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Hasta hace poco más de un año todo el mundo vivía su día a día sin mayores complicaciones, las
personas salían a trabajar, estudiar, pasear, etc. Hacíamos nuestras actividades con completa
normalidad, pero algo estaba por suceder en China, específicamente en Wuhan, en diciembre
del 2019 comenzó un brote epidémico, este fue identificado como un nuevo coronavirus
denominado SARS-CoV-2, que en un par de semanas ya había sobrepasado las fronteras de ese
país, y se iba esparciendo muy rápidamente por el resto del mundo.
Esta enfermedad infecciosa afecta de distintas maneras en función de cada persona. La mayoría
de las personas que se contagian presentan síntomas de intensidad leve o moderada, y se
recuperan sin necesidad de hospitalización, es decir no es una enfermedad que te puede matar
al instante, aunque hay personas que pueden ser más vulnerables, pero con la debida asistencia
médica se puede superar.
Así un par de meses después, los ciudadanos estaban confinados en sus casas, industrias a
niveles mínimos de producción, hospitales colapsados, fronteras cerradas y, en general el
mundo estuvo pausado, todo esto con la finalidad de detener su propagación.
En ese contexto la virtualización era una de las mejores opciones, es así que ahora, vivimos una
nueva normalidad, situación que nos ha obligado a tener nuevas maneras de producir, de
trabajar, aprender y de relacionarse. El COVID no solo nos ha enseñado lo que tenemos que
dejar de hacer si no que también nos ha enseñado que es lo que tenemos que hacer.
Aún hay mucho por decir acerca de esta pandemia y la virtualización, pero no hay algo definido
y a probablemente aun tendremos que realizar más cambios imprescindibles para continuar con
la vida.