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S t af f
MODERADORAS:
Jules Aleja E.
Marie.Ang Liz Holland
CrisCras Mel Wentworth
Majo♥

TRADUCTORAS:
Jules Eli Hart Jasiel Odair Josmary
Marie.Ang Ann Ferris Julieyrr Beatrix
CrisCras Val_17 Mary Haynes Vane Hearts
Aleja E. florbarbero Jadasa Vani
Liz Holland Miry GPE Alessandra Adriana Tate
Mel Sandry Wilde
Wentworth Annie D Mire

CORRECTORAS:
Melii Val_17 Alessa Masllentyle
Fany Keaton Amélie. SammyD
Mae Josmary Jasiel Odair
Laurita PI Daniela Agrafojo Miry GPE
Mary Warner Laura Delilah
*Andreina F* Anakaren

REVISIÓN FINAL:
Jules Aleja E.
Marie.Ang Mel Wentworth
CrisCras

DISEÑO:
Mae
Í ndi ce
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
First Debt
Sobre la autora
Si nopsi s
“Te poseo. Tengo el pedazo de papel para probarlo. Es
innegable e irrompible. Me perteneces hasta que hayas pagado tus
deudas”.
La familia de Nila Weaver está en deuda. Siendo la hija
primogénita, su vida es confiscada por el primer hijo nacido de los
Hawk para pagar por los pecados de los antepasados. Las épocas
oscuras pueden haber ido y venido, pero las deudas nunca
desaparecen. Ella no tiene ninguna opción en el asunto.
Ya no es libre.
Jethro Hawk recibe a Nila como un regalo heredado en su
vigésimo noveno cumpleaños. Su vida es de él hasta que ella haya
pagado una deuda de siglos de antigüedad. Puede hacer lo que
quiera con ella —nada está fuera de límites—, ella tiene que
obedecer.
No hay reglas. Solo pagos.
Indebted, #1
1
Jethro
Traducido por Eli Hart
Corregido por Melii

El mundo era un lugar peligroso, pero yo era peor.


La raza humana dejó la oscuridad hace siglos, la tecnología
mejoró y arruinó nuestras vidas en igual medida, y los demonios en la
sociedad se ocultaban con mejor camuflaje.
Mientras los años pasaban, y dejamos nuestros modos barbáricos
atrás, la gente se olvidó de las sombras al acecho a plena vista. Los
hombres como yo transformados en depredadores en ropa de corderos.
Nos aprovechábamos de la debilidad sin disculpa, y todo caía en
nuestros malditos regazos. La civilización nos envolvió, escondiendo a
los animales de corazón.
Vendimos la mentalidad del cavernícola y asesinar por trajes y
maldiciones en voz baja. Escondí mi verdadero temperamento bajo un
velo de decoro. Dominé el arte de suave.
La gente que me conocía decía que era un caballero. Me llamaban
distinguido, realizado, y perspicaz.
Yo era todo eso, pero ninguna de esas. Tal vez vivamos en un
mundo civilizado, pero las reglas y leyes no se aplicaban a mí. Yo era un
rompe-reglas, hacedor de maldiciones, roba-vidas.
La proyección era una farsa, pero incluso el peor de nosotros
tenía alguien que lo poseía. Ya fuera familia, honor, o deber.
Adopté mi bárbaro interior, aún gobernado por una jerarquía y
cuando la Hawk matriarca tronaba los dedos, todos veníamos
corriendo.
Incluyendo mi cabrón padre, Bryan Hawk.
Ahí, en la librería atada a cigarros y coñac, aprendí una verdad
que cambió mi vida para siempre.
Y la de ella.
Mi familia poseía a otra.
Un reconocimiento de deuda en su existencia entera.
Hasta este día, no sabía por qué, y no me molesté en preguntar.
¿Quién daba una mierda de por qué una familia adinerada
llamada Weaver estaba endeudada con nosotros? ¿Quién daba una
porquería de que estuvieran realmente jodidos por mi familia y ganara
la ira de mis ancestros?
Todo por lo que me preocupaba eran las noticias de que yo había
heredado algo más que solo dinero, posesiones, o títulos.
Mi cumpleaños veintinueve me dio una mascota. Un juguete.
Una responsabilidad que no quería.
Deudas que tenía que extraer de indispuesta carne fresca.
Un trabajo para defender nuestro honor familiar.
Nila Weaver.
Un error hace seiscientos años puso una maldición en su familia
completa.
Un error me vendió su vida en una montaña de deuda impagable.
La heredé.
Me aproveché de ella.
Poseía su vida y tenía la pieza de papel para probarlo.
Nila Weaver.
Mía.
Y mi tarea…


…devorarla.
2
Nila
Traducido por Mary Haynes & Beatrix
Corregido por Fany Keaton

—Te dije que esta colección sería tu distracción, Threads.


Sonreí, sin apartar los ojos de la modelo pavoneándose en la
pasarela. Mi estómago se revolvió como un telar con exceso de trabajo
con el estrés y la adrenalina.
—No lo maldigas. Todavía está la colección de alta costura por
pasar. —Me estremecí cuando la modelo zigzagueaba demasiado,
tambaleándose en los tacones increíblemente altos que le había
abrochado a sus pies.
Mi teléfono móvil sonó en el único lugar que tenía disponible en
este vestido—mi escote.
No, no. Ahora no.
Había estado esperando tener noticias de él durante dos días.
Acostada en la cama en el hotel de lujo, deseando que mi teléfono
sonara, concediéndome la fiebre del embriagador coqueteo. Pero nada.
Ni un pío.
Un mes de este... ¿qué era esto? No era una relación. ¿Una
aventura? ¿Un cortejo sin nombre? No tenía nombre para la locura que
consentí. Jadeaba por las sobras de comunicación como un alhelí de
secundaria.
Es hora de acabar con ello.
Otro mensaje vibró, destrozando mi fuerza de voluntad para
ignorarlo con su impecable sincronización, como de costumbre.
—Sabes que la línea de alta costura será un gran éxito. Deja de
ser modesta. —Vaughn empujó mi hombro con el suyo.
Haciendo caso omiso de mi hermano y del teléfono celular de
repente pesado, me estremecí cuando la modelo movió su cabello
haciendo piruetas en el extremo de la pista, antes de hacer aspavientos
al irse, en un torbellino de seda rosa.
Demasiada actitud para ese vestido. Meneé la cabeza, parando el
monólogo interior que nunca se callaba cuando se trataba de modelos
haciendo alarde de mis creaciones.
—No sé nada más. Deja de molestarme, V. Déjame concentrarme.
Vaughn frunció el ceño. —No sé por qué estás tan preocupada.
Las chequeras ya están abiertas. Ya verás.
Otro mensaje llegó, enviando mi teléfono en una emoción
palpitante. Incluso mi teléfono se emocionaba cuando él enviaba un
mensaje.
Mi corazón se agitó. Un sofoco cubrió mi cuerpo al recordar la
última frase que me recibí de Kite007. Había cometido el error de leerlo
justo cuando abordaba el corto vuelo desde Inglaterra a España.
Kite007: No necesito saber cómo te ves para ponerme duro—
adivina dónde está mi mano.
Por supuesto que no pude detenerme. Porque yo era una mujer
hambrienta de sexo rodeada de hombres sobreprotectores.
Le respondí: No necesito escuchar como suenas para mojarme,
¿adivina dónde quiere estar mi mano?
Nunca había sido tan descarada. Con nadie. En el momento en
que lo envié me asusté, deseando poder cancelarlo.
Pasé el viaje en un estado de confusión por la excitación y la
negación. Y nunca recibí una respuesta.
Hasta ahora.
Escondí mi rubor, fingiendo que nada tentador se burlaba de mí
en mi teléfono. Amaba a mi padre y a mi hermano—condenadamente
mucho—pero si supieran... la mierda de siempre explotaría.
—Oh, Dios. —Me agarré el corazón mientras otra modelo ultra
delgada desfilaba por la pasarela, fallando en mostrar el intrincado
vestido azul pavorreal a su ventaja—. Nadie va a comprarlo si no
pueden ver el potencial del diseño.
Vaughn suspiró. —Te preocupas demasiado. Es impresionante.
Cualquiera puede ver eso. —Sus ojos oscuros se posaron en los míos—.
Permítete entusiasmarte de orgullo, sólo una vez, Threads. Esto va
perfectamente y no podría estar más orgulloso de ti. —Mi hermano
gemelo envolvió su brazo sobre mis hombros, jalándome contra él.
Teniendo en cuenta que la palabra “gemelo” significaba imagen en el
espejo, Vaughn era más alto, más guapo y en general más vibrante que
yo. Hacía a otros envidiosos con su belleza natural, mientras que yo
hacía a otros sentirse hermosos con vestidos cosidos con oro de
veinticuatro quilates y teñidos con tintas exclusivas que costaban una
pequeña fortuna.
Supuse que ese era mi talento: hacer que otros se sintieran
dignos mientras que él vendía productos gracias a su encanto. Imagen
en el espejo correcto—más bien directamente lo opuesto.
—Eres un modelo. ¿Por qué no estás mostrando mi ropa?
Vaughn rio. —Mi figura no se ve bien aplastada en algún vestido
de lentejuelas. Crea algo de ropa decente para hombres, entonces
podría rebajarme y ser tu acto principal.
Le golpeé el brazo. —Sabes que no tengo la motivación para coser
trajes y boxers. Te sigo diciendo que entres en el negocio conmigo y
crees la línea de hombres. No habría interrupciones…
Vaughn rodó los ojos. —No me puedes pagar.
Fruncí el ceño. — ¿Pagarte? He oído que un par de tetas
turgentes y sexo pueden comprar tu atención durante al menos un fin
de semana.
Señaló a mi pequeño pecho con un brillo en sus ojos. —No veo
ningún par turgente y... qué asco, Nila. Eres mi hermana. ¿Por qué
diablos estamos hablando de sexo? Sabes que estamos criados mejor
que eso.
No quería reírme. No quería perder la furiosa tensión de mi
colección, pero Vaughn nunca fallaba en ganarse un labio torcido.
Suspiré, sacudiendo la cabeza. —Sexo, sexy. Serías afortunado si
contratara tu culo escuálido.
Sonrió. —¿A quién estás llamando escuálido? —Hizo un gesto a
su alta figura—. Mis habilidades están en el otro extremo de la cámara.
Como manifiestan mis registros. —Sus dientes perfectamente rectos
destellaron, retando a cualquiera a negar la verdad.
Solía estar celosa de su deliciosamente buena apariencia. Mi
hermano era un rico brocado mientras yo era un percal aburrido. Pero
ahora, me sentía orgullosa. Podría estar agraciada con un cuerpo que
requiere embellecimiento por otros medios que el destino, pero sabía los
secretos de la ilusión. Había hilado magia con una máquina de coser
desde que era una niña, saliéndome de la sombra del nombre de mi
familia, tallando una pequeña rebanada de grandeza para mí.
—Bueno, si el show de esta noche fracasa, por lo menos me
puedes rescatar con todo ese dinero que has ganado gracias a tu divina
apariencia.
Una risa se disparó de su boca, en voz alta, pero todavía oculta
por la bochornosa música del desfile de moda. El cuarto oscuro
ocultaba la gran multitud, pero no pudo disimular a la intensa prensa y
el calor del cuerpo de numerosos compradores, clientes y los
compradores por catálogo.
Vaughn me apretó con más fuerza. —Nila, te lo advierto. Quiero
una sonrisa. Has trabajado en esto durante meses. Deja de ser tan
condenadamente pesimista y celebra.
—No puedo celebrar hasta que la última modelo haya mostrado
su prenda y no se caiga de culo en un vestido de siete mil dólares.
Mi teléfono sonó de nuevo.
Me quedé inmóvil, maldiciendo a mi estómago retorciéndose y el
fuego corriendo por mi núcleo. Kite007. El coqueto macho sin nombre
que tenía más poder sobre mí que cualquier otro hombre. Un estúpido
enamoramiento secreto. Con un extraño, ni menos.
Es un día triste cuando estoy emocionalmente apostando por una
fantasía. Nunca debí haber respondido al mensaje incorrectamente
enviado hace un mes. Entonces, podría haber dirigido la pequeña
energía que me quedaba después de trabajar tan duro y encontrado un
hombre de verdad. Uno al que pudiera besar y coquetear en persona.
El dolor irregular arremetió de nuevo. Rechazo. Le había
preguntado a Kite, después de una noche de una lluvia de mensajes, si
él estaría interesado en conocernos.
Needle&Thread: Así que... me preguntaba... Estoy aquí sentada
bebiendo una copa de vino y pensé que ¿si te gustaría hacer eso alguna
vez? ¿Ir a tomar una copa, en persona, juntos?
Presioné enviar en la torpe frase confusa antes de perder los
nervios. Nunca le había pedido salir en una cita a nadie, eso casi me dio
un ataque al corazón.
Nunca respondió. El silencio era su reacción habitual para
hacerle frente a algo que no quería discutir, sólo para enviar un
mensaje un par de días más tarde sobre un tema completamente
diferente.
Dónde las insinuaciones sexuales eran difíciles para mí, Kite007
era un maestro. Las utilizaba como un arma, haciéndome olvidar que
no teníamos profundidad en nuestras conversaciones... no es que
fueran conversaciones.
Cuando respondió, había sido una inteligente mezcla de bromas y
vacío, recordándome no leer en esta forma poco profunda de
comunicación.
Kite007: Estoy en una reunión y lo único en que puedo pensar es
en tu traje de monja. ¿Hoy estás usando ropa interior?
Sí. Eso detuvo mi deseoso pensamiento de conocerlo en persona.
Desenredándome de Vaughn, fingí examinar a las modelos
restantes, mientras me complacía con el primer texto que recibí. El que
comenzó todo.
Kite007: Esta noche no va a funcionar para mí, pero espero que
eso sólo te ponga más húmeda. Sé una buena chica y no discutas. Me
aseguraré de recompensar tu paciencia.
Un escalofrío se abrió camino bajo mi caro vestido. Nunca había
recibido un mensaje como ese. Nunca. Y no era para mí. Me imaginaba
a la afortunada mujer deseando su recompensa. Traté de borrar el
mensaje, realmente lo hice. Pero después de veinticuatro años de estar
escondida lejos de los chicos, no pude evitarlo.
Mi respuesta fue completamente ridícula.
Needle&Thread: Me temo que usted está hablando con una monja
que no entiende nada de consejos sexuales y de sugerencias no tan
sutiles. La paciencia para mí es el pago después de esperar a que salga
un pudín de chocolate del microondas. Mojarme para mí es el breve
disfrute de una ducha antes de la ardua labor de mi trabajo. Si su
intención era ponerme a mí (una desconocida que podría ser su suegra o
una artrítica de ochenta años de edad) húmeda y paciente, tal vez podría
sobornarme con cariños, un baño caliente y una noche sin trabajo,
entonces tal vez voy a obedecer y “merecer” su insinuación velada de
placer. (Por cierto... si no lo ha adivinado, es un número equivocado.)
Y así comenzó un error que no tenía ninguna intención de parar.
Gemí en voz baja, sin dejar de sufrir un oleaje de vergüenza. No
tenía ni idea de dónde venía la frivolidad. No era una monja, pero no
estaba muy lejos. Gracias a los dos hombres permanentes en mi vida,
salir en citas era un evento raro.
Una modelo curvilínea paseaba sin esfuerzo por la pasarela en mi
creación favorita de encaje color crema, collar de estilo victoriano y
polisón exterior. Tenía la intención de dirigir la tendencia de una
reaparición de la moda histórica.
—Ese se vería mejor en ti. —La voz ronca de Vaughn atravesó la
música elegante.
Negué. —No es posible. —Bajando la mirada a mi pequeño busto
y a la estructura excesivamente delgada, gracias a mi carrera obsesiva,
añadí—: Necesitas feminidad para llevar un corsé así. Soy una vieja
verde.
—Sólo porque te ejercitas demasiado.
Sólo porque te tengo a ti y a papá impidiéndome hacer ejercicio en
forma sexual. No creía en auto complacerte... correr era mi única
esperanza de soltarme.
La modelo giró en su lugar, arremolinando su cola antes de
desaparecer hacia la pasarela. Sufrí un momento de envidia. Sería
bueno tener tetas y caderas.
Los fuertes dedos de Vaughn agarraron mi barbilla, apartando mi
mirada fija sobre la modelo pavoneándose, guiando a mis
indescriptibles ojos color avellana hacia sus vibrantes ojos color
chocolate. —Vamos a salir esta noche. Y visitar clubes nocturnos de
Milán. —Las luces bajas alrededor de la pasarela hacían que su piel
brillara con un oscuro bronceado natural. Su pelo negro azulado era la
única cosa hermosa que compartíamos. Grueso, lacio y tan brillante
que la gente decía que era como mirar en un cristal negro.
Mi única gracia.
Ah, y mi habilidad para coser.
Y coquetear con un extraño en un dispositivo impersonal.
Mi teléfono zumbó, un recordatorio de que mi bandeja de entrada
tenía algo delicioso de leer para mí. Y sería delicioso.
Maldita sea. El impulso de mirar casi rompió mi autocontrol.
¿Qué demonios estaba haciendo enviándome mensajes? No sabíamos
nada el uno del otro. No compartiámos nada más que fantasías sucias.
Mi mente una vez más saltó de nuevo a los primeros intercambios de
mensajes.
Kite007: Mierda, ¿eres una monja? Lo siento... ¿cuál es el término
correcto para dirigirme... hermana? Pido disculpas por el mensaje
enviado de forma incorrecta. A pesar de su piadosa perfección y defensa,
ha deducido correctamente. De hecho, fue muy sexual. La mujer en mi
mente nunca sería bienvenida en una santidad como la suya.
No había tenido ninguna respuesta a eso, pero él me había
enviado otro veinte minutos más tarde.
Kite007: Hermana... necesito absolución. Me encuentro consumido
con la imagen de una monja sexy desnudándose y metiéndose en un
baño caliente con salsa de chocolate en sus labios. ¿Eso me hace el
diablo, o usted está haciendo calentarme por alguien que no debería?
Por primera vez en mi vida, sentí la emoción de poder y
necesidad. Este hombre desconocido se calentaba por mí. Respondió en
base a lo que envié. Estuvo en lo cierto acerca del rubor, pero sólo
porque estaba protegida, no porque había decidido vestirme con el
atuendo blanco y negro por el resto de mi vida. Yo provenía de una tela
arco iris; Bebí tinta textil como leche materna. Aprendí a coser antes de
que pudiera caminar. Nunca podría llegar a ser una monja, debido,
puramente, a las opciones de moda aburridas.
Mis dedos temblaban mientras enviaba un mensaje de vuelta.
Needle&Thread: Estoy ruborizada pero sucede que estoy usando
algo mucho más interesante que el blanco y negro o un atuendo aburrido.
No tenía ni idea de lo que me hizo responder. Nunca fui tan
atrevida y él estaba tomado, obviamente. Había estado enviándole
mensajes a una chica.
Kite007: Ah, mira... no puedes decir cosas como esas a un
completo desconocido que por error envió un mensaje a una monja
caliente que no cumple con el código de vestimenta elegido por Dios.
Dime.
Needle&Thread: ¿Decirte qué?
Kite007: ¿Qué llevas puesto?
Y ahí fue donde me asusté. Podría ser un pervertido de noventa
años de edad, que había rastreado mi número de uno de mis desfiles
para acecharme. Nada era lo que parecía en el mundo de hoy, debería
saberlo. Creo ropa que permanece unida puramente por un milagro.
Por no hablar de que mi padre mataría a quienquiera que fuese.
No era exactamente tolerante, mi cariñoso y querido anciano padre.
Needle&Thread: Espero que encuentre a la persona que trataba
de contactar. Disfrute de su noche de tortura sexual. Adiós.
Cerré mi teléfono e hice exactamente lo que había dicho. Calentar
un pudín de chocolate y meterme en un baño caliente. Sólo para ser
interrumpida por una respuesta.
Y otra.
Y otra.
Perdí la cuenta de la cantidad de mensajes que recibí. Me las
arreglé para ignorarlo durante cinco horas, pero entonces mi alma
inocente se corrompió por un hombre al que nunca había conocido.
—¿Qué dices? —Vaughn frunció los labios, acentuando su
mandíbula bien formada y pómulos redondeados.
Parpadeé, destrozando los recuerdos de coqueteo telefónico,
vertiéndome de nuevo en el caluroso lugar lleno de adictos a la moda.
—¿Eh?
—Esta noche. Tú. Yo. Una botella de tequila y algunas malas
decisiones. —Mi hermano rodó los ojos—. No voy a tenerte encerrada en
tu habitación de hotel sola, no después de un espectáculo como este. —
La voz de Vaughn engatusaba, su cara—una mezcla entre un joven con
cara de querubín y un hombre rompecorazones—implorando. Nunca
podría decirle que no. Al igual que un sinnúmero de otras mujeres. No
ayudaba que fuera el heredero de una empresa textil que estuvo en
nuestra familia desde el siglo XV y un buen partido en serio.
Teníamos linaje.
Historia.
El vínculo entre el pasado y el presente. Sueños y requerimientos.
Libertad y obligación. Teníamos un montón de ello y el peso de lo que se
esperaba de mí, me hundía cada vez más y más en el suelo.
—Ni tequila. Ni clubes nocturnos. Déjame descansar en paz.
Necesito un poco de calma después del agitado día que he tenido.
—Tanto más para ensuciarte en una pista de baile. —Vaughn me
agarró del codo, tratando de girarme alrededor en un complicado paso
de baile.
Me tropecé. —Quítame tus manos sucias de encima, V. —Vaughn
era el único que no heredó un apodo basado en la industria que
consumía no sólo nuestras vidas sino la de nuestros antepasados
también.
—Esa no es forma de hablarle a tu hermano, Threads.
—¿Qué es esto? ¿Mis dos hijos peleando?
Rodé los ojos cuando la distinguida silueta de mi padre apareció
entre la multitud de compradores, diseñadores y aspirantes a estrellas
de cine ahí para presenciar la nueva temporada de la moda en Milán.
Sus ojos de color marrón oscuro se arrugaron mientras sonreía. —
Felicidades, cariño.
Vaughn me dejó ir, renunciando a su abrazo de hermanos para
un apretón paternal. Mis brazos se escabulleron hacia el centro
tonificado de mi padre. Archibald Weaver todavía tenía la firma Weaver,
espeso pelo negro con la columna recta, mente aguda y un hermoso
rostro fuerte. Sólo se hacía más atractivo con el paso de los años.
—Hola. No creo que hayas llegado a tiempo. —Apartándome,
inhalé su fuerte perfume. Deseé que mamá estuviera todavía alrededor
para verlo evolucionar de padre distraído al fantástico sistema de apoyo.
Nunca supe por qué no fuimos cercanos cuando era joven. Él había sido
amargo, de mal humor y... perdido. Pero nunca había agobiado con lo
que le preocupaba a Vaughn o a mí. Seguía siendo un estricto padre
soltero, criándonos sin madre desde los once años de edad.
—Me las arreglé para conseguir un vuelo temprano. No podía
faltar a tu espectáculo principal.
Otro mensaje llegó, la vibración particularmente violenta. Me
estremecí y bloqueé todos los pensamientos del hombre sin nombre
tratando de llamar mi atención.
—Me alegro. Sin embargo, todo lo que vas a ver es a tu hija
arrastrando los pies por la pasarela, eclipsada por hermosas modelos y
luego cayéndose al final.
Mi padre se rio, su ojo crítico viendo detenidamente mi vestido. —
Corsé, tul y el nuevo material galáctico de medianoche—dudo que
alguien te opaque.
—Ayúdame a convencerla para que se una a mí esta noche. Todos
podríamos salir juntos —dijo Vaughn.
Grandioso. Otra noche con dos hombres—de los cuales a ninguno
puedo evitar para adquirir una verdadera relación.
A menudo me sentía como un gatito criado por dos tigres. Nunca
me dejaron crecer. Nunca permitieron que mis propias garras se
formaran o que mis dientes se afilaran.
Mi padre asintió. —Tu hermano tiene razón. Ya han pasado unos
meses desde que estuvimos juntos. Vamos a hacer una noche de ello.
Algunos de tus mejores trabajos están en exhibición. Me has hecho muy
orgulloso, Nila y es el momento para celebrar.
Suspiré. Mirando por encima de su hombro, vi a la última modelo
desaparecer en los bastidores, la cola del vestido de estrellas de plata y
organza de seda lucía como si hubiera caído del cielo.
Esa es mi señal.
—Bien. Suena maravilloso. Nunca puedo decir que no a mis dos
hombres favoritos. Permítanme terminar con esto y luego voy a
relajarme. Promesa. —Me estiré y lo besé en su fina mejilla—. Mantén
tus dedos cruzados para que no tropiece y arruine mi carrera.
Sonrió, metiéndose en el personaje mucho más amado y conocido
de Tex, abreviatura de textiles, un apodo que él ha tenido toda mi vida.
—No necesitas suerte. ¡A por ellos! —Sus ojos marrones se
desvanecieron. La melancolía que me acostumbré a ver se lo tragó
entero, escondiendo su espíritu jovial. Era su maldición. La nuestra. De
todos nosotros.
Desde que mamá se divorció de él y desapareció, nunca fue el
mismo.
Vaughn besó ligeramente mi mejilla. —Te ayudaré a llegar a
través de la multitud.
Les sonreí a los dos hombres más importantes en mi vida, antes
de zigzaguear a través de la multitud de cuerpos a la pequeña escalera
al lado de la pista.
La organizadora, con su auricular, rizos rubios frenéticos, y el
cuaderno doblado, chilló cuando sus ojos se posaron en los míos. —¡Ah!
Envié a los ninjas para encontrarte. Te toca. Como ahora.
Vaughn se rio entre dientes. —Te esperaré aquí. —Se desvaneció
en el organismo vivo que era la multitud hambrienta de moda,
dejándome a merced de Rizos Rubios.
Agrupando la cola desbordante de mi vestido, subí las escaleras,
esperando contra todo pronóstico que no iba a desmayarme. —Sí. Lo sé.
Es por eso que estoy aquí.
—Gracias a Dios. De acuerdo, párate aquí. —Me movieron hasta
que quedé impecable—. Daré la señal en treinta segundos.
La chica no podía ser mucho más joven que yo. Acababa de
celebrar mi vigésimo cuarto cumpleaños, pero después de salir de la
escuela a los dieciséis para seguir los pasos de mi familia y nutrir mis
habilidades como diseñadora, me sentía mucho más vieja, gruñona, y
con menos ganas de agradar.
Me encanta mi trabajo. Me encanta mi trabajo.
Y era cierto. Amaba mi trabajo. Quería transformar el tejido liso,
conseguido de mi padre, en obras de arte gracias a los accesorios, joyas,
sedas y diamantes importados por mi hermano cuando no estaba
modelando. Éramos un verdadero negocio familiar. Que amaba y que
nunca cambiaría.
Era la mirada del público lo que odiaba. Siempre había sido una
persona hogareña. En parte por elección, en parte porque mi padre
nunca me dejó salir en citas.
Hablando de citas...
Mis dedos picaban por agarrar mi teléfono, para disfrutar de una
fracción de coqueteo.
La chica asintió, presionando su auricular con fuerza a su oído.
—Entendido. Enviándola ahora. —Tendiendo su mano, añadió—: Ven.
Tu modelo final está lista. Entra en la pasarela.
Asentí, recogiendo el material grueso negro del vestido que llevaba
plumas y piedras preciosas. Totalmente poco práctico. Completamente
de alta costura. Una pesadilla sangrienta para usar, pero el efecto de
plumas suaves y el destello tenue de diamantes negros favorece mejor a
mi pelo que cualquier otro color.
Algunos decían que el color era lo que hacía tu estado de ánimo.
Yo decía que el negro protege.
Me daba la fuerza y la audacia donde no tenía ninguna. Concedió
sexualidad a una mujer que había sido protegida durante toda su vida
por un padre sobreprotector y su tremendamente posesivo hermano.
Si no hubiera sido por Darren y una noche en la que bebí
demasiado, seguiría siendo virgen.
Tomando mi lugar en el medio de la pasarela, sonreí con fuerza a
la modelo elegida para llevar mi pieza central.
Mi corazón se agitó, enamorándose, como siempre lo hacía, con la
prenda que había creado íntimamente con adoración. Envuelto
alrededor de la estructura de talla cero de la chica y brillando en las
luces de baja intensidad de la sala llena, el vestido era revolucionario.
Mi carrera llegaría a nuevas alturas. No era el orgullo brillando en mi
corazón, era alivio. Alivio de que no decepcioné a nadie, incluyéndome a
mí.
Lo había hecho.
A pesar de mis nervios, había hecho lo que siempre había
necesitado y tallado un nombre para mí a pesar de la enorme herencia
del nombre de los Weaver y el imperio.
Mi colección era mía.
Cada elemento desde bolsos hasta zapatos y bufandas era mío.
Nila.
Sólo mi nombre de pila. No quería utilizar el poder de nuestro
legado. No había querido decepcionar a nadie en caso de que fallara.
Pero ahora quería secuestrar mi éxito y atesorarlo. Lo cual era
completamente injusto porque mi papá y mi hermano eran una parte
tan importante de mi negocio tal como yo.
La habitación acalló con anticipación ya que la música cambió de
latino a sinfonía. Un gran foco nos empapó en rayos dorados.
Mi ritmo cardíaco explotó mientras tomaba la mano de la modelo,
destellando una sonrisa rápida. Su cabello rubio como cascada brilló
con el oro en los filamentos trenzado.
Emparejábamos perfectamente en altura, deliberadamente
colocadas juntas para el impacto final. Moviéndonos hacia adelante en
zapatos de miles de dólares, caminamos el tramo final.
Mi conjunto negro activó el oro, amarillo, y naranja quemado de
sus capas sobre capas. Parecían brasas crepitantes y fuego donde
estaba el carbón donde surgía. Éramos la puesta del sol del
espectáculo. Las consentidas de Milán.
Profundo silencio. Luces brillantes. Inmensa concentración a
permanecer de pie.
El resto se convirtió en un borrón. No había viajes, o tambaleos, o
ráfagas de horror. Cámaras cliqueando, alabanzas murmuradas, y
luego se acabó.
Un año de trabajo duro envuelto en un desfile de dos horas.
El final de la plataforma se convirtió en un mar de pétalos y flores
esparcidas llenas de elogios. Nuestras brasas y fuego soportaron la
presencia de flashes de cámaras, dando la bienvenida a los ojos
codiciosos a mirar fijamente.
Diez minutos de pie e inundada en la alabanza. El vértigo
entorpeció mi cuerpo mientras mi mirada se posó en mi padre y mi
hermano. Sabían que esta parte era la más difícil para mí. Sabían que
mi corazón palpitaba rápido y la enfermedad rodaba. El estrés nunca
estuvo bien con mi sistema.
El vértigo era difícil de diagnosticar, pero momentos como estos,
donde la locura del pasado año culminaba con aún más plazos en el
horizonte, reconocí cada síntoma de tambaleo y debilitada visión. Me
sentía borracha... Quería estar borracha, a pesar de que no había tenido
alcohol en siete años.
Tragando el aturdimiento, saludé y me incliné y sonreí antes de
llegar a mi límite. Apretando los dientes, casi me caí por las escaleras
en la parte delantera de la pista directo a los brazos de Vaughn.
Me alzó en brazos dándome una forma equilibrada firme de
agarre. —Respira. Pasará.
Sacudiendo la cabeza, parpadeé, ahuyentando el miedo en mi
sangre y la debilidad de una enfermedad incurable. —Estoy bien. Sólo
déjame ir por un segundo.
Hizo lo que le pedí, dándome espacio. La multitud se quedó detrás
de su pequeña barricada dejándome succionar el tan necesitado
oxígeno. Mi teléfono sonó de nuevo y esta vez... No podía ignorarlo.
Tirando de mi alterado escote de plumas, desbloqueé la pantalla y
me di el gusto.
Kite007: No he tenido un mensaje de ti en un par de días. Si no
envías uno inmediatamente, voy a tener que rastrear tu nombre y
ubicación e ir azotarte.
Mi estómago se revolvió ante la amenaza. Nunca había insinuado
un encuentro... no después de mi error de pedirle salir y su flagrante
rechazo.
Kite007: Todavía no hay respuesta. Si las amenazas de daño
físico no te harán responder, tal vez la visualización mental de mí
acariciándome a mí mismo al leer algunos de los mensajes antiguos te
persuadirá.
Mi centro se apretó. ¿Tenía placer consigo mismo pensando en
mí? Un extraño tocándose a sí mismo no debería proporcionarme
emoción.
Kite007: Mi monja traviesa, no sé lo que estás haciendo, pero me
he deshonrado a mí mismo al venirme por toda mi mano con el
pensamiento de ti desnuda y untada en chocolate. Espero que estés feliz.
—¿Qué estás leyendo? —Vaughn miró por encima de mi hombro.
Mis mejillas se encendieron y limpié la pantalla de evidencias que
a pesar de las mejores intenciones de él y de mi padre, me las arreglé
para encontrar un hombre interesado en hablar de sexo conmigo. No
podía esperar a estar en privado para responderle a Kite que parecía
más... abierto. Tal vez podríamos hablar de cosas reales y no sólo cosas
sucias.
—Nada.
Vaughn frunció el ceño, y luego una gran sonrisa iluminó su
rostro. —¿Adivina cuántos pedidos?
Mi cerebro no podía pasar de querer desesperadamente de
responder a Kite a una conversación normal. —¿Pedidos?
Levantó las manos. —¡En serio! Tu colección. A veces me
preocupo por ti, Threads. —Sin dejar de sonreír, añadió—: Tu colección
de Fuego y Brasas tiene pedidos de las principales cadenas de
distribución en Europa y América, y la línea de alta costura se
encuentra actualmente en una guerra de ofertas por exclusividad entre
una boutique de Londres y París. —Rebotó con felicidad,
contaminándome con energía—. Te dije que esta era tu entrada. Has
cimentado tu nombre. Nila será usado por celebridades de todo el
mundo en sus estrenos de alfombra roja.
Bajó la voz. —Eres tu propia dueña, hermana. Eres más que una
Weaver. Eres tú, y estoy tan malditamente orgulloso de lo que has
logrado. —La intuición gemela siempre había sido fuerte, mostrando lo
mucho que entiende sin que yo tenga que expresarlo.
Las lágrimas brotaron de mis ojos. Vaughn no se ponía
sentimental a menudo, por lo que su alabanza era un puñal bien
colocado en mi autocontrol. Esta vez no pude detener la sonrisa
rompiendo mis defensas o mi corazón brillando con logro. —Gracias, V.
Eso significa…
—Nila.
Di la vuelta para enfrentar a mi padre. En vez de la sonrisa y la
mirada de amor que esperaba, permanecía frío y feroz. Mi estómago se
tensó, sintiendo que algo andaba mal. Tan, tan mal. Era la misma
mirada que tiene cuando pensaba en mamá. La misma mirada de la
que me acostumbré a odiar y huir.
—Papá... qué… —No estaba solo. Mis ojos fueron del planchado
esmoquin de mi padre hacia el hombre alto y esbelto junto a él.
Santo infierno, quien rayos…
Pensamientos murieron como cometas sin viento, ensuciando mi
mente con estúpido silencio. Era un desconocido. Pero sentí como si lo
hubiera visto antes. Era un misterio. Pero sentí que ya sabía todo sobre
él. Dos extremos... dos confusiones.
—Nila, quiero presentarte a alguien. —La mandíbula de mi padre
se marcó, las manos apretadas en puños con los nudillos blancos—. Se
trata de Jethro Hawk. Es un gran fan de tu trabajo y le gustaría salir
contigo esta noche para celebrar tu éxito.
Quería frotarme los ojos y comprobar mi audiencia. Desde el día
de mi nacimiento, mi padre nunca me presentó a un hombre. Nunca. Y
nunca había mentido tan obviamente. Este hombre no era un fan de mi
trabajo, aunque tiene un sentido de la moda increíble . Tenía que ser un
modelo masculino con su estatura, pómulos envidiosos, y
perfectamente peinado cabello canoso. Su piel blanca era impecable, sin
arrugas o manchas. Se veía siempre joven, pero supuse que tenía
menos de treinta años, a pesar de que su cabello canoso hablaba de la
sabiduría más allá de sus años.
Sus manos estaban ocultas en los bolsillos de un traje de carbón
oscuro con una camisa color crema abierta en el cuello y un alfiler de
diamantes perforando la solapa de la chaqueta.
—Tex, ¿qué estás… —la voz de Vaughn era tranquila, pero
posesiva. Mirando a Jetro, permaneció cortés, ofreciendo su mano—.
Mucho gusto, señor Hawk. Le agradezco su interés en el talento de mi
hermana, pero mi padre está equivocado. Esta noche ella no está
disponible debido a un compromiso familiar.
Habría sonreído si mi estómago no se anudara mientras los dos
hombres se evaluaban entre sí.
Jethro tomó lentamente la mano de mi hermano, agitando una
vez. —Un placer, estoy seguro. Y, a su vez, puedo apreciar su interés en
mantener su acuerdo previo con su hermana, pero qué lástima. Su
generoso padre me ha permitido el disfrute de arruinar sus planes y
robarla. —Su voz susurró a través de mi vestido, enviando escalofríos
por mi espina dorsal. Su acento era inglés, igual que el mío, pero un
poco más recortado. Sonaba pícaro pero elegante a la vez. Refinado pero
tosco.
Mi hermano no estaba impresionado. Su frente se arrugó.
—Espero que eso no vaya a ser un problema, señor Weaver. He
oído hablar mucho de usted y su familia y odiaría que le haya
molestado. —Los ojos del señor Hawk aterrizaron en los míos,
capturándome en una jaula de oro y lirios de potencia sin esfuerzo—.
Sin embargo, he oído más sobre su hermana. Y no tengo ninguna duda
que será un placer haberla conocido.
Tragué saliva. Nadie me había hablado de esa manera, sobre todo
delante de mi padre. ¿Quién era este hombre? ¿Por qué su mera
existencia me llenaba de calor y frío y conciencia y miedo?
—Escucha —bramó mi padre. Me tensé, lista para la furia de la
que sabía que era capaz, pero sus labios automáticamente se cerraron y
el fuego en su mirada no entró en erupción. Tragando saliva, terminó—:
¿Supongo que mis obligaciones están completas?
Jethro asintió, un mechón de pelo rozó su frente. —Supones
correctamente.
El miedo se convirtió en pánico. ¿Obligaciones? Dios mío, ¿papá
está en algún tipo de problema? Agarré su manga. —Papá. El
espectáculo ha terminado. Vamos a ir por ese trago. —Miré a Vaughn,
maldiciendo mi corazón agitado, combinando y conciliando las
emociones que chocaban en el interior.
Mi padre me acercó, presionando un solo beso en mi mejilla. —Te
amo, Nila, pero te he mantenido para mí durante el tiempo suficiente.
El señor Hawk ha preguntado si puede salir contigo esta noche. Estuve
de acuerdo. Vaughn y yo podemos esperar hasta otro momento.
No dijo—solo si lo deseas, por supuesto. Sonaba más como una
sentencia en lugar de la libertad para salir en una cita. ¿Por qué este
hombre? ¿Por qué ahora?
Vaughn se movió más cerca. —Tex, ya teníamos planes. No
podemos…
Mi padre miró a mi hermano, su mirada pesada con inexpresiva
ira. —Los planes cambian, V. Ahora dale a tu hermana un beso de
despedida. Ella se está yendo.
—¿Estoy? —Di un paso hacia atrás, agarrando mi teléfono. No se
podía negar que Jethro Hawk era guapo y parecía ser exitoso a juzgar
por su vestimenta, pero si se me permitía salir en una cita, quería a
Kite007, no a este frío extranjero.
—Estás. —Jethro extendió su mano, su mirada me atrapó con
más fuerza en su jaula de oro—. Te voy a llevar a un lugar especial.
—No va a ninguna parte con usted a menos que ella quiera,
imbécil. —Vaughn inflando el pecho, colocó una mano en mi espalda
baja—. Tex… díselo.
Mis ojos volaron a mi padre. Lo que existía en su mirada envió
chisporroteantes heladas a través de mi sangre. Tenía los labios
apretados, los ojos brillantes y un poco vidriosos. Sin embargo, sus
mejillas estaban oscuras por la rabia. Miraba amenazante al señor
Hawk. —He cambiado de opinión. Esta noche no.
Vaughn resopló, asintiendo en acuerdo. La sopa espesa de
testosterona masculina ahogaba mis pulmones.
Jethro sonrió fríamente. —Me ha dado su palabra, señor Weaver.
No hay vales. —Apuntando su aguda sonrisa en mi dirección,
ronroneó—: Además, la señorita Weaver y yo tenemos mucho de qué
hablar. Es hora de que nos conozcamos y esta noche es la noche.
—Disculpen mientras todos pelean por mí. Pero, ¿qué pasa con lo
que quiero? —Me crucé de brazos—. Estoy cansada, con exceso de
trabajo, y sin humor para la entretención. Gracias por su interé s,
pero…
—No hay peros, señorita Weaver. Se ha arreglado y discutido.
Usted vendrá conmigo porque es la única forma en que su noche va a
terminar. —Jethro bajó la cabeza, mirándome desde debajo de su
frente—. Te prometo que tendrás un buen tiempo. No soy un peligro...
¿de verdad crees que tu padre me permitiría llevarte de otra manera?
Frialdad grabada en su mirada.
La indiferencia susurraba desde su postura.
El cálculo irradiaba de cada uno de sus poros.
Nunca me había sentido tan intimidada o tan íntimamente
desafiada.
Mi padre podría haber permitido esto, pero no lo justificó. De
alguna manera, Jethro había logrado lo inalcanzable y convenció a mi
padre que era el material para salir. Si él podía manipular a Archibald
'Tex' Weaver, yo no tenía ninguna posibilidad... y sin embargo... a pesar
de la arrogancia y la fachada fría, me intrigaba.
Mi padre me mantuvo cautiva toda mi vida. Este era el primer
hombre enfrentándose a él y concediendo un atisbo de libertad.
El miedo desapareció, dejando un destello de interés. Si este era
el único hombre con el que podía pasar una noche a solas, lo tomaría.
Me gustaría practicar mis habilidades de coqueteo inexistentes y hacer
crecer mi confianza para que pudiera pedir salir a Kite007 de nuevo. Y
la próxima vez, no aceptaría un no por respuesta.
Tragando, puse mi mano suavemente en el señor Hawk. Su toque
era tan fuerte y tan frío como su apariencia. Me quedé helada cuando
sus dedos se apretaron alrededor de los míos, tirándome hacia
adelante. —Buena decisión, señorita Weaver. Espero poder llegar a
conocerte mejor.
Mis pulmones arrastraron su olor a cuero y madera. Las palabras
me abandonaron.
El espectáculo desapareció junto con mi preocupación y
pensamientos de Kite007. Atrás quedó el deseo de volver a una
habitación de hotel vacía. Este hombre era peligro puro, y yo nunca
había mostrado todo excepto seguridad. —Y a usted, señor Hawk —
murmuré.
Mi cita sonrió, transformando su rostro apuesto a despiadado. —
Por favor, llámame Jethro. —Cambiando nuestro apretón de manos a
agarrón, me tiró hacia adelante, lejos de mi familia, lejos de los hombres
que había conocido toda mi vida, y hacia un futuro del que no tenía
conocimiento.
La mano de Vaughn cayó de la parte baja de mi espalda.
No miré hacia atrás.
Debería haber mirado hacia atrás.
Nunca debí haber puesto mi mano en la de un monstruo.
Ese fue el último día de libertad. El último día de la mía.
Individualidad y exclusividad, hubo una vez en que esas dos
palabras fueron tan valiosas. Había sido criada por un padre rudo pero
justo y un hermano con el que me casaría si no fuera incesto, que creía
que era única, diferente, nunca antes creada.
Odiaba que me mientieran.
Odiaba aún más creer esas mentiras hasta que la verdad decidió
venir por mí.
Al final, nunca fui una persona; era una posesión para
intercambiar.
Nunca fui única; alguien vivió mi vida muchas veces antes, nunca
libre, nunca en totalidad.
Mi vida nunca fue mía.
Mi destino ya estaba escrito.
Mi historia comenzó la noche en que vino por mí.
3
Jethro
Traducido por Julieyrr
Corregido por Mae

Fue demasiado fácil.


