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loqueleo La fabrica de serenatas Andrea Ferrari llustraciones de Fernando Rossia Martin Rimando tiene tantas palabras y tanta miisica rondando en su cabeza que ofrece serenatas a quien las necesit: snte mas inesperado, Alejo, tiene once afios y un gran problema: las palabras lo abandonan en los momentos mas dificiles. Por ejemplo, cuando ve a su vecina Alejandra. Una novela imperdible de Andrea Ferrari, en la que no faltan malvados criminales, ladrones poetas, el relato de la soledad, la timidez y la torta de limén. Y, por supuesto, las serenatas. wuw.loqueleo.santillana.com Ssanrutana (oajando} La fabrica de serenatas Andrea Ferrari Renee emer ee aC OR Gracy © 2012, ANDREA FERRARE © 2012, 2013, BoIctONES SANTILLANA S.A, © De esta edicién: 2016, BDICIONES SANTILLANA S.A, ‘Av. Leandro N. Alem 720 (C1O01AAP) Ciudad Auténoma de Buenos Aires, Argentina ISBN: 978-950-46-4578-8, Hecho el depésito que marca la ley 11.723, Impreso en Argentina. Printed in Argentina Primera edicién: enero de 2016 Coordinacion de Literatura Infantil y Juvenil: MARA FERNANDA MAQUIEIRA, Tustraciones: FERNANDO ROSSA Direccién de Arte: JOSB CResro ¥ Rosa Manin Proyecto grafico: MARISOL, Det BUEGO, RUBEN CHURRILLAS ¥ JULIA ORTEGA Fora Andrea La fabrica de seronatas / Andres Perea ustrado por Fernanvlo Ros Auténoma de Buenos Aire : Santillana, 2016. 136p.:i1 20% 14 em. - (ara) taed.-Ciudad ISBN 978-950-46-4578-8 1 Literatura Infantil Juvenl. Rossa, Fernando; ils, Titulo. cop 863.9282 ‘Todos los derechos reservados. Esta publicacin no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperacién de informacién, en ninguna forma ni por ningiin medio, sea mecanico, fotoquimico, clectrénico, magnético, electrodptica, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permi- s0 previo por escrito de la editorial, ESTA PRIMERA EDICION DE 4.000 BJEMPLARES SE TERMING DE IMPRIMIR EN EL, MBS DE ENERO DE 2016, EN ARCANGBL MAGGIO ~ DIVISION LIBROS, LAFAYETTE 1695, CIUDAD AUTONOMA DE BUENOS ArneS, REPUBLICA ARGENTINA. La fabrica de serenatas Andrea Ferrari Tlustraciones de Fernando Rossia loqueleo Capitulo 1 Esca es una historia de tansformaciones. De gente que era de una cierta forma y un buen dia sucedié algo que la hizo cambiar. También es la historia de una chica sentada en un balcdn, de un chico timido y levemente tartamudo, de un matén que querfa conquistar a una muchacha y de una batalla a los tiros en medio de la ciudad. Y, sobre todo, es la historia de un hombre que amaba las rimas. Se las voy a contar entera, con todas sus idas y venidas, si tienen la paciencia necesaria para escucharme. Seguramente habré alguno que se pre- gunte cémo es posible que yo sepa tanto de este asunto. Sencillo: me'lo contaron sus protagonistas. Y habré algiin otzo (siempre hay alguien excesi- vamente curioso) que quiera saber quién soy yo. Bueno, lo lamento, pero eso no se los voy a deci En verdad, no les conviene saberlo, No insistan. Capitulo 2 A\kgo mis.. Oyeron hablar deeseladrén que deja poemas en las cajas fuertes que vacia? iNo? Si no saben nada de él, les voy a decir que andan muy mal informados, porque el hombre se hizo bastante famoso. Salié en los diarios y en la televisién, y algunos de sus poemas han sido cita- dos gran cantidad de veces. Bueno, esta historia también tiene que ver con él. Y ahora si, empiezo. Capitulo 3 Parasia decise que la historia comienza el dfa en que Alejo entré al negocio de Martin. Sin embargo, el problema que lo habfa llevado hasta alli no era nuevo. Ya de muy chico se dio cuenta de que cada vez que las cosas se ponian dificiles él tropezaba con las palabras. Podia pasarle al principio o en la mitad de la frase. A veces no lograba atravesar la segunda sflaba, por mucha fuerza que hiciera. Otras veces tenia la impresién de que su voz se extingufa y, aunque inten- taba empezar en un tono muy alto, se iba adelgazando hasta convertirse en un murmullo imposible de oft No importaba qué palabras queria decir, si eran largas 0 cortas, comunes o raras. Ni siquie- ra importaba el idioma. Lo que lo trababa era estar frente a lo que é llamaba una Situacién Complicada. A veces las cosas iban tan mal que ni siquiera era capaz de arrancar. En esos casos abria la boca y solo salfa silencio. 12 Resultaba sumamente incémodo, me dijo la tarde en que me contd todo esto: el silencio era como una pared que crecfa frente a él y contra la que se daba la cabeza una y otra vez Le habfan dicho que el problema se le iba a ir cuando creciera. Necesitaba estar mds tran- quilo, le recomendaron médicos y maestros. Pero, cuanto més pensaba él en que debia tranquilizarse, més nervioso se ponia y més palabras perdia. Para resolver esta cuestién, Alejo tom dos decisiones importantes. La primera fue evitar todas las Situaciones Complicadas. En cuanto vefa venir una, hacfa todo lo que estaba a su alcance por huir. La segunda fue hablar lo menos posible. ‘A menos palabras, menos posibilidades de trabarse. De modo que se limitaba a decir lo indispensable y ctefa tener el asunto més 0 menos controlado. Es cierto que se perdia un montén de cosas intere- santes. También, que la gente solia comentar que era un chico excesivamente callado y timido. Pero todo eso no le importaba demasiado. El problema fue que a los once afios conocié a Alejandra y eso cambié completamente las cosas. La chica aparecié una tarde en el edificio de al lado. Més precisamente, en el baleén del primer piso. Desde su propio balcén, un piso 13 mis arriba, Alejo le ech un vistazo. La encontrd encantadora. Luego, desde la calle, le echd un segundo vistazo. Y la encontré atin més encanta- dora. Més tarde le eché un tercer vistazo con un par de largavistas. Y decidié que era la chica mas encantadora que habfa visto en su vida. Pelo largo, castafio rojizo. Piel ligeramente bronceada y unas cuantas pecas en las mejillas. Le parecié extrafio, sin embargo, que llevara anteojos negros. Y tam- bién que se quedase ahi, inmévil, durante tanto tiempo. Al principio pensé en hablarle, pero tenia miedo de tropezar con las palabras y causarle una mala impresin, Entonces chisté varias veces, sin resultado alguno. Después tird un avioncito de papel, creyendo que asi lo mirarfa. Pero, aunque se posd a escasos centimetros de su pie, ella ni siquiera gird la cabeza para observarlo. Quizds, pens6 Alejo en esos dias, estaba enamorado. Claro que, como nunca habia esta- do enamorado antes, no sabfa exactamente qué se sentfa en ese caso. Lo que si sabia era que no podia pensar en otra cosa. Y que ella ni siquiera habfa reparado en su existencia. Un par de dias més tarde descubrié otros tres detalles, gracias a unos nuevos largavistas, mucho més potentes, que le habia prestado un amigo, 14 El primero fue que la chica tenfa auriculares en los ofdos, 0 sea que estaba escuchando mitsica. El segundo fue que, cada tanto, comia algo que sacaba del bolsillo. Y el tercero que, bajo los anteojos de sol, habia una venda blanca. Decidié investigar. El departamento en cuestién pertenecia a un matrimonio al que él conocia de tanto cruzarse por la calle. De modo que la vez siguiente que vio a la sefiora, la detuvo y le pregunté qué hacia ahi esa chica. —Es mi sobrina —explicé la mujer—. Vive en Mar del Plata, pero vino a Buenos Aires a hacerse una operacién en los ojos. Los tiene que tener vendados durante diez dias. Por eso se pasa el dia tomando sol y escuchando misica. Luego la tfa dijo varias cosas més. Que la chica tenfa once afios. Igual que él, pens6 Alejo. Que estaba en sexto grado. Igual que él. Que le gustaba el rock. Igual que a él. Que comia cara- melos de menta. Igual que él. Se atrevié con una tiltima pregunta. AY cémo se llama? —Alejandra, — Igual que yo! — Igual que vos? —pregunté sorprendida la mujer, 16 —Casi igual. Yo me llamo Alejandro, pero me dicen Alejo. La tia también le conté que, cuando se aburrfa de escuchar miisica, Alejandra pedia que le leyeran historias de misterio. Que era timida y le daba mucha vergiienza que la vieran con la venda en los ojos Si no hubiera existido el problema de las Situaciones Complicadas, pensé Alejo, las cosas se resolverian enseguida. El le hablaria desde su bal- c6n, se harfan amigos y pronto la estaria visitando en su casa. Pero sabfa que eso era imposible: no iba a poder pasar de la primera silaba. Ese fue el dia en que recordé el cartel. Lo habfa visto cerca de su casa, colgado en el frente de una puerta. “Fabrica de serenatas”, decia. Y, més abajo, alguien habia escrito una estrofa con letras delicadas y pintura verde. SERENATAS A PEDIDO PARA GENTE ENAMORADA USTED PIDA, YO LO DIGO NO LE SALE CASI NADA Quien habia escrito eso parecia haber estado pensando en él, consideré Alejo: era exacta- mente lo que necesitaba. Tiempo después, Martin 17 le iba contar que en verdad estaba pensando en que serenata rimaba con batata, que era lo que iba a comer para la cena. Pero faltaba para eso. Capitulo 4 Avpenas Jo conoci, me di cuenta de que a Martin Alberto Rimando nunca le faltaban las palabras; més bien al contrario, le sobraban. El crefa que tenia su destino grabado en el nom- bre. O, mejor dicho, en el apellido. Ya desde su infancia habia demostrado set una persona bas- tante particular, diferente del resto del mundo. Le gustaba pensar en el sonido de las palabras, en las muchas maneras de entrelazarlas, combinarlas, cantarlas, gritarlas 0 escupirlas. Peto, sobre todo, de rimarlas, Cuando alguien decfa “buen dia’, él pensaba en sandia o en tranvfa. Y si jugaban al fitbol, entre patada y patada, se decia a si mismo que pelota rimaba con marmota, arquero con sombrero y golazo con aplazo. Sabia que alguna gente se refa a sus espal- das. Pero no le importaba. Cuando le decfan que estaba chiflado, pensaba en helado y en bocado. O en asado y en amado. 