Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
El Objeto de La Psiquiatría y El Objeto Del Psicoanálisis Por George Lanteri Laura
El Objeto de La Psiquiatría y El Objeto Del Psicoanálisis Por George Lanteri Laura
1. Introducción
Para comparar el objeto de la psiquiatría con el objeto del psicoanálisis, como ha sido
presentado y desarrollado en las exposiciones de nuestros amigos el profesor D. Widlöcher y el Dr
C. Melman, y que las discusiones ulteriores de nuestros Colegas han precisado (NDT: este texto
surge como resultado de la exposición del autor en el coloquio organizado por el grupo de
L´Évolution Psychiatrique con el título "Psicoanálisis, Psiquiatría: objetos perdidos, objetos
presentes" llevado a cabo el 18 y 19 de octubre de 2003 en la ciudad de París, Francia), vamos
ahora a tratar de dar un recorrido histórico y crítico de este objeto de la psiquiatría, como puede
manifestarse en los primeros años del siglo XXI.
Por esta locución de objeto de la psiquiatría entendemos, de una manera inevitablemente
un poco convencional, y sin anticipar sobre los resultados ulteriores de nuestro enfoque, el terreno
que se ocupa concretamente de la patología mental contemporánea, sin olvidarnos que esta
concierne múltiples registros que no debemos confundir: la semiología y la clínica, evidentemente,
pero también la terapéutica y con una preocupación diferente, la reflexión psicopatológica. Es aquí
donde podemos encontrar justificadamente el centro de todas las preocupaciones de los
psiquiatras.
Procuraremos en un principio situar, con algún rigor, la psiquiatría misma, a fin de saber lo
que entendemos por este término, evitando las confusiones de proximidad. Luego trataremos de
reemplazar esta psiquiatría en un enfoque histórico, que haremos debutar al final del Siglo de las
Luces, por razones que precisaremos más adelante. Intentaremos luego dilucidar los lazos
eventuales con algunas disciplinas vecinas. Poseeremos así todos los elementos para comparar
el objeto de la psiquiatría con el objeto del psicoanálisis.
2. Ubicación de la psiquiatría
Nos encontramos así reducidos a aquello que podríamos llamar una investigación histórica
a posteriori, es decir a investigar, en el pasado de nuestra civilización, y más precisamente en su
tradición griega, helenística, romana, medieval, y finalmente europea, a partir de qué momento y
en qué contexto algo como aquello que entendemos por psiquiatría apareció y tomó una cierta
consistencia. Subrayemos por otro lado que si todas las culturas conocidas poseen
representaciones de la locura, naturales o sobrenaturales, banales o extravagantes, numerosas
entre ellas no tienen nada que se parezca, de cerca o de lejos, a alguna cosa como la psiquiatría.
En la tradición clásica, la locura viene de los dioses, que tienen el poder incontestable de
infligírselo a los hombres, por capricho o por venganza. Así, la locura de Ajax: Apolo y Artemis
protegen la ciudad de Príamo; ellos vuelven a Ajax, rey aliado de Agamenón, temporalmente loco
de manera que tomando al ganado y las cabras que servían de víveres a la armada griega por
soldados troyanos, los masacra en gran perjuicio de los sitiadores. Otros ejemplo, aquel de la
locura de Hércules: Hera lo detesta, como fruto de los amores ilícitos de Zeus con Alcmena; por
hostilidad hacia Zeus vuelve loco a Hércules, que confundiendo sus propios niños con aquellos de
su enemigo Euristeo, los asesina. Estas dos leyendas muy antiguas han servido un poco más
tarde como argumento para dos ilustres tragedias que supieron reactualizarlas, la primera de
Sófocles y la segunda de Eurípides.
Ahora bien, desde la época imperial, un hombre político, pero también pensador y filósofo
como Cicerón, y ciertos médicos como Celso o Sexto Empírico, han subrayado que si bien ellos
no rechazaban la influencia eventual de los dioses en la locura, conocían por la práctica médica
misma, casos de enfermedades hiperpiréticas o de intoxicaciones exógenas, donde los pacientes
habían sufrido alteraciones análogas de la experiencia perceptiva y del comportamiento, tomando
animales de carnicería por militares y seres próximos por sus enemigos. Ejusdem farinae (NDT:
locución latina peyorativa que significa de la misma harina y que designa a las personas y las
cosas que poseen los mismos errores), por orden de lo divino y por el registro de la phusis.