La había robado justo ante su padre y su hermano. La había
tomado sin derramamiento de sangre o huesos rotos.
El poder no era amenazas o enfrentamientos incivilizados. No era
fuerza bruta o argumentos duramente ganados.
El poder era sostener algo tan absoluto, que un hombre haría lo
que decía, maldiciendo tu propia alma todo el tiempo. El verdadero
poder no era ejercido por las pandillas o los gobiernos hablando
fuertemente.
El verdadero poder. El poder ilimitado, de sólo unos pocos
agraciados. Daba a los pocos afortunados la habilidad, la nobleza, de
ser cortés y educado. Todo mientras mantienen sus malditas bolas en
sus manos.
Archibald Weaver era un ejemplo de ello.
Sacudí mi cabeza, sin creer cómo el llamado enemigo de mi
familia me entregó a su única hija. La misma hija que había visto en los
tabloides como una estrella de diseñadores en ascenso. La misma
descendencia que nunca fue fotografiada con un hombre de su brazo o
vista a escondidas fuera de un restaurante con un amante oculto. Él
quería matarme. No tenía ninguna duda de que trataría de matarme.
Pero fracasaría.
Justo como fracasó en protegerla.
Porque no tenía jodido poder.
Todo lo que tomó fueron dos frases y Nila pasó de ser suya a mía.
Un escalofrío recorrió mi espina dorsal, recordando el escalofrío cuando
le toqué el hombro. Sus ojos oscuros habían sido fríos pero acogedores,
creyendo que era un extraño allí para felicitarlo. Todo eso cambió
cuando extendí una tarjeta de negocios negra con grecas y le dije—: El
tiempo está cerca para pagar tus deudas. Tu pasado te ha encontrado y
no habrá paz hasta que ella sea nuestra.
Sus ojos pasaron de fríos a brillar con horror y rebelión. Sabía
todo lo que hice. Sabía que sólo había una cosa que podía hacer, sin
importar que eso rompiera su corazón.
Este era su destino. El destino de ella. El destino de ellos. Había
sido escrito y comprendido al momento en que preñó a su esposa.
Él conocía las consecuencias y también conocía el poder que
controlábamos. Sin importar su falta de voluntad y terror, no había otro
curso de acción.
Sin una sola palabra, me ofreció a su hija y puso su vida en mis
manos. No le había creído a mi padre cuando dijo que iría así de bien.
Después de todo, nada de esto tenía sentido. Pero lo tenía. Y estaba
hecho. Y ahora… era todo sobre mí.
Mi educación comenzó hace un mes. Me habían hablado de mis
próximas tareas, dado lecciones de historia de cobros de deudas
pasadas. Pero yo era tan nuevo en esto como ella.
Veníamos de generaciones entrelazadas de la misma innegociable
manera.
Ahora, era nuestro turno.
Y tendríamos que aprender juntos.
Miré a mi conquista. Dejando ir su mano, se deslizó a mi lado
envuelta en tinieblas. No necesitaba un reclamo físico sobre ella ahora
que estaba fuera, sola. ¿Era confianza en el juicio de su padre o su
estupidez?
De cualquier forma, sería la última persona que ella vería alguna
vez.
4
Nila
Traducido por Miry GPE
Corregido por Laurita PI

Aspiré una gran bocanada del aire fresco de Milán cuando


salimos del edificio ornamentado, donde se celebró el desfile de moda.
Para ser el fin del verano, la temperatura oscilaba en frío en vez de
calor. La noche finalmente reclamó el día. No oscurecía hasta las diez
de la noche, por lo que era tarde para mí. En este momento de la noche,
normalmente estaría enterrada bajo un montón de algodón con un lápiz
de tiza y tijeras, decidiendo cuál sería mi siguiente creación.
La frialdad se disparó a través de mi sangre —no por la brisa
fresca, si no por él. El hombre silencioso y tétrico, caminando en
silencio a mi lado.
¿Quién es él? ¿Y por qué no confío para nada en él?
Estudiándolo con mi visión periférica, parecía desprender dos
personajes. Uno, un caballero cordial y bien vestido, que lucía como si
hubiera pasado a través de un agujero de gusano de algún siglo
antiguo. Y dos, un asesino que se movía como un bailarín, sólo porque
le enseñaron el arte de la guerra y el asesinato desde la cuna.
Ninguna palabra fue pronunciada. Sin coqueteo o pequeña
charla. Su silencio fue extrañamente bienvenido y odiado. Bienvenido,
ya que significaba que podía concentrarme en mi vértigo y no dejar que
el estrés me sobrepasara, odiado, porque quería conocerlo. Quería saber
por qué mi padre lo avaló y a dónde diablos me llevaba.
—No le creo —dije, mi voz cortando a través de la nítida noche
como la verdad disfrazada de mentira.
Incluso en la penumbra, con sólo farolas iluminando, sus ojos
eran brillantes y con un marrón claro que parecía de otro mundo. Su
ceja se elevó, pero ningún otro interés se mostró en su rostro. —¿Qué es
lo que no cree? —Él ondeó su brazo hacia la izquierda, indicándome
que fuera en esa dirección.
Mis pies se comportaron, tambaleándose con obediencia en los
tacones de terciopelo negro, pero mi cerebro se hallaba en un repentino
giroscopio vertiginoso. Me enfoqué fuertemente en el diamante que
brillaba en la solapa de Jethro. Encuentra un ancla. Sostente fuerte. Has
esto y estarás bien. El estúpido verso hizo eco en mi cerebro. Mi
hermano lo hizo cuando teníamos ocho años, después que me fracturé
el brazo al caer del último escalón de nuestro porche.
—Que convenciera a mi padre que usted es material para una
cita. —Sostuve la parte delantera de mi falda, deseando poder
cambiarme antes de caminar por Milán, en un vestido de alta costura—.
Usted lo sobornó o lo amenazó.
Tal como me amenaza con su silencio y sus atributos imponentes.
—Amenaza... interesante palabra. —Su voz ronroneó
positivamente. Colocando sus manos en los bolsillos, agregó—: ¿Y si lo
hice? ¿Qué diferencia hay? Aún está aquí, conmigo, sola. Peligroso,
realmente.
La acera decidió rodar bajo mis repentinamente inseguros pies.
Respira. Contrólate.
Las heroínas de libros eran retratadas como pintorescas y
amables si eran torpes. Tenía más moretones y raspones por caídas y
por chocar contra las cosas de lo que estaba dispuesta a admitir, y no
existía nada pintoresco al respecto. Era un peligro. Especialmente si
tuviera un par de tijeras de costura terriblemente afiladas en mis
manos y me levantara con mucha rapidez. Cualquiera en un radio de
dos metros estaría en peligro si mi cerebro decidiera tirarme
atropelladamente contra una pared.
También era un gran inconveniente cuando se enfrentaba a un
extraño prepotente que justo utilizó las palabras sola y peligroso.
—Peligroso no es una buena palabra —murmuré, permitiendo
que un poco de distancia física se abriera entre nosotros.
—Estúpida tampoco es una buena palabra, pero hizo eco en mi
mente.
Me detuve en seco. —¿Estúpida?
Jethro se deslizó hasta detenerse, luciendo tan culto y fuerte que
tuve un terrible impulso de arrancarle la chaqueta o despeinarle su
cabello. Era demasiado perfecto. Demasiado sereno. Demasiado
reprimido. Mi corazón dio un vuelco. ¿De qué exactamente se reprimía?
—Dice que amenacé a su padre ya que no hay otra explicación de
por qué se encuentra de pie aquí conmigo. Digo que si se siente de esa
forma, entonces es estúpida por aceptarlo. Fue usted quien tomó mi
mano, usted quien me siguió entre la multitud a las calles vacías. —
Inclinándose, sus ojos entrecerrados—. Estúpida, señorita Weaver. Muy
estúpida de hecho.
Debería sentirme insultada. Más allá de lívida al ser ridiculizada y
calumniada, pero no podía negar la idiotez de mi situación. Lo dije como
una broma, algo así, pero, ¿cómo podía ignorar la verdad brillando
intensamente en sus oscuras palabras?
—Tengo veinticuatro, señor Hawk, y usted fue el primer hombre
con el que mi padre estuvo de acuerdo en que podía pasar una noche a
solas. Si me hace estúpida el querer algo que me han negado toda mi
vida, entonces sí, supongo que soy increíblemente estúpida. Pero usted
acaba de demostrar que no importa cuánto quería yo la libertad, amo
más a mi familia, y no dije un adiós apropiado.
La repentina necesidad de ver a V y a mi papá me abrumó. Algo
morboso en mi interior me tentó con el horrible pensamiento que nunca
los volvería a ver. Sabía que era ridículo, pero no podía luchar contra el
impulso de irme.
Mirando a Jethro y su imponente silencio, tomé una respiración.
—Esto fue un error. Lo siento.
Recogiendo mi vestido, giré sobre mis talones y me dirigí hacia la
enorme puerta arqueada del pórtico. Gracias a Dios mi cabeza seguía
estando clara y mis pies no sufrieron tropiezos o caídas. Mi denso
vestido ondeaba por la prisa. Mi corazón dio un vuelco con ansiedad. No
tenía ninguna explicación lógica del por qué repentinamente tenía que
permanecer cerca de la gente de nuevo, pero no podía negar la fuerte
atracción hacia la familia.
Jethro no dijo una palabra. Se quedó cual estatua, orgulloso en la
oscuridad de la noche.
Con cada paso que daba, esperaba que me llamara o encontrara
alguna forma de detenerme. No parecía un hombre que aceptara un no
por respuesta. Pero sólo el silencio me siguió, empujándome más rápido
hacia la puerta.
Al momento en que entré por la pulida entrada, dentro del
enjambre de calor y voces, saqué mi teléfono de mi escote. Había una
persona en particular con la que quería hablar. Un extraño al que
nunca escuché o vi. Mi padre permitió una noche de libertad. No la
quería con Jethro, pero la quería con alguien más. Me sentía como
Cenicienta esperando que el reloj diera la medianoche.
¿Quizás Kite vivía cerca? El prefijo de su número indicaba que
vivía en el Reino Unido. Como yo. No era un largo vuelo para volver a
casa.
Viví en Londres durante toda mi vida, mudándome de la periferia
al centro de la ciudad hace cinco años. El imperio Weaver siempre se
estableció en Londres; directamente desde la concepción. Y
probablemente siempre lo sería; si el negocio continuaba en auge .
Abrí un mensaje para Kite007.
Needle&Thread: Lo siento, no respondí antes, estaba ocupada
cimentando mi carrera y la garantía de que tengo una vida de
servidumbre y de costura.
Suspiré, mirando las palabras. Sonaban quejumbrosas e ingratas,
lo cual no era yo. Además, la regla no dicha entre nosotros era que no
compartiéramos información personal. No sabía lo que hacía para
ganarse la vida, su nombre real o comida favorita. Los mensajes
sexuales eran un vacío sin fondo.
Lo que demuestra lo sola que estás.
Fruncí el ceño, borrando lo que escribí. No me hallaba sola. Tenía
el mejor apoyo familiar en el mundo. Sólo estaba... cansada. ¿Quizás
debería reservar unas vacaciones en algún lugar cálido? Algún lugar
donde no pueda coser, diseñar o dejarme absorber de nuevo en el
trabajo. Sonaba genial… pero había un problema. No quería ser la
solitaria alrededor de una piscina en una isla tropical. No quería comer
sola a la luz de las velas en la playa.
Lleva a Vaughn.
Sonreí. La gente ya susurraba que nuestra relación era
demasiado cercana. ¿Ir de vacaciones a una isla? Eso definitivamente
tendría a las columnas de chismes zumbando.
Mi corazón dolió por la única relación que tenía y lo superficial
que era. Tenía tantas cosas que quería decir:
Quiero conocerte.
Por favor, ¿podemos saltarnos las insinuaciones y sólo hablar?
Estoy en el Exclusivo Nila Carbón y Fuego en el corazón de Milán.
Quiero ir a tomar algo contigo.
Quiero llegar a conocerte.
No podía escribir nada de eso, ya que era contra las reglas. Las
reglas no dichas insinuadas por Kite. Sin detalles personales. Sin
compartir de más. Sin información de ningún tipo más que de sexo.
Malditas reglas. Maldita vida. Malditos hombres.
El fuerte olor de champán y la pausa en las risas me envolvieron;
mis dedos volaron sobre la pantalla.
Needle&Thread: Todo lo que puedo pensar es en ti y tu mano
errante. Estoy enojada contigo por venirte sin mí, pero a la vez no porque
te viniste mientras pensabas en mí. Tuve una larga noche y planeo
liberar mi tensión en el momento en que este sola.
Una sonrisa cínica curvó mis labios. Kite pensará que quise decir
autoplacer. En realidad quería decir subirme a la cinta de correr y
correr hasta que mis piernas se volvieran gelatina.
Mi teléfono cobró vida en mis manos, llamando mi atención a la
brillante pantalla.
Kite007: Mi errante mano y yo te extrañamos. Por larga noche te
imagino de rodillas sirviendo a Dios en oración. (Deja a un hombre
disfrutar del pensamiento sucio) Envíame un mensaje cuando te
encuentres sola. Puedo ayudar con la tensión.
Elevé la mirada. Las parejas paseaban; reuniéndose en grupos. La
moda fue el célebre punto culminante de la noche con invitados
vestidos en sus mejores galas. Pero eran las sonrisas y felicidad genuina
lo que hicieron que la noche brillara. Echaba de menos ser feliz. No me
había reído o sonreído correctamente desde que mamá se fue. Nunca
pude entender cómo nos podía amar tanto como proclamaba, y
después, apagar su corazón... justo así.
Cuando regresó de su desaparición para solicitarle el divorcio a
mi padre, lo arruinó. Total y absolutamente robó su corazón y lo hizo
pedazos en el suelo del vestíbulo.
Recordaba ese día. Recordaba pensar que regresó con un collar
tan bonito. Tan brillante, que me cegó cuando me lanzó besos mientras
salía por la puerta una última vez.
Desde ese día, tenía miedo del amor. Miedo del dolor que podía
causar y la facilidad con la que algo tan puro podía convertirse en algo
tan sucio.
La ira me llenó. La ira que rara vez me dejaba sentir. Nunca
admitiría el dolor que mi madre causó, pero fue la fuerza impulsora
detrás de mi naturaleza adicta al trabajo. Fue el catalizador de mi vida
que me convirtió en la mujer que era.
Sola. Temerosa. Enojada. Tan condenadamente enojada.
Deslicé mis dedos por el teclado, y envié un mensaje impulsivo.
Needle&Thread: ¿Y si no quiero estar sola? ¿Y si quisiera ayuda
físicamente en lugar de un texto sin sentido? ¿Me ayudarías entonces?
Probablemente no debí enviarlo. Ya sabía su respuesta. Pero,
¿qué había tan malo en mí que nadie quería enfrentarse a la ira de mi
padre y llevarme a tomar una copa? No tenía pechos, caderas o
experiencia... pero estaba dispuesta a aprender.
Jethro se enfrentó a él.
Fruncí el ceño, apretando mi teléfono. Ese hombre no contaba. Él
era tan aterrador como mi padre, y sus motivos no eran auténticos. Él
no quería escuchar mis historias de aflicción durante la cena. No se
hallaba ahí para cortejar. Quería algo más. Y eso fue lo que más me
dejó petrificada.
Kite007: Bien... ¿las bolas de quién robaste para escribir eso?
Sabes que eso no funciona conmigo. No soy un tipo al que le puedes
chasquear los dedos e iré corriendo.
El dolor laceró mi pecho, pero ya esperaba eso. Antes de que
pudiera responder, otro mensaje vibró.
Kite007: ¿Justo tenías que joderlo haciendo esto, no? ¿Qué
quieres de mí? ¿Un compromiso? ¿Una relación? Sabías de qué se
trataba. Pensé que te divertías obteniendo algunos orgasmos, al igual que
yo. ¿Por qué arruinar lo que tenemos?
Mi corazón, el mismo órgano inútil que nunca se enamoró, se
rompió por la agonía. Su ira fluyó desde mi teléfono, envenenando mi
mano debajo. Fantástico. La única interacción externa que tuve, se
terminó. Pero, ¿por qué su repentina crueldad?
Needle&Thread: Sólo hice una simple pregunta, pero saltaste a mi
garganta. ¿Cuál es tu problema? No me digas. Puedo adivinarlo. Eres
feliz sólo cuando estás a cargo. Pero, ¿adivina qué? Simplemente puedo
borrar tu número y nunca responderte de nuevo. Tú fuiste el que me
encontró, ¿recuerdas?
Respiraba con fuerza, encogiéndome sobre mi teléfono. No había
terminado. Fue refrescante el permitirme finalmente estar enojada.
Quería dejar salir todo antes de que pudiera controlarlo de nuevo.
Needle&Thread: Creo que necesitas venirte de nuevo, Kite. Tu
temperamento está completamente fuera de lugar y mal dirigido. Todo lo
que impliqué fue un encuentro. Una llamada telefónica. Quizás un beso si
nos llevamos bien en persona. ¿Por qué es tan difícil para ti? Te diré por
qué. Porque le tienes fobia al compromiso y eres un infiel.
—Felicitaciones por su colección, Nila. Estoy segura…
Miré hacia los ojos de una extraña. La mujer tenía labios llenos y
usaba sombra de ojos negra.
Se detuvo a media frase. —¿Está bien?
Odiaba su preocupación. Odiaba encontrarme como alguna
estúpida solitaria que podía hacer ropa exquisita pero nunca agraciar el
brazo de alguien. Ya no quiero estar aquí.
Necesitaba aire fresco. Necesitaba silencio.
A él.
La masculinidad silenciosa de Jethro Hawk de repente me
llamaba como un bálsamo refrescante después de un fuego ardiente.
Puede que me asuste, pero tenía un cuerpo al cual tocar y una mente
para explorar. Motivos o no—me quería por la noche. Y me sentía
temeraria.
—Sí, estoy bien. Discúlpeme. —Sosteniendo mi falda, esquivé
grupos de personas, en dirección a la salida. Mi teléfono sonó cuando
llegué a la puerta.
Kite007: No me llames así. Perdiste el derecho a llamarme de
cualquier forma al instante que cambiaste de tentadora a molesta. No soy
infiel ni le tengo fobia al compromiso. Y no es difícil para mí negar un
encuentro contigo, porque ya tengo una mujer para follar. Ya tengo
suficientes conexiones físicas y chicas estúpidas que me hacen
peticiones. Acabas de romper algo que no estaba roto. Felici -jodida-
ciones.
Mis fosas nasales se ensancharon. ¿Yo lo rompí? ¡No había nada
que romper! Todo esto fue un error. Sin saberlo, él tomó ventaja de una
perdedora rogando por amistad. Terminé con ser esa chica. Terminé con
vivir la vida en blanco y negro.
Quería color. Quería pasión. Y sólo había un hombre que podía
darme lo que quería esta noche. Lo usaría y tiraría —al igual que Kite lo
hizo conmigo.
Kite007: Si no lo sabías —ese fui yo cortándote. Actúas como una
mocosa. Ve y folla. Eso es lo que voy a hacer. ¿Quieres saber cosas sobre
mí? ¿Qué tal esto? La mujer a la que quería enviarle el mensaje cuando
por error te lo envié a ti, vendrá por su larga recompensa atrasada. No
me envíes un mensaje de nuevo. Masturbarme con tus respuestas
tímidas me aburrió. Ups, acabo de perder tu número...
Apreté mis dientes. Mi corazón retumbó. El dolor fue inundado
por la rabia enfurecida. ¿Cómo se atreve a romper conmigo? ¡Cómo se
atreve a herirme! ¿Cómo me atrevo a dejar que me hiera un pendejo que
nunca he conocido?
No me importaba. No me importa.
Pero me importaba.
¡Soy tan estúpida!
Al detenerme en el camino de entrada, mis manos temblaban,
sacudiendo mi brillante pantalla. La gente paseaba alrededor,
bordeando el enorme charco de material negro que era mi vestido. Me
encontraba de pie, rodeada, y sin embargo estaba sola.
Las lágrimas inundaron mis ojos, pero las contuve. Fue mi propia
estúpida culpa. Soy tan estúpida. Estúpida...
Envié mi mensaje final.
Needle&Thread: Cuando acabes sólo y sin amor, espero que
recuerdes este momento. No estás rompiendo conmigo. Yo rompo contigo.
Gracias a Dios no soy una monja, así puedo maldecir el suelo que pisas.
¿No quieres conocerme? Bien. Conseguiste tu deseo. He terminado.
(Espero que te masturbes tanto, que se te caiga la polla)
Girando, me coloqué frente a la puerta—la misma puerta que
conducía al hombre que era aterrador, frío y silencioso pero que era
real. Tenía dedos con los cuales tocarme y una boca que besar. ¿A
quién le importaba quién era? Yo podía ser estúpida y usarlo para mi
propia liberación.
Esta noche no drenaría la vida en una cinta de correr. Esta noche
me gustaría cabalgar a un hombre que me aterrorizaba en algún rincón
de mi alma. Esta noche me gustaría ser egoísta, malvada y cruel.
Esta noche... sería de Jethro.
5
Jethro
Traducido por Jadasa
Corregido por Mary Warner

Me senté sobre mi más reciente compra, descansando como una


sombra mecánica por la acera. Sin destello o brillo. Sin atraer o dar la
bienvenida. Esperó en negro silencio listo para cargar a la noche.
Dale sus opciones. No la hagas sospechar. Amenaza solo cuando
sea necesario. Por encima de todo, llévala sin causar atención.
Las reglas que mi padre me dijo, la mañana que me fui volando a
Milán, se repiten en mi cabeza. Estaba obedeciendo. A pesar de que me
encontraba jodidamente duro. Luchaba para equilibrar mi verdadera
naturaleza con la de un caballero educado, persuadiendo a una mujer
asustadiza a cenar.
Como si estaría interesado en una chica como ella. Tímida. Flaca.
Jodidamente protegida más allá de lo que era loco.
Agarrando el acelerador de mi motocicleta, ignoré las reglas de mi
padre, acechando el sitio y secuestrando a Nila Weaver en frente de
todos. Podía gritar, chillar, no haría una diferencia. Pero eso no
estaba permitido.
La otra opción era que simplemente podía irme a la mierda y
secuestrarla de su habitación de hotel.
Tiene que venir por su propia voluntad.
La voz de mi padre otra vez. Secuestrar era el último recurso.
Gruñí para mis adentros.
La dejé ir, no a causa de algo de decencia, o preocupación de lo
que le ocurriría a la felicidad de su familia, o incluso al próximo dolor
en su futuro. No, la dejé ir, porque era el hijo de mi padre y seguía un
plan. Pero también había una razón más profunda.
Yo era un cazador. Hábil tanto con el arco, flecha y la pistola.
Acechaba al más débil y cortaba sus gargantas cuando sucumbían a mi
puntería.
Pero a veces me gustaba... que escapen. Me gustaba darles una
pequeña ventana de seguridad, a la vez que cerraba la soga cuando no
lo esperaban.
Me gustaba jugar con mi comida.
La persecución era la mejor parte. Cazar era excitante. Y sabiendo
que tenía el poder de apagar la vida de Nila Weaver en el momento en
que la atrapé, me daba una cierta… emoción
Esa fue la única razón por la que me contuve y seguí las reglas.
No tenía secretos de por qué mancharía mis manos con su
sangre. No tenía venganzas o planes secretos perdidos. Todo lo que
sucedería era por un hecho sencillo e indiscutible.
Había una deuda que pagar. Y yo era el método de obtención.
Simple y llanamente.
Soy un Hawk. Ella es un Weaver.
Eso era todo lo que necesitaba saber.
Hace una semana, en la biblioteca, mientras bebía de una botella
de diez mil libras de coñac, mi padre procedió a contarme un poco de
nuestra historia. Me contó cosas espantosas. Cosas viles. Lágrimas
derramadas. Sangre derramada. Me contó lo que ocurrió con la madre
de Nila.
También me contó por qué todas las chicas primogénitas Weaver
tenían una mancha en su vida. Lo entendí. Lo acepté. Se me dio la tarea
de defender el honor de mi familia. Y tenía toda la intención de obtener
el pago tan meticulosa y muy dolorosamente posible.
No era a menudo que me daban la oportunidad de enorgullecer al
bastardo de mi padre. No pretendía decepcionarlo.
A pesar de que no lo disfrutaría.
Mentiroso. Lo disfrutarás.
Una tensa sonrisa torció mis labios. Bien. Lo disfrutaría. Nila
Weaver sería mi mayor trofeo. Puede que no sea capaz de mostrar su
cabeza sobre mi pared una vez que termine, pero atesoraría los
recuerdos. Algo me dijo que ya no encontraría placer en cazar
desafortunados ciervos después de haber cazado una mujer.
Oh, sí. Disfrutaría arruinar a Nila, porque me gustaba romper
cosas. Pero no de una manera bárbara y espantosa. Me gustaba
romperlas suavemente, poco a poco, sin piedad. Me gustaba pensar que
transformaba criaturas de su presente a su potencial.
Lástima que una vez que Nila se transformara, no se le permitiría
disfrutar de su evolución. Estaría muerta. Ese era el último daño. Ese
era su futuro.
Para asesinar algo tan ingenuamente agradable...
En una manera, me enojaba pensar que tan delicada perfección
se apagara. Pero no tenía sentido pensar en el final, cuando la
persecución acababa de comenzar.
—Linda motocicleta.
Levanté la cabeza de golpe, ojos fijos en mi presa. La misma presa
que había huido y sin embargo, regresado.
¿Regresó? Estaba en lo correcto antes. Es realmente estúpida.
Nila se inclinó hacia adelante, entrelazando sus dedos y
separándolos. No me moví ni emití sonido alguno. Ella respondió a mi
silencio—como todo. Aprendí que maldiciendo y gritando podía ser
aterrador— pero el silencio... era el espacio vacío donde los miedos
enemigos contaminaban. Permanece tranquilo el tiempo suficiente y el
horror golpearía con un susurro en lugar de una multitud de
blasfemias.
Señaló hacia mi motocicleta, sus ojos más abiertos que antes...
más oscuros que antes.
Decidiendo concederle una respuesta, dije—: Es mi versión de
accesorios. —La Harley Davidson era una compra nueva. Elegante y
fuerte, apodada El Pequeño Vestido Negro.
Acariciando el acelerador, incliné mi cabeza. Su piel morena tenía
color. Sus pómulos pronunciados estaban ruborizados, arrastrándose
por su cuello residuos de su irascibilidad. Algo había ocurrido. Algo la
molestó.
¿Encontró a su padre, solo para que él la repudiara y enviara de
vuelta a mí?
Fruncí el ceño. ¿Podría Archibald Weaver verdaderamente enviar
a su única hija, no una vez, sino dos veces, a su muerte? Sabía lo que
le esperaba. Sabía lo que pasaría si él no la entregaba. ¿Pero era el
honor familiar tan fuerte? ¿O había más en esta deuda de lo que me
habían dicho?
De cualquier manera, era hora de irnos. Hora de comenzar su
pesadilla.
—Regresaste.
Asintió. —Regresé. Quiero algo de ti. Y no voy a ser tímida sobre
pedírtelo.
Un destello de sorpresa me pilló desprevenido. Se encontraba
avergonzada y tímida, pero ahí se escondía el acero en su voz. Poco
sabía ella lo que yo quería a cambio.
—Lo suficientemente justo. Tengo algo que discutir contigo.
No la hagas sospechar.
—¿Qué?
Tu futuro. Tu muerte.
—Nada importante, pero necesitamos irnos.
Es hora de empezar. El tiempo está cerca para pagar tus deudas.
Nila se acercó, perdiendo la mansedumbre, y abrazando el coraje.
Estaría intrigado si ya no supiera todo sobre ella.
Tal chica tonta. Un juguete tonto.
Lo que fuera que quisiera de mí, ayudaría. Después de todo, me
fue entregada para hacer lo que quisiera.
Y todos saben que no le das una mascota a un asesino.
6
Nila
Traducido por Sandry, Vani, Jules & Aleja E
Corregido por *Andreina F*

