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TEMA 4.

SINGULARIDADES Y TIPOLOGÍA DE LA AUTOTUTELA


ADMINISTRATIVA.

SUMARIO:

I.NOCIÓN, SINGULARIDADES Y JUSTIFICACIÓN DE LA AUTOTUTELA. 1.


Noción de autotutela administrativa. 2. Singularidades y justificación.
II.TIPOLOGÍA DE LA AUTOTUTELA ADMINISTRATIVA. 1. Autotutela
declarativa. 2. Autotutela ejecutiva. 3. Autotutela frente a acciones posesorias. 4.
Autotutela reduplicativa. 5. Otros privilegios.
III. LOS LÍMITES DE LA AUTOTUTELA ADMINISTRATIVA.
IV. SOBRE LA PROBLEMÁTICA GARANTÍA DE LA TUTELA JUDICIAL.
BIBLIOGRAFÍA

I. NOCIÓN, SINGULARIDADES Y JUSTIFICACIÓN DEL PRINCIPIO DE


AUTOTUTELA ADMINISTRATIVA

1.Noción del principio de autotutela administrativa.

Con ese nombre se define la capacidad que tiene la Administración pública,


como sujeto de Derecho que es, para tutelar (proteger o autoproteger) por sí misma, las
situaciones jurídicas que crea o establece, sin necesidad de acudir, como ocurre a los
demás sujetos, a recabar una tutela externa o heterónoma como la judicial.
Esa ausencia previa de control jurisdiccional de la actuación de la
Administración, que representa una innegable diferencia con la posición de cualquier
otro sujeto, evidencia el particular estatuto jurídico del conocido como “sistema
posicional de la Administración respecto de los tribunales”, su fundamental privilegio,
que sitúa a la Administración, al menos provisionalmente, en el lugar de aquellos.
El citado principio de autotutela administrativa que constituye la singularidad
misma del Derecho Administrativo desde su origen, tras la famosa disidencia
revolucionaria, tiene diversas manifestaciones, aunque sea tradicional destacar
especialmente entre ellas las conocidas como autotutela declarativa y autotutela
ejecutiva, equivalentes a las dos fases del proceso judicial (declarativo y ejecutivo).
Esas dos manifestaciones, con algunas diferencias en su distinta evolución en los países
de régimen administrativo, afirman una reserva a la Administración, en el peculiar
sistema de separación de poderes implantado, que comporta:
-de una parte que la Administración no requiere acudir al juez previamente para
que se reconozca fuerza de obligar a sus decisiones; y,
-de otra parte, que la Administración no requiere acudir al juez para ejecutar sus
decisiones coactivamente, por sus propios medios, en caso de incumplimiento.

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En definitiva, las decisiones administrativas se cumplen y luego, caso de que se
trate de un acto que por su naturaleza sea recurrible, se discuten ante los tribunales de lo
contencioso-administrativo.

2. Singularidades y justificación.

Las singularidades del principio de autotutela en esas dos manifestaciones, cabe


apreciarla en relación con el sistema de common law, en el cual la Administración
carece del privilegio de ejecución forzosa, y sobre todo en relación con los particulares.
Ambas autotutelas, con las diferencias que después se concretan, pueden
conectarse tanto con los escasos supuestos, excepcionales y facultativos, de autotutela
privada que cabe encontrar en el ordenamiento jurídico (estado de necesidad, legítima
defensa, facultad correctora inherente a la patria potestad), como con las situaciones que
el ordenamiento civil regula ya en los supuestos de títulos ejecutivos (una sentencia
declarativa, una escritura pública, por ejemplo), como en aquellos otros en los que el
particular pretende garantizar sus derechos.
En esos casos, como se sabe, el particular no puede imponer sus derechos sino
que requiere acudir al juez a fin de que otorgue mediante una sentencia declarativa
carácter ejecutivo a las consecuencias del contrato, por ejemplo. Una vez que el Juez
declara que efectivamente la deuda existe y es ejecutiva, no por ello el acreedor puede ir
al domicilio del deudor y llevarse sus bienes. Necesita acudir nuevamente a los
tribunales para que éstos, utilizando el poder de que están investidos, tomen los bienes,
los vendan en pública subasta y abonen al acreedor la cantidad debida.
En la singular posición que ostenta la Administración frente a los Tribunales
debida a su legitimidad constitucional, encontraría su justificación en nuestro
ordenamiento el principio de autotutela, sin perjuicio de admitir que quienes estén en
desacuerdo con la decisión administrativa y pretendan oponerse a su ejecución, puedan
hacerlo impugnándola ante la jurisdicción contencioso-administrativa. Así, la regla
general tradicional en España era –y en buena medida sigue siendo- que la
Administración no sólo puede declarar ejecutivos sus propios actos (una sanción, la
devolución de una subvención, por ejemplo), sino ejecutarlos directamente, con sus
propios agentes, sin pasar por los cauces judiciales.
Esa justificación, aun enraizada en aquella quiebra histórica que consolidó la
exención de la Administración del control de los tribunales ordinarios y que, con el paso
del tiempo daría lugar a la creación de una nueva jurisdicción, debido al hecho de
generalizar imperativamente el privilegio de ejecución forzosa, provocaría una situación
de discutible compatibilidad con las previsiones constitucionales.
Este estado de cosas ha cambiado, en parte, tras la CE, en virtud de la
conjugación de los arts. 24, 103, 106 y 117 CE. El TC reconocerá que, en nuestro
sistema constitucional, la autotutela administrativa halla su razón de ser en el principio
de eficacia, es decir, en la necesidad de facilitar a la Administración unos medios tan
especiales con el fin de lograr una eficaz satisfacción de los intereses generales, pero
condicionará la efectividad del privilegio administrativo de ejecución forzosa a que no

