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Bajo el poder de la púrpura.

La Compañía de Jesús
y el cardenal Moscoso, obispo de Jaén (1619-1646)

Under the purple power. The Compañía of Jesús and the cardinal
Moscoso, bishop of Jaén (1619-1646)

Francisco MARTÍNEZ GUTIÉRREZ


Universidad de Granada

Resumen:
Durante su largo pontificado giennense (1619-1646), el cardenal Baltasar de Moscoso y
Sandoval desplegó su protección sobre los jesuitas. Este artículo analiza el desarrollo de la
estrecha relación que se entabló entre la Compañía y el cardenal.
Palabras clave: Jaén, cardenal, obispo, Moscoso y Sandoval, jesuitas.

Abstract:
During his long episcopate in Jaén (1619-1646), the cardinal Baltasar de Moscoso y Sandoval
protected the Jesuits. This article analyses the development of the close relationship between
the cardinal and the Compañía.
Key words: Jaén, cardinal, bishop, Moscoso y Sandoval, Jesuits.

Sin lugar a dudas, la Compañía de Jesús fue percibida como uno de los principales
paradigmas de la Contrarreforma en la Europa Moderna1. A menudo cerca del poder,
durante el reinado de Felipe III las relaciones entre el duque de Lerma y el prepósito
general no estuvieron exentas de frecuentes desencuentros2. No ocurría lo mismo con
otros miembros de su facción. Gracias a la influencia de su poderoso tío, el sobrino de
Lerma, Baltasar de Moscoso y Sandoval, consiguió en 1615 el capelo cardenalicio3. En
señal de gratitud al valido, el nuevo purpurado, hijo de los condes de Altamira, decidió
cambiar el orden de sus apellidos 4 . En las páginas siguientes trataré de analizar la
estrecha vinculación que se entabló entre este cardenal y la Orden jesuita.

1. El cardenal de Jaén y los jesuitas. Los primeros años.


En mi opinión, a principios del siglo XVII la Compañía de Jesús podía considerarse
orgullosa de sus progresos en Andalucía. En la centuria precedente los jesuitas habían
logrado instalarse en lugares importantes gracias al apoyo de destacados miembros de la


Becario predoctoral FPU-MECD. Departamento de Historia Moderna y de América, Universidad de
Granada, correo electrónico: fmgut@ugr.es
1
Esther Jiménez Pablo, La forja de una identidad. La Compañía de Jesús (1540-1640), Madrid,
Polifemo, 2014.
2
Julián José Lozano Navarro, La Compañía de Jesús y el poder en la España de los Austrias, Madrid,
Cátedra, 2005, pp. 187-295. Desde 1618, el Cardenal-Duque, ya caído en desgracia, escribía inútilmente a
Gregorio XV para que le permitiese entrar en la Compañía sin dejar de ser cardenal. Archivum Romanum
Societatis Iesu [ARSI], EPP. EXTERNORUM, 3, ff. 152-153. Cfr. Francisco de Cereceda (S.I.), “La
vocación jesuítica del duque de Lerma”, Razón y Fe, 137 (junio 1948), pp. 512-523.
3
Archivo General de Simancas [AGS], Estado [EST.], 1871, 120.
4
“…aunque su apellido paterno era Moscoso y Osorio, se intituló el Cardenal Sandoval, por respeto de su
tío Don Francisco de Roxas y Sandoval, Duque de Lerma, por cuyo medio avía recibido el Capelo” Cfr.
Alonso de Andrade (S.I.), Idea del perfecto prelado, en la vida del Eminentíssimo Cardenal don Baltasar
de Moscoso y Sandoval, Arçobispo de Toledo, Primado de las Españas. Por el Padre Alonso de Andrade,
de la Compañía de Iesus, nl. De Toledo, Calificador del Consejo Supremo de la Santa y General
Inquisición, Madrid, Joseph de Buendía, 1668.

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nobleza5 o del alto clero6. La renovación católica que la devotio jesuítica representaba
parecía extenderse por doquier en el seno de la sociedad andaluza del Siglo de Oro. Pero
estos triunfos contrastaban, en el caso giennense, con la ausencia de una fundación de la
Compañía en la capital. Finalmente, la ocasión propicia se presentó con la llegada a
Jaén del obispo Sancho Dávila y Toledo. Este antecesor del cardenal Moscoso llamó a
los jesuitas en 1611 a realizar una missión larga en la ciudad de Jaén. Entrando para
predicar consiguieron quedarse definitivamente, fundando primero una residencia y
luego el Colegio de San Eufrasio7.
Es fácil comprender que la llegada de un nuevo prelado en 1619 avivó en los
jesuitas giennenses el interés por atraerse su atención. Estaban de suerte. Como buena
parte de la alta nobleza durante el reinado de Felipe IV, el cardenal Moscoso buscó
siempre el consejo de la Compañía en el confesionario8. El padre Francisco Luis de
Sandoval fue el primer director espiritual del purpurado9. Con este religioso a su lado, el
cardenal tuvo siempre presente a la Compañía desde el principio de su episcopado. Así,
en octubre de 1625 secundó todos los preparativos que los jesuitas sugirieron al cabildo
catedralicio para celebrar la fiesta de san Francisco de Borja10. A fin de cuentas, no hay
que olvidar que Moscoso era descendiente del tercer general de la Compañía 11. Tres
años más tarde, el cardenal autorizó oficialmente el rezo del oficio a san Ignacio de
Loyola en su diócesis12. Pero, según su biógrafo jesuita, no sólo se trató de decretos
episcopales. La admiración de este príncipe de la Iglesia por la espiritualidad ignaciana
llegó a tal extremo que todos los años promovió dentro de su Casa la práctica de los
Ejercicios espirituales13.
Tanta confianza depositó el cardenal en su confesor jesuita que pronto dio que
hablar. Desde 1620 el general de la Compañía, Muzio Vitelleschi, comenzó a
inquietarse. En su correspondencia con el superior de la residencia de Jaén, el general
temía que este especial ascendiente del director espiritual sobre su noble penitente
perjudicase seriamente la imagen pública de la Compañía. Sobre todo porque el
cardenal estaba comisionando a su confesor en asuntos especialmente vedados a los
jesuitas, como dictaminar en las oposiciones para la concesión de beneficios curados.

