Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Arte Colonial Vzla Bra Col 32docx
Arte Colonial Vzla Bra Col 32docx
ARTE
COLONI
AL DE
VENEZU
ELA,
BRASIL
Integrantes:
Y
Yoscar Arrioja
Celio Vallejo
Estefany Rojas
COLOM
Jesús Laya
BIA
El Arte Colonial
VENEZU
ELA
Estuvo determinado en sus inicios, por la influencia europea. Durante este período nuestra
sociedad trato de adoptar las características y formas propias del Barroco.
Las artes en este período de la historia venezolana estuvieron supeditadas al gusto de los
personeros europeos, civiles y religiosos que buscaban rodearse de obras artísticas hechas
según los principios estéticos de la época. Muy pronto fu predominando lo Barroco
importado de España.
A partir del siglo XVII, el estilo barroco comenzó a aparecer poco a poco en la arquitectura
colonial. Los templos y conventos añadieron elementos barrocos a su arquitectura. La
catedral de Lima, por ejemplo, incorporó a su fachada una típica portada barroca de piedra
labrada de manera similar a un retablo. Solo a fines del siglo XVII el barroco logró
imponerse.
Este estilo se caracterizó por su recargada ornamentación, con líneas curvas que le dan
movimiento y libertad. En los edificios se pueden apreciar columnas salomónicas en espiral
ascendente, frontones curvos y partidos, torres y cornisas, así como elementos decorativos
inspirados en la naturaleza (plantas y frutos), ángeles y santos. Para enriquecer la
decoración, la arquitectura tenía además a la escultura.
PINTURA
En los últimos tiempos de la colonia aparecen las primeras obras pictóricas de carácter
anónimo, es decir, no están firmadas por el autor de la misma y no llegan a diferenciarse los
rasgos personales de los autores. Además del carácter religioso, las primeras pinturas
venezolanas tienen un carácter profundamente popular. Pero al lado de estas pinturas de
recursos técnicos muy elementales, aunque de gran valor expresivo, se practicó lo que es
podría llamar la pintura culta renacentista.
A finales del siglo XVIII surge la llamada Escuela Caraqueña, formada por un grupo de
pintores con tendencias semejantes, y con gran influencia renacentista dejaron atrás un
poco el tema religioso, utilizando el lenguaje plástico producto del ambiente de su entorno.
La Inmaculada La Pastora
Esta expresión artística fue en su mayoría, anónima, elaborada por laicos, religiosos (con
gran imaginación) y artistas residentes en la zona.
Uno de sus principales representantes fueron Juan Bautista Gonzáles y su hijo Manuel, en el
siglo XIX, quienes elaboraron esculturas de gran renombre y prestigio para las iglesias y para
algunas casas de familias adineradas.
ARQUITECTURA
Casa Colonial
Es el arte edificado tanto en Venezuela, como por arquitectos venezolanos en otras partes
del mundo. La arquitectura venezolana es una mezcla de la cultura autóctona indígena
venezolana y de las adoptadas en el país por la transculturización artística de las distintas
culturas arquitectónicas que se comenzaron a proyectar en Venezuela desde la llegada de
los españoles a territorio venezolano.
Una provincia aparentemente poco rica no podía permitirse el lujo de construir edificios de
alto costo a imitación de los grandes virreinatos que existían para la época y la sociedad
colonial no brindaba tampoco un cuadro tan próspero como el de otros países de América
Latina.
