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Concepto | Estudios

El Patrimonio Cultural: entre la identidad y el ambiente


Cultural heritage: between identity and the environment

Graciela Ciselli
Profesora Adjunta Ordinaria en Antropología Cultural (Universidad Nacional de la Patagonia
San Juan Bosco). Profesora Adjunta Ordinaria en Legislación turística, ambiental y
patrimonial (Universidad Nacional de la Patagonia Austral). Abogada.

Resumen:
Desde principios de siglo XX, el Patrimonio Cultural en Argentina ha contado con una
estructura institucional propia y una legislación específica. La incorporación de la protección
del Patrimonio Cultural en el artículo 41 de la Constitución Nacional, reformada en 1994,
relativo al derecho a un ambiente sano, pone en tensión dos posturas: a) la de los
profesionales en ciencias sociales, quienes consideran que el Patrimonio Cultural debe tener
su campo propio en lo político y en lo jurídico b) Las nuevas interpretaciones (marcadas por
el peso de las convenciones internacionales), que argumentan que dada la amplitud protectora
de las normas ambientales éstas deberían utilizarse para ampliar la protección del Patrimonio
Cultural.

Palabras clave: Patrimonio Cultural. Legislación. Derecho ambiental. Identidad. Argentina

Abstract:
Since the early twentieth century, the cultural heritage has had its own institutional structure
and specific legislation in Argentina. The incorporation of cultural heritage protection in
Article 41 of the Constitution of 1994, concerning the right to a healthy environment analyzes
the tension between two positions: a) most professionals in social sciences and architecture
believe that cultural heritage should have its own in the political and legal field b) The new
interpretations (carry weight on international conventions) argue that environmental
regulations have a huge scope and it should be used to extend the protective base of cultural
heritage.

Keywords: Cultural heritage. Legislation. Environmental law. Identity. Argentina


e-rph diciembre 2011 | revista semestral

Graciela Ciselli

Abogada. Profesora y Licenciada en Historia. Magister en Antropología Social (UNaM). Esp.


en Derecho ambiental y tutela del patrimonio cultural. Universidad Nacional del Litoral.

Doctoranda en Derecho y Ciencias Sociales. Universidad de Mendoza. Tesis en curso: El


patrimonio cultural en las Constituciones y en la legislación de la Patagonia Austral. Aportes
de la antropología interpretativa y de la hermenéutica del Derecho.

Líneas de investigación: El patrimonio cultural bajo la perspectiva del derecho ambiental. El


caso del parque Saavedra de Comodoro Rivadavia. Tesis de especialización en Derecho
ambiental.

Dirección del proyecto de investigación: El patrimonio cultural en Comodoro Rivadavia


(Chubut-Argentina) desde una doble perspectiva: el derecho ambiental y las políticas públicas
(1999-2012), Secretaría de Ciencia y Técnica de la Universidad Nacional de la Patagonia San
Juan Bosco.

Contacto con el autor: gciselli@infovia.com.ar

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e-rph concepto | estudios 1 | Graciela Ciselli

1.- EL PATRIMONIO CULTURAL: ENTRE LA IDENTIDAD Y EL AMBIENTE

El concepto Patrimonio Cultural admite una multiplicidad de variantes y componentes, pues


abarca desde la riqueza artística, arquitectónica e histórica hasta lo inmueble y mueble, lo
material y lo inmaterial, lo etnológico, arqueológico, documental, subacuático, las tradiciones
orales; incluye aquello que la comunidad ha sido capaz de producir y el entorno tal como es
percibido y considerado por esa comunidad. El patrimonio, como legado de producciones
tanto del pasado como del presente, es activado y tutelado en virtud de considerársele
fundamental en la construcción de la identidad de los pueblos.

Los cambios que se han producido en las últimas décadas en la conceptualización y la forma
de abordar el Patrimonio Cultural se relacionan con desarrollos teóricos –donde se lo discute
como herencia, construcción ideológica, sistema de representación y realidad cultural- y con
procesos más amplios que involucran la actuación de organismos internacionales. Bajo esta
influencia se ha ido transformando en objeto de políticas públicas (culturales, turísticas,
ambientales) de los diversos niveles administrativos de los estados.

En el caso argentino, a mediados de siglo XX comienza a diseñarse una política legislativa


que establece diversos niveles de protección, promoción, conservación y difusión del
Patrimonio Cultural (Levrand, 2009), que acompañan el proceso de selección, declaración y
puesta en valor de los bienes culturales. Esta legislación cultural específica1, con su respectiva
estructura institucional por separado2, se mantiene a pesar de la incorporación de la protección
del Patrimonio Cultural en el artículo 413 de la Constitución Nacional de 1994, donde puede
interpretarse que es un micro bien dentro del macro bien ambiente. Esto significa que a pesar
de que en la cláusula constitucional y de que entre los objetivos de la Secretaría de Ambiente
y Desarrollo Sustentable de la Nación figure “entender en la preservación, protección, defensa
y mejoramiento del ambiente…conservación de los recursos naturales…la preservación
ambiental del patrimonio natural y cultural y de la diversidad biológica tendientes a alcanzar
un ambiente sano, equilibrado, apto para el desarrollo humano…”, en la práctica se mantienen
las funciones de la Secretaría de Cultura de la Nación Argentina, que son las de “difundir,
promover y estimular la actividad cultural en todas sus formas y democratizar el acceso a los
bienes culturales”. Lo interesante es permitirse imaginar una posible Secretaría que tuviera a
su cargo la protección de los bienes culturales y ambientales, como existe en el derecho
comparado italiano.

El artículo se centra en la tensión entre esas dos posturas científico-jurídicas: a) la mayoría


(promovida por profesionales de las ciencias sociales y de la arquitectura) considera que el
Patrimonio Cultural debe tener su campo propio en lo político y en lo jurídico b) Las nuevas
interpretaciones (marcadas por el peso de las convenciones internacionales) argumentan que
dada la amplitud protectora de las normas ambientales éstas deberían utilizarse para ampliar la

1
Por ejemplo, la Ley 25197 /1999 “Régimen del registro del Patrimonio Cultural”, la Ley 25.743/03 de
“Protección del patrimonio arqueológico y paleontológico nacional” y la Ley 25750 de “Preservación de bienes
y Patrimonios culturales”
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o toda la estructura, concepción y normativa de la Secretaría de Cultura de la Nación Argentina.
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El art 41 dice: “Todos los habitantes gozan del derecho a un ambiente sano, equilibrado, apto para el desarrollo
humano y para que las actividades productivas satisfagan las necesidades presentes sin comprometer las de las
generaciones futuras…Las autoridades proveerán a la protección de este derecho…a la preservación del
patrimonio natural y cultural..”.

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protección legal mínima o “piso” protector del Patrimonio Cultural. En nuestro régimen
federal, este “piso” permite establecer el límite de la delegación legislativa dado que el
Congreso Nacional no puede establecer un régimen ambiental completo, sino mínimos
ambientales que las provincias deben complementar.

Por ello, el Derecho ambiental constituiría una alternativa de acción a disposición de los
gobernantes y los ciudadanos para traducir las decisiones políticas en reglas aplicables a la
protección del Patrimonio Cultural y Natural.

2.- LA TUTELA DEL PATRIMONIO CULTURAL EN EL SIGLO XX

Si bien vemos que en la Europa de fines de la Edad Media aparecen medidas aisladas,
traducidas en recomendaciones y prohibiciones, que fueron dando nacimiento a la conciencia
tutelar del Patrimonio Cultural a partir del siglo XVIII (Quirosa García, 2008), es desde la
primera posguerra cuando su protección se convirtió en la preocupación de organismos
internacionales que la plasmaron particularmente en convenciones y normativa no vinculante
para los estados. En Argentina, la necesidad de unificar la administración y el control del
variado y rico patrimonio histórico-cultural motivó al gobierno nacional a crear la Comisión
Nacional de Museos y Lugares Históricos4 en 1940. Dicha institución pública y colegiada
depende de la Secretaría de Cultura de la Nación en la actualidad.

El nacimiento de las Naciones Unidas, y particularmente de la Organización de Naciones


Unidas para la Educación, Ciencia y Cultura (UNESCO), en 1946, coincidió con el impulso
legal internacional hacia la protección del patrimonio y la posibilidad de que grandes sectores
de la población accedieran a los bienes culturales protegidos por los estados nacionales. La
visibilización de lugares seleccionados y mostrados como patrimonio, la capacitación en
dicha área y la democratización de la cultura fueron vehículos para el conocimiento científico
del pasado y la construcción de memorias locales.

Proteger, mantener y restaurar han sido sucesivamente las preocupaciones de los estados. Así
aparecieron regímenes especiales de protección del patrimonio y su organización
administrativa. Cada país receptó la normativa internacional, seleccionó aquella que le pareció
más relevante y la incorporó a su ordenamiento jurídico.

En el terreno de la protección, los criterios han ido variando de lo histórico-político a lo


histórico-social, del monumento aislado a los conjuntos históricos y al patrimonio ambiental,
de los bienes materiales e inmateriales al patrimonio viviente, del nacional al Patrimonio
Mundial (Harvey, 1991).

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La Comisión es la encargada de proponer al Poder Ejecutivo la declaración de utilidad pública de “bienes
culturales” que se consideren de interés histórico o histórico-artístico, por su representatividad socio-cultural
para la comunidad; autorizar y supervisar las obras que se realizan en inmuebles propiedad del Estado,
cualquiera sea su naturaleza jurídica, de una antigüedad mayor a 50 años; formar recursos humanos para la
preservación del Patrimonio Cultural; asesorar al Poder Legislativo en lo relativo a posibles declaratorias de
bienes muebles e inmuebles; brindar asistencia técnica respecto de la conservación y restauración de los bienes
tutelados; llevar registro de los bienes muebles e inmuebles protegidos.

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Hasta comienzos de la década del setenta, el concepto “Patrimonio Cultural” estaba más
asociado a la protección de bienes culturales tangibles impulsados por arquitectos y
profesionales de las ciencias sociales y a la protección de la cultura europea. Pero en el año
1972 hubo dos importantes conferencias: la 17ª reunión de la Conferencia General de la
UNESCO, celebrada en París, y la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio
Humano, en Estocolmo, que resultaron cruciales para el posterior encuadre jurídico de la
protección del patrimonio.

La primera de ellas aprobó la Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial,


Cultural y Natural, instrumento normativo que define el Patrimonio Cultural y Natural
constatando que ambos “están cada vez más amenazados de destrucción” y considerando que
el deterioro o la desaparición de un bien del patrimonio “constituye un empobrecimiento
nefasto del patrimonio de todos los pueblos del mundo”. Este documento asoció el concepto
de conservación de la naturaleza con el de preservación de sitios culturales, planteando la
complementariedad de la naturaleza y la cultura y la relación entre la identidad cultural y el
medio natural en que se desarrolla.

La preocupación ambiental es deudora del fermento filosófico que puso en crisis los valores de
la “sociedad de consumo” y que tuvo su capítulo más destacado en la llamada “revolución de
mayo” francesa de 1968. En los años siguientes, la alarma lanzada por los científicos propició el
nacimiento de un nuevo pensamiento ecológico o “verde”, al que siguió una movilización
ciudadana (Juste Ruiz, 1999). A partir de ese momento la Organización de Naciones Unidas
(ONU) promovió reuniones internacionales para discutir los problemas ambientales, que se
plasmaron en instrumentos como la Declaración de la Conferencia de las Naciones Unidas
sobre el Medio Humano, donde se reconoce que “el hombre es obra y artífice del medio que
lo rodea, el cual le da sustento material y le brinda la oportunidad de desarrollarse
intelectual, moral, social y espiritualmente”, explicitando los dos aspectos del medio humano:
natural y cultural.

Desde 1975 la tendencia parece ser la de incorporar en las constituciones nacionales diversas
manifestaciones de la cultura y los derechos culturales. En ellas aparecen disposiciones
relacionadas con el papel del estado respecto a la preservación del Patrimonio Cultural, al
pluralismo cultural, al patrimonio de pueblos indígenas, el principio de que los monumentos y
objetos arqueológicos son propiedad del Estado y el reconocimiento a los ciudadanos para
actuar en defensa del patrimonio y de los intereses difusos, en referencia a la identidad de los
pueblos y el deber de conservar los bienes culturales (Harvey, 2000).

