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El Peronismo de Los 70 El Peronismo de L
El Peronismo de Los 70 El Peronismo de L
Terragno
El peronismo
de los 70
Por Rodolfo H. Terragno
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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno
ADVERTENCIA
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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno
INTRODUCCIÓN
En 1955, Juan Domingo Perón fue desalojado del poder. Desde entonces, se habían
ensayado todos los métodos para esfumar su figura.
El 5 de marzo de 1956 se dictó (y permaneció en vigencia durante largos años) un
decreto que, con mérito, debería ingresar, no sólo a una antología del despotismo,
sino a una historia de los esfuerzos inútiles que, en todo tiempo y lugar, han hecho
los gobernantes inseguros. El decreto prohibía “las imágenes, símbolos, signos,
expresiones significativas, doctrinas artículos y obras artísticas” que fueran “o
pudieran ser tenidas por” lo que el decreto llamaba “afirmación ideológica
peronista”. No se podía exhibir una fotografía de Perón, ni escribir su nombre, ni el
de sus parientes, y a quien incurriera en tales delitos le esperaba la cárcel.
Los militares que habían derrocado a Perón imitaban, sin saberlo, a Shi–Huang–ti, el
emperador chino que mandó a quemar cuanto libro se hallare en el imperio, para
borrar así todo aquello que lo hubiera precedido.
Por cierto, el prestigio de Perón entre los trabajadores y gruesas capas de la clase
media, no mermó sino que aumentó a medida que la selecta minoría gobernante se
empeñó en el vano intento de borrar una época (la que va de 1946 a 1955) durante
la cual obreros y empleados habían obtenido, no sólo reivindicaciones sociales
perseguidas antes durante décadas, sino acceso –a través de los sindicatos– a la
participación en el manejo del Estado.
La realidad es indeleble, y a menudo se vale de un procedimiento cruel para ponerse
de manifiesto. Quienes la niegan, son colocados en situaciones azarosas, de las
cuales sólo pueden librarse escogiendo una salida que los precipitará al vacío.
Los norteamericanos, al ver comprometida su hegemonía universal, negaron en los
años ’50 a la China de Mao Tse–tung. Simularon que 700 millones de habitantes no
existían. Eliminaron del mapa de las Naciones Unidas al país más poblado de la
tierra y fingieron que Chiang–Kai–shek lo representaba. Por fin, Richard Nixon
tuvo que redescubrir China. No hacerlo suponía permitir que Mao siguiera actuando
fuera de toda regla convencional, tornar casi imposible la retirada estadounidense
del sudeste asiático y seguir minando, así, el poderío material y moral de
Norteamérica. Hacerlo era la solución, pero era, también, renunciar a un área
geográfica; admitir una nueva reducción del campo de acción norteamericano y, en
definitiva, dar un paso más hacia la desaparición del imperio de los norteamericanos.
En la Argentina, después de haber negado durante dieciocho años la existencia de
Perón, y el apoyo que la mayoría le brindaba, hacia 1972 se hizo necesario admitir al
peronismo. El general Alejandro Lanusse, entonces jefe del Ejército y presidente de
la Nación (de facto, por supuesto) permitió la reincorporación de Perón a la
legalidad. Lo hizo para salvar al sistema social vigente, acosado por la violencia:
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tanto la organizada, que ejercían las guerrillas, como esa violencia masiva e
inorgánica que en 1969 había tenido su expresión más dramática en Córdoba, una
gran ciudad industrial que, literalmente, ardió durante días a causa de violentos
disturbios callejeros.
La Argentina vivía un peligroso sentimiento de frustración. Se había vuelto un país
políticamente inestable, con una economía en permanente crisis y una mayoría
disconforme. Los militares –responsables de la inestabilidad política– y los intereses
económicos dominantes –responsables de los desequilibrios estructurales que
crearon y mantuvieron en su propio beneficio– se habían encargado, durante años,
de “hacer la gloria” de Perón. Esos dueños del poder, que por un lado le negaban el
voto a la mayoría y hacían bajar el salario real, por otro lado se encargaban de hacer
notar que su contrafigura era Perón. Las nuevas generaciones, que no habían
conocido al peronismo, lo creyeron mucho más revolucionario de lo que realmente
era este movimiento populista, que jamás había auspiciado la abolición del
capitalismo sino la morigeración de algunas de sus injusticias. [Aun cuando se
organizó como un partido, el peronismo siempre se consideró un “movimiento”].
Ese movimiento, reinterpretado por los jóvenes y hasta convertido (como en el caso
de los montoneros) en bandera para la guerrilla, se hizo demasiado peligroso. Perón,
por su parte, alentaba a los jóvenes iracundos: evocaba la juventud como “la época
en que todos estábamos en la delincuencia”, e invitaba a las nuevas generaciones de
peronistas a hacer más insidioso su hostigamiento al enemigo. El viejo guerrero
efectuaba, así, una maniobra táctica contra quienes le habían arrebatado el poder.
Pero, ¿cuál iba a ser el destino del peronismo –y, por consiguiente, de la Argentina–
si Perón, quien se aproximaba ya a los 80 años, moría dejando como legado político
su circunstancial apoyo al sector más exaltado de su movimiento?
La muerte de Perón, en tales circunstancias, podía dejar a las Fuerzas Armadas
enfrentadas a un peronismo tan multitudinario como radicalizado. La guerra civil
sería, entonces, una consecuencia inevitable.
Lanusse se vio, de ese modo, en la necesidad de admitir la existencia de Perón. Lo
hizo, primero, tratando de “destruir el mito”, convencido de que el peligroso
peronismo se desarticularía cuando Perón se negase a regresar de su exilio
(emprendido en 1955, tras su derrocamiento) y perdiera así el aura de hombre
temido y desterrado.
El 23 de julio de 1972, el diario La Vanguardia, de Barcelona, había publicado una
entrevista en la cual Perón aparecía diciendo:
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1973
GOBIERNO DE CÁMPORA
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En esos días, el joven secretario general del peronismo, Juan Manuel Abal Medina,
anunció que el 25 de mayo se abrirían las cárceles. Ya el presidente electo había
declarado a Il Messaggero, de Roma, el 15 de marzo: “No quedará en la cárcel ningún
compatriota, sean cuales fueren los hechos que haya realizado, siempre que tengan
motivación política”.
Tan inquietante como esa perspectiva resultó el anuncio de Rodolfo Galimberti, un
destacado dirigente de la juventud peronista que –luego de haber pasado cuatro
meses en la clandestinidad– reapareció poco después de las elecciones para revelar
que estaban organizándose “milicias juveniles”.
Simultáneamente, se anticipaba que el inminente gobierno peronista “descabezaría”
al Ejército, mandando su cúpula a retiro.
Los militares se agitaban. Como Lanusse lo dice en su libro, no estaba en los planes
ni en la vocación de ellos “el triunfo comicial de un peronismo caotizado donde
predominaban confusas ideologías extremistas”.
Los generales en actividad, recordaban los “cinco puntos” que habían firmado el 7
de febrero. Bajo el título “Compromiso de conducta que el Ejército Argentino asume hasta el
25 de mayo de 1977…”, habían fijado las reglas de juego a que debería atenerse,
incluso, el gobierno surgido de las urnas. El punto 4 mandaba “descartar la
aplicación de amnistías indiscriminadas para quienes se encuentren bajo proceso o
condenados por la comisión de delitos vinculados con la subversión y el
terrorismo”. El punto 5 prescribía que las Fuerzas Armadas compartirían “las
responsabilidades dentro del Gobierno que surja de la voluntad popular (…) en
especial en lo que hace a la seguridad externa e interna...". Más de un oficial exigía
que aquel compromiso no quedara en letra muerta.
El 16 de marzo, hablando frente al propio Lanusse, un coronel afirmó públicamente
que el Ejército podía perdonar, pero que jamás olvidaría las ofensas que había
recibido.
El jefe del II Cuerpo del Ejército (uno de las cuatro regiones militares en que se
divide el país) advirtió por esos días: “Si se abren las cárceles para los criminales de
la subversión, muy poco o nada quedará de digno en la vida de los argentinos”.
Otro oficial del Ejército, a su vez, dijo desde Magdalena –una localidad de la
provincia de Buenos Aires, sede de fuerzas blindadas– que “el fanatismo insano de
algunos y los designios perversos de otros, pueden llegar a impedir que los
argentinos vivamos en una patria soberana y podamos cultivar el sentimiento de
libertad y de la dignidad humana”.
El 23 de abril, generales y coroneles en actividad discutieron la situación y, luego,
dejaron trascender que no tolerarían la amnistía indiscriminada, la formación de
milicias ni la liquidación de la cúpula castrense. Más explícito, al despedir los restos
de un contralmirante asesinado por la guerrilla, un compañero de armas aprovechó
la oración fúnebre para confesar, el 1º de mayo, la “tentación de ordenar primero el
país para entregarlo después”; tentación que, al parecer, compartían muchos
militares.
Algunos recordaban el mensaje que Lanusse había dirigido al país las vísperas de la
elección:
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Desde España, Perón advirtió que –embriagados por la victoria– los jóvenes
peronistas corrían el riesgo de perder de vista los estrechos límites a los que estaba
sometido el proceso inaugurado el 11 de marzo. “No malograr lo que tanto nos ha
costado alcanzar”, recomendó el líder en una carta que circuló entre los dirigentes
de su movimiento. Poco después, el propio Perón pidió la renuncia de Galimberti:
aquel impulsivo joven que había anunciado la constitución de milicias.
De todos modos, los altos mandos de las Fuerzas Armadas discutieron durante una
semana (del 30 de abril al 6 de mayo) si, finalmente, entregarían el gobierno a
Cámpora.
Un periodista político reveló, al cabo de las deliberaciones, que el Ejército había
resuelto lo siguiente: “Se transferirá el gobierno el 25 de mayo; mientras tanto, la
institución reforzará su verticalidad y la coherencia de sus cuadros, cerrando filas en
función de su acción contra la guerrilla”.
El tiempo mostraría el fiel cumplimiento del Ejército a este plan trazado en mayo de
1973.
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[Por cierto, las calificaciones “de izquierda”, “de centro” y “de derecha”, pueden ser
imprecisas; se las utiliza aquí al solo efecto de dar al lector una idea aproximada de
las líneas divergentes que mostraba este heterogéneo gabinete].
Comandante en Jefe del Ejército fue designado el general Jorge Raúl Carcagno, un
populista que se había hecho cargo de la provincia de Córdoba luego de los
violentos disturbios ocurridos el 29 de marzo de 1969 y los días subsiguientes,
conocidos en la Argentina bajo el nombre del “cordobazo”.
La designación de Carcagno y, luego, los destinos que el nuevo comandante dio a
los distintos generales, colocó a diecisiete de ellos en “situación de retiro”, ya que en
el Ejército ningún oficial puede servir a las órdenes de un camarada menos antiguo,
y esos diecisiete generales tenían más antigüedad que aquéllos a quienes se eligió
para dirigirlos. Era el “descabezamiento” esperado.
Quedaban en actividad treinta y cinco generales. Ninguno de ellos tenía
antecedentes de caudillo.
Cámpora juró como presidente en el Congreso Nacional y, de allí, se dirigió a la
Casa de Gobierno. En un salón colmado de adictos al nuevo mandatario, Lanusse
debió entregarle los símbolos del poder: la banda y el bastón presidencial. Debió,
asimismo, soportar estoicamente que la concurrencia cantara la “Marcha Peronista”
a viva voz y le enrrostrara la “V” de la victoria, que cada mano formaba con el
índice y el medio. Testigos de todo eso fueron dos invitados especiales de Cámpora:
el Presidente de Cuba, Osvaldo Dorticós, y el de Chile, Salvador Allende.
Aquel 25 de mayo, Lanusse pasó –según su propia confesión, hecha años más
tarde– “el día más difícil” de su vida. Entregarle el gobierno al peronismo era algo
que en ninguna otra circunstancia él hubiera hecho, y que muchos de sus
compañeros de armas le reprocharían en adelante. La concurrencia, vocinglera y
ofensora, se encargó de acentuar el malestar del hasta entonces presidente.
Cuando, terminada la ceremonia, Lanusse se fue en un auto fuertemente custodiado
y los otros dos miembros de la Junta Militar subieron a la terraza del palacio para
tomar un helicóptero que los alejaría del lugar, la multitud –reunida en la vecina
Plaza de Mayo– comenzó a gritar atronadoramente: “Se van se van/ y nunca
volverán”. De verdad, la gente parecía creer que las Fuerzas Armadas habían
perdido el poder para siempre.
Cámpora salió a un balcón de la casa de gobierno, sobre la Plaza de Mayo: el mismo
blacón desde el cual Perón acostumbraba, en el pasado, hablarle a la multitud. Ésta
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que ahora se reunía en el mismo lugar –compuesta, en su mayoría, por jóvenes que
no habían sido parte de aquellas antiguas concentraciones– deliraba y no prestó
demasiada atención al discurso de circunstancias que Cámpora –un mal orador–
pronunció aquella tarde.
Exaltados por la victoria, los jóvenes exigían la libertad de los presos políticos, y no
admitían que se hiciera excepción de los guerrilleros. Ese día, muchos salieron de la
Plaza de Mayo para ir a gritar “¡Libertad!” a las puertas de la cárcel de Villa Devoto,
en el noroeste de Buenos Aires. El 26 de mayo, unas 40.000 personas manifestaron
frente a esa cárcel; dos jóvenes cayeron muertos, en un tiroteo entre manifestantes
que pretendían tomar la prisión por asalto, y la guardia que debía impedirlo.
Pero el mismo 26, Cámpora indultó a todos los presos políticos y el Senado aprobó
una amnistía amplísima, que abarcaba a procesados y condenados por cualquier
delito –incluso homicidio– que hubiere tenido un móvil político. La Ley de
Amnistía, aprobada por ambas cámaras, no fue promulgada hasta el 26; para
entonces, sin embargo, las puertas de las cárceles ya se habían abierto.
Poco después, el Congreso derogó las leyes penales que había sancionado el
gobierno militar; entre ellas, la que creaba tribunales especiales para juzgar a
guerrilleros.
Socialismo nacional
“…Así fui a parar en los años ’30 a Italia. Elegí Italia porque allí, indudablemente,
se estaba produciendo un… digamos, un ensayo de un socialismo nuevo en el
mundo. Hasta entonces el socialismo había sido el socialismo internacional,
dogmático, marxista. Allí, en Italia, se estaba produciendo un socialismo sui generis,
un socialismo nacional, un socialismo italiano, que era el fascismo. Ese mismo
fenómeno se producía también en Alemania”.
[En 1975, EMI Odeón editó en Buenos Aires dos discos, bajo el título “Perón por
Perón” (números 8099 y 8100), que recogían las conversaciones mantenidas por el
mismo periodista con el caudillo, en España. En esos discos se incluía el párrafo
citado. Pero los discos, no pudieron salir a la venta. Presiones de distintos tipos,
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forzaron a la casa grabadora a destruir casi todos los ejemplares. Quedó uno en el
archivo de la empresa.]
Ese testimonio grabado parecía indicar que, pese a la opinión de los jóvenes, José
López Rega era un fiel intérprete de Perón. En su revista Las Bases, anunciada como
“órgano oficial” del movimiento peronista, López había escrito que el socialismo
nacional no era otra cosa que el nacional–socialismo.
Los corresponsales extranjeros consultaron a Cámpora, pocos días antes de que éste
asumiera la presidencia, sobre el sentido que debía darse a la expresión “socialismo
nacional” usada por los peronistas. “Para el Frente Justicialista de Liberación”,
respondió Cámpora, “la esencia de su doctrina es genuinamente nacional, popular y
cristiana, y el Frente está decidido a aplicar, desde el gobierno, todas las medidas de
socialización de la economía que sirvan para elevar la condición humana, en la
medida en que respeten las esencias y aspiraciones del hombre argentino”.