20 Su segunda pasién era cantar. Al principio cantaba bajo la ducha, para que nadie lo oyera. Pero luego se animé en la sala, Mas tarde abrié la ventana. Poco después ya cantaba por la calle. No cantaba, como mucha gente, con un avergonza- do murmullo, A Martin le gustaba cantar a todo volumen, sacar su voz desde el estémago y pro- yectarla tan lejos como pudiera llegar. Cantar, se daba cuenta, le quitaba e! malhumor. Se olvidaba de las burlas, la soledad, las pruebas de geogra- fia y el olor del repollo hervido que cocinaba su madre. Alguna gente le dijo que estaba haciendo tun papelén. Lo pensé: papelén rimaba con razén y corazén. ¥ considerd que no le importaba. Fue natural, entonces, que cuando se hizo mayor Martin decidiera dedicarse a las serenatas a pedido. Otra vez, le dijeron que era una locura. Que ya no habfa mujer ni hombre a quien le gustara aso- arse al balodn a escuchar una serenata, menos atin si vivia, por ejemplo, en el piso veinticinco, desde donde solo se ofan, con viento a favor, las bocinas de los autos. Pero él insistié. Entonces lo acusaron de ser antiguo. En esta época, le explicaron, exis- tiendo el teléfono, el correo electrénico, el chat, el celular, los mensajes de texto, las redes sociales, las videoconferencias, los radiollamados y tantas otras formas de comunicar el amor, el odio 0 el color del 21 mar por la tarde, a nadie se le ocurtirfa encargar una serenata. Pero él insistié. Le pronosticaron un sonoro fracaso. Y el insistié. Meses més tarde habia montado su empre- sa y colocado el cartel que decfa, sencillamente, “Fabrica de serenatas”. Pero la actividad de Martin Rimando no tenja nada de sencillo. £1 no era uno de esos cantantes que se limitan a plantarse frente a una casa y entonar un viejo bolero, una ranchera una zamba, Nada que ver. Martin fabricaba una serenata a la medida de cada cliente. Cuando alguien se acercaba a contratar sus servicios, lo sometia a un largo interrogatorio sobre el destinatario de la cancién. Cudl era el color de sus ojos, qué miisica lo hacfa bailar, dénde guardaba su primer diente de leche y con qué desayunaba cada mafiana, entre muchos otros detalles. También solfa pedir una foto ¢ incluso, en ocasiones, iba a mirar su casa para inspirarse. Lo importante, crefa, era clegir con cuidado las palabras. Habfa palabras que iban con unas personas y no con ouas. Habfa palabras que encajaban a la mafiana y otras a la noche. Hab/a palabras que decian demasiado y otras que no decian nada. Y también habia perso- nas para las que no existian palabras posibles. A esas, directamente, las rechazaba. Por supuesto, de este modo cada serenata le levaba mucho tiempo y esfuerzo. A veces, la 22 inspiracién parecia abandonarlo completamente. Eso era lo que estaba pasando la tarde en que Alejo entré al negocio. Al principio ni siquiera reparé en su presencia, tan concentrado estaba en su tarea. Un tal Luis Luna, empleado bancario de treinta y cuatro afios con una pelada incipiente, le habia encargado una serenata para su amada Macarena, Rimando leyé la informacién sobre la muchacha que tenfa en una ficha frente a sus ojos. Veintinueve aftos. Pedicura. Pelo castafio, con ten- dencia a ondularse en dias htimedos. Ojos negros. Color preferido, naranja, Le gustaban las peliculas de terror y la torta de chocolate. Detestaba las lente- jas, los dias de lluvia y hacer abdominales. Cultivaba ‘margaritas en el patio del fondo. Los sibados visita- ba a su abuela Rosa y en la cocina se destacaba por el puré de manzanas y el flan con crema. Nada demasiado interesante. Martin sus- piré y miré la foro de Macarena. Le parecié que tenia cata de caballo, pero claro que no podia mencionar ese detalle en la serenata. Hizo un esfuerzo. Primera estrofa. Probé: Macarena de mi alma tus ojos color carbén todos mis pesares calman Jou 24 —;Qué rima con carbon? —pregunté en vor alta. —Bombén —dijo Alejo, que Ilevaba ‘diez minutos esperando que lo atendiera—. O corazén, Rimando sontié y terminé la estrofa. Macarena de mi alma tus ojos color carbén todos mis pesares calman y entibian mi corazin. Luego levanté la vista. —2Y vos quign sos? —Me llamo Alejandro, pero me dicen ‘Alejo. Vengo a encargar una serenata. Martin fruncié el cefio. —2Y cudintos afios tenés? —Once. —Mnuy chico. Volvé cuando seas mayor. Después se concentré otra vex en el tra- bajo y olvidé por completo la presencia de Alejo. Segunda estrofa. Improvisé: Cuando te veo en el fondo, rodeada de margaritas, mis sentimientos escondo aunque mi cuerpo... ita —dijo Alejo. 25 —Eso. Tirita. Volvié a mirarlo. —;Qué hacés todavia ac? —Necesico la serenata ahora, —2Y cémo pensés pagarme? Alejo revisé sus bolsillos y sacé un billete de veinte pesos. —Alcanza? Martin Rimando sonri —No. Volvié a lo suyo. Tercera estrofa, Medité. No te pido flan con crema, tampoco puré de manzana, solo que oigas mis poemas Jon —Te tires por la ventana —dijo Alejo sin pensarlo, —jNo! ;Cémo se va a tirar por la ventana? —Rima. —Si, rima, pero no est4 bien porque... —Martin sonrié —. Ya sé. No te pido flan con crema, sampoco puré de manzana, solo que oigas mis poemas J no cierres tu ventana, 26 Levanté la vista satisfecho. —Bueno. Te gustarfa venir a ayudarme unos dias? —Con qué? —Con las rimas, la mts como si fueras mi asistente. Me ayudds ca, la presenta- cién... unos dias y después te hago tu serenata gratis. Alejo sonti —Bueno. Te aviso que a veces no puedo hablar. —No podés hablar? —Solo a veces... :Podés hacer una serenata para alguien que pierde las palabras? Seguro. Por qué no? —Bueno. La chica se llama Alejandra. —Ya vamos a hablar de ella. Martin me dijo que ese dia se sintié més feliz. de lo que habia estado en mucho tiempo. Le gustaba tener un asistente. Rimaba con gente y presente, Capitulo t A\icjo te conté a Martin la historia de Alejandra durante la segunda tarde que pasé en la Fabrica de serenatas. Que la habia visto en el balcén, que tenia los ojos vendados, que no habia manera de hablarle, Y que una serenata seria la mejor forma de presentarse ante ella. —Ademés, esté bueno porque lo decis todo vos. = eso qué tiene de bueno? —Que yo no voy a poder. —Pero yo te oigo hablar perfectamente bien, Alejo se lo explicé. Solo sucedia en las Sicuaciones Complicadas. Que podian ser de tres tipos distintos: Situaciones Tensas, Situaciones Dificiles y Situaciones Importantes. —;Por ejemplo? —Si Ja maestra me hace resolver un problema de matemética frente a todo el grado: 28 Situacién Dificil. Si me estoy peleando con un amigo: Situacién Tensa. Si me piden que hable Situacion en un acto ante un montén de gente: Importante. —2Y qué pasa con las chicas? —Si tengo que hablarle a una chica que me gusta seria una Situacién Dificil, Tensa Importante. —Ya veo. No sale nada. —Ni una palabra. —Creo que eso puede cambiar si te lo tomés con calma, Practiquemos. Pensé en Alejandra. Tomé aire, llevalo al pecho y repeti lo que yo digo. —No va a funcionar. —Vamos, proba. Alejo suspird. —Esté bien. —“Hola, Alejandra. Somos vecinos y te quiero conocer” —dijo Martin—. Ahora vos. ‘Tranquilo. Aire. Alejo cerré los ojos mientras pensaba en la cara de Alejandra. Llevé el aire al pecho y lo intenté con fuerza. —Hota, ALsyaNpRa, soMos vecinos y te qui. qui... qui Silencio. 29 Silencio. Silencio. —zAlejo? Silencio. Silencio. Silencio. —iiAlejo! Alejo abtié los ojos. —2Ves? —Es cierto —reconocié Martin—. No va. Bueno, pensemos en la serenata. Tengo trabajo atrasado, pero podemos empezar igual. Buscé un cuaderno y un lapiz —Veamos qué sabemos de Alejandra. jEdad? —Onee. {Tiene perro? —No sé. —;Color preferido? —No sé. —;Toma té, café o chocolate? —No sé. —Nombre de su mejor amiga? —No sé. 30 —Asi no se puede. Algo tenés que saber. {Color de pelo, de ojos? —Pelo castafio. Ojos tapados. —No vamos a ir muy lejos. ;Cémo podés enamorarte de una chica de la que no sabés nada? Alejo se encogié de hombros. —Puedo. Martin sacudié la cabeza. —Dejame pensar. Con lo que tenemos, podrfamos hacer algo asi: Alejandra, mi adorada, estoy un poco perdido, de tu vida no sé nada, ido! jun resumen yo te pido! Alejo fruncié el cefio. —No, no. Tiene que ser més roméntico. —;Romintico? —Martin pensd unos minutos—, Qué tal esto: Alejandra, 1 belleza, como mariposa al viento, me confunde la cabeza 1 me deja sin aliento, —No, no, muy cursi. Algo més divertido. 31 —,Divertido? A ver esta: Alejandra, por tu risa yo me voy hasta la Luna 0 te invito a comer pizza y te dejo la aceituna, No pudieron discutir la estrofa porque en ese momento soné el teléfono. Martin fue a aten- der y cuando volvié tenia mala cara. —Llamé un cliente nuevo. En realidad, el guardaespaldas de un cliente nuevo. — ;Guardaespaldas? —Si. Me ofrecié un trabajo urgentisimo, bien pago. Le dije que no, que estaba ocupado, Me ofiecié el doble. Le dije que no. Me ofrecié el triple. Le dije que si. Es mucho dinero y todavia no pagué la cuenta de la electricidad. —2Y cual es el problema? —No me gusta. Creo que me equivoqué. —Llamalo y cancelé. —Me parece que no puedo. —;Por que? —Dijo que, si no lo hago como su jefe quiere, me matan. —Eso no suena bien. —No. 32 EI hombre también habfa dicho que se llamaba Nato y que irian a las cuatro. Ambas palabras, pensé Martin, rimaban con asésinato. Le parecié un mal signo. Capitulo 6 A\ tes cuatro y cuatro minutos un auto negro se detuvo en la puerta de la Fabrica de serenatas. Martin me conté que él y Alejo estaban asomados a la ventana y que lo que vieron no les gusté, Primero bajaron dos hombres que se dedicaron a mirar hacia el Norte y el Sus, el Este y el Oeste. Cuando parecie- ron satisfechos con la inspeccién, abrieron la puerta trasera y bajé un tercer hombre algo gordo, vestido con un traje oscuro y una camisa blanca. Pero esos no eran més que detalles sin importancia, consider Martin, porque lo que en verdad resaltaba en su persona era una expresién que le recordé a un lobo: pequefios ojos oscuros y una boca que apenas era una linea apretada, —No me gusta —insistié—, no me gusta nada. Alejo no tuvo tiempo de contestar, porque en ese momento se abrié la puerta y el grupo hizo su entrada. El guardaespaldas que llevaba la delantera se 34 dedicé a husmear por el negocio antes de dar el visto bueno, un trimite que demoré solo unos segundos, ya que el lugar era muy pequefio. Demasiado ‘peque- fio para las cinco personas que ahora se miraban con evidente incomodidad. —;Rimando? —pregunté el guardaespal- das que respondia al nombre de Nato. Martin asinti6. —Bueno, acd esté el jefe. Haga la serenata. —No es tan répido. Necesito algunos detalles. Siéntense, por favor. —:Qué detalles? Esas fueron las primeras palabras del jefe. Tenia una voz ronca e inquietante y hablaba en un tono tan bajo que para oitlo era necesario acercarse a una distancia que Martin juzg6 peligrosamente cercana, —Para empezas, su nombre. —;,Mi nombre? La cuestién provocé miradas suspicaces entre los tres hombres. —Pérez. — ;Pérez? Pero tendré un primer nombre, digo, un nombre de pila. —Péte: — Pérez Pérez? —Si. 35 Martin intenté sonte‘t. —Bueno. ;Y la sefiorita a quien va dedica- da la serenata se llama...? Otra vez hubo miradas. Asesinas, le pare- cieron a Martin, —;Para qué lo quiere saber? Sefior, es imposible hacer una serenata sino tengo el nombre de la destinataria. El jefe se acereé un poco mis, casi hasta rozar la oreja de Martin, —Marfa —susurré—. Si se lo decis a alguien estés muerto. Martin tragé saliva y asintié. Las cosas venian peor de lo que él esperaba. Veinte minutos después, tras un extenso interrogatorio en el que el jefe resoplé e hizo silencio ante la mayoria de las preguntas, el panorama era desolador. De Marfa solo habia podido extraer lo siguiente: pelo negro y ojos claros. Veintiséis 0 quiz veintisiete afios. Estudia algo, pero nadie recuerda qué. Tiene tres hermanos, con quienes se puede hacer buenos negocios. Hace dicta, Color preferido: celeste, aunque también podria ser azul, No toma vino y es alérgica a las rosas. Suele salir con un libro en la mano. —Algo mds que pueda contarme? :Algiin hobby? 36 El jefe hizo un silencio tan largo que pare- cid que se habia dormido. —S{ —dijo al fin—. Una ver bailé Ia jota. Martin pensé que jota rimaba con derro- ta, pero no lo dijo. —Bien. ;Podria tener una foto de ella? —;Foto? —El jefe solté una carcajada que fue inmediatamente imitada por sus guardaespal- das—. No hay fotos. Ya se estaban poniendo de pie cuando Martin agtegé que necesitaba la direccién de la chica para poder mirar la casa y organizar la sere- nata. Los tres discutieron algo en vor baja y final- mente el Nato se le acereé. —Mafiana lo Ilevo yo a verla. Nada de direcciones. A las cuatro. ‘Antes de salir el jefe se volvié. —Tiene cuarenta y ocho horas —susutré. Martin quiso explicar que cuarenta y ocho inzaba la horas no eran suficientes, que no le al informacién, que asf la serenata resultarfa un fraca- so, pero cuando logté reaccionar ya se habian ido. Se dejé caer sobre una silla, agobiado. —Esto va muy mal. Nunca voy a encon- trar las palabras para esa serenata. —A ese tipo yo lo vi —dijo Alejo. —3A Pérez Pérez? 