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Tema 4
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SUMARIO:
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En definitiva, las decisiones administrativas se cumplen y luego, caso de que se
trate de un acto que por su naturaleza sea recurrible, se discuten ante los tribunales de lo
contencioso-administrativo.
2. Singularidades y justificación.
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se impida el control judicial de la actuación administrativa, como vemos
posteriormente.
1.1.Declarativa
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caso, por la presunción iuris tantum de legalidad de los actos que establece el art. 39 al
establecer que los mismos “se presumirán válidos y producirán efectos desde la fecha
en que se dicten, salvo que en ellos se disponga otra cosa”. Este privilegio comporta,
en sentido contrario, tanto la consecuencia de que la Administración no debe ni puede
solicitar de los jueces medidas ejecutivas que puede acordar ella misma, como
asimismo, que si el afectado por la decisión no está de acuerdo con lo declarado debe
proceder a impugnarla, en su caso, previo agotamiento de la vía administrativa.
1.2. Ejecutiva.
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- el privilegio de autotutela atribuido a la Administración no es contrario a la
Constitución, “sino que engarza con el principio de eficacia enunciado en el art. 103
CE”, y tampoco puede estimarse como incompatible con el art. 24 CE la ejecutividad de
sus actos en términos generales y abstractos “pero sin que tal prerrogativa pueda
primar sobre el contenido de los derechos y libertades de los ciudadanos”.
- teniendo en cuenta que del art. 106.1 CE se deriva que la actuación administrativa
está sometida al control de legalidad de los Tribunales y que el art. 117.3 atribuye a
éstos no sólo la potestad de juzgar sino además de ejecutar lo juzgado, en el supuesto de
que los particulares impugnen los actos de la Administración “y, en su caso, para que
decidan sobre la ejecutividad o suspensión de los mismos, el derecho de los ciudadanos
a la tutela judicial efectiva garantizado en el art. 24.1 implica que los órganos
judiciales se deban pronunciar sobre ambos aspectos, con independencia del sentido
concreto de la decisión.”
- el derecho a la tutela judicial se satisface en ese caso “facilitando que la ejecución
pueda ser sometida a la decisión de un Tribunal y que éste, con la información y
contradicción que resulte menester, resuelva sobre la suspensión.” Y ello, por cuanto la
protección de los Tribunales del orden contencioso-administrativo “incluye la facultad
de suspender cautelarmente los actos de ejecución en los términos que resulten
precisos para garantizar la tutela judicial de los derechos implicados”.
-se vulnera ese derecho fundamental “cuando se inician actos materiales de
ejecución sin ofrecer al interesado la posibilidad de instar la suspensión de esa
ejecutividad” (por lo que) “hasta que no se tome la decisión al respecto por el tribunal
competente, el acto no puede ser ejecutado por la Administración, porque en tal
hipótesis ésta se habría convertido en juez”.
De esta forma, la justicia cautelar ofrece inevitablemente una reducción del
privilegio de la ejecución forzosa, que quedará exceptuada cuando los sujetos que se
vean afectados recurran en sede contencioso-administrativa contra la decisión que trata
de ejecutarse, y soliciten la suspensión de la misma. Mientras el tribunal no se
pronuncie sobre esa petición no podrá llevarse a cabo la ejecución.
Esa intervención judicial previa impide ejecutar el acto cuando se pretenda
realizar antes de que hayan transcurrido los plazos para que pueda procederse a
recurrirlos ante los tribunales o, una vez planteado el recurso, antes de que el órgano
judicial haya tenido la oportunidad de pronunciarse. Así se ha reconocido en relación
con ciertas sanciones que impliquen una modificación inmediata de situaciones
personales o materiales (traslado de un funcionario a un puesto de trabajo en localidad
distinta, demolición de una obra ya realizada), al entender que se vulnera dicho derecho
fundamental de no haber dado la oportunidad al tribunal para que se pronuncie y
resuelva sobre la suspensión (entre otras STC 76/1992 o 199/1998), pues vendría a
imposibilitar el acceso, en tanto puede suponer la desaparición o pérdida irremediable
de los intereses cuya protección se pretende, o incluso prejuzgar irreparablemente la
decisión final del proceso causando una real indefensión. De no darse estas
circunstancias u otras similares, no parece que esa doctrina resulte aplicable con
carácter general.
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III. OTRAS MANIFESTACIONES DE LA AUTOTUTELA ADMINISTRATIVA
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3. Otros privilegios
Cabe mencionar, entre otros privilegios, que prevén leyes especiales:
-los de investigación y recuperación de oficio de los bienes de su titularidad (art. 41
LPAP y art. 82 LBRL), así como los efectos de las decisiones administrativas de
deslinde en el caso de ciertos bienes de dominio público, en tanto declaran la posesión y
la titularidad dominical a favor del Estado (art. 13 LCostas, por ejemplo).
