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La autoridad en el aula de clase.


Una reflexión desde la práctica pedagógica
en educación religiosa escolar*

Juan Pablo Romero Contreras**

Fecha de recepción: 17 de noviembre de 2011


Fecha de aprobación: 6 de diciembre de 2011

Resumen
Ejercer la práctica docente es una labor compleja, pues son muchos los factores que
dificultan su realización; por ejemplo, la disciplina, el desinterés de numerosos
estudiantes, la preparación de la clase, e incluso la constante formación que requiere
ser docente. Este panorama se hace más complejo cuando el tema tiene que ver con
la experiencia de fe, ya que numerosos estudiantes se enorgullecen de ser ateos o de
no creer en estructuras religiosas que para ellos son indiferentes y que no contienen
aportes significativos e interesantes para su existencia. Tal contexto académico pone de
manifiesto la labor que tiene el docente de concentrar la atención de sus estudiantes
en la temática que aborda a diario. Para ello, es indispensable establecer relaciones
adecuadas que brinden espacios de diálogo y superen visiones en las que solo una
de las partes tenga la razón.

Palabras clave: Educación religiosa escolar, autoridad moral, autoritarismo,


permisividad, pedagogía, Reino de Dios.

Trabajo realizado como reflexión final de la práctica pedagógico-pastoral, realizada en el colegio


*

Champagnat, en Bogotá, durante el periodo agosto-noviembre de 2011.


**
Profesional en Filosofía, Corporación Universitaria Minuto de Dios; estudiante de último
semestre de Licenciatura en Teología, Pontificia Universidad Javeriana; pertenece a la Congre-
gación de Misioneros del Sagrado Corazón de Jesús. Correo electrónico: jotaprc@gmail.com

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Introducción
La labor como practicante-docente permite develar que la educación
religiosa escolar (ERE) es a grandes rasgos una actividad que genera dos
preocupaciones: primero, el compromiso radical en la formación de la
experiencia de Dios de un grupo de treinta y cuatro (34) personas, y se-
gundo, cierto temor fruto de la responsabilidad de realizar una práctica
coherente con lo aprendido en la academia.
Además, en este proceso se evidencian innumerables dificultades
que la labor educativa enfrenta en su propia elaboración, una de ellas, la
manera de establecer una sana relación de autoridad en el aula de clase,
en el espacio de la ERE. Esta labor requiere de gran esfuerzo, delicadeza
y sutileza, para no agredir la integridad moral de los niños, ni ir en
contra de lo establecido por decretos, leyes e incluso debates que giran
en torno del respeto que debe ejercer el docente sobre quienes se con-
sideran educandos.

Cambio de paradigma
Exponer el concepto de autoridad en el aula de clase resulta problemático,
en tanto que en un primer momento tal concepto se relaciona con el
poder o dominio que tiene o debe tener alguien sobre un determinado
grupo de personas. De ahí que en el aula se manifiesta que generalmente
la autoridad la tiene el maestro, como referente de poder; es como si tu-
viera en sus manos las decisiones y el control absoluto del conocimiento
y de los estudiantes.
Sin embargo, entender la autoridad de esta manera tiene sus
raíces cimentadas en el contexto en el cual las personas desarrollan sus
actividades; por ejemplo, en el contexto colombiano, la autoridad tiene
un matiz legislativo y público, ya que las instituciones hacen cumplir las
leyes para mantener el orden de la sociedad; de otra manera, en la familia,
quienes poseen la autoridad son los padres, porque son considerados la
ley; son quienes determinan lo bueno de lo malo, y las normas que se
deben cumplir dentro del esquema mental que ellos tienen de familia.
Cabe recordar, no obstante, que durante el siglo XIX la autoridad
se relacionaba con el temor que generaba el simple hecho de dar una

