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El Patrimonio Cultural Entre La Identidad y El Ambiente
El Patrimonio Cultural Entre La Identidad y El Ambiente
Graciela Ciselli
Profesora Adjunta Ordinaria en Antropología Cultural (Universidad Nacional de la Patagonia
San Juan Bosco). Profesora Adjunta Ordinaria en Legislación turística, ambiental y
patrimonial (Universidad Nacional de la Patagonia Austral). Abogada.
Resumen:
Desde principios de siglo XX, el Patrimonio Cultural en Argentina ha contado con una
estructura institucional propia y una legislación específica. La incorporación de la protección
del Patrimonio Cultural en el artículo 41 de la Constitución Nacional, reformada en 1994,
relativo al derecho a un ambiente sano, pone en tensión dos posturas: a) la de los
profesionales en ciencias sociales, quienes consideran que el Patrimonio Cultural debe tener
su campo propio en lo político y en lo jurídico b) Las nuevas interpretaciones (marcadas por
el peso de las convenciones internacionales), que argumentan que dada la amplitud protectora
de las normas ambientales éstas deberían utilizarse para ampliar la protección del Patrimonio
Cultural.
Abstract:
Since the early twentieth century, the cultural heritage has had its own institutional structure
and specific legislation in Argentina. The incorporation of cultural heritage protection in
Article 41 of the Constitution of 1994, concerning the right to a healthy environment analyzes
the tension between two positions: a) most professionals in social sciences and architecture
believe that cultural heritage should have its own in the political and legal field b) The new
interpretations (carry weight on international conventions) argue that environmental
regulations have a huge scope and it should be used to extend the protective base of cultural
heritage.
Graciela Ciselli
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Los cambios que se han producido en las últimas décadas en la conceptualización y la forma
de abordar el Patrimonio Cultural se relacionan con desarrollos teóricos –donde se lo discute
como herencia, construcción ideológica, sistema de representación y realidad cultural- y con
procesos más amplios que involucran la actuación de organismos internacionales. Bajo esta
influencia se ha ido transformando en objeto de políticas públicas (culturales, turísticas,
ambientales) de los diversos niveles administrativos de los estados.
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Por ejemplo, la Ley 25197 /1999 “Régimen del registro del Patrimonio Cultural”, la Ley 25.743/03 de
“Protección del patrimonio arqueológico y paleontológico nacional” y la Ley 25750 de “Preservación de bienes
y Patrimonios culturales”
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o toda la estructura, concepción y normativa de la Secretaría de Cultura de la Nación Argentina.
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El art 41 dice: “Todos los habitantes gozan del derecho a un ambiente sano, equilibrado, apto para el desarrollo
humano y para que las actividades productivas satisfagan las necesidades presentes sin comprometer las de las
generaciones futuras…Las autoridades proveerán a la protección de este derecho…a la preservación del
patrimonio natural y cultural..”.
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protección legal mínima o “piso” protector del Patrimonio Cultural. En nuestro régimen
federal, este “piso” permite establecer el límite de la delegación legislativa dado que el
Congreso Nacional no puede establecer un régimen ambiental completo, sino mínimos
ambientales que las provincias deben complementar.
Por ello, el Derecho ambiental constituiría una alternativa de acción a disposición de los
gobernantes y los ciudadanos para traducir las decisiones políticas en reglas aplicables a la
protección del Patrimonio Cultural y Natural.
Si bien vemos que en la Europa de fines de la Edad Media aparecen medidas aisladas,
traducidas en recomendaciones y prohibiciones, que fueron dando nacimiento a la conciencia
tutelar del Patrimonio Cultural a partir del siglo XVIII (Quirosa García, 2008), es desde la
primera posguerra cuando su protección se convirtió en la preocupación de organismos
internacionales que la plasmaron particularmente en convenciones y normativa no vinculante
para los estados. En Argentina, la necesidad de unificar la administración y el control del
variado y rico patrimonio histórico-cultural motivó al gobierno nacional a crear la Comisión
Nacional de Museos y Lugares Históricos4 en 1940. Dicha institución pública y colegiada
depende de la Secretaría de Cultura de la Nación en la actualidad.
Proteger, mantener y restaurar han sido sucesivamente las preocupaciones de los estados. Así
aparecieron regímenes especiales de protección del patrimonio y su organización
administrativa. Cada país receptó la normativa internacional, seleccionó aquella que le pareció
más relevante y la incorporó a su ordenamiento jurídico.
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La Comisión es la encargada de proponer al Poder Ejecutivo la declaración de utilidad pública de “bienes
culturales” que se consideren de interés histórico o histórico-artístico, por su representatividad socio-cultural
para la comunidad; autorizar y supervisar las obras que se realizan en inmuebles propiedad del Estado,
cualquiera sea su naturaleza jurídica, de una antigüedad mayor a 50 años; formar recursos humanos para la
preservación del Patrimonio Cultural; asesorar al Poder Legislativo en lo relativo a posibles declaratorias de
bienes muebles e inmuebles; brindar asistencia técnica respecto de la conservación y restauración de los bienes
tutelados; llevar registro de los bienes muebles e inmuebles protegidos.
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Hasta comienzos de la década del setenta, el concepto “Patrimonio Cultural” estaba más
asociado a la protección de bienes culturales tangibles impulsados por arquitectos y
profesionales de las ciencias sociales y a la protección de la cultura europea. Pero en el año
1972 hubo dos importantes conferencias: la 17ª reunión de la Conferencia General de la
UNESCO, celebrada en París, y la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio
Humano, en Estocolmo, que resultaron cruciales para el posterior encuadre jurídico de la
protección del patrimonio.
La preocupación ambiental es deudora del fermento filosófico que puso en crisis los valores de
la “sociedad de consumo” y que tuvo su capítulo más destacado en la llamada “revolución de
mayo” francesa de 1968. En los años siguientes, la alarma lanzada por los científicos propició el
nacimiento de un nuevo pensamiento ecológico o “verde”, al que siguió una movilización
ciudadana (Juste Ruiz, 1999). A partir de ese momento la Organización de Naciones Unidas
(ONU) promovió reuniones internacionales para discutir los problemas ambientales, que se
plasmaron en instrumentos como la Declaración de la Conferencia de las Naciones Unidas
sobre el Medio Humano, donde se reconoce que “el hombre es obra y artífice del medio que
lo rodea, el cual le da sustento material y le brinda la oportunidad de desarrollarse
intelectual, moral, social y espiritualmente”, explicitando los dos aspectos del medio humano:
natural y cultural.
Desde 1975 la tendencia parece ser la de incorporar en las constituciones nacionales diversas
manifestaciones de la cultura y los derechos culturales. En ellas aparecen disposiciones
relacionadas con el papel del estado respecto a la preservación del Patrimonio Cultural, al
pluralismo cultural, al patrimonio de pueblos indígenas, el principio de que los monumentos y
objetos arqueológicos son propiedad del Estado y el reconocimiento a los ciudadanos para
actuar en defensa del patrimonio y de los intereses difusos, en referencia a la identidad de los
pueblos y el deber de conservar los bienes culturales (Harvey, 2000).
Las dos Declaraciones del año 1972, han sido importantes para poner en diálogo problemas
tan delicados como la protección del Patrimonio Cultural y el ambiente. En Argentina,
Ricardo Lorenzetti -jurista y actual presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación-
nos ha desafiado a pensar en un nuevo paradigma ambiental en el cual es central el “abordaje
sobre la cuestión cultural que presentan los estudios sobre el ambiente”. Desde este punto de
vista, en su obra “Teoría del Derecho Ambiental” (Lorenzetti, 2009:1) propone un esquema
explicativo en el cual establece tres etapas:
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- Una “paradigmática”, en la que está cambiando el modo de ver los problemas y las
soluciones de los problemas ambientales, que, dada su transversalidad, convocan a todas las
ciencias. En 1992, veinte años después de Estocolmo, la Conferencia de Río sobre el Medio
Ambiente y el Desarrollo retomó sus principios y su espíritu fue incorporado en las
constituciones reformadas en la década del 90, tal como ha sucedido en la Argentina. Desde
ese momento la protección del Patrimonio Cultural y Natural ha quedado ligada a la del
derecho a un ambiente sustentable.
El Patrimonio Cultural es definido por Ballart y Tresserras (2001) como el conjunto de bienes
tangibles e intangibles que reflejan la herencia cultural de una comunidad, etnia y/o grupo
social, dando un sentido de pertenencia a sus distintas producciones e imaginarios simbólicos.
Es decir, que forman parte de él tanto una casa y una pintura rupestre como el tango,
considerado una de las principales manifestaciones de la identidad de los habitantes
rioplatenses y que ha sido declarado como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
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La valoración de bienes culturales ha variado con el tiempo y en los diversos contextos socio-
históricos. Sin embargo, existen algunos criterios de selección relacionados con el tipo de
patrimonio del que se trate. En el caso del patrimonio arqueológico, la significatividad del
objeto prehistórico, la representatividad o la exclusividad son criterios relevantes, mientras
que para el patrimonio urbanístico un parque puede tener valor cultural desde un punto de
vista histórico, simbólico, testimonial, arquitectónico y estético; y valor natural desde una
perspectiva paisajística-ambiental si se tiene en cuenta el grado de adaptabilidad del lugar
respecto a las funciones que cumple para la ciudad (Ciselli y Enrici, 2011).
Estos criterios permiten determinar cómo surgen los procesos de patrimonialización y buscar
la «esencia» del patrimonio, aquello que actúa como «sustrato» del concepto. Prats (2005)
plantea que estos procesos obedecen a dos construcciones sociales distintas pero
complementarias. La primera consiste en la sacralización de la externalidad cultural (ver un
bien y convertirlo en bien patrimonial es sacralizarlo), mecanismo “por el cual las sociedades
definen un ideal cultural del mundo y de la existencia y todo aquello que no cabe en él pasa a
formar parte de un más allá (de lo sobrenatural). El patrimonio es un sistema de
representación que se basa también en esa externalidad cultural. Las reliquias que lo
constituyen son objetos, lugares o manifestaciones procedentes de la naturaleza virgen, del
pasado o de la genialidad” (Ibid: 18). Estos constituyen los lados de un triángulo dentro del
cual se integran todos los elementos potencialmente patrimonializables. Cualquier cosa
(material o inmaterial) procedente de la naturaleza, de la historia5 o de la genialidad, se
incluye dentro de estos límites y se excluye de ellos cualquier otra cosa que no tenga esta
procedencia.
Prats (Ibid: 20) plantea una segunda construcción social en el proceso de patrimonialización:
la puesta en valor y la activación. Poner en valor determinados elementos patrimoniales y
luego activarlos depende del poder político que debe negociar con la sociedad. En la puesta en
valor de un bien se produce el primer proceso de negociación, puesto que son los grupos
sociales los que seleccionan aquellos elementos que ellos consideran significativos como
elementos identitarios.
La activación del bien como patrimonio tiene que ver con los discursos. En torno a las
activaciones patrimoniales se plantea un segundo plano de negociación acerca de la puesta en
valor de elementos patrimoniales indiscutibles pero que necesitan del mayor grado de
consenso posible. En esta cuestión, los diversos intereses (políticos, económicos, académicos)
pugnan por certificar el rigor científico de las activaciones y obtener el reconocimiento social
o los recursos económicos.
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Ballart denomina «patrimonialización del legado histórico material», al proceso por el cual bienes y valores del
pasado se entendían como vínculos culturales que ofrecían un testimonio de continuidad. En él diferencia entre
el pasado: lo que sucedió; la historia: un intento selectivo de describir el pasado; y el patrimonio: un producto
contemporáneo formado a partir de la historia. Así pues, la historia proporciona la información necesaria, que
una vez procesada y unida a los objetos del patrimonio, crea un producto contemporáneo.