El galimatías poco aportó. La acepción peronista de “socialismo nacional” seguía
siendo oscura y, por esos días, el vicepresidente de Cámpora –el “conservador
popular” Vicente Solano Lima– enturbió más la cuestión al declarar a un
semanario: “Socialismo nacional es lo mismo que Jacques Maritain llamaba, por
ejemplo, democracia pluralista”. Sin embargo, Lima agregó inmediatamente algo
revelador: “Con la expresión ‘socialismo nacional’ salimos al cruce a otra cosa:
salimos al cruce al socialismo marxista. Entre lo que el socialismo nacional es, está lo
que no es: socialismo marxista”.
Así se inició el gobierno de Cámpora: bajo el signo de la ambigüedad. Cada sector
interpretaba el peronismo a su manera.
Los jóvenes izquierdistas lo veían como un movimiento que, en las cruentas luchas
libradas para recuperar el poder usurpado a Perón en 1955 (cuando fue derrocado
por las Fuerzas Armadas), había pasado del populismo al marxismo.
Los antiguos funcionarios del movimiento, los dirigentes sindicales, la corte de
Perón y –según se comprobaría más tarde– el propio Líder, tenían una idea distinta.
Cámpora pareció, desde el principio, sensible a las presiones de los jóvenes
izquierdistas. No sólo liberó a los guerrilleros:
El 28 de mayo, reanudó las relaciones diplomáticas de la Argentina con Cuba
(rotas en 1962, como consecuencia de una decisión de la Organización de
Estados Americanos, O.E.A.).
El 29, intervino todas las universidades del país y puso al frente de la más
importante –la Universidad de Buenos Aires– a un marxista.
El 1° de junio estableció relaciones diplomáticas con Corea del Norte.
El 2, a través del Ministerio del Interior, ordenó la disolución del
Departamento de Investigaciones Políticas Anti–Democráticas (DIPA) y la
destrucción de sus archivos.
El 4, su ministro del Interior leyó ante oficiales de la Policía Federal un
discurso en el que afirmó: “Nuestro orden es un orden revolucionario. Se
respalda en el pueblo, cuyas luchas y movilizaciones expresa, no reprime”.
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Poco después, el propio presidente indicó a los militares que, luego de haber
sido instrumento involuntario “de los sectores del privilegio y del
imperialismo”, debían ahora comprender a “la juventud de la Patria”, a la
cual el pueblo le había confiado “la vanguardia de su defensa”.
El 14 de anunció la renacionalización de bancos que, durante el gobierno
militar, habían pasado a manos extranjeras.
Los montoneros (guerrilleros que lideraban el ala izquierda del peronismo) se
mostraban discretamente satisfechos con la tendencia del gobierno. A diferencia del
Ejército Revolucionario del Pueblo, ERP (una organización guerrillera
habitualmente calificada de “trotzkista”, ajena al peronismo, la cual ya había
comunicado, el 29 de mayo, que la lucha continuaba), los montoneros resolvieron
bajar las armas.
Sin embargo, pronto Cámpora tuvo que viajar a España, para volver de allá con
Perón. A partir de ese momento, la izquierda empezaría a perder terreno.
Que Cámpora fuera permeable a los reclamos de los jóvenes más exaltados,
preocupaba a otros sectores del peronismo. También, claro está, a los no peronistas,
que temían una “chilenización”.
Los motines de presos comunes, que querían amnistía también para sus delitos (y
que empezaron en Mendoza el 26 de mayo); las ocupaciones (a partir del 29 de
mayo) de edificios públicos por parte del personal, que reclamaba sustitución de
determinados jefes por razones ideológicas; la toma de fábricas por parte de obreros
y empleados impacientes que aspiraban a inmediatas reivindicaciones; las
“ocupaciones preventivas” por parte de derechistas que querían anticiparse a los
ocupantes de izquierda; la invasión de viviendas no habilitadas, por parte de
habitantes de “villas miseria”, iniciada el 30 de mayo, transmitía la sensación de un
caos prematuro.
La derecha peronista presionó ante Perón para que torciera ese rumbo. Por
entonces, se decía que el Líder no quería ser presidente otra vez. Según versiones,
recorrería Latinoamérica y otros países del tercer mundo, representando a la Argentina
y afirmando sus pretensiones de liderar el bloque de no–alineados, sobre la base de
haber sido “el primero” (hacia 1946) en sustentar la tesis de la “tercera posición”.
Sin embargo, el 3 de junio López Rega anunció que Perón regresaría
“definitivamente” al país el día 20.
Entretanto, se sucedían los secuestros y las ocupaciones. El 14 de junio se alcanzó
un récord: 180 establecimientos tomados en ese solo día.
En el flamante gobierno, lo único que daba impresión de perdurable, era la política
económica. El 6 de junio el Estado, la Confederación General del Trabajo (CGT,
central única de trabajadores, dominada por el peronismo) y la CGE del Ministro
Gelbard, firmaron un acta de compromiso que, a partir de entonces, pasaría a
denominarse, pomposamente, acuerdo social (o pacto social). Obreros y empresarios
acordaron, por ese instrumento, un aumento salarial, la congelación de ciertos
precios, el aumento en las tarifas de los servicios públicos, un plan de viviendas y la
suspensión de las paritarias
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económica y financiera” como el “despojo ejercido por uno de los socios” (de la
OEA; una clara alusión a los Estados Unidos) en perjuicio de toda América Latina.
El 25 de junio, el Procurador General de la Nación, Enrique Bacigaluppo, emitió un
dictamen oponiéndose a que el Estado se sometiera a la jurisdicción de los
tribunales norteamericanos por las cuestiones que pudieran derivarse de un aval. Se
trataba del aval otorgado por el gobierno anterior a Fabricaciones Militares (empresa
del Ejército), por obligaciones contraídas con el Eximport y el First National Citi
Bank of New York, de los Estados Unidos.
Estos eran los últimos actos de la izquierda peronista en el gobierno. En Buenos
Aires, ya se rumoreaba que Perón había vuelto para asumir el gobierno, acabando
con los devaneos izquierdistas.
El 19 de junio, pocas horas antes de que Perón se embarcase con destino a la
Argentina, un periodista español –íntimo amigo del general– había publicado en
Madrid un artículo que anticipaba las intenciones con las que Perón emprendía el
retorno. Refiriéndose al lema que el peronismo había utilizado durante la campaña
electoral (“Cámpora al gobierno, Perón al poder”), escribió el periodista: “No veo
cumplirse este lema con el general Perón en su casa de Vicente López. Donde
únicamente está el poder es en el Estado. El poder entre cortinas se llama solamente
influencia. Ni Castro, ni Mao, ni Nixon, ni Brezhnev, mandan entre cortinas. No ha
habido un solo dirigente histórico de nuestro mundo antiguo y contemporáneo que
haya estado instalado en el poder desde su domicilio particular. Cuando se vuelve es
para mandar, no para dar lecciones de filosofía”.
Perón, efectivamente, no volvió para dar lecciones de filosofía, sino para acabar con
una situación insostenible. Cámpora –era obvio– jamás habría alcanzado la
presidencia por sí mismo. El mismo lo reconocía y, el 25 de mayo, hablando a la
multitud congregada frente a la casa de gobierno, había admitido que él era, en
definitiva, un intermediario; que esa multitud habría preferido ver en aquel balcón,
no a él, sino a Perón.
Había prometido ser fiel intérprete de su jefe, y sus antecedentes personales
permitían creer que no era una vana promesa. Sin embargo, él era –según la
acusación de la derecha peronista– débil ante la izquierda, la cual había conseguido
una cuota de poder. Su gobierno, además, no inspiraba la confianza y el respeto
necesarios: estaba subordinado a una instancia superior al gobierno mismo, y no
tenía la plena aprobación de esa instancia suprema.
El 24 de junio, Perón se entrevistó con el líder de la Unión Cívica Radical, principal
partido de oposición. Balbín –un viejo antiperonista, que había sufrido cárcel
durante el primer gobierno peronista (1946–1952)– exhibía en 1973 una actitud
conciliadora. Entrado en la vejez, perdidas las esperanzas de llegar –luego de cuatro
derrotas electorales– a la presidencia de la República, Balbín quería pasar a la
historia, junto con Perón, como pacificador del país.
La guerrilla, entre tanto, seguía golpeando. Por esos días, se produjo una ola de
secuestros. Un marino, un ex diputado, un ejecutivo y un policía fueron asesinados a
fines de junio.
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INTERINATO DE LASTIRI
Cae Cámpora
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La política económica
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8. Aceite de lino.
9. Pieles y cueros crudos.
10. Cueros vacunos curtidos.
11. Lanas sucias.
12. Carne equina.
13. Lanas lavadas.
14. Máquinas de calcular.
15. Preparados de legumbres, frutas y hortalizas.
16. Animales vivos.
17. Extracto de quebracho.
18. Aceite de maní.
19. Azúcar de caña.
20. Extractos y jugos de carne.
Exportación total: 1.740 millones de dólares.
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Perón–Perón
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todo, las exaltadas juventudes que lo apoyaban– vendría a reforzar las prevenciones
de Perón respecto de la izquierda impaciente que tenía en su propio movimiento.
El 15, ante dirigentes juveniles, Perón hizo la mejor síntesis de su conducta política:
“Yo hago aquí de Padre Eterno. La misión mía es la de aglutinar el mayor número
de gente posible… No soy juez ni estoy para dar la razón a nadie. Yo estoy para
llevar a todos, buenos y malos, porque si quiero llevar sólo a los buenos voy a
quedar con muy poquitos, y en política con muy poquitos no se puede hacer
mucho… Muchas veces llega un tipo al que le daría una patada y le tengo que dar
un abrazo. Pero la política es así: es un juego de utilidad, tolerancia y paciencia”.
Pronto, sin embargo, demostraría que su paciencia tenía límites.
Balbín, por su parte, se plegaba a la lucha contra la izquierda peronista. En una
entrevista radial, difundida el 19 de setiembre, dijo –comentando el fin de Allende–
que, en situaciones como las vividas por Chile, “lo que hay que hacer es fortalecer al
hombre que está haciendo la gran tarea, para que los agazapados no lo alcancen”.
Claro que el líder radical no perdió la oportunidad de recordarle a Perón el aliento
dado en otras épocas a esos “agazapados” que ahora lo asediaban. “Se equivocaron
cuando no tuvieron el coraje de condenar la violencia y la subversión. Aquí, al pie de
la tribuna del radicalismo, nunca hubo jóvenes armados”, dijo en un acto de su
campaña, que cerró el día 20.
GOBIERNO DE PERÓN
Perón Presidente
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allí, como uno de los méritos de los montoneros –por él dirigidos—el secuestro y
asesinato de Pedro Eugenio Aramburu [en venganza por el fusilamiento, en 1956,
de militares y civiles peronistas que se habían alzado contra el gobierno de facto
presidido por Aramburu: uno de los oficiales que derrocaran a Perón en 1955].
En el acto de Córdoba, el jefe montonero auspició la “depuración” del peronismo,
del cual había que eliminar a los “agentes de los yanquis” y a “todos aquellos que no
representen a los trabajadores”. “Utilizaremos las armas” si insisten en agredirnos y
golpearnos “donde menos lo esperen y donde más les duela”, amenazó Firmenich.
El 18 de octubre, la Corte Suprema de Justicia dictó un nuevo fallo desfavorable a
las empresas multinacionales. En este caso, se trataba de una corporación que –
apoyándose en la tesis de la propia Corte, según la cual nadie podía contratar
consigo mismo– pidió que el Estado le devolviera lo pagado durante años en
concepto de impuesto a las ventas por transacciones entre dos filiales que en la
realidad, eran partes de un mismo conjunto económico. El tribunal resolvió que,
para tener derecho al reclamo, la corporación debía reajustar todas sus obligaciones
impositivas a la realidad económica invocada; y no sólo la relativa al impuesto cor
respecto al cual el reajuste le resultaba ventajoso. Asimismo, la Corte subrayó que,
para solicitar la devolución de impuestos, era imprescindible probar que su pago
había ocasionado un daño al contribuyente, lo cual no era por fuerza en este caso,
dado que el impuesto a las ventas era trasladable a los precios.
Los sindicatos no estaban todos en manos de la llamada “burocracia sindical”. La
rama obrera de la Juventud Peronista (Juventud Trabajadora Peronista, JTP) había
logrado control o influencia en algunos gremios. Uno de ellos –que agrupaba a
empleados de una empresa estatal– difundió, en esos días de octubre, un proyecto
de “control obrero”. Estaba destinado a “garantizar la transición al socialismo”
implementando “un sistema de planificación centralizada”, bajo la supervisión de los
obreros en cada fábrica. El sistema impediría –según el sindicato– el boicot que, sin
duda, los capitalistas iban a organizar en contra del proceso de socialización.
El 20 de octubre, se transmitió por televisión una extensa entrevista a Perón. Se
habló de la guerrilla, y Perón cometió un error que repetiría más tarde. Sostuvo que
el ERP era dirigido desde París por la Cuarta Internacional, cuyo “agente para
Latinoamérica” sería “Posadas”.
En verdad, el ERP había sido creado en 1970 como brazo armado de un pequeño
partido que pertenecía, sí, a la Cuarta Internacional (fundada en 1938 por Trotsky;
dirigida ahora por Ernest Mandel y otros, desde París). Sin embargo, hacia 1972 el
ERP se había alejado de la Cuarta Internacional, sosteniendo que su dirección no
comprendía los problemas argentinos. Los dirigentes europeos, a su vez, acusaban a
la guerrilla de no haber logrado la captación de las masas.
Además, el mencionado “Posadas” no pertenecía a la Cuarta Internacional, sino que
había formado su propia “Cuarta Internacional Posadista”, un grupúsculo que era
enemigo del ERP y acusaba a los guerrilleros de ser un instrumento de la CIA. Por
el contrario, “Posadas” defendía al “Gobierno Popular” (peronista) de las “acciones
asesinas” de la guerrilla.
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¿Perón cercado?
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El 10 de noviembre, Perón visitó una base naval y, allí, reunió a la oficialidad para
insistir en la necesidad de “realizar una unidad firme y decidida de todos los
argentinos” para enfrentar “los problemas, las asechanzas y los peligros” del “futuro
inmediato”. “Tenemos que unirnos”, dijo, para desterrar “esos brotes
anticonstitucionales que todos los días están surgiendo, no por culpa nuestra sino
por infiltraciones extrañas que tratan de meternos el virus de la descomposición”.
Tres días más tarde, también reunió Perón a los dirigentes de 29 partidos políticos,
junto a representantes de la CGT y la CGE, para decirles: “En el continente ha
habido numerosos golpes militares a los que los políticos, indudablemente, les
hemos dado en cierta medida posibilidad de éxito”. Instó a que eso no se repitiera
en la Argentina, y reiteró la necesidad de “defender el sistema”.
El 16, el Jefe de Estado se reunió con oficiales superiores del Ejército, en el Estado
Mayor del arma. No se informó sobre lo tratado, pero a la semana siguiente fue
Balbín quien habló (en una entrevista publicada el día 21) sobre la eventualidad de
un golpe. “Ese golpe ambula en ámbitos juveniles, recoge allí su justificación”,
sostuvo el jefe radical. Nadie creía que hubiera una conspiración en marcha,
destinada a tumbar a Perón. Sin embargo, era verosímil que alguien estuviera
realizando aprestos para “llenar el vacío”, si Perón moría. Las versiones sobre la
salud del Líder eran inquietantes. Ya sus médicos habían opinado, antes de que
Perón aceptase la candidatura, que debía “ajustar su actividad a su edad” (entonces
77 años; cumplió 78 el 8 de octubre) y “a la dolencia sufrida” en junio, antes de
emprender su regreso definitivo al país: una dolencia de cuyo diagnóstico nunca se
tuvo noticia oficial pero que había requerido la atención de cardiólogos.
Perón se enfermó el 21. Un parte médico anunció el “reagudizamiento” de una
“afección bronquial”, y enseguida comenzaron a circular rumores sobre la inminente
muerte del caudillo. Sin embargo, a los pocos días Perón estaba otra vez en pie.
Sale Carcagno
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El Plan Trienal
¿Qué sucedía, en tanto, con la economía argentina? Ya sabemos cuáles eran los
moderados objetivos que perseguía el gobierno, reiterados ese último mes del año
por Perón.
