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que literalmente se traduce como “cabeza del año”) Adán y Eva fueron creados
y, en el transcurso de este mismo día, pero años después, incurrieron en el error
de tomar el fruto del árbol del bien y del mal. Así mismo, coincide con la fecha
que Caín asesinó a su hermano Abel y, por ello se conoce como el Día del Juicio
(Yom ha-Din) y el Día del Recuerdo (Yom ha-Zikaron), inicio de un período de
introspección y de reflexión que se prolonga por diez días (los Yamim Noraim,
“Días de Penitencia”) que finalmente culminan con el Yom Kipur (o “Día del
Perdón”). Se cree que en este periodo de tiempo el Creador emite su juicio sobre
los hombres.
Tenemos entonces, una triple coincidencia: día de año nuevo, día del pecado
original, y día en el que tuvo lugar el primer fratricidio. Por ende, al término de
cada año y según el calendario hebreo, la eterna rueda del tiempo nos condena a
reencontrarnos una y otra vez con este día, impregnado de leyendas y memorias
de pecado.
Concepción católica, inexistente en el seno del judaísmo, que no interpreta la
actuación de Adán y Eva como una falta por la que toda la humanidad haya que-
dado inmediatamente estigmatizada. Cada año llega entonces con una altísima
dosis de simbolismo, ambigüedad e imaginación, avieso a las interpretaciones de
orden literal, tales como: ¿qué representa el árbol del bien y del mal?, ¿qué sucede
con la serpiente?, ¿qué hay detrás del fruto prohibido?
Además, ¿cuál es el fruto prohibido? La iconografía consolidaría el imagi-
nario de la manzana a partir del siglo XIII, quizá en razón de la similitud de su
nombre en latín (male) con la palabra que designa al “mal” (male), o por influen-
cia indirecta de la mitologías griega y nórdica, a partir del fruto de oro que desató
la guerra de Troya y de las manzanas de Iduna. Bien podría ser la uva, fruto
por el que propendieron varios sabios en los tiempos talmúdicos al escribir en
la Mishná –principal tratado del judaísmo rabínico— que el árbol del bien y del
mal era una vid. A pesar de que son preguntas sencillas, estas dan cuenta de la
bruma de la que está imbuido el pasaje de la transgresión de Adán y Eva, resul-
tado previsible que la tradición cristina señala como nuestro más grave pecado.
Años después, en la misma fecha se comete un nuevo pecado que dista
enormemente del anterior; se trata de un incidente genuinamente cruel y brutal:
un hombre mata a su hermano. Hecho concreto, carente de ambigüedades, de
incertidumbres o alegorías. Sin embargo, el asesino no es un hombre cualquiera,
tampoco un ser humano como sus padres, quienes fueron esculpidos por las ma-
nos de Dios en calidad de adultos, con una consciencia, y puestos en el mundo.
Caín fue el primer hombre hecho como todos nosotros, el primero en conocer
la calidez del útero, el primer hombre lanzado al mundo a través del sufrimiento
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carne ofrecida por Abel subió recto hasta desaparecer en el espacio infinito, señal
de que el señor aceptaba el sacrificio y de que en él se complacía, pero el humo de
los vegetales de Caín, cultivados con un amor por lo menos igual, no fue lejos, se
dispersó allí mismo, a poca altura del suelo, lo que significaba que el señor lo re-
chazaba sin ninguna contemplación. Inquieto, perplejo, Caín Le propuso a Abel
que cambiaran de lugar, pudiera ser que circulara por allí una corriente de aire
que fuera causa del contratiempo, y así lo hicieron, pero el resultado fue el mismo.
Estaba claro, el señor desdeñaba a Caín. Fue entonces cuando se puso de mani-
fiesto el verdadero carácter de Abel. En lugar de compadecerse de la tristeza del
Hermano y consolarlo, se burlo de él, y como si eso no fuera poco, se puso a enalte-
cer su propia persona, proclamándose, ante el atónito y desconcertado Caín, como
un favorito del señor, como un elegido de dios. El infeliz Caín no tuvo otra opción
que engullir la afrenta y volver al trabajo. La escena se repitió, invariable, durante
una semana, siempre un humo que subía, siempre un humo que se podía tocar con
la mano y luego se deshacía en el aire. Y siempre la falta de piedad de Abel, la
jactancia de Abel, el desprecio de Abel. Un día Caín pidió a su hermano que lo
acompañara a un valle cercano (...) y allí, con sus propias manos, lo mató a golpes
con una quijada de burro que había escondido antes en un matorral, o sea, con
alevosa premeditación. Fue en ese momento exacto, es decir, retrasada con rela-
ción a los acontecimientos, cuando la voz el señor sonó, y no solo sonó la voz, sino
que apareció en persona. (...) Qué has hecho con tu hermano, preguntó, y Caín
respondió con otra pregunta, Soy yo acaso el guardaespaldas de mi hermano , Lo
has matado, Así es, pero el primer culpable eres tú, yo habría dado mi vida por
su vida si tú no hubieras destruido la mía, Quise ponerte a prueba, Y quién eres
para poner a prueba lo que tú mismo has creado, Soy el dueño soberano de todas
las cosas, Y de todos los seres, dirás, mas no de mi persona ni de mi libertad”
(Saramago, 2009, p. 37-39).
Aunque el relato de Saramago se conserva fiel al texto original del cuarto ca-
pítulo del Génesis, también lo transciende al esbozar detalles, otorgar una mayor
profundidad al diálogo entre Dios y nuestro antepasado fratricida,y resignificar-
lo por medio de los giros de la imaginación. No obstante, mantiene el espíritu
del mito fundador.