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Como expresión ideológica, que responde a ideas y valores previos, la selección de bienes
culturales patrimonializables está asociada a intereses y hegemonías sociales que pugnan por
la producción de pasados posibles según las posiciones sociales y políticas de los actores de
tal construcción (Florescano, 1985: 93). Por ello, coincidimos con Prats (1996: 294), cuando
sostiene que el patrimonio es una construcción social, cultural e históricamente determinada
(Tamagno, 1988), lo que implica que su reconocimiento y la necesidad de conservarlo no son
una tendencia universal, sino una activación de carácter ideológico de que confronta
identidades. Esto explicaría que puedan existir versiones diferentes de una misma identidad
como expresión de las tensiones y de los conflictos sociales. La identidad se elabora en una
relación que opone un grupo a los otros con los cuales entra en contacto. Los enfoques
relacionales consideran que el contacto subraya las diferencias ya que parte de la estrategia
del grupo implica mantener la especificidad (Juliano, 1992) y reforzar las particularidades en
contraste con el otro, a partir de esa identidad contrastiva.
La identidad también puede definirse como una forma de clasificación (nosotros/los otros;
incluidos/excluidos), de representación y de reconocimiento social6, que sirve de marco a
opciones individuales - cada uno elige y puede cambiar su pertenencia -, y surge de la
interacción cotidiana. La identidad es lo que se pone en juego en las luchas sociales, pero no
todos los grupos tienen el poder de identificación que depende de la posición que se ocupa en
el sistema de relaciones que vincula a los grupos entre sí. La autoridad legítima tiene el poder
simbólico de hacer reconocer como fundadas sus categorías de representación de la realidad
social. El grupo dominante clasifica a los otros en diversas categorías.
Cualquier enunciado sobre identidad es una “representación ideológica” que responde a las
ideas y valores previos de quien observa los hechos, los interpreta y los traduce en
enunciados. Esto le hace decir a Moreno (2005: 18) que “El patrimonio no es ingenuo”. Más
aún, cierto patrimonio parece destinado a agradar y legitimar el poder, por lo que se
evidencian ciertas ausencias en monumentos o museos. En su materialidad, es soporte de un
mensaje espiritual que transcendió a su momento histórico y permite la afirmación de nuestra
memoria. Los bienes patrimoniales, materiales e inmateriales, son datos concretos en donde
se pueden “leer” los enunciados sobre identidad y descubrir la ideología que los sustenta.
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Es decir, que se construye en función de procesos que hacen tanto al reconocimiento social que proviene de la
sociedad en su conjunto (alter atribución) como a la auto atribución, o sea, al reconocimiento que el grupo social
hace de sí mismo.
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Tal vez el ejemplo anterior sirva para entender por qué sostenemos que las definiciones de
patrimonio son recortes ideológicos de la realidad. Pues se componen de aquellos elementos
que “se eligen” para definir la identidad de quienes las formulan y según una determinada
filosofía de pensamiento se selecciona unos referentes y se ignoran otros, se destacan
determinados significados de un elemento patrimonial y se relativizan otros. Detrás de los
elementos que se destacan hay un mensaje que se quiere hacer prevalecer. [Ilustración 1]
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Ilustración 1. El parque Saavedra, construido en 1937 por la empresa petrolera estatal Y.P.F., fue declarado, en
el año 2008, como Patrimonio Histórico, Cultural y natural de la ciudad de Comodoro Rivadavia e incorporado
al Registro Permanente de Bienes de Valor Patrimonial.
Un bien del Patrimonio Cultural es el aparato de sentido; el código cultural del grupo del cual
surge el significado atribuido al objeto significante. Por lo tanto, el aparato, el código y el
significado son también intangibles o inmateriales. Por lo que podría decirse que todo el
patrimonio es intangible, si es que lo pensamos desde el significado, desde el mundo de las
representaciones. Son “las prácticas, las representaciones, los conocimientos y las técnicas
que dan a las comunidades, grupos e individuos una sensación de identidad y un sentimiento
de continuidad. Los objetos, instrumentos y artefactos asociados a esas prácticas –desde su
valor de uso- y los espacios culturales donde se desenvuelven forman parte integrante de lo
que podríamos llamar el aparato de sentido vinculado a ese patrimonio” (Molteni, 2009: 15).
