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¿Qué es el mal?

¿Qué es el mal?, ¿De dónde proviene? son algunas de las interrogantes que los pensadores a
lo largo de la historia de la humanidad han intentado dilucidar, no siendo la excepción la Edad
Media y en especial San Agustín de Hipona, uno de los más importantes exponentes de la
filosofía cristiana , mediante su obra "Del Libre Albedrío": ese será el tema del presente
ensayo, tomando en cuenta que el gran aporte del Obispo de Hipona es transformar el mal en
algo de los hombres, es decir, le dio un carácter realista.

Los antecedentes del problema del mal en San Agustín

Uno de los grandes desafíos de San Agustín que se impuso en la vida fue encontrar una
respuesta a la pregunta que da vida a éste ensayo, la cual la logró tomando como base
planteamientos de escuelas filosóficas del pasado o contemporáneas a él, siendo éstas los
maniqueos y el neoplatonismo. Los primeros, apoyándose en su condición dualística del
mundo, indicaban que el problema del mal era la existencia de un principio del bien en lucha
constante con uno opuesto, con el mal , es decir, están dando paso a la existencia de un
segundo Dios, representante del mal, generando una duda de carácter ontológico: con
respecto a la materia , puede ésta ser mala: ocupando como fuente, claramente en un criterio
argumentativo por autoridad, la Biblia creía que la creación de Dios tenía un rasgo positivo,
bueno. Esta situación lo llevó a concluir que el mal no es un problema metafísico.

El sistema ontológico de Plotinio, uno de los exponentes del Neoplatonismo, sigue un carácter
jerárquico, estando en el primer lugar Dios en su calidad de inefable y único, el mundo celeste
y así sucesivamente hasta llegar al peldaño, por decirlo de alguna manera, de la materia, “para
el alma es causa de debilidad y de maldad” , pues no debemos olvidar que la materia por estar
en el mundo sensible, de la llamada Doxa, puede sufrir cambios que generen corrupción en el
alma. Esta tesis, la de la materia increada responsable del mal, es rechazada por San Agustín
de Hipona, pues dice que teniendo en cuenta que la materia es obra de Dios es imposible de
que tenga negatividad: “Creemos que hay un solo Dios y único Dios y que de El procede todo
cuanto existe y que, no obstante, no es Dios el autor del pecado.Turba, sin embargo, nuestro
ánimo esta consideración: si el pecado procede de las almas que Dios creó , y las almas vienen
de Dios,¿cómo no referir a Dios el pecado, siendo tan estrecha la relación entre Dios y el alma
pecadora” , esas son las palabras utilizadas por San Agustín para referirse al asunto reseñado.

La teoría del problema del mal en San Agustín

A partir de la doctrina neoplatónica del mal, explicada en los párrafos anteriores, San Agustín
creó su opinión en torno al tópico. San Ambrosio, la persona que lo convirtió al cristianismo,
un día indicó, al definir el mal, como una falta de un bien: una realidad aplicada al mundo
filosófico por el hijo de Mónica.

El mal es un no ser, carencia del ser, es decir, no es sustancia, pues si así fuera se presentarías
dos situaciones: si lo fuera estaríamos hablando de una substancia incorruptible, sinónimo de
un gran bien o una substancia corruptible, por lo cual el bien en cuestión no podría entrar al
campo de lo corruptible. Es importante comentar que porque el mal es no ser no estaría Dios
como su autor, pues nació de la nada y, en consecuencia, la divinidad no es ser de la nada.
“Siendo Dios bueno, como tú sabes o crees –y ciertamente no es lícito creer lo contrario, es
claro que no puede hacer el mal” nos dice al respecto en su obra “Del libre albedrío”.

¿Quién hace el mal? , esa es la pregunta que surge, considerando la naturaleza del bien
absoluto de Dios es imposible, dentro de cualquier razonamiento lógico, creer que Dios
desearía el mal para el mundo. San Agustín, en ese sentido, le puso nombre y apellido al
autor del mal: el mismo hombre, el ser humano. “Cada hombre que no obra rectamente es el
verdadero y propio autor de sus malos actos. Y si lo dudas, considera lo que antes dijimos, a
saber: que la justicia de Dios castiga las malas acciones. Y claro está que no serían justamente
castigadas si no procedieran de la voluntad libre del hombre.”, comenta San Agustín, frase a
través de la cual introduce un nuevo concepto: el libre albedrío.

De acuerdo a la antropología de Platón , de la cual San Agustín es un seguidor, el ser humano


tiene dos elementos: un cuerpo material y un alma inmaterial .A ella le cabe la función, la
responsabilidad, de tomar las decisiones de la acción, pese a que sean muchos los deseos
(llamadas apetencias) es la voluntad la de la última palabra creo que mediante esta larga cita
Del libre albedrío San Agustín grafica de manera excepcional la lucha entre las pasiones y el
alma.

¿Por qué el hombre peca?, San Agustín nos dice: “Quizá de que se aparta de la disciplina y se
hace completamente extraño a ella”, es decir, Dios tiene para cada habitante de la
humanidad un camino ya establecido, al igual que para la humanidad entera, para un bien
mayor. Cuando alguien se desvía de ese norte, entra en el área de pecado.

“Te lo diré, si antes me dices tú a qué mal te refieres, porque son dos los significados que
solemos dar a la palabra mal: uno, cuando decimos que “alguien ha obrado mal”; otro,
cuando afirmamos que “alguien ha sufrido algún mal”, una distinción realizada por San
Agustín que nos sirve para introducir el concepto del mal en cuatro planos distintos
realizadas por el filósofo:

A-.METAFÍSICO-ONTOLÓGICO: “En el cosmos no existe el mal, sino que existen solamente


grados inferiores de ser en comparación con Dios, dependientes de la finitud de las cosas
creadas y del diferente grado de esta finitud. Desde una visión de conjunto, cada cosa,
incluso la aparentemente más insignificante, posee su propio sentido y su propia razón de
ser y, por lo tanto, constituye algo positivo.”.

B-EL MAL FÍSICO: Enfermedades, dolores físicos, cambios anímicos etc. son parte del mal
físico, originado por el primer pecado, el de Adán y Eva, una alma pecadora responsable de
la corrupción en el cuerpo.

C-.EL MAL MORAL: Se genera a partir de la desviación del ser, del camino establecido por
Dios todopoderoso, por su propia voluntad, es decir, el libre albedrío, tendiendo de ésta
manera al no ser. Por esto último no merece tener un rasgo positivo, pues solo las cosas
creadas por Dios, los seres, poseen esa cualidad.

D.- EL MAL MORAL ES EL PECADO: Si la denominada voluntad realiza lo que por naturaleza le
corresponde, es decir, dirigirse hacia el bien no estaríamos en presencia del mal; pero, en
ocasiones, hay una especie de una mala voluntad que, dentro de la gran variedad de bienes
existentes en el mundo, elige el que se aleja de Dios, transformándose en un no ser. Esta
voluntad no es sinónimo de mal por dirigirse a las cosas negativas sino porque no respetó el
designio divino.

 El Problema del mal en san Agustín

WALTER ALBRECHT LORENZINI EL PROBLEMA DEL MAL EN SAN AGUSTÍN

San Agustín y el problema del mal San Agustín se vio atormentado por el problema de
mal, le inquietaban dos cuestiones referentes al mal: ¿Qué es el mal? y ¿cuál es el origen
del mal? 1 ¿El mal es una sustancia o no es nada?, ¿procede de un principio malo, de
Dios o del hombre?, y si procede del hombre, y el hombre es creación de Dios, ¿no es
Dios el creador del mal? Con estos interrogantes sufre buscando las respuestas como él
mismo atestigua: “Con estos pensamientos me volvía a deprimir y ahogar”2El
maniqueísmo y el problema del mal Una primera respuesta al problema del mal la
encontró San Agustín en la secta de los maniqueos. Para el maniqueísmo “todos los
males proceden de un principio maléfico, de un dios perverso, que se complace en
sembrar el mundo de tinieblas, pecado y muerte. Y al contrario, todo lo bueno dimana
de otro principio antagónico, origen de la luz. La explicación es sencilla: toda el agua
turbia procede de una fuente turbia, toda agua clara mana de una fuente clara”3. Es
decir, que para los maniqueos, todo procede de dos principios contrarios, uno bueno o
de la luz, y uno malo o de las tinieblas; todas las cosas tienen partículas del principio
bueno y del malo, por lo que estos dos principios están en constante batalla. “El dios de
la luz se halla necesariamente encerrado en el mundo físico, esencialmente malo”4.Estos
dos principios son concebidos como corpóreos; cada cosa es buena en cuanto tiene
partículas de bien y es mala en cuanto tiene partículas de mal. Lo mismo pasa en el
hombre, es un campo de batalla para estos dos principios, por lo que ninguna de sus
acciones tiene mérito propio, si actúa bien y hace algo bueno, es por el principio del
bien, por tanto no merece alabanzas, y si comete algún mal o peca, no es su culpa, pues
es el principio de mal que en él se encuentra, el culpable delo malo que hace. De esto se
puede deducir que el hombre no es libre, no hace el mal porque quiera, no lo hace
voluntariamente, sino porque en él como en todas las demás cosas se encuentran
partículas del mal peleando contra las del bien, por tanto el hombre no es culpable de lo
que haga, restándose así cualquier responsabilidad en sus acciones.

La respuesta que San Agustín encontró en los maniqueos hace referencia a la pregunta
¿de dónde procede el mal? y decía que los males provenían de un principio malo, por lo
tanto el mal tiene existencia propia y es constitutivo del universo, y que el hombre no es
responsable ni culpable del mal que hace, de sus pecados.

Desengaño maniqueo San Agustín, inteligente y autodidacta, reflexionando sobre la


respuesta propuesta por los maniqueos, se dio que esa respuesta estaba equivocada, no
podía existir un principio del mal capaz de oponerse al del bien. “Los principios diversos
y opuestos del bien y del mal no pueden existir, pues se destruiría la Omnipotencia de
Dios.

La lucha entre las tinieblas y Dios no tiene razón; una de dos: o las tinieblas le pueden
hacer algún daño a Dios, y en este caso no sería incorruptible, o no le pueden hacer
absolutamente nada, y en este caso la lucha es inútil”5. Con estos pensamientos San
Agustín se dio cuenta del error maniqueo, y el problema del mal queda nuevamente en la
duda.“El problema del mal lo aclarará más tarde.

Destruida la doctrina sobre la existencia de los dos principios, uno bueno y otro malo,
queda completamente en el vacío cuanto el maniqueísmo pueda decir sobre el origen
del mal en nosotros”6.El neoplatonismo San Agustín pasó algún tiempo sin encontrar
solución al problema del mal, durante el cual estuvo de escéptico, hasta que se encontró
con el neoplatonismo, el cual le dio una respuesta favorable respecto a sus inquietudes.
El problema enunciado por los maniqueos era ¿de dónde viene el mal?, a lo que
respondían diciendo que el mal provenía de un principio malo.

En los neoplatónicos encuentra una nueva forma de plantear el problema, ahora ya no


se pregunta por la procedencia del mal, sino por su esencia, por su naturaleza: ¿Qué es el
mal? “No es una sustancia sino una privación o corrupción del bien; luego depende de
éste y está íntimamente relacionado con la libertad humana, que es la base del pecado y
del mérito del hombre. El mal no puede existir sin el bien, pero éste sí puede existir sin
aquél”7.San Agustín encuentra en los neoplatónicos la respuesta de que el mal no
proviene de un principio malo, el único principio de donde proceden todas las cosas es
bueno, y el mal no existe por sí solo, sino como corrupción o privación del bien, el mal
absoluto no es nada, no existe. El hombre ya no puede evadirse de su responsabilidad
ante el mal que comete.

3. Surgen en la problemática del mal nuevas inquietudes, si el mal no procede de un


principio malo, sino que todo procede de un principio bueno, Dios, entonces surge la
pregunta: Si del Sumo Bien se ha originado todo, ¿cómo se ha introducido el mal en el
mundo?, ¿es Dios el autor del mal? 8 Si es el hombre el que hace el mal por medio de su
libre albedrío, acaso Dios por ser el autor del libre albedrío no es autor del mal. San
Agustín que por este tiempo se estaba en proceso de regreso a la Iglesia y al
cristianismo, también se ve en la necesidad de tener en cuenta as verdades del
cristianismo en su búsqueda de la solución del problema del mal. Dios es el creador de
todo, es santo y perfecto, es el sumo Bien, todo lo hace bien. El mal, por tanto, no puede
provenir de Dios, pues Él creó todas las cosas buenas, de Él sólo provienen bienes. Todas
las cosas son bienes Todos los bienes – grandes y pequeños - proceden de Dios, Sumo
Bien, el bien inmutable. Dios ha hecho todas las cosas de la nada, por eso las naturalezas
de todas las cosas son corruptibles, es decir, que están sometidas a la mutabilidad y al
cambio, pues fueron creadas de la nada y no de Dios mismo, que es eterno9.

Toda la creación es hecha por Dios, nada hay que no haya sido creado por Dios, pero
“¿por qué es buena la creación?, más aún, ¿por qué no puede ser mala? Porque no
puede serlo el que la hizo; imposible que el ser infinitamente bueno haga una cosa
mala”10.Todas las cosas reciben su bondad del Sumo Bien que los ha creado. Hay tres
bondades o bienes generales que se encuentran en todo lo creado: el modo, la belleza y
el orden. Estas bondades hacen que todas las cosas sean bienes. “Donde estas tres cosas
son grandes, grandes son las naturalezas; donde son pequeñas, pequeñas o menguadas
son también las naturalezas, y donde no existe tampoco la naturaleza. De ahí se
concluye que toda naturaleza es buena” Además hay tres perfecciones en los seres: el
existir, el vivir, el pensar; la primera es común para todos los seres, las segunda es
compartida por todos los seres vivos y el pensar que es propio del hombre. Todas las
cosas tienen las tres bondades y por lo menos la perfección de existir, por tanto, hasta
las cosas corrompidas son bienes. Son buenas las cosas que se corrompen, las cuales no
podrían corromperse si fuesen sumamente buenas, como tampoco lo podrían si no
fuesen buenas: porque si fueran sumamente buenas, serían incorruptibles, y si no fuesen
buenas, no habría en ellas qué corromperse. Porque la corrupción daña, y no podría
dañar si no disminuyese lo bueno. Luego o la corrupción no daña nada, lo que no es
posible, o lo que es certísimo, todas las cosas que se corrompen son privadas de algún
bien.

 Por ende, si fueren privadas de todo bien, no existirían absolutamente (…). Luego las
que fueron privadas de todo bien quedarían reducidas a la nada. Luego en tanto que son
en tanto son buenas. Luego cualesquiera que ellas sean, son buenas, y el mal cuyo origen
buscaba no es sustancia ninguna, porque si fuera sustancia sería un bien, y esto había de
ser o sustancia incorruptible –gran bien ciertamente – o sustancia corruptible, la cual, si
no fuese buena, no podría corromperse12Por consiguiente, por el solo hecho de existir,
las cosas o las naturalezas son buenas, por tanto, no existe alguna cosa que fuese
completamente mala, pues no tendría ninguna bondad ni ninguna perfección, y por
ende, también carecería del existir. El mal no es una sustancia, el mal como tal, no es
nada, no existe separada del bien, es sólo una privación o corrupción del bien. El mal es
ausencia de bien, así como la oscuridad o las tinieblas son ausencia de la luz.

El libre albedrío El libre albedrío es la capacidad de elección que Dios le dio al hombre, y es la
que permite que el hombre actué mal, pero si esto es así ¿Dios es el culpable de que el hombre
actué mal al darle el libre albedrío?, ¿por qué se lo dio? y ¿por qué puede entregarse al mal si
es dado por Dios?15El libre albedrío es una perfección del hombre que le hace superior a todas
las demás criaturas, pues aunque peque, es mejor poder elegir hacer el mal, que hacer el bien
sin poderlo elegir 16. Y esta facultad es un bien que le ha sido dado al hombre, y el fin de éste
es el permitir que el hombre pueda vivir rectamente; el hombre sin el libre albedrío no puede
vivir rectamente, por tanto no puede alcanzar la vida bienaventurada. El libre albedrío es la
facultad que nos permite usar de los demás bienes e incluso, del mismo libre albedrío, y por
ende, es también la facultad que nos permite abusar de los demás bienes, pero es mejor
tenerla que no tenerla. Clases de bienes Los bienes podemos dividirlos en tres clases según su
relación con el poder vivir rectamente: “las virtudes, por las cuales se vive rectamente,
pertenecen a la categoría de los grandes bienes; las diversas especies de cuerpos, sin los cuales
se puede vivir rectamente, cuentan entre los bienes mínimos, y las potencias del alma, sin las
cuales no se puede vivir rectamente, son los bienes intermedios”17. Pero también podemos
diferenciarlos los bienes por el uso que podemos hacer de ellos, de esta manera se puede
decir que “de las virtudes nadie usa mal; de los demás bienes, es decir, de los intermedios y de
los inferiores, cualquiera puede no sólo usar bien, sino también abusar. Y de las virtudes nadie
abusa, porque la función propia de las virtudes es precisamente el hacer buen uso de aquellas
cosas de las cuales podemos abusar; pero nadie que usa bien abusa” 18.Y el libre albedrío es el
que permite usar bien o mal de las demás cosas, y es la que permite usar bien o mal de sí
misma, es por tanto un bien intermedio, sin el cual el hombre no puede vivir rectamente, y por
tanto es un bien de no poca importancia

6. El mal moral es el que hace el hombre, el único capaz de romper el orden establecido por
Dios. El mal moral se produce cuando el hombre por medio de su libre albedrío abusa de los
demás bienes. Cuando se apega a los bienes inferiores, despreciando el bien superior. Por
tanto, el mal en el hombre, “el pecado no consisten (…), en el deseo de una naturaleza mala,
sino en el abandono de otra más excelente, de manera que esa misma preferencia es el mal
o el pecado, y no la naturaleza, de la cual se abusa al pecar”19, es decir, no está lo malo en
desear algo que no es bueno, un mal, sino en desear los bienes inferiores olvidándose de los
superiores.

El pecado original y el libre albedrío en la teología de Agustín de Hipona

 
 

El punto de partida para esta discusión debe ser las doctrinas del pecado original y el libre
albedrío. ¿Cuán dañada está la raza humana por causa de la caída de nuestros primeros
padres? ¿Está el hombre espiritualmente muerto o simplemente enfermo? ¿Elige Dios a los
que Él sabe de antemano que van a creer o creen aquellos a quienes Dios elige?

Aunque los padres de la iglesia post apostólica trataron ambos tópicos, es con Agustín de
Hipona cuando llegamos al punto más alto de la teología patrística sobre la doctrina del
hombre.
Según Agustín, tan pronto Adán pecó perdió la libertad en la que fue creado quedando en un
estado de total impotencia para moverse hacia Dios, y traspasó esa misma condición a su
descendencia.

“Como resultado de la entrada del pecado en el mundo, el hombre nunca más puede desear el
verdadero bien, el cual está arraigado en el amor de Dios, ni tampoco realizar su verdadero
destino, más bien se hunde más y más en la esclavitud”.

De esto se deduce lógicamente que la regeneración es una obra exclusiva de la gracia de Dios;
no en el sentido de que la gracia obligue al hombre a actuar conforme a la voluntad de Dios,
sino que esta gracia (a la que Agustín llama “irresistible”) opera en nosotros renovando
nuestra voluntad y restableciendo nuestra verdadera libertad.

“Dios puede obrar en la voluntad, y de hecho lo hace, de modo que el hombre se torna
libremente hacia la virtud y santidad. De esta manera la gracia de Dios se convierte en la
fuente de todo bien en el hombre”.

“La gracia – dice William Shedd comentando la postura de Agustín – es impartida al hombre
pecador, no porque cree, sino con la finalidad de que crea; pues la fe misma es un don de
Dios”.

“Al que no quiere previene, para que quiera; y al que quiere, acompaña, para que no quiera
en vano”, dice Agustín.

En este punto debemos añadir que Agustín distingue varias etapas en la obra que la gracia
divina hace en el pecador. La primera es la “gracia precedente”, en la cual el Espíritu Santo
produce en el pecador convicción de pecado y de culpa a través de la ley.

La segunda es la “gracia operativa”, la cual produce en el pecador fe en Cristo y en su obra


redentora.

Y finalmente la “gracia cooperativa”, la cual permite que el hombre coopere en la obra


continúa de santificación al poseer ahora una voluntad renovada.

Esta doctrina del pecado y de la gracia llevó de la mano a Agustín a la doctrina de la


predestinación. Aunque en un principio Agustín tendía a pensar que la predestinación
dependía del previo conocimiento de Dios (representando a Dios como Aquel que elige a los
que previamente Él sabía que habrían de creer), pronto se dio cuenta que esta postura no era
consecuente con su doctrina del pecado y de la gracia, ya que coloca en el hombre la decisión
de creer como si el hombre tuviese la capacidad de hacer tal cosa por sí solo.

Agustín concluyó, finalmente, que Dios obra en el tiempo conforme al plan que se propuso
llevar a cabo en la eternidad y eso por el puro afecto de Su voluntad, no porque hubiese
previsto que el hombre habría de creer.

Como era de esperar, estas ideas de Agustín sobre el pecado original y la necesidad de la gracia
divina, obrando la regeneración en el pecador sin su cooperación, iban a encontrar oposición,
pues es totalmente contraria a la naturaleza humana caída. Esta oposición alcanzaría su punto
más alto en la controversia Pelagiana que veremos en nuestra próxima entrada.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este
material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y
procedencia.

La Perspectiva Original del Pecado Original


 

Peter Nathan

La obra de Agustín de Hipona acerca del pecado original a menudo se considera como una
reacción a sus propios excesos sexuales durante su juventud, pero, en realidad, la base de sus
ideas es mucho más profunda de lo que pudiera haber mostrado su conducta personal. El
origen de sus puntos de vista se encuentra claramente arraigado en el mundo de la filosofía.

Agustín se enfrentó a la pregunta que los filósofos inevitablemente formulan a los cristianos:
« ¿Cómo fue que el pecado entró al mundo si Dios es bueno?». Agustín buscó responder a
esta cuestión y, al hacerlo, adoptó muchas de las ideas de los filósofos.

El resultado, como lo demuestran sus escritos, fue que Agustín reinterpretó la Biblia a la luz
de la filosofía. Con respecto al pecado original, entendió el relato de Adán y Eva como una
descripción de la caída de la gracia sufrida por la humanidad. Ellos pecaron y fueron
castigados por Dios, y así toda la humanidad ulterior, en aquella época biológicamente
presente dentro de Adán, fue cómplice del pecado. La idea del pecado y la culpa innatos se
convirtió en una doctrina generalizada, como lo muestran las siguientes palabras de un
popular libro de texto de los Estados Unidos de los siglos XVII y XVIII: «En la caída de Adán
todos pecamos».

Sin embargo, Agustín no innovó el concepto del pecado original; lo nuevo fue su uso de partes
específicas del Nuevo Testamento para justificar la doctrina. El concepto en sí había tomado
forma a partir de finales del siglo II gracias a ciertos Padres de la Iglesia, incluyendo a Ireneo,
Orígenes y Tertuliano. Ireneo no empleó en lo absoluto las Escrituras para su definición;
Orígenes reinterpretó el relato del Génesis sobre Adán y Eva en términos de una alegoría
platónica, y consideró que el pecado derivaba únicamente del libre albedrío; mientras que
Tertuliano tomó prestada su versión de la filosofía estoica.

Aunque Agustín estaba convencido por los argumentos de los Padres de la Iglesia que le
precedieron, recurrió a las epístolas del apóstol Pablo, especialmente a la dirigida a los
romanos, para desarrollar sus propias ideas acerca del pecado original y la culpa. Hoy en día,
empero, es aceptado que Agustín, quien jamás dominó el griego, malinterpretó a Pablo en al
menos una ocasión al emplear una traducción inadecuada al latín del original en griego.

En Romanos 5 Pablo aborda el tema del pecado. En el versículo 12 señala: «Por tanto… el
pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a
todos los hombres, por cuanto todos pecaron». Más adelante, en ese mismo capítulo, Pablo
yuxtapone el pecado de Adán con la justicia de Cristo: «Porque así como por la
desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la
obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos» (Romanos 5:19). En contraste con
sus teólogos contemporáneos, a partir de su lectura de este texto Agustín concluyó que el
pecado se transmitía biológicamente de Adán a todos sus descendientes a través del acto
sexual, con lo que igualó el deseo sexual con el pecado; pero ¿por qué llegar a esta
interpretación cuando en la sociedad judía de los tiempos de Cristo y de Pablo las relaciones
sexuales dentro del matrimonio se consideraban buenas y honorables?

El punto de vista de Agustín respecto al sexo estaba distorsionado por ideas del mundo ajenas
a la Biblia. Debido a que gran parte de la filosofía estaba basada en el dualismo, en el cual lo
físico estaba catalogado como malo, pero lo espiritual como bueno, algunos filósofos
idealizaron el celibato. Las relaciones sexuales eran físicas y, por tanto, malas.

La relación de Agustín con los filósofos neoplatónicos le llevó a introducir su punto de vista a
la Iglesia, lo cual afectó el desarrollo de la doctrina. Por ejemplo, se consideraba que Jesús
había sido concebido inmaculadamente, es decir, sin pecado, puesto que su Padre era Dios.
No obstante, debido a que su madre, María, tenía un padre humano, ella había padecido el
efecto del pecado original. A fin de presentar a Jesucristo como un hijo perfecto sin haber
heredado pecado alguno de cualquiera de sus padres, la Iglesia tenía que encontrar la forma
de calificar a María como una mujer sin pecado, y lo hicieron al idear la doctrina de la
inmaculada concepción de María, aunque esto inevitablemente nos conduce a otras
preguntas.

Otros bebés no fueron tan afortunados. Alrededor de ocho siglos más tarde el teólogo
católico, Anselmo, expandió las implicaciones del concepto de Agustín respecto al pecado
original y afirmó que los bebés que morían lo hacían siendo pecadores y, como tales, no tenían
derecho a la vida eterna, sino a la condenación eterna.

El mundo del cual provenía Pablo tenía un punto de vista muy distinto respecto a las relaciones
sexuales, en especial dentro del matrimonio. El sexo no era malo; era parte de la creación
física que Dios había señalado como algo bueno (Génesis 1:31). El autor de la Epístola a los
Hebreos apoya este punto de vista al describir el lecho marital como «sin mancilla» (esto es,
puro o sagrado); en otras palabras, el acto sexual no afectaba la relación de una persona con
Dios (Hebreos 13:4). El apóstol Pablo amplía aún más esta idea en su Primera Carta a los
Corintios, en la que instruye a los matrimonios a no defraudarse el uno al otro, sino a cumplir
con sus deberes conyugales. Señala que en la relación sexual cada uno debe enfocarse en
buscar el bienestar del otro y no sólo su propia satisfacción. Así, pues, el punto de vista de
Agustín sobre el sexo como un pecado no coincide con las enseñanzas del Nuevo Testamento
ni tampoco con la afirmación del Antiguo Testamento respecto a que un hijo no carga con el
pecado de su padre (Ezequiel 18:19–20).

De igual manera, Pablo hubiera rechazado la idea de Agustín respecto a la transmisión


biológica. Pablo presenta un escenario donde la humanidad se encuentra cautiva por un
espíritu que la esclaviza al pecado (2 Corintios 4:4–6; Efesios 2:1–2). De acuerdo con Pablo,
todo el mundo estaba cautivo por «el príncipe de la potestad del aire»: Satanás. Pablo
menciona que el espíritu del hombre puede estar sujeto al espíritu del mundo o al Espíritu de
Dios (1 Corintios 2:6–14) y también advierte a los cristianos que su lucha con el pecado es
contra fuerzas espirituales, no físicas (Efesios 6:10–18).

Cuando Pablo habla de que el pecado «entró» al mundo se refiere a que Adán se sometió
voluntariamente a la naturaleza pecadora de Satanás, algo que Jesucristo también confrontó,
pero que rechazó (Mateo 4:3–11; Romanos 5:19). Con ese acto Adán se aseguró de que su
progenie estuviera bajo el mandato y la influencia de Satanás. Por consiguiente, en el Salmo 51
el autor habla de ser concebido en pecado. No era que el acto de la concepción fuera pecado,
sino que, como resultado de la concepción, se entraría a un mundo esclavizado al pecado.

Así, Pablo visualizaba al pecado dentro de un dominio espiritual más que biológico, lo cual se
refuerza más adelante en su Epístola a los Romanos, donde describe a la humanidad como en
un estado de esclavitud bajo fuerzas espirituales (Romanos 6:13–23). La opción de los
cristianos es convertirse en siervos de Jesucristo, algo que se puede lograr únicamente a través
del Espíritu Santo de Dios. Se trata de una responsabilidad asumida individualmente y no tanto
heredada.

En su comentario titulado The Mystery of Romans [El Misterio de los Romanos], Mark Nanos


contrasta el actuar de Jesucristo con el de Adán y señala que «a diferencia de Adán, [Jesús] no
aceptó la voz de la tentación, pues él no ‘comió’. Él escuchó la voz de Dios, creyó y obedeció».

Jesucristo vino a reemplazar a Satanás como amo del mundo, de manera que el pecado, por el
cual la humanidad se encontraba esclavizada, pudo ser eliminado (Romanos 16:20). Tal
libertad se concede ahora a quienes Dios atrae a su Hijo, pero será concedida a todo aquél que
esté dispuesto después del regreso de Jesucristo. Ésta fue la razón por la que la Iglesia
primitiva esperó con entusiasmo el regreso de Cristo… para que toda la humanidad pudiera
beneficiarse.

Es claro que el concepto dualista y neoplatónico de Agustín respecto a lo físico como algo malo
y lo espiritual como algo bueno no coincide con el punto de vista de Pablo. Esto nos lleva a una
segunda idea de influencia de Agustín relacionada con el pecado. Él propuso el concepto de la
«caída del hombre» como un resultado del pecado. Desde el punto de vista de Agustín, la
humanidad perdió su relación espiritual con su Creador y por ello cayó a un estado inferior. ¿Es
ésta una idea basada en los escritos de Pablo?

Pablo ciertamente reconoció la falta de una relación espiritual y que el pecado causaba la
muerte (Romanos 6:15–18). Vio al mundo separado de su Creador (Efesios 2:12; 4:18), una
condición que sólo se podía corregir con la intervención de Dios; pero vio también una
oportunidad para que la humanidad volviera a tener una relación correcta con Él después de
haber perdido su acceso a Dios en el Jardín del Edén. No obstante, esto sólo podía ocurrir al
convertirse en una «nueva criatura» en las manos de Dios. Más que describir la condición
humana como «caída», Pablo bien pudo haber pensado en la situación como una omisión a
«levantarse» ante lo que Dios le había ofrecido y describe a quienes no aceptan la verdad una
vez que han tenido una relación con Dios como que la han rechazado (Gálatas 5:4, versión Dios
habla hoy).

El punto de vista de Pablo concuerda con el resto del relato bíblico en cuanto a que el libro de
Génesis registra que a Adán y a Eva se les negó el acceso al árbol de la vida, el cual les hubiera
dado la vida eterna. Así, aunque fueran separados o alejados de Dios debido al pecado y
expulsados del Jardín del Edén, jamás se hubieran involucrado realmente en la relación que
Dios deseaba, lo cual hubiera sido posible con sólo comer de ese árbol.
Trágicamente, la lectura incorrecta y la mala interpretación de Agustín respecto al pecado,
basadas en el análisis de las Escrituras a través del prisma del dualismo, son aceptadas como
dogma por la mayoría de los teólogos cristianos contemporáneos. La doctrina del pecado
original se debe más al deseo de Agustín de emular a los filósofos que a la Escrituras.

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