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Aunque la investigación que llevo a cabo sobre el desarrollo del niño es esencialmente
interdisciplinar, creo que también es importante poner de relieve este tipo de
información. Sobre todo porque la neurociencia aporta una contribución muy concreta,
comprensible para cualquier persona, y también para satisfacer a los que necesitan
"evidencias científicas" para entender la urgencia de la prevención biopsicológica, el
binomio salud-educación y la interacción entre el cuerpo, la psique y el ambiente.
El contacto corporal afectivo genera bienestar y esa sensación agradable libera una
hormona que estimula la sinapsis, las conexiones entre las neuronas y la formación de
redes neuronales, promoviendo aún más el desarrollo temprano del cerebro.
Del mismo modo, también la hormona del estrés, el cortisol, puede ser crucial para la
promoción de la poda de las sinapsis, causando déficit en el desarrollo y las matrices de la
depresión y la ansiedad, algo que puede marcar negativamente la constitución psíquica de
una persona. En las últimas décadas, la neurociencia ha demostrado con pruebas de
tecnología punta la relación directa entre el afecto, el desarrollo temprano del cerebro, el
estrés y la depresión.
Pero nada de esto es nuevo. De hecho, el psicoanálisis y sus herederos siempre hablaron
de todo esto, en el campo de la subjetividad. Lo importante es que hoy en día tenemos
más evidencia de que en los primeros años de vida la maduración biopsicológica,
alimentada por el afecto, da lugar a virtudes como la capacidad afectiva y el sentido
humanista, el reconocimiento mutuo y la alegría. Estas contribuciones abren, aún más,
nuevas vías para el trabajo de prevención de los trastornos biopsicológicos, incluso entre
personas que no tienen en cuenta la subjetividad de los niños como un tema importante.
Desde el año 2000, la Organización Mundial de la Salud ha insistido en la urgencia de la
prevención en la infancia como una manera de hacer frente al crecimiento de la depresión
y la hiperactividad en la infancia, la adolescencia y la vida adulta.
El bebé siente lo que siente la madre. Una mujer embarazada puede transmitir muchas
cosas a su hijo, tanto positivas como negativas. El feto, el bebé y el niño pequeño son
expertos en captar el inconsciente parental, la energía del ambiente, la tensión o la paz
que está en el aire. La madre transmite su amor a su bebé, su paz, la aceptación de que se
le desea, las conversaciones de amor con él, los nutrientes y la atención a la dieta y la
salud en este período. Del mismo modo, una madre ansiosa también pasa al feto la
ansiedad, y más tarde en la lactancia, la leche también puede perderse debido a la tensión
emocional vivido en la familia. Un bebé en gestación en un útero muy agitado tiende a
estar muy agitado después, insertándose este rasgo en su carácter. El autismo también
puede venir del embarazo, aún no se sabe cuáles son sus causas, si son genéticas o
ambientales, pero es un comprometimiento que se da en el inicio de la vida, así como
también la psicosis.
La llegada a este mundo, ¿es un entorno inhóspito, por mucho que lo dulcifiquemos?
Podría no ser inhóspito, pero aún así, la mayoría de las veces aún lo es. Yo digo que sigue
siendo inhóspito, porque creo que un día estas conductas sin humanización serán vistas
como una limitación, como algo impensable que sucedió en el pasado. En la mayoría de
los hospitales, al menos en los países que siguieron el paradigma estadounidense de
medicalización del parto - como es el caso de Brasil - los procedimientos de rutina del
personal del hospital se realizan inmediatamente después del nacimiento, incluso si el
bebé es fuerte y está bien , aunque no es una necesidad vital. Antes de que el bebé se
quede con la madre, el equipo médico practica los procedimientos de rutina: el peso, la
aspiración repetida de la vías respiratorias, exposición al ruido, tacto grosero y abrupto,
etc. Es decir, la subjetividad del niño y su madre no es prioridad, incluso cuando está bien.
En Europa, el paradigma ha sido siempre el nacimiento con un mayor respeto a la madre y
el bebé. Sin embargo, el aumento del número de partos por cesárea en muchos países
europeos es alarmante y muestra un cambio, yo diría un retroceso. Por todas estas
razones, es importante y urgente que se hable de la humanización del parto y del periodo
postnatal. Hay nacimientos, aunque el riesgo sea el normal, que se convierten en un
momento de violencia impresionante, porque no hay una conducta de humanización. El
momento del nacimiento es el primer registro - somático – de cómo es el mundo al que
llegamos. Es necesario reducir al máximo el impacto del pasaje entre el espacio
intrauterino y el extrauterino, ya que este momento es ya de por sí impresionante.