5
Julián José Lozano Navarro, La Compañía de Jesús en el estado de los duques de Arcos. El colegio de
Marchena (siglos XVI-XVII), Granada, EUG y Caja Sur publicaciones, 2002.
6
Francisco Juan Martínez Rojas, El Episcopado de D. Francisco Sarmiento de Mendoza (1580-1595). La
Reforma Eclesiástica en el Jaén del XVI, Jaén, Instituto de Estudios Giennenses y Diputación Provincial
de Jaén, 2002, pp. 335-354.
7
Mª Amparo López Arandia, La Compañía de Jesús en la ciudad de Jaén: el Colegio de san Eufrasio
(1611-1767), Jaén, Ayuntamiento de Jaén. Patronato de Cultura, Turismo y Fiestas. Servicio de
Publicaciones, 2005.
8
A. de Andrade (S.I.), Idea del perfecto prelado…, p. 79.
9
Mª A. López Arandia, La Compañía de Jesús en la ciudad de Jaén…, pp. 310-311. El estado actual de
mis investigaciones no permite corroborar si este jesuita era, además, pariente del cardenal. No es
demasiado descabellado pensar que descendiese de una rama menor de los Rojas y Sandoval afincada
años antes en la capital giennense.
10
Archivo Histórico Diocesano de Jaén [AHDJ], Actas capitulares, 19, f. 129v.
11
“…y las demás demostraciones que los dichos señores fueren servidos de haçer a honra del santo y de
la Compañía, y por ser cosa que tanto toca al Ilustrísimo cardenal de Jaén, su prelado…”. Ibidem, f. 130r.
12
Citado de Francisco Juan Martínez Rojas, “El ARSI (Archivum Romanum Societatis Iesu), una fuente
documental para la Historia Moderna de Jaén (II)”, Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, 183
(2003), p. 438.
13
“Todos los años por espacio de diez días hazían los exercicios de san Ignacio nuestro Padre.
Capitaneando la familia el mismo Cardenal; practicávalos su Confesor (que como se ha dicho) era
siempre de la Compañía...” A. de Andrade (S.I.), Idea del perfecto prelado…, p. 325.

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BAJO EL PODER DE LA PÚRPURA …

Tampoco gustaba a Vitelleschi que el confesor del cardenal viajase en carroza o en


litera, contraviniendo nuevamente las Constituciones de la Compañía14.
En julio de 1621, después de conocer la designación del jesuita como juez en un
concurso de prioratos, Vitelleschi escribió directamente al cardenal. Atentamente le
agradecía la confianza depositada en su jesuita. No obstante, le recordaba que los
religiosos de su Orden tenían expresamente prohibido inmiscuirse en estas cuestiones ya
que “podría ser causa de que algunos se quexasen de la Compañía”15. Una amonestación
que, lejos de lo que se podría pensar, no quería enturbiar las buenas relaciones con el
cardenal. Lo demuestra el hecho de que, a renglón seguido, el general pusiese a
disposición de Moscoso al provincial de Andalucía. El purpurado debía escoger qué
religioso iba a reemplazar al padre Alonso de Valenzuela, quien acababa de agotar su
trienio como rector del Colegio de Úbeda16.
Poco después de esta primera reconvención a propósito de su confesor ‒ por lo
demás, bastante frecuente en estos casos ‒, el cardenal solicitó ayuda del general en un
caso particular. El 8 de enero de 1622 escribió a Vitelleschi sobre el padre Matías
Izquierdo, del Colegio de Granada17. En su misiva Moscoso pedía que este jesuita no
fuese trasladado de la ciudad. Hasta el momento no conozco qué relación existía entre el
cardenal y este otro religioso. Bien pudiera tratarse de un favor a petición de terceros.
Lo que sí está claro es la reacción del general. Vitelleschi ordenó responderle avisando
de que había leído su carta; pero no le complació. Todo lo contrario, mandó que Matías
Izquierdo fuese trasladado del Colegio granadino, que se le castigase y que luego se le
expulsase de la Compañía18. Qué no haría este sujeto para que incluso la mediación de
un cardenal resultase inútil.
Sin embargo, a pesar de que desde Roma se cuidaban las relaciones con
Moscoso, Vitelleschi no quería que la Compañía estuviese en boca de todos. Con
especial atención vigilaba todo lo que atañía al confesor del cardenal y al rector del
Colegio de Jaén, el padre Juan de Santibáñez. A juicio del general, el padre Francisco
Luis cometía algunas negligencias aprovechándose del tácito consentimiento del
superior del colegio, quien, por si fuera poco, estaba demostrando falta de tacto en su
cargo19. El 2 de junio de 1626 el general escribió alarmado al provincial alertando sobre
la dirección espiritual de una señora giennense por el padre Francisco Luis. Vitelleschi
mandaba que se llamase al orden al confesor, pues “la pribança del señor Cardenal
[hacia su director espiritual] no ha de servir para estar menos convenientes, antes le
debe ser freno para mejorarse, atento que Su Ilustrísima gustará que la Compañía ponga
en ello la mano según es grande la merced que en todo nos hace”20.

