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Duhem TeoriaFisicaYExperimento-2043808
Duhem TeoriaFisicaYExperimento-2043808
Pierre DUHEM
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r
todo que es solamente sentido común aplicado con mayor atención, pero
donde la matemática aún no ha introducido sus representaciones simbó-
licas. En tales ciencias la comparación entre las consecuencias deducidas
de una teoría y los hechos experimentales está sujeta a reglas muy sim-
ples. Estas reglas fueron formuladas de manera particularmente vigorosa
por Claude Bernard, quien las condensó en un único principio, como si-
gue:
« El experimentador debería recelar y mantenerse alejado de las ideas
fijas, preservando siempre su libertad de pensamiento.
»La primera condición que debe cumplir un científico que se aplica a
la investigación de los fenómenos naturales es preservar una completa li-
bertad de pensamiento basada en la duda filosófica.»l.
Si una teoría sugiere qué experimentos sería conveniente hacer, tanto
mejor: « ...nosotros podemos seguir nuestro juicio y nuestro pensamiento
dando rienda libre a la imaginación siempre que ello redunde en arbitrar
nuevos experimentos que nos proporcionen hechos con valor probatorio
o hechos inesperados y fructíferos»2. Una vez que el experimento ha sido
hecho y sus resultados claramente establecidos, si una teoría se ocupa de
ellos para generalizarlos, coordinarlos y extraer nuevos aspectos que so-
meter a experimento, mucho mejor: « ...si uno está imbuido de los prin-
cipios del método experimental, no hay nada que temer; si la idea es bue-
na, seguirá siendo desarrollada; cuando sea errónea allí estará el experi-
mento para corregirla»3. Pero mientras dura el experimento la teoría debe
quedarse esperando, bajo órdenes estrictas de permanecer al otro lado de
la puerta del laboratorio; debe guardar silencio y dejar tranquilo al cien-
tífico mientras encara los hechos directamente; los hechos deben ser ob-
servados sin ideas preconcebidas y reunidos con la misma escrupulosa im-
parcialidad tanto si confirman como si contradicen las predicciones de la
teoría. El informe que el observador nos dé de su experimento ha de ser
una reproducción fiel y escrupulosamente exacta de los fenómenos y ni
siquiera debería permitirnos conjeturar en cuál sistema confía y en cuál
no.
« Los hombres que tienen excesiva fe en sus teorías o en sus ideas no
sólo están escasamente inclinados a hacer descubrimientos, sino que ade-
más hacen muy pocas observaciones. Necesariamente observan con una
idea preconcebida y, cuando han empezado un experimento, sólo quieren
ver en los resultados una confirmación de su teoría. Así, ellos distorsio-
nan la observación y a menudo arrinconan hechos muy importantes por-
que van en su contra. Esto es lo que nos hizo decir en otro lugar que nun-
ca debemos llevar a cabo experimentos para confirmar nuestras ideas,
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es una teoría fisiológica sino una teoría física. En el segundo caso, de he-
cho es imposible dejar al otro lado de la puerta del laboratorio a la teoría
que deseamos someter a comprobación, pues sin teoría no es posible re-
gular un simple instrumento o interpretar una simple lectura. Hemos vis-
to que en la mente del físico están constantemente presentes dos clases
de aparatos: uno es el aparato concreto de cristal y metal, manipulado
por él, el otro es el esquemático y abstracto aparato cuya teoría sustituye
al aparato concreto y sobre el cual el físico desarrolla su :r:-azonamiento.
Pues estas dos ideas están indisolublemente conectadas en su inteligen-
cia y una llama necesariamente a la otra; el físico no puede concebir el
aparato concreto sin asociar con él la idea del aparato esquemático, de
la misma manera que un francés no puede concebir una idea sin asociar-
la con la palabra francesa que la expresa. Esta radical imposibilidad, que
nos proviene de disociar las teorías físicas de los procedimientos experi-
mentales apropiados para contrastadas, complica esta comprobación de
manera singular y nos obliga a examinar su significación lógica cuidado-
samen te.
