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Volverse atrás

“Jehová el Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar... despertará mañana
tras mañana... mi oído para que oiga como los sabios. Jehová el Señor me abrió el
oído, y yo no fui rebelde, ni me volví atrás... Porque Jehová el Señor me ayudará...
por eso puse mi rostro como un pedernal, y sé que no seré avergonzado”.
Isaías 50:4-5,7
Escuché... di oídos... no fui rebelde, no me volví atrás... ¡por eso puse mi rostro! Leamos y
meditemos esas sublimes palabras proféticas de Isaías acerca del Señor.
- Voluntad sumisa: “He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad”. “El hacer tu
voluntad, Dios mío, me ha agradado” (Hebreos 10:7 y Salmo 40:7-8)
- Total renunciamiento: “Se despojó a sí mismo... se humilló a sí mismo” (Filipenses 2:7-
8)
- Entera sumisión: Escuché, “me abrió el oído”
- Obediencia perfecta: “Yo no fui rebelde”. “Haciéndose obediente hasta la muerte, y
muerte de cruz”.
Tomando voluntariamente tal posición, el Señor pudo afirmar de antemano por el espíritu
profético: “Ni me volví atrás” (Isaías 50:5). Si en su carrera pudo decir al enemigo que lo
tentaba por boca de su discípulo Pedro, quien sin embargo lo amaba: “¡Quítate de delante
de mí, Satanás!; me eres tropiezo” (Mateo 16:23), cuánto más al final de su ministerio,
cuando se halló frente al mismo tentador en el huerto de Getsemaní, pudo continuar poniendo
su rostro como un pedernal (Isaías 50:7), incluso cuando “era su sudor como grandes gotas
de sangre” (Lucas 22:44), y los suyos lo abandonaron.
Nada detiene su inefable amor, ni falta de consideración o reputación, sufrimiento ni
renunciamiento, desprecio ni incomprensión, el temor de los hombres ni el abandono de los
suyos, el peso de nuestros pecados ni la ira divina, el juicio de un Dios santo ni el abandono
durante las horas de tinieblas... ¡No “me volví atrás”!

“También dijo otro: Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida primero de los
que están en mi casa. Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado
mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios”. Lucas 9:61-62
¿No era lo más normal y humano despedirse de los suyos antes de seguir al Señor? Y sin
embargo, lo que parece no solamente «tolerado» sino normal según nuestro punto de vista,
viene a ser, a la luz divina, incompatible con el carácter de discípulo.
Supongo que cada uno de nosotros deseamos ser discípulos del Señor y no quedarnos en
el estado del gozo pasivo, simplemente conociendo nuestra posición de hijos de Dios.
Además, éste es nuestro llamamiento, la razón por la cual somos dejados aquí en la tierra
después de la conversión. Para ser discípulo o testigo, es necesario no mirar “hacia atrás”.
Pero, ¿qué es, en la práctica?

Mirar “hacia atrás” desde un punto de vista amplio


Es dejar a Jesús de lado y seguir nuestros deseos, decidir según nuestra voluntad, actuar
según nuestro parecer; en pocas palabras, mirar “hacia atrás” es introducir nuevamente “las
cosas viejas” que pasaron (2 Corintios 5:17). Muy al contrario la Palabra dice, dirigiéndose al
creyente: “Para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó
por ellos”, y “si alguno está en Cristo, nueva criatura es” (v. 15, 17).
Mirar “hacia atrás” es una actitud propia del viejo hombre, de la vieja naturaleza, del «yo».
Mirar hacia adelante, olvidar “ciertamente lo que queda atrás”, y extenderse a lo que está
delante (Filipenses 3:13-14), es propio del nuevo hombre: es tener a Cristo como fuente,
móvil y meta de la vida.
Mirar “hacia atrás”, desde el punto de vista específico
Usted, joven creyente, quisiera mirar hacia adelante, correr la carrera con los ojos puestos
en Jesús, servirle y glorificarle. Pero simultáneamente, y a menudo en primer lugar, quiere
aprovechar las ventajas que este mundo le ofrece, ya que usted juzga esto «razonable y
humano». Despliega sus energías y utiliza su tiempo para alcanzar la posición social y
material a la que cree tener derecho, y no tiene tiempo para las cosas del Señor. Desea
seguir a Jesús, pero en cuanto al casamiento, quiere elegir usted mismo y luego pedirle su
bendición.
Usted, señorita creyente, depositaria de tantos beneficios y riquezas espirituales, tiene el
profundo deseo de glorificar a su Maestro. Quiere servirle, pero ¿no busca con demasiada
frecuencia y en primer lugar –independientemente de la ayuda material que esté llamada a
dar a su familia– un trabajo que pague bien, con las mayores ventajas, sin importarle el
tiempo que deba dedicarle? ¿No sucede que el ambiente del colegio, de la oficina, del
almacén o de la fábrica le crea compromisos, disminuye sus afectos por Cristo, e incluso a
veces la extravía y la hace caer? Buscar que el salario le permita nutrir a su familia es normal;
pero si es para satisfacer sus deseos, a veces caprichosos, ¿no es esto mirar “hacia atrás”?
¡Qué hermosos servicios esperan que el amor de Cristo atraiga su corazón para inclinarle
hacia “los pequeños”, los que sufren, para ayudar a tal o cual madre debilitada por el peso
de su trabajo...!
¡Querer mirar hacia adelante y a la vez tener el corazón en las cosas que están detrás es no
ser “frío ni caliente”, sino “tibio”!
El que tiene oídos oiga lo que el Espíritu dice: “Sé, pues, celoso, y arrepiéntete. He aquí, yo
estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él,
y él conmigo” (Apocalipsis 3:19-20).

¿Quiere Ud. dejar entrar a Jesús en todos los aspectos de su vida?


J. A.

© Ediciones Bíblicas - 1166 Perroy (Suiza)


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utilizarlo en su integralidad y sin cambios.

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