37 —Si, lo vi hoy mismo... jYa sé! Cortié hasta donde habia dejado su mochila y-sacé una caja de pinturas que habia envuelto en un diario viejo para que no le manchara los cuadernos. Abrié el paquete y desplegé el diario con cuidado. —Acé, Los dos miraron el articulo titulado “Un criminal escapa de la cércel”, Alli estaba Ia foto del jefe, que miraba al frente con expresién asesina. —Se llama Alberto Cartazo —leyé Alejo—. Alias Navaja, alias Tigre, alias Sombra, alias Anguila. —Por qué tantos alias? —Uno por cada vez que estuvo preso, Es el jefe de una banda de ladrones de bancos. Se escapé de la cércel hace dos meses. No suena nada bien. —No, esta situacién me preocupa —sus- pird Martin—, Mejor que no aparezcas por ack unos dias. Alejé sacudié la cabeza. —Es por tu bien —insistié Martin. —No te voy a dejar solo. Durante un rato, los dos miraron la foto de Cartazo en silencio. Martin estuvo a punto de mencionar que rimaba con balazo, pero prefirié callarse, - i Capitulo 7 Artjandra no podia esperar a que le sacaran las vendas de los ojos. Me conté que aquellos primeros dias después de la operacién estaba ansiosa por saber cémo quedaria, si podria cambiar esos hortibles anteojos gruesos que la avergonzaban por otros més normales, para que ya no la miraran tan raro. El médico le habia explicado que los primeros dias su vista podria estar nublada, que no esperara un resultado mégico, pero ella no podia dejar de imaginar que abria los ojos y todo se veia perfectamente claro. Que saltaba, corrfa, se tiraba de cabeza a una pileta y se olvi- daba para siempre de los odiados anteojos. ‘Tener los ojos tapados, habia descubierto, | cra mortalmente aburrido. Los primeros dias los habia soportado escuchando musica en el balcdn, | pero pronto se habia cansado. No conocfa a nadie | en la ciudad, y su hermana y su padre se habian 40 quedado en Mar del Plata, Aunque su mamé hacfa lo posible por entretenerla, cada dia se le hacfa més largo que el anterior, Una tarde la tia le mencioné aun vecino llamado Alejo que se habfa interesado en ella. Le conté que parecia timido y hablaba en vor muy baja, pero le gustaban el rock y los cara- melos de menta, como a ella. Alejandra hubiese querido que la visitara, solo que nunca se habria atrevido a sugerirlo. La vergiienza solia impedir- le hacer muchas cosas. En su ciudad, por ejemplo, tenfa amigas. Muchas amigas, empezando por Verdnica y Lili. Pero también estaban Luciana, Marisol y Carla. Y habia més. En cambio, no tenia amigos. Es que los varones la ponian nerviosa. Le daba pudor decir algo frente a ellos y entonces no decia nada. Al cabo de un rato todos se olvidaban de que estaba presente, Lo mismo con las fiestas: bailar le daba una vergiienza horrible. Por eso no iba. ‘Ahora, sin embargo, pensd que quizd podfa hacerse amiga de ese chico Alejo, que tam- bién era timido y tenia gustos parecidos a los de ella. Y que si hablaba con él sin verlo tal vez no le daba tanta vergiienza, En los dias siguientes, entonces, se instalé en el balcén de la mafana a la noche, pensando que él podia hablarle desde su ventana, Se ocupé de su aspecto, por si la estaba 41 mirando. Un dia se puso una cinta turquesa en el pelo, Otro, estrend unas zapatillas color violeta. ‘También empezé a prestar més atencién a los sonidos. Se dio cuenta de que, sin la vista, los percibfa con mayor nitidez. El paso de los colec- tivos, por ejemplo, mas fuerte que el de los autos, Los camiones compactadores que rugian mientras devoraban la basura. Autornovilistas que peleaban Grupos de chicos que refan. Un partido de fitbol a lo lejos. El timbre en el patio de una escuela. Pero de Alejo, nada Una noche escuché a un hombre que caminaba cantando, Cantaba fuerte, casi gritando, una cancién sobre una mujer llamada Adelita. Alejandra pensé que a ella también le pus- tarfa cantar asf, pero nunca lo habfa hecho porque le daba vergiienza. Aunque hubiese deseado ser més osada, no sabfa como combatir la timidez. El que caminaba cantando era Martin. Lo sé porque no hay mucha gente que cante de esa manera y porque la de Adelita es una de sus canciones preferidas. Estoy seguro de que, si se hubiera detenido a hablar con Alejandra, le habria dicho que timidez rima con después y osadia con alegria. Pero nunca se habian visto. Capitulo g Darante mucho tiempo Martin dijo que no le importaba estar solo. Que las rimas, su guitarra y las canciones eran suficiente compaiia. Pero la verdad es que no era tan cierto. Por eso le gusté tanto cuando Alejo empezé a quedarse por has tardes, no solo para hacer serenatas sino tam- bién para tomar té con galletitas o mirar juntos la tele en el negocio ‘También Alejo era un poco solitario, Sus padres solfan llegar tarde del trabajo, no tenia her- manos y, como hablaba sélo lo necesario, tampoco habja hecho muchos amigos. Lo que més le moles- taba era que la gente se burlara cuando perdfa las palabras y pronto advirtié que Martin jamés se burlaba, Por eso le gustaban a él las tardes en la Fabrica de serenatas. Habfa oido decir que Martin estaba un poco loco, pero para él era una persona muy agra- dable, que de vez en cuando hacia un comentario 44 extrafio, como, por ejemplo, que imprudencia rimaba con demencia. : Eso fue lo que dijo la tarde siguiente a que conocieran a Cartazo, alias Pérez Pérez, alias Navaja, alias Tigre, alias Sombra, alias Anguila. —Mejor te vas —insistié Martin apenas lo vio entrar a Alejo—, esta gente es peligrosa. Pero Alejo se vefa contento. —No me importa —contest6—. Y sé mas cosas de Alejandra. —,S? —Martin levanté las cejas con inte- rés—. Qué cosas? —Se puso una cinta turquesa en el pelo. —Me gusta. Turquesa rima con belleza y mayonesa, —Y tiene zapatillas violetas. —Fso me gusta més todavia: zapatilla rima con frutilla y violeta con cometa. La primera estrofa podria ser... —Alejo se habia inspirado, pero nunca pudo expresar su idea porque en ese momento un auto frend ruido- samente en la puerta y el Nato entrd en el negocio. Llevaba un saco azul en el que el arma abultaba ostensiblemente y en la boca un chupetin. Los chupetines eran la debilidad del Nato. —Ya salimos —dijo y luego lo miré a Alejo—. ¢Este viene? \ 45, —Si —se adelanté Alejo, un poco nervio- so—. Soy sta... ase ase Era una Situacién Tensa. La palabra se negaba a salir. EI Nato resoplé nervioso. —;Su qué? Sua a. —Mi asistente —completé Martin. —Bueno, van a tener que usar esto en los ojos. Y sacé de su bolsillo dos paiiuelos negros. —,Por qué? —Ordenes del jefe. No pueden ver el camino. Un viaje con los ojos tapados puede ser muy aburrido. Alejo se quedé mudo, Martin intenté conversar con el Nato. —(Esta sefiorita, Marfa, es la novia del jefe? —Todavia no. Ya va a ser. —,Pero esté enamorada del jefe? —Todavia no. Ya va estar. —Pero, se conocen bien? —Todavia no. Ya se van a conocer. —Pero... —iNo me haga més preguntas! -! 46 Durante el resto del viaje, escucharon un partido de fiitbol en la radio. Al llegar, el Nato les sacé las vendas. ‘ —Esta es la casa —dijo—. Tienen cinco minutos para mirar. Era un chalet de dos plantas, con azaleas florecidas en el frente y un pequefio balcén en el primer piso. Mientras lo observaban, se abrié la puerta y una mujer joven sali6. Tenia el pelo oscuro y los ojos claros, tal como habia dicho el jefe, pero era mucho més bella de lo que habjan imaginado, s ella —susurré el Nato. Sin darle tiempo a teaccionas, Martin abrid la puerta, —Voy a seguirla —dijo y Alejo se lanzé detris de dl ignorando las protestas del guardaespaldas, Tuvieron que apurar el paso porque la chica caminaba rdpido. Una cuadra les alcanz6 para las siguientes observaciones: definitivamente le gustaba el azul (vestido, cartera y sandalias en ese color). Tenia pies muy pequefios. No se pin- taba las uftas. Llevaba varias pulseras que tintinea- ban en su mufeca izquierda, Acababa de bafiarse, su pelo atin no se habia secado y despedfa un aroma floral. En la mano derecha llevaba un libro que se vela viejo y gastado. —Tengo que ofr su voz —susurré Martin. 48 iY cémo vas a. Alejo no terminé la pregunta, Marfa habia frenado para esperar el cambio del seméforo y Martin ya estaba junto a ella. —Disculpe —le dijo—. ;Tiene fuego? —;Fuego? Marfa miré asombrada las manos de Martin, donde no habia ningtin cigarrillo, El siguié su mirada y se puso mas rojo que una brasa encendida. —Digo, jtiene hora? —S{. —Un brillo burlén aparecié en los ojos de Maria—. Las cinco y cinco. Cuando gird el brazo para mirar el reloj, Martin pudo ver ef titulo del libro que llevaba. lo conozco, Tiene una poesia que dice: jy, qué trabajo me cuesta quererte como te quiero! Por tw amor me duele el aire, el conazén y el sombrero, Marfa sontié y se despidié con un movi- miento de cabeza. Martin y Alejo se quedaron en la esquina, mirdndola partir, hasta que un par de gruesas manos los agarraron por la espalda y los 49 metieron otra vez en el auto. Esta vez el Nato les ajusté més la venda en los ojos. Por seguridad, dijo. Durante todo el camino de regreso Martin silbé despreocupadamente una cancidén e ignoré por completo las amenazas del Nato, que prome- tfa represalias por haber desobedecido las érdenes del jefe. Alejo lo escuchaba preocupado. —No tendriamos que ponernos a traba- jat? —pregunté apenas Ilegaron—. La serenata tiene que estar lista maftana. Placidamente acomodado en su sillén, Martin rasgueaba unos acordes en la guitarra. —Si, ahora la hacemos. Algo no iba bien: demasiada calma, pensé Alejo. iY qué te parecié Marfa? Martin sonrié, —Linda. Muy linda. —Decime, sno te estarés enamorando de ella, no? —:Yo? No, nunca en mi vida me enamoré, —Porque enamorarse de la chica que le gusta a Cartazo, alias Pérez Pérez, alias Navaja, alias Tigre, alias Sombra, alias Anguila, puede ser peligroso. 