—Sube.
Parpadeé. —¿Perdona?
Jethro no se movió. No parecía condescendiente ni molesto, ni
cualquier otra cosa que no fuera frío y sereno. Nada parecía interesarle.
¿Pensaba que podría usarlo para el sexo? No se veía como si supiera
cómo era una sonrisa, por no hablar de la pasión.
Tenía las piernas plegadas bajo el carbón oscuro de su pantalón,
estabilizando la pesada moto entre ellas. —He dicho que subas. Nos
vamos.
Me reí. ¡Qué ridícula sugerencia! Haciendo un gesto delante de
mí, esperaba que no fuera ciego, porque nadie podía ignorar los
kilogramos por valor de diamantes negros o acres de tela que llevaba. —
He tenido dificultades para llegar en una limusina. No hay manera de
que pueda montar en la parte de atrás de una estúpida moto.
Los labios de Jethro se arquearon. —Acércate. Voy a arreglar eso.
Mi corazón dio un salto. Agarré mi teléfono con más fuerza.
Ninguna respuesta de Kite. Lo cual es algo bueno. Sólo tenía que seguir
diciéndome eso a mí misma. No quería volver a saber de él nunca de
nuevo. —Corregir el problema, ¿cómo?
—Ven aquí y te lo mostraré. —Sus ojos se dirigieron hacia abajo,
a la parte delantera de mi vestido.
He estado alrededor de hombres poderosos y atractivos toda la
vida. Tanto mi padre como su hermano eran bien conocidos por ser
solteros, pero les faltaba algo que Jethro tenía en abundancia.
Misterio.
Todo en él hablaba de engaño y astucia. Sin embargo, casi no
hablaba, e incluso así sentía sus peticiones. Por alguna estúpida razón,
sentía como si me hubiera entrenado con su silencio para estar alerta,
lista, dispuesta a agradar.
Odiaba su potencia sin esfuerzo.
Retrocediendo, negué con la cabeza. —No lo haré.
Una pequeña sonrisa adornó sus labios, con los ojos dorados
parpadeando. —Eso no fue muy educado. Te hice una petición,
amablemente entregada, respetuosamente, incluso. —Sus dedos se
apretaron alrededor de las barras de la manija—. ¿Debo pedírtelo de
nuevo, o vas a reconsiderar tu respuesta?
Un hilo de miedo atravesó mi cuello. Conocía ese brillo en sus
ojos. Vaughn lo tenía cuando éramos más jóvenes. Significaba
destrucción. Significaba salirse con la suya. Significaba un mundo de
dolor si no había obediencia. Y por alguna razón, no pensé que un
insecto y las cosquillas hasta no poder respirar contaran como dolor en
la dimensión de Jetro.
Agarrando el corpiño que me llevó semanas coser a mano, di otro
paso hacia atrás. Manteniendo la barbilla alta, le dije—: No estoy siendo
descortés; estoy declarando lo obvio. Si deseas irte, necesitamos un
método diferente de transporte. —Hablar de manera formal sonaba
extraño después de gritarle a Kite vía mensajes de texto—. Y además,
no quiero irme todavía. Me prometí a mí misma que me gustaría
preguntarte algo, y no voy a ninguna parte hasta que lo haga.
Dios, Nila. ¿Qué estás haciendo?
Los nervios atacaron mi estómago, pero mantuve mi postura. No
retrocedí. No esta vez.
Jethro negó con la cabeza, desplazando su cabello canoso. Su
rostro permaneció inexpresivo, sin problemas de paciencia, pero no
calmó su expresión, la que me aterrorizaba. Con precisión, nacida de la
riqueza y la confianza, pateó el soporte hacia abajo y colocó la moto en
una posición de descanso. Balanceando su pierna por encima de la
máquina, se subió al bordillo y me atrapó.
No. No dejes que te toque.
Tropecé hacia atrás, un leve filo de mareos capturándome con la
guardia baja.
Jethro me atrapó, colocando sus manos grandes y frías en mi
cintura.
Me quedé inmóvil, respirando entrecortadamente. Empujando el
momento de tambaleo, me obsesionó con su mandíbula fuerte y con el
broche reluciente de diamantes.
La temperatura de su toque se filtraba a través de los volantes en
mis caderas, trayendo consigo el miedo, manifestándose como
témpanos más por encima de un amanecer inocente.
—¿Qué te pasa? —Jethro tiró de mí más cerca, mirándome a los
ojos. El primer signo de vida se escondía en sus profundidades doradas.
No era preocupación, simplemente molestia—. ¿Estás enferma? —La
molestia se convirtió en rabia, oculta cuidadosamente.
Tragué saliva, odiando mi condición de nuevo. Para él, daría la
impresión de débil. No entendería la fuerza que me llevó a vivir una vida
normal mientras me hallaba encadenada a una forma mal equilibrada.
En todo caso, me hizo más fuerte.
—No, no estoy enferma. Ni que estuvieras preocupado por mi
salud. —Me sacudí de su dominio, buscando una manera de liberarme.
Pero su toque sólo se apretó. Apartando un mechón negro azulado de
mi ojo, agregué—: No es contagioso. Sufro de vértigo. Eso es todo.
Googlealo.
Eso es todo. Me raspo las rodillas si me levanto de la cama
demasiado rápido y me mareo si giro la cabeza demasiado rápido, pero
eso es todo.
Jethro frunció el ceño. —Tal vez no debas usar esta ropa pesada.
—Arrancó el material denso y delicado de la costura de la cintura—. Es
un obstáculo y retrasa las actividades de la noche.
Mis ojos se ensancharon. ¿Las actividades de la noche?
¿Tal vez ha llegado a la misma conclusión de dónde acabaríamos?
Cautiva en sus fuertes manos, me quedé mirándolo. No era una mujer
muy pequeña, pero Jethro me superaba al menos por un palmo. No se
movió, sólo me miraba como si fuera una interesante muestra que no
podía decidir si disfrutar o tirar.
Mi respiración se hizo más profunda cuanto más tiempo me
sostenía. Dejar caer mi mirada a sus labios no ayudó a mi ansiedad por
tenerlo tan cerca. Es ahora o nunca.
No sabía nada acerca de él. Me asustaba. Pero él era un hombre.
Yo era una mujer. Y una vez, sólo una vez, quería placer.
—Quiero algo de ti —murmuré.
Se quedó quieto. —¿Qué te hace pensar exactamente que estás en
condiciones de pedirme algo?
Negué con la cabeza. —No te lo estoy pidiendo.
Un momento espeso pasó entre nosotros. Sus fosas nasales
temblaron. —Sigue…
—Llévame a tomar una copa. Quiero conocerte.
No es exactamente lo que quería pedirle, pero no podía ser tan
valiente.
Se rio una vez. —Créeme, señorita Weaver, te voy a salvar de una
conversación mundana. Lo más que nunca sabrás de mí, es mi nombre.
Todo lo demás… déjame decirte, la ignorancia es felicidad.
Su aftershave de bosque y cuero se apoderó de mí una vez más.
La frialdad de su mirada me advirtió que no le presionara, pero no pude
evitarlo. No después de la forma en que me trató Kite.
—Felicidad… esa es una palabra que no entiendo.
Jethro ladeó la cabeza, el rastro de molestia regresando. —¿Qué
es exactamente lo que estás tratando de hacer?
Una ráfaga de tambaleo me golpeó. Miré por encima de su
hombro hacia la cafetería que había al otro lado de la calle. —Tómate
una copa conmigo. Allí. —Hice un gesto con la cabeza. No me importaba
en lo más mínimo que llevara una enorme bata o que la cafetería
estuviera vacía. El sofá de la ventana se veía cómodo, y no me sentía
dispuesta a ver destruida esta pequeña libertad.
Miró el pequeño lugar, un destello de confusión llenando sus ojos.
—Tú… —Cortándose a sí mismo, se enderezó y me dejó ir—. Está bien.
Si eso es todo lo que quieres, no veo ninguna razón por la que no pueda
prolongar nuestra verdadera agenda durante treinta minutos. —
Capturando mi codo, me medio arrastró cruzando la calle.
Mi corazón se hundió por la falta de romance y anticipación.
Esperaba que se relajara un poco, sabiendo que me sentía interesada, y
liberara la fachada fría.
¿Y si no es una fachada? Su comportamiento era firme y
arraigado. Dudaba que alguna vez hubiera estado sin preocupaciones o
hubiera sido impulsivo.
La propulsión era rápida, demasiado rápida para alguien como
yo, con el equilibrio de una maldita mariposa, pero su agarre era firme y
me concedió una cierta seguridad.
Caminando por la acera, Jethro abrió la puerta de cristal, con el
ceño fruncido por el tintineo de la campana interior. Una joven italiana
levantó la mirada, sonriendo en señal de bienvenida.
El rico aroma del café y el calor se llevaron al instante el estrés de
mi sangre por Kite, por el espectáculo, y por la compañía de Jethro.
—Siéntate. —Jethro me dejó ir, señalando el sofá amarillo
desteñido con cojines de color púrpura y naranja—. Y no te muevas.
Me quedé congelada. Jethro no tenía ningún deseo de estar aquí,
sobre todo conmigo. ¿Qué demonios pasaba? Primero, mi padre me
empujó hacia él, luego Jethro apenas toleraba mi compañía. ¿Soy tan
repulsiva para el sexo opuesto?
—Espera —dije—. ¿No vas a preguntarme lo que quiero?
Jethro levantó una ceja. —No. ¿Quieres saber por qué?
Quería. Pero no quería jugar a su ridículo juego. Me sentía
cansada, fui objeto de insultos por mensajes de texto, y no quería,
incluso cuando prácticamente me lancé hacia él. La noche se había
apartado de la promesa de desastrosa y deseaba que acabara.
Cuando no respondí, Jethro agitó la mano. —No importa lo que
prefieras beber. Sólo tienes una solicitud y la conseguiste. Estoy aquí en
contra de mis planes; por lo tanto, podrás beber lo que te yo te dé.
Mi boca se abrió, el asombro robó mi capacidad de gritar frases
incomprensibles mezcladas dentro de mí. ¿En serio? ¿Quién era este
hombre?
Jethro se alejó, dejándome sorprendida frente a su poderosa
espalda, vestida con un impecable traje de chaqueta. Me ignoró por
completo mientras pedía.
No queriendo permanecer como una damisela abandonada, me
moví al sofá y me senté en una nube de material de galaxia de
medianoche… El sujetador sin aros y otros trucos para mantener mi
vestido boyante, discutieron en contra de estar así, pero mis pies dieron
un suspiro de agradecimiento.
Jethro regresó con dos tazas de café. Espresso. Diminutas tazas,
sin galletas, o cualquier cosa para prolongar algo que, obviamente, no
quería hacer. Colocando la bebida caliente frente a mí en la mesa baja,
sorbió la suya propia, mirándome por encima del borde.
Rompí el contacto visual, cogiendo la taza de líquido negro. La
verdad sea dicha, odiaba el café. Sólo sugerí la cafetería para retrasar
todo lo que planeó que era tan urgente. Tal vez era un publicista, para
mostrarme los tabloides de los que yo era una apasionada de la vida,
así como de la moda. Si ese fuera el caso, ¿no debería ser más
agradable? ¿Atento?
Inhalando la fuerte cafeína, fingí beber mientras, furtivamente,
atisbaba al misterio a mi lado. ¿Importaba que fuera un capullo
arrogante que no sabía la diferencia entre lo cruel y lo cortés? Tenía un
cuerpo asesino, parecía bien distinguido, y poseía una presencia que
gritaba dominación en el dormitorio. Podía elegir peor, una noche de
sexo libre de culpa.
Sentada más erguida, le dije: —Así que… la cosa que quería
preguntarte…
¿Qué estás haciendo? No es una persona agradable. Y tiene la
paciencia de un Doberman.
Jethro apretó la mandíbula, girando su café. —No voy a contestar,
hacer o responder a más peticiones. Bébete tu café. Vamos a llegar
tarde.
No hice caso de eso. Adopté un no preguntes por el futuro y por
qué el todopoderoso se dirige tan deprisa . Trabajando en otro
acercamiento, traté de romper el hielo entre nosotros. —Pareces conocer
a mi padre. ¿Qué obligaciones…?
—No hay preguntas. —Jethro tiró su cabeza hacia atrás, tragando
el doble trago de una sola vez. Lamiendo sus labios, colocó con cuidado
la taza sobre la mesa, mirando la mía sin tocar.
La inquietud de por qué mi padre me permitió salir con un
bastardo insensible, regresó. Temí que existía mucho de lo que no
estaba al tanto, vagando como un niño desventurado mientras que los
adultos disputaban sobre mi futuro.
Pasándose una mano por su cabello canoso, Jethro empujó de
repente mis faldas desbordantes del sofá y se acercó. Así de cerca, el
calor de su cuerpo quemaba mis brazos desnudos, picándome con
intensidad.
Tragué saliva, encrespando mis manos en mi regazo.
Jethro se erizó. —Lo que sea que crees que estás haciendo, no va
a funcionar. Ni voy a hacer una pequeña charla, ni entrar en una
conversación significativa. Pides que pasemos por una cafetería, pero no
tocas lo que te compré. —Suspiró, la tensión apretando sus ojos—. Ya
he terminado de jugar a juegos tontos. Dime lo que tengo que hacer
para que vengas sin hacer ruido, y lo haré.
Mi corazón se detuvo. La ansiedad rugió de nuevo. ¿Por qué pensé
que podía seducir a este hombre? No tenía ninguna esperanza,
especialmente cuando se sentía obviamente molesto, más que intrigado.
Entrelazando los dedos, dije en voz baja—: ¿Por qué iba a hacer un
escándalo? ¿Dónde quieres llevarme exactamente?
Por favor, di un hotel y admite que tu actitud es todo un acto. Por
favor, di que mi hermano te contrató para actuar como un gilipollas sólo
para arrastrarme a una noche de felicidad acompañada .
Debería haber sabido que era mejor no desear este tipo de cosas.
Jethro frunció el ceño. —¿Qué acabo de decir? No hay preguntas.
—Agarrando mi muñeca, se acercó, aplastando mi vestido entre
nosotros—. No tengo tiempo para juegos. Dime lo que quieres. —Su
boca se hallaba muy cerca, su temperamento melancólico llenando una
burbuja que nos rodeaba.
Mis ojos cayeron a sus labios. Todo lo que podía imaginar era un
beso. Un beso muy suave, romántico, que fundiera mi interior y mi
mente hasta las estrellas.
Respiré superficialmente, incapaz de alzar la mirada hacia él.
Él medio sonrió.—¿Eso es lo que quieres?
Parpadeé, disipando la bruma de intoxicación en la que me
colocó. —No he dicho nada.
Dejando ir mi muñeca, arrastró sus dedos por mi brazo. Me
estremecí, amando y odiando su toque magistral. —No tienes que
hacerlo. Debería haber sabido que esto pasaría.
Mis ojos se ensancharon. —¿Sabido? —La vergüenza llegó rápida
y caliente. ¿Era tan obvia? ¿Tan necesitada?
—No hay preguntas —espetó. Suspirando pesadamente, añadió—:
Te olvidas de que tu vida es más bien pública, señorita Weaver. Y me he
enterado de que no tienes… experiencia. —Capturando mi barbilla,
corrió la yema de su dedo pulgar por mi labio inferior.
Me quedé helada.
El rostro de Jethro no se suavizó ni me engañó, pero su voz se
convirtió en un murmullo. Su aroma masculino enroscado a mí
alrededor me transportó fuera de la cafetería, y me dejó bajo su control.
—¿Qué es lo que quieres? ¿Un beso? ¿Una caricia? —Su voz resonó
como un barítono profundo hasta que sentí su pregunta en mis huesos
más que en el oído.
Inclinándose más cerca, su boca se cernió sobre la mía. Olía
decadentemente a café. —¿Te duele algo? ¿Te acuestas en la cama por
la noche y anhelas el toque de un hombre? —Su aliento rozando como
una pluma mis labios, drogándome—. ¿Cómo te pones mojada?
Responde a mis preguntas, señorita Weaver. Dime cómo te das placer a
ti misma mientras fantaseas con un hombre follándote.
No podía sentir ninguna parte de mi cuerpo, a parte del firme
agarre que tenía en la barbilla y el hormigueo en mis labios. No podía
pensar, a parte de las visiones oscuras que engatusaban mi cabeza, de
desnudez y dedos y caricias robadas.
—Dime. Convénceme. —Jethro me atormentó acercando más su
boca. Sólo se encontraba a un paso, un beso fantasma, pero hizo que
cada pulgada latiera.
—Sí —dije en voz baja—. Sí, fantaseo. Sí, me duele. —Deseando
poder alejarme y ocultar mi vulnerabilidad, agregué—: Eso es lo que
quería. De ti.
Todo lo que has reflejado y más.
—Cuando piensas en un hombre sin nombre tomándote, ¿te
imaginas champaña, masajes y sexo rompiendo tu alma? —Su nariz
rodeó la mía.
Asentí, párpados caídos, rogándole que me besara.
Su cabeza se inclinó, rozando la comisura de mi boca con la suya.
Una tomadura de pelo. Un medio-beso. Una promesa. Su boca se perdió
en mi oído. —Eres una chica ingenua. Si te tomara, no serías adorada o
venerada. Te usaría y te follaría. No tengo paciencia para lo dulce.
Abrí los ojos, luchando contra el deseo espeso en mi sangre.
Jethro se burló. —Lástima que no dijiste que fantaseabas con un
hombre usándote, abusando de ti. Lástima que no admitiste los deseos
más oscuros como la servidumbre y el dolor. Entonces, tal vez podría
haberte concedido tu deseo. —Arrastró sus labios sobre mi pómulo. Su
toque era condescendiente y no erótico—. Ahora dime, señorita Weaver.
Conociendo mis apetitos, ¿todavía estás húmeda por mí? ¿Es eso lo que
estás pidiendo? Mi lengua. ¿Mi atención? Mi… —Acarició mi cabello
hacia atrás, mordiendo dolorosamente la concha de mi oreja—… Polla.
Quería negar el aleteo en mi corazón y el intenso calor ondulante
en mi núcleo. Quería estar indignada por su crudeza y emoción sexual
flagrante. Pero no podía. Porque a pesar de no entretenerme la idea de
la violencia con el sexo, no podía detener el innegable encanto.
Echándose hacia atrás, Jethro susurró—: No te pongas tímida
conmigo. Dilo. Di lo que quieres.
Ya no era humana; era líquido. Caliente, líquido flexible a la
espera de alguna fuerza remodelándome. Todo lo que había dicho
estalló en una necesidad interior hasta que la fiebre rompió a través de
mi frente, pero no podía hablar tan suciamente. Sólo si tienes un
teléfono en la mano, cobarde.
Dejando caer mis ojos, susurré—: Quiero… Quiero…
Jethro apretó sus dedos en mi mandíbula. —Dilo. —Sus ojos
brillaron y la idea de que no entendía se disolvió. Él sabía. Lo manejaba.
Lo escondía bajo capas y capas de misterio que nunca esperaría
desentrañar.
Tomando una respiración temblorosa, maldiciendo el maldito
corsé, dije—: Quiero tu boca.
Asintió. —Está bien. Pero voy a tener la tuya en primer lugar. —
Su pulgar acarició mis labios de nuevo, rompiendo la marca de mi lápiz
labial rojo, y penetrando mi boca.
Me quedé inmóvil, mis ojos muy abiertos y fijos en los suyos. —
¿Dónde la quieres? —Su voz se convirtió en apenas un murmullo, una
maldición imposible de ignorar, mortal para mis oídos y mi cuerpo.
No le preocupó que la camarera o cualquier persona en la calle a
oscuras pudieran vernos. Sólo me fijó con sus inquebrantables ojos
dorados y enganchó el pulgar contra mi lengua.
No podía hablar. Su gran palma me mantenía inmóvil mientras su
dedo me silenciaba. No sabía qué hacer. ¿Debía respirar? ¿Morder?
¿Nada?
Jethro sonrió, no era su borde helado de costumbre, pero
tampoco era suave. —Sigue tus instintos. Quieres succionar, entonces
hazlo. —Forzó su pulgar más profundo en mi boca, sus ojos
oscureciéndose.
Me colocó muy fácilmente en una posición de sumisión, pero
nunca me sentí tan poderosa. Cerrando mis labios, succioné. Una vez.
Su mandíbula se apretó, pero nada más.
Lo hice otra vez, lamiendo su dedo con una lengua ansiosa. Mi
boca llena de líquido, saboreándolo. Queriéndolo. Cada succión envió
una ola de necesidad insaciable a mi núcleo, haciendo que me mojara.
Los hombros de Jethro se tensaron. —¿Ves? No tienes que
decirme lo que querías. Tu cuerpo lo hace por ti. Me has sorprendido, y
eso no es una cosa fácil de hacer. —Mi vestido crujió cuando envolvió
un brazo alrededor de mi cintura, arrastrándome contra su duro
cuerpo.
Fui de buena gana, atrapada en tantas maneras. Mi mente se
consumió con sólo él. Había paz en este momento. Lujuria sí, febrilidad
sin duda, pero también serenidad en la atención completa que exigía.
No tenía que pensar en mi familia, mi empresa, mi horario de trabajo
sin fin.
Era nada más que carne, sangre y médula.
Era la necesidad personificada, y sólo Jethro podría apagar el
fuego en que me engatusó.
Sus labios rozaron mi oreja de nuevo. Me tensé por la mordida de
sus dientes. —¿Sabes qué más me dice tu cuerpo?
Negué, girando mi lengua alrededor de su dedo pulgar. Mi núcleo
se apretó; mi mente en blanco. El momento de intimidad intensa
ocurrió en un sofá muy público en una ventana de la cafetería.
—Necesitas algo. Quieres algo que no estás dispuesta a entender.
—Jethro colocó un delicado beso en contra de mi mandíbula—.
Necesitas tan mal permitirme que dirija mi mano a tu rodilla, entre tus
piernas, y hunda mis dedos profundamente dentro de ti en este mismo
segundo. Abriría tus muslos inocentes, incluso con testigos, y te haría
gemir cuando hundiera mi polla más profundo que nadie.
Una burbuja se formó en mi pecho, girando y brillando con una
mezcla de negación y acuerdo.
Su pulgar se presionó con fuerza, fijando mi lengua más abajo.
Me sacudí, mis ojos lagrimeando.
—Me dejarías arrastrarte a algún callejón de mala calidad,
cortarte el vestido, y…
No quería oír el resto. Pero lo hacía. Oh, cómo lo hacía. Él había
tomado el poder de la palabra. No podía negar nada que dijera. Y no
quería. Por primera vez en mi vida tenía algo real. Barato y poco
profundo, como un cometa, pero apasionado y absoluto.
De buena gana cambiaría mi reputación impecable por una noche
de incredibilidad sórdida. ¿Qué me hace eso?
Me estremecí, respondiendo mi propia pregunta. Solitaria. Odiaba
esa palabra más que cualquier otra del diccionario.
El pulgar de Jethro se escabulló lentamente de mi boca,
sosteniéndome firme. —Me dejarías hacerte gritar, señorita Weaver, y
debido a esa voluntad, nunca cedería a lo que quieres.
El calor generado por la intensa conversación se dispersó, más y
más rápido. Frunció los labios. —¿Qué diría tu padre si supiera que su
hija en secreto quiere ser follada contra una pared de un callejón por
un extraño?
La crudeza de sus palabras me trajo de nuevo a la realidad.
Dejó caer la mano y arrancó una servilleta de la mesa.
Encarcelando mi mirada, se limpió lentamente su pulgar brillante,
antes de lanzar la servilleta en su taza de café vacía. —Te reto a negarlo.
O pretender que no querías cada centímetro de mí —Sonrió ante el
doble sentido.
El rubor de la mortificación se movió de mis pechos a mis
mejillas. Mi lengua amoratada de su manipulación brusca, mi boca
vacía de su degustación. No podía sentarme allí y ser ridiculizada por
más tiempo. Fui egoísta y le permití a esta maníaco egoísta cancelar mis
planes con Vaughn y mi padre, todo para nada.
Este era el karma, y picaba como el infierno.
Agarrando las montañas de tela encajadas a mi alrededor, traté
de levantarme, sin éxito. —Me voy. No puedo…
—Si no puedes decir la verdad, no quiero escuchar tus otras
razones o excusas sobre por qué de repente necesitas correr. No estás
autorizada a dejarme, entonces sé una buena chica y jodidamente
escucha y obedece. —Su voz me azotaba, pero su cuerpo permaneció
inmaculado y sereno. Las dos dinámicas de temperamento y aplomo
traspasaron mi estúpida bruma, el miedo golpeándome de nuevo.
¿Quién era este hombre?
¿Y por qué no corrí en el momento en que puse los ojos en él?
Algo no estaba bien. Algo se fue construyendo, avanzando rápidamente
hacia una conclusión que no quería.
Jethro se puso de pie, sacudiéndome a mis pies. —Asumo por tu
silencio que has tomado una decisión sensata y consentida. También
estoy asumiendo que esto, lo que sea que era, ¿ha terminado? —Sus
dedos se clavaron en mi bíceps, sacudiéndome—. Deja de hacerte la
tonta y date cuenta de lo que está sucediendo.
La ira reemplazó mi vergüenza. Era como el cometa de nuevo, sólo
que peor, porque esto era real y no tenía ningún lugar donde
esconderme. —No tengo ni idea de lo que está pasando, y no voy a
ninguna parte contigo. Demostraste que me encuentras ingenua,
estúpida, e indigna de tu valioso tiempo, así que me voy. No me quedo
contigo aquí. —Torciendo mi codo, traté de soltarme—. No quiero seguir
con esto.
Jethro sonrió fríamente. —Ah, ahí está el dilema, señorita Weaver.
No me estás manteniendo. Yo te estoy manteniendo a ti.
Me detuve con mi mano sobre la suya, sin éxito, tratando de
sacar sus dedos de mi brazo. —¿Qué? —La temida embriaguez del
vértigo tomó ese momento para inclinar mi mundo.
Jehtro tomó mi debilidad como una oportunidad, tirando de mí
hacia la puerta. No me dio ningún apoyo que no fuera el duro control
sobre mi brazo, dejando mi café intacto sobre la mesa. —Me voy. Y vas
a venir conmigo.
La puerta sonó mientras salimos en una ráfaga de bullicio y
plumas. Di un grito ahogado cuando una ráfaga helada cortó a través
de la calidez persistente en mi piel, diezmando los restos del café. Por
suerte, el choque de la temperatura me ayudó a estabilizarme y luché.
Trabando mis talones en el suelo, gruñí—: Pareces tener la
información incorrecta. No voy a ninguna parte contigo.
Jethro no respondió, arrastrándome sin esfuerzo a través de la
carretera hacia la entrada en sombras de un callejón y su moto.
¿Un callejón?
No podía referirse a lo que me había amenazado… ¿no?
Quieres que te haga gritar.
Luché con fuerza. Pero no importaba lo mucho que me esforcé, no
rompió su paso ni miró hacia atrás.
Haciéndome tropezar hacia adelante, me estremecí por mi carne
magullada bajo su control. Clavé las uñas, dispuesta a arrastrarlas
sobre su antebrazo, pero subió a la acera y me tiró hacia adelante. La
inercia me impulsó a hacer una vuelta, golpeándome dolorosamente
contra su motocicleta.
Mi cabello negro giró sobre mi hombro, pegado al miedo sudoroso
en mi pecho. Luché para mantenerme, sin creer lo estúpida que había
sido. Me enorgullecía de ser inteligente, pero permití que la ten tación
del sexo nublara mi mente.
Jethro me fulminó con la mirada; su traje tan nítido como su
control imperturbable. —Mi información es perfectamente correcta. Y
vas a alguna parte conmigo. Sube.
Saqué mi codo de su agarre y lo empujé en el pecho. —Incorrecto.
Déjame ir.
Gruñó por lo bajo. —Para, antes de que te hagas daño.
Lo empujé de nuevo, centrándome en la ridiculez de mi noche, en
lugar de la rápida expansión de terror en mi corazón. —Te lo dije. Vine
en una limusina; no hay manera de que pueda viajar en una máquina
de la muerte de dos ruedas.
Jethro hizo girar sus hombros, manteniendo la calma. —Te di
una regla: nunca hacer preguntas. Te voy a dar otra: nunca discutir
conmigo.
Mi corazón se aceleró. Mirando alrededor, busqué rezagados
nocturnos, asistentes a la fiesta, caminantes a la luz de la luna, alguien
que pudiera intervenir y salvarme. Las carreteras se veían vacías. Nadie.
Ni siquiera un roedor corriendo.
—Por favor, no sé qué juego estás jugando…
Negó con la cabeza, exasperación en sus ojos. —¿Juego? Esto no
es un jodido juego. —Mirando mi vestido, invadió mi espacio.
Presionando sus labios brevemente, murmuró—: Espero que lleves algo
debajo de esto.
Mis pulmones se atoraron. —¿Qué? ¿Por qué?
—Debido a que vas a estar indecente si no lo haces. —Con un
tirón salvaje, rompió las costuras interminables, la costura y el trabajo
duro de mi vestido. El rasgón sonó como un grito a mis oídos. El horror
se reprodujo cuando la capa externa cayó al suelo, seguido de seda,
plumas y listones.
Mi mandíbula cayó abierta. —No…
Jethro me dio la vuelta, con las manos patinando sobre mi
espalda baja. —Eres como un maldito paquete envuelto. —Con dedos
fuertes, arrancó la segunda capa de seda.
El sonido de trituración me rompió el corazón. ¡Todo ese trabajo!
Mi padre estaría molesto al ver su cara tela ensuciando el pavimento
sucio. Mi sangre punzaba en mis dedos. Mis lágrimas empaparon el
tren de agotamiento. ¡No podía hacer esto!
No podía hablar, me quedé muda por el golpe.
—Buen Dios, ¿otra? —Jehtro me hizo girar de nuevo hacia él. Me
moví en las restantes enaguas estiradas, el material que había bajo el
vestido que le daba tal volumen.
No puedo seguir con esto.
Me pasé las manos por la frente, aprovechando el resto de mi
vestido. —No, por fav…
Jethro me ignoró. Con un último tirón brutal, rasgó la enagua,
disponiendo de la parte superior de las capas ya en ruinas.
Las lágrimas salían de mis ojos vidriosos. —Oh, Dios mío. ¿Qué
hiciste? —El aire frío de Milán se arremolinaba alrededor de mis piernas
desnudas, desapareciendo hasta la falda de satén que llevaba para
evitar el roce del aro de la enagua. Todo mi ensamble destruido. Había
sido la única mujer en una casa de hombres. Me pasé toda una vida
cubriendo mi cuerpo de niña con el cordón, camisolas y el tul. La
feminidad era algo que creé más que viví. Pero verlo demolido en una
acera sucia me enfureció hasta el punto de la tiranía.
Atrás quedaron mis lágrimas. Me abracé, enfurecida. —¿¡Cómo
pudiste!?
Empujándolo lejos, caí de rodillas, tratando de reunir los listone s
y muestras de encaje hecho a mano. —¡Tú… Tú lo arruinaste! —Toda la
moda de alta costura dispersa alrededor. Los diamantes brillaban en el
soso cemento. Las plumas se crisparon, alejándose bailando en la brisa.
—Voy a arruinar mucho más antes de que termine. —Apenas las
palabras de Jethro se pronunciaron, entonces… no, fueron arrebatadas
por el viento.
Miré al hombre al que estúpidamente había regresado, todo
porque un extraño hirió mis sentimientos. Un hombre al que le permití
manipularme y mojarme atrozmente en una cafetería. —¿Te hace sentir
mejor? ¿Destruir las cosas de otros? ¿No te importa que acabes de
arruinar algo que llevó horas y horas crear? ¿Qué tipo de cruel…?
—Para. —Levantó un dedo, regañándome como a un niño
pequeño—. Regla número tres. No me gustan las voces que se alzan. Así
que cállate y ponte de pie.
Nos miramos; el silencio era una entidad fuerte entre nosotros.
Tenía razón. Yo era tan, tan estúpida. Me hizo daño con éxito,
más que nadie desde que mi madre se fue. Su insensibilidad no dejaba
lugar para la esperanza o las lágrimas. Y lo supe todo este tiempo.
Había visto su frialdad. Había sentido su voluntad endurecida. Sin
embargo, no dejaba de ser una idiota total.
Agarrando un charco de tela, grité—: ¡Déjame en paz!
—Maldita sea, me estás probando. —Se agachó de repente,
agarrándome por el bíceps y arrastrándome para ponerme de pie. Me
sacudió duramente. Mi corsé bajo en mis caderas ahora que no tenía el
bullicio o las capas descansando sobre estas.
—No hagas más preguntas. No grites ni actúes de forma ridícula.
Esto está sucediendo. Este es tu futuro. Nada de lo que digas o hagas
va a cambiar eso, sólo cambiará el nivel de dolor que recibes. —Me
empujó hacia atrás contra su moto—. Tu vestido convenientemente ya
no es un problema. Sube. Nos vamos.
La furia explotó a través de mi corazón, manteniendo por suerte
mi terror a raya. No pienses en su amenaza. Concéntrate en hacerlo
gritar. La sonoridad. Necesitaba conmoción para atraer la atención y la
seguridad. Cuanto más alboroto hiciera, más probable era que alguien
viniera a rescatarme.
—Arruinaste mi obra maestra. ¡Ese vestido ya fue vendido a una
boutique de alta gama en Berlín! ¿Crees que quiero ir a alguna parte
contigo después de que arruinaste más de dos meses de trabajo? Estás
loco. Te diré cómo va a ir esto…
—Señorita Weaver, cállate la boca. He terminado con esta farsa.
—Su rostro permaneció impasible, pero los músculos debajo de su traje
se erizaron. Moviéndose horriblemente rápido, tiró de mi cabello largo,
sin restricciones, sentándome en su motocicleta. Haciendo una mueca
por el dolor en mi cuero cabelludo, me tropecé, extendiéndome sobre el
asiento de cuero.
Mirando alrededor rápidamente, se relajó cuando se dio cuenta de
que todavía estábamos solos. —Si me conocieras, sabrías cómo
reacciono a las declaraciones incorrectas sobre mi salud mental. Si
fueras inteligente, sabrías que nunca debes elevar tu voz y mantener
una conducta apropiada en público.
Inclinó la cabeza, rozando su nariz amenazadoramente contra mi
oído. —Pero ya que no me conoces, te retengo como castigo, por ahora.
Pero una palabra de advertencia, señorita Weaver. Que no me rebaje al
uso poco atractivo del volumen, no quiere decir que no esté muy
enfadado. Estoy jodidamente enfadado. Te di una orden, y
desobedeciste numerosas veces. Esta es la última vez que lo pido
amablemente.
Apartándose, me agarró de la cintura, y con una fuerza que
aterrorizaba, me levantó del suelo y me apoyó en la parte trasera de su
moto, con las dos piernas hacia el mismo lado.
Dándome un saludo burlón, Jethro dijo—: Gracias por
complacerme. Me alegra mucho que hayas decidido hacerlo. —Con el
ceño fruncido, se dio cuenta de mis zapatos de tacón alto. Bajando
sobre una rodilla, los arrancó de mis pies, lanzándolos por encima del
hombro. Desaparecieron entre las nubes de tela diezmada tras él.
Verdaderamente era la Cenicienta, sólo que mi príncipe tiró el
zapatito de cristal y me raptó antes de que llegara la medianoche. Mi
príncipe era malo. Mi príncipe era el villano.
No podía respirar.
Corre. Patéalo. No dejes que te lleve.
Toda clase de situaciones horribles corrían salvajemente en mi
cabeza. Me habían criado en un barrio seguro e inculcado sentido
común y moral. Sin embargo, nada me preparó para luchar por mi vida
contra un lunático que parecía cuerdo.
—No puedes hacer esto. No quiero ir contigo. —Traté de saltar,
pero el tamaño elegante de Jethro me impidió moverme. Se erguía
derecho como una terrible condena: un juicio de mi pasado y del
presente.
—No tienes elección. Te vienes conmigo. Tus deseos no tienen
relevancia.
Clavándole el dedo en el pecho, le grité—: Mis deseos son
completamente relevantes. No me puedes llevar en contra de mi
voluntad. Eso se llama secuestro. —Mi cuerpo se ruborizó de ira—.
Su… él… ta… me. Antes de que grite.
Vaughn. Mierda, quería a mi hermano. La cantidad de veces que
al crecer me protegió de las abejas, y tejones, y los chicos que me
acosaban en la escuela.
¡Vaughn!
Jethro sacudió la cabeza. —Es demasiado tarde. Para todo eso. Y
no grites. No me llevo bien con los gritones. —Se rio sin alegría—. A
menos que yo sea la razón de dicho grito y estemos en privado.
Ignoré el “tema gritos” y me centré en el horrible ultimátum.
¿Demasiado tarde? ¿Para qué es demasiado tarde? No me encontraba
en ninguna cuenta atrás en la cual mi vida, tal y como yo la conocía,
terminaba. ¡No estaba de acuerdo con nada de esto!
Yo no, pero tal vez padre sí.
El pensamiento me paralizó como una aguja hacia el corazón. Él
me presentó a Jethro, por encima de cualquier otro hombre. Me animó
a ir con él, en contra de los deseos de mi hermano.
Jethro podría haber sido capaz de engañar a mi padre, pero vi su
verdadera cara, y no iba a tolerarlo por más tiempo. Este fiasco había
durado el tiempo suficiente.
Abrí la boca para gritar. Ya no iba a permitirme tener miedo ni ser
manipulada por un psicópata de voz suave. Quería la normalidad.
Quería una ducha y el dulce olvido del sueño.
Mis pulmones se expandieron con una súplica. —Ayuda…
Jethro arremetió, golpeándome sobre los labios con la palma fría.
El primer signo de emoción incontrolable ardió en sus ojos. Suspiró
profundamente y movió la cabeza. —Esperaba que fueras más
inteligente que eso.
Le di una bofetada.
El fuerte sonido de la piel al chocar contra piel congeló el tiempo.
No me moví ni respiré ni parpadeé. Jethro tampoco.
Nos miramos el uno al otro hasta que todo lo que conocía era el
dorado de sus ojos. El aire se redujo de otoñal a invernal tempestuoso
cuanto más tiempo nos fulminábamos con la mirada, congelándonos
con su temperamento. Podría haber pasado un segundo o diez, pero fue
Jethro el que rompió la fragilidad entre nosotros.
Sus dedos fríos se arrastraron desde mi boca hasta mi garganta.
Envolviéndola con fuerza. Implacable. La acción mostraba la verdad… la
verdad inhumana. Este hombre se encontraba meticulosamente
preparado y hablaba suavemente, pero debajo de todo eso se propagaba
un diablo disfrazado. Su toque contaba información sin fin del hombre
que trataba de ocultar. Era el último camuflaje.
Era severo y sin remordimientos.
Inclinando mi cuello con dedos agresivos, murmuró—:
Obedéceme y no te haré daño. Lucha contra mí y te haré gritar.
Cada músculo de mi cuerpo se sacudió. La destrucción de mi
vestido ya no importaba. Lo único que importaba era correr tan lejos y
tan rápido como pudiera. Las lágrimas burbujeaban en mi pecho; me
mordí el labio para evitar que escapara el sollozo que se construía
rápidamente.
Jethro nunca me soltó la garganta. —No estoy aquí para
secuestrarte. No estoy aquí para golpearte ni drogarte. Llámame
anticuado, pero esperaba que vinieras por voluntad propia y nos
evitaras un inconveniente. —Acariciando mi cabello con la mano libre,
acunó la parte posterior de mi cráneo—. Probablemente te estés
preguntando por qué he dicho que no tienes más remedio que ve nir
conmigo. Ya que soy un hombre justo y creo en la igualdad, incluso
entre el cazador y la presa, te lo diré.
Su aliento era lo único caliente sobre él, quemando mi piel con
palabras que no quería escuchar. —Estoy aquí para saldar una deuda.
La razón de dicha deuda será revelada cuando esté bien y listo. La
forma de pago depende completamente de ti.
Mi cerebro se esforzaba por entender. —¿Qué…?
Sus dedos se apretaron, cortando mi suministro de aire. Al
ahogarme, el instinto de luchar superó mi terror congelado. Me retorcí,
arañándole las muñecas.
Mis uñas no le afectaron, si acaso, lo tranquilizaron más.
Chasqueando la lengua, dijo—: Lo primero que debes saber sobre mí es
que nunca olvido. Si sacas sangre al tratar de liberarte, te lo voy a pagar
de la misma manera. Vale la pena recordarlo, señorita Weaver.
Su mirada cayó a mis dedos arañando, y apretó hasta que luché
en contra de lo que quería realmente y dejé que se deslizaran de sus
muñecas.
—Buena chica —murmuró. Retrocediendo, desenrolló sus dedos
de mi garganta. Meticuloso en lentitud. Aterrorizante en control.
Te lo voy a pagar de la misma manera. Su voz hizo eco en mi
cabeza. Junté las manos en mi regazo, esperando no arremeter ni hacer
nada que pudiera considerar devolverlo. Quería hacerle tanto daño que
temblaba. Quería dejarlo sangrando en el pavimento para que así yo
pudiera correr.
De pie, Jethro miró, esperando a ver lo que haría.
Era la mitad de su tamaño, y sin testigos, me hallaba indefensa.
Nunca hice defensa personal ni pensé que estaría en una situación que
lo requiriera. La cinta de correr amoldaba mi figura, pero no me daba
músculo para luchar.
¿Qué podía hacer sino obedecer? No me moví. No pude. Ni
siquiera mi vértigo se atrevía a marearme cuando me quedé atrapada en
sus salvajes ojos dorados.
Pasó un momento antes de que él asintiera secamente. —Me
alegro de que te comportes con más decoro. Para asegurar ese
comportamiento, voy a compartir contigo un poco de información sobre
la deuda. —Se pasó un dedo por su labio inferior—. Tú eres la única
que puede pagarla. Debes venir por tu propia voluntad. Tú eres el
sacrificio.
Tragué saliva, estremeciéndome ante los moretones alrededor de
mi laringe. Su voz nivelada me llevó a pensar que tenía una
oportunidad de escapar. Que siga hablando. Haz que le importe. —
¿Sacrificio? —Al instante odié la palabra.
Sus ojos se estrecharon. —Un sacrificio es algo que haces o das
por el bien mayor. Todo esto podría parar… tú tienes el poder.
¿Podría? La promesa de la libertad flotaba en el cielo nocturno,
burlándose de mí.
Me moví en el asiento, temblando de frío. —Si yo tengo el poder,
¿por qué siento como si te estuvieras riendo a mis espaldas? —
Preparándome, le espeté—: Más allá de lo que puedas pensar de mí,
puedo leer entre las líneas de lo que no estás diciendo. ¿Cuáles son las
consecuencias si no me voy contigo?
Me sentía ridícula al hablar de las deudas y consecuencias. Nada
de esto tenía sentido, pero una sensación horrible se deslizó por mi
espalda. Un recuerdo que enterré… desde hace mucho tiempo.
—No tienes elección, Arch. No puedo explicarlo, pero ni tú, ni yo, ni
nadie puede detener esto. Mi único arrepentimiento es conocerte.
Mi padre resopló, paseándose en el salón de nuestra casa
solariega de ocho dormitorios. —¿Tu único arrepentimiento? ¿Qué pasa
con V y Nila? ¿Qué debo decirles? ¿Qué debo decir cuando pregunten por
qué su madre los abandonó?
Mi madre, con su brillante cabello ébano y piel oscura, se mantuvo
de pie y sin miedo, pero desde mi lugar oculto por las escaleras sabía la
verdad. Ella no tenía miedo, ni mucho menos. Se encontraba petrificada.
—Diles que los amaba pero que nunca debí darles la vida. Sobre todo a
Nila. Escóndela, Arch. No dejes que lo sepan. Cambia tu nombre. Huye.
No dejes que la deuda la alcance a ella también.
El recuerdo terminó abruptamente gracias a que Vaughn me
lanzó una pelota de fútbol a la cabeza y rompió los últimos momentos
que mis padres tuvieron juntos. Esa había sido la última vez que la vi.
Me froté la palma de la mano contra el pecho, maldiciendo la
tensión alrededor de mi corazón. La confusión pesaba mucho, tan
apremiante como la desesperación.
Jethro sonrió. —Me alegro de que estés siendo más razonable.
Esa es una pregunta que te responderé. Las consecuencias de no venir
conmigo son Vaughn y Archibald Weaver, entre otras cosas.
Todo mi mundo se puso patas arriba, y esta vez no fue el vértigo.
—Tu vida por la de ellos. —Se encogió de hombros—. Muy simple.
Pero no te preocupes por los detalles. Está la letra pequeña y las
lecciones de historia sin fin para explicar.
Mi corazón se detuvo. ¿Mi vida por la de ellos? Tiene que ser una
broma. No sabía si debería estar gritando de terror o reírme de asombro.
Esto no podía ser real. Tenía que ser una farsa. Una broma horrible y
cruel de mi papá para asegurarse de que nunca quisiera salir de nuevo.
Por favor, que sea una broma.
—No puedes estar hablando en serio. —Puede ser que haya
estado escondida del mundo de los hombres, pero no estaba
completamente desorientada—. ¿Esperas que te crea?
Jethro perdió su frialdad, deslizándose directamente en el
invierno ártico. —¿Crees que me importa si no me crees? ¿Crees que
todo esto es una tontería y que puedes discutir conmigo?
Mi corazón se plegó. Él se veía tan seguro. Tan decidido. Sin una
pizca de preocupación de que su estafa pudiera ser revelada. No es una
broma.
Jethro bajó la voz a un susurro. —Te voy a contar otro secreto
sobre mí. Nunca hago las cosas a medias. Nunca dejo las cosas a la
suerte. Nunca cazo solo. —Inclinándose más cerca, terminó—: Desde
que puse los ojos en ti, otros ojos se han fijado en tu hermano y tu
padre. Están siendo observados. Y si incluso estornudas mal, esos ojos
se convertirán en algo mucho más invasivo. ¿Lo entiendes?
No podía responder. Todo lo que podía imaginar era a Vaughn y
mi padre siendo exterminados como alimañas y nunca lo vi venir.
—Di otra palabra y voy a terminar con ellos, señorita Weaver. —
Con una mirada glacial, Jethro agarró el manillar y pasó la pierna por
encima de la máquina cubierta de polvo negro. Cada centímetro era
negro. Sin cromo ni color en ninguna parte.
Mierda, ¿qué hago? Tenía que correr. ¡Corre!
Pero no podía. No ahora que amenazó a mi familia. No ahora que
mi cerebro desbloqueó un recuerdo, añadiendo peso a las sugerencias
lunáticas de Jethro. No ahora que yo creía.
Una deuda.
No sabía lo que era. Podría haber sido el código para algo que no
entendía o algo literal y que requería devolución. Pero sabía una cosa,
no podía correr el riesgo de no obedecer.
Amaba a mi familia. Adoraba a mi hermano. No pondría en riesgo
sus vidas. No después de que esta supuesta deuda rompió el
matrimonio y la felicidad de mis padres.
Salté cuando el encendido gruñó a la vida, rompiendo el silencio,
y de alguna manera me concedió la fuerza en su ferocidad. Sacando de
una patada el soporte, Jethro tomó el peso de la moto.
No llevaba un casco ni me ofreció uno. Esperaba que se diera la
vuelta y entregara más información o demandas, pero lo único que hizo
fue estirar el brazo hacia atrás, robar el mío, y colocarlo alrededor de
sus caderas. En el momento en que mi mano descansaba sobre él, me
soltó, sin saberlo, dándome un puerto seguro, pero con un ancla que ya
despreciaba.
Miré con nostalgia al edificio donde mi hermano y mi padre se
mezclaban con la moda y el único mundo que conocía. En silen cio,
rogué que salieran corriendo y se rieran de mi cara aturdida y llena de
miedo, gritando “te engañamos”.
Pero nada. Las puertas permanecieron cerradas. Las respuestas
ocultas. El futuro desconocido.
Estoy sola.
Estoy siendo raptada por una deuda que sólo yo puedo pagar. Una
deuda de la que no sé nada.
Fui una idiota al desear más de lo que tenía.
Ahora no tenía nada.
Con un giro de su muñeca, Jethro alimentó de gas a su bestia
mecánica y nos lanzó hacia delante en la oscuridad.