El día 10 –al anunciar que ya la participación de los asalariados en el reparto del
producto bruto interno se había elevado a 42 por ciento– había reafirmado la meta:
“que la riqueza sea distribuida con justicia, fifty–fifty”. Una revista, crítica del
gobierno, ironizó: “la mitad para 5.000.000 de obreros y la otra mitad para medio
millón de empresarios”.
El 14, hablando otra vez en la CGT, Perón sostuvo que “lo inteligente y lo lógico es
que cada uno pueda ganar más sin perjudicar a nadie”, y censuró a quienes “quieren
lola, por la lola nada más” [es decir, a aquéllos que se rebelaban por el placer de
rebelarse].
Perón se mostraba conforme con la política económica, en particular con la
reducción de la tasa inflacionaria: si bien no se había alcanzado la “inflación cero” a
la que, con cierta ligereza, había aludido él mismo, las estadísticas oficiales
mostraban que se había bajado de 80 a 50 por ciento anual.
Sin embargo, había problemas. El más notorio era el desabastecimiento de algunos
productos. Los productores pecuarios retenían animales, ciertas industrias
mermaban su producción y los mayoristas acaparaban mercaderías. Esperaban que,
presionado por la escasez, el gobierno liberara los precios, a los cuales les había
puesto topes.
Las autoridades insistían en atribuir las dificultades de abasto a la vigorización de la
demanda interna (producida por el incremento del salario real que se había operado
al aumentar los sueldos y congelar precios), pero el mayor consumo era, en todo
caso, sólo un factor adicional y no la causa única de las insuficiencias registradas en
el abastecimiento.
Por otra parte, el mercado europeo de carnes estaba cerrado (en virtud de medidas
proteccionistas de la Comunidad Económica Europea) y eso le creaba, a la
Argentina, dificultades para colocar el producto al cual le debía, en situaciones
normales, 25 por ciento de las divisas entradas por año.
Para agravar la situación, ese año se había producido la guerra del petróleo, y el
precio internacional del combustible se había multiplicado. Eso iba a encarecer,
tanto las importaciones del petróleo mismo (producto que la Argentina había vuelto
a importar en cantidades significativas, luego del autoabastecimiento alcanzado en
1962) sino el de todos los productos industriales y bienes intermedios que el país
necesitaba comprar en el exterior.
El equipo económico, por último, era motivo de ataques políticos. Los sectores
agropecuarios lo acusaban poco menos que de marxista, por haber auspiciado la ley
de impuesto a la renta potencial (cuya aplicación fue diferida, en virtud de las
presiones, para 1975) y otras medidas “confiscatorias”, como la expropiación de
tierras ociosas. Dentro del peronismo, había (si bien no en la cúpula gremial)
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Mr. Hill
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1974
Guerra a la izquierda
Pronto, sin embargo, Perón desplazaría su mayor interés del campo económico al
campo político. El 20, un grupo guerrillero copó el más poderoso regimiento del
Ejército argentino, mató al jefe de la unidad y su esposa y huyó llevando a un oficial
como rehén. Roberto Mario Santucho, jefe del ERP –organización que se proclamó
autora del asalto– diría poco después que, demostrado ya el “carácter
contrarrevolucionario” del peronismo “burgués y burocrático”, y sus “vínculos con
el imperialismo yanqui”, estaban dadas las “condiciones objetivas” para que “el
peronismo progresista y revolucionario” (al parecer, una alusión a los montoneros) se
uniera al ERP “y otras organizaciones marxistas–leninistas” para librar la “guerra
revolucionaria”.
No era eso lo que le preocupaba a Perón: al contrario, él prefería que la izquierda
peronista emigrara hacia el marxismo. El mismo día 20, denotando irritación, se
presentó frente a las cámaras de televisión y, en un mensaje a todo el país, acusó al
gobierno de la Provincia de Buenos Aires (encabezado por el peronista de izquierda
Oscar Bidegain) de apañar a la guerrilla que había copado la unidad militar, situada
en esa provincia. Dijo que estos grupos terroristas venían “operando en la provincia
de Buenos Aires ante la evidente desaprensión de sus autoridades”. Destacó que el
Ejército sólo merecía “el agradecimiento del pueblo argentino”; prometió “aniquilar
cuanto antes este terrorismo criminal”, y amenazó con irse: “Yo he aceptado el
gobierno como un sacrificio patriótico, porque he pensado que podría ser útil a la
República. Si un día llegara a persuadirme de que el pueblo argentino no me
acompaña en este sacrificio, no permanecería un solo día en el gobierno”.
Al día siguiente, Bidegain renunciaba y la gobernación de la provincia era asumida
por el vicegobernador, Victorio Calabró, un dirigente sindical. De esta forma, un
episodio bélico sirvió para legitimar la destitución de uno de los tres gobernadores
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repartió armas a 200 civiles, recibió el apoyo del Ejército y fue, por cuatro días, el
amo de la provincia. El gobierno central no acudió en auxilio de las autoridades
legítimas (elegidas un año antes por 53 por ciento de los cordobeses, y apoyadas en
esta emergencia por los demás partidos políticos). Al contrario, al cabo de los cuatro
días, la provincia fue intervenida, usando una facultad que la Constitución le otorga
al Ejecutivo nacional en casos especiales.
El gobernador, el vice y sus ministros quedaron en libertad (poco después, el ex
vicegobernador sería asesinado) pero la izquierda peronista había perdido ya dos de
sus tres gobiernos provinciales. Dos gobierno decisivos: entre Buenos Aires y
Córdoba suman 45 por ciento de la población argentina, y la mayor parte de la
capacidad industrial instalada.
En marzo, un nuevo golpe le fue asestado a la izquierda: se conoció el proyecto
oficial de eliminar la autonomía universitaria y reducir la participación de los
estudiantes en el gobierno de las casas de estudio. [En la Argentina, a partir de 1918
y salvo en los períodos de dictaduras militares, las universidades estatales se
gobernaron por medio de consejos tripartitos, integrados por profesores, egresados
y alumnos. Tradicionalmente, las izquierdas habían dominado las representaciones
estudiantiles, y ahora la Juventud Peronista tenía mayoría].
Sin embargo, Perón seguía considerándose a sí mismo un revolucionario. El día 5,
en carta a Fidel Castro (que llevó a La Habana el ministro Gelbard, cabeza de una
misión comercial que viajó a celebrar acuerdos con el gobierno cubano), sostuvo:
“Tanto usted, amigo Fidel, como yo, llevamos muchos años de permanente lucha
revolucionaria”. Le aclaró a Castro, es cierto, que “las revoluciones no pueden ser
idénticas en todos los países porque tampoco todos los países son iguales ni todos
los pueblos tienen la misma idiosincrasia”.
La izquierda peronista tenía sus propias ideas sobre la revolución en la Argentina, y
el día 11, en un acto público, Firmenich anunció que la Juventud Peronista iría a la
Plaza de Mayo –donde Perón presidiría una concentración popular, el Día de los
Trabajadores– para exigir el cumplimiento de las “pautas programáticas” del
peronismo. “Hay que recuperar el gobierno para el pueblo y para Perón”, dijo el
líder montonero.
Ese mismo 11 de marzo (nadie lo recordó) se cumplió un cuarto de siglo de un
acontecimiento que siempre el peronismo había considerado un fausto: la sanción
de la Constitución nacional de 1949, que en su momento remplazó a la de 1853 y
resumía la “doctrina justicialista” de Perón. Destituido éste en 1955, la Constitución
de 1949 fue abrogada, y reiteradamente se dijo en la Argentina que el movimiento
militar de 1955 se había hecho, en verdad, contra aquella Constitución.
Domingo Mercante, quien presidió las deliberaciones de la Convención
Constituyente (en 1949) había escrito años más tarde, desde su exilio en
Montevideo, que la finalidad de la Constitución peronista fue “hacer, de una
Argentina hasta entonces dependiente de un imperialismo expoliador, una nación
económicamente libre y políticamente soberana”. El artículo 40 de esa Carta Magna
establecía que “la organización de la riqueza y su explotación, tienen por fin el
bienestar del pueblo, dentro de un orden económico conforme a los principios de la
justicia social. El Estado, mediante una ley, podrá intervenir en la economía y
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En tanto, José Antonio Allende asumió el 26 de abril como nuevo presidente del
Senado, y se situó así en la línea sucesoria, ya que –a falta de presidente y vice– era el
titular de la Cámara alta el encargado de ejercer la presidencia de la Nación.
Confirmando que Perón no tenía problemas sino dentro del peronismo, el caudillo
había elegido para ese puesto a un extrapartidario. Allende pertenecía al pequeño
Partido Popular Cristiano, integrante del FREJULI pero no peronista.
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“antiimperialista” como la proclamada por Gelbard, les podría otorgar una fuerza
creciente en la poderosa entidad que resultó de la fusión.
Un comentario, publicado en la época, presentaba así la cuestión: “La CGE debería
plantearse a sí misma si –como pareciera hasta ahora– aspira a representar al
empresariado nacional, víctima de la agresión económica externa; o, si, en cambio,
aspira a representar a todos los empresarios, sin excepciones. Si opta por lo primero,
seguirá siendo coherente la alianza con los trabajadores, tendiente a enfrentar a un
enemigo común. Si opta por la representación amplia, el pacto carecerá de sentido,
porque semejante representación no puede tener otra finalidad que la de defender
los intereses de la clase empresaria ante el contradictor común interno: la clase
trabajadora”.
Esto era muy importante, sobre todo porque la CGT había aceptado que el Pacto
Social fuera administrado por los empresarios. Perón no había querido que el timón
lo tuviera la CGT, y ésta lo había cedido a la CGE; pero ahora el gran capital se
metía en la central empresaria.
Los sindicatos, sin embargo, parecía más preocupada por afianzar su propio poder
económico. Aquel mes de abril, festejaron la sanción, por el Congreso, de una ley
que obligaba a todo obrero argentino –estuviera o no afiliado– y a sus patrones, a
efectuar aportes a las organizaciones sindicales.
“Duro, duro, duro, éstos son los Montoneros que mataron a Aramburu”. El grito de
guerra atronó en la Plaza de Mayo, la tarde de aquel Día de los Trabajadores. En su
época anterior, el peronismo había hecho una tradición del mitin del 1º de mayo.
Pero nunca Perón había encontrado, frente a sí, a un grupo como aquél que –según
los testimonios más objetivos– ocupaba poco menos que una mitad (la mitad
posterior) de esa plaza, situada frente a la casa de gobierno.
En los días previos, se había instado a que nadie llevara al acto otra bandera que no
fuese la Argentina. Los montoneros (o la Juventud Peronista, ya que a esta altura no se
podía distinguir a una organización de la otra), llevaron sus propios estandartes
enrollados, y los desplegaron una vez en el sitio. “No queremos carnaval, asamblea
popular”, cantaban. Y coreaban: “Se va a acabar, se va a acabar, la burocracia
sindical”. También formulaban reclamos a Perón: “El pueblo te lo pide: queremos la
cabeza de Villar y Margaride” [el jefe y el subjefe de la Policía Federal, quienes se
habían destacado en la época de los gobiernos militares y ahora habían sido
llamados por Perón para endurecer la represión]. Cuando Isabel apareció en el
balcón, los enardecidos jóvenes gritaron: “Evita hay una sola”. Perón empezó a
hablar, visiblemente contrariado. Fustigó a “esos estúpidos que gritan”, y defendió a
la agredida “burocracia sindical”: “A través de estos veinte años, las organizaciones
sindicales se han mantenido inconmovibles, y hoy resulta que algunos imberbes
pretenden tener más méritos que los que lucharon durante veinte años”. Luego, se
tornó amenazante: “Que en el futuro, cada uno ocupe el lugar que le corresponde
en la lucha que, si los malvados no cejan, hemos de iniciar”. Prometió la “liberación,
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Perón teórico
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Rebelión laboral
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La muerte de Perón
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GOBIERNO DE ISABEL
A las 2.50 p.m., María Estela Martínez de Perón protagonizaría, ante las cámaras de
televisión, una de las escenas más patéticas de la historia contemporánea de la
Argentina. La otra, también la había producido el peronismo, y también una mujer:
Eva Perón, demolida por el cáncer, sostenida por las manos de su esposo,
renunciando desde un balcón ante el pueblo, que –tanto como ella– sabía o
presentía que estaba muriéndose, y la reclamaba. Eso había ocurrido en 1951.
“Con gran dolor, debo transmitir al pueblo el fallecimiento de un verdadero apóstol
de la paz y la no violencia”, dijo la viuda de Perón este 1º de julio de 1974. Y
anunció, a continuación, que había asumido la Presidencia de la República.
Minutos más tarde, se divulgó el parte médico: “El teniente general Juan Domingo
Perón falleció a las 13,15 horas”.
El país se sintió, de pronto, en la orfandad. Como si fuera un feudo donde, muerto
el señor feudal, todos quedaran desamparados. La fantasía popular imaginaba que,
después de ese día, ningún mal sería evitable. La gente se estremecía ante la primera
plana de un periódico, que lanzó rápidamente una edición extra a la calle: decía, con
letras que ocupaban la mitad de la página, simplemente:
MURIÓ
Las radios y las televisoras del país estaban en cadena. Transmitían nada más que
música sacra. De pronto, ya avanzada la tarde, la voz grave de un locutor anunció al
Ministro de Bienestar Social, y López Rega apareció para decir, en tono dramático:
“Con gran pesar, debo confirmar al pueblo argentino la infausta noticia del paso a la
inmortalidad de nuestro líder nacional, el general Perón”.
¿Por qué debía “confirmar” López Rega lo que había anunciado la propia jefa del
Estado, viuda de Perón, y los médicos que habían asistido al extinto presidente?.
Luego se dijo que, una vez certificada la defunción por los médicos, López Rega
había intentado “resucitar” a Perón, y la “confirmación” de la muerte no había sido
sino la confesión de su fracaso. También había sido –y esto preocupaba a mucha
gente– una manera de demostrar que, a partir de allí, él tendría el poder, y hasta los
actos de la Presidente necesitarían de su “confirmación”.
El velatorio de Perón transcurrió durante tres días. El país estaba paralizado. La
ciudad de Buenos Aires era una inmensa casa mortuoria: el féretro se exhibía en un
salón del Congreso, en el centro de la ciudad, y gente –venida de todas partes–
formaba colas que se extendían por cuadras y cuadras, en las frías calles porteñas.
El entierro fue el 4 de julio. Hubo una decena de oraciones fúnebres, pero ninguna
impresionó como la de Balbín: “No sería leal si no dijera… que vengo en nombre
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de mis viejas luchas, que por haber sido claras, sinceras y evidentes, permitieron en
estos últimos tiempos la comprensión final. Por haber sido leal en la causa de la
vieja lucha, fui recibido con confianza en la escena oficial que presidía el Presidente
muerto… Y hoy, este viejo adversario despide a un amigo”.
Hacia el final, el líder opositor se volvió hacia Isabel: “Yo le digo, señora Presidente
de la República: los partidos políticos argentinos estarán a su lado, en nombre de su
esposo muerto, para servir a la permanencia de las instituciones argentinas, que
usted simboliza en esta hora”.
Balbín se esforzaba –como antes Perón– por “salvar el sistema”. La Iglesia estaba de
acuerdo: en las mismas exequias, el arzobispo de Buenos Aires, recordó que el país
debía “a la clarividencia” de Perón, el haber buscado y obtenido el diálogo con los
dirigentes políticos y “aproximar a empresarios y obreros” impidiendo “una lucha
de clases, hasta hace poco, inevitable”.
Se trataba de saber, ahora, si Isabel aceptaba “reinar”, dejando que la “comunidad
organizada” –los partidos políticos, la CGE, la CGT, también la Iglesia y los
militares– continuaran la tarea de Perón.
López Rega era visto como un obstáculo y, por eso, muchos se alegraron cuando, el
día 5, Isabel reunió a todos sus ministros, todos los legisladores nacionales, los
comandantes en jefe de las tres armas, las directivas de la CGE y la CGT, y Balbín.
Creyeron entender que la presidente ensayaría un gobierno de ancha base, donde
acaso no hubiera, siquiera, lugar para su cuestionado colaborador.
Sin embargo, ese mismo día López Rega fue confirmado como ministro y secretario
de la presidente.