50 Seguro. Muy peligroso. Martin volvié a silbar bajito. Decididamen- te, pensé Alejo, habia motivos para estar inquieto. —AY ya se te ocurtié algo para la serenata? —No mucho, Solo sé que Maria rima con alegria. Yo también me habria inquietado. Capitule q Mara Cocorini era la menor de cua- tro hermanos. Los tres mayores eran varones, trabajaban juntos, estaban acostumbrados a mandar y la tenfan un poco cansada. Muy can- sada, en realidad. Puedo entenderla: yo conoct alos Cocorini y sé que no debia ser ficil vivir con ellos. Siempre expresaban muchas opiniones sobre lo que Maria tenfa que hacer. Cuando se le ocurtié que queria estudiar para ser médica, opinaron que no era una buena idea, porque al ver sangre se iba a desma- yar. Cuando pensé en ser arquitecta, consideraron que tampoco era una buena idea, porque iba a tener que subir a las obras y sentiria vertigo. Al fin decidié que queria ser inventora, pero le dijeron que no era una buena idea, porque para hacerlo hacfan falta muchas buenas ideas. Maria lo pensé un poco y resolvié no hacerles caso: haria lo que tuviera ganas. Iba a 52 ser inventora y también bailarina. Los hermanos opinaron que se iba a caer y romper una pierna, Y le sugitieron que mejor fuera contadora, potque ellos iban a necesitar una. Se tapé los ofdos para no escucharlos. Después se les ocurrié opinar sobre cual debia set su novio. Le hablaron de un tipo llamado Cartazo, que al parecer la habia visto por la calle y haba queda- do flechado por ella, Marfa fruncié el cefio. La verdad es que Cartazo no hablaba de otra cosa desde el dia en que la chica se habfa cru- zado en su camino. Se le habfa metido en la cabeza que Maria tenfa que ser suya. Y cuando se le metfa tuna cosa en la cabeza, era bastante peligroso opo- nerse. Por eso, los hermanos Cocorini optaron por ayudarlo. Lo citaron una tarde en la puerta de la casa y le dijeron a ella que un amigo la esperaba para salir a pasear, Maria se asomé a la ventana y vio un auto con vidrios oscuros, dos guardaespaldas y un hombre que, le pareci6, tenfa cara de perro peligroso. Dijo que ni loca. Al cabo de unos dias recibié una botella de vino de regalo. La enviaba Cartazo. Se la devol- vi6, diciendo que no tomaba. Al otro dia recibié un ramo de rosas. Se las devolvié, diciendo que era alérgica. Al otto dia recibié bombones. Se los devolvié, diciendo que estaba a dieta. | | | i i 53 Luego, durante unos dias, no pasé nada. Maria respiré aliviada: quizd ya todo habia pasa- do y podia dedicasse en paz a sus clases de danza. Pero entonces su hermano mayor le dijo que al dia siguiente debfa quedarse en la casa porque a las cinco habria una sorpresa. Marfa respondié que no le gustaban las sorpresas. Niel vino. Ni las flores. Ni Jos bombones. Y que la dejaran tranquila. Decidid irse a caminar. Esa era otra cosa que le gustaba mucho hacer: caminar sin rumbo fijo. A veces Ilevaba un libro para leer cuando se cansaba. Otras veces anotaba lo que vefaen un cuaderno al que le habfa puesto de titulo “buenas ideas”, donde guardaba proyectos que, esperaba, se convertirfan en gran- des inventos. Aquel dfa en que discutié con su herma- no salié enojada y, al Megar a la esquina de su casa, un hombre un poco extrafio la detuvo. Le pidié fuego, aunque no queria fumar, y luego la hora, aunque tenfa reloj. Después le recité una poes{a que estaba en su libro. Una del amor, el aire y el sombrero. Maria se tio, Era gracioso. Mucho después me confesé que ese dia se arre- pintié de no haberse quedado a hablar con él y pensé que, si volvian a encontrarse, lo iba a tratar con amabilidad. 54 De haberlo sabido en aquel momento, Capitulo 10 Martin habria pensado que amabilidad rima con oportunidad. Pero no lo sabia. "Tras volver de la excursion hasta la casa de Maria, Alejo dispuso en la mesa todo para empezar la tarea: los cuadernos, los lépices, las lapiceras, las sillas. Martin seguia tocando la gui- tarra. —Veni —Io llamé—, empecemos la sere- rata, —Més tarde. —Tenemos que hacerla ahora, no hay tiempo. —2Y si mejor hacemos la de Alejandra? Alejo lo miré preocupado. —iEstés loco? Querés morit mafana? —Es que no puedo —admitié Martin. —3Por que? —,Cémo voy a hacer una serenata para que esa bestia conquiste a Marfa? Mejor renuncio. —No podés renunciar. Olvidate de Marfa. Sino lo hacés, te matan. Te hacen picado fino. 56 —Fino rima con destino. —Ese no es tu destino. Concentrate: segu- to que en dos minutos se te ocurre algo.’ Se sentaron frente a los cuadernos. Pasaron dos minutos, luego cuatro mas. Y otros quince. —Y? —pregunté Alejo. —Nada. {Vos? —Nada. Pasaron siete minutos més. —» —Nada. Vos? —Tampoco. Pasaron otros diez. Se tomaron un café con leche con medialunas. Pasaron otros seis. Abrieron la ventana porque hacia calor. Pasaron otros doce. ¥ de pronto Martin se puso a escribir. —Tengo la primera estrofa. Es perfecta para Cartazo. iA ver? Desde que te vi, Maria, mi pulso se ha acelerado, Solo quiero que seas mia, aunque yo sea un tarado, Alejo suspiré. —Se nos va el tiempo y hacés chistes. Por favor, pensd en serio. 57 —Bueno. Pasaron otros siete minutos. Martin sonri, —Tengo otra estrofa. — Esta es en serio? —Es excelente. Escucha. Cuando te veo caminar, tus pulseras tintineando, sé que voy a fracasar, mejor te vas con Rimando. Alejo se hubiera reido si no fuera porque en ese momento se abrié la puerta y entré el Nato. —2Qué esté haciendo ac4? —preguntd Martin mientras tapaba su cuaderno para que no viera lo que habia escrito. —Vengo a controlar. ;Ya esté la serenata? —Todavia tenemos tiempo —respondid Martin—. Vayase y digale al jefe que vamos a cumplir, El guardaespaldas se acomodé en el sill, estiré las piernas sobre la mesa, puso el arma a un costado y empez6 a comer un chupetin. —No, el jefe dijo que me quede hasta que esté lista. Ademés, me gusta ofrlos. Y tengo un pedido personal: quiero aparecer en la serenata, r 58 —Estd loco —protesté Martin—. ;Cémo —Nato. voy a poner a un guardaespaldas en una cancion —No se puede. de amor? ‘ El arma volvié a aparecer. —Poniéndolo. —Se puede. —Imposible. Cuatro minutos después, la nueva estrofa El Nato se paré de un salto y sacé la estaba lista. pistola. —Imposible? Vengo a entregarme completo, Una gota de transpiracién se deslizé desde mi corazén a ti ato. la frente de Martin hasta su barbilla. Tomé un Te ofvezco amor y respeto pafiuelo de papel y se lo secé con una mano tem- y viene incluido el Nato. blorosa. —Supongo que todo es posible. El guardaespaldas sonrié. —Tiene cuatro minutos. —Eso est4 mucho mejor. Ahora terminen, Tres minutos y medio después, Martin Volvié al sillén y se puso a mirar por tele- leyé la nueva estrofa. visidn una serie de policias y ladrones. La madre de Alejo pasé a buscarlo un rato Lo mio es tuyo, Maria mds tarde, pero la insistencia de su hijo y, sobre mis diamantes y esmeraldas, todo, la de Martin lograron que aceptara dejarlo mis hermanos y mi tla, quedarse a dormir. incluso mi guardaespaldas. En las horas siguientes, los dos trabajaron sin descanso. Solo interrumpieron brevemente la El Nato fruncié el cefio. tarea para ir al bafio, tomar agua y comer salchichas —No sé... No creo que al jefe de guste con puré, que le convidaron al Nato. A las dos de la eso de regalar sus joyas. Ademés, no quiero que mafiana, Alejo se quedé dormido sobre sus hojas. A diga “guardaespaldas”, quiero mi nombre. las tres, el Nato empezé a roncar en el sillén. Como — Nato? tenia la boca abierta, el chupetin se cayé al piso. 60 ‘A Martin, en cambio, le resulté imposi- ble conciliar el suefio. No le gustaba lo que habia escrito, pero sabia que no le iba a gustar nunca una serenata de Cartazo para Maria, Cuando amane- cia descubrié que estaba hambriento. Rescaté la salchicha que habia sobrado de la cena y la comié mientras miraba por la ventana cémo despunta- ban las primeras luces del dia. Pensé que salchicha rimaba con dicha, pero también con desdicha. Caritulo I (Girazo legs en sa'auto negro a la hora pautada. Llevaba un elegante traje azul, corbata roja y un enorme ramo de claveles, porque estaba convencido de que Maria era alérgica a las rosas. Apenas subieron Martin y Alejo, les hizo una advertencia: —No hagan este asunto muy largo, porque quiero que termine antes de que empiece a llover. Es que el Servicio Meteorolégico habia pronosticado tormentas, fuertes vientos y granizo para esa tarde y Navaja odiaba mojarse, sobre todo cuando Hevaba puesto su mejor atuendo. —;Pero no la quiere conquistar a Maria? —Si, pero rapido. —Cada frase tiene su tiempo —explicé Martin—, y para que una serenata sea romantica hay que avanzar de a poco y... No pudo terminar porque el Nato le dio un pisotén tan enérgico que se le saltaron un par 62 de lagrimones. Los pisotones del Nato, créanme, son realmente impactantes: calza cuarenta y nueve. —Si el jefe dice répido, es rapido. —Seguro —gimié Martin. —Pero también roméntico —advirtié Cartazo. —Por supuesto —Martin se masajed el pie—. El romanticismo veloz es mi especialidad. Habfa intentado que Alejo no lo acom- pafiara, pero el chico se habia negado a quedarse. Ahora, frente a la casa de Marfa, Martin le pidié que se ubicara lo més lejos posible de Cartazo, Tenfa que seguirlo con la flauta, que por suerte era fécilmente transportable. —Si las cosas se ponen dificiles —le susurré—, sali corriendo. —sPor qué dificiles? —Porque hoy cualquier cosa es posible. Y no hay tiempo para discutir. Haceme caso. Prepaté el atril con los papeles y se colgé la guitarra. A su lado se ubicé Cartazo con sus clave- les y, unos pasos més atrés, el Nato, para cuidarles las espaldas. Lo primero era lograr que la chica saliera a la ventana, de modo que Martin arrancé con el llamado: 63 Asomate a la ventana, encantadora Maria. Agut hay alguien que te ama 9 te espera todo el dia. Cartazo fruncié el cefio. —;Cémo todo el dia? —murmuré fasti- diado—. ;Empezé mal! No me voy a quedar todo el dia, porque va a Hover. Ya le dije que no me quiero mojar. Martin pensé un momento y corrigié: Asomate a la ventana para escuchar mi cantar. Agqut hay alguien que te ama J ya no puede esperar. Finalmente se abrié la puerta del balcén y aparecié Maria, sin duda empujada por sus her- manos, que observaban la situacién desde atrés. Cuando Martin la vio, por un momento se olvidé de todo: de Navaja, del Nato, de la posibilidad de ser asesinado antes de que terminara el dia y del dolor de pie. Y se puso a cantar. 64 Maria, te vi una tarde con tu vestido azulado. Desde entonces mi alma arde ni st dénde estoy parado. Navaja tid un clavel que aterrizé a los pies de Maria, pero ella lo ignord. Un relémpago iluminé el cielo plomizo. —No se entendié nada. ;Qué es eso de que el alma arde? —se quejs—. Y encima est por llover. Hégalo més rdpido: no quiero perder el tiempo. Hablele de casamiento. —,Casamiento? —Martin fruncié el cefio—. Es muy pronto. —Haga lo que le digo. ;Ahora! Martin improvis6. Maria, compré el arroz, tan fuerte es mi sentimiento. Me arrodillo frente a vos -y te ofrezco casamiento. De inmediato Marfa retrocedié y el balcén quedé vacio. —:Qué hizo? ;Arruiné todo! —jHice lo que usted me dijo! —No, lo hizo mal. Ofrézcale otra cosa: un 66 viaje, una joya, lo que sea. ;Y aptirese que se est por largar! : Martin grité para imponerse al rugido del viento. Te doy mi vida completa, mis mansiones y mis coches, ropa, joyas, bicicletas yun viaje por Bariloche. La puerta del baloén se cerré de un golpe y empezaron a caer las primeras gotas. —Por su culpa la perdi! ;Tiene que hacer que salga otra vez! —grité Cartazo con furia mien- tras abrfa un paraguas. —,Pero cémo? —jComo sea! ;Si no lo consigue lo mato! No se trataba solo de una amenaza: sé que Cartazo estaba dispuesto a matarlo en ese mismo momento. Martin debe haberlo percibido, porque se seod el agua que corria por su cara, mezcla de Iluvia y transpiracién, y con los dedos temblando en la guitarra, grité: Lo pido de corazon y perdén si te he ofendido. Por favor sali al baleén 0 el cantante estd perdido. 