La corrupción política, de la mano de la económica, se traduce en una
especie de privatización del Estado Los servidores de éste pasan a ser «dueños» de los servicios públicos en vez de gestores de los mismos. Cobra fuerza el concepto de patrimonialización de estos servicios en detrimento de la idea democrática de atención al ciudadano. Y se induce a este ciudadano, de manera forzosa, a creer en la inocuidad, o incluso en la bondad, del fenómeno.