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En ese bosque todos sabían que la liebre era el animal más veloz. Todas las
mañanas, antes de que saliera el sol, la liebre corría y corría por las
estrechas sendas entrenando cada día. Cuando los demás despertaban, ya
había hecho kilómetros y kilómetros sin que nadie se enterara. Tan solo el
búho, cada amanecer, veía a la liebre correr, pero no decía nada.
Narrador:
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Una tarde, el conejo envidioso fue a visitar a sus padres a una madriguera
cercana, y en el camino se hizo de noche. De repente le llegó el olor
inconfundible del fuego y, enseguida se vio envuelto entre las llamas y una
espesa humareda. Empezó a toser ahogándose y no podía ver nada con el
humo.
Narrador:
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- Perdóname liebre.
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