67 La puerta del balcén se abrié lentamente y teaparecié Maria. Levantd del suelo el clavel mojado y, mirando a Martin, se lo arrojé. El lo atrapé en el aire, Jo llevé hacia su rostro y sonrié, La Iluvia se convirtié en una densa cortina. —jQué es esto! —gritd Cartazo mientras luchaba contra el paraguas que se arqueaba con el viento—. ;Qué se cree que est haciendo? jTiene que conseguir que me mire a mf! jjA mil! En ese momento Martin llegé al limite de su paciencia: estaba harto de Cartazo, de sus aullidos y sus érdenes. Harto de que sus rimas se usaran para lo que no querfa. Y pensé que quizés ibaa morit, pero seria duefio de sus palabras. La mird a Maria y canté a los gritos pata hacerse oft por sobre los truenos, la Iluvia y viento. Si me leva esto a la muerte y si es este mi final, juro que valié por verte, ‘pero hut de este animal. Con otro dima, seguramente habrfa muer- to, Pero, cuando el jefe estaba sacando su arma del boksllo, el cielo descargé una feror lluvia de granizo: enormes piedras heladas que golpeaban como balas de ametralladora. Cartazo intenté protegerse 68 con el paraguas, pero las piedras atrvesaron la ae telay lo arrojaron al piso, desde donde aullé a sus Capitulo 12 matones que vinieran a socorrerlo. (Los guardaes- paldas se demoraron un poco, lo que dio lugar al peor ataque de furia del que se tenga memoria). Martin, que habfa buscado proteccién junto a un muro, sintié que una mano tironea- ba de su brazo para obligarlo a moverse. Era tan densa la Iluvia que no supo a quign pertenecta, pero igual corrié, y en medio de la carrera vio que la mano era de Alejo y que lo conducfa hacia una reja que se abrié ante ellos. Adentro, una figura protegida bajo un impermeable azul los llevé hasta un cobertizo en medio de un jardin. Recién cuan- do se cerré la puerta detrds de ellos y la figura azul se quité la capucha supo que era Maria. ‘Adentro habia un fuego encendido, un sillén gastado y un termo con té, Martin se pre- gunté si realmente seguia vivo. Porque cobertizo, pensé, rimaba sospechosamente con paraiso. {Fates aipuienes haray aubotudt enone revuelo en torno a la casa de los Cocorini, Cartazo obligé a sus guardaespaldas a caminar por todo el barrio bajo la lluvia, golpear todas las puertas y revisar todos los negocios, pero Martin y Alejo parecian haberse hecho humo. © agua, en reali- dad, que era lo que abundaba. La ira de Navaja crecia a cada momento, no solo porque habia sido piblicamente humillado, sino también porque su mejor traje estaba arruinado por completo y los golpes del granizo le habfan dejado dos notorios chichones en la cabeza. Lo que ninguno de ellos podia imaginar era que Martin y Alejo estaban dentro de la casa de los Cocorini. Las instrucciones de Maria antes de dejarlos solos fueron que no hicieran ruido y ni se les ocurriera asomar la cabeza fuera del cobertizo, porque era esencial que sus hermanos no se enterasen de su presencia. Afortunadamente, 70 ™ ‘ese cobertizo era Ambito exclusivo de la chica. Alli guardaba libros, recuerdos, cuadernos y los pro- yectos con los que confiaba algun dia desarrollar sus inventos. Apenas se fue, Martin dijo que necesitaba recuperar energias después de una noche en vela y de la tensién que le habia provocado estar a punto de morir, Se acomodé en el sillén y durante dos horas no abrié los ojos. Al principio Alejo se dedicé a curiosear entre las cajas que guardaban los proyectos de Maria. Le paretieron muy inte- resantes algunas ideas, como el plan para crear un implemento que permitia pelar y picar cebollas sin lorar, el de una escoba que barria sola o el de una piel artificial que permitia cambiar la forma L de la cara. Pero pronto se aburrjé de eso. El tiem- po pasaba lento. Encontré un mazo de cartas € hizo cuatro solitarios seguidos. Volvié a aburrirse. Intenté resolver unas palabras cruzadas que vio en un diario viejo. Y siguié aburriéndose. Pensé entonces en la serenata para | Alejandra. Ya no estaba tan seguro de querer hacerla. Después de presenciar la de Maria, habfa | legado a la conclusién de que 4 algunas mujeres | podfan no gustarles las serenatas. {Qué pasaba si Alejandra era una de ellas? Era posible que se enojara, cerrara la puerta de su balcén y ya nunca 7 quisiera saber nada con él. Tal vez lo mejor era intentar hablarle. De pronto se sintié més confiado en sus posibilidades: si, iba a poder hacerlo. Eso le dijo a Martin cuando se desperté: que le iba a hablar. —Entonces creés que vas a poder? A Alejo le hubiera gustado coftestar con un firme “s(”. Pero lo que salié de sus labios fue mas bien un “ssssiii....”. —,Sf? —insistié Martin. —Creo —dijo Alejo, que ya no estaba seguro de nada. En ese momento, Marfa aparecié con una bandeja de comida y malas noticias. —Cartazo los esté buscando por toda la ciudad. Ofrecid una recompensa para quien dé noticias de ustedes. —iQué podemos hacer? Marfa se mordié el labio inferior que era, segiin pens Martin, més rojo y brillante que el de la mayorfa de las personas. —Quedarse quietos. Si mis hermanos se enteran de que estan act, los matan. Y no quiero que los maten. Dijo esto miréndolo fijamente y a Martin el corazén se le aceleré tanto que le parecié que estaba a punto de salirse de su cuerpo y volar por la ventana. ee |e 72 ~ —Escapémonos —le propuso—. Huyamos los tres. Vamos a otro pais. Ella fruncié el cefio y Martin pensé que dudaba de él. Quizé tenfa sus motivos, porque todo el mundo decia que era una persona ext Pero estaba seguro de que si se conocian bien las cosas iban a funcionar. , —Sé que soy un poco raro —le dijo—, pero sonrio por las mafianas. Me gustan las rimas, las canciones y la torta de limén. Casi nunca grito y soy capaz de cocinar muy buena’ empanadas. —Yo también soy un poco rata —dijo ella—. Y me gustan casi las mismas cosas. No sé hacer empanadas, aunque soy buena arreglando lémparas. Pero lo que me preocupa no es eso. Es que no sé cémo podriamos escapar. Y a dénde. Cartazo nos va a encontrar. —Ademiés, yo tengo que ira la escuela —dijo Alejo—. Y mis padres me esperan para cenar. —Quiza mejor les avises que hoy también dormfs en casa. —Puede ser. ;Peto y maftana? Nadie le contest. Maria dijo que mejor se iba antes de que sus hermanos sospecharan y Martin quedé sumido en la depresién. —No hay salida posible —dijo—. Estamos solos y perdidos. 73 —No estamos solos —contesté Alejo—. Estamos juntos. Después de pensarlo un momento, Martin consideré que tenia raz6n. Estaba tan acostumbra- do a estar solo que atin le parecfa rara la compafifa. Decidié volver a acostarse en el sillén y dejé que lo arrullara el sonido del viento entre los drboles. Antes de dormirse oyé cantar a un gorrién. Y se dijo que gorrién rimaba con solucién. eae : @ Capitulo B E, Bato sabia que habia momentos en que convenia no hablarle al jefe. Este era uno de ellos. Cartazo estaba sumergido en ef sillén negro, con una manta en las piernas y una caja de pafiuelos de papel en la falda, porque como conse- cuencia del chaparrén que les habia caido encima se habia engripado. Ademds de los molestos chi- chones, tenia la nariz muy roja y una mirada que, el Nato lo sabfa, prenunciaba que alguien iba a morir pronto. Y también tenfa hambre, por lo que acababan de pedir una pizza grande. — {Qué novedades hay?! —grité nervioso. —:De la pizza? —jNo! De Rimando. —Nada por ahora, jefe. Ya hicimos correr la voz de la recompensa. Alguien va a llamar. Cartazo miré su traje, que habfan puesto a secar en una percha, completamente arruinado. Su ira crecié. 76 —jNadie se burla asi de Navaja Cartazo! —No, jefe. — Qué vamos a hacer con él? El Nato se quedé un momento en silencio. No sabia cul era la respuesta adecuada. Después de trabajar un tiempo con Cartazo habia descu- bierto que con el jefe las palabras podfan ser armas de doble filo. Una palabra equivocada era capaz de acabar con su carrera. O con su vida. Arriesgé: —Encontrarlo? El rugido de Cartazo casf lo tira al suelo. —jMatarlo! —Si, jefe. —2¥ con la chica? Esa pregunta parecfa tramposa. Qué con- testaba? Por las dudas, probé todo. —Encontrarla? ;Convencerla? :Liquidarla? sil La respuesta le parecié atin més tramposa que la pregunta. ;Para cudl de las tres opciones correspondfa el s{? Por suerte en ese momento Ilegé la pizza, que los distrajo del tema. Tenia buen aroma. —La quiere con morrén, jefe? —Morrén y jamén. El Nato asintié. Mientras la cortaba, pensé que después de estar un dia entero con Martin , 77 Rimando se le habian pegado algunas costum- bres. Por ejemplo, acababa de darse cuenta de que morrén y jamén rimaban. Y que también rimaban con palabras como papelén y humillacién, que era lo que acababa de sucederle al jefe. Por suerte, advirtié a tiempo que no era un comentario oportuno. Capitulo 4 Cuando desperté, Martin habja aclara- do sus ideas. Se habfa dado cuenta de que lo fun- damental era sacar a Alejo del peligro. Mandarlo a su casa sano y salvo. —Hoy mismo te vas —le dijo—. Solo no vas a corter riesgos: el problema de ellos es conmigo. Levanté el abrigo de Alejo y se lo entregé. —No —contesté Alejo dejéndolo otra vez en [a silla—, Tengo que ayudarte. —Es demasiado peligroso —Martin vol- vié a extenderle el abrigo—. No te podés quedar. = Ia serenata? / —sTodavia la querés? Pensé que habjas cambiado de idea, Pero claro que podemos hacer- la, si la ncocsitds. Alejo dejé otra ver el abrigo. —Si, creo que si. —Bueno —Martin se senté—, pensémos- la répido. ;Qué querés decirle? 80 —En realidad, no estoy seguro. Quiero decirle muchas cosas, pero también me da miedo que no le guste y me cierre la puerta en la cara! —Entonces? Alejo suspiré. —Quizd sea mejor que trate de hablarle. ‘Al menos un intento en serio. —Tenés razén, Te conviene ir ahora mismo y probat. Si no te sale, luego hacemos la serenata, Martin se puso de pie y levanté el abrigo. —Esperd —Alejo lo detuvg—. Antes de inme tengo que explicarte mis ideas Jobre cémo derrotar a Cartazo. — Qué ideas? Alejo dejé el abrigo. —;Te acordés del articulo del diario que hablaba de él? —S{ —Martin volvié a sentarse. —Bueno, ahi mencionaba que tiene un enemigo, uno capaz de cualquier cosa por verlo muerto. AY qué hay con eso? —Que tendriamos que usarlo en su contra. —Podria ser. Pero cémo? Durante un rato discutieron posibilida- des, Se fue armando un plan, aunque les faltaba informacién. 81 —Y acd ni siquiera tenemos Internet —se lamenté Alejo. —Es cierto. Lo mejor ahora es que te vayas a tu casa y busques ahi los datos. Martin se levanté y le alcanzé otra vez el abrigo. —Después me los pass por teléfono —agreg6. —:Qué teléfono? Alejo miré a su alrededor. No habia nin- guno. —Bueno, supongo que Maria tiene uno. Puede ayudarnos. Como si los hubiera ofdo, en ese momen- to entré Maria. Llevaba un vestido azul y una sonrisa que ~pens6 Martin— podfa alegrarle el dia a cualquiera. —Ayudarlos con qué? —;Podrias darme tu ntimero de celular? —pregunté Alejo. —Claro, Alejo dejé el abrigo y tomé un papel para anotar el niimero, Después Marfa lo acompafié hasta la puerta. —Voy primera para asegurarme de que no haya nadie a la vista. No quiero que tengas problemas. i 82 ‘Apenas salieron, Martin se dio cuenta de que se habia acostumbrado tanto a la presencia de Alejo que ya lo extrafiaba. También noté que’ al final se habfa olvidado el abtigo. ¥ se dijo que abri- go timaba con amigo. Unos segundos después pensé que plan rimaba con flan. Aunque eso fue porque el encierro le habia dado mucha hambre. Capitulo S Cr eeeraiey yeast Alejo levanté la vista y la vio. Alejandra estaba otra vez sentada en el balcén, quieta y con cara de aburrida. aLe conventa hablarle ahora? Se detuvo, dudando. Tal vez no era el momento. Se dio cuenta de que no se sentia del todo bien: tenfa una molestia en el estémago y la garganta extrafiamente seca. Lo dejaria para més tarde. En el departamento tomé un poco de agua y enseguida se sintié mejor. Decidié ponerse a trabajar sin demoras: Martin corria peligto y no habfa tiempo que perder. Cuarenta minutos frente a la computadora le alcanzaron para con- seguir lo necesario. Es que los datos del enemigo de Cartaz, un tal “Cara Cortada” Marcote, no eran dificiles de encontrar. En distintos articulos aparecian su historia, sus entradas y salidas de la carcel, sus peleas. ¥ buscando un poco més hasta encontré su teléfono. 