14
Incluso escribió al Provincial de Andalucía para que investigase qué había de verdad en las acusaciones
contra Francisco Luis. F. J. Martínez Rojas, “El ARSI...”, pp. 459-461.
15
ARSI, PROV. BAETICA, 5 I, f. 47r. Carta al cardenal Sandoval, obispo de Jaén. 1621, con el ordinario
de 12 de julio.
16
Ibidem, f. 47v.
17
Vid. Joaquín de Béthencourt (S.I.) y Estanislao Olivares (S.I.) (eds.), Historia del Colegio de San
Pablo. Granada, 1554-1765, Granada, Facultad de Teología, 1991. No he podido encontrar ninguna
referencia al padre Izquierdo en esta obra.
18
Ibidem, f. 77v. 1622, con el ordinario de 21 de março.
19
El temperamento brusco de Santibáñez estaba dando motivos de quejas. Además, según parece, sus
frecuentes peticiones de limosnas a los de fuera de la Compañía daban mala imagen a los jesuitas. Citado
de F. J. Martínez Rojas, “El ARSI (Archivum Romanum Societatis Iesu)...”, p. 459.
20
Ibidem, p. 467.
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2. Tiempo de tribulaciones
Coincidiendo con estos acontecimientos, en 1627 la fundación de los Estudios Reales en
Madrid bajo los auspicios de la Corona puso en guardia a las universidades, que
percibían que la nueva institución madrileña les iba a restar influencia. Contribuían a
crispar aún más los ánimos disputas teológicas como la De auxiliis o la de la
Inmaculada Concepción. El silencio impuesto por el papa había acallado
momentáneamente unas discusiones que tenían entre sus protagonistas más destacados a
los jesuitas y a los dominicos21. No hay que olvidar que estos últimos dominaban las
cátedras de teología tomista dentro de las universidades españolas.
En febrero de 1627 se presentó ante la Universidad de Salamanca Cornelius
Jansen. Venía como representante de la de Lovaina para informarles de los pleitos que
la institución tenía con la Compañía de Jesús. Según él, la situación era crítica. Si las
universidades de Castilla no apoyaban a la de Lovaina, su dominio sobre la educación
superior peligraría. Sólo tenían que recordar el reciente ejemplo de los Estudios Reales
de Madrid 22 . Para Jansen, era necesario que todas, comenzando por la salmantina,
escribiesen al rey corroborando las quejas de Lovaina sobre la Compañía.
No se sabe si Jansen visitó otras instituciones universitarias. De lo que no cabe
duda es que el cardenal Moscoso estaba al tanto de que Salamanca enviaba cartas a
otras universidades para que secundasen su protesta. Así se lo comunicaba el 12 de
abril de 1627 a la única universidad de su diócesis, la de Baeza:

“He sabido de la manera que, a persuasión de un doctor de la Universidad de Lobayna, han


conspirado algunas Universidades contra la venerable religión de la Compañía de Jesús,
envidiando el fruto que sus hijos hazen siempre en los estudios públicos con tan gran crédito de
virtud, y con tan lucidos aprovechamientos de letras…”

Y añadía después, en tono paternalista:

“Yo en caso tan grave no tengo que desear mayor interés que el acierto de la Universidad, que
(a mí parecer) consistirá en mirar mucho por el crédito de la Compañía dando, antes de tomar
resolución en cosa de tanta importancia, cuenta al Rey y a sus Consejos de los inconvenientes
23
que en esta materia se ofrecen …”

Así pues, en el conflicto entre las universidades y la Compañía, Moscoso se puso del
lado de los jesuitas. Una actitud que resulta lógica, habida cuenta de que el cardenal no
confiaba mucho en una institución como la Universidad de Baeza, que se escapaba a su
control. Por ello, paralelamente, había escrito a uno de sus contactos, el doctor Herrera,
catedrático de prima y patrón de la institución universitaria baezana. Le hacía llegar su
preocupación y su certeza de que los conspiradores contra la Compañía se estaban
comunicando con ellos: “…Yo quisiera en esta ocasión ser miembro de esa universidad
para tomar la pluma en respuesta de la carta que sé que ha tenido…”24. Y lo que es más,
quería supervisar personalmente la respuesta que debía darse: “…y así le suplico vea yo