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se impida el control judicial de la actuación administrativa, como vemos
posteriormente.

3. Tipología de la autotutela administrativa

Cabe diferenciar, de una parte las dos manifestaciones ya adelantadas:


-autotutela declarativa, también conocida como privilegio de decisión ejecutoria o
principio de ejecutividad de los actos administrativos, y
-autotutela ejecutiva, también conocida como acción de oficio o privilegio de
ejecución forzosa de los actos administrativos.
Además, es común incluir doctrinalmente:
-autotutela frente a acciones posesorias,
-autotutela reduplicativa o exigencia de recursos administrativos previos antes de
acudir a la vía judicial, al margen de otros privilegios que se indican más tarde.

II. AUTOTUTELAS DECLARATIVA Y EJECUTIVA

1.Nociones y regulación legal.

1.1.Declarativa

El acto o decisión de la Administración constituye un título ejecutivo, y en tanto


no se anule a través de un proceso impugnatorio, surte efectos e impone que sea
respetado y cumplido en el contenido que incorpore. Con ello no se quiere decir que el
acto de la Administración y la sentencia declarativa tengan el mismo valor, pues ésta y
no aquel sí tienen “fuerza de cosa juzgada”. Sólo se precisa que el Derecho reconoce la
equiparación en cuanto título ejecutivo, válido y susceptible de ser ejecutado en tanto el
interesado no lo recurra o la Administración, por sí misma, lo revise. En otros términos,
es la legitimidad con que aparece una situación jurídica para producir inmediatamente
consecuencias concretas.
El ordenamiento jurídico permite deducir esa caracterización de los actos
administrativos cuando al regular la eficacia de los mismos establece en el artículo 38
de la LPAC que los “actos de las Administraciones Públicas sujetos al Derecho
Administrativo serán ejecutivos con arreglo a lo dispuesto en esta Ley”. Ese precepto se
denomina “Ejecutividad”, y debe ser puesto en relación con el artículo 98
(Ejecutoriedad) en el que se determina que dichos actos “serán inmediatamente
ejecutivos”, salvo que: “a) se produzca la suspensión de la ejecución del acto, b) se
trate de una resolución de un procedimiento de naturaleza sancionadora contra la que
quepa algún recurso en vía administrativa, incluido el potestativo de reposición, c) una
disposición establezca lo contrario, y d) se necesite aprobación o autorización
superior.”
De esta forma se consagra la autotutela declarativa, o modificación de la realidad
jurídica de manera inmediata como regla general, en tanto la Administración ostenta el
poder de “decir el Derecho”. Fórmula que se justifica complementariamente, en todo

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caso, por la presunción iuris tantum de legalidad de los actos que establece el art. 39 al
establecer que los mismos “se presumirán válidos y producirán efectos desde la fecha
en que se dicten, salvo que en ellos se disponga otra cosa”. Este privilegio comporta,
en sentido contrario, tanto la consecuencia de que la Administración no debe ni puede
solicitar de los jueces medidas ejecutivas que puede acordar ella misma, como
asimismo, que si el afectado por la decisión no está de acuerdo con lo declarado debe
proceder a impugnarla, en su caso, previo agotamiento de la vía administrativa.