El patrimonio es uno, no es tangible o intangible. Es decir, un todo material e inmaterial, a la
vez.
Existen sitios declarados Patrimonio Mundial que son beneficiados económicamente por el
turismo, pero que han sido activados por su valor cultural. Uno de ellos lo constituye el
paisaje agavero, declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO en el año 2006, y vinculado a
la identidad nacional mexicana. En la imagen proyectada por el paisaje agavero, los discursos
ideológicos cumplieron dos funciones: la valorización de lo estético y lo natural y la
capacidad de volver “invisibles” los procesos socio-históricos de producción de esos paisajes,
es decir, las relaciones sociales de explotación que esconde dicha industria (Hernández y
Hernández 2010).
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ya no son solamente interindividuales sino colectivos, por lo tanto ya no hay sólo derechos
sino también deberes tendentes a la protección de los bienes de uso y disfrute colectivo, como
los bienes culturales.
Lorenzetti (2009: 12) plantea que hay que diferenciar entre el derecho al ambiente adecuado
como derecho subjetivo (noción antropocéntrica) y la tutela del ambiente como bien colectivo
(noción geocéntrica), que es la que propone este nuevo paradigma. Si bien por mucho tiempo
ha primado un concepto restringido de ambiente relacionado con el derecho de los recursos
naturales y su protección, el Derecho Ambiental propone un concepto más amplio que incluye
la protección de la naturaleza y un enfoque más global que refiere al conjunto de los
problemas que afectan a la calidad de vida, a la felicidad de los seres humanos y que abarca
sistemas de protección de medio ambiente natural, rural, cultural y urbano. La Ley General
del Ambiente (Ley 25675) de la República Argentina del año 2002, cumpliendo con el
mandato constitucional, en su artículo 1 “establece los presupuestos mínimos para el logro de
una gestión sustentable y adecuada del ambiente…”, protección que comprende los
ecosistemas naturales pero también la actividad antrópica, es decir, los bienes ambientales y
culturales. Dentro de los objetivos que la política ambiental nacional debe cumplir se
encuentra el de “asegurar la preservación, conservación, recuperación y mejoramiento de la
calidad de los recursos ambientales, tanto naturales como culturales, en la realización de las
diferentes actividades antrópicas”.
En este nuevo paradigma, Lorenzetti (2009: 13) distingue entre el ambiente como macro bien,
es decir, un sistema en el cual se interrelacionan diversos componentes: fauna, flora, agua,
paisaje, bienes culturales, y los micro bienes, es decir, cada uno de estos elementos. A su vez,
la noción de paisaje aparece relacionada con otras como Patrimonio Cultural, identidad,
memoria colectiva, pluralidad cultural y valores colectivos, por lo que parece apropiada como
categoría analítica para el desarrollo de este artículo.
Este paradigma plantea una definición jurídica de ambiente no como derecho subjetivo sino
como bien colectivo que exige tutela y que ha adquirido preeminencia normativa tanto a nivel
constitucional como legislativo. La noción del “interés difuso” nace junto con los
denominados derechos de tercera generación, de la solidaridad o colectivos que se encuentran
enunciados en la Constitución de la Nación Argentina del año 1994 en el Capítulo 1:
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tensiones que existen entre lo global y lo local; entre el desarrollo a cualquier costo y el
desarrollo sustentable; entre la protección a los intereses individuales y los intereses
colectivos. La salud y el equilibrio ambiental constituyen el núcleo del estándar normativo,
afirmando la solidaridad intergeneracional, poniendo en cabeza de cada uno la
responsabilidad por la defensa del mismo. El concepto “desarrollo humano” encuentra su
reconocimiento en otro concepto que es el de “desarrollo sustentable”, es decir, que está
vinculado a las ideas de equilibrio ambiental y crecimiento sustentado sin afectar la capacidad
de las generaciones futuras para satisfacer las necesidades actuales. Por ello, el artículo 41
establece el “deber de preservarlo. El daño ambiental generará prioritariamente la obligación
de recomponer, según lo establezca la ley”. En definitiva, el legislador apunta a la prevención
como medida de tutela por excelencia, luego recomponer y como última medida la reparación
o resarcimiento del daño causado.
