Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
1 Indebted
1 Indebted
TRADUCTORAS:
Jules Eli Hart Jasiel Odair Josmary
Marie.Ang Ann Ferris Julieyrr Beatrix
CrisCras Val_17 Mary Haynes Vane Hearts
Aleja E. florbarbero Jadasa Vani
Liz Holland Miry GPE Alessandra Adriana Tate
Mel Sandry Wilde
Wentworth Annie D Mire
CORRECTORAS:
Melii Val_17 Alessa Masllentyle
Fany Keaton Amélie. SammyD
Mae Josmary Jasiel Odair
Laurita PI Daniela Agrafojo Miry GPE
Mary Warner Laura Delilah
*Andreina F* Anakaren
REVISIÓN FINAL:
Jules Aleja E.
Marie.Ang Mel Wentworth
CrisCras
DISEÑO:
Mae
Í ndi ce
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
First Debt
Sobre la autora
Si nopsi s
“Te poseo. Tengo el pedazo de papel para probarlo. Es
innegable e irrompible. Me perteneces hasta que hayas pagado tus
deudas”.
La familia de Nila Weaver está en deuda. Siendo la hija
primogénita, su vida es confiscada por el primer hijo nacido de los
Hawk para pagar por los pecados de los antepasados. Las épocas
oscuras pueden haber ido y venido, pero las deudas nunca
desaparecen. Ella no tiene ninguna opción en el asunto.
Ya no es libre.
Jethro Hawk recibe a Nila como un regalo heredado en su
vigésimo noveno cumpleaños. Su vida es de él hasta que ella haya
pagado una deuda de siglos de antigüedad. Puede hacer lo que
quiera con ella —nada está fuera de límites—, ella tiene que
obedecer.
No hay reglas. Solo pagos.
Indebted, #1
1
Jethro
Traducido por Eli Hart
Corregido por Melii
—Sube.
Parpadeé. —¿Perdona?
Jethro no se movió. No parecía condescendiente ni molesto, ni
cualquier otra cosa que no fuera frío y sereno. Nada parecía interesarle.
¿Pensaba que podría usarlo para el sexo? No se veía como si supiera
cómo era una sonrisa, por no hablar de la pasión.
Tenía las piernas plegadas bajo el carbón oscuro de su pantalón,
estabilizando la pesada moto entre ellas. —He dicho que subas. Nos
vamos.
Me reí. ¡Qué ridícula sugerencia! Haciendo un gesto delante de
mí, esperaba que no fuera ciego, porque nadie podía ignorar los
kilogramos por valor de diamantes negros o acres de tela que llevaba. —
He tenido dificultades para llegar en una limusina. No hay manera de
que pueda montar en la parte de atrás de una estúpida moto.
Los labios de Jethro se arquearon. —Acércate. Voy a arreglar eso.
Mi corazón dio un salto. Agarré mi teléfono con más fuerza.
Ninguna respuesta de Kite. Lo cual es algo bueno. Sólo tenía que seguir
diciéndome eso a mí misma. No quería volver a saber de él nunca de
nuevo. —Corregir el problema, ¿cómo?
—Ven aquí y te lo mostraré. —Sus ojos se dirigieron hacia abajo,
a la parte delantera de mi vestido.
He estado alrededor de hombres poderosos y atractivos toda la
vida. Tanto mi padre como su hermano eran bien conocidos por ser
solteros, pero les faltaba algo que Jethro tenía en abundancia.
Misterio.
Todo en él hablaba de engaño y astucia. Sin embargo, casi no
hablaba, e incluso así sentía sus peticiones. Por alguna estúpida razón,
sentía como si me hubiera entrenado con su silencio para estar alerta,
lista, dispuesta a agradar.
Odiaba su potencia sin esfuerzo.
Retrocediendo, negué con la cabeza. —No lo haré.
Una pequeña sonrisa adornó sus labios, con los ojos dorados
parpadeando. —Eso no fue muy educado. Te hice una petición,
amablemente entregada, respetuosamente, incluso. —Sus dedos se
apretaron alrededor de las barras de la manija—. ¿Debo pedírtelo de
nuevo, o vas a reconsiderar tu respuesta?
Un hilo de miedo atravesó mi cuello. Conocía ese brillo en sus
ojos. Vaughn lo tenía cuando éramos más jóvenes. Significaba
destrucción. Significaba salirse con la suya. Significaba un mundo de
dolor si no había obediencia. Y por alguna razón, no pensé que un
insecto y las cosquillas hasta no poder respirar contaran como dolor en
la dimensión de Jetro.
Agarrando el corpiño que me llevó semanas coser a mano, di otro
paso hacia atrás. Manteniendo la barbilla alta, le dije—: No estoy siendo
descortés; estoy declarando lo obvio. Si deseas irte, necesitamos un
método diferente de transporte. —Hablar de manera formal sonaba
extraño después de gritarle a Kite vía mensajes de texto—. Y además,
no quiero irme todavía. Me prometí a mí misma que me gustaría
preguntarte algo, y no voy a ninguna parte hasta que lo haga.
Dios, Nila. ¿Qué estás haciendo?
Los nervios atacaron mi estómago, pero mantuve mi postura. No
retrocedí. No esta vez.
Jethro negó con la cabeza, desplazando su cabello canoso. Su
rostro permaneció inexpresivo, sin problemas de paciencia, pero no
calmó su expresión, la que me aterrorizaba. Con precisión, nacida de la
riqueza y la confianza, pateó el soporte hacia abajo y colocó la moto en
una posición de descanso. Balanceando su pierna por encima de la
máquina, se subió al bordillo y me atrapó.
No. No dejes que te toque.
Tropecé hacia atrás, un leve filo de mareos capturándome con la
guardia baja.
Jethro me atrapó, colocando sus manos grandes y frías en mi
cintura.
Me quedé inmóvil, respirando entrecortadamente. Empujando el
momento de tambaleo, me obsesionó con su mandíbula fuerte y con el
broche reluciente de diamantes.
La temperatura de su toque se filtraba a través de los volantes en
mis caderas, trayendo consigo el miedo, manifestándose como
témpanos más por encima de un amanecer inocente.
—¿Qué te pasa? —Jethro tiró de mí más cerca, mirándome a los
ojos. El primer signo de vida se escondía en sus profundidades doradas.
No era preocupación, simplemente molestia—. ¿Estás enferma? —La
molestia se convirtió en rabia, oculta cuidadosamente.
Tragué saliva, odiando mi condición de nuevo. Para él, daría la
impresión de débil. No entendería la fuerza que me llevó a vivir una vida
normal mientras me hallaba encadenada a una forma mal equilibrada.
En todo caso, me hizo más fuerte.
—No, no estoy enferma. Ni que estuvieras preocupado por mi
salud. —Me sacudí de su dominio, buscando una manera de liberarme.
Pero su toque sólo se apretó. Apartando un mechón negro azulado de
mi ojo, agregué—: No es contagioso. Sufro de vértigo. Eso es todo.
Googlealo.
Eso es todo. Me raspo las rodillas si me levanto de la cama
demasiado rápido y me mareo si giro la cabeza demasiado rápido, pero
eso es todo.
Jethro frunció el ceño. —Tal vez no debas usar esta ropa pesada.
—Arrancó el material denso y delicado de la costura de la cintura—. Es
un obstáculo y retrasa las actividades de la noche.
Mis ojos se ensancharon. ¿Las actividades de la noche?
¿Tal vez ha llegado a la misma conclusión de dónde acabaríamos?
Cautiva en sus fuertes manos, me quedé mirándolo. No era una mujer
muy pequeña, pero Jethro me superaba al menos por un palmo. No se
movió, sólo me miraba como si fuera una interesante muestra que no
podía decidir si disfrutar o tirar.
Mi respiración se hizo más profunda cuanto más tiempo me
sostenía. Dejar caer mi mirada a sus labios no ayudó a mi ansiedad por
tenerlo tan cerca. Es ahora o nunca.
No sabía nada acerca de él. Me asustaba. Pero él era un hombre.
Yo era una mujer. Y una vez, sólo una vez, quería placer.
—Quiero algo de ti —murmuré.
Se quedó quieto. —¿Qué te hace pensar exactamente que estás en
condiciones de pedirme algo?
Negué con la cabeza. —No te lo estoy pidiendo.
Un momento espeso pasó entre nosotros. Sus fosas nasales
temblaron. —Sigue…
—Llévame a tomar una copa. Quiero conocerte.
No es exactamente lo que quería pedirle, pero no podía ser tan
valiente.
Se rio una vez. —Créeme, señorita Weaver, te voy a salvar de una
conversación mundana. Lo más que nunca sabrás de mí, es mi nombre.
Todo lo demás… déjame decirte, la ignorancia es felicidad.
Su aftershave de bosque y cuero se apoderó de mí una vez más.
La frialdad de su mirada me advirtió que no le presionara, pero no pude
evitarlo. No después de la forma en que me trató Kite.
—Felicidad… esa es una palabra que no entiendo.
Jethro ladeó la cabeza, el rastro de molestia regresando. —¿Qué
es exactamente lo que estás tratando de hacer?
Una ráfaga de tambaleo me golpeó. Miré por encima de su
hombro hacia la cafetería que había al otro lado de la calle. —Tómate
una copa conmigo. Allí. —Hice un gesto con la cabeza. No me importaba
en lo más mínimo que llevara una enorme bata o que la cafetería
estuviera vacía. El sofá de la ventana se veía cómodo, y no me sentía
dispuesta a ver destruida esta pequeña libertad.
Miró el pequeño lugar, un destello de confusión llenando sus ojos.
—Tú… —Cortándose a sí mismo, se enderezó y me dejó ir—. Está bien.
Si eso es todo lo que quieres, no veo ninguna razón por la que no pueda
prolongar nuestra verdadera agenda durante treinta minutos. —
Capturando mi codo, me medio arrastró cruzando la calle.
Mi corazón se hundió por la falta de romance y anticipación.
Esperaba que se relajara un poco, sabiendo que me sentía interesada, y
liberara la fachada fría.
¿Y si no es una fachada? Su comportamiento era firme y
arraigado. Dudaba que alguna vez hubiera estado sin preocupaciones o
hubiera sido impulsivo.
La propulsión era rápida, demasiado rápida para alguien como
yo, con el equilibrio de una maldita mariposa, pero su agarre era firme y
me concedió una cierta seguridad.
Caminando por la acera, Jethro abrió la puerta de cristal, con el
ceño fruncido por el tintineo de la campana interior. Una joven italiana
levantó la mirada, sonriendo en señal de bienvenida.
El rico aroma del café y el calor se llevaron al instante el estrés de
mi sangre por Kite, por el espectáculo, y por la compañía de Jethro.
—Siéntate. —Jethro me dejó ir, señalando el sofá amarillo
desteñido con cojines de color púrpura y naranja—. Y no te muevas.
Me quedé congelada. Jethro no tenía ningún deseo de estar aquí,
sobre todo conmigo. ¿Qué demonios pasaba? Primero, mi padre me
empujó hacia él, luego Jethro apenas toleraba mi compañía. ¿Soy tan
repulsiva para el sexo opuesto?
—Espera —dije—. ¿No vas a preguntarme lo que quiero?
Jethro levantó una ceja. —No. ¿Quieres saber por qué?
Quería. Pero no quería jugar a su ridículo juego. Me sentía
cansada, fui objeto de insultos por mensajes de texto, y no quería,
incluso cuando prácticamente me lancé hacia él. La noche se había
apartado de la promesa de desastrosa y deseaba que acabara.
Cuando no respondí, Jethro agitó la mano. —No importa lo que
prefieras beber. Sólo tienes una solicitud y la conseguiste. Estoy aquí en
contra de mis planes; por lo tanto, podrás beber lo que te yo te dé.
Mi boca se abrió, el asombro robó mi capacidad de gritar frases
incomprensibles mezcladas dentro de mí. ¿En serio? ¿Quién era este
hombre?
Jethro se alejó, dejándome sorprendida frente a su poderosa
espalda, vestida con un impecable traje de chaqueta. Me ignoró por
completo mientras pedía.
No queriendo permanecer como una damisela abandonada, me
moví al sofá y me senté en una nube de material de galaxia de
medianoche… El sujetador sin aros y otros trucos para mantener mi
vestido boyante, discutieron en contra de estar así, pero mis pies dieron
un suspiro de agradecimiento.
Jethro regresó con dos tazas de café. Espresso. Diminutas tazas,
sin galletas, o cualquier cosa para prolongar algo que, obviamente, no
quería hacer. Colocando la bebida caliente frente a mí en la mesa baja,
sorbió la suya propia, mirándome por encima del borde.
Rompí el contacto visual, cogiendo la taza de líquido negro. La
verdad sea dicha, odiaba el café. Sólo sugerí la cafetería para retrasar
todo lo que planeó que era tan urgente. Tal vez era un publicista, para
mostrarme los tabloides de los que yo era una apasionada de la vida,
así como de la moda. Si ese fuera el caso, ¿no debería ser más
agradable? ¿Atento?
Inhalando la fuerte cafeína, fingí beber mientras, furtivamente,
atisbaba al misterio a mi lado. ¿Importaba que fuera un capullo
arrogante que no sabía la diferencia entre lo cruel y lo cortés? Tenía un
cuerpo asesino, parecía bien distinguido, y poseía una presencia que
gritaba dominación en el dormitorio. Podía elegir peor, una noche de
sexo libre de culpa.