Naturalmente, el físico no es el único que echa mano de teorías al mis-
mo tiempo que experimenta o informa sobre los resultados de sus expe-
rimentos. El químico y el fisiólogo, cuando hacen uso de instrumentos fí-
sicos como, por ejemplo, el termómetro, el manómetro, el calorímetro, el
galvanómetro y el sacarímetro, admiten implícitamente la exactitud de
las teorías que justifican el uso de estos instrumentos así como de las teo-
rías que dan significado a las ideas abstractas de temperatura, presión,
cantidad de calor, intensidad de corriente y luz polarizada, significado
por medio del cual las indicaciones de los instrumentos son traducidas.
Pero las teorías usadas, así como los aparatos empleados, pertenecen al
dominio de la física; al aceptar junto con estos instrumentos las teorías
sin las cuales sus lecturas carecerían de significado, el químico y el fisió-
logo muestran su confianza en el físico, a quien ellos suponen infalible.
Por su parte, el físico está obligado a confiar en sus propias ideas teóricas
o en las de sus colegas. Desde el punto de vista de la lógica, la diferencia
es de escasa importancia; tanto para el fisiólogo y el químico como para
el físico el enunciado del resultado de un experimento implica, en gene-
ral, una acto de fe en todo un grupo de teorías.
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cada una de las hipótesis utilizadas puede ser tomada aisladamente, com- /1
"
Llevemos este punto más adelante, pues estamos tocando uno de los
rasgos esenciales del método experimental tal como es empleado en física.
La reducción al absurdo parece ser meramente un medio de refuta-
ción, pero puede llevar a ser un método de demostración: para demostrar
la verdad de un enunciado basta arrinconar a alguien que admite la ne-
gación de aquel mostrándole una consecuencia absurda. Sabemos en qué
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1
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bía sido obtenido, sin hacer uso de hipótesis ficticias, por el método in-
ductivo cuyo plan delineó Newton.
Examinemos de nuevo esta aplicación del método newtoniano, esta
vez más de cerca; veamos si un análisis lógico un poco riguroso deja in-
tacta la apariencia de rigor y simplicidad que esta sumaria exposición le
atribuye.
En orden a asegurar a esta discusión toda la claridad necesaria, em-
I
pecemos por recordar el siguiente principio, familiar para todos aquellos
que tratan con la mecánica: no podemos hablar de la fuerza que atrae a
un cuerpo en unas circunstancias dadas antes de haber fijado el hipoté-
tico término de referencia con el cual relacionamos el movimiento de to- ¡
dos los cuerpos; cuando cambiamos este punto de referencia o término J
j
de comparación, la fuerza que representa el efecto producido sobre el
cuerpo observado por otros cuerpos que lo rodean cambia de dirección y
de magnitud de acuerdo a las reglas enunciadas con precisión por la me-
cánica.
Una vez establecido esto, sigamos el razonamiento de Newton.
Antes que nada, Newton tomó el sol como punto fijo de referencia; con-
sideró los movimientos que afectaban los diferentes planetas por referen-
cia al sol; admitió que las leyes de Kepler gobernaban estos movimien-
tos, y derivó la siguiente proposición: si el sol es el punto de referencia
en relación al cual se comparan todas las fuerzas, cada planeta está so-
metido a una fuerza dirigida hacia el sol, una fuerza proporcional a la
masa del planeta y al cuadrado inverso de sudistancia al sol. Puesto que
este último es tomado com punto de referencia, él mismo no está sujeto
a fuerza alguna.
De esta manera análoga, Newton estudió el movimiento de los satéli-
tes y para cada uno de estos escogió como punto de referencia fijo el pla-
neta correspondiente, la Tierra en el caso de la Luna, Júpiter en el caso :1
de las masas que se mueven a su alrededor. Se consideraba que leyes "
como las de Kepler gobernaban estos movimientos, de lo que se sigue que ,1
1
nosotros podemos formular la siguiente proposición: si nosotros tomamos ;1
como punto de referencia fijo el planeta, el satélite está sujeto a una fuer-
za dirigida hacia el planeta que varía inversamente al cuadrado de la dis-
tancia. Si, como sucede con Júpiter, el mismo planeta posee varios saté-
lites, estos, en el supuesto de que estuvieran a la misma distancia del pla- 11
neta, sufrirían el efecto de una fuerza ejercida por este proporcional a sus
respectivas masas. El planeta mismo no sería atraído por el satélite.