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orden, porque se tenía la visión sesgada de que quien dirigía un grupo


no se equivocaba y tenía la última palabra frente a una decisión puntual
que nadie cuestionaba. Así, en un mundo donde el golpe y el castigo
físico eran legítimos, la autoridad de los profesores y las profesoras era
incuestionable.
Ahora bien, esta visión se ha ido fragmentando con el pasar de los
años; ya en el siglo XXI la sociedad se encuentra con un fenómeno que se
puede denominar de manera somera “permisividad”: niños y jóvenes no
han experimentado la sensación desagradable que produce la frustración
de escuchar un “no”, y ello ha convertido a la familia en un ámbito de
relaciones centradas en la satisfacción de peticiones, deseos, caprichos y
necesidades, en el cual no se reconoce ninguna clase de autoridad y se
deja a la deriva esa primera escuela de formación de niños y jóvenes que
es el contexto familiar.
Hablar de autoridad en la escuela del siglo XXI no tiene la misma
connotación de antaño; hoy en día se aboga por una autoridad moral
basada en la credibilidad de la persona en una sociedad determinada,
que nace del ejemplo ético de sus acciones, de la coherencia entre lo que
dice y lo que hace y de su comportamiento en dicha sociedad.
Frente a este panorama, y si se toma en cuenta que las vivencias en
el entorno familiar son un reflejo de aquello que se vive en la sociedad,
cabe preguntar sobre el tema de la autoridad en el aula de clase, ya que
si este concepto es nulo en los espacios en los que se convive la mayor
parte de tiempo, por ejemplo, el hogar, ¿qué acontece en el aula de cla-
se? ¿Será que se está presentando una pérdida de la autoridad por parte
del docente? ¿Cuáles son las características de un profesor de la ERE en
referencia a la autoridad?

La ere como sustento de una autoridad moral


Antes de responder a los interrogantes planteados y como futuro docente
de la ERE, es necesario presentar la naturaleza de la misma, para evi-
denciar su principal labor y establecer la manera como se vincula con la
autoridad escolar en el contexto colombiano.

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En un primer momento, encontramos su fundamentación en la


“Ley general de educación”, que señala que la educación religiosa es una
de las áreas fundamentales de la educación básica y media como parte
del propósito de formar íntegramente al ser humano. Esta disposición
permite el reconocimiento de la dimensión religiosa como constitutiva
del ser humano y de la religión como parte integrante de la cultura.1
Tal perspectiva presenta una óptica en la que lo religioso tiene una im-
portancia capital en la cultura, así como en la configuración individual
y social, y el reconocimiento de la necesidad de la relación trascendente
que subyace en todo ser humano.
Sin embargo, no es suficiente tener un soporte legal de la ERE.
Es necesario “darle identidad, exponer el saber disciplinar y el saber
pe-dagógico que la soportan”.2 Ésta es una disciplina escolar que busca
construir un saber cuyo punto de partida es la experiencia trascendente,
por lo que se vincula de manera directa a la formación del ser humano.
Ello, al brindarle las herramientas necesarias para la asimilación crítica
de la cultura en la que se mueve, y de manera especial, fortalecer su ca-
pacidad “para analizar lo religioso dentro de la cultura de la cual forma
parte”.3 Así, en cada persona se propicia la formación de su experiencia
de fe, para que pueda dar sentido a su respuesta de creer en un ser tras-
cendente, o negarlo y considerarse ateo.
Resulta evidente que la ERE “despierta y replantea los interrogantes
sobre Dios, sobre la interpretación del mundo, sobre el significado y valor
de la vida, sobre las normas del valor humano y posibilita una respuesta
que nace de la fe”.4
Si la ERE busca establecer una fundamentación en la vida de niños
y jóvenes, en términos de fe, los docentes deben ser identificados por rea-
lizar su labor de manera diferente, buscando mecanismos humanistas que
lleven a una sana convivencia y reconocimiento del otro como alguien

1
República de Colombia. Ministerio de Educación, “Ley 115 de 1994 o Ley general de educación,
artículos 23 y 31.
2
Meza (dir.), La ERE, naturaleza, fundamentos y perspectivas, 19.
3
Ibid., 20.
4
Ibid., 21.