Sentada más erguida, le dije: —Así que… la cosa que quería
preguntarte…
¿Qué estás haciendo? No es una persona agradable. Y tiene la
paciencia de un Doberman.
Jethro apretó la mandíbula, girando su café. —No voy a contestar,
hacer o responder a más peticiones. Bébete tu café. Vamos a llegar
tarde.
No hice caso de eso. Adopté un no preguntes por el futuro y por
qué el todopoderoso se dirige tan deprisa . Trabajando en otro
acercamiento, traté de romper el hielo entre nosotros. —Pareces conocer
a mi padre. ¿Qué obligaciones…?
—No hay preguntas. —Jethro tiró su cabeza hacia atrás, tragando
el doble trago de una sola vez. Lamiendo sus labios, colocó con cuidado
la taza sobre la mesa, mirando la mía sin tocar.
La inquietud de por qué mi padre me permitió salir con un
bastardo insensible, regresó. Temí que existía mucho de lo que no
estaba al tanto, vagando como un niño desventurado mientras que los
adultos disputaban sobre mi futuro.
Pasándose una mano por su cabello canoso, Jethro empujó de
repente mis faldas desbordantes del sofá y se acercó. Así de cerca, el
calor de su cuerpo quemaba mis brazos desnudos, picándome con
intensidad.
Tragué saliva, encrespando mis manos en mi regazo.
Jethro se erizó. —Lo que sea que crees que estás haciendo, no va
a funcionar. Ni voy a hacer una pequeña charla, ni entrar en una
conversación significativa. Pides que pasemos por una cafetería, pero no
tocas lo que te compré. —Suspiró, la tensión apretando sus ojos—. Ya
he terminado de jugar a juegos tontos. Dime lo que tengo que hacer
para que vengas sin hacer ruido, y lo haré.
Mi corazón se detuvo. La ansiedad rugió de nuevo. ¿Por qué pensé
que podía seducir a este hombre? No tenía ninguna esperanza,
especialmente cuando se sentía obviamente molesto, más que intrigado.
Entrelazando los dedos, dije en voz baja—: ¿Por qué iba a hacer un
escándalo? ¿Dónde quieres llevarme exactamente?
Por favor, di un hotel y admite que tu actitud es todo un acto. Por
favor, di que mi hermano te contrató para actuar como un gilipollas sólo
para arrastrarme a una noche de felicidad acompañada .
Debería haber sabido que era mejor no desear este tipo de cosas.
Jethro frunció el ceño. —¿Qué acabo de decir? No hay preguntas.
—Agarrando mi muñeca, se acercó, aplastando mi vestido entre
nosotros—. No tengo tiempo para juegos. Dime lo que quieres. —Su
boca se hallaba muy cerca, su temperamento melancólico llenando una
burbuja que nos rodeaba.
Mis ojos cayeron a sus labios. Todo lo que podía imaginar era un
beso. Un beso muy suave, romántico, que fundiera mi interior y mi
mente hasta las estrellas.
Respiré superficialmente, incapaz de alzar la mirada hacia él.
Él medio sonrió.—¿Eso es lo que quieres?
Parpadeé, disipando la bruma de intoxicación en la que me
colocó. —No he dicho nada.
Dejando ir mi muñeca, arrastró sus dedos por mi brazo. Me
estremecí, amando y odiando su toque magistral. —No tienes que
hacerlo. Debería haber sabido que esto pasaría.
Mis ojos se ensancharon. —¿Sabido? —La vergüenza llegó rápida
y caliente. ¿Era tan obvia? ¿Tan necesitada?
—No hay preguntas —espetó. Suspirando pesadamente, añadió—:
Te olvidas de que tu vida es más bien pública, señorita Weaver. Y me he
enterado de que no tienes… experiencia. —Capturando mi barbilla,
corrió la yema de su dedo pulgar por mi labio inferior.
Me quedé helada.
El rostro de Jethro no se suavizó ni me engañó, pero su voz se
convirtió en un murmullo. Su aroma masculino enroscado a mí
alrededor me transportó fuera de la cafetería, y me dejó bajo su control.
—¿Qué es lo que quieres? ¿Un beso? ¿Una caricia? —Su voz resonó
como un barítono profundo hasta que sentí su pregunta en mis huesos
más que en el oído.
Inclinándose más cerca, su boca se cernió sobre la mía. Olía
decadentemente a café. —¿Te duele algo? ¿Te acuestas en la cama por
la noche y anhelas el toque de un hombre? —Su aliento rozando como
una pluma mis labios, drogándome—. ¿Cómo te pones mojada?
Responde a mis preguntas, señorita Weaver. Dime cómo te das placer a
ti misma mientras fantaseas con un hombre follándote.
No podía sentir ninguna parte de mi cuerpo, a parte del firme
agarre que tenía en la barbilla y el hormigueo en mis labios. No podía
pensar, a parte de las visiones oscuras que engatusaban mi cabeza, de
desnudez y dedos y caricias robadas.
—Dime. Convénceme. —Jethro me atormentó acercando más su
boca. Sólo se encontraba a un paso, un beso fantasma, pero hizo que
cada pulgada latiera.
—Sí —dije en voz baja—. Sí, fantaseo. Sí, me duele. —Deseando
poder alejarme y ocultar mi vulnerabilidad, agregué—: Eso es lo que
quería. De ti.
Todo lo que has reflejado y más.
—Cuando piensas en un hombre sin nombre tomándote, ¿te
imaginas champaña, masajes y sexo rompiendo tu alma? —Su nariz
rodeó la mía.
Asentí, párpados caídos, rogándole que me besara.
Su cabeza se inclinó, rozando la comisura de mi boca con la suya.
Una tomadura de pelo. Un medio-beso. Una promesa. Su boca se perdió
en mi oído. —Eres una chica ingenua. Si te tomara, no serías adorada o
venerada. Te usaría y te follaría. No tengo paciencia para lo dulce.
Abrí los ojos, luchando contra el deseo espeso en mi sangre.
Jethro se burló. —Lástima que no dijiste que fantaseabas con un
hombre usándote, abusando de ti. Lástima que no admitiste los deseos
más oscuros como la servidumbre y el dolor. Entonces, tal vez podría
haberte concedido tu deseo. —Arrastró sus labios sobre mi pómulo. Su
toque era condescendiente y no erótico—. Ahora dime, señorita Weaver.
Conociendo mis apetitos, ¿todavía estás húmeda por mí? ¿Es eso lo que
estás pidiendo? Mi lengua. ¿Mi atención? Mi… —Acarició mi cabello
hacia atrás, mordiendo dolorosamente la concha de mi oreja—… Polla.
Quería negar el aleteo en mi corazón y el intenso calor ondulante
en mi núcleo. Quería estar indignada por su crudeza y emoción sexual
flagrante. Pero no podía. Porque a pesar de no entretenerme la idea de
la violencia con el sexo, no podía detener el innegable encanto.
Echándose hacia atrás, Jethro susurró—: No te pongas tímida
conmigo. Dilo. Di lo que quieres.
Ya no era humana; era líquido. Caliente, líquido flexible a la
espera de alguna fuerza remodelándome. Todo lo que había dicho
estalló en una necesidad interior hasta que la fiebre rompió a través de
mi frente, pero no podía hablar tan suciamente. Sólo si tienes un
teléfono en la mano, cobarde.
Dejando caer mis ojos, susurré—: Quiero… Quiero…
Jethro apretó sus dedos en mi mandíbula. —Dilo. —Sus ojos
brillaron y la idea de que no entendía se disolvió. Él sabía. Lo manejaba.
Lo escondía bajo capas y capas de misterio que nunca esperaría
desentrañar.
Tomando una respiración temblorosa, maldiciendo el maldito
corsé, dije—: Quiero tu boca.
Asintió. —Está bien. Pero voy a tener la tuya en primer lugar. —
Su pulgar acarició mis labios de nuevo, rompiendo la marca de mi lápiz
labial rojo, y penetrando mi boca.
Me quedé inmóvil, mis ojos muy abiertos y fijos en los suyos. —
¿Dónde la quieres? —Su voz se convirtió en apenas un murmullo, una
maldición imposible de ignorar, mortal para mis oídos y mi cuerpo.
No le preocupó que la camarera o cualquier persona en la calle a
oscuras pudieran vernos. Sólo me fijó con sus inquebrantables ojos
dorados y enganchó el pulgar contra mi lengua.
No podía hablar. Su gran palma me mantenía inmóvil mientras su
dedo me silenciaba. No sabía qué hacer. ¿Debía respirar? ¿Morder?
¿Nada?
Jethro sonrió, no era su borde helado de costumbre, pero
tampoco era suave. —Sigue tus instintos. Quieres succionar, entonces
hazlo. —Forzó su pulgar más profundo en mi boca, sus ojos
oscureciéndose.
Me colocó muy fácilmente en una posición de sumisión, pero
nunca me sentí tan poderosa. Cerrando mis labios, succioné. Una vez.
Su mandíbula se apretó, pero nada más.
Lo hice otra vez, lamiendo su dedo con una lengua ansiosa. Mi
boca llena de líquido, saboreándolo. Queriéndolo. Cada succión envió
una ola de necesidad insaciable a mi núcleo, haciendo que me mojara.
Los hombros de Jethro se tensaron. —¿Ves? No tienes que
decirme lo que querías. Tu cuerpo lo hace por ti. Me has sorprendido, y
eso no es una cosa fácil de hacer. —Mi vestido crujió cuando envolvió
un brazo alrededor de mi cintura, arrastrándome contra su duro
cuerpo.
Fui de buena gana, atrapada en tantas maneras. Mi mente se
consumió con sólo él. Había paz en este momento. Lujuria sí, febrilidad
sin duda, pero también serenidad en la atención completa que exigía.
No tenía que pensar en mi familia, mi empresa, mi horario de trabajo
sin fin.
Era nada más que carne, sangre y médula.
Era la necesidad personificada, y sólo Jethro podría apagar el
fuego en que me engatusó.
Sus labios rozaron mi oreja de nuevo. Me tensé por la mordida de
sus dientes. —¿Sabes qué más me dice tu cuerpo?
Negué, girando mi lengua alrededor de su dedo pulgar. Mi núcleo
se apretó; mi mente en blanco. El momento de intimidad intensa
ocurrió en un sofá muy público en una ventana de la cafetería.
—Necesitas algo. Quieres algo que no estás dispuesta a entender.
—Jethro colocó un delicado beso en contra de mi mandíbula—.
Necesitas tan mal permitirme que dirija mi mano a tu rodilla, entre tus
piernas, y hunda mis dedos profundamente dentro de ti en este mismo
segundo. Abriría tus muslos inocentes, incluso con testigos, y te haría
gemir cuando hundiera mi polla más profundo que nadie.
Una burbuja se formó en mi pecho, girando y brillando con una
mezcla de negación y acuerdo.
Su pulgar se presionó con fuerza, fijando mi lengua más abajo.
Me sacudí, mis ojos lagrimeando.
—Me dejarías arrastrarte a algún callejón de mala calidad,
cortarte el vestido, y…
No quería oír el resto. Pero lo hacía. Oh, cómo lo hacía. Él había
tomado el poder de la palabra. No podía negar nada que dijera. Y no
quería. Por primera vez en mi vida tenía algo real. Barato y poco
profundo, como un cometa, pero apasionado y absoluto.
De buena gana cambiaría mi reputación impecable por una noche
de incredibilidad sórdida. ¿Qué me hace eso?
Me estremecí, respondiendo mi propia pregunta. Solitaria. Odiaba
esa palabra más que cualquier otra del diccionario.
El pulgar de Jethro se escabulló lentamente de mi boca,
sosteniéndome firme. —Me dejarías hacerte gritar, señorita Weaver, y
debido a esa voluntad, nunca cedería a lo que quieres.
El calor generado por la intensa conversación se dispersó, más y
más rápido. Frunció los labios. —¿Qué diría tu padre si supiera que su
hija en secreto quiere ser follada contra una pared de un callejón por
un extraño?
La crudeza de sus palabras me trajo de nuevo a la realidad.
Dejó caer la mano y arrancó una servilleta de la mesa.
Encarcelando mi mirada, se limpió lentamente su pulgar brillante,
antes de lanzar la servilleta en su taza de café vacía. —Te reto a negarlo.
O pretender que no querías cada centímetro de mí —Sonrió ante el
doble sentido.
El rubor de la mortificación se movió de mis pechos a mis
mejillas. Mi lengua amoratada de su manipulación brusca, mi boca
vacía de su degustación. No podía sentarme allí y ser ridiculizada por
más tiempo. Fui egoísta y le permití a esta maníaco egoísta cancelar mis
planes con Vaughn y mi padre, todo para nada.
Este era el karma, y picaba como el infierno.
Agarrando las montañas de tela encajadas a mi alrededor, traté
de levantarme, sin éxito. —Me voy. No puedo…
—Si no puedes decir la verdad, no quiero escuchar tus otras
razones o excusas sobre por qué de repente necesitas correr. No estás
autorizada a dejarme, entonces sé una buena chica y jodidamente
escucha y obedece. —Su voz me azotaba, pero su cuerpo permaneció
inmaculado y sereno. Las dos dinámicas de temperamento y aplomo
traspasaron mi estúpida bruma, el miedo golpeándome de nuevo.
¿Quién era este hombre?
¿Y por qué no corrí en el momento en que puse los ojos en él?