La preservación del bien colectivo prima sobre los intereses particulares, el derecho de
propiedad cede frente a la función ambiental de la propiedad, el bien puede ser usado por
todos y en beneficio de todos por lo cual pertenece a la esfera social de tutela. Respecto a su
estatus normativo, y siguiendo a Lorenzetti (2009), el bien colectivo tiene reconocimiento
legal luego de ser calificado como tal, brindando una amplia legitimación para obrar para su
protección de forma preventiva, lo que está previsto en el artículo 43 de la Constitución
Nacional, con la acción de amparo. Ya existen algunos antecedentes jurisprudenciales donde
se aplica la legislación ambiental para la protección del Patrimonio Cultural (Elcano, 2009).
La noción “paisaje” como parte del patrimonio colectivo y componente del ambiente aparece,
entonces, como “un desafío en la teoría jurídica del derecho ambiental” en palabras de
Lorenzetti (2005: 315), ya que podría pensarse en él como una combinación dinámica de
elementos físico-químico, biológicos y humanos en interrelación.
Pero ¿cómo reconocer el paisaje con valor patrimonial, aquel que ha dejado una marca en el
territorio y una huella en la memoria individual y colectiva? Posiblemente un modo de
lograrlo sea considerando sus aspectos ambientales, sociales y culturales. En este sentido
resulta útil la propuesta de paisaje como sistema (Rodríguez, 1998) con tres niveles: el
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La condición esencial para considerar el paisaje como patrimonio (en el sentido de herencia
colectiva) reside en su valoración social y en la aceptación de que, como señala el Convenio
Europeo del Paisaje (Florencia, 2000) –en vigor desde 2004-, el paisaje es un "componente
esencial del espacio vivido” (Zoido Naranjo, 2004). Más aún, se ha afirmado que el paisaje es
"la cultura territorial" de un pueblo, con la doble finalidad de recordar que el paisaje es el
resultado objetivo de la gestión cotidiana sobre el territorio y el modo en que cada sociedad
maneja sus recursos naturales, edifica o dispone del hábitat, entre otras cosas (Ibid).
[Ilustración 2]
Ilustración 2. El parque Saavedra ha sido considerado por la Comisión Evaluadora de Patrimonio de la ciudad
como “paisaje cultural, pues combina trabajos de la naturaleza y de la humanidad que expresan la íntima relación
entre la sociedad y su ambiente natural.
La concepción patrimonial del paisaje implica su sentido como recurso, como elemento
“valorizable” en las estrategias de desarrollo territorial. Ello coincide con el Informe
Explicativo del Convenio Europeo, que coloca la política de paisaje dentro de los objetivos de
desarrollo sostenible de la Conferencia de Río de 1992, y considera al paisaje, justamente por
su carácter de patrimonio natural y cultural, reflejo de la identidad y la diversidad europea, un
recurso económico creador de empleos y vinculado a la expansión de un turismo sostenible
(Mata Olmo, 2008).
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de la relación sensible de la gente con su entorno percibido, cotidiano o visitado. Por ello, el
paisaje es también elemento de identidad territorial, y manifestación de la diversidad del
espacio geográfico que se hace explícita en la materialidad de cada paisaje y en sus
representaciones sociales. Se trata de una diversidad que resulta de la articulación de lo físico,
lo biológico y lo cultural en cada lugar, un patrimonio valioso y difícilmente renovable, que
no debe quedar eclipsado por esa otra diversidad, la biológica, políticamente más asumida
hasta ahora e integrada en el todo paisajístico (Ibid).
Desde un punto de vista jurídico, la protección del paisaje ha estado ligada a la conservación
de la naturaleza y se ha ampliado con el derecho ambiental y la legislación urbanística al
desarrollar ésta su inicial valoración natural y estética con la consideración de los valores
escénicos del paisaje, expresados concretamente en las referencias legales a los “paisajes
abiertos”, las “perspectivas de conjunto” y en la obligación de no limitar “el campo visual”.