Las dos Declaraciones del año 1972, han sido importantes para poner en diálogo problemas
tan delicados como la protección del Patrimonio Cultural y el ambiente. En Argentina,
Ricardo Lorenzetti -jurista y actual presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación-
nos ha desafiado a pensar en un nuevo paradigma ambiental en el cual es central el “abordaje
sobre la cuestión cultural que presentan los estudios sobre el ambiente”. Desde este punto de
vista, en su obra “Teoría del Derecho Ambiental” (Lorenzetti, 2009:1) propone un esquema
explicativo en el cual establece tres etapas:

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- Una “retórica”, en la cual el movimiento ambientalista generó un lenguaje nuevo. Algunos


documentos internacionales constituirán el marco para la definición del paradigma
ideológico centrado en el desarrollo sustentable o sostenible.

- Una “analítica”, en la que se identificaron y estudiaron los problemas ambientales. Desde el


punto de vista jurídico se pensaron nuevos supuestos de regulación, leyes de diverso tipo,
constituciones “verdes” y tratados internacionales. En 1987, la Comisión Mundial sobre
Medio Ambiente y Desarrollo, creada en 1983 por la Asamblea General de las Naciones
Unidas, presentó el informe “Nuestro futuro común”, más conocido como Informe
Brundtland donde expone la valoración de expertos políticos, científicos y ecologistas sobre
los peligros a los que se enfrenta el planeta y plantea, por primera vez en un documento
internacional, el concepto de “desarrollo sustentable”.

- Una “paradigmática”, en la que está cambiando el modo de ver los problemas y las
soluciones de los problemas ambientales, que, dada su transversalidad, convocan a todas las
ciencias. En 1992, veinte años después de Estocolmo, la Conferencia de Río sobre el Medio
Ambiente y el Desarrollo retomó sus principios y su espíritu fue incorporado en las
constituciones reformadas en la década del 90, tal como ha sucedido en la Argentina. Desde
ese momento la protección del Patrimonio Cultural y Natural ha quedado ligada a la del
derecho a un ambiente sustentable.

3.- EL PATRIMONIO CULTURAL COMO CAMPO PROPIO

El Patrimonio Cultural es definido por Ballart y Tresserras (2001) como el conjunto de bienes
tangibles e intangibles que reflejan la herencia cultural de una comunidad, etnia y/o grupo
social, dando un sentido de pertenencia a sus distintas producciones e imaginarios simbólicos.
Es decir, que forman parte de él tanto una casa y una pintura rupestre como el tango,
considerado una de las principales manifestaciones de la identidad de los habitantes
rioplatenses y que ha sido declarado como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

El patrimonio está integrado por un conjunto de bienes y valores procedentes de una


determinada cultura, de manera que ya deriva de una selección propia de ésta. Cuando
hablamos de patrimonio en términos legislativos, incluso históricos o sociales, no incluimos
todos los bienes y valores culturales, sino una selección de ellos, dependiendo de unos
criterios que varían según qué disciplinas, según qué contextos y según qué épocas. Desde
todos estos enfoques tenemos, por tanto, una selección de lo que es ya otra selección. Es
decir, dentro de nuestra memoria cultural destacamos una serie de elementos por encima de
otros. Cabe preguntarse, a estas alturas, acerca de los orígenes, el significado y los agentes
encargados de esta selección, tal como plantea Fontal Merillas (2004) y por los criterios de
selección de los bienes culturales. La exclusividad, significatividad y representatividad son
algunos de los criterios, pero éstos no son fijos ni inamovibles. La valoración de los bienes
cambia en función del tiempo, de los sectores dominantes y de los diferentes contextos
culturales desde los que se analicen. Justamente “criterio” es una palabra griega que significa
todo aquello que sirve para juzgar (krinein). Es un requisito que debe ser respetado pero
también una condición subjetiva. En la palabra se unen el criterio, es decir la opinión y los
tribunales, que no son los árbitros de la verdad, sino de la decisión. Por tanto, la noción de
criterio se vincula con el poder, el de seleccionar y establecerlos. Si el poder está en crisis, es

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decir, sometido a evaluación, las interpretaciones y criterios de selección del patrimonio


también estarán en cuestionamiento.

La valoración de bienes culturales ha variado con el tiempo y en los diversos contextos socio-
históricos. Sin embargo, existen algunos criterios de selección relacionados con el tipo de
patrimonio del que se trate. En el caso del patrimonio arqueológico, la significatividad del
objeto prehistórico, la representatividad o la exclusividad son criterios relevantes, mientras
que para el patrimonio urbanístico un parque puede tener valor cultural desde un punto de
vista histórico, simbólico, testimonial, arquitectónico y estético; y valor natural desde una
perspectiva paisajística-ambiental si se tiene en cuenta el grado de adaptabilidad del lugar
respecto a las funciones que cumple para la ciudad (Ciselli y Enrici, 2011).

Estos criterios permiten determinar cómo surgen los procesos de patrimonialización y buscar
la «esencia» del patrimonio, aquello que actúa como «sustrato» del concepto. Prats (2005)
plantea que estos procesos obedecen a dos construcciones sociales distintas pero
complementarias. La primera consiste en la sacralización de la externalidad cultural (ver un
bien y convertirlo en bien patrimonial es sacralizarlo), mecanismo “por el cual las sociedades
definen un ideal cultural del mundo y de la existencia y todo aquello que no cabe en él pasa a
formar parte de un más allá (de lo sobrenatural). El patrimonio es un sistema de
representación que se basa también en esa externalidad cultural. Las reliquias que lo
constituyen son objetos, lugares o manifestaciones procedentes de la naturaleza virgen, del
pasado o de la genialidad” (Ibid: 18). Estos constituyen los lados de un triángulo dentro del
cual se integran todos los elementos potencialmente patrimonializables. Cualquier cosa
(material o inmaterial) procedente de la naturaleza, de la historia5 o de la genialidad, se
incluye dentro de estos límites y se excluye de ellos cualquier otra cosa que no tenga esta
procedencia.