-la inembargabilidad de los bienes de dominio público y comunales (art. 18 LPE,
art. 44 LGP y art. 154 LHL);
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Tampoco es discutible que, afirmando la legitimidad constitucional de la
Administración para adoptar sus decisiones como títulos ejecutivos, teniendo en cuenta
que su actuación está plenamente juridificada, aquella judicialización contribuye a
corregir y por tanto recuperar el sentido propio del principio de división de poderes,
eliminando aquella radical separación entre la Administración y el Poder Judicial.
Es claro que, aun por otras razones, se mantienen como fundamento del obrar
administrativo privilegios de autotutela que resultan de compleja articulación con
ciertos derechos constitucionales. Al tiempo que aquellos privilegios en menos
indicados, suponen limitaciones, materiales y formales, que tienen como lógico efecto,
reequilibrar el papel de los Tribunales en relación con la actuación de la
Administración, al margen de que comporten imponerla prohibiciones específicas o
exigencias para que sus decisiones gocen de aquel privilegio.
En particular y por lo que respecta al fundamental derecho a la tutela judicial
efectiva frente a la actuación administrativa parece necesario resaltar que los privilegios
de autotutela siguen siendo evidentes, y no existe una justificación convincente basada
en el hecho de considerar que esa atribución sea esencial para garantizar la
funcionalidad y operatividad del poder administrativo. Menos aún, para estimar que en
cualquier caso los tribunales de lo contencioso-administrativo garantizarán en último
término los derechos de los particulares.
Debe dejarse patente que, salvo excepción, quien pretenda impugnar una
decisión administrativa ante dicha jurisdicción debe previamente respetar el privilegio
administrativo consistente en someter la cuestión de su validez ante la propia
Administración (la llamada vía administrativa o recurso administrativo, que es la
autotutela reduplicativa). Sea o no un privilegio o pueda por el contrario apreciarse
como una alternativa para resolver el problema, sin apenas coste económico, es lo cierto
que esa vía retrasa, en cualquier caso el acceso a los tribunales.
De otra parte, y con carácter general en todos aquellos supuestos en que debe
respetarse la realización integra por la Administración de su capacidad de autotutela
tanto declarativa como ejecutiva, la intervención judicial tiene lugar a posteriori de la
decisión administrativa y únicamente con el fin de verificar si se ajusta o no al derecho
aplicable. Es decir, la imposición forzosa del cumplimiento limita poderosamente los
derechos del afectado, ya que de no haberse suspendido la eficacia se ha producido el
cambio material de la situación jurídica sin previo pronunciamiento judicial respecto de
su legalidad.
Adelantando ideas que hay que desarrollar en otro momento, eso significa que el
proceso contencioso-administrativo solo se inicia, en línea de principios, bajo la forma
de proceso de impugnación a la validez de un acto ya efectivamente producido, para
revisarlo ex post facto. Y aun abierto el proceso, el principio de autotutela
administrativa seguirá desplegando efectos, porque podrá continuar la Administración
obligando a la ejecución de sus actos utilizando los medios de ejecución forzosa, salvo
que se adopten las oportunas medidas cautelares, en su caso previa prestación de
garantías para responder de los perjuicios que pudieran derivarse.
Persiste claramente una posición administrativa privilegiada que, aunque
conforme a la Constitución, retrasa, dificulta y en ocasiones puede frustrar la tutela
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judicial. Debe advertirse que, salvo los contados supuestos en que el ordenamiento
jurídico administrativo requiere la previa intervención o autorización judicial para el
ejercicio de actuaciones de las Administraciones Públicas, la tutela judicial va a
realizarse –como hemos adelantado- a posteriori. Esto es, una vez ya alterada de
manera unilateral la situación jurídica, incluso de manera irreversible en ciertos casos.
Al hecho de que necesariamente se desplace hacia el afectado por la decisión la
carga de entablar el recurso contencioso-administrativo, con los costos económicos o
procesales que conlleva, y de fundamentar con solidez o solvencia jurídica el mismo
para que pueda ser admitido a trámite y enjuiciado judicialmente sobre el fondo, es
preciso añadir que la tutela que puede recibir llegará, si llega, mucho tiempo después de
haberse ejecutado el acto impugnado. En otros términos, como señala MIGUEZ
MACHO, la intervención de los tribunales y el tiempo de duración de los procesos corre
casi siempre a favor de la Administración, no sólo como institución, sino también de
sus responsables políticos, que en no pocas ocasiones se verán liberados de afrontar las
consecuencias de las eventuales sentencias firmes desfavorables sencillamente porque
ya habrán abandonado sus cargos cuando éstas se dicten, quedando la ejecución de las
mismas como herencia a sus sucesores.
Esta realidad es escasamente satisfactoria y para combatirla no hay remedios en
el horizonte que resulten de fácil implantación. Entre las fórmulas que se plantean
doctrinalmente para mejorar la situación estaría esencialmente, de una parte, desarrollar
una tutela judicial cautelar contencioso administrativa aproximándola a la vigente en el
proceso civil, y al tiempo eliminar la necesidad de recursos administrativos previos a la
vía judicial (que en su caso podrían ser sustituidos por recursos o procedimientos de
resolución de conflictos alternativos a la vía jurisdiccional).
BIBLIOGRAFÍA: