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El Peronismo de los 70 Rodolfo H.

Terragno

El peronismo
de los 70
Por Rodolfo H. Terragno

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

ADVERTENCIA

La presente cronología es una revisión, exhaustiva pero simplificada, que tiene el


propósito de ofrecer –aun al lector no interiorizado en la historia contemporánea
argentina– un relato fidedigno de lo ocurrido desde el retorno hasta la nueva caída
del peronismo.
Se ha procurado no consignar aquí más nombres que los estrictamente necesarios;
se han tenido en cuenta sólo a los partidos y organizaciones más influyentes
(evitando que el lector naufrague en un mar de siglas) y, en general, se ha puesto
poco interés en destacar diferencias de matiz.
Sin embargo, la secuencia ordenada de los acontecimientos decisivos (inhallable
hasta ahora, tanto en español como en inglés), será de ayuda para el investigador.
Éste, además, dispone –al final del artículo– de una sección bibliográfica. En ella,
figuran los textos que el autor tuvo a su disposición para confeccionar esta
cronología, y también los que él aconseja consultar para profundizar en cualquiera
de los rubros en que divide esa bibliografía sugerida.
El autor es un abogado y analista político argentino, que editó en Buenos Aires
(desde 1973 a 1976; es decir, el período cubierto por esta cronología) un mensuario
de análisis político que obtuvo gran difusión. A raíz de su prédica contra la
represión ilegítima –iniciada durante el gobierno peronista– y su oposición a los
militares que tomaron el poder en 1976, dicho mensuario se vio obligado a
desaparecer en julio de ese año, y su editor debió salir de la Argentina. Actualmente,
reside en Caracas, Venezuela.

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INTRODUCCIÓN

Cómo y por qué volvió a gobernar el peronismo

En 1955, Juan Domingo Perón fue desalojado del poder. Desde entonces, se habían
ensayado todos los métodos para esfumar su figura.
El 5 de marzo de 1956 se dictó (y permaneció en vigencia durante largos años) un
decreto que, con mérito, debería ingresar, no sólo a una antología del despotismo,
sino a una historia de los esfuerzos inútiles que, en todo tiempo y lugar, han hecho
los gobernantes inseguros. El decreto prohibía “las imágenes, símbolos, signos,
expresiones significativas, doctrinas artículos y obras artísticas” que fueran “o
pudieran ser tenidas por” lo que el decreto llamaba “afirmación ideológica
peronista”. No se podía exhibir una fotografía de Perón, ni escribir su nombre, ni el
de sus parientes, y a quien incurriera en tales delitos le esperaba la cárcel.
Los militares que habían derrocado a Perón imitaban, sin saberlo, a Shi–Huang–ti, el
emperador chino que mandó a quemar cuanto libro se hallare en el imperio, para
borrar así todo aquello que lo hubiera precedido.
Por cierto, el prestigio de Perón entre los trabajadores y gruesas capas de la clase
media, no mermó sino que aumentó a medida que la selecta minoría gobernante se
empeñó en el vano intento de borrar una época (la que va de 1946 a 1955) durante
la cual obreros y empleados habían obtenido, no sólo reivindicaciones sociales
perseguidas antes durante décadas, sino acceso –a través de los sindicatos– a la
participación en el manejo del Estado.
La realidad es indeleble, y a menudo se vale de un procedimiento cruel para ponerse
de manifiesto. Quienes la niegan, son colocados en situaciones azarosas, de las
cuales sólo pueden librarse escogiendo una salida que los precipitará al vacío.
Los norteamericanos, al ver comprometida su hegemonía universal, negaron en los
años ’50 a la China de Mao Tse–tung. Simularon que 700 millones de habitantes no
existían. Eliminaron del mapa de las Naciones Unidas al país más poblado de la
tierra y fingieron que Chiang–Kai–shek lo representaba. Por fin, Richard Nixon
tuvo que redescubrir China. No hacerlo suponía permitir que Mao siguiera actuando
fuera de toda regla convencional, tornar casi imposible la retirada estadounidense
del sudeste asiático y seguir minando, así, el poderío material y moral de
Norteamérica. Hacerlo era la solución, pero era, también, renunciar a un área
geográfica; admitir una nueva reducción del campo de acción norteamericano y, en
definitiva, dar un paso más hacia la desaparición del imperio de los norteamericanos.
En la Argentina, después de haber negado durante dieciocho años la existencia de
Perón, y el apoyo que la mayoría le brindaba, hacia 1972 se hizo necesario admitir al
peronismo. El general Alejandro Lanusse, entonces jefe del Ejército y presidente de
la Nación (de facto, por supuesto) permitió la reincorporación de Perón a la
legalidad. Lo hizo para salvar al sistema social vigente, acosado por la violencia:

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tanto la organizada, que ejercían las guerrillas, como esa violencia masiva e
inorgánica que en 1969 había tenido su expresión más dramática en Córdoba, una
gran ciudad industrial que, literalmente, ardió durante días a causa de violentos
disturbios callejeros.
La Argentina vivía un peligroso sentimiento de frustración. Se había vuelto un país
políticamente inestable, con una economía en permanente crisis y una mayoría
disconforme. Los militares –responsables de la inestabilidad política– y los intereses
económicos dominantes –responsables de los desequilibrios estructurales que
crearon y mantuvieron en su propio beneficio– se habían encargado, durante años,
de “hacer la gloria” de Perón. Esos dueños del poder, que por un lado le negaban el
voto a la mayoría y hacían bajar el salario real, por otro lado se encargaban de hacer
notar que su contrafigura era Perón. Las nuevas generaciones, que no habían
conocido al peronismo, lo creyeron mucho más revolucionario de lo que realmente
era este movimiento populista, que jamás había auspiciado la abolición del
capitalismo sino la morigeración de algunas de sus injusticias. [Aun cuando se
organizó como un partido, el peronismo siempre se consideró un “movimiento”].
Ese movimiento, reinterpretado por los jóvenes y hasta convertido (como en el caso
de los montoneros) en bandera para la guerrilla, se hizo demasiado peligroso. Perón,
por su parte, alentaba a los jóvenes iracundos: evocaba la juventud como “la época
en que todos estábamos en la delincuencia”, e invitaba a las nuevas generaciones de
peronistas a hacer más insidioso su hostigamiento al enemigo. El viejo guerrero
efectuaba, así, una maniobra táctica contra quienes le habían arrebatado el poder.
Pero, ¿cuál iba a ser el destino del peronismo –y, por consiguiente, de la Argentina–
si Perón, quien se aproximaba ya a los 80 años, moría dejando como legado político
su circunstancial apoyo al sector más exaltado de su movimiento?
La muerte de Perón, en tales circunstancias, podía dejar a las Fuerzas Armadas
enfrentadas a un peronismo tan multitudinario como radicalizado. La guerra civil
sería, entonces, una consecuencia inevitable.
Lanusse se vio, de ese modo, en la necesidad de admitir la existencia de Perón. Lo
hizo, primero, tratando de “destruir el mito”, convencido de que el peligroso
peronismo se desarticularía cuando Perón se negase a regresar de su exilio
(emprendido en 1955, tras su derrocamiento) y perdiera así el aura de hombre
temido y desterrado.
El 23 de julio de 1972, el diario La Vanguardia, de Barcelona, había publicado una
entrevista en la cual Perón aparecía diciendo:

“Yo no regreso porque, en conducción, soy un profesional. He dedicado toda mi


vida al estudio de la conducción, y no es previsible que falle en el manejo de sus
resortes. Hay un principio, o una regla de conducción, que dice que el mando
estratégico no debe estar jamás en el campo táctico de las operaciones, porque allí
se siente influido por los acontecimientos inmediatos, toma parte de ellos, y
abandona el conjunto”.

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Leyendo esto, Lanusse creyó que, definitivamente, Perón se rehusaba a volver, y


entonces desafió públicamente a aquel anciano que se definía a sí mismo como “un
león herbívoro”. Fue el 27 de julio de 1972, cuando afirmó que a Perón “no le daba
el cuero” para volver. En esa oportunidad, Lanusse censuró, además, el criterio
estratégico de su adversario: “Nada reemplaza la presencia física de un
comandante”, dijo.
El reto fue, inesperadamente, aceptado. Perón regresó a la Argentina, después de 18
años de exilio, el 17 de noviembre de 1972. Aunque a las cuatro semanas volvió a
alejarse del país, el solo hecho de haber demostrado que sí le daba el cuero, dejó a
Lanusse sin posibilidades de continuar su tarea de destruir el mito.
Sin embargo, algo más trascendente se puso en marcha: ese Perón reivindicado,
sería un seguro contra la radicalización de las huestes peronistas.
Sólo él podía desmontar los mortíferos dispositivos que –con su anuencia– se
habían incorporado al Movimiento. Liderados por el propio Lanusse, los militares
aceptaron hasta el riesgo de dar paso a un gobierno que, en última instancia, podía
afectar seriamente al sistema de poder que ellos querían preservar.
Con la esperanza de que ese extremo no fuera alcanzado, Lanusse promovió el
diálogo con el caudillo, y envió como negociador a un alto oficial del Ejército. En
un mensaje al país, preguntó: “¿Qué otro camino queda por transitar que no haya
sido intentado?”. Y en un libro que escribió años más tarde, confesó hasta qué
punto había influido en su conducta el temor de que “un desgaste total de Perón
significara, en lugar de una ventaja decisiva, otro grave problema, si llegaban a
predominar, como consecuencia, los grupos activos impregnados de izquierdismo:
las formaciones juveniles y los grupos sindicales combativos”. También admitió en
ese libro que el “objetivo fundamental” del proceso que él había conducido fue
rescatar a las Fuerzas Armadas, “desprendiéndolas de la tan compleja, extrema,
situación política” para restablecer su “capacidad moral” y reintegrarlas a su
presunta función de ser “guardianes de los valores fundamentales”, es decir, árbitros
supremos y no partes en conflicto.
Con claridad, los militares aspiraban a que Perón (mucho menos revolucionario de
lo que sus jóvenes partidarios creían o, en algunos casos, fingían creer) viniera a
apagar el fuego que se había encendido en su movimiento. Estaban dispuestos a
archivar todos los expedientes que le habían abierto en 1955, a devolverle su grado
de teniente general, a reintegrarle los bienes que le habían confiscado, a hacerle la
venia y a tolerar que mirase a su alrededor con aires de salvador de la patria; todo
con tal de que desactivara los mecanismos de la subversión.
Creer que la mera negociación con Perón podía resolver los problemas que afligían a
los militares, equivalía a suponer que Perón podía hacer con sus partidarios lo que él
quisiera. En verdad, un líder no dicta, sino que interpreta la voluntad de sus
seguidores; es, al fin de cuentas, un representante.
Perón mantuvo las conversaciones hasta que las Fuerzas Armadas llegaron, en su
promesa de normalizar al país, a un punto que no permitía la marcha atrás. Desde
ese momento, actuó por las suyas.

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Su futuro y definitivo triunfo ya había empezado a gestarse durante aquel primer


retorno, en 1972, cuando el país pudo ver cómo el “infame traidor a la patria”, antes
degradado y vituperado, pisaba otra vez suelo argentino, y su nombre prohibido era
pronunciado en todas partes.
Las reglas de juego impuestas por Lanusse, sin embargo, tornarían indirecto el
regreso de Perón a la presidencia. Como no podían ser candidatos quienes, a
determinada fecha, hubiesen tenido su domicilio en el extranjero, Perón –que lo
tenía en España– eligió, como su reemplazante en la fórmula presidencial, a un fiel
seguidor: el odontólogo Héctor J. Cámpora, quien había presidido la Cámara de
Diputados durante el primer gobierno peronista, desde 1948 hasta 1952. [El primer
gobierno peronista cumplió el período 1946–1952. En noviembre de 1951, Perón
fue reelecto para gobernar otros seis años, pero este segundo período quedó trunco
al ser derrocado, en 1955, por un golpe militar].
No faltaron quienes creyeran que Cámpora –cuya nominación fue poco menos que
comparada a la decisión del Quijote de hacer a Sancho Panza gobernador de la
ínsula de Barataria– ahuyentaría al electorado independiente y provocaría la escisión
del peronismo. Los comicios, celebrados el 11 de marzo de 1973, demostraron que
la predicción era infundada: Perón halló en Cámpora la forma de ser votado.
La realidad, como siempre, se había impuesto. Ahora, era el peronismo el que debía
someterse a ella. No podía ignorar que sus enemigos conservaban una apreciable
cuota de poder, militar y económico. No ignorar los límites del poder, ni de sus
propias fuerzas.

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1973
GOBIERNO DE CÁMPORA

Los 75 días previos

El 11 de marzo de 1973, el Frente Justicialista de Liberación (FREJULI), liderado


por el peronismo y complementado con desarrollistas, democristianos e
independientes, obtuvo una categórica victoria en las urnas. Su candidato
presidencial, Cámpora, acaparó 49,59 por ciento de los votos. Su rival más
importante, Ricardo Balbín, de la Unión Cívica Radical [partido social–demócrata]
apenas logró 21,3 por ciento. Una larga lista de postulantes menores cosechó el
remanente.
La ley exigía que, para ser consagrado presidente, un candidato obtuviera más de la
mitad de los votos emitidos. A Cámpora le faltaba 0,41 por ciento más un voto,
pero el peronismo salió a festejar su victoria como si fuera definitiva.
Lo era. El radicalismo sabía que era imposible dar vuelta el resultado en el ballotage;
y el gobierno –con la anuencia de los demás partidos– juzgó innecesario, y
desaconsejable, convocar a la segunda vuelta prevista en la legislación electoral.
El país, en general, se oponía a la aplicación literal de la ley, que lo habría embarcado
en un proceso inútil y hasta peligroso: si se llamaba de nuevo a elecciones, los
sectores más radicalizados del peronismo acusarían al gobierno de fraude y tal vez,
lanzaran una nueva ofensiva.
Por otra parte, no estando firme el triunfo peronista pero siendo más que segura su
ratificación, algunos sectores de la Fuerzas Armadas eran capaces de intentar el
aborto de la nueva legalidad.
Se resolvió obrar, en cuanto a la elección de autoridades nacionales, como si el
FREJULI hubiese obtenido la mitad más uno de los votos. Sólo se convocó a
segunda vuelta para comicios locales, en 15 distritos donde el Frente no obtuvo la
mayoría neta necesaria para imponer sus candidatos a gobernadores y legisladores.
El día 25, Cámpora viajó a Roma para reunirse allí con Perón. Por entonces, se decía
que el peronismo aplicaría el “modelo italiano” de desarrollo industrial: empresas
mixtas –en las cuales el Estado y los particulares participan en proporciones
variables– bajo la dirección de un organismo (en Italia el Instituto de
Reconstrucción Industrial, IRI) encargado de implementar los programas
gubernamentales.
También se decía que Perón estaba a la búsqueda de capitales italianos (así como
árabes) y de un entendimiento, a través de Italia, con la Comunidad Económica
Europea. La Argentina peronista se acercaría al Pacto Andino (un esbozo de
mercado común que comprendía a Venezuela y los países sudamericanos del

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Pacífico) y procuraría cierta complementación de esta comunidad sudamericana con


la CEE.
Il Tempo, de Roma, señaló para esa época: “La Argentina tiene yacimientos de cobre
comparables a los de Chile. Sus recursos mineros (hierro, estaño, uranio) apenas han
sido tocados. Europa está llena de dinero y no espera otra cosa que volcarlos en la
Argentina”.
El 14 de enero, en Buenos Aires, el diario Mayoría había publicado una entrevista a
Perón. “El problema va a ser liberarse de los yanquis”, había dicho allí el viejo líder.
En su boca, esa afirmación tenía un sentido diferente al que habría tenido en boca
de un Fidel Castro. En marzo, mientras recibía a Cámpora en Roma, declaró al
Giornale d’Italia: “La actividad privada continuará siendo la base de la economía
argentina”.
Él no estaba contra el capitalismo, ni contra la inversión extranjera; creía preferible
asociarse con Europa –aun inficionada por los norteamericanos– y no directamente
con los Estados Unidos. Esperaba que esto, unido a la disposición de comerciar con
todos los países de la tierra (sin excluir a los comunistas) le confiriese a la Argentina
un mayor margen de maniobra, y le permitiera a él mismo cumplir su aspiración de
convertirse en un líder del tercer mundo.
Esto no inquietaba a los dirigentes de la economía argentina: conquistar nuevos
mercados e incorporar capitales, todo con el aval de Perón, era más bien halagüeño
para sus intereses. El país necesitaba, además, nuevas estrategias para resolver
problemas que estaban tornándose crónicos. La deuda externa, al 31 de diciembre
de 1972, era de 5.743.700.000 dólares. El déficit fiscal previsto para 1973, ascendía a
26.102.500 dólares. En el marco de las relaciones económicas internacionales
mantenidas hasta entonces, no parecían haber solución a estos problemas. Por eso,
los ensayos del peronismo merecían, de parte de los principales sectores
económicos, una actitud benigna y hasta esperanzada.
En el terreno político, en cambio, el inminente gobierno Cámpora era causa de
incertidumbre y temor.
El 14 de marzo, Perón había pronosticado –en declaraciones a la prensa– que,
desaparecidas ya sus causas, desaparecería la guerrilla. Sin embargo, la actividad
guerrillera no cesó con el triunfo peronista: al contrario, continuó su avance con una
velocidad que no era la de la inercia.
El 29 de marzo estalló una bomba en la sede del Comando en Jefe de la Marina. El
1º de abril fue secuestrado un contralmirante. El 4, un comando asesinó a un
coronel. El 30, fue ultimado otro contralmirante, ex Jefe del Estado Mayor
Conjunto.
La guerrilla golpeaba contra las Fuerzas Armadas, que aún retenían el gobierno.
Mientras tanto, el electorado de la capital demostraba, el día 15, que al votar a
Perón, no se había pronunciado por la derecha: en la segunda vuelta para elegir
senador, la Unión Cívica Radical derrotó al FREJULI, que llevaba como candidato a
un nacionalista ultramontano. En casi todos los otros distritos donde hubo segunda
vuelta, ganó el FREJULI.

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En esos días, el joven secretario general del peronismo, Juan Manuel Abal Medina,
anunció que el 25 de mayo se abrirían las cárceles. Ya el presidente electo había
declarado a Il Messaggero, de Roma, el 15 de marzo: “No quedará en la cárcel ningún
compatriota, sean cuales fueren los hechos que haya realizado, siempre que tengan
motivación política”.
Tan inquietante como esa perspectiva resultó el anuncio de Rodolfo Galimberti, un
destacado dirigente de la juventud peronista que –luego de haber pasado cuatro
meses en la clandestinidad– reapareció poco después de las elecciones para revelar
que estaban organizándose “milicias juveniles”.
Simultáneamente, se anticipaba que el inminente gobierno peronista “descabezaría”
al Ejército, mandando su cúpula a retiro.
Los militares se agitaban. Como Lanusse lo dice en su libro, no estaba en los planes
ni en la vocación de ellos “el triunfo comicial de un peronismo caotizado donde
predominaban confusas ideologías extremistas”.
Los generales en actividad, recordaban los “cinco puntos” que habían firmado el 7
de febrero. Bajo el título “Compromiso de conducta que el Ejército Argentino asume hasta el
25 de mayo de 1977…”, habían fijado las reglas de juego a que debería atenerse,
incluso, el gobierno surgido de las urnas. El punto 4 mandaba “descartar la
aplicación de amnistías indiscriminadas para quienes se encuentren bajo proceso o
condenados por la comisión de delitos vinculados con la subversión y el
terrorismo”. El punto 5 prescribía que las Fuerzas Armadas compartirían “las
responsabilidades dentro del Gobierno que surja de la voluntad popular (…) en
especial en lo que hace a la seguridad externa e interna...". Más de un oficial exigía
que aquel compromiso no quedara en letra muerta.
El 16 de marzo, hablando frente al propio Lanusse, un coronel afirmó públicamente
que el Ejército podía perdonar, pero que jamás olvidaría las ofensas que había
recibido.
El jefe del II Cuerpo del Ejército (uno de las cuatro regiones militares en que se
divide el país) advirtió por esos días: “Si se abren las cárceles para los criminales de
la subversión, muy poco o nada quedará de digno en la vida de los argentinos”.
Otro oficial del Ejército, a su vez, dijo desde Magdalena –una localidad de la
provincia de Buenos Aires, sede de fuerzas blindadas– que “el fanatismo insano de
algunos y los designios perversos de otros, pueden llegar a impedir que los
argentinos vivamos en una patria soberana y podamos cultivar el sentimiento de
libertad y de la dignidad humana”.
El 23 de abril, generales y coroneles en actividad discutieron la situación y, luego,
dejaron trascender que no tolerarían la amnistía indiscriminada, la formación de
milicias ni la liquidación de la cúpula castrense. Más explícito, al despedir los restos
de un contralmirante asesinado por la guerrilla, un compañero de armas aprovechó
la oración fúnebre para confesar, el 1º de mayo, la “tentación de ordenar primero el
país para entregarlo después”; tentación que, al parecer, compartían muchos
militares.
Algunos recordaban el mensaje que Lanusse había dirigido al país las vísperas de la
elección:

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“… del sufragio también puede resultar que la República pierda y se sumerja en la


anarquía, la obsecuencia, la delación, la corrupción, el engaño, el mesianismo, el
envilecimiento de las instituciones, el cercenamiento de las libertades, la
implantación del terror y la tiranía o la subordinación a la voluntad omnímoda de
un hombre (…) Pero esté segura la ciudadanía de que el Ejército, la Armada y la
Fuerza Aérea, que se han jurado hacer posible el comicio, no serán cómplices en la
instauración de ningún nuevo despotismo, ni tolerarán forma alguna de violencia”.

Desde España, Perón advirtió que –embriagados por la victoria– los jóvenes
peronistas corrían el riesgo de perder de vista los estrechos límites a los que estaba
sometido el proceso inaugurado el 11 de marzo. “No malograr lo que tanto nos ha
costado alcanzar”, recomendó el líder en una carta que circuló entre los dirigentes
de su movimiento. Poco después, el propio Perón pidió la renuncia de Galimberti:
aquel impulsivo joven que había anunciado la constitución de milicias.
De todos modos, los altos mandos de las Fuerzas Armadas discutieron durante una
semana (del 30 de abril al 6 de mayo) si, finalmente, entregarían el gobierno a
Cámpora.
Un periodista político reveló, al cabo de las deliberaciones, que el Ejército había
resuelto lo siguiente: “Se transferirá el gobierno el 25 de mayo; mientras tanto, la
institución reforzará su verticalidad y la coherencia de sus cuadros, cerrando filas en
función de su acción contra la guerrilla”.
El tiempo mostraría el fiel cumplimiento del Ejército a este plan trazado en mayo de
1973.

“Se van, se van, y nunca volverán”

El 25 de mayo, los militares abandonaron el gobierno. La banda presidencial lució,


desde ese día, en aquel dentista de San Andrés de Giles –un pueblo de la provincia
de Buenos Aires– que años atrás, durante la segunda presidencia peronista, se había
proclamado a sí mismo “un obsecuente del General”.
El gabinete de Cámpora, en cuya formación –no obstante reiteradas desmentidas–
intervino Perón, quedó integrado de este modo:
 Ministro del Interior (encargado de los asuntos políticos, el manejo de la
policía y las relaciones con las provincias): el joven abogado Esteban Righi
(32 años), de izquierda.
 Ministro de Relaciones Exteriores y Culto: otro abogado pro izquierda, Juan
Carlos Puig.
 Ministro de Hacienda y Finanzas: el empresario José Ber Gelbard, líder de la
Confederación General Económica (CGE), una de las dos grandes centrales
empresarias. La otra, la Unión Industrial Argentina (UIA), nucleaba a las
empresas multinacionales que operaban en el país, y a los grandes ganaderos.
La CGE era la organización de los pequeños y medianos empresarios.

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 Ministro de Trabajo: el sindicalista Ricardo Otero, de derecha.


 Ministro de Cultura y Educación: el médico Jorge Alberto Taiana, de centro–
izquierda.
 Ministro de Defensa, Angel Federico Robledo, de centro.
 Ministro de Bienestar Social: el ex policía, secretario privado de Perón y
astrólogo José López Rega, de derecha.
 Ministro de Justicia, el abogado Antonio Juan Benítez, de centro.

[Por cierto, las calificaciones “de izquierda”, “de centro” y “de derecha”, pueden ser
imprecisas; se las utiliza aquí al solo efecto de dar al lector una idea aproximada de
las líneas divergentes que mostraba este heterogéneo gabinete].
Comandante en Jefe del Ejército fue designado el general Jorge Raúl Carcagno, un
populista que se había hecho cargo de la provincia de Córdoba luego de los
violentos disturbios ocurridos el 29 de marzo de 1969 y los días subsiguientes,
conocidos en la Argentina bajo el nombre del “cordobazo”.
La designación de Carcagno y, luego, los destinos que el nuevo comandante dio a
los distintos generales, colocó a diecisiete de ellos en “situación de retiro”, ya que en
el Ejército ningún oficial puede servir a las órdenes de un camarada menos antiguo,
y esos diecisiete generales tenían más antigüedad que aquéllos a quienes se eligió
para dirigirlos. Era el “descabezamiento” esperado.
Quedaban en actividad treinta y cinco generales. Ninguno de ellos tenía
antecedentes de caudillo.
Cámpora juró como presidente en el Congreso Nacional y, de allí, se dirigió a la
Casa de Gobierno. En un salón colmado de adictos al nuevo mandatario, Lanusse
debió entregarle los símbolos del poder: la banda y el bastón presidencial. Debió,
asimismo, soportar estoicamente que la concurrencia cantara la “Marcha Peronista”
a viva voz y le enrrostrara la “V” de la victoria, que cada mano formaba con el
índice y el medio. Testigos de todo eso fueron dos invitados especiales de Cámpora:
el Presidente de Cuba, Osvaldo Dorticós, y el de Chile, Salvador Allende.
Aquel 25 de mayo, Lanusse pasó –según su propia confesión, hecha años más
tarde– “el día más difícil” de su vida. Entregarle el gobierno al peronismo era algo
que en ninguna otra circunstancia él hubiera hecho, y que muchos de sus
compañeros de armas le reprocharían en adelante. La concurrencia, vocinglera y
ofensora, se encargó de acentuar el malestar del hasta entonces presidente.
Cuando, terminada la ceremonia, Lanusse se fue en un auto fuertemente custodiado
y los otros dos miembros de la Junta Militar subieron a la terraza del palacio para
tomar un helicóptero que los alejaría del lugar, la multitud –reunida en la vecina
Plaza de Mayo– comenzó a gritar atronadoramente: “Se van se van/ y nunca
volverán”. De verdad, la gente parecía creer que las Fuerzas Armadas habían
perdido el poder para siempre.
Cámpora salió a un balcón de la casa de gobierno, sobre la Plaza de Mayo: el mismo
blacón desde el cual Perón acostumbraba, en el pasado, hablarle a la multitud. Ésta

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que ahora se reunía en el mismo lugar –compuesta, en su mayoría, por jóvenes que
no habían sido parte de aquellas antiguas concentraciones– deliraba y no prestó
demasiada atención al discurso de circunstancias que Cámpora –un mal orador–
pronunció aquella tarde.
Exaltados por la victoria, los jóvenes exigían la libertad de los presos políticos, y no
admitían que se hiciera excepción de los guerrilleros. Ese día, muchos salieron de la
Plaza de Mayo para ir a gritar “¡Libertad!” a las puertas de la cárcel de Villa Devoto,
en el noroeste de Buenos Aires. El 26 de mayo, unas 40.000 personas manifestaron
frente a esa cárcel; dos jóvenes cayeron muertos, en un tiroteo entre manifestantes
que pretendían tomar la prisión por asalto, y la guardia que debía impedirlo.
Pero el mismo 26, Cámpora indultó a todos los presos políticos y el Senado aprobó
una amnistía amplísima, que abarcaba a procesados y condenados por cualquier
delito –incluso homicidio– que hubiere tenido un móvil político. La Ley de
Amnistía, aprobada por ambas cámaras, no fue promulgada hasta el 26; para
entonces, sin embargo, las puertas de las cárceles ya se habían abierto.
Poco después, el Congreso derogó las leyes penales que había sancionado el
gobierno militar; entre ellas, la que creaba tribunales especiales para juzgar a
guerrilleros.

Socialismo nacional

Los militares batiéndose en retirada, Dorticós y Allende en Buenos Aires, los


guerrilleros en la calle, el Congreso derogando las leyes represivas… Muchos
jóvenes creyeron estar comprobando que el “socialismo nacional” al que Perón se
refería desde años atrás, era –como ellos imaginaban– una simbiosis de peronismo y
marxismo.
No obstante, una radio difundió por esos días una cinta, grabada en 1970 por un
periodista que por entonces preparaba una biografía del Líder, antonomasia con la
cual sus partidarios designaban a Perón. En la grabación –hecha en Puerta de
Hierro, su residencia madrileña– el viejo caudillo decía:

“…Así fui a parar en los años ’30 a Italia. Elegí Italia porque allí, indudablemente,
se estaba produciendo un… digamos, un ensayo de un socialismo nuevo en el
mundo. Hasta entonces el socialismo había sido el socialismo internacional,
dogmático, marxista. Allí, en Italia, se estaba produciendo un socialismo sui generis,
un socialismo nacional, un socialismo italiano, que era el fascismo. Ese mismo
fenómeno se producía también en Alemania”.

[En 1975, EMI Odeón editó en Buenos Aires dos discos, bajo el título “Perón por
Perón” (números 8099 y 8100), que recogían las conversaciones mantenidas por el
mismo periodista con el caudillo, en España. En esos discos se incluía el párrafo
citado. Pero los discos, no pudieron salir a la venta. Presiones de distintos tipos,

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forzaron a la casa grabadora a destruir casi todos los ejemplares. Quedó uno en el
archivo de la empresa.]
Ese testimonio grabado parecía indicar que, pese a la opinión de los jóvenes, José
López Rega era un fiel intérprete de Perón. En su revista Las Bases, anunciada como
“órgano oficial” del movimiento peronista, López había escrito que el socialismo
nacional no era otra cosa que el nacional–socialismo.
Los corresponsales extranjeros consultaron a Cámpora, pocos días antes de que éste
asumiera la presidencia, sobre el sentido que debía darse a la expresión “socialismo
nacional” usada por los peronistas. “Para el Frente Justicialista de Liberación”,
respondió Cámpora, “la esencia de su doctrina es genuinamente nacional, popular y
cristiana, y el Frente está decidido a aplicar, desde el gobierno, todas las medidas de
socialización de la economía que sirvan para elevar la condición humana, en la
medida en que respeten las esencias y aspiraciones del hombre argentino”.
El galimatías poco aportó. La acepción peronista de “socialismo nacional” seguía
siendo oscura y, por esos días, el vicepresidente de Cámpora –el “conservador
popular” Vicente Solano Lima– enturbió más la cuestión al declarar a un
semanario: “Socialismo nacional es lo mismo que Jacques Maritain llamaba, por
ejemplo, democracia pluralista”. Sin embargo, Lima agregó inmediatamente algo
revelador: “Con la expresión ‘socialismo nacional’ salimos al cruce a otra cosa:
salimos al cruce al socialismo marxista. Entre lo que el socialismo nacional es, está lo
que no es: socialismo marxista”.
Así se inició el gobierno de Cámpora: bajo el signo de la ambigüedad. Cada sector
interpretaba el peronismo a su manera.
Los jóvenes izquierdistas lo veían como un movimiento que, en las cruentas luchas
libradas para recuperar el poder usurpado a Perón en 1955 (cuando fue derrocado
por las Fuerzas Armadas), había pasado del populismo al marxismo.
Los antiguos funcionarios del movimiento, los dirigentes sindicales, la corte de
Perón y –según se comprobaría más tarde– el propio Líder, tenían una idea distinta.
Cámpora pareció, desde el principio, sensible a las presiones de los jóvenes
izquierdistas. No sólo liberó a los guerrilleros:
 El 28 de mayo, reanudó las relaciones diplomáticas de la Argentina con Cuba
(rotas en 1962, como consecuencia de una decisión de la Organización de
Estados Americanos, O.E.A.).
 El 29, intervino todas las universidades del país y puso al frente de la más
importante –la Universidad de Buenos Aires– a un marxista.
 El 1° de junio estableció relaciones diplomáticas con Corea del Norte.
 El 2, a través del Ministerio del Interior, ordenó la disolución del
Departamento de Investigaciones Políticas Anti–Democráticas (DIPA) y la
destrucción de sus archivos.
 El 4, su ministro del Interior leyó ante oficiales de la Policía Federal un
discurso en el que afirmó: “Nuestro orden es un orden revolucionario. Se
respalda en el pueblo, cuyas luchas y movilizaciones expresa, no reprime”.

13
El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

 Poco después, el propio presidente indicó a los militares que, luego de haber
sido instrumento involuntario “de los sectores del privilegio y del
imperialismo”, debían ahora comprender a “la juventud de la Patria”, a la
cual el pueblo le había confiado “la vanguardia de su defensa”.
 El 14 de anunció la renacionalización de bancos que, durante el gobierno
militar, habían pasado a manos extranjeras.
Los montoneros (guerrilleros que lideraban el ala izquierda del peronismo) se
mostraban discretamente satisfechos con la tendencia del gobierno. A diferencia del
Ejército Revolucionario del Pueblo, ERP (una organización guerrillera
habitualmente calificada de “trotzkista”, ajena al peronismo, la cual ya había
comunicado, el 29 de mayo, que la lucha continuaba), los montoneros resolvieron
bajar las armas.
Sin embargo, pronto Cámpora tuvo que viajar a España, para volver de allá con
Perón. A partir de ese momento, la izquierda empezaría a perder terreno.
Que Cámpora fuera permeable a los reclamos de los jóvenes más exaltados,
preocupaba a otros sectores del peronismo. También, claro está, a los no peronistas,
que temían una “chilenización”.
Los motines de presos comunes, que querían amnistía también para sus delitos (y
que empezaron en Mendoza el 26 de mayo); las ocupaciones (a partir del 29 de
mayo) de edificios públicos por parte del personal, que reclamaba sustitución de
determinados jefes por razones ideológicas; la toma de fábricas por parte de obreros
y empleados impacientes que aspiraban a inmediatas reivindicaciones; las
“ocupaciones preventivas” por parte de derechistas que querían anticiparse a los
ocupantes de izquierda; la invasión de viviendas no habilitadas, por parte de
habitantes de “villas miseria”, iniciada el 30 de mayo, transmitía la sensación de un
caos prematuro.
La derecha peronista presionó ante Perón para que torciera ese rumbo. Por
entonces, se decía que el Líder no quería ser presidente otra vez. Según versiones,
recorrería Latinoamérica y otros países del tercer mundo, representando a la Argentina
y afirmando sus pretensiones de liderar el bloque de no–alineados, sobre la base de
haber sido “el primero” (hacia 1946) en sustentar la tesis de la “tercera posición”.
Sin embargo, el 3 de junio López Rega anunció que Perón regresaría
“definitivamente” al país el día 20.
Entretanto, se sucedían los secuestros y las ocupaciones. El 14 de junio se alcanzó
un récord: 180 establecimientos tomados en ese solo día.
En el flamante gobierno, lo único que daba impresión de perdurable, era la política
económica. El 6 de junio el Estado, la Confederación General del Trabajo (CGT,
central única de trabajadores, dominada por el peronismo) y la CGE del Ministro
Gelbard, firmaron un acta de compromiso que, a partir de entonces, pasaría a
denominarse, pomposamente, acuerdo social (o pacto social). Obreros y empresarios
acordaron, por ese instrumento, un aumento salarial, la congelación de ciertos
precios, el aumento en las tarifas de los servicios públicos, un plan de viviendas y la
suspensión de las paritarias

14
El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

(comisiones bipartitas que, anualmente, discutían la escala de sueldos y condiciones


de trabajo en cada rama de la industria y el comercio; el régimen había sido creado
por el peronismo, en su primer gobierno). Las dos centrales venían a constituir “la
gran paritaria”, que tornaba “inútil” toda otra. Era el esquema que Perón venía
adelantando en sus conversaciones privadas: una “concertación” entre el Estado, los
obreros (representados por al CGT) y los empresarios (representados por la CGE),
a los fines de asegurar cierta estabilidad económica y social.

