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APRENDIENDO A

VIVIR EN FAMILIA
Eviten toda conversación obscena. Por el contrario, que
sus palabras contribuyan a la necesaria edificación y sean
de bendición para quienes escuchan. No agravien al Espíritu
Santo de Dios, con el cual fueron sellados para el día de la
redención. Abandonen toda amargura, ira y enojo, gritos y
calumnias, y toda forma de malicia. Más bien, sean bondadosos
y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así
como Dios los perdonó a ustedes en Cristo. (Efesios 4:29-32).

Es un reto y una necesidad para las personas


aprender a vivir en familia; además, la familia
es el escenario social donde se deleitan los
padres con los hijos, los cónyuges, los hermanos,
los tíos con sus sobrinos, primos y abuelos.
Este espacio familiar tiene que estar alimentado
por acciones individuales y colectivas de sus miembros
y saber qué clase de convivencia se necesita para estar
bien el uno con el otro.
Antes de sugerir un aprendizaje para vivir bien
en familia, es necesario tener claro a qué familia
nos referimos.

No es relevante hacer esfuerzo ocupándonos en la


solidez de la familia genética; de seguro ya somos
familia genéticamente hablando; pero, el crear
vínculos afectivos por el buen trato, sostener la
armonía y el cuidado por la salud emocional individual
y familiar es lo que nos ocupa permanentemente
del aprender a vivir bien en familia.
APRENDER A VIVIR BIEN EN FAMILIA...

Es una tarea que no se puede desconocer.


Ninguna familia es igual a otra. Las familias
no son estáticas; por lo tanto, requieren para
cada etapa del ciclo vital actualizaciones
particulares y generales para poder interpretar
el momento que viven.

Por otro lado, sabemos que Dios no cambia.


La biblia dice que «Jesucristo es el mismo de ayer, de hoy y
por los siglos». (Hebreos 13:8), «…en el cual no hay mudanza,
ni sombra de variación» (Santiago 1:17).
Pero las personas y las familias sí somos cambiantes.

La felicidad con la que nos casamos no siempre


permanece. El enamoramiento no dura más de 4
años y se va cuando ponemos los pies en la tierra,
o cuando empezamos a tener consciencia de la
ausencia de la armonía y otras circunstancias de
bienestar.

La familia que nos define genéticamente no nos asegura


felicidad ni bienestar, más bien nos mantiene unidos a la
herencia genética y entendemos que así lo decidió Dios.
Lo que nos define genéticamente como familia no requiere
ningún cambio; pero el vivir bien en familia, el disfrutar la
convivencia va más allá de una mera juntura de personas;
es la coordinación de situaciones para tener familias sanas
y armoniosas; es el estar regulando momentos difíciles que
expongan la estabilidad de los miembros de la familia y saber
timonear los momentos de dolor, de estrés, miedos, iras u
otras emociones que fisuran los vínculos familiares.

Una familia que vive bien es aquella que no queda atrapada en la


sobre carga emocional o física, que no es presa fácil del enojo, de
la injusticia, que supera los miedos con la confianza en el Señor Jesús.
«Airados, pero no pequeis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo,
ni deis lugar al diablo» (Efesios 4:26-27).
Si un miembro de la familia experimenta momentos
fuertes de estrés, o de ansiedad, podría activársele los
mecanismos de defensa e individualizarse y ocuparse
en defenderse, olvidándose así del sistema familiar al
que pertenece y debe cuidar; la palabra del Señor nos insta:

«echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque


él tiene cuidado de vosotros» (1Pedro 5:7);
y «¿Está alguno entre vosotros afligido?
Haga oración» (Santiago 5:13).

Si toda nuestra manera de vivir la tenemos anclada en el


Señor y somos diligentes en los cuidados y responsabilidades
del trato mutuo que enseña la regla de oro, tendríamos el
descanso y la sobriedad para disfrutar de las condiciones
óptimas para aprender a vivir bien en familia.

Para vivir bien en familia


CONCLUIMOS se requieren acciones
individuales y colectivas
de los miembros de la familia
para generar bienestar como estas:

1. Vínculos afectivos por el buen trato sosteniendo la


armonía y cuidados de la salud emocional.

2. Buen estado de ánimo y un contexto a favor.

3. Timoniar los momentos de dolor, estrés, iras que fisuran


los buenos momentos familiares.

4. Coordinar situaciones y ser diligentes en los cuidados y


responsabilidades del trato mutuo.

«Y si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de


su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo» (1Timoteo 5:8).
«Por lo tanto, siempre que tengamos la oportunidad, hagamos
bien a todos, y en especial a los de la familia de la fe»
(Gálatas 6:10). NVI.
Tomado de Revista 2020-2/ Tiempos de Cambio

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