Algo no estaba bien. Algo se fue construyendo, avanzando rápidamente
hacia una conclusión que no quería.
Jethro se puso de pie, sacudiéndome a mis pies. —Asumo por tu
silencio que has tomado una decisión sensata y consentida. También
estoy asumiendo que esto, lo que sea que era, ¿ha terminado? —Sus
dedos se clavaron en mi bíceps, sacudiéndome—. Deja de hacerte la
tonta y date cuenta de lo que está sucediendo.
La ira reemplazó mi vergüenza. Era como el cometa de nuevo, sólo
que peor, porque esto era real y no tenía ningún lugar donde
esconderme. —No tengo ni idea de lo que está pasando, y no voy a
ninguna parte contigo. Demostraste que me encuentras ingenua,
estúpida, e indigna de tu valioso tiempo, así que me voy. No me quedo
contigo aquí. —Torciendo mi codo, traté de soltarme—. No quiero seguir
con esto.
Jethro sonrió fríamente. —Ah, ahí está el dilema, señorita Weaver.
No me estás manteniendo. Yo te estoy manteniendo a ti.
Me detuve con mi mano sobre la suya, sin éxito, tratando de
sacar sus dedos de mi brazo. —¿Qué? —La temida embriaguez del
vértigo tomó ese momento para inclinar mi mundo.
Jehtro tomó mi debilidad como una oportunidad, tirando de mí
hacia la puerta. No me dio ningún apoyo que no fuera el duro control
sobre mi brazo, dejando mi café intacto sobre la mesa. —Me voy. Y vas
a venir conmigo.
La puerta sonó mientras salimos en una ráfaga de bullicio y
plumas. Di un grito ahogado cuando una ráfaga helada cortó a través
de la calidez persistente en mi piel, diezmando los restos del café. Por
suerte, el choque de la temperatura me ayudó a estabilizarme y luché.
Trabando mis talones en el suelo, gruñí—: Pareces tener la
información incorrecta. No voy a ninguna parte contigo.
Jethro no respondió, arrastrándome sin esfuerzo a través de la
carretera hacia la entrada en sombras de un callejón y su moto.
¿Un callejón?
No podía referirse a lo que me había amenazado… ¿no?
Quieres que te haga gritar.
Luché con fuerza. Pero no importaba lo mucho que me esforcé, no
rompió su paso ni miró hacia atrás.
Haciéndome tropezar hacia adelante, me estremecí por mi carne
magullada bajo su control. Clavé las uñas, dispuesta a arrastrarlas
sobre su antebrazo, pero subió a la acera y me tiró hacia adelante. La
inercia me impulsó a hacer una vuelta, golpeándome dolorosamente
contra su motocicleta.
Mi cabello negro giró sobre mi hombro, pegado al miedo sudoroso
en mi pecho. Luché para mantenerme, sin creer lo estúpida que había
sido. Me enorgullecía de ser inteligente, pero permití que la ten tación
del sexo nublara mi mente.
Jethro me fulminó con la mirada; su traje tan nítido como su
control imperturbable. —Mi información es perfectamente correcta. Y
vas a alguna parte conmigo. Sube.
Saqué mi codo de su agarre y lo empujé en el pecho. —Incorrecto.
Déjame ir.
Gruñó por lo bajo. —Para, antes de que te hagas daño.
Lo empujé de nuevo, centrándome en la ridiculez de mi noche, en
lugar de la rápida expansión de terror en mi corazón. —Te lo dije. Vine
en una limusina; no hay manera de que pueda viajar en una máquina
de la muerte de dos ruedas.
Jethro hizo girar sus hombros, manteniendo la calma. —Te di
una regla: nunca hacer preguntas. Te voy a dar otra: nunca discutir
conmigo.
Mi corazón se aceleró. Mirando alrededor, busqué rezagados
nocturnos, asistentes a la fiesta, caminantes a la luz de la luna, alguien
que pudiera intervenir y salvarme. Las carreteras se veían vacías. Nadie.
Ni siquiera un roedor corriendo.
—Por favor, no sé qué juego estás jugando…
Negó con la cabeza, exasperación en sus ojos. —¿Juego? Esto no
es un jodido juego. —Mirando mi vestido, invadió mi espacio.
Presionando sus labios brevemente, murmuró—: Espero que lleves algo
debajo de esto.
Mis pulmones se atoraron. —¿Qué? ¿Por qué?
—Debido a que vas a estar indecente si no lo haces. —Con un
tirón salvaje, rompió las costuras interminables, la costura y el trabajo
duro de mi vestido. El rasgón sonó como un grito a mis oídos. El horror
se reprodujo cuando la capa externa cayó al suelo, seguido de seda,
plumas y listones.
Mi mandíbula cayó abierta. —No…
Jethro me dio la vuelta, con las manos patinando sobre mi
espalda baja. —Eres como un maldito paquete envuelto. —Con dedos
fuertes, arrancó la segunda capa de seda.
El sonido de trituración me rompió el corazón. ¡Todo ese trabajo!
Mi padre estaría molesto al ver su cara tela ensuciando el pavimento
sucio. Mi sangre punzaba en mis dedos. Mis lágrimas empaparon el
tren de agotamiento. ¡No podía hacer esto!
No podía hablar, me quedé muda por el golpe.
—Buen Dios, ¿otra? —Jehtro me hizo girar de nuevo hacia él. Me
moví en las restantes enaguas estiradas, el material que había bajo el
vestido que le daba tal volumen.
No puedo seguir con esto.
Me pasé las manos por la frente, aprovechando el resto de mi
vestido. —No, por fav…
Jethro me ignoró. Con un último tirón brutal, rasgó la enagua,
disponiendo de la parte superior de las capas ya en ruinas.
Las lágrimas salían de mis ojos vidriosos. —Oh, Dios mío. ¿Qué
hiciste? —El aire frío de Milán se arremolinaba alrededor de mis piernas
desnudas, desapareciendo hasta la falda de satén que llevaba para
evitar el roce del aro de la enagua. Todo mi ensamble destruido. Había
sido la única mujer en una casa de hombres. Me pasé toda una vida
cubriendo mi cuerpo de niña con el cordón, camisolas y el tul. La
feminidad era algo que creé más que viví. Pero verlo demolido en una
acera sucia me enfureció hasta el punto de la tiranía.
Atrás quedaron mis lágrimas. Me abracé, enfurecida. —¿¡Cómo
pudiste!?
Empujándolo lejos, caí de rodillas, tratando de reunir los listone s
y muestras de encaje hecho a mano. —¡Tú… Tú lo arruinaste! —Toda la
moda de alta costura dispersa alrededor. Los diamantes brillaban en el
soso cemento. Las plumas se crisparon, alejándose bailando en la brisa.
—Voy a arruinar mucho más antes de que termine. —Apenas las
palabras de Jethro se pronunciaron, entonces… no, fueron arrebatadas
por el viento.
Miré al hombre al que estúpidamente había regresado, todo
porque un extraño hirió mis sentimientos. Un hombre al que le permití
manipularme y mojarme atrozmente en una cafetería. —¿Te hace sentir
mejor? ¿Destruir las cosas de otros? ¿No te importa que acabes de
arruinar algo que llevó horas y horas crear? ¿Qué tipo de cruel…?
—Para. —Levantó un dedo, regañándome como a un niño
pequeño—. Regla número tres. No me gustan las voces que se alzan. Así
que cállate y ponte de pie.
Nos miramos; el silencio era una entidad fuerte entre nosotros.
Tenía razón. Yo era tan, tan estúpida. Me hizo daño con éxito,
más que nadie desde que mi madre se fue. Su insensibilidad no dejaba
lugar para la esperanza o las lágrimas. Y lo supe todo este tiempo.
Había visto su frialdad. Había sentido su voluntad endurecida. Sin
embargo, no dejaba de ser una idiota total.
Agarrando un charco de tela, grité—: ¡Déjame en paz!
—Maldita sea, me estás probando. —Se agachó de repente,
agarrándome por el bíceps y arrastrándome para ponerme de pie. Me
sacudió duramente. Mi corsé bajo en mis caderas ahora que no tenía el
bullicio o las capas descansando sobre estas.
—No hagas más preguntas. No grites ni actúes de forma ridícula.
Esto está sucediendo. Este es tu futuro. Nada de lo que digas o hagas
va a cambiar eso, sólo cambiará el nivel de dolor que recibes. —Me
empujó hacia atrás contra su moto—. Tu vestido convenientemente ya
no es un problema. Sube. Nos vamos.
La furia explotó a través de mi corazón, manteniendo por suerte
mi terror a raya. No pienses en su amenaza. Concéntrate en hacerlo
gritar. La sonoridad. Necesitaba conmoción para atraer la atención y la
seguridad. Cuanto más alboroto hiciera, más probable era que alguien
viniera a rescatarme.
—Arruinaste mi obra maestra. ¡Ese vestido ya fue vendido a una
boutique de alta gama en Berlín! ¿Crees que quiero ir a alguna parte
contigo después de que arruinaste más de dos meses de trabajo? Estás
loco. Te diré cómo va a ir esto…
—Señorita Weaver, cállate la boca. He terminado con esta farsa.
—Su rostro permaneció impasible, pero los músculos debajo de su traje
se erizaron. Moviéndose horriblemente rápido, tiró de mi cabello largo,
sin restricciones, sentándome en su motocicleta. Haciendo una mueca
por el dolor en mi cuero cabelludo, me tropecé, extendiéndome sobre el
asiento de cuero.
Mirando alrededor rápidamente, se relajó cuando se dio cuenta de
que todavía estábamos solos. —Si me conocieras, sabrías cómo
reacciono a las declaraciones incorrectas sobre mi salud mental. Si
fueras inteligente, sabrías que nunca debes elevar tu voz y mantener
una conducta apropiada en público.
Inclinó la cabeza, rozando su nariz amenazadoramente contra mi
oído. —Pero ya que no me conoces, te retengo como castigo, por ahora.
Pero una palabra de advertencia, señorita Weaver. Que no me rebaje al
uso poco atractivo del volumen, no quiere decir que no esté muy
enfadado. Estoy jodidamente enfadado. Te di una orden, y
desobedeciste numerosas veces. Esta es la última vez que lo pido
amablemente.
Apartándose, me agarró de la cintura, y con una fuerza que
aterrorizaba, me levantó del suelo y me apoyó en la parte trasera de su
moto, con las dos piernas hacia el mismo lado.
Dándome un saludo burlón, Jethro dijo—: Gracias por
complacerme. Me alegra mucho que hayas decidido hacerlo. —Con el
ceño fruncido, se dio cuenta de mis zapatos de tacón alto. Bajando
sobre una rodilla, los arrancó de mis pies, lanzándolos por encima del
hombro. Desaparecieron entre las nubes de tela diezmada tras él.
Verdaderamente era la Cenicienta, sólo que mi príncipe tiró el
zapatito de cristal y me raptó antes de que llegara la medianoche. Mi
príncipe era malo. Mi príncipe era el villano.
No podía respirar.
Corre. Patéalo. No dejes que te lleve.
Toda clase de situaciones horribles corrían salvajemente en mi
cabeza. Me habían criado en un barrio seguro e inculcado sentido
común y moral. Sin embargo, nada me preparó para luchar por mi vida
contra un lunático que parecía cuerdo.
—No puedes hacer esto. No quiero ir contigo. —Traté de saltar,
pero el tamaño elegante de Jethro me impidió moverme. Se erguía
derecho como una terrible condena: un juicio de mi pasado y del
presente.
—No tienes elección. Te vienes conmigo. Tus deseos no tienen
relevancia.
Clavándole el dedo en el pecho, le grité—: Mis deseos son
completamente relevantes. No me puedes llevar en contra de mi
voluntad. Eso se llama secuestro. —Mi cuerpo se ruborizó de ira—.
Su… él… ta… me. Antes de que grite.
Vaughn. Mierda, quería a mi hermano. La cantidad de veces que
al crecer me protegió de las abejas, y tejones, y los chicos que me
acosaban en la escuela.
¡Vaughn!
Jethro sacudió la cabeza. —Es demasiado tarde. Para todo eso. Y
no grites. No me llevo bien con los gritones. —Se rio sin alegría—. A
menos que yo sea la razón de dicho grito y estemos en privado.
Ignoré el “tema gritos” y me centré en el horrible ultimátum.
¿Demasiado tarde? ¿Para qué es demasiado tarde? No me encontraba
en ninguna cuenta atrás en la cual mi vida, tal y como yo la conocía,
terminaba. ¡No estaba de acuerdo con nada de esto!
Yo no, pero tal vez padre sí.
El pensamiento me paralizó como una aguja hacia el corazón. Él
me presentó a Jethro, por encima de cualquier otro hombre. Me animó
a ir con él, en contra de los deseos de mi hermano.
Jethro podría haber sido capaz de engañar a mi padre, pero vi su
verdadera cara, y no iba a tolerarlo por más tiempo. Este fiasco había
durado el tiempo suficiente.
Abrí la boca para gritar. Ya no iba a permitirme tener miedo ni ser
manipulada por un psicópata de voz suave. Quería la normalidad.
Quería una ducha y el dulce olvido del sueño.
Mis pulmones se expandieron con una súplica. —Ayuda…
Jethro arremetió, golpeándome sobre los labios con la palma fría.
El primer signo de emoción incontrolable ardió en sus ojos. Suspiró
profundamente y movió la cabeza. —Esperaba que fueras más
inteligente que eso.