Prats (Ibid: 20) plantea una segunda construcción social en el proceso de patrimonialización:
la puesta en valor y la activación. Poner en valor determinados elementos patrimoniales y
luego activarlos depende del poder político que debe negociar con la sociedad. En la puesta en
valor de un bien se produce el primer proceso de negociación, puesto que son los grupos
sociales los que seleccionan aquellos elementos que ellos consideran significativos como
elementos identitarios.

La activación del bien como patrimonio tiene que ver con los discursos. En torno a las
activaciones patrimoniales se plantea un segundo plano de negociación acerca de la puesta en
valor de elementos patrimoniales indiscutibles pero que necesitan del mayor grado de
consenso posible. En esta cuestión, los diversos intereses (políticos, económicos, académicos)
pugnan por certificar el rigor científico de las activaciones y obtener el reconocimiento social
o los recursos económicos.

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Ballart denomina «patrimonialización del legado histórico material», al proceso por el cual bienes y valores del
pasado se entendían como vínculos culturales que ofrecían un testimonio de continuidad. En él diferencia entre
el pasado: lo que sucedió; la historia: un intento selectivo de describir el pasado; y el patrimonio: un producto
contemporáneo formado a partir de la historia. Así pues, la historia proporciona la información necesaria, que
una vez procesada y unida a los objetos del patrimonio, crea un producto contemporáneo.

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El patrimonio como construcción ideológica, social y cultural no es algo dado naturalmente,


sino que cada sociedad, de acuerdo con sus propias pautas culturales, decide qué bienes y qué
valores forman parte de él. Sin embargo, no debe confundirse con cultura. Todo lo que se
aprende y transmite socialmente es cultura pero no patrimonio. Los bienes patrimoniales
constituyen una selección de los bienes culturales por lo que remiten a símbolos, a lugares de
la memoria, a la identidad. Cada sociedad selecciona determinados bienes y valores que han
permanecido en el tiempo y que cada grupo humano considera significativos para construir su
identidad y evocar su memoria. Las pautas culturales de una sociedad se constituyen con el
entramado de habilidades, conocimientos, formas de organización social, formas de
comunicación, valores, actitudes, símbolos y bienes materiales que son aprendidos por sus
miembros, transformados y reproducidos de generación en generación.

Como expresión ideológica, que responde a ideas y valores previos, la selección de bienes
culturales patrimonializables está asociada a intereses y hegemonías sociales que pugnan por
la producción de pasados posibles según las posiciones sociales y políticas de los actores de
tal construcción (Florescano, 1985: 93). Por ello, coincidimos con Prats (1996: 294), cuando
sostiene que el patrimonio es una construcción social, cultural e históricamente determinada
(Tamagno, 1988), lo que implica que su reconocimiento y la necesidad de conservarlo no son
una tendencia universal, sino una activación de carácter ideológico de que confronta
identidades. Esto explicaría que puedan existir versiones diferentes de una misma identidad
como expresión de las tensiones y de los conflictos sociales. La identidad se elabora en una
relación que opone un grupo a los otros con los cuales entra en contacto. Los enfoques
relacionales consideran que el contacto subraya las diferencias ya que parte de la estrategia
del grupo implica mantener la especificidad (Juliano, 1992) y reforzar las particularidades en
contraste con el otro, a partir de esa identidad contrastiva.

La identidad también puede definirse como una forma de clasificación (nosotros/los otros;
incluidos/excluidos), de representación y de reconocimiento social6, que sirve de marco a
opciones individuales - cada uno elige y puede cambiar su pertenencia -, y surge de la
interacción cotidiana. La identidad es lo que se pone en juego en las luchas sociales, pero no
todos los grupos tienen el poder de identificación que depende de la posición que se ocupa en
el sistema de relaciones que vincula a los grupos entre sí. La autoridad legítima tiene el poder
simbólico de hacer reconocer como fundadas sus categorías de representación de la realidad
social. El grupo dominante clasifica a los otros en diversas categorías.

Cualquier enunciado sobre identidad es una “representación ideológica” que responde a las
ideas y valores previos de quien observa los hechos, los interpreta y los traduce en
enunciados. Esto le hace decir a Moreno (2005: 18) que “El patrimonio no es ingenuo”. Más
aún, cierto patrimonio parece destinado a agradar y legitimar el poder, por lo que se
evidencian ciertas ausencias en monumentos o museos. En su materialidad, es soporte de un
mensaje espiritual que transcendió a su momento histórico y permite la afirmación de nuestra
memoria. Los bienes patrimoniales, materiales e inmateriales, son datos concretos en donde
se pueden “leer” los enunciados sobre identidad y descubrir la ideología que los sustenta.

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Es decir, que se construye en función de procesos que hacen tanto al reconocimiento social que proviene de la
sociedad en su conjunto (alter atribución) como a la auto atribución, o sea, al reconocimiento que el grupo social
hace de sí mismo.

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A modo de ejemplo, se reseñará un caso que actualmente está en discusión en la ciudad de


Comodoro Rivadavia, ubicada en la Patagonia Argentina. Se trata del pedido de declaración
como Patrimonio Cultural de un barrio que inicialmente fue el campamento central del
yacimiento petrolero estatal ubicado a tres kilómetros del centro histórico y que se originó al
poco tiempo del descubrimiento del primer pozo petrolero en 1907. El crecimiento del barrio
ha estado vinculado a los cambios en las políticas petroleras que materializaron sus huellas en
su disposición urbana y en el modo de vida de sus habitantes. Desde el comienzo del proceso
de privatización, a principios de 1990, parte de la infraestructura edilicia que pertenecía a la
empresa estatal ha sido transferida al municipio local, a la universidad nacional, vendida a los
ex trabajadores de la empresa o a particulares con diversa suerte respecto a su conservación.
Incluso algunos bienes han desaparecido y otros están en serio peligro de destrucción. Sin
embargo, en el barrio aún persiste el esquema urbano de un campamento petrolero
planificado, con calles angostas arboladas y una avenida que lo atraviesa para dar visibilidad a
los que fueron los edificios más importantes de dicha empresa: la administración, el cine-
teatro, el colegio, la parroquia, la comisaría, la proveeduría, la federación deportiva. El plan
de trabajo propuesto por la Dirección de patrimonio histórico, cultural y natural de la ciudad
apunta a su revalorización como parte de un recorrido turístico. Si bien la propuesta se discute
desde el año 2009, no ha prosperado la idea de declaración del barrio como patrimonio de la
ciudad por diversos intereses enfrentados, que van desde los intereses particulares hasta los
enfrentamientos político-partidarios por definir qué se entiende por “función social de la
propiedad”. Las discusiones también giran en torno a si se prefiere una ciudad petrolera o una
ciudad turística, para lo cual habría que revalorizar el Patrimonio Cultural, o si es posible
pensar en la creación de espacios para la recreación, el ocio y el turismo.