Por esos días, las “62 Organizaciones” –los sindicatos peronistas– comenzaron a
desempeñar un papel cada vez más notorio. La CGT, que a pesar de ser dominada
por los peronistas, también incluía a sindicatos en los cuales imperaban otras
corrientes, se vio opacada. Su secretario general, Adelino Romero, murió pocos días
después que Perón, víctima de un paro cardíaco. Fue reemplazado por Segundo
Palma, quien presidía una directiva integrada, en su mayoría, por hombres de las “62
Organizaciones”, junto a representantes de una corriente que había sido expulsada
de ese sector años antes.
Lorenzo Miguel, líder de esas “62 Organizaciones”, se encargó de ir haciendo más
importantes a esa congregación que a la misma CGT.
Esto no resultaba propicio para la continuidad del Pacto Social: la CGT era, pese a
las críticas que recibía, más representativa de la clase obrera que la fuerza dirigida
por Miguel y constituida por la "burocracia sindical" peronista.
No era ésa la única amenaza que pesaba sobre el Pacto Social. El déficit estatal, el
alza del petróleo, la “inflación importada” y el desabastecimiento, habían
repercutido en los salarios. En los hechos, los perjudicados eran aquellos a quienes,
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López Rega, mientas tanto, estructuraba su poder político. Por esos días, un amigo
de Perón publicó en España un artículo en el que evocaba el papel desempeñado
por el propio López Rega durante los últimos años del exilio del Líder: “Ejercía la
futurología y las ciencias ocultas de la predestinación, con mejor presentación
científica que las gitanas españolas… Decían que conducía a Perón con los astros,
como los astrónomos del siglo XVII. Isabel y López Rega se adueñaron finalmente
de la situación. Perón ya no era más que un faquir”. López Rega pertenecía a la logia
espiritista Anael, y aparentemente Isabel había sido convertida a esa secta.
El 20 de julio, un diario de Porto Alegre, Brasil, publicó fotos de López Rega
arrodillado ante el “cacique” de otra secta, Umbanda, en el llamado “templo del
sol”. El “cacique” era citado por el periódico jactándose de una vieja amistad con el
ministro argentino.
En agosto, comenzó el gobierno de Isabel. Pasado el largo duelo, la presidente
retocó el gabinete: en el ministerio de Educación, reemplazó a Jorge Taiana –
acusado de favorecer a la izquierda– por el derechista Oscar Ivanisevich. También
nombró nuevos ministros de Interior y Defensa.
Gelbard, entre tanto, logró un transitorio fortalecimiento. Durante todo agosto,
circularon versiones sobre un pacto del ministro de Economía con López Rega. El
28, la revista Las Bases –dirigida por la hija del propio López Rega e inspirada por
él– publicó un extenso reportaje a Gelbard. El ministro de Economía aparecía allí
sosteniendo: “López Rega y yo somos parte de un equipo de seres humanos que
luchan por al misma causa… Él es un hombre laborioso, muy activo. Nunca está
quieto. Está siempre a disposición. Por eso lo distinguía el teniente general Perón y
por eso goza de la confianza de la señora Presidente de la República. Siempre lo he
visto como un componente familiar del matrimonio Perón. Diría, en lo personal,
que da una clara sensación de ser un hombre de grandes lealtades y muy directo en
su forma de actuar”.
¿Qué razones tenía López Rega para pactar con un hombre que –según indicios
previos– no era de su simpatía y que, en apariencia, ganaba más que el propio López
con el acuerdo? Se dijo que, a diferencia del ministro de Bienestar Social, Gelbard
gozaba de respaldo militar; pero lo más probable es que el acuerdo entre ambos
haya respondido al impulso de la propia Isabel: la inexistencia de equipos de
recambio homogéneos y confiables, la obligaba a retener a Gelbard. Pero no podía
hacerlo si eso implicaba gobernar con un gabinete dividido.
El pacto fue fugaz, pero le dio margen a Gelbard para remover al tituar del Banco
Central, Alfredo Gómez Morales, que se había convertido en uno de sus principales
adversarios internos.
Por esos días, la presidente cedió a la presión de dos sindicatos –el de petroleros y el
de telefónicos– adoptando medidas que, además de satisfacer un reclamo gremial,
tenían la virtud de mostrar audacia y congruencia con el nacionalismo pregonado
por Perón. Así, Isabel estatizó todas las estaciones de servicio de las petroleras
privadas, especialmente Shell y Esso [Exxon]. También resolvió anular unos
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contratos que la empresa telefónica del Estado había celebrado con dos
multinacionales para la provisión de materiales y equipos.
Esa ola de nacionalismo populista esperaba ahogar las críticas a la conducción
económica. Sin embargo, también iba a generar recelos en las empresas privadas,
que ya estaban inquietas por otros problemas.
Ese mismo mes, una de las principales fábricas de automóviles declaró –y mantuvo
varios días– un lock out, alegando que el desabastecimiento de partes, y los precios
no rentables fijados a los autos, impedían seguir produciendo.
También había reclamos obreros.
Gelbard, por su parte, se veía sometido a un acoso personal, a raíz del contrato que
una empresa –en la cual él tenía intereses– había suscrito con el gobierno de
Lanusse. Se sostenía que el Estado había favorecido en forma indebida a esa
empresa, como resultado de una connivencia entre ésta y ciertos funcionarios.
Rebrota la guerrilla
La violencia, entre tanto, no cesaba. A medidos de mes, el ERP asaltó con éxito una
fábrica de armas, en Córdoba, donde los guerrilleros se apropiaron hasta de un
equipo antiaéreo. Como contrapartida, sufrieron un revés en la provincia de
Catamarca, donde un intento de copar el regimiento local fue reprimido con
violencia por fuerzas del Ejército y la policía.
El 20 de agosto, al tiempo que los gobernadores suscribían un documento en el cual
se comprometían a “combatir y erradicar la violencia contrarrevolucionaria”, la
presidente hizo públicas sus felicitaciones al ministro de Defensa por “la brillante y
abnegada labor que cupo a las Fuerzas Armadas durante la lucha antisubversiva
desarrollada en la provincia de Catamarca”, durante la cual habían muerto varios
guerrilleros.
El 28, el gobierno convocó al pueblo a la Plaza de Mayo y, remedando a Perón,
Isabel arengó desde los balcones de la casa de gobierno. Aseguró que, detrás de su
“apariencia frágil”, había una gran fortaleza: “Tengo dos brazos, y en una mano a
Perón y en la otra a Eva Perón. Perón y Eva Perón sacrificaron sus vidas en aras y
por amor al pueblo… Como alumna de Perón, cumpliré fielmente su doctrina, caiga
quien caiga y cueste lo que cueste”.
Isabel se autoproclamaba heredera política de Perón y Eva. La izquierda peronista,
no lo aceptaba. Los jóvenes llamaban Eva Perón a María Eva Duarte [nombre
completo y apellido de soltera de Eva], pero le decían María Estela Martínez o
Isabel Martínez a la presidente.
Esa era, de todos modos, una inocente sutileza. Al anunciar su retorno a la
clandestinidad, los montoneros demostraron en agosto que no pensaban agotarse en
sutiles cuestiones de apellidos. Volverían a las armas. Acaso, repetirían sucesos tan
escalofriantes como el que narrarían el 3 de setiembre en su semanario La Causa
Peronista, que fue clausurado de inmediato. “Mario Firmenich y Norma Arrostito
cuentan cómo murió Aramburu”, anunciaba la portada. Dentro, un minucioso
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relato del secuestro, “juicio” y “ejecución” del ex presidente de facto. Los dos
montoneros evocaban hasta los más ínfimos detalles de aquella operación, culminada
en el sótano de una casa de campo, donde el propio Aramburu dio la orden a su
ejecutor, Fernando Abal Medina, quien le apuntaba al pecho: “Proceda”.
Junto con el relato, los montoneros incluyeron un facsímil de lo que –afirmaron– había
sido la respuesta de Perón al informe que, luego de matar a Aramburu, ellos le
habían enviado: una esquela, con la firma del Líder, donde éste consignaba “Estoy
completamente de acuerdo y apruebo todo lo actuado”. Un semanario de
ultraderecha, ajeno al peronismo –la revista Cabildo– se quejó, a mediados de
septiembre, de que nadie hubiese desmentido a los montoneros, negando la
autenticidad de la esquela: ni el partido peronista, ni el gobierno, ni Isabel en su
calidad de viuda de Perón.
El ERP, mientras tanto, realizó por esos días una conferencia de prensa clandestina.
Frente a varios corresponsales extranjeros, el jefe de la organización anunció que la
organización mataría a l6 militares: uno por cada uno de los guerrilleros muertos en
Catamarca. La ley del Talión comenzó a aplicarse pocos días después: primero, cayó
un general; luego, un capitán. “Quiera Dios que estas provocaciones no obliguen a
la Nación a desatar todo el poder de combate de sus instituciones armadas, porque
en el ejercicio de su fuerza aplastante, muchos argentinos justos podrían vivir
momentos de angustia que no merecen”, dijo el Comandante General del Ejército
en el sepelio del general. “El Ejército no cejará hasta lograr el total exterminio de los
enemigos de la Patria”, prometió el mismo Anaya en el entierro del capitán.
El gobierno, por su parte, reincidía en las reformas a la legislación penal. A los
asesinos (no descubiertos) de los dos oficiales, les correspondía cadena perpetua, sin
necesidad de reformar nada. Sin embargo, ambos crímenes vinieron a reforzar la
idea –falsa, desde luego– de que había violencia porque la ley era benigna.
Las reformas srivieron obtener “beneficios secundarios”. La legislación
antisubversiva incluyó restricciones a la prensa, jueces especiales para los periodistas,
y castigos para los huelguistas. El ejercicio del derecho de huelga sería, a partir de
allí, un delito, toda vez que el gobierno declarase ilegal un paro.
La “triple A”
Sin embargo, no era la ley penal –con todas sus reformas– lo más temible. Aquel
mes de setiembre, hizo su aparición la Alianza Anticomunista Argentina (AAA), una
secta violenta que vino a inaugurar una nueva técnica criminal: el asesinato
intimidatorio, que cumplía la doble finalidad de suprimir a un enemigo y amedrentar
a otros. La técnica de la organización (o la de los diversos grupos que se
identificaban con la sigla AAA), era la siguiente:
Hacían ostensible su falta de temor por las consecuencias que los “operativos”
podían acarrearles. Para ello, actuaban a la luz del día, en automóviles dotados de
ruidosas sirenas, y haciendo ostentación de armas.
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Secuestraban, sin necesidad, a sus víctimas. Según todos los indicios, no sacaban
provecho del secuestro: no obtenía información ni rescate. Se llevaban a una
persona para “ejecutarla” casi de inmediato.
Las “ejecuciones” eran practicadas en lugares abiertos y tenían todas las
características del “castigo ejemplar”. No se limitaban al “fusilamiento”. Las
víctimas eran destrozadas con descargas excesivas o con explosivos, para demostrar
a los sobrevivientes la irrestricta disposición de la “triple A” al exterminio de sus
enemigos.
Esos antecedentes hacían que la mayoría de quienes recibían amenazas de la “triple
A”, no las desestimaran. La organización –incapaz de matar a todos los “marxistas”
que creía reconocer– no sólo lograba sus objetivos “ejecutando” víctimas, sino
también intimidando.
El oscurantismo
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Hacia fines de septiembre, los argentinos tenían la sensación de haber vivido un mes
dramático. El 27, el comandante general del Ejército confesó que los militares,
“conturbados por la indignación” a que daba lugar cada ataque guerrillero, sentían
que la mente se les estremecía y nublaba. Otros sectores –los que lloraban a los
muertos por la “triple A”– se conturbaban, se estremecían, se nublaban más
secretamente; sin micrófonos que recogieran su exaltación, simétrica a la de los
militares.
El ministerio de Economía procuraba dar aliento con cifras. Según sus cálculos, en
el primer semestre del año el producto bruto interno había crecido 6,2 por ciento,
con respecto a igual período del año previo; y la demanda interna había sido 6,3 por
ciento mayor. El aumento de esa demanda –informaban los técnicos oficiales– era
resultado del incremento en el salario real, que había sido de 19,1 por ciento. Lo que
había bajado, en un año, era la desocupación: de 6,1 pro ciento a 4,2 por ciento de la
fuerza de trabajo. El balance de pagos era positivo, la deuda externa de corto plazo
había disminuido y había más reservas de divisas.
Esos números no salvarían a la conducción económica. Por un lado, los discutían
los críticos externos, como un ex ministro de posición conservadora, según el cual
“en menos de un año y medio, la emisión monetaria” había superado “dos veces y
media la de los cien años anteriores”. Desde otro lado, los dirigentes sindicales,
desmentían el alza del salario real. Estadísticas privadas intentaban demostrar que,
en realidad, el poder adquisitivo de los sueldos se había reducido 14 por ciento en
seis meses.
Por esos días, Gelbard debió ser llevado de urgencia a una unidad coronaria: un
ataque cardíaco que logró superar, le daría más tarde un motivo para satisfacer,
renunciando, los deseos de adversarios variados.
La ley antisubversiva –que prometía cárcel al director de cualquier medio de difusión
que informara sobre actividades guerrilleras– empezó a regir el 2 de octubre. Ese
día, el ERP asesinó a un militar. Un vespertino tituló, entonces: “Sorpresivamente
falleció un capitán del Ejército”. Otros periódicos, aún más prudentes, escondieron
la información, pese a que ella tenía origen en el propio Ejército. La autocensura se
sumaba así a las drásticas medidas oficiales: a esa altura, el gobierno ya había
clausurado “definitivamente” tres diarios de izquierda, dos semanarios vinculados a
la guerrilla, una revista humorística y numerosos órganos de circulación limitada.
El 4 de octubre, el rector Ottalagano anunció que, a partir del año siguiente, los
nuevos estudiantes universitarios recibirían –en todas las facultades– un curso de
doctrina. Entre los profesores designados para dictar ese curso, figuraba Jaime María
de Mahieu, quien lamentó en uno de sus libros que la raza aria, “llevando la higiene
y la medicina a los pueblos inferiores”, hubiera “multiplicado a sus adversarios” y
roto “el equilibrio étnico del planeta”.
En cuanto a la situación general del país, Ottalagano dijo que, entre quienes
mataban “por” la patria y quienes mataban “contra” la patria, lo que correspondía
era estar con los primeros.
Isabel, en tanto, procuraba dar otra imagen. El 8 de octubre –día en el que Perón
habría cumplido 79 años– presidió una reunión, radiotelevisada, con los principales
líderes políticos del país. Balbín subrayó, en esa reunión, que la presidente debía
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evitar los “microclimas”: una clara y pública alusión al papel aislante que cumplía
López Rega.
Los dirigentes políticos se pronunciaron, de forma unánime, contra toda clase de
terrorismo. Entre ellos, el de los grupos parapoliciales. “El orden debe restablecerlo
el Estado (y no bandas armadas)”, sostuvo el ex presidente Frondizi.
Pocos días después, en la revista inspirada por López Rega apareció una nota que
defendía a los grupos parapoliciales: “¿Es que acaso la guerrilla tiene uniformes o
distintivos o autos con leyendas? No. Por el contrario, la guerrilla se pone uniformes
militares y policiales robados. Es decir, se disfraza para actuar… ¿Por qué asustarse
si quienes combaten a la violencia se disfrazan, a su vez, de civiles?”.
Los militares, por su parte, ya empezaban a pensar en su retorno. “Nuestra hora ha
sonado… En cualquier momento seremos llamados a actuar… y ahora no
fallaremos”, dijo, sin ambigüedad, un general el 10 de octubre. El 16, los montoneros
robaron, en el cementerio de la Recoleta (Buenos Aires), el ataúd que guardaba los
restos de Aramburu. No lo devolverían –anunciaron– hasta que no reaparecieran los
restos de Eva Perón, desaparecidos en 1955.
Cae Gelbard
El 17 (primer 17 de octubre sin Perón, desde aquél de 1945 que había convertido al
entonces coronel en un líder de masas) Isabel, que venía de una breve gira por el
noroeste del país, presidió el mitin tradicional, desde los balcones de la casa de
gobierno. López Rega estaba a su lado, dándole indicaciones tan ostensibles que se
hizo claro su deseo de demostrar el poder que ejercía sobre la presidente.