84 Cuando tuvo toda la informacién se sintié enormemente satisfecho consigo mismo. Orgulloso. Hacia tiempo que no se sentia tan bien. Tanto que decidié que, ahora si, era el momento oportuno para hablarlea Alejandra. Se asomé con cautela al baleén, tomé los largavistas y, medio escondido entze las cortinas, miré. Segula en el rmismo lugar, aparearemente escuchando,mnisica. even aiitcrnbten sis ion ‘Alejo volvié a entrar y planet lo que iba a decirle. Que llevaba tiempo viéndola abi sentada. Que seguramente estaba aburrida. Que él podria ir a conversa con ela o leerle un libro... Si, exo cr. Y lo primero, por supuesto, sera saludarla. “Hola asi empezaria. Salié decidido y se incliné por enci- mma dela baranda, Habfa unos cinco metros hasta el balcdn de Alejandra, de modo que tenfa que clevar su vor. Se aclaré la garganta y respiré hondo. iH Eso fue todo, Més que un saludo, soné como un acceso de hipo. Alejandra debié percbir bp “boraue’se"quits Ins aliritulites’Y volts la cabeza en su dircccién. Sdbitamente, Alejo se sin: tié aterrorizado. Pero tenfa que intentarlo otra vez, no podia abandonat. Solo que estaba empezando a sentir esa desagradable tensién en la garganta. Tomé aire. Hizo fuerza. 85 —Ho... ho... ho... Ella volvié a girar la cabeza. Parecta extra- fiada, —,Si? —preguntd, sin saber bien hacia dénde dirigir su vor—. ;Quién es? Pero él no podia responder nada. Su piel se habfa puesto roja como una frutilla y ahora parecia que la garganta se le habia cerrado defini- tivamente. Empez6 a retroceder hacia la puerta. Cinco minutos después estaba en la calle. Corrié a lo largo de seis cuadras sin parar, cada vez més rojo y enojado consigo mismo. Queria irse lejos, lo més lejos posible de Alejandra y del papelén que acababa de protagonizar. Finalmente logré detenerse y recuperar el aliento, Buscé entonces un teléfono para llamar a Maria, Tenfa que pedirle que le trasmitiera dos mensajes importantes a Martin. El primero era que tenia toda la informacién requerida para poner en marcha el plan. Y el segundo, que ahora estaba seguro~ necesitaba la serenata para Alejandra. Cuando Martin lo oy6, pensé que Alejo era muy valiente. También, que tenfa mucho miedo. Y que eso parecia contradictorio, pero no lo era. A fin de cuentas, miedo rimaba con puedo. Capitulo IG 1 eliecarsten que Alejo intenté hablarle, Alejandra levaba ocho dias con la venda puesta. Y no aguantaba més. Su madre habfa estado tratando de tranquilizarla: solo faltaban dos dias, le habia recordado, casi nada. Pero a ella dos dias le parecfan una eternidad. Ya nada la entretenia: ni la misica ni los libros que Ie lefan ni el ruido de la calle. Por momentos se sentfa tentada de arrancar la venda por su cuenta y ponerle fin al asunto. Lo que realmente le hubiera gustado era que el chico de al lado viniera a visitarla. Pero hasta el momento no se habfa atrevido a invitarlo. Ese dia decidié que ya no iba a esperar més. — lia! —grité desde el balcén. Estaba decidida a pedirselo. Sin embargo, en el momento en que la tfa se acercé, todas sus dudas volvieron. —:Qué pasa? 88 —Tengo sed —mintié—. {Me traerias un vaso de agua? —Claro, @Por qué no lo habia dicho? Alejandra se sintié irritada. Tenfa que vencer a la vergiienza. La tfa llegé con el agua. —iNecesités algo més? —preguntd, Si. — Quer Estuvo a punto de decirlo. Y no pudo. —Nada, nada. Otra vez lo mismo. “Soy una tonta’, se dijo. ¥ en ese momento, escuché un ruido. Algo como: —jHo...! Le parecié que venia de un balcén del edi- ficio de al lado. Seria el de Alejo? Movié la cabeza en esa diteccién, pero no parecia haber nadie. Y de pronto, otra vez. —Ho... ho... ho... Incliné su cabeza. Sus ojos pestafaron bajo las vendas, pero la oscuridad era total. Ni un atisbo de luz que le permitiera adivinar quién estaba alli. Elevé la voz. 2S Quién es? Nada. Quiza se lo habia imaginado. O el ruido venia de la calle. Se mantuvo un rato expectante, 89 aguzando todos sus sentidos para captar alguna otra sefial. Pero no hubo nada més. Unos minutos mas tarde, cuando su tia vino a preguntarle si ya queria tomar la merienda, se decidié, —Si, pero ademas quiero pedirte que llames al chico de al lado y lo invites a merendar conmigo. —3A Alejo? Si. —No hay problema, ahora lo llamo. Durante unos segundos, el estémago de Alejandra crujié de emocién. Pero la expectativa no le duré mucho. —Lo siento —dijo su tia asoméndose al balcén—. No contesta nadie en la casa. Otro dia, quizd... —Bueno. Si no hubiese tenido las vendas puestas, Alejandra podria haber visto en ese momento cémo Alejo corria por la calle. Quizés habrfa nota- do que estaba todo rojo y sofocado. Y hasta podria haber deducido que tenia miedo. Pero dificilmen- te habria considerado que miedo rima con puedo. ee |e Capitulo 17 Osvaldo Marcote, alias “Cara Cortada’, odiaba muchas cosas en la vida. Entre ellas, levan- tarse temprano, las duchas con agua fria, la policia, a la hinchada de San Lorenzo y las preguntas que no sabia cémo contestar. Pero lo que mds odiaba en el mundo era a Navaja Cartazo. Lo odiaba como solo odian quienes se sienten traicionados. Sé que de chicos fueron muy amigos. No importa cémo lo sé: es informacién reservada. Pero puedo contarles que a los doce afios jugaban al futbol en la plaza, que a los dieciocho salfan a bailar y que a los veintidés pelearon juntos por primera vez contra una banda enemiga. También compartieron poco después su primer robo, que fue un fracaso porque ninguno advirti6 que frente al local asaltado habia una comisaria. Afios més tarde aparecieron las diferencias: primero fue una chica que les gustaba a los dos, después un botin disputado, y luego amenazas y 92 traiciones. La pelea final fue en la cércel, donde Navaja gané su iltimo apodo y Cara Cortada, una cicatriz que cmpezaba en la frente, bajaba por la nariz, cruzaba la mejilla y terminaba en el cuello. Una cicatriz que, cada mafiana frente al espejo, aumentaba su odio por Cartazo y los deseos de venganza. La pelea era tan famosa que habfa salido en los diarios y la television. En los bares de la zona se levantaban apuestas sobre quién mataria al otro primero. La mayorfa apostaba por Navaja porque, desde un golpe en la cabeza que habia recibido cuando escapaba de la policia, la capa- cidad intelectual de Cara Cortada habia quedado notablemente disminuida. También su memoria. Lo nico que no olvidaba era que queria vengarse. Pero no era ficil, porque desde que habia escapado de la cércel, el paradero de Navaja era un misterio. Nadie lo habia visto en el bartio. Por eso Cara Cortada se puso muy conten- to cuando finalmente entendié lo que tenfa para decitle un desconocido que Ilamé a su teléfono. Se habia presentado como un “amigo anénimo”, —;Anénimo qué? —pregunté Cara Cortada. —Anénimo —dijo el otro, nervioso—. O sea, sin nombre. 94 —No tiene nombre? —Quiere decir que no le voy a decir mi nombre. —;Lo tengo que adivinar? —jNo! Olvidese del nombre. Lo llamo para darle una informacién interesante. —aInteresante para quién? —Para usted. —,Cémo sabe lo que me interesa? {Nos conocemos? ;Cudl es su nombre? —Escticheme, Marcore —el amigo anéni- mo se estaba poniendo nervioso—. Tengo infor- macién sobre Cartazo. —;Qué Cartazo? —Navaja Cartazo. Su enemigo. Sé dénde va a estar Cartazo mafiana. —;Dénde? —Ceéspedes... se va a acordar? —Tendria que anotarlo. {Me espera que busque un lapiz? —Vaya només. —jHola? ;Hola? —jHola? ;Quign es? —Soy Anénimo, Marcote. Lo estoy espe- rando para darle la direccién. — Qué direccién? 95 —Donde va a estar Cartazo mafana. —Cierto, disculpe, me habfa olvidado. Era para eso que tenfa el lpiz.en la mano. —Antes de que se la dé, tiene que pro- meterme algo: que solo Cartazo y su banda van a tener problemas. —Van a tener problemas? —Depende de usted. Pero si hay otra gente, no le tiene que pasar nada. —De acuerdo. Solo Cartazo y su banda. —La direccién es Céspedes 9889. Cartazo va a estar ahi a las cinco de la tarde. A usted le conviene esconderse para que no lo vea y caerle de sorpresa. —Bueno. Entonces, Céspedes... Espere. No me acuerdo si Céspedes es con “c” 0 con “s”. —Primero con “c” y después con “s”, —Gracias. Me olvidé a qué hora me dijo. —A las cinco, —A las cinco, Muchas gracias, Antonino, —Anénimo. —Eso. Cuando corté, Martin se recosté en el sillén, cansado. Este asunto se estaba volviendo agotador. Y Marcore, pens6, rimaba con pavote. Capitule 18 E 1 cctefono celular de Navaja Cartazo soné a las tres de la tarde. Fl nunca lo atendia. Lo dejaba sonar tres veces y después le hacia un gesto a su guardaespaldas favorito, Pero el guardaespaldas sabfa que, si queria mantener su puesto, no tenia que tomar ninguna decisién por su cuenta. Por eso consultaba, Siempre consultaba, El didlogo, segtin me relataron, fue més 0 menos ast: — Hola? —atendié el Nato. La voz al otro lado sonaba lejana y opaca, como si estuviera atravesando una gruesa tela. — Habla Cartazo? —No, el guardaespaldas. ¢Quién es? —Un amigo. Tengo informacién que les puede interesar. —Su voz me suena. —No, esté confundido. —La voz se alejé atin mds—. gLe interesa la informacién? —Espere. 98 El jefe pregunta qué informacién es. —Sobre un misico, Martin Rimando. Sé que necesitan encontrarlo. —Espere. —El jefe pregunta qué es lo que sabe de él. —Sé donde va a estar mafiana. jLes inte- resa? —Espere. —Dice el jefe que le interesa, pero no acepta informacién por teléfono. Que nos encon- tramos en dos horas. —;Encontrarnos? No, imposible, —Espere. —Dice el jefe que ¢s la tinica forma. En la Plaza Almagro, en dos horas. Dice que le conviene ir si quiere la recompensa. La voz al otro lado dudé. —Bueno... c6mo lo reconozco? —Dice el jefe que llevo una flor roja. —¥ en qué parte de la plaza va a estar? —Espere. 