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diferente, en un contexto marcado por diferencias, exclusivismos o pre-


ferencias que dinamizan procesos de fragmentación social contrarios a
la misión de la Iglesia, sin importar cuál sea su confesión.
En otras palabras, se trata de un docente que “detente una auto-
ridad epistemológica y deontológica que lo habilite para acompañar al
educando en el crecimiento de su dimensión religiosa, sea cual sea su fe
particular”.5 Para ello, ha de ejercer una autoridad adecuada que lleve a
una formación de los educandos, una autoridad moral que se centre en
el testimonio de vida, en la coherencia de lo que dice y hace, que busque
generar confianza por parte de los estudiantes y propiciar así un ambiente
democrático en el aula de clase.
Dicha autoridad ha de brindar el espacio para que –en un con­
texto de violencia– las personas encuentren un profundo sentido a su
existencia, y ha de brindar un horizonte claro a los niños y jóvenes que
viven su día a día en una sociedad en constante crisis de valores, una crisis
trascendental; porque es más fácil afirmar que se es ateo que buscar una
serie de comportamientos éticos mediados por una ideología religiosa,
enfrentada a “problemáticas sociales, familiares, educativas y personales
que han desatado una actitud pesimista y desesperanzadora respecto del
futuro propio de la sociedad”.6
Así, el docente de ERE debe generar, por medio de su autoridad,
espacios de encuentro personal y comunitario que permitan que su ac-
ción sea vista como un servicio y no como imposición académica.

Autoritarismo versus permisividad


La escuela del siglo XX se caracterizó por ser una escuela normativa,
considerada “buena”, desde el otro lado de sus muros, ya que a simple vis-
ta la formación de los educandos les inculcaba respeto, responsabilidad,
compromiso y un sinnúmero de valores sociales necesarios para engra-
narlos en el ideal humanista.

5
Ibid., 30.
6
Casas, “Por una familia-escuela samaritana: diagnóstico de las relaciones entre la escuela y la
familia en Colombia y propuesta de desafíos”, 136.

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Sin embargo, algunas de estas personas, al terminar sus estudios,


sorprendieron a la sociedad con sus acciones, pues se convirtieron en
agresores de quienes les rodeaban. Fue como si despertaran de años de
represión y maltrato, y al asumir instancias o roles de poder (familiar,
institucional o sociocultural), organizaron su mundo desde el ejercicio
tiránico de sus potestades, acudiendo al miedo como su principal herra-
mienta y ejerciendo autoritarismo, en lugar de una verdadera autoridad.
En las aulas, las actividades no se detenían. El docente casi no ne-
cesitaba llamar la atención, y si lo hacía, era para aplicar castigos corpo-
rales, como golpes de vara en las manos o las nalgas, jalones de oreja, o
la permanencia del alumno de pie y en silencio, por largos ratos, o de
rodillas, con la cara hacia la pared. Lo mismo ocurría con quienes eran
considerados perezosos o por algún motivo no cumplían con sus tareas.
Los puestos en las aulas eran ordenados por filas, de acuerdo con criterios
de rendimiento: estaban las filas de los flojos o los indisciplinados, y las
de los aplicados. De esta manera, era sencillo identificar las personas que
cumplían sus obligaciones y las que no.
Los padres y las madres no planteaban quejas ni reclamos. Por el
contrario, cuando se dirigían al docente, era para decirle: “Se lo encargo,
y si se porta mal, solo péguele, repréndalo profesor.” Así, en un mundo en
el que el maltrato era legítimo, la autoridad del docente no se cuestionaba.
Otro ejemplo de autoritarismo es expuesto por Pink Floyd, en la
canción “The Wall”, en la que devela el ejercicio de la autoridad desde
la disciplina exagerada y el maltrato físico. Detrás está la represión que
sufrieron esos docentes: es como una cadena en la que soy maltratado y
por eso maltrato a quienes considero débiles e inferiores, lo cual hacía
de la escuela un lugar tenebroso y lúgubre, donde el temor a ser objeto
del desahogo del maestro era el pan de cada día.
Esta situación, que vivieron muchos que hoy son padres de familia,
ha cambiado, y la gran mayoría no está dispuesta a dejar que sus hijos
pasen por los tormentos que ellos pasaron. Buscan protegerlos, y sin
olvidar la formación académica e integral de los niños, han indagado
sobre diversas maneras de evitar la violencia en el aula de clase por parte
del docente.