Retorno definitivo de Perón

El 14 de junio, Cámpora viajó a España. Perón no lo esperó en el aeropuerto


madrileño, ni asistió a los agasajos que el gobierno de Francisco Franco ofreció al
presidente argentino.
El 20, como estaba anunciado, Cámpora y diversas figuras de la política, el
periodismo, el deporte, llegaron a Buenos Aires acompañando a Perón. El avión,
que había sido fletado especialmente, debía aterrizar en el aeropuerto internacional
de Ezeiza (vecino a la capital argentina), en cuyas adyacencias se había congregado
una multitud que las estimaciones más prudentes fijan en 500.000 personas. Sin
embargo, antes de que el avión llegara se produjo –frente al palco que iba a ocupar
Perón– un tiroteo entre peronistas de izquierda y de derecha. Casi un centenar de
personas (la cifra exacta nunca fue proporcionada) murió en el encuentro. Avisado
por radio de lo que estaba ocurriendo en Ezeiza, Perón y sus acompañantes
decidieron no bajar allí. El avión aterrizó en una base de la Fuerza Aérea, algunos
kilómetros distante .
Perón declaró que venía “en prenda de paz” y se instaló en una casa de Vicente
López, en las afueras de Buenos Aires, donde Cámpora y parte de su gabinete lo
visitaron al día siguiente. En un mensaje radiotelevisado, Perón dijo el mismo 21
que, a raíz de los sucesos de la víspera, la juventud estaba “cuestionada”. Acusó de la
matanza a “infiltrados y extremistas” y advirtió: “Los que ingenuamente piensan que
pueden copar nuestro movimiento, o tomar el poder, se equivocan”. Al acusar a los
jóvenes (de izquierda), Perón tomaba partido por una de las dos versiones sobre el
tiroteo: los izquierdistas sostuvieron que el enfrentamiento había sido provocado
por grupos de derecha, situados en el palco de honor. Acusaron a esos grupos de
haber disparado contra la multitud, así como de haber linchado a militantes de
izquierda.
Mientras en Buenos Aires se comentaba la matanza, el subsecretario de Relaciones
Exteriores pronunciaba en Lima (Perú) un polémico discurso. Hablando ante la
comisión especial de la Organización de Estados Americanos (OEA), que estudiaba
la reestructuración del organismo, Jorge Vázquez (peronista de izquierda) sostuvo
que no era admisible “continuar con un sistema de relaciones internacionales que
sólo sirvió para proteger la penetración imperialista” y luego abogó por el reingreso
de Cuba a la OEA. Asimismo, Vázquez deploró la existencia de bases
(estadounidenses) en algunos países de Latinoamérica y denunció tanto la “coacción

15
El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

económica y financiera” como el “despojo ejercido por uno de los socios” (de la
OEA; una clara alusión a los Estados Unidos) en perjuicio de toda América Latina.
El 25 de junio, el Procurador General de la Nación, Enrique Bacigaluppo, emitió un
dictamen oponiéndose a que el Estado se sometiera a la jurisdicción de los
tribunales norteamericanos por las cuestiones que pudieran derivarse de un aval. Se
trataba del aval otorgado por el gobierno anterior a Fabricaciones Militares (empresa
del Ejército), por obligaciones contraídas con el Eximport y el First National Citi
Bank of New York, de los Estados Unidos.
Estos eran los últimos actos de la izquierda peronista en el gobierno. En Buenos
Aires, ya se rumoreaba que Perón había vuelto para asumir el gobierno, acabando
con los devaneos izquierdistas.
El 19 de junio, pocas horas antes de que Perón se embarcase con destino a la
Argentina, un periodista español –íntimo amigo del general– había publicado en
Madrid un artículo que anticipaba las intenciones con las que Perón emprendía el
retorno. Refiriéndose al lema que el peronismo había utilizado durante la campaña
electoral (“Cámpora al gobierno, Perón al poder”), escribió el periodista: “No veo
cumplirse este lema con el general Perón en su casa de Vicente López. Donde
únicamente está el poder es en el Estado. El poder entre cortinas se llama solamente
influencia. Ni Castro, ni Mao, ni Nixon, ni Brezhnev, mandan entre cortinas. No ha
habido un solo dirigente histórico de nuestro mundo antiguo y contemporáneo que
haya estado instalado en el poder desde su domicilio particular. Cuando se vuelve es
para mandar, no para dar lecciones de filosofía”.
Perón, efectivamente, no volvió para dar lecciones de filosofía, sino para acabar con
una situación insostenible. Cámpora –era obvio– jamás habría alcanzado la
presidencia por sí mismo. El mismo lo reconocía y, el 25 de mayo, hablando a la
multitud congregada frente a la casa de gobierno, había admitido que él era, en
definitiva, un intermediario; que esa multitud habría preferido ver en aquel balcón,
no a él, sino a Perón.
Había prometido ser fiel intérprete de su jefe, y sus antecedentes personales
permitían creer que no era una vana promesa. Sin embargo, él era –según la
acusación de la derecha peronista– débil ante la izquierda, la cual había conseguido
una cuota de poder. Su gobierno, además, no inspiraba la confianza y el respeto
necesarios: estaba subordinado a una instancia superior al gobierno mismo, y no
tenía la plena aprobación de esa instancia suprema.
El 24 de junio, Perón se entrevistó con el líder de la Unión Cívica Radical, principal
partido de oposición. Balbín –un viejo antiperonista, que había sufrido cárcel
durante el primer gobierno peronista (1946–1952)– exhibía en 1973 una actitud
conciliadora. Entrado en la vejez, perdidas las esperanzas de llegar –luego de cuatro
derrotas electorales– a la presidencia de la República, Balbín quería pasar a la
historia, junto con Perón, como pacificador del país.
La guerrilla, entre tanto, seguía golpeando. Por esos días, se produjo una ola de
secuestros. Un marino, un ex diputado, un ejecutivo y un policía fueron asesinados a
fines de junio.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

INTERINATO DE LASTIRI

Cae Cámpora

Perón se reunió, el 4 de julio, con Cámpora y el gabinete nacional, en Vicente


López. El día 10, fue el Comandante en Jefe del Ejército quien se trasladó al
domicilio del líder. Era cada vez más notorio que el centro de gravedad no estaba en
la “Casa Rosada” (de gobierno).
El 11 de julio, el gremialista Victorio Calabró (vicegobernador de la Provincia de
Buenos Aires) declaró: “Estando Perón en la Argentina, no puede ser Presidente
sino él”.
El 13 de julio, Cámpora comunicó al Congreso su renuncia y la del vicepresidente,
Vicente Solano Lima. La Asamblea Legislativa aceptó esas dimisiones. Según la
Constitución, corrrespondía que el vicepresidente del Senado asumiera la
presidencia interina de la República. Sin embargo, la derecha peronista tenía ciertas
reservas respecto del senador que ejercía la vicepresidencia de la cámara alta, y éste
fue invitado a ausentarse del país. Eso permitió que la presidencia de la Nación
quedara en manos del titular de la Cámara de Diputados, Raúl Lastiri, yerno de
López Rega.
La primera medida de Lastiri fue excluir del gabinete a los dos ministros que
representaban a la izquierda peronista: Righi y Puig. Dos derechistas, Benito Llambí
y Alberto Vignes, asumieron entonces las carteras de Interior y Relaciones
Exteriores.
Bacigaluppo, también sospechado de izquierdismo, fue separado de la Procuración
General.
La caída de Cámpora fue, desde un punto de vista, el fin natural de un proceso
viciado en su origen. La estabilidad política se da cuando gobierno y poder efectivo
residen en el mismo sitio. Al habilitar al peronismo (pero no a Perón), los militares
habían dado lugar a una dualidad insostenible: el gobierno estaba en un lugar y el
poder efectivo en otro. La caída de Cámpora resolvió la anomalía.
Al mismo tiempo, esa caída representó –como lo dijo el mismo 13 de julio Raúl
Alfonsín, el oponente de Balbín dentro de la UCR– “un golpe de la derecha”.
Cámpora fue derrocado. Su renuncia fue la formalización de un golpe de estado (es
decir, el acto por el cual el poder efectivo hace valer su supremacía sobre el poder
formal) y fue, también, la derrota de una tendencia política que él había prohijado o,
al menos, consentido.
El gobierno provisional convocó el día 20 a nuevas elecciones presidenciales, a
celebrarse el 23 de setiembre. Se descontaba que Perón sería el candidato del

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

peronismo, y todas las conjeturas se centraban en el posible compañero de fórmula.


La Juventud Peronista (que nucleaba a los montoneros y otros grupos peronistas de
izquierda) aspiraba a que el candidato a vicepresidente fuera el propio Cámpora,
pero nadie creía en esa posibilidad. Más verosímil parecía una fórmula de unión
nacional, Perón–Balbín.
El 21, López Rega anunció que él sería el “enlace entre Perón y la juventud”. Dos
días después, la Juventud Peronista declaró que no aceptaba la mediación del
ministro de Bienestar Social.
Al cumplirse 21 años de la muerte de Eva Perón (segunda esposa del Líder, co–
protagonista del ascenso del peronismo al poder en 1946), la Juventud Peronista
realizó, el 26 de julio, una movilización general. En todo el país se oyó la consigna
“Si Evita viviera sería montonera”.
El 30, Perón fue a la CGT y se refirió allí al pleito entre la “presunta” burocracia
sindical y “los troscos” (trotskistas), expresión con la cual descalificó a cierta
juventud que se decía peronista. El General fue, sin embargo, benévolo con algunos
sectores de esa juventud, a los que sólo acusó de “apresurados”.
En esa oportunidad, Perón lanzó una consigna que –dijo– en la Grecia de Pericles
se veía grabada en los frontispicios: “Todo en su medida y armoniosamente”.
Entre tanto, la Corte Suprema de Justicia –renovada por completo en mayo, cuando
renunciaron los jueces designados por el gobierno militar– resolvió, el 31, que
determinados “royalties” constituían ganancias encubiertas. Eran aquellos que una
filial argentina pagaba a su casa matriz en el extranjero. La Corte dispuso que tales
erogaciones no podían deducirse de los balances impositivos de dicha filial.
Los fallos del tribunal supremo (cuyos jueces, declarados inamovibles por la
Constitución, no podían ser reemplazados), así como algunos aspectos de la política
económica y ciertos actos del Comandante en Jefe del Ejército, serían –de allí en
más– los únicos actos que la izquierda peronista juzgaría congruentes con su visión
del peronismo.
El mismo 31 de julio, se desató un escándalo al trascender el contenido de unos
memorandos que Max Vince Krebs, encargado de negocios de la Embajada de los
Estados Unidos, había hecho llegar a Lastiri. En tales memorandos, el diplomático
norteamericano objetaba la política económica del ministro Gelbard y el
“peruanismo” del Comandante en Jefe del Ejército. En esa época, el gobierno
militar del Perú exhibía una actitud antinorteamericana y populista; Krebs juzgaba
que en la Argentina, Carcagno representaba una tendencia similar.
Ante la divulgación de los memorandos Krebs, Carcagno exigió el retiro de la
misión militar permanente que los Estados Unidos mantenían en la Argentina. El 1º
de agosto, Krebs presentó sus excusas a la Cancillería.
El Comandante en Jefe del Ejército ya había tomado, a través de algunos de sus
colaboradores, contacto con la Juventud Peronista; un contacto que culminaría con
el Operativo Dorrego, durante el cual efectivos del ejército y militantes juveniles
realizaron, en forma conjunta, tareas de reconstrucción en pueblos de la provincia
de Buenos Aires que habían sido afectados por una inundación.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

La política económica

Esa semana, el Congreso Nacional había comenzado a discutir una serie de


proyectos de ley, enviados por el Ministerio de Hacienda y Finanzas. El “paquete de
medidas” era el anticipado en el “acuerdo social”.
Las principales iniciativas contenidas en ese “paquete” eran:

– Impuesto a la renta potencial de la tierra.. El Estado fijaría, de acuerdo con estadísticas


previas y cálculos de expertos, la renta presunta que debía dar cada predio,
debidamente explotado. Si su explotación arrojaba una renta inferior, el dueño sería
sancionado con un impuesto progresivo, destinado a castigar la ineficiencia.
– Expropiación de tierras ociosas. Las tierras cultivables no explotadas, quedarían sujetas
a expropiación por parte del Estado. Este abonaría las respectivas indemnizaciones
con bonos, y a largo plazo.
– Suspensión de los desalojos rurales. Los arrendatarios de predios rurales se verían
protegidos, por un tiempo, contra todo intento de desalojo judicial. Los
inversionistas en tierras cultivables, que las hubieren dado en arriendo a
productores no propietarios, deberían soportar así la prórroga legal de los
arrendamientos y la no actualización de los cánones, sin poder recurrir al desalojo.
– Nacionalización de las exportaciones de granos y carnes. Los productores de cereales y
carnes deberían vender su producción al Estado, y éste se encargaría de su
colocación en el exterior. La idea era impedir la fuga de divisas (producida por la
sub–facturación, en las exportaciones realizadas por las grandes corporaciones
privadas) y permitir la negociación de Estado a Estado, particularmente con los
países socialistas.
La medida propuesta equivalía a estatizar buena parte del comercio externo de la
Argentina, ya que cereales y carnes representaban 52 por ciento de las exportaciones
anuales del país. La Argentina, pese a su desarrollo industrial interno, seguía siendo
un país agro–exportador, como lo demuestra el siguiente cuadro:

a) Principales exportaciones (año 1971):


1. Maíz.
2. Carne vacuna.
3. Preparados de carnes.
4. Sorgo granífero.
5. Trigo.
6. Manzanas y peras.
7. Residuos de molienda de grano.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

8. Aceite de lino.
9. Pieles y cueros crudos.
10. Cueros vacunos curtidos.
11. Lanas sucias.
12. Carne equina.
13. Lanas lavadas.
14. Máquinas de calcular.
15. Preparados de legumbres, frutas y hortalizas.
16. Animales vivos.
17. Extracto de quebracho.
18. Aceite de maní.
19. Azúcar de caña.
20. Extractos y jugos de carne.
Exportación total: 1.740 millones de dólares.

b) Principales importaciones (año 1971):


1. Hierro en lingotes.
2. Petróleo crudo.
3. Papel para diarios.
4. Cobre electrolítico.
5. Hierro en chapas.
6. Madera de pino blanco.
7. Aluminio.
8. Café en grano.
9. Pasta de madera para papel.
10. Mineral de hierro.
11. Algodón en rama.
12. Carbón.
13. Hojalata.
14. Arpillera.
15. Acero en barra.
16. Antioxidantes y aditivos.
17. Caucho natural.
18. Aminoácidos y afines.
19. Caucho sintético.
20. Carbonatos y percarbonatos.
Importación total: 1.868 millones de dólares.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

– Represión penal de la evasión impositiva. Se tipificaba la evasión como delito,


sancionado con prisión. Se creaba, asimismo, la “cédula impositiva”, que sería
otorgada anualmente por el ente recaudador a cada contribuyente que presentara su
declaración de impuestos. La “cédula impositiva” sería indispensable para realizar
transacciones inmobiliarias, constituir sociedades y salir del país. El propósito era
tener bajo control a los sectores de ingresos no fijos (profesionales, empresarios),
que hasta entonces tenían facilidades para evadir.
–Corporación de Empresas del Estado. Diseñada a semejanza del I.R.I. italiano, su
función sería la de coordinar las actividades de las empresas estatales. En la
Argentina el Estado tenía el monopolio del petróleo, el gas y varios servicios
públicos. Asimismo, había empresas estatales operando en siderurgia, electricidad,
construcciones navales y un sinnúmero de actividades.
–Nacionalización de los depósitos bancarios. El Banco Central dispondría de los depósitos
de todos los bancos, y fijaría su destino. De este modo, el Estado –sin nacionalizar
los bancos privados– se aseguraría el manejo del crédito, evitando el reciclaje de
fondos practicado por los grandes bancos particulares (en su mayoría extranjeros),
que acaparaban las cuentas de las empresas multinacionales y canalizaban hacia ellas
mismas los mayores créditos.
–Inversiones extranjeras. El nuevo régimen de inversiones extranjeras sería similar al
vigente en los países del Pacto Andino: prohibición de adquirir empresas ya
constituidas, de capital nacional; exclusión de los capitales extranjeros en
determinadas áreas (servicios públicos, bancos, seguros, transportes, medios de
comunicación social); límites a la transferencia de utilidades, la repatriación de
capital y el endeudamiento externo; prohibición de efectuar pagos a las casas
matrices; imposibilidad de obtener avales del Estado; nulidad de las cláusulas que
establecieran, para las cuestiones judiciales, una jurisdicción que no fuera la de los
tribunales argentinos; y otras restricciones.
Se creaba, asimismo, un registro de agentes extranjeros, en el que debían inscribirse
todos quienes dirigieran, representaran o asesorasen a empresas extranjeras.

Perón–Perón

Mientras los legisladores discutían el “paquete” de medidas económicas, que –pese a


las críticas de la izquierda ortodoxa, para la cual eran muy “débiles” y apenas
“reformistas”– alarmaban a los sectores más conservadores de la sociedad argentina,
en el seno del peronismo continuaba el avance de la derecha.
Perón ratificó el 2 de agosto –ante los gobernadores de provincia– sus pocas
simpatías por los “apresurados” y, si bien dijo que el suyo era un “movimiento de
izquierda”, aclaró que no se trataba de “una izquierda marxista ni anárquica”.
Advirtió, asimismo, que aplicaría todo el rigor de las leyes a la “ultraizquierda”, a la

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

cual –dijo– “tampoco le temeríamos fuera de la ley”, terreno en el cual prefería no


incursionar porque reprimir ilegalmente no era “lo más correcto”.
El mismo día, López Rega anunció que uno de sus más íntimos colaboradores –y
cabeza de la derechista Juventud Sindical Peronista (JSP)– sería el nuevo nexo entre
la Juventud Peronista y el Líder.
Al día siguiente, Perón se reunió con los representantes de los principales partidos
políticos. El 4 fue proclamada la fórmula Juan Domingo Perón–María Estela
Martínez de Perón (esposa del Líder, más conocida como Isabel). La izquierda no
participó del congreso que, por unanimidad, consagró esa fórmula, Perón–Perón.
El mismo día, Isabel aceptó su nominación a la vicepresidencia, y anunció que su
marido se tomaría algunos días para decidir si aceptaba o no; pero adelantó que, en
definitiva, “Perón hará lo que el pueblo quiera”.
El 6, el Ministro de Hacienda y Finanzas anunció que el gobierno había otorgado a
Cuba un crédito de 200 millones de dólares para la adquisición de tractores,
camiones y maquinaria agrícola. La Argentina comenzaba así a romper el bloqueo
que la Organización de Estados Americanos (con la abstención de seis países, entre
los cuales estaba la propia Argentina, gobernada entonces por Arturo Frondizi)
había impuesto a Cuba en 1962. El bloqueo había sido respetado, salvo por México,
por todas las naciones americanas, incluida la Argentina.
El mismo 6 de agosto, el Subsecretario de Relaciones Económicas Internacionales
anunció que la Argentina estudiaba su incorporación al Pacto Andino. La
posibilidad encerraba, además del económico, un valor político: en caso de ser
admitida, la Argentina –por su propio peso– se convertiría en líder de un grupo de
naciones en el cual figuraban Chile (gobernado por la Unidad Popular, con Salvador
Allende), Perú (que llevaba adelante una revolución, conducida por militares de
izquierda) y Venezuela (una democracia dominada entonces por el social–
cristianismo), todos opuestos a Brasil, al cual Richard Nixon y su canciller, Henry
Kissinger, habían elegido como el “delfín” de los Estados Unidos en América del
Sur: “potencia emergente”, lo había llamado Kissinger.
El 10 de agosto, el presidente provisional, su gabinete en pleno y los Comandantes
en Jefe de las tres armas, se trasladaron a la Antártida, para hacer un acto de
reafirmación de soberanía. La Argentina reclama para sí una porción de ese
continente, donde tiene instaladas varias bases militares. En una de ellas, situada
3.200 kilómetros al sur de Buenos Aires, Lastiri –el primer Jefe de Estado en
hacerlo– estableció, por cinco horas, su gobierno.
Perón anunció, el día 11, que aceptaba la candidatura presidencial. Cuarenta y ocho
horas después, la Unión Cívica Radical lanzó su propia fórmula: Balbín era
acompañado por el joven senador Fernando de La Rúa (35 años), triunfador en los
comicios del 15 de abril.
El 18 de agosto, el diario La Opinión publicó una entrevista con Balbín, en la que
éste desmentía que se estuviera gestando un acuerdo para consagrar la fórmula
Perón–Balbín: “Había que cubrir la caída de Cámpora con algo, y creo que la
cubrieron con eso”.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

La fórmula Perón–Perón recibió el apoyo de varios partidos menores, entre ellos el


Comunista, que no había adherido a la fórmula Cámpora–Solano Lima, pero que –
luego del Congreso celebrado a partir del 20 de agosto– decidió “acompañar a las
masas” esta vez.
También el desarrollismo –liderado por el ex presidente Frondizi– se plegó a la
fórmula peronista. En este caso, no era novedad: Frondizi había ganado las
elecciones presidenciales de 1958 con el voto peronista (impedido de ungir a
candidatos propios); luego, el desarrollismo se había aliado a los peronistas en todas
las elecciones presidenciales: 1963, marzo de 1973 y, ahora, septiembre del mismo
año. Sin embargo, los desarrollistas, cuyas principales inquietudes están referidas a lo
económico, tenían fuertes disidencias con el ministro Gelbard. Adherían a Perón
con la esperanza de imponer, en última instancia, sus propias recetas: inversiones
extranjeras para lograr el autoabastecimiento petrolero y el desarrollo a ultranza de la
industria pesada.
Perón sostuvo, el 19 de agosto, que la Argentina no podía lanzarse “a un desarrollo
desconsiderado e irracional” y debía, en cambio, procurar una expansión moderada,
“proporcional a nuestras posibilidades y nuestras necesidades”, teniendo siempre en
cuenta que “el fin de la riqueza no es la explotación ni la soberbia, sino servir
socialmente a los pueblos”.
Eso no le enajenó el apoyo desarrollista, del mismo modo que el maccarthismo
creciente de su partido no lo privó de los votos comunistas y otros grupos de
izquierda. Eran muchos quienes querían ganar con Perón y ver después cómo
influían en el gobierno.
El 21, Gelbard asumió la cartera de Economía, creada por una nueva ley de
ministerios –promulgada cinco días antes– que había fortalecido y rebautizado al
Ministerio de Hacienda y Finanzas.
Ese mismo día, el pleito de la Juventud Peronista con su Líder se hizo, por primera
vez, manifiesto. Una publicación del sector juvenil recordó que, en 1951, cuando el
peronismo intentara consagrar a Eva Perón como candidata a vicepresidente de la
República, Perón había dicho: “No puede ser un matrimonio la fórmula
presidencial”. Otra publicación insinuó que la elección de Isabel había sido, para
Perón, un modo de demostrar y demostrarse que el liderazgo femenino, encarnado
por Eva, había sido apenas un accesorio del liderazgo principal, ejercido por él
mismo. Perón –sostenía– sentía que el mito de su difunta segunda esposa, competía
con su propio mito.
Para conmemorar el primer aniversario de un trágico episodio (la muerte de 16
guerrilleros que, al parecer, fueron fusilados ilegalmente en la prisión donde estaban
alojados) la juventud peronista realizó, el 22 de agosto, un acto en un estadio de
fútbol. Unas 30.000 personas escucharon al líder montonero, Mario Eduardo
Firmenich, decir que la candidatura de Isabel “no es lo más representativo de estos
dieciocho años de lucha” (iniciados con el derrocamiento de Perón, en 1955). Esa
candidatura “nos desconcertó”, dijo Firmenich, pero aclaró: “De todos modos, el
objetivo es Perón presidente”. Propuso organizar “los barrios, manzana por
manzana”, para que, cuando alguien intentara dar otro “zarpazo”, encontrara al
pueblo “organizado y pertrechado para resistir ahí”.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

El 31 de agosto, se realizó en la CGT un acto en “defensa del pacto social” y


adhesión a la candidatura de Perón. No obstante versiones previas, según las cuales
la Juventud Peronista estaría ausente, los dirigentes juveniles resolvieron ir para
demostrarle al Líder –quien presidiría la concentración, desde un balcón– que la
izquierda peronista movilizaba más gente que la “burocracia sindical”. Según
testimonios objetivos, lo lograron: los jóvenes que desfilaron frente a Perón –
cantando consignas ahogadas por un estridente altavoz– superaron en número a las
columnas obreras que obedecieron al llamado de los gremialistas.
El 2 de septiembre, López Rega viajó a Argel “de licencia”: iba a estar ausente
durante el proceso electoral que culminaría el 23, y corrían versiones sobre su
alejamiento definitivo.
El 4, reporteado por un canal de televisión, Perón declaró que, después de él, debía
venir “una institución”. La otra alternativa era –dijo– “una disociación peligrosa, que
es lo que tenemos que evitar”.
El mismo día, la Corte Suprema de Justicia declaró que las distintas empresas de un
holding debían responder por la quiebra de un frigorífico que integraba ese conjunto
económico. La Corte sentó así un criterio muy resistido por las corporaciones: que
la realidad económica debe prevalecer sobre la ficción jurídica y, por lo tanto, un
holding –aun cuando las compañías que lo forman sean, jurídicamente,
independientes– debe ser considerado por los jueces como una unidad.
En Caracas (Venezuela), al día siguiente, Carcagno daría nuevo aliento a los jóvenes
deseosos de comprobar que no todo estaba perdido. Hablando ante sus pares del
continente, en una Conferencia de Ejércitos Americanos, el Comandante en Jefe
abogó por un nuevo sistema interamericano de defensa, afirmando que el vigente
había sido diseñado para servir los intereses de los Estados Unidos.
El 6, un grupo guerrillero copó una dependencia militar y dio muerte a un oficial.
La ultraizquierda seguía presionando, al mismo tiempo que los sectores
conservadores protestaban por actos tales como la sanción de la Corte al holding –
reafirmada por una intervención a todas sus empresas, que se decretó el día 6– o el
crédito otorgado a Cuba. Álvaro Alsogaray, ex ministro de Economía y líder de un
minoritario partido conservador, salió esa semana a criticar con dureza la
sospechosa generosidad con que, a su juicio, el gobierno había obsequiado a Fidel
Castro. Sostuvo que la Argentina no estaba en condiciones de ser país prestamista, y
que algunas de las ventas formalizadas se habían pactado a precios inferiores a los
internacionales.
El 11 de setiembre, el diario Clarín apareció con tres solicitadas incendiarias,
firmadas por un grupo guerrillero que mantenía cautivo a un alto funcionario del
diario y amenazaba con matarlo si no se publicaban esas solicitadas. Ese mismo día,
un grupo de derecha –según el cual el diario no debió haber transigido– provocó un
incendio en la sede de la empresa editora.
En Santiago de Chile, mientras tanto, caía el gobierno de la Unidad Popular y –luego
de bombardeada la sede de gobierno– Salvador Allende se suicidaba o era asesinado.
El trágico fin de Allende –interpretado por Perón como una consecuencia natural
de los “apresuramientos” en que habían incurrido el extinto presidente y, sobre

24
El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

todo, las exaltadas juventudes que lo apoyaban– vendría a reforzar las prevenciones
de Perón respecto de la izquierda impaciente que tenía en su propio movimiento.
El 15, ante dirigentes juveniles, Perón hizo la mejor síntesis de su conducta política:
“Yo hago aquí de Padre Eterno. La misión mía es la de aglutinar el mayor número
de gente posible… No soy juez ni estoy para dar la razón a nadie. Yo estoy para
llevar a todos, buenos y malos, porque si quiero llevar sólo a los buenos voy a
quedar con muy poquitos, y en política con muy poquitos no se puede hacer
mucho… Muchas veces llega un tipo al que le daría una patada y le tengo que dar
un abrazo. Pero la política es así: es un juego de utilidad, tolerancia y paciencia”.
Pronto, sin embargo, demostraría que su paciencia tenía límites.
Balbín, por su parte, se plegaba a la lucha contra la izquierda peronista. En una
entrevista radial, difundida el 19 de setiembre, dijo –comentando el fin de Allende–
que, en situaciones como las vividas por Chile, “lo que hay que hacer es fortalecer al
hombre que está haciendo la gran tarea, para que los agazapados no lo alcancen”.
Claro que el líder radical no perdió la oportunidad de recordarle a Perón el aliento
dado en otras épocas a esos “agazapados” que ahora lo asediaban. “Se equivocaron
cuando no tuvieron el coraje de condenar la violencia y la subversión. Aquí, al pie de
la tribuna del radicalismo, nunca hubo jóvenes armados”, dijo en un acto de su
campaña, que cerró el día 20.

GOBIERNO DE PERÓN

Perón Presidente

Perón–Perón, 61,85 por ciento de los votos; Balbín– De la Rúa, 24,42.


Ese fue el resultado de la elección celebrada el 23 de septiembre. Perón había sido
plebiscitado.
Al día siguiente, un decreto de Lastiri declaró ilegal al ERP, y prohibió la publicación
de cualquier texto o declaración emanada de esa organización guerrillera. Ese mismo
día, López Rega reasumió el Ministerio de Bienestar Social, frustrando las
esperanzas –alentadas por muchos– de que su licencia se perpetuara.
El 25, a sólo cuarenta y ocho horas del triunfo de Perón, fue asesinado el jefe de la
CGT, José Ignacio Rucci. Estaba amenazado por la izquierda peronista, que solía
entonar en sus actos la consigna: “Rucci, traidor, a vos te va a pasar lo mismo que a
Vandor” [Augusto Timoteo Vandor, el más prominente líder sindical que dio el
peronismo, había sido asesinado en 1969 por los montoneros].
El asesinato de Rucci enardeció a Perón. El 1º de octubre, durante una reunión del
presidente electo con los gobernadores de provincia, fue leída una “orden
reservada” del Comando Superior Peronista que mandaba a impedir “por cualquier

25
El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

medio”, la participación de los “marxistas infiltrados” en actos y actividades del


peronismo. La orden establecía, además, que se organizaría “un sistema de
inteligencia al servicio de esta lucha”. Todo peronista debía “definirse públicamente
contra el marxismo, y luchar contra él”. El Consejo Superior advertía que no se
admitiría publicación alguna que afectara “a cualquiera de nuestros dirigentes” y
establecía la infalibilidad de Perón: sus directivas debían ser “acatadas, difundidas y
sostenidas, sin vacilaciones ni discusiones de ninguna clase”.
Esa “orden reservada” iba a hacerse pública, por decisión del propio Comando
Superior peronista, la noche del 12 de octubre, horas después de que Perón
asumiera por tercera vez la Presidencia de la República.
Luciendo su uniforme de teniente general, el Líder volvió ese día al balcón desde el
que tantas veces había arengado a las masas. La última vez había sido el 31 de agosto
de 1955, cuando –jaqueado por los militares que pocos días después lo derrocarían–
amenazara, encrespado: “Cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de ellos”.
Ahora, volvía “descarnado”, “amortizado”, como “prenda de paz” (expresiones que
usó varias veces desde su retorno al país), pero debía enfrentarse a una situación tan
violenta como aquellas palabras pronunciadas casi dos décadas antes. Una prueba:
debió hablar protegido por un vidrio blindado, instalado al frente del balcón.
Sin embargo, volver a ese escenario, a los 78 años, con el uniforme de teniente
general y la banda de presidente, debió parecerle –después de 18 años de destierro y
denuestos que le auguraban la muerte en el extranjero– un acontecimiento casi
mágico. “¡Compañeros!”, gritó, y la multitud estalló al oír esa típica invocación.
Luego, confesó: “Hay circunstancias en la vida de los hombres en las cuales uno se
siente muy cerca de la Providencia”. Era lo que le ocurría a él mismo. Por un
momento, el país olvidó todo –hasta la latente guerra civil que estaba viviendo– y,
se emocionó al contemplar el inesperado capítulo que se abría en la vida de aquel
hombre.
Perón aceptó, sin beneficio de inventario, el gabinete de Lastiri. Gelbard (resistido
por diversos grupos económicos) seguiría gobernando la Economía. López Rega (el
enemigo de la Juventud Peronista) retendría el ministerio de Bienestar Social y sería,
además, secretario privado del Presidente. La Secretaría General de la Presidencia le
fue confiada al ex vicepresidente Vicente Solano Lima, quien sería, también, rector
de la Universidad de Buenos Aires, donde el ciclo de la izquierda había terminado.
Cámpora obtuvo un “exilio de lujo” al ser designado Embajador en México.
17 de octubre: ésta era la principal efemérides del peronismo. Tal día, en 1945, una
gigantesca manifestación popular había forzado a que el entonces coronel Perón –
preso en una isla por disidencias con sus superiores, que ejercían el gobierno de
facto– fuera puesto en libertad. Perón, que había ganado popularidad como
Secretario de Trabajo y Previsión del gobierno militar que imperaba desde 1943, se
insinuaba ya como líder de masas y aquel día presidió una gran concentración,
primer hito de su marcha hacia la presidencia, finalmente conquistada en las urnas
en 1946.
Perón decidió, en 1973, no festejar el 17 de octubre. La Juventud Peronista, sin
embargo, organizó en Córdoba (la segunda ciudad del país, escenario de los
disturbios de 1969) un acto al que asistieron 15.000 personas. Firmenich reivindicó

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

allí, como uno de los méritos de los montoneros –por él dirigidos—el secuestro y
asesinato de Pedro Eugenio Aramburu [en venganza por el fusilamiento, en 1956,
de militares y civiles peronistas que se habían alzado contra el gobierno de facto
presidido por Aramburu: uno de los oficiales que derrocaran a Perón en 1955].
En el acto de Córdoba, el jefe montonero auspició la “depuración” del peronismo,
del cual había que eliminar a los “agentes de los yanquis” y a “todos aquellos que no
representen a los trabajadores”. “Utilizaremos las armas” si insisten en agredirnos y
golpearnos “donde menos lo esperen y donde más les duela”, amenazó Firmenich.
El 18 de octubre, la Corte Suprema de Justicia dictó un nuevo fallo desfavorable a
las empresas multinacionales. En este caso, se trataba de una corporación que –
apoyándose en la tesis de la propia Corte, según la cual nadie podía contratar
consigo mismo– pidió que el Estado le devolviera lo pagado durante años en
concepto de impuesto a las ventas por transacciones entre dos filiales que en la
realidad, eran partes de un mismo conjunto económico. El tribunal resolvió que,
para tener derecho al reclamo, la corporación debía reajustar todas sus obligaciones
impositivas a la realidad económica invocada; y no sólo la relativa al impuesto cor
respecto al cual el reajuste le resultaba ventajoso. Asimismo, la Corte subrayó que,
para solicitar la devolución de impuestos, era imprescindible probar que su pago
había ocasionado un daño al contribuyente, lo cual no era por fuerza en este caso,
dado que el impuesto a las ventas era trasladable a los precios.
Los sindicatos no estaban todos en manos de la llamada “burocracia sindical”. La
rama obrera de la Juventud Peronista (Juventud Trabajadora Peronista, JTP) había
logrado control o influencia en algunos gremios. Uno de ellos –que agrupaba a
empleados de una empresa estatal– difundió, en esos días de octubre, un proyecto
de “control obrero”. Estaba destinado a “garantizar la transición al socialismo”
implementando “un sistema de planificación centralizada”, bajo la supervisión de los
obreros en cada fábrica. El sistema impediría –según el sindicato– el boicot que, sin
duda, los capitalistas iban a organizar en contra del proceso de socialización.
El 20 de octubre, se transmitió por televisión una extensa entrevista a Perón. Se
habló de la guerrilla, y Perón cometió un error que repetiría más tarde. Sostuvo que
el ERP era dirigido desde París por la Cuarta Internacional, cuyo “agente para
Latinoamérica” sería “Posadas”.
En verdad, el ERP había sido creado en 1970 como brazo armado de un pequeño
partido que pertenecía, sí, a la Cuarta Internacional (fundada en 1938 por Trotsky;
dirigida ahora por Ernest Mandel y otros, desde París). Sin embargo, hacia 1972 el
ERP se había alejado de la Cuarta Internacional, sosteniendo que su dirección no
comprendía los problemas argentinos. Los dirigentes europeos, a su vez, acusaban a
la guerrilla de no haber logrado la captación de las masas.
Además, el mencionado “Posadas” no pertenecía a la Cuarta Internacional, sino que
había formado su propia “Cuarta Internacional Posadista”, un grupúsculo que era
enemigo del ERP y acusaba a los guerrilleros de ser un instrumento de la CIA. Por
el contrario, “Posadas” defendía al “Gobierno Popular” (peronista) de las “acciones
asesinas” de la guerrilla.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

¿Perón cercado?