Tal vez el ejemplo anterior sirva para entender por qué sostenemos que las definiciones de
patrimonio son recortes ideológicos de la realidad. Pues se componen de aquellos elementos
que “se eligen” para definir la identidad de quienes las formulan y según una determinada
filosofía de pensamiento se selecciona unos referentes y se ignoran otros, se destacan
determinados significados de un elemento patrimonial y se relativizan otros. Detrás de los
elementos que se destacan hay un mensaje que se quiere hacer prevalecer. [Ilustración 1]

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Ilustración 1. El parque Saavedra, construido en 1937 por la empresa petrolera estatal Y.P.F., fue declarado, en
el año 2008, como Patrimonio Histórico, Cultural y natural de la ciudad de Comodoro Rivadavia e incorporado
al Registro Permanente de Bienes de Valor Patrimonial.

Un bien del Patrimonio Cultural es el aparato de sentido; el código cultural del grupo del cual
surge el significado atribuido al objeto significante. Por lo tanto, el aparato, el código y el
significado son también intangibles o inmateriales. Por lo que podría decirse que todo el
patrimonio es intangible, si es que lo pensamos desde el significado, desde el mundo de las
representaciones. Son “las prácticas, las representaciones, los conocimientos y las técnicas
que dan a las comunidades, grupos e individuos una sensación de identidad y un sentimiento
de continuidad. Los objetos, instrumentos y artefactos asociados a esas prácticas –desde su
valor de uso- y los espacios culturales donde se desenvuelven forman parte integrante de lo
que podríamos llamar el aparato de sentido vinculado a ese patrimonio” (Molteni, 2009: 15).
El patrimonio es uno, no es tangible o intangible. Es decir, un todo material e inmaterial, a la
vez.

Existen sitios declarados Patrimonio Mundial que son beneficiados económicamente por el
turismo, pero que han sido activados por su valor cultural. Uno de ellos lo constituye el
paisaje agavero, declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO en el año 2006, y vinculado a
la identidad nacional mexicana. En la imagen proyectada por el paisaje agavero, los discursos
ideológicos cumplieron dos funciones: la valorización de lo estético y lo natural y la
capacidad de volver “invisibles” los procesos socio-históricos de producción de esos paisajes,
es decir, las relaciones sociales de explotación que esconde dicha industria (Hernández y
Hernández 2010).

4.- EL PATRIMONIO CULTURAL COMO MICRO BIEN AMBIENTAL

La expansión urbana modificó la relación del hombre con su medio, concentrando en la


ciudad la mayor parte de los problemas ambientales. Si bien el movimiento ambientalista se
reconoce hacia los años setenta, seguido de un período de identificación de problemas
ambientales y elaboración de propuestas, es desde fines del siglo XX cuando se puede
reconocer un cambio de paradigma (Lorenzetti, 2009:2). Es decir, que estamos ante una nueva
visión del mundo y modelo decisorio que nos hace replantear nuestra relación con el
ambiente, en tanto se está convirtiendo en un bien escaso. En este nuevo siglo, los conflictos

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ya no son solamente interindividuales sino colectivos, por lo tanto ya no hay sólo derechos
sino también deberes tendentes a la protección de los bienes de uso y disfrute colectivo, como
los bienes culturales.

Un antecedente a esta propuesta se encuentra en la legislación italiana, la cual, bajo


inspiración de Giannini (1963) ubica a los bienes culturales -de disfrute colectivo- dentro de
los bienes públicos. La propiedad del bien cultural puede variar (privada o pública) pero no
las funciones del poder estatal que tiene la potestad de tutelarlos. La Comisión Franceschini,
constituida en el marco de la Carta de Venecia, define los bienes culturales ambientales como
“las zonas coreográficas que constituyen paisajes naturales o transformados por la mano del
hombre y las zonas delimitadas que constituyen estructuras de asentamiento urbanas y no
urbanas que presentando particular interés por sus valores de civilización, deben ser
conservadas para el goce de la colectividad” (Bóscolo, 2004: 123). En 1999, el Texto Único
de las Disposiciones Legislativas en materia de Bienes Culturales y Ambientales (italiano)
regula diversas clases de bienes culturales según su naturaleza (Título I) y la protección de los
bienes paisajísticos y ambientales (Título II), mostrando que las normas regulatorias del
Patrimonio Cultural se encuentran ligadas a la regulación de las ambientales.

Lorenzetti (2009: 12) plantea que hay que diferenciar entre el derecho al ambiente adecuado
como derecho subjetivo (noción antropocéntrica) y la tutela del ambiente como bien colectivo
(noción geocéntrica), que es la que propone este nuevo paradigma. Si bien por mucho tiempo
ha primado un concepto restringido de ambiente relacionado con el derecho de los recursos
naturales y su protección, el Derecho Ambiental propone un concepto más amplio que incluye
la protección de la naturaleza y un enfoque más global que refiere al conjunto de los
problemas que afectan a la calidad de vida, a la felicidad de los seres humanos y que abarca
sistemas de protección de medio ambiente natural, rural, cultural y urbano. La Ley General
del Ambiente (Ley 25675) de la República Argentina del año 2002, cumpliendo con el
mandato constitucional, en su artículo 1 “establece los presupuestos mínimos para el logro de
una gestión sustentable y adecuada del ambiente…”, protección que comprende los
ecosistemas naturales pero también la actividad antrópica, es decir, los bienes ambientales y
culturales. Dentro de los objetivos que la política ambiental nacional debe cumplir se
encuentra el de “asegurar la preservación, conservación, recuperación y mejoramiento de la
calidad de los recursos ambientales, tanto naturales como culturales, en la realización de las
diferentes actividades antrópicas”.

