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Máximo El ConfesorII (14106)
Máximo El ConfesorII (14106)
Alteridad no es oposición
Siendo así las cosas, dado que la ausencia de oposición no indica disminución
en la capacidad de elegir, ni se opone a la cantidad de voluntades libres y otro tanto
cabe decir de la disposición nacida de la voluntad como resultado de un afecto, ¿por
qué se ha de poner contradicción en el único y solo Verbo de Dios, hecho hombre y
encarnado por nosotros? ¿Por qué hablar de contradicción entre las dos voluntades
que le son propias en razón de la duplicidad de sus naturalezas? ¿En que se basan
para concluir que la duplicidad de número y de existencia importa de por sí y
necesariamente la contradicción? 87
El consentimiento
. ...Si es posible y no lo que yo quiero sino lo que quieres tú (Mc.14,36;
Mt.26,39), palabras que contraponían al abatimiento una actitud fuerte y valerosa
ante la muerte! Manifestaba poseer realmente nuestra humanidad con el abatimiento
que a ésta le es connatural, buscando así librarnos del abatimiento, confirmar cuál
era la naturaleza de su carne y declarar ante todos que el proyecto de salvación es
ajeno a cualquier vana apariencia. Mas luego reveló su irresistible autoridad ante la
muerte y la grandísima unión y subordinación de su voluntad humana a aquella otra
que tiene en común con el Padre, al consentir diciendo: Hágase tu voluntad, no la
mía. (Lc.22,42). Con esto último desechaba la división y con lo primero la
confusión. Op.16, p.60
Naturalezas, operaciones
En fin, quién habrá capaz de demostrar que, admitida la diferencia de
substancias, no se sigue necesariamente de ellas la distinción de operaciones
naturales? ¿En qué razonamiento o en qué Padre autorizado cabe fundarse para
mantener tal opinión e incluso para suspender el juicio sobre el asunto que nos
ocupa? ¿A quién y cómo se daría gusto con ello? Si no pueden reconocerse las
operaciones naturales, no cabe tampoco reconocer las naturalezas. ¿Por qué éstas y
no aquéllas? Y si se han de reconocer por igual las unas y las otras, ¿por qué se
oponen a hacer lo debido y hurtan la persona a aquel aspecto de la naturaleza que no
puede ser sin la persona? Op. 16. 68
Por una parte, la dualidad de sus naturalezas está esencialmente emparentada con los
dos extremos (humano y divino), salvaguardando la diferencia natural que sus partes
tienen la una con la otra; y por otra parte, por la unidad de la persona, guarda la
identidad perfecta que se encuentra en las dos partes (que la componen), y posee
entonces, desde que es uno y uno solo, la distinción personal en relación con estos
dos extremos.
Que Cristo posea por naturaleza una voluntad humana, así como tenía por esencia
una voluntad divina, el Verbo mismo nos lo muestra claramente, por su rechazo de
la muerte, rechazo conforme a la naturaleza humana y que expresó a causa de
nosotros, según la economía de la salvación, diciendo: “Padre, si te es posible, aleja
de mí esta copa”…Pero que en cambio esta voluntad haya estado completamente
deificada, dando su consentimiento a la voluntad divina misma, por la cual y según
la cual (esta voluntad humana) era siempre movida y determinada, esto aparece
evidente por el hecho de que llevó a cabo perfectamente esto solo que el Padre había
decidido: conforme a esta decisión, es en tanto que hombre que dijo: “no mi
voluntad, sino que sea hecha tu voluntad”. Así se dio a conocer a nosotros como
modelo y como ejemplo, para que renunciemos a nuestra voluntad propia y
cumplamos perfectamente la de Dios, incluso si a causa de ello debiéramos
encontrar la muerte.
Por una parte, en tanto que es natural, nuestra voluntad no es contraria a Dios; pero
por otra parte, en tanto que no la movemos de modo conforme a la naturaleza,
entonces es claro que ella le es contraria, y ella resiste a Dios muy a menudo, y de
ello se sigue que pecamos. Ya que la oposición a la razón y a la ley tiene por causa
el modo (tropos) de movimiento que corresponde a un uso malo, y no la razón de la
facultad (en sí) que es conforme a la naturaleza, ya que la voluntad acuerda con Dios
y no le resiste cuando se encuentra determinada y movida conforme a la naturaleza,
incluso si no posee la unión con Dios….
El querer humano del Salvador, aunque fue natural, no era el de un hombre puro y
simple como el nuestro, es el caso de todo lo que es humano en El, ya que de un
modo (tropos) superior a nosotros, era todo entero deificado por la unión
(hipostática); pero es de esto que depende principalmente la impecabilidad. Por el
contrario nuestro querer pura y simplemente humano no es impecable para nada, a
causa de su inclinación que se produce ya en un sentido, ya en otro. Esta inclinación
no cambia la naturaleza, pero desvía su movimiento, o para hablar con más rigor,
cambia el modo (tropos). Es claro en efecto que aquél que hace muchas cosas
contrarias a la razón no cambia sin embargo su esencia racional en irracional.