El Congreso Nacional incurrió, el 25 de octubre, en lo que se consideró un caso de


“contrabando legislativo”. Disimulada en una ley modificatoria del Presupuesto
nacional vigente, introdujo una autorización para que el Estado otorgara avales a
particulares y se sometiera a la jurisdicción de los tribunales extranjeros en las
controversias que surgieran con los beneficiarios de tales garantías. Se estableció, de
ese modo, un principio contrario al incluido en la ley de inversiones extranjeras y al
dictamen del ex procurador Bacigaluppo. La norma sancionada por el Parlamento
había sido solicitada –en un acto inconsecuente con su política– por el Ministerio de
Economía.
Perón, mientras tanto, precisaba –el mismo 25, en la sede de la CGT– el tope que
pondría a las reivindicaciones obreras: lograr que el producto bruto interno fuera
repartido por partes iguales entre empresarios y asalariados. En 1955, recordó
Perón, se había llegado a que los trabajadores recibieran 47,6 por ciento del
producto bruto interno; pero, después de dieciocho años de gobiernos distintos del
peronismo, aquel porcentaje había descendido a 33 por ciento.
Desde luego, entre socializar la economía y mejorar la participación de los obreros
en la renta nacional, había una gran distancia. La izquierda peronista, sin embargo,
interpretaba ésta y otras definiciones de Perón (en particular, su hostigamiento a los
“apresurados” y su firme defensa del Pacto Social) como índices de que el anciano
líder estaba “cercado” por los empresarios, por la “burocracia sindical” y por un
grupo de cortesanos –entre ellos, su propia esposa y López Rega– que lo aislaban
del pueblo. La consigna era “romper el cerco”.
El 8 de noviembre, Perón trató de desbaratar la hipótesis del cercamiento.
Demostró que era él mismo quien se oponía a la izquierda de su Movimiento.
Recordó que, para destruir al peronismo, se habían ensayado –sin éxito– todos los
métodos. Ahora, recalcó, había “un nuevo procedimiento: el de la infiltración”. No
había calado en los sindicatos por “el gran sentido de responsabilidad de sus
dirigentes y la férrea organización”. Por eso, había quienes atacaban a los
gremialistas. Perón se sentía tan identificado con la posición de éstos que –sostuvo–
esos ataques eran, en verdad, contra él mismo: “Yo sé que, cuando atacan a un
dirigente, se lo dicen a él, pero me lo mandan a decir a mí”.
También el 8, Perón designó un nuevo Consejo Superior peronista, compuesto sin
excepciónpor representantes de la derecha, y sancionó las “normas de
institucionalización” del Movimiento. Este era dividido en cuatro ramas –política,
femenina, gremial y juvenil– pero la juvenil no tendría carácter nacional sino que se
organizaría por distritos, sobre la base de las agrupaciones que el respectivo
delegado del Consejo Superior reconociera, y a razón de un representante por cada
agrupación, cualquiera fuese la envergadura de ésta.
Ese fue un día de anuncios. “También sé que hay conspiración dentro del país.
Tampoco la tememos… Es necesario alertar al pueblo y decirle que esté tranquilo.
Si lo hacemos, no hay conspiración que pueda vencer, ya que a la larga es el pueblo
el que vence”.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

El 10 de noviembre, Perón visitó una base naval y, allí, reunió a la oficialidad para
insistir en la necesidad de “realizar una unidad firme y decidida de todos los
argentinos” para enfrentar “los problemas, las asechanzas y los peligros” del “futuro
inmediato”. “Tenemos que unirnos”, dijo, para desterrar “esos brotes
anticonstitucionales que todos los días están surgiendo, no por culpa nuestra sino
por infiltraciones extrañas que tratan de meternos el virus de la descomposición”.
Tres días más tarde, también reunió Perón a los dirigentes de 29 partidos políticos,
junto a representantes de la CGT y la CGE, para decirles: “En el continente ha
habido numerosos golpes militares a los que los políticos, indudablemente, les
hemos dado en cierta medida posibilidad de éxito”. Instó a que eso no se repitiera
en la Argentina, y reiteró la necesidad de “defender el sistema”.
El 16, el Jefe de Estado se reunió con oficiales superiores del Ejército, en el Estado
Mayor del arma. No se informó sobre lo tratado, pero a la semana siguiente fue
Balbín quien habló (en una entrevista publicada el día 21) sobre la eventualidad de
un golpe. “Ese golpe ambula en ámbitos juveniles, recoge allí su justificación”,
sostuvo el jefe radical. Nadie creía que hubiera una conspiración en marcha,
destinada a tumbar a Perón. Sin embargo, era verosímil que alguien estuviera
realizando aprestos para “llenar el vacío”, si Perón moría. Las versiones sobre la
salud del Líder eran inquietantes. Ya sus médicos habían opinado, antes de que
Perón aceptase la candidatura, que debía “ajustar su actividad a su edad” (entonces
77 años; cumplió 78 el 8 de octubre) y “a la dolencia sufrida” en junio, antes de
emprender su regreso definitivo al país: una dolencia de cuyo diagnóstico nunca se
tuvo noticia oficial pero que había requerido la atención de cardiólogos.
Perón se enfermó el 21. Un parte médico anunció el “reagudizamiento” de una
“afección bronquial”, y enseguida comenzaron a circular rumores sobre la inminente
muerte del caudillo. Sin embargo, a los pocos días Perón estaba otra vez en pie.

Sale Carcagno

La enfermedad debió permitirle nuevas reflexiones sobre la posible conspiración, ya


que el 18 de diciembre sustituyó a Carcagno por un nuevo Comandante General
(designación que se les dio, a partir del 3 de octubre, a los Comandantes en Jefe):
Leandro Enrique Anaya fue el elegido. Antes, Perón había dado instrucciones a los
senadores peronistas para que negasen el acuerdo del Senado –constitucionalmente
imprescindible– para convertir en general al coronel Juan Jaime Cesio, asesor
político de Carcagno y artífice del acuerdo con la Juventud Peronista que fructificó
en el Operativo Dorrego.
Con la remoción de Carcagno y su reemplazo por Anaya –un general reposado, hijo
de otro oficial que había sido compañero del propio Perón– el Líder se aseguró que
el Ejército se quedara sin caudillo político.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

El Plan Trienal

¿Qué sucedía, en tanto, con la economía argentina? Ya sabemos cuáles eran los
moderados objetivos que perseguía el gobierno, reiterados ese último mes del año
por Perón.
El día 10 –al anunciar que ya la participación de los asalariados en el reparto del
producto bruto interno se había elevado a 42 por ciento– había reafirmado la meta:
“que la riqueza sea distribuida con justicia, fifty–fifty”. Una revista, crítica del
gobierno, ironizó: “la mitad para 5.000.000 de obreros y la otra mitad para medio
millón de empresarios”.
El 14, hablando otra vez en la CGT, Perón sostuvo que “lo inteligente y lo lógico es
que cada uno pueda ganar más sin perjudicar a nadie”, y censuró a quienes “quieren
lola, por la lola nada más” [es decir, a aquéllos que se rebelaban por el placer de
rebelarse].
Perón se mostraba conforme con la política económica, en particular con la
reducción de la tasa inflacionaria: si bien no se había alcanzado la “inflación cero” a
la que, con cierta ligereza, había aludido él mismo, las estadísticas oficiales
mostraban que se había bajado de 80 a 50 por ciento anual.
Sin embargo, había problemas. El más notorio era el desabastecimiento de algunos
productos. Los productores pecuarios retenían animales, ciertas industrias
mermaban su producción y los mayoristas acaparaban mercaderías. Esperaban que,
presionado por la escasez, el gobierno liberara los precios, a los cuales les había
puesto topes.
Las autoridades insistían en atribuir las dificultades de abasto a la vigorización de la
demanda interna (producida por el incremento del salario real que se había operado
al aumentar los sueldos y congelar precios), pero el mayor consumo era, en todo
caso, sólo un factor adicional y no la causa única de las insuficiencias registradas en
el abastecimiento.
Por otra parte, el mercado europeo de carnes estaba cerrado (en virtud de medidas
proteccionistas de la Comunidad Económica Europea) y eso le creaba, a la
Argentina, dificultades para colocar el producto al cual le debía, en situaciones
normales, 25 por ciento de las divisas entradas por año.
Para agravar la situación, ese año se había producido la guerra del petróleo, y el
precio internacional del combustible se había multiplicado. Eso iba a encarecer,
tanto las importaciones del petróleo mismo (producto que la Argentina había vuelto
a importar en cantidades significativas, luego del autoabastecimiento alcanzado en
1962) sino el de todos los productos industriales y bienes intermedios que el país
necesitaba comprar en el exterior.
El equipo económico, por último, era motivo de ataques políticos. Los sectores
agropecuarios lo acusaban poco menos que de marxista, por haber auspiciado la ley
de impuesto a la renta potencial (cuya aplicación fue diferida, en virtud de las
presiones, para 1975) y otras medidas “confiscatorias”, como la expropiación de
tierras ociosas. Dentro del peronismo, había (si bien no en la cúpula gremial)

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

resistencia de los trabajadores al Pacto Social, por la congelación de salarios y la


suspensión de las paritarias; lo cual había sido, ya, causa de numerosas huelgas.
También la Juventud Peronista, que apoyaba la política económica internacional,
estaba enfrentada al Pacto Social. Un aliado del peronismo, el desarrollismo, era más
extremo y cuestionaba toda la conducción económica.
No obstante, Perón estaba resuelto a mantenerla. El 21 de diciembre, se hizo la
presentación del Plan Trienal 1974–1977 [ El mandato de Perón terminaba en 1977;
Lanusse había modificado la Constitución, reduciendo reduciendo el período
presidencial de seis a cuatro años]. “Este plan no se limita a lo que habitualmente se
conoce como un plan de desarrollo. No podríamos incurrir en el pecado
desarrollista de lograr records que se agotan en sí mismos”, dijo Perón ese día. El plan
en cuestión preveía el crecimiento del producto bruto interno a razón de 7,5 por
ciento anual, pero no estaba demasiado claro cómo se lograría esa meta.
“Este es un plan de reconstrucción. La Argentina sufrió una de las peores formas de
destrucción: el sojuzgamiento y el estancamiento. Ahora, debe reconstruirse lo
destruido”. Así, de manera retórica, se iniciaba el prólogo a la edición oficial del
plan. “Este es el plan del pueblo”, remataba.
El Congreso lo aprobó enseguida.
Los economistas, lo examinaron con desconfianzas. Los redactores de ese plan no
habían previsto, para todo el período 1974–1977, sino un ingreso de 225 millones de
dólares en concepto de inversiones extranjeras. Esperaban préstamos por 346
millones, créditos de proveedores por 2.284 millones y “otras entradas previsibles”
por unos hipotéticos 1.750 millones. Era evidente que sus mayores expectativas
estaban puestas en el comercio externo. Suponían que el país duplicaría sus
exportaciones de trigo y carne. Para eso, se forzaría un incremento de la producción,
gravando la improductividad y manejando el Estado los volúmenes exportables.
Semejante plan inspiraba, aparte de las desconfianzas de los economistas –quienes lo
suponía apresurado, ambicioso y poco previsor– el recelo de los más tradicionales
sectores rurales. Poco después, el diario La Prensa –vocero de tales sectores–
sostendría que la proyectada ley agraria, uno de los instrumentos tenidos en cuenta
por el plan, resultaba una “introducción al marxismo”.

Los proyectos de Perón

Terminaba 1973, y el proyecto de Perón ya parecía claro: el Pacto Social servía, no


sólo para legitimar la política económica, sino para aumentar la representatividad del
gobierno, concediendo participación efectiva a obreros y empresarios. Es cierto que
lo hacía a través de sus dirigentes –no siempre representativos– pero también era
cierto que no había otro modo a la mano.
En lo político, Perón procuraba aplastar –dentro de su partido– toda rebeldía.
Buscaba, además, el entendimiento con los otros partidos, y planeaba incorporar a la
Constitución (a cuya reforma convocaría) un sistema de participación,
pluripartidario, que permitiera dar cabida en el Ejecutivo a las mismas fuerzas ya
representadas en el Congreso.

31
El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

De esa forma, toda la “comunidad organizada” –expresión grata al propio Perón–


estaría representada, a través de los partidos y, simultáneamente, de corporaciones
que seguirían pactando la conducción económica y social. Mientras construía ese
sistema, procuraba evitar el surgimiento de caudillos que, en determinadas
circunstancias, pudieran constituir una alternativa. Perón creía que él sólo podía ser
sustituido por una organización.
El mayor obstáculo se le presentaba dentro del propio peronismo: allí no había
posibilidad de pactos. Perón, Balbín, los partidos, los dirigentes empresarios y
sindicales, tenían un interés común: salvar un sistema. Unos querían mantenerlo
incólume, otros querían introducirle reformas menores o mayores, pero todos lo
querían preservar. El conflicto intrapartidario, en cambio, enfrentaba a dos
concepciones ideológicas dispares, no negociables. Por cierto, la solidificación del
sistema a la que Perón aspiraba, favorecía a uno de esos sectores internos: el de los
dirigentes sindicales y el Consejo Superior.

Mr. Hill

El 11 de diciembre, los Estados Unidos designaron nuevo embajador en la


Argentina: Robert Hill, un hombre vinculado a los servicios de inteligencia
norteamericanos. Hill había sido el representante del Departamento de Estado ante
el Cuartel General del Ejército norteamericano de la región China–Birmania–India,
durante la Segunda Guerra Mundial. En esa época, prestaba servicios para la OSS,
precursora de al CIA. Siendo Embajador en Costa Rica, había participado, en 1954,
del operativo de “desestabilización” que acabó con el régimen de Jacobo Arbenz, en
Guatemala. A partir de 1962, además, había pertenecido al AIFLD (American Institute
for Free Labor Development), un ente que intervino en el derrocamiento de Juan Bosch
(1963), en la República Dominicana, y João Goulart (1964), en Brasil. El AIFLD,
además, cooperó en la “desestabilización” de Salvador Allende (1973), en Chile.
En la Argentina, Hill sería un embajador silencioso. No aparecería nunca en escena
y, por lo tanto, tampoco aparecerá ya en esta cronología. Conviene dejar constancia,
sin embargo, de su curriculum y de su designación, resuelta por el Departamento de
Estado a fines de aquel 1973 en el que tanto había pasado y cuando tanto se
esperaba que sucediera, a partir de entonces, en la Argentina.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

1974

El 11 de enero, Perón recibió a una delegación de empresarios y aprovechó la


ocasión para felicitarse, públicamente, por el “acierto de haber entregado la
conducción económica nacional a los hombres de la Confederación General
Económica, de quienes dijo que habían dado “muestras no sólo de eficiencia sino de
desprendimiento”. “El Pacto Social que se ha establecido en el país”, subrayó, “no
debe ser roto por ninguna causa, y el gobierno tiene la más enérgica decisión de
imponerlo contra cualquiera de las fuerzas que actualmente se le oponen”.
Volvió sobre el tema el 14 de enero, en un mensaje radiotelevisado: el Pacto Social,
sostuvo entonces, era “indispensable para dominar el flagelo moderno, la inflación,
provocada por un desacuerdo permanente entre precios y salarios (que se da
cuando) los primeros suben por el ascensor y los salarios por la escalera”.

Guerra a la izquierda

Pronto, sin embargo, Perón desplazaría su mayor interés del campo económico al
campo político. El 20, un grupo guerrillero copó el más poderoso regimiento del
Ejército argentino, mató al jefe de la unidad y su esposa y huyó llevando a un oficial
como rehén. Roberto Mario Santucho, jefe del ERP –organización que se proclamó
autora del asalto– diría poco después que, demostrado ya el “carácter
contrarrevolucionario” del peronismo “burgués y burocrático”, y sus “vínculos con
el imperialismo yanqui”, estaban dadas las “condiciones objetivas” para que “el
peronismo progresista y revolucionario” (al parecer, una alusión a los montoneros) se
uniera al ERP “y otras organizaciones marxistas–leninistas” para librar la “guerra
revolucionaria”.
No era eso lo que le preocupaba a Perón: al contrario, él prefería que la izquierda
peronista emigrara hacia el marxismo. El mismo día 20, denotando irritación, se
presentó frente a las cámaras de televisión y, en un mensaje a todo el país, acusó al
gobierno de la Provincia de Buenos Aires (encabezado por el peronista de izquierda
Oscar Bidegain) de apañar a la guerrilla que había copado la unidad militar, situada
en esa provincia. Dijo que estos grupos terroristas venían “operando en la provincia
de Buenos Aires ante la evidente desaprensión de sus autoridades”. Destacó que el
Ejército sólo merecía “el agradecimiento del pueblo argentino”; prometió “aniquilar
cuanto antes este terrorismo criminal”, y amenazó con irse: “Yo he aceptado el
gobierno como un sacrificio patriótico, porque he pensado que podría ser útil a la
República. Si un día llegara a persuadirme de que el pueblo argentino no me
acompaña en este sacrificio, no permanecería un solo día en el gobierno”.
Al día siguiente, Bidegain renunciaba y la gobernación de la provincia era asumida
por el vicegobernador, Victorio Calabró, un dirigente sindical. De esta forma, un
episodio bélico sirvió para legitimar la destitución de uno de los tres gobernadores

33
El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

objetados por la derecha peronista. Quedaban ahora: Ricardo Obregón Cano, de


Córdoba, y Martínez Baca, de Mendoza.
La remoción de Bidegain no fue la única respuesta del gobierno al copamiento de la
unidad militar. De inmediato, el Ejecutivo remitió al Congreso nacional un proyecto
de reforma al Código Penal, destinado a hacerlo más severo. El proyecto mostraba
el apuro con el cual había sido hecho, y contenía algunas sanciones penales en
blanco, por lo que mereció reservas a los diputados peronistas pertenecientes al ala
izquierda del Movimiento. Los legisladores pidieron audiencia a Perón, para debatir
el tema, y les fue concedida para el día 22. Cuando concurrieron a la cita, se
encontraron con que la entrevista distaría de ser privada: la radio y la televisión
estaban instaladas en el recinto donde los diputados dialogarían con Perón. Ese
diálogo fue oído, así, por el país entero. Los legisladores comenzaron a esbozar sus
puntos de vista, y Perón los frenó: “Quien esté en otra tendencia diferente de la
peronista, lo que debe hacer es irse. No es lícito estar defendiendo otras causas y
usar la camiseta peronista”. Dijo que la guerrilla estaba dirigida desde París y, a
medida que fue enervándose, adoptó posiciones cada vez más duras. Aseguró que,
apartándose de la ley, “en una semana” él terminaría con la subversión, “porque
formo una fuerza suficiente, lo voy a buscar a usted y lo mato, que es lo que hacen
ellos”. Por eso, dijo, si no se votaba la reforma, “el camino será otro; y les aseguro
que puestos a enfrentar la violencia con la violencia, nosotros tenemos más medios
posibles para aplastarla, y lo haremos a cualquier precio, porque no estamos aquí de
monigotes”. Llegó a proponer una cacería de terroristas: “Los delincuentes están
todos armados, mientras que las personas decentes no pueden llevar armas. Eso no
puede ser… A la violencia no se le puede oponer otra cosa que la propia violencia”.
Al día siguiente, López Rega declaró a la prensa: “El general ha resuelto poner
orden en la casa. Se terminará con el caos generado por apátridas e idiotas útiles
dirigidos por extranjeros”. Los diputados agredidos por Perón, renunciaron a sus
bancas. El Parlamento –que de inmediato aprobó la reforma penal– vio reducir, de
ese modo, la participación de la izquierda.
Eso facilitaría, aun más, una labor legislativa favorable a intereses impopulares.
El Congreso Nacional, en efecto, venía de sancionar una ley que restringía el
derecho de huelga, facultando al Estado para que –en casos determinados—
sometiera un conflicto gremial al “arbitraje obligatorio” del propio Estado.
Asimismo, había sancionado una Ley de Asociaciones Profesionales [sindicatos] que
permitía la reelección indefinida de los dirigentes, no establecía la obligatoriedad del
voto, no aseguraba la pureza de los actos eleccionarios, no otorgaba representación
a las minorías, no creaba mecanismos para fiscalizar el manejo de fondos, prescribía
asambleas de afiliados una vez cada dos años, permitía a los dirigentes revocar los
mandatos de los delegados de fábrica y autorizaba a las federaciones a intervenir los
sindicatos adheridos a ellas.
Otras decisiones del Congreso que fueron muy discutidas:
 Modificando el proyecto original del Ejecutivo, el Senado agregó a la Ley de
Inversiones Extranjeras una disposición que autorizaba a inversionistas foráneos a
tener intereses (aunque inferiores a 20 por ciento) en empresas vinculadas a la

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

defensa y la seguridad nacional, servicios públicos, seguros, banca comercial,


actividades financieras y medios de difusión.
 Devirtuando la nacionalización del comercio exterior de cereales, propuesta antes
de que asumiera Perón, estipuló que las empresas privadas podrían exportar
directamente.
El 31 de enero, los jóvenes fueron citados a conversar con Perón. La Juventud
Peronista se negó a ir, alegando que la reunión había sido montada por López Rega
y la llamada Juventud Peronista de la República Argentina (JPRA), vinculada al
cuestionado ministro.
Al día siguiente, el diario El Mundo (editado por un grupo marxista) divulgó un
documento interno de los montoneros, donde éstos admitían tener “una diferencia”
con Perón “en la concepción del poder”.
El 4 de febrero, Perón volvió a dirigirse al país por radio y televisión. Elogió a los
partidos políticos, y criticó a su propio Movimiento: “La oposición, respondiendo a
un profundo sentido nacional y patriótico, ha colaborado permanentemente…
[poniendo] de relieve un alto sentido de responsabilidad en sus dirigentes. No puedo
decir, lamentablemente, lo mismo del oficialismo”. Luego, el presidente exhibió
algunas cifras, reveladoras de los presuntos logros de la conducción económica.
Sostuvo que la participación de los trabajadores en el reparto de la riqueza ya estaba
en 42,5 por ciento; mantuvo que la inflación había desaparecido; subrayó que el
déficit fiscal se había reducido de 31.300 a 19.000 millones de pesos, y habló de los
proyectos en marcha: petroquímica, siderurgia, energía eléctrica y 500.000 viviendas
económicas.
Un párrafo de ese discurso, resultó alarmante. Perón agradeció “la cooperación de la
ciudadanía, tanto en la información como en la represión del enemigo común,
porque en la lucha entre la delincuencia y el país, nadie puede ser neutral”. Era
peligroso ese llamado oficial a la represión directa, en un país donde –durante
enero– habían muerto, según partes oficiales, 22 personas víctimas de la violencia
política: 1 policía y 21 presuntos guerrilleros (sin incluir a chilenos y uruguayos,
refugiados en la Argentina, que habían desaparecido).
La Juventud Peronista no se daba por vencida. Su vocero, la revista El Descamisado,
dijo el 5: “Este Movimiento es nuestro y en él nos vamos a quedar. Nos empujan de
adentro y nos llaman de afuera pero, ¡minga! [jamás]. La vamos a pelear de
adentro… Ya ahora no nos despide nadie”. La publicación recordaba: “Nosotros no
nos rebelamos ante Perón cuando estaba vencido o exiliado, como han hecho
muchos leales de hoy”.
Hablando ante la JPRA, Perón insistió el día 7: el peronismo, y en particular su rama
juvenil, estaban sufriendo una infiltración. “En todas las fracciones políticas siempre
existen los que con gran propiedad han sido llamados idiotas útiles”.
Al día siguiente, en una conferencia de prensa, Perón se exaltó ante la pregunta de
una periodista de El Mundo. La reportera se refirió a la “escalada fascista”, aludió a la
voladura (en las dos semanas previas) de 25 locales de la Juventud Peronista, y
denunció que numerosos militantes habían sido asesinados por “grupos
parapoliciales de ultraderecha”. Perón replicó: “Eso de parapoliciales lo tiene que

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

probar” y ordenó ahí mismo que se procesara a la periodista. Deploró los


enfrentamientos de la ultraizquierda (“que son ustedes”) y la ultraderecha, los cuales
–dijo– debían ser saldados entre los propios bandos en disputa.
Otro periodista se refirió al intento fallido de volar un gasoducto (un hecho del día
anterior) y preguntó si se declararía el estado de sitio. Perón negó que esa medida
estuviera a estudio, pero la misma conferencia de prensa sirvió para confirmarle al
país que estaba viviendo momentos de conmoción.
El 18, hablando para la televisión española, Perón repitió algo que ya le había dicho
a algunos jóvenes: “Toda revolución pasa por cuatro etapas: la doctrinaria, la de la
toma del poder, la dogmática y la institucional”. Citó como ejemplos, dos
revoluciones: la francesa y la rusa. Después dijo que el peronismo estaba en la etapa
dogmática (“es necesario fijar el dogma, inculcarlo y hacerlo cumplir”). Eso
significaba que, a juicio del Líder, aun no había llegado el momento de consolidar
institucionalmente al peronismo; de momento, sólo correspondía acatar sus
órdenes o [esto no lo dijo Perón] correr un riesgo: el dogmatismo de la Revolución
Francesa se había traducido en el terror, y el de la bolchevique en el stalinismo.
En esa entrevista, el caudillo reiteró que la izquierda de su movimiento tenía “cinco
partidos socialistas donde ubicarse” y también un Partido Comunista, “que aquí
funciona dentro de la ley”.
Pocos días antes, Perón había dicho: “Los que quieran la patria socialista, tienen
partidos de esa tendencia. Yo mismo puedo presentarlos, porque tengo algunos
amigos en todos ellos… Cada uno puede pensar lo que quiera, pero tiene que
colocarse en el tablero político que le corresponde, y no meterse a hacer enredos
entre los otros que no piensan como él.”
El 20, el gobierno derogó por decreto el Estatuto de los Partidos Políticos
(sancionado por Lanusse) a los efectos de impedir la afiliación masiva al peronismo,
que la Juventud peronista se disponía a intentar. Quedaron suprimidas, de esta
forma, las normas que permitían recurrir a la justicia electoral en el caso de que la
dirigencia rechazara una solicitud de afiliación.
Asimismo, se acabó con el régimen según el cual el registro de afiliados debía
permanecer siempre abierto: sólo se podría afiliar durante sesenta días por año.
Días más tarde, El Caudillo –vocero de la derecha peronista– sostuvo: “La
inconsciencia criminal de los traidores merece un solo castigo: el fusilamiento por la
espalda… Quien insista en ubicarse en la vereda de enfrente, junto a la tendencia [o
sea, la izquierda] y contra Perón, no tendrá oportunidad de arrepentirse”. Esta clase
de amenazas era corriente en la publicación, que se editaba bajo el lema “El mejor
enemigo es el enemigo muerto”.
En Córdoba, en tanto, aparecía en un diario local cierta solicitada, con la firma del
“Comando 26 de setiembre–José I. Rucci, de la República Argentina” [Rucci había
sido asesinado el 26 de septiembre del año anterior]. La solicitada decía: “Ha llegado
la hora de defender a Perón y a su doctrina, y por todo ello vamos a defender hasta
las últimas consecuencias a la Policía de Córdoba”. Horas más tarde, la policía
penetraba en la Casa de Gobierno y se llevaba al gobernador, al vicegobernador y a
los ministros. El jefe de la policía estableció su “cuartel general” en la jefatura,

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

repartió armas a 200 civiles, recibió el apoyo del Ejército y fue, por cuatro días, el
amo de la provincia. El gobierno central no acudió en auxilio de las autoridades
legítimas (elegidas un año antes por 53 por ciento de los cordobeses, y apoyadas en
esta emergencia por los demás partidos políticos). Al contrario, al cabo de los cuatro
días, la provincia fue intervenida, usando una facultad que la Constitución le otorga
al Ejecutivo nacional en casos especiales.
El gobernador, el vice y sus ministros quedaron en libertad (poco después, el ex
vicegobernador sería asesinado) pero la izquierda peronista había perdido ya dos de
sus tres gobiernos provinciales. Dos gobierno decisivos: entre Buenos Aires y
Córdoba suman 45 por ciento de la población argentina, y la mayor parte de la
capacidad industrial instalada.
En marzo, un nuevo golpe le fue asestado a la izquierda: se conoció el proyecto
oficial de eliminar la autonomía universitaria y reducir la participación de los
estudiantes en el gobierno de las casas de estudio. [En la Argentina, a partir de 1918
y salvo en los períodos de dictaduras militares, las universidades estatales se
gobernaron por medio de consejos tripartitos, integrados por profesores, egresados
y alumnos. Tradicionalmente, las izquierdas habían dominado las representaciones
estudiantiles, y ahora la Juventud Peronista tenía mayoría].
Sin embargo, Perón seguía considerándose a sí mismo un revolucionario. El día 5,
en carta a Fidel Castro (que llevó a La Habana el ministro Gelbard, cabeza de una
misión comercial que viajó a celebrar acuerdos con el gobierno cubano), sostuvo:
“Tanto usted, amigo Fidel, como yo, llevamos muchos años de permanente lucha
revolucionaria”. Le aclaró a Castro, es cierto, que “las revoluciones no pueden ser
idénticas en todos los países porque tampoco todos los países son iguales ni todos
los pueblos tienen la misma idiosincrasia”.
La izquierda peronista tenía sus propias ideas sobre la revolución en la Argentina, y
el día 11, en un acto público, Firmenich anunció que la Juventud Peronista iría a la
Plaza de Mayo –donde Perón presidiría una concentración popular, el Día de los
Trabajadores– para exigir el cumplimiento de las “pautas programáticas” del
peronismo. “Hay que recuperar el gobierno para el pueblo y para Perón”, dijo el
líder montonero.
Ese mismo 11 de marzo (nadie lo recordó) se cumplió un cuarto de siglo de un
acontecimiento que siempre el peronismo había considerado un fausto: la sanción
de la Constitución nacional de 1949, que en su momento remplazó a la de 1853 y
resumía la “doctrina justicialista” de Perón. Destituido éste en 1955, la Constitución
de 1949 fue abrogada, y reiteradamente se dijo en la Argentina que el movimiento
militar de 1955 se había hecho, en verdad, contra aquella Constitución.
Domingo Mercante, quien presidió las deliberaciones de la Convención
Constituyente (en 1949) había escrito años más tarde, desde su exilio en
Montevideo, que la finalidad de la Constitución peronista fue “hacer, de una
Argentina hasta entonces dependiente de un imperialismo expoliador, una nación
económicamente libre y políticamente soberana”. El artículo 40 de esa Carta Magna
establecía que “la organización de la riqueza y su explotación, tienen por fin el
bienestar del pueblo, dentro de un orden económico conforme a los principios de la
justicia social. El Estado, mediante una ley, podrá intervenir en la economía y

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

monopolizar determinada actividad, en salvaguardia de los intereses generales”. El


mismo artículo establecía que el comercio exterior estaría a cargo exclusivo del
Estado y declaraba “propiedades imprescriptibles e inalienables de la Nación” las
riquezas minerales. Por último, el famoso artículo prohibía la prestación de servicios
públicos por parte de las empresas privadas.
Durante el mes de marzo, la CGT discutió con la CGE los términos de una
actualización del Pacto Social. El 26, los representantes de ambas entidades se
reunieron con Perón y su gabinete. “No pudimos ponermos de acuerdo”, dijo
Adelino Romero (sucesor de Rucci en la CGT). “No deben olvidar que estamos en
una situación de emergencia”, advirtió Perón. “El movimiento obrero prefiere
perder con usted y no ganar con otro”, concluyó el dirigente sindical.
Abril fue un mes de tensiones. Había intranquilidad en el sector laboral, y gran
expectativa por la inminente definición del pleito interno al que estaba sometido el
peronismo.
El 4, Perón aplaudió la destitución del gobernador Obregón Cano: “Se ha hecho
una cosa buena; quizás no sea lo mejor, porque lo mejor suele ser enemigo de lo
bueno”, dijo a un grupo de gremialistas cordobeses.
Ese mismo día, puso –ante una asamblea de empresarios– énfasis en subrayar que
no cambiaría la política económica. “Ha sido una excelente idea la de confiar
especialmente a los sectores empresarios la organización y desenvolvimiento de la
nueva economía argentina”, dijo. Calificó de “superficiales” las críticas a la
suspensión del régimen de convenciones colectivas de trabajo. “¿Qué mejor
convenio colectivo, qué mejor paritaria, que la que han acordado la CGT y la CGE?,
preguntó. Y luego, declaró solemnemente: “Prometo no cambiar en absoluto la
orientación económica que el país va tomando bajo la acertada dirección de un
ministerio de Economía que ha podido concitar la voluntad de los que dirigen y los
que trabajan”. Hizo un “emocionado reconocimiento a los señores empresarios” y
los invitó a tomar en sus manos las empresas estatales: “La República tendrá que
agradecérselo, porque son demasiadas las empresas estatales y demasiado grande el
déficit que producen”.
No obstante, la izquierda peronista seguía esperanzada en torcer el rumbo.
El 25, Perón consiguió reunir a todas las fracciones antagónicas de la juventud. El
propio Perón y el Secretario General de la Presidencia (el coronel Damasco, quien
venía acompañando a Perón en todas sus reuniones con los jóvenes) propugnaron la
conciliación. Damasco repartió entre los asistentes la letra de una propuesta Marcha
de la Juventud –escrita por él mismo– que empezaba diciendo: “Hermanados y
unidos marcharemos…”. Los jóvenes –tanto los de derecha como los de izquierda–
hicieron poco caso de la idílica marcha y los pedidos de unidad.
La última semana del mes, La Causa Peronista (vocero de la izquierda, sucesor de El
Descamisado, que fue clausurado el día 10) reiteró que la Juventud Peronista iría a la
Plaza de Mayo “porque donde haya trabajadores y pueblo reunido, la burocracia
pierde”. El Caudillo, por su parte, sentenció: “Perón siempre tiene razón. Al que no
le guste, que se vaya”.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

En tanto, José Antonio Allende asumió el 26 de abril como nuevo presidente del
Senado, y se situó así en la línea sucesoria, ya que –a falta de presidente y vice– era el
titular de la Cámara alta el encargado de ejercer la presidencia de la Nación.
Confirmando que Perón no tenía problemas sino dentro del peronismo, el caudillo
había elegido para ese puesto a un extrapartidario. Allende pertenecía al pequeño
Partido Popular Cristiano, integrante del FREJULI pero no peronista.