Le di una bofetada.
El fuerte sonido de la piel al chocar contra piel congeló el tiempo.
No me moví ni respiré ni parpadeé. Jethro tampoco.
Nos miramos el uno al otro hasta que todo lo que conocía era el
dorado de sus ojos. El aire se redujo de otoñal a invernal tempestuoso
cuanto más tiempo nos fulminábamos con la mirada, congelándonos
con su temperamento. Podría haber pasado un segundo o diez, pero fue
Jethro el que rompió la fragilidad entre nosotros.
Sus dedos fríos se arrastraron desde mi boca hasta mi garganta.
Envolviéndola con fuerza. Implacable. La acción mostraba la verdad… la
verdad inhumana. Este hombre se encontraba meticulosamente
preparado y hablaba suavemente, pero debajo de todo eso se propagaba
un diablo disfrazado. Su toque contaba información sin fin del hombre
que trataba de ocultar. Era el último camuflaje.
Era severo y sin remordimientos.
Inclinando mi cuello con dedos agresivos, murmuró—:
Obedéceme y no te haré daño. Lucha contra mí y te haré gritar.
Cada músculo de mi cuerpo se sacudió. La destrucción de mi
vestido ya no importaba. Lo único que importaba era correr tan lejos y
tan rápido como pudiera. Las lágrimas burbujeaban en mi pecho; me
mordí el labio para evitar que escapara el sollozo que se construía
rápidamente.
Jethro nunca me soltó la garganta. —No estoy aquí para
secuestrarte. No estoy aquí para golpearte ni drogarte. Llámame
anticuado, pero esperaba que vinieras por voluntad propia y nos
evitaras un inconveniente. —Acariciando mi cabello con la mano libre,
acunó la parte posterior de mi cráneo—. Probablemente te estés
preguntando por qué he dicho que no tienes más remedio que ve nir
conmigo. Ya que soy un hombre justo y creo en la igualdad, incluso
entre el cazador y la presa, te lo diré.
Su aliento era lo único caliente sobre él, quemando mi piel con
palabras que no quería escuchar. —Estoy aquí para saldar una deuda.
La razón de dicha deuda será revelada cuando esté bien y listo. La
forma de pago depende completamente de ti.
Mi cerebro se esforzaba por entender. —¿Qué…?
Sus dedos se apretaron, cortando mi suministro de aire. Al
ahogarme, el instinto de luchar superó mi terror congelado. Me retorcí,
arañándole las muñecas.
Mis uñas no le afectaron, si acaso, lo tranquilizaron más.
Chasqueando la lengua, dijo—: Lo primero que debes saber sobre mí es
que nunca olvido. Si sacas sangre al tratar de liberarte, te lo voy a pagar
de la misma manera. Vale la pena recordarlo, señorita Weaver.
Su mirada cayó a mis dedos arañando, y apretó hasta que luché
en contra de lo que quería realmente y dejé que se deslizaran de sus
muñecas.
—Buena chica —murmuró. Retrocediendo, desenrolló sus dedos
de mi garganta. Meticuloso en lentitud. Aterrorizante en control.
Te lo voy a pagar de la misma manera. Su voz hizo eco en mi
cabeza. Junté las manos en mi regazo, esperando no arremeter ni hacer
nada que pudiera considerar devolverlo. Quería hacerle tanto daño que
temblaba. Quería dejarlo sangrando en el pavimento para que así yo
pudiera correr.
De pie, Jethro miró, esperando a ver lo que haría.
Era la mitad de su tamaño, y sin testigos, me hallaba indefensa.
Nunca hice defensa personal ni pensé que estaría en una situación que
lo requiriera. La cinta de correr amoldaba mi figura, pero no me daba
músculo para luchar.
¿Qué podía hacer sino obedecer? No me moví. No pude. Ni
siquiera mi vértigo se atrevía a marearme cuando me quedé atrapada en
sus salvajes ojos dorados.
Pasó un momento antes de que él asintiera secamente. —Me
alegro de que te comportes con más decoro. Para asegurar ese
comportamiento, voy a compartir contigo un poco de información sobre
la deuda. —Se pasó un dedo por su labio inferior—. Tú eres la única
que puede pagarla. Debes venir por tu propia voluntad. Tú eres el
sacrificio.
Tragué saliva, estremeciéndome ante los moretones alrededor de
mi laringe. Su voz nivelada me llevó a pensar que tenía una
oportunidad de escapar. Que siga hablando. Haz que le importe. —
¿Sacrificio? —Al instante odié la palabra.
Sus ojos se estrecharon. —Un sacrificio es algo que haces o das
por el bien mayor. Todo esto podría parar… tú tienes el poder.
¿Podría? La promesa de la libertad flotaba en el cielo nocturno,
burlándose de mí.
Me moví en el asiento, temblando de frío. —Si yo tengo el poder,
¿por qué siento como si te estuvieras riendo a mis espaldas? —
Preparándome, le espeté—: Más allá de lo que puedas pensar de mí,
puedo leer entre las líneas de lo que no estás diciendo. ¿Cuáles son las
consecuencias si no me voy contigo?
Me sentía ridícula al hablar de las deudas y consecuencias. Nada
de esto tenía sentido, pero una sensación horrible se deslizó por mi
espalda. Un recuerdo que enterré… desde hace mucho tiempo.
—No tienes elección, Arch. No puedo explicarlo, pero ni tú, ni yo, ni
nadie puede detener esto. Mi único arrepentimiento es conocerte.
Mi padre resopló, paseándose en el salón de nuestra casa
solariega de ocho dormitorios. —¿Tu único arrepentimiento? ¿Qué pasa
con V y Nila? ¿Qué debo decirles? ¿Qué debo decir cuando pregunten por
qué su madre los abandonó?
Mi madre, con su brillante cabello ébano y piel oscura, se mantuvo
de pie y sin miedo, pero desde mi lugar oculto por las escaleras sabía la
verdad. Ella no tenía miedo, ni mucho menos. Se encontraba petrificada.
—Diles que los amaba pero que nunca debí darles la vida. Sobre todo a
Nila. Escóndela, Arch. No dejes que lo sepan. Cambia tu nombre. Huye.
No dejes que la deuda la alcance a ella también.
El recuerdo terminó abruptamente gracias a que Vaughn me
lanzó una pelota de fútbol a la cabeza y rompió los últimos momentos
que mis padres tuvieron juntos. Esa había sido la última vez que la vi.
Me froté la palma de la mano contra el pecho, maldiciendo la
tensión alrededor de mi corazón. La confusión pesaba mucho, tan
apremiante como la desesperación.
Jethro sonrió. —Me alegro de que estés siendo más razonable.
Esa es una pregunta que te responderé. Las consecuencias de no venir
conmigo son Vaughn y Archibald Weaver, entre otras cosas.
Todo mi mundo se puso patas arriba, y esta vez no fue el vértigo.
—Tu vida por la de ellos. —Se encogió de hombros—. Muy simple.
Pero no te preocupes por los detalles. Está la letra pequeña y las
lecciones de historia sin fin para explicar.
Mi corazón se detuvo. ¿Mi vida por la de ellos? Tiene que ser una
broma. No sabía si debería estar gritando de terror o reírme de asombro.
Esto no podía ser real. Tenía que ser una farsa. Una broma horrible y
cruel de mi papá para asegurarse de que nunca quisiera salir de nuevo.
Por favor, que sea una broma.
—No puedes estar hablando en serio. —Puede ser que haya
estado escondida del mundo de los hombres, pero no estaba
completamente desorientada—. ¿Esperas que te crea?
Jethro perdió su frialdad, deslizándose directamente en el
invierno ártico. —¿Crees que me importa si no me crees? ¿Crees que
todo esto es una tontería y que puedes discutir conmigo?
Mi corazón se plegó. Él se veía tan seguro. Tan decidido. Sin una
pizca de preocupación de que su estafa pudiera ser revelada. No es una
broma.
Jethro bajó la voz a un susurro. —Te voy a contar otro secreto
sobre mí. Nunca hago las cosas a medias. Nunca dejo las cosas a la
suerte. Nunca cazo solo. —Inclinándose más cerca, terminó—: Desde
que puse los ojos en ti, otros ojos se han fijado en tu hermano y tu
padre. Están siendo observados. Y si incluso estornudas mal, esos ojos
se convertirán en algo mucho más invasivo. ¿Lo entiendes?
No podía responder. Todo lo que podía imaginar era a Vaughn y
mi padre siendo exterminados como alimañas y nunca lo vi venir.
—Di otra palabra y voy a terminar con ellos, señorita Weaver. —
Con una mirada glacial, Jethro agarró el manillar y pasó la pierna por
encima de la máquina cubierta de polvo negro. Cada centímetro era
negro. Sin cromo ni color en ninguna parte.
Mierda, ¿qué hago? Tenía que correr. ¡Corre!
Pero no podía. No ahora que amenazó a mi familia. No ahora que
mi cerebro desbloqueó un recuerdo, añadiendo peso a las sugerencias
lunáticas de Jethro. No ahora que yo creía.
Una deuda.
No sabía lo que era. Podría haber sido el código para algo que no
entendía o algo literal y que requería devolución. Pero sabía una cosa,
no podía correr el riesgo de no obedecer.
Amaba a mi familia. Adoraba a mi hermano. No pondría en riesgo
sus vidas. No después de que esta supuesta deuda rompió el
matrimonio y la felicidad de mis padres.
Salté cuando el encendido gruñó a la vida, rompiendo el silencio,
y de alguna manera me concedió la fuerza en su ferocidad. Sacando de
una patada el soporte, Jethro tomó el peso de la moto.
No llevaba un casco ni me ofreció uno. Esperaba que se diera la
vuelta y entregara más información o demandas, pero lo único que hizo
fue estirar el brazo hacia atrás, robar el mío, y colocarlo alrededor de
sus caderas. En el momento en que mi mano descansaba sobre él, me
soltó, sin saberlo, dándome un puerto seguro, pero con un ancla que ya
despreciaba.
Miré con nostalgia al edificio donde mi hermano y mi padre se
mezclaban con la moda y el único mundo que conocía. En silen cio,
rogué que salieran corriendo y se rieran de mi cara aturdida y llena de
miedo, gritando “te engañamos”.
Pero nada. Las puertas permanecieron cerradas. Las respuestas
ocultas. El futuro desconocido.
Estoy sola.
Estoy siendo raptada por una deuda que sólo yo puedo pagar. Una
deuda de la que no sé nada.
Fui una idiota al desear más de lo que tenía.
Ahora no tenía nada.
Con un giro de su muñeca, Jethro alimentó de gas a su bestia
mecánica y nos lanzó hacia delante en la oscuridad.
No podía hacerlo.
Era como cuidar a un hijo necesitado, enfermizo y desobediente.
Bryan Hawk, mi padre y orquestador de este desastre, me aseguró que
sería un sencillo asunto de un par de amenazas y chantajes.
Vendrá fácilmente si amenazas a aquellos que ama.
Mentiras.
La presunta diseñadora inexperta tenía sus propias motivaciones
ocultas. Debajo de la niña casta, acechaba una mujer retorcida, que se
encontraba tan enredada y confundida que era jodidamente peligrosa.
Peligrosa porque era impredecible. Impredecible porque no se
conocía a sí misma.
No tenía ni idea de cómo controlarla. No la entendía.
Por ejemplo, ¿qué demonios ocurrió en la cafetería? Ella gravitó
hacia mí. Lamió mi pulgar imaginando que era mi polla. Me sorprendió.
Y no me llevaba bien con las sorpresas.
Mi estructurado mundo —mis reglas e intenciones— no era algo
que tuviera espacio para giros y vueltas. A menos que yo fuera quien las
creara. Y definitivamente, no tenía tiempo para que mi polla se
sacudiera y mostrara interés por la mujer a la que estaba destinado a
torturar y deshonrar.
Me pondría duro cuando ella estuviera sola en mi finca y sus
gritos resonaran en el bosque. Me vendría con ella amordazada, sumisa,
y odiándome con la intensidad de sus antepasados.
Su dolor era mi recompensa. El hecho de que me pusiera duro al
ser tímida pero tan jodidamente tentadora no estaba permitido para
nada.
Miré mi reloj. El avión debía partir en treinta minutos. Hazlo.
Sabes que deseas hacerlo.
No podía soportar su presencia por más tiempo. Ya no podía
responder sus estúpidas preguntas, o fingir que no estaba furioso por
darle una lección. Su maldito tropezar y tambalear me irritaba. Sin
mencionar su amor ciego hacia una familia a la que ya no tenía
derecho.
Ella necesitaba disciplina, y la necesitaba ahora. Tus manos están
atadas hasta que la lleves a casa.
Si tenía que escuchar un ruego más o presenciar otra lágrima, iba
a terminar matándola antes de que comenzara la diversión.
Nila estiró su cuello, intentando leer las tarjetas de embarque en
mis manos. Un error, mi mano derecha y secretario de la hermandad
Diamantes Negros, ya nos registró. También se ocupó del envío de mi
nueva adquisición, una motocicleta negra Harley-Davidson, y preparó la
escena de la fuga en el hotel de Nila.
Exactamente en seis horas, un ama de llaves encontraría las
fotos, notas y artículos abandonados, luego las columnas de chismes
extenderían la historia como una enfermedad bien incubada.
Nila Weaver encontró el amor.
Nila disipa los rumores de que está enamorada de su gemelo al
huir con algún desconocido aristócrata inglés.
Mis labios se curvaron ante eso. ¿Yo? ¿Un aristócrata?
Si solo conocieran mi educación. Mi historia. Si solo el padre de
Nila hubiera pasado los años que tuvo con ella preparándola para este
día, informándole de nuestro patrimonio común, entonces tal vez no se
vería tan jodidamente enferma.
Le conté la verdad. Vaughn y Archibald Weaver se encontraban
bajo estricta vigilancia. Si obedecían y dejaban pasar la artimaña de
Nila yéndose por amor, todo sería armonioso.
Si no lo hacían… bueno, la línea Weaver se extinguiría con la
ayuda de una pistola con silenciador. Y no queríamos eso. Después de
todo, si no había más Weaver, ¿a quiénes controlarían los Hawks?
¿Quién continuaría pagando la deuda?
Miré a la mujer destinada a morir por los errores de sus
antepasados.
Notó mi mirada. ―¿A dónde me llevas? ―Sus mejillas eran
incoloras a pesar de que tenía que tener calor con la cantidad de ropa
que se puso.
―Te lo dije. A casa. ―La palabra rayó su cara como cuchillos de
trinchar. Casa para mí sería un infierno para ella. Debería haber sido
más comprensivo —prácticamente podía escuchar su corazón
destrozándose— pero nací en una familia donde la emoción era una
debilidad. Me enorgullecía de ser fuerte, irrompible. La empatía era la
perdición de cualquier ser humano.
La habilidad de sentir su dolor. El fastidio de vivir su trauma.
Esa inconveniente habilidad me fue arrancada cuando era un
niño. Lección tras lección hasta que abracé el frío.
El frío no tenía emociones. El frío era poder.
Nila sollozó, alejándose unos pasos. Sus curvas se escondían en
su nuevo vestido púrpura oscuro que le llegaba a los tobillos, y una
chaqueta de mezclilla. No me había permitido mirarla realmente. No me
interesaba su cuerpo. Solo lo que sus gritos podían ofrecer. Era
delgada. Demasiado delgada. Pero su cabello negro era espeso y rogaba
ser agarrado en puños.
Observar su vestido en el estacionamiento me irritó. Su
incertidumbre se entendía como timidez. Tirar el vestido sobre su falda
fue un striptease inverso. Sus dedos temblorosos convirtieron el hielo
en mi sangre en una lujuria que no sentía desde que robé a la puta de
mi hermano y la lastimé.
No tardaría mucho en romper su pequeña figura. Pero a pesar de
su cuerpo frágil, sus ojos contaban una historia diferente.
Ella era profunda.
No me molesté en preocuparme sobre cómo de profunda. Pero me
tentó de una manera que no esperaba.
Una chica como Nila… bueno, no era algo para ser roto a la ligera.
Sus complejidades, sutilezas, profundidades y secretos.
Cada capa rogaba ser rota y destruida.
Solo una vez que se encontrara delante de mí, despojada de
cordura y sueños, estaría lista.
Lista para pagar su deuda final.
Nila frotó su mejilla, alejando otra lágrima silenciosa. Esa única
maldita lágrima lo detuvo todo, congeló la sensación no deseada de
emoción ante lo que deparaba mi futuro. Su sollozo me dio una capa de
obligación en lugar de anticipación.
No iba a hacerlo, pero no me había dado ninguna opción. A la
mierda.
Me acerqué, mis manos abiertas para estrangularla, para darle
algo verdadero por lo que llorar, pero me contuve. Apenas.
Levantó su mirada, con los ojos vidriosos.
Forcé una sonrisa, una media sonrisa, haciéndole creer que sus
lágrimas me afectaron, ofreciendo falsa humanidad. La dejé creer que
tenía un alma y no la castigué para que tuviera esperanza. Esperanza
de que yo fuera redimible.
Se lo creyó. Chica estúpida. Permitiéndome ofrecerle mi brazo
como si fuera algún tipo de consuelo y guiándola desde el purgatorio al
infierno.
8
Nila
Traducido por Val_17
Corregido por Amélie.
Lo intenté.
Si alguien preguntara, podía decir la verdad.
Realmente intenté seguir siendo un caballero.
Pero, ¿a quién diablos engañaba? Mis modales tenían fecha de
caducidad, y Nila me presionó demasiado.
La guié desde la deplorable excusa de bar, a través de la terminal,
y más allá del control de seguridad. Su brazo se mantuvo envuelto en el
mío, siguiéndome sumisa y obedientemente, como una buena mascota.
Sus pies se deslizaban en unos zapatos planos, sus ojos oscuros
estaban vidriosos, pero conscientes.
Había sido demasiado fácil. Ambas, romper mí promesa y disolver
la pastilla en su bebida. Dije que no la secuestraría o la drogaría, eso
fue antes de que demostrara tener agallas en la cafetería, y tuviera la
jodida audacia de pedirme algo.
¿Sexo? ¿Voluntariamente quería tener algún de tipo de conexión
sin sentido conmigo? Eso me molestó. Buscaba quitarle eso. La
voluntad. El deseo. Despojarla de cualquier elección antes de tomar lo
que ella no quería dar.
Todavía puedes.
Tenía trabajo por hacer. Fui demasiado condescendiente.
Demasiado amable. Era hora de hacer que mi presa entendiera
plenamente la pesadilla en la que había entrado y de ponerle fin a las
estúpidas fantasías que albergaba.
Y no podía pensar en su hermano sin querer golpear algo. No debí
haber sido tan indulgente. No me importaba con quien hablara, siempre
y cuando siguiera siendo mía para atormentarla. Pero él… él podía
arruinar todo. Los hombres Weaver habían sido un constante dolor de
cabeza desde que los Hawks comenzaron a tomar a sus mujeres.
La guerra había estallado. Se perdieron vidas en ambos lados.
Pero ganamos. Y continuaríamos ganando, porque ellos eran
cobardes y nosotros éramos fuertes.
Nila no dijo ni una palabra mientras la guiaba por la pasarela
hacia el avión. Para cualquier extraño ella se vería perfectamente
normal. Quizás un poco cansada y atontada, pero con un rostro
contento y sin evidencia de que estuviera en peligro.
Esa era la maravilla de esta droga en particular.
Externamente, interpretaba el papel perfecto. Internamente, no
tenía ni idea, ni tampoco me importaba cómo se sentía. No era mi
problema si se daba cuenta de todo lo que sucedía. Su mente se hallaba
libre, pero le fue arrebatado todo su control motor. Y no había nada que
pudiera hacer sobre eso. Lidiaba con el vértigo todos los días, esto no
era diferente. La despojé sus capacidades con la ayuda de un simple
químico. De hecho, fui más amable que el vértigo, porque le di algo en
lo que aferrarse.
Palmeando su mano que descansaba en mi antebrazo, la guíe
hacia primera clase. Señalando el asiento de la ventana, esperé hasta
que se sentó pesadamente, luego se abrochó el cinturón. Su respiración
permaneció baja y regular, pero cuando me senté a su lado, tomé su
mano, y guié su rostro hacia el mío, vi la verdad.
Ella lo sabía.
Todo.
Perfecto. Es hora de empezar.
Removiendo el oscuro cabello de su cuello, le susurré —: Debería
advertirte sobre algo. —Pasando mis dedos por los sedosos mechones,
me moví más cerca así podía susurrarle la amenaza. El silencio era
aterrador. Los susurros petrificaban. Pero las amenazas apenas
pronunciadas, eran lo peor.
—Tenme miedo, señorita Weaver. Tenme miedo porque tu vida
ahora es mía y soy el dueño de todo lo que te pase. Pero entiende esto…
no es sólo a mí a quien tendrás que temerle.
Su pecho continuó subiendo y bajando, sin altibajos o
estremecimientos. Pero sus ojos peleaban contra el vidrio de la no
deseada intoxicación, luchando para salir a la superficie y no ahogarse.
—Hay otros. Muchos otros con el derecho de ayudarme a
garantizar que la deuda esté completamente saldada. En última
instancia tienen que pedirme permiso. Pero hay exce pciones para cada
regla.
Acomodándome en el asiento de cuero, sonreí. —Recuerde lo que
le he dicho y podrá sobrevivir.
Mi boca dijo una cosa, mis ojos otra.
Recuerde eso y aun así morirá.
Escuchó la verdad tan bien como mi mentira. Sus dedos se
crisparon, su boca se abrió, pero las drogas eran más fuertes que su
terror.
Se encontraba inerte mientras por dentro gritaba.
El silencio era una sinfonía para mis oídos.
10
Nila
Traducido por Vane hearts, Mel Wentworth & Eli Hart
Corregido por Daniela Agrafojo
El control.
Me encantaba.
Lo ejercía.
Lo poseía.
Pero esa putita Weaver rompió mi control, convirtiéndome en
nada más que un idiota impulsado por sexo. Me había hecho tirar mi
decoro, tranquilidad, y con cuidado lanzó los planes por la maldita
ventana.
Sus dedos tímidos. Sus respiraciones agitadas. Me habían
excitado más que la más experimentada de las amantes. Ella era tan
jodidamente pura que se atragantó con un halo.
¿Y pedirme que le enseñe? ¿Concederme el poder para convertir
esta criatura virginal en cualquier cosa que malditamente bien
quisiera?
Era la tentación.
No era jodidamente permitido.
Ella era mía para robar. Mía para compartir.
Me negué a entrenarla, porque al final sería el que diera el golpe
mortal. No tendría éxito arrastrándome en cualquier juego que jugara.
Respiré con fuerza, incluso ahora luchaba por encontrar mi
amada frialdad. Necesitaba una ducha helada. Tengo que enseñarle una
jodida lección, eso es lo que necesito.
Un golpe levantó mi cabeza rápidamente. Giré en el lugar,
cambiando la vista de los jardines delanteros para mirar a mi padre. El
hombre que me enseñó cómo ser el dueño de mis emociones. Cómo
controlar a la parte ordinaria de nosotros mismos y ser despiadado en
el silencio. Me enseñó la mayoría —golpeándome la mayoría de veces—
y yo era su favorito.
Gracias a Dios no había cámaras por los establos, si veía hasta
dónde caí, su decepción traería repercusiones. Grandes repercusiones.
Mi padre asomó la cabeza en la “Sala de Gavilán” llamada así por
el tapiz pintado a mano de gavilanes cazando y las carcasas montadas
de patos, cisnes y pájaros pequeños.
También era la habitación que elegí para Nila. Este sería su
cuarto, una apestosa habitación de muerte y decadencia.
De alguna manera ganó la lección que quería enseñarle ante las
perreras. Se las arregló para hacerme cambiar el control por la
promesa de sexo. Funcionó.
Eso. No. Funcionaría. Más.
La compadecí de verdad. Me mostró demasiado en ese breve
momento. Tenía hambre. Estaba escondida. Y era tan malditamente
vulnerable que me hizo sonreír al pensar en sus ilusiones. Pensó que
podría ser más astuta que nosotros.
¿Nosotros?
Comerciantes de diamantes, motociclistas de la realeza y
maestros probados del destino de Weaver.
Estúpida, estúpida chica.
Asentí hacia mi padre. —Cut.
Su barba de chivo gris se erizó. —Tráela al comedor cuando esté
lista. Todo el mundo está reunido. —Dio una calada a un cigarro
gigante, usando un chaleco de tweed y pantalones, completado con una
chaqueta de cuero de los Diamantes Negros. Parecía un enigma del
mundo motociclista y la aristocracia inglesa.
Asentí otra vez.
Se fue sin despedirse, y me moví para sentarme en la silla
siniestra tallada a mano del siglo XVII. Una silla hecha para los
hombres y solo los hombres. Completada con cenicero, quiosco de
prensa, y brocado oscuro pesado diseñado con nuestra cresta de
familia.
Diez minutos más tarde, la puerta del baño se abrió, revelando
una Nila recién duchada. Su largo cabello negro caía como tinta
manchando sus hombros desnudos. Parecía más joven, inocente y sin
el pesado maquillaje aplicado de la noche anterior. Sus ojos eran más
grandes, como piscinas infelices negras, mientras que su piel brillaba
con un oscuro bronceado natural.
La había visto en las revistas. Había pasado la punta del dedo
sobre su imagen en las columnas de moda, pero nunca la encontré
atractiva. No tenía pechos. Siempre se paraba como una sombra
desvanecida al lado de su hermano y parecía demasiado remilgada y
engreída.
No era nada para mí.
Entonces, ¿por qué casi me vine mientras la tocaba?
Mi boca se hizo agua, recordando el salvajismo acechando debajo
de ese acantilado virgen.
Tragué saliva, luchando contra la sangre corriendo hacia mi polla.
La forma en que cabalgaba mi mano, joder.
Entonces me eché a reír. En voz alta.
Señalando sus diminutas manos agarrando la toalla, le dije —:
Veo que tus dedos son capaces de sostener algo. —Ladeé la cabeza—.
¿Tengo que recordarte la decepción que fuiste antes?
Ella no era nada para mí antes, y seguiría siendo nada para mí. Y
después de esta tarde no habría ninguna manera en el infierno que
alguna vez me dejaría tocarla de nuevo.
Lo cual era perfecto, porque la próxima vez no sería para placer.
Sería para dolor. Y el permiso alejaría la diversión.