1.2. Ejecutiva.

Esta otra manifestación de la autotutela, derivada de la legitimidad con que


aparece una concreta situación jurídica para producir consecuencias inmediatamente, es
la que permite a la Administración hacer efectiva en la realidad fáctica la declaración
frente a la resistencia de los afectados, cuando éstos no cumplen voluntariamente con el
contenido de la misma. Es decir, la ejecución forzosa o realización práctica, material,
de las consecuencias que incorpore la declaración o decisión.
El ordenamiento jurídico administrativo recoge este privilegio expresamente en
el artículo 99 LPAC (Ejecución forzosa), al disponer que las Administraciones Públicas,
a través de sus órganos competentes en cada caso, “podrán proceder, previo
apercibimiento, a la ejecución forzosa de los actos administrativos, salvo en los
supuestos en que se suspenda la ejecución de acuerdo con la Ley, o cuando la
Constitución o la Ley exijan la intervención de un órgano judicial.” Previamente se
exige, como habrá establecido el artículo 97, que la Administración haya adoptado la
resolución que le sirva de fundamento, pues no podrá iniciarse ninguna actuación
material de ejecución que restrinja derechos de los particulares sin la misma.
Como se verá en otro momento del Programa, a esos efectos la Administración
dispone de diversos medios: apremio sobre el patrimonio, ejecución subsidiaria, multa
coercitiva y compulsión sobre las personas, con carácter general (arts. 100 y ss., LPAC),
sin perjuicio de aquellos otros que se contemplan en la legislación sectorial o específica.
Y deberá respetar no sólo el principio de proporcionalidad sino aquellos derechos
constitucionales afectados, como por ejemplo el de inviolabilidad del domicilio, que
exige autorización judicial previa (art. 100.3).

2. Aplicación de la autotutela ejecutiva.

Ningún problema constitucional suscita la autotutela declarativa que “expresa


una calidad de dicha resolución, consistente en la posibilidad que permite de ser
llevada a la práctica mediante actos materiales de ejecución”; tampoco la autotutela
ejecutiva que consiste en “esos propios actos materiales por los que se lleva a la
práctica la resolución”, siempre que se entienda conforme a la jurisprudencia del TC.
Éste entendió en su momento (SSTC 66/1984, 78/1996, 199/1998, entre otras) que las
reglas que regulan esta última (o reglas de la ejecutividad) requieren interpretarse
conforme a los preceptos constitucionales ya señalados.
Esa interpretación permite extraer las siguientes deducciones:

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- el privilegio de autotutela atribuido a la Administración no es contrario a la
Constitución, “sino que engarza con el principio de eficacia enunciado en el art. 103
CE”, y tampoco puede estimarse como incompatible con el art. 24 CE la ejecutividad de
sus actos en términos generales y abstractos “pero sin que tal prerrogativa pueda
primar sobre el contenido de los derechos y libertades de los ciudadanos”.
- teniendo en cuenta que del art. 106.1 CE se deriva que la actuación administrativa
está sometida al control de legalidad de los Tribunales y que el art. 117.3 atribuye a
éstos no sólo la potestad de juzgar sino además de ejecutar lo juzgado, en el supuesto de
que los particulares impugnen los actos de la Administración “y, en su caso, para que
decidan sobre la ejecutividad o suspensión de los mismos, el derecho de los ciudadanos
a la tutela judicial efectiva garantizado en el art. 24.1 implica que los órganos
judiciales se deban pronunciar sobre ambos aspectos, con independencia del sentido
concreto de la decisión.”
- el derecho a la tutela judicial se satisface en ese caso “facilitando que la ejecución
pueda ser sometida a la decisión de un Tribunal y que éste, con la información y
contradicción que resulte menester, resuelva sobre la suspensión.” Y ello, por cuanto la
protección de los Tribunales del orden contencioso-administrativo “incluye la facultad
de suspender cautelarmente los actos de ejecución en los términos que resulten
precisos para garantizar la tutela judicial de los derechos implicados”.
-se vulnera ese derecho fundamental “cuando se inician actos materiales de
ejecución sin ofrecer al interesado la posibilidad de instar la suspensión de esa
ejecutividad” (por lo que) “hasta que no se tome la decisión al respecto por el tribunal
competente, el acto no puede ser ejecutado por la Administración, porque en tal
hipótesis ésta se habría convertido en juez”.
De esta forma, la justicia cautelar ofrece inevitablemente una reducción del
privilegio de la ejecución forzosa, que quedará exceptuada cuando los sujetos que se
vean afectados recurran en sede contencioso-administrativa contra la decisión que trata
de ejecutarse, y soliciten la suspensión de la misma. Mientras el tribunal no se
pronuncie sobre esa petición no podrá llevarse a cabo la ejecución.
Esa intervención judicial previa impide ejecutar el acto cuando se pretenda
realizar antes de que hayan transcurrido los plazos para que pueda procederse a
recurrirlos ante los tribunales o, una vez planteado el recurso, antes de que el órgano
judicial haya tenido la oportunidad de pronunciarse. Así se ha reconocido en relación
con ciertas sanciones que impliquen una modificación inmediata de situaciones
personales o materiales (traslado de un funcionario a un puesto de trabajo en localidad
distinta, demolición de una obra ya realizada), al entender que se vulnera dicho derecho
fundamental de no haber dado la oportunidad al tribunal para que se pronuncie y
resuelva sobre la suspensión (entre otras STC 76/1992 o 199/1998), pues vendría a
imposibilitar el acceso, en tanto puede suponer la desaparición o pérdida irremediable
de los intereses cuya protección se pretende, o incluso prejuzgar irreparablemente la
decisión final del proceso causando una real indefensión. De no darse estas
circunstancias u otras similares, no parece que esa doctrina resulte aplicable con
carácter general.