En este nuevo paradigma, Lorenzetti (2009: 13) distingue entre el ambiente como macro bien,
es decir, un sistema en el cual se interrelacionan diversos componentes: fauna, flora, agua,
paisaje, bienes culturales, y los micro bienes, es decir, cada uno de estos elementos. A su vez,
la noción de paisaje aparece relacionada con otras como Patrimonio Cultural, identidad,
memoria colectiva, pluralidad cultural y valores colectivos, por lo que parece apropiada como
categoría analítica para el desarrollo de este artículo.

Este paradigma plantea una definición jurídica de ambiente no como derecho subjetivo sino
como bien colectivo que exige tutela y que ha adquirido preeminencia normativa tanto a nivel
constitucional como legislativo. La noción del “interés difuso” nace junto con los
denominados derechos de tercera generación, de la solidaridad o colectivos que se encuentran
enunciados en la Constitución de la Nación Argentina del año 1994 en el Capítulo 1:

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Declaraciones, derechos y garantías (artículos 1 al 35) y en el Capítulo 2: Nuevos derechos y


garantías (artículos 36-43), y se extiende a los llamados de cuarta generación o derechos de
las generaciones futuras. Nuestra Constitución los caracteriza como aquellos bienes
protegidos que reciben diversos nombres: "difusos", "colectivos", "transindividuales" o
"supraindividuales", o “derechos de incidencia colectiva”, que son los intereses de la
comunidad en general, que no generan un derecho subjetivo en cabeza de una persona
determinada, son indivisibles (no hay posesión individual ni derecho de propiedad sobre el
bien), corresponden a una serie indeterminada o difícilmente determinable de individuos y
que no están ligados por un vínculo jurídico definido.

La expresión “intereses difusos” puede ser usada en su concepción amplia, comprensiva de la


noción de intereses colectivos o supraindividuales, o bien como sinónimos, sin perjuicio de
que -más específicamente- siempre que se habla de intereses colectivos se alude a intereses
que tienen como portadores de un ente exponencial a un grupo no ocasional, sin que resulte
siempre claro qué características debe tener ese grupo en su aspecto organizativo, para que el
interés, común a muchos sujetos, se especifique de interés difuso a interés colectivo
(Rodríguez, 2005:777). En los intereses difusos se conciben como titulares a los miembros del
grupo que comparten un interés. Es decir, que los intereses difusos pertenecen en forma pareja
e idéntica a una pluralidad de sujetos, de forma tal que la satisfacción de la porción de interés
que atañe a cada individuo se extiende a todos los demás y la lesión afecta a todos por igual
(Crovi, 2004: 168). Se alude a ellos cuando se trata de la defensa del ambiente como ámbito
vital de las personas, o de otros aspectos que atañen a la calidad de vida del individuo en el
mundo actual, como la protección en cuanto consumidor y el resguardo de valores espirituales
y culturales intrínsecamente ligados a la dignidad de su existencia (Monti, 2005:55). En
cambio, se habla de derechos colectivos cuando se parte de la idea que ese interés reside en la
sociedad.

La ubicación del “Patrimonio Cultural y Natural” en el artículo 41 de la Constitución


Nacional, que establece el derecho de todo habitante a un ambiente sano y las funciones
estatales obligatorias, entre las que se encuentra “proveer a la preservación del patrimonio
natural y cultural y la diversidad biológica” y a la información y educación ambientales,
resulta útil ya que otorga, a los legitimados para hacerlo, la posibilidad de recurrir a la fuerza
legítima del Estado en caso de que estos bienes estén amenazados o corran el riesgo de ser
dañados. La seguridad jurídica es una garantía, en este caso constitucionalmente establecida,
que ofrece el derecho positivo para proteger los bienes culturales. Dos convenciones
internacionales (Declaración de Río en 1992 con su Principio 10 y el Convenio de Aahrus
1998) influyeron en el reconocimiento genérico de tres derechos en materia medioambiental:
acceso a la información, participación pública o ciudadana y acceso a la justicia. El Convenio
de Aahrus, además, establece los procedimientos concretos, las condiciones mínimas que los
países que lo apliquen tendrán que garantizar para el ejercicio de los mismos.

El mencionado artículo 41, al referirse a “todos los habitantes” apunta a la comunidad en


general, sin hacer diferencia por sexo, edad, nacionalidad o etnia -“gozan del derecho a un
ambiente sano…apto para el desarrollo humano”- pues el ambiente constituye el ámbito vital
del ser humano y provee de calidad de vida a la humanidad. “Una adecuada calidad de vida –
dice Zendri (2001: 1324) - requiere integrar el pasado al futuro, el crecimiento al medio
ambiente y la globalización a la identidad”, es decir que debemos tratar de superar las

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tensiones que existen entre lo global y lo local; entre el desarrollo a cualquier costo y el
desarrollo sustentable; entre la protección a los intereses individuales y los intereses
colectivos. La salud y el equilibrio ambiental constituyen el núcleo del estándar normativo,
afirmando la solidaridad intergeneracional, poniendo en cabeza de cada uno la
responsabilidad por la defensa del mismo. El concepto “desarrollo humano” encuentra su
reconocimiento en otro concepto que es el de “desarrollo sustentable”, es decir, que está
vinculado a las ideas de equilibrio ambiental y crecimiento sustentado sin afectar la capacidad
de las generaciones futuras para satisfacer las necesidades actuales. Por ello, el artículo 41
establece el “deber de preservarlo. El daño ambiental generará prioritariamente la obligación
de recomponer, según lo establezca la ley”. En definitiva, el legislador apunta a la prevención
como medida de tutela por excelencia, luego recomponer y como última medida la reparación
o resarcimiento del daño causado.

La preservación del bien colectivo prima sobre los intereses particulares, el derecho de
propiedad cede frente a la función ambiental de la propiedad, el bien puede ser usado por
todos y en beneficio de todos por lo cual pertenece a la esfera social de tutela. Respecto a su
estatus normativo, y siguiendo a Lorenzetti (2009), el bien colectivo tiene reconocimiento
legal luego de ser calificado como tal, brindando una amplia legitimación para obrar para su
protección de forma preventiva, lo que está previsto en el artículo 43 de la Constitución
Nacional, con la acción de amparo. Ya existen algunos antecedentes jurisprudenciales donde
se aplica la legislación ambiental para la protección del Patrimonio Cultural (Elcano, 2009).