A partir de allí la medicina podía dar cuenta de ciertos aspectos de la locura, sin deberle
nada a la intervención divina y a título de fenómenos enteramente naturales. El recurso de la
phusis permitía así, al menos en ciertos casos, explicar completamente la locura y anexar de
manera legítima las ocurrencias del arte médico. Similares afirmaciones marcan, nos parece, el
debut de la psiquiatría en la civilización clásica: una parte al menos de la locura puede
identificarse, diagnosticarse y tratarse por referencia exclusiva a la naturaleza y en el dominio de
la medicina, a la vez empírica y racional (4).
Gracias a los bizantinos, a los judíos y a los árabes, esta posición se encuentra en
múltiples ocasiones durante la Edad Media, el Renacimiento, la Edad Clásica, la Aufklärung, el
Positivismo y la Época moderna, y nosotros somos los herederos. En cada oportunidad, algunos
estiman que la medicina da cuenta de la totalidad de los fenómenos de la locura, mientras que
otros, a veces ingratos, reducen su dominio de pertinencia. Los más modestos ofrecen un cierto
lugar, menos a algún rol devuelto a lo sobrenatural, que a efectos ligados a la sociedad, con la
anomia, la desviación y toda clase de abusos. Podríamos entonces decir que este movimiento, a
la vez laico y razonable, utiliza el conocimiento de la phusis para interpretar el nomos, aunque, en
una cierta perspectiva, la psiquiatría llega a constituir la verdad de todo aquello que la locura
comprende como prejuicios y como errores. Se puede por otro lado estimar, de manera legítima,
que una parte de la locura escapa a esta reducción y que la disciplina que explica la locura como
fenómeno natural deba separarse, al menos en parte, de la medicina, al mismo tiempo
manteniéndose en el orden de la naturaleza; al menos en lo concerniente a sus orígenes, queda
en competencias de la medicina.
Este largo desarrollo que venimos de completar no nos ha dado nada parecido a la
definición auténtica de la psiquiatría, pero puede permitirnos situar a la psiquiatría en la historia de
los conocimientos como este esfuerzo renovado de tener un saber y un saber-hacer autónomos y
objetivos sobre aquello que nuestra cultura designa con el término de locura.
3. Un abordaje histórico
Vamos entonces a comenzar este parágrafo por una advertencia a la cual nos aferramos
bastante que nos permitirá evitar una deriva desafortunada. El encadenamiento de los tres
paradigmas, que va a guiar el hilo de nuestra narración cronológica y que nos servirá
frecuentemente de referencia, tiene el riesgo de pasar por una especie de filosofía de la historia, id
est un principio a priori, anterior, por así decir a todo relato concreto, trascendente en relación a él
e imponiéndose como una regla que controlaría de entrada y dominaría la documentación.
Ahora bien, nuestro razonamiento intenta solamente introducir un mínimo de comodidad
para proponer una cronología diferencial, luego del nombramiento de Philippe Pinel en Bicêtre, en
el otoño de 1793, hasta el presente coloquio. Sin otra pretensión, se trata para nosotros de
reconocer que el conjunto de la psiquiatría de Europa occidental y América del Norte puede
estudiarse, de manera precisa y práctica, como la sucesión de tres periodos, marcados, cada uno
a su propia cuenta, por la prevalencia de un paradigma que rigió toda la patología mental
correspondiente (6,7): en un principio aquel de la alienación mental, enfermedad única,
resumiendo toda la psiquiatría bajo una sola especie y extendiéndose desde 1793 a 1854
aproximadamente; luego aquel de las enfermedades mentales en plural, yendo más o menos
desde 1854 a 1926; luego aquel de las estructuras psicopatológicas, de 1926 a 1977,
reorganizando la multiplicidad por el uso de este concepto operatorio de estructura; y finalmente el
tiempo de la psiquiatría postmoderna, a la cual no sabemos si le corresponde un paradigma.
Pero no se trataría así de otra cosa que de una periodización práctica, que nos permite
relacionar múltiples nociones bastante distintas bajo una referencia simple y operatoria. Nos
parece sin embargo esencial seguir para este propósito la obra del gran filósofo e historiador
napolitano, B. Croce, a quien debemos mucho y que ha mostrado que al fin de cuentas y, por más
brillante que parezca, la tentativa de instaurar una filosofía de la historia constituiría
inevitablemente una impostura, ya que la historia es siempre y necesariamente a posteriori y que
los documentos se establecen y se estudian pero no se presumen ni se inventan jamás de manera
previa (8).