21
Paolo Broggio, La teologia e la política. Controversie dottrinali, Curia romana e Monarchia spagnola
tra Cinque e Seicento, Firenze, Leo S. Olschki Editore, 2009. Y concretamente, para el caso andaluz, vid.
Juan Aranda Doncel, “La ofensiva inmaculista en Córdoba durante la centuria del Seiscientos”, en Boletín
de la Real Academia de la Historia de Córdoba, Córdoba, 151 (2006), pp. 147-164.
22
Antonio Astrain (S.I.), Historia de la Compañía de Jesús en la Asistencia de España, Tomo V.
Vitelleschi, Carafa, Piccolomini (1615-1652), Madrid, Est. tipográfico Sucesores de Rivadeneyra, 1916,
pp. 160-173.
23
Repositorio Institucional de la Universidad de Granada [DIGIBUG], Fondo Antiguo, Siglo XVII:
http://hdl.handle.net/10481/13251 [consultado el 19/V/2015].
24
DIGIBUG, Fondo Antiguo, Siglo XVII: http://hdl.handle.net/10481/13252 [consultado el 19/V/2015].

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antes un borrador de la respuesta, que quiero tener este consuelo, y gozarme de que sea
la Universidad de Baeza, como sin duda lo será, poderosa para deshazer estos
nublados…”25.
Finalmente, a pesar de cualquier impedimento en contra, Felipe IV y Olivares
reafirmaron su voluntad de abrir los Estudios Reales de San Isidro. Enterado del apoyo
particular de Moscoso en el asunto de las universidades, Vitelleschi ordenó escribir a su
confesor, el padre Francisco Luis:

“Muy bien ha mostrado el señor cardenal Sandoval en la contradiçión que las universidades
hazen a la Compañía el cordial afecto y devoçión que nos tiene, pues con tan grandes veras la
favoreçe y ampara, de que estoy con el reconoçimiento que es raçón. Agora escribo a Su
Ilustrísima agradeciéndoselo mucho…” 26

En reconocimiento por su intermediación, el general añadía en su carta al confesor del


cardenal que el procurador de la provincia de Paraguay “lleva para Su Ilustrísima una
patente de participación de los sacrificios, oraçiones y pías obras de la Compañía, y una
reliquia de san Ignaçio…”27. En mi opinión, era toda una declaración de intenciones. Si
Sandoval velaba por los asuntos terrenales de la Compañía, los jesuitas intercederían
por él con medios celestiales. No conforme con ello, en diciembre del mismo año el
general volvía a transmitir a Moscoso su contento, recordándole “su grande piedad e
inclinaçión a favoreçer y hazer merçed a la Compañía”. Acababa de leer una carta de su
puño y letra que le había entregado el maestro Domingo Pasano Casela, abad de la
Fuensanta. El cardenal de Jaén, aprovechando el envío de Pasano para realizar su
primera visita ad limina a Roma, le había ordenado que transmitiese sus respetos a
Vitelleschi28.
Por desgracia, las relaciones de la Compañía no eran tan cordiales con otros
sectores eclesiásticos como con el cardenal Moscoso. El protagonismo que tan rápido
había conseguido y el alto grado de eficacia de las misiones jesuíticas estaban atrayendo
envidias y furibundos detractores contra la Compañía. Muchos de sus enemigos
militaban en las filas de las demás órdenes religiosas. Es cierto que siempre se habían
producido roces; pero en estos momentos parecieron agravarse29.
Uno de los ejemplos más claros del aumento de la tensión en contra de la
Compañía sucedió en la ciudad de Córdoba 30 . El origen del problema fue un breve
expedido por el papa Urbano VIII el 13 de octubre de 1627. Por él facultaba al obispo
de Córdoba, Cristóbal de Lobera y Torres (1624-1631), para examinar al clero regular
con objeto de obtener licencia para confesar y predicar. De manera casi automática, los
superiores de los conventos masculinos de Córdoba consideraron este documento un
atropello contra su independencia. Tras protestar sin resultados ante el Consejo de
Castilla, el prior de San Agustín, en connivencia con el superior de los dominicos del
25
Idem
26
ARSI, PROV. BAETICA, 5 I, f. 249. 1627, con el ordinario de 13 de julio.
27
Idem.
28
Archivio Segreto Vaticano [ASV], Congr. Concilio, Relat. Dioec., 364.
29
Entre otros motivos, hubo tensiones por cuestiones de honor y antigüedad en los actos públicos, por la
difusión del culto a una u otra advocación religiosa ‒ lo que redundaba en mayores limosnas para la
religión que la promovía ‒, o por envidia del éxito que la Compañía iba alcanzando en sus
establecimientos educativos. Cfr. Antonio Domínguez Ortiz, Las clases privilegiadas en la España del
Antiguo Régimen, Madrid, Istmo, 1973, p. 318.
30
Como en otras capitales andaluzas, en Córdoba la Compañía gozaba de considerable influencia social.
Cfr. Juan Aranda Doncel, “La influencia de los jesuitas en la sociedad cordobesa del siglo XVII”, en José
Martínez Millán, Henar Pizarro Llorente y Esther Jiménez Pablo (coords.), Los jesuitas. Religión, política
y educación (siglos XVI-XVIII), Madrid, IULCE Universidad Pontificia de Comillas, Tomo I, pp. 587-
670.
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convento de San Pablo y el guardián de los franciscanos observantes de San Pedro el