Humanizar el parto significa no sólo la
reducción de las cesáreas, sino la
humanización de todo el proceso de
nacimiento, respetando la subjetividad de
la madre y del bebé. Este es un momento
sublime. Quien se dedica a atender partos,
también debe mirar este momento desde
un nuevo paradigma: el de la
humanización.
¿Cómo facilitar la adaptación del bebé a la vida fuera del útero materno?
En el primer mes, sobre todo en los primeros diez días de vida, es necesario el respeto al
estado de extrema sensibilidad del bebé, que aún se encuentra en un estado similar al
intrauterino. Por supuesto, es un momento de fiesta y alegría para toda la familia, pero
para cultivar la autorregulación y el respeto biopsicológico hacia este nuevo ser, hay que
preservarlo de todos los excesos, porque todavía es muy sensible.
Creo que los padres deben acordar con amigos y familiares que las visitas se pospongan, o
se reduzcan y organicen para después de los 15 primeros días, de modo que la casa tenga
intimidad, tranquilidad y, sobre todo el silencio. Hasta 28 días de vida el bebé es todavía
un recién nacido. Este tiempo también hace posible que la madre y el padre puedan
apropiarse del intenso proceso que es aprender a cuidar a su bebé y entenderlo. Como ya
decía Winicott, es en el silencio y la relajación donde el bebé comienza la integración
gradual de soma y psique. Poco a poco, el bebé va a adaptándose y saliendo de su interior
hacia el otro. La visión de Wilhelm Reich entiende que el núcleo psicótico se forma a
temprana edad, debido a la imposibilidad de la integración y la falta de contacto profundo
entre el bebé y la madre, o con la persona que cumple la función materna.
¿Cómo podemos transmitir confianza en el bebé para afrontar la vida más tarde, en la
infancia y en la etapa adulta?
Estos son puntos clave que deben ser conocidos y fortalecidos en el sentido común, a
nivel popular. Cada vez es más urgente trabajar con la prevención de los trastornos
biosicológicos. Actualmente, tenemos un crecimiento significativo de los episodios
psicóticos, y en veinte años, según la OMS, la depresión será la enfermedad dominante en
todos los países, superando el cáncer y las enfermedades cardiovasculares.
Cuando la sociedad entienda que la matriz de la depresión es oral, o sea, que ya está
inscrita como enfermedad desde el inicio de la vida, la prevención biopsicologica pasará a
ser un asunto muy urgente para evitar la agravación de esta que ya es una calamidad
mundial. En los primeros años de vida si el niño tiene la suerte de recibir un buen trato, y
cuidadores suficientemente buenos, podrá formar una especie de fondo de reserva para
el resto de las etapas de la infancia, la adolescencia y la vida adulta.
Me encanta la metáfora "los árboles no dejan ver el bosque". Creo que esta es una buena
frase para que nos trabajemos. Ver sólo el árbol, o ver al otro de forma reducida, es
nuestro gran problema hoy en día: no vemos la totalidad, la totalidad de las cosas. Por lo
tanto, es urgente educar a los adultos, porque realmente reproducen las marcas de su
infancia en sus modos de educar. Wilhelm Reich creó el primer proyecto de prevención de
las neurosis, en 1920, en Austria, y dijo que el adulto tiene que autoconocerse para no ser
tan automático en esta reproducción de los patrones recibidos de la familia de origen.
Claudio Naranjo aportó después todo un estudio completo sobre el legado del patriarcado
que cargamos en nuestro propio legado de educación.
¿Se puede “enseñar” a ser una buena persona, a amar, a confiar en la vida?
Creo que esto puede ocurrir a través del cultivo del respeto biopsicológico, el respeto al
tiempo del niño y de buenos vínculos en la relación adulto-niño, niño-niño, adulto-adulto.
Los niños amados y respetados realmente se convierten en buena gente y serán buenos
padres, buenos cuidadores. El fondo de reserva recibido en el inicio de la vida, el
reconocimiento mutuo y la afectividad desarrollada serán pilares para convertirse en seres
humanos humanizados y no brutalizados.
¿Cuáles son los principales errores que deberíamos evitar en la educación en la infancia?