Catedral de Caracas
Los templos eran constituidos por una casi invariable, disposición conformada por una
planta rectangular, tres naves separadas por arcos de cubierta de alfarje compuesta de una
armadura de madera de pares, nudillos, tirantes y almizate. Las edificaciones católicas que
se construían despejaban sencillez y pobreza, pues dentro de sus arquitecturas
prácticamente no existían variantes de relevancia y la poca diversidad de materiales de
construcción dictaba el diseño y la calidad de la arquitectura religiosa en la época de la
colonia. Para mediados del siglo XVI en Venezuela no abundaban las familias pudientes
capaces de levantar a sus expensas grandes iglesias y conventos. La misma iglesia católica,
los obispos y las órdenes religiosas no disponían de los medios suficientes para erigir
monumentos religiosos comparables con los de otros países del continente. El siglo XVII fue
de reconstrucción de los templos católicos que habían sido destruidos por el terremoto de
1641. El siglo XVIII, específicamente entre 1728 y 1785 la prosperidad que gozó Venezuela
por la apertura de la Compañía Guipuzcoana se reflejó también en la construcción de
nuevas arquitecturas, en especial de tipo religiosas.
Las ciudades de Coro y Caracas tuvieron el mayor auge en construcciones religiosas. Algunas
de las edificaciones religiosas más representativas son:
Catedral de Caracas;
Panteón Nacional
Catedral de Coro
Las costas e islas venezolanas fueron escena de combates producidas por corsarios y piratas,
por lo que España se vio en la obligación de mantener su imperio, construyendo castillos,
baluartes, cuarteles y fortificaciones que resguardaban las ciudades de la provincia.
Arquitectura civil
Quinta Anauco Caracas
Casa urbana: La entrada principal era un zaguán que comunicaba a una habitación situada a
uno de sus lados, esta era usada como despacho u oficina del dueño de casa.
En los exteriores se presentaban lo aleros, que fue un elemento que caracterizo nuestra
cultura colonial.
Casa rural: Su planta era casi siempre cerrada, rodeada de corredores que servían para darle
luz y aire a las habitaciones. Las columnas toscanas fueron las más usadas como soportes de
techo y los dinteles caracterizaron también este tipo de arquitectura por ser menos
costosas.
BRASIL
Pintura
Fueron los jesuitas y benedictinos los primeros cultores de la pintura de la época colonial.
Los religiosos pintaron en iglesias, claustros y en objetos sagrados bajo la influencia del
estilo predominante entonces, el barroco europeo.
La prosperidad económica, producto de la explotación del oro, atrajo a muchos talentosos
artistas europeos en el siglo XVIII, lo cual generó una época espléndida del arte barroco.
Los artistas brasileños siguieron en el siglo XIX y XX las tendencias internacionales del
neoclasicismo, romanticismo, impresionismo, academicismo y modernismo.
Destacan las obras de Víctor Meirelles y Rodolfo Amoedo en lo referente a pintores de estilo
autóctono.
Sus primeras manifestaciones son las pinturas rupestres halladas en el sertão del nordeste, y
más concretamente en la región de la Serra da Capivara (estado de Piauí). Este parque
nacional, declarado Patrimonio de la Humanidad, incluye 744 yacimientos prehistóricos con
más de 30.000 pinturas y grabados rupestres de inestimable valor
Varios artistas dejaron su huella en el barroco brasileño. El pintor Manuel da Costa Ataíde
(1762-1830) llenó con sus Vírgenes y sus Niños las iglesias de São Francisco de Assis, de
Ouro Preto, y de N. S. do Rosário, de Mariana. José Joaquim da Rocha (1737-1807), de estilo
italianizante, pintó los frescos ilusionistas de varias iglesias de Salvador. Valentim da
Fonseca e Silva, conocido como Mestre Valentim (1750-1813), realizó en Río las espléndidas
portadas y el altar de plata de la iglesia de la Ordem Terceira do Carmo, la fuente de la
Pirámide y el Passeio Público.
Virgen dando al niño
Escultura
Los trabajos de María Martins, Bruno Giorgi y Victor Brecheret han alcanzado renombre
mundial en escultura contemporánea.
El arte indígena tenía en sus orígenes objetivos religiosos y utilitarios, pero después de los
primeros contactos con los extranjeros, los artesanos nativos fueron transformando sus
creaciones de acuerdo a la demanda de los comerciantes.