Rescatando algo del nacionalismo peronista, sin embargo, Isabel anunció ese día la
“argentinización” de tres empresas extranjeras; una de ellas, filial de la ITT.
Recurrió, también, al otro ingrediente exigido por la receta de su extinto esposo –el
populismo– y convocó a una Gran Paritaria Nacional para reajustar salarios, pese a
la resistencia que oponía a tal reajuste el ministro de Economía.
Era el fin de Gelbard. Al día siguiente, la CGT –que hasta entonces había sido
favorable al proyecto de ley agraria– anunció: “Apoyamos la iniciativa de dictar una
ley agraria, pero no avalamos el contenido de un anteproyecto que habría sido
elaborado”. La central obrera se sumó así a la Sociedad Rural y otros sectores que
atacaban a Gelbard por su intento de expropiar –mediante indemnizaciones
diferidas, pagaderas en bonos– las tierras ociosas o mal explotadas. “Es un atentado
contra la propiedad privada”, decían los terratenientes, que se habían opuesto a la
idea. Ahora, la CGT también se oponía.
La CGT, en contra. López Rega, en contra. La Sociedad Rural y sus numerosos
voceros –entre ellos, los diarios más tradicionales del país–, en contra. La UIA, que
había amarrado por dentro a la CGE, también en contra. Gelbard estaba solo. El 21,
presentó su renuncia. Con ella, le envió a Isabel una carta reservada, que él mismo
haría pública un año y medio después. En ella le advertía que, muerto Perón, se
habían abandonado poco a poco sus postulados, y en especial la idea de la
concertación (o acuerdo social). “Se está debilitando la unidad nacional”, sostenía,
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Estado de sitio
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alianza militar–sindical, para gobernar bajo el reinado de una Isabel libre de otras
influencias.
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Se va Ottalagano
Parecía obvio que López Rega, acosado desde varios ángulos, había recurrido a la
repatriación de los restos de Eva Perón para distraer la atención de sus adversarios.
Si ése era su propósito, tuvo la valiosa e involuntaria ayuda del rector Ottalagano,
quien por esos días se encargó de convertirse en el blanco de los mayores ataques.
El 15, Ottalagano había planteado a los argentinos una “prueba de fuego”: debían
optar entre ser peronistas o marxistas. A la disyuntiva estaban sometidos, incluso,
todos los partidos políticos. El rector no reconocía otras posiciones: o peronismo o
marxismo; opción que traducía a términos “teológicos”: “Aquí y ahora hay que estar
con Cristo o contra Cristo… Se ha pretendido una sociedad llamada pluralista y a la
vista están las consecuencias. Nosotros tenemos la verdad y la razón; los otros no la
tienen y los trataremos como tales”.
El ideal de Ottalagano, según lo explicó él mismo, era un Estado que excluyera a los
partidos políticos y se asentara en la Iglesia Católica, las Fuerzas Armadas y la CGT.
Uno de sus principales colaboradores, el interventor en la Facultad de Ciencias
Exactas, declaró que la democracia era “un invento jurídico”. Un grupo que apoyaba
a Ottalagano, por su parte, instó a la presidente a que, “respaldada por las Fuerzas
Armadas”, asumiera la “plenipotencia legislativa” e instalara una dictadura. Todo
bajo el signo de Cristo, porque “los católicos no aceptamos compartir la verdad”.
El 19, la Unión Cívica Radical –el partido de Balbín– condenó la orientación que
habían tomado el ministerio de Educación y la Universidad. El 27, el comandante
general de la marina advirtió que “la Armada argentina rechaza de plano
pensamientos exóticos y pretéritos” y “opondrá toda su fuerza” para impedir la
sustitución de la democracia representativa.
Pocos días después, Ottalagano abandonaría el rectorado de la Universidad de
Buenos Aires.
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sido el más conmovedor: el 1º de diciembre en Tucumán; junto con él, había muerto
una de sus hijas, de 3 años; otra, de 5, quedó mal herida. El ministro de Trabajo –
hombre de la CGT– declaró por esos días: “las balas que hoy penetran en los
uniformes son las mismas que ayer entraban en los mamelucos”. El poder sindical
seguía buscando la alianza con los militares.
El 6 de diciembre, Isabel salió de su encierro y fue a la CGT, donde presidió un
acto, flanqueada por Herrera y Miguel.
Por otro lado, el gobierno auspició una Ley de Defensa Nacional, lo cual daría a las
Fuerzas Armadas una mayor participación en los asuntos de estado que, directa o
indirectamente, afectaran a la seguridad nacional. Entre otras cosas, el proyecto
preveía la creación de una Central Nacional de Inteligencia, integrada por los
distintos servicios de inteligencia militar y la Superintendencia de Seguridad de la
Policía Federal.
Gómez Morales, a la vez, auspiciaba reformas a la Ley de Inversiones Extranjeras,
alegando que la rigidez del régimen legal ahuyentaba a los inversores foráneos.
Además, el ministro resolvía convocar a convenciones paritarias de empleadores y
trabajadores en cada gremio: acababa así con el Pacto Social (quitando hasta los
vestigios de poder a la CGE, liderada otra vez por Gelbard, aunque presidida por
Julio Broner) y accedía a los reclamos de los sindicalistas, que esperaban encontrar
en ese sistema mayores posibilidades de satisfacer a sus bases. La rigidez del Pacto
Social había puesto a muchos dirigentes en situación de ser cuestionados.
Dos diarios fueron clausurados en diciembre. El Ente de Calificación
Cinematográfica, por su parte, prohibió la exhibición de numerosas películas. El
Ente estaba presidido desde agosto por un discutido funcionario, que ese mes de
diciembre declaró: “En el cine, es forzoso hacer censura previa… Hay que hacer la
limpieza de las películas, antes que las vea el público”.
Lo más inquietante, era la violencia desatada. Casi a diario, aparecían –en distintos
lugares del país– cadáveres de personas previamente secuestradas.
El 23 de diciembre. el nuevo jefe de la Policía Federal, Luis Margaride, salió ileso de
un atentado terrorista contra su vida. Una camioneta con explosivos fue arrojada al
paso del automóvil del jerarca policial. Hubo muertos y heridos, pero Margaride no
fue afectado.
Eran, para la Argentina, unas navidades luctuosas. El 25 de diciembre, los muertos
durante ese mes por causas políticas, sumaban 47: casi un muerto cada 12 horas.
Desde el punto de vista político, cualquier analista habría dicho que estaban dadas
las condiciones para que la presidente echara a colaboradores cuestionables y
buscara asentarse, con el apoyo de los partidos, en esa alianza en ciernes entre los
poderes sindical y militar.
Factores psicológicos intervenían, a menudo, para imponer a la situación giros que
ningún analista político podía explicar.
Para Navidad, unos 3000 niños –provenientes de barrios pobres y diversas escuelas–
fueron llevados por autobuses del Ministerio de Bienestar Social al lugar donde
López Rega proyectaba construir el Altar de la Patria: un gigantesco panteón
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nacional. Allí, ofició una misa el “arzobispo primado” de una iglesia desconocida: la
“Ortodoxo Americana”.
La Constitución Argentina prevé que el Estado sostiene el culto Católico Apostólico
Romano. Las Fuerzas Armadas del país tienen, además, una tradición religiosa bien
arraigada. No era fácil comprender el sentido de aquella provocativa misa.
En ese confuso panorama, la Corte Suprema de Justicia proseguía su labor en contra
de las multinacionales: el 27 de diciembre, anuló un laudo arbitral por el cual YPF –
la petrolera estatal– había sido condenada a pagar 7 millones de dólares a un
consorcio de empresas norteamericanas.
El año terminó, en medio de la incertidumbre colectiva: nadie se animaba a predecir
qué le esperaba al gobierno, y al país, en 1975.
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1975
Las primeras semanas del año, mostraron al gobierno peronista buscando apoyo
norteamericano.
Los Estados Unidos acababan de sancionar una ley de comercio exterior que
castigaba, excluyendo de su sistema de preferencias, a los productos provenientes de
países miembros de la OPEP u otra asociación similar, así como de aquellos países
que expropiaran bienes de norteamericanos o negasen “un acceso justo y razonable”
(en opinión de Washington) a sus mercados y a sus fuentes de materia prima.
América Latina, liderada por el presidente venezolano Carlos Andrés Pérez, se había
levantado contra esa ley.
En esas circunstancias, la Argentina apareció como la mejor amiga de los Estados
Unidos. El ministro Gómez Morales viajó el 12 de enero a Nueva York, y ese
mismo día recibió a representantes de la Exxon, quejosa por la estatización de las
bocas de expendio, y de la ITT, inquieta por el anuncio de “argentinización” de una
filial. El ministro dio satisfacciones. En el caso de la empresa petrolera, recordó que
él se había opuesto a cualquier avance estatal en materia de hidrocarburos. En
efecto, a través de un memorando dirigido por Gómez Morales a Gelbard el 27 de
marzo de 1974 –revelado por una publicación en el mismo enero de 1975– el
entonces presidente del Banco Central había objetado un proyecto de ley, redactado
por los asesores del ministro, en el cual se acentuaba el monopolio de YPF. Gómez
Morales puntualizó en ese documento su oposición a que se eliminara a “las
empresas privadas de su actual participación en la refinación, comercialización y
distribución”. Eliminadas de esa última faz por una decisión de la presidente, el
ahora ministro prometió, en su reunión con Exxon, una indemnización
satisfactoria.
A la ITT le aseguró que la “argentinización” de su filial se limitaría a la
incorporación de capital nacional, sin alterar el carácter de sociedad privada que esa
filial tenía, ni excluir a la ITT como copropietaria. Trató de probar, además, que el
consorcio se vería beneficiado al actuar en la Argentina a través de una empresa
local, que no despertaría los mismos recelos que una filial de compañía extranjera.
El gobierno argentino había demostrado ya su buena voluntad hacia los inversores
externos al dejar “en suspenso” la aplicación de una ley –heredada de Gelbard– que
acababa con el anonimato de las acciones. Al establecer que las sociedades
mercantiles sólo podrían emitir acciones nominativas, aquella ley había tratado de
controlar, entre otras cosas, que no se violaran las restricciones legales a la inversión
extranjera.
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En ese mismo viaje, Gómez Morales habló en el Council of the Americas, ante 350
representantes de grandes compañías norteamericanas. Al día siguiente, el Journal of
Commerce sintetizó en su título la conferencia del ministro: “La Argentina tiende una
alfombra de bienvenida a las inversiones”.
Cuando los periodistas le pidieron al ministro una opinión sobre la ley
norteamericana de comercio –acusada por más de un gobernante latinoamericano
de ser “discriminatoria” y “desleal”– Gómez Morales sólo dijo que podía “limitar
posibilidades”. Ya en Buenos Aires, sostendría que era “anacrónico” hablar del
“imperialismo norteamericano”.
El canciller Alberto Vignes, entretanto, se procuraba las simpatías de Henry
Kissinger. Por entonces, el secretario de Estado norteamericano planeaba acabar
con la “ineficiente” OEA, donde cada país tenía un voto (lo mismo daba Estados
Unidos que Panamá), y establecer un “nuevo diálogo” (bilateral), entre los Estados
Unidos por un lado, y América Latina por el otro. Vignes organizó entonces una
reunión de Kissinger y los cancilleres latinoamericanos, que iba a tener lugar en
Buenos Aires, durante el mes de marzo.
Venezuela y Ecuador (ambos miembros de la OPEP y, por lo tanto, víctimas de la
ley norteamericana de comercio exterior) resolvieron no concurrir a la cita, en señal
de protesta.
México, por su parte, notificó que no participaría del cónclave, dado que el canciller
cubano no sería invitado. Como no era una reunión de la OEA –organización de la
cual Cuba estaba excluida—los mexicanos habían imaginado que el cónclave serviría
para acabar con la segregación de ese país. No siendo así, prefirieron estar
ausentes.
Colombia y Perú, por su parte, dieron indicios de que juzgaban innecesario e
inoportuno el diálogo con Kissinger. El presidente colombiano deploró que se
organizaran “diálogos cuya fecha y lugar elige el secretario de Estado
norteamericano”.
La reunión había sido condenada al fracaso. De nada valió el consejo público del
embajador argentino ante la OEA, quien recomendó a los países miembros que
aprovecharan la “oportunidad” y enviaran a sus cancilleres a conversar con
Kissinger, ya que probablemente el Secretario de Estado no participase, después de
la reunión de Buenos Aires, en otros foros interamericanos.
El 27 de enero (“como resultado de presiones inapropiadas”, según el
Departamento de Estado), la Argentina se vio en la necesidad de suspender la
proyectada reunión. El gobierno argentino, de todos modos, había dado pruebas de
su extrema buena voluntad hacia el de Washington. El tercermundismo había quedado
atrás, y ahora los sucesores de Perón buscaban en el Departamento de Estado la
estabilidad que no estaban muy seguros de conseguir dentro de la misma Argentina.
En febrero, la presidente tomó vacaciones y López Rega viajó a Brasil. En los
primeros meses del año [verano meridional] la actividad suele ser escasa en la
Argentina. Ese año, sin embargo, no todos estaban dispuestos a imitar a la
presidente y su ministro. Para los militares, por ejemplo, no hubo verano. Ese mes,
iniciaron el Operativo Tucumán: por primera vez en el siglo, el Ejército argentino
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consiguió 5,6 por ciento, y eso fue celebrado por el gobierno tanto como la victoria
en sí.
Crisis económica
Los radicales, por su parte, festejaban que en Misiones se hubiese mostrado, por un
lado, tendencia al bipartidismo; y por el otro, un crecimiento de su propio caudal.
Estimaban que, si la relación de fuerzas era igual en el resto del páis, la Unión Cívica
Radical podría conquistar el gobierno en 1977. Para eso, contaban con el desgaste
que sufriría el peronismo en el gobierno, los conflictos internos y la falta de un
verdadero sustituto de Perón.
Quienes no se dedicaban a los cálculos políticos, por su parte, se preocupaban por
los indicadores económicos.
La deuda externa era de 9.233 millones de dólares y no había cómo pagar en
término los compromisos. Las reservas habían caído bruscamente de 2.000 millones
de dólares a 1.200 millones en sólo noventa días. El costo de vida había aumentado,
según las muy prudentes cifras oficiales, 23,4 por ciento en el primer trimestre del
año. El déficit fiscal, ya se veía, iba a exceder las previsiones.
A mediados de abril, el ministerio de Economía dejó trascender una “primera
versión del plan de emergencia” que estaba proyectando para hacer frente a la
situación:
Solicitar un crédito contingente al Fondo Monetario Internacional.
Imponer una estricta austeridad, a través de una “política de ingresos” que consistía
en poner los salarios en la heladera y dejar, durante un tiempo, que los precios
llegaran a sus “niveles reales”, para congelarlos allí.
Reducir el gasto público mediante la congelación de vacantes en la administración
pública y la suspensión de inversiones públicas “no estrictamente necesarias”.
Obtener fondos mediante un nuevo “blanqueo” impositivo.
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Relevan a Anaya
El 13 de mayo, el teniente general Anaya, que había logrado establecer una buena
relación con la dirigencia sindical, fue relevado de la comandancia general del
Ejército. Un radiograma que envió ese día a todas las unidades del arma, informaba
que había solicitado el retiro “por requerimiento del señor ministro de Defensa”,
Adolfo Mario Savino, que era hombre de confianza de López Rega. En remplazo de
Anaya, fue designado Alberto Numa Laplane, a quien el propio López Rega había
propuesto, en 1974, para sustituir a Carcagno.
Laplane había sido antiperonista hasta 1973. Ese año, sin embargo, aceptó formar
parte de la comitiva, encabezada por el presidente Cámpora, que acompañó a Perón
en su retorno definitivo a la Argentina. Reemplazó en esa misión al general Jorge
Rafael Videla, quien se había negado a cumplirla.
En el radiograma de Anaya, el 13 de mayo de 1975, se indicaba que la causa el relevo
había sido “los conceptos vertidos” por él durante una reunión celebrada el 25 de
abril. En aquella reunión, Anaya había transmitido a Isabel la inquietud del Ejército
por el poco apoyo que a su juicio recibía el Operativo Tucumán (queja que motivó
el viaje de la presidente, el 28 de abril, a la provincia en guerra) y por el auge de la
violencia. Entre los oficiales más preocupados por esos temas, había dicho Anaya,
estaba Videla.