Las leyes de Kepler sobre los movimientos de los planetas permiten
formular las proposiciones cuya enunciación precisa acabamos de ver.
Newton sustituyó estas proposiciones por otra que puede ser enunciada
como sigue: cualesquiera dos cuerpos celestes ejercen uno sobre otro una
fuerza de atracción en la dirección de la recta que los une, fuerza propor-
cional al producto de sus masas y al cuadrado inverso de la distancia en-
tre ellos. Este enunciado presupone que todos los movimientos y fuerzas
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que involucrará todas sus partes al mismo timpo; con éstas quedarán tam-
bién involucrados todos los principios de la dinámica; además, se reca-
bará la ayuda de todas las proposiciones de la óptica, la estática de gases
y la teoría del calor que son necesarias para justificar las propiedades de
los telescopios en su construcción, regulación y corrección, y en la elimi-
nación de los errores causados por aberración diaria o anual por la re-
fracción atmosférica. No es cuestión de tomar, una por una, leyes justifi-
cadas por la observación y elevar cada una de ellas, mediante inducción
y generalización, al rango de un principio; es cuestión de comparar las
consecuencias de un grupo completo de hiótesis con un grupop completo
de hechos.
Si ahora buscamos las causas que han hecho que el método de New-
ton falle en este caso para el que haría sido pensado y que parecía ser su
más perfecta aplicación, nosotros la encontraremos en ese doble carácter
de cualquier ley utilizada por la física teórica: esta leyes simbólica y apro-
ximada.
Sin duda, las leyes de Kepler tratan directamente de los objetos as-
tronómicos observables; son tan escasamente simbólicas como es posible.
Pero en esta forma puramente experimental resultan inapropiadas para
sugerir el principio de gravitación universal; en orden a adquirir esta fe-
cundidad deben ser transformadas y deben establecer los caracteres de
las fuerzas por las que el sol atrae a los planetas.
Ahora bien, esta forma nueva de las leyes de Kepler es simbólica; sólo
la dinámica de significado a las palabras «fuerza» y «masa», que sirven
para enunciarlas y solamente la dinámica nos permite sustituir las viejas
fórmulas realistas por las nuevas fórmulas simbólicas, sustituir enuncia-
dos relativos a órbitas por enunciados relativos a «fuerzas» y «masas».
La legitimidad de tal sustitución implica una confianza plena en las le-
yes de la dinámica.
y para justificar esta confianza, no procedamos a alegar que las leyes
de la dinámica estaban fuera de duda en la época en que Newton hizo
uso de ellas al traducir simbólicamente las leyes de Kepler; a alegar que
habían recibido suficiente confirmación empírica como para garantizar
el apoyo de la razón. De hecho, las leyes de la dinámica habían sido so-
metidas a esa época a muy limitados y poco refinados tests. Incluso su
enunciación había permanecido muy vaga y oscura; solamente en los Prin-
cipia de Newton fueron formuladas por vez primera de manera precisa.
En el acuerdo entre los hechos y la mecánica celeste alumbrada por los
trabajos de Newton es donde encontró su primera verificación convincen-
te.
Así, la traducción de las leyes de Kepler a leyes simbólicas, el único
tipo útil para una teoría, suponía la previa adhesión del físico a un com-
pleto grupo de hipótesis. Pero, además, siendo las leyes de Kepler sola-
mente aproximadas, la dinámica permitía darles una infinidad de traduc-
ciones simbólicas. Entre estas varias formas, infinitas de número, hay una
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y sólo una que está de acuerdo con el principio de Newton. .Las observa-
ciones de Tycho Brahé, tan felizmente reducidas a leyes por Kepler, per-
miten que el teórico escoja esta forma, pero no le constriñen a hacerlo
así, pues hay una infinidad de formas disntintas de esa que tales obser-
vaciones le permitirían escoger.