En la actualidad destacan los trabajos realizados con plumas de aves, la cerámica, como la
de los indios Marajó o Carajás o la cestería de los Kaxinawá.
Os Candangos
Bruno Giorgi
El escultor Francisco Xavier de Brito (muerto en 1751) trabajó en N. S. do Pilar, de Ouro
Preto, y en São Francisco da Penitência do Rio, que enriqueció con escenas narrativas llenas
de color, así como con santos y ángeles de formas redondeadas y gestos grandilocuentes.
Pero el apogeo llegó con la obra del genial Antônio Francisco Lisboa, llamado el Aleijadinho
(1738-1814), un escultor genial que trabajó en algunas de las iglesias más bellas de Minas
Gerais.
Arquitectura
Los primeros colonos portugueses crearon una arquitectura colonial característica cuyos
rasgos permanecerían vivos durante mucho tiempo. Las casas, de ladrillo o de piedra,
presentan grandes cubiertas inclinadas de teja roja y un aspecto bastante sencillo, con
muros encalados y, en ocasiones, con puertas y ventanas enmarcadas en vivos colores.
Suelen estar distribuidas en torno a un patio interior, con la vivienda en la planta superior y
el negocio familiar en la planta baja.
A lo largo del s. XVIII, un siglo después de su aparición en Europa, el oro de Brasil financió un
arte barroco del que quedan magníficos vestigios. Cerca de las minas del estado de Minas
Gerais nacen las ciudades de Ouro Preto, Mariana, Sabará, São João del Rey, Congonhas y
Diamantina, cuyos lujosos edificios recuerdan una época de gloria, desmesura y pompa. La
exuberancia del arte barroco se expresa en los edificios administrativos, máximos
exponentes de la realeza portuguesa triunfante. Escaleras señoriales, frontones decorados,
altas ventanas entre pilastras, puertas enormes... todo evoca la imagen del lejano pero
poderoso colonizador. Los burgueses portugueses, deseosos de mostrar su fortuna recién
adquirida, rivalizan en lujos y las fachadas de sus mansiones se llenan de estatuas,
guirnaldas de piedra y balcones calados.
Sin duda la ciudad de Olinda, en el Estado de Pernambuco, es uno de los mejores ejemplos
de la arquitectura colonial, así como el Centro Histórico de Salvador de Bahía, donde puede
observarse elaboradas muestras de la arquitectura portuguesa de la época colonial.
La antigua ciudad de Ouro Preto, en el Estado de Minas Gerais, guarda la pieza maestra del
arquitecto Antonio Francisco Lisboa, conocido como "Aleijadinho", en la Iglesia del Buen
Jesús. Es el mejor exponente de la época dorada del barroco brasileño.
Centro Histórico de Salvador de Bahía
COLOM
BIA
La situación del país como “casa de esquina” en América del Sur y la circunstancia de ser
tomada como territorio de paso hacia otros tenidos como más atractivos influyó, sin duda,
en el desarrollo de la arquitectura y las artes durante el período colonial en Colombia. Los
conquistadores españoles no encontraron en estas tierras, por otra parte muy favorecidas
por la naturaleza, las monumentales manifestaciones arquitectónicas indígenas de México o
del Perú, ni otras que admirar salvo la rica orfebrería, que atrajo su atención por su valor
material más que por sus diseños y labores.
En el caso de Colombia la transculturación fue casi total pues la cultura aportada por España
no encontró la resistencia que pudo hallar en las mencionadas, aunque ciertamente
tampoco sociedades tan pasivas como hubo en otros territorios. Así, durante el período
hispánico se desarrolló una cultura exclusivamente receptiva, luego continuada a nivel
medio con productos en los que la influencia indígena fue más que modesta, por tanto, el
mestizaje en el territorio presenta un panorama de interés escaso.