La designación de Laplane provocó el retiro de tres generales con mayor antigüedad
que la suya, y dejó vacante el poderoso Primer Cuerpo de Ejército, con asiento en
Buenos Aires. El candidato a ocuparlo era Videla, pero la presidente lo vetó.
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López Rega estaba llegando al cénit. El despido de Gómez Morales –que se decidió
a fines de mes– le permitió completar su equipo de adictos, colocando en el
ministerio de Economía a Celestino Rodrigo: un ingeniero industrial, profesor de
física y dibujo de máquinas, que había trabajado en el Banco Industrial y, desde
1973, se desempeñaba en el Ministerio de Bienestar Social. Rodrigo era amigo
personal de López Rega, y participaba de su vocación ocultista. En un folleto que se
divulgó después de su designación había descrito la crisis política y religiosa que
sufría el mundo. Rodrigo proponía allí “establecer una armonía de valores humanos
y divinos”, para alcanzar “una estructuración homogénea” en la “vida interior”.
La presidente, el comando general del Ejército, el ministerio de Economía y su
propio Ministerio de Bienestar Social: López Rega tenía las riendas del gobierno en
la mano. No le convenía que se lo siguiera viendo como el jefe de una banda
asesina. El 28 de mayo, convocó a un grupo de artistas que habían recibido
amenazas de la “triple A” y les dijo: “El gobierno no acepta ninguna clase de
violencia, de izquierda o de derecha, y por indicación de la señora presidente está en
marcha una profunda investigación para determinar los móviles de la organización
denominada de ‘ las tres A’ , y quiénes son sus integrantes”. Horas más tarde, la
supuesta organización –que acababa de asesinar a un periodista– envió a los
periódicos un comunicado en el que anunciaba una “tregua”.
Aparente dueño del poder legal, López Rega no deseaba seguir asociado, en la
consciencia colectiva, a la fuerza ilegítima. “La única violencia que admito es la del
nacimiento”, les dijo a los artistas.
El “rodrigazo”
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noticias relativas al país que tuvieran su origen en el extranjero; las críticas montoneras
al gobierno no hallaron, así, repercusión interna.
El país, además, centraba sus preocupaciones en los problemas económicos
inmediatos.
Las paritarias, que ya debían haber finalizado, seguían discutiendo salarios. En mayo
los gremios habían demorado los acuerdos, a la espera de las medidas económicas
que se presentían. Todos esperaban, además, que firmaran los sindicatos con mayor
poder de negociación, ya que los convenios suscritos por esos sindicatos –como el
metalúrgico, por ejemplo– iban a fortalecer la posición de los sindicatos más débiles
en sus respectivas paritarias.
Rodrigo sostuvo que los convenios no debían establecer aumentos superiores a 38
por ciento; “superar ese límite significaría decretar, lisa y llanamente, el fracaso del
programa económico”. La CGT replicó que ese tope era inaceptable y el ministro se
estiró para admitir aumentos de hasta 45 por ciento. El convenio de los
metalúrgicos iba a incluir aumentos de 143 por ciento: los sindicalistas querían
asegurar, mediante esas conquistas, el control de sus gremios; y sabotear el plan del
ministro puesto por López Rega.
Sin embargo, los acuerdos obrero–patronales necesitaban, según la ley, la
homologación del Estado. Rodrigo presionaba a Isabel para que no aprobara la
homologación. Herrera y Lorenzo Miguel, que asistían en Ginebra a la asamblea
anual de la OIT, volvieron a Buenos Aires para presionar en el sentido contrario.
Los gremialistas tuvieron, en principio, éxito. El 24 de junio, después de anunciarse
que el gobierno homologaría el convenio de los metalúrgicos, la UOM organizó una
concentración en Plaza de Mayo, para “agradecer” a la presidente. Acompañada por
Lorenzo Miguel, ella salió al balcón y confesó a quienes la aclamaban que ése era un
momento de alegría, después de muchas tristezas.
Al día siguiente, Herrera y Lorenzo Miguel volvieron a Ginebra.
Herrera se había ufanado en en la OIT del régimen de convenciones colectivas que
regía en su país, donde obreros y empresarios pactaban los salarios en negociaciones
paritarias. Mientras tanto, en Buenos Aires –donde López Rega estaba de regreso,
trás uno de sus frecuentes viajes a Brasil– Isabel resolvió dar marcha atrás: a
cuarenta y ocho horas de haber presidido aquel acto en Plaza de Mayo, anuló todos
los convenios colectivos. En lugar de los aumentos pactados por obreros y
empresarios, habría un aumento general de 50 por ciento, que se completaría con
nuevos reajustes de 15 por ciento, en octubre y enero.
El ministro de Trabajo presentó su renuncia. La CGT decretó, para el 27, una
huelga general. Convocó, además, a una concentración en la Plaza de Mayo, el
mismo día.
Las radios y televisoras, controladas por el gobierno, ignoraron las resoluciones de la
central obrera. Una emisora del Uruguay que se escucha en Buenos Aires y
tradicionalmente ha servido a los porteños para burlar cualquier censura
informativa, fue interferida mediante una onda portadora , que la tornó inaudible en
la capital argentina.
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Sin mencionar el paro decretado por la CGT, para no hacer propaganda involuntaria
a esa medida de fuerza, la señora de Perón agradecía –según un comunicado que
con insistencia repetían los medios de difusión– toda manifestación de apoyo, pero
pedía a los trabajadores que no concurrieran al día siguiente a la Plaza de Mayo y, en
cambio, permanecieran en sus puestos para beneficio de la mayor productividad que
el país reclamaba.
Con todo, el paro del 27 fue total y la concurrencia a la Plaza de Mayo superó a la de
cualquiera de los actos que Isabel había presidido. Las consignas que se entonaron
evidenciaban una férrea disciplina: ratificaban el apoyo a la presidente ("Isabel,
Isabel”), reclamaban la homologación de los convenios, y atacaban tanto al ministro
de Economía como a López Rega, sospechado de apadrinarlo. Los ataques al
“brujo” fueron de tono subido y, como ése era un ejercicio que no requería mayores
coincidencias ideológicas, los insultos fueron coreados por un público tan numeroso
como heterogéneo.
La presidente, no salió a los balcones. Ni siquiera había ido a la casa de gobierno ese
día. La indignaba la “extorsión” a la que, según creía, pretendían someterla los
sindicalistas, a quienes acusaba de haber adoptado, en las paritarias, una conducta
demagógica e irresponsable.
El mismo 27 “ordenó” al renunciante ministro de Trabajo que convocara a los
dirigentes de la CGT y las “62 Organizaciones” a una audiencia en la residencia
presidencial de Olivos, en las afueras de Buenos Aires. Cuando los sindicalistas
llegaron, ya las cámaras de televisión estaban allí: reeditando la técnica que Perón
había usado el 22 de enero de 1974 (para apabullar a los diputados de la izquierda
peronista opuestos a la reforma penal), la audiencia de los caudillos sindicales con
Isabel sería difundida en vivo.
La presidente –flanqueada por Lastiri y López Rega– leyó una breve introducción,
obligó a que hablase un solo dirigente, lo escuchó y luego los despidió a todos,
diciendo que al día siguiente anunciaría su decisión “al país”.
El 28, inició su alocución invocando sus facultades de jefa de Estado y su autoridad
moral. Reprochó la incomprensión de dirigentes políticos y gremiales; defendió a
sus colaboradores (“con los pocos amigos dispuestos al sacrificio de darlo todo por
la patria, me entregué de lleno a proseguir la línea trazada por Perón”) y dio a
conocer, tal como lo había redactado originalmente Celestino Rodrigo, el decreto
que anulaba los convenios colectivos.
El 2 de julio, Isabel convocó a los legisladores peronistas a una reunión privada.
“Estoy enferma de asco”, les dijo, y advirtió que –con la complicidad de algunos
“traidores”– estaba en marcha un plan para derrocarla. Anunció que ella no
renunciaría. “Tendrán que colgarme en la Plaza de Mayo, y sepan que entonces los
van a colgar a todos ustedes sin excepción”. Imitando a Perón, sentenció: “Roma
no paga traidores”.
En un duro telegrama, dirigido desde Madrid, Lorenzo Miguel y Herrera recordaron
a la presidente “el compromiso contraído con el pueblo”. La litis estaba trabada. Se
enfrentaban gobierno y cúpula sindical; con precisión, gobierno y dirigencia
metalúrgica. Por esos días (el 30 de junio, en rigor) se cumplían seis años del
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El problema era cómo recobrar autoridad. Luego de haberse allanado a los reclamos
de los trabajadores, que antes rechazara con tanto énfasis, y tras haber sido
despojada de sus hombres de confianza, no era sencillo retomar las riendas.
De hecho, la iniciativa gubernamental pasó por breve tiempo a un “triunvirato”
formado por los Ministros de Defensa (Garrido), Interior (Antonio Benítez) y
Justicia (Ernesto Corvalán Nanclares). La necesidad más urgente que enfrentaron
los “triunviros” fue la de elegir Ministro de Economía, lo cual suponía –más que
acertar con un nombre– escoger la política a seguir. Por fín, la designación recayó en
un hombre de 69 años; un peronista olvidado: Pedro J. Bonanni, quien asumió el 22.
Él sería el encargado de diseñar, en colaboración con la CGT, una nueva política
económica.
El “triunvirato” creyó que, entre tanto, eran aconsejables algunas medidas de
descompresión, y estimuló la elección, en el Senado, de nuevo presidente del
cuerpo. Ítalo Luder, un peronista moderado, bien visto por propios y ajenos, se
convirtió así en el titular de la Cámara alta y eventual presidente provisional de la
Nación, si Isabel se retiraba por un tiempo. Esto disgustó a la presidente, quien
aspiraba a que la presidencia del Senado quedara vacante y el titular de Diputados,
Lastiri, permaneciera primero en la línea sucesoria.
Para el supuesto de un retiro definitivo de la presidente, además, el Congreso
sancionó una nueva Ley de Acefalía, que le permitía al propio Poder Legislativo
elegir, entre sus filas o entre los gobernadores de provincias, a un presidente
encargado de completar el período de gobierno que quedare trunco.
Agosto fue un mes de cambios. Bonanni iba a concluir, el 12, una breve gestión al
frente del Ministerio de Economía: apenas 21 días.
La CGT y las 62 elaboraron, en ese lapso, un plan económico propio: congelación
de precios (a los niveles del 31 de mayo de 1975), subsidios a la producción de
alimentos, ajustes periódicos de salarios, nuevas líneas de crédito para las empresas,
nacionalización del comercio exterior y creación de un Consejo Nacional de
Emergencia Económica. Era una mezcla de aspiraciones, para satisfacer las cuales se
requerían medios no bien previstos en el plan, y algunas medidas que –como las
nacionalizaciones—no podía llevar adelante un gobierno tan débil.
Para lo inmediato, los sindicalistas, inquietos por la ola de despidos que empezaba a
notarse, pidieron una “tregua de 180 días”, que Bonanni concedió: se envió al
Congreso un proyecto de ley, que fue sancionado, y por seis meses los empresarios
se vieron impedidos de despedir, con o sin causa, a cualquiera de sus dependientes.
En cuanto al plan en sí, no hubo acuerdo entre el ministro y la cúpula sindical.
Esta quería el “retorno a la línea histórica del peronismo”, que juzgaba abandonada
por Rodrigo (y aun por la presidente, quien en esos días, en contradicción con su
discurso del año anterior ante la OIT, había elogiado a las multinacionales, y
solicitado su cooperación).
Al peronismo retórico de la dirigencia sindical, el ministro opuso reparos técnicos.
Hubo, además, un desacuerdo teórico cuando Bonanni propuso un “seguro de
desempleo” y los sindicalistas respondieron que ésa era una “solución liberal” [En la
Argentina, la palabra “liberal” se utiliza como sinónimo de “conservador”].
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Por fin, el fugaz ministro renunció el 11. No fue el único: ese día hubo una
renovación parcial de gabinete: salieron Benítez (reemplazado por el coronel
Vicente Damasco), Vignes (sustituido por el ex ministro de lnterior, Robledo) y el
discutido Ivanisevich, cuyo cargo fue ocupado por Pedro Arrighi, quien se definió a
sí mismo como “un nacionalista con c” , no un nazionalista.
Videla comandante
Los altos mandos objetaron que Damasco, un coronel en actividad, formara parte
del gabinete de Isabel. Para “esperar la descomposición del gobierno”, que era el
objetivo de la cúpula castrense (excluido Laplane), era indispensable que las Fuerzas
Armadas fueran ajenas a ese gobierno.
El jefe del Ejército fue cuestionado por aceptar que Damasco se hubiese hecho
cargo del Ministerio del Interior. Damasco pidió entonces el retiro, para seguir en el
puesto sin comprometer a la institución. Pero ésta ya no tenía retroceso: un
comando rebelde exigió el pase a retiro de Laplane –cuyo nombramiento, se
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compromiso del país beneficiario a aplicar las recetas monetaristas del Fondo, no
había sido solicitado. No obstante –se revelaría más tarde–, Cafiero se había
comprometido con los prestamistas a adoptar ciertas medidas cambiarias e
impositivas que asegurasen el cumplimiento de las obligaciones contraídas.
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Isabel –que había hecho un gran esfuerzo, tratando de adaptarse a las exigencias de
un cargo para el que no estaba preparada– había sufrido un sensible desgaste.
Llevaba perdidas todas las batallas: no había logrado impedir que el Senado eligiera
presidente provisional, había tenido que homologar los convenios laborales y se
había frustrado en su intento de mantener a Laplane. Esos yerros habían debilitado
su autoridad. Por lo demás, despojada de su gente de confianza (López Rega era el
caso más prominente) debía soportar las ensoberbecidas presiones de quienes,
habiendo forzado la salida del ex ministro de Bienestar Social, pretendían (y en
buena medida habían logrado) convertirse en jueces supremos, revisores de toda
elección que la presidente hiciera. Esta situación no podía satisfacer a Isabel, ni al
país, que aspiraba a una conducción indiscutida.
En ese contexto, Balbín entrevistó a Luder para sugerirle este plan: que las
elecciones presidenciales, previstas para 1977, fueran adelantadas. El jefe radical
propuso que el comicio se celebrara en noviembre de 1976, y que, entre tanto,
Luder retuviera el gobierno interino, con el apoyo de los partidos políticos que
dominaban el Congreso, y la supuesta conformidad de las fuerzas armadas.
La cruz y la espada
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González propuso que el Ejecutivo retirase todos los proyectos de ley que había
enviado al Congreso, para hacer entrar a éste en receso, ya que el período ordinario
había terminado. El fin era impedir la investigación y, además, dejar a Isabel con las
manos libres para intervenir por decreto la provincia de Buenos Aires, donde
Victorio Calabró hacía pública su rebeldía.
Calabró, un metalúrgico opuesto a la conducción de Lorenzo Miguel, también
aspiraba a la presidencia. Según la ley de acefalía, él era, como gobernador, un
presidenciable. Le hacía falta agregar soportes políticos, y Calabró se los procuraba
sin descanso: mantenía reuniones secretas, intentaba alianzas, y el 12 organizó un
acto según las normas de la liturgia peronista. Reunió a la gente en la plaza principal
de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, y él habló desde un balcón de la
casa de gobierno bonaerense.
Calabró intentó halagar a los peronistas disconformes, criticando al gobierno desde
la “doctrina” de Perón. Atacó a López Rega. Alertó a los militares sobre las
calamidades que podían sobrevenir si se derrumbaba el peronismo. Y halagó a la
juventud: “¿Por qué se echa de nuestro movimiento a la juventud? ¿No saben estos
idiotas que los movimientos se nutren de juventud y si no vegetan”. [Los miembros
de la Juventud Peronista habían sido expulsados del partido]. Calabró procuraba ser
el gremialista que concitara el apoyo de los jóvenes: una síntesis que, suponía, lo
convertiría en el líder que estaba faltándole al Movimiento. Su proyecto no era un
golpe de Estado, sino el reemplazo legal de Isabel. “Las Fuerzas Armadas son muy
sensatas. No pueden gobernar y combatir a la guerrilla al mismo tiempo”, sostenía el
gobernador.