El aeropuerto de Milán me dio la bienvenida de nuevo.


Se sentía como una eternidad desde que volé, aunque en realidad
sólo pasaron dos días. Mi piel se sentía helada, y a pesar de mi aversión
repelente por Jethro, no fui capaz de evitar acurrucarme contra él
mientras que rompía los límites de velocidad y tomaba las esquinas a
híper-velocidad con su máquina de la muerte. Mi pequeña falda y corsé
sin mangas no estaban destinados a pasear por Milán tan tarde.
Metiéndose en un estacionamiento de corto plazo, apagó el motor
y pateó el soporte para bajarlo. Inmediatamente me senté de nuevo,
desenrollando mis brazos de su cintura.
El miedo se quedó en mi corazón, cada vez más sofocante con
cada latido. No podía mirar al supuesto caballero sin tragarme un cóctel
de furia asesina y terror lloroso.
Su perfil mostraba a un hombre con una barba de pocos días
empezando por la mandíbula, el cabello grueso azotado por el viento, y
algo que lo catapultaba de sexy a peligroso. Destacaba entre la
multitud. Atraía la necesidad y el deseo sin esfuerzo. Pero no había
nada dócil, ni amable, ni normal. Apestaba a manipulación y control.
Él es un témpano.
El aparcamiento no se hallaba vacío, pero tampoco era una hora
punta. A pesar del eco metálico de un par de maletas siendo
arrastradas hacia la terminal, la noche era tranquila.
Jethro se bajó de la moto. Una vez de pie, hizo rodar el cuello,
frotando el tendón del músculo con una mano fuerte. Sus ojos se
pegaron a los míos. Se veían más oscuros, más como la hoja otoñal que
el metal precioso, pero seguían siendo igual de fríos.
Lo fulminé con la mirada, esperando que mi odio fuera visible.
Su rostro permaneció bloqueado, sin caer en el desafío de una
guerra de miradas. Extendiendo su mano, esperó. La forma en que me
miraba decía mucho. No se preguntaba si le tomaría la mano. Él lo
sabía. Creía en sí mismo tan condenadamente tanto que todo lo que no
fuera su deseo era descartado como ridículo.
Lástima para él, no me llevaba tan bien con el tratamiento del
silencio. V me había entrenado. Tener un gemelo bullicioso me armó
con ciertas habilidades. E ignorar a los hombres de mal humor era uno
de ellos.
Golpeando su mano, me impulsé fuera del cuero negro y aterricé
sobre mis pies descalzos. El hormigón fresco laceró las plantas de mis
pies. Envolviendo los brazos alrededor de mi torso que temblaba, le
dije—: Como si fuera a aceptar tu ayuda. Después de todo lo que has
hecho hasta ahora.
Dejando caer su brazo, se rio entre dientes. —¿Hasta ahora? —Se
acercó más—. No he hecho nada. Todavía no. Espera hasta que estés en
mi dominio y detrás de las puertas cerradas. Entonces puede ser que
tengas algo digno de ser melodramática.
Mis habilidades para lidiar con el futuro dependían de ser capaz
de ignorar sus amenazas y concentrarme en el ahora. Irguiéndome, le
dije—: Podría preguntar algo estúpido como por qué estamos en el
aeropuerto, pero puedo adivinar el motivo. Sin embargo, no pudiste
pensar en mi horario…
—Los horarios cambian.
—No viajo sola, señor Hawk. Tenía billetes reservados para mi
hermano, asistente y organizador de armario. Por no mencionar el
exceso de equipaje. Van a estar esperándome. Diablos, mi asistente me
estará esperando en el hotel esta noche. Todo esto, es una pérdida de
tiempo. Es un desperdicio porque la policía se enterará y si crees que
mi padre no vendrá a por mí, te equivocas.
Incluso mientras lo decía, la duda se apoderó de mi alma. Tex
Weaver me empujó hacia esta pesadilla. ¿Por qué creía que regresaría y
me llevaría a casa?
Jethro se cruzó de brazos, con sus labios en una sonrisa tensa,
como si fuera divertida y no estuviera señalando puntos válidos. —
Hubo muchos errores en ese párrafo, pero me centraré sólo en los
puntos pertinentes. —Inclinando su cabeza, continuó—: Tu padre es
plenamente consciente de todo. Su lealtad al hombre al que te entregó
sin protestar está fuera de lugar. Sus manos están atadas y lo sabe
muy bien. En cuanto a la policía, no tienen ninguna relevancia en el
futuro. Olvídate de ellos, de tu familia, de la esperanza. Se acabó. —Su
voz se convirtió en un gruñido—. ¿Sabes por qué se acabó? Se acabó,
porque tu vida ha terminado. Hay tantas cosas que no sabes, y tanto
que no puedo esperar para contarte.
Derramó su frialdad hacia el exterior, agarrando mi cabello y
tirando de mi cabeza hacia atrás. —Aprenderás acerca de tu título. De
tu árbol genealógico podrido. Y tendrás que pagar. Así que cállate,
renuncia, y aprecia mi bondad hasta ahora porque me estoy quedando
sin paciencia, señorita Weaver, y no te va a gustar cuando llegue a mi
límite.
Mis escalofríos evolucionaron a temblores completos. —No te
gusto ahora, y mucho menos en el futuro. Déjame ir.
Me sorprendió al alejarse, liberándome. Mi cuero cabelludo
escocía, pero me negué a frotarme la cabeza.
—¿Me estás probando? Pero, por suerte para ti, sé cómo tratar
con mascotas problemáticas.
¿Mascotas?
Mis manos se apretaron.
¿Cómo pude pensar que lo quería a él? El hecho de que sus labios
hubieran estado en mi cara y su pulgar dentro de mi boca me repugnó.
La mirada de Jethro flotó por mi desnudez. —Estás temblando.
No quiero que te enfermes. —Arqueó su ceja—. Te ofrecería mi
chaqueta, al igual que el hombre caballeroso que soy, pero dudo que la
aceptes. Sin embargo, tengo algo mejor. —Girando, se desvió hacia una
profunda sombra de uno de los grandes pilares—. ¿Flaw? Sal de ahí.
Muy bien, sabes que…
—Estoy aquí. —Un hombre apareció de entre las sombras.
Vestido con vaqueros negros, camiseta y chaqueta de cuero negro, el
único destello de color venía de un esquema simple de un diamante
grabado en el bolsillo delantero. Parecía un ladrón a la espera de una
víctima—. Hemos estado aquí durante cuarenta y cinco minutos. Llegas
tarde. —Le lanzó a Jethro una bolsa, pasándose una mano por el
cabello largo y oscuro—. Por suerte para ti se retrasó el vuelo.
Jethro atrapó la bolsa, mirando al hombre. —No te olvides de tu
lugar. No llego tarde según mis reglas, no las tuyas. —Moviendo la
bolsa, dijo—: ¿Hiciste lo que te pedí?
El hombre asintió. —Todo. Incluyendo pruebas fotográficas. Todo
salió a la perfección, y las entradas se encuentran dentro. Yo me
ocuparé de la moto, simplemente sal de aquí. Cushion y Fracture están
rastreando a los hombres de Weaver hasta que les digas lo contrario.
Jethro sacó un sobre, luego ojeó el contenido. Miró hacia arriba,
con algo parecido a una sonrisa adornando sus labios. —Buen trabajo.
Te veré de vuelta en Hawksridge.
Mis orejas se tensaron por el nombre. Me sonaba familiar,
apestando a dinero viejo.
¿Es de la nobleza? El concepto de Jethro siendo un duque o un
conde era absurdo, y sin embargo… asombrosamente perfecto. Todo en
él era engañoso y… aburrido. ¿De eso trataba todo esto? ¿Un juego para
pasar el tiempo con algún rico malcriado que se cansó de matar
cachorros?
No pude evitar que mis dientes castañearan, tanto del asco como
del frío. El hombre llamado Flaw me miró. Sus ojos se estrecharon. —Él
está esperando a la mujer y a ti. Voy a dejarle un mensaje y a hacerle
saber que todo ha ido bien.
—No —espetó Jethro. Su acento inglés espesándose con la
demanda—. No necesita saber. Nos verá muy pronto. —Despidiendo al
hombre como si fuera personal contratado y ya no lo necesitara, Jethro
se acercó a mí, sosteniendo la bolsa.
Flaw se disolvió de nuevo en las sombras como un fantasma.
—Esto es tuyo. Vístete. No se permite la entrada al edificio medio
desnuda y descalza.
Tomando la lona, murmuré para mis adentros—: Me encontraba
vestida con un traje valorado en miles de libras antes de que me lo
arrancaras. —La pérdida de mi obra maestra dolía como una herida
abierta.
Tenía dos deseos: uno, que me hubiera escuchado y supiera lo
enojada que me sentía. Y dos, que no me oyera, porque tenía miedo de
su reacción.
Jethro sonrió antes de volver a su moto.
Abrí la bolsa y rápidamente la dejé caer.
Oh, Dios mío. Tenía que estar soñando. Despierta, Nila. Por favor,
despierta.
Mis rodillas se doblaron, a raíz de la bolsa en el suelo.
Sacudiéndola, recogí las fotos que se hallaban encima de un montículo
de ropa. Mi ropa. Todo lo que había traído a Milán —excepto lo del
desfile de moda y mis herramientas de trabajo— ropa para correr, un
bikini, pantalones de chándal, pijama, y una simple colección de
blusas, vaqueros y vestidos maxi.
Pero por encima de todo, descansaban fotografías esparcidas.
Imágenes retocadas de compras que nunca ocurrieron.
Instantáneas retocadas de mentiras. Horribles, horribles
mentiras.
Nadie iba a venir.
Jethro tenía razón. La policía se reiría si alguien les pedía ayuda.
Lo que sostenía cimentó mi nueva vida siendo el juguete de Jethro.
Arrastrando los pies a través de la cubierta, no pude parar una
lágrima caliente cayendo por mi mejilla.
Era yo, sonriendo y brillando. Recordé el día. V y yo habíamos ido
a París para un espectáculo a mitad de temporada hace unos años. Me
había ganado en el póker en un torneo tonto de un pub y el dueño tomo
una fotografía de nosotros. Riendo, excesivamente cálidos, los brazos
envueltos alrededor del otro, por el afecto entre hermanos, habíamos
sido tan felices.
Sólo que Vaughn no existía en esta foto. El fondo había sido
modificado para mostrar un restaurante de lujo, mientras que el
hombre que me agarraba era Jethro.
La sonrisa en su rostro era la más cálida que había visto. Su
atuendo de camisa de cuello abierto y pantalones vaqueros negros le
daba un aspecto joven, enamorado y elegante.
No lo podía analizar más. Sacudiendo otra, golpeé una mano
sobre mi boca.
Esta foto de mi padre y yo. O era. Se sacó en el retiro anual del
personal, y fuimos a un crucero de una semana por el Mediterráneo.
Estábamos parados con la puesta de sol sobre las olas teñidas de
naranja, yo vestida con un holgado traje de “crucero” que había creado
sólo unos días antes. Planté un beso de hija adorada en su cara áspera.
Ese beso ahora pertenecía a Jethro.
El barco había sido retocado para mostrar un yate de lujo en
lugar del de una línea comercial. La puesta de sol lanzaba un brillo
diferente. Jethro se hallaba parado encorvado, mirando fijamente a la
cámara con un intenso resplandor de poder sexual en su mirada; nadie
estaría en desacuerdo que existía química y necesidad entre nosotros.
La forma en que mi cuerpo se curvaba hacia el suyo, la dulzura y la
confianza que mostraba, sólo ayudaba a confirmar la ilusión de una
pareja enamorada.
Las fotos se tambalearon en mis manos; otra lágrima manchó el
brillante engaño.
Miré hacia arriba, sin importarme que mi corazón fuera
arrancado y golpeado con frialdad en el suelo del aparcamiento. —
¿Cómo…? —Apretando los dientes, lo intenté de nuevo—. ¿Destruir mi
vestido no fue suficiente? ¿También tenías que robarme mi pasado? —
Levanté una fotografía de un Jethro medio desnudo sosteniendo mi
barbilla mientras me besaba. Esa no estaba basada en mi vida de citas,
pero era tan real, tan verdadera, tan incontestable.
¿Cómo las hacían tan realista?
Jethro negó con la cabeza, poniendo los ojos en blanco. Bloqueó
su moto, y guardó las llaves antes de darse la vuelta para mirarme.
Dejando caer sus caderas en frente, me susurró—: No sólo robé tu
pasado. También voy a robarte tu futuro.
Respiré con fuerza, odiando la mirada de placer en sus ojos.
Sin romper el contacto visual, tocó las fotografías en mis manos.
—No has visto todas. Ve a la parte posterior. Son especialmente para ti.
No pude despegar mis pulmones. Creo que nunca sería capaz de
respirar sin dolor otra vez. Dividiendo la torre de imágenes, eché un
vistazo a las últimas. Inmediatamente, miré hacia arriba. Todo el
sentido de decencia y orgullo se fue.
—Por favor, no puedes. Esto va a romper su corazón.
Las lágrimas quemaban la parte posterior de mi garganta. Mis
ojos ardían, mirando hacia abajo de nuevo. Esta mostraba mi
habitación de hotel vacía, exactamente como la dejé con la cinta de
última hora y las plumas que cubrían la cama antes de salir corriendo
al desfile, pero ahora mis artículos de tocador de la mesita de noche, mi
portátil, y pertenencias habían desaparecido. Incluyendo mi equipaje de
mano y la maleta.
La habitación se veía abandonada. Parecía como si hubiera
empacado y dejado mis sueños, mi vida, y a mi familia sin siquiera
mirar atrás.
Esto rompería a mi hermano y el corazón de mi padre, porque era
la misma manera en que mi madre, Emma Weaver, nos dejó.
Pero a diferencia de mi madre, había una simple nota colocada
sobre la cómoda.
—Dale la vuelta. Me tomé la libertad de pedir un acercamiento,
para que puedas leer lo que escribiste como último adiós —murmuró
Jethro. Tomó la foto de mis dedos y sacó una recién revelada de debajo.
Me acurruqué sobre mis rodillas, acunando la réplica brillante de
una carta de despedida escrita con mi letra. La escritura era
exactamente como la mía, ni siquiera podía diferenciar los movimientos
forjados y la cursiva de la realidad.
Es momento de que lo admita.
He estado mintiendo desde hace un tiempo.
Me he enamorado y decidí que mi vida es mejor con él. Ya he
terminado con los plazos y la presión inalcanzable puesta sobre mí por
esta familia.
Sé lo que estoy haciendo.
No traten de encontrarme.
Nila.
Alcé la mirada. Mi corazón chocó con mi caja torácica,
lastimándome, hiriéndome. Tanto dolor. No pude contener la tristeza al
pensar en V al leer esto. Siendo dejado por su madre y hermana…
—No van a creer esto. Me conocen mejor que nadie. Saben que no
tenía una relación. Dijiste que Tex sabe todo sobre ti y por qué estás
haciendo esto. Por favor…
Jethro se echó a reír. —No es para tu familia, señorita Weaver. Es
para la prensa. Es para el escenario mundial, que hará que esta ficción
sea una realidad. Tu hermano se enterará de la verdad por tu padre,
estoy seguro. Y si se comportan, ambos van a permanecer intactos.
Créeme, esto no es para hacerles daño a ellos, si quisiera eso, tendría
medios muchos mejores. —Tomó mi mejilla, alejando largos mechones
de mi cabello—. No. Esto fue sólo una póliza de seguro.
—¿Por qué? —Respiré.
—Así nadie creerá a tu familia cuando se rompan y traten de
encontrarte. Van a estar solos. Al igual que tú. Controlados por los
Hawks, que han poseído a los Weaver desde hace casi 600 años.
¿Seiscientos años?
—Pero…
Jethro aspiró, su temperamento levantándose como un fantasma
entre nosotros. —Deja de llorar. Las imágenes retratan la verdad. Esto
demuestra que hiciste lo que hiciste y nadie puede estar enojado o
desconfiado.
—¿Qué hice?
—Ah, señorita Weaver, no dejes que el shock te robe tu
inteligencia. Te. Fuiste. Voluntariamente. —Hizo un gesto hacia la
foto—. Esto lo confirma.
—Pero no lo hice —gemí—. No me fui…
Jethro se tensó. —No te olvides tan pronto de lo que te enseñé.
Eres el sacrificio y… —Sus ojos me miraron para terminar la frase, para
admitir todo lo que había hecho por proteger a mi familia. Sus dedos se
movieron entre sus piernas, luciendo como si quisiera golpear algo.
Nunca había sido buena en las confrontaciones, no es que mi
padre o Vaughn me gritaran a menudo y yo respondiera. Crecí sin
necesidad de luchar. Sabía cuán preciada era mi familia. Mi madre se
fue, lo que demostraba hasta qué punto era alguien sin corazón, si no
se aferraba al amor. Así que me aferré con ambas manos, los pies, cada
parte de mí. Sólo para que me fuese arrancado con tanta facilidad.
Preferiste que vivieran, y nunca más verlos, antes que mueran por
tu culpa.
Bajando la cabeza, murmuré—: Un sacrificio viene de tu propio
libre albedrío, por lo tanto, me fui voluntariamente.
Jethro asintió, acariciando mi muslo como la mascota que
pensaba que era. Cubriendo las fotos con su gran mano, presionó hacia
abajo hasta que mis codos cedieron y me los bajó. —Buena chica.
Compórtate y la siguiente parte no va a ser demasiado difícil de
soportar.
Otra oleada de lágrimas me asfixió, pero me las tragué de nuevo.
Me dijo que dejara de llorar. Así que lo haría.
Jethro se puso de pie, agachándose para tomar las horribles fotos
y la bolsa con mis pertenencias. —Ven. Nos tenemos que ir. —No me
ofreció la mano para levantarme.
El simple acto de levantarme del cemento frío congeló el aire de
mi mundo ya fracturado. El vértigo choco con mi equilibrio, enviándome
tambaleante hacia atrás. Mis brazos se abrieron, en busca de algo que
agarrar.
Con los ojos borrachos, le rogué a Jethro que me sostuviera, pero
se quedó allí. Silencioso. Exasperado. Me dejó tropezar y caer.
Grité mientras me desplomaba. Mis uñas se clavaron en el suelo
áspero, mientras que el estacionamiento bailaba alrededor como un
carrusel de pesadillas. El dolor irradiaba del hueso de mi cadera, pero
no era nada comparado con las náuseas abrumadoras.
Estrés.
Si Jethro no terminaba matándome, lo haría la incapacidad de
hacerle frente a todas estas emociones.
Cerré los ojos y repetí la tonta canción de cuna de Vaughn.
Encuentra un ancla. Agárrate fuerte. Haz esto y vas a estar bien.
—Levántate, maldita sea. Deja de actuar como la víctima. —Una
mano me agarró bajo el brazo, sacudiéndome para levantarme.
Me doblé, sosteniéndome el estómago mientras una nueva ola de
náuseas amenazó con desalojar la única comida que había tomado hoy,
un almuerzo previo al ensayo del desfile.
—Eres una inútil.
Cuando la onda debilitante se fue, lo fulminé con la mirada. —No
soy inútil. No puedo controlarlo. —Respirando con dificultad, le rogué—
: Por favor, déjame hablar con mi hermano. Permíteme decirle…
—¿Decirle qué? ¿Qué estás siendo tomada en contra de tu
voluntad? —Jethro se rio entre dientes—. Por la mirada en tu cara
parece que piensas que voy a prohibirte tener toda comunicación,
privarte de todos los que aprecias. —Dejándome ir, recogió el pesado
cabello de mi cuello, dándome un respiro del calor pegajoso que no me
sentaba bien—. Contrariamente a lo que piensas, no tengo ningún
deseo de dictar lo que puedes y no hacer.
Torciendo mi cabello y tirando ligeramente, añadió—: Esto puede
sorprenderte, ya que tienes una opinión tan baja de mí, pero puedes
estar en línea, mantener tu teléfono, incluso seguir trabajando si así lo
deseas. Te lo dije antes, esto no es un secuestro. Es una deuda. Y hasta
que entiendas las complicaciones totales de la deuda, te sugiero que te
guardes lo que está sucediendo para ti misma.
No podía entender. Estaba siendo secuestrada, pero se me
permitía el acceso a los medios que me podrían traer seguridad. No
tenía sentido.
—Tomaste la decisión de venir conmigo, y es irreversible. No
puedes cambiar de opinión, y no puedes cambiar los pagos requeridos,
por lo que ¿por qué hacer que otros se preocupen en tu nombre? —Sus
ojos brillaron—. Te sugiero que te conviertas en alguien buena fingiendo
si deseas mantener el pretexto de la libertad. No voy a detenerte de
crear preocupación adicional y tensión por ti misma. —Inclinándose
sobre mí, sonrió—. Eso sólo hace que mi trabajo sea más fácil.
Agarrando la cuerda negra que hizo con mi cabello, me alejé de él.
—Estás loco.
Me dio una mirada de reojo, hurgando en la bolsa para tomar un
puñado de ropa. Al cerrar la distancia entre nosotros, empujó los
artículos, apretándolos contra mi estómago.
El oxígeno explotó de mis pulmones por la fuerza.
Jethro latía con furia. —Esta es la segunda vez que cuestionas mi
estado mental, señorita Weaver. No. Lo. Hagas. De. Nuevo. —Pasando
una mano por mí cabello, gruñó—: Ahora vístete. Es hora de ir a casa.
7
Jethro
Traducido por Jadasa
Corregido por Val_17

No podía hacerlo.
Era como cuidar a un hijo necesitado, enfermizo y desobediente.
Bryan Hawk, mi padre y orquestador de este desastre, me aseguró que
sería un sencillo asunto de un par de amenazas y chantajes.
Vendrá fácilmente si amenazas a aquellos que ama.
Mentiras.
La presunta diseñadora inexperta tenía sus propias motivaciones
ocultas. Debajo de la niña casta, acechaba una mujer retorcida, que se
encontraba tan enredada y confundida que era jodidamente peligrosa.
Peligrosa porque era impredecible. Impredecible porque no se
conocía a sí misma.
No tenía ni idea de cómo controlarla. No la entendía.
Por ejemplo, ¿qué demonios ocurrió en la cafetería? Ella gravitó
hacia mí. Lamió mi pulgar imaginando que era mi polla. Me sorprendió.
Y no me llevaba bien con las sorpresas.
Mi estructurado mundo —mis reglas e intenciones— no era algo
que tuviera espacio para giros y vueltas. A menos que yo fuera quien las
creara. Y definitivamente, no tenía tiempo para que mi polla se
sacudiera y mostrara interés por la mujer a la que estaba destinado a
torturar y deshonrar.
Me pondría duro cuando ella estuviera sola en mi finca y sus
gritos resonaran en el bosque. Me vendría con ella amordazada, sumisa,
y odiándome con la intensidad de sus antepasados.
Su dolor era mi recompensa. El hecho de que me pusiera duro al
ser tímida pero tan jodidamente tentadora no estaba permitido para
nada.
Miré mi reloj. El avión debía partir en treinta minutos. Hazlo.
Sabes que deseas hacerlo.
No podía soportar su presencia por más tiempo. Ya no podía
responder sus estúpidas preguntas, o fingir que no estaba furioso por
darle una lección. Su maldito tropezar y tambalear me irritaba. Sin
mencionar su amor ciego hacia una familia a la que ya no tenía
derecho.
Ella necesitaba disciplina, y la necesitaba ahora. Tus manos están
atadas hasta que la lleves a casa.
Si tenía que escuchar un ruego más o presenciar otra lágrima, iba
a terminar matándola antes de que comenzara la diversión.
Nila estiró su cuello, intentando leer las tarjetas de embarque en
mis manos. Un error, mi mano derecha y secretario de la hermandad
Diamantes Negros, ya nos registró. También se ocupó del envío de mi
nueva adquisición, una motocicleta negra Harley-Davidson, y preparó la
escena de la fuga en el hotel de Nila.
Exactamente en seis horas, un ama de llaves encontraría las
fotos, notas y artículos abandonados, luego las columnas de chismes
extenderían la historia como una enfermedad bien incubada.
Nila Weaver encontró el amor.
Nila disipa los rumores de que está enamorada de su gemelo al
huir con algún desconocido aristócrata inglés.
Mis labios se curvaron ante eso. ¿Yo? ¿Un aristócrata?
Si solo conocieran mi educación. Mi historia. Si solo el padre de
Nila hubiera pasado los años que tuvo con ella preparándola para este
día, informándole de nuestro patrimonio común, entonces tal vez no se
vería tan jodidamente enferma.
Le conté la verdad. Vaughn y Archibald Weaver se encontraban
bajo estricta vigilancia. Si obedecían y dejaban pasar la artimaña de
Nila yéndose por amor, todo sería armonioso.
Si no lo hacían… bueno, la línea Weaver se extinguiría con la
ayuda de una pistola con silenciador. Y no queríamos eso. Después de
todo, si no había más Weaver, ¿a quiénes controlarían los Hawks?
¿Quién continuaría pagando la deuda?
Miré a la mujer destinada a morir por los errores de sus
antepasados.
Notó mi mirada. ―¿A dónde me llevas? ―Sus mejillas eran
incoloras a pesar de que tenía que tener calor con la cantidad de ropa
que se puso.
―Te lo dije. A casa. ―La palabra rayó su cara como cuchillos de
trinchar. Casa para mí sería un infierno para ella. Debería haber sido
más comprensivo —prácticamente podía escuchar su corazón
destrozándose— pero nací en una familia donde la emoción era una
debilidad. Me enorgullecía de ser fuerte, irrompible. La empatía era la
perdición de cualquier ser humano.
La habilidad de sentir su dolor. El fastidio de vivir su trauma.
Esa inconveniente habilidad me fue arrancada cuando era un
niño. Lección tras lección hasta que abracé el frío.
El frío no tenía emociones. El frío era poder.
Nila sollozó, alejándose unos pasos. Sus curvas se escondían en
su nuevo vestido púrpura oscuro que le llegaba a los tobillos, y una
chaqueta de mezclilla. No me había permitido mirarla realmente. No me
interesaba su cuerpo. Solo lo que sus gritos podían ofrecer. Era
delgada. Demasiado delgada. Pero su cabello negro era espeso y rogaba
ser agarrado en puños.
Observar su vestido en el estacionamiento me irritó. Su
incertidumbre se entendía como timidez. Tirar el vestido sobre su falda
fue un striptease inverso. Sus dedos temblorosos convirtieron el hielo
en mi sangre en una lujuria que no sentía desde que robé a la puta de
mi hermano y la lastimé.
No tardaría mucho en romper su pequeña figura. Pero a pesar de
su cuerpo frágil, sus ojos contaban una historia diferente.
Ella era profunda.
No me molesté en preocuparme sobre cómo de profunda. Pero me
tentó de una manera que no esperaba.
Una chica como Nila… bueno, no era algo para ser roto a la ligera.
Sus complejidades, sutilezas, profundidades y secretos.
Cada capa rogaba ser rota y destruida.
Solo una vez que se encontrara delante de mí, despojada de
cordura y sueños, estaría lista.
Lista para pagar su deuda final.
Nila frotó su mejilla, alejando otra lágrima silenciosa. Esa única
maldita lágrima lo detuvo todo, congeló la sensación no deseada de
emoción ante lo que deparaba mi futuro. Su sollozo me dio una capa de
obligación en lugar de anticipación.
No iba a hacerlo, pero no me había dado ninguna opción. A la
mierda.
Me acerqué, mis manos abiertas para estrangularla, para darle
algo verdadero por lo que llorar, pero me contuve. Apenas.
Levantó su mirada, con los ojos vidriosos.
Forcé una sonrisa, una media sonrisa, haciéndole creer que sus
lágrimas me afectaron, ofreciendo falsa humanidad. La dejé creer que
tenía un alma y no la castigué para que tuviera esperanza. Esperanza
de que yo fuera redimible.
Se lo creyó. Chica estúpida. Permitiéndome ofrecerle mi brazo
como si fuera algún tipo de consuelo y guiándola desde el purgatorio al
infierno.
8
Nila
Traducido por Val_17
Corregido por Amélie.

La barra del aeropuerto apestaba a despedidas tristes y


lágrimas. Al igual que mi alma.
Rodé los ojos. No me gustaba el tipo de persona en la que Jethro
me convertía. Alguien que sólo veía lo negativo y era gobernada por el
miedo. Soy una premiada diseñadora. Soy rica por derecho propio.
El futuro incierto aplastaba mi corazón, pero era la idea de
perderme mientras sucedía lo que me asustaba más.
—Necesito un trago. También te conseguiré uno —murmuró
Jethro.
Me giré para mirarlo. Gran error. Me tropecé por la izquierda,
maldiciendo la repentina inclinación de la habitación. Mi vértigo
normalmente no era así de malo. Un episodio al día era mi norma, no
cada vez que intentaba moverme.
Una mano fría agarró mi codo. —Esa condición que tienes…
realmente me saca de quicio.
El piso se estabilizó bajo mis pies; saqué mi brazo de su agarre de
un tirón. —Déjame sola entonces. Súbete al avión y déjame caer en paz.
Negó con la cabeza, sus ojos dorados oscureciéndose con
impaciencia. —Tengo una idea mucho mejor.
Aparté la vista, mirando los bajos sofás cuadrados con líneas, las
tristes plantas de plástico, y la alfombra sucia. Esto no puede estar
pasando. Todo parecía irreal. Estaba en el aeropuerto con un hombre
que había amenazado la vida de mi hermano y mi padre. Estaba a
punto de subir a un avión con él. Estaba a punto de desaparecer.
Y probablemente nunca sería encontrada.
No era racional. Era completamente absurdo.
De repente, un trago sonaba perfecto. El alcohol y el vértigo no se
mezclaban, pero que me condenen si quería existir llena de dolor y
horror.
Jethro hizo un gesto hacia una cabina junto a la ventana, donde
grandes reflectores convertían el mar negro de asfalto en falsa luz solar,
proyectando un cálido resplandor en los enormes aviones privados
listos para partir.
Sin darme la oportunidad de decir algo más, o incluso transmitir
mi preferencia, se alejó, directamente hacia el bar.
Rápido. Ahora.
Al momento en que él estaba de espaldas a mí, saqué mi celular
del bolsillo de mi chaqueta. Me dijo que podía mantenerlo. Me dijo que
podía hablar con quien quisiera. No había dicho cuándo —ahora o
cuando llegáramos a su “casa”, pero necesitaba desesperadamente a
Vaughn.
Mis ojos ardían mientras desbloqueaba la pantalla.
Encorvándome sobre el dispositivo brillante, hice lo que mi captor
ordenó y me dirigí hacia la cabina.
Tecleando el número que me sabía de memoria y prácticamente el
único número al que alguna vez llamaba, contuve la respiración.
Una pared se plantó en mi camino.
Una fría e implacable pared.
Levanté la cabeza. Jethro se cruzó de brazos, la ira irradiando de
cada centímetro. —¿Qué estás haciendo?
Tragué con fuerza; mis palmas se pusieron resbaladizas por el
nerviosismo. —Dijiste que podía mantener mi teléfono. Dijiste…
—Sé lo que dije. Podría no detenerte, pero aun así necesitas
permiso. Yo estoy, después de todo, en control de tu vida a partir de
ahora. —Mirándome a los ojos, añadió—: No hagas una decisión
precipitada que no puedas deshacer, señorita Weaver. —Su acento
inglés cortó mi apellido de una manera desconocida. Habló como si
fuera suciedad. Una palabra sucia contaminando su boca.
Mi dedo se cernía sobre el botón de llamada a mi gemelo. El único
hombre al que le podía decir algo y lo entendería. Convocando la inútil
energía que me quedaba, dije—: Por favor, ¿puedo hacer una llamada?
No seré estúpida. Sé lo que está en juego.
Jethro chasqueó la lengua en voz baja. —Ese es el
problema. No lo sabes. Crees que lo haces. Crees que todo esto es una
broma. No estás captando la profundidad de lo que esto significa, no lo
harás hasta que hayas sido educada.
Avanzó un paso, cerrando la distancia entre nosotros, en voz baja
dijo—: Pero sabes una cosa. Sabes lo que voy a tolerar. Mentirme es
otra ofensa que viene con un castigo rápido. Permanece honesta,
educada y obediente, y tu corazón seguirá latiendo.
Quería gritarle. Su voz tranquila era peor que ser gritada. Era
tan… decente… tan elocuente. Hacía que todo esto pareciera normal. Y
por eso no lo era. Era tan anormal.
—Lo entiendo. ¿Tengo tu permiso? —Me dolía la mandíbula por
apretarla tan fuerte, frenándome de lo que realmente quería decir. Si no
estuviera tan asustada de este psicópata, lo golpearía. Saltaría sobre su
espalda y lo golpearía hasta que sangrara. Sólo para ver si sangraba,
porque una parte de mí esperaba que él no fuera nada más que piedra.
Frunció el ceño. —Está bien. Pero me quedaré cerca para
escuchar esta primera conversación.
Negué con la cabeza. —No. Necesito privacidad.
Sonrió, una línea fina de emoción. —Debes darte cuenta que la
privacidad es un lujo que ya no tendrás. Todo lo que hagas a partir de
ahora será supervisado por mí. Nada estará oculto. Todo debe ser
aprobado.
¿Todo? Una imagen horrible de mí rogando ir al baño sólo para
ser negada llenó mi mente. No sólo me había tomado por algo que no
entendía, me había robado mis derechos básicos como ser humano.
Realmente soy una mascota.
Jethro levantó la mano repentinamente, robándome mi teléfono.
¡No! Estar separada de él hizo todo esto demasiado real. La
crudeza de mi situación golpeaba mi alma.
Mirando la pantalla, se desplazó bruscamente a través de mis
contactos. Mis muy escasos contactos. Su mirada se crispó,
entregándome el dispositivo de vuelta. —Pareces vivir en un mundo
dominado por los hombres. Los únicos nombres en tu lista de favoritos
son hombres, aparte de una misteriosa entrada de Kite007. —Se puso
rígido—. ¿Te importa decirme si esa persona es una mujer? De alguna
manera lo dudo, viendo que hay una evidente referencia a la ridícula
franquicia de James Bond.
Arrebatándole el teléfono, dije—: No me importa decirte nada.
Déjame sola. Voy a llamar a mi hermano. Te di mi palabra de que no
pondría en peligro lo que sea que estés planeando hasta que sepa toda
la historia.
Jethro metió las manos en los bolsillos. Su camisa crema y el
pasador de diamantes eran el epítome de la elegancia. En una
circunstancia normal, habría estado honrada y emocionada de tener
una cita con un hombre con cabello grueso deliciosamente canoso y un
hermoso rostro. Siempre había preferido a los hombres sobre los chicos.
Pero él tuvo que arruinarlo.
Lo arruinó todo.
Jethro no se movió. Se quedó allí. En silencio.
No hubo ganador. No me levantaría la voz ni me pegaría para
imponer su voluntad —no en público de todos modos— pero su postura
me intimidó hasta que me rendí.
Mirando el número en espera, deliberé el llamar a V. ¿Qué
esperaba lograr? Me mataría escuchar su voz. ¿Pero y si es una mentira
y al momento en que te tenga donde nadie pueda ver, él se lleva lo único
que te queda?
No podía correr el riesgo. No, si podía hablar con V una última
vez.
Clavando mis ojos en los de mi némesis hermosamente arreglado,
presioné el botón de “llamada” y sostuve el teléfono contra mi oreja.
Estar sentada sin privacidad era horrible. Mi espalda se quedó
recta y todos los sentimientos de debilidad fueron enterrados bajo falsa
fortaleza.
No llores. No. Llores.
La llamada se conectó en el primer timbre.
Vaughn nunca me hacía esperar, casi como si sintiera que era yo
llamando —la empatía de gemelos conectándonos una vez más.
Mierda, ¿y si él lo descubre? ¿Y si sentía mi infelicidad? ¿Cómo lo
detendría de venir a por mí —a dondequiera que iba?
La voz ronca de Vaughn llegó por la línea. —Nila. Dime dónde
estás. Voy a ir por ti. Tex está actuando realmente extraño, y terminé
con no ser capaz de obtener una respuesta directa.
Suspiré, dándole la espalda a Jethro, mirando los aviones por
abajo. Tantas cosas corrían por mi cabeza. Quería preguntarle por qué
papá actuaba extraño. Lo que significaba todo esto. Pero seguía
reprimida. Por él. Por ellos.
—Estoy bien, V. Estoy…
Te necesito. Ven a buscarme. Sálvame, por favor.
—No suenas bien. ¿Dónde estás?
En el infierno con un monstruo.
Mirando alrededor de la barra, me encogí de hombros. —Estoy
exactamente donde tengo que estar.
Para mantenerte a salvo.
—Para con la mierda, Threads. ¿Qué está pasando en realidad?
Suspirando con fuerza, presioné una palma contra mi frente
afiebrada. Apestaba en mentir. Especialmente a V. —Ha surgido algo.
Voy a estar lejos por un tiempo. Unas vacaciones donde pueda
relajarme. Debería ser capaz de ponerme en contacto contigo, si el Wi-Fi
y las líneas telefónicas están bien. —No podía dejar de divagar—. Esta
noche realmente puso demasiada presión sobre mí, ¿sabes? Iba todo
tan bien, pero no fue fácil, viste lo malo que se puso hacia el final. Solo
necesito…
—Lo que necesitas son unas malditas nalgadas. ¡No te vas sin
hablar sobre esto! —Vaughn hizo una pausa, un bufido de incredulidad
pasando por la línea—. No puedes estar hablando en serio. Teníamos
planes. Dijiste que vendrías conmigo cuando fuera a Bangkok la
próxima semana a por más mercancía. Hemos reservado los vuelos y
todo.
No quería que me recordara todo de lo que me estaba alejando.
—Lo siento, pero no puedo ir. Tienes que confiar en mí y no
presionarme. Sólo acepta lo que te estoy diciendo y que necesito un
poco de tiempo a solas, ¿de acuerdo? Podrás contactar conmigo por
teléfono y correo electrónico.
—Esto es una mierda.
—V, por favor. Se comprensivo, como siempre lo eres.
No hagas que decir adiós sea diez veces más difícil.
—¿Skype? Necesito verte, Threads. Algo no se siente correcto. Me
estás escondiendo cosas.
Un dedo firme pinchó mi hombro. Jethro susurró—: No hay
Skype.
No sabía cómo escuchó a V y no quería preguntar por qué no se
permitía Skype. ¿Por qué no quiere que mi familia me vea? Porque quién
sabe cómo te verás cuando él haya terminado.
El miedo que había sido capaz de mantener a raya de repente me
inundó. Me moví hacia adelante, colapsando en una incómoda cabina.
—Threads. ¿Threads? —La voz de Vaughn hizo eco por la línea—.
Maldita sea, Nila. ¿Qué demonios está pasando?
Suspirando, descansé los codos sobre la mesa. El peso de la
soledad y la depresión se estableció pesadamente. —No lo sé —susurré.
El teléfono desapareció de mi alcance. —Hola, señor Weaver. Nos
conocimos más temprano. Jethro Hawk. —Jethro me fulminó con la
mirada, haciéndome desear que el asiento me devorara.
Una ruidosa corriente de maldiciones llegó a través del teléfono.
Jethro se pellizcó el puente de la nariz. —No, verás, ahí es donde te
equivocas. Si tienes un problema con que disfrute de tu hermana por
un tiempo, habla con tu padre. Por ahora, Nila es mía, y no toleraré que
nadie diga lo contrario.
Sostuvo el móvil alejado de su oído por un segundo mientras
Vaughn explotaba. Una furiosa sombra oscureció su rostro.
Jethro agarró el teléfono, gruñendo como un lobo rabioso. —Eso
no es de tu incumbencia. Me la voy a llevar. Ya la he tomado. Y no hay
nada que puedas hacer. Adiós, señor Weaver. No hagas que me
arrepienta de mi amable generosidad hacia tu hermana tan pronto.
Colgó, lanzándome el inútil teléfono. —Si quieres un consejo
sobre cómo sobrevivir a los próximos meses, no hables con tu hermano
de nuevo a menos que quieras pagar un precio muy serio. Él es
perjudicial para tu disposición a obedecer, y un imbécil.
Las lágrimas brotaron. No quería llorar. Que me condenen si
derramaba más líquido inútil por este bastardo.
—No lo llames un… —Me detuve a mitad de la frase. En realidad
no había ningún punto en discutir. Él ganaría. Al igual que había
ganado hasta ahora sin pronunciar ni una maldición o levantar un
grito.
Estoy domesticada. Me contralaba sin cuerdas o cadenas o
maldiciones. Estaba bajo su horrible hechizo, amenazada por la ilusión
de él asesinando a las personas que más quería.
Mis ojos se dirigieron hacia la salida detrás de él. Jethro siguió mi
mirada. Se hizo a un lado, agitando su brazo hacia la tentación de
correr. —¿Quieres irte? Vete. Si eres tan egoísta como para dejar que
otros mueran por ti, no voy a detenerte. Una llamada telefónica de mi
parte, señorita Weaver, y todo termina para ellos.
No me moví, deliberando una pesada cruz sobre mis hombros.
¿Cómo podía sentarme y dejarlo tomar el control de mi vida? ¿Pero
cómo podría vivir conmigo misma si corría?
Mataría a mi familia y no habría nada hacia lo que correr.
Todo era inútil.
Me encorvé, apartando deliberadamente la vista de la salida.
Jethro avanzó, acercándome a la cabina. —Buena elección. Ahora
siéntate allí, no te muevas, y te voy a conseguir algo que hará esto más
fácil. —Se dio la vuelta, pero no antes de que lo escuchara murmurar—:
Para mí, al menos.
Esperé hasta que se paró junto al bar, sonriéndole a la camarera,
antes de abrir un nuevo mensaje.
Me temblaban las manos, balanceando el teléfono, pero no me
detendría. Podía no dejarme hablar con las personas que amo, pero la
gente que odiaba no importaba. La única persona que me condujo a
este desastre podría ser mi única esperanza de sobrevivir.
Si me perdonaba.
Needle&Thread: Kite, no hago esto a la ligera, pero mi vida ha
tomado cierto cambio y… bueno, me gustaría ser capaz de mandarte un
mensaje si esto se hace demasiado. Lo siento si me sobrepasé. No voy a
decir nada más que… por favor. Tengo que ser capaz de hablar contigo si
lo necesito.
Presioné enviar, odiándome por lo débil que soné. Él no
entendería la fuerza y el valor que me tomó escribir eso o inclinarme en
el papel más sumiso. Pero necesitaba a alguien —un amigo. Y la parte
triste de mi vida era que no tenía ninguno.
Descansando el teléfono sobre la mesa, me quedé mirando por la
ventana sin ver. Las lágrimas trataron de tomarme como rehén otra vez,
pero cerré mis manos, enterrando las largas uñas en mis palmas. El
dolor me dio una distracción, dejando que me quedara tranquila por el
exterior.
Jethro se tomó su tiempo, hablando en voz baja con la camarera
llena de Botox. Desearía que él olvidara todo sobre mí para poder
escabullirme por la puerta y nunca regresar.
Mi teléfono sonó.
Nunca había esperado tanto por algo en mi vida mientras leía el
nuevo mensaje.
Kite007: Entiéndeme también cuando digo que no perdono ni
olvido a la ligera. Pero aprecio tu mensaje y no puedo negar que me
tienes intrigado. Casi me haces querer saber qué cambió en tu vida para
hacer que te arrastraras de vuelta a mí. No soy un idiota para saber que
debe haber sido bastante grande después de lo que nos dijimos el uno al
otro. Dejaré que me mandes un mensaje y responderé con una condición.
No había nada más. Le eché un vistazo a Jethro, que estaba de
espaldas a mí esperando su pedido. Tenía tiempo. Tenía esperanza.
Le respondí rápidamente a Kite.
Needle&Thread: Acepto. Sea cual sea tu condición.
Por favor, solo dame alguien con quien hablar. Sin importar cuán
críptico y superficial fuera, lo necesitaba. Mucho.
Kite007: Sin detalles. Responderé siempre y cuando tus mensajes
no me hagan preocuparme. Tienes al hombre equivocado si quieres
simpatía.
Quería decirle que se fuera a la mierda. Que él no valía la pena.
Pero me tragué mi orgullo cuando Jethro colocó un solo trago de licor
blanco frente a mí. —A quien sea que le estés mandando mensajes,
detente.
Mirando sus claros e insensibles ojos, puse una cortina de cabello
sobre mi hombro.
En mi primer, pero definitivamente no mi último acto de desafío,
tecleé solo una palabra.
Una palabra que me daba un amigo superficial a quien no le
importaba si vivía o moría.
La única persona que me quedaba.
Needle&Thread: Trato.
9
Jethro
Traducido por Adriana Tate
Corregido por Josmary