Así, pues, esta primera etapa se caracteriza por la presencia de obras de valor dispar,
producidas o adquiridas en Sevilla o ejecutadas ya en poblaciones del territorio
neogranadino por autores muchas veces improvisados. Esta realidad, unida a la escasa
presencia de las culturas aborígenes en lo que podía afectar a la pintura y escultura
naturalistas, sienta las bases del desarrollo de la tendencia criolla, sin duda la más notoria
en el país. Esta tendencia, más bien actitud, cultivada por los hijos de españoles y sus
descendientes ya nacidos en territorio americano, se tenía por incondicional seguidora del
arte europeo al cual prolongaba valorándose más en la medida en que mejor imitaba a los
maestros del Viejo Continente. Poco más o menos se trataba de una autoridad provincial
hispánica con ligeros matices propios, tales como pudieran poseerlos los de la provincia de
la Península.
Los que construyeron las casas de habitación durante el período colonial fueron albañiles y
maestros de obra, en su inmensa mayoría andaluces. No se conoce la llegada al territorio de
arquitectos, aunque sí la de algunos ingenieros y religiosos, de los que se hablará después,
formados en escuelas o academias durante el período borbónico y que -por lo general- no
trabajaron en la arquitectura doméstica.
El tipo de casa andaluza, del sur de España, con más o menos influencias romana y árabe,
fue la que se impuso en el país durante los tres siglos coloniales. Construida a base de
albañilería de adobe o, en menor número, de ladrillo, con cubierta de teja de arcilla y
blanqueado con cal. Su exterior albirojizo presta el típico aspecto luminoso de las
poblaciones erigidas en la época y aún conservado en las edificaciones que han llegado
hasta nuestros días.
No obstante hay que considerar algunas peculiaridades diferenciales entre la casa del
altiplano frío y la de las zonas cálidas, o las extremadamente calientes. En general la primera
es de una o dos plantas, con puerta que da acceso a un zaguán por el que se llega a un patio
cuadrado rodeado por un corredor al que abren las distintas habitaciones, salas y alcobas.
Esa configuración es propia de las casas de una sola planta. En las de dos, las alcobas se
distribuyen preferentemente en la planta superior a la que se asciende por una escalera
acodada que arranca de una esquina del patio. Es un tipo de casa introvertida, cerrada hacia
el espacio exterior, vierte toda la vida familiar hacia el patio, donde se perfila un espacio
interno descubierto que tiene antecedentes lejanos en el “dar” árabe. Se trata de una feliz
recreación de la arquitectura doméstica de Andalucía, frecuentemente enriquecida con
jardín y fuentecilla. Al fondo de ese espacio interior, en la casa neogranadina, suelen estar
las cocinas y otros servicios, desde allí se accede a otro espacio interior cerrado por tapias y
equivalente al huerto que, por lo general, linda con los huertos de las casas anexas
formando los espacios arbolados de las cuadras.
En las postrimerías del siglo XVI y sobre todo en el XVII se elevaron iglesias de mayor
envergadura en sus formas constructivas, con clara influencia mudéjar, renacentista-
manierista, barroca y/o neoclásica, pero sin plena fidelidad a ninguno de estos estilos
europeos. Las fachadas, casi siempre modestas, presentan muros de mampostería con rafas
y machones de ladrillo, revocados o a la vista. Asimismo, la piedra en forma de sillar, aunque
siempre escasa, se reserva para las fachadas. Durante el siglo XVII imperan las iglesias de
una sola nave con o sin capillitas laterales. En este tipo, se usó la techumbre de carpinterías
a lo mudéjar en muchos casos. Ciertas iglesias conservan artesanados y alfarjes de excelente
factura; como es el caso de la catedral y las iglesias de Santa Clara y Santa Bárbara, San
Francisco, en Tunja; las de San Francisco y la Concepción en Bogotá, la de Santo Toribio en
Cartagena y la de San Juan en Pasto, entre otras, que hacen que el legado mudéjar en
Colombia -y no solamente por este tipo de techumbres- sea uno de los más ricos de
América. (Véase además el artículo Arte mudéjar).
