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Arquitecto, pintor y, ante todo, escultor, Miguel Ángel Bounarroti es el

máximo exponente de la larga lista de ingenios individuales que el


Renacimiento italiano Presenció. en su magnífica obra es apreciable,
casi desde los comienzos de la misma, una potente manifestación de los
sentimientos que derivará en monumentales y poderosas figuras tales
como la estatua de David que hoy se erige esplendido en la academia de
florenca, o en los imponentes murales con figuras celestiales de la capilla
sixtina.

Michelangelo di Lodovico Buonarroti, o Miguel Ángel Buonarroti, nació


el 6 de marzo de 1475 en Caprese, Italia. Su familia pertenecía a una
adinerada estirpe de mercaderes y banqueros de Florencia que cuidaban
su prestigio..

A los trece años su padre lo envia como alumno y aprendiz en el taller de


Dominico Ghirlandaio donde se pefeccionó en el dibujo. Un año después
Lorenzo de Médichis lo invitó a vivir y aprender en su palacio, que era un
lugar donde convergieron artistas, filósofos y poetas y en el que Miguel
Ángel aprendió mucho de filosofía, en especial de Platón.

Miguel Ángel comenzó a desarrollar, desde sus inicios, una gran fuerza


en sus esculturas, su preferida de las artes. Tenía gran fijación por el arte
antiguo e incluso una de sus réplicas fue vendida como antigua, lo que le
ganó el mecenazgo de un cardenal que no se ofendió por la falsa
antigüedad.
También tuvo predilección por la figura masculina, como podemos ver en
sus obras pues la mayor parte son de hombres e incluso sus figuras
femeninas llegan a tener rasgos masculinos. 

Cuando los Médicis tuvieron que irse de Florencia, Bounarroti viajó a


Venecia, Bolonia y Roma, donde había grandes promesas de
mecenazgo tanto de las personas adineradas como de la jerarquía papal.
Entonces creó  La piedad del Vaticano, una de sus obras maestras, como
una prueba de su talento. Sorprendió a todos.

En 1501, tras cinco años en Roma, volvió a su ciudad natal. Fue


entonces, cuando le encargaron el David como una alegoría del pasaje
en el que David vence a Goliat. 
Cuatro años más tarde volvió a Roma y el papa Julio II le encargó la
realización de su mausoleo, encomienda que al principio le entusiasmó
pero después, ante las dificultades económicas del proyecto, le comenzó
a parecer un lastre. Esta obra fue interrumpida pues le hicieron otro
encargo, que se convertiría en su obra magna: la Capilla Sixtina.

Cuando terminó su obra, compuesta de alrededor de 300 figuras al


fresco, se ganó el reconocimiento de la comunidad artística así como la
fama por toda Europa que reconoció su talento y supremacía. 

Para 1513, uno de los hijos de Lorenzo de Médicis fue nombrado papa,
León X. Éste encargó a Miguel Ángel una serie de obras monumentales
para festejar no sólo su cargo sino que los Médicis habían recuperado su
poder. Durante cerca de una década, Buonarroti se dedicó a la creación
de la fachada de la iglesia de San Lorenzo, las tumbas Mediceas y la
biblioteca Laurenciana.

Luego de un ir y venir entre Florencia y Roma, en medio de conflictos


políticos y de desencanto para él que a pesar de ser apoyado por las
jerarquías tenía ideales republicanos, sacó a relucir su faceta de
arquitecto cuando le fueron encargadas la ampliación de la Basílica de
San Pedro, la plaza del Campidoglio y la Porta Pía. Por esas épocas,
Miguel Ángel tenía una gran crisis espiritual. 

Hacia el final de su vida, el miedo a la muerte, a la condenación eterna y


la primacía de la belleza que había expresado en sus obras, comenzó a
hacerse presente y su obra lo demuestra. Hizo varias representaciones
de La piedad y su última escultura fue precisamente la Piedad de
Rondanini, obra que dejó inconclusa.
Miguel Ángel murió en Roma, el 18 de febrero de 1564, a la edad de 88
años. Fue enterrada en Florencia, en la Basílica de Santa Croce y su
sepulcro fue diseñado por Vasari. 

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