Lo intenté.
Si alguien preguntara, podía decir la verdad.
Realmente intenté seguir siendo un caballero.
Pero, ¿a quién diablos engañaba? Mis modales tenían fecha de
caducidad, y Nila me presionó demasiado.
La guié desde la deplorable excusa de bar, a través de la terminal,
y más allá del control de seguridad. Su brazo se mantuvo envuelto en el
mío, siguiéndome sumisa y obedientemente, como una buena mascota.
Sus pies se deslizaban en unos zapatos planos, sus ojos oscuros
estaban vidriosos, pero conscientes.
Había sido demasiado fácil. Ambas, romper mí promesa y disolver
la pastilla en su bebida. Dije que no la secuestraría o la drogaría, eso
fue antes de que demostrara tener agallas en la cafetería, y tuviera la
jodida audacia de pedirme algo.
¿Sexo? ¿Voluntariamente quería tener algún de tipo de conexión
sin sentido conmigo? Eso me molestó. Buscaba quitarle eso. La
voluntad. El deseo. Despojarla de cualquier elección antes de tomar lo
que ella no quería dar.
Todavía puedes.
Tenía trabajo por hacer. Fui demasiado condescendiente.
Demasiado amable. Era hora de hacer que mi presa entendiera
plenamente la pesadilla en la que había entrado y de ponerle fin a las
estúpidas fantasías que albergaba.
Y no podía pensar en su hermano sin querer golpear algo. No debí
haber sido tan indulgente. No me importaba con quien hablara, siempre
y cuando siguiera siendo mía para atormentarla. Pero él… él podía
arruinar todo. Los hombres Weaver habían sido un constante dolor de
cabeza desde que los Hawks comenzaron a tomar a sus mujeres.
La guerra había estallado. Se perdieron vidas en ambos lados.
Pero ganamos. Y continuaríamos ganando, porque ellos eran
cobardes y nosotros éramos fuertes.
Nila no dijo ni una palabra mientras la guiaba por la pasarela
hacia el avión. Para cualquier extraño ella se vería perfectamente
normal. Quizás un poco cansada y atontada, pero con un rostro
contento y sin evidencia de que estuviera en peligro.
Esa era la maravilla de esta droga en particular.
Externamente, interpretaba el papel perfecto. Internamente, no
tenía ni idea, ni tampoco me importaba cómo se sentía. No era mi
problema si se daba cuenta de todo lo que sucedía. Su mente se hallaba
libre, pero le fue arrebatado todo su control motor. Y no había nada que
pudiera hacer sobre eso. Lidiaba con el vértigo todos los días, esto no
era diferente. La despojé sus capacidades con la ayuda de un simple
químico. De hecho, fui más amable que el vértigo, porque le di algo en
lo que aferrarse.
Palmeando su mano que descansaba en mi antebrazo, la guíe
hacia primera clase. Señalando el asiento de la ventana, esperé hasta
que se sentó pesadamente, luego se abrochó el cinturón. Su respiración
permaneció baja y regular, pero cuando me senté a su lado, tomé su
mano, y guié su rostro hacia el mío, vi la verdad.
Ella lo sabía.
Todo.
Perfecto. Es hora de empezar.
Removiendo el oscuro cabello de su cuello, le susurré —: Debería
advertirte sobre algo. —Pasando mis dedos por los sedosos mechones,
me moví más cerca así podía susurrarle la amenaza. El silencio era
aterrador. Los susurros petrificaban. Pero las amenazas apenas
pronunciadas, eran lo peor.
—Tenme miedo, señorita Weaver. Tenme miedo porque tu vida
ahora es mía y soy el dueño de todo lo que te pase. Pero entiende esto…
no es sólo a mí a quien tendrás que temerle.
Su pecho continuó subiendo y bajando, sin altibajos o
estremecimientos. Pero sus ojos peleaban contra el vidrio de la no
deseada intoxicación, luchando para salir a la superficie y no ahogarse.
—Hay otros. Muchos otros con el derecho de ayudarme a
garantizar que la deuda esté completamente saldada. En última
instancia tienen que pedirme permiso. Pero hay exce pciones para cada
regla.
Acomodándome en el asiento de cuero, sonreí. —Recuerde lo que
le he dicho y podrá sobrevivir.
Mi boca dijo una cosa, mis ojos otra.
Recuerde eso y aun así morirá.
Escuchó la verdad tan bien como mi mentira. Sus dedos se
crisparon, su boca se abrió, pero las drogas eran más fuertes que su
terror.
Se encontraba inerte mientras por dentro gritaba.
El silencio era una sinfonía para mis oídos.
10
Nila
Traducido por Vane hearts, Mel Wentworth & Eli Hart
Corregido por Daniela Agrafojo

El auto negro en el que había estado metida desde el aeropuerto


se detuvo bajo un arco enorme. Una puerta de entrada, tan típica de las
grandes y ricas haciendas en Inglaterra, se elevaba por encima de
nosotros. A través del techo de cristal del coche, divisé el mismo
acabado que proclamaban los paneles de las puertas del vehículo en el
que me encontraba sentada. La iluminación de arriba lo hacía brillar
como un raro monumento; un tapete con una bienvenida sobre
proclamada, como tenían tantas casas solariegas en este
históricamente rico país.
Un gran diseño de filigrana con cuatro halcones dando vueltas
alrededor de un nido de mujeres caídas daba la bienvenida, con un
gran y reluciente diamante en el centro. Este gritaba caza, violencia y
victoria.
Me hubiera estremecido si tuviera la capacidad de moverme.
¿Cuántas mujeres caídas vivieron lo que yo estaba a punto de pasar?
¿Cuántas sobrevivieron?
Ninguna.
Sabía eso ahora. Sabía lo que mi futuro sostenía.
Grité, me enfurecí y aullé al lado de Jethro en el avión. Mi
garganta se sentía en carne viva de tanto gritar. Mi corazón estalló por
rogar. Pero él no escuchó ni un quejido, debido a la magia que había
utilizado para someterme.
El viaje rompió mi corazón en pedazos. Con cada paso que daba,
luchaba para romper el hechizo bajo el que me había colocado. Con
cada respiración que tomaba, luchaba por hablar.
Si tuviera el poder de la palabra, habría gritado que tenía una
bomba. Habría tomado una distracción y un registro completo de
cuerpo desnudo para huir del innegable y posesivo agarre de Jethro.
Toda mi perdición y destrucción se hizo en completo silencio. Y el
hijo de puta solo se sentó allí, sosteniendo mi mano, asintiendo a la
azafata cuando dijo que éramos una pareja elegante.
Me dejó disolverme en la miseria. Disfrutó de mis lágrimas no
derramadas, y había echado un vistazo al monstruo al que le había
dado mi vida. A miles de kilómetros sobre el suelo, había presenciado al
caballero frío convertirse en algo parecido a un amante feliz. Alguien
que había ganado y siguió su camino.
—Bienvenida a casa, señorita Weaver —murmuró Jethro contra
mi oído.
Traté de alejarme de su boca, de acurrucarme contra la puerta,
pero la maldita droga me mantuvo atrapada junto a él.
Parpadeé, sollozando por dentro, pero siendo una perfecta
muñeca de porcelana por fuera.
Todo había sido robado. Mi sentido del tacto, la capacidad de
hablar, los músculos necesarios para correr.
Un hombre en sus veintitantos años apareció desde un gran pilar
del arco. Saliendo de la oscuridad como un vampiro en Halloween.
Jethro se puso rígido.
El recién llegado abrió la puerta principal, deslizándose en el
asiento y asintiendo hacia el hombre de edad avanzada que conducía.
—Clive.
El conductor asintió de vuelta, agarrando la palanca de cambios
con una mano artrítica, y encendiendo el coche una vez más. No había
dicho una palabra desde que nos recogió en Heathrow. ¿Tal vez no tiene
lengua? Jethro y su familia probablemente se la cortaron para proteger
sus sádicos secretos.
Avanzamos hacia adelante, cambiando la iluminación tenue de
un logotipo grabado de halcón por la profunda oscuridad del bosque.
Miré por la ventana hacia la oscuridad. De Italia a Inglaterra, de noche
a noche. El motor ronroneó, cortando camino por una ruta pintoresca a
través del denso bosque.
Quería correr. Y gritar. Quería tanto gritar.
Jethro frunció el ceño mientras el recién llegado se retorcía en su
asiento, enfrentándonos incómodamente. Luché por distinguir sus
características gracias a la oscuridad, pero las altas luces de la
camioneta emitían suficientes sombras para ver.
—Jet. —Le dio un saludo burlón.
Jethro frunció el ceño. —Daniel.
—¿Es ella? —el hombre arrastró sus ojos de mis labios a mis
pechos y a mis manos recatadamente colocadas en mi regazo—. Luce
como una Weaver.
Jethro suspiró, sonando aburrido y molesto. —Obviamente.
Daniel se acercó, agarrando mi rodilla. Su toque envió escalofríos
de repulsión sobre mí, incluso a través del algodón de mi vestido.
Sentí eso.
Contuve la respiración. El sentido del tacto era la primera señal
de que la droga desaparecía. Sabía cuando Jethro me tocaba, por la
presión de sus dedos. Actuaban como un castigo, una atadura, y un
recordatorio de que mi vida era suya. Pero hasta ahora no había sido
capaz de sentir la temperatura o la textura. Ni frío ni calor. Ligero o
suave.
Pero ahora podía.
Se está desvaneciendo.
Esperaba que la alegría no se mostrara en mi cara. Si podía
moverme, podía escapar. Oh, Nila. No seas tan estúpida.
Mi alegría se esfumó tan rápido como llegó. No habría escape. Era
otra cosa que sabía por lo que Jethro no decía. Aprendí algo en el corto
vuelo hasta aquí. Su silencio me decía más que cualquier parte suya.
Su silencio gritaba demasiado alto para ser ignorado.
Ya estaba muerta. Mi último aliento dependería solo de cuán
rápido se cansaba de su nuevo juguete.
Manteniendo mis emociones enterradas, observé fijamente al
hombre que se atrevía a tocarme. Sus labios mostraban una sonrisa
cruel; sus dedos se apretaron hasta que cada centímetro de mí quería
alejarse.
Jethro se quedó quieto, dejándolo tocarme.
La nariz de Daniel era ligeramente torcida de una mala ruptura,
la cara más llena, su cuerpo más delgado que el de Jethro, pero no se
podía negar el parecido familiar. Jethro era piedra fría con contornos
afilados, voz grave, y personalidad imponente, mientras que el hermano
menor era más animado.
Si no fuera por la codicia brillando en sus ojos, lo hubiera
preferido. Pero a pesar del exterior de granito y la brusquedad de
Jethro, sabía en mi corazón que era mejor ser su juguete antes que del
nuevo Hawk.
Había algo que faltaba en su interior.
Un alma.
Con una mueca de desprecio, el hombre paseó la palma de su
mano hasta mi muslo interno, amontonando el material de mi vestido.
—Debo decir que te comportas muy bien. —Clavó sus uñas en mi
delicada carne, sólo a una mano de distancia de mi entrepierna—. No te
encojes. —Su mano de repente dejó mi muslo, dándome una fuerte,
aguda palmada en la mejilla. La fuerza de su golpe envió a mi inútil
cuerpo contra el de Jethro—. No lloras.
Mi cara dolía y latía, haciendo a mi corazón acelerarse. Apreté los
ojos, deseando que el sentido del tacto no hubiera regresado. No quería
el dolor. No quería nada de esto.
Jethro gruñó, devolviéndome a una posición vertical con un fuerte
empujón en mi hombro.
—No es así normalmente. No podía callarla, o lograr que dejara de
hacer preguntas interminables. Así que la drogué
La ceja del hombre se elevó. —¿Con qué? —con los ojos
deslizándose sobre mi pecho, plantó su mano de nuevo en mi pierna.
Empujó mi vestido fuera del camino, avanzando más alto, más alto y
más alto sobre la piel desnuda.
Quería acurrucarme en una bola y llorar hasta ahogarme con las
lágrimas. Quería olvidar esta pesadilla. Pero las drogas me mantuvieron
sentada, remilgada y dispuesta, un juguete perfecto para divertirse.
Hay otras. Muchas otras personas que tienen el derecho de
ayudarme a garantizar que la deuda sea reembolsada en su totalidad.
La oración había estado repitiéndose en mi cabeza desde que Jethro la
susurró en el avión. ¿Por eso le permitía a su hermano maltratarme?
¿Sería dada a él para hacer lo que quisiera?
Por favor, Dios. Por favor, no dejes que eso suceda.
Tenía la fuerza suficiente para permanecer fiel a mí misma y
sobrevivir a un solo hombre. ¿Pero varios? Me desgarrarían en pedazos
y me arruinarían hasta la muerte.
Jethro colocó su mano, un poco más grande y mucho más
aterradora, en mí otra pierna, presionándome con fuerza contra el
cuero. Su toque dolía, quemando mi piel expuesta como hielo seco.
—Le di polvo de diamante.
El toque vil de Daniel se detuvo justo cuando la punta de sus
dedos rozaba la entrepierna de mis bragas. Me quedé congelada, cada
parte de mí tarareando con horror.
—¿Polvo de diamante? Joder, Jet, esa mierda no se ha terminado
de analizar. Sabes que Cut no autorizó que fuera vendida todavía, y
mucho menos utilizada en público. ¿Qué si hubiera tenido una
convulsión? ¿Cómo habrías explicado que ella no es nada y merecía
morir? No podrías. Acabarías en la jodida cárcel.
Mi corazón martilleaba. No sólo había robado mi movilidad, había
corrido el riesgo de matarme. El temor se acrecentó de nuevo,
quemándose a través de las drogas poco a poco. Incluso con el
conocimiento de que tendría que vivir a través de incontables horrores
antes de que mi tiempo hubiera terminado, me alegré de no haber
tenido una convulsión. La muerte era tan definitiva. Mientras respirara,
podía encontrar alguna manera de sobrevivir.
Dices eso ahora. Mi umbral de dolor no había sido probado. No
tenía guía de lo fuerte que me mantendría o lo preciosa que sería mi
vida cuando ya no quisiera vivir.
Jethro se encogió de hombros. —Si moría entonces la deuda final
hubiera sido pagada más temprano que tarde. —Echando un vistazo a
mí, agregó—: Admito que está tomando más tiempo de lo que pensaba
dejar su sistema. Pero hizo un buen trabajo callándola.
Sus dedos se volvieron tenazas. —¿Ves cuan agradable es el
silencio, señorita Weaver?
Me quedé inmóvil bajo su toque, pero mi corazón se llenó con
terror, quemando el residuo de congelamiento, dejándome a merced de
las reacciones. A cada segundo que la droga se debilitaba, significaba
que tenía que trabajar más duro para mantener el engaño de que
todavía era su prisionera.
Los dedos de Daniel avanzaron aún más. Sus ojos se clavaron en
los míos mientras tocaba mi clítoris a través de mis bragas. Su toque
era terriblemente cálido, invasivo, y bruto.
Quería patearlo en su maldita nariz.
Pero me quedé allí sentada.
Y morí un poco.
Me senté allí, porque no tenía otra maldita elección.
No. Tragué saliva, sin dejar salir las lágrimas que luchaban por
ser derramadas. No llores. No podía dejarme absorber por la inútil
tristeza. Nunca intentaría escapar. Nunca estaría lista para luchar.
Y lo digo en serio.
Mi vida podría estar destinada a la extinción, pero estaba
destinada a ser la última Weaver que tomaran los Hawk.
Por lo menos no tengo hijos. Una vez que me mataran, no habría
ninguna otra mujer Weaver.
Oh, mi Dios. Hasta que Vaughn tenga hijos.
El puño alrededor de mi corazón se apretó hasta que el mareo
hizo que el coche nadara.
Daniel me sacó de un tirón de mi horror, frotando mi clítoris con
saña. Sonrió, arrastrando su repulsivo toque hacia abajo, violando cada
parte de mí.
—Parece más joven de veinticuatro. ¿Estás seguro de que no te
entregaron a la hermana menor en su lugar?
¿¡Qué!?
Me sacudí, inhalando profundamente. Me olvidé de fingir que las
drogas todavía me mantenían como prisionera. ¿Una hermana?
Imposible.
Ella nos dejó. ¿Podría mi madre haber tenido otra vida; otra
completa existencia de la cual no sabía nada?
El pensamiento pulverizó mi corazón. No sólo tuvo una familia,
destruyéndonos cuando la deuda vino por ella, ¿también le había dado
vida a otra niña irreflexivamente?
La cabeza de Jethro me miró con rapidez, sus ojos marrón claro
parpadeando en la oscuridad. Me quedé tan quieta cómo era posible. Mi
jadeo era el primer sonido que había hecho desde el bar. Desde que me
involucré en el acuerdo con Kite para no preocuparlo, y la última
conversación que tuve con mi hermano por quien sabe cuánto tiempo.
Jethro se inclinó hacia mi cuello, susurrando—: Te veo luchar
contra ello. Te veo ganando. No puedes ocultar nada de mí. —
Apartándose, sus ojos se entrecerraron—. Harías bien en recordarlo. No
me des una razón para lastimarte tan pronto.
Mirando a su hermano, murmuró—: Es la correcta. —Sus dedos
se tensaron y destensaron en mi muslo. En una acción relámpago,
atrapó la muñeca de Daniel y sacó sus dedos de mi núcleo—.Es la
correcta y es mía. Suficiente.
No pude contener el suspiro de alivio. Sólo otro hombre me había
tocado allí. Sólo un chico me había visto desnuda y tomado mi
virginidad. Nunca pensé que estaría en una situación donde sería
forzada, y por una fracción de segundo me sentí agradecida hacia
Jethro por detenerlo.
—Puedo tocarla si quiero. Mierda, puedo follarla también.
—No he dicho que no pudieras. Solo dije... suficiente. —Separó la
palabra en pedazos. Cortante, mortal, implacable.
Daniel sacó su brazo del agarre de Jethro. —Está bien. Pero no
seas un idiota pensando que es sólo tuya. No lo es. Nos pertenece a
todos.
Hay otras. Muchas otras personas que tienen el derecho de
ayudarme a garantizar que la deuda sea reembolsada en su totalidad.
—No. Pero es mía hasta que yo diga que puedas tenerla.
Jerarquía, hermanito. Ya sabes cómo recibir obras de caridad.
—Vete a la mierda, Jet. —Señalando con el dedo a la cara de
Jethro, le dijo—: Cut cambió algunas cosas esta noche en el Gemstone.
Me nombró VP, dándome tu rol.
Jethro se acomodó en el asiento, sus anchos hombros rozando los
míos. —Si crees que hizo eso a mis espaldas, estás equivocado. Pedí
tiempo. Cut fue más que feliz de concederlo. Después de todo, soy el
hijo primogénito de un Hawk. Ella es la hija primogénita de un Weaver.
Hay cosas más importantes en mi agenda para el previsible futuro.
Mi cerebro nadó. Todo lo que decían sonaba críptico y separado
en código. ¿Cut? ¿Era eso un nombre? ¿Gemstone? Sonaba como un
lugar, pero no tenía sentido.
—Siempre has pensado que eres mejor que yo. Pero verás quién
extrae mejor una deuda de carne cuando llegue mi turno —se burló
Daniel, su mirada saltando de su hermano a mí.
Apreté los dientes en contra de cerrar los ojos o tratar de volverme
invisible. Por mucho que odiaba a Jethro, me aseguraría de recordarle
sus buenas obras el mayor tiempo posible.
Daniel se acercó y palmeó mi rodilla, ignorando la mirada helada
de Jethro.
—Disfruta tu tiempo con mi hermano, porque cuando seas mía...
placer no será algo que vayas a estar sintiendo.
Jethro se inclinó hacia delante, su traje rozándose contra la
tapicería de cuero. En su aterradora pero tranquila armadura exterior,
dijo—: Alteras mi trabajo antes de que lo tenga completo, sangre o no,
tendrás que pagar el precio.
Ambos se fulminaron con la mirada. No conocía a ninguno, pero
el aire brillaba con conflicto pasado y animosidad, dando a entender
que este enfrentamiento no era nada nuevo.
—No eres intocable —dijo Daniel—. Mejor…
Jethro sacudió la cabeza, sus ojos oscuros como el ámbar. —
Detente. No hay nada que no haga mejor. Padre no te eligió. No te
escogió. —Su mano se levantó, comprobando casualmente sus uñas—.
La vida recompensa a los que lo merecen. Y tú… no lo haces.
Jethro lucía calmado, empeorando el feroz temperamento
existente justo bajo la superficie. La atmósfera se espesó, cambiando la
respirabilidad del interior del coche hasta que me atraganté con las
ganas de huir.
Daniel se estremeció con violencia.
Clive, el conductor, nunca se detuvo, siguió a través de la noche
como si las rivalidades entre hermanos y las deudas extraídas de la
miseria humana fueran normales. El ligero bamboleo del vehículo no
hizo nada para aliviar la furia entre Jethro y Daniel, pero cada giro de la
rueda ayudaba a aligerar la niebla en la que había permanecido las
últimas horas.
El hecho de que estuviera atrapada entre dos hombres que
podían explotar en cualquier segundo ayudó a empapar de adrenalina
mi sistema, haciendo latir mi corazón, arrastrándome a la superficie
para ser la dueña de mi propio cuerpo una vez más. El pesado oleaje de
la droga retrocedió.
No fui testigo de lo que hizo que Daniel se diera por vencido —
Jethro nunca se movió— pero gruñó una maldición, luego se giró en su
asiento para mirar por la ventana. Seguí su atención, conteniendo el
aliento ante el suave brillo en la distancia. Si ese era nuestro destino,
era gigante. Una residencia se avecinaba atravesando la oscuridad con
falsa cordialidad y bienvenida.
Mi nuevo hogar.
Mi nuevo infierno.
Mi final.
—Se llama Hawksridge Hall. Míralo bien, porque es el último
lugar donde vas a vivir —murmuró Jethro. Tomando un puñado de mi
cabello, me arrastró más cerca. Su cálido aliento desapareciendo debajo
de mi vestido, haciéndome temblar—. Hawksridge ha estado en nuestra
familia por incontables generaciones. Una fortuna construida de la
nada. Contrario a ti, nosotros no nacimos en el privilegio. Nos ganamos
nuestra riqueza. Nos merecemos los títulos que nos otorgaron, y es
momento de mostrarte lo que tuvimos que hacer para lograrlo.
Sus dedos se envolvieron con fuerza, quemando mi
cuero cabelludo. —Para alejar cualquier idea de huir, hay cerca de mil
hectáreas de tierra. Nunca encontrarás el camino hasta el límite. Estás
atrapada. —Sus labios rozaron mi mandíbula—. Eres mía. —
Manteniendo los dedos enredados en mi pelo, se reclinó, llevando mi
cuello a un ángulo incómodo.
La tristeza que había combatido tan bien ascendió de nuevo. No
habría rejas en mi jaula, o al menos no creía que las hubiera, pero sí
había una fosa fortificada por el diseño de los bosques, lagos y colinas.
No era amante del aire libre. No podía diferenciar el norte del sur.
Pero sí puedes correr.
Era rápida. Tenía energía. Si la oportunidad se daba, no dudaría
en usar mi obsesión por las carreras.
Hasta que te caigas y te rompas una pierna gracias a un episodio.
Mis hombros cayeron. No solo estaba atrapada por una familia
maníaca, sino que también era la torpe favorita del vértigo.
El coche siguió avanzando más y más. Con cada giro, perdía el
sentido de la orientación y sabía que nunca encontraría la puerta de
entrada sin un milagro.
Tomando una respiración profunda, miré mis manos en mi
regazo. Deseaba que las sensaciones regresaran. Se retorcieron,
volviendo a la vida con un hormigueo.
Cayeron de mi regazo involuntariamente mientras saltábamos
por una rejilla para ganado. Jethro frunció los labios, mirando a mi
miembro infractor en el asiento junto a él. Su mirada viajó por mi brazo
hasta mi pecho.
Respiré con fuerza ante la mirada calculadora en sus ojos.
Desenredando los dedos de mi pelo, los arrastró por mi cuello, por mi
clavícula, a lo largo de mis hombros y por mi brazo.
—Mi hermano fue el primero en tocarte abajo, pero yo voy a ser el
primero en tocarte aquí. —Su mano viajo por mi pecho, sujetando el
tejido sensible.
El suave algodón de mi vestido no hizo nada para protegerme de
la frialdad de su agarre.
—Parecías querer mi atención en la cafetería. No digas que no te
doy nada. —Su dedo pellizcó mi pezón, girándolo dolorosamente. No
había nada sexual en su agarre… solo castigo.
Dejando de fingir estar bajo la influencia de lo que sea que me
había dado, cerré los ojos con fuerza, tragando un gemido.
Retorció mi pezón de nuevo, cambiando de humillante al borde de
doloroso, pero lo que lo hizo peor fue que yo quería que me tocara allí.
Sólo unas horas atrás hubiera dormido con él voluntariamente. Antes
de conocer al animal dentro del hombre culto.
—Eres demasiado delgada. Prefiero a las mujeres con más…
recursos que tú —susurró, acunando mi otro pecho—. De todos modos,
tu pequeña estatura puede ser una bendición para algunas cosas que
he planeado. —Me pellizcó de nuevo, girando mi pezón como un
sacacorchos.
Me encogí, mi frente arrugándose contra el dolor.
Se rió entre dientes. —Sabía que estaba desapareciendo. —Su
toque pasó de doloroso a insoportable. Me mordí el labio, apenas
aguantando un grito.
—Justo a tiempo. —Soltando mi pecho, me tomó la mano,
uniendo sus dedos fríos con los míos. No había nada romántico o
cariñoso en el hecho de que Jethro me sostuviera de la mano, era un
puro recordatorio de que no tenía ni la más mínima oportunidad de
liberarme.
Vaughn. Tex.
Quería tanto hablar con ellos. Rogarles que me rescataran. Pero
ya no podía ser la mujer que fui. No podía ser la adicta al trabajo que
culpaba a otros por su infelicidad. Acepté la anticuada ley de mi padre
de no tener citas, porque con toda honestidad, no me sentía preparada.
Nunca lo estaría. Porque conocer a alguien significaba la posibilidad de
enamorarme. Lo cual significaría el peor dolor que se pueda imaginar
cuando se fuera.
En todo caso, Jethro me hizo un favor. No quería volver a tener
compañía masculina, nunca. Si pudiera volver a mis máquinas de
coser sin otra compañía que mi gemelo, estaría feliz, eternamente
agradecida y viviría el resto de mi vida en paz.
Jalando mi mano hacia su regazo, Jethro murmuró—: Quería
decir lo que dije en el avión. Haz tu parte y vivirás otro amanecer.
Algo se rompió dentro en mi interior como si la droga de repente
soltara su agarre en mí, junto con todo lo que intentaba evitar. Las
lágrimas, los miedos, la constante preocupación de lo que vendría.
Todo desapareció.
No podía permitirme agotar mi energía con andanzas inútiles.
Jethro dijo que podía trabajar. Intentaría ahogarme en tela y continuar
diseñando mi próximo desfile. Podría fingir que el mundo no se había
convertido en una pesadilla llena de monstruos, y meter la cabeza en
un lugar que era seguro. Lo mundano era seguro. La rutina era segura.
Crearía una habitación de costura en lo profundo de mi alma y
me aseguraría de que nada, incluyendo las numerosas actividades que
Jethro había planeado, pudiera arruinarme.
Y hablar con Kite.
Mi corazón latió con fuerza. Él no era amable, ni un oído
simpático en el cual llorar. Pero me sentía agradecida. No quería a
alguien que me palmeara la espalda y me hiciera sentir pe or con
lástima. Necesitaba a alguien que me dijera que me animara, que
siguiera adelante, y nunca me regodeara en la oscuridad.
Kite aún no lo sabía, pero planeaba usarlo como mi barómetro de
vitalidad. Si pudiera reunir la energía para coquetear, charlar y fingir
que todo estaba bien, tendría la fuerza para continuar. Al momento en
que lo usara como un escape para purgar lo que fuera que Jethro me
hacía, sabría que necesitaría volver a centrarme e ir más profundo para
mantenerme fiel.
Jethro me soltó la mano, empujándola casi con violencia.
Respiré con alivio, luego me tensé cuando sus dedos se
envolvieron en la parte superior de mi muslo.
Susurrando con dureza, dijo—: Sigue viendo el horizonte, señorita
Weaver. Estás a punto de ver tu nuevo hogar. —Su mano subió por mi
pierna, siguiendo el mismo camino que su hermano, congelando mi piel
expuesta con sus dedos helados—. No quites los ojos de la ventana.
Compórtate y yo me aseguraré de que tengas un lugar cálido para
dormir esta noche. Decepcióname y dormirás con los perros.
Me mordí el labio, mis ojos amplios.
¿Dormir en una perrera? Mierda, Nila. No podrías ser más
estúpida.
Todo este tiempo me preparé para pagos sexuales —impuestos
corporales y atención no deseada— pero en realidad no me detuve a
pensar en lo esencial de la vida. Había muchas cosas más que Jethro
podría hacerme que solo atormentar mi cuerpo.
Podría privarme de comida.
Podría impedirme que durmiera.
Podría hacerme vivir en la miseria y sufrir enfermedad tras
enfermedad.
Daniel continuó mirando al frente, ignorándonos. Me arriesgué a
hacer mi primera pregunta desde el bar del aeropuerto.
—No sólo vas a usarme. ¿Verdad? —mi voz sonaba extraña
después de no hablar por tanto tiempo.
Jethro se quedó inmóvil, sus dedos retorciéndose en la parte
interna de mi muslo.
—Tan inocente. Eres peor que una mascota. Eres como un niño.
Una chica sin amor que no sabe nada del mundo grande y malo. —
Respirando superficialmente, sus manos subieron más y más—.
Lástima que no me excitan las chicas pequeñas. Lástima que no me
pones duro, mi chica Weaver despistada y sin amor. Entonces podrías
haber sido prisionera en mi cama.
Frente a nosotros, las luces del coche iluminaron el camino de
entrada. El bosque se detuvo, pasando de matorrales a una enorme
extensión de césped bien cuidado y una gran fuente ovalada. Las aves
de presa reemplazaban los ángeles y hermosas doncellas, sus garras
bailando por encima del rocío de agua.
La mano de Jethro quemaba, nunca deteniendo su asalto. Mi
corazón sufrió una puñalada, el dolor estallando en mi pecho mientras
el pánico reemplazaba mi sangre. Había querido contacto sexual por
mucho tiempo, pero no de esta forma. No por la fuerza. Ni siquiera
deseado.
El coche fue bajando la velocidad, bordeando la fuente. Giramos a
la izquierda, siguiendo el amplio camino de entrada.
Y ahí fue cuando lo vi.
La monstruosidad que era mi presunto nuevo hogar.
La mansión monolítica, con torreones franceses, torres
fortificadas y de gran envergadura. El asfalto se convirtió en grava bajo
los neumáticos, resonando contra los paneles de metal. Los dedos de
Jethro subieron más, demandando que prestara atención a todo lo que
hacía.
—Bienvenida a Hawksridge Hall, señorita Weaver. Va a ser un
placer entretenerla como mi invitada. —La oración se envolvió a mí
alrededor como un lazo; mis ojos se cerraron con fuerza mientras sus
dedos rozaban mi centro. Firme, inflexible, me acunó a través de mis
bragas, enviando nieve a mi vientre con sus dedos malvados.
Me mordí la lengua, odiándolo. Odiándome. Odiando todo lo
relacionado con deudas, venganzas y disputas familiares.
—Esto es lo que querías, ¿verdad? —susurró Jethro, presionando
con más fuerza, forzando la costura de mis bragas sobre mi coño
sensible y apenas experimentado.
Todo se apretó, repeliendo sus horribles atenciones.
Abrí los ojos. —No de esta forma. —Bajando la voz, trabé los ojos
con él—. Por favor, así no.
El auto se meció hasta detenerse.
Daniel miró sobre su hombro, su mirada cayendo en la descarada
posición de la mano de Jethro entre mis piernas. Sonrió con suficiencia.
—Bienvenida a la familia. No sé cuánto te dijeron sobre nosotros,
pero olvida todo. —Sus dientes brillaron en la luz que flotaba desde la
mansión—. Somos mucho peor.
Jethro me acarició, bajando hacia donde la seda de mi ropa
interior cedía un poco, presionando contra mi entrada.
—Tiene razón. Mucho peor.
Temblé mientras su dedo me probaba. La despreocupada y
controlada forma en que me tocaba retorció mi mente. Su violación era
diferente a la de su hermano. Todavía indeseada, pero al menos más
fácil de tolerar.
Él era el diablo que conocía. No el diablo que no. De una mórbida
manera, eso hacía a Jethro mí aliado más que mi atormentador.
—Estaré esperando con ansias que nos volvamos a ver, Weaver.
—Con otra sonrisilla, Daniel abrió su puerta y desapareció.
Los dedos de Jethro se mecieron dentro de mí, pero me negué a
darle una reacción, ni enojo ni arrepentimiento. Sentada con las manos
en puños, pregunté—: ¿Por qué haces esto?
Jethro se rió entre dientes. —La pregunta final. Y ahora que
estamos en casa, te lo dirán pronto. —Quitando la mano, abrió la
puerta y se bajó.
Toda la sangre en mi cuerpo corrió hasta mi entrepierna —casi
como si cada molécula necesitara liberarse— buscando alivio por la
cálida, fría, tentadora y vil forma en que me tocó.
Se veía tan elegante en su traje gris oscuro, tan refinado con un
brillo de diamantes en la solapa. ¿Por qué alguien tan horrible lucía
tan hermoso? No era justo. La naturaleza era una cruel ironía. En la
selva, las aves morían a causa de sentirse atraídas por el brillo de las
flores cavernosas. En los bosques tropicales, las serpientes y los
omnívoros sucumbían ante las ranas enjoyadas plagadas de toxinas.
La belleza era el arsenal final. La belleza significaba engaño. Se
hallaba destinada a engañar y seducir para que así su presa nunca
viera la muerte acercarse.
Funcionaba.
Y para la mujer que hizo su vida creando cosas bellas para otros y
nunca se concedió la facilidad de adquirirla de forma natural, Jethro
era una doble amenaza, tanto para mi ego como mi esperanza de vida.
Girándose para ofrecerme su palma, Jethro esperó que aceptara
su muestra de ayuda.
Lo ignoré.
No era una persona desafiante por naturaleza, pero había algo en
él que hacía que me convirtiera en una mocosa. Empujándome del
asiento, me impulsé con torpeza y rigidez hacia la puerta abierta. Al
momento en que tomé distancia, Jethro cogió mi muñeca y me tiró del
vehículo.
Por supuesto, estar de pie ya era un asunto para tener cuidado,
mezclado con sustancias desconocidas que interceptaban mi capacidad
motora, no aterricé sobre mis pies.
Con un grito, me tropecé de la camioneta, cayendo de cara en la
grava. De repente, el coche arrancó y se alejó. Dejándome sola y
golpeada delante de una casa de millones de dólares.
—¿Qué en la tierra? —la exclamación gruñida vino de arriba,
diferente al timbre profundo de Jethro, pero poderoso y lleno de flexible
autoridad.
—Maldición, esto se está volviendo ridículo —murmuró Jethro—.
¿Vas a ser así todo el tiempo?
Sus fuertes manos se envolvieron alrededor de mi cintura,
halándome sobre mis pies. Al momento en que estuve vertical,
parpadeé, intentando con fuerza encontrar un ancla y permanecer de
pie. El mundo se estabilizó y me sacudí el persistente agarre de Jethro
de mi cadera.
—Sí, soy ridícula. Sí, sufrí toda mi vida. Sí, sé que es un gran
inconveniente para alguien que quiere matarme que ya esté un poco
dañada, pero ¿te detuviste a pensar, sólo una vez, que la razón por la
que estoy luchando más de lo normal es por el estrés con el que estás
cargando mi sistema?
»¿Nunca has tratado con un malestar estomacal o dolor de cabeza
de tensión? —moviendo mi mano en su cara, espeté—: Es lo mismo. Mi
cuerpo no maneja bien las circunstancias inquietantes. ¡Supéralo o
déjame ir!
Se sentía maravilloso soltar la ira que bullía en mi interior. Me
purgó un poco, dándome espacio para respirar.
Jethro permaneció inalterable, sus ojos amplios, la boca fina y
nada divertida.
—Bueno, ella ha de luchar. Todas las divertidas lo hacen.
El hombre que habló se quedó de pie en el segundo escalón de un
enorme pórtico. La casa se alzaba por encima, tapando la luna y las
estrellas como si se tratara de una entidad viviente. Cobre bruñido
doraba los muchos tejados y torres, entrecruzando canteros que vivían
bajo las grandes ventanas con vidrieras, y césped plantado crecía a los
lados de las torres. No era sólo un edificio, estaba vivo. Mantenido,
orgulloso, una pieza de arquitectura impresionante que había resistido
siglos, pero había sido muy bien cuidado.
Estiré el cuello a la izquierda y a la derecha. El edificio seguía y
seguía, al menos diez pisos de altura, con intrincadas alcobas, puertas
corredizas, y un halcón embelleciendo cada piedra.
Es una obra de arte. Yo era una creadora. Mi pasión no se
encontraba sólo en los textiles, sino en cada cosa donde un nivel de
habilidad resonara desde cada centímetro.
Y Hawksridge Hall era majestuoso.
Quería odiarla. A pesar de la familia a la que pertenecía. Pero
siempre fui amante de la historia. Siempre me imaginé como una
señora de una casa solariega, con caballos, jardines y cenas refinadas.
Me encantaba explorar casas señoriales, no por los muebles o estatuas,
sino por el ropaje, papel tapiz cosido a mano, y enormes tapices
colgantes.
El talento de una época donde las mujeres cosían a la luz de las
velas nunca fallaba en impresionarme y deprimirme. Su talento iba más
allá del mío.
Jethro dio un paso hacia el hombre mayor. —Dijiste que iba a ser
fácil. Puedo asegurarte que no lo fue. —Lanzando una mirada fría sobre
su hombro, me movió hacia adelante—. Ven aquí y presenta tus
respetos.
No me moví.
El hombre mayor se rió. Vestía todo de negro, e igual al hombre
que trajo mis pertenencias en el estacionamiento en Milán, usaba una
chaqueta de cuero negra con la silueta de un diamante en el bolsillo.
Su cabello era todo blanco, sin embargo su cara no estaba
demasiado desgastada. Tenía una chiva, la cual era más gris que
blanco, y sus ojos eran tan claros y perturbadores como los de Jethro.
Mi espalda se puso tensa instantáneamente; mi corazón se
resistió con rechazo. Este hombre no merecía respecto. No quería tener
nada que ver con él.
Justo como sabía que el hombre del auto era el hermano de
Jethro, sabía sin duda que este era su padre. Este hombre era el
responsable de sostener el pasatiempo de torturar inocentes por algo
que debía quedarse en el pasado. Él era, en última instancia, el
responsable de mi traspaso.
Jethro retrocedió, tomó mi brazo, y me empujó hacia adelante. En
voz baja, dijo—: No me enojes. Te lo advierto.
Deteniéndome frente a su padre, dijo en voz alta—: Señorita
Weaver, permíteme presentarte a Bryan Hawk. Cabeza de nuestra
familia, Presidente de los compañeros ciclistas, y sexto hombre de una
larga de línea de sucesores que usan el nombre de la familia.
Me miró, asegurándose de que escuchara. —También conocido
como Cut entre su hermandad. Pero ya sabes, siempre será llamado
señor Hawk.
El señor Hawk rió, estirando la mano. —Bienvenida a mi humilde
morada.
Rehuí, sin querer tocarlo, estar cerca de él, o siquiera tolerar
hablarle.
Jethro gruñó en voz baja, agarrándome el codo y sosteniéndome
firmemente.
—Estás a una infracción de dormir con los perros, señorita
Weaver. Pruébame. Desobedece una vez más.
Su padre rió. —Ah, ya recuerdo esos días. La diversión, la
disciplina. —Bajando el último escalón, cerró el espacio entre nosotros.
Su loción de afeitar apestaba a sadismo y dinero viejo, si eso tuviera un
aroma. Una horrenda mezcla de especias y musgo que me daba un
insistente dolor de cabeza, mientras sus ojos robaban todo de mí desde
mi reflejo hasta mi deprimente futuro.
Acunó mi mejilla.
Me encogí, esperando la brutalidad o rudeza que venía de un
Hawk, pero pasó su pulgar por mi pómulo.
—Hola, Nila. Es un placer tener a una Weaver una vez más en
nuestro modesto hogar.
Escuchar mi nombre me hastiaba. Jethro no lo había usado aún,
pegado a la impersonal dirección de mi apellido. Odiaba que el señor
Hawk pensara que tenía la autoridad de decirlo.
Queriendo escupir en su rostro, me enfoqué en la casa a sus
espaldas, tragando la urgencia. Mi mirada se disparó hacia las ventanas
manchadas, las imponentes torres, y la impresionante mampostería. No
había nada modesto en esta vivienda, y él lo sabía.
Mantuve mis labios cerrados. Tenía toda una novela de cosas
horribles que quería decir, pero un Jethro hirviendo a mi lado mantuvo
mi lengua a raya.
Jethro me dejó ir, empujándome hacia su padre. —No ha sido
más que problemas. No puedo negar que espero que llegue mañana.
Mi corazón saltó en mi garganta ante la oscura promesa en su
voz. ¿Qué va a pasar mañana?
El señor Hawk dejó caer su palma de mi mejilla, envolviendo su
brazo alrededor de mi cintura. Con su mano libre, alejó hebras de mi
cabello de mi ojo.
—Luces idéntica a tu madre. Es una lástima que no soy yo quien
extraiga algo de este caso en particular, pero resta asegurar, que te
disfrutaré una o dos veces.
Mi estómago se enganchó a mi corazón, poniéndome enferma. No
preguntes. La pregunta proclamaba en mi cabeza. ¿Qué le hiciste a mi
madre?
Había sido tan joven y estado llena de justificado enojo cuando
abandonó a mi padre. Pensé que era la villana, la rompecorazones.
Pero fue ella quien pagó el precio impagable. Y nunca regresó.
Los ojos del señor Hawk brillaron. —Veo que Jethro no te ha
dicho nada. —Pasando su mano de mi cabello a mis labios, me acarició
suavemente—. Va a ser una conversación divertida, pero por ahora te
dejaré con un pequeño secreto familiar. —Atrapándome contra él,
susurró—: Soy quien la robó. Soy quién tomó deuda tras deuda de su
reacia piel. ¿Y sabes lo que me rogó en sus últimos minutos de vida?
Mi cabeza nadó. Mi mundo rugió. La vida como la conocía
terminó.
Lo odiaba.
Lo aborrecía.
Te mataré.
Nunca sentí tal calor, tal loco deseo de causar daño. Mis dientes
dolían de apretarlos; mis uñas sacaban sangre de mis palmas.
—Ella rogó por tu vida. Que terminara con ella y te dejara vivir en
paz. —Su mano dejó mi cintura, tomando mi culo con un agarre
depravado—. ¿Sabes qué le dije? —su aliento olía a licor y cigarros,
haciéndome tragar sus palabras—. Le dije que habías nacido como una
Weaver, que morirías como una Weaver. Y esa es la simple manera de
nuestro mundo.
Alejándome, reboté de padre a hijo, llegando a un alto abrupto en
los brazos de Jethro. El alivio de estar lejos del hombre que mató a mi
madre, puso a mis extremidades débiles y nerviosas, pero no podía
detener el odio que roía un enorme agujero en mi alma. Necesitaba
sacarlo. Necesitaba que hablara para que él pudiera saber que la deuda
tal vez no había terminado con mi madre, pero terminaría conmigo.
Lo haría.
—Te compadezco. No sabía nada de ti, tus hijos, tu deforme
percepción de la vida hasta esta noche. Tal vez no sepa por qué haces
esto, pero sé una cosa. Sé que es la última vez que lo harás.
—¡Cállate! —Jethro me sacudió. Pero no le temía. Ya no les temía.
Eran matones. Bastardos sádicos que conocieron a su igual.
Sacudiéndome en sus brazos, liberé mi mano, señalando un dedo
muy furioso hacia el señor Hawk. Perdí mi furia, inclinando la cabeza
hacia la locura. Mi temperamento me dio poder sobre todo. Mi maldito
balance. Mis inicios protegidos. En ese momento de desfachatez,
encontré un núcleo de fuerza que no sabía que poseía.
Mi voz era aguda mientras gritaba—: ¡Te mataré! Te veré morir
justo como tú miraste a mi madre, ¡Te voy a matar! No mereces vivir. Te
mataré y… —Me lancé hacia él, solo para tropezar y golpearme contra
una forma poderosa.
Jethro agarró mi tembloroso brazo, fijándolo a mi lado. Su fuerte
agarre me mantuvo contra su cuerpo, moldeando mi trasero contra su
rígido frente.
Su cuerpo era fuerte y firme, exactamente como la piedra que
pensé que era. El bulto en sus pantalones se apretaba contra mi
espalda baja.
—Ya me presionaste demasiado. Tenías que presionar, maldita
sea. Nadie amenaza a mi familia, menos una chica que apenas puede
pararse sin apoyo. Y una Weaver. —Escupió a mis pies—. Maldita
porquería.
—Llévatela de mi vista. —El señor Hawk olfateó—. Enséñale su
lugar, Jethro. No la voy a hospedar con tal comportamiento. —Sus ojos
aterrizaron en mí—. Y para ti. Esperaba que me mostraras más
promesa. Piensa lo que quieras de nosotros, señorita Weaver, pero esto
no es un simple hecho que terminará pronto. Eres nuestra por cuando
tiempo te queramos mantener y aprenderás modales apropiados
aunque tengamos que golpearte para eso.
Asintiendo hacia Jethro, subió los escalones hacia la puerta
delantera y desapareció.
Al momento en que se desvaneció, mi columna rodó y no quise
nada más que caer de rodillas y llorar.
¿Qué estaba pensando?
Mi rabia y odio se extinguieron como una vela en una tormenta.
Nunca había estado tan fuera de control. Mis emociones me
mantuvieron rehén y me rompí por primera vez desde que mi madre se
fue, sucumbí a la intensa libertad de la amargura.
Jethro me jaló hacia atrás, sus zapatos de vestir tronando contra
la grava. No esperó a que yo retrocediera, solo me agarró más fuerte,
arrastrándome como un cuerpo ya muerto.
—Me has sorprendido dos veces esta noche, y no me ha gustado
ninguna de ellas. Me has enojado. Demasiado, así que…
Haciendo que me detuviera, empujó mis omóplatos. —Ponte de
rodillas.
Rodé hacia adelante, cayendo de estar parada a estar a cuatro
patas.
¡No!
Hice una mueca mientras la entrada me lastimaba las palmas;
mis rodillas palpitaban mientras duras piedras cortaban mi piel.
Levanté la mirada, mi rostro hinchado y dolorido por las lágrimas no
permitidas brotando tan profundas como un lago sin fondo.
Esto era la verdad. Esta humillación y admisión de poder, no la
farsa que él pintó.
Jethro me vio por encima, su piernas plantadas, rostro grabado y
lívido de enojo.
—Soy un firme defensor de recompensar el buen comportamiento
pero luego de esta noche, has probado que no hay nada que
recompensar. Eres una mocosa salvaje, reacia, y malcriada
que conocerá su lugar.
Agachándose, agarró mi largo cabello y lo jaló duro. —
¿Honestamente pensaste que luego de un arrebato como ese, te
merecías la comodidad de una cama? ¿Por qué, señorita Weaver,
cuando sabías que eso estaba en cuestión?
No podía hablar. Mi garganta se hallaba apretada, la presión
deteniendo todo sonido y trago.
—Tengo el buen ánimo de joderte justo aquí. De aplastar
cualquier sentido de derecho o esperanza que aún tengas. —Me
sacudió.
Mis ojos se aguaron ante el dolor.
—No me estás escuchando. Ahora esta es tu vida. Soy tu único
amigo. Deja. De. Hacerme. Enojar.
No eres mi amigo. Tengo uno, y su nombre no es Jethro.
Kite.
No pensé que querría enviarle un mensaje tan pronto, pero
necesitaba a alguien del mundo exterior. Necesitaba recordarme que el
universo no había entrado en una dimensión paralela y que aún había
esperanza.
Cuando permanecí en silencio, Jethro gruñó—: Dormirás con los
perros. Son más obedientes que tú, tal vez puedas aprender algo de
ellos con respecto a lo que esperamos.
Sorbí, luchando duro contra las lágrimas.
Ni siquiera me importaba que no fuera a dormir en una cama.
Estaba más allá de las condiciones sanitarias o la comida nutricional.
Todo lo que quería era libertad. Todo lo que necesitaba era algo de
tiempo sola para recoger mi autoestima dispersa y recordar quién era.
—Muévete —exhaló Jethro, su amado silencio suavizando su
arrebato de antes—. No me hagas mostrarte cómo se mueven los
buenos perros.
Quiere que te arrastres.
Había comenzado.
Este era el inicio. Y yo lo había traído sobre mí.
Él quiere destruirte.
Usando mi cabello como correa, Jethro caminó a mi lado mientras
yo iba de inmóvil a arrastrarme. Me arrastré como un animal. Como
una mascota. Entre jardines cuidados, estanques, y estatuas, todo el
camino de la finca a la perrera.
11
Jethro
Traducido por Mire
Corregido por Laura Delilah