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Este cambio de estructura mental, poco a poco, se ha convertido


en un pequeño Leviatán, que va deconstruyendo un esquema que se
considera anticuado y obsoleto, sin establecer bases apropiadas para el
ejercicio de la docencia y la formación de personas que son consideradas
el futuro del mundo.
Esta transición, en cuanto al tema de autoridad, es válida, porque
ha desencadenado un importante número de investigaciones pedagógicas;
pero por otro lado se ha deslizado hacia el campo de la permisividad,
pues ahora son los estudiantes quienes desean tener el mando sobre los
docentes, y han dejado de lado el sentido de autoridad, al faltarles al
respeto y trasgredir leyes y normas, sin importar las sanciones que ello
acarree.
Es como si en los estudiantes surgiera un fuerte deseo de tener el
dominio total de las situaciones en el aula de clase. Ante una realidad
en la que tutelas, demandas, o incluso amenazas son los procedimientos
convencionales frente al ejercicio de la autoridad docente, es vital tener
presente algunas herramientas que permitan construir un clima adecuado
para el ejercicio de dicha labor en las aulas7: la formación de saberes
técnicos que den lugar a clases con metodologías que capten la atención,
el interés y la motivación de los niños y jóvenes es fundamental; de otra
parte, los docentes han de ser personas cuyas actitudes, comportamientos
y rasgos personales generen confianza, para crear una atmósfera de
cordialidad, paz y respeto en el aula.
Ahora bien, tales actitudes, comportamientos y rasgos estabili-
zan las relaciones docente-estudiante, y por esa vía posibilitan que los
docentes inspiren respeto, sean dignos de imitación y se transformen en
líderes de sus estudiantes; a esta condición se la denomina “autoridad
moral”, y según los expertos, es el pilar fundamental en la labor docente
en el aula de clase.

7
Rojas y Lambrecht, Construyendo autoridad moral desde las aulas. Reflexiones y propuestas para
la acción, 6.

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Pistas para ejercer autoridad en el aula


En el ejercicio de la práctica docente, una dificultad es la necesidad de
establecer una autoridad adecuada en el aula que lleve a los estudiantes
a encontrar verdadero interés por lo que están aprendiendo.
Así, se debe partir desde la misma experiencia de vida, para tomar
conciencia de la pertinencia e importancia social de todo aprendizaje,
no solo como camino de madurez y realización personal sino de servicio
y construcción de humanidad. El docente debe tener una actitud de li-
derazgo, que consiste en desarrollar un talante transformador que con-
voque y anime a los estudiantes, por medio de la exploración de mundos
académicos, a trascender lo que consideran antiguo.
Parte de dicho liderazgo consiste, además, en mantenerse abierto
ante sus estudiantes, no sólo desde su actitud de escucha y acompa-
ñamiento, sino también desde su capacidad de aprender y dejarse con-
frontar por ellos. De este modo, los procesos de enseñanza-aprendizaje
podrían concebirse también como una construcción dialéctica del
conocimiento.
El líder es la persona que no impone, sino propone, y está dispuesta
a convertirse en aprendiz, a establecer una relación de resonancia que le
permita sentir las necesidades, conflictos, esperanzas y miedos que no
son expresados por el otro de manera evidente. “Este tipo de maestro
respeta siempre la autonomía de sus estudiantes, empleando más tiempo
en tratar de ayudarle a formular y resolver sus preguntas que a exigirle
respuestas correctas.”8 
Ahora bien, tales características ponen de manifiesto ciertas ac-
titudes, comportamientos y rasgos que dan pie a la construcción de
confianza, que “estabilizan el mundo, crean una atmósfera de cordialidad,
paz y civilidad, y por esa vía, infunden respeto y se les sigue”.9
La actitud de liderazgo genera en los niños confianza, que se cons-
truye cumpliendo lo que se promete y siendo congruente entre lo que se

8
Noel, “La autoridad en crisis: conflicto y autoridad en escuelas de barrios populares urba-
nos.”, 12.
9
Rojas y Lambrecht, Construyendo autoridad moral desde las aulas, 14.