Real, convocó una junta general de las religiones con la intención de acordar una
postura común31.
Pero el superior de los jesuitas cordobeses, escarmentado de un caso precedente
sucedido en Sevilla32, no acudió a la junta. Conjuntamente con los basilios, los jesuitas
acataron el breve y obedecieron al obispo. En represalia por su actitud insolidaria, los
religiosos de la junta acordaron no acudir a los actos organizados por el colegio de la
Compañía. En primer lugar, empezaron por dejar plantados a los jesuitas en unas
conclusiones de teología a las que habían invitado a las demás órdenes 33 . Luego,
decidieron ignorar las celebraciones por la proclamación de los santos Mártires de
Japón. Las campanas de sus conventos permanecieron mudas ante la solemnidad
religiosa, por lo que “se dio mucha desedificación al lugar”34. Su oposición a la medida
del obispo llegó a tal extremo que el 4 de febrero de 1628 los priores de San Agustín y
San Pablo avisaron al cabildo catedralicio que las órdenes religiosas de la junta se
negarían a administrar la confesión y la comunión en la cuaresma 35. Pero el prelado
cordobés no estaba dispuesto a claudicar.
Lobera consideraba al prior de San Agustín y provincial de Andalucía, fray
Pedro de Góngora y Angulo, “el principal motor y autor de estas Juntas”36. Él mismo
había impulsado una ambiciosa remodelación del interior de la iglesia de su convento
para mayor gloria de la Orden de san Agustín37. A fin de cuentas, desde un punto de
vista artístico este proyecto suponía rivalizar con la iglesia de la Compañía. Estaba claro
que el fraile no estaba dispuesto a claudicar sin agotar sus recursos. Para presionar sobre
el obispo, decidió dar un peligroso giro al asunto haciendo que trascendiese el ámbito de
la capital cordobesa. Las órdenes religiosas representadas en la junta solicitaron el
apoyo de los conventos del obispado. Incluso comisionaron a un agustino para extender
sus reivindicaciones a los capítulos provinciales de dominicos y mercedarios, reunidos
en Granada y en Écija respectivamente. Lobera, alarmado por el rumbo que tomaba la
disputa, ordenó poner por escrito una información de todo el suceso 38. Tenía que enviar
memoriales para parar esta conspiración contra la Compañía y contra su autoridad y

31
Ibidem, p. 625.
32
Cfr. A. Astrain (S.I.), Historia de la Compañía de Jesús…, pp. 194-195.
33
Citado por J. Aranda Doncel, “La influencia de los jesuitas…”, p. 625, n. 91. Entre otras cosas,
algunos regulares también acusaban a los jesuitas de faltar a la caridad debida: “…decían que cuando les
avisaban a deshora para auxiliar a un moribundo preguntaban si era pobre o rico.” Citado por A.
Domínguez Ortiz, Las clases privilegiadas…, p. 320, n. 87.
34
Ibidem, pp. 625-626, n. 92.
35
“…y propusieron al cabildo en nombre suyo y de las Religiones desta ciudad de Córdoba, la
determinaçión que habían tomado de no confesar ni predicar atento que el señor obispo [D. Cristóbal de
Lobera y Torres] les quería notificar sigún lo avían entendido, que no confesasen ni pedricasen (sic) y por
ser cosa que a esta ciudad causaría novedad, daban quenta al cabildo…” Archivo de la Catedral de
Córdoba [ACC], Actas Capitulares, tomo 44, f. 209r.
36
El religioso agustino pertenecía a una familia de regidores y señores de vasallos bastante influyente en
la ciudad. Por línea paterna descendía de los Angulo, emparentados con los señores de La Morena. Por su
abuelo materno enlazaba con la rama de “los finos Góngoras”, otro linaje de regidores cordobeses,
emparentado lejanamente con el famoso poeta. Archivo Histórico del Palacio de Viana [AHPV], leg. 27,
exp. 4. Cfr. Enrique Soria Mesa, “Góngora judeoconverso. El fin de una vieja polémica”, en Begoña
Capllonch, Sara Pezzini, Giulia Poggi y Jesús Ponce Cárdenas (coords.), La Edad del Genio: España e
Italia en tiempos de Góngora, Pisa, ETS, 2013, pp. 415-433.
37
Marina Ruíz Gutiérrez, “Culto y cultura: el espíritu de la restauración de la Iglesia de san Agustín de
Córdoba”, Cuadernos de los Amigos de los Museos de Osuna, 12 (2010), pp. 115-118.
38
Citado por Juan Aranda Doncel, “Los predicadores cuaresmales en el obispado de Córdoba durante el
siglo XVII”, en J. Aranda Doncel (coord.), Congreso de Religiosidad popular en Andalucía
Ayuntamiento de Cabra y Obra Cultural de Cajasur, Cabra, 1994, p. 84, n. 21.