Caballo de Troya en la CGE

“El proyecto económico–social que hemos presentado al país, constituye una


revolución pacífica que está destinada a plasmar un programa antiimperialista”,
había dicho Gelbard, por esos días, ante una asamblea de entidades empresarias.
En otras ocasiones, el ministro había desarrollado su idea, más o menos, en estos
términos: “En distinta medida, obreros y empresarios son víctimas comunes de una
agresión externa; la de los países más poderosos que la Argentina, interesados en
mantener la desigualdad internacional. La lucha contra ese adversario común exige
la unidad de fuerzas sociales dispares”. Este planteo era la base tanto del Pacto
Social como de la política económica internacional.
Desde luego, hallar un enemigo común externo, que permita postergar “para
momento más oportuno” la dilucidación de los conflictos sociales internos, era muy
conveniente para el sector empresario. Sin embargo, la necesidad de un acuerdo
social –con independencia de cuánto favoreciera a los empresarios– era sentida por
la mayoría de los argentinos; y la actitud “antiimperialista” de Gelbard, aunque por
el momento se limitara a lo retórico, encontraba eco.
La CGE, por otra parte, era vista como el nucleamiento de los empresarios más
progresistas del país. Por eso mismo, la atacaban los grupos conservadores, que
apoyaban a la Unión Industrial Argentina (UIA).
Si se tenía en cuenta el número de empresas afiliadas, la CGE era más importante
que la UIA; pero si lo que contaba era el capital representado, o la participación de
las empresas afiliadas en el producto bruto interno, la UIA era la principal entidad
empresaria del país. Así lo sentían sus dirigentes, quienes siempre habían
manifestado desdén por la CGE.
Ahora, sin embargo, la CGE era el poder. Gelbard había tomado las riendas de la
economía nacional, con el respaldo de Perón, y se había puesto en práctica una
política de concertación, adjudicándole a la CGE (y sólo a ella) la representación de
los empresarios.
La UIA resolvió dar el paso: inició negociaciones para “incorporarse a la CGE”. En
abril, esa incorporación –que de hecho se había dado meses antes– quedó
formalizada.
Al ensanchar sus bases, abarcando al gran capital, argentino y extranjero, la CGE
corría el riesgo de desdibujarse. El mayor poder económico de las empresas
multinacionales y otras que, sin serlo, no estarían de acuerdo en una política

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

“antiimperialista” como la proclamada por Gelbard, les podría otorgar una fuerza
creciente en la poderosa entidad que resultó de la fusión.
Un comentario, publicado en la época, presentaba así la cuestión: “La CGE debería
plantearse a sí misma si –como pareciera hasta ahora– aspira a representar al
empresariado nacional, víctima de la agresión económica externa; o, si, en cambio,
aspira a representar a todos los empresarios, sin excepciones. Si opta por lo primero,
seguirá siendo coherente la alianza con los trabajadores, tendiente a enfrentar a un
enemigo común. Si opta por la representación amplia, el pacto carecerá de sentido,
porque semejante representación no puede tener otra finalidad que la de defender
los intereses de la clase empresaria ante el contradictor común interno: la clase
trabajadora”.
Esto era muy importante, sobre todo porque la CGT había aceptado que el Pacto
Social fuera administrado por los empresarios. Perón no había querido que el timón
lo tuviera la CGT, y ésta lo había cedido a la CGE; pero ahora el gran capital se
metía en la central empresaria.
Los sindicatos, sin embargo, parecía más preocupada por afianzar su propio poder
económico. Aquel mes de abril, festejaron la sanción, por el Congreso, de una ley
que obligaba a todo obrero argentino –estuviera o no afiliado– y a sus patrones, a
efectuar aportes a las organizaciones sindicales.

Expulsión de los montoneros

“Duro, duro, duro, éstos son los Montoneros que mataron a Aramburu”. El grito de
guerra atronó en la Plaza de Mayo, la tarde de aquel Día de los Trabajadores. En su
época anterior, el peronismo había hecho una tradición del mitin del 1º de mayo.
Pero nunca Perón había encontrado, frente a sí, a un grupo como aquél que –según
los testimonios más objetivos– ocupaba poco menos que una mitad (la mitad
posterior) de esa plaza, situada frente a la casa de gobierno.
En los días previos, se había instado a que nadie llevara al acto otra bandera que no
fuese la Argentina. Los montoneros (o la Juventud Peronista, ya que a esta altura no se
podía distinguir a una organización de la otra), llevaron sus propios estandartes
enrollados, y los desplegaron una vez en el sitio. “No queremos carnaval, asamblea
popular”, cantaban. Y coreaban: “Se va a acabar, se va a acabar, la burocracia
sindical”. También formulaban reclamos a Perón: “El pueblo te lo pide: queremos la
cabeza de Villar y Margaride” [el jefe y el subjefe de la Policía Federal, quienes se
habían destacado en la época de los gobiernos militares y ahora habían sido
llamados por Perón para endurecer la represión]. Cuando Isabel apareció en el
balcón, los enardecidos jóvenes gritaron: “Evita hay una sola”. Perón empezó a
hablar, visiblemente contrariado. Fustigó a “esos estúpidos que gritan”, y defendió a
la agredida “burocracia sindical”: “A través de estos veinte años, las organizaciones
sindicales se han mantenido inconmovibles, y hoy resulta que algunos imberbes
pretenden tener más méritos que los que lucharon durante veinte años”. Luego, se
tornó amenazante: “Que en el futuro, cada uno ocupe el lugar que le corresponde
en la lucha que, si los malvados no cejan, hemos de iniciar”. Prometió la “liberación,

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

no solamente del colonialismo que viene azotando a la República, a través de tantos


años, sino también de estos infiltrados que trabajan dentro, y que traidoramente son
más peligrosos que los que trabajan desde fuera”. “Son”, insistió, “mercenarios al
servicio del dinero extranjero”, y los acusó de haber asesinado a dignos dirigentes
“sin que todavía haya tronado el escarmiento”.
La Juventud Peronista no esperó el final del discurso. Abandonó la plaza, dejando
un vacío notorio. Al día siguiente, la CGT publicó en varios diarios un mensaje a los
trabajadores del país. Triunfante, la central obrera subrayaba: “Con frecuencia, se
nos trató de imponer el trillado slogan de la lucha de clases, que llevaría al sacrificio y
la derrota a los trabajadores de muchos países del mundo. Nosotros postulamos, en
cambio, que frente a los enemigos de toda la nación, como lo son los [dos]
imperialismos, la unidad nacional constituye una premisa insustituible”. Los
sindicalistas hacían referencia allí a un concepto que Perón manejaba
recurrentemente: las revoluciones se hacen con sangre o con tiempo; quien quiere
ahorrar tiempo, debe gastar más sangre, y quien quiere ahorrar sangre debe emplear
más tiempo. Pero la izquierda creía que no era cuestión de esperar: la proa del
proceso no estaba puesta en dirección de revolución alguna.
Sin embargo, la Corte Suprema de Justicia y el equipo económico, seguían
produciendo algunos hechos que habrían alentado a la izquierda, si el pleito con la
derecha –y el partido tomado por Perón– no hubiesen provocado un eclipse y
ocultado todo otro aspecto de la realidad.
El día 2, la Corte falló en contra de la Ford Motor Argentina un juicio en el que esa
empresa multinacional pretendía descontar, de su balance impositivo, los intereses
pagados a la Ford Motor Co. de los Estados Unidos por la financiación de bienes
que la casa matriz había “vendido” a su filial argentina.

Misión a Europa oriental

El 7, Gelbard y una numerosa comitiva partieron rumbo a la Unión Soviética,


Polonia, Checoslovaquia y Hungría. Volvieron el 13, con varias cosas entre manos:
la URSS financiaría (600 millones de dólares a 10 años, con un interés de 4,5 por
ciento anual) una importante obra hidroeléctrica, cooperaría en la conclusión de
otra, montaría una refinería de petróleo y una planta de arrabio, y proveería
perforadores de profundidad y unidades de cracking catalítico para la empresa estatal
de petróleo, además de otros equipos, todo en base a créditos amplios y generosos.
Checoslovaquia se asociaría con el Estado argentino para fabricar turbinas
hidráulicas y de vapor, y con una empresa privada de capital argentino para fabricar
generadores.
Polonia se asociaría con el Estado para explotar una cuenca carbonífera y encarar un
proyecto de desarrollo pesquero. Quedaba abierto, además, un crédito de 100
millones de dólares para la provisión de maquinaria.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

Hungría estaba interesada en la fabricación conjunta de locomotoras, grúas


portuarias y equipos de telecomunicaciones.
Gelbard reseñaba de este modo las ventajas de los acuerdos logrados y, en general,
de la política económica externa: “Al impulsar la exportación de bienes
manufacturados, modificamos nuestra estructura de producción, reduciendo la
importancia relativa del sector agropecuario, cosa que cambiará las fuentes
tradicionales del poder en el país. Además, desarrollamos una red más extensa de
clientes y proveedores, con lo que se diluye nuestra dependencia, tanto económica
como tecnológica. En los nuevos mercados, encontramos demandas no influidas
por la propaganda, lo que permite a nuestros productos competir en calidad y
precio. Todo esto ayudará a que evitemos las crisis periódicas de la balanza de
pagos, que hasta ahora ha sido el freno principal para nuestro crecimiento
independiente”.
Los comunistas argentinos señalaron que los acuerdos celebrados por el equipo
económico no generaban dependencia económica, ni financiera, ni técnica, dado que
no se habían llevado a cabo con “monopolios imperialistas, cuyo objetivo es el logro
de “máximos beneficios” sino con “democracias populares”.
El 21 de mayo, el órgano de la Juventud Peronista dijo: “Estamos de acuerdo en la
importancia que adquiere la política económica exterior, aunque sea conducida y
beneficie fundamentalmente al gran empresariado nacional”. Pero puntualizó: “no
estamos conformes con el Pacto Social porque no es peronista… Está hecho y
conducido en función de los intereses de un sector de los grandes empresarios
nacionales, que son los que conducen a la CGE, y el otro firmante, la CGT, está
controlada por la burocracia, que tiene claras relaciones con los intereses
imperialistas”. Con todo, el artículo resultaba conciliador (con Perón). Hacia el final,
se volvía profético: “De continuar esta política económica, se producirá, tarde o
temprano, la ruptura del frente de liberación, y se destrozará la unidad nacional.” El
remate era: “Perón o muerte”.

Perón teórico

Mientras tanto, Perón –quien el 1º de mayo, en el Congreso Nacional, había


anticipado la inminente difusión del “proyecto nacional” que propondría al país– se
encargaba de esbozar ese proyecto. El 13 de mayo, explicó:
“Cuando Napoleón, el 14 [sic] de Brumario, toma el poder de Francia, en primer
término como primer cónsul, y después cuando se corona como Emperador, se
encuentra con un problema gravísimo. La Revolución Francesa fue hecha por el
pueblo llano… y las corporaciones, que eran en esa época las organizaciones de
tipo gremial… La revolución se hace contra el clero, la milicia y la monarquía. La
situación del Emperador es difícil, porque él es monárquico. Aspira a establecer una
nueva monarquía que reemplace a la antigua. Entonces, el pueblo llano lo mira un
poco torcido y, como es lógico, no le puede tener confianza, porque si el pueblo ha
luchado contra la monarquía, no se explica el advenimiento de un monárquico.
Asimismo, la monarquía, el clero y la milicia, ven torcido a Napoleón, por ser
revolucionario. Su situación es desesperada cuando toma el gobierno, pero como es

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

un hombre de gran habilidad, llama a la burguesía –que no había intervenido en la


Revolución Francesa y que, en consecuencia, no había sufrido– y le encarga la
organización de lo que él llamó el Estado Nuevo”.

La referencia estaba destinada a suscitar una analogía: encerrado entre el pueblo


llano y los sectores privilegiados, Napoleón, “hombre de gran habilidad”, había
llamado a la burguesía para encomendarle lo que hoy se llamaría un “proyecto”, que
en definitiva consistía en organizar a la comunidad, anulando a las fuerzas extremas
que habían hecho la revolución y pretendían llevarla hasta sus últimas
consecuencias.
El 4 de junio, Perón recibió a los delegados que habían llegado a la Argentina para
participar de un congreso mundial de juventudes comunistas. “Ustedes son hombres
que tienen ideas similares a las nuestras”, les dijo. Y les resumió su visión del
mundo, que ya los argentinos conocían de sobra: “El Hombre cree que él es quien
realiza la evolución, pero el Hombre sólo puede crear sistemas para cabalgar sobre el
proceso”. Al terminar el siglo 20, terminaría “el dominio imperialista” y el “régimen
liberal capitalista”. Habría, por entonces, una crisis mundial de alimentos. Los
países subdesarrollados permanecerían como las grandes reservas. Pero sería
necesario crear sistemas que permitieran “una mejor producción y un mejor reparto
de bienes” porque, de lo contrario, habría que recurrir a la “supresión biológica”.
Este sería un problema que enfrentaría la sociedad universal, porque ya habría
acabado la torpe edad durante la cual los hombres “se mataron para defender
fronteras que sólo existían en su imaginación”.

Rebelión laboral

Los trabajadores, menos filosóficos, pedían reivindicaciones inmediatas. Querían


aumentos de sueldo, y en algunos casos contaban con la conformidad de los
empleadores; pero todo reajuste era una violación al Pacto Social. Se sucedieron, en
pocas semanas, conflictos, huelgas y ataques al Pacto.
El 11 de junio, la vicepresidente apareció por radio y televisión. En un mensaje al
país, Isabel atacó a los especuladores (“clase inmoral, carente de sensibilidad social”)
y a los irresponsables que demagógicamente impulsaban reivindicaciones que no
podían ser atendidas.
¿Por qué Isabel dirigió aquel mensaje? ¿Por qué no Perón?. Las conjeturas se
sucedieron, y fueron multiplicadas por una sorpresiva declaración de López Rega:
“Si Perón se va, también lo hará la señora vicepresidente y este humilde servidor”.
La CGT comenzó, de inmediato, la organización de un acto en Plaza de Mayo, el día
siguiente.
El 12, fue Perón –esta vez sí– quien habló por radio y televisión. El mismo reiteró,
entonces, la amenaza de irse, al “menor indicio” de que el suyo fuera “un sacrificio
inútil”. Dijo que era necesario “depurar de malezas” el proceso, y acusó a “algunos
firmantes de la gran paritaria” (se supuso que eran los empresarios dispuestos a dar
aumentos) de “no cumplir el acuerdo”. También atacó a “minorías irresponsables”

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

que alentaban reclamos: “los acuso de sabotear la Revolución Nacional”. Al pueblo


le pidió “no sólo que los identifiquen claramente, sino que los castigue como
merecen… Los que hayan violado las normas salariales y de precios, como los que
exijan más de lo que el proceso permite, tendrán que hacerse cargo de sus actos”.
Luego, desde los balcones de la casa de gobierno, Perón habló a la multitud que se
había congregado en la plaza. “Tenemos enemigos que han comenzado a mostrar
sus uñas”, dijo, y reiteró su peligrosa invitación a que cada ciudadano se
transformara en “un vigilante observador” y actuara “de acuerdo con las
circunstancias”. También habló de su posible ausencia, ya no por renuncia:
“Algunos aspiran a una sucesión de tipo personal”, advirtió, y desalentó a quienes
tenían tal aspiración: “El único sucesor de Perón será el pueblo argentino”. Sin
saberlo, al decir eso le estaba dando una bandera a la Juventud Peronista, que no se
había resuelto, pese a todo, a romper con el Líder. El moriría dieciocho días más
tarde, y los jóvenes izquierdistas enrostrarían a Isabel y López Rega que Perón no
tenía –por expresa disposición de él mismo– más sucesores que el pueblo.
Claro, no todo el legado se respetaría. El 17 de junio, ante dirigentes sindicales,
Perón –a la vez que cedió en cierta forma a los reclamos populares, aceptando que
se impusiera a las empresas públicas y privadas el pago de medio “aguinaldo”
[medio sueldo extra, pagadero en julio]–, sentenció: “Nadie saldrá beneficiado en
romper el Pacto Social… Primero hay que juntar y después repartir”.
En los últimos días de Perón, además, los enemigos de la izquierda hicieron algunos
avances. El gobernador de Mendoza, Roberto Martínez Baca, había sido removido
(en este caso, por la legislatura provincial) y Perón había intervenido la provincia.
López Rega (ex cabo de policía, exonerado en 1962) se hizo reincorporar a la Policía
Federal y ascender, por decreto, a la máxima jerarquía: poco después, haría algunas
apariciones públicas exhibiendo el uniforme de comisario general.
Perón, por último, firmó –en su lecho de enfermo– un decreto aceptándole a
Cámpora la renuncia, no presentada, a su cargo de Embajador. Era un acto
simbólico, que luego sería interpretado como signo de una última voluntad del Líder:
acabar con la izquierda peronista.

La muerte de Perón

Al día siguiente, se informó que el presidente padecía “una gripe”. Su esposa,


acompañada por López Rega, estaba en Europa: iba a participar en la asamblea de
la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en Ginebra, donde atacaría a las
empresas transnacionales. “Los grandes monopolios internacionales no reconocen
patria y sólo persiguen la idea de lucro por el lucro mismo y cuando benefician a la
humanidad, por el avance tecnológico que despliegan, lo hacen de un modo
incidental”, diría Isabel en su discurso leído ante burócratas, empleadores y
sindicalistas del mundo entero.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

López Rega no se quedó a escuchar el discurso de la vicepresidente. El 23 de junio,


regresó de improviso a Buenos Aires. Isabel llegó cinco días más tarde –una vez
hecha su presentación en la OIT– y pocas horas después de su arribo se informó, la
noche del 28, que Perón padecía “desde hace doce días”, “una broncopatía
infecciosa que, por su intensidad, ha repercutido sobre su antigua afección
circulatoria central”.
En la mañana del 29, Isabel asumió “interinamente” la presidencia de la República.
Poco antes, Balbín se había pronunciado por el mantenimiento de la legalidad, “no
importa que tenga pollera o pantalón”.
Hasta el 1º de julio, los partes oficiales trataron de restar gravedad a la enfermedad
de Perón. Ese día, a las 10.25 a.m., se anunció una “brusca agravación”. Minutos
más tarde, se supo que el presidente había sufrido “un paro cardíaco que ya ha sido
controlado”. A mediodía, se admitió oficialmente que Perón estaba en “estado
gravísimo”, y a la 1:35 p.m. se informó el cuadro que acababa de agudizarse aún
más. En verdad, a esa hora Perón ya estaba muerto.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

GOBIERNO DE ISABEL

López Rega, detrás del trono

A las 2.50 p.m., María Estela Martínez de Perón protagonizaría, ante las cámaras de
televisión, una de las escenas más patéticas de la historia contemporánea de la
Argentina. La otra, también la había producido el peronismo, y también una mujer:
Eva Perón, demolida por el cáncer, sostenida por las manos de su esposo,
renunciando desde un balcón ante el pueblo, que –tanto como ella– sabía o
presentía que estaba muriéndose, y la reclamaba. Eso había ocurrido en 1951.
“Con gran dolor, debo transmitir al pueblo el fallecimiento de un verdadero apóstol
de la paz y la no violencia”, dijo la viuda de Perón este 1º de julio de 1974. Y
anunció, a continuación, que había asumido la Presidencia de la República.
Minutos más tarde, se divulgó el parte médico: “El teniente general Juan Domingo
Perón falleció a las 13,15 horas”.
El país se sintió, de pronto, en la orfandad. Como si fuera un feudo donde, muerto
el señor feudal, todos quedaran desamparados. La fantasía popular imaginaba que,
después de ese día, ningún mal sería evitable. La gente se estremecía ante la primera
plana de un periódico, que lanzó rápidamente una edición extra a la calle: decía, con
letras que ocupaban la mitad de la página, simplemente:
MURIÓ
Las radios y las televisoras del país estaban en cadena. Transmitían nada más que
música sacra. De pronto, ya avanzada la tarde, la voz grave de un locutor anunció al
Ministro de Bienestar Social, y López Rega apareció para decir, en tono dramático:
“Con gran pesar, debo confirmar al pueblo argentino la infausta noticia del paso a la
inmortalidad de nuestro líder nacional, el general Perón”.
¿Por qué debía “confirmar” López Rega lo que había anunciado la propia jefa del
Estado, viuda de Perón, y los médicos que habían asistido al extinto presidente?.
Luego se dijo que, una vez certificada la defunción por los médicos, López Rega
había intentado “resucitar” a Perón, y la “confirmación” de la muerte no había sido
sino la confesión de su fracaso. También había sido –y esto preocupaba a mucha
gente– una manera de demostrar que, a partir de allí, él tendría el poder, y hasta los
actos de la Presidente necesitarían de su “confirmación”.
El velatorio de Perón transcurrió durante tres días. El país estaba paralizado. La
ciudad de Buenos Aires era una inmensa casa mortuoria: el féretro se exhibía en un
salón del Congreso, en el centro de la ciudad, y gente –venida de todas partes–
formaba colas que se extendían por cuadras y cuadras, en las frías calles porteñas.
El entierro fue el 4 de julio. Hubo una decena de oraciones fúnebres, pero ninguna
impresionó como la de Balbín: “No sería leal si no dijera… que vengo en nombre

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

de mis viejas luchas, que por haber sido claras, sinceras y evidentes, permitieron en
estos últimos tiempos la comprensión final. Por haber sido leal en la causa de la
vieja lucha, fui recibido con confianza en la escena oficial que presidía el Presidente
muerto… Y hoy, este viejo adversario despide a un amigo”.
Hacia el final, el líder opositor se volvió hacia Isabel: “Yo le digo, señora Presidente
de la República: los partidos políticos argentinos estarán a su lado, en nombre de su
esposo muerto, para servir a la permanencia de las instituciones argentinas, que
usted simboliza en esta hora”.
Balbín se esforzaba –como antes Perón– por “salvar el sistema”. La Iglesia estaba de
acuerdo: en las mismas exequias, el arzobispo de Buenos Aires, recordó que el país
debía “a la clarividencia” de Perón, el haber buscado y obtenido el diálogo con los
dirigentes políticos y “aproximar a empresarios y obreros” impidiendo “una lucha
de clases, hasta hace poco, inevitable”.
Se trataba de saber, ahora, si Isabel aceptaba “reinar”, dejando que la “comunidad
organizada” –los partidos políticos, la CGE, la CGT, también la Iglesia y los
militares– continuaran la tarea de Perón.
López Rega era visto como un obstáculo y, por eso, muchos se alegraron cuando, el
día 5, Isabel reunió a todos sus ministros, todos los legisladores nacionales, los
comandantes en jefe de las tres armas, las directivas de la CGE y la CGT, y Balbín.
Creyeron entender que la presidente ensayaría un gobierno de ancha base, donde
acaso no hubiera, siquiera, lugar para su cuestionado colaborador.
Sin embargo, ese mismo día López Rega fue confirmado como ministro y secretario
de la presidente.

Peligra el Pacto Social

Por esos días, las “62 Organizaciones” –los sindicatos peronistas– comenzaron a
desempeñar un papel cada vez más notorio. La CGT, que a pesar de ser dominada
por los peronistas, también incluía a sindicatos en los cuales imperaban otras
corrientes, se vio opacada. Su secretario general, Adelino Romero, murió pocos días
después que Perón, víctima de un paro cardíaco. Fue reemplazado por Segundo
Palma, quien presidía una directiva integrada, en su mayoría, por hombres de las “62
Organizaciones”, junto a representantes de una corriente que había sido expulsada
de ese sector años antes.
Lorenzo Miguel, líder de esas “62 Organizaciones”, se encargó de ir haciendo más
importantes a esa congregación que a la misma CGT.
Esto no resultaba propicio para la continuidad del Pacto Social: la CGT era, pese a
las críticas que recibía, más representativa de la clase obrera que la fuerza dirigida
por Miguel y constituida por la "burocracia sindical" peronista.
No era ésa la única amenaza que pesaba sobre el Pacto Social. El déficit estatal, el
alza del petróleo, la “inflación importada” y el desabastecimiento, habían
repercutido en los salarios. En los hechos, los perjudicados eran aquellos a quienes,

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

según sus enunciados, la política económica se proponía beneficiar: los trabajadores


y el empresariado menor.
Entre los obreros, la reacción no había estallado hasta entonces porque ellos
confiaban en Perón. Con todo, el 12 de junio, cuando el propio Perón se viera en la
necesidad de llamar al pueblo y amenazar con su renuncia, se había comprobado lo
difícil que sería llevar adelante los planes de Gelbard. Este era, además, el hombre
que había quedado más desprotegido a la muerte de Perón: enfrentado por Lorenzo
Miguel, mantenía difíciles relaciones con López Rega. Adelino Romero, que era su
aliado, también había muerto. ¿Quién iba, ahora, a pararle las huelgas y acallar a los
disconformes?. A pocas horas de enterrado Perón, ya un semanario –ligado a las “62
Organizaciones” y afín a López Rega– había exigido la renuncia del ministro de
Economía. A todo eso, se sumaba la corrosión que Gelbard sufría en sus propias
bases: la Unión Industrial Argentina comenzaba a conquistar posiciones dentro de la
CGE, que había sido manejada –desde su creación, en 1950– por el propio Gelbard.
Los grandes propietarios rurales, por último, resistían la política reformista del
ministro, y proyectaban formar (con apoyo de la rancia Sociedad Rural), una
Confederación General Agraria (CGA), al mismo nivel que la CGE y con todas las
posibilidades de un entendimiento con la UIA.
La izquierda peronista, aun a regañadientes, se volcaría a favor del equipo
económico. En la opción, preferiría recostarse sobre ese sector del gobierno, que
tenía por adversarios a los enemigos de la izquierda. Además, los intereses urbanos
de ese grupo lo enfrentaban a los terratenientes; y el espíritu comercial lo había
llevado a practicar la apertura hacia los países socialistas. Aunque fuera por la vía de
los negocios, ese sector había adoptado, así, una posición de amplitud ideológica,
que contrastaba con el maccarthysmo de la derecha peronista, la cual había llegado a
lanzar la caprichosa consigna “Gelbard bolche [comunista]”. El favor de la
izquierda, sin embargo, no aumentaría el poder del ministro y, en cambio, lo tornaría
más vulnerable.
Esa izquierda estaba aislada. Perón –a quienes los montoneros velaron con el mismo
dolor que habrían demostrado si él no los hubiese expulsado de la Plaza de Mayo,
sesenta días antes de su muerte– le había quitado poder y la había dejado a merced
de sus enemigos.
El 15 de julio, los montoneros mataron a Arturo Mor Roig, un radical que había sido
ministro del Interior de Lanusse, y había conducido el proceso que llevó a la
elección de Cámpora, en 1973. Mor Roig estaba acusado de haber inspirado las
cláusulas con las cuales Lanusse procuró evitar el ascenso del propio Perón a la
presidencia. En verdad, el ex ministro había urdido varias tramas para forzar un
resultado propicio a los militares; sin embargo, en vastos sectores había ganado
consideración como hombre moderado y ecuánime, por lo cual su asesinato
provocó una reacción general adversa.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

López Rega y sus poderes

López Rega, mientas tanto, estructuraba su poder político. Por esos días, un amigo
de Perón publicó en España un artículo en el que evocaba el papel desempeñado
por el propio López Rega durante los últimos años del exilio del Líder: “Ejercía la
futurología y las ciencias ocultas de la predestinación, con mejor presentación
científica que las gitanas españolas… Decían que conducía a Perón con los astros,
como los astrónomos del siglo XVII. Isabel y López Rega se adueñaron finalmente
de la situación. Perón ya no era más que un faquir”. López Rega pertenecía a la logia
espiritista Anael, y aparentemente Isabel había sido convertida a esa secta.
El 20 de julio, un diario de Porto Alegre, Brasil, publicó fotos de López Rega
arrodillado ante el “cacique” de otra secta, Umbanda, en el llamado “templo del
sol”. El “cacique” era citado por el periódico jactándose de una vieja amistad con el
ministro argentino.
En agosto, comenzó el gobierno de Isabel. Pasado el largo duelo, la presidente
retocó el gabinete: en el ministerio de Educación, reemplazó a Jorge Taiana –
acusado de favorecer a la izquierda– por el derechista Oscar Ivanisevich. También
nombró nuevos ministros de Interior y Defensa.
Gelbard, entre tanto, logró un transitorio fortalecimiento. Durante todo agosto,
circularon versiones sobre un pacto del ministro de Economía con López Rega. El
28, la revista Las Bases –dirigida por la hija del propio López Rega e inspirada por
él– publicó un extenso reportaje a Gelbard. El ministro de Economía aparecía allí
sosteniendo: “López Rega y yo somos parte de un equipo de seres humanos que
luchan por al misma causa… Él es un hombre laborioso, muy activo. Nunca está
quieto. Está siempre a disposición. Por eso lo distinguía el teniente general Perón y
por eso goza de la confianza de la señora Presidente de la República. Siempre lo he
visto como un componente familiar del matrimonio Perón. Diría, en lo personal,
que da una clara sensación de ser un hombre de grandes lealtades y muy directo en
su forma de actuar”.
¿Qué razones tenía López Rega para pactar con un hombre que –según indicios
previos– no era de su simpatía y que, en apariencia, ganaba más que el propio López
con el acuerdo? Se dijo que, a diferencia del ministro de Bienestar Social, Gelbard
gozaba de respaldo militar; pero lo más probable es que el acuerdo entre ambos
haya respondido al impulso de la propia Isabel: la inexistencia de equipos de
recambio homogéneos y confiables, la obligaba a retener a Gelbard. Pero no podía
hacerlo si eso implicaba gobernar con un gabinete dividido.
El pacto fue fugaz, pero le dio margen a Gelbard para remover al tituar del Banco
Central, Alfredo Gómez Morales, que se había convertido en uno de sus principales
adversarios internos.
Por esos días, la presidente cedió a la presión de dos sindicatos –el de petroleros y el
de telefónicos– adoptando medidas que, además de satisfacer un reclamo gremial,
tenían la virtud de mostrar audacia y congruencia con el nacionalismo pregonado
por Perón. Así, Isabel estatizó todas las estaciones de servicio de las petroleras
privadas, especialmente Shell y Esso [Exxon]. También resolvió anular unos

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

contratos que la empresa telefónica del Estado había celebrado con dos
multinacionales para la provisión de materiales y equipos.
Esa ola de nacionalismo populista esperaba ahogar las críticas a la conducción
económica. Sin embargo, también iba a generar recelos en las empresas privadas,
que ya estaban inquietas por otros problemas.
Ese mismo mes, una de las principales fábricas de automóviles declaró –y mantuvo
varios días– un lock out, alegando que el desabastecimiento de partes, y los precios
no rentables fijados a los autos, impedían seguir produciendo.
También había reclamos obreros.
Gelbard, por su parte, se veía sometido a un acoso personal, a raíz del contrato que
una empresa –en la cual él tenía intereses– había suscrito con el gobierno de
Lanusse. Se sostenía que el Estado había favorecido en forma indebida a esa
empresa, como resultado de una connivencia entre ésta y ciertos funcionarios.