99 —Dice el jefe que al lado de la calesita. Y que si la informacién es falsa lo matamos. —No es falsa, —Espere. —Mejor para usted, dice el jefe. El Nato corté sin despedirse. Martin se secé la transpiracién de la mano y suspird. Era una apuesta fuerte, pensé. Y fuerte rimaba con suerte y con muerte. Solo habfa que ver cual le tocaba. Capitulo 9 A\aces de deja el cabertizo, Martin tavo que someterse a una serie de transformaciones y retoques que le resultaron bastante incémodos. Maria le habia conseguido un extrafio par de anteojos, un bigote postizo, un impermeable y un sombrero de ala ancha. Pero todo eso no era nada. Lo que resulté de verdad molesto fue que decidié probar en él su inyento: la falsa piel para cambiar Jas facciones. Se trataba de una pasta que ella iba modelando sobre su cara, con la que logré que su natiz se viera mucho més grande y su frente mucho mis estrecha de lo que en verdad eran, El efecto positivo fue que Martin quedé irreconocible. Fl negativo fue que la pasta provocaba picazén. Una picazén terrible. Y no podia rascarse. De modo que cuando Martin se paré fiente a las plantas se sentfa horriblemente mal. A fin de evitar que sus hetmanos sospecharan algo, Maria les habja dicho que habia llamado a un 102 nuevo jardinero para que viera las azaleas enfer- mas. Le dio una pala, un par de tijeras de podar y le dijo que se quedara por ahi un rato. Por supuesto, Martin no tenia ni idea de Jo que se hacfa con una planta enferma. De modo que se limité a observarlas fijamente, mientras pensaba que azalea rimaba con pelea, una cuestién que le resultaba muy inquietante. En ese momen- to Ledn, el hermano mayor de Marfa, pasé a su lado y lo miré con curiosidad. Martin se limité a saludar con la cabeza mientras sentia su cuerpo temblar como una hoja al viento. Pero Ledn jams llegé a imaginar quién era en verdad. —No lo veo nada bien a ese hombre —le dijo més tarde a Maria. —sPor qué? —zNo te diste cuenta? Esta claramente enfermo. Y creo que pierde piel. —Ah, eso. Si, ¢s que tomé mucho sol. Cuando minutos més tarde logré salir, Martin corrié a tomar un taxi para llegar a tiempo a su cita en la Plaza Almagro. Estaba sumamente irritado porque la cara cada vez le picaba més. Habfa descubierto que la forma de calmar un poco esa sensacién sin arrancarse la piel era darse suaves golpes en la cara. Y lo hacia aproximada- mente cada tres minutos. 104 —;Se siente bien? —le pregunté el taxista. —Si, gpor qué? —wNo, nada. No fue el tinico que nots algo raro: Martin se dio cuenta de que la gente con la que se cruzaba lo miraba con curiosidad y rechazo. Debfa ser la piel, que habia empezado a despedir peque- fias escamas. Ese asunto, curiosamente, le dio una buena idea. Un rato més tarde, esperaba junto a la calesita. Al llegar observé hacia todos lados: vio nifios, perros, padres, globos, coches de bebés y vendedores de helados, pero ningtin criminal con una flor. Pasaron los minutos, la picazén crecia y de Cartazo no habia noticias. Cuando ya pensaba que no vendrian, el auto negro frené muy cerca de él y una de las ventanas traseras bajé hasta la mitad. Un par de ojos se asomaron y miraron hacia ambos lados. Luego la puerta se abrié y Martin vio bajar al Nato con un clavel rojo en la mano y un chupetin en la boca. Le hizo sefias, mientras se tapaba la boca con un pafiuelo. —jSefior! Soy yo. El Nato fruncié el cefto. —zLe pasa algo? —Si, no se acerque mucho. Estoy enfermo. 105 El Nato retrocedié un paso y desde alli lo observé. Y llegé a la conclusién de que ese hom- bre ojeroso que perdia piel estaba al borde de la muerte. s contagioso? —Mucho. El Nato retrocedié otro paso. —Paseme la informacién —gritd, porque, a.esa distancia y con el ruido ambiente, no era facil ofrse. —Le doy la direccién del lugar —grité a su vez Martin, De su bolsillo sacé una tarjeta donde la habfa anotado y se la extendid. El Nato se acercd tres pasos, apenas lo suficiente para estirarse todo lo posible y agarrar el papel con dos dedos. Luego volvié rapido hacia atrés, —Majiana a las cinco el miisico va a llegar ahi —gritd Martin. — Seguro? jSegurisimo! —jLldmeme majiana por la recompensa! La calesita habia empezado a andar de nuevo y la cancién era atronadora. Que! —jLa recompensa! ;Majianal —No hay problema! 106 El Nato dio media vuelta y corrié hacia el auto. Subié y en pocos segundos se habjan ido. Martin observd que en el apuro habia dejado caer el clavel rojo. Lo recogié y se senté en un banco. La picaz6n lo estaba matando. Decidié que no iba a aguantar més, se rascé la cara y arrancé buena parte de la piel falsa. Pero se sentia més tranquilo, Picazén, con- sider, rimaba con salvacién. Por supuesto, también rimaba con otras palabras temibles, como perdicién, moretdn o rendicién, pero prefirié no pensar en ellas. Capitulo 20 Lo cetevision ta tlamé “guetta entre bandas armadas’. En la radio dijeron que “un barrio de Buenos Aires se habia convertido en escenario de un salvaje tiroteo”. Y un diario escri- bié que “el enfrentamiento entre dos famosos criminales habia puesto en peligro a los vecinos”. Pero, en verdad, puedo decirles que casi nadie entendié lo que pasé en ese barrio. Los testimonios fueron muy variados. Segtin el duefio de la panaderia de la esquina, que hablé por television, primero habfa aparecido un auto gris que dio varias vueltas a la manzana. En un momen- to se detuvo frente a su local y un hombre con una horrible cicatriz. que le cruzaba la cara se asomé para preguntarle si esa era la calle Céspedes. Se lo pregun- 16 dos veces en el curso de cinco minutos, dijo el vendedor, porque al parecer se habia olvidado. La empleada del kiosco de la otra esquina dijo, en cambio, que primero habfa aparecido un 108 gran auto negro. Que pasé una y otra ver por el mismo lugar, como si buscara algo. Y que cuando se abrié una ventanilla alcanz6 a distinguir a tres hombres en su interior. Que claramente tenfan aspecto de matones, asegurd, si bien uno de ellos comfa un chupetin. Lo que nadie se explicaba es por qué ambos autos parecian vigilar la peluquerfa para perros, que segiin coincidian todos los vecinos, no tenfa ninguna relacién con el mundo criminal. Tampoco hubo acuerdo sobre cémo se inicié la batalla. Algunos dijeron que, de tanto circular por la misma calle, los autos habfan acabado por cruzarse y en ese momento se habia desatado el tiroteo. Pero segiin el ducfio de la panaderfa fue el hombre de la cicatriz, cuando bajé por tercera o cuarta vez para preguntar si esa era la calle Céspedes, quien vislumbré a pocos metros el otro auto y desenfundé el arma. Otros sostuvieron que lo que desencadend todo fue la salida de la peluquerfa canina de una mujer con tun pequefio perrito al que acababan de bafiar y peinar con un mofio azul. Que el pertito ladré dos veces discretamente y la situacién se desbordé. Lo cierto es que con los primeros disparos todo el mundo se tiré al suelo, por lo que a par- tir de ese momento los testimonios fueron muy 109 poco confiables. Algunos dijeron que eran cuatro los hombres que se tiroteaban. Otros aseguraron que eran seis. Y los més exagerados dijeron que eran cincuenta, noventa o ciento cuarenta y ocho. Estaban los que afirmaron que usaron pistolas, los que juraron que eran ametralladoras y los que declararon haber ofdo la explosién de granadas. Lo que nadie pudo entender fue por qué Jas dos bandas eligieron esa cuadra para su enfienta- miento, habiendo a tan pocos metros una comisarfa. Fue gracias a esa corta distancia que la policéa llegé con bastante rapidez. Poco después, los miembros de ambos grupos estaban en el hospital o en la cércel. (Aunque en este punto no hubo acuerdo absoluto, porque segtin varios periodistas, en la mitad del tiroteo uno de los matones escapé corriendo del lugar. Alguien comenté que llevaba un chupetin en la mano.). Entre la poblacién civil, en cambio, el Xinico herido fue el perrito, rozado por una bala. Pero segiin el informe oficial se repuso répida- mente, al igual que su duefia, presa de una crisis nerviosa. El ducfio de la peluquerfa canina salié por todos los medios a asegurar que no tenia nada que ver con el hampz y a promocionar sus nuevos pei- nados para mascotas. Nadie le creyé lo primero, 110 pero consiguié dos nuevos clientes: un caniche y un gran danés, En verdad, hubo tres personas que sf le cteyeron: Martin, Alejo y Marfa se compadecieron de A mientras vefan todo el asunto en la televisién. —Pobre hombre —dijo Martin—. No sabfamos qué habfa ahi cuando elegimos la direccién. —Por suerte esté vivo —dijo Marfa, Ya estaban de vuelta en la Fabrica de sere- natas, sanos y salvos. —Supongo que con esto termina todo —dijo Martin mientras apagaba el televisor—. Podemos volver a nuestra vieja vida. —Nuestra vieja vida? —pregunté Alejo. Martin sonrié. —No, mejor a nuestra nueva vida. Y, ahora que pienso, tenés que hacer una serenata. —2Yo solo? —Te voy a ayudar, pero lo fundamental se te tiene que ocurrir a vos. Sos muy capaz de hacerlo. —No me va a salir. Qué digo? —Podés contar todo lo que pass —dijo Marfa—. Cémo nos conocimos, que casi los lil matan, que detrotaron a Cartazo. Todo lo que hiciste para llegar a este momento. —Solo tenés que encontrar las palabras adecuadas —agregs Martin—. Cuando venzas la timidez, van a aparecer. —Es que tengo la mente vacia. —Vacfa rima con fantasta. —De verdad, solo se me ocurren cosas feas. —Fea rima con idea. —;Bastal Esto va a ser una basura total. —Total rima con genial —dijo Martin y esquivé el zapato que le lanzé Alejo. Después de un dia entero de trabajo, die- ciocho papeles rotos, una crisis de nervios y dos serios intentos de abandonar todo, la serenata estuvo lista. —Es horrible —dijo Alejo. —Es perfecta —dijo Martin—. ¥ la vas a decir solo. —jEstés loco! Es imposible: voy a perder todas las palabras antes de empezar. —Hace dfas que no te trabés. —sDe verdad? —Y fue gracias a vos que vencimos a Cartazo. Sin tu idea, nunca lo habriamos logrado. 112 —Pero, igual, no voy a poder. —Yo voy a estar ahi para ayudarte, Puedo hablar si tropezds. {Tenés miedo? —Terror. Martin estuvo a punto de decirle que terror rimaba con amor y ganador, pero le parecié un poco cursi. Capitulo a No hubo necesidad de llamarla por- que Alejandra ya estaba ahi. Sentada en el balcén, con anteojos negros y un paquete de caramelos de menta en la mano. Palido y oje- roso por la falta de suefio, y con un temblor de piernas que era visible a media cuadra, Alejo la miré y se dio cuenta de que no iba a poder pronunciar una silaba. El silencio se habia apo- derado de la situacién (una Situacién Dificil, Importante y Tensa, por supuesto) y no habfa cémo combatirlo, Cuando ya crefa que iba a volverse a su casa sin decir palabra, sintié en la espalda la mano de Martin. Primero una palma- da afectuosa. Luego una segunda palmada, mas intensa. Y finalmente una tercera palmada, que estuvo a punto de tirarlo al piso. Pero al mismo tiempo destrabé algo en su interior. Y Alejo logré cantar su serenata, Que decfa asi: 115 Te descubri una manana, sentadita en tu baleén, te chisté por la ventana, no me prestaste atencién, Me dije mejor empiezo cantando una serenata y llegé el primer tropiezo: que yo no tenia plata. Martin al fin me hizo caso, ‘pero antes de empezar aparecié un tal Cartazo, nos obligé « trabajar. Queria una serenata para la bella Marta, pero el tipo era una rata: no se la merecta, Apenas la vio a Maria Martin cay6 fulminado, por su mirada morta porque estaba enamorado, 116 No fuimos asesinados gracias a un fuerte granizo, nos escapamos mojados + fuimos a un cobertizo Todo es0 paso ayer y hay acd yo me presento, ‘pero no me podés ver, entonces mejor te cuento. Ni muy alto ni muy bajo, soy un poquito orejudo, nunca tengo olor a ajo y el pelo es castaho oscuro. En inglés no me va mal, voy mds flojo en geografia. Hago bien la vertical, en bdsquet, segiin el dia. ¥, Ale, cuando