Las recetas y consejos sobre lo que está bien o mal, hablando en la educación y cuidado
de los niños, son un peligro. Este es uno de los grandes males de nuestro tiempo, creo: los
recetas y la desconexión con el conocimiento esencial. Tenemos miles de publicaciones
que son recetas para la pronta resolución de los problemas educativos. Literalmente
hablan de cómo educar a un niño de un año, dos años, cinco años, 12 años. Cómo hacer
que coma, cómo hacer que duerma, cómo hacer que amen...
Las recetas de aplicación generalizada, sin tener en cuenta la subjetividad de cada niño,
cada familia, cada cultura, pueden ser muy perjudiciales. Un ejemplo absurdo que circula
por ahí es la peligrosa frase: "deje que el bebé llore hasta que se duerma, para que
aprenda a dormir solo." Un bebé, un recién nacido o un niño de cinco o seis meses, es
incapaz de explicar el desgaste psicológico que esto le provoca. Tiene que ser servido en
sus necesidades. Si le dejamos llorar, va a terminar durmiendo, pero sólo después de
haber llorado mucho, de haberse colapsado. El bebé va a registrar que no tiene sentido
pedir más, que no va a ser atendido en su necesidad. O bien se agitará hasta el extremo,
cuando necesite algo. Es importante saber que cada niño tiene su propia historia y
ninguna regla se aplica a todos. Las recetas sirven solamente para resolver un problema
inmediato y no para pensar en la formación integral de la persona.
El otro inconveniente es que, a través de dichas recetas, se evita que los padres piensen,
estudien y tomen posesión de su sabiduría maternal y paternal, que conoce desde las
entrañas y el corazón lo que es mejor para su hijo. Yo creo que conociendo las etapas de la
infancia, cultivando la autorregulación en materia de educación, trabajando para no
reproducir de forma automática las neurosis del adulto en el más pequeño, acertaremos
más y nos sentiremos menos culpables de la violencia cotidiana que ejercemos con
nuestros hijos. O incluso, de la violencia que los niños ejercen con los padres y profesores,
fortaleciendo el filiarcalismo que a veces se ejerce en el interior de los hogares.
Esta es otra manifestación del fracaso de prácticas educativas sin consistencia, que sólo
hacen lo contrario de lo que vieron, andando al revés. En lugar de simplemente querer
hacerlo bien, lo mejor es sensibilizarse, aumentar la conciencia, crecer como persona,
buscar maneras de construir una nueva maternidad, y paternidad que cultiven el respeto
biopsiocológico y el amor como una pedagogía relacional.
Los niños respetados son pacíficos y respetuosos. Los pequeños necesitan mucha libertad
para expresarse, pero también de límites amorosos que promuevan el sentido de
autorregulación biopsicológica en sus aspectos organísmico, psicoafectivo y psicosocial.
Los límites son esenciales para que exista respeto personal e interpersonal. Este es el gran
problema hoy: la falta de respeto por sí mismo, el otro, a la naturaleza, entre muchas
otras cosas. Sin embargo, cabe señalar que antes de hablar sobre los límites a los
pequeños, tenemos que hablar acerca de los límites de los adultos. Estos, en su mayoría
no han aprendido todavía a tener límites en su modo reactivo de tratar a los niños y niñas.
Movidos por sus heridas de la propia infancia, los padres y los educadores tienden a ser
muy reactivos y automáticos en sus formas de actuar y entender al niño, sin tener en
cuenta la subjetividad de los niños en cada edad.
Wilhelm Reich dijo que los adultos tienen una compulsión a educar, lo que traduce muy
bien el comportamiento promedio de los padres y educadores, incluso en nuestros días.
Hay una cierta pretensión adulta de hallarse siempre en lo correcto en relación con los
niños. Reich afirmó y, más recientemente, Claudio Naranjo también: hay que educar al
educador - ya sea madre, padre, maestro o cuidador -, pues el adulto reproduce las
marcas de su infancia en su manera de educar. La expresión “dosis óptima”, procedente
de Reich, se refiere al cultivo de la autorregulación en la educación de un niño, lo que
requiere que el adulto y el entorno social también se autorregulen.
¿Cómo ayudar al niño o a la niña a que construya una imagen de sí misma positiva sin
que acabe siendo esclava de esa imagen?
¿Cómo ayudar a una criatura para que esté abierta, en el presente y en el futuro, a los
cambios de la vida y de sí misma?