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Tony Manero

Pablo Larraín I Chile I 97 min I 2008.

Todo en Tony Manero es sórdido, sucio, asfixiante. El cuartucho de la mala muerte donde
vive. Los paredones sin revocar que lo guarecen y las calles del barrio por las que corre.
Todo lo que lo rodea ayuda a alimentar un aura miserable y decadente. Todo en Tony
Manero exhala miserabilismo.

En los primeros minutos pensé estar ante una especie del Travis de Taxi Driver versión
chilena pero al rato toda empatía -que tampoco era mucha- se desmoronó ni bien brotaron
los primeros signos de violencia gratuita. El personaje es nefasto. Es un sociópata, psicópata
y amoral. De alguna manera, él es el resultado de todo lo malo que puede engendrar una
sociedad. Y es acá donde la dictadura chilena de Augusto Pinochet introducida por el
director Pablo Larraín desde la periferia se vuelve no solo mero contexto temporal del
relato sino que empieza a cobrar un sentido más palpable, volviéndose espejo por el que se
refleja este Tony Manero tercermundista y homicida.

Es valorable entonces la capacidad para contar en un relato pequeño, micro, parte de lo


que fue la dictadura. Mejor dicho, la capacidad de concentrarlo en solo un personaje.
Porque es en él donde se ve clarísimo las miserias, el horror y el sadismo de aquellos años.
Como así también, donde se ve explícitamente el drenaje de toda la licuación de la
identidad chilena: en ese deseo caprichoso por ser el personaje de John Travolta, por
querer que el escenario sea de vidrio y con luces como en Saturday Night Fever, que su
traje tenga no uno sino dos botones, que algún día su impotencia sexual con la que el
director decide humillarlo, por fin, algún día, milagrosamente se revierta.

Link en bio

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