Catedral de Tunja
La iglesia de San Ignacio, en Bogotá (1610-35), obra del jesuita italiano Gian Battista
Coluccini (1569-1641), es lo más próximo al manierismo en el país. Inspirada en el Gosú de
Roma en cuanto a su planta, muestra algunas aspiraciones hacia lo barroco. De una sola
nave, cubierta con bóveda semicircular y coro al pie sobre un arco carpanel. Con capillas
laterales y cúpula de exterior peculiar en ladrillo, tiene a ambos costados de la nave tribunas
corridas que resaltan la rectangularidad de ese espacio, para señalar luego el peso al espacio
curvo. Tanto puede decirse que en su conjunto domina un barroquismo moderado como
que la elocuencia de la arquitectura jesuítica no puede alcanzar aquí sus niveles altos,
quedándose en los términos medios del manierismo.
Tal ocurre, en general, con otras obras, sobre todo en las de ornamentalidad arquitectónica,
en el país. Temas de diseño manierista extraídos de libros italianos y españoles de la etapa
pos renacentista que estableció el puente entre el Renacimiento y el barroco se dan cita con
otros en varias portadas de piedra de casones de los siglos XVII y XVIII en Tunja, pero sobre
todo, en la del Palacio de la Inquisición en Cartagena de Indias (1770), la más interesante en
dicho sentido en Colombia.
Los espacios cerrados por telones de muro plano son lo más recurrente en las iglesias
neogranadinas de los siglos mencionados y, por ello mismo, son lo más opuesto a la
psicología de la arquitectura barroca; pero lo más cercano a la del habitante de la región. Así
es que no habiendo sido tocados por el espíritu barroco el espacio y el volumen de aquellos
edificios, el estilo barroco -por mejor decir, los barroquismos- tuvieron su presencia en
aquello que aun no siendo lo fundamental en arquitectura, se muestra como la más definida
característica del estilo: la ornamentación arquitecto-escultórica. Elementos como el relieve
curvo y contracurvo, el frontón partido, el rodeo, el ócelo mixtilíneo, la columna adosada,
los relieves y rehundimientos y los nichos, extraídos de grabados europeos y en bastantes
casos reformados por los canteros locales, son los elementos que nos dan la mayor notación
sobre la presencia barroca en las edificaciones coloniales del país. La ya mencionada
portada del Palacio de la Inquisición en Cartagena, aunque más encajable en el movimiento
prebarroco del manierismo, puede citarse de nuevo dentro de lo que se acaba de
mencionar. Así también la fachada de la iglesia de San Francisco de Popayán (1795),
posiblemente la más barroca de Colombia dentro de los términos referidos. Su diseño se
debe al español Antonio García.
La arquitectura neoclásica aparece en el país ya próximo el siglo XIX y es la figura del lego
capuchino Fray Domingo de Petrés (1759-1811), español nacido en el pueblo valenciano del
mismo nombre, y llegado a Santa Fé de Bogotá en 1792. Era quizás el único arquitecto con
formación académica -obtenida en Murcia- ciudad donde había de permanecer durante la
agitada etapa de la independencia de España. Es el autor del observatorio astronómico de
Bogotá y de los planos de la catedral de Zipaquirá y la basílica de Chiquinquirá, pero la obra
que lo consagra es la catedral de Bogotá, comenzada en 1807 y que no llegaría a completar.
Se trata de un buen ejercicio académico ensayado, al parecer, en la obra de Zipaquirá (1805)
de interior severo y algo frío. Consta de tres naves de igual altura, separadas por columnata
de capitel corintio, cubierta con bóvedas y cúpula sobre pechinas en el crucero. La fachada
muestra más el carácter renacentista herreriano, si bien hay que considerar las
modificaciones añadidas en los siglos XIX y XX, que acentuaron ese carácter y se apartaron
del diseño original. Es un conjunto noble y armónico flanqueado por dos torres el que cierra
la evolución de la arquitectura durante el período hispánico. (Véanse además los artículos
Neoclasicismo y Neoclasicismo en España).