Se congeló, afirmando las rodillas. El halo de tristeza pesado
cuando sufría un ataque de equilibrio estúpido se arremolinaba en sus
profundidades marrones. Inhalando, dijo en voz baja—: No, no es
necesario. Me lo has dicho incontables veces. Me has hecho muy
consciente de lo que piensas de mí, y estoy harta de oírlo.
Apartando el quiosco de prensa, me tomé mi tiempo mirando su
cuerpo.
No se inquietó o ruborizó lo que me molestó. Quería que se
pusiera nerviosa. Quería que se aterrorizara de lo que se aproximaba.
Me puse de pie lentamente, chasqueando mi lengua. —Ah, ah,
señorita. Weaver. No pongas ese tono conmigo. Tú eres el fracaso. Eres
la prisionera. Tomas lo que te doy. No asumas que tienes algo que decir
o autoridad. Eso incluye escuchar todo lo que considero importante
para decirte. —Caminando hasta detenerme frente a ella, murmuré—:
¿Entendido?
Flexioné mis músculos, dando la bienvenida de nuevo a la
frialdad calmante de control. No me gustó salir de mis confines de
civismo. Las cosas se volvían jodidas cuando se interrumpía el silencio.
Las cosas se precipitaban cuando se levantaban los ánimos y fluían
maldiciones.
Y no quería apresurar su ruina. Quería saborearla. Devorarla.
Pasando un dedo a lo largo de su hombro húmedo, sonreí cuando
se estremeció. —¿Hiciste lo que te pedí y lavaste tus suciedades?
Con labios fruncidos, la ira brillaba en sus ojos. Pero se la tragó,
callada. —Sí.
—¿Dejaste tu coño solo?, ¿sin tratar de terminar lo que empecé?
Su cabeza bajó un poco más. —Sí.
Mi dedo siguió el contorno de su hombro, trazando su brazo. Se
quedó en silencio, ocultando la criatura salvaje de antes, representando
la sexualidad tranquila y vulnerabilidad. Mi boca se hizo agua otra vez,
pero no era con necesidad de empujarla contra la pared y empujar mi
polla dentro de ese estrecho coño. No, era porque nunca había hecho
sangrar a alguien con su tono de piel. ¿Sería su sangre más oscura?,
¿sería un chocolate rico como sus ojos?
Conocía su árbol genealógico. La estudié en preparación. Sus
líneas de sangre no eran puras; había raza mixta en su pasado. Una
mezcla de español e inglés. Otra razón por la cual los Hawks eran
mejores. Éramos cien por ciento ingleses. Inmaculados.
Nila me miró a los ojos. Su piel estalló en carne de gallina. —Deja
lo que estás haciendo y deja que me vista. ¿Dónde está mi ropa? —
Agarró la toalla plateada con más fuerza, ocultando todo menos sus
piernas más largas que el promedio y pies pequeños—. Necesito cargar
mi teléfono. Quiero mi maleta.
No me molesté en preocuparme por quién envió un mensaje
anoche para descargar la batería. No habría caballería viniendo a su
rescate, estaba completamente seguro. —Recibirás tus pertenencias si
nos satisfaces.
—¿Nos?
Dando un paso atrás alisé mi camisa, tomándome mi tiempo en
decirle la verdad. Esperaba que se alejara de nuevo —corriera incluso—
después de todo, era un cazador en el corazón. Pero afirmó sus rodillas
de nuevo, manteniéndose firme en la alfombra gruesa caoba.
—Sí. A nosotros. —Extendiendo mi palma, esperé—. Toma mi
mano.
Vaciló, levantando más su toalla; su diminuto puño atorado
contra sus pechos pequeños.
Tenía ganas de hacerla obedecer, pero entonces la indiferencia de
la que había sido testigo brevemente en las perreras apareció en sus
rasgos, borrando el fuego, convirtiéndola en un robot obediente.
Poco a poco hizo lo que le pedí, colocando su mano ligeramente
húmeda en la mía.
En el momento en que la tuve, crucé el dormitorio. Jadeó y
comenzó a moverse, sus piernas apurándose para mantener el paso. En
silencio, abrí la puerta y salí por el enorme pasillo, más allá de escudos,
lanzas y ballestas, hasta el final del ala de soltero donde la hermandad
del Diamante Negro se encontraba una vez por semana en una reunión
del club llamada Piedra Preciosa.
Esta tarde no se discutían negocios. Era Nila.
Este era su almuerzo de bienvenida.
Una tradición ininterrumpida desde hace cientos de años. Un
evento estimado que todos nuestros hermanos conocían y disfrutaban
inmensamente.
El día en que todos prueban una Weaver.
Golpeando mi palma contra la doble puerta, tiré a Nila en la
habitación. Ella giró hasta detenerse, con el rostro perdiendo su color a
favor del blanco nevado. Busqué en sus facciones temor. Busqué el
terror, pero solo atestigüé resignación absoluta.
Apartándome de ella, me centré en eso de lo que no podía apartar
la mirada.
Hombres.
Veintisiete para ser exactos. Algunos con el rostro liso y jóvenes,
otros barbudos y viejos. Algunos otros ricos y bien hablados, otros
desposeídos y sucios. Pero todos tenían algo en común. Pertenecían a
los Diamantes y eran nuestros empleados de más confianza. Flaw,
Fracture y Cushion no estaban presentes ni eran miembros de pleno
derecho, su tarea era vigilar a Vaughn y Archibald Weaver de hacer
cualquier cosa… imprudente.
Nila luchó, tratando de sacar su mano de la mía. Sujeté mis
dedos alrededor de ella, sin ceder ni un centímetro. —No seas grosera,
señorita Weaver. Da la bienvenida y sé cortés. Esto es, después de todo,
tu almuerzo de bienvenida.
Se sacudió, retrocediendo, probando mi agarre.
Mi padre se sentó en el extremo de la mesa extremadamente
larga. La habitación era enorme. Decorada con cortinas de oro hilado y
pinturas al óleo enormes de mis antepasados, que brillaban con arañas
de cristal y cubiertos.
Las pinturas eran solo de Hawks masculinos. Las mujeres de mi
árbol genealógico se designaron a otra habitación. Aun ilustre, pero no
tan importante.
Cada obra mostraba a un hombre de distinguida riqueza y poder
intolerable. Los estudié en gran detalle este mes pasado, preparándome
para la llegada de Nila. Mi favorito era Samuel Hawk. El tercer hombre
en extraer una deuda.
Yo lucía igual que él.
Chasqueando los dedos, mi padre llamó la atención a los
pequeños murmullos de voces masculinas. Señalando a Nila, que
temblaba a mi lado, dijo—: Hermanos, esta mujer será nuestra invitada
en el futuro inmediato y en honor a su compañía, tenemos algo especial
planeado.
Los hombres sonrieron, reclinados en sus sillas, listos para ver el
show comenzar. El siseo y crepitar de la chimenea agregaron un ruido
de fondo alegre, así como el calor de bienvenida a la habitación
cavernosa.
Asintiendo hacia mí, dijo—: Jet, si fueras tan amable de
asegurarte de que nuestra huésped sea vestida apropiadamente.
Placer.
Esta podría ser la tradición pero también venganza por lo que ella
me hizo más temprano el día de hoy. Esta era una dulce venganza.
Dejando caer la mano de Nila, me acerqué a la mesa lateral
grande que contenía vajilla, copas de vino y decantadores. La comida
que había sido preparada por la cocina en el otro ala de la casa
descansaba en el aparador a juego al otro lado de la habitación. Había
un sinnúmero de platos, al menos siete platillos, pero no camareros
para presentarlos.
Sonreí.
Ahí era donde la señorita Weaver tomaba parte. Junto con… otros
deberes.
Recogiendo los artículos que estaban destinados para Nila,
regresé a su lado. No se había movido, pero no por obediencia. Dos
grandes hombres en chalecos de cuero bloqueaban su camino de la
salida. En el momento en que volví, me miró suplicante a los ojos.
—No puedo… Jethro no me hagas esto. —Tragó—. No tantos. No
puedo hacer…
Agarrando su brazo, la giré al rincón de la habitación, lejos de los
espectadores hambrientos. —¿Te atreves a decir que no? ¿Quieres que
esto se acabe?
Asintió rápidamente. —Sí. Más que nada, sí.
—Está bien. Se acaba. Pero estás condenada a ver a tu padre y tu
hermano ser sacrificados, junto con la destrucción de los negocios y
activos de tu familia. Serán destruidos. Acabados. ¿Es eso lo que estás
dispuesta a pagar?
Cerró los ojos con horror.
No lo creía así, joder.
Nunca quise ser tan débil. Eso llevaba a la compasión. Obedecía a
mi familia. Acepté mi posición. Pero nunca dejaría que el amor dictara
mis acciones.
Eso no era lo que hacía un Hawk.
Éramos intocables.
Tomándome libertades por su falta de visión, coloqué el primer
artículo sobre su cabeza. Un sexy gorro de criada con volantes.
Posándose sobre su cabeza, adornando su cabello negro húmedo como
una triste corona.
Su cabeza cayó, protegiéndose los ojos. Su cuerpo se convulsionó,
tratando de mantener el vacío que pensó que sería su salvación.
Tirando sus manos, murmuré—: Suelta la toalla.
Se encogió de miedo.
Gruñendo, envolví un brazo alrededor de su cintura,
sosteniéndola firme. —No me hagas pedírtelo de nuevo. No eres nueva
en este juego. Suelta la toalla.
Sus ojos se abrieron de par en par, luchando contra mi agarre. —
¡No!
Maldita sea, ella me probaba. Un dolor de cabeza se desarrollaba
detrás de mis ojos. Suspiré. —Hazme pedírtelo una vez más. Voy a…
Se congeló, respirando con dificultad. Una batalla estalló entre
nosotros. Nunca debí haber dejado que se saliera con la suya en los
establos. Pensó que me había ablandado. Pensó que sería indulgente.
En todo caso, demostré mis errores e iría más allá para asegurarme de
no volver a flaquear.
Nunca.
Ella tenía que aprender que el día garantizaba la esperanza y la
felicidad, pero la robé. Tenía que enfrentarse a que la noche escondía el
mal y la oscuridad, pero mi alma se encontraba más negra.
No habría ningún ganador. Ninguno.
No hablamos, pero nuestros ojos gritaron, envolviéndonos con
tensión no dicha.
Al final, bajó la barbilla en derrota. Su agarre mortal en la tela
peluda se aflojó, lo que le permitió caer al suelo.
Por lo general, la recompensaría. Una palabra amable. Un gesto
amable. Pero eso fue antes de que aprendiera que no podía darle
ninguna suavidad. Necesitaba una mano autoritaria y firme. De lo
contrario, haría de mi vida un infierno viviente hasta que robara la
suya.
Mis ojos se pegaron a su cuerpo desnudo.
Hice una pausa.
Joder.
Nila Weaver era como la aguja que utilizaba para lograr su
sustento. Larga y esculpida. El tono muscular de manera definida, las
caderas desafiaban su piel flexible, casi perforándola. Sus pechos eran
pequeños pero erguidos con pezones oscuros perfectos.
Mi mirada cayó entre sus piernas. La parte de ella que ya exploré
íntimamente. Esperaba que una chica sin experiencia no mantuviera
arreglado su coño, pero solo tenía una franja de pelo negro,
escondiendo y burlando al mismo tiempo.
Mi ritmo cardíaco se aceleró.
Y entonces noté los moretones.
En todas partes. En su caja torácica, las caderas, los muslos y los
brazos.
Pinchando un dedo cruel en uno particularmente grande y
púrpura, murmuré—: ¿Quién te hizo esto?
Cruzó las rodillas, sujetando con una mano sus pechos.
Tragué saliva, odiando que mi polla se sacudiera.
Su boca se abrió, entonces la comprensión estalló. —No quién.
Qué. —Bajando la vista sobre sí misma, susurró—: Los riesgos del
vértigo.
No tenía respuesta para eso. Ella ya tenía una condición que la
lastimaba. Debía ser fácil de soportar.
—Baja tus brazos. —Los golpeé para alejarlos de sus pechos. Se
puso rígida, pero los dejó a su lado, de pie más erguida que antes.
Sosteniendo el pequeña delantal, lo coloqué sobre su cabeza. Era
negro con ribete de encaje blanco, lo suficientemente bajo como para
mostrar la parte superior de sus pechos y pezones, lo suficientemente
corto para mostrar la delicia arreglada entre sus piernas.
Girándola, até las cuerdas en el cuello y la columna vertebral
inferior. Cuando me miró de nuevo, se atragantó. —¿Por qué?
—¿Por qué? —Levanté una ceja.
Asintió. —¿Esto es todo un juego para ti?
Sonreí. —No juego. Somos muy serios. Como ya deberías saber.
—Dejándola, volví a la mesa y recogí el elemento final. La reliquia
Weaver.
Acercándome de nuevo a ella, sostuve el collar.
Sus ojos se ampliaron. Quedó boquiabierta ante el collar de
diamante sólido incrustado, hecho de nuestras propias importaciones.
Doscientos quilates, valorados en más de tres millones de libras, ha
estado en mi familia desde que la primer deuda fue reclamada.
—¿Sabes lo que es esto? —susurré, colgándolo frente a su rostro.
Apretó los labios, con ojos mortalmente fríos.
No necesitaba una respuesta. Sabría muy pronto.
Abrí el collar, sostuve los dos extremos y lo incliné sobre ella.