El teórico no puede por esto quedar contento al invocar las leyes de
Kepler para justificar su elección. Si desea probar que el principio que
ha adoptado es verdaderamente un principio de clasificación natural de
los movimientos celestes, debe mostrar que las perturbaciones observa-
das están de acuerdo con las que habían sido calculadas previamente; tie-
ne que mostrar cómo a partir del curso de Urano puede deducir la exis-
tencia y posición de un nuevo planeta, y encontrar a Neptuno en la di-
rección asignada a su telescopio.
las representa, ese es el camino seguido por Newton. Este ha sido gene-
ralmente seguido en Francia por los científicos a quienes la física debe el
enorme progreso que ha hecho en tiempos recientes y a mí me ha servido
como guía en toda mi investigación sobre los fenómenos electrodinámi-
cos. Yo me he limitado a consultar la experiencia para establecer las le-
yes de estos fenómenos y he deducido de ellas la fórmula que puede úni-
camente representar las fuerzas a las que aquellos se deben; yo no he he-
cho ninguna investigación sobre la causa misma asignable a estas fuer-
zas, completamente convencido de que cualquier investigación de este
tipo debería estar precedida antes de nada del conocimiento experimen-
tal de las leyes y de la determinación, deducida exclusivamente de estas
leyes, del valor de la fuerza elemental.»
No se necesita un examen muy profundo ni una gran perspicacia para
darse cuenta de que Theorie Mathématique des phénomenes électrodynami-
ques no sigue en modo alguno el método prescrito por Ampere, y ver que
la misma no es «deducida solamente de la experiencia». Los hechos de
experiencia tomados en su primitiva tosquedad no se prestan al razona-
miento matemático; en orden a nutrir este razonamiento, aquellos han
de ser transformados y puestos en una forma simbólica. Ampere impuso
una tal transformación a los hechos. No se contentó meramente con re-
ducir el aparato de metal en el que la corriente fluye a sencillas figuras
geométricas; una asimilación tal se impone tan naturalmente que no da
pie a ninguna duda seria. Tampoco se contentó con usar simplemente la
noción de fuerza, tomada prestada de la mecánica, y varios teoremas que
forman parte de esta ciencia; en la época en que escribía, estos teoremas
podían ser considerados más allá de toda disputa. Junto a todo esto, él
apeló a todo un conjunto de hipótesis completamente nuevas que eran en-
teramente gratuitas y a veces más bien sorprendentes. Es apropiado men-
cionar, como la más importante de estas hipótesis, aquella operación in-
telectual por la que él descompuso la corriente eléctrica en elementos in-
finitamente pequeños que no podían ser rotos sin dejar de existir; des-
pués la suposición de que todas las acciones reales electrodinámicas se re-
suelven en acciones ficticias de los pares que forman los elementos de la
corriente, un par en cada momento; a continuación, el postulado de que
las acciones mutuas de dos elementos se reducen a dos fuerzas aplicadas
a los elementos en la dirección de la línea recta que los une, fuerzas igua-
-les y opuestas en dirección; -por último, el postulado de qtre-la distancia
entre dos elementos es igual a la inversa de una cierta fuerza.
- Estas diversas hipótesis asumidas son tan poco evidentes por sí mis-
mas y tan poco necesarias que algunas de ellas han sido criticadas o re-
chazadas por los sucesores de Ampere; otras hipótesis igualmente capa-
ces de traducir simbólicamente los experimentos fundamentales de la
electrodinámica han sido propuestos por otros físicos, pero ninguno de
ellos ha tenido éxito en llevar a cabo esta traducción sin formular algún
nuevo postulado, y sería absurdo pedirle que lo hiciera.
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dio del cual estos mismos efectos podían ser sometidos a mediciones pre-
cisas; el acuerdo de las predicciones calculadas con los resultados de las
mediciones confirma no ya esta o aquella proposición aislada de la teoría
de Ampere sino todo el conjunto de hipótesis electrodinámicas, mecáni-
cas y ópticas que deben ser invocadas en orden a interpretar cada uno de
los experimentos de Weber.
Por tanto, donde Newton había fallado, Ampere tropezó justamente a
su vez. Esto es así a causa de dos inevitables arrecifes rocosos que hacen
impracticable para el físico el método puramente inductivo. En primer
lugar, ninguna ley experimental puede servir al teórico antes de sufrir
una interpretación que la transforme en ley simbólica; y esta interpreta-
ción supone la adhesión a todo un conjunto de teorías. En segundo lugar,
las leyes experimentales no son exactas, sino tan sólo aproximadas; y son
por esto susceptibles de una infinidad de traducciones simbólicas diferen-
tes; y entre todas estas traducciones el físico ha de escoger una que le apor-
te una hipótesis fructífera, sin que su elección sea guiada en absoluto por
el experimento.