Hasta la aparición del Convenio Europeo del Paisaje (Florencia, 2000) su “protección y
defensa” era tratada como una actividad de control municipal. Esta convención lo convierte
en un bien público generalizado a todo el territorio, "componente esencial del espacio de vida
de las poblaciones (apartado 5.a), y fundamental del patrimonio natural y cultural de Europa".
Desde un punto de vista identitario lo considera factor para "la consolidación de la identidad
europea" y de "elaboración de las culturas locales" (Preámbulo), objeto de derecho de las
poblaciones que lo perciben y para cuyo disfrute es preciso generar actitudes no sólo de
protección, sino también de gestión y de ordenación.
A nivel municipal, la Carta Orgánica de Comodoro Rivadavia del año 1999 establece que el
gobierno local es el responsable del desarrollo urbano, en armonía con las actividades
económicas, sociales y culturales que se despliegan en su territorio; de la proyección y
ejecución de acciones de renovación y preservación de áreas y componentes del patrimonio
histórico, urbano, arquitectónico, arqueológico y paisajes de la Ciudad, y reconocimiento del
patrimonio colectivo de la comunidad. Es decir, que el gobierno local se compromete a
fomentar la creación, producción y circulación de bienes culturales en tanto elementos que
contribuyen al fortalecimiento de la identidad.
La aprobación del Código Ecológico Municipal por Ord. Nº 3779 en el año 1991 demuestra la
preocupación del municipio de Comodoro Rivadavia por el medio ambiente, incluso antes de
la Conferencia de Río, considerándolo “patrimonio común de nuestra ciudad” y planteando la
relación estrecha entre hombre-ambiente “por lo que sus componentes, factores y procesos
ecológicos deben ser leídos en clave cultural”. Interesa particularmente el Cap. III,
conservación patrimonial, en su art. 38º “Los sectores urbanos históricos se acogerán al
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6.- CONCLUSIONES
La protección del Patrimonio Cultural no puede pensarse sin atender a la tutela del ambiente,
pues esta noción incluye al Patrimonio Cultural y Natural. Sin embargo, esto no significa que
todo lo ambiental sea transferido a lo cultural y viceversa. Lo que sí debemos hacer es ampliar
el sistema de derechos protectores del patrimonio utilizando las herramientas de gestión
previstas en la política ambiental nacional y exigiendo el cumplimiento de los derechos en
materia medioambiental: acceso a la información, participación pública o ciudadana y acceso
a la justicia.
Sin embargo, la Ley 25675 es la principal ley de presupuestos mínimos que se toma como
base para interpretar y poner en aplicación las políticas ambientales. Asimismo, y teniendo en
cuenta el principio de congruencia, las leyes complementarias que dicten las provincias o los
municipios tendentes a elevar dichos pisos o mínimos de protección ambiental deben
adecuarse a los principios y normas fijadas en ella. En decir, que nunca puede legislarse por
debajo de la protección mínima fijada por la ley nacional
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El derecho ambiental debe reconocer que el Patrimonio Cultural tiene entidad propia pero que
constitucionalmente está habilitado a beneficiarse de una tutela judicial privilegiada. Si bien
los bienes culturales, y dentro de ellos los bienes patrimoniales, pueden encontrarse
sumergidos en las relaciones de derecho civil, cuando una actividad provoca un daño
ambiental la relativa consecuencia será sometida a las normas propias de la protección del
medio ambiente.
En coincidencia con la postura del maestro Michel Prieur (2005), el instrumento más efectivo
para la protección y desarrollo del patrimonio, particularmente el de los paisajes culturales, es
la aplicación de una efectiva e inteligente legislación medioambiental, unida a la protección
que otorgan las leyes relacionadas con la cultura. Pero si a ello le unimos la legislación
urbanística, el paisaje se considerará totalmente protegido. Al mismo tiempo, este especialista
indica que todos los instrumentos citados deben ser debatidos y contar con un alto nivel de
información y participación de los habitantes del lugar en la toma de decisiones, ya que serán
finalmente los afectados por todas estas medidas.
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