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Lunes 10:40 a 11:40

Miércoles 10:40 a 11:40


Jueves 8:30 a 10:40

SEGUNDO - VERBOS EN LA NARRACIÓN.

LUNES
 Leer fragmento p. 114
 Reflexionar sobre la teoría
 Hacer ejercicio 2.

Miércoles

Jueves
PRIMER HORA: REPASO

SEGUNDA HORA: TP
 Identificar verbos de base en 3 fragmentos/microcuento
 Transcribir de un tiempo a otro

El sábado tío Carlos llegó a mediodía con la máquina de matar hormigas. El día antes
había dicho en la mesa que iba a traerla, y mi hermana y yo esperábamos la máquina
imaginando que era enorme, que era terrible. Conocíamos bien las hormigas de Banfield,
las hormigas negras que se van comiendo todo, hacen los hormigueros en la tierra, en los
zócalos, o en ese pedazo misterioso donde una casa se hunde en el suelo, allí hacen
agujeros disimulados pero no pueden esconder su fila negra que va y viene trayendo
pedacitos de hojas, y los pedacitos de hojas eran las plantas del jardín, por eso mamá y tío
Carlos se habían decidido a comprar la máquina para acabar con las hormigas.
Me acuerdo que mi hermana vio venir a tío Carlos por la calle Rodríguez Peña,
desde lejos lo vio venir en el tílbury de la estación, y entró corriendo por el callejón del
costado gritando que tío Carlos traía la máquina. Yo estaba en los ligustros que daban a lo
de Lila, hablando con Lila por el alambrado, contándole que por la tarde íbamos a probar
la máquina, y Lila estaba interesada pero no mucho, porque a las chicas no les importan
las máquinas y no les importan las hormigas, solamente le llamaba la atención que la
máquina echaba humo y que eso iba a matar todas las hormigas de casa.
Cortázar, “Los venenos” en Final del juego.

Nunca se sabrá cómo hay que contar esto, si en primera persona o en segunda,
usando la tercera del plural o inventando continuamente formas que no servirán de nada.
Si se pudiera decir: yo vieron subir la luna, o: nos me duele el fondo de los ojos, y sobre
todo así: tú la mujer rubia eran las nubes que siguen corriendo delante de mis tus sus
nuestros vuestros sus rostros. Qué diablos.
Cortázar, “Las babas del diablo” en Las armas secretas.

 Dédée me ha llamado por la tarde diciéndome que Johnny no estaba bien, y he ido
en seguida al hotel. Desde hace unos días Johnny y Dédée viven en un hotel de la rue
Lagrange, en una pieza del cuarto piso. Me ha bastado ver la puerta de la pieza para
darme cuenta de que Johnny está en la peor de las miserias; la ventana da a un patio casi
negro, y a la una de la tarde hay que tener la luz encendida si se quiere leer el diario o
verse la cara. No hace frío, pero he encontrado a Johnny envuelto en una frazada,
encajado en un roñoso sillón que larga por todos lados pedazos de estopa amarillenta.
Dédée está envejecida, y el vestido rojo le queda muy mal; es un vestido para el trabajo,
para las luces de la escena; en esa pieza del hotel se convierte en una especie de coágulo
repugnante.
Cortázar, “El perseguidor” en Las armas secretas.

Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes,
volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la
trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su
apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la
tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. 
Cortázar, “Continuidad de los parques” en Final del juego.

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