La crítica del método de Newton nos lleva de nuevo a las conclusio-
nes a las que ya habíamos sido conducidos por la crítica de la contradic-
ción experimental y del experimento crucial. Estas conclusiones merecen
que las formulemos con la máxima claridad. Son estas:
Pretender separar cada una de las hipótesis de la física teórica de los
otros supuestos sobre los cuales descansa esta ciencia en orden a sujetar-
las aisladamente a comprobación experimental es perseguir una quime-
ra, pues la realización e interpretación de no importa qué experimento fí-
sico implica la adhesión a todo un conjunto de proposiciones teóricas.
La única contrastación experimental de una teoría física que no es iló-
gica consiste en comparar el sistema íntegro de la teoría física con todo
el conjunto de leyes experimentales, y juzgar si este último conjunto está
representado por el primero de manera satisfactoria.
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de este método están dando realmente una exposición del asunto que es
incorrecta en alguna medida.
Entre los puntos vulnerables que se pueden señalar en tal exposición,
el más frecuente y, a la vez, el más grave, a causa de las falsas ideas que
pone en las mentes de los estudiantes, es el «experimento ficticio». Obli-
gado a invocar un principio que realmente no ha sido extraído de los he-
chos ni obtenido por inducción y obligado, por el contrario, a exponer
este principio por lo que es, es decir, un postulado, el físico inventa un
experimento imaginario el cual, si se llevara a cabo con éxito, posible-
mente conduciría al principio cuya verificación se desea.
Invocar un experimento de esta naturaleza es ofrecer un experimento
que está por hacer por un experimento hecho, esto es, justificar un prin-
cipio no por medio de hechos observados sino por medio de hechos cuya
existencia es predicha, y esta predicción no tiene otro fundamento que la
creencia en el principio confirmado por el experimento imaginario mis-
mo. Tal método de demostración implica a quien en él confía en un cír-
culo vicioso; y el que lo aduce sin aclarar que tal experimento no ha sido
llevado a cabo comete un acto de mala fe.
A veces, el experimento ficticio descrito por el físico no podría, si in-
tentáramos llevado a cabo, arrojar un resultado preciso; los inciertos y
sólo aproximados resultados a que daría lugar podrían, indudablemente,
hacerse concordar con la proposición que se quiere garantizar; pero tales
resultados también concordarían con otras proposiciones muy diferentes;
por ello el valor demostrativo de tal experimento sería muy débil y debe-
ría ser tomado con circunspección. El que Ampere imaginó para probar
que las acciones electrodinámicas tenían lugar de acuerdo al cuadrado in-
verso de la distancia, pero que él no llevó a cabo, nos da un sonado ejem-
plo de un experimento de esta clase.
Pero hay cosas peores. Muy a menudo el experimento ficticio invoca-
do no solamente no es realizado sino que es irrealizable; presupone la exis-
tencia de cuerpos que no se encuentran en la naturaleza, y con propieda-
des físicas que jamás han sido observadas. Así, Gustave Robin, en orden
a dar a los principios de la mecánica química la exposición puramente
inductiva que él desea, crea a su gusto lo que llama cuerpos testigos [corps
témoins], cuerpos que por su mera presencia son capaces de provocar o
detener una reacción química9. La observación nunca ha revelado a los
químicos la existencia de tales cuerpos.
El experimento no llevado a cabo, el experimento que no sería reali-
zado con precisión y el experimento absolutamente irrealizable no ago-
tan las distintas formas asumidas por el experimento ficticio en los escri-
tos de los físicos que dicen estar siguiendo el método experimental; toda-
vía queda por destacar una forma más ilógica que todas las otras, es de-
cir, el experimento absurdo. Este pretende probar una proposición que se- .
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11 Sin duda, se objetará que tal método de enseñanza de la física sería difícilmente ac-
cesible al entendimiento de los jóvenes; la respuesta es simple: no enseñemos física a inte-
ligencias aún no preparadas para asimilarla. Mme. de Sevigné Solía decir. hablando de los
jovencitos: «Antes de darles la ración de un carretero, entérate de si tienen el estómago de
un carretero».