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BAJO EL PODER DE LA PÚRPURA …

buscó el apoyo de los cardenales Agustín Spínola, arzobispo de Granada39, y Baltasar de


Moscoso, obispo de Jaén. En este sentido, merece la pena recordar que Moscoso y
Lobera tenían un punto de conexión entre sí nada despreciable. Ambos habían sido
protegidos del duque de Lerma40.
El verano de 1628 fue escenario de una correspondencia frenética con las Cortes
de Madrid y de Roma. El 4 de julio Moscoso escribía una carta a Lobera
tranquilizándole sobre “la causa de Córdoba”41. Le confirmaba el apoyo del Cardenal
Infante, arzobispo de Toledo, y del cardenal Antonio Zapata, Inquisidor General. El de
Jaén aún no creía necesario llevar la causa ante el papa; aunque, in extremis, ya había
pensado en los hombres idóneos para ello. Además, demostraba estar en inteligencia
tanto con el cardenal Spínola como con el arzobispo de Sevilla. Los obispos estaban
haciendo causa común del asunto para frenar a los regulares sediciosos. Al mes
siguiente, cuatro cartas fueron enviadas a la Corte de Felipe IV. En ellas se alertaba al
rey, al Conde-Duque, al cardenal Trejo ‒ presidente del Consejo de Castilla ‒, y al
cardenal Zapata, que fray Pedro de Góngora:

“…con poder de los conventos de Córdoba ha imbiado un religioso que por las más principales
ciudades de Castilla pida a las demás religiones, así juntas en capítulo como fuera dellos, que
no acudan a açión ninguna de la Compañía, de devoción, de letras, ni de lucimiento de
concurso, que no tengan ni lean sus libros, que no sigan sus opiniones, que no les conozcan,
42
traten, ni comuniquen como hermanos…”

Esta petición de ayuda a Madrid no debía parecer suficiente. El 16 de septiembre el


cardenal Moscoso dio un paso más y puso al tanto de todo a Urbano VIII. En su carta le
pedía que “como cabeza, Padre Universal de todos, sea servido de amparar y defender
esta Religión, pues ay tantas raçones de conveniençia para esto […] mandando con
penas graves y eficazmente que çesen conjuraciones de tan mal exemplo…” 43 . El
recurso al papa debió contribuir a lograr el efecto esperado, porque el 30 de enero de
1629 Urbano VIII expedía un breve confirmando la facultad del obispo de Córdoba para
examinar a cualquier eclesiástico que solicitase licencia para confesar y predicar44.
Sin duda, al ponerse de parte de los obispos, la Compañía había apostado por el caballo
ganador.

3. Lo que fuere más a gusto de su eminençia


Es lógico pensar que, si alguna preocupación tenía Muzio Vitelleschi sobre el confesor
jesuita de Moscoso, a partir de estos acontecimientos se despejó. Resultó aún más
tranquilizador para el general conocer personalmente al cardenal y a su confesor en
Roma. La oportunidad de este encuentro llegó en 1630 como consecuencia del envío de
Moscoso junto a otros príncipes de la Iglesia españoles a la Corte de los Barberini. Una
convergencia de cardenales hispanos sobre la Ciudad Eterna, fraguada por el valido de

39
A. Astrain (S.I.), Historia de la Compañía de Jesús…, p. 197.
40
Oriundo de Plasencia, el obispo de Córdoba había sido abad de la Colegiata de Lerma gracias al
poderoso valido de Felipe III. Citado por Juan Gómez Bravo, Catálogo de los Obispos de Córdoba, y
breve notica histórica de su Iglesia Catedral y Obispado, Córdoba, Oficina de D. Juan Rodríguez, Tomo
II, 1778, p. 605. Tanto Lobera como Moscoso ordenaron rendir solemnes exequias en sus sedes
catedralicias al enterarse del fallecimiento del Cardenal-Duque en 1625. Cfr. J. Gómez Bravo, Catálogo
de los Obispos de Córdoba…, p. 606; AHDJ, Actas capitulares, 19, ff. 60v.-61r.
41
DIGIBUG, Fondo Antiguo, Siglo XVII: http://hdl.handle.net/10481/13246 [consultado el 19/V/2015].
42
Biblioteca Nacional de España [BNE], mss. 11259/3. Papeles en pro y en contra de los jesuitas.
43
DIGIBUG, Fondo Antiguo, Siglo XVII: http://hdl.handle.net/10481/13247 [consultado el 19/V/2015].
44
J. Aranda Doncel, “La influencia de los jesuitas…”, p. 628.
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Francisco MARTÍNEZ GUTIÉRREZ