El principio precautorio constituye una de las líneas directrices en materia ambiental


establecidas en la Ley General del Ambiente del año 2002, junto con el de congruencia,
prevención, equidad intergeneracional, progresividad, responsabilidad, subsidiariedad,
sustentabilidad, solidaridad y cooperación. El principio de precaución no es aplicable a toda
situación de riesgo sino a aquellas que presentan dos características: cuando existe un
contexto de incertidumbre científica y ante la eventualidad de daños irreversibles, por lo que
hay que aplicar medidas de protección antes de que aparezca el daño. Estas deben ser
proporcionales al nivel de protección elegido, no discriminatorias, coherentes con otras
medidas aplicadas, basadas en el examen de los posibles costes y beneficios de la acción y de
la no acción y revisables a la luz de nuevos datos científicos. Una vez identificado el posible
riesgo, concierne a los poderes públicos tomar todas las decisiones que permitan, a un coste
económico y socialmente soportable, detectar y evaluar el riesgo, reducirlo a un nivel
aceptable y de ser posible, eliminarlo, informando a las personas afectadas.

5.- EL PAISAJE: UN DESAFÍO EN LA TEORÍA JURÍDICA

La noción “paisaje” como parte del patrimonio colectivo y componente del ambiente aparece,
entonces, como “un desafío en la teoría jurídica del derecho ambiental” en palabras de
Lorenzetti (2005: 315), ya que podría pensarse en él como una combinación dinámica de
elementos físico-químico, biológicos y humanos en interrelación.

Pero ¿cómo reconocer el paisaje con valor patrimonial, aquel que ha dejado una marca en el
territorio y una huella en la memoria individual y colectiva? Posiblemente un modo de
lograrlo sea considerando sus aspectos ambientales, sociales y culturales. En este sentido
resulta útil la propuesta de paisaje como sistema (Rodríguez, 1998) con tres niveles: el

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geosistema (que hace referencia al ambiente y la ecología), el sociosistema (que hace


referencia a los sistemas de producción y poder imperantes al interior de la sociedad) y el
sistema cultural (que refiere a la identidad colectiva). Pues al articular el accionar social con
el paisaje se comienza a cargar de significación y simbolismo al territorio, es decir, se lo va
dotando de valor (Navarro Bello, 2003). Resultan muy interesantes las experiencias
analizadas por Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico. Su “paisaje cultural” es el
resultado del tránsito y asentamiento de los diferentes pueblos y culturas que han dejado sus
huellas en él y que aún hoy es posible percibir a través de los bienes culturales que aún
subsisten en él.

La condición esencial para considerar el paisaje como patrimonio (en el sentido de herencia
colectiva) reside en su valoración social y en la aceptación de que, como señala el Convenio
Europeo del Paisaje (Florencia, 2000) –en vigor desde 2004-, el paisaje es un "componente
esencial del espacio vivido” (Zoido Naranjo, 2004). Más aún, se ha afirmado que el paisaje es
"la cultura territorial" de un pueblo, con la doble finalidad de recordar que el paisaje es el
resultado objetivo de la gestión cotidiana sobre el territorio y el modo en que cada sociedad
maneja sus recursos naturales, edifica o dispone del hábitat, entre otras cosas (Ibid).
[Ilustración 2]


Ilustración 2. El parque Saavedra ha sido considerado por la Comisión Evaluadora de Patrimonio de la ciudad
como “paisaje cultural, pues combina trabajos de la naturaleza y de la humanidad que expresan la íntima relación
entre la sociedad y su ambiente natural.

La concepción patrimonial del paisaje implica su sentido como recurso, como elemento
“valorizable” en las estrategias de desarrollo territorial. Ello coincide con el Informe
Explicativo del Convenio Europeo, que coloca la política de paisaje dentro de los objetivos de
desarrollo sostenible de la Conferencia de Río de 1992, y considera al paisaje, justamente por
su carácter de patrimonio natural y cultural, reflejo de la identidad y la diversidad europea, un
recurso económico creador de empleos y vinculado a la expansión de un turismo sostenible
(Mata Olmo, 2008).

La territorialización del paisaje o reconocimiento de que cada territorio se manifiesta


paisajísticamente en una fisonomía singular y en plurales imágenes sociales, lo convierte en
un aspecto importante de la calidad de vida de la población: el paisaje es, ante todo, resultado

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de la relación sensible de la gente con su entorno percibido, cotidiano o visitado. Por ello, el
paisaje es también elemento de identidad territorial, y manifestación de la diversidad del
espacio geográfico que se hace explícita en la materialidad de cada paisaje y en sus
representaciones sociales. Se trata de una diversidad que resulta de la articulación de lo físico,
lo biológico y lo cultural en cada lugar, un patrimonio valioso y difícilmente renovable, que
no debe quedar eclipsado por esa otra diversidad, la biológica, políticamente más asumida
hasta ahora e integrada en el todo paisajístico (Ibid).

Desde un punto de vista jurídico, la protección del paisaje ha estado ligada a la conservación
de la naturaleza y se ha ampliado con el derecho ambiental y la legislación urbanística al
desarrollar ésta su inicial valoración natural y estética con la consideración de los valores
escénicos del paisaje, expresados concretamente en las referencias legales a los “paisajes
abiertos”, las “perspectivas de conjunto” y en la obligación de no limitar “el campo visual”.

Hasta la aparición del Convenio Europeo del Paisaje (Florencia, 2000) su “protección y
defensa” era tratada como una actividad de control municipal. Esta convención lo convierte
en un bien público generalizado a todo el territorio, "componente esencial del espacio de vida
de las poblaciones (apartado 5.a), y fundamental del patrimonio natural y cultural de Europa".
Desde un punto de vista identitario lo considera factor para "la consolidación de la identidad
europea" y de "elaboración de las culturas locales" (Preámbulo), objeto de derecho de las
poblaciones que lo perciben y para cuyo disfrute es preciso generar actitudes no sólo de
protección, sino también de gestión y de ordenación.