Envolviéndolo alrededor de su garganta, me moví de adelante hacia
atrás, ubicándome para sujetarlo. Mantuve mi voz baja y
tranquilizadora, volviendo a abrazar mi crueldad fría. —Es
cariñosamente conocido como el Llorón Weaver. —Usando el broche
especial, un broche irreversible murmuré—: Es tu regalo de nosotros.
Joyas de lo mejor de nuestras minas. Deberías estar orgullosa de llevar
esa riqueza.
Nila se estremeció cuando el seguro se cerró en su lugar.
Mis hombros se relajaron. Estaba puesto. Fue hecho.
Su opción de irse simplemente desapareció.
—Eres nuestra ahora. ¿Quieres saber por qué?
Gimió, sacudiendo la cabeza.
Recogiendo su espeso cabello negro, ignoré su súplica por
ignorancia. Le había dicho que su ignorancia era la felicidad, lo cual era
cierto. Pero quería atormentarla. Quería que abrazara plenamente su
futuro.
Respirando suavemente en su cuello, le susurré —: Porque una
vez que el Llorón Weaver está en su lugar… solo hay una manera de
conseguir quitarlo.
14
Nila
Traducido por Jasiel Odair, Annie D, Alessandra Wilde, Liz Holland
Corregido por SammyD
18 de agosto 1672
Firmado y atestiguado por Esq John Law
Asunto entre Weaver frente Hawk
Conocido inmediatamente como la Herencia de la Deuda.
Este presente concluye todo debate y conversación y forma una
deuda vinculante. Concilio ha sido proporcionado junto con la aprobación
soberana de dicho acuerdo.
Según lo establecido en esta cámara, he sido testigo de las firmas
de ambas partes de la Casa Weaver y la Casa Hawk, junto con su
séquito y compañeros significativos.
La deuda se establece de la siguiente manera.
Percy Weaver jura solemnemente presentar su primogénita, Sonya
Weaver, al primogénito de Bennett Hawk, conocido como William Hawk.
Esto anularía todo el malestar y a gravio hasta el momento mientras una
nueva generación llega a pasar.
Esta deuda no sólo unirá las ocupaciones actuales del año del
Señor de 1672, también todos los años a partir de entonces. Cada
primogénita Weaver será regalada como justo y merecido casti go al
Hawk primogénito para reclamarse entre los años uno y ocho y seis y
veinte respectivamente. Ambas partes siempre estarán de acuerdo a
partir de hoy.
La vida y todos los atributos serán determinados por el Hawk
actual, no se establecerán reglas o precedentes, y este acuerdo les eleva
por encima de la ley, operando dentro de la gracia de Su Majestad la
Reina de Inglaterra.
Firmado:
DIOS MÍO.
Dios mío.
No sucedió. No puede ser. Él no lo hizo. No pudo haberlo hecho.
¿Qué diablos acabo de hacer?
Jethro se irguió, respirando con dificultad. Sus ojos se
estrecharon; su boca se encontraba empapada y roja.
Mis mejillas ardían, mi corazón palpitaba como si hubiera corrido
diez kilómetros.
¿Qué fue eso?
¿Qué truco hizo para quitarme todo rastro de conciencia, de
decoro y de odio? ¿Cómo pude retorcerme de esa manera? ¿Sonar de
esa manera? ¿Correrme de esa manera?
Me corrí.
Él me hizo correr.
Mi captor me lanzó libre por un dichoso segundo, concediéndome
algo que nadie más me dio. Las chispas, las oleadas y mi mente
girando. Quería más. Lo quería ahora.
Jethro se limpió la boca, tratando infructuosamente de ocultar la
lujuria brillando en sus ojos. Sólo dio, no tomó nada. Hizo lo que dijo.
Alejaré todo.
La única cosa en la que podría centrarme era en él. La habitación
de los hombres no importaba. Sus lenguas, toques y agradables
susurros de agradecimientos se fueron. Fueron reducidos a cenizas
gracias a la explosión que él me produjo. Ya no me encontraba a merced
de la habitación. Poseía la habitación.
Entonces todo regresó.
Mi primer orgasmo me lo dio un hombre cuyo padre mató a mi
madre.
Mi privacidad fue completamente despojada por el hombre que
me robó a mi familia.
Me hizo dormir con los perros.
Jugó con mi cabeza.
No le importó una mierda.
¿Por qué era tan inteligente? ¿Tan perfectamente diseñado para
este juego?
Luché para sentarme. Los dos hombres que sostenían mis
muñecas me dejaron ir, y me senté, envolviendo los brazos alrededor de
mi torso.
El estallido caliente que hizo que todo alrededor pareciera tan
intrascendente, se desvanecía con cada rápido latido de mi corazón. Era
como estar en el ojo de la tormenta. Jethro me concedió silencio.
Compartió su silencio y calmó mi mente de todo lo que sentía.
Pero ahora la tormenta cobró fuerza, aullando, retorciéndose,
succionándome de regreso al túnel de los horrores.
Ojos.
Había muchos ojos sobre mí. En cuadros y reales. Hombres que
me vieron desnuda. Hombres que lamieron cada centímetro de mí.
Hombres a los que no les importaba si vivía o moría.
Deja que te controle.
Deja que tu cuerpo gobierne tu mente.
Déjate caer.
La pena me inundó. No podía quedarme allí por más tiempo. No
podía sentarme allí sintiendo escalofríos residuales en mi núcle o. No
podía fingir que todo era aceptable.
Jethro sonrió, su respiración calmándose mientras arrastraba sus
grandes manos por el pelo. Mi corazón se rompió en pedazos. ¿Cómo
podía darme algo tan increíble cuando me odiaba? Sus estados de
ánimo cambiantes, y su cara ilegible me confundían. Peor aún, me
molestaban.
Repulsión visceral y horror me atravesaron como una tormenta
creciendo con fuerza. Mis pulmones se quedaron sin aire mientras
volaba hacia la oscura pared.
La prisionera complaciente desapareció bajo un tsunami de ira.
Esto no estaba bien. Nada de esto estaba bien. ¡Esto no está bien!
Formando puños con mis manos, me deslicé fuera de la mesa.
Manteniéndome alejada de Jethro, le mostré mis dientes; el primer
hombre que me elevó a un pico que nunca alcancé antes.
Él.
No tenía derecho a hacerme correr. Darme un regalo no por
bondad, sino por control. Probó una valiosa lección. Podía hacer que
hiciera lo que él quisiera, y yo no podía hacer nada al respecto.
Su ceja se arqueó; y su barbilla se inclinó con arrogancia. No dijo
una palabra, moviéndose para recostarse contra la puerta, con sus
manos metidas en los bolsillos. No demostraba nada. Nada insinuaba
cómo se sentía al ver a otros hombres usándome. No tenía la menor
idea de lo que pensaba cuando me hizo correr.
Yo era su pago por esta deuda ridícula y horrible. Pero a él no
parecía importarle.
Y eso me rompía el corazón.
No le importaba nada de lo que me pasara. Todo lo que esperaba
—mi plan secreto para hacer que mi compañía fuera importante para él
o al menos la tolerara— se convirtió en polvo. No podía complacerlo. No
podía apelar a su compasión.
Él no tenía ninguna.
Con los ojos llenos de lágrimas, lo fulminé con la mirada. De pie,
abracé mi desnudez. Me estremecí. Temblaba por la indecencia.
Odiaba lo que llevaba puesto. No cubría nada ante ellos. No
quería tener nada que ver con ellos. Quería rechazar su comida, escupir
su agua y quemar sus ropas. No es que me hubiesen ofrecido alguna.
Con las manos firmes, saqué de mi cabeza la gorra de criada
francesa. La tiré sobre la mesa. La madera la hizo deslizarse todo el
camino hasta el centro, donde descansaba como una mancha, un
pecado —una cosa simple e inofensiva gritando injusticia.
Los hombres no se movieron.
Tomando los lazos alrededor de mi cuello, me saqué el odiado
delantal por encima de mi cabeza e hice una bola con él. De pie,
orgullosa, desnuda —mostrando mis moretones por el vértigo y lamidas
de las lenguas de los bastardos— hablé—: Mírense. Mírense cuán
masculinos y poderosos son. —Señalando con el dedo alrededor de la
mesa, gruñí—: Miren cuán aterradores, dominantes y fuertes son.
Miren cuán orgullosos deben estar. Han demostrado que son
invencibles aprovechándose de una mujer a la que trajeron aquí en
contra de su voluntad. Utilizaron a una chica que se ve obligada a vivir
sus peores pesadillas para proteger a los que ama.
Señalándome el pecho, susurré—: Esperen... me equivoqué.
Ustedes no son los fuertes. Yo lo soy. Son débiles y repugnantes.
Haciendo lo que hicieron, me dieron más poder del que alguna vez
probé antes. Me dieron una nueva habilidad; la habilidad de ignorarlos,
porque no son nada. Nada. ¡Nada!
»¡Y tú! —Levanté mi brazo, con la mirada fija en Jethro. El
hombre que tenía mi vida en la palma de su mano. Él no era nada. Tan
hijo de puta como sus hermanos.
Jethro se enderezó, y una sombra oscureció su rostro. Sus manos
salieron de los bolsillos y las cruzó frente a su gran pecho.
—Tú... —Hervía por la ira—. Crees que eres el más malo aquí.
Crees que me acobardaré. Crees que te obedeceré. —Pasando ambas
manos por mi pelo, le grité—: Nunca me acobardaré. Nunca te
obedeceré. No me romperás, porque no me puedes tocar.
Extendiendo mis brazos, presenté mi cuerpo desnudo como un
regalo, el regalo que él insinuó querer, pero no tomó. —Nunca voy a ser
tuya a pesar de que eres el dueño de mi vida. Nunca me inclinaré ante
ti porque mis rodillas no reconocen tu poder. Así que hazme las peores
cosas. Hiéreme. Viólame. Mátame. Pero nunca jamás me tendrás.
Respirando con dificultad, esperé.
La habitación permaneció en silencio. Pero ahora se oía el sonido
del cuero de los asientos debido a que los hombres se movieron. El
ambiente fue del silencio conmocionado a la anticipación.
Mi corazón sobrecargado se aceleró, mi visión se hizo brumosa,
un poco borrosa. Por favor, ahora no.
Reafirmé mis piernas sobre la suave alfombra bajo los dedos de
mis pies, cerré mis rodillas intentando contrarrestar la oleada de
vértigo.
El señor Hawk fue el primero en moverse. Apoyó sus codos sobre
la mesa, y enlazó sus dedos. —Me equivoqué. No eres como tu madre.
Ella tenía cerebro. Era inteligente. —Su voz dejó el tono gentil de un
hombre caballeroso, volviéndose un tanto violenta—. Tú, en cambio,
eres irracional y estúpida. No ves que somos tu familia ahora. En el
momento que dormiste bajo mi techo te convertiste en una Hawk por
adquisición.
Me reí. —Todavía soy una Weaver entonces porque nunca dormí
bajo tu techo. —Saqué mis garras afiladas. Nunca fui una luchadora,
pero algo me llamaba. Algo tóxico y letal.
Se inclinó hacia delante, la ira grabada en su rostro. —
Aprenderás tu lugar. Recuerda mis palabras.
Quería pelear. Escuché sus malditas lecciones de historia, ya era
hora que escucharan a la mía. —Puede que no tenga registros tan
perfectamente conservados como los suyos, pero sí sé que mi familia es
inocente. Lo que pasó en ese entonces era entre ellos, no nosotros.
Quedó en el pasado. Mi familia creó una empresa de confección de ropa.
No solo vestíamos a la corte real, sino también donábamos a los pobres.
Estoy orgullosa de donde vengo y para su…
—¡Jet! —El señor Hawk apretó el puente de su nariz—. Cállala.
Jethro inmediatamente colocó una mano sobre mi boca.
Me quedé helada. Sabía que fui quién provocó el castigo que me
darían. No podía culpar a nadie, pero no lamentaría lo que dije. Creía
que era una buena persona. Como mi hermano, padre, madre y sus
antepasados.
—Justo tenías que presionar —siseó Jethro—. Te haré sangrar
por esto.
Mi corazón pataleó pero me obligué a recordar un hecho
importante.
Ellos no podían lastimarme demasiado.
Habría dolor. Habría agonía. Pero querían mantenerme con vida.
Tenía deudas que pagar antes de que me quitaran la vida.
Sin apartar sus ojos de los míos, el señor Hawk, ordenó—: Jethro.
Enséñale a esta mujer que a pesar de que los Hawks somos una familia
que perdona, hay momentos en que se requiere rigor en lugar de
permitir que ocurran pequeños berrinches como este. —Sus ojos
pasaron de mí a su hijo—. Llévatela. Lidia con ella. No quiero volver a
verla hasta que haya olvidado esa justicia errónea que parece pensar se
le debe.
Jethro asintió, empujando nuestros cuerpos. Sus dedos se
despegaron de mi boca y agarró mi muñeca. Cada parte de mí se redujo
bajo su cuerpo autoritario, su temperamento palpitante y ojos dorados,
pero me obligué a permanecer erguida.
Gruñí—: Hagas lo que hagas no me importa. Lo que ocurrió antes
nunca volverá a suceder. —Nunca dejaría que mi cuerpo gobernara mi
mente, no importaba lo que hiciera—. Es posible que puedas hacerme
daño, pero sabrás lo patético que es que un hombre lastime a una
mujer. Eso no es poder. ¡Es una debilidad!