Me estiré, alzando la vista a mi techo. La yesería alrededor de la


enorme araña nunca fallaba en hacerme saber quién era.
Un Hawk.
Las rosetas intrincadas y arquitrabes eran un testimonio de mi
homónimo. Las aves de rapiña se abalanzaban, cazaban y devoraban
pequeños animales desde arriba.
Mi polla dura yacía pesadamente contra mi estómago. Mis manos
apretadas debajo de mi cabeza. Estuve tan jodidamente cerca de
romper las reglas y tomar a Nila anoche. Ella me había empujado
demasiado lejos. Hubiera querido ver cuán inteligente podría ser su
boca con mi polla atascada en su garganta.
Debí haberla tomado.
Retirando mi mano debajo mi almohada, agarré mi erección
mañanera y la acaricié. Mis ojos se cerraron mientras imaginaba un
resultado diferente a la última noche.
Los gruesos labios rosa de Nila abriéndose. Yo deslizándome
dentro de su boca. Mis bolas apretándose mientras su tímida lengua le
da la bienvenida a mi polla. Ella me lamería justo como hizo con mi
pulgar. Ansiosa, sin experiencia—una novata con mucho que dar.
Me presionaría adelante, sosteniendo su cabeza, no dándole otra
opción que tomar más de mi longitud.
Empujaría más duro, conduciéndola de aceptar a asfixiar.
Mierda.
Mi mano trabajaba fuerte y rápido. La cama grande crujió cuando
arqueé mi espalda, entregándome en la fantasía de correrme en la
garganta de Nila Weaver.
Joder, sí. Tómalo. Sí.
Mis cuádriceps apretados, y gemí mientras el primer espasmo de
liberación salía de mis bolas, creando una masa pegajosa en mi
estómago.
Ahógate con eso. Ámalo.
Fantaseo con Nila aun chupándome, sacándome otra oleada de
placer. Me gustaba mucho más con mi polla en su boca. Ella estaba en
silencio. Incapacitada.
Me estremecí mientras el último chorro de mi orgasmo se unía al
lío. Abrí mis ojos.
—Maldita sea. —No quise hacer eso. Debería haber convocado a
una prostituta del club para que venga y me chupara. La masturbación
no era necesaria cuando había un sinnúmero de mujeres dispuestas y
listas para servirme al chasquido de mis dedos.
A la mierda. Fue una noche larga. Me merecía un poco... de
relajación.
Va a ser un día aún más largo.
Podría haber hecho volar mi carga con una visión imaginaria de
Nila sobre sus rodillas, pero eso no tardaría en convertirse en realidad.
Hoy, Nila se iniciaría. Sería bienvenida. Y no solo por mí.
Me pregunto cuán frustrada estará cuando tres hombres la utilicen
al mismo tiempo.
Balanceando mis piernas fuera de la cama, merodeo a través de la
gruesa alfombra roja hacia mi cuarto de baño privado.
Sonreí, perversamente feliz con las próximas actividades del día.
El próximo par de semanas no se trataban de pagar la deuda o
venganza, eran sobre la hospitalidad y bienvenida a una nueva Weaver
en el hogar Hawk. Ella tenía mucho que aprender, su lugar para
reconocer, y todos los pensamientos de que fue arrancada de su alma y
quemada.
Yo la usaría. Mi padre la usaría. Mis dos hermanos más jóvenes la
usarían. Mierda, era una temporada abierta durante el primer par de
semanas hasta que se rompiera y pasara de luchadora a dócil.
Entonces, la paga comenzaría.
Después de pasar un tiempo a solas con ella, sabía lo terrible que
era ella. A pesar de su desobediencia, me gustaba bastante su fuego.
Lástima que el fuego se apagaría casi al instante. Probablemente
estallaría en la primera actividad.
Me detuve, buscando en el interior para ver si me importaba. Para
ver si tenía suficiente hielo dentro para hacer todo lo que se esperaba de
mí. Ella era bonita, tenía que admitirlo. Tenía una cierta intriga. Pero
era sólo una mujer.
Una mujer que te confunde.
Frunciendo el ceño, empujé ese pensamiento. Ella me confundía,
lo que no era una cosa buena. Era casi tan malo como me sorprendía.
En un momento parecía tan segura y fuerte. Y al siguiente, era
frágil y rompible. Y su vértigo sangriento estaba poniéndome de los
malditos nervios.
No. Yo me encontraba más que feliz de que mis hermanos
compartieran el trabajo de arruinarla. Sería más rápido, y yo podría
regresar a mi vida antes de que supiera del estúpido pergamino
manchado con la sangre de la primera mujer Weaver.
El sol se derramó como una alfombra de oro, dirigiendo el camino
de la cama a la ducha. Mi habitación se hallaba vacía de toques
personales, pero apestaba en la historia de los propie tarios anteriores.
Aparadores de estilo rococó, sillas de diseño victoriano. El papel pintado
estaba grabado en cuero marrón carmesí con detalles en oro.
Todo el espacio era melancólico y temperamental. Hubiera
preferido líneas limpias. Blancas—que era el silencio de la paleta de
colores—con muebles de piedra y sillas de metal. Me gustaba estar
rodeado de una atmósfera sin sentimientos, pero nunca se me
permitiría cambiar esta área.
Era sagrada.
Todo porque había sido el dormitorio de todos los hombres Hawk
que heredaron a una mujer Weaver. Su último aliento fue tomado en
ésta habitación. Eso sostenía a los fantasmas de los antepasados de
Nila y un día, yo también la absorbería.
El regalo de cumpleaños de nuevas espuelas y un látigo
atrozmente malvado destellaron en el aparador del siglo dieciocho. En
ese momento, me pareció que era una pobre tontería de regalo por
cumplir veintinueve años, pero en retrospectiva, me gustaría tener un
montón de diversión usando a Nila en lugar de mi caballo.
El mejor regalo era previsto para el próximo año. La verdadera
herencia que estuve esperando. Mucho mejor que una mujer o sus
lágrimas o incluso el permiso para extraer su sangre. Cuando cumpliera
los treinta, yo poseería todo.
Todo. Todo mío.
La fantástica decisión de primogenitura significaba que el primer
hijo heredaba el lote. Mis hermanos no obtendrían ni un centavo. Mi
hermana ni un solo diamante. Sobrevivirían por mi caridad. Al igual
que mi padre.
La hermandad. Las minas. Los yates. Los coches. Hawksridge. Y
cada propiedad en el extranjero.
Míos.
Bryan Hawk, corta en aquellos de la hermandad Diamante Negro,
sería el segundo para mí. El camino de nuestros antepasados nos
aseguraba la joven autoridad manteniendo el control de una finca que
derramaría la suficiente sangre para llenar un foso alrededor de
nuestras puertas.
Mi padre se retiraría, y yo sería rey.
Subiría de vivir en el ala de solteros con su sala de billar, teatro,
oficina, armamento, solárium, seis dormitorios y seis cuartos de baño a
tener un aproximado de cincuenta habitaciones, dos salones de baile, y
una casa de mazmorra equipada para jugar.
Y por jugar, me refería a hacer a las mujeres gritar.
Esa era la única vez que se les permitía a ellas romper mi regla de
tranquilidad. La única vez que disfrutaba de su ruego.
Recogiendo ropa nueva de mi armario, me vislumbré en el espejo.
Mis labios se curvaron con disgusto al lío pegajoso en mi estómago.
Tenía una buena mente para conseguir a Nila y hacerla lamerme para
limpiarme.
Esto era su culpa.
Mi mente se dirigió de nuevo a ella—en contra de mi voluntad.
Ella no solo había tomado un valioso espacio en mi cabeza, sino
también la estructura de mi día. Hoy no habría caza o la inspección de
la última remesa de diamantes.
No habría ningún negocio o viaje.
Toda mi energía y concentración le pertenecían a la mujer que era
una pérdida de tiempo.
Otro sueño despierto de forzarla sobre sus rodillas me detuvo en
las afueras del cuarto de baño. ¿Lloraría o gritaría mientras la follaba
por detrás? Tal vez me sorprendería de nuevo y gemiría en éxtasis.
Planeaba tomarla de esa forma—la forma animal. Después de todo, ella
pasaría la noche con los perros. Eso sería lo apropiado.
Dejando mi ropa en el tocador, me dirigí a la ducha de cuatro
puntas de cuarzo. No tenía necesidad de desnudarme. Me dormí
desnudo.
Siempre lo hacía.
Era parte de las reglas.
Vivir en Hawksridge, el más grande y más exclusivo club de
motociclistas compuesto en toda Inglaterra, venía con estrictas reglas
inquebrantables. Nuestra hermandad era diferente. Éramos
inteligentes, astutos, enfocados.
Cualquier hombre encontrado durmiendo con la ropa puesta se
hallaba en una noche de dolor. Podríamos haber dejado las épocas
oscuras atrás, pero mi familia sostenía su severidad.
Hicimos nuestra fortuna en el más precioso elemento transferible
que había. Y aprendimos mucho de los errores del pasado sobre cómo
tratar a los que intentaron robarles.
Sin ropa en la noche y búsquedas de inusuales cavidades por el
día.
Todo para proteger nuestro legado. La forma en que hicimos
nuestro dinero. La forma en que ascendimos de ladrones sin dinero a la
entera disposición de los Weavers para recopilar una riqueza que se
transformó a obscena hace unos cuantos siglos.
Entrando en la ducha, encendí el agua caliente. Sonriendo a la
pared de espejos, ahuequé mi polla, lavando el residuo de mi
indiscreción.
La próxima vez que me venga, voy a estar dentro de la mujer que
heredé.
Con mi polla en mi mano, asentí a mi reflejo.
Soy un Hawk, pero la sangre no fluye en mis venas. Soy nacido de
una sustancia inmejorable por cualquier otro; diamantes. Soy un
contrabandista. Soy un distribuidor. Y estoy a punto de convertirme en ...
un asesino.
12
Nila
Traducido por CrisCras, Marie.Ang, Josmary & florbarbero
Corregido por Anakaren

Needle&Thread: Estoy calentita y en la cama. Sorprendentemente,


dormí mejor de lo que pensé. ¿Tuviste una buena noche? ¿Yaciste en tu
cama y me imaginaste dándote placer? ¿Qué te hice? Cuéntamelo, Kite.
Quiero que me transportes de la realidad y me des una fantasía má s
fuerte que mi tediosa vida presente.
Kite007: Eres directa esta mañana, ¿no? ¿Tan desesperada estás
por hablar de mi polla? No es que dijera que no alguna vez, pero estoy
bastante impresionado por tu atrevimiento. Dime más… suplica.
Needle&Thread: ¿Suplicar? ¿Cómo suplica uno por algo que
necesita más de lo que quiere? ¿Me preferirías de rodillas? ¿O tal vez
sobre mi espalda, lista para lo que sea que quieras darme?
Kite007: Mierda. ¿Qué te pasa? Suplica. Imagíname parado por
encima de ti, con mi dura polla en la mano. Estoy frotándome a mí
mismo, mi puño trabajando con tanta fuerza ante el pensamiento de ti
despatarrada y tocándote a ti misma. Dame un vistazo. Entonces podré
recompensarte.
Needle&Thread: Estoy exactamente como dijiste. Suplicando,
lloriqueando, tocándome hasta que mis gritos se convierten en jadeos y
mis súplicas en gemidos. Estoy húmeda por ti. Caliente por ti. Por favor,
Kite. Dame mi fantasía. Dame algo cálido a lo que aferrarme.
Kite007: ¿De qué demonios va esto? ¿Cómo puedo venirme
cuando suenas jodidamente extraña?
Needle&Thread: ¿Extraña? No lo soy. Te estoy dando lo que
quieres a cambio de lo que necesito.
Kite007: ¿Eso se supone que tiene sentido?, porque no entiendo la
mierda en código. Joder, estás obligándome a hacerlo en serio.
Needle&Thread: ¿Hacer qué?
Kite007: ¡Preguntarte! Está bien. ¿Qué te tiene tan afectada que
hace que te insinúes con tanta fuerza? ¿Qué sucedió con mi tímida monja
traviesa? ¿Por qué demonios suenas tan diferente?
Miré fijamente mi teléfono, mi frecuencia cardiaca disparada.
Había intentado mostrarme tímida y valiente. Pensé que todavía
conseguí hacer la pantomima de que seguía siendo yo, todavía viviendo
mi satisfecha pero aburrida vida.
Obviamente no.
Releí mis respuestas pasadas, incapaz de ver la diferencia.
¿Cambie tanto?
No había nada suave acerca de Kite. No había razón para que lo
buscara cuando ya tenía suficientes bastardos en mi vida gracias a
Jethro. No tenía sentido dejarlo usarme, pero lo hacía de una extraña
manera. Tenía sentido porque yo le daba control sobre mí
voluntariamente; algo que necesitaba en mi vida giraba rápidamente
fuera de control. Mientras Jethro estaba determinado a socavar, tirar y
gobernar cada centímetro del poco poder que me quedaba, Kite me lo
devolvía de alguna extraña y maravillosa forma.
Él es el monstruo al que conozco. No es dulzura y luz, pero es mío
porque elegí que lo fuera. El desafío era otro estúpido resultado contra la
bestia llamada Jethro Hawk.
Enderezando mi espalda, intenté descubrir una manera de
posiblemente conseguir que Kite se suavizara, solo un poco, entonces
todo sería mucho más fácil de soportar.
Kite007: Dime, luego hazme venir. Tienes dos trabajos que hacer.
Hazlos.
Tomando una respiración profunda, abrí un mensaje nuevo.
Needle&Thread: Dime si esto está fuera de los límites, pero en
respuesta a tu pregunta —por qué sueno diferente—, supongo que es
porque me siento diferente. Todo es diferente. Pensé que siempre lucharía
contra lo diferente. Me gusta lo normal. Me gusta la rutina. Pensé que lo
diferente me arruinaría. Pero… entonces… cambié.
Kite007: ¿Cambiaste? ¿En verdad vas a hacerme sonsacarte esto?
Mi polla está dura y mis bolas quieren venirse. Escúpelo, así podemos
pasar a la segunda parte de tu lista de cosas por hacer.
Needle&Thread: Yo soy la que es diferente ahora. Es como si todo
con lo que he estado tratando de repente no importara. Simplemente se
ha ido…
Kite007: ¿Ido?
Needle&Thread: Sí. Es liberador, asusta muchísimo, y es confuso.
Pero algo está cambiado dentro; se siente como si estuviera… creciendo.
Suspiré. Me enviaría algo horrible en respuesta; mi contestación
fue demasiado personal. Sabía eso. Pero de cualquier manera lo envié.
Kite007: Fuera de los límites. Vuelve al tema. Vamos a intentar
esto, aquí hay algo que obviamente deseas: me alegro de que estés
creciendo, me hace sentir jodidamente mejor saber que no me estoy
masturbando con una excéntrica chica de catorce años. Y ahora a por lo
que quiero: demasiado malo para ti, no me he ido ni planeo hacerlo antes
de que termines de hacer lo que empezaste. He acabado con la mierda
críptica. Presta atención, porque estoy deslizando mi polla en tu boca.
Intentas hablar pero te atragantas con mi longitud, tu voz es ahogada
contra mis bolas. Deja de intentar comunicarte y dedícate a tu ta rea.
Chúpame.
Suspiro. Dos emociones girando en mi interior: exasperación y
gratitud. Había respondido a mis inapropiadas revelaciones. No me
desdeñó ni había sido el idiota que era normalmente. Progreso.
La tentativa suavidad interior era suficiente para hacerme
superar las siguientes pocas horas.
¿No deberías querer más?
Mi corazón se endureció.
Kite había respondido a mis insinuaciones veladas en busca de
ánimo, pero tenía la esperanza…
No importa lo que esperaba.
Parecía que todo lo que quería en este mundo no estaba
disponible, incluyendo más que una palabra amable de Kite. Habíamos
estado tan cerca de una conversación normal. Aprendiendo,
compartiendo, construyendo una conexión a pesar de las
complicaciones de los mensajes de texto sexuales.
Él me dejó entrar durante un microsegundo, y luego me echó otra
vez, usando el sexo como una herramienta para mantenerme en mi
lugar y recordarme que no era un elemento en su vida; ni como amiga y
ni siquiera como compañera. Yo era la puta invisible. La prostituta
impagada que vivía en su teléfono.
No podía dejarlo herirme. No podía dejar que me debilitara.
Él hizo lo que yo necesitaba: recordarme que era lo
suficientemente fuerte. No había nada más que hacer excepto terminar
la conversación, así podía dejar la fantasía absorbe almas y volver a la
tragedia de mi nuevo mundo.
Kite007: No estás chupando. Está bien, te daré algo de aliento. Si
me haces una mamada, te devolveré el favor. Te colocaré de espaldas,
con las piernas extendidas, y enterraré mi cara entre tus pi ernas. Te
morderé, follándote con mi lengua hasta que te olvides de todo y te
vengas.
Mi estómago hizo una pequeña acometida. No era romántico, pero
me dio un poco más del calor que necesitaba.
Antes de que pudiera responder, el teléfono vibró por otro
mensaje.
Kite007: Dime dónde estás ahora mismo. ¿Estás desnuda?
Tocándome a ti misma por mí. Hazte una foto si eres valiente.
Me reí. El sonido destrozó el espacio que Jethro me había dado
tan amablemente para pasar la noche. Reírme era la única cosa que
podía hacer. ¿Hacer una foto? ¿De qué? ¿Los moretones en mis palmas
por arrastrarme hasta las perreras anoche? ¿Sobre los cortes en mis
rodillas?
Tal vez él quiere una foto de mi elegante habitación y mis
maravillosos compañeros de cama.
Alzando la vista por primera vez desde que me desperté, dejé que
la inutilidad de mi situación consiguiera lo mejor de mí. La valentía a la
que me había estado aferrando como a una balsa en un mar
embravecido, se astilló y se hundió, arrastrándome hacia abajo con su
peso como las anclas a las que tan a menudo me aferraba.
Por todos los estándares, la perrera era puro lujo. El techo era a
prueba de agua. El suelo limpio e higiénico. Incluso estaba libre de
corrientes de aire.
Pero no era solo mío. Tenía que compartir.
Squirrel, mi favorito de los once perros con los que había pasado
la noche, empujó contra mi brazo. Le había puesto el nombre por los
roedores trepadores de árboles gracias a su cola ligeramente espesa.
Con una sonrisa perruna, se abrió camino por debajo de mi brazo,
apoyándose pesadamente contra mi torso.
Yo nunca tuve mascotas al crecer. Como una familia, estábamos
demasiado ocupados trabajando o viajando a lugares exóticos para
obtener más material y mercancías. Hasta anoche, yo tenía un juvenil
miedo a los perros.
Eso se convirtió en terror cuando Jethro me lanzó dentro.
Me estremecí, abrazando a Squirrel para acercarlo más a mí,
robando su agradable calidez. Anoche Jethro intentó destruirme. No por
medio de puños, o violación, o siquiera palabras duras. No, intentó
destruirme arrebatándome cualquier derecho que tenía como ser
humano. Marcándome como algo que no era mejor que los perros que
poseía.
Habría tenido éxito si mi miedo no hubiera madurado hasta
convertirse en desconcierto, y luego en gratitud. Me hizo un favor;
prefería la compañía de sus sabuesos. Ellos no solo toleraban mi
intrusión, sino que me daban la bienvenida a la manada.
Squirrel lamió mi ensangrentada palma debido a las piedras,
dejándome saber que entendía mis dolores. Todavía sufría por
arrastrarme por la mansión, pasando inmaculados macizos de flores,
por encima de hierba segada con precisión, y pasando a través de las
sombras proyectadas por imponentes setos.
Todo me palpitaba cuando finalmente me arrastré el último metro
y me senté esperando junto a una gran puerta deslizable. Mi vestido
estaba desgarrado, mis rodillas sangraban; no es que a él le importara.
La finca era más grande de lo que podía contemplar, pero incluso
en la oscuridad, distinguía los edificios a nuestro alrededor. Los
establos se encontraban al otro lado del patio de adoquines. Un granero
dejaba un suave aroma granulado de forma permanente en el aire. El
suave resoplar de los caballos rompía el silencio junto con los gruñidos
y ronquidos de los perros.
Jethro me dejó sentada sobre mis rodillas mientras desaparecía
en el interior de lo que asumí sería un cuarto trastero. Volvió con una
gran manta rasposa y un cubo, antes de abrir la puerta deslizable y
atraerme al interior.
Lanzando los artículos en el oscuro interior, hizo una reverencia.
—Sus aposentos, mi señora. —Inclinándose hacia abajo, golpeó mi
trasero—. Vete a la cama como una buena mascotita. Tienes un gran
día por delante.
Cuando no me moví, su pie aterrizó en mi culo, empujándome
hacia delante, sin darme opción excepto arrastrarme rápidamente en la
oscuridad.
En el momento en que pasé de la luz de las estrellas a la
oscuridad, entré en pánico.
Jethro cerró el cerrojo, encerrándome dentro de una habitación
llena de cuerpos en movimiento, garras sobre los adoquines, y suaves
gruñidos de territorialidad.
El primer roce de una nariz húmeda en mi mejilla arrancó un
pequeño grito de mis labios. Me envolví en una apretada bola,
abrazando mis rodillas, apretando los ojos para no ser comida viva.
Esperé por unos dientes afilados. Esperé a ser mordida.
Pero no me comieron.
Lejos de ello. Había sido lamida y acariciada y bienvenida a una
manada de número desconocido.
Yo era una extraña en sus dominios, pero cuando finalmente
logré ignorar mi miedo y mirarlos a los ojos, estos brillaban con
curiosidad más que con ira territorial.
El resto de la noche pasé haciéndome una cama medio cómoda de
un fardo de heno sin apretar, y envolviéndome a mí misma con fuerza
en la manta rasposa. Me proponía dormir sola con mis nuevos amigos
dispersos en sus espacios habituales, pero ellos tenían otras ideas.
Una vez que estuve asentada, ellos se colocaron a mi alrededor,
apretándose cerca, envolviéndose alrededor unos de los otros hasta que
fui el epicentro en un nido de perros.
En el momento en que se quedaron quietos, saqué mi teléfono.
Cinco llamadas perdidas, tres mensajes de mi gemelo, y uno de
mi padre.
Mordiéndome el labio para contener la compostura que podía, leí
el de mi padre primero.
ArchTextile: Nila, sé que tendrás preguntas. Sé que me odiarás.
Pero por favor, mi maravillosa chica, tienes que saber que yo no quería
nada de esto. Fui un estúpido al no hacer caso a las advertencias de tu
madre. Pensé, bueno, no importa lo que pensé. Tenía la esperanza de que
pudiéramos hablar, cuando estuvieras lista. Entiendo si no puedes
perdonarme nunca. No sé cuánto de esto verán ellos, pero nunca dejaré
de buscar, nunca dejaré de tener esperanza. Por favor, no pienses que
renuncié a ti a la ligera. Ellos tienen… maneras. Te tienen, pero te
mantendrán en buen estado de salud. Tenemos tiempo. Te quiero, cariño.
No quería centrarme en lo que significaba el tiempo. El lento paso
del tiempo se entrelazaba con el rápido tic-tac de mis latidos finales.
Mis dedos se cernieron sobre el botón de respuesta. Pero no
podía. Todavía no.
En cambio, abrí los mensajes de mi hermano.
VtheM an: Threads, coge tu maldito teléfono.
VtheM an: Threads. Te lo advierto. No eres feliz. Lo siento. Estoy
desesperadamente preocupado y Tex está siendo un idiota reservado.
Llámame de inmediato, hermana. O haré de tu vida un infierno viviente.
VtheM an: Por favor, Nila. Háblame. Sácame de mi miseria. Te echo
de menos. Te quiero jodidamente mucho.
Mis jadeos llorosos en la oscuridad, captaron la atención de unos
pocos sabuesos. Deseaba tanto responder. Pero no me atreví. No
confiaba en mí misma para no suplicarle que me sacara de esto. Me
encontraba allí por mi propia voluntad para protegerle. No lo estaría
protegiendo si era débil.
Mañana. Me pondría al día con cualquier endeble charla de
deudas de siglos pasados. Quería hechos concretos sobre por qué ellos
podían hacer esto. Y no pararía hasta que lo supiera todo.
Cerrando los mensajes, abrí una imagen de Vaughm y yo que
había sido tomada justo antes de que las puertas se abrieran para el
espectáculo de anoche. La pizca de fuerza que me quedaba me
abandonó y dejé ir mi fuerte control.
Sollocé.
Mi corazón purgó su dolor a través de mis ojos, empapando mis
mejillas, difuminando la última foto que tenía de mi hermano: feliz,
nervioso, vestido con sus mejores galas; con una cascada de líquido.
Lloré hasta que la deshidratación hizo que me palpitara la cabeza y mi
cuello estuviera pegajoso por la sal.
Un pitido me aviso de la batería baja. La cosa más difícil que he
hecho fue cerrar la foto de V y apagarlo.
Más lágrimas se deslizaron y un perro levantó la cabeza,
mirándome con sabio entendimiento. Se adelantó un centímetro sobre
su estómago, cruzando el heno hasta que sus patas tiraron de mi
manta.
Su preocupación canina produjo otro torrente de líquido, pero
abrí los brazos, y meneando la cola, se colocó a mi alrededor como un
escudo viviente. Su corazón de perro hacía un ruido sordo contra el mío
mientras me abrazada a su sedoso pelaje.
Pasé de la niña mimada de Milán con pinchazos de aguja, a
acurrucarme en el suelo con solo perros de caza por compañía.
Una lengua sensible había lamido mi mejilla, robando el torrente
sin fin de lágrimas. Y fue entonces cuando sucedió. El cambio sobre el
que le había hablado a Kite. El final. El comienzo. La libertad de
simplemente dejarlo ir.
Toda mi vida, me había estresado con hacerme un nombre por mí
misma, construir mi carrera, amar a mi hermano, ser una hija digna.
Facturas. Plazos. Reputaciones. Expectativas. Todo haciendo equilibrios
precariamente sobre mis hombros, moldeándome para ser una
tranquila adicta al trabajo.
Pero a las cuatro de la madrugada, en las perreras de un hombre
que pretendía matarme, lo dejé ir todo.
En cada lágrima que derramé, me despedí del control. Le dije
adiós a todo lo que me hizo vivir, pero que también me había sofocado.
No tenía sesiones de fotos por las que preocuparme más. No tenía
preocupaciones sobre qué llevar, dónde estar, cómo actuar.
Todo eso fue robado. Y no tenía sentido llorar o luchar contra ello.
En el momento en que abracé la libertad de la nada, dejé de
llorar. Mi dolor de cabeza desapareció, y fui a la deriva en el sueño,
envuelta en las cuatro patas de mi nuevo mejor amigo.
Squirrel le dio un empujón a mi mano, trayéndome de regreso al
presente y a la espera del mensaje de Kite. El pasado luchó para
dejarme ir, pero parpadeé, disipando mi desamparo.
—Quiere saber dónde estoy. ¿Qué debería decirle? —le pregunté a
mi séquito de perros de caza.
De la raza Foxhound, para ser exactos. Su pelaje negro, marrón y
blanco se hizo visible al salir el sol, brillando por la salud de su piel.
Sus sedosas orejas golpeaban sus bonitas cabezas mientras saltaban
por el recinto, despertando a medida que el sol se hacía más brillante.
No me dieron una respuesta.
Needle&Thread: Dónde me encuentro ahora mismo no importa
porque estoy en una fantasía contigo. Estoy en tu cama.
Desnuda. Deseosa.
Era mucho mejor que la verdad: que dormí sobre heno en un
granero con once perros encerrados por un candado gigante.
Me centré en la enorme puerta corrediza. La había comprobado
anoche para ver si encontraba una forma de salir, pero, por supuesto,
no la había.
Kite007: Te tomaste un rato para responder. ¿Te diste placer a ti
misma?
Lanzándome de regreso al mundo sexual de Kite, respondí.
Needle&Threads: Me estoy viniendo en este momento. Ambas
manos están entre mis piernas, retorciendo mi clítoris, sintiendo lo
húmeda que estoy. Estoy gritando tu nombre una y otra vez. Los vecinos
podrían oírme por lo ruidosa que soy.
Acariciando la cabeza de Squirrel, sonreí. —No le digas que liberé
mi tensión por llorar hasta dormirme en tus brazos. —Bajando la voz,
añadí—: Y no le digas que nunca he tenido un orgasmo.
El perro inclinó la cabeza, con una expresión de confusión en su
cara.
Kite007: Me gusta cuando hablas de forma sucia. Sigue. Tengo mi
polla en mi mano y quiero que me hagas venirme.
Mi corazón se aceleró. Reclinándome contra el fardo de heno, me
mordí el labio. Nunca había hecho venirse a nadie. La noche de
borrachera en la que perdí mi virginidad no contaba porque ambos
estábamos tan intoxicados que fue un milagro que él encontrara el
lugar correcto para meterla. Después de unos cuantos empujones a
medias, él había rodado fuera de mí para vomitar, y yo me había subido
mi ropa interior. Estuve silenciosamente horrorizada ante la sangre en
las sábanas.
La copiosa cantidad de alcohol robó cualquier dolor que podría
haber sentido cuando me penetró. También robó la prisa por entrar en
la condición de mujer adulta, intercambiándola por la pesadez de la
vejez.
La noche definitivamente no fue un éxito. O el día siguiente.
Porque no importa lo mucho que V intentó esconderle mi resaca a Tex,
él no pudo evitar que vomitara en los zapatos de mi padre cuando me
sacó de la cama y me llevó al doctor.
Gemí al recordar con vergüenza. —Él se enteró, sabes. —Le
rasqué a Squirrel detrás de su gran oreja—. El doctor le dijo que había
tomado ventaja. Usamos protección pero no detuvo las interminables
pruebas de infecciones de transmisión sexual o los exámenes de
embarazo. —Otro perro se acercó, dejándose caer a mi lado, en busca
de una caricia—. Esa fue la última vez que estuve sola con un hombre
que no fuera mi papá o mi hermano. Triste, ¿no?
El nuevo perro jadeó, viéndose como si hubiera dicho la mejor
broma del mundo.
Tal vez Tex te impidió las citas, para que cuando vinieran por ti,
solo fuera su corazón el que se rompiera, no el de un esposo o hijos.
La repentina idea se apoderó de mi visión con horror.
¿La sobreprotección era para proteger a otros? ¿Me había
mantenido encerrada como a una princesa en una torre, todo para
impedirme ser mi madre?
Se había enamorado de mi madre.
Tuvieron hijos jóvenes.
Vinieron por ella.
Me froté el pecho, incapaz de detener la epifanía iluminando a mi
padre en una nueva luz. ¿Fue egoísta de su parte protegerme de vivir,
sabiendo que estaba destinada a una muerte prematura? O
simplemente una tragedia que evitó que otros rompieran su corazón por
siempre por amarme.
Vaughn.
Él sentiría el momento en que mi vida se apagara. Nos
encontrábamos más unidos que espiritualmente, como almas pegadas y
alientos juntos. Supe cuando se fracturó su clavícula en kayak. Él supo
cuando se me calló mi pesada máquina de coser Singer sobre mi pie.
Unidos.
No pienses en ello. Dolía demasiado. Las lágrimas picaban en mis
ojos, pero las repelí parpadeando, intentando permanecer en mi
pequeña burbuja falsa de sexo por textos. Esto era todo lo que tenía.
Podía coquetear con Kite con total seguridad, sabiendo que nunca sería
capaz de romper su corazón cuando llegara la hora.
En cierto modo, su fastidiosa petición de distancia lo protegía. Y
por eso, estaba extrañamente agradecida.
Pasando una mano por mi largo cabello, suspiré,
recomponiéndome. Le sonreí suavemente a Squirrel. —Si un pequeño
error de borrachera fue mi único intento de hacer que un hombre se
venga, ¿cómo demonios se supone que lo haga a través de un mensaje
sin rostro?
Siendo alguien que no eres. Actúa. Finge.
—Bien.
Esquivando la sucia mezcla de heno, pelo de perro y polvo de la
manta que me dio Jethro, me preparé para abrazar mi gatita del sexo
interior.
Needle&Thread: Imagina que tu mano es la mía. Estoy
sosteniéndote firmemente, fuerte. Me encuentro de rodillas a tus pies
mientras que tú te sientas en una silla grande. Un trono. Tu mano
envuelve mi cabello, tirándome hacia delante. Obedezco porque sé que
me pides que lo haga. Tus ojos no preguntan, lo dicen, y bajo mi cabeza a
tu regazo. Mi boca se hace agua por probarte. Eres grande. Suave.
Rogando por mi boca.
Mi respiración se aceleró; mi mente desarrollando la fantasía con
vívido detalle. El calor que estuve buscando propagándose desde mi
centro como un amanecer tentativo.
Kite007: Jódeme, mujer. ¿Por qué no me hablaste así todo el
tiempo? ¿Qué fue de la mierda tímida? Joder, sigue. Estoy tan
malditamente duro. Quiero tu boca tanto. Dámela.
Mi piel se erizó con piel de gallina. El poder. La aprobación. Kite
era un pendejo, un imbécil, y un completo superficial, pero me
aprobaba. Me quería.
Needle&Thread: Estás sosteniendo tu polla mientras te lamo una
vez en la punta. Quieres que te trague, pero no me fuerzas. Porque sabes
que voy a tragar cada gota.
Kite007: ¿Te gustó?
Fruncí el ceño.
Needle&Thread: ¿Me gustó qué?
Kite007: Mi líquido preseminal. Mierda, estoy cerca. Estoy en tu
boca. Follando tus labios. Sosteniendo tu cabello mientras voy tan
profundo en tu garganta. ¿Te gusta mi sabor?
Needle&Thread: Sabes a…
—Demonios, no lo sé. —Observando al grupo de perros
musculosos, todos mirándome como si supieran lo que hacía, me pasé
una mano por la cara—. ¿A cómo demonios sabe un hombre?
Needle&Thread: Sabes a licor caro, emborrachándome cuando te
vienes. Derramándote sobre mis labios, chorreando por mi barbilla. No
quieres que desperdicie una gota, así que capturas el líquido con tu
pulgar y lo empujas de nuevo en mi boca.
Al instante que lo envié, un escalofrío corrió por mi sangre.
Pulgar. Bocas. Chupar.
Él.
Mis papilas gustativas traen el nítido sabor de Jethro. Su
inflexible agarre en mi barbilla cuando lamí su dedo. En realidad no
tenía un sabor. Solo la precisión fría de una piedra. Pero tenerlo
dominándome me dio el permiso de sentir un aleteo en mi centro, sin
avergonzarme de querer más. O de mojarme.
Kite007: Joder. No me había venido así en un tiempo. Está todo
sobre mí, salpicó mi pecho, adherido a mí como un jodido pegamento. Me
gustas así, monja traviesa. Estás más… relajada.
Mi voz fue suave. —Eso es lo que pasa cuando tu vida ya no te
pertenece y no hay nada que puedas hacer para controlar tu futuro.
Squirrel ladró en acuerdo.
—También es lo que haces para sobrevivir. Te vuelves diferente.
Cambias.
Tanto como odiaba a los Hawks, me dieron algo que estuve
buscando toda mi vida.
Las garritas de gatita estaban creciendo, cosquilleando. Aún
demasiado nuevas para arañar, pero se encontraban ahí.
Mi batería parpadeó de nuevo y sabía que esta sería la última vez
que tendría el lujo de usarlo hasta que Jethro me dejara cargarlo.
Ignorando el vacío interior y la aguda punzada de dejar que Kite
me usara, envié mi último mensaje.
Needle&Thread: Me alegra. Te estoy lamiendo para limpiarte.
Estoy borracha de todo lo que me has dado. Estaré aquí para ti la
próxima vez que necesites una liberación, pero por favor… ya no me
llames monja traviesa. Llámame Needle.

