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Así mismo, los efectos de la pandemia revelan tres áreas prioritarias en las
cuales actuar: educación, salud y empleo.
La corrupción es uno de los problemas más serios que enfrenta el Perú. Como
veremos más adelante, constituye un obstáculo para el desarrollo, el
crecimiento económico, la lucha contra la desigualdad, el fortalecimiento de las
instituciones y la legitimación de la democracia y el sistema político. En ese
sentido, una de las prioridades de un nuevo gobierno que aspire a enfrentar los
problemas de fondo del país, debe ser liderar una lucha decidida contra la
corrupción.
Los tipos de corrupción que existen expresan lo extendidas y diversas que son
sus prácticas. Utilizando una tipología que destaca los efectos negativos de la
corrupción sobre el funcionamiento de la democracia, se puede encontrar actos
de corrupción en las distintas arenas de la política: en los procesos de entrada
o insumo de la democracia, tomada en un sentido procedimental (elecciones);
en los procesos de conversión de esos aportes (la voluntad popular) en leyes y
políticas públicas; y en los procesos de salida o productos que tienen que ver
con la aplicación de reglas y la implementación de políticas públicas en los
ámbitos administrativos, regulatorios y judiciales .
En las últimas décadas el Perú ha tenido como objetivo crear estrategias que
impulsen el crecimiento, mantengan el equilibrio fiscal y controlen la inflación.
Sin embargo, este crecimiento obtenido por el país se ha conseguido bajo
condiciones de informalidad.
Cabe resaltar que estos tiempos de pandemia aparece la creencia cada vez
más generalizada de que los países son gobernados para beneficiar a “unos
pocos” en lugar de “a la mayoría” sugiere que la legitimidad de las instituciones
puede estar cayendo en la región. Podemos pensar en tres fuentes de
legitimidad: legitimidad de resultados, cuando un gobierno cumple
confiablemente con sus compromisos, como la prestación de servicios
públicos; legitimidad procesal o basada en procesos, derivada de las
percepciones de imparcialidad en la forma en que se diseñan e implementan
las decisiones, políticas o leyes; y la legitimidad relacional, donde los individuos
reconocen la autoridad basándose en un conjunto compartido de valores y
normas.
Una de las verdades entre las incertidumbres que provocan las pandemias es
que enfermedades de pronta transmisión y largo alcance, como el coronavirus,
propulsan la inequidad, menoscaban los logros económicos de los países y de
su ciudadanía, y obstaculizan los objetivos y programas de desarrollo
sostenible. Estos son desafíos de política pública. Como la mayoría de los
ámbitos de la política social, la salud pública ha sido tradicionalmente un área
sensible, donde la instancia dominante de organización y provisión política ha
sido el Estado. Sin embargo, muchos determinantes de la salud se extienden
más allá del territorio nacional. Efectivamente, hay determinantes de salud
pública, asociados con enfermedades, que migran a través de la porosidad de
las fronteras y de las economías interdependientes. El Estado aún ejerce un
poder regulador indudable e indiscutible sobre las decisiones en materia de
salud pública en sus propios límites territoriales. Pero por su alcance e
implicancias como problema transfronterizo y global, la salud se convierte
también en un elemento central de la política exterior.