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LAS MUJERES CARECEN DE IMPULSO

SEXUAL
La sexualidad de la mujer ha estado siempre
muy relegada al segundo plano social que ella tuvo en
las culturas desarrolladas en la Cuenca del Mediterráneo
(y más allá de la misma). Es decir, que no
despertó casi ningún interés, llegándose a dudar que la
mitad femenina de la población tuviera realmente
necesidades sexuales autónomas, propias, que requirieran
satisfacción. La sexualidad femenina estaba
limitada a cumplir los requerimientos reproductivos
de la especie y a complacer las necesidades sexuales
masculinas. Poco más.
A pesar de que esa idea ha sido dominante
durante milenios, siempre se levantaron voces mejor
informadas que advirtieron sobre su falsedad sin que
nadie les prestara la debida atención. Lo que resulta
muy llamativo. Es como si no interesara saber.
En el siglo XVI, por ejemplo, el Ananga Ranga,
un libro indio en la línea de iniciación sexual del
Kama-Sutra, recopila una tradición varias veces centenaria,
y su autor nos llama la atención para hacernos
saber que “... los verdaderamente sabios no deben
dudar jamás de que cuando la mujer es joven, sana y
fuerte, los deseos femeninos son tan auténticos,
fuertes y perentorios como los del hombre. Los usos
sociales y la vergüenza propia del sexo pueden
llevarla a disimular y hasta a esconder esos deseos,
Mujeres a solas. Jesús Ramos
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pero cuando el hombre conoce el Arte de amar, no se
engañará”002.
La imagen tradicional femenina que aún
pervive entre nosotros, peleándose constantemente
con la nueva, la hemos heredado de forma directa de
la época victoriana, originada en la segunda mitad del
siglo XIX. Esa imagen tradicional, que muchas
mujeres actuales aún tienen interiorizada y les cuesta
no pocos esfuerzos rechazar003 (y no digamos algunos
hombres), consiste en una especie de figura etérea, sin
sensaciones eróticas, sin necesidades sexuales, carentes
de toda capacidad de disfrute orgásmico, con una
capacidad de respuesta sexual muy limitada y lenta,
que sólo mantiene relaciones sexuales en función de
las necesidades que manifiesta su marido y ella tiene
que satisfacer. Obviamente, una mujer de esa naturaleza,
sin impulsos eróticos que satisfacer, ¡cómo se va
a masturbar! Las que sí lo hacían eran unas descarriadas,
unas depravadas..., ¡unas putas! Esta es la
base que ha permitido creer a más de uno que la masturbación
fuera algo ajeno y antinatural en el sexo femenino.
Y hasta nosotros ha llegado ese mensaje, más o
menos atemperado, a pesar de que en plena época
victoriana un investigador sexológico de reconocido
prestigio, Havelock Ellis (1.859-1.939)004, comunicó
que en sus investigaciones había encontrado que ese
modelo no era cierto. La masturbación femenina no
sólo es una práctica habitual en todas las edades
-decía-, sino que el orgasmo múltiple era un fenómeno
frecuente entre las mujeres. Una idea verdaderamente
revolucionaria para la época, que nadie quiso escuMujeres
a solas. Jesús Ramos
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char. Quizás porque Sigmund Freud, el neurólogo que
inventó el psicoanálisis, supo vender mejor su mensaje
de que una mujer madura debía abandonar todo
estímulo del clítoris para trasladar su sensibilidad
erógena, y por tanto su capacidad orgásmica, a la
vagina. De ese modo, se mantenía la preeminencia de
ésta en las relaciones sexuales y se conservaba en el
olvido al clítoris. Obviamente, masturbarse por estimulación
del clítoris quedó etiquetado invariablemente
de infantil e inmaduro005. Imagen que ninguna
mujer ha estado dispuesta a dar de cara a los demás en
ninguna época histórica.
Y las señoras tuvieron que seguir silenciando la
importancia de sus impulsos sexuales, por temor al
qué dirán, de mantener en secreto (como en siglos
anteriores) que la masturbación fuera su única fuente
de orgasmos, ya que el coito las dejaba a medias.

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