el fundamento de la realidad, no es sino
una fuerza anónima y omnipotente de la que todo depende sin que ella dependa de
nada ni de nadie. No es una voluntad divina ni una voluntad humana, simplemente es.
Cualquier sentido que queramos darle a la vida es tan solo una fantasía humana.
La voluntad es única e íntegra en cada uno de los seres individuales en que se
manifiesta, de ahí el egocentrismo que le hace a cada individuo verse a sí mismo como
el centro absoluto del mundo, y del que deriva la guerra de todos contra todos, pues
toda partícula está programada para subsistir a costa del resto. De ahí ese deseo y
presentimiento de inmortalidad que cada uno de nosotros alberga y que brota de la
intuición de que en lo más profundo de nosotros somos eternos, pues nuestro ser no es
otro que voluntad de vivir. De ahí también esa desmesurada importancia que
concedemos al amor, motivo centralmente obsesivo de novelas y canciones, y que no
es sino la mentira poética con la que la voluntad de vivir encubre el deseo sexual cuyo
único fin es la procreación.
El individuo descubre, gracias a su inteligencia, que la vida no es otra cosa que
dolor, que el placer y el bienestar solo son fugaces momentos de alivio del sufrimiento.
Pues solo el dolor es real y positivo, el placer es un fenómeno meramente negativo, una
ausencia de dolor. Eso explica que todos sufrimos por un dolor de muelas pero nadie
goza por no tener dolor de muelas; o que los bienes más importantes como la vida, la
juventud o la libertad solo los apreciamos cuando los hemos perdido. La aparente
satisfacción de un deseo genera de inmediato nuevos deseos. La vida oscila entre la
frustración por lo que no tenemos y el tedio por lo que tenemos. Todo individuo,
empezando por los más cercanos, son una amenaza. La crueldad, la violencia y la
insatisfacción predominan en la historia humana mientras que la lucha por la
supervivencia domina la naturaleza. La conclusión del sabio no puede ser más
desoladora: lo mejor sería que el mundo no existiera y, para quienes vivimos en él, no
haber nacido.
¿Existe una salida al desengaño? ¿Por qué no suicidarse entonces? El suicidio
es inútil porque logra matar la vida, pero no la voluntad de vivir, que es eterna. La
contemplación estética desinteresada, el contacto con las obras de arte, nos
proporciona según Schopenhauer al menos un alivio momentáneo de este deseo
angustioso, sobre todo la música, que nos sumerge en la esencia del mundo, a
diferencia de las artes imitativas como la escultura o la pintura que solo reflejan los
fenómenos externos. Pero, claro está, el deseo insaciable resurge tras la contemplación.
Una posible vía para la redención, que Schopenhauer toma probablemente
prestada del budismo, es negar la voluntad de vivir, renunciando al egoísmo. Ese es el
papel de la ética, cuyas virtudes como la justicia (no arrojar sobre los demás las propias
cargas de la vida) y la generosidad (soportar las cargas que corresponden a otros)
surgen de la comprensión de que la voluntad de vivir es numéricamente una y que todos
los individuos humanos, incluso animales o vegetales, somos el mismo.
Esté será el sentido de las religiones, que en el fondo y con diferentes doctrinas
predican lo mismo que su filosofía, solo que de una manera indirecta y figurada: el
pesimismo (que la existencia es dolor y somos culpables de existir); el ascetismo (la
necesidad de renunciar a la voluntad de vivir, lo que incluye la sexualidad, la
procreación, la violencia o la propiedad) y el misticismo (nuestra inteligencia no puede
conocer el fondo del ser sino a través de metáforas y símbolos irracionales).
Entre todas las religiones las más inspiradoras para Schopenhauer son las
orientales, como el hinduismo o el budismo, con su doctrina del sansara y el nirvana. El
sansara representa la totalidad de los seres que viven en el espacio y el tiempo,
sometidos al dolor y la impermanencia; y el nirvana, que es la suspensión o extinción de
este sufrimiento a través de la liberación de la propia individualidad y de la voluntad de
vivir, gracias a la iluminación de la inteligencia.
Preguntas sobre el texto: ¿En qué consiste la realidad del mundo? ¿De qué modo
accedemos al conocimiento de la voluntad de vivir? ¿Es racional o irracional? ¿Cómo se explica
el egoísmo y la guerra? ¿Qué tiene que ver el amor con la voluntad de vivir? ¿Qué características
tiene la voluntad? ¿Qué relación tiene con la mente y el intelecto? ¿Por qué el suicidio no es una
escapatoria? ¿Por qué el arte no es una escapatoria? ¿Es la ética y la religión una escapatoria?
¿Qué relación tiene el budismo con la filosofía de Schopenhauer?

También podría gustarte