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dice y lo que se hace. No hacerlo tiene gran incidencia en la pérdida de


autoridad del docente en el aula, ya que en muchas ocasiones se afirma
algo, o se amenaza a los estudiantes con una acción represiva, pero ésta
no se ejecuta, lo que les permite detectar la contradicción, la debilidad
o la inseguridad de quien no cumple su palabra, y con ello, pierde su
fuerza, lo cual propicia actitudes de indisciplina.
La construcción de confianza por parte del docente muestra la
existencia de actitudes que permiten el buen desempeño pedagógico;
entre ellos, la humildad, que supone confianza en sí mismo, y que es el
rasgo que nos permite admitir que “nadie lo sabe todo, nadie lo ignora
todo. Todos sabemos algo, todos ignoramos algo”.10 Esta actitud es im-
portante porque lleva a considerar el conocimiento del otro como válido.
De la mano de la humildad se encuentra la tolerancia, que nos
enseña a convivir con lo diferente. Esto no quiere decir que el docente
caiga en un relativismo que lo lleve a la irresponsabilidad de presentar
su clase sin preparación, a improvisar, o a no establecer los límites ade-
cuados de las relaciones al interior del aula.
De ahí la importancia y necesidad de cumplir las promesas que se
hacen frente a niños y jóvenes, ya que “las promesas también son actos
de habla y como estos, también crean realidad. Se crea una realidad muy
diferente cuando sistemáticamente se cumplen las promesas, a la realidad
que aparece cuando no se cumplen las promesas”.11
En este punto, durante los años escolares, numerosos estudiantes
experimentan la falta de coherencia entre lo que se hace y lo que se dice,
en cuanto al cumplimiento del reglamento del colegio. Por ejemplo, éste
plantea que los niños lleven el cabello corto y el uniforme completo y
bien presentado (camisa por dentro del pantalón, el saco puesto, etc.);
y al iniciar el año escolar, los docentes, el coordinador, e incluso el di-
rector, se preocupan por hacer cumplir tales normas, reprendiendo a los
alumnos que tienen el cabello largo y que se presentan con el uniforme
incompleto. En mitad del año, ya no se acuerdan del reglamento, y casi

10
Freire, Cartas a quien pretende enseñar, 60.
11
Rojas y Lambrecht, Construyendo autoridad moral desde las aulas, 15.

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nadie lo hace cumplir; pero cuando el colegio tiene anunciada una visita
especial, otra vez se inicia la cacería de los alumnos con cabello largo. Esto
genera inconsistencia, que puede llevar a la pérdida de la autoridad por
parte de los docentes, y más grave aún, por parte de la misma institución.

Autoridad democrática
En este orden de ideas, la confianza es uno de los pilares para la cons-
trucción de autoridad moral en las aulas de clase. Otras actitudes básicas
son la escucha y la coordinación correcta de las acciones. Por este motivo,
el modelo de autoridad adecuado debe tener su base en el acompa-
ñamiento y el reconocimiento propio de las relaciones horizontales; ha
de presentarse como una autoridad que deje de lado toda pretensión de
relación asimétrica, que establezca vínculos y relaciones significativas,
que motiven el desarrollo de habilidades para la estructuración y confi-
guración de relaciones sociales, y a partir de éstas, asegurar una formación
integral, personal y académica.
Con ello, se busca que el estudiante tenga voz en su propia forma-
ción, y que el docente escuche atentamente las necesidades de sus
alum-nos, en la construcción de una autoridad democrática “en la que
hablemos a los educandos y con los educandos, para que escuchándolos
podamos también ser oídos por ellos”.12

Una pedagogía desde los valores del Reino de Dios


Para entrar en materia, he decidido tomar el texto La pedagogía de Jesús,
en el que se expresa que la pedagogía “es la ciencia de la acción educativa,
es una disciplina no simplemente descriptiva o interpretativa, sino una
reflexión crítica, propiamente proyectiva, tendiente a dar sentido, re-
definir y ofrecer una refundamentación al conjunto de prácticas educa-
tivas”.13 Es una ciencia humana y social que se encuentra en constante
evolución, al buscar respuesta a la realidad en la que se inserta, y desem-
bocar en tres movimientos: evocación, convocación y provocación.