te veo ‘me ablando como una masa, te aviso: tartamudeo, pero desputs se me pasa. Si esto no te ha asustado, si no pensds que estoy loco, 117 te invito con un helado de chocolate 0 de coco. Me da igual si es un tostado, sopa, té, budin de arroz, no importa si es un cortado: lo que me importa sos vos, Alejo salud6 al terminar y hubo un cerra- do aplauso de la gente que se habia parado a escu- charlo. Algunos, incluso, lanzaron vivas y pidieron bises que él no acepté hacer. Todavia le temblaban Jas piernas. Habia tartamudeado un par de veces, pero en verdad pocos se dieron cuenta. Entonces Alejandra se paré y junto a la baranda se sacé los anteojos oscuros. Lo miré. Adin vefa un poco borroso, pero no pensé que sus orejas fueran tan grandes. Y parecfa agrada- ble. Dijo que los invitaba a festejar con ella que acababan de sacarle las vendas. Que todavia no veta muy bien, pero pronto iba a mejorar. ¥ que habfa torta, helado y budin de limén. Martin agradecié la invitacién, pero le explicé que no podia subir porque tenia una cita, de modo que Alejo irfa solo. Antes de despedirse, le susurré al ofdo que helado rimaba con curado y budin con festin. Y también con fin. 118 Y este es el fin de la historia. Aunque algunos de ustedes dirdn: Cémo? ;Y el asunto del ladrén de cajas fuertes? Es cierto, falta eso. Capitulo 292 es que pensaban que la aventura definit- vamente habia llegado a su fin eran Martin, Alejo y Maria. Por eso fue tan grande su sorpresa la tarde en que aparecié un visitante inesperado en la Fabrica de serenatas, En ese momento Martin trabajaba sobre tun reciente encargo, Alejo hacia la tarea de mate- mitica y Maria analizaba los detalles de un nuevo invento (una aspiradora para medias perdidas bajo la cama). El visitante tocé la puerta una sola ver. Toc. Los tres estaban tan concentrados en lo suyo que no lo oyeron. Volvié a tocar. Toc, toc. Alejo levanté la cabeza distraidamente, pero no hizo nada. El visitante tocé otra vez, con mis energla. Toc, toc, toc. Esta vez Martin se puso de pie y, sin pre- guntar, abrié la puerta. Cuando vio quién estaba 120 al otro lado palideci6, dio dos pasos atrés y grité: —{Todos al suelo! Desde la posicién a la que se habfan lan- zado, detras de la mesa, Marfa y Alejo intentaron ver quién era. Quizds ustedes ya se lo imaginen, sobre todo si recuerdan que les dije, algunas pgi- nas atrés, que en la famosa balacera uno de los delincuentes logré escapar (y si no lo recuerdan es que andan muy distraidos). Efectivamente, era el Nato. Pero lo que tena en la mano derecha no era, como Martin habia pensado, un arma, sino una lapicera. En la izquierda llevaba un cuaderno. Y lo que pregunt6 fue: —;Qué rima con caja fuerte? Martin rept6 por la alfombra hasta prote- gerse tras el silln y desde alli respondié. Con caja, faja 0 baja. Y con fuerte... suerte —no dijo muerte por cabala. El Nato cerré la puerta, se acomodé en una silla y sonrid. —Muy bien —dijo—. Pero tengo més preguntas. ;Pueden levantarse? Esa tarde empezaron a conocer de verdad al Nato. Supieron que hacfa tiempo que estaba harto de obedecer las érdenes de Cartazo, que era un hombre sensible, que le gustaba la poesia y ya 121 no queria ser un matén a sueldo, $i iba a seguir en el mismo campo profesional, les explicé, queria ser al menos un matén independiente. Pero estaba alli por otro motivo: necesita- ba aprender los secretos de la rima, Habfa muchas ideas dando vueltas en su cabeza y le hacfan falta herramientas para convertirlas en poesfas. Martin acepté ayudarlo. Sé que fue en parte porque le gustaba la idea de transformar a un criminal en un poeta. Y en parte porque le daba miedo decirle que no. De modo que se reunieron varias veces, leyeron mucha poesia y practicaron bastante. También tomaron café, comieron asado, festejaron el cumpleafios de Maria, el diez de Alejo en Historia y que Alejandra ya no usaba anteojos. Poco a poco, fueron haciéndose amigos. Luego, durante un tiempo, no supieron nada de él, Hasta que un dia una noticia en el dia- rio hizo que Martin abriera los ojos como platos. —Maria —llamé—, creo que tenemos novedades de nuestro amigo. Juntos leyeron el articulo. Alli decfa que el lunes, al abrir el negocio tras el descanso del fin de semana, el duefio de una joyeria habia descubierto que su caja fuerte estaba vacia. En realidad, estaba vacta de joyas y dinero, pero habfa otra cosa: un papel con una poesia. El diario la habfa reproducido completa. 122 SONETO PARA UN ROBO PERFECTO Vengo a levarme lo que aqui se esconde, sean acciones, billetes 0 un zafiro. ‘Mis pies son leves, casi no respiro: me asusta que la policia ronde. Mi proceder a un claro plan respond. No voy a disparar un solo tiro. Con la caja abierta, el botin retiro ¥y luego me comporto como un conde, jAy de mi si la alarma se dispara! ‘Si demoro y la noche se hace dia jAy de mi si al sol le veo la cara! Mientras robo, practico poesia asi el verso a mi miedo enmascara + dejo, en esta caja, una alegria. —Es él —coincidis Marla—, no hay duda. Escribié un soneto. —Mmm... —Martin lo volvié a leer—. No esta mal. —No. Pero el tema... —Si, ese es el problema, el tema. Maria pens6 un momento. 123, —No, el problema es que sigue robando. —Tenés razén. Desde ese momento, decidieron intentar convencerlo de que tenia que dejar de robar. Pero no tuvieron mucho éxito. Otras tantas mafanas se encontraron con noticias parecidas en el dia- tio. No siempre eran sonetos lo que aparecta en las cajas desvalijadas: hubo todo tipo de poesias, porque el Nato parecia estar experimentando en cada nuevo robo. Los medios lo apodaron el poeta ladrén. —Se esta haciendo famoso —dijo un dia Marfa. —Si, demasiado famoso —respondié Martin. Estaba pensando que famoso rimaba con peligroso, Cepitule 3 YY. ahora s, esta historia est llegando a su fin. ;Quieren saber qué pasé con cada uno de los protagonistas? Martin y Maria, como ya se habran dado cuenta, siguen juntos, produciendo rimas, inventos y tortas de limén. Alejo atin se traba cada tanto con alguna palabra, pero cada ver menos: ya no lo asustan las Situaciones Complicadas. La ve con frecuencia a Alejandra, que, aunque sigue viviendo en Mar del Plata, viaja a Buenos Aires varias veces al mes. Por cémo se miran, yo dirla que estan enamorados. Pero, claro, yo no soy la persona ideal para evaluar esas cosas. En cualquier caso, se los ve contentos. De modo que, ya ven, la historia de todos ellos tiene un final feliz. En mi caso, la situacién es més complicada. Digamos que hay una parte buena y una parte mala. Pero para contarlo antes tendria que deciles quién soy yo. Si, al final cam- bié de idea y me gustarfa que lo sepan. Pueden 126 pensar que es una cuestién de vanidad y no esta- rian muy errados: en esta profesién somos ¢n general vanidosos. Ahi va, entonces. Yo soy el poeta. Y tam- bign soy el Nato. Quizds algunos de ustedes ya lo habfan adivinado. Si, soy Nato, el poeta ladrén. De todas formas se trata de un sobre- nombre y claro que no voy a decirles mi nombre verdadero. Es mejor que no lo sepan, por su ségu- ridad y la mia. Nunca se sabe quién puede venir a buscarme desde mi oscuro pasado. Ahora voy a contarles el resto. Empecemos por lo bueno: estuve escribiendo sin parat. Poesia, prosa, de todo. Es que en los tiltimos meses tuve muchisimo tiempo libre y pude experimentar con las formas més diversas. Hice coplas, sone- tos, romances, cuentos y hasta una breve novela. Creo que mejoré bastante y que ya estoy listo para publicar mi primer libro. Apenas pueda organizar- me, voy a presentarlo, Para eso existe un pequefio problema y esa es, justamente, la parte mala: estoy preso. Si, pese al consejo de mis amigos, no pude detenerme a tiempo con el asunto de las cajas fuertes. Y eso que Martin se la pasé recordéndome que tentacién rima con prisién y maldicién. Al final me atrapa- ron y Ilevo once meses tras las rejas. Me faltan tres 127 para quedar en libertad. Por supuesto, no ha sido agradable. Pero pude escribir. Entre otras cosas, estas paginas. Que son, como decia al principio, la historia de varias transformaciones. La de Martin, que dejé de estar solo. La de Alejo, que consiguié destrabar las palabras de su boca. ¥ la mia. Sobre todo fa mia. Andrea Ferrari Autora Nacida en Buenos Aires, es periodista y escritora. Trabajé durante mds de veinte afios en medios grificos argentinos hasta que se vole hacia la literatura infantil y juvenil. En 2003 obtuvo el Premio Barco de Vapor de Espafia con la novela El complot de Las Flores y en 2007, el Premio Jaén de Narrativa Juvenil por El camino de Sherlock, primera parte de la trilogia “El nuevo Sherlock”. Dos de sus libros fueron destacados en la categoria novela por la Asociacién de Literatura Infantil y Juvenil de Argentina (Alija): La noche del polizén, en 2012, y Zoom, en 2013. Otros de sus titulos son: La rebelién de las pala- bras, La fabrica de serenatas, También las estatuas tienen miedo, El circulo de la suerte, Los chimpancés miran a los ojos, No es facil ser Watson, No me digas Bond y El hombre que queria recordar. Este Ultimo fue indluido en la seleccién White Ravens 2006 de la Biblioteca Internacional de la Juventud de Munich. Sus libros han sido publicados en Argentina, Espatia, México, Brasil, Peri, Colombia, Bolivia, Chile, Ecuador, Corea y Francia. www.andreaferrari.com.ar Capitulo 1 Capitulo 2 Capitulo 3° Capitulo 4 Capitulo 5 Capitulo 6 Capitulo 7 Capitulo 8 Capitulo 9 Capitulo 10 Capitulo 11 Capitulo 12 Capitulo 13 Capitulo 14 Capitulo 15 Capitulo 16 Capitulo 17 Capitulo 18 Capitulo 19 Capitulo 20 indice 11 19 27 33 39 43 51 55 61 69 75 79 83 87 91 97 101 107 Capitulo 21 Capitulo 22 Capitulo 23 Biografia del autor 113 119 125 129 Otros titulos de la serie Cristina Banegas ElPais delas Brujas ‘Adela Basch gelgrano hace bandera ye sale de primera Enestas hojas detallo como llegé et 25 de Mayo José de San Martin cabaltero det principio al fin Roy Berocay Pateando lunas Marcelo Birmajer Garflos Julcio al Raton Pérez Elsa Bornemann corazonadas Cuadernos deundelfin Eltibro de los chicos ‘enamorados E(nifo envuelto No somos irrompibles Queridos monstruos Socorro! Graciela B. Cabal Cuentos con brujas Mi amigo el Rey Oche Califa Monstruario sentimental Roald Dahl Cuentos en verso para nifios perversos Las Brujas Los cretinos Pablo De Santis ELUttimo Espia Laura Devetach La plaza det piolin Jorge Eslava El guardador de secretos Maria Inés Falconi Elsecreto del tanque de agua Leyendo leyendas Paris ida y vuelta. ELtanque de agua? Andrea Ferrari La fabriea de Serenatas Larebelién de las palabras Griselda Gambaro Anadar con Maria Inés Maria Fernanda Heredia Bienvenido, Plumas Hola, Andrés, soy Maria otra Ricardo Marifio, Cuentos espantosos cupido 13 Ethéroe y otros cuentos Elinsoportable Enelattimo planeta Lacasamaldita La expedicion Lainvasién Larevolucién Perdidoentasetva Recuerdos de Locosmos Regreso ata casa matdita Roco y sus hermanas Mario Méndez Elgeniode la cartuchera Graciela Montes La batalta detos menstruosy las hadas Diego Paszkowski Te esperoen Sofia Sebastidn Pedrozo Lapiel del miedo Luis Marfa Pescetti Almay Frin Bituin bituin Natacha iBuenisimo, Natacha! Chat Natacha chat Frin. 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