Rebrota la guerrilla

La violencia, entre tanto, no cesaba. A medidos de mes, el ERP asaltó con éxito una
fábrica de armas, en Córdoba, donde los guerrilleros se apropiaron hasta de un
equipo antiaéreo. Como contrapartida, sufrieron un revés en la provincia de
Catamarca, donde un intento de copar el regimiento local fue reprimido con
violencia por fuerzas del Ejército y la policía.
El 20 de agosto, al tiempo que los gobernadores suscribían un documento en el cual
se comprometían a “combatir y erradicar la violencia contrarrevolucionaria”, la
presidente hizo públicas sus felicitaciones al ministro de Defensa por “la brillante y
abnegada labor que cupo a las Fuerzas Armadas durante la lucha antisubversiva
desarrollada en la provincia de Catamarca”, durante la cual habían muerto varios
guerrilleros.
El 28, el gobierno convocó al pueblo a la Plaza de Mayo y, remedando a Perón,
Isabel arengó desde los balcones de la casa de gobierno. Aseguró que, detrás de su
“apariencia frágil”, había una gran fortaleza: “Tengo dos brazos, y en una mano a
Perón y en la otra a Eva Perón. Perón y Eva Perón sacrificaron sus vidas en aras y
por amor al pueblo… Como alumna de Perón, cumpliré fielmente su doctrina, caiga
quien caiga y cueste lo que cueste”.
Isabel se autoproclamaba heredera política de Perón y Eva. La izquierda peronista,
no lo aceptaba. Los jóvenes llamaban Eva Perón a María Eva Duarte [nombre
completo y apellido de soltera de Eva], pero le decían María Estela Martínez o
Isabel Martínez a la presidente.
Esa era, de todos modos, una inocente sutileza. Al anunciar su retorno a la
clandestinidad, los montoneros demostraron en agosto que no pensaban agotarse en
sutiles cuestiones de apellidos. Volverían a las armas. Acaso, repetirían sucesos tan
escalofriantes como el que narrarían el 3 de setiembre en su semanario La Causa
Peronista, que fue clausurado de inmediato. “Mario Firmenich y Norma Arrostito
cuentan cómo murió Aramburu”, anunciaba la portada. Dentro, un minucioso

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

relato del secuestro, “juicio” y “ejecución” del ex presidente de facto. Los dos
montoneros evocaban hasta los más ínfimos detalles de aquella operación, culminada
en el sótano de una casa de campo, donde el propio Aramburu dio la orden a su
ejecutor, Fernando Abal Medina, quien le apuntaba al pecho: “Proceda”.
Junto con el relato, los montoneros incluyeron un facsímil de lo que –afirmaron– había
sido la respuesta de Perón al informe que, luego de matar a Aramburu, ellos le
habían enviado: una esquela, con la firma del Líder, donde éste consignaba “Estoy
completamente de acuerdo y apruebo todo lo actuado”. Un semanario de
ultraderecha, ajeno al peronismo –la revista Cabildo– se quejó, a mediados de
septiembre, de que nadie hubiese desmentido a los montoneros, negando la
autenticidad de la esquela: ni el partido peronista, ni el gobierno, ni Isabel en su
calidad de viuda de Perón.
El ERP, mientras tanto, realizó por esos días una conferencia de prensa clandestina.
Frente a varios corresponsales extranjeros, el jefe de la organización anunció que la
organización mataría a l6 militares: uno por cada uno de los guerrilleros muertos en
Catamarca. La ley del Talión comenzó a aplicarse pocos días después: primero, cayó
un general; luego, un capitán. “Quiera Dios que estas provocaciones no obliguen a
la Nación a desatar todo el poder de combate de sus instituciones armadas, porque
en el ejercicio de su fuerza aplastante, muchos argentinos justos podrían vivir
momentos de angustia que no merecen”, dijo el Comandante General del Ejército
en el sepelio del general. “El Ejército no cejará hasta lograr el total exterminio de los
enemigos de la Patria”, prometió el mismo Anaya en el entierro del capitán.
El gobierno, por su parte, reincidía en las reformas a la legislación penal. A los
asesinos (no descubiertos) de los dos oficiales, les correspondía cadena perpetua, sin
necesidad de reformar nada. Sin embargo, ambos crímenes vinieron a reforzar la
idea –falsa, desde luego– de que había violencia porque la ley era benigna.
Las reformas srivieron obtener “beneficios secundarios”. La legislación
antisubversiva incluyó restricciones a la prensa, jueces especiales para los periodistas,
y castigos para los huelguistas. El ejercicio del derecho de huelga sería, a partir de
allí, un delito, toda vez que el gobierno declarase ilegal un paro.

La “triple A”

Sin embargo, no era la ley penal –con todas sus reformas– lo más temible. Aquel
mes de setiembre, hizo su aparición la Alianza Anticomunista Argentina (AAA), una
secta violenta que vino a inaugurar una nueva técnica criminal: el asesinato
intimidatorio, que cumplía la doble finalidad de suprimir a un enemigo y amedrentar
a otros. La técnica de la organización (o la de los diversos grupos que se
identificaban con la sigla AAA), era la siguiente:
 Hacían ostensible su falta de temor por las consecuencias que los “operativos”
podían acarrearles. Para ello, actuaban a la luz del día, en automóviles dotados de
ruidosas sirenas, y haciendo ostentación de armas.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

 Secuestraban, sin necesidad, a sus víctimas. Según todos los indicios, no sacaban
provecho del secuestro: no obtenía información ni rescate. Se llevaban a una
persona para “ejecutarla” casi de inmediato.
 Las “ejecuciones” eran practicadas en lugares abiertos y tenían todas las
características del “castigo ejemplar”. No se limitaban al “fusilamiento”. Las
víctimas eran destrozadas con descargas excesivas o con explosivos, para demostrar
a los sobrevivientes la irrestricta disposición de la “triple A” al exterminio de sus
enemigos.
 Esos antecedentes hacían que la mayoría de quienes recibían amenazas de la “triple
A”, no las desestimaran. La organización –incapaz de matar a todos los “marxistas”
que creía reconocer– no sólo lograba sus objetivos “ejecutando” víctimas, sino
también intimidando.

En setiembre, la “triple A” ultimó a un diputado de la izquierda peronista, al ex


vicegobernador de Córdoba y a un abogado marxista, hermano del ex presidente
Frondizi. Pero también logró, mediante amenazas, que cinco actores, un ex ministro
(Jorge Taiana) y varios intelectuales, emprendieran el camino del exilio. Dos ex
rectores de la Universidad de Buenos Aires, por su parte, pidieron –y lograron– el
asilo de la embajada mexicana. En apariencia, nada les impedía salir del país, pero
ambos habían sido amenazados y ya el hijo de uno de ellos había muerto al estallar,
en su casa, una poderosa bomba. Los ex rectores alegaron que el gobierno argentino
era “impotente” frente al terror y que, de hecho, las amenazas de muerte se
cumplían en la Argentina de manera “inexorable”. México aceptó el argumento.
Por una u otra vía, muchas figuras de relieve salieron del país, y otras –como un
diputado de la izquierda no peronista– optaron por recluirse en “algún lugar” de la
Argentina. El heroísmo no le podía ser exigido a nadie: había una gran
desproporción entre los riesgos ciertos a los que se exponía alguna gente, y los
magros frutos de su sacrificio. Esa gente, abandonaba. Nadie tuvo derecho a
juzgarla. Pero cada deserción era otra victoria del terror.

El oscurantismo

La derecha no sólo contestaba a la violencia de la guerrilla. Amparándose en la


necesidad de derrotar al marxismo en todos los ámbitos, tomaba posiciones en
diversos campos. En ese violento mes de setiembre, el ministro Ivanisevich se
atrevió a sostener que la investigación científica “exige un gasto que no pueden
soportar los países en desarrollo”. Al ministro le parecía un despropósito que la
Argentina desperdiciara 12 millones de dólares anuales en investigación, y que los
científicos no hicieran “ningún invento”. Edison –recordó Ivanisevich– no era
universitario, sino un simple vendedor de diarios. Citando al cardenal Newman y a
Ortega y Gasset, el ministro sostuvo que “la Universidad no es el lugar adecuado
para la investigación” y que ésta “debe hacerse en las empresas”.
Las afirmaciones de Ivanisevich provocaron la renuncia del Secretario de Estado de
Ciencia y Tecnología.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

El 17, Alberto Ottalagano –acusado por muchos de fascista– fue designado


interventor en la Universidad de Buenos Aires. En los días subsiguientes, centenares
de profesores, verdadera o supuestamente enrolados en la izquierda, fueron
despedidos. Un aire inquisitorio empezó a respirarse en los claustros. Ni siquiera el
laboratorio del bioquímico Luis Federico Leloir, premio Nobel (1970), se eximió de
la sospecha: un diario que promovió la intervención del laboratorio denunció que
también allí había “infiltración marxista”.
Las nuevas autoridades universitarias suspendieron la carrera de Psicología y
eliminaron de la bibliografía, en todas las escuelas de humanidades, las obras de
Sigmund Freud. Por supuesto, la literatura marxista –sobreabundante en las
universidades argentinas hacia 1973– ingresó en el index.
Los estudiantes, por otra parte, eran sometidos a un severo régimen disciplinario. El
caos de la época montonera fue reemplazado por un sistema policial: 2000 “celadores”
quedaron encargados de preservar el orden en las aulas.
Eso era en Buenos Aires. La Universidad de La Plata, entre tanto, era descabezada
por la “triple A”, que asesinó a dos de sus más altos directivos y forzó la renuncia
del amenazado rector.

Ley de Contratos de Trabajo

El gobierno daba, así, una imagen de oscurantismo. Al mismo tiempo, aspiraba a


lucir como progresista, y el 20 de septiembre la CGT convocó al pueblo a la Plaza
de Mayo, para agradecerle a Isabel la Ley de Contratos de Trabajo, sancionada
pocos días antes. Se trataba de una ley proyectada en vida de Perón, que no
introducía reformas drásticas en la legislación laboral, pero sistematizaba normas
dispersas y daba fuerza de ley a algunos criterios jurisprudenciales que beneficiaban
a los trabajadores. El instrumento contenía normas para evitar el fraude que los
empleadores solían hacer para evadir sus obligaciones, establecía un régimen
riguroso de seguridad industrial, ampliaba los períodos de vacaciones y aumentaba
las garantías de estabilidad.
Ese día, fue laborable –por disposición de la CGT– sólo hasta las 10 de la mañana.
Fábricas y oficinas hicieron, de ese modo, las veces de puntos de concentración,
desde donde los trabajadores eran conducidos a la histórica plaza. Aun los
empleados públicos –excluidos de la nueva ley– fueron a agradecer a la presidente.
Fue un éxito para Casildo Herrera, quien dominaba, desde el puesto de secretario
adjunto, la poderosa central. Aliado a Lorenzo Miguel, daba órdenes al secretario
general, Palma, hombre del propio Miguel e individuo de escasa personalidad que
obedecía las directivas de su adjunto. Poco después, la situación se sinceraría, con el
alejamiento de Palma y la promoción de Herrera a la secretaría general.
Antes de salir al balcón para arengar a la multitud, aquel 20 de septiembre, la
presidente entregó a Herrera, en acto público que se celebró en la Casa de
Gobierno, un cheque por 250.000 dólares. Era una “donación” para la CGT, pero
no se aclaró en nombre de quién fue hecha por la presidente.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

Hacia fines de septiembre, los argentinos tenían la sensación de haber vivido un mes
dramático. El 27, el comandante general del Ejército confesó que los militares,
“conturbados por la indignación” a que daba lugar cada ataque guerrillero, sentían
que la mente se les estremecía y nublaba. Otros sectores –los que lloraban a los
muertos por la “triple A”– se conturbaban, se estremecían, se nublaban más
secretamente; sin micrófonos que recogieran su exaltación, simétrica a la de los
militares.
El ministerio de Economía procuraba dar aliento con cifras. Según sus cálculos, en
el primer semestre del año el producto bruto interno había crecido 6,2 por ciento,
con respecto a igual período del año previo; y la demanda interna había sido 6,3 por
ciento mayor. El aumento de esa demanda –informaban los técnicos oficiales– era
resultado del incremento en el salario real, que había sido de 19,1 por ciento. Lo que
había bajado, en un año, era la desocupación: de 6,1 pro ciento a 4,2 por ciento de la
fuerza de trabajo. El balance de pagos era positivo, la deuda externa de corto plazo
había disminuido y había más reservas de divisas.
Esos números no salvarían a la conducción económica. Por un lado, los discutían
los críticos externos, como un ex ministro de posición conservadora, según el cual
“en menos de un año y medio, la emisión monetaria” había superado “dos veces y
media la de los cien años anteriores”. Desde otro lado, los dirigentes sindicales,
desmentían el alza del salario real. Estadísticas privadas intentaban demostrar que,
en realidad, el poder adquisitivo de los sueldos se había reducido 14 por ciento en
seis meses.
Por esos días, Gelbard debió ser llevado de urgencia a una unidad coronaria: un
ataque cardíaco que logró superar, le daría más tarde un motivo para satisfacer,
renunciando, los deseos de adversarios variados.
La ley antisubversiva –que prometía cárcel al director de cualquier medio de difusión
que informara sobre actividades guerrilleras– empezó a regir el 2 de octubre. Ese
día, el ERP asesinó a un militar. Un vespertino tituló, entonces: “Sorpresivamente
falleció un capitán del Ejército”. Otros periódicos, aún más prudentes, escondieron
la información, pese a que ella tenía origen en el propio Ejército. La autocensura se
sumaba así a las drásticas medidas oficiales: a esa altura, el gobierno ya había
clausurado “definitivamente” tres diarios de izquierda, dos semanarios vinculados a
la guerrilla, una revista humorística y numerosos órganos de circulación limitada.
El 4 de octubre, el rector Ottalagano anunció que, a partir del año siguiente, los
nuevos estudiantes universitarios recibirían –en todas las facultades– un curso de
doctrina. Entre los profesores designados para dictar ese curso, figuraba Jaime María
de Mahieu, quien lamentó en uno de sus libros que la raza aria, “llevando la higiene
y la medicina a los pueblos inferiores”, hubiera “multiplicado a sus adversarios” y
roto “el equilibrio étnico del planeta”.
En cuanto a la situación general del país, Ottalagano dijo que, entre quienes
mataban “por” la patria y quienes mataban “contra” la patria, lo que correspondía
era estar con los primeros.
Isabel, en tanto, procuraba dar otra imagen. El 8 de octubre –día en el que Perón
habría cumplido 79 años– presidió una reunión, radiotelevisada, con los principales
líderes políticos del país. Balbín subrayó, en esa reunión, que la presidente debía

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

evitar los “microclimas”: una clara y pública alusión al papel aislante que cumplía
López Rega.
Los dirigentes políticos se pronunciaron, de forma unánime, contra toda clase de
terrorismo. Entre ellos, el de los grupos parapoliciales. “El orden debe restablecerlo
el Estado (y no bandas armadas)”, sostuvo el ex presidente Frondizi.
Pocos días después, en la revista inspirada por López Rega apareció una nota que
defendía a los grupos parapoliciales: “¿Es que acaso la guerrilla tiene uniformes o
distintivos o autos con leyendas? No. Por el contrario, la guerrilla se pone uniformes
militares y policiales robados. Es decir, se disfraza para actuar… ¿Por qué asustarse
si quienes combaten a la violencia se disfrazan, a su vez, de civiles?”.
Los militares, por su parte, ya empezaban a pensar en su retorno. “Nuestra hora ha
sonado… En cualquier momento seremos llamados a actuar… y ahora no
fallaremos”, dijo, sin ambigüedad, un general el 10 de octubre. El 16, los montoneros
robaron, en el cementerio de la Recoleta (Buenos Aires), el ataúd que guardaba los
restos de Aramburu. No lo devolverían –anunciaron– hasta que no reaparecieran los
restos de Eva Perón, desaparecidos en 1955.

Cae Gelbard

El 17 (primer 17 de octubre sin Perón, desde aquél de 1945 que había convertido al
entonces coronel en un líder de masas) Isabel, que venía de una breve gira por el
noroeste del país, presidió el mitin tradicional, desde los balcones de la casa de
gobierno. López Rega estaba a su lado, dándole indicaciones tan ostensibles que se
hizo claro su deseo de demostrar el poder que ejercía sobre la presidente.
Rescatando algo del nacionalismo peronista, sin embargo, Isabel anunció ese día la
“argentinización” de tres empresas extranjeras; una de ellas, filial de la ITT.
Recurrió, también, al otro ingrediente exigido por la receta de su extinto esposo –el
populismo– y convocó a una Gran Paritaria Nacional para reajustar salarios, pese a
la resistencia que oponía a tal reajuste el ministro de Economía.
Era el fin de Gelbard. Al día siguiente, la CGT –que hasta entonces había sido
favorable al proyecto de ley agraria– anunció: “Apoyamos la iniciativa de dictar una
ley agraria, pero no avalamos el contenido de un anteproyecto que habría sido
elaborado”. La central obrera se sumó así a la Sociedad Rural y otros sectores que
atacaban a Gelbard por su intento de expropiar –mediante indemnizaciones
diferidas, pagaderas en bonos– las tierras ociosas o mal explotadas. “Es un atentado
contra la propiedad privada”, decían los terratenientes, que se habían opuesto a la
idea. Ahora, la CGT también se oponía.
La CGT, en contra. López Rega, en contra. La Sociedad Rural y sus numerosos
voceros –entre ellos, los diarios más tradicionales del país–, en contra. La UIA, que
había amarrado por dentro a la CGE, también en contra. Gelbard estaba solo. El 21,
presentó su renuncia. Con ella, le envió a Isabel una carta reservada, que él mismo
haría pública un año y medio después. En ella le advertía que, muerto Perón, se
habían abandonado poco a poco sus postulados, y en especial la idea de la
concertación (o acuerdo social). “Se está debilitando la unidad nacional”, sostenía,

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

en síntesis, el documento de Gelbard, que alertaba contra el “sectarismo” de quienes


rodeaban a la jefa del Estado.
Con la caída de Gelbard –quien no se había movido de su puesto desde mayo de
1973, pese a la sucesión de presidentes: Cámpora, Lastiri, Perón, Isabel– terminó
una experiencia que, para continuar, habría necesitado de Perón.
En esencia, el programa diseñado y ejecutado por Gelbard había apuntado, primero,
a la estabilidad monetaria, procurada a través de una política de control sobre
precios y salarios. A partir de esa estabilidad forzada, el ex ministro auspiciaba una
apertura comercial, tendiente a buscar en al demanda exterior el factor dinamizante
de la economía argentina. Para financiar el crecimiento de la economía así
dinamizada, Gelbard –en cuyo esquema las inversiones extranjeras desempeñaban
un papel secundario– quiso forzar una mayor producción agropecuaria, gravando la
ineficiencia y expropiando campos abandonados o mal aprovechados. También
intentó arrebatarle al sector privado el manejo de las exportaciones agropecuarias.
Su ambición era transferir ingresos del campo al Estado y, por vía de éste, a la
industria.
A la caída de Isabel, Gelbard –refugiado en los Estados Unidos– sería privado de
sus bienes y de la ciudadanía argentina. Lo acusarían de haber favorecido, de forma
indeterminada, a la guerrilla; criticarían sus buenas relaciones con Brezhnev y con
Castro, así como sus audaces proyectos.
En aquel octubre de 1974, Gelbard fue reemplazado por Gómez Morales, quien lo
había combatido desde dentro del gobierno. El nuevo titular de Economía fue
elogiado por el presidente de la Sociedad Rural. Una de sus primeras medidas fue
reemplazar al funcionario que había redactado el proyecto de ley agraria. En su
lugar, puso a un hombre vinculado al campo, para quien “el peor latifundio es el de
la tierra fiscal”, la cual “debe ser entregada en propiedad” a particulares, no
poniendo límites al máximo “sino al mínimo de tierras a entregar”. Partidario de la
inversión extranjera, Gómez Morales no provocaba las mismas resistencias que su
antecesor. Él era, además, un peronista reconocido y confeso.
La izquierda –aunque sólo veía en Gelbard un empresario con sentido de la
oportunidad, y opinaba que su programa era meramente reformista– juzgó que el
cambio de ministro era un nuevo retroceso. Que se sumaba a los que sufría en otros
campos.
Por esos días, un cuarto gobernador –el de la provincia de Santa Cruz– fue obligado
a abandonar el cargo por supuestas vinculaciones con la izquierda. El Ejecutivo
nacional, además, indultó –con fecha 18 de octubre– al jefe de policía que había
destituido meses antes al gobierno de Córdoba.
En la misma provincia de Córdoba, el 25, un general afirmó:
“El Ejército debe estar listo para actuar”.
La violencia de izquierda se hizo presente, otra vez, el 27: ese día, fue asesinado
Jordán Bruno Genta, uno de los principales asesores de Ottalagano y un convencido
de que “no hay ni puede haber Argentina soberana sin que Cristo y María reinen en
ella”.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

Estado de sitio

El 1º de noviembre, una bomba, instalada en su yate, mató al Jefe de la Policía,


Alberto Villar. Para esa fecha, sumaban 200 los muertos de uno y otro sector en
pugna, subversivos y “fuerzas del orden”, que la guerra intestina había causado en
1974.
El 6, el gobierno declaró el “estado de sitio”, y las garantías constitucionales
quedaron en suspenso. Cuarenta y ocho horas después, el director de la Escuela
Superior de Guerra aseguró que los guerrilleros tenían “los días contados”.
Entre tanto, el nuevo equipo económico dejaba en evidencia que, en materia salarial,
no se proponía ninguna innovación. La Gran Paritaria Nacional había acordado un
aumento de 15 por ciento, y el Ministerio de Economía mantuvo, a ese nuevo nivel,
la congelación. Se anunció que los precios no serían liberados, sino sometidos a una
“actualización selectiva”. El día 11, hablando ante periodistas alemanes, Gómez
Morales afirmó que la política de precios y salarios seguida por su antecesor era
“básicamente correcta”, aunque “carente, en la práctica, de la suficiente flexibilidad”.
El nuevo ministro se diferenciaría, solamente, en una mayor predisposición a los
reajustes.
En la misma conferencia de prensa, Gómez Morales demostró que estaba
interesado en la inversión externa, y aseguró que la Argentina no auspiciaría ni
integraría ningún “cartel” de países productores de carne o trigo, como sugerían por
esos días algunos, entusiasmados por el éxito de la OPEP.

Sindicalistas contra López Rega

La CGT dejaba actuar al nuevo ministro de Economía. Ahora, los cañones de la


dirigencia sindical apuntaban hacia un antiguo aliado: José López Rega. Éste había
hecho crecer tanto su poder, influyendo en la presidente, manejando el Ministerio
de Bienestar Social e intentando poner bajo su dirección el Ministerio del Trabajo
[reducido a Secretaría], que hombres como Herrera y Lorenzo Miguel ya se sentían,
ellos también, víctimas de aquél a quien, en privado, todos llamaban “el brujo”.
A López Rega se le atribuía la idea de crear, para combatir a la guerrilla, un
organismo suprapolicial que, se decía, él iba a controlar directa o indirectamente. La
dirigencia sindical se oponía a la supuesta idea, y mantenía que la lucha contra la
subversión debían monopolizarla las Fuerzas Armadas.
El 12, la CGT rindió homenaje, en el Comando General del Ejército, a los militares
muertos en esa lucha (a quienes, ese mismo día, se agregó un oficial asesinado).
Todo indicaba que los sindicalistas aspiraban a una mayor participación de las
Fuerzas Armadas, no sólo en la acción antisubversiva sino en otras cuestiones. El
propósito era comprometerlas, afianzar la estabilidad del régimen y forzar, además,
la salida de López Rega. En última instancia, el proyecto tenía que conducir a una

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

alianza militar–sindical, para gobernar bajo el reinado de una Isabel libre de otras
influencias.

Los restos de EvaPerón

El 14, los tres comandantes generales se reunieron con el ministro de Defensa y,


luego, con los altos mandos de sus respectivas armas. López Rega, por su parte,
viajó de forma inesperada “a Medio Oriente, para cumplir una misión comercial”.
Tres días después, volvería (de España, no de Medio Oriente) con el cadáver
embalsamado de Eva Perón.
En 1955, tras el derrocamiento de Perón, los militares creyeron oportuno deshacerse
de ese cuerpo embalsamado que –guardado en un cajón con tapa de vidrio–
descansaba, por voluntad de la extinta, en la sede de la CGT. Eva era, aun después
de muerta, objeto de veneración, y un factor perturbador para el gobierno militar. El
féretro fue sustraído y enviado a un lugar del mundo que nunca se reveló. Algunos
presidentes, y los jerarcas de la Iglesia argentina, sabían dónde estaba, pero nunca lo
dijeron. Se suponía que habían sido llevados a Italia, pero nada más. En 1972, como
parte de su estrategia, que procuraba quitarle a Perón todo motivo de reclamo,
Lanusse ordenó que se le devolviera el cuerpo de su extinta esposa. Perón lo recibió
en su casa de Madrid, y allá había quedado luego del traslado de Perón, Isabel y
López Rega a la Argentina.
Nadie esperaba, en 1974, la repatriación de esos restos. La noche del 16 de
noviembre, Isabel dirigió al país un mensaje, anunciando que los despojos de Eva
Perón estaban en viaje y llegarían en la mañana siguiente. Lo improvisado del
operativo quedó de manifiesto cuando la presidente aclaró que, por un tiempo, la
“abanderada de los humildes” no podría ser vista: la cripta donde iba a colocarse su
ataúd, en la residencia presidencial de Olivos, junto a los restos de Perón, no estaba
lista.
A la mañana siguiente, López Rega descendió de un avión, en el aeroparque militar
de Buenos Aires. Junto con él, bajó una corte de civiles: cada uno, llevaba en una
mano una ametralladora; con la otra, sostenía las manijas del féretro en el que volvía
a la Argentina (un 17 de noviembre, igual que Perón, vivo, dos años antes) el cuerpo
de Evita.
Herrera y Miguel no pudieron entrar al aeroparque, fuertemente custodiado.
Debieron ver el arribo de los restos desde lejos, confundidos con el público que se
había reunido en la calle. La CGT manifestaría, horas más tarde, su desagrado por la
“forma súbita y desorganizada” de la repatriación.
Ese mismo 17, en un terreno baldío de Buenos Aires –el sitio donde había estado la
cárcel en la que el gobierno militar fusiló a peronistas insurrectos en 1956– fue
abandonado el féretro con los despojos de Aramburu, que había sido robado el 16
de octubre por los montoneros. El macabro canje se había concretado.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

Se va Ottalagano

Parecía obvio que López Rega, acosado desde varios ángulos, había recurrido a la
repatriación de los restos de Eva Perón para distraer la atención de sus adversarios.
Si ése era su propósito, tuvo la valiosa e involuntaria ayuda del rector Ottalagano,
quien por esos días se encargó de convertirse en el blanco de los mayores ataques.
El 15, Ottalagano había planteado a los argentinos una “prueba de fuego”: debían
optar entre ser peronistas o marxistas. A la disyuntiva estaban sometidos, incluso,
todos los partidos políticos. El rector no reconocía otras posiciones: o peronismo o
marxismo; opción que traducía a términos “teológicos”: “Aquí y ahora hay que estar
con Cristo o contra Cristo… Se ha pretendido una sociedad llamada pluralista y a la
vista están las consecuencias. Nosotros tenemos la verdad y la razón; los otros no la
tienen y los trataremos como tales”.
El ideal de Ottalagano, según lo explicó él mismo, era un Estado que excluyera a los
partidos políticos y se asentara en la Iglesia Católica, las Fuerzas Armadas y la CGT.
Uno de sus principales colaboradores, el interventor en la Facultad de Ciencias
Exactas, declaró que la democracia era “un invento jurídico”. Un grupo que apoyaba
a Ottalagano, por su parte, instó a la presidente a que, “respaldada por las Fuerzas
Armadas”, asumiera la “plenipotencia legislativa” e instalara una dictadura. Todo
bajo el signo de Cristo, porque “los católicos no aceptamos compartir la verdad”.
El 19, la Unión Cívica Radical –el partido de Balbín– condenó la orientación que
habían tomado el ministerio de Educación y la Universidad. El 27, el comandante
general de la marina advirtió que “la Armada argentina rechaza de plano
pensamientos exóticos y pretéritos” y “opondrá toda su fuerza” para impedir la
sustitución de la democracia representativa.
Pocos días después, Ottalagano abandonaría el rectorado de la Universidad de
Buenos Aires.

La presidente busca recuperar terreno

Isabel necesitaba recomponerse: no podía aparecer secuestrada por López Rega. El


esotérico ministro, por un lado, y el insólito Ottalagano, por el otro, habían creado
un clima de anormalidad. Los partidos políticos se alejaban cada vez más del
gobierno. El poder sindical se sentía marginado e intentaba una alianza con los
militares: “la alianza de nuestros dos principales factores de poder”, de la cual “hay
que felicitarse”, según un comentarista. Las Fuerzas Armadas, aceptaban el
homenaje de la CGT, y aunque hacían oídos sordos a los reclamos de la
ultraderecha –deseosa de volver, como lo dijo una publicación de ese sector, a “la
hora de la espada”–, empezaban a considerar la eventualidad de asumir el gobierno.
La guerrilla contribuía a despertar, en algunos sectores castrenses, la urgencia de
tomar las riendas: desde el 25 de septiembre hasta el 1º de diciembre, los
guerrilleros habían ultimado a 1 general, 2 coroneles, 2 tenientes coroneles, 3
capitanes, 1 mayor y 1 teniente primero. Entre esos crímenes, el de un capitán había

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

sido el más conmovedor: el 1º de diciembre en Tucumán; junto con él, había muerto
una de sus hijas, de 3 años; otra, de 5, quedó mal herida. El ministro de Trabajo –
hombre de la CGT– declaró por esos días: “las balas que hoy penetran en los
uniformes son las mismas que ayer entraban en los mamelucos”. El poder sindical
seguía buscando la alianza con los militares.
El 6 de diciembre, Isabel salió de su encierro y fue a la CGT, donde presidió un
acto, flanqueada por Herrera y Miguel.
Por otro lado, el gobierno auspició una Ley de Defensa Nacional, lo cual daría a las
Fuerzas Armadas una mayor participación en los asuntos de estado que, directa o
indirectamente, afectaran a la seguridad nacional. Entre otras cosas, el proyecto
preveía la creación de una Central Nacional de Inteligencia, integrada por los
distintos servicios de inteligencia militar y la Superintendencia de Seguridad de la
Policía Federal.
Gómez Morales, a la vez, auspiciaba reformas a la Ley de Inversiones Extranjeras,
alegando que la rigidez del régimen legal ahuyentaba a los inversores foráneos.
Además, el ministro resolvía convocar a convenciones paritarias de empleadores y
trabajadores en cada gremio: acababa así con el Pacto Social (quitando hasta los
vestigios de poder a la CGE, liderada otra vez por Gelbard, aunque presidida por
Julio Broner) y accedía a los reclamos de los sindicalistas, que esperaban encontrar
en ese sistema mayores posibilidades de satisfacer a sus bases. La rigidez del Pacto
Social había puesto a muchos dirigentes en situación de ser cuestionados.
Dos diarios fueron clausurados en diciembre. El Ente de Calificación
Cinematográfica, por su parte, prohibió la exhibición de numerosas películas. El
Ente estaba presidido desde agosto por un discutido funcionario, que ese mes de
diciembre declaró: “En el cine, es forzoso hacer censura previa… Hay que hacer la
limpieza de las películas, antes que las vea el público”.
Lo más inquietante, era la violencia desatada. Casi a diario, aparecían –en distintos
lugares del país– cadáveres de personas previamente secuestradas.
El 23 de diciembre. el nuevo jefe de la Policía Federal, Luis Margaride, salió ileso de
un atentado terrorista contra su vida. Una camioneta con explosivos fue arrojada al
paso del automóvil del jerarca policial. Hubo muertos y heridos, pero Margaride no
fue afectado.
Eran, para la Argentina, unas navidades luctuosas. El 25 de diciembre, los muertos
durante ese mes por causas políticas, sumaban 47: casi un muerto cada 12 horas.
Desde el punto de vista político, cualquier analista habría dicho que estaban dadas
las condiciones para que la presidente echara a colaboradores cuestionables y
buscara asentarse, con el apoyo de los partidos, en esa alianza en ciernes entre los
poderes sindical y militar.
Factores psicológicos intervenían, a menudo, para imponer a la situación giros que
ningún analista político podía explicar.
Para Navidad, unos 3000 niños –provenientes de barrios pobres y diversas escuelas–
fueron llevados por autobuses del Ministerio de Bienestar Social al lugar donde
López Rega proyectaba construir el Altar de la Patria: un gigantesco panteón

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

nacional. Allí, ofició una misa el “arzobispo primado” de una iglesia desconocida: la
“Ortodoxo Americana”.
La Constitución Argentina prevé que el Estado sostiene el culto Católico Apostólico
Romano. Las Fuerzas Armadas del país tienen, además, una tradición religiosa bien
arraigada. No era fácil comprender el sentido de aquella provocativa misa.
En ese confuso panorama, la Corte Suprema de Justicia proseguía su labor en contra
de las multinacionales: el 27 de diciembre, anuló un laudo arbitral por el cual YPF –
la petrolera estatal– había sido condenada a pagar 7 millones de dólares a un
consorcio de empresas norteamericanas.
El año terminó, en medio de la incertidumbre colectiva: nadie se animaba a predecir
qué le esperaba al gobierno, y al país, en 1975.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

1975

Buscando apoyo norteamericano

Las primeras semanas del año, mostraron al gobierno peronista buscando apoyo
norteamericano.
Los Estados Unidos acababan de sancionar una ley de comercio exterior que
castigaba, excluyendo de su sistema de preferencias, a los productos provenientes de
países miembros de la OPEP u otra asociación similar, así como de aquellos países
que expropiaran bienes de norteamericanos o negasen “un acceso justo y razonable”
(en opinión de Washington) a sus mercados y a sus fuentes de materia prima.
América Latina, liderada por el presidente venezolano Carlos Andrés Pérez, se había
levantado contra esa ley.
En esas circunstancias, la Argentina apareció como la mejor amiga de los Estados
Unidos. El ministro Gómez Morales viajó el 12 de enero a Nueva York, y ese
mismo día recibió a representantes de la Exxon, quejosa por la estatización de las
bocas de expendio, y de la ITT, inquieta por el anuncio de “argentinización” de una
filial. El ministro dio satisfacciones. En el caso de la empresa petrolera, recordó que
él se había opuesto a cualquier avance estatal en materia de hidrocarburos. En
efecto, a través de un memorando dirigido por Gómez Morales a Gelbard el 27 de
marzo de 1974 –revelado por una publicación en el mismo enero de 1975– el
entonces presidente del Banco Central había objetado un proyecto de ley, redactado
por los asesores del ministro, en el cual se acentuaba el monopolio de YPF. Gómez
Morales puntualizó en ese documento su oposición a que se eliminara a “las
empresas privadas de su actual participación en la refinación, comercialización y
distribución”. Eliminadas de esa última faz por una decisión de la presidente, el
ahora ministro prometió, en su reunión con Exxon, una indemnización
satisfactoria.
A la ITT le aseguró que la “argentinización” de su filial se limitaría a la
incorporación de capital nacional, sin alterar el carácter de sociedad privada que esa
filial tenía, ni excluir a la ITT como copropietaria. Trató de probar, además, que el
consorcio se vería beneficiado al actuar en la Argentina a través de una empresa
local, que no despertaría los mismos recelos que una filial de compañía extranjera.
El gobierno argentino había demostrado ya su buena voluntad hacia los inversores
externos al dejar “en suspenso” la aplicación de una ley –heredada de Gelbard– que
acababa con el anonimato de las acciones. Al establecer que las sociedades
mercantiles sólo podrían emitir acciones nominativas, aquella ley había tratado de
controlar, entre otras cosas, que no se violaran las restricciones legales a la inversión
extranjera.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