12
Freire, Cartas a quien pretende enseñar, 102.
13
Peresson, La pedagogía de Jesús, maestro carismático popular, 115.

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Jesús de Nazaret presenta una manera de vivir la autoridad pe-


dagógica en el aula, pues él fundamentó sus acciones en la autenticidad, la
coherencia y la valoración de los procesos humanos, mediante el ejercicio
de su ministerio profético como educador, y buscó establecer el Reino
de Dios en las relaciones interpersonales.
La pedagogía de Jesús “está centrada en la persona humana y
orientada a su realización en plenitud”.14 Con esto, se devela el valor
absoluto que tiene la persona en las enseñanzas de Jesús, pues esa persona
se encuentra por encima de todo y llega a ser lo más sagrado. Tal debe
ser la actitud de un docente, en especial, un docente de la ERE, cuyo
principio fundamental es despertar en sus estudiantes un sentido y una
experiencia de fe cimentada en la persona y en su realización como va-
lor fundamental.
Aunque no se trata de una labor fácil, vale la pena considerar que
Jesús también se enfrentó a las estructuras de su tiempo, y estuvo en
contra de algunas prácticas, lo cual le costó la persecución y la muerte.
A esto estamos llamados como docentes: a dar la vida por las personas
que vienen a nuestras aulas, para formar su conciencia y orientarlas a
establecer el valor intrínseco de la propia dignidad, sin importar su
condición o limitación.
En los evangelios, Jesús lo manifiesta con ejemplos: Mc 6, 35-44, o
Mt 5,20. Estos son algunos de los numerosos relatos en los que se busca
restablecer lo que muchos han perdido: su condición de seres humanos;
más aún, es tal la importancia que tiene el ser humano para el Maestro
de Galilea, que muchos se sorprenden de la manera como se dirige a sus
detractores, o incluso a quienes devuelve la salud; por esto, es común
encontrar, en algunos pasajes, la expresión “ha hablado con autoridad”.
La labor no es fácil, pero encontramos ejemplos y herramientas
suficientes para ejercer una autoridad responsable en el aula de clase. Es
preciso tener en cuenta el contexto histórico en el que se vive, pero éste
no debe ser un limitante para arriesgarnos a cambiar estructuras que
parecen inamovibles. Para ello, debemos tener confianza en nosotros
mismos, de manera que podamos despertarla en los otros, y tener una

14
Ibid., 217.

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capacidad de escuchar a los demás, con amor y cariño, lo cual genera


comprensión, compasión y, por qué no, amistad, sin caer en lo licencioso,
y convencidos de que algún aprendizaje se obtiene con esta actividad.

Bibliografía
Casas, Juan Alberto. “Por una familia-escuela samaritana: diagnóstico de
las relaciones entre la escuela y la familia en Colombia y propuesta
de desafíos.” Reflexiones Teológicas 4 (2009): 121-150.
Freire, Paulo. Cartas a quien pretende enseñar. Madrid: Siglo XXI Editores,
1997.
Meza Rueda, José Luis (dir.). La ERE, naturaleza, fundamentos y pers-
pectivas. Bogotá: San Pablo, 2011
Noel, Gabriel. “La autoridad en crisis: conflicto y autoridad en escuelas
de barrios populares urbanos.” Cine y Formación Docente 2007.
Ministerio de Educación, http://www.me.gov.ar/curriform/publica/
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Prekop, Jirina. El pequeño tirano. México D.F: Herder, 1997.
Peresson, Mario L. La pedagogía de Jesús, maestro carismático popular.
Bogotá: Ediciones Salesianas, 2004.
República de Colombia. Ministerio de Educación. “Ley 115 de 1994,
por la cual se expide la ley general de educación.” Ministerio de Edu-
cación Nacional, http://menweb.mineducacion.gov.co/normas/
concordadas/Decreto115.htm (consultado el 13 de agosto de
2011).
Rojas Figueroa, Alfredo y Lambrecht, Nora. Construyendo autoridad moral
desde las aulas. Reflexiones y propuestas para la acción. Santiago de
Chile: Orealc/Unesco, 1998.

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