Es por lo cual nuestro recurso a la noción de paradigma, que tomamos de T.S. Kuhn (9),
no constituye a nuestros ojos mas que un procedimiento de exposición sin ninguna otra pretensión
que la comodidad. Además, debemos reconocer que nosotros no sabemos si, en el registro de la
historia de la psiquiatría, esta noción de paradigma, útil en un cierto momento, posee la menor
pertinencia antes de 1793 y luego de 1977.
Hasta este punto de nuestras reflexiones, hemos eludido demasiado fácilmente dos
problemas bien difíciles de resolver, por un lado aquel de determinar si el campo de la psiquiatría
resulta homogéneo o heterogéneo, y del otro lado, en cualquiera de estas eventualidades, cómo
conviene delimitar fronteras que fuesen lo menos posible zonas francas o de condominia (NDT:
término del latín, que se refiere a un territorio político ya sea un Estado o frontera donde múltiples
poderes soberanos ejercen sus derechos en conjunto sin dividirlo en zonas nacionales).
Comencemos en principio por la cuestión relativa a la naturaleza homogénea o
heterogénea del campo de la patología mental, según los diversos periodos que venimos de
caracterizar cada uno por su paradigma específico.
Mientras dure la referencia a la alienación mental, esta interrogación no sabría tener
pertinencia, ya que esta alienación mental constituye ella sola toda una especialidad y sus
variedades, como la manía, la melancolía, el idiotismo y la demencia, no menoscaban para nada
su unidad consustancial. Podríamos decir por otro lado que esta alienación no sabría, por esencia,
ser más que homogénea.
No ocurre lo mismo seguidamente cuando nuestros ilustres predecesores comienzan a
separar unas de otras las especies mórbidas naturales cuyo reagrupamiento poseía algo un poco
discordante. Sin duda esto es lo que tenía en vista V. Magnan cuando oponía, en este conjunto,
las locuras propiamente dichas a los estados mixtos (18). Las primeras se caracterizaban
entonces por su pertenencia a una vieja tradición, no sin algún lazo de bastardía con las
monomanías, de reputación tan peyorativa, y por una ausencia, que se deseaba provisoria, de
etiología seriamente establecida; las segundas, mixtas en tanto que emparentadas a aquello que
comenzaba a identificar una neurología entonces en sus comienzos, como los estados
confusionales, el delirium tremens o las demencias, ligadas o no a la edad, sin embargo
continuaron en el registro de la patología mental, ya que ellas no podían para nada ser abordadas
por fuera de los establecimientos reservados a los enfermos mentales, en razón de la
competencia del personal y la gestión difícil de los trastornos del comportamiento. La dicotomía
inagurada por V. Magnan no es suficiente para dar cuenta de esta diversidad, y la heterogeneidad
de la patología mental así comprendida se imponía.
Es cierto que una disciplina que pretendía concernir a la vez neurosis ligeras y estados de
retraso profundo, cuasi teratológicos, no podía pretender razonablemente la mínima unidad,
incluso más cuando los abordajes terapéuticos divergían totalmente, las instituciones no podían
asemejarse más y que en paralelo a las hospitalizaciones, otras fórmulas de abordaje se
diferenciaban cada vez más.
El dominio de la psiquiatría, durante el paradigma de las enfermedades mentales, se
delimita de manera más bien empírica, con dos consecuencias que perduran aún. Por un lado, las
instituciones han tendido a especializarse de manera pragmática, por fuera de toda teoría general
de la especificación, incluso si esta especificación sugería a su vez una partición más reflexiva de
los registros involucrados. Por otro lado, una taxonomía todavía en uso propuso una repartición de
figuras de la patología psiquiátrica que no se limitaba a la comodidad de abordajes y que volvía a
dar un lugar fundado sobre la clínica y la psicopatología a las neurosis, las psicosis, las demencias
y a los estados de retraso, y más tarde a los estados límites y a las perversiones. El centro de este
terreno se mantenía después de mucho tiempo, mientras que su periferia devenía cada vez más
difusa a medida que se alejaba de este centro mismo.
Con el paradigma de las estructuras psicopatológicas una cierta unidad tiende a
restablecerse, y la obra de Henry Ey realiza la última y más grandiosa síntesis de todo este
terreno: la psiquiatría se define así, sin ninguna metáfora, como una patología de la libertad, en la
cual uno puede, sin romper su unidad esencial, separar una patología del campo de la
conciencia , en las psicosis agudas, y una patología de la conciencia de sí mismo, con el yo (moi)
devenido demente o el yo no devenido (retrasos profundos), el yo psicótico, el yo neurótico, y el yo
caracteropático (5).
Si el campo de la psiquiatría, en el siglo XXI, nos aparece así como irreductiblemente
heterogéneo, al punto que algunos, al menos en la práctica institucional, querrían sustraer el
registro del autismo, paradójicamente otros desearían extender los límites bien lejos, quizás más
allá de aquello que uno puede esperar de la competencia efectiva de los psiquiatras: consejos
conyugales, duelos ordinarios, problemas de la existencia, debriefing en situaciones extremas, y
así sucesivamente, perdiendo completamente de vista los límites de la patología. Es esto, lo que
nos parece un peligro que pasa generalmente desapercibido.
Por autónoma que sea, la psiquiatría sostiene numerosas relaciones con muchas
disciplinas de su vecindad, próxima o lejana. Vamos a decir unas palabras, antes de analizar la
comparación entre su objeto y el objeto del psicoanálisis.
La psiquiatría tiene, después de mucho tiempo, relaciones con el conocimiento del sistema
nervioso central, se trate en un principio de la anatomía y la fisiología del encéfalo, luego de la
neurología clínica y más recientemente de la neuropsicología. En el primer caso, debemos
observar que se le ha querido otorgar al cerebro un rol más importante incluso cuando este
cerebro aún se conocía mal, como lo muestra una relectura de G. Cabanis o de E. Georget, de tal
manera que somos al fin del siglo XX mucho más prudentes y reservados que lo que nuestros
brillantes predecesores lo eran al comienzo del siglo XIX. En el segundo, no debemos olvidarnos
dos constataciones interesantes: por un lado, la psiquiatría, como semiología y como clínica, es
netamente anterior a la neurología, y por otro lado es el mismo movimiento que al final del siglo
XIX, con J. Babinski, G. Holmes , S. Freud, P. Janet o J. Déjerine, permitió devolver a la
neurología el cuidado de ocuparse de la epilepsia, de la corea de Sydenham, de la corea de
Huntington o de la enfermedad de Parkinson, de crear la semiología fina de los trastornos motores
y sensitivos, de los reflejos cutáneos y osteotendinosos, y de confiar a la psiquiatría el terreno,
hasta ahí indiviso, de las neurosis actuales y las neurosis de transferencia. En el tercero, más
reciente, y también en la neuroradiología moderna, debemos notar que no encontramos claves
que nos otorguen el alfa y el omega de la patología mental, sino informaciones preciosas sobre
múltiples aspectos del funcionamiento de las actividades mentales, que nos obligan a repensar
bien aspectos de la clínica y de la psicopatología, como nos invitan a hacer los trabajos de H.
Hécaen, luego de M. Jeannerod (27,28).
Podríamos observar también las relaciones de la psiquiatría con la antropología, la
sociología y la etnología, o incluso con la criminología y el derecho penal, y así sucesivamente.
Dos cuestiones van a ayudarnos a tomar el sentido exacto de estas relaciones eventuales.
Por un lado, no se trata jamás de subordinación, ni en un sentido, ni en el otro, ya sea si la
criminología, por ejemplo, permite plantear a la psiquiatría preguntas sobre ciertos trastornos del
comportamiento, se las plantea a una disciplina que no funda y que existe por sí misma,
independientemente de la criminología. De la misma manera, si la neuropsicología otorga
elementos que renuevan el problema de las alucinaciones, su identificación es bien anterior,
remontándose a Esquirol y a J. Baillarger, y no debe nada a la neuropsicología.
Por otra parte, la psiquiatría, a su vez, no ofreció ningún fundamento a estas diversas
disciplinas, pero las aclara de una manera parcial e intercambia con ellas modelos recíprocamente
fructuosos. Pero la psiquiatría, en principio por su semiología y su clínica, luego por sus resultados
terapéuticos y reflexiones de orden psicopatológico, tiene por sí misma su propio fundamento, a
partir del cual puede legítimamente proponer interrogantes a las disciplinas de su vecindad. Por
ejemplo, no sabríamos estudiar la patología psiquiátrica del lenguaje sin recurrir a la lingüística, y,
en particular a la lingüística estructural; pero esta lingüística estructural, aunque aclara tales
investigaciones, no constituye la patología psiquiátrica del lenguaje.