El urbanismo
El trazado de las poblaciones del Nuevo Reino de Granada no dista del de las demás
ciudades hispanoamericanas durante los primeros asentamientos en el siglo XVI. Está
regulado por la obediencia a las instrucciones emanadas del Consejo de Indias, inspiradas en
la polis platónica y, por decirlo así, en el sentido común.
Elegido el lugar con ricos y buenos vientos, el conquistador fundador, situado junto a un
poste en el que solía clavarse la correspondiente cédula real, pronunciaba en nombre de la
Corona las palabras de rigor y declaraba fundada la nueva población, acto siempre
acompañado y bendecido por el representante de la Iglesia. Allí mismo se señalan los límites
del centro administrativo y religioso: un gran cuadrado a cuyos lados habían de dar cara las
fachadas de la iglesia, frente a la cual daría suya el ayuntamiento o la casa del gobernador,
quedando así establecida la presencia de los dos poderes: el civil y el religioso. La casa de
justicia con su cárcel ocupaba también lugar principal mientras los restantes solares serían
cedidos a lugartenientes del fundador y personajes principales que habían colaborado en la
conquista del territorio o en la fundación.
A partir de los cuatro ángulos de esta plaza principal se trazaban a cordel en las cuatro
direcciones, estableciéndose en torno de la plaza una cuadrícula en que unas calles se
cruzan ortogonalmente con otras formando espacios edificables cuadrados llamados
lógicamente “cuadras”. Estos se extienden en la dirección de los cuatro puntos cardinales,
igualmente adyacentes, con las que se cruzarán en ángulo recto y en distancias iguales,
formando una cuadrícula, un tapiz de cuadrados o cuadras. Cada una de ellas solía estar
integrada por cuatro casas cuyos espacios descubiertos posteriores o huertas, con su
arbolado, repartido en toda la ciudad, ejercían de pulmón de la ciudad a falta de espacios
verdes públicos.
Este esquema, con ligeras variantes entre las ciudades de las regiones tropicales, cálidas y
frías, había de permanecer durante todo el período colonial y aún durante el independiente
en bastantes casos.
Pintura
Alguno que otro de estos pasó por el país, tal es el caso de Angelino Medoro, manierista
romano, quien llegó en 1587 dejando su huella en apreciables trabajos, particularmente los
de la catedral de Tunja y en Cali, ejecutados en su tránsito hacia Lima. Es el más alto
exponente de la pintura artística del siglo XVI en el país.
Son los asuntos religiosos los que llenan la pintura colonial toda vez que se justificaba la
presencia de este arte y de los grabados de donde se tomaba, como instrumentos al servicio
de la evangelización y del asentamiento de la Iglesia. La imaginería, utilizada para mover al
conocimiento de la doctrina y la devoción, fue prácticamente el único género practicado por
pintores y escultores.
Alonso de Narváez
En los años finales del siglo XVI se producen en Tunja unas interesantes pinturas murales
domésticas en varias de las casonas vivienda de personajes principales. Lo interesante de
ellas no es, desde luego, su calidad pictórica, ni su valor estético, pues son frescos al seco
bastante elementales y burdos, sino la rareza de su temario, único en la América de su
tiempo. Nos referimos especialmente a las de las techumbres de la casa del escribano Juan
de Vargas, obra material de pintor hasta ahora desconocido, muy probablemente guiado
por un mentor intelectual que bien pudo ser uno de los clérigos activos a la sazón en aquella
aislada ciudad andina. En el basto artesonado se despliega todo un programa religioso a
base de imágenes sagradas y profanas.