Felipe IV, y que tuvo su punto álgido en 1632 con la Solemne Protesta del cardenal
Gaspar de Borja y Velasco ante Urbano VIII45.
El 30 de julio de 1630 Vitellechi escribía ufano al Provincial de Andalucía para
felicitarle por permitir al padre Francisco Luis acompañar al cardenal Moscoso hasta
Roma. Si, años atrás, el general había albergado alguna duda, ahora “se había consolado
mucho” al encontrarse cara a cara con el confesor del obispo de Jaén 46. A lo largo de su
estancia italiana al cardenal no le faltó la acogida de los jesuitas allá por donde iba. Al
mismo tiempo, Vitelleschi pedía a su confesor que se esmerase en el trato con su ilustre
penitente47. Por otro lado, Moscoso no dejaba de solicitarle peticiones especiales al
general de la Compañía. El 6 de febrero de 1630 Vitelleschi le escribía otorgándole su
consentimiento para que el P. Andrés de Palencia se quedase en Jaén como confesor del
deán de la catedral, Juan Francisco Pacheco, hijo del marqués de Villena48.
Después de conocerlo personalmente, el general pudo corroborar que el modelo
de perfecto prelado emanado del concilio de Trento parecía encajar perfectamente con
el cardenal de Jaén 49 . En aquel momento, los representantes de Felipe IV en Roma
escribían a favor del relevo de Gaspar de Borja como protector de España en Roma y
cardenal de la voz en el Cónclave. Parecía conveniente sustituirle porque su
contundente actividad diplomática comenzaba a desagradar a los Barberini. Incluso
pensaron en reemplazarle por el purpurado español más antiguo en la Ciudad Eterna,
que no era otro que Baltasar de Moscoso. A juicio del embajador español en Roma, el
conde de Monterrey, el cardenal era casi una rara avis:

“…Sandoval […] aunque no es sujeto de mucha maña, puede tanto y vale tan gran reputaçión y
autoridad la reformaçión con que vive él y toda su casa, y la limosna que haçe, que yo juro,
como quien soy, que entiendo que Su Magestad no ha tenido aquí cardenal de mayor
50
estima…”

Un hecho que podía haberle venido muy bien a la Compañía; pero los acontecimientos
se desarrollaron de manera distinta y Moscoso volvió a su obispado. Durante esta
segunda etapa en Jaén, las relaciones entre el general y el entorno jesuítico del
purpurado ahondaron en una línea de mutuo entendimiento. Vitelleschi encomendaba a
cada nuevo superior del Colegio de Jaén que los jesuitas debían mostrarse solícitos “en
las ocasiones que se ofreçieren de servir al señor cardenal Sandoval” 51 . Si antes el
general había albergado alguna duda sobre la privanza del confesor jesuita cerca de
Moscoso, ahora incluso favoreció su nombramiento como rector de Jaén en 1634 52 .
Justo al año siguiente, Vitelleschi, enterado de que el religioso ya no confesaba al
cardenal ‒ probablemente por sus nuevas obligaciones ‒, incluso llegó a pensar en
designarlo como director de otras fundaciones de la Compañía; pero eso sí, “siempre
45
Cfr. Maria Antonietta Visceglia, “Congiurarono nella degradazione del papa per via di un Concilio: la
protesta del cardinale Gaspare Borgia contro la politica papale nella guerra dei Trent´anni”, en Marina
Caffiero y Maria Antonietta Visceglia (eds.), Roma moderna e contemporanea, XI, 2003, pp. 167-193.
46
F. J. Martínez Rojas, “El ARSI (Archivum Romanum Societatis Iesu)...”, p. 473.
47
Ibidem, pp. 473-476.
48
Los Pacheco habían logrado sustituir en el deanato giennense a una rama menor de los Rojas y
Sandoval (parientes de Moscoso, del cardenal Bernardo de Sandoval y del mismísimo duque de Lerma).
El 27 de marzo de 1621 la Cámara Apostólica aceptaba la resignación del deanato de Diego Roque
Pacheco a favor de su hermanastro, Juan Francisco Pacheco. ASV, Cam. Ap., Consensus, 110, f. 294v.-
295r.
49
Cfr. Alonso de Andrade (S.I.), Idea del perfecto prelado…
50
AGS, EST., leg. 2995, s/f. Carta descifrada del conde de Monterrey, embajador en Roma, al Conde-
Duque de Olivares, su primo.
51
ARSI, PROV. BAETICA, 6 I, f. 103r. Enviada el 28 de julio de 1633.
52
ARSI, PROV. BAETICA, 6 II, f. 71r. Enviada a 20 de octubre de 1634.

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BAJO EL PODER DE LA PÚRPURA …