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III. OTRAS MANIFESTACIONES DE LA AUTOTUTELA ADMINISTRATIVA

1. Autotutela frente a acciones posesorias

Otra manifestación importante de estas prerrogativas administrativas es la


prohibición de acciones posesorias frente a los actos de la Administración, prevista en el
artículo 105 de la LPAC, tradicionalmente conocida históricamente como “prohibición
de interdictos”. Estas acciones han pasado a ser, con la nueva Ley de Enjuiciamiento
Civil (Ley 1/2000, de 7 de enero), supuestos de demandas que se decidirán en juicio
verbal, modalidad de proceso declarativo regulado en el art. 250.1.4º y 5º, al que es de
aplicación, con carácter sumario, la posibilidad de adoptar medidas cautelares de
suspensión de actuaciones antes incluso de citación para la vista oral (art. 441).
Estas acciones no cabe admitirlas, por el juez civil, “contra las actuaciones de
los órganos administrativos realizadas en materia de su competencia y de acuerdo con
el procedimiento legalmente establecido”, a tenor de lo dispuesto en aquel precepto de
la LPAC. Esta previsión, como se aprecia, requiere constatar en qué medida la decisión
administrativa cumple los dos requisitos (competencial y procedimental), lo que en un
proceso sumario suele resolverse teniendo especialmente en cuenta la apariencia externa
de legalidad, de modo que cuando ésta es notoria se desestima a fin de no obstaculizar
la actuación administrativa.
Por otra parte, la otra opción es la que facilita la vía contencioso-administrativa,
en caso de que las actuaciones constituyan “vías de hecho”. Este término que, según la
jurisprudencia (STS de 31 de octubre de 2008, entre otras) se identifica con las
actuaciones administrativas que se pretenden ejecutar sin título jurídico que las ampare
o bien porque la actuación material va más allá de lo que dicha cobertura autoriza,
puede ser utilizado conforme al artículo 30 LJCA. Dicho precepto determina que las
pretensiones deben ejercitarse mediante el correspondiente requerimiento a la
Administración actuante, intimando su cesación, y en caso de no formularla o de no ser
atendida, interponiendo directamente el oportuno recurso contencioso-administrativo.
2. Autotutela reduplicativa
Un privilegio adicional de primer orden es la especial configuración de los
recursos contra la Administración (o recursos administrativos). La interposición de los
recursos no tiene normalmente carácter suspensivo, según disponen los artículos 117.1
de la LPAC y 129 y siguientes de la LJCA (una excepción son los recursos en materia
contractual que prevé el art. 44 de la LCSP) ni en vía administrativa ni en vía
contencioso-administrativa, dado que con frecuencia, son conductas ya cumplidas lo
que fiscalizan los tribunales. Pero lo que es más importante, los recursos administrativos
constituyen habitualmente un privilegio en tanto es necesario agotar previamente la vía
administrativa antes de poder impetrar la tutela judicial.
Como se verá en su momento con más detalle, esto es necesario en aquellos
supuestos en que la decisión admite el recurso de alzada o recurso ante el superior
jerárquico (art. 122).