Allí hay elefantes, caballos, un rinoceronte, un tigre, ciervos, aves, hombres salvajes, un
Hércules primitivo con calva, Diana cazadora, grifos, anagramas de Cristo y María, escudo de
armas, cornucopias, floreros, follajes, alegorías y símbolos sin aparente relación entre sí,
tomados de grabados de De Vries Thiry y, como el rinoceronte, de un libro del orfebre Juan
de Arfe que a su vez lo tomó de un grabado de Durero. Tan heterogéneo y a primera vista
disparatado conjunto obedece, sin embargo, a un programa religioso que requiere una
lectura emblemática y que denuncia la autoría intelectual de una persona imbuida de la
cultura manierista. Este ejemplo de la corriente manierista europea evoca, aunque
burdamente, a la Escuela de Fontainebleau, es caso excepcional en la Nueva Granada y aun
en América.
Los Acero de la Cruz, Antonio, Bernardo y Jerónimo, nacidos ya en Santa Fé de Bogotá, son
los primeros pintores criollos de nombre conocido en el país. De ellos, Antonio, nacido hacia
el año 1600 y muerto en 1669, estaba algo más documentado y su obra, bastante irregular,
muestra influencias renacentistas y manieristas, visibles en sus Inmaculadas de dulce
expresión.
Pero es el taller de los Figueroa el que se tiene como el iniciador de los rasgos que
caracterizaron durante el siglo XVII y parte del siglo XVIII la que se ha llamado “escuela
santafereña de pintura”. Formaron los pintores Figueroa una especie de “dinastía” de
descendencia sevillana y portuguesa encabezada por Baltazar de Figueroa y seguida por su
hijo Gaspar, muerto en 1658, por los hijos de este, Baltazar y Nicolás de Vargas Figueroa y
Baltazar Pérez de Figueroa . El más documentado y apreciado de todos fue Baltazar de
Vargas Figueroa (1629-1667), cultivador, como su padre, Gaspar, de un naturalismo a veces
tenebrista de severa suavidad que se tendría luego como uno de los rasgos del grupo
santafereño. En su activo taller recibió parte de su formación el más famoso y estudiado
pintor de la Colonia, Gregorio Vásquez Ceballos (1638-1711), santafereño también, al que se
le atribuyen hoy cerca de seiscientas obras y que mantuvo a su vez un taller muy estimado
en su tiempo. Más apto para la expresión de lo tierno y suave que sus antecesores y poco
para manifestar los aspectos dramáticos de la imaginería católica, en él culminan los
esfuerzos de los criollos sevillanistas anteriores por mimetizarse con la pintura europea.
Dibujante fácil, seguro y de línea algo blanda, como colorista se mantuvo en una paleta en la
que predominan las tierras y un claro-oscuro más bien suave.
En la segunda mitad del siglo XVIII, ya establecido el virreinato en Nueva Granada, aparece
la figura de Joaquín Gutiérrez como característico representante de la etapa virreinal en la
pintura. Se ignoran las fechas de su nacimiento y muerte y el lugar de su origen. Su obra más
conocida es la serie de virreyes y altos personajes de peluca y casaca con pose de retrato
oficial, con cartela y atributos referenciales, que habría de imponerse a partir de entonces.
Pintura aséptica, lamida, minuciosa, plana, sin atmósfera y cubierta de pasamanería, muy a
tono con el mobiliario neogranadino a lo Luis XV. Rompe con la tradición del grupo
santafereño, introduce un aire francés y algo ilustrado que pone bases a unas formas que se
prolongarán en los primeros años de la independencia.
Escultura
Martínez Montañes
Los activos talleres de Quito exportaron durante el siglo XVIII miles de imágenes al
Virreinato del que en ese tiempo formaron parte e incluso a buena parte del resto de
Hispanoamérica; no es extraño, pues, que su influencia se perciba claramente en la mitad
sur de lo que es la actual Colombia, su vecina. De ahí que ciudades como Pasto y Popayán
son tan ricas en imaginería quiteña como Tunja y Bogotá lo son de las de origen sevillano.