En ese mismo viaje, Gómez Morales habló en el Council of the Americas, ante 350
representantes de grandes compañías norteamericanas. Al día siguiente, el Journal of
Commerce sintetizó en su título la conferencia del ministro: “La Argentina tiende una
alfombra de bienvenida a las inversiones”.
Cuando los periodistas le pidieron al ministro una opinión sobre la ley
norteamericana de comercio –acusada por más de un gobernante latinoamericano
de ser “discriminatoria” y “desleal”– Gómez Morales sólo dijo que podía “limitar
posibilidades”. Ya en Buenos Aires, sostendría que era “anacrónico” hablar del
“imperialismo norteamericano”.
El canciller Alberto Vignes, entretanto, se procuraba las simpatías de Henry
Kissinger. Por entonces, el secretario de Estado norteamericano planeaba acabar
con la “ineficiente” OEA, donde cada país tenía un voto (lo mismo daba Estados
Unidos que Panamá), y establecer un “nuevo diálogo” (bilateral), entre los Estados
Unidos por un lado, y América Latina por el otro. Vignes organizó entonces una
reunión de Kissinger y los cancilleres latinoamericanos, que iba a tener lugar en
Buenos Aires, durante el mes de marzo.
Venezuela y Ecuador (ambos miembros de la OPEP y, por lo tanto, víctimas de la
ley norteamericana de comercio exterior) resolvieron no concurrir a la cita, en señal
de protesta.
México, por su parte, notificó que no participaría del cónclave, dado que el canciller
cubano no sería invitado. Como no era una reunión de la OEA –organización de la
cual Cuba estaba excluida—los mexicanos habían imaginado que el cónclave serviría
para acabar con la segregación de ese país. No siendo así, prefirieron estar
ausentes.
Colombia y Perú, por su parte, dieron indicios de que juzgaban innecesario e
inoportuno el diálogo con Kissinger. El presidente colombiano deploró que se
organizaran “diálogos cuya fecha y lugar elige el secretario de Estado
norteamericano”.
La reunión había sido condenada al fracaso. De nada valió el consejo público del
embajador argentino ante la OEA, quien recomendó a los países miembros que
aprovecharan la “oportunidad” y enviaran a sus cancilleres a conversar con
Kissinger, ya que probablemente el Secretario de Estado no participase, después de
la reunión de Buenos Aires, en otros foros interamericanos.
El 27 de enero (“como resultado de presiones inapropiadas”, según el
Departamento de Estado), la Argentina se vio en la necesidad de suspender la
proyectada reunión. El gobierno argentino, de todos modos, había dado pruebas de
su extrema buena voluntad hacia el de Washington. El tercermundismo había quedado
atrás, y ahora los sucesores de Perón buscaban en el Departamento de Estado la
estabilidad que no estaban muy seguros de conseguir dentro de la misma Argentina.
En febrero, la presidente tomó vacaciones y López Rega viajó a Brasil. En los
primeros meses del año [verano meridional] la actividad suele ser escasa en la
Argentina. Ese año, sin embargo, no todos estaban dispuestos a imitar a la
presidente y su ministro. Para los militares, por ejemplo, no hubo verano. Ese mes,
iniciaron el Operativo Tucumán: por primera vez en el siglo, el Ejército argentino

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

iba a entrar en combate. El enemigo –interno– era la guerrilla, adueñada de la


provincia de Tucumán. Los guerrilleros, apostados en los montes boscosos de esa
región subtropical del país, solían descender a los pueblos, y a las carreteras,
luciendo uniformes y realizando actos de propaganda y adoctrinamiento.
Mientras el Ejército combatía a los sediciosos, el equipo económico se veía en la
necesidad de luchar contra una crisis. La balanza de pagos iba tornándose
desfavorable. Los exportadores sostenían que el peso estaba sobrevaluado, y
aseguraban que, en muchos casos, eso ponía a los productos argentinos fuera del
mercado internacional. El mercado negro de divisas –aunque inflado por la
especulación– parecía demostrar que, en efecto, se requería una devaluación: el dólar
norteamericano, que oficialmente valía 10 pesos, se pagaba extraoficialmente a 25.
El “contrabando de exportación” crecía, pues muchos exportadores sacaban
fraudulentamente sus mercancías del país, las cobraban en el extranjero y luego
liquidaban las divisas en el mercado negro. El gobierno, sin embargo, temía a una
drástica devaluación, capaz de generar una inflación cambiaria muy marcada.
Gómez Morales optó, al fin, por una devaluación que, en aquellas circunstancias,
podía considerarse moderada: el dólar subió de 10 a 15. Al mismo tiempo, el titular
del Banco Central advirtió que la Argentina podía pedir un crédito contingente al
Fondo Monetario Internacional: un extremo al cual el peronismo siempre se había
opuesto [En sus primeras presidencias, Perón se negó a que la Argentina ingresara al
FMI; el país ingresó en 1956, luego de derrocado el gobierno peronista].
El ministro logró imponer un tope al aumento de salarios que estaba previsto para
marzo, y amenazó con “llenar las cárceles” de comerciantes que violaran los precios
máximos. Sin embargo, el propio gobierno se sentía sin autoridad para mantener
esos precios máximos: el aumento salarial (aunque limitado) y el encarecimiento de
los insumos importados, por efecto de la devaluación, habían incrementado los
costos. No obstante sus sonoras advertencias, el ministerio optó, en materia de
precios, por el laissez passer.
Los analistas políticos se preguntaban si se llegaría a las elecciones presidenciales de
1977. Balbín sostenía que era preciso llegar, “aunque sea con muletas”. El partido de
Frondizi –principal socio del peronismo en el FREJULI– dio a publicidad un
documento, destacando el “indudable deterioro de la situación nacional”.
La inquietud comprendía a la dirigencia sindical. El 19, en La Plata, la CGT y las “62
Organizaciones” pidieron una “total reestructuración” del partido de gobierno.
Lastiri, uno de los hombres del “entorno” presidencia, mantuvo esa semana
reuniones de hasta cinco horas, a puertas cerradas, con Miguel y otros dirigentes
sindicales.

Un muerto cada 2 horas y 24 minutos

El 22, el gobierno denunció un “complot” de características inusuales”, montado


por la guerrilla y destinado a “paralizar la producción industrial” en la zona ribereña
del río Paraná, próxima a Buenos Aires.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

La guerrilla, al parecer, ya no sólo estaba firme en Tucumán, sino en un prolongado


cordón industrial vecino a la capital de la República, sobre todo en Villa
Constitución, sede de una importante fábrica siderúrgica. Como la Unión Obrera
Metalúrgica –el sindicato de Lorenzo Miguel– había perdido de la zona, en cuyas
fábricas predominaba la izquierda, hubo quienes atribuyeron la denuncia del
presunto complot a una maniobra de la “burocracia sindical” para forzar la
militarización de una filial que le resultaba ingobernable. Era –se decía en Buenos
Aires– un favor del gobierno a los quejosos dirigentes sindicales. De hecho, el
sindicato metalúrgico de Villa Constitución fue intervenido.
Al mismo tiempo, ese 22 de marzo, en el país se vivían varios dramas:
• En distintos lugares de Mar del Plata (400 kilómetros al sur de Buenos Aires)
velaban a un abogado, un cirujano, un estudiante, un militar retirado y dos
hijos del militar. Todos habían sido acribillados por motivos políticos esa
madrugada.
• En Tucumán, la policía identificaba dos cadáveres que, días antes, habían
aparecido en el lecho de un río. Eran, también, víctimas del terror político.
• Mientras, en Córdoba, se aprestaban a enterrar, por un lado, a un comisario;
por otro, a dos guerrilleros. Los tres habían caído el día anterior.
• Otro subcomisario, un presbítero y una mujer eran llorados por sus deudos
en Bahía Blanca, al sur de la provincia de Buenos Aires. También ellos
habían sido ametrallados.
• En un hospital de Jujuy, en el noroeste, se procuraba salvar a cuatro
personas, heridas en un tiroteo entre policías y sindicalistas.
• En los alrededores de la capital, se velaban los restos de un obrero y un
sargento de policía, muertos 48 horas antes. En Villa Constitución –una de
las ciudades ubicadas en el área del “complot”– alguien planeaba el asesinato
del subjefe de policía, que iba a ocurrir el 23.
• Entretanto, en Temperley, muy cerca de Buenos Aires, trece personas, casi
todas encapuchadas, practicaban un macabro raíd, secuestrando enemigos
políticos, destruyendo e incendiando casas y, por último, fusilando a ocho
personas. Los vecinos escucharon las ráfagas, luego algunas explosiones y al
rato quedaron a oscuras: los ejecutores habían destrozado con bombas los
cadáveres de sus víctimas y uno de los cuerpos había volado y caído sobre un
cable de alta tensión.
Todo el país se teñía de sangre. El domingo 23, el matutino La Opinión destacó: “La
escalada (de violencia) alcanzó este fin de semana su punto crítico con un promedio
de una muerte cada 2 horas y 24 minutos”. También recordó que, sumadas esas 34
de las horas previas, habían llegado a 113 en 90 días las víctimas de terror político.
Costaba admitir esto en un país que, hasta 1966, se había jactado de su civismo. Un
país que se creía exento del crimen político como sistema.
Por otro lado, era sencillo atribuir toda la responsabilidad al gobierno. Unos pocos
rumores trataban de fijar la atención en las Fuerzas Armadas: se decía que el terror

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

era una de las técnicas de contrainsurgencia que empleaban los ejércitos


latinoamericanos. Sin embargo, la mayoría del país creía que la represión ilegal era
practicada por la “triple A” (a la cual se suponía dirigida por López Rega), la
dirigencia sindical (que tenía a su servicio grupos armados, alegando su necesidad de
seguridad personal) y la policía.
El 23, Balbín sostuvo que era “necesario hacer rectificaciones”, porque la situación
se estaba “desencuadernando”. “Existen malestares profundos”, sentenció el líder
radical.
Ese mismo día, el Ministro del Interior atribuyó a “grupos malintencionados” los
rumores de golpe. El Comandante en jefe del Ejército desmintió, el 25, que las
Fuerzas Armadas proyectaran hacerse cargo del poder.
Sin embargo, había en el país una conspiración. Si no para derrocar a Isabel, sí para
obligarla a prescindir de López Rega.
El jefe de los diputados peronistas había declarado que éstos tenían “dificultades”
con “algunos funcionarios”.
La CGT ratificó, el 25, su apoyo al gobierno, “más allá de disidencias parciales con
algunos funcionarios”, pero reclamó a la presidente un “diálogo fluido”, con la
central obrera, como el que había mantenido Perón. La dirigencia sindical aspiraba a
tener “participación real y activa” en el gobierno. Esto fue lo que dijeron los
conductores de la CGT en un documento público. En otro, secreto, que entregaron
a la presidente, cuestionaban el poder de López Rega.
En abril, el dictador chileno Augusto Pinochet visitó la Argentina. Kissinger, en
cambio, suspendió el que iba a ser su primer viaje oficial a Buenos Aires. Luego de
sucesivas postergaciones, el secretario de Estado hizo saber que no bajaría a la
Argentina.
La situación, en el país, seguía siendo tensa. En Villa Constitución, las plantas
siderúrgicas permanecieron paradas todo el mes. Los obreros exigían la libertad de
los dirigentes presos; o sea que, para reabrir las fábricas, era necesario poner en
libertad a aquellos que –según el gobierno– habían sido detenidos para evitar que las
fábricas cerraran. Era difícil saber si el gobierno se había equivocado o si, robándole
la iniciativa a los presuntos complotados, los había colocado en situación de desistir
de su plan a cambio de la libertad.

Triunfo electoral del oficialismo

Para compensar, el oficialismo obtuvo, el 13 de abril, una victoria: ganó con


facilidad (casi la mitad de los votos) una elección provincial. En Misiones,
gobernador y vice habían muerto tiempo antes en un accidente aéreo. La
constitución provincial exigía el llamado a nueva elección, y a ésta concurrieron,
principalmente, el peronismo, el radicalismo, y el Partido (Peronista) Auténtico,
fundado el 11 de marzo por la izquierda peronista. Tanto el oficialismo como la
Unión Cívica Radical cosecharon en esos comicios más votos que en el de 1973, y
sumaron entre ambos 86,65 por ciento de los sufragios. El Partido Auténtico apenas

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

consiguió 5,6 por ciento, y eso fue celebrado por el gobierno tanto como la victoria
en sí.

Crisis económica

Los radicales, por su parte, festejaban que en Misiones se hubiese mostrado, por un
lado, tendencia al bipartidismo; y por el otro, un crecimiento de su propio caudal.
Estimaban que, si la relación de fuerzas era igual en el resto del páis, la Unión Cívica
Radical podría conquistar el gobierno en 1977. Para eso, contaban con el desgaste
que sufriría el peronismo en el gobierno, los conflictos internos y la falta de un
verdadero sustituto de Perón.
Quienes no se dedicaban a los cálculos políticos, por su parte, se preocupaban por
los indicadores económicos.
La deuda externa era de 9.233 millones de dólares y no había cómo pagar en
término los compromisos. Las reservas habían caído bruscamente de 2.000 millones
de dólares a 1.200 millones en sólo noventa días. El costo de vida había aumentado,
según las muy prudentes cifras oficiales, 23,4 por ciento en el primer trimestre del
año. El déficit fiscal, ya se veía, iba a exceder las previsiones.
A mediados de abril, el ministerio de Economía dejó trascender una “primera
versión del plan de emergencia” que estaba proyectando para hacer frente a la
situación:
 Solicitar un crédito contingente al Fondo Monetario Internacional.
 Imponer una estricta austeridad, a través de una “política de ingresos” que consistía
en poner los salarios en la heladera y dejar, durante un tiempo, que los precios
llegaran a sus “niveles reales”, para congelarlos allí.
 Reducir el gasto público mediante la congelación de vacantes en la administración
pública y la suspensión de inversiones públicas “no estrictamente necesarias”.
 Obtener fondos mediante un nuevo “blanqueo” impositivo.

El 21, Gómez Morales se presentó en un programa de televisión. “El Pacto Social


ha sido rebasado”, dijo; y describió un cuadro inquietante: “El país está gastando
más de lo que produce… La oferta de bienes es insuficiente. La congelación de
precios se prolongó demasiado y dio lugar a un mercado negro que le quitó fondos
al circuito productivo”. Para salir de esa situación –insinuó el ministro– había que
liberalizar los precios, subordinar los incrementos salariales a un aumento en la
productividad, captar inversiones extranjeras y créditos internacionales, y recuperar
el “dinero negro” autorizando a comprar acciones con fondos de origen
indeterminado.
No había, por lo visto, forma de solucionar la crisis sin provocar el disgusto
popular.
El 28 de abril, Isabel viajó a Tucumán, para inspeccionar el teatro de las operaciones
contra la guerrilla.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

El 1º de mayo, la presidente –cumpliendo una tradición– presentó el informe anual


al Congreso. Hablando ante la Asamblea Legislativa, citó a Fray Luis de León para
afirmar: “Nunca es durable lo que es violento, y es violento todo lo que es malo o
injusto”. Esa misma tarde, hablando desde los balcones de la Casa de Gobierno,
aseguró que llevaría al pueblo “a la felicidad… pese a quien pese y caiga quien
caiga”. A los “antipatria” que se opusieran, prometió darles “con el látigo”. “No les
tengo miedo”, aseguró. Y dijo en una parte de su discurso: “El general (Perón) decía
que mejor es persuadir que obligar, pero yo le digo al general, de aquí adonde se
encuentre, que si tengo que obligar los voy a obligar… El que no esté de acuerdo,
que se largue”.
Esa había sido, también, una característica de Perón: hablar muy ponderadamente
ante las cámaras y exaltarse ante la multitud (que en el caso de Isabel estaba
mermada). Sin embargo, la dureza de las palabras de Isabel, unida al volumen de su
voz y la elocuencia de sus gestos, traslucían –más que la intención de imitar a
Perón– la necesidad sentida de probar que ella tenía firmeza y capacidad de mando.

Relevan a Anaya

El 13 de mayo, el teniente general Anaya, que había logrado establecer una buena
relación con la dirigencia sindical, fue relevado de la comandancia general del
Ejército. Un radiograma que envió ese día a todas las unidades del arma, informaba
que había solicitado el retiro “por requerimiento del señor ministro de Defensa”,
Adolfo Mario Savino, que era hombre de confianza de López Rega. En remplazo de
Anaya, fue designado Alberto Numa Laplane, a quien el propio López Rega había
propuesto, en 1974, para sustituir a Carcagno.
Laplane había sido antiperonista hasta 1973. Ese año, sin embargo, aceptó formar
parte de la comitiva, encabezada por el presidente Cámpora, que acompañó a Perón
en su retorno definitivo a la Argentina. Reemplazó en esa misión al general Jorge
Rafael Videla, quien se había negado a cumplirla.
En el radiograma de Anaya, el 13 de mayo de 1975, se indicaba que la causa el relevo
había sido “los conceptos vertidos” por él durante una reunión celebrada el 25 de
abril. En aquella reunión, Anaya había transmitido a Isabel la inquietud del Ejército
por el poco apoyo que a su juicio recibía el Operativo Tucumán (queja que motivó
el viaje de la presidente, el 28 de abril, a la provincia en guerra) y por el auge de la
violencia. Entre los oficiales más preocupados por esos temas, había dicho Anaya,
estaba Videla.
La designación de Laplane provocó el retiro de tres generales con mayor antigüedad
que la suya, y dejó vacante el poderoso Primer Cuerpo de Ejército, con asiento en
Buenos Aires. El candidato a ocuparlo era Videla, pero la presidente lo vetó.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

Auge de López Rega

López Rega estaba llegando al cénit. El despido de Gómez Morales –que se decidió
a fines de mes– le permitió completar su equipo de adictos, colocando en el
ministerio de Economía a Celestino Rodrigo: un ingeniero industrial, profesor de
física y dibujo de máquinas, que había trabajado en el Banco Industrial y, desde
1973, se desempeñaba en el Ministerio de Bienestar Social. Rodrigo era amigo
personal de López Rega, y participaba de su vocación ocultista. En un folleto que se
divulgó después de su designación había descrito la crisis política y religiosa que
sufría el mundo. Rodrigo proponía allí “establecer una armonía de valores humanos
y divinos”, para alcanzar “una estructuración homogénea” en la “vida interior”.
La presidente, el comando general del Ejército, el ministerio de Economía y su
propio Ministerio de Bienestar Social: López Rega tenía las riendas del gobierno en
la mano. No le convenía que se lo siguiera viendo como el jefe de una banda
asesina. El 28 de mayo, convocó a un grupo de artistas que habían recibido
amenazas de la “triple A” y les dijo: “El gobierno no acepta ninguna clase de
violencia, de izquierda o de derecha, y por indicación de la señora presidente está en
marcha una profunda investigación para determinar los móviles de la organización
denominada de ‘ las tres A’ , y quiénes son sus integrantes”. Horas más tarde, la
supuesta organización –que acababa de asesinar a un periodista– envió a los
periódicos un comunicado en el que anunciaba una “tregua”.
Aparente dueño del poder legal, López Rega no deseaba seguir asociado, en la
consciencia colectiva, a la fuerza ilegítima. “La única violencia que admito es la del
nacimiento”, les dijo a los artistas.

El “rodrigazo”

Celestino Rodrigo asumió el 2 de junio. Cuarenta y ocho horas después, anunció su


plan: el “rodrigazo”, según se lo conocería.
Para paliar el déficit y detener el éxodo de divisas, Rodrigo recurrió a remedios
drásticos: devaluó el peso, asignándole un valor en dólares 100 por ciento inferior;
subió, entre 40 y 80 por ciento, las tarifas de todos los servicios públicos; y casi
triplicó el precio de la nafta (que en la Argentina incluye un impuesto directo).
Era un tratamiento de shock para una crisis coyuntural. Rodrigo confesó que, más
allá de estas medidas, aún no tenía un plan. No llegaría a elaborarlo: ningún
gobierno débil puede imponer sacrificios como los que se derivaban de aquellas
medidas. Y faltaba, aún, algo que Rodrigo pelearía en la trastienda: un tope a los
aumentos de salarios.
En junio, los montoneros liberaron a los empresarios Jorge y Juan Born, secuestrados
por ellos el 19 de septiembre de 1974. La organización Bunge y Born –una
multinacional de origen argentino– debió pagar un rescate de 50 millones de dólares
y publicar, el 20, en Le Monde de París y otros periódicos de prestigio internacional,
un comunicado de los guerrilleros. En la Argentina, estaba prohibida la difusión de

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noticias relativas al país que tuvieran su origen en el extranjero; las críticas montoneras
al gobierno no hallaron, así, repercusión interna.
El país, además, centraba sus preocupaciones en los problemas económicos
inmediatos.
Las paritarias, que ya debían haber finalizado, seguían discutiendo salarios. En mayo
los gremios habían demorado los acuerdos, a la espera de las medidas económicas
que se presentían. Todos esperaban, además, que firmaran los sindicatos con mayor
poder de negociación, ya que los convenios suscritos por esos sindicatos –como el
metalúrgico, por ejemplo– iban a fortalecer la posición de los sindicatos más débiles
en sus respectivas paritarias.
Rodrigo sostuvo que los convenios no debían establecer aumentos superiores a 38
por ciento; “superar ese límite significaría decretar, lisa y llanamente, el fracaso del
programa económico”. La CGT replicó que ese tope era inaceptable y el ministro se
estiró para admitir aumentos de hasta 45 por ciento. El convenio de los
metalúrgicos iba a incluir aumentos de 143 por ciento: los sindicalistas querían
asegurar, mediante esas conquistas, el control de sus gremios; y sabotear el plan del
ministro puesto por López Rega.
Sin embargo, los acuerdos obrero–patronales necesitaban, según la ley, la
homologación del Estado. Rodrigo presionaba a Isabel para que no aprobara la
homologación. Herrera y Lorenzo Miguel, que asistían en Ginebra a la asamblea
anual de la OIT, volvieron a Buenos Aires para presionar en el sentido contrario.
Los gremialistas tuvieron, en principio, éxito. El 24 de junio, después de anunciarse
que el gobierno homologaría el convenio de los metalúrgicos, la UOM organizó una
concentración en Plaza de Mayo, para “agradecer” a la presidente. Acompañada por
Lorenzo Miguel, ella salió al balcón y confesó a quienes la aclamaban que ése era un
momento de alegría, después de muchas tristezas.
Al día siguiente, Herrera y Lorenzo Miguel volvieron a Ginebra.
Herrera se había ufanado en en la OIT del régimen de convenciones colectivas que
regía en su país, donde obreros y empresarios pactaban los salarios en negociaciones
paritarias. Mientras tanto, en Buenos Aires –donde López Rega estaba de regreso,
trás uno de sus frecuentes viajes a Brasil– Isabel resolvió dar marcha atrás: a
cuarenta y ocho horas de haber presidido aquel acto en Plaza de Mayo, anuló todos
los convenios colectivos. En lugar de los aumentos pactados por obreros y
empresarios, habría un aumento general de 50 por ciento, que se completaría con
nuevos reajustes de 15 por ciento, en octubre y enero.
El ministro de Trabajo presentó su renuncia. La CGT decretó, para el 27, una
huelga general. Convocó, además, a una concentración en la Plaza de Mayo, el
mismo día.
Las radios y televisoras, controladas por el gobierno, ignoraron las resoluciones de la
central obrera. Una emisora del Uruguay que se escucha en Buenos Aires y
tradicionalmente ha servido a los porteños para burlar cualquier censura
informativa, fue interferida mediante una onda portadora , que la tornó inaudible en
la capital argentina.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

Sin mencionar el paro decretado por la CGT, para no hacer propaganda involuntaria
a esa medida de fuerza, la señora de Perón agradecía –según un comunicado que
con insistencia repetían los medios de difusión– toda manifestación de apoyo, pero
pedía a los trabajadores que no concurrieran al día siguiente a la Plaza de Mayo y, en
cambio, permanecieran en sus puestos para beneficio de la mayor productividad que
el país reclamaba.
Con todo, el paro del 27 fue total y la concurrencia a la Plaza de Mayo superó a la de
cualquiera de los actos que Isabel había presidido. Las consignas que se entonaron
evidenciaban una férrea disciplina: ratificaban el apoyo a la presidente ("Isabel,
Isabel”), reclamaban la homologación de los convenios, y atacaban tanto al ministro
de Economía como a López Rega, sospechado de apadrinarlo. Los ataques al
“brujo” fueron de tono subido y, como ése era un ejercicio que no requería mayores
coincidencias ideológicas, los insultos fueron coreados por un público tan numeroso
como heterogéneo.
La presidente, no salió a los balcones. Ni siquiera había ido a la casa de gobierno ese
día. La indignaba la “extorsión” a la que, según creía, pretendían someterla los
sindicalistas, a quienes acusaba de haber adoptado, en las paritarias, una conducta
demagógica e irresponsable.
El mismo 27 “ordenó” al renunciante ministro de Trabajo que convocara a los
dirigentes de la CGT y las “62 Organizaciones” a una audiencia en la residencia
presidencial de Olivos, en las afueras de Buenos Aires. Cuando los sindicalistas
llegaron, ya las cámaras de televisión estaban allí: reeditando la técnica que Perón
había usado el 22 de enero de 1974 (para apabullar a los diputados de la izquierda
peronista opuestos a la reforma penal), la audiencia de los caudillos sindicales con
Isabel sería difundida en vivo.
La presidente –flanqueada por Lastiri y López Rega– leyó una breve introducción,
obligó a que hablase un solo dirigente, lo escuchó y luego los despidió a todos,
diciendo que al día siguiente anunciaría su decisión “al país”.
El 28, inició su alocución invocando sus facultades de jefa de Estado y su autoridad
moral. Reprochó la incomprensión de dirigentes políticos y gremiales; defendió a
sus colaboradores (“con los pocos amigos dispuestos al sacrificio de darlo todo por
la patria, me entregué de lleno a proseguir la línea trazada por Perón”) y dio a
conocer, tal como lo había redactado originalmente Celestino Rodrigo, el decreto
que anulaba los convenios colectivos.
El 2 de julio, Isabel convocó a los legisladores peronistas a una reunión privada.
“Estoy enferma de asco”, les dijo, y advirtió que –con la complicidad de algunos
“traidores”– estaba en marcha un plan para derrocarla. Anunció que ella no
renunciaría. “Tendrán que colgarme en la Plaza de Mayo, y sepan que entonces los
van a colgar a todos ustedes sin excepción”. Imitando a Perón, sentenció: “Roma
no paga traidores”.
En un duro telegrama, dirigido desde Madrid, Lorenzo Miguel y Herrera recordaron
a la presidente “el compromiso contraído con el pueblo”. La litis estaba trabada. Se
enfrentaban gobierno y cúpula sindical; con precisión, gobierno y dirigencia
metalúrgica. Por esos días (el 30 de junio, en rigor) se cumplían seis años del

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

asesinato de Vandor, el artífice de ese poder político que la Unión Obrera


Metalúrgica había alcanzado.
Isabel había hecho sus primeras armas en la política a raíz de la sublevación
metalúrgica, una década antes, cuando llegó a la Argentina –enviada por su marido–
para apoyar la candidatura de un peronista “ortodoxo” que, en la provincia de
Mendoza, se presentaba a elecciones de gobernador al mismo tiempo que un
neoperonista apoyado por la UOM.

Cae López Rega

El 4 de julio, mientras el equipo económico era interpelado en la Cámara de


Diputados, la CGT dispuso un nuevo paro general: desde la hora 0 del lunes 7,
todas las actividades cesarían durante 48 horas, para reclamar la homologación de
los convenios.
El 10, los convenios eran homologados. Obligado por la paralización del país –que
fue total– e inducido por consejo militar, el gobierno decidió rever la medida que
había adoptado diez días antes. Pero, después de tanto desgaste, ya no se trataba
sólo de decir “sí” a lo que antes se había dicho “no”. Había que hacer cambios en el
gabinete y, sobre todo, eliminar “figuras irritativas”.
López Rega resignó sus cargos oficiales y desaparecieron Savino y Rocamora. Era
un intento de atravesar la tormenta: el ex ministro de Bienestar Social seguiría
moviendo los hilos, contando para ello con su intacto ascendiente sobre la señora de
Perón y un hombre de su entourage, Carlos A. Villone, a quien hizo nombrar como su
reemplazante.
La nueva situación fue flor de un día. Apenas López Rega dio muestras de actuar
como si nada hubiese pasado, las Fuerzas Armadas –que habían colocado en el
gabinete a un representante oficioso: el nuevo ministro de Defensa, Jorge Garrido–
se sintieron obligadas a tomar algunas iniciativas.
El sábado 19, los granaderos (integrantes del cuerpo que custodia a los presidentes
argentinos) penetraron en la residencia presidencial de Olivos, donde Isabel estaba
recluida desde el comienzo de la crisis. Desarmaron a la guardia de López Rega e
intimaron al ex ministro a abandonar el país. Mientras él hacía caso del consejo –
embarcándose rumbo a España el mismo sábado–, sus amigos perdían los puestos.
Villone fue removido. Rodrigo renunció el mismo 19. Lastiri resistió unos días más,
pero terminaría dejando la presidencia de la Cámara de Diputados el día 26.
El intento de gobernar sin apoyos, confiando en la autoridad que jurídicamente
confieren los cargos y despreocupándose de los factores de poder, terminó como
era previsible. Sin duda, para Isabel el proceso fue desgarrante: no confiaba en nadie
como en aquel hombre, López Rega, con quien ella y su esposo habían compartido
largos años de exilio. No obstante, comprendió que, en la situación fronteriza a la
que se había llegado, no desprenderse de López Rega la arrastraba hacia el mismo
destino de su colaborador. Optó por permanecer en el puesto.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

El problema era cómo recobrar autoridad. Luego de haberse allanado a los reclamos
de los trabajadores, que antes rechazara con tanto énfasis, y tras haber sido
despojada de sus hombres de confianza, no era sencillo retomar las riendas.
De hecho, la iniciativa gubernamental pasó por breve tiempo a un “triunvirato”
formado por los Ministros de Defensa (Garrido), Interior (Antonio Benítez) y
Justicia (Ernesto Corvalán Nanclares). La necesidad más urgente que enfrentaron
los “triunviros” fue la de elegir Ministro de Economía, lo cual suponía –más que
acertar con un nombre– escoger la política a seguir. Por fín, la designación recayó en
un hombre de 69 años; un peronista olvidado: Pedro J. Bonanni, quien asumió el 22.
Él sería el encargado de diseñar, en colaboración con la CGT, una nueva política
económica.
El “triunvirato” creyó que, entre tanto, eran aconsejables algunas medidas de
descompresión, y estimuló la elección, en el Senado, de nuevo presidente del
cuerpo. Ítalo Luder, un peronista moderado, bien visto por propios y ajenos, se
convirtió así en el titular de la Cámara alta y eventual presidente provisional de la
Nación, si Isabel se retiraba por un tiempo. Esto disgustó a la presidente, quien
aspiraba a que la presidencia del Senado quedara vacante y el titular de Diputados,
Lastiri, permaneciera primero en la línea sucesoria.
Para el supuesto de un retiro definitivo de la presidente, además, el Congreso
sancionó una nueva Ley de Acefalía, que le permitía al propio Poder Legislativo
elegir, entre sus filas o entre los gobernadores de provincias, a un presidente
encargado de completar el período de gobierno que quedare trunco.
Agosto fue un mes de cambios. Bonanni iba a concluir, el 12, una breve gestión al
frente del Ministerio de Economía: apenas 21 días.
La CGT y las 62 elaboraron, en ese lapso, un plan económico propio: congelación
de precios (a los niveles del 31 de mayo de 1975), subsidios a la producción de
alimentos, ajustes periódicos de salarios, nuevas líneas de crédito para las empresas,
nacionalización del comercio exterior y creación de un Consejo Nacional de
Emergencia Económica. Era una mezcla de aspiraciones, para satisfacer las cuales se
requerían medios no bien previstos en el plan, y algunas medidas que –como las
nacionalizaciones—no podía llevar adelante un gobierno tan débil.
Para lo inmediato, los sindicalistas, inquietos por la ola de despidos que empezaba a
notarse, pidieron una “tregua de 180 días”, que Bonanni concedió: se envió al
Congreso un proyecto de ley, que fue sancionado, y por seis meses los empresarios
se vieron impedidos de despedir, con o sin causa, a cualquiera de sus dependientes.
En cuanto al plan en sí, no hubo acuerdo entre el ministro y la cúpula sindical.
Esta quería el “retorno a la línea histórica del peronismo”, que juzgaba abandonada
por Rodrigo (y aun por la presidente, quien en esos días, en contradicción con su
discurso del año anterior ante la OIT, había elogiado a las multinacionales, y
solicitado su cooperación).
Al peronismo retórico de la dirigencia sindical, el ministro opuso reparos técnicos.
Hubo, además, un desacuerdo teórico cuando Bonanni propuso un “seguro de
desempleo” y los sindicalistas respondieron que ésa era una “solución liberal” [En la
Argentina, la palabra “liberal” se utiliza como sinónimo de “conservador”].

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

Por fin, el fugaz ministro renunció el 11. No fue el único: ese día hubo una
renovación parcial de gabinete: salieron Benítez (reemplazado por el coronel
Vicente Damasco), Vignes (sustituido por el ex ministro de lnterior, Robledo) y el
discutido Ivanisevich, cuyo cargo fue ocupado por Pedro Arrighi, quien se definió a
sí mismo como “un nacionalista con c” , no un nazionalista.

Cafiero, ministro de Economía

La cartera de Economía fue confiada a un prestigioso peronista, que Isabel había


vetado –por razones personales– tres semanas antes, a la salida de Rodrigo. El
nuevo ministro era Antonio Cafiero, quien rápidamente consiguió el apoyo de la
CGT (olvidada ya de su propio plan) y la CGE, así como la confianza de las Fuerzas
Armadas y hasta de los radicales.
“Se han acabado los shocks, se han acabado los palos a ciegas, se han acabado los
elefantes en el bazar”, anunció Cafiero en su primer mensaje al país.
El plan que se proponía ejecutar el nuevo ministro, era el siguiente:
 Minidevaluaciones periódicas, para ir ajustando la paridad sin provocar bruscas
alteraciones.
 Liberación de precios, salvo para productos de la “canasta familiar” [es decir, los
que constituyen el consumo indispensable], que serían sometidos a topes y rígidos
controles.
 Renegociación de la deuda externa.
 Gestión de créditos ante el Fondo Monetario Internacional, al que –dijo Cafiero–
no había que tenerle miedo. “Los tiempos han cambiado”, sostuvo, sugiriendo que
el FMI era ahora menos indeseable. Además, la Argentina podía negociar con quien
fuere, porque no estaba “doblegada, ni enajenada, ni vencida, ni humillada”.
En materia laboral, Cafiero –quien trabajaría en estrecha relación con el ministro de
Trabajo, Carlos Ruckauf– prometía cuidar el salario real, sin ofrecer ilusorios
progresos. El jefe del nuevo equipo económico se aprestaba a viajar a Washington,
para hacer gestiones ante el FMI, cuando se desató, el 14, una crisis militar.

Videla comandante

Los altos mandos objetaron que Damasco, un coronel en actividad, formara parte
del gabinete de Isabel. Para “esperar la descomposición del gobierno”, que era el
objetivo de la cúpula castrense (excluido Laplane), era indispensable que las Fuerzas
Armadas fueran ajenas a ese gobierno.
El jefe del Ejército fue cuestionado por aceptar que Damasco se hubiese hecho
cargo del Ministerio del Interior. Damasco pidió entonces el retiro, para seguir en el
puesto sin comprometer a la institución. Pero ésta ya no tenía retroceso: un
comando rebelde exigió el pase a retiro de Laplane –cuyo nombramiento, se

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

recordó, había sido inspiración de López Rega– e impuso la designación de Jorge


Rafael Videla como nuevo comandante.
Videla pasó a ser, de ese modo, la principal figura de un poder militar que estaba
cerca de culminar su estrategia; había dejado que López Rega y algunas fuerzas
“incontrolables” hicieran el indeseable trabajo de la represión irregular.
Desprestigiado López Rega, lo había removido, debilitando de paso a Isabel. Ahora,
ese poder militar quería diferenciarse con nitidez del gobierno, al cual no le
aseguraban la sobrevida.
El mismo 14 de agosto, La Prensa informaba que la presidente había destinado a
gastos personales una suma elevadísima de dinero, perteneciente a una sociedad
benéfica que ella presidía y que se financiaba con fondos públicos. Era el comienzo
de un escándalo.
El Ejército, iba a ser espectador de lo que sobreviniera.
Su actuación se limitaría a la contrainsurgencia, ahora que se había terminado con la
etapa de la improvisación –caracterizada por la “triple A”– y comenzaba lo que
podía llamarse “represión científica”.
En materia de lucha antisubversiva, ya no serían las Fuerzas Armadas quienes
colaborarían con el gobierno, sino éste quien cooperaría con las Fuerzas Armadas:
un artículo aparecido por esos días indicaba que la acción militar contra la guerrilla,
debía tener “su correlato” en el Ejecutivo, así como en el Congreso, encargado de
sancionar una “legislación adecuada”, y en la justicia, que debía ser “eficiente”, todo
–se sobreentendía– a juicio de las propias Fuerzas Armadas.
La lucha sería violenta. Un general sostuvo el 19 de agosto –en el sepelio de uno de
los oficiales asesinados por esos días– que en la Argentina no habría tranquilidad
“hasta que los enemigos de la paz sean sepultados”. El militar aseguró que el
Ejército no descansaría hasta lograr que desaparecieran “para siempre”, no sólo los
guerrilleros sino “los instigadores ideológicos, los perjuros, los traidores”. No habría
perdón, subrayó, para “los falsos predicadores de hipotéticos paraísos”.
Estabilizada la situación militar, Cafiero viajó a la búsqueda de créditos. Lo
acompañaban Herrera y un directivo de la CGE. En Washington, el agregado militar
de la embajada argentina se sumó a la comitiva, para afianzar la imagen de unión
nacional que el ministro quería transmitir al Fondo Monetario Internacional y a los
banqueros privados que entrevistarían en Nueva York.
Del Fondo, consiguieron un crédito compensatorio de la caída de exportaciones, y las
llamadas facilidades petroleras (oil facilities). El crédito compensatorio procedía
porque, debido al cierre del mercado europeo de carnes, la Argentina había sufrido
una de las situaciones en las cuales el FMI otorga asistencia compensatoria, no sujeta
a ninguna condición. Las facilidades petroleras también eran procedentes, porque la
Argentina seguía siendo el país importador –pese a su considerable producción
doméstica de petróleo– y se había visto afectada por la revalorización del precio
internacional.
Cafiero se ufanaría, a su regreso, de haber conseguido 820 millones de dólares, sin
lesionar la soberanía nacional ni someterse a los dictados de ningún organismo
internacional. El crédito contingente (stand by), cuyo otorgamiento exige el previo

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

compromiso del país beneficiario a aplicar las recetas monetaristas del Fondo, no
había sido solicitado. No obstante –se revelaría más tarde–, Cafiero se había
comprometido con los prestamistas a adoptar ciertas medidas cambiarias e
impositivas que asegurasen el cumplimiento de las obligaciones contraídas.

Luder, presidente interino

A principios de setiembre, la presidente viajó a Tucumán y pronunció desde allá un


enérgico discurso. Sin embargo, se sabía que era inminente el interinato de Luder,
provocado por una licencia que Isabel solicitaría, “por razones de salud”.
El 13, la licencia fue pedida al Congreso (y otorgada por éste). Luder, un abogado y
profesor de derecho constitucional que había prestado asesoramiento jurídico a la
CGT y a la Iglesia Católica, se hizo cargo del Ejecutivo.
El presidente interino entró a la casa de gobierno echando ministros. Removió al de
Defensa –cuestionado por los militares a raíz del papel conciliador que, en defensa
de la institución presidencial, había cumplido durante el episodio que culminó con la
caída de Laplane– y designó para ese cargo a Tomás Vottero; hizo regresar a
Robledo a Interior, en reemplazo del controvertido Damasco, quien se había
convertido en asesor político de Isabel, y entregó la cancillería al jurista Manuel
Arauz Castex.
Luder limitó, asimismo, las funciones de Julio González, secretario técnico de la
presidencia y, según parecía, nuevo hombre de confianza de Isabel.
Pocos días después, el jefe interino del Estado prosiguió la limpieza, cesanteando al
interventor federal en Córdoba: un hombre de ultraderecha, que había causado
irritación en la provincia.
Culminando una semana ajetreada, Luder resolvió disfrutar de un week–end en la
residencia presidencial de Olivos, donde escuchó misa dominical y prometió seguir
haciéndolo cada siete días. Le faltó pronunciar un discurso por la cadena oficial
pero, aun sin él, supo dar a entender que su misión no era, precisamente, la de
guardarle el sillón a la presidente.
Sin duda, Luder contempló, desde el primer momento, la posibilidad de que la
señora de Perón no regresara, o tardase mucho en hacerlo. Sabía que las Fuerzas
Armadas y los principales partidos políticos, estarían satisfechos de contarlo como
presidente efectivo. Sabía, también, que la presidente no sólo era víctima del
desgaste político, sino de un real deterioro en su salud.
Luder y sus ministros –hombres como Cafiero, Robledo, Arauz Castex– eran
peronistas, pero no esos peronistas ignaros y rústicos que horrorizaban a la clase
media. No eran, además, “verticalistas”, adjetivo con el cual se designaba, en el
peronismo, primero a quienes obedecían ciegamente a Perón y, ahora, a aquellos
que sostenían a Isabel.
No eran pocos los partidarios de extender el interinato de Luder.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

Isabel –que había hecho un gran esfuerzo, tratando de adaptarse a las exigencias de
un cargo para el que no estaba preparada– había sufrido un sensible desgaste.
Llevaba perdidas todas las batallas: no había logrado impedir que el Senado eligiera
presidente provisional, había tenido que homologar los convenios laborales y se
había frustrado en su intento de mantener a Laplane. Esos yerros habían debilitado
su autoridad. Por lo demás, despojada de su gente de confianza (López Rega era el
caso más prominente) debía soportar las ensoberbecidas presiones de quienes,
habiendo forzado la salida del ex ministro de Bienestar Social, pretendían (y en
buena medida habían logrado) convertirse en jueces supremos, revisores de toda
elección que la presidente hiciera. Esta situación no podía satisfacer a Isabel, ni al
país, que aspiraba a una conducción indiscutida.
En ese contexto, Balbín entrevistó a Luder para sugerirle este plan: que las
elecciones presidenciales, previstas para 1977, fueran adelantadas. El jefe radical
propuso que el comicio se celebrara en noviembre de 1976, y que, entre tanto,
Luder retuviera el gobierno interino, con el apoyo de los partidos políticos que
dominaban el Congreso, y la supuesta conformidad de las fuerzas armadas.

La cruz y la espada

Los militares, seguían su estrategia: sin ilusionarse con el interinato de Luder,


proseguían la guerra contra la subversión. En esta tarea, iban a recibir la bendición
de las jerarquías católicas.
El 23 de septiembre, el provicario castrense, Monseñor Victorio Bonamín, celebró
una misa en memoria de un coronel asesinado por la guerrilla. En su homilía,
sostuvo: “Cuando hay derramamiento de sangre, hay redención. Dios está
redimiendo, mediante el Ejército argentino, a la Nación Argentina”. Según el
provicario castrense, la muerte del coronel había sido “una muerte de amor”, como
la de todos los militares caídos en la lucha contra la guerrilla. “El Ejército Argentino
está expiando por todos”, subrayó el obispo, quien definió a los militares argentinos
utilizando el término falange: “una falange de gente honesta, pura, que hasta ha
llegado a purificarse en el Jordán de la sangre para poder ponerse al frente de todo el
país, hacia grandes destinos futuros”.
La inesperada homilía de Monseñor Bonamín provocó diversas reacciones; pero no
se la valoró como era debido. Los legisladores nacionales, por ejemplo, citaron al
obispo para averiguar si su oración fúnebre había sido “golpista”, y se conformaron
cuando el prelado dijo que no. Sobre el mismo tema, debieron interrogar, no al
provicario castrense sino al comandante general, de quien el provicario dependía, y
con cuyo consentimiento –previo o posterior– contaba la homilía. Pero esa homilía
tenía un significado que excedía toda especulación sobre un eventual golpe de
Estado: el provicario castrense había dado su bendición a la guerra, rendido culto a
la muerte, designado a los militares como cruzados contra el comunismo. Les había
dicho que –al margen de que tomaran o no el gobierno– tenían, en la lucha contra la
guerrilla, todas las facultades y prerrogativas de quienes libran una guerra santa. Los
había llamado, en fin, falange.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

El 28, el presidente de la Conferencia Episcopal Argentina y Vicario Castrense,


Monseñor Adolfo Tortolo, ratificó todo aquello: “Leí la homilía”, dijo, “y no me
causó ninguna extrañeza: me pareció que estaba dentro de lo que debe ser el
magisterio de un obispo”.
Los montoneros dieron, el 5 de octubre, un golpe audaz en la provincia de Formosa;
ocuparon, al mismo tiempo, un regimiento del Ejército y el aeropuerto provincial,
dependiente de la Fuerza Aérea. En el cuartel, se dedicaron a acopiar armas largas,
con las cuales llenaron siete cejas. En el aeropuerto, se adueñaron de un Boeing, en
el cual cargaron esas cajas y huyeron de la provincia. El avión secuestrado aterrizó
en un campo de la provincia de Santa Fe, donde los guerrilleros descargaron su
botín y desaparecieron, dejando la máquina abandonada.
Al día siguiente, el Episcopado dio a conocer un documento en el que pedía “un
claro y positivo esfuerzo –hasta heroico si fuere necesario– para devolver la paz y la
seguridad interior.”
El 7 de octubre, el Arzobispo de Rosario (tercera ciudad del país) también hizo oír
su voz: advirtió que las universidades habían sido “centros de adoctrinamiento
marxista” y que “también en iglesias se han incubado guerrilleros”, todo ello “por
inconsciencia o falta de visión de los gobernantes”. Pronosticó el obispo que, si se
seguía “tolerando la penetración marxista”, la Argentina entraría “en un cono de
sombra, como ya han entrado Vietnam y Laos”.
En realidad, la guerrilla era tan enemiga del gobierno de Isabel como de las Fuerzas
Armadas. Sin embargo, los militares –y ahora también la jerarquía católica– tendían
a presentar el problema como una guerra santa del Ejército contra la subversión, de
la cual todos los otros sectores, incluido el gobierno, eran espectadores más o
menos pasivos.

Isabel, otra vez

A principios de octubre, Pedro Eladio Vázquez –médico personal de la presidente,


consejero de ésta y alto funcionario de Bienestar Social– anunció que Isabel estaba
“en perfecto estado” y reasumiría “antes del 17”, para hablar en el acto con el cual
se celebraría el fausto peronista: “el día de la Lealtad”, como se llamaba al 17 de
octubre.
En efecto, a mediados de mes la presidente pidió la devolución de su cargo,
restituyó todos sus poderes a Julio González y amenazó con designar a Damasco
como secretario general de la presidencia. Animada por el éxito que –con la
cooperación de los gremios– alcanzó el festejo del 17, se mostró resuelta a ejercer su
autoridad.
En el acto, se limitó a leer (por primera vez no improvisaba desde el balcón) un
prudente discurso. Pocos días después, sin embargo, mostró sus recobradas
energías, destituyendo al Ministro de Bienestar Social, Carlos Emery, quien estaba

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

llevando a cabo una investigación sobre manejos de fondos en ese ministerio,


durante gestiones anteriores, incluida la de López Rega.
El 28 de octubre se anunció –sin previo aviso sobre la renuncia de Emery– que esa
misma tarde juraría como nuevo ministro Aníbal Demarco. A último momento, la
ceremonia fue suspendida, y se informó que la cartera de Bienestar Social sería
desempeñada en forma transitoria por el ministro de Justicia. Sin embargo, al
mediodía siguiente, sin que el titular de Justicia llegara a asumir el interinato,
Demarco (“un león africano sin domar”, según su curiosa autodefinición) juraba
como nuevo ministro, en una ceremonia privada, sin invitados, ni cámaras de
televisión, ni micrófonos.
¿Qué había pasado?. La cúpula sindical, frustrado su intento de ubicar a un
gremialista en la Secretaría General de la Presidencia, había objetado a Demarco y
propuesto para Bienestar Social a otro dirigente gremial. Luego de algunas horas de
vacilación, la presidente había resuelto ignorar la aspiración de los sindicalistas.
Haciendo su voluntad, Isabel intentaba, al parecer, probar a los verdaderos
“verticalistas” y quitar sus ropajes a los simuladores. No quería ser la “reina que no
gobierna” y estaba dispuesta a demostrar, aun en lo intrascendente, que mientras no
la derrocaran, ella sería quien mandaría. Todo interesado en sustituir su voluntad,
estaría obligado a conspirar sin disimulo.
Por esos días, circulaba en los Estados Unidos una edición del semanario U.S. News
& World Report, en la que se aseguraba: “La inflación, la inquietud laboral y el
terrorismo político están paralizando a la Argentina. La presidente Perón ya no
puede contar con el respaldo militar”.
No había razones para pensar que un gobierno militar acabaría con la inflación, la
inquietud laboral y el terrorismo político. Pero había, en la Argentina, quienes lo
pensaban; entre ellos, los militares.
Un general dijo, a fines de octubre que el Ejercito no era custodio de “cualquier
orden establecido”, sino de aquél que (a juicio de la institución, se entendía) resultara
ajustado a los “principios fundamentales” de la Nación.
El Arzobispo de Buenos Aires, Cardenal Juan Carlos Aramburu, había alabado en
una misa, celebrada el 26 de octubre, el “heroísmo de la sangre” de quienes
luchaban contra el “libertinaje” y el “desorden”.
El 3 de noviembre, la presidente debió ser internada. Un médico de la Unión
Obrera Metalúrgica, que había reemplazado a Vázquez, diagnosticó colitis ulcerosa.
El semblante de la señora de Perón no denotaba enfermedad cuando ella apareció
en las pantallas de televisión, poco después de la medianoche del jueves 5,
anunciando que no renunciaría ni pediría licencia al Congreso. Sin embargo,
permaneció en la clínica dos semanas, en uso de una licencia de hecho.
Ni siquiera los ministros tuvieron trato fluido (algunos de ellos ningún trato) con la
presidente durante ese período. La reclusión médica sirvió, en cambio, para que el
secretario Julio González aumentara su influencia sobre Isabel. A él se le atribuyó
haberle aconsejado resistir una investigación en el Ministerio de Bienestar Social,
dispuesta por la Cámara de Diputados, donde el bloque oficialista se había dividido
entre los verticalistas” y los que no acataban a la presidente.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

González propuso que el Ejecutivo retirase todos los proyectos de ley que había
enviado al Congreso, para hacer entrar a éste en receso, ya que el período ordinario
había terminado. El fin era impedir la investigación y, además, dejar a Isabel con las
manos libres para intervenir por decreto la provincia de Buenos Aires, donde
Victorio Calabró hacía pública su rebeldía.
Calabró, un metalúrgico opuesto a la conducción de Lorenzo Miguel, también
aspiraba a la presidencia. Según la ley de acefalía, él era, como gobernador, un
presidenciable. Le hacía falta agregar soportes políticos, y Calabró se los procuraba
sin descanso: mantenía reuniones secretas, intentaba alianzas, y el 12 organizó un
acto según las normas de la liturgia peronista. Reunió a la gente en la plaza principal
de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, y él habló desde un balcón de la
casa de gobierno bonaerense.
Calabró intentó halagar a los peronistas disconformes, criticando al gobierno desde
la “doctrina” de Perón. Atacó a López Rega. Alertó a los militares sobre las
calamidades que podían sobrevenir si se derrumbaba el peronismo. Y halagó a la
juventud: “¿Por qué se echa de nuestro movimiento a la juventud? ¿No saben estos
idiotas que los movimientos se nutren de juventud y si no vegetan”. [Los miembros
de la Juventud Peronista habían sido expulsados del partido]. Calabró procuraba ser
el gremialista que concitara el apoyo de los jóvenes: una síntesis que, suponía, lo
convertiría en el líder que estaba faltándole al Movimiento. Su proyecto no era un
golpe de Estado, sino el reemplazo legal de Isabel. “Las Fuerzas Armadas son muy
sensatas. No pueden gobernar y combatir a la guerrilla al mismo tiempo”, sostenía el
gobernador.
Las Fuerzas Armadas no pensaban lo mismo, pero aguardaban que la
descomposición del gobierno avanzara.

Orfila en Buenos Aires

Aquel mes de noviembre, llegó a Buenos Aires el secretario general de la OEA: el


argentino Alejandro Orfila, un hombre confiable para el Departamento de Estado
norteamericano.
Orfila se reunió con toda la dirigencia argentina: con la presidente de la Nación, con
cinco de sus ministros por separado, con la Corte Suprema de Justicia, con la
conducción de la CGT, con Luder y con los presidentes de los distintos bloques
parlamentarios, con distintos sectores empresarios y con los comandantes generales
de las tres armas. A éstos, les habló de la necesidad de establecer, con todos los
países americanos salvo Cuba, nuevas bases para un sistema de seguridad
continental. Éste era un tema que interesaba mucho en Washington, donde los
funcionarios especializados se quejaban de la escasa solidaridad militar entre los
ejércitos del continente.
En todas sus entrevistas, Orfila propuso, por otra parte, la modificación de la Ley de
Inversiones Extranjeras, afirmando que sus disposiciones –demasiado celosas de la
soberanía argentina—alejaban al capital internacional.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

También sostuvo el funcionario que la Argentina no podía aspirar al desarrollo de


una tecnología propia, dado que eso iría ensanchando cada vez más la brecha que la
separaba de las naciones desarrolladas; era necesario importar las tecnologías más
avanzadas del mundo, lo cual permitiría ahorrar tiempo y esfuerzo que debían ser
destinados a la producción, sobre todo de alimentos –que serían escasos en el
mundo futuro– y al desarrollo de la infraestructura social: escuelas, caminos,
hospitales.
En particular, Orfila desarrolló su tesis ante los integrantes del equipo económico,
que –presididos por Cafiero– se reunieron para rendirle un informe detallado de la
situación en cada área, y luego para cambiar ideas en un “desayuno de trabajo”.
Estas actividades del secretario general de la OEA despertaron, como era natural, la
inquietud de los observadores. Unos dedujeron que Orfila había ido a Buenos Aires
para apuntalar al gobierno de Isbael, sosteniendo que el cambio institucional no
produciría rédito alguno y, en cambio, el mantenimiento de la legitimidad no
obstaba a la acción contrainsurgente de las fuerzas armadas ni a la política
económica deseable.
Otros entendieron que Orfila había ido a fijar las condiciones bajo las cuales un
cambio institucional podía tener respaldo externo.
Lo cierto es que el secretario de la OEA, espontánea o deliberadamente, había
notificado cuál era el modelo que –bajo la organización constitucional u otra
eventual– los Estados Unidos deseaban ver aplicado en la Argentina: apertura a la
tecnología y los capitales extranjeros, inserción en un esquema de complementación
económica con otros países del área, especialización en la producción alimentaria y
activa participación en el sistema de seguridad continental.

El “putsch” de la Aeronáutica

“El país vive en medio de un esquema de desquicio económico, crisis moral y


disolución social… mientras nuestros vecinos [Chile, Bolivia, Paraguay, Brasil y
Uruguay; todos sometidos a dictaduras militares] prosperan en paz y en trabajo”. Así
decía el Comunicado número 1, que el 18 de diciembre emitió un sector de la
Fuerza Aérea, alzado contra el gobierno. El cabecilla del movimiento era el brigadier
Jesús Orlando Capellini, y su ideólogo civil un nacionalista para quien el objetivo del
pronunciamiento era “establecer un nuevo orden basado en nuestras tradiciones
cristianas”.
Los insurrectos, tras secuestrar al Comandante General de la Aeronáutica,
desconocieron la autoridad del gobierno y requirieron a Videla que asumiera el
poder en nombre de las Fuerzas Armadas. El Comandante General del Ejército –
quien estaba en Caracas, Venezuela, y debió regresar rápidamente– juzgó prematuro
el paso que le pedían.
Los comunicados de los rebeldes, seguían saliendo al aire por las emisoras que ellos
habían copado. “Seremos inexorablemente implacables con nuestros enemigos”,
decía uno de esos comunicados.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

Uno de los insurrectos reconoció que “algunos de los oficiales” del movimiento
“tuvieron relación” con cursos que había dictado el teórico ultraderechista Jordán
Bruno Genta –el asesinado Consejero del ex rector Ottalagano– especialmente para
militares.
Videla rehusó el ofrecimiento de los rebeldes y se pronunció, en esa instancia, por el
mantenimiento del orden constitucional. El brigadier Orlando Agosti fue designado
nuevo comandante de la Fuerza Aérea, con lo que el movimiento obtuvo un triunfo
parcial. Luego, Agosti debió reprimir a los insurrectos, y entonces fue bombardeada
una pista de aterrizaje (vacía) en el principal de los cuarteles alzados. Sobrevino, de
inmediato, la rendición. El último comunicado fue significativo: “Permanezca
sereno el pueblo de la Patria, porque ya no estamos solos en la defensa de los
supremos intereses de la Nación”.
Durante la crisis, que duró cuatro días, Videla había enviado a todas las guarniciones
y unidades del Ejército (el día 19) un radiograma en el que, “consciente de la grave
situación que atraviesa el país”, se comprometía a reclamar “a las instituciones
responsables y en nombre de los supremos intereses de la República, que actúen
rápidamente en función de las soluciones profundas y patrióticas que la situación
exige”.
Por su parte, el vicario castrense, declaró que mucho de lo afirmado por los rebeldes
era “verdad”. “Hay cosas muy buenas insertas en una actitud que no era, tal vez,
totalmente legítima”, sostuvo monseñor Adolfo Tórtolo. Y precisó: “El país no
puede continuar así”.
¿Cuáles eran las “soluciones profundas y patrióticas” que la situación exigía? ¿Qué
era lo que no podía continuar?. La crisis económica –y esto lo admitían enemigos
del gobierno– había sido enfrentada con recursos similares a los que emplearía un
eventual gobierno militar. La lucha contra la subversión era llevada, con autonomía,
por las Fuerzas Armadas. López Rega no estaba ya, ni siquiera, en el país.
Cierto: el gobierno carecía de la autoridad, congruencia y ejemplaridad deseables;
pero la oportunidad de sustituirlo legalmente estaba muy próxima: las elecciones
presidenciales habían sido, por fin, adelantadas. Iban a celebrarse el 17 de octubre.
Eso era, sin embargo, lo que no querían algunos sectores militares: que todo
quedase librado a un resultado electoral. El director de la Escuela de Defensa
Nacional –un general en actividad– alertó por esos días sobre el peligro
representado por quienes “pretenden imponernos hoy mediante el crimen y…
¡cuidado! que mañana, quizás, mediante el sufragio, un régimen ateo, materialista y
despótico”.

El país en guerra

En vísperas de la Nochebuena, a 15 kilómetros de Buenos Aires había un frente de


guerra. El comando general del Ejército emitía, esa noche, un parte requiriendo a la
población que se abstuviera de transitar por zonas del Gran Buenos Aires, sometida

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

al tableteo de ametralladoras, el ulular de sirenas y el zumbido de aviones y


helicópteros. Desde el aire, llovían bengalas y fuego. En tierra, se combatía en el
arsenal donde había tenido origen la batalla, al mismo tiempo que de daban
escaramuzas en calles y caminos diversos. Algunos regimientos eran baleados y sus
efectivos repelían los ataques.
A medianoche, la Marina anunciaba que los aviones a su servicio cooperaban con las
tropas del Ejército. A la mañana siguiente, los diarios –impresos durante el fragor de
la contienda– daban la información trunca, pero ya contabilizaban decenas de
víctimas: 50, 60, 100 muertos. Era indeterminable.
Los argentinos se sintieron presas de un delirio. Sin embargo, lo ocurrido aquel 23
de diciembre era real: el ataque de los montoneros al arsenal había desencadenado una
verdadera batalla, a las puertas de la capital.
Al día siguiente, el comandante general del Ejército diría desde Tucumán que la
guerrilla actuaba “favorecida por el amparo que le brinda una pasividad cómplice”.
Videla sostuvo que las Fuerzas Armadas no se dejarían llevar por “injustificadas
impaciencias” ni por “intolerables resignaciones”, y rogó a la “gracia divina” que
permitiera “gozar de la celestial contemplación de Dios a los héroes muertos por la
Patria”. En cuanto a quienes habían “abandonado el recto camino”, el jefe militar
aclaró que no aspiraba al “castigo eterno” sino al de la “ley de los hombres”.

La presidente, sobreseída

Quienes actuaban a impulsos de “injustificadas impaciencias”, agitaban por esos días


el presunto fraude en el que habría incurrido la presidente, al disponer de fondos de
una sociedad benéfica.
La cuestión fue sometida a juicio. El juez encargado de tramitarla era el mismo que
entendía en las causas abiertas contra López Rega y algunos de sus colaboradores,
por malversación de fondos. El magistrado había, en esos casos, ordenado
detenciones, solicitado la captura del ex ministro Villone y pedido a la Interpol que
apresara a López Rega.
El 30 de diciembre, el mismo juez absolvió a la presidente. Ella había extraído
fondos de la entidad benéfica para pagar a las hermanas de Perón un legado que éste
les había hecho. Era parte de la indemnización que el Estado le pagó al propio
Perón por los bienes que le habían confiscado en 1955.
Esa indemnización, por cierto, se hallaba depositada en una cuenta distinta de la que
tenía la entidad benéfica. Isabel sostuvo que había utilizado la chequera de la entidad
“por error”, y para demostrarlo disponía de un valioso instrumento: antes de que el
caso tomara estado público, ella había hecho levantar un acta por ante la Escribanía
General de Gobierno, dejando constancia del error cometido, el cual fue reparado
de inmediato, depositando en la cuenta de la entidad un cheque de la presidente por
el monto erróneamente retirado. Este nuevo cheque estaba librado contra la cuenta
donde estaba la indemnización recibida por Perón.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

El juez no podía condenar a la presidente: el presunto delito había sido reparado a


tiempo, y no había en el expediente ninguna prueba que destruyera la afirmación de
que la acusada había obrado por error. La señora de Perón fue sobreseída
definitivamente.
Esto irritó a quienes habían tomado la bandera de la moral pública para llevar
adelante una ofensiva contra el gobierno. Había quienes, incluso, esperaban una
condena judicial, para promover a la presidente un “juicio político”, que no requería
un pronunciamiento judicial previo. La constitución autoriza al Congreso argentino
a destituir al presidente por “mal desempeño”, expresión que abarca la falta de
idoneidad profesional o moral, la ineficacia y la pérdida de decoro o autoridad. El
oficialismo ya no mandaba en la Cámara de Diputados, donde el bloque peronista
se había visto menguado por una nutrida emigración. El “juicio político” era
posible, pero había quienes esperaban que una condena judicial asegurase su éxito.
El juez fue criticado por no facilitar esa “solución política”.
El año terminaba en medio de zozobras. El parlamento se había olvidado de su
función específica. Unos legisladores se dedicaban a buscar fórmulas para preservar
el orden constitucional; otros a acelerar la ruptura.
El gobernador de la más importante provincia del país (Calabró), había sido
expulsado del partido gobernante.
Los dirigentes sindicales se sentían marginados. Estaban, además, divididos.
Lorenzo Miguel, quien había advertido durante el putsch de la Aeronáutica que era
mucho lo que tenía para perder, optó por el apoyo franco a Isabel.
Herrera, por su parte, se sentía impotente y pidió que la Iglesia Católica que
convocara a las Fuerzas Armadas, los partidos políticos y las entidades gremiales a la
búsqueda de una salida.
La Iglesia y las Fuerzas Armadas, en verdad, ya habían adelantado su posición. Una
alta jerarquía eclesiástica había asegurado que el país no podía “seguir así” y el
comandante general del Ejército esperaba “soluciones profundas y patrióticas”.
Los empresarios, por su parte, se habían resuelto a acelerar la descomposición. Una
flamante federación empresaria –liderada por el sector ganadero, e integrada por
todos los grupos no representados en la CGE– organizaba un lock out.
Mucho más precisos que militares, obispos y políticos, los empresarios ponían de
manifiesto sus intenciones: no invocaban ni a Dios ni a la Patria, y pedían cosas tan
concretas como una devaluación o la abolición de aquellos vestigios de peronismo
que quedaban. La Ley de Contratos de Trabajo, por ejemplo.
Para resistir tantos embates, cualquier fuerza era poca; y la Presidente no tenía casi
ninguna.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

1976

En enero, la señora de Perón volvió a hacer gala de su vocación de mando:


promovió un cambio de gabinete, interpretado como un avance del “lastirismo”,
dado que habría sido Lastiri el elector de los cuatro nuevos ministros, en particular
de Roberto Ares, quien pasó a ocupar la cartera de Interior. Con eso, además, la
presidente volvió a poner distancias entre ella y los dirigentes sindicales, a quienes
no les informó con antelación de la crisis ministerial que provocaría, ni los invitó a la
jura de los nuevos ministros.
Herrera se quejó, el 21, del “entorno” de Isabel: una alusión a González y Lastiri,
quienes –según la dirigencia gremial– aislaban a la presidente y la separaban de su
única base de sustentación: el poder sindical.
En el gobierno, mientras tanto, había quienes se empeñaban en satisfacer a los
sectores económicos menos afectos al peronismo y, por lo tanto, más peligrosos
para la estabilidad institucional.
El Ministro de Economía, preparó un proyecto de ley que –en oposición a la
doctrina de la Corte, y modificando una ley sancionada en vida de Perón– proponía
dar a los “contratos” entre una filial y su matriz extranjera “el mismo tratamiento
fiscal que el que correspondería si fueran entidades independientes una de otra”. De
esa manera, las filiales podrían volver a deducir, en sus balances impositivos, los
“pagos” hechos a sus matrices.
También se proyectaba “flexibilizar” la ley de inversiones extranjeras, y autorizar a
las empresas transnacionales a que transfiriesen al exterior ganancias anuales
superiores a 14,5 por ciento del capital invertido.
“Hay que volver a Perón. Retomar la política de concertación, el Plan Trienal, la
política exterior y todos los instrumentos aptos para cumplir el programa que el
pueblo votó masivamente en 1973”, aconsejaba por esos días Calabró. El gobierno,
sin embargo, presentía que, para sobrevivir, tenía que alejarse cada vez más de aquel
programa reformista.
Algo de razón tenía: sus opositores se valían de las torpezas, errores e inconductas
del propio gobierno, para atacarlo por razones distintas de las que enunciaban.
Esas razones ocultas aparecerían, el 28, en un documento de las entidades
empresarias que preparaban el lock out. En nombre de la “iniciativa privada”, se
prevenía contra “el esquema colectivista, estatizante y demagógico que padecemos”.
Los objetivos del movimiento de fuerza eran: lograr la derogación de ciertas leyes
sociales –en particular, la de contratos de trabajo– y una mayor rentabilidad de las
empresas privadas, para lo cual debía concederse una rebaja de impuestos. Más allá
(esto no había sido declarado, pero lo probaría el tiempo) los empresarios aspiraban
a un cambio de gobierno. El peronismo, aun con todas sus infidelidades
doctrinarias, seguía incomodando a los sectores más conservadores de la sociedad.

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

La perspectiva de que fuera un candidato peronista quien triunfara en las elecciones


de ese año, les resultaba insoportable.
Lo dramático, para el gobierno de Isabel, era que no contaba –para defenderse de
tales sectores– con el apoyo popular. Sus concesiones habían perjudicado a los
estratos sociales más bajos y no habían conquistado a quienes desconfiaban del
populismo.
Estadísticas privadas revelaban que los trabajadores habían iniciado 1976 con el
salario real más bajo de los últimos quince años. Los dirigentes sindicales que, mal o
bien, representaban los intereses de los asalariados e quejaban de que el gobierno no
oía sus reclamos.
Los empresarios, iban al lock out.

Mondelli, por Cafiero

Cafiero –que contaba con apoyo sindical– intentó, en un sentido, “volver a Perón”:
auspició la reedición del Pacto Social. El 2 de febrero, debían reunirse en el
ministerio de Economía, la CGT y la CGE para iniciar discutir las medidas a
adoptar para enfrentar la crisis.
La CGE, que estaba pagando su error de haber alojado a la conservadora Unión
Industrial Argentina, atravesaba por un periodo de desinteligencias internas, que
llevarían a la renuncia de Broner. La puerta abierta por Cafiero, quien previamente
había tenido roces con la CGE, le daban a ésta una oportunidad de rehacerse y de
reconstruir, siquiera en parte, su antiguo poder.
Sin embargo, Isabel –que había aprobado la convocatoria a ambas centrales–
decidió, el mismo día 2, que la reunión no debía hacerse. Había triunfado la tesis de
González, contrario a la reapertura de la política concertada.
El Secretario General de la Presidencia, al parecer, veía esa reapertura como una
“maniobra” de Cafiero, de quien se decía que aspiraba a integrar, acompañado de
Lorenzo Miguel, la fórmula presidencial del peronismo.
Cafiero salió del gabinete, junto con Ruckauf, Ministro de Trabajo. Emilio Mondelli
–hasta entonces presidente del Banco Central, designado en su momento por
Rodrigo– se hizo cargo de la cartera de Economía. Miguel de Unamuno, sindicalista,
tomó Trabajo.
La situación era crítica:
 La inflación había llegado a 1 por ciento diario. Los precios al consumidor habían
trepado, de 100 en enero de 1973 (128 en mayo, al subir Cámpora; 160 en octubre
de 1974, al salir Gelbard) a 1.450 en febrero de 1976.
 El “dólar paralelo” había subido, en el mercado paralelo, de 12 pesos al subir
Cámpora (20 al salir Gelbard) a 300 pesos.
 Las reservas de divisas habían descendido de 950 millones de dólares al subir
Cámpora (1.693 millones al salir Gelbard) a 500 millones.

86
El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

 La balanza comercial había pasado a ser negativa y se preveía que las importaciones
superarían ese año a las exportaciones en 520 millones de dólares: más del total de
reservas disponibles.
 La deuda externa era de 10.000 millones de dólares.
 El país, además, debía afrontar en los 12 meses siguientes vencimientos por 3.500
millones de dólares, más intereses.

Mondelli propuso su solución: acabar con los “mitos”, recurrir al Fondo Monetario
Internacional y dar incentivos a los inversores extranjeros. En conversación con un
grupo de diputados, dijo por esos días: “Tenemos una ley de inversiones extranjeras
que nos ha resguardado sin duda de todo imperialismo y de toda invasión extraña,
pero, eso sí, inversión no hay ninguna”.
Una misión del Fondo llegó ese mes a Buenos Aires, y el ministro logró que la CGT
aceptara las negociaciones con el organismo “a menos que lesionen el interés
nacional”.
Los dirigentes sindicales, si bien no habían querido el cambio de Mondelli por
Cafiero, y en otras circunstancias no habrían aceptado las recetas del ministro,
entendían que el gobierno tenía el revólver en el pecho, y se mostraban
complacientes.
Con cierto acuerdo de la cúpula sindical, Mondelli elaboró el plan que anunció el día
5: alza de salarios, limitada a 12 por ciento; establecimiento de un mercado único de
cambios, en el que el valor del dólar sería de 140 pesos (82,5 por ciento más de lo
que valía, hasta entonces, el dólar en el mercado financiero oficial); aumentos en los
servicios públicos y reajuste (80 por ciento) del precio de los combustibles.
Las nuevas medidas eran reminiscentes del “rodrigazo”, pero sus consecuencias no
fueron las mismas. El peronismo se sentía inseguro, y no estaba dispuesto a hostigar
al gobierno.
El 16, el país fue paralizado por la huelga patronal. Hasta los afiliados a la CGE
adhirieron al paro.
Los políticos, presintiendo el golpe militar, procuraban salvar las formas
democráticas. Por esos días, se discutía la posibilidad de convocar una Asamblea
Legislativa (es decir, la reunión de diputados y senadores) para remover por simple
mayoría a la presidente, anticipándose así el Congreso al paso que planeaban los
militares.
La “solución” había sido ideada para sortear el obstáculo que presentaba el juicio
político, que requería la voluntad de dos tercios de los legisladores. Claro está que la
proyectada Asamblea era inconstitucional, habría sido desconocida por la presidente
y, en definitiva, habría derivado hacia lo que se quería evitar: la intervención militar.
La “solución” no llegó a intentarse.
Su sola discusión en el Congreso demostraba, sin embargo, la extrema debilidad del
gobierno. Éste, por momentos, parecía no comprender que estaba al borde del
precipicio. El 13, dispuso que –antes de realizar las elecciones presidenciales–
promovería la reforma de la Constitución, lo cual exigía la elección popular de una

87
El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

asamblea constituyente y un período de deliberaciones que llevaría las elecciones


presidenciales a 1977. El 16, además, se cerró el Congreso, en virtud de un decreto
de la presidente que daba por terminado el período de sesiones extraordinarias. Los
partidos creían que, mal aconsejada por su “entorno”, la presidente jugaba con
fuego: cerrar el Congreso, convocar en aquellas condiciones a la reforma de la
Constitución, y aplazar las elecciones presidenciales (que ella misma había
adelantado para desarmar a quienes planeaban su derrocamiento) parecía un
despropósito.
La presidente reaccionó. Habló al país para anunciar que, sin renunciar a su intento
de previa reforma constitucional, convocaría a elecciones presidenciales para el 12
de diciembre. Ella, que constitucionalmente podía aspirar a otro período
presidencial, no presentaría candidatura.
Poco después, el Congreso fue convocado otra vez a sesiones extraordinarias.

El gobierno agoniza

El 5 de marzo, López Rega fue condenado por la justicia, que lo halló culpable de
malversación. Un pedido de extradición fue dirigido al gobierno de España.
Isabel, entre tanto, parecía recuperar energía. El 6, una convención la reeligió
presidente del partido. Al improvisar un discurso, frente a los delegados, volvió a
prometer “latigazos” y dijo que a sus enemigos les daría “con el hacha”.
El 10, la presidente fue con Mondelli a la CGT. En el salón de actos, subió al
escenario y habló a los sindicalistas, flanqueada por el ministro, Herrera –que venía
de Ginebra, donde había pasado varias semanas en ejercicio de un cargo que tenía
en la OIT– y Lorenzo Miguel.
“A mí no me entorna nadie. ¡Ni el propio Perón me pudo entornar en dieciocho
años!”, sostuvo allí la presidente. Anunció que el aumento salarial había sido elevado
de 12 a 20 por ciento, y pidió a los gremialistas que fueran condescendientes con el
ministro de Economía.
Cuarenta y ocho horas más tarde, Isabel removió a su ministro de Defensa, José
Guardo –designado en enero– por hallarlo demasiado afín a los militares.
En su lugar, designó a José Deheza, hasta entonces Ministro de Justicia. De ese
modo, la presidente completaba su récord: 38 ministros en 21 meses de gobierno.
La prensa de esos días ya hablaba, abiertamente, del golpe que estaba en gestación.
Se sabía que Videla asumiría el gobierno de un momento a otro.
El 15, un afortunado cambio en su rutina, hizo que el comandante general del
Ejército llegara algo tarde a la sede de sus funciones: minutos antes de su arribo, una
poderosa bomba estalló en el sitio donde solía descender, dentro del comando
general. Hubo un muerto, varios heridos, y quedó la sensación de que las Fuerzas
Armadas –que a menudo habían insinuado su disgusto por la ineficiencia del
gobierno civil en la lucha contra la subversión– tampoco habían logrado controlar la
situación.

88
El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

Sin embargo, el golpe parecía inminente. El 16, Balbín habló al país por radio y
televisión: “Todos los incurables tienen cura, cinco minutos antes de la muerte”,
dijo, parafraseando a un poeta popular argentino. El jefe radical instaba, sin
confianza, a la salvación de las instituciones.
Herrera, no tenía ninguna confianza: se fue al Uruguay y, allá, le respondió a un
periodista que preguntaba por la situación: “No sé nada. Yo, me borré” [es decir,
desaparecí, no tengo nada más que ver].
La presidente aún confiaba en conservar el gobierno. En una reunión privada
sostuvo, por esos días, que las medidas adoptadas por su Ministro de Economía
eran idénticas a las que preparaban los militares, quienes se habrían quedado, así sin
plan de alternativa. Isabel creía, además, que a las Fuerzas Armadas les convenía que
fuese el “gobierno popular” quien absorbiera el impacto de semejantes medidas. La
conclusión de Isabel era: “El golpe va a quedar frenado, y si ganamos un mes,
entonces ya llegamos a las elecciones. Por dos cosas: una, porque yo no voy a ser
candidata; dos, porque el candidato no va a ser un peronista. Va a ser un hombre de
mucho prestigio internacional, que va a venir del extranjero”.
Luego de aquel críptico comentario, la presidente se extendió en elogiosas
referencias a Alejandro Orfila. El plan de Isabel era, según se deduce, arrebatarle las
banderas a los militares, y presentar como candidato nada menos que al hombre que
ocupaba la secretaría general de la OEA.
No había tiempo para todo eso. Desde mediados de marzo, los diarios daban por
descontado que las Fuerzas Armadas estaban listas para tomar el poder. Todos,
además, procuraban justificar ese paso. Mostraban al gobierno civil sumido,
irremediablemente, en el caos. El 22, La Prensa se alarmaba de la violencia: 1.358
personas habían muerto, por razones políticas, desde el 25 de mayo de 1973. En las
siguientes cuarenta y ocho horas, el número subiría a 1.372.

La caída

El 24 de marzo, las Fuerzas Armadas asumieron el poder. Derrocaron a la


presidente, clausuraron el Congreso, removieron a los jueces de la Corte Suprema,
cesantearon a los gobernadores provinciales, suspendieron toda actividad política y
gremial, y ampliaron a civiles la aplicación del Código Militar.
La ideología del nuevo gobierno, que sería presidido por Videla, fue esbozada en la
proclama del movimiento militar. Algunos comunicados y un acta que firmaron los
comandantes. El país afirmaría su vocación “occidental y cristiana”, se fomentaría la
“iniciativa privada”, serían atraídos capitales extranjeros, quedarían prohibidas las
huelgas, se intervendrían la CGT y la CGE y regiría una absoluta prohibición para
desarrollar actividades políticas y gremiales.
En Santiago de Chile, el diario El Mercurio ubicó al nuevo gobierno argentino en la
misma línea de sus vecinos. Según el diario chileno, “la actitud castrense”, en

89
El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

Sudamérica, había “correspondido a la necesidad de reparar los daños causados por


experimentos de tipo marxista o populista”.
En el primer mes de gestión, el gobierno militar adoptaría una serie de medidas:
anularía la nacionalización de los depósitos bancarios y del comercio exterior de
carnes y cereales; reformaría la ley de contratos de trabajo; derogaría la ley
universitaria; liberaría los precios y congelaría los salarios. Anunciaría, además, la
modificación de la ley de inversiones extranjeras.

Lanusse podía sentirse satisfecho. Todo era fruto de su audacia de cuatro años
antes.
La izquierda no pudo quedarse con el peronismo. El Líder –tras gozar su retorno y
reivindicación personal– expulsó a los díscolos y se murió en paz. Después de
Perón vino el diluvio y, con él, la oportunidad de otro gobierno militar.
Hay quienes creen asistir a una aurora. Es, en verdad, el comienzo de una noche
antártica, gélida y larga.

90
El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

(Nota: El autor se vio en la necesidad de trabajar sin archivos personales. La


bibliografía consultada no es el resultado de una selección, sino el acopio de los
materiales que el autor pudo reunir en Caracas, a los fines de este trabajo).
– Revista Cuestionario número 1 a 22 y 24 a 38, Buenos Aires, 1973–1976.
– Rodolfo H. Terragno, “Los 400 días de Perón”, Ediciones de La Flor, Buenos
Aires, 1974.
– Juan D. Perón, “1973–1974/Todos sus discursos, mensajes y conferencias
completos”, vol.II, Ediciones de la Reconstrucción, Buenos Aires, 1974.
– Julio Godio, “Perón y los montoneros”, editado en mimeógrafo, Universidad del
Zulia, Venezuela (Facultad de Ciencias Económicas y Sociales), 1977.
– Diario La Opinión, Edición especial del tercer aniversario, “La Argentina entre el
retorno de Perón y la presidencia de Perón”, Buenos Aires, 3 de mayo de 1974.
– Revista Somos, “Historias y personajes de una época trágica”, Buenos Aires, 1977.
– Pablo Kandel– Mario Monteverde, “Entorno y caída”, Editorial Planeta
Argentina, Buenos Aires, 1976.
– Virgilio Martínez Sucre–Arístides Horacio M. Corti, “Multinacionales y derecho”,
Ediciones de La Flor, Buenos Aires, 1976.
– Alejandro Lanusse, “Mi testimonio”, Laserre Editores, Buenos Aires, 1977.

91
El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

BIBLIOGRAFÍA SUGERIDA

Para el estudio de proyectos de ley y leyes sancionadas:


– Diario de Sesiones de la H. Cámara de Diputados de la Nación, Imprenta del Congreso,
Buenos Aires, 1973–1976.
– Diario de Sesiones de la H. Cámara de Senadores de la Nación, Imprenta del Congreso,
Buenos Aires, 1973–1976.

Para el estudio de indicadores económicos:


(Oficiales): Boletín Semanal del Ministerio de Economía. Síntesis de informaciones y
Comentarios, Ministerio de Economía, Buenos aires, 1973–1976.

(Privados): Indicadores de FIEL, Buenos Aires, 1973–1976.

Para el estudio de las manifestaciones públicas de Perón:


Juan D. Perón, 1973–1974/ Todos sus discursos…, vol. I y II, Ediciones de la
Reconstrucción, Buenos Aires, 1974.

Para el estudio de los montoneros:


Colección de la revista El Descamisado (apareció también bajo los nombres La Causa
Peronista y El Auténtico), Buenos Aires, 1973–1976. (Este material es prácticamente
inhallable en la Argentina).

Para el estudio de sucesos en general:

Colecciones de los diarios La Nación (conservador, antiperonista) y Clarín


(desarrollista; primero pro–gubernamental y luego opuesto al gobierno de Isabel).
(Las posiciones asumidas por el autor del presente trabajo durante el proceso al que
éste se refiere, están contenidas en el libro Contratapas, Ediciones Cuestionario,
Buenos Aires, 1976).

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

ÍNDICE ONOMÁSTICO

Banco Industrial, 69
6 Barataria, 6
62 Organizaciones, 47, 48, 64, 71 Barcelona, 4
Benítez, Antonio Juan, 11, 73, 74
A Ber Gelbard, José, 10, 14, 18, 23, 26, 37,
39, 40, 41, 42, 48, 49, 50, 54, 55, 56,
AAA, 51
60, 62, 86
Abal Medina, Fernando, 51
Bidegain, Oscar, 33, 34
Abal Medina, Juan Manuel, 9
Birmania, 32
Aeronáutica, 81, 84
Boeing, 78
Agosti, Orlando, 82
Bonamín, Monseñor, 77
AIFLD, 32
Bonanni, Pedro J., 73
Alemania, 12
Born, 69
Alianza Anticomunista Argentina, 51
Bosch, Juan, 32
Allende, Salvador, 11, 12, 22, 24, 25, 32,
Brasil, 22, 32, 49, 63, 70, 81
39
Brezhnev, 16, 56
Alsogaray, Álvaro, 24
Broner, Julio, 60, 86
América Latina, 16, 62, 63
Brumario, 42
Anael, 49
Buenos Aires, 2, 8, 9, 10, 12, 13, 15, 16,
Anaya, Leandro Enrique, 29, 51, 68
17, 18, 22, 26, 33, 37, 45, 46, 47, 53,
Antártida, 22
55, 58, 59, 63, 64, 65, 66, 68, 70, 71,
Aramburu, Juan Carlos, 79
79, 80, 81, 82, 87, 91, 92
Aramburu, Pedro Eugenio, 27, 40, 50,
Bunge y Born, 69
51, 55, 58
Arauz Castex, Manuel, 76 C
Arbenz, Jacobo, 32
Ares, Roberto, 85 Cabildo, 51
Argel, 24 Cafiero, Antonio, 74, 75, 76, 81, 86, 87
Argentina, 2, 3, 4, 5, 7, 8, 10, 11, 13, 14, Calabró, Victorio, 17, 33, 80, 84, 85
16, 17, 18, 19, 21, 22, 23, 24, 29, 30, Cámara de Diputados, 6, 17, 72, 79, 84,
31, 32, 35, 36, 37, 39, 40, 41, 43, 46, 92
48, 52, 56, 57, 58, 60, 61, 62, 63, 64, Cámpora, Héctor J., 6, 7, 8, 10, 11, 12,
66, 68, 69, 72, 73, 74, 75, 77, 78, 79, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 22, 23, 26, 44,
81, 86, 91, 92 48, 56, 68, 86
Armada, 10, 59 Capellini, Jesús Orlando, 81
Arrighi, Pedro, 74 Caracas, 2, 24, 81, 91
Arrostito, Norma, 50 Carcagno, Jorge Raúl, 11, 18, 24, 29, 68
Asamblea Legislativa, 17, 68, 87 Carta Magna, 37
Casa de Gobierno, 11, 36, 53, 68
B Castro, Fidel, 8, 24, 37
Catamarca, 50, 51
Bacigaluppo, Enrique, 16, 17, 28
CEE, 8
Bahía Blanca, 65
Central Nacional de Inteligencia, 60
Balbín, Ricardo, 7, 16, 17, 18, 22, 25,
29, 32, 45, 46, 47, 54, 59, 64, 66, 77, Cesio, Juan Jaime, 29
89 CGA, 48
Banco Central, 21, 49, 62, 64, 86

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El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

CGE, 10, 14, 15, 29, 38, 39, 40, 42, 47, D
48, 55, 60, 74, 75, 84, 86, 87, 89 Damasco, coronel, 38
CGT, 14, 15, 18, 24, 25, 28, 29, 30, 38,
Damasco, vicente, 74, 76
40, 41, 42, 43, 47, 53, 55, 57, 58, 59,
Damasco, Vicente, 74, 78
60, 64, 66, 70, 71, 72, 73, 74, 76, 80,
de La Rúa, Fernando, 22
86, 87, 88, 89
De la Rúa, Fernando, 25
Ch Deheza, José, 88
Demarco, Aníbal, 79
Checoslovaquia, 41 Departamento de Estado, 32, 63, 80
Chiang–Kai–shek, 3 Día de los Trabajadores, 37, 40
Chile, 8, 11, 22, 24, 25, 32, 81, 89 DIPA, 13
China, 3, 32 Dorticós, Osvaldo, 11, 12
Duarte, María Eva, 50
C
CIA, 27, 32 E
Clarín, 24, 92 Ecuador, 63
Código Militar, 89 Ejecutivo, 56, 75, 76, 80
Código Penal, 34 Ejecutivo, Poder, 31, 34, 37
Comando en Jefe de la Marina, 8 Ejército, 3, 5, 9, 10, 11, 14, 16, 17, 18,
Comando Superior Peronista, 25 29, 32, 33, 37, 50, 51, 54, 56, 57, 63,
como Secretario de Trabajo y Previsión, 64, 66, 68, 69, 74, 75, 77, 78, 81, 82,
26 83, 84, 88
Comunidad Económica Europea, 7, 30 El Caudillo, 36, 38
Confederación General Económica, 10 El Descamisado, 35, 38
Conferencia de Ejércitos Americanos, 24 El Mercurio, 89
Conferencia Episcopal Argentina, 78 El Mundo, 35
Congreso, 11, 12, 17, 19, 23, 28, 31, 34, Emery, Carlos, 78, 79
40, 42, 46, 68, 73, 75, 76, 77, 79, 80, EMI Odeón, 12
84, 87, 88, 89, 92 Ente de Calificación Cinematográfica, 60
Congreso Nacional, 11, 19, 28, 34, 42 Episcopado, 78
Consejo Nacional de Emergencia ERP, 14, 25, 27, 33, 50, 51, 54
Económica, 73 Escribanía General de Gobierno, 83
Consejo Superior, 26, 28, 32 Escuela de Defensa Nacional, 82
Constitución, 17, 18, 31, 37, 61, 87 Escuela Superior de Guerra, 57
Córdoba, 4, 11, 26, 27, 34, 36, 37, 50, España, 6, 10, 12, 14, 15, 49, 58, 72, 88
52, 56, 65, 76 Esso, 49
Corea del Norte, 13 Estados Unidos, 8, 16, 18, 22, 24, 32,
Corte Suprema, 18, 24, 27, 41, 61, 80, 41, 56, 62, 63, 79, 81
89 Estatuto de los Partidos Políticos, 36
Corte Suprema de Justicia, 18, 24, 27, Europa, 8, 41, 44
41, 61, 80
Eva, 18, 23, 46, 50, 55, 58, 59
Corvalán Nanclares, Ernesto, 73
Evita, 18, 40, 58
Costa Rica, 32
Eximport, 16
Council of the Americas, 63
Exxon, 49, 62
Cristo, 56, 59
Cuarta Internacional, 27 F
Cuba, 11, 13, 15, 22, 24, 63, 80
Fabricaciones Militares, 16
Fidel, 8, 24

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Firmenich, Mario Eduardo, 23, 26, 27, 68, 70, 71, 72, 73, 74, 75, 76, 77, 78,
37, 50 79, 80, 83, 84, 85, 86, 88, 89, 92
First National Citi Bank of New York, 16 Italia, 7, 8, 12, 58
FMI, 64, 74, 75 ITT, 55, 62
Fondo Monetario Internacional, 64, 67, Ivanisevich, Oscar, 49, 52, 74
74, 75, 87
Ford, 41 J
Franco, Francisco, 15 Jefe de Estado, 22, 29
FREJULI, 7, 8, 39, 64 Jefe de la Policía, 57
Frente Justicialista de Liberación, 7, 13 Jefe del Estado Mayor Conjunto, 8
Freud, Sigmund, 53 Journal of Commerce, 63
Frondizi, Arturo, 22, 23, 52, 55, 64 JPRA, 35
Fuerza Aérea, 10, 15, 78, 81, 82 JSP, 22
Fuerzas Armadas, 4, 5, 7, 8, 9, 10, 11, JTP, 27
13, 50, 57, 59, 60, 61, 65, 66, 72, 74, Jujuy, 65
75, 76, 78, 80, 81, 82, 83, 84, 88, 89 Juventud Peronista, 18, 22, 23, 24, 26,
27, 29, 31, 35, 37, 38, 40, 41, 42, 44,
G
80
Galimberti, Rodolfo, 9, 10 Juventud Sindical Peronista, 22
Garrido, Jorge, 72, 73
Genta, Jordán Bruno, 56, 82 K
Ginebra, 44, 70, 88 Kissinger, Henry, 22, 63, 66
Gómez Morales, Alfredo, 49, 56, 57, 60, Krebs, Max Vince, 18
62, 63, 64, 67, 69
González, Julio, 76, 78, 79, 80, 85, 86 L
Goulart, Joao, 32
La Causa Peronista, 38, 50, 92
Gran Buenos Aires, 82
La Opinión, 22, 65, 91
Gran Paritaria Nacional, 55, 57
La Plata, 64, 80
Guardo, José, 88
La Prensa, 31, 75, 89
Guatemala, 32
La Vanguardia, 4
H Lanusse, Alejandro, 3, 4, 5, 6, 9, 11, 31,
36, 48, 50, 58, 90, 91
Herrera, Casildo, 53, 57, 58, 60, 70, 71, Laos, 78
75, 84, 85, 88, 89 Las Bases, 13, 49
Hill, Robert, 32 Lastiri, Raúl, 17, 18, 22, 25, 26, 56, 64,
Hungría, 41, 42 71, 72, 73, 85
Latinoamérica, 14, 15, 27
I
Le Monde, 69
I.R.I, 21 Leloir, Luis Federico, 53
Iglesia, 47, 58 León, Fray Luis de, 68
Iglesia Católica, 59, 76, 84 Ley de Acefalía, 73
II Cuerpo del Ejército, 9 Ley de Amnistía, 12
Il Tempo, 8 Ley de Contratos de Trabajo, 53, 84
India, 32 Ley de Inversiones Extranjeras, 34, 60,
Instituto de Reconstrucción Industrial, 7 80
Interpol, 83 Líder, 12, 13, 14, 18, 22, 23, 24, 26, 29,
Isabel, 22, 23, 40, 43, 44, 45, 47, 49, 50, 36, 44, 49, 51, 90
51, 53, 54, 55, 56, 58, 59, 60, 66, 67, Lima, 13, 15

95
El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

Ll Nueva York, 62, 75


Llambí, Benito, 17 Numa Laplane, Alberto, 68, 74, 76, 77

L O

López Rega, José, 11, 13, 14, 17, 18, 22, Obregón Cano, Ricardo, 34, 38
24, 25, 26, 28, 34, 35, 43, 44, 45, 46, OEA, 15, 63, 80, 81, 89
47, 48, 49, 55, 57, 58, 59, 60, 63, 66, OIT, 44, 45, 70, 73, 88
68, 69, 70, 71, 72, 75, 77, 79, 80, 82, Olivos, 58, 71, 72, 76
83, 88 OPEP, 57, 62, 63
Luder, Ítalo, 73, 76, 77, 80 Operativo Dorrego, 18, 29
Operativo Tucumán, 63
M Orfila, Alejandro, 80, 81, 89
Organización de Estados Americanos,
Madrid, 16, 58, 71
13, 15, 22
Magdalena, 9
Ortega y Gasset, 52
Mahieu, Jaime María de, 54
Otero, Ricardo, 11
Mandel, Ernest, 27
Ottalagano, Alberto, 53, 54, 56, 59, 82
Mao Tse-tung, 3, 16
Mar del Plata, 65 P
Margaride, 40
Margaride, Luis, 60 Pacífico, 8
María, 22, 46, 50, 54, 56 Pacto Andino, 7, 21, 22
Maritain, Jacques, 13 Pacto Social, 28, 31, 33, 38, 39, 40, 42,
Martínez Baca, Roberto, 34, 44 43, 44, 47, 60, 67, 86
Martínez de Perón, María Estela, 22 Palma, Segundo, 47, 53
Mayoría, 8 Panamá, 63
Medio Oriente, 58 Paraná, 64
Mendoza, 14, 34, 44, 72 París, 27, 34, 69
México, 22, 26, 52, 63 Partido Auténtico, 66
Miguel, Lorenzo, 47, 48, 53, 57, 58, 60, Partido Comunista, 36
64, 65, 70, 71, 80, 84, 86, 88 Partido Popular Cristiano, 39
Ministerio de Bienestar Social, 25, 57, Patria, 14, 51, 60, 82, 83, 84
60, 69, 79 Pérez, Carlos Andrés, 62
Ministerio de Economía, 28, 57, 73, 92 Perón, Eva, 18, 23, 46, 50, 55, 58, 59
Ministerio del Trabajo, 57 Perón, Juan Domingo, 3, 4, 5, 6, 7, 8,
Misiones, 66, 67 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 21,
Mondelli, Emilio, 86, 87, 88 22, 23, 24, 25, 26, 27, 28, 29, 30, 31,
montoneros, 4, 14, 18, 25, 27, 33, 35, 40, 32, 33, 34, 35, 36, 37, 38, 39, 40, 41,
48, 50, 51, 55, 58, 69, 78, 83, 91, 92 42, 43, 44, 45, 46, 47, 48, 49, 50, 51,
53, 54, 55, 56, 58, 63, 64, 66, 67, 68,
Mor Roig, Arturo, 48
71, 72, 76, 79, 80, 83, 85, 86, 88, 90,
Movimiento, 5, 28, 34, 35, 80
91, 92
N Perú, 15, 18, 22, 63
Pinochet, Augusto, 66
Nación, 3 Plan Trienal, 30, 31, 85
Naciones Unidas, 3 Plaza de Mayo, 11, 12, 37, 40, 43, 48,
Napoleón, 42, 43 50, 70, 71
Newman, 52 Poder Legislativo, 73
Nixon, Richard, 3, 16, 22 Policía Federal, 13, 40, 44, 60
Nobel, 53

96
El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

Polonia, 41 Temperley, 65
Porto Alegre, 49 Tortolo, Adolfo, 78
Posadas, 27 Tórtolo, Adolfo, 82
Procurador General, 16 triple A, 51, 52, 53, 54, 66, 69, 75
Puerta de Hierro, 12 Trotsky, León, 27
Puig, Juan Carlos, 10, 17 Troya, 39
Tucumán, 60, 65, 67, 68, 76, 83
Q
U
Quijote, 6
U.S. News & World Report, 79
R UIA, 10, 39, 48, 55
Recoleta, 55 Unidad Popular, 22, 24
República, 10, 16, 17, 23, 26, 33, 36, Unión Cívica Radical, 7, 8, 16, 22, 59,
38, 41, 45, 46, 47, 49, 65, 82 66, 67
República Dominicana, 32 Unión Obrera Metalúrgica, 65, 72, 79
Revolución Francesa, 36, 42 Unión Soviética, 41
Revolución Nacional, 44 Universidad de Buenos Aires, 52
Righi, Esteban, 10, 17 Universidad de La Plata, 53
Robledo, Ángel Federico, 11, 74, 76 UOM, 70, 72
Rocamora, 72 URSS, 41
Rodrigo, Celestino, 69, 70, 71, 72, 73, Uruguay, 70, 81, 89
74, 86
Roma, 7, 8, 9, 71 V
Romero, Adelino, 38, 47, 48 Vandor, Augusto Timoteo, 25, 72
Rosario, 78 Vázquez, Jorge, 15
Rucci, José Ignacio, 25, 36, 38 Vázquez, Pedro Eladio, 15, 78, 79
Ruckauf, Carlos, 74, 86 Venezuela, 2, 7, 22, 24, 63, 81, 91
Vicente López, 15, 16, 17
S Videla, Jorge Rafael, 68, 74, 75, 81, 82,
San Andrés de Giles, 10 83, 88, 89
Santa Cruz, 56 Vietnam, 78
Santa Fe, 78 Vignes, Alberto, 17, 63, 74
Santucho, Roberto Mario, 33 Villa Constitución, 65, 66
Savino, Adolfo Mario, 68, 72 Villar, 40
Secretaría General de la Presidencia, 26, Villar, Alberto, 57
79 Villone, Carlos A., 72, 83
Segunda Guerra Mundial, 32 Vottero, Tomás, 76
Senado, 12, 17, 29, 34, 39, 73, 77
Shell, 49 W
Shi–Huang–ti, 3 Washington, 62, 63, 74, 75, 80
Sociedad Rural, 48, 55, 56
Solano Lima, Vicente, 13, 17, 23, 26 Y
YPF, 61, 62
T
Taiana, Jorge Alberto, 11, 49, 52

97
El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

INDICE TEMATICO

ADVERTENCIA ......................................................................................................................... 2
INTRODUCCIÓN ....................................................................................................................... 3
CÓMO Y POR QUÉ VOLVIÓ A GOBERNAR EL PERONISMO ............................................................... 3
GOBIERNO DE CAMPORA ..................................................................................................... 7
Los 75 días previos ........................................................................................................................ 7
“Se van, se van, y nunca volverán” ............................................................................................. 10
Socialismo nacional ..................................................................................................................... 12
Retorno definitivo de Perón......................................................................................................... 15
INTERINATO DE LASTIRI .................................................................................................... 17
Cae Cámpora ............................................................................................................................... 17
La política económica.................................................................................................................. 19
Perón–Perón ................................................................................................................................ 21
GOBIERNO DE PERÓN .......................................................................................................... 25
Perón Presidente .......................................................................................................................... 25
¿Perón cercado? ........................................................................................................................... 28
Sale Carcagno .............................................................................................................................. 29
El Plan Trienal ............................................................................................................................. 30
Los proyectos de Perón................................................................................................................ 31
Mr. Hill ........................................................................................................................................ 32
Guerra a la izquierda.................................................................................................................... 33
Caballo de Troya en la CGE ........................................................................................................ 39
Expulsión de los montoneros ....................................................................................................... 40
Misión a Europa oriental ............................................................................................................. 41
Perón teórico ................................................................................................................................ 42
Rebelión laboral........................................................................................................................... 43
La muerte de Perón ...................................................................................................................... 44
GOBIERNO DE ISABEL ......................................................................................................... 46
López Rega, detrás del trono ....................................................................................................... 46
Peligra el Pacto Social ................................................................................................................. 47
López Rega y sus poderes ........................................................................................................... 49
Rebrota la guerrilla ...................................................................................................................... 50

98
El Peronismo de los 70 Rodolfo H. Terragno

La “triple A” ................................................................................................................................ 51
El oscurantismo ........................................................................................................................... 52
Ley de Contratos de Trabajo ....................................................................................................... 53
Cae Gelbard ................................................................................................................................. 55
Estado de sitio.............................................................................................................................. 57
Sindicalistas contra López Rega .................................................................................................. 57
Los restos de Eva Perón............................................................................................................... 58
Se va Ottalagano .......................................................................................................................... 59
La presidente busca recuperar terreno ......................................................................................... 59
Buscando apoyo norteamericano ................................................................................................. 62
Un muerto cada 2 horas y 24 minutos ......................................................................................... 64
Triunfo electoral del oficialismo ................................................................................................. 66
Crisis económica ......................................................................................................................... 67
Relevan a Anaya .......................................................................................................................... 68
Auge de López Rega.................................................................................................................... 69
El “rodrigazo” .............................................................................................................................. 69
Cae López Rega ........................................................................................................................... 72
Cafiero, ministro de Economía .................................................................................................... 74
Videla comandante ...................................................................................................................... 74
Luder, presidente interino ............................................................................................................ 76
La cruz y la espada ...................................................................................................................... 77
Isabel, otra vez ............................................................................................................................. 78
Orfila en Buenos Aires ................................................................................................................ 80
El “putsch” de la Aeronáutica ..................................................................................................... 81
El país en guerra .......................................................................................................................... 82
La presidente, sobreseída............................................................................................................. 83
Mondelli, por Cafiero .................................................................................................................. 86
El gobierno agoniza ..................................................................................................................... 88
La caída ....................................................................................................................................... 89
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA .......................................................................................... 91
BIBLIOGRAFÍA SUGERIDA ................................................................................................. 92

99

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