Gruñó por lo bajo—: Jodido Cristo. —Su temperamento se
incrementó hasta que la enorme sala vibró.
Otra oleada de vértigo me atravesó. Pero me las arreglé para
controlarla, luchando a través de la oleada de bruma inestable,
manteniéndome en mis pies. Lo logré.
Luché contra el desequilibrio, permitiéndome desbloquear las
variadas facetas que realmente poseía. Me puse de pie, orgullosa y
desnuda, vestida sólo con saliva seca y contusiones.
Jethro me acercó más, frunciendo el ceño. Tragó su ira, sin
demostrar nada, ni molestia ni asombro, era tan opaco y violento como
un iceberg negro.
—Vamos, señorita Weaver. —De repente me soltó, dirigiéndose
hacia las puertas dobles detrás de mí. Se abrieron como si el personal
esperara al otro lado para hacerlo.
Cuando no me moví, espetó—: Ahora.
Mis brazos querían rodear mi cuerpo. Quería esconderme de su
intensa mirada, pero luché contra cada instinto, cada impulso y
elegantemente caminé. Salí de la habitación, con tanta modestia y
orgullo como era posible. Sin mirar atrás.
En el momento en que las puertas se cerraron detrás de nosotros,
Jethro me agarró del codo, moviéndose hacia adelante como si las
llamas del infierno ansiaran su alma. Pasé de caminar a correr para
mantenerme al paso con su ritmo.
Mi visión perdió su claridad por un momento, debilitándose
cuando otro episodio de vértigo trató de desequilibrarme, pero Jethro no
lo permitió. No me dio tiempo para preocuparme mientras me
arrastraba por un pasillo tan amplio que podría haber sido un salón
principal. No me dejó inspeccionar las incontables armas: espadas,
bayonetas, ballestas y cuchillos, o de visualizar al personal sorprendido.
Respiré con fuerza cuando finalmente atravesamos una de las
muchas puertas exteriores, recibiéndonos un pasillo rojo bajo sol
brillante de principios de otoño.
Jethro siguió caminando, sin dejarme recuperar el aliento.
Me bajó a rastras por los cuatro grandes escalones, me estremecí
al sentir la grava bajo las plantas de los pies. Pero no le importó. Ni
siquiera se dio cuenta.
Nuestros pies golpeaban piedras mientras nos dirigía hacia la
línea de árboles a varios metros de la casa. Nunca antes vi este lado de
la propiedad. Los jardines eran tan enormes e impresionantes como e l
resto de la propiedad y también peligrosos.
Esta era mi jaula. Las hojas, las espinas y los zarzales.
Y estoy desnuda.
En el momento en que la grava fue reemplazada por suave hierba
bajo mis pies, Jethro me alejó. Habría caído si no fuera tan maleable y
hubiese renunciado a luchar contra su ímpetu. Tropecé hacia adelante,
con los brazos volando hacia afuera, como si pudiera repentinamente
dejar el mundo atrás y volar. Volar lejos. Volar libre.
Cuando me detuve, me giró para mirarlo de frente.
Jethro se encontraba justo detrás de mí. Agarró mi pelo y tiró de
él, torciéndome el cuello.
Gemí mientras levantaba mi cabeza, más y más alto. Mis ojos se
arrastraron por encima de su cinturón de cocodrilo, por su camisa gris
y se fijaron en un par de ojos feroces.
—Dime. ¿Qué esperabas lograr allí?
No me dio la oportunidad de responder, tirando de mi pelo
dolorosamente. —Honestamente, ¿piensas antes de abrir la boca? Si te
hubieras quedado allí y permanecido en silencio, todo estaría
terminado. Te ganaste un baño caliente de vapor. Una criada te
prepararía lo que quisieras comer. —Me sacudió—. ¿Qué parte de un
regalo por un buen comportamiento no entendiste?
—No quiero tu caridad —espeté.
Gimió. —No es caridad si te lo ganaste. —Bajando la cabeza,
presionó su nariz contra la mía.
Me quedé inmóvil, respirando con dificultad.
—Te lo ganaste hoy. Me satisficiste dejando que esos hombres te
probaran. Me sorprendiste en un buen sentido. —La suavidad de su voz
desapareció bajo un torrente de rabia—. Pero luego lo jodiste todo por
ser como eres. Y ahora... —Se calló, ideas brillando tras sus ojos.
Cuando me soltó, me alejé de él, agarrando mi pelo y rápidamente
armando una trenza floja por mi espalda. Odiaba su espesor y longitud.
Parecía invitar a Jethro a usarlo de todas las formas que quisiera. Mi
cuero cabelludo nunca estuvo tan magullado.
El collar de diamantes formó pequeños arcoíris luminosos por la
refringencia de la luz solar. Me hubiese reído si no me encontrara tan
tensa. Me hallaba desnuda, pero llevaba un arco iris; nunca pensé en
combinar la magia con la moda.
Ideas para una nueva línea de diseño surgieron rápidamente.
Ansiaba un lápiz para dibujar antes de que desaparecieran.
Jethro se colocó ambas manos en las caderas, mirándome en
silencio.
No me moví. No dije una palabra. La frágil tregua entre nosotros
se debilitaba. Podría terminar con un terrible dolor o desvanecerse
como una pluma en una brisa.
—Veo que las amenazas no funcionan contigo. Pero tal vez lo
haría una negociación.
A mi pesar, la curiosidad y la esperanza llenaron mi corazón. —
¿Una negociación?
—Una sola oferta. Tú ganas, eres libre. Yo gano, te olvidas de tu
antigua vida y cedes. Dices que nunca te poseeré. Si yo gano… de
buena gana me darás ese derecho. —Sus labios se alzaron en una fría
sonrisa—. Firmas no solo el acuerdo de la deuda, sino otro más… uno
que me hace tu dueño hasta que tu último aliento sea dado. Lo haces, y
te daré esto.
—¿Darme qué? —le pregunté sin aliento.
—Una oportunidad de libertad.
Mis ojos se ampliaron.
¿Qué?
Ladeando su cabeza hacia el bosque detrás de mí, murmuró—:
Querías ser libre, entonces ve. Corre. Ve a buscar tu libertad.
Me giré en el lugar, mirando por encima de mi hombro. El sol
hacía que las sombras de las hojas motearan el suelo, luciendo como
un valle de hadas, pero luego se hacía más oscuro, más denso y
aterrador.
El collar de diamantes reposaba pesado y ruinosamente ominoso
en mi garganta. Mi columna dolía por el poco tiempo que fui obligada a
usarlo; la frialdad aún no se adaptaba a mi piel. ¿Cómo podría correr
con tal impedimento?
¿Cómo no puedes?
Era la oportunidad que esperaba. La oportunidad que no pensé
que conseguiría.
Apretando mis ojos, dejé que el ultimátum de Jethro —su
negociación— se filtrara en mi cerebro. Si corría, podría lograrlo. Si
corría, podría conseguir lo que quería. Pero si perdía...
Girando para mirarlo de nuevo, la dorada luz del sol le emitió una
silueta fantasmal, desdibujando su contorno, creando algo más que un
hombre. Parecía como si tuviera un pie en este mundo y otro en el
infierno. Un ángel caído que seguía ardiendo en fuego —y sin embargo,
no era la pureza con la que ardía, sino con odio.
Jethro levantó una ceja. —¿Qué va a pasar?
—No sé lo que ofreces.
—Sí lo sabes.
Lo hacía. Lo hago.
Tomando un pequeño paso hacia mí, me dijo—: ¿Quieres romper
el contrato? ¿Quieres mantener a tu hermano y padre a salvo? Bien. Te
doy una oferta por única vez. Corre. Si llegas hasta los límites, eres
libre. Tu familia nunca será cazada por los Hawks de nuevo. Lo haces, y
todo esto termina. Cada última deuda y gramo de historia… desaparece.
—Su voz golpeó a través de la luz del sol.
Una pequeña chispa de mi orgasmo de antes, onduló entre mis
piernas. —¿Y si no lo hago?
Jethro frunció el ceño. —¿Disculpa?
—Si no corro... ¿qué pasa entonces?
—¿No correrás? ¿Después de que acabo de ofrecerte lo que has
querido desde el principio?
Crucé mis muñecas sobre la unión de mis muslos, ocultando mi
coño. —No dije que quería la oportunidad de correr desnuda por diez
mil kilómetros cuadrados. Dije que quería que esto terminara.
Jethro sonrió. —Esto no se acaba hasta que se acaba. —Sus ojos
se posaron en mi cuello, brillando con la oscuridad—. Y ambos sabemos
cómo va a terminar.
Acercándose, dijo en voz baja—: No hay otra opción aquí, señorita
Weaver. No te doy la opción de correr. Te digo que corras. Tú lo querías.
Lo tienes. Una oportunidad para salvar a tu familia, así como tu propia
vida. Una oportunidad. No quieres joderla por probar mi paciencia.
Mi mente chocó con todo lo sucedido. No se podía negar la
química que volaba entre nosotros —pero Jethro no respondió. Solo le
interesaba la persecución. La cacería. El deporte.
Se puso tan cerca, cada vez que él respiraba, su pecho casi
tocaba mis pezones desnudos. No parecía importarle que me encontrara
desnuda u ofrecer ropa para esta única oportunidad que tenía de
libertad. Me haría correr sin protección a través de un bosque lleno de
zarzas, depredadores y raíces para tropezarse.
Su brazo se alzó y apreté cada músculo para evitar que se
encogieran cuando ahuecó mi mejilla. Su embriagador aroma de
maderas y cuero se apoderó de mí. Pasando la yema de su dedo pulgar
sobre mi pómulo, inclinó la cabeza. —Corre, señorita. Weaver. Corre.
Pero debes saber una cosa antes de irte.
No juegues sus juegos. No muerdas el anzuelo.
Mis labios se quedaron apretados juntos. Me puse rígida en su
agarre.
Su boca hizo cosquillas en la piel suave debajo de mi oreja. —
Mientras corras, yo cazaré. No solo tienes que llegar a los límites, tienes
que hacerlo antes de que te atrape.
El cosquilleo y la horrible promesa de esperanza se evaporaron.
Cruel. Atroz. Malo.
Voy a ser cazada.
No habría libertad. Solo habría sangre. Justo como dijo en el
comedor.
La energía dejó mis miembros. ¿A quién engañaba? No había
comido desde que fui secuestrada. Apenas tuve un sueño decente.
Existía como una adicta a la adrenalina y al miedo. Esa no era una
combinación para una carrera de larga distancia a través de matorrales
y arbustos.
Jethro se alejó, dejando caer sus manos. Sonrió. —Su ventaja
comienza ahora, señorita Weaver. Me iría si fuera usted.
¿Ahora?
Retrocedí, mi corazón rebosando con terror. —¿Cuánto… cuánto
tiempo tengo?
Jethro levantó cuidadosamente su puño de camisa, mirando
tranquilamente al negro reloj de diamante en su muñeca. —Soy un
cazador experimentado. No tengo dudas de que te encontraré. Y cuando
lo haga... lo que esos hombres te hicieron no será nada. —Ladeando su
cabeza, dijo—: Creo que cuarenta y cinco minutos es bastante
deportivo, ¿no lo crees?
Mi mente ya no se encontraba allí. Saltaba y volaba sobre las
hojas y esquivaba troncos antiguos. Corre. Ve. Corre.
—Hazlo y ya no serás mía...
La libertad se burló de mí, haciéndome creer que tenía una
oportunidad. Una escaza, apenas existente oportunidad —pero todavía
una oportunidad. Los músculos en mis piernas reaccionaron, ya a
punto de despegar. Tenía que confiar en mi cuerpo. Sabía cómo huir.
Podría hacerlo. Si lo hacía, dejaría de ser su mascota para
torturar. Pero si no lo hacía...
No preguntes. No preguntes.
—¿Y si no lo hago?
Jethro bajó su cabeza, mirándome por debajo de su frente. Sus
ojos eran firmes y oscuros, brillando con emoción de la próxima cacería.
—No lo haces y la deuda que te haré pagar te hará desear haber llegado
a los límites. —Dio un paso al resplandor del sol, sus dientes brillando
como diamantes—. Ahora... corre.
Corrí.
First Debt
—Tú dices que nunca seré tu dueño. Si
gano, voluntariamente me das ese derecho.
Firmas no sólo el contrato de la deuda,
sino otro, uno que me hace tu dueño hasta
que tomes tu último aliento. Tú haces eso,
y te daré esto.
La familia de Nila Weaver está en deuda.
Robada, tomada, y legalmente obligada no
por monstruos, sino por un acuerdo
escrito hace más de seiscientos años, no
tiene salida.
Ella pertenece a Jethro aunque lo niegue.
La paciencia de Jethro Hawk se está
acabando. Su regalo heredado lo prueba, lo desafía, y lo
sorprende, y no en buenas maneras. Él no la ha controlado pero
piensa que podría haber encontrado una manera de obligarla para
siempre.
Las deudas van en aumento. Los pagos están esperando.
Sobre la autora
Pepper Winters asume muchos roles. Algunos de ellos
incluyen; escritora, lectora, a veces esposa. A ella le encantan
las historias oscuras y tabú. Cuanto más torturado el héroe,
mejor, y constantemente piensa en maneras de romper y
arreglar sus personajes. Ah, y sexo... sus libros tienen sexo.