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3. Otros privilegios
Cabe mencionar, entre otros privilegios, que prevén leyes especiales:
-los de investigación y recuperación de oficio de los bienes de su titularidad (art. 41
LPAP y art. 82 LBRL), así como los efectos de las decisiones administrativas de
deslinde en el caso de ciertos bienes de dominio público, en tanto declaran la posesión y
la titularidad dominical a favor del Estado (art. 13 LCostas, por ejemplo).
-la inembargabilidad de los bienes de dominio público y comunales (art. 18 LPE,
art. 44 LGP y art. 154 LHL);

IV.LOS LÍMITES DE LA AUTOTUTELA ADMINISTRATIVA.

La autotutela administrativa y sus distintas técnicas no suponen otorgar a la


Administración un privilegio que carezca de límites y exigencias, o de garantías
jurídicas que necesariamente deben respetarse. No cabe cualquier actuación, ni de
cualquier forma. Ni por otra parte, las reglas generales carecen de excepciones.

Estos son algunos límites a los privilegios de la autotutela:

a) cuando las decisiones de la Administración afecten a derechos y libertades


fundamentales, no es preciso agotar la vía administrativa previa, sino que se pueden
impugnar directamente ante los tribunales (art. 126 LJCA);
b) no caben recursos administrativos frente a las disposiciones administrativas
de carácter general (art. 112.3 LPAC)
b) se admite, en ciertos casos, que los recursos administrativos paralicen el
carácter inmediatamente ejecutivo de la decisión (art. 117 LPAC);
c) con carácter general, las decisiones sancionadoras no son ejecutivas mientras
quepa recurso administrativo contra ellas (art. 98.1.b) LPAC);
d) la Administración está vinculada a sus propias decisiones y no puede alterar o
suprimir los actos favorables o declarativos de derechos que haya otorgado, sino es a
través de un procedimiento especial (art. 107 LPAC);
f) la Administración tiene prohibido excepcionar en un caso concreto la
aplicación de una norma o reglamento (la llamada inderogabilidad singular de los
reglamentos, art. 37.1 LPAC).

V. SOBRE LA PROBLEMÁTICA GARANTÍA DE LA TUTELA JUDICIAL

No es discutible que el actual ordenamiento jurídico administrativo español


reconoce una amplia tutela jurisdiccional, en tanto permite someter a enjuiciamiento
contencioso, a iniciativa de cualquier interesado, toda clase de resoluciones
administrativas, sin limitación alguna, siendo posible que, de esta manera, los jueces y
tribunales se pronuncien sobre la validez de lo decidido por la Administración y adopten
las decisiones que procedan según las pretensiones ejercitadas (art. 106 CE y art. 1 y ss.
LJCA).