Tales lazos se parecen un poco a aquellos que se tejen entre la historia y aquello que,
luego de mucho tiempo y sin que ni el sustantivo, ni el epíteto hagan ilusión, llamamos ciencias
auxiliares de la historia, como la numismática o la heráldica. Ellas otorgan grandes servicios al
establecimiento de un conocimiento histórico riguroso, en particular para aquello que concierne el
periodo medieval en la Europa occidental; sin embargo, tanto una como otra constituyen
disciplinas completamente autónomas, en gran parte independientes de la historia misma, pero en
ningún momento pretenden fundar el conocimiento histórico como tal.
4.2. El objeto del psicoanálisis
5. Epílogo
Referencias
[1] Cabanis G. Rapports sur le physique et le moral de l’homme. Paris: Fortier, Masson & Charpentier; 1843
[n.éd.].
[2] Georget E. De la physiologie du système nerveux et spécialement du cerveau. Paris: J.B. Baillière; 1821.
[3] Griesinger W. Traité des maladies mentales [trad.Doumic]. Paris: Delahaye; 1865.
[4] Pigeaud J. Folies et cures de la folie chez les médecins de l’antiquité gréco-romaine. Paris: Les Belles
Lettres; 1987.
[5] Ey H. Des idées de Jackson à un modèle organo-dynamique en psychiatrie. Toulouse: Privat; 1975.
[6] Lantéri-Laura G. Psychiatrie et connaissance. Paris: Sciences en Situation; 1991.
[7] Lantéri-Laura G. Essai sur les paradigmes de la psychiatrie contemporaine. Paris: Les Editions du
Temps;
1998.
[8] Croce B. Teoria e storia della storiografia. Bari: Laterza; 1954 [7° ed.].
[9] Kuhn TS. La structure des révolutions scientifiques [trad. L. Meyer]. Paris: Flammarion; 1983.
[10] Swain G. Le sujet de la folie. Naissance de la psychiatrie. Paris: Calmann-Lévy; 1997 [2° éd.].
[11] Pinel P. Traité médicophilosophique sur l’aliénation mentale. Paris: J.A. Brosson; 1809 [2° éd].
[12] Esquirol E. Des maladies mentales considérées sous les rapports médical, hygiénique et médicolégal.
Paris:
J.B. Baillière; 1838 [2 vol.].
[13] Broca P. Mémoires d’anthropologie, V. Paris: C. Reinwald; 1888.
[14] Wernicke C. Die aphasische Syndromencomplex. Breslau: M.Cohn & Weigert; 1874.
[15] Falret JP. Des maladies mentales et des asiles d’aliénés. Paris: Sciences en Situation; 1994 [n.éd., 2
vol.].
[16] Shryock RB. Histoire de la médecine moderne. Facteur scientifique, facteur social [trad.R.Tarr]. Paris:
Armand Colin; 1956.
[17] Grmek MD, editor. Histoire de la pensée médicale en Occident, 3. Du romantisme à la science moderne.
Paris: Les Editions du Seuil; 1999.
[18] Magnan V. Leçons cliniques sur les maladies mentales. Paris: L. Battaille; 1893 [2° éd.].
[19] Chaslin P. Éléments de sémiologie et clinique mentales. Paris: Asselin & Houzeau; 1912.
[20] Morel BA. Traité des dégénérescences physiques, intellectuelles et morales de l’espèce humaine. Paris:
J.B
Baillière; 1857.
[21] Déjerine J. Sémiologie des affections du système nerveux. Paris : Masson; 1977 [n.éd., 2 vol.].
[22] Freud S. The standard edition of the complete psychological works of Sigmund Freud [trad. J. Strachey,
A. Freud, A. Strachey, A. Tyson]. London: Hogarth Press; 1966–1974 [24 vol.].
[23] Bleuler E. La schizophrénie. Congrès des médecins aliénistes et neurologistes de France et des pays
de
langue française XXX° Session, Genève-Lausanne, 2 au 7 août 1926. Paris: Masson; 1926.
[24] Goldstein K. La structure de l’organisme [trad. E. Burkhardt, J. Kuntz]. Paris: Gallimard; 1951.
[25] Binswanger L. Mélancolie et manie [trad. J.M. Azorin, Y. Totoyan]. Paris: PUF; 1987.
[26] Minkowski E. Le temps vécu. Paris: PUF; 1995 [n.éd.].
[27] Hecaen H, Albert ML. Human neuropsychology. New York: Wiley & Sons; 1978.
[28] Jeannerod M. Le cerveau intime. Paris: Odile Jacob; 2002.