Siendo la libertad la esencia de la literatura, podría apelarse a ella para plantear
el pecado de Caín como el verdadero pecado original. Fuera de haber sido come-
tido por un hombre con las mismas raíces de las que disponemos todos nosotros
para aferrarnos al mundo –raíces de carne y no de barro, raíces tangibles y no
sobrenaturales—, y de ser sin lugar a dudas un suceso que no está envuelto en
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“(...) vamos a imaginar que los conflictos de tierras entre pastores y agricultores
llegan a un punto tan crítico que se declara una guerra civil, y los pastores triun-
fan. Inmediatamente, los pastores se organizan para mantener su hegemonía, y
sus líderes serán los líderes. (...) Las religiones podrían elaborar mitos que se
adecuaran a la visión del mundo de los pastores, (...) narrativas que contuvieran
a un hermano agricultor y a un hermano pastor, uno vil y el otro noble, lo que de
cierta forma ocurre con la historia de Caín y Abel – Jehová rechaza la ofrenda
de Caín el agricultor sin mayores explicaciones—. En fin, la gama de posibili-
dades es muy amplia, como queda claro cuando se estudia la historia” (Ribeiro,
1998, p. 24).
Una de las principales actividades de los hebreos fue el pastoreo, por lo que
la agricultura ocupaba un segundo lugar. Así las cosas, en un ejercicio de poder,
los patriarcas pastores crearon una mitología donde se exaltara la figura de los
pastores y se marginalizara la de los agricultores, estos últimos sometidos por
los primeros. En otras palabras, siendo Caín el primogénito, sería natural que él
asumiera la posición simbólicamente privilegiada del pastor, cosa que no sucede
en el relato bíblico, y tampoco se arguyen razones para ello. No obstante, lo que
nos interesa es que a pesar de ser el primogénito, Caín no goza de los privilegios
de su condición, y que ante tal humillación se espera que él codicie la posición
privilegiada de Abel, el pastor.
La gula es deseo insaciable, generalmente por comer o por beber, que condu-
ce a excederse más de lo necesario. Según la perspectiva en cuestión, este pecado
se relaciona con el egoísmo humano: querer más y más sin contentarse con lo
que ya se tiene. Es por ende, expresión de codicia. Ahora bien, la gula de Caín
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“(...) hacemos parte de una civilización que tiene profundas raíces en el pensa-
miento religioso griego y judeocristiano. Aunque no todos creamos en las nociones
de impureza y de pecado, creemos firmemente en sus correlaciones psicológicas.
Creemos sin lugar a dudas que la psique (o el alma) impregnada de sentimientos
de culpa no puede estar bien. De ninguna manera aceptamos que las personas que
cargan delitos en sus consciencias puedan sentirse saludables y felices”. (Coetzee,
2003, p. 26).
Todos nosotros, seres humanos, cargamos la culpa del pecado original. Pero
este pecado puede no haber consistido en haber tomado el fruto prohibido del
árbol sino en haber asesinado a un hermano de carne y hueso, hermano tan hu-
mano como todos nosotros. Si así es, ¿podemos ser saludables y felices? En La
interpretación de los sueños, cuando Freud habla de los sueños absurdos y de la
actividad intelectual que tiene lugar durante el sueño, presenta un caso extremo
que puede servir de ejemplo para ilustrar la culpa fratricida ancestral. Describe
a un hombre “extremadamente culto y de buen corazón que, poco después de
la muerte de sus padres, comienza a recriminarse por sentir inclinaciones homi-
cidas, hasta que termina siendo víctima de una serie de medidas cautelares que
se ve obligado a adoptar por seguridad”. Según Freud, este caso consta de un
patrón de obsesiones severas que van acompañadas de la completa introspec-
ción del sujeto:
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“Al inicio, andar por las calles se le volvió un problema por su compulsión de
ratificar por dónde desaparecía cada una de las personas con las que se cruzaba.
Si alguien escapaba a su mirada atenta, la preocupación y la Idea de que tal
vez había matado a esa persona se adueñaban de él. Detrás de esto había, entre
otras cosas, la “fantasía de Caín”, porque “todos los hombres” son hermanos”.
(Freud, 1900, p. 490; los énfasis son nuestros).
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Translation of Summary
The sovereignty of the seven deadly sins
Upon Cain and contemporary man
Objective: The aim of the present article is to highlight and explore the relevance of
the symbolic concept of the seven deadly sins in the passage of Cain and Abel as well
as in contemporary mankind. Development: By demonstrating that the sins of envy,
greed, gluttony, lust, wrath, sloth and pride are present in the tale of the first fratricide,
according to the Book of Genesis, we develop a reinterpretation of the concept of
original sin. Conclusion: In addition to biblical sources, such reinterpretation is based
upon literary texts and some of Freud’s studies.
Referencias
Bíblia (1989). São Paulo: Edições Loyola.
Coetzee JM (2003). A Vida dos Animais. São Paulo: Companhia Das Letras.
Freud S (1900). A Interpretação dos Sonhos. En: Edição Standard Brasileira das Obras Psi-
cológicas Completas de Sigmund Freud. v. 5. Rio de Janeiro: Imago.
Freud S (1915). Reflexões para os Tempos de Guerra e Morte. En: Edição Standard Brasi-
leira das Obras Psicológicas Completas de Sigmund Freud. v. 14. Rio de Janeiro: Imago.
Ribeiro JU (1998). Política – quem manda, por que manda, como manda. Rio de Janeiro: Nova
Fronteira.
Saramago J (2009). Caim. São Paulo: Companhia Das Letras.
Saramago J (2009) Caín. Bogotá: Alfaguara.
Tavares GM (2006). Jerusalém. São Paulo: Companhia Das Letras.
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Correspondencia
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