Jethro vino a buscarme a las once de la mañana.


Los caballos al otro lado del patio se habían ido, a hacer qué, no
tenía idea. Pasé más o menos una hora escuchando a los mozos
prepararlos y el reconfortante clack de sus herraduras desapareció en la
distancia por los adoquines.
Me imaginé tomando uno y alejándome galopando. No es que
supiera cómo montar. Nunca tuve tiempo. Cocer había sido mi única
obsesión.
Squirrel y su pandilla de perros se fueron no mucho después de
que terminé de enviarle mensaje de textos a Kite. Un penetrante silbido
los llamó y se fueron de la perrera por una pequeña salida para perros
en la parte trasera. Intenté seguirlos, conseguir la libertad, pero solo se
abría si un collar codificado se encontraba dentro del rango. Una
contraseña programada para cada perro les permitía el acceso.
Así que, pasé el resto de mi mañana sola. Con pensamientos que
ignoré rotundamente.
Era extraño sentarse y hacer nada. No tenía a donde correr.
Ningún correo electrónico que responder. Ninguna lista de tareas
pendientes que atacar. Me encontraba en el limbo, simplemente
esperando que apareciera el hombre al que detestaba.
Mi estómago se hallaba lleno de ansiedad por querer sacarlo de
encima, aunque mi corazón tintineaba queriendo que se alejara para
siempre. Nunca me había sentido tan confundida, incluyendo mi
estómago.
Dejó de gruñir por comida al amanecer, pero el dolor vacío solo
crecía más.
Jethro abrió la puerta de la división superior del establo, dejando
la parte inferior cerrada. Descansando los brazos en la parte superior,
asintió. —Señorita Weaver.
El sol se tomó la libertad de rebotar dentro de la perrera sombría,
dándole una brillante luz y silueta a Jethro. Su rostro permaneció en
las sombras pero su grueso cabello estaba húmedo y desordenado por
una ducha.
Cambió su traje color carbón por una camisa gris más casual,
con el pasador de diamante destellando en su solapa. Crecí para
reconocerlo como su pieza de firma, uniéndolo a cual fuera la
organización que tenía su padre.
¿Es una pandilla? ¿Robaban, engañaban y mataban?
No era mi problema. No me importaba. No justificaba lo que
hacían. Yo era la parte inocente, su rehén.
No devolví su saludo, decidiendo quedarme envuelta en mi manta
y poner mala cara.
Jethro resopló con impaciencia, quitando los brazos de la puerta.
Desbloqueó la parte inferior, abriéndola de par en par.
Entró más de la luz del sol, iluminando la mitad inferior del lugar.
Vaqueros oscuros. Vaqueros con buen talle. Vaqueros que lo hacían
verse joven, accesible y normal.
Mis manos se apretaron. No te creas la proyección. No había nada
normal en este hombre. Nada cuerdo o amable. Aprendí eso anoche,
muchas veces. No rogaría más. No más súplicas. Caían en oídos sordos,
y terminé con ello.
Jethro chasqueó los dedos como si esperara que me pusiera de
pie. —Levántate. Es hora de empezar. —Dando un paso amenazante
dentro de la perrera, frunció los labios—. Mierda, ¿qué hiciste mientras
dormías? ¿Rodar como los perros?
Mantuve la boca firmemente cerrada, observándolo en el silencio
que tanto parecía disfrutar. Cuando no me moví, su rostro se retorció,
viendo mi cabello con heno y la mata cubierta de suciedad. —No volveré
a decírtelo. Levántate.
Me encogí de hombros. Era liberador ya no preocuparme. Ya no
permanecer cautiva por la necesidad de obedecer y saltar ante la
atención por miedo a represalias. Quise decir lo que le dije a Kite. Todo
dentro de mí se había ido. Bloqueado, refugiado en el interior, listo para
soportar cualquier guerra que se avecinara.
Poniéndome de pie lentamente, puse mi teléfono sin carga dentro
del bolsillo de mi chaqueta. Dejando que la manta cayera de mis
caderas, alisé persistentemente mi ropa.
Jethro chasqueó los dedos otra vez, y me moví voluntariamente,
yendo a su lado exactamente como él quería.
Frunció el ceño; su mirada llena de suspicacia.
Le di una sonrisa vacía. Encontré salvación en el descuido. No
significaba que tenía que fingir que le gustara. Él no sabría que al tratar
de romperme anoche, solo me dio una nueva vía de fuerza.
Estoy lista.
Para lo que sea que me lance.
Sobreviviré.
Hasta que ya no necesité intentarlo.
Pasándome las manos por el cabello, rápidamente me di por
vencida con los enredos y me concentré en pellizcarme las mejillas para
conseguir un poco de color.
—¿Crees que eso te salvará? ¿Lucir presentable? —Su voz era
ventisca y nieve.
No dije una palabra.
Jethro apretó la mandíbula. Sus manos se curvaron junto a sus
piernas abiertas.
Mis músculos se prepararon para el castigo. El aire brillaba con
violencia.
La mano de Jethro salió disparada de repente, capturando mi
garganta. Sin un sonido, me giró, y me sacó de la perrera. El sol besó
mi piel, avivando el calor que intenté tanto retener desde que hablé con
Kite. Lo abracé, acercándolo, para que el hielo de Jethro no me cortara
en pedazos.
Sus dedos se tensaron alrededor de mi cuello pero me negué a
arañar ante su agarre. Pagaré con amabilidad. Lo que sea que le hiciera
en defensa propia, lo recibiría diez veces peor. Pero nada de eso
importaba ahora porque sabía cómo sobrevivir.
Estando por encima de ellos. Siendo intocable en el interior
incluso mientras me rompieran en el exterior.
—Piensas que lo tienes todo resuelto, ¿no? —Su brazo me levantó
sobre la punta de mis pies. Respirar era difícil, no pelear era imposible,
pero lo permití. Todo lo que hice fue mirar en silencio sus ojos dorados.
—Entiendo lo que estás haciendo. —Sonrió—. Pero recuerda mis
palabras. No ganarás. —Sacudiéndome, desenrolló los dedos, entonces
alisó la parte delantera de sus vaqueros. El sol brilló en la hebilla de oro
de su cinturón de cuero de cocodrilo.
Mi estómago se apretó, pero me mantuve firme. Alzando la
barbilla, susurré—: Recuerda mis palabras. Voy a ganar. Porque tengo
razón y tú estás equivocado.
Jethro hervía, y un silencio espeso se estableció entre nosotros.
—Estás tan fuerte y poderosa, ¿no, señorita Weaver? Tan segura
de que eres la única que tiene razón. ¿Y si te dijera que tus antepasados
eran escoria? ¿Y si te mostrara la prueba de su corruptibilidad y afán
de herir a otros en su caza de riqueza?
Mentiras. Todas son mentiras.
Mi árbol familiar era impecable. Provenía de un linaje honesto,
bueno y trabajador. ¿Cierto?
Ignoré el cómo mi latido se aceleraba.
Jethro se acercó más, acechándome. —Las cosas que tu familia le
hizo a la mía me enferman. Así que, continúa tu búsqueda por creer
que eres pura, porque en pocas horas sabrás la verdad. En pocas horas,
te darás cuenta que no somos los malos, sino que tus familia lo es.
Mi garganta se cerró. No pensé que él pudiera decir algo que
derrumbara mis fuerzas tan pronto, pero cada palabra fue un tiro
cuidadosamente certero, hundiéndose en mis cimientos hasta que me
quedé en una tierra desmoronándose.
Mis ojos fueron a los suyos, intentando descifrar la verdad.
¿Fueron mis líneas sanguíneas empañadas con crímenes de los
que no sabía? Mi padre no había sido exactamente comunicativo con
nuestra historia, aparte de contarnos que nuestra familia siempre ha
estado involucrada en el tejido y los textiles. Fue como se nos otorgó el
apellido Weaver. Al igual que los Bakers, y los Butlers, y cada otro
comercio que dictaba sus apellidos.
Jethro se rió entre dientes. —¿No me crees? —Sus manos se
posaron en mis hombros, haciéndome retroceder. Tropecé, haciendo
una mueca cuando mi columna chocó con la pared de ladrillos de la
perrera.
—¿No crees que tus antepasados fueron condenados a muerte en
la horca por lo que le hicieron a los míos? —Su mirada cayó a mi boca—
. ¿No crees que estás viva porque los Hawks les concedieron
misericordia a cambio de unas pocas firmas en una cuantas deudas?
Su voz bajó, enviando una constelación de advertencia
deslizándose sobre mi piel. —¿No crees que estoy totalmente en mi
derecho de hacer lo que me dé la gana contigo?
Su toque quemó a través de mi chaqueta y gran vestido, enviando
una intensidad indeseada por mis brazos.
¿Lo creo? ¿Puedo creerlo? ¿Qué todo lo que entendía de esta
situación se hallaba invertido?
Juegos mentales. Ilusiones. Todo diseñado para hacerme tropezar.
Sacudiendo la cabeza, espeté—: No. No lo creo. —Mi presión
arterial explotó, tronando en mis oídos. Su concentración era absoluta,
y quemaba. Oh, ¡cómo quemaba!—. Nada de lo que digas te hará la
víctima en esta situación. Nada de lo que me muestres hará esto
permisible. Piensas que creo en una deuda ridícula que dices tiene más
de seiscientos años. ¡Despierta! Nada así se sostendría en un tribunal
de justicia en estos días. No me importa que representaras mi
desaparición, o que sigas a mi familia con una pistola cargada. No creo
nada de esto, y ciertamente no creo que tengas algún derecho
permanente de tu lado.
Jethro frunció el ceño pero continué mi tiranía.
—Todo lo que creo es que ustedes son un montón de hombres
enfermos y retorcidos que inventaron una excusa de mierda para
sentirse justificados mientras destrozaban las vidas de otros.
Muéstrame dónde tienes el derecho de poseerme. Nadie tiene ese
derecho. ¡Nadie!
Se rió entre dientes, sus ojos dorados brillaban en la oscuridad.
Su lenguaje corporal cambió de una postura arrogante a una que
exudaba sexualidad. Fue como presenciar el derretimiento de un
glacial, cambiando el invierno por el calor de un volcán.
—Me gusta cuando luchas. Tu percepción del mundo es errónea.
Vives en un cuento de hadas, princesa, y estoy a punto de destruirlo.
Sus hombros se suavizaron, sus labios se separaron; su mirada
acariciaba mi rostro para aterrizar en mi boca. —¿Crees que no
tenemos hombres en puestos de poder? ¿Hombres que hacen
absolutamente legal lo que les digamos? ¿Crees que conseguimos este
nivel de posición en la sociedad o la cantidad obscena de riqueza que
tenemos acatando la misma ley que tú crees que te protegerá de
nosotros?
Su voz fue un susurro sobre mí, envuelta en su embriagador
aroma a madera y cuero. —Qué estúpida, señorita Weaver. Poseemos
más que tu familia. Somos dueños de todo y de todos. Nuestra palabra
es irrompible. Y tenemos pruebas.
Se inclinó; la violencia que emitía cambió a la lujuria peligrosa,
empujándome más fuerte contra la pared. Sus ojos eran ríos de fuego,
aniquilando mis argumentos, arrastrándome bajo su hechizo. —¿Crees
que no puedo obligarte a hacer lo que yo quiera?
Aspiré una bocanada de aire.
Nunca me había mirado de esa manera. Nunca dio ningún indicio
de que pudiera encontrar algo emocionante en mí. Me trataba como a
un leproso. Me miraba como si fuera de una especie diferente, una que
no había evolucionado lo suficiente como para justificar su atención
sexual.
Pero eso había cambiado.
Su interés me atrapó, consumiéndome más que sus amenazas y
su ira contenida. Este era un territorio inexplorado. La lujuria y la
atracción y el coqueteo eran aterradores porque yo era la novata y él, el
experto.
No pude luchar contra que lo me hizo sentir.
Las fosas nasales de Jethro se dilataron, sus dedos crispándose
en mis hombros. Su voz bajó a un susurro ronco, un susurro más
adecuado para la seducción. —¿Crees que mereces una vida construida
sobre la sangre de otros? ¿Crees que eres digna? —El ritmo y el
volumen convirtieron las preguntas horribles en un poema en lugar de
una maldición.
No caigas en la trampa. No lo dejes ganar.
Él ya había ganado. Relató la leyenda de su letal fuerza
imparable. El legado de su familia le concedió de alguna manera la
aprobación de la policía, un gobierno con los ojos vendados, y el
derecho sobre la vida y la muerte.
¿Quién le dio ese derecho?
Todavía no lo podía creer. Pero eso no detuvo a mis piernas de
presionarse juntas, tratando de aliviar el extraño dolor que se construía
con cada momento.
Nuestra lucha convenció a mis garras invisibles para que
crecieran un poco más. Mi temperamento hizo a mis piernas más
firmes; mi visión más clara. Mi cuerpo encontró sin saberlo, una cura
para mi terrible vértigo, todo mientras abrazaba la ira y la rabia.
Jethro notó mi tensión, acariciando mis hombros, como si yo
fuera una presa asustadiza. —Somos criaturas simples, señorita
Weaver. Sé lo que te está pasando. —Sonrió suavemente, sus ojos
dorados intentando lucir suaves pero incapaces de ocultar el acero bajo
ellos—. Tu piel está caliente. Estás respirando más rápido.
Agachó la cabeza, murmurando—: Te gusta esto. Te gusta ser
llevada más allá de tus límites.
Negué con la cabeza. —Te equivocas. No hay nada en ti que me
guste.
Suspiró, su mirada susurrando sobre mi boca. —Mentir no
funcionará. Sé que estás mojada para mí, queriéndome. —Su toque
pasó de amenazante a suave, enviando una lluvia de chispas a través
de mi sangre—. ¿Quieres saber cómo lo sé? Porque lo saboreo en el aire.
Lo huelo a tu alrededor.
Mis labios se separaron. Mi pecho subía y bajaba, más y más
rápido. No podía apartar la mirada; no podía alejarme. No podía hacer
nada más que deleitarme en la embriagadora, candente, chispeante
necesidad que se construía rápidamente en mi interior.
Cerré los ojos y tragué saliva, esforzándome por disipar el deseo
enfermo y retorcido que evocó él. —No…no lo estoy.
Pasó sus pulgares sobre mis hombros, siguiendo el camino de mi
clavícula con infinita suavidad. —¿No lo estás? —Sopló—. ¿No estás
sintiendo la fiebre de la lujuria o la convicción de que romperías todas
tus reglas solo por... probar... un poco? —Sus labios se acercaron
mucho a los míos, alejándose en la última palabra.
Sí. No. No lo sé.
Había perdido el control de mi cuerpo, precipitándome
directamente hacia un cataclismo en el que todo era caliente, agudo e
intenso.
No tenía respuesta. No sabía lo que él quería.
Está jugando con tu mente. Eso es lo que está haciendo.
Sus pulgares acariciaron más arriba, suavizando las contusiones
que había causado en mi cuello.
—Dime que no estás mojada por mí. Dilo.
Negué con la cabeza, preparándome para decir las palabras. —No
lo estoy. Yo...
—¿Qué? —murmuró Jethro.
El dolor se hizo más fuerte, enviando una oleada de humedad en
contra de mis bragas. A mi cuerpo no le importaba que él fuera un
monstruo. Mi cuerpo no se preocupaba por el futuro. Lo único que
importaba era poner freno a la necesidad intolerable.
Abriendo mis pesados ojos, le dije—: No estoy mojada. No por ti.
Mis manos se apretaron, luchando contra la espesa intoxicación.
No podía dejar que robara el calor de Kite. Él ya había convertido la
pequeña llama en un infierno sin control, carbonizando mi moral,
volviendo cenizas mi odio. No podía caer en su red, iba a comerme viva.
Pero, un beso... ¿sería tan malo?
¿Tomar algo de él cuando él ya me había quitado tanto?
Me tambaleé más cerca, buscando inconscientemente todo lo que
pavoneaba delante de mí. No me encontraba armada para jugar estos
juegos. Era ingenua y muy mal preparada para el combate, donde se
utilizara la lujuria como arma.
—Eres una pequeña mentirosa, señorita Weaver. —Dejó caer una
mano de mis hombros, trazando mis contornos hasta que capturó mi
cadera y la otra patinó hacia arriba, ahuecando mi mejilla. Cada
milímetro que trazó envió chispas a lo largo de mi piel, muy distinto de
cualquier cosa que yo hubiera sentido antes.
Su lengua se asomó, lamiendo sus labios. —Quieres esto. —Su
rodilla empujó contra la mía, forzando a mis piernas a abrirse —.
Quieres algo que sabes no deberías querer. —Con autoridad
persistente, se apretó contra mí, inclinando sus caderas contra las
mías.
Me estremecí. Odiándolo. Deseándolo. Odiándome a mí misma.
Amando el delirio prohibido.
Las razones de nuestra pelea se fueron volando en alas
silenciosas, dejándome sin argumentos contra el dolor creciente.
—Todo lo que separa mi polla de tu coño es un par de piezas
frágiles de ropa. —Se impulsó hacia arriba, restregándose duramente—.
No me detendrías. —No había espacio, ni secretos en nuestros cuerpos
pegados.
Mi mente se puso en blanco, adormecida de puro placer. Sentía
cada arista y contorno suyo. Desde la presión de sus zapatos contra los
míos al caliente ardor en sus pantalones vaqueros, que se hacía más
grande a cada segundo.
Sabes lo que se propone hacer. Para esto, grité a mi cuerpo
traicionero. Pero respondió vigorosamente con un estremecimiento,
convirtiendo mis piernas en gelatina.
Contuve la respiración. Su duro cuerpo era tan inamovible como
la pared. Me quedé atrapada en medio. Su sinuoso estómago pegado al
mío.
No era mullida o curvilínea. No tenía atributos femeninos. Me
ejercité tanto que borré cualquier atisbo de suavidad.
Pero eso solo amplificó la intensidad.
No había nada para amortiguar la firmeza de los huesos y
tendones y el deseo de la carne. Fue visceral. Consumía todo.
—Dime otra vez que no estás mojada por mí. —Sus ojos nublados
aprisionaron los míos—. Dime otra mentira.
Traté de mirar hacia otro lado, pero él se presionó con mi cuerpo
nuevamente, causando otro murmullo de placer. No había planeado ser
la niña inocente. La princesa engreída que nunca se había auto-
complacido o disfrutado de los hombres. Odiaba encontrarme mojigata,
tensa y reprimida. Esas características eran consecuencia de mi
educación, y quería desesperadamente convertirlas en armas.
Quería usarlas tan fácilmente como Jethro ejercía su carisma
glacial.
Mi cuerpo sabía lo que quería. Quería la liberación. Quería saciar
y ser saciado. Y no le importaba un bledo quién le otorgara la libertad y
el misterioso orgasmo. Sabía quién era Jethro, sabía que esto era solo
un juego para él. Pero ¿por qué no podían jugar dos? ¿Por qué
interpretar su toque como malo cuando era tan increíblemente bueno?
La muerte se acercaba. ¿No debería tratar de vivir antes de morir?
¿No debería abrazar la falta de control para desechar mi
comportamiento sumiso y luchar por lo que quería?
Por una vez en mi vida.
Ser fiel, honesta y cruda.
¿Por qué no puedo usarlo? Ser la chica mala por una vez y utilizar
al monstruo. Ganar por no luchar. Ser fuerte cediendo.
Mi coño se envalentonó, tomando mi silente permiso y poniéndose
más húmedo, codicioso, deseoso de experimentar la polla que
presionaba firmemente contra mí.
Yo… no puedo.
Puedes.
Yo… no lo haré.
Lo haré.
Jethro se agachó, mordisqueando mi mandíbula con dientes
afilados.
Desbloqueé mi cinturón de castidad, y me fundí en él. Arqueé mi
espalda, presionando deliberadamente mis senos contra su pecho.
Su seducción perdió su límite calculado, su respiración pasó de
calmada a desigual.
Una nueva barrera se quebró en mi interior. Cierto nivel de
vergüenza al sexo —los pensamientos no aprobados de ser utilizada—
desaparecieron. Yo era una mujer de negocios. Una hija. Una hermana.
Las fantasías interiores no eran los pensamientos de una puritana.
Muy en el fondo, donde nunca me dejo llegar, una pervertida
sexual acechaba. Una mujer que era audaz. Una mujer que estaba lista
para admitir que había ocultado mucho de su personalidad, incluso a sí
misma.
La mano de Jethro se trasladó a agarrar mi nuca. Sus caderas se
impulsaron; su corazón latía con fuerza, vibrando entre nuestros
cuerpos apretados.
Me estremecí en su agarre, cediendo por completo al nudo entre
mis piernas.
—Respóndeme. Dime la verdad. —Su aliento a menta fresca
agitaba mis pestañas mientras se cernía posesivamente sobre mis
labios. Solo un pequeño espacio entre una mofa y un beso. Solo una
fracción entre el bien y el mal.
Hazlo. Acéptalo.
Se detuvo, murmurando sobre mi boca—: Cuéntame un secreto.
Un oscuro y sucio secreto. Admite que me deseas. Admite que deseas a
tu enemigo mortal.
Lo admito.
—No lo haré. —Mi latido pasó de golpes a un zumbido; mi piel se
erizó.
Lo odiaba. Quería matarlo antes de que me matara. Pero no podía
ignorar la abrumadora atracción que había creado. Y no era la única
afectada. Su respiración se volvió irregular; sus dedos se hundieron
más profundamente con necesidad. Cada contracción de sus caderas
avivaba mi centro. No podía controlarlo. No quería hacerlo. Me cansé de
controlar mi vida.
Soy libre.
Mientras más tiempo estábamos así, más borrosas se volvían las
líneas entre deudor y acreedor. Weaver y Hawk. En ese pequeño
momento, éramos la respuesta a la libertad de cada uno. Una cópula
frenética que seguramente me arruinaría la vida. Pero al menos
habría vivido.
Miré profundamente los ojos ardientes de Jethro, transmitiendo
todo lo que sufría. Te odio por hacerme reconocer esta parte de mí
misma.
Su rostro se endureció; su cuerpo chocó con más fuerza contra el
mío. Deslizando sus labios sobre mi mejilla, bajándolos, más bajo, más
bajo, la punta de su lengua saboreó la esquina de mi boca.
Mi mundo se desintegró con una explosión eclíptica.
Temblaba; mis ojos se cerraron en su propio acuerdo.
Su mano en mi cadera se disparó hacia abajo, desapareciendo
entre nuestros cuerpos.
Jadeé, sacudiéndome en su agarre mientras sus dedos arrugaban
mi vestido, apartándolo del camino como si no fuera nada. Mi jadeo se
volvió un gemido desigual cuando me ahuecó de forma atrevida y fuerte.
Mi mirada se amplió, bloqueándose en la de él.
Nunca algo se había sentido tan bien. Tan malo. Tan
intensamente delicioso.
Sus ojos dorados se volvieron una puesta de sol, llenándose con
fuego mientras él acariciaba mi ropa interior. —¿Crees que eres tan
perfecta que no gritarías mi nombre? ¿Crees que serías capaz de
negarte si yo te arrastrara a la perrera y te follara? —Sus dedos
calientes en mi coño me castigaban—. Porque lo deseo. Joder, cómo lo
quiero. Quiero tus gritos. Quiero oírte suplicar.
Me perdí completamente, volcándome a esta nueva yo. La que
tenía el poder de hacer esto y aun así conservan su corazón. La que
daría a Jethro su cuerpo porque ella lo quería. No él.
Sus dedos dispersaron mis pensamientos, sondeando contra el
delgado satín de mi ropa interior. Su contacto era electrizante. Quería
más. Quería todo.
Me bajé del acantilado. —No. No soy tan perfecta. Y sí, me
gustaría gritar.
Arañando sus hombros, yo me arrimé más profundo en su mano.
—¿Crees que soy inmune? ¿Crees que siento repulsión por ti? —
Arrastrándolo más cerca, murmuré—: No podrías estar más equivocado.
Las fosas nasales de Jethro se dilataron. Sus dedos se crisparon
mientras entrecerraba los ojos. —¿Crees que puedes confundirme?
Presioné un dedo contra su boca. —Cállate.
Sus ojos se ampliaron; gruñó bajo en su pecho. Sus labios se
retiraron, dejando al descubierto sus dientes afilados.
No moví mi dedo. Yo estaba a cargo. Yo era la que tomaba. —Mi
corazón te odia, pero mi cuerpo... estoy empapada. Estoy rogando. Así
que deja tus preguntas interminables. Deja de tentarme y cumple lo que
dices.
Kite llegó a mi mente, y luego se fue. Había sobrepasado los
mensajes de texto sexuales torpe, dándole la bienvenida al coqueteo en
físico.
El mundo se detuvo por un milisegundo.
Jethro respiró conmocionado. Entonces su mano dejó mi coño,
arrancó los pequeños puntos de sutura que sostenían mi ropa interior,
y condujo un dedo tan malditamente dentro de mí, por lo que hice lo
que dije que haría.
Grité.
Mi cabeza cayó hacia atrás, golpeando contra la pared. Mi corazón
estalló en un lío de pasión y rabia.
Oh, Dios. Oh, Dios.
Mi boca aspiró el aire, pero eso no detuvo el remolino, la
necesidad ciega robando mi cordura restante, dándome total y
absolutamente a Jethro. Lloré por dentro. Gemí en mi interior. Me
hubiera gustado ser diferente. Alguien que no sucumbiera a sus
necesidades animalistas. Alguien que pudiera gritar y pedir ayuda. No
alguien que inclina sus caderas y gime ante las maldiciones que
desbordan los labios de Jethro. No alguien que agarraba al hombre que
la arrancó de su mundo y abría más sus piernas.
Pero luego Jethro tocó un punto que hizo que mis ojos se
abrieran, mis músculos se bloquearan, y que una necesidad violenta se
apoderara de mí, y agarré su muñeca, forzándolo a tocarme más. Mis
lágrimas se convirtieron en alegría, retorciéndome en la mano de
Jethro.
—Joder. —Su voz era ronca y tan baja que se hizo eco sobre el
empedrado—. ¿Quién coño eres tú? —Su dedo me trabajó, palpitando
más profundo.
Me fundí en sus manos. Abrí mis piernas tanto como pude.
Renuncié a todo, abracé la simplicidad de ser una criatura hambrienta
sexual.
Esto no era hacer el amor. Esto ni siquiera era tener sexo. Esta
era la guerra. Y el infierno se sentía bien.
Clavando mis uñas en sus hombros, lo acerqué más. —Más fuerte
—suspiré.
Jethro gimió, y en un giro del destino obedeció. Su dedo se
introdujo tan profundo que sus nudillos daban codazos contra mi carne
hinchada. Su pulgar se arremolinaba alrededor de mi clítoris,
untándose de humedad, llevándome más alto que nunca.
Me volví de piedra antes de detonar en pequeños pedazos. Cada
centímetro de mis pensamientos, emociones y reacciones fueron
robadas por su toque alucinante. Nunca había sentido nada igual.
La culpa trató de reclamarme, recordándome que este fue el
hombre que arruinó mi vida. Pero la lujuria rápidamente devoró la
culpa, convirtiéndola en violenta pasión.
—Estás tan jodidamente apretada —gruñó, metiendo más su
dedo. Sentía como si no hubiera estado viviendo. Como si mi mundo
hubiese estado oscuro y Jethro era el sol que me alimentaba. No sabía
lo que necesitaba.
Un ardor doloroso me atravesó mientras trataba de encajar dos
dedos dentro de mí.
Me estremecí, meciendo mis caderas. —Detente…
Hizo una pausa, luego retiro el segundo dedo, conduciendo uno
solo profundamente, arrastrándome de vuelta al éxtasis. —Eres virgen.
Los rumores eran ciertos.
Negué con la cabeza. —No.
—¿No? —Agarró mi barbilla, sosteniéndome firme, introduciendo
su dedo con más fuerza. Grité, dejando caer mi cabeza sobre mi cuello
consumida por el placer—. ¿Por qué estás tan apretada si no eres
virgen?
—Una vez. Yo solo… —Me detuve, consumida por cada impulso
del dedo de Jethro—. Yo…
Me di por vencida.
Era completamente incapaz de formar palabras.
—Si no eres virgen, pruébalo. —Sus dedos tomaron mi barbilla—.
Saca mi polla.
Mi mente quedó en blanco. La chica buena que era colgó del
precipicio antes de tirarse de cabeza para convertirse en una mujer que
haría cualquier cosa por sentirse viva.
—Saca mi polla, señorita Weaver. —Se presionó contra mí,
rozándome con la dureza en sus vaqueros.
Mis ojos se ampliaron. Se me retorció el estómago cuando me
puse en una posición erguida mientras él continuaba empujando su
dedo.
—Maldita sea —gruñó—. Hazlo. No voy a venirme en mis jodidos
pantalones como un idiota.
¿Me follaría? Si sacaba su polla, ¿él me tomaría?
¿Tener sexo? ¿Con él?
Yo...
No podía tener sexo con él. Era un monstruo sin corazón. Pero mi
corazón furioso y mi sangre burbujeante decían que sí. Dios, sí.
Apagando mis pensamientos, dejé caer mis manos de sus
hombros y busqué la hebilla de su cinturón.
La dureza de su erección me quemaba los dedos. Jethro no ayudó
a mi concentración, profundizando su toque. —Date prisa. Necesito tus
dulces dedos masturbándome. Maldita sea, no se… —Su voz se cortó
cuando desabroché el botón y bajé la cremallera.
Di un grito ahogado cuando su polla saltó, escapando por la parte
superior de su bóxer gris. Se estremeció, gimiendo de alivio. La punta
brillaba por la humedad, un poco roja e hinchada.
Mis ojos se abrieron como platos, el temor ahuyentando la lujuria
en mis venas. Alcé la mirada, tragando saliva. —Tú eres... no puedo…
Frunció el ceño. —Demasiado tarde para echarse atrás, mujer. —
Agarrando mi mano, la colocó alrededor de su gruesa polla dura. No
tenía experiencia suficiente, pero sabía que nunca encajaría dentro de
mí. Él no podría encajar en ninguna mujer.
—Cállate y acaríciame.
Abrí la boca, incapaz de formar palabras. —No puedo… no hay
manera…
En un movimiento rápido, quitó el dedo de mi núcleo, manchando
mi trasero con humedad cuando me pellizcó con fuerza. —No tienes
excusas, señorita Weaver. Eres la que empezó esto. Tú eres la que
cabalgaba mi jodido dedo como si nunca te hubieras corrido antes. —
Su voz se convirtió en un susurro oscuro—. Así que cállate, envuelve
esos pequeños dedos alrededor de mi polla y acaríciame, de lo contrario
te lo juro por Dios que voy a ponerte sobre tus manos y rodillas y follaré
tu apretado coño.
Mi corazón dio un vuelco, y el terror pulsó en mi sangre. No había
nada erótico en eso. Me dolería. Él me partiría en dos.
Mordiéndome el labio, ahuequé la cabeza de su polla, esparciendo
el líquido pegajoso desde la parte superior hacia abajo en su eje
caliente. Atrapando la mirada de Jethro, coloqué mi mano dentro de
sus bóxers, siguiendo su larguísima longitud.
Sus ojos se cerraron mientras mis dedos tímidos se enrollaban en
torno a él. —Jodeeeer —gimió. Su frente se estrelló contra la mía, sus
caderas palpitaban contra mi mano—. Para de burlarte de mí. Duro,
maldita sea.
Eso era pedir lo imposible. No podía conseguir que mis dedos
conectaran alrededor de su circunferencia. Mi agarre era inútil
alrededor de su palpitante calidez… la única parte cálida de él.
Conteniendo el aliento, ajusté mi agarre tanto como pude.
Jethro gruñó. —Apriétalo. Deja de provocarme. ¿Yo te provoqué a
ti? —Su mano desapareció de repente bajo mi vestido nuevo, su dedo
medio penetraba tan duro y rápido dentro de mí, enviando una galaxia
de estrellas estallándose detrás de mis ojos.
Luego se deslizó hacia arriba, distribuyendo la humedad
alrededor de mi clítoris. Mis piernas se cerraron; toda mi atención
disparada en mi centro.
Me encontraba rígida. Que me tocara era increíble. Que frotara
ese pequeño manojo de nervios era increíble.
—Devuélveme el favor, señorita Weaver. Hazme correr. Aquí y
ahora. Y te haré correr tan salvajemente que rogarás y nunca querrás a
nadie más.
Correrse. El dichoso fin de sexo. ¿Eso fue la sensación aguda que
sentí? ¿Haciéndose cada vez más fuerte en mi interior? Si lo era, quería
correrme ahora.
Mucho.
Acomodando mis dedos lo más ajustado posible alrededor de su
circunferencia, apreté hasta que un dolor agudo estalló en mi palma. No
tenía fuerza. No sabía qué hacer. ¿Solo apretarlo y dejarlo presionarse
en mi mano? ¿Qué otra cosa se supone que debía hacer?
Con un gruñido, Jethro dejó de acariciar mi clítoris. Se giró. —
¿Esa es tu idea de hacer que me corra?
Tragué saliva, alejando la mano, bajando la mirada. La emoción
de ser tocada se desvaneció, reemplazada rápidamente por
desesperación.
—Yo, sí... eh.
—Por el amor de Dios. —Rodando los ojos, quitó su mano de
entre mis piernas y dio un paso atrás. Con un gruñido, se acomodó los
pantalones en su lugar, pero no antes de que alcanzara a ver cuán
enorme era su polla. Era perfectamente recta, venosa, sedosa, orgullosa
y rígida, como su dueño.
Me aterrorizaba.
No tenía necesidad de ser virgen o una puta de renombre mundial
para saber que no había manera de que encajara dentro de mí. Ninguna
ley en este planeta haría posible que aceptara su tamaño.
—Joder, ¿en qué pensaba? Eres una inútil. Completamente inútil.
—Abrochando su cinturón, se pasó las manos por el pelo, distribuyendo
la humedad persistente en sus dedos a través de su cabello—. Una
enorme decepción, señorita Weaver. —Su mirada fría envió una
tormenta de nieve que apagó la hoguera en mi vientre —. Ya he
terminado de jugar, así que corta la mierda. Es hora de comenzar el día.
—Su voz no dio lugar a la interpretación. Una corriente de aire frío se
disparó por su espalda.
Mi breve respiro de las deudas y Hawks había terminado. Me
mostraron algo que quería desesperadamente, pero me lo negaron
porque fallé en complacerlo.
—Podrías enseñarme... mostrarme cómo... —No pude hacer
contacto visual con él. La mortificación coloreó mis mejillas, mientras
admitía que no tenía ni idea de que hacer y le pedía a un monstruo que
me entrenara.
Jethro se rió. —¿Crees que te salvará de lo que se avecina? ¿Ese
era tu pequeño plan? ¿Hacer que te folle con la esperanza de que podría
sentir algo por ti? —Negó con la cabeza—. No te enseñaré nada, sobre
todo cómo masturbarme. Como tú me lo dijiste una vez… googlea esa
mierda, pero no va a hacer necesario porque la próxima vez... no voy a
necesitar tu mano para correrme.
Mi aliento se atascó en la garganta.
Mi corazón se aceleró y me estremecí. El sol se deslizó detrás de
una nube, dejándonos en las sombras.
Jethro se quedó mirándome, el contorno de su erección visible en
sus pantalones. Pero no había ningún indicio de la lujuria, o la pasión
que ardía entre nosotros hace solo segundos. Sus ojos insensibles
quemaban un agujero directamente a mi alma, condenándome por mis
traiciones y fracasos pasados. Cuanto más me miraba, más socavaba
en mi fortaleza cuidadosamente construida.
No podía soportar la intensidad por más tiempo. La humillación
de estar de pie allí, sintiéndome no deseada, ligeramente utilizada, y
totalmente frustrada. Con manos temblorosas, alisé mi vestido y me
aparté de la pared. Sin decir una palabra, me acomodé el pelo sobre mi
hombro y bordeé a su alrededor. Con pasos seguros, lo dejé atrás, en
dirección a la mansión.
Va a perseguirme. Va a cazarme.
Esperaba aterrizar sobre mi rostro después de un ataque
cuidadosamente planificado. Esperé que el vértigo robara mi tranquila
seguridad y me enviara en espiral a la tierra. Pero no pasó nada.
Jethro no se abalanzó, y yo no caí.
Fui firme por primera vez en mi vida. Mi cuerpo se comportó.
Mi mundo continuó a pesar de que me habían movido de mi eje y
ahora me encontraba en un nuevo reino. Un reino en el que el sexo
atraía como el Santo Grial y mi odio hacia mí misma se encontraba mil
veces magnificado.
Mi estómago vacío amenazaba con robar la fuerza que quedaba en
mis miembros, pero seguí mi camino, ignorando las protestas de mi
cuerpo, caminando como una buena mascota lista para la masacre.
No pensé que podría disfrutar del castigo por ser una Weaver.
Cerrando mis manos en puños, hice una promesa. Una promesa
que esperaba me diera fuerza para pasar los próximos días.
Ellos no podían tocarme. No soy Nila o Threads. Ya terminé de ser
débil.
Mi corazón se llenó cuando alcancé la cumbre de la colina,
mirando Hawksridge Hall en todo su esplendor. En ese momento, me
liberé de mi piel de bebé y abracé una nueva piel. Una que me llenaba
de ganas de luchar. Una que abrazaba las garras que me habían
empezado a crecer.
Ya no era protegida por tigres, por lo que me obligaría a
convertirme en uno.
Soy Needle, y voy a sobrevivir.
13
Jethro
Traducido por Ann Ferris
Corregido por Alessa Masllentyle