En el derecho argentino existen numerosas disposiciones que se refieren al paisaje a través de


nociones como Patrimonio Cultural, pluralidad cultural, valores colectivos. Ya se ha
mencionado el mandato del artículo 41 de la constitución Nacional reformada en 1994 y la
Ley General del Ambiente del año 2002, que en su definición de daño ambiental de incidencia
colectiva ha abierto la posibilidad a los jueces para que fundamenten sus sentencias en
demandas relativas a obras o actividades que sean susceptibles de degradar el ambiente, o a
algunos de sus componentes, como es el caso del paisaje, o afectar la calidad de vida de la
población.

A nivel municipal, la Carta Orgánica de Comodoro Rivadavia del año 1999 establece que el
gobierno local es el responsable del desarrollo urbano, en armonía con las actividades
económicas, sociales y culturales que se despliegan en su territorio; de la proyección y
ejecución de acciones de renovación y preservación de áreas y componentes del patrimonio
histórico, urbano, arquitectónico, arqueológico y paisajes de la Ciudad, y reconocimiento del
patrimonio colectivo de la comunidad. Es decir, que el gobierno local se compromete a
fomentar la creación, producción y circulación de bienes culturales en tanto elementos que
contribuyen al fortalecimiento de la identidad.

La aprobación del Código Ecológico Municipal por Ord. Nº 3779 en el año 1991 demuestra la
preocupación del municipio de Comodoro Rivadavia por el medio ambiente, incluso antes de
la Conferencia de Río, considerándolo “patrimonio común de nuestra ciudad” y planteando la
relación estrecha entre hombre-ambiente “por lo que sus componentes, factores y procesos
ecológicos deben ser leídos en clave cultural”. Interesa particularmente el Cap. III,
conservación patrimonial, en su art. 38º “Los sectores urbanos históricos se acogerán al

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régimen de Reparación Histórica indicado en el artículo 16º de la Carta Orgánica municipal,


previo análisis de la Comisión Evaluadora del Patrimonio Cultural, Natural, Histórico y
Arquitectónico de la Corporación Municipal”, y el art. 41º donde enumera una serie de bienes
a los que considera “patrimonio paisajístico urbano” entre los cuales nombra al parque
Saavedra”. Asimismo dedica el capítulo IV a los espacios verdes y arbolado público,
declarando en su art. 43 “de interés y utilidad pública la conservación, protección,
preservación, ordenamiento, mejoramiento, recuperación y desarrollo de todos los
componentes de los espacios verdes, del arbolado público y de las áreas que configuren
ecosistemas naturales y/o modificados, que forman parte del territorio municipal de
Comodoro Rivadavia, ubicados en propiedad pública o privada” y en su art. 44 de “Todos los
árboles, arbustos, canteros con flores y/o césped plantados por el hombre, … especies
autóctonas y/o naturalizadas…, para resaltarlas e incorporarlas al paisaje y la fauna asociada a
los ecosistemas urbanos o no..”.

La tarea de gestión y ordenamiento del paisaje exige pensar en su carácter transversal, al


interrelacionarse con el interés general, las cuestiones culturales, ecológicas,
medioambientales y sociales y al contribuir en la elaboración de las culturas locales y en el
bienestar individual y social. Por ello, su protección, su gestión y su sostenimiento implican
los derechos y los deberes de cada uno que deben ser aplicados a partir de una serie de
mecanismos que permitan proteger el paisaje cotidiano.

6.- CONCLUSIONES

La protección del Patrimonio Cultural no puede pensarse sin atender a la tutela del ambiente,
pues esta noción incluye al Patrimonio Cultural y Natural. Sin embargo, esto no significa que
todo lo ambiental sea transferido a lo cultural y viceversa. Lo que sí debemos hacer es ampliar
el sistema de derechos protectores del patrimonio utilizando las herramientas de gestión
previstas en la política ambiental nacional y exigiendo el cumplimiento de los derechos en
materia medioambiental: acceso a la información, participación pública o ciudadana y acceso
a la justicia.

En el tema ambiental, con la reforma constitucional de 1994, se modifica el viejo principio


que era el Congreso de la Nación el encargado del dictado de las leyes de fondo (el derecho
sustantivo, lo que había que hacer, los derechos y las obligaciones) y las legislaturas
provinciales de los códigos de procedimiento (las leyes de forma). Justamente la Ley 25675
de 2002, o Ley General del ambiente, es una ley marco que consagra los principios del
derecho ambiental, entre los que se destacan el de congruencia, preventivo, precautorio,
equidad intergeneracional y sustentabilidad, entre otros, y propone una serie de instrumentos
de política ambiental especialmente referidos al daño ambiental.

Sin embargo, la Ley 25675 es la principal ley de presupuestos mínimos que se toma como
base para interpretar y poner en aplicación las políticas ambientales. Asimismo, y teniendo en
cuenta el principio de congruencia, las leyes complementarias que dicten las provincias o los
municipios tendentes a elevar dichos pisos o mínimos de protección ambiental deben
adecuarse a los principios y normas fijadas en ella. En decir, que nunca puede legislarse por
debajo de la protección mínima fijada por la ley nacional

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El derecho ambiental debe reconocer que el Patrimonio Cultural tiene entidad propia pero que
constitucionalmente está habilitado a beneficiarse de una tutela judicial privilegiada. Si bien
los bienes culturales, y dentro de ellos los bienes patrimoniales, pueden encontrarse
sumergidos en las relaciones de derecho civil, cuando una actividad provoca un daño
ambiental la relativa consecuencia será sometida a las normas propias de la protección del
medio ambiente.

En coincidencia con la postura del maestro Michel Prieur (2005), el instrumento más efectivo
para la protección y desarrollo del patrimonio, particularmente el de los paisajes culturales, es
la aplicación de una efectiva e inteligente legislación medioambiental, unida a la protección
que otorgan las leyes relacionadas con la cultura. Pero si a ello le unimos la legislación
urbanística, el paisaje se considerará totalmente protegido. Al mismo tiempo, este especialista
indica que todos los instrumentos citados deben ser debatidos y contar con un alto nivel de
información y participación de los habitantes del lugar en la toma de decisiones, ya que serán
finalmente los afectados por todas estas medidas.

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