que el señor cardenal Sandoval diese liçençia”53. Por otro lado, el general también se
felicitaba por el éxito de las misiones de los jesuitas y de que “el señor cardenal
Sandoval esté tan satisfecho de lo que se ha trabajado en su obispado”54.
Por su parte, el cardenal contando con la comprensión de Vitelleschi a la hora de
solicitar peticiones especiales. En enero de 1636 el general escribía al padre Francisco
Luis, superior del Colegio de Jaén, deseando que “en el negoçio que se trata del señor
cardenal se disponga lo que fuere más a gusto de Su Eminençia y de Su Magestad…”55.
Vitelleschi incluso llegó a ser mucho más permisivo que de costumbre. En 1639
concedió a Moscoso que el jesuita Lázaro Martín, residente en Córdoba, pudiese
desplazarse a los estados señoriales de los Portocarrero “a fin de acomodar y poner en
orden los papeles y libros de cuentas del señor conde de Palma” 56 . Un favor muy
personal, al fin y al cabo, porque la condesa consorte, Antonia Hurtado de Mendoza-
Moscoso, era sobrina-nieta del purpurado57.
Al mismo tiempo, la colaboración de Moscoso con la Compañía parecía
inquebrantable. En septiembre de 1643 el doctor Espino, un viejo enemigo de los
jesuitas, volvía a las andadas. No contento con haber sido encarcelado antes por motivos
parecidos, comenzó a afirmar nuevamente contra la Compañía “que había en ella
herejes y que de su modo de proceder recibía la república cristiana gran detrimento en
lo espiritual”58. El prepósito de Sevilla se querelló inmediatamente contra Espino ante la
Inquisición59. En febrero del año siguiente, Moscoso se quejaba ante el cardenal nepote
Francesco Barberini:

“La Compañía de Jesús en esta Andaluçía se haya tan desconsolada y mortificada con la
persecución que han movido contra ella sus émulos por medio de un doctor Espino, expulso de
los Carmelitas descalços, que se ve obligada a ponerse a los santísimos pies de Su Santidad [...]
Suplico a Vuestra Eminencia se sirva de amparar causa tan justificada, honrando a la
60
Compañía y premiando lo mucho que está sirviendo a la religión católica...”

4. Conclusión Final
Como puede verse, la buena sintonía entre el cardenal Baltasar de Moscoso y Sandoval
y la Compañía de Jesús se mantuvo durante todo su episcopado giennense. Este buen
entendimiento también prosiguió cuando el purpurado tomó posesión del arzobispado
de Toledo en 1646. Una estrecha relación que, lógicamente, pudo haber motivado que el
escritor jesuita Alonso de Andrade se convirtiese en el primer biógrafo conocido del
cardenal después de su muerte61. Por otro lado, no hay que olvidar que la Orden había
rehusado a tener un cardenal protector nombrado por el papa62. Paradójicamente, la falta

53
Ibidem, f. 150v. Se envió el 22 de diciembre de 1635. El cardenal se negó a que el P. Francisco Luis
fuese nombrado superior de la Casa profesa de Sevilla. Cfr. F. J. Martínez Rojas, “El ARSI (Archivum
Romanum Societatis Iesu)...”, p. 479.
54
Ibidem, ff. 195v.-196r. 24 de mayo de 1636.
55
Ibidem, ff. 173v.-174r. Enviáronse a 31 de enero de 1636.
56
Ibidem, f. 296v.
57
De hecho, el cardenal sería quien interviniese en 1651 en las negociaciones para concertar el segundo
matrimonio de la condesa con otro pariente suyo, su sobrino, el marqués de Távara. Archivo Histórico
Nacional Sección Nobleza [AHN-SN], Osuna, 291.
58
J. J. Lozano Navarro, La Compañía de Jesús en el estado de los duques de Arcos…, p. 301.
59
AHN, Inquisición, leg. 2061/2.
60
Biblioteca Apostólica Vaticana [BAV], Barb.lat., 8570, f. 49r.
61
A. de Andrade (S.I.), Idea del perfecto prelado… op.cit.
62
El único protector oficial de la Compañía fue el cardenal Rodolfo Pío di Carpi (†1564). Cfr. Olivier
Poncet, “The cardinal-protectors of the Crowns in the Roman Curia during the first half of the
seventeenth century: the case of France”, en Gianvittorio Signorotto and Maria Antonietta Visceglia
III Encuentro de Jóvenes Investigadores en Historia Moderna 1055
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de un protector oficial de la Compañía había permitido a los jesuitas buscar y potenciar


varios apoyos extraoficiales entre diversos purpurados, entre los que se debe señalar el
caso del cardenal Moscoso. En definitiva, se trataba de unas relaciones mutuamente
beneficiosas. Para la Orden suponía cobijarse bajo el poder de la púrpura. Una postura
que, como creo haber dejado claro en este trabajo, muchas veces supuso una ayuda nada
despreciable contra los enemigos de la Compañía. Desde otra perspectiva, Moscoso no
sólo compartía afinidades con la espiritualidad propugnada por la Orden. El cardenal
entendía que era necesario defender a los jesuitas porque, frente a otras órdenes, se
sometían al control de los obispos, involucrándose activamente en las reformas
diocesanas. Años antes, así se lo había confesado al prelado de Córdoba:

“…pues es esta Religión la que con tan particular zelo y cuidado asiste siempre a las
obligaciones de los Prelados […] Yo he experimentado esto con gran consuelo mío, y así echo
de ver, que no es pasión ésta, aunque son tantas y de tan gran respeto las razones que me hacen
63
muy de la Compañía” .

(eds.), Court and politics in papal Rome 1492-1700, Cambridge, Cambridge University Press, 2002, pp.
159-160.
63
DIGIBUG, Fondo Antiguo, Siglo XVII: http://hdl.handle.net/10481/13246 [consultado el 19/V/2015].

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