Las Fuerzas Armadas no pensaban lo mismo, pero aguardaban que la
descomposición del gobierno avanzara.
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El “putsch” de la Aeronáutica
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Uno de los insurrectos reconoció que “algunos de los oficiales” del movimiento
“tuvieron relación” con cursos que había dictado el teórico ultraderechista Jordán
Bruno Genta –el asesinado Consejero del ex rector Ottalagano– especialmente para
militares.
Videla rehusó el ofrecimiento de los rebeldes y se pronunció, en esa instancia, por el
mantenimiento del orden constitucional. El brigadier Orlando Agosti fue designado
nuevo comandante de la Fuerza Aérea, con lo que el movimiento obtuvo un triunfo
parcial. Luego, Agosti debió reprimir a los insurrectos, y entonces fue bombardeada
una pista de aterrizaje (vacía) en el principal de los cuarteles alzados. Sobrevino, de
inmediato, la rendición. El último comunicado fue significativo: “Permanezca
sereno el pueblo de la Patria, porque ya no estamos solos en la defensa de los
supremos intereses de la Nación”.
Durante la crisis, que duró cuatro días, Videla había enviado a todas las guarniciones
y unidades del Ejército (el día 19) un radiograma en el que, “consciente de la grave
situación que atraviesa el país”, se comprometía a reclamar “a las instituciones
responsables y en nombre de los supremos intereses de la República, que actúen
rápidamente en función de las soluciones profundas y patrióticas que la situación
exige”.
Por su parte, el vicario castrense, declaró que mucho de lo afirmado por los rebeldes
era “verdad”. “Hay cosas muy buenas insertas en una actitud que no era, tal vez,
totalmente legítima”, sostuvo monseñor Adolfo Tórtolo. Y precisó: “El país no
puede continuar así”.
¿Cuáles eran las “soluciones profundas y patrióticas” que la situación exigía? ¿Qué
era lo que no podía continuar?. La crisis económica –y esto lo admitían enemigos
del gobierno– había sido enfrentada con recursos similares a los que emplearía un
eventual gobierno militar. La lucha contra la subversión era llevada, con autonomía,
por las Fuerzas Armadas. López Rega no estaba ya, ni siquiera, en el país.
Cierto: el gobierno carecía de la autoridad, congruencia y ejemplaridad deseables;
pero la oportunidad de sustituirlo legalmente estaba muy próxima: las elecciones
presidenciales habían sido, por fin, adelantadas. Iban a celebrarse el 17 de octubre.
Eso era, sin embargo, lo que no querían algunos sectores militares: que todo
quedase librado a un resultado electoral. El director de la Escuela de Defensa
Nacional –un general en actividad– alertó por esos días sobre el peligro
representado por quienes “pretenden imponernos hoy mediante el crimen y…
¡cuidado! que mañana, quizás, mediante el sufragio, un régimen ateo, materialista y
despótico”.
El país en guerra
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La presidente, sobreseída
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1976
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Cafiero –que contaba con apoyo sindical– intentó, en un sentido, “volver a Perón”:
auspició la reedición del Pacto Social. El 2 de febrero, debían reunirse en el
ministerio de Economía, la CGT y la CGE para iniciar discutir las medidas a
adoptar para enfrentar la crisis.
La CGE, que estaba pagando su error de haber alojado a la conservadora Unión
Industrial Argentina, atravesaba por un periodo de desinteligencias internas, que
llevarían a la renuncia de Broner. La puerta abierta por Cafiero, quien previamente
había tenido roces con la CGE, le daban a ésta una oportunidad de rehacerse y de
reconstruir, siquiera en parte, su antiguo poder.
Sin embargo, Isabel –que había aprobado la convocatoria a ambas centrales–
decidió, el mismo día 2, que la reunión no debía hacerse. Había triunfado la tesis de
González, contrario a la reapertura de la política concertada.
El Secretario General de la Presidencia, al parecer, veía esa reapertura como una
“maniobra” de Cafiero, de quien se decía que aspiraba a integrar, acompañado de
Lorenzo Miguel, la fórmula presidencial del peronismo.
Cafiero salió del gabinete, junto con Ruckauf, Ministro de Trabajo. Emilio Mondelli
–hasta entonces presidente del Banco Central, designado en su momento por
Rodrigo– se hizo cargo de la cartera de Economía. Miguel de Unamuno, sindicalista,
tomó Trabajo.
La situación era crítica:
La inflación había llegado a 1 por ciento diario. Los precios al consumidor habían
trepado, de 100 en enero de 1973 (128 en mayo, al subir Cámpora; 160 en octubre
de 1974, al salir Gelbard) a 1.450 en febrero de 1976.
El “dólar paralelo” había subido, en el mercado paralelo, de 12 pesos al subir
Cámpora (20 al salir Gelbard) a 300 pesos.
Las reservas de divisas habían descendido de 950 millones de dólares al subir
Cámpora (1.693 millones al salir Gelbard) a 500 millones.
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La balanza comercial había pasado a ser negativa y se preveía que las importaciones
superarían ese año a las exportaciones en 520 millones de dólares: más del total de
reservas disponibles.
La deuda externa era de 10.000 millones de dólares.
El país, además, debía afrontar en los 12 meses siguientes vencimientos por 3.500
millones de dólares, más intereses.
Mondelli propuso su solución: acabar con los “mitos”, recurrir al Fondo Monetario
Internacional y dar incentivos a los inversores extranjeros. En conversación con un
grupo de diputados, dijo por esos días: “Tenemos una ley de inversiones extranjeras
que nos ha resguardado sin duda de todo imperialismo y de toda invasión extraña,
pero, eso sí, inversión no hay ninguna”.
Una misión del Fondo llegó ese mes a Buenos Aires, y el ministro logró que la CGT
aceptara las negociaciones con el organismo “a menos que lesionen el interés
nacional”.
Los dirigentes sindicales, si bien no habían querido el cambio de Mondelli por
Cafiero, y en otras circunstancias no habrían aceptado las recetas del ministro,
entendían que el gobierno tenía el revólver en el pecho, y se mostraban
complacientes.
Con cierto acuerdo de la cúpula sindical, Mondelli elaboró el plan que anunció el día
5: alza de salarios, limitada a 12 por ciento; establecimiento de un mercado único de
cambios, en el que el valor del dólar sería de 140 pesos (82,5 por ciento más de lo
que valía, hasta entonces, el dólar en el mercado financiero oficial); aumentos en los
servicios públicos y reajuste (80 por ciento) del precio de los combustibles.
Las nuevas medidas eran reminiscentes del “rodrigazo”, pero sus consecuencias no
fueron las mismas. El peronismo se sentía inseguro, y no estaba dispuesto a hostigar
al gobierno.
El 16, el país fue paralizado por la huelga patronal. Hasta los afiliados a la CGE
adhirieron al paro.
Los políticos, presintiendo el golpe militar, procuraban salvar las formas
democráticas. Por esos días, se discutía la posibilidad de convocar una Asamblea
Legislativa (es decir, la reunión de diputados y senadores) para remover por simple
mayoría a la presidente, anticipándose así el Congreso al paso que planeaban los
militares.
La “solución” había sido ideada para sortear el obstáculo que presentaba el juicio
político, que requería la voluntad de dos tercios de los legisladores. Claro está que la
proyectada Asamblea era inconstitucional, habría sido desconocida por la presidente
y, en definitiva, habría derivado hacia lo que se quería evitar: la intervención militar.
La “solución” no llegó a intentarse.
Su sola discusión en el Congreso demostraba, sin embargo, la extrema debilidad del
gobierno. Éste, por momentos, parecía no comprender que estaba al borde del
precipicio. El 13, dispuso que –antes de realizar las elecciones presidenciales–
promovería la reforma de la Constitución, lo cual exigía la elección popular de una
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El gobierno agoniza
El 5 de marzo, López Rega fue condenado por la justicia, que lo halló culpable de
malversación. Un pedido de extradición fue dirigido al gobierno de España.
Isabel, entre tanto, parecía recuperar energía. El 6, una convención la reeligió
presidente del partido. Al improvisar un discurso, frente a los delegados, volvió a
prometer “latigazos” y dijo que a sus enemigos les daría “con el hacha”.
El 10, la presidente fue con Mondelli a la CGT. En el salón de actos, subió al
escenario y habló a los sindicalistas, flanqueada por el ministro, Herrera –que venía
de Ginebra, donde había pasado varias semanas en ejercicio de un cargo que tenía
en la OIT– y Lorenzo Miguel.
“A mí no me entorna nadie. ¡Ni el propio Perón me pudo entornar en dieciocho
años!”, sostuvo allí la presidente. Anunció que el aumento salarial había sido elevado
de 12 a 20 por ciento, y pidió a los gremialistas que fueran condescendientes con el
ministro de Economía.
Cuarenta y ocho horas más tarde, Isabel removió a su ministro de Defensa, José
Guardo –designado en enero– por hallarlo demasiado afín a los militares.
En su lugar, designó a José Deheza, hasta entonces Ministro de Justicia. De ese
modo, la presidente completaba su récord: 38 ministros en 21 meses de gobierno.
La prensa de esos días ya hablaba, abiertamente, del golpe que estaba en gestación.
Se sabía que Videla asumiría el gobierno de un momento a otro.
El 15, un afortunado cambio en su rutina, hizo que el comandante general del
Ejército llegara algo tarde a la sede de sus funciones: minutos antes de su arribo, una
poderosa bomba estalló en el sitio donde solía descender, dentro del comando
general. Hubo un muerto, varios heridos, y quedó la sensación de que las Fuerzas
Armadas –que a menudo habían insinuado su disgusto por la ineficiencia del
gobierno civil en la lucha contra la subversión– tampoco habían logrado controlar la
situación.
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Sin embargo, el golpe parecía inminente. El 16, Balbín habló al país por radio y
televisión: “Todos los incurables tienen cura, cinco minutos antes de la muerte”,
dijo, parafraseando a un poeta popular argentino. El jefe radical instaba, sin
confianza, a la salvación de las instituciones.
Herrera, no tenía ninguna confianza: se fue al Uruguay y, allá, le respondió a un
periodista que preguntaba por la situación: “No sé nada. Yo, me borré” [es decir,
desaparecí, no tengo nada más que ver].
La presidente aún confiaba en conservar el gobierno. En una reunión privada
sostuvo, por esos días, que las medidas adoptadas por su Ministro de Economía
eran idénticas a las que preparaban los militares, quienes se habrían quedado, así sin
plan de alternativa. Isabel creía, además, que a las Fuerzas Armadas les convenía que
fuese el “gobierno popular” quien absorbiera el impacto de semejantes medidas. La
conclusión de Isabel era: “El golpe va a quedar frenado, y si ganamos un mes,
entonces ya llegamos a las elecciones. Por dos cosas: una, porque yo no voy a ser
candidata; dos, porque el candidato no va a ser un peronista. Va a ser un hombre de
mucho prestigio internacional, que va a venir del extranjero”.
Luego de aquel críptico comentario, la presidente se extendió en elogiosas
referencias a Alejandro Orfila. El plan de Isabel era, según se deduce, arrebatarle las
banderas a los militares, y presentar como candidato nada menos que al hombre que
ocupaba la secretaría general de la OEA.
No había tiempo para todo eso. Desde mediados de marzo, los diarios daban por
descontado que las Fuerzas Armadas estaban listas para tomar el poder. Todos,
además, procuraban justificar ese paso. Mostraban al gobierno civil sumido,
irremediablemente, en el caos. El 22, La Prensa se alarmaba de la violencia: 1.358
personas habían muerto, por razones políticas, desde el 25 de mayo de 1973. En las
siguientes cuarenta y ocho horas, el número subiría a 1.372.
La caída
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Lanusse podía sentirse satisfecho. Todo era fruto de su audacia de cuatro años
antes.
La izquierda no pudo quedarse con el peronismo. El Líder –tras gozar su retorno y
reivindicación personal– expulsó a los díscolos y se murió en paz. Después de
Perón vino el diluvio y, con él, la oportunidad de otro gobierno militar.
Hay quienes creen asistir a una aurora. Es, en verdad, el comienzo de una noche
antártica, gélida y larga.
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BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
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BIBLIOGRAFÍA SUGERIDA
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ÍNDICE ONOMÁSTICO
Banco Industrial, 69
6 Barataria, 6
62 Organizaciones, 47, 48, 64, 71 Barcelona, 4
Benítez, Antonio Juan, 11, 73, 74
A Ber Gelbard, José, 10, 14, 18, 23, 26, 37,
39, 40, 41, 42, 48, 49, 50, 54, 55, 56,
AAA, 51
60, 62, 86
Abal Medina, Fernando, 51
Bidegain, Oscar, 33, 34
Abal Medina, Juan Manuel, 9
Birmania, 32
Aeronáutica, 81, 84
Boeing, 78
Agosti, Orlando, 82
Bonamín, Monseñor, 77
AIFLD, 32
Bonanni, Pedro J., 73
Alemania, 12
Born, 69
Alianza Anticomunista Argentina, 51
Bosch, Juan, 32
Allende, Salvador, 11, 12, 22, 24, 25, 32,
Brasil, 22, 32, 49, 63, 70, 81
39
Brezhnev, 16, 56
Alsogaray, Álvaro, 24
Broner, Julio, 60, 86
América Latina, 16, 62, 63
Brumario, 42
Anael, 49
Buenos Aires, 2, 8, 9, 10, 12, 13, 15, 16,
Anaya, Leandro Enrique, 29, 51, 68
17, 18, 22, 26, 33, 37, 45, 46, 47, 53,
Antártida, 22
55, 58, 59, 63, 64, 65, 66, 68, 70, 71,
Aramburu, Juan Carlos, 79
79, 80, 81, 82, 87, 91, 92
Aramburu, Pedro Eugenio, 27, 40, 50,
Bunge y Born, 69
51, 55, 58
Arauz Castex, Manuel, 76 C
Arbenz, Jacobo, 32
Ares, Roberto, 85 Cabildo, 51
Argel, 24 Cafiero, Antonio, 74, 75, 76, 81, 86, 87
Argentina, 2, 3, 4, 5, 7, 8, 10, 11, 13, 14, Calabró, Victorio, 17, 33, 80, 84, 85
16, 17, 18, 19, 21, 22, 23, 24, 29, 30, Cámara de Diputados, 6, 17, 72, 79, 84,
31, 32, 35, 36, 37, 39, 40, 41, 43, 46, 92
48, 52, 56, 57, 58, 60, 61, 62, 63, 64, Cámpora, Héctor J., 6, 7, 8, 10, 11, 12,
66, 68, 69, 72, 73, 74, 75, 77, 78, 79, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 22, 23, 26, 44,
81, 86, 91, 92 48, 56, 68, 86
Armada, 10, 59 Capellini, Jesús Orlando, 81
Arrighi, Pedro, 74 Caracas, 2, 24, 81, 91
Arrostito, Norma, 50 Carcagno, Jorge Raúl, 11, 18, 24, 29, 68
Asamblea Legislativa, 17, 68, 87 Carta Magna, 37
Casa de Gobierno, 11, 36, 53, 68
B Castro, Fidel, 8, 24, 37
Catamarca, 50, 51
Bacigaluppo, Enrique, 16, 17, 28
CEE, 8
Bahía Blanca, 65
Central Nacional de Inteligencia, 60
Balbín, Ricardo, 7, 16, 17, 18, 22, 25,
29, 32, 45, 46, 47, 54, 59, 64, 66, 77, Cesio, Juan Jaime, 29
89 CGA, 48
Banco Central, 21, 49, 62, 64, 86
93
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CGE, 10, 14, 15, 29, 38, 39, 40, 42, 47, D
48, 55, 60, 74, 75, 84, 86, 87, 89 Damasco, coronel, 38
CGT, 14, 15, 18, 24, 25, 28, 29, 30, 38,
Damasco, vicente, 74, 76
40, 41, 42, 43, 47, 53, 55, 57, 58, 59,
Damasco, Vicente, 74, 78
60, 64, 66, 70, 71, 72, 73, 74, 76, 80,
de La Rúa, Fernando, 22
86, 87, 88, 89
De la Rúa, Fernando, 25
Ch Deheza, José, 88
Demarco, Aníbal, 79
Checoslovaquia, 41 Departamento de Estado, 32, 63, 80
Chiang–Kai–shek, 3 Día de los Trabajadores, 37, 40
Chile, 8, 11, 22, 24, 25, 32, 81, 89 DIPA, 13
China, 3, 32 Dorticós, Osvaldo, 11, 12
Duarte, María Eva, 50
C
CIA, 27, 32 E
Clarín, 24, 92 Ecuador, 63
Código Militar, 89 Ejecutivo, 56, 75, 76, 80
Código Penal, 34 Ejecutivo, Poder, 31, 34, 37
Comando en Jefe de la Marina, 8 Ejército, 3, 5, 9, 10, 11, 14, 16, 17, 18,
Comando Superior Peronista, 25 29, 32, 33, 37, 50, 51, 54, 56, 57, 63,
como Secretario de Trabajo y Previsión, 64, 66, 68, 69, 74, 75, 77, 78, 81, 82,
26 83, 84, 88
Comunidad Económica Europea, 7, 30 El Caudillo, 36, 38
Confederación General Económica, 10 El Descamisado, 35, 38
Conferencia de Ejércitos Americanos, 24 El Mercurio, 89
Conferencia Episcopal Argentina, 78 El Mundo, 35
Congreso, 11, 12, 17, 19, 23, 28, 31, 34, Emery, Carlos, 78, 79
40, 42, 46, 68, 73, 75, 76, 77, 79, 80, EMI Odeón, 12
84, 87, 88, 89, 92 Ente de Calificación Cinematográfica, 60
Congreso Nacional, 11, 19, 28, 34, 42 Episcopado, 78
Consejo Nacional de Emergencia ERP, 14, 25, 27, 33, 50, 51, 54
Económica, 73 Escribanía General de Gobierno, 83
Consejo Superior, 26, 28, 32 Escuela de Defensa Nacional, 82
Constitución, 17, 18, 31, 37, 61, 87 Escuela Superior de Guerra, 57
Córdoba, 4, 11, 26, 27, 34, 36, 37, 50, España, 6, 10, 12, 14, 15, 49, 58, 72, 88
52, 56, 65, 76 Esso, 49
Corea del Norte, 13 Estados Unidos, 8, 16, 18, 22, 24, 32,
Corte Suprema, 18, 24, 27, 41, 61, 80, 41, 56, 62, 63, 79, 81
89 Estatuto de los Partidos Políticos, 36
Corte Suprema de Justicia, 18, 24, 27, Europa, 8, 41, 44
41, 61, 80
Eva, 18, 23, 46, 50, 55, 58, 59
Corvalán Nanclares, Ernesto, 73
Evita, 18, 40, 58
Costa Rica, 32
Eximport, 16
Council of the Americas, 63
Exxon, 49, 62
Cristo, 56, 59
Cuarta Internacional, 27 F
Cuba, 11, 13, 15, 22, 24, 63, 80
Fabricaciones Militares, 16
Fidel, 8, 24
94
El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno
Firmenich, Mario Eduardo, 23, 26, 27, 68, 70, 71, 72, 73, 74, 75, 76, 77, 78,
37, 50 79, 80, 83, 84, 85, 86, 88, 89, 92
First National Citi Bank of New York, 16 Italia, 7, 8, 12, 58
FMI, 64, 74, 75 ITT, 55, 62
Fondo Monetario Internacional, 64, 67, Ivanisevich, Oscar, 49, 52, 74
74, 75, 87
Ford, 41 J
Franco, Francisco, 15 Jefe de Estado, 22, 29
FREJULI, 7, 8, 39, 64 Jefe de la Policía, 57
Frente Justicialista de Liberación, 7, 13 Jefe del Estado Mayor Conjunto, 8
Freud, Sigmund, 53 Journal of Commerce, 63
Frondizi, Arturo, 22, 23, 52, 55, 64 JPRA, 35
Fuerza Aérea, 10, 15, 78, 81, 82 JSP, 22
Fuerzas Armadas, 4, 5, 7, 8, 9, 10, 11, JTP, 27
13, 50, 57, 59, 60, 61, 65, 66, 72, 74, Jujuy, 65
75, 76, 78, 80, 81, 82, 83, 84, 88, 89 Juventud Peronista, 18, 22, 23, 24, 26,
27, 29, 31, 35, 37, 38, 40, 41, 42, 44,
G
80
Galimberti, Rodolfo, 9, 10 Juventud Sindical Peronista, 22
Garrido, Jorge, 72, 73
Genta, Jordán Bruno, 56, 82 K
Ginebra, 44, 70, 88 Kissinger, Henry, 22, 63, 66
Gómez Morales, Alfredo, 49, 56, 57, 60, Krebs, Max Vince, 18
62, 63, 64, 67, 69
González, Julio, 76, 78, 79, 80, 85, 86 L
Goulart, Joao, 32
La Causa Peronista, 38, 50, 92
Gran Buenos Aires, 82
La Opinión, 22, 65, 91
Gran Paritaria Nacional, 55, 57
La Plata, 64, 80
Guardo, José, 88
La Prensa, 31, 75, 89
Guatemala, 32
La Vanguardia, 4
H Lanusse, Alejandro, 3, 4, 5, 6, 9, 11, 31,
36, 48, 50, 58, 90, 91
Herrera, Casildo, 53, 57, 58, 60, 70, 71, Laos, 78
75, 84, 85, 88, 89 Las Bases, 13, 49
Hill, Robert, 32 Lastiri, Raúl, 17, 18, 22, 25, 26, 56, 64,
Hungría, 41, 42 71, 72, 73, 85
Latinoamérica, 14, 15, 27
I
Le Monde, 69
I.R.I, 21 Leloir, Luis Federico, 53
Iglesia, 47, 58 León, Fray Luis de, 68
Iglesia Católica, 59, 76, 84 Ley de Acefalía, 73
II Cuerpo del Ejército, 9 Ley de Amnistía, 12
Il Tempo, 8 Ley de Contratos de Trabajo, 53, 84
India, 32 Ley de Inversiones Extranjeras, 34, 60,
Instituto de Reconstrucción Industrial, 7 80
Interpol, 83 Líder, 12, 13, 14, 18, 22, 23, 24, 26, 29,
Isabel, 22, 23, 40, 43, 44, 45, 47, 49, 50, 36, 44, 49, 51, 90
51, 53, 54, 55, 56, 58, 59, 60, 66, 67, Lima, 13, 15
95
El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno
L O
López Rega, José, 11, 13, 14, 17, 18, 22, Obregón Cano, Ricardo, 34, 38
24, 25, 26, 28, 34, 35, 43, 44, 45, 46, OEA, 15, 63, 80, 81, 89
47, 48, 49, 55, 57, 58, 59, 60, 63, 66, OIT, 44, 45, 70, 73, 88
68, 69, 70, 71, 72, 75, 77, 79, 80, 82, Olivos, 58, 71, 72, 76
83, 88 OPEP, 57, 62, 63
Luder, Ítalo, 73, 76, 77, 80 Operativo Dorrego, 18, 29
Operativo Tucumán, 63
M Orfila, Alejandro, 80, 81, 89
Organización de Estados Americanos,
Madrid, 16, 58, 71
13, 15, 22
Magdalena, 9
Ortega y Gasset, 52
Mahieu, Jaime María de, 54
Otero, Ricardo, 11
Mandel, Ernest, 27
Ottalagano, Alberto, 53, 54, 56, 59, 82
Mao Tse-tung, 3, 16
Mar del Plata, 65 P
Margaride, 40
Margaride, Luis, 60 Pacífico, 8
María, 22, 46, 50, 54, 56 Pacto Andino, 7, 21, 22
Maritain, Jacques, 13 Pacto Social, 28, 31, 33, 38, 39, 40, 42,
Martínez Baca, Roberto, 34, 44 43, 44, 47, 60, 67, 86
Martínez de Perón, María Estela, 22 Palma, Segundo, 47, 53
Mayoría, 8 Panamá, 63
Medio Oriente, 58 Paraná, 64
Mendoza, 14, 34, 44, 72 París, 27, 34, 69
México, 22, 26, 52, 63 Partido Auténtico, 66
Miguel, Lorenzo, 47, 48, 53, 57, 58, 60, Partido Comunista, 36
64, 65, 70, 71, 80, 84, 86, 88 Partido Popular Cristiano, 39
Ministerio de Bienestar Social, 25, 57, Patria, 14, 51, 60, 82, 83, 84
60, 69, 79 Pérez, Carlos Andrés, 62
Ministerio de Economía, 28, 57, 73, 92 Perón, Eva, 18, 23, 46, 50, 55, 58, 59
Ministerio del Trabajo, 57 Perón, Juan Domingo, 3, 4, 5, 6, 7, 8,
Misiones, 66, 67 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 21,
Mondelli, Emilio, 86, 87, 88 22, 23, 24, 25, 26, 27, 28, 29, 30, 31,
montoneros, 4, 14, 18, 25, 27, 33, 35, 40, 32, 33, 34, 35, 36, 37, 38, 39, 40, 41,
48, 50, 51, 55, 58, 69, 78, 83, 91, 92 42, 43, 44, 45, 46, 47, 48, 49, 50, 51,
53, 54, 55, 56, 58, 63, 64, 66, 67, 68,
Mor Roig, Arturo, 48
71, 72, 76, 79, 80, 83, 85, 86, 88, 90,
Movimiento, 5, 28, 34, 35, 80
91, 92
N Perú, 15, 18, 22, 63
Pinochet, Augusto, 66
Nación, 3 Plan Trienal, 30, 31, 85
Naciones Unidas, 3 Plaza de Mayo, 11, 12, 37, 40, 43, 48,
Napoleón, 42, 43 50, 70, 71
Newman, 52 Poder Legislativo, 73
Nixon, Richard, 3, 16, 22 Policía Federal, 13, 40, 44, 60
Nobel, 53
96
El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno
Polonia, 41 Temperley, 65
Porto Alegre, 49 Tortolo, Adolfo, 78
Posadas, 27 Tórtolo, Adolfo, 82
Procurador General, 16 triple A, 51, 52, 53, 54, 66, 69, 75
Puerta de Hierro, 12 Trotsky, León, 27
Puig, Juan Carlos, 10, 17 Troya, 39
Tucumán, 60, 65, 67, 68, 76, 83
Q
U
Quijote, 6
U.S. News & World Report, 79
R UIA, 10, 39, 48, 55
Recoleta, 55 Unidad Popular, 22, 24
República, 10, 16, 17, 23, 26, 33, 36, Unión Cívica Radical, 7, 8, 16, 22, 59,
38, 41, 45, 46, 47, 49, 65, 82 66, 67
República Dominicana, 32 Unión Obrera Metalúrgica, 65, 72, 79
Revolución Francesa, 36, 42 Unión Soviética, 41
Revolución Nacional, 44 Universidad de Buenos Aires, 52
Righi, Esteban, 10, 17 Universidad de La Plata, 53
Robledo, Ángel Federico, 11, 74, 76 UOM, 70, 72
Rocamora, 72 URSS, 41
Rodrigo, Celestino, 69, 70, 71, 72, 73, Uruguay, 70, 81, 89
74, 86
Roma, 7, 8, 9, 71 V
Romero, Adelino, 38, 47, 48 Vandor, Augusto Timoteo, 25, 72
Rosario, 78 Vázquez, Jorge, 15
Rucci, José Ignacio, 25, 36, 38 Vázquez, Pedro Eladio, 15, 78, 79
Ruckauf, Carlos, 74, 86 Venezuela, 2, 7, 22, 24, 63, 81, 91
Vicente López, 15, 16, 17
S Videla, Jorge Rafael, 68, 74, 75, 81, 82,
San Andrés de Giles, 10 83, 88, 89
Santa Cruz, 56 Vietnam, 78
Santa Fe, 78 Vignes, Alberto, 17, 63, 74
Santucho, Roberto Mario, 33 Villa Constitución, 65, 66
Savino, Adolfo Mario, 68, 72 Villar, 40
Secretaría General de la Presidencia, 26, Villar, Alberto, 57
79 Villone, Carlos A., 72, 83
Segunda Guerra Mundial, 32 Vottero, Tomás, 76
Senado, 12, 17, 29, 34, 39, 73, 77
Shell, 49 W
Shi–Huang–ti, 3 Washington, 62, 63, 74, 75, 80
Sociedad Rural, 48, 55, 56
Solano Lima, Vicente, 13, 17, 23, 26 Y
YPF, 61, 62
T
Taiana, Jorge Alberto, 11, 49, 52
97
El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno
INDICE TEMATICO
ADVERTENCIA ......................................................................................................................... 2
INTRODUCCIÓN ....................................................................................................................... 3
CÓMO Y POR QUÉ VOLVIÓ A GOBERNAR EL PERONISMO ............................................................... 3
GOBIERNO DE CAMPORA ..................................................................................................... 7
Los 75 días previos ........................................................................................................................ 7
“Se van, se van, y nunca volverán” ............................................................................................. 10
Socialismo nacional ..................................................................................................................... 12
Retorno definitivo de Perón......................................................................................................... 15
INTERINATO DE LASTIRI .................................................................................................... 17
Cae Cámpora ............................................................................................................................... 17
La política económica.................................................................................................................. 19
Perón–Perón ................................................................................................................................ 21
GOBIERNO DE PERÓN .......................................................................................................... 25
Perón Presidente .......................................................................................................................... 25
¿Perón cercado? ........................................................................................................................... 28
Sale Carcagno .............................................................................................................................. 29
El Plan Trienal ............................................................................................................................. 30
Los proyectos de Perón................................................................................................................ 31
Mr. Hill ........................................................................................................................................ 32
Guerra a la izquierda.................................................................................................................... 33
Caballo de Troya en la CGE ........................................................................................................ 39
Expulsión de los montoneros ....................................................................................................... 40
Misión a Europa oriental ............................................................................................................. 41
Perón teórico ................................................................................................................................ 42
Rebelión laboral........................................................................................................................... 43
La muerte de Perón ...................................................................................................................... 44
GOBIERNO DE ISABEL ......................................................................................................... 46
López Rega, detrás del trono ....................................................................................................... 46
Peligra el Pacto Social ................................................................................................................. 47
López Rega y sus poderes ........................................................................................................... 49
Rebrota la guerrilla ...................................................................................................................... 50
98
El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno
La “triple A” ................................................................................................................................ 51
El oscurantismo ........................................................................................................................... 52
Ley de Contratos de Trabajo ....................................................................................................... 53
Cae Gelbard ................................................................................................................................. 55
Estado de sitio.............................................................................................................................. 57
Sindicalistas contra López Rega .................................................................................................. 57
Los restos de Eva Perón............................................................................................................... 58
Se va Ottalagano .......................................................................................................................... 59
La presidente busca recuperar terreno ......................................................................................... 59
Buscando apoyo norteamericano ................................................................................................. 62
Un muerto cada 2 horas y 24 minutos ......................................................................................... 64
Triunfo electoral del oficialismo ................................................................................................. 66
Crisis económica ......................................................................................................................... 67
Relevan a Anaya .......................................................................................................................... 68
Auge de López Rega.................................................................................................................... 69
El “rodrigazo” .............................................................................................................................. 69
Cae López Rega ........................................................................................................................... 72
Cafiero, ministro de Economía .................................................................................................... 74
Videla comandante ...................................................................................................................... 74
Luder, presidente interino ............................................................................................................ 76
La cruz y la espada ...................................................................................................................... 77
Isabel, otra vez ............................................................................................................................. 78
Orfila en Buenos Aires ................................................................................................................ 80
El “putsch” de la Aeronáutica ..................................................................................................... 81
El país en guerra .......................................................................................................................... 82
La presidente, sobreseída............................................................................................................. 83
Mondelli, por Cafiero .................................................................................................................. 86
El gobierno agoniza ..................................................................................................................... 88
La caída ....................................................................................................................................... 89
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA .......................................................................................... 91
BIBLIOGRAFÍA SUGERIDA ................................................................................................. 92
99