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Tampoco es discutible que, afirmando la legitimidad constitucional de la
Administración para adoptar sus decisiones como títulos ejecutivos, teniendo en cuenta
que su actuación está plenamente juridificada, aquella judicialización contribuye a
corregir y por tanto recuperar el sentido propio del principio de división de poderes,
eliminando aquella radical separación entre la Administración y el Poder Judicial.
Es claro que, aun por otras razones, se mantienen como fundamento del obrar
administrativo privilegios de autotutela que resultan de compleja articulación con
ciertos derechos constitucionales. Al tiempo que aquellos privilegios en menos
indicados, suponen limitaciones, materiales y formales, que tienen como lógico efecto,
reequilibrar el papel de los Tribunales en relación con la actuación de la
Administración, al margen de que comporten imponerla prohibiciones específicas o
exigencias para que sus decisiones gocen de aquel privilegio.
En particular y por lo que respecta al fundamental derecho a la tutela judicial
efectiva frente a la actuación administrativa parece necesario resaltar que los privilegios
de autotutela siguen siendo evidentes, y no existe una justificación convincente basada
en el hecho de considerar que esa atribución sea esencial para garantizar la
funcionalidad y operatividad del poder administrativo. Menos aún, para estimar que en
cualquier caso los tribunales de lo contencioso-administrativo garantizarán en último
término los derechos de los particulares.
Debe dejarse patente que, salvo excepción, quien pretenda impugnar una
decisión administrativa ante dicha jurisdicción debe previamente respetar el privilegio
administrativo consistente en someter la cuestión de su validez ante la propia
Administración (la llamada vía administrativa o recurso administrativo, que es la
autotutela reduplicativa). Sea o no un privilegio o pueda por el contrario apreciarse
como una alternativa para resolver el problema, sin apenas coste económico, es lo cierto
que esa vía retrasa, en cualquier caso el acceso a los tribunales.
De otra parte, y con carácter general en todos aquellos supuestos en que debe
respetarse la realización integra por la Administración de su capacidad de autotutela
tanto declarativa como ejecutiva, la intervención judicial tiene lugar a posteriori de la
decisión administrativa y únicamente con el fin de verificar si se ajusta o no al derecho
aplicable. Es decir, la imposición forzosa del cumplimiento limita poderosamente los
derechos del afectado, ya que de no haberse suspendido la eficacia se ha producido el
cambio material de la situación jurídica sin previo pronunciamiento judicial respecto de
su legalidad.
Adelantando ideas que hay que desarrollar en otro momento, eso significa que el
proceso contencioso-administrativo solo se inicia, en línea de principios, bajo la forma
de proceso de impugnación a la validez de un acto ya efectivamente producido, para
revisarlo ex post facto. Y aun abierto el proceso, el principio de autotutela
administrativa seguirá desplegando efectos, porque podrá continuar la Administración
obligando a la ejecución de sus actos utilizando los medios de ejecución forzosa, salvo
que se adopten las oportunas medidas cautelares, en su caso previa prestación de
garantías para responder de los perjuicios que pudieran derivarse.
Persiste claramente una posición administrativa privilegiada que, aunque
conforme a la Constitución, retrasa, dificulta y en ocasiones puede frustrar la tutela

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judicial. Debe advertirse que, salvo los contados supuestos en que el ordenamiento
jurídico administrativo requiere la previa intervención o autorización judicial para el
ejercicio de actuaciones de las Administraciones Públicas, la tutela judicial va a
realizarse –como hemos adelantado- a posteriori. Esto es, una vez ya alterada de
manera unilateral la situación jurídica, incluso de manera irreversible en ciertos casos.
Al hecho de que necesariamente se desplace hacia el afectado por la decisión la
carga de entablar el recurso contencioso-administrativo, con los costos económicos o
procesales que conlleva, y de fundamentar con solidez o solvencia jurídica el mismo
para que pueda ser admitido a trámite y enjuiciado judicialmente sobre el fondo, es
preciso añadir que la tutela que puede recibir llegará, si llega, mucho tiempo después de
haberse ejecutado el acto impugnado. En otros términos, como señala MIGUEZ
MACHO, la intervención de los tribunales y el tiempo de duración de los procesos corre
casi siempre a favor de la Administración, no sólo como institución, sino también de
sus responsables políticos, que en no pocas ocasiones se verán liberados de afrontar las
consecuencias de las eventuales sentencias firmes desfavorables sencillamente porque
ya habrán abandonado sus cargos cuando éstas se dicten, quedando la ejecución de las
mismas como herencia a sus sucesores.
Esta realidad es escasamente satisfactoria y para combatirla no hay remedios en
el horizonte que resulten de fácil implantación. Entre las fórmulas que se plantean
doctrinalmente para mejorar la situación estaría esencialmente, de una parte, desarrollar
una tutela judicial cautelar contencioso administrativa aproximándola a la vigente en el
proceso civil, y al tiempo eliminar la necesidad de recursos administrativos previos a la
vía judicial (que en su caso podrían ser sustituidos por recursos o procedimientos de
resolución de conflictos alternativos a la vía jurisdiccional).

BIBLIOGRAFÍA:

E.GARCIA DE ENTERRIA y T.R. FERNÁNDEZ Curso de Derecho


Administrativo, I. 2016; R. MARTÍN MATEO Y JUAN JOSÉ DÍEZ SÁNCHEZ,
Manual de Derecho Administrativo. 2014, S. MUÑOZ MACHADO, Tratado de
Derecho Administrativo y Derecho Público General. I. 3ª ed., 2011; L. MIGUEZ
MACHO, Autotutela administrativa y tutela judicial efectiva, RGDA, 38/2015.

JUAN JOSÉ DÍEZ SÁNCHEZ


Catedrático de Derecho Administrativo.

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