El control.
Me encantaba.
Lo ejercía.
Lo poseía.
Pero esa putita Weaver rompió mi control, convirtiéndome en
nada más que un idiota impulsado por sexo. Me había hecho tirar mi
decoro, tranquilidad, y con cuidado lanzó los planes por la maldita
ventana.
Sus dedos tímidos. Sus respiraciones agitadas. Me habían
excitado más que la más experimentada de las amantes. Ella era tan
jodidamente pura que se atragantó con un halo.
¿Y pedirme que le enseñe? ¿Concederme el poder para convertir
esta criatura virginal en cualquier cosa que malditamente bien
quisiera?
Era la tentación.
No era jodidamente permitido.
Ella era mía para robar. Mía para compartir.
Me negué a entrenarla, porque al final sería el que diera el golpe
mortal. No tendría éxito arrastrándome en cualquier juego que jugara.
Respiré con fuerza, incluso ahora luchaba por encontrar mi
amada frialdad. Necesitaba una ducha helada. Tengo que enseñarle una
jodida lección, eso es lo que necesito.
Un golpe levantó mi cabeza rápidamente. Giré en el lugar,
cambiando la vista de los jardines delanteros para mirar a mi padre. El
hombre que me enseñó cómo ser el dueño de mis emociones. Cómo
controlar a la parte ordinaria de nosotros mismos y ser despiadado en
el silencio. Me enseñó la mayoría —golpeándome la mayoría de veces—
y yo era su favorito.
Gracias a Dios no había cámaras por los establos, si veía hasta
dónde caí, su decepción traería repercusiones. Grandes repercusiones.
Mi padre asomó la cabeza en la “Sala de Gavilán” llamada así por
el tapiz pintado a mano de gavilanes cazando y las carcasas montadas
de patos, cisnes y pájaros pequeños.
También era la habitación que elegí para Nila. Este sería su
cuarto, una apestosa habitación de muerte y decadencia.
De alguna manera ganó la lección que quería enseñarle ante las
perreras. Se las arregló para hacerme cambiar el control por la
promesa de sexo. Funcionó.
Eso. No. Funcionaría. Más.
La compadecí de verdad. Me mostró demasiado en ese breve
momento. Tenía hambre. Estaba escondida. Y era tan malditamente
vulnerable que me hizo sonreír al pensar en sus ilusiones. Pensó que
podría ser más astuta que nosotros.
¿Nosotros?
Comerciantes de diamantes, motociclistas de la realeza y
maestros probados del destino de Weaver.
Estúpida, estúpida chica.
Asentí hacia mi padre. —Cut.
Su barba de chivo gris se erizó. —Tráela al comedor cuando esté
lista. Todo el mundo está reunido. —Dio una calada a un cigarro
gigante, usando un chaleco de tweed y pantalones, completado con una
chaqueta de cuero de los Diamantes Negros. Parecía un enigma del
mundo motociclista y la aristocracia inglesa.
Asentí otra vez.
Se fue sin despedirse, y me moví para sentarme en la silla
siniestra tallada a mano del siglo XVII. Una silla hecha para los
hombres y solo los hombres. Completada con cenicero, quiosco de
prensa, y brocado oscuro pesado diseñado con nuestra cresta de
familia.
Diez minutos más tarde, la puerta del baño se abrió, revelando
una Nila recién duchada. Su largo cabello negro caía como tinta
manchando sus hombros desnudos. Parecía más joven, inocente y sin
el pesado maquillaje aplicado de la noche anterior. Sus ojos eran más
grandes, como piscinas infelices negras, mientras que su piel brillaba
con un oscuro bronceado natural.
La había visto en las revistas. Había pasado la punta del dedo
sobre su imagen en las columnas de moda, pero nunca la encontré
atractiva. No tenía pechos. Siempre se paraba como una sombra
desvanecida al lado de su hermano y parecía demasiado remilgada y
engreída.
No era nada para mí.
Entonces, ¿por qué casi me vine mientras la tocaba?
Mi boca se hizo agua, recordando el salvajismo acechando debajo
de ese acantilado virgen.
Tragué saliva, luchando contra la sangre corriendo hacia mi polla.
La forma en que cabalgaba mi mano, joder.
Entonces me eché a reír. En voz alta.
Señalando sus diminutas manos agarrando la toalla, le dije —:
Veo que tus dedos son capaces de sostener algo. —Ladeé la cabeza—.
¿Tengo que recordarte la decepción que fuiste antes?
Ella no era nada para mí antes, y seguiría siendo nada para mí. Y
después de esta tarde no habría ninguna manera en el infierno que
alguna vez me dejaría tocarla de nuevo.
Lo cual era perfecto, porque la próxima vez no sería para placer.
Sería para dolor. Y el permiso alejaría la diversión.
Se congeló, afirmando las rodillas. El halo de tristeza pesado
cuando sufría un ataque de equilibrio estúpido se arremolinaba en sus
profundidades marrones. Inhalando, dijo en voz baja—: No, no es
necesario. Me lo has dicho incontables veces. Me has hecho muy
consciente de lo que piensas de mí, y estoy harta de oírlo.
Apartando el quiosco de prensa, me tomé mi tiempo mirando su
cuerpo.
No se inquietó o ruborizó lo que me molestó. Quería que se
pusiera nerviosa. Quería que se aterrorizara de lo que se aproximaba.
Me puse de pie lentamente, chasqueando mi lengua. —Ah, ah,
señorita. Weaver. No pongas ese tono conmigo. Tú eres el fracaso. Eres
la prisionera. Tomas lo que te doy. No asumas que tienes algo que decir
o autoridad. Eso incluye escuchar todo lo que considero importante
para decirte. —Caminando hasta detenerme frente a ella, murmuré—:
¿Entendido?
Flexioné mis músculos, dando la bienvenida de nuevo a la
frialdad calmante de control. No me gustó salir de mis confines de
civismo. Las cosas se volvían jodidas cuando se interrumpía el silencio.
Las cosas se precipitaban cuando se levantaban los ánimos y fluían
maldiciones.
Y no quería apresurar su ruina. Quería saborearla. Devorarla.
Pasando un dedo a lo largo de su hombro húmedo, sonreí cuando
se estremeció. —¿Hiciste lo que te pedí y lavaste tus suciedades?
Con labios fruncidos, la ira brillaba en sus ojos. Pero se la tragó,
callada. —Sí.
—¿Dejaste tu coño solo?, ¿sin tratar de terminar lo que empecé?
Su cabeza bajó un poco más. —Sí.
Mi dedo siguió el contorno de su hombro, trazando su brazo. Se
quedó en silencio, ocultando la criatura salvaje de antes, representando
la sexualidad tranquila y vulnerabilidad. Mi boca se hizo agua otra vez,
pero no era con necesidad de empujarla contra la pared y empujar mi
polla dentro de ese estrecho coño. No, era porque nunca había hecho
sangrar a alguien con su tono de piel. ¿Sería su sangre más oscura?,
¿sería un chocolate rico como sus ojos?
Conocía su árbol genealógico. La estudié en preparación. Sus
líneas de sangre no eran puras; había raza mixta en su pasado. Una
mezcla de español e inglés. Otra razón por la cual los Hawks eran
mejores. Éramos cien por ciento ingleses. Inmaculados.
Nila me miró a los ojos. Su piel estalló en carne de gallina. —Deja
lo que estás haciendo y deja que me vista. ¿Dónde está mi ropa? —
Agarró la toalla plateada con más fuerza, ocultando todo menos sus
piernas más largas que el promedio y pies pequeños—. Necesito cargar
mi teléfono. Quiero mi maleta.
No me molesté en preocuparme por quién envió un mensaje
anoche para descargar la batería. No habría caballería viniendo a su
rescate, estaba completamente seguro. —Recibirás tus pertenencias si
nos satisfaces.
—¿Nos?
Dando un paso atrás alisé mi camisa, tomándome mi tiempo en
decirle la verdad. Esperaba que se alejara de nuevo —corriera incluso—
después de todo, era un cazador en el corazón. Pero afirmó sus rodillas
de nuevo, manteniéndose firme en la alfombra gruesa caoba.
—Sí. A nosotros. —Extendiendo mi palma, esperé—. Toma mi
mano.
Vaciló, levantando más su toalla; su diminuto puño atorado
contra sus pechos pequeños.
Tenía ganas de hacerla obedecer, pero entonces la indiferencia de
la que había sido testigo brevemente en las perreras apareció en sus
rasgos, borrando el fuego, convirtiéndola en un robot obediente.
Poco a poco hizo lo que le pedí, colocando su mano ligeramente
húmeda en la mía.
En el momento en que la tuve, crucé el dormitorio. Jadeó y
comenzó a moverse, sus piernas apurándose para mantener el paso. En
silencio, abrí la puerta y salí por el enorme pasillo, más allá de escudos,
lanzas y ballestas, hasta el final del ala de soltero donde la hermandad
del Diamante Negro se encontraba una vez por semana en una reunión
del club llamada Piedra Preciosa.
Esta tarde no se discutían negocios. Era Nila.
Este era su almuerzo de bienvenida.
Una tradición ininterrumpida desde hace cientos de años. Un
evento estimado que todos nuestros hermanos conocían y disfrutaban
inmensamente.
El día en que todos prueban una Weaver.
Golpeando mi palma contra la doble puerta, tiré a Nila en la
habitación. Ella giró hasta detenerse, con el rostro perdiendo su color a
favor del blanco nevado. Busqué en sus facciones temor. Busqué el
terror, pero solo atestigüé resignación absoluta.
Apartándome de ella, me centré en eso de lo que no podía apartar
la mirada.
Hombres.
Veintisiete para ser exactos. Algunos con el rostro liso y jóvenes,
otros barbudos y viejos. Algunos otros ricos y bien hablados, otros
desposeídos y sucios. Pero todos tenían algo en común. Pertenecían a
los Diamantes y eran nuestros empleados de más confianza. Flaw,
Fracture y Cushion no estaban presentes ni eran miembros de pleno
derecho, su tarea era vigilar a Vaughn y Archibald Weaver de hacer
cualquier cosa… imprudente.
Nila luchó, tratando de sacar su mano de la mía. Sujeté mis
dedos alrededor de ella, sin ceder ni un centímetro. —No seas grosera,
señorita Weaver. Da la bienvenida y sé cortés. Esto es, después de todo,
tu almuerzo de bienvenida.
Se sacudió, retrocediendo, probando mi agarre.
Mi padre se sentó en el extremo de la mesa extremadamente
larga. La habitación era enorme. Decorada con cortinas de oro hilado y
pinturas al óleo enormes de mis antepasados, que brillaban con arañas
de cristal y cubiertos.
Las pinturas eran solo de Hawks masculinos. Las mujeres de mi
árbol genealógico se designaron a otra habitación. Aun ilustre, pero no
tan importante.
Cada obra mostraba a un hombre de distinguida riqueza y poder
intolerable. Los estudié en gran detalle este mes pasado, preparándome
para la llegada de Nila. Mi favorito era Samuel Hawk. El tercer hombre
en extraer una deuda.
Yo lucía igual que él.
Chasqueando los dedos, mi padre llamó la atención a los
pequeños murmullos de voces masculinas. Señalando a Nila, que
temblaba a mi lado, dijo—: Hermanos, esta mujer será nuestra invitada
en el futuro inmediato y en honor a su compañía, tenemos algo especial
planeado.
Los hombres sonrieron, reclinados en sus sillas, listos para ver el
show comenzar. El siseo y crepitar de la chimenea agregaron un ruido
de fondo alegre, así como el calor de bienvenida a la habitación
cavernosa.
Asintiendo hacia mí, dijo—: Jet, si fueras tan amable de
asegurarte de que nuestra huésped sea vestida apropiadamente.
Placer.
Esta podría ser la tradición pero también venganza por lo que ella
me hizo más temprano el día de hoy. Esta era una dulce venganza.
Dejando caer la mano de Nila, me acerqué a la mesa lateral
grande que contenía vajilla, copas de vino y decantadores. La comida
que había sido preparada por la cocina en el otro ala de la casa
descansaba en el aparador a juego al otro lado de la habitación. Había
un sinnúmero de platos, al menos siete platillos, pero no camareros
para presentarlos.
Sonreí.
Ahí era donde la señorita Weaver tomaba parte. Junto con… otros
deberes.
Recogiendo los artículos que estaban destinados para Nila,
regresé a su lado. No se había movido, pero no por obediencia. Dos
grandes hombres en chalecos de cuero bloqueaban su camino de la
salida. En el momento en que volví, me miró suplicante a los ojos.
—No puedo… Jethro no me hagas esto. —Tragó—. No tantos. No
puedo hacer…
Agarrando su brazo, la giré al rincón de la habitación, lejos de los
espectadores hambrientos. —¿Te atreves a decir que no? ¿Quieres que
esto se acabe?
Asintió rápidamente. —Sí. Más que nada, sí.
—Está bien. Se acaba. Pero estás condenada a ver a tu padre y tu
hermano ser sacrificados, junto con la destrucción de los negocios y
activos de tu familia. Serán destruidos. Acabados. ¿Es eso lo que estás
dispuesta a pagar?
Cerró los ojos con horror.
No lo creía así, joder.
Nunca quise ser tan débil. Eso llevaba a la compasión. Obedecía a
mi familia. Acepté mi posición. Pero nunca dejaría que el amor dictara
mis acciones.
Eso no era lo que hacía un Hawk.
Éramos intocables.
Tomándome libertades por su falta de visión, coloqué el primer
artículo sobre su cabeza. Un sexy gorro de criada con volantes.
Posándose sobre su cabeza, adornando su cabello negro húmedo como
una triste corona.
Su cabeza cayó, protegiéndose los ojos. Su cuerpo se convulsionó,
tratando de mantener el vacío que pensó que sería su salvación.
Tirando sus manos, murmuré—: Suelta la toalla.
Se encogió de miedo.
Gruñendo, envolví un brazo alrededor de su cintura,
sosteniéndola firme. —No me hagas pedírtelo de nuevo. No eres nueva
en este juego. Suelta la toalla.
Sus ojos se abrieron de par en par, luchando contra mi agarre. —
¡No!
Maldita sea, ella me probaba. Un dolor de cabeza se desarrollaba
detrás de mis ojos. Suspiré. —Hazme pedírtelo una vez más. Voy a…
Se congeló, respirando con dificultad. Una batalla estalló entre
nosotros. Nunca debí haber dejado que se saliera con la suya en los
establos. Pensó que me había ablandado. Pensó que sería indulgente.
En todo caso, demostré mis errores e iría más allá para asegurarme de
no volver a flaquear.
Nunca.
Ella tenía que aprender que el día garantizaba la esperanza y la
felicidad, pero la robé. Tenía que enfrentarse a que la noche escondía el
mal y la oscuridad, pero mi alma se encontraba más negra.
No habría ningún ganador. Ninguno.
No hablamos, pero nuestros ojos gritaron, envolviéndonos con
tensión no dicha.
Al final, bajó la barbilla en derrota. Su agarre mortal en la tela
peluda se aflojó, lo que le permitió caer al suelo.
Por lo general, la recompensaría. Una palabra amable. Un gesto
amable. Pero eso fue antes de que aprendiera que no podía darle
ninguna suavidad. Necesitaba una mano autoritaria y firme. De lo
contrario, haría de mi vida un infierno viviente hasta que robara la
suya.
Mis ojos se pegaron a su cuerpo desnudo.
Hice una pausa.
Joder.
Nila Weaver era como la aguja que utilizaba para lograr su
sustento. Larga y esculpida. El tono muscular de manera definida, las
caderas desafiaban su piel flexible, casi perforándola. Sus pechos eran
pequeños pero erguidos con pezones oscuros perfectos.
Mi mirada cayó entre sus piernas. La parte de ella que ya exploré
íntimamente. Esperaba que una chica sin experiencia no mantuviera
arreglado su coño, pero solo tenía una franja de pelo negro,
escondiendo y burlando al mismo tiempo.
Mi ritmo cardíaco se aceleró.
Y entonces noté los moretones.
En todas partes. En su caja torácica, las caderas, los muslos y los
brazos.
Pinchando un dedo cruel en uno particularmente grande y
púrpura, murmuré—: ¿Quién te hizo esto?
Cruzó las rodillas, sujetando con una mano sus pechos.
Tragué saliva, odiando que mi polla se sacudiera.
Su boca se abrió, entonces la comprensión estalló. —No quién.
Qué. —Bajando la vista sobre sí misma, susurró—: Los riesgos del
vértigo.
No tenía respuesta para eso. Ella ya tenía una condición que la
lastimaba. Debía ser fácil de soportar.
—Baja tus brazos. —Los golpeé para alejarlos de sus pechos. Se
puso rígida, pero los dejó a su lado, de pie más erguida que antes.
Sosteniendo el pequeña delantal, lo coloqué sobre su cabeza. Era
negro con ribete de encaje blanco, lo suficientemente bajo como para
mostrar la parte superior de sus pechos y pezones, lo suficientemente
corto para mostrar la delicia arreglada entre sus piernas.
Girándola, até las cuerdas en el cuello y la columna vertebral
inferior. Cuando me miró de nuevo, se atragantó. —¿Por qué?
—¿Por qué? —Levanté una ceja.
Asintió. —¿Esto es todo un juego para ti?
Sonreí. —No juego. Somos muy serios. Como ya deberías saber.
—Dejándola, volví a la mesa y recogí el elemento final. La reliquia
Weaver.
Acercándome de nuevo a ella, sostuve el collar.
Sus ojos se ampliaron. Quedó boquiabierta ante el collar de
diamante sólido incrustado, hecho de nuestras propias importaciones.
Doscientos quilates, valorados en más de tres millones de libras, ha
estado en mi familia desde que la primer deuda fue reclamada.
—¿Sabes lo que es esto? —susurré, colgándolo frente a su rostro.
Apretó los labios, con ojos mortalmente fríos.
No necesitaba una respuesta. Sabría muy pronto.
Abrí el collar, sostuve los dos extremos y lo incliné sobre ella.
Envolviéndolo alrededor de su garganta, me moví de adelante hacia
atrás, ubicándome para sujetarlo. Mantuve mi voz baja y
tranquilizadora, volviendo a abrazar mi crueldad fría. —Es
cariñosamente conocido como el Llorón Weaver. —Usando el broche
especial, un broche irreversible murmuré—: Es tu regalo de nosotros.
Joyas de lo mejor de nuestras minas. Deberías estar orgullosa de llevar
esa riqueza.
Nila se estremeció cuando el seguro se cerró en su lugar.
Mis hombros se relajaron. Estaba puesto. Fue hecho.
Su opción de irse simplemente desapareció.
—Eres nuestra ahora. ¿Quieres saber por qué?
Gimió, sacudiendo la cabeza.
Recogiendo su espeso cabello negro, ignoré su súplica por
ignorancia. Le había dicho que su ignorancia era la felicidad, lo cual era
cierto. Pero quería atormentarla. Quería que abrazara plenamente su
futuro.
Respirando suavemente en su cuello, le susurré —: Porque una
vez que el Llorón Weaver está en su lugar… solo hay una manera de
conseguir quitarlo.
14
Nila
Traducido por Jasiel Odair, Annie D, Alessandra Wilde, Liz Holland
Corregido por SammyD

—Suficiente juego, Jethro, tráela aquí.


La orden quemó mis oídos, empujando la falsa creencia de que
podía sobrevivir en el sucio hollín. El fuego que cuidé en el interior
desapareció. Toda la pretensión estúpida de que podría bloquear lo peor
de dañar mi alma desapareció. Mis pequeñas garras se retrajeron
plenamente una vez más.
Tenía frío. Frío como él.
Cerrada. Igual que él.
Silenciosa. Igual que él.
Sólo existía una manera de sacarlo.
Tragué saliva. La cabeza me latía con fuerza. Mis manos volaron
para tirar del collar de piedras. Era pesado, sin vida y de hielo. Hielo
puro. La perfecta claridad y brillo impecable de los diamantes filtrados
en mi piel, reclamándome, marcándome.
Sólo existía una manera de sacarlo.
Pensé que había llegado a un acuerdo con mi muerte. Pensé que
me enfrentaría al final con la frente en alto y los ojos secos, pero eso fue
antes de que me dijeran el método de mi ejecución. Cuando pensaba en
la muerte, me imaginaba... nada... No tenía idea de cómo vendría el fin.
Ahora la tenía.
Sólo existía una manera de sacarlo.
Sería decapitada.
No habría corte de cuello o forzar la cerradura. La forma en que el
cierre se rompió insinuó tan resueltamente un mecanismo de alguna
manera. La soga pesada ahora era mía... un accesorio estrangulándome
lentamente por los diamantes.
No era rompible. Pero yo sí. Tan frágil en realidad, cuando una
sola hoja afilada podía echar mi vida en el inframundo. Los diamantes
eran la fortaleza más dura de la naturaleza, el matrimonio por
excelencia de hielo irrompible y poder.
Un nuevo respeto no deseado se revolvía en mi estómago. Jethro
dijo sus minas. Sus minas. Los diamantes eran puros, pero el método
de recolección tenía una historia llena de muerte y la violencia.
No se limitaron a interpretar el papel de los intocables. Eran
intocables.
¡No!
Mis dedos tiraron volviéndose frenéticos. Arqueé el cuello,
buscando con un borde de locura una debilidad en el oro blanco
soldado y las piedras preciosas. Eso tenía que ser retirado.
Tiene que.
No poseía la fuerza para morir. Ni el martirio para dejar que
hicieran esto. No por la familia. No por fortuna. Soy débil. ¡No quiero
morir!
Jethro me agarró de las muñecas, tirando sin esfuerzo de mis
brazos lejos de mi garganta. Mis ojos se abrieron y todo lo que vi fue la
piedra malévola. No existía compasión en sus ojos marrón claro. Ni
simpatía o incluso culpa. ¿Cómo tenía el poder de estar tan cerca de mí,
queriéndome con fuerza, y saber todo lo que me esperaba?
Sólo una persona especial podía hacer eso. Una persona que no
ha nacido de este mundo, sino de azufre y fuego. Del infierno.
Luché en su agarre, respirando con dificultad. El collar se instaló
con fuerza, extendiendo su hielo atroz. —Me equivoqué contigo —le
susurré.
Jethro me puso las manos a los lados, entonces me dejó ir. Se
encogió de hombros, pasando una palma a través de su espeso pelo
entrecano. —He sido más que directo y honesto desde el principio. Eres
la única que intercambió la mentira y la verdad. Eres la que ignoró todo
lo que decía.
Girando frente a la mesa, envolvió un brazo frío alrededor de mi
cintura. —Y ahora es el momento de afrontar la realidad de todo lo que
trataste de ignorar.
El señor Hawk, con su traje ridículo de cuero, apagó un cigarro
humeante. —¿Le dijiste?
Jethro se puso rígido. —Lo olvidé.
Su padre se reclinó en la silla de respaldo alto y cruzó las manos
sobre su estómago. —Te hallabas destinado a decirle cuando lo
asumieras. Se llama Llorón Weaver y perteneció a...
Un sonido chirriante explotó en mis oídos. Mi estómago rodó. El
vértigo extendió sus tentáculos anulándose a través de mi cerebro.
Es el collar. El que llevaba cuando regresó la última vez.
Jethro bajó la mirada, tratando de capturar mis ojos, pero no lo
haría. No podía hacerlo. Mantuve mi visión en blanco, mirando
resueltamente por encima del hombro. —Creo que ya has adivinado a
quién pertenecía. —Bajando la voz, susurró—: La última persona
llevando este collar era tu madre. Lo llevó dos años y veintitrés días
antes de que se... fuera por la fuerza. Lleva no sólo los diamantes de mi
línea de sangre, sino también la sangre de los tuyos. Nosotros, por
supuesto, lo limpiamos a fondo después de cada propietario, pero si te
fijas bien, estoy seguro de que veremos la mancha de sus vidas
entregadas a cambio de sus crímenes.
—Nila, cuando seas una niña grande, puedes usar mi ropa,
zapatos y joyas, pero tienes que crecer un poco más antes de ese día. —
Mi madre se echó a reír, mirándome en el suelo de su armario. No sólo
asalté su caja de joyas y me llené de piedras preciosas, sino que me
coloqué una boa de plumas con un holgado de un traje de baño enterizo y
zapatos gigantes de tacón alto. Pensé que lucía increíble. Para una niña
de siete años.
Sosteniendo las perlas alrededor de mi cuello, dije —: ¿Promesa?
¿Puedo tener estas cuando tenga tu talla?
Se agachó, atrayéndome en un abrazo. —Puedes tener todo lo mío.
¿Por qué?
Sonreí. Sabía la respuesta a esto. —Porque me amas.
Asintió. —Porque te amo.
El recuerdo vino y se fue, robándome la tierra firme bajo mis pies
y enviándome de cabeza a las náuseas. Espirales, lazo de bucles, y
círculos bailando batieron mi cerebro hasta que no sabía qué era arriba
y qué era abajo.
No era vértigo esta vez, sino dolor.
Dolor triturando y chocando. Un dolor que no sufrí antes porque
todos mis recuerdos felices fueron bloqueados por el muro de odio. Se
suponía que debía ser la mala de la película por dejar a mi padre.
Estuve a salvo del daño. A salvo de revivir todo con el conocimiento de
lo preciosa que era. Lo trágico que su vida se convirtió y durante dos
años después de que se fuera. Dos años sin tratar de salvarla.
Los Hawks la despojaron de mí y arrancaron cualquier armadura
que tuviese contra su desaparición. No era la mala de la película. Ellos
lo eran. Todos ellos morirían por esto. Se pudrirían por la eternidad.
Encontraría una forma.
Por favor, déjenme encontrar un camino.
Yo llevaba un collar que cada mujer primogénita en mi familia
llevó antes de ser asesinada, cobraría su venganza. Una venganza
asquerosa y dolorosa.
Un sollozo escapó de mi boca. No podía luchar más contra los
giros y la visión doble. Con un toque repugnante, vomité sobre los
brillantes zapatos negros de Jethro.
—Mierda. —Saltó hacia atrás, no es que hubiese mucho lío. Había
pasado casi veinticuatro horas desde que comí, no tenía nada que
perder o sacar. Pero las arcadas no dejarían de llenarme.
—Por el amor de Dios, Jet. Ponla bajo control. No tenemos todo el
día —gritó la voz del señor Hawk al otro lado de la habitación.
Frías manos agarraron mis hombros, irguiéndome de inclinada a
derecha. Gemí mientras mi cabeza gritaba por el dolor.
—Deja de avergonzarme —gruñó Jethro.
¿Avergonzarlo? Bastardo. Imbécil. Hijo de Satanás. Lo fulminé
con lágrimas nadando en mis ojos a la mirada sin compasión fría de
Jethro. Algo tiró encima de su iris, una sombra oscura de oro. Esa fue
la única advertencia que recibí antes de que su mano se acercara y me
golpeara al costado de la cabeza.
Pensé que era valiente. Pensé que era fuerte. Pero nunca me
golpearon antes. La bofetada de Daniel en el coche la noche anterior no
contaba. Este abuso vino de un lugar negro, un lugar dentro de Jethro
donde hervía la ira insuperable. E interminable. Podía ser un glaciar
por fuera, pero allí... en su corazón... se hallaba rabia con vapor a
presión.
Con mis rodillas doblándose, acurruqué mi cabeza punzante en
mis brazos. Venía de una familia que se amaba tanto, que una mirada o
palabra de decepción era suficiente para romper su corazón. El abuso
físico no era algo que conociera. No era algo para lo que pudiera
prepararme.
Jethro me agarró del pelo, forzándome en posición vertical. Me
aferré a sus muñecas para evitar el dolor. Mi mirada borrosa se centró
en su camisa gris y jeans perfectamente arrugados.
Me miró. —Vas a limpiar eso, pero ahora tienes otras cosas que
atender.
Sin soltar mi pelo, me arrastró hacia su padre. Con cada paso que
daba, trataba de ocultar mis pechos expuestos y hacer caso omiso de la
brisa entre mis piernas desnudas. El delantal que Jethro me puso
apenas cubría mi estómago dejando solos lugares valiosos. Lugares por
los que daría mi línea entera de diseño para cubrirlos. El estúpido gorro
de mucama se inclinaba hacia un lado, aferrándose a mi pelo enredado.
No podía contar cuantos hombres se hallaban alrededor de la
mesa, pero sus ojos no se encontraban con los míos. La mayoría miraba
mi pecho o se hipnotizaban más abajo mientras me retorcía para
ocultar tanto de mi decencia como fuera posible.
Pero no eran sólo sus ojos enviando patas de araña corriendo por
encima de mi carne. Eran las grandes pinturas inmaculadas de
hombres vestidos con pelucas blancas, abrigos y colas elegantes, y
regalía de caza deslumbrando desde las paredes de color rojo oscuro.
Sus ojos no se veían sin vida, pero sí llenos de desprecio; de
alguna manera sabían que un Weaver se hallaba en medio de ellos y la
chimenea crepitante era inútil para detener mi frialdad.
Mi condena debía ser realizada con los ancestros y reliquias
familiares como testigos.
En el momento en que nos detuvimos al lado del señor Hawk,
sentado en su silla de comedor adornado, Jethro llevó mi cuello hacia
atrás. Su rostro impecable llenó mi visión. —Ya no eres libre. Mira.
Consulta tu futuro y entiende que no hay conversación dulce,
mendicidad, o negociación que te saque de esto. Usas el collar. Eres
nuestra por completo. —La voz de Jethro era fría, brillando con poder.
El collar cortaba mi piel. Quería escupirle en la cara.
Empujándome hacia el señor Hawk, el viejo deslizó un brazo
alrededor de mi cintura desnuda, me tiró en su regazo.
—Obedece y hazme sentir orgulloso, señorita Weaver —dijo
Jethro, cruzando los brazos. Se movió para colocarse