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haya contradicción entre los términos del mismo postulado o entre dos
postulados diferentes. Pero una vez que estos postulados son establecidos
es obligado atenerse a ellos rigurosamente. Por ejemplo, si en la base del
sistema ha sido colocado el principio de conservación de energía, debe de
prohibirse cualquier aserción en desacuerdo con este principio.
Estas reglas se aplican especialmente a la teoría física que está siendo
construida; un único defecto haría el sistema ilógico y nos obligaría a
abandonado para reconstruir otro; pero estas son las únicas limitaciones
impuestas. EN EL CURSO DE SU CONSTRUCCION, una teoría física es
libre de escoger cualquier sendero que convenga, supuesto que no incurra en
contradicción lógica; en particular, es libre de no tomar en cuenta los he-
chos experimentales.
Este ya no es el caso CUANDO LA TEORIA HA ALCANZADO SU DE-
SARROLLO COMPLETO. Cuando la estructura lógica ha alcanzado su
punto más alto se hace necesario comparar el conjunto de proposiciones
matemáticas obtenidas deductivamente como conclusiones con el conjun-
to de los hechos experimentales; mediante el empleo de los métodos acep-
tados de medida debemos de aseguramos de que el segundo conjunto en-
cuentra en el primero una imagen suficientemente similar, un símbolo su-
ficientemente preciso y completo. Si este acuerdo entre las conclusiones
de la teoría y los hechos experimentales no manifestara una aproxima-
ción satisfactoria, la teoría podría estar bien construida pero sería recha-
zada, no obstante, porque sería contradicha por la observación, porque
sería físicamente falsa.
Esta comparación entre las conclusiones de la teoría y las verdades
comprobadas mediante experimento es, por lo dicho, indispensable, ya
que solamente el testo de los hechos puede dar validez física a una teoría.
Pero este test con los hechos debe afectar exclusivamente a las conclusio-
nes, pues solamente éstas son ofrecidas como una imagen de la realidad;
los postulados que sirven como punto de partida para la teoría y los pa-
sos intermedios que sirven para ir desde los postulados a las conclusio-
nes no tienen que ser sometidos a esta comprobación.
En las páginas anteriores hemos analizado muy a fondo el error de
aquellos que pretenden someter alguno de los postulados fundamentales
de la física a la contrastación directa con los hechos a través de procedi-
mientos tales como los experimentos cruciales; y especialmente el error
de los que aceptan como principios solamente « inducciones que consis-
ten exclusivamente en erigir en leyes generales no la interpretación sino
el resultado de un gran número de experimentos» 12.
Hay otro error emparentado con el que acabamos de ver; consiste en
exigir que todos los pasos dados por el matemático, y que conectan los
postulados con las conclusiones, tengan un significado físico, exigencia
que se hace v:isible al pedir «razonar solamente sobre operaciones que pue-
12 G. ROBIN.Op. cit.. p. XIV.
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Piirre Duhem
13 Loc. cit.
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14 G. MILHAVD,
«La Science rationnelle», Revue de Mélaphysique el de Morale, IV (1896),
280. Reimpreso en Le Ralionnel (Paris, 1898), p. 45.
15 H. POINCARÉ.«Sur les Principies de la Mécanique», Bibliotheque du Congres Interna-
tional de Philosophie,III: Logiqueet Hiscoiredes Sciences (Paris, 1901),p. 457; « Sur la valeur
objective des théories physiques», Revue de Métaphysique el de Morale, X (1902),263; La
Science el la I'Hypothése, p. 110.
16 E. LE Roy, «Un positivisme nouveau». Revue de Mélaphysique et de Morale, IX (1901),
143-144.
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o.
nea recta con movimiento uniforme. Por esto no podemos acometer una
verificación experimental del principio de inercia; falso cuando referimos
los movimientos a un marco de referencia, se tomará verdadero cuando
seleccionemos un marco diferente, y siempre seremos libres de escoger
este último. Si la ley de inercia enunciada con la Tierra como punto de
referencia es contradicha por una observación, la sustituiremos por la ley
de inercia que toma como referencia el sol; si esta última es refutada a
su vez, reemplazaremos en su enunciado el sol por el sistema de estrellas
fijas, y así sucesivamente. Es imposible evitar esta escapatoria.
El principio de igualdad de la acción y la reacción, analizado exten-
samente por M. Poincaré18, da lugar a consideraciones análogas. Este
principio puede ser enunciado así: «El centro de gravedad de un sistema
aislado sólo puede tener un movimiento rectilíneo y uniforme».
Este es el principio que proponemos para verificar mediante experi-
mento.
«¿Podemos llevar a cabo esta verificación? Para ello sería necesario
que los sistemas aislados existieran. Ahora bien, estos sistemas no exis-
ten; el único sistema aislado es la totalidad del universo.
«Pero nosotros sólo podemos observar movimientos relativos; por esta ¡¡
t,
razón, el movimiento absoluto del centro del universo siempre será des- t
conocido. Nunca estaremos en condiciones de saber si es rectilíneo y uni-
forme o, mejor aún, la cuestión no tiene sentido. Cualesquiera hechos que !
nosotros podamos observar, siempre tendremos libertad para asumir que 1
nuestro principio es verdadero». I
Así, muchos principios de la mecánica tienen una forma tal que es ab-
surdo preguntarse: «¿Está este principio de acuerdo con el experimento,
o no?». Este extraño carácter no es peculiar de los principios de la mecá-
nica; también está presente en ciertas hipótesis fundamentales de nues-
tras teorías físicas o químicas» 19.
Por ejemplo, la teoría química descansa enteramente sobre la «ley de
las proporciones múltiples»; he aquí el enunciado preciso de esta ley:
Los cuerpos simples A, B Y e pueden al unirse en proporciones varia-
das formas varios compuestos M, M' ,... Ahora bien, si las masas de los ele-
mentos A, B Y e al combinarse para formar el compuesto M están en la
misma proporción que los tres números a, b y e, entonces las masas de
los elementos A, B Y e combinadas para formar el compuesto M' estarán
en la misma proporción que los números x'a, y.b, Z'X (siendo x, y, Z nú-
meros enteros).
¿Está sujeta acaso esta ley a comprobación experimental? El análisis
químico nos informará de la composición química del cuerpo M' no exac-
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Teorla ftsica y experimento 579
- - - - - ---
=
¿Se sigue de esto que estas hipótesis, colocadas fuera del alcance de
la refutación experimental, no tienen nada que temer del experimento?
¿Que con seguridad permanecerán inmutables no importa qué descubri-
mientos nos tenga reservados la observación? Pretender esto sería un
error grave.
Tomadas aisladamente, estas diferentes hipótesis carecen de todo sig-
nificado experimental; no puede haber caso sobre confirmarlas o contra-
decirlas por experimento. Pero estas hipótesis entran como fundamentos
esenciales en la construcción de ciertas teorías de la mecánica racional,
de la química, de la cristalograffa. El objeto de estas teorías es represen-
tar las leyes experimentales; son esquematismos construidos esencial-
mente para ser comparados con los hechos.
Ahora bien, esta comparación podría algún día mostramos que una
de nuestras representaciones está desajustada respecto a la realidad que
debiera pintar, que las correcciones que se añaden y complican nuestro
esquematismo no proporcionan una concordancia suficiente entre este es-
quematismo y los hechos, que la teoría aceptada durante mucho tiempo
sin disputa debería ser rechazada y que una enteramente diferente debe-
ría ser construida y sobre nuevas hipótesis. Ese día alguna de nuestras hi-
pótesis, que tomada aisladamente desafía la refutación experimental di-
recta, se derrumbará, junto con el sistema que ella soportaba, bajo el peso
de lás refutaciones infligidas por la realidad a las consecuencias del sis-
tema tomado en conjunto.
En verdad, las hipótesis que carecen por sí mismas de significado fí-
sico sufren la comprobación experimental exactamente de la misma ma-
nera que otras hipótesis. Como hemos visto al comienzo de este capítulo,
cualquiera que sea la naturaleza de la hipótesis, si se la toma aisladamen-
te nunca es contradicha por el experimento; la contradicción experimen-
tal se dirige siempre indistintamente contra el conjunto que constituye
una teoría sin posibilidad de que designe qué p140posición de este conu-
junto debe ser rechazada20.
Así desaparece lo que podría haber parecido paradójico en la siguien-
te afirmación: Ciertas teorías físicas descansan sobre hipótesis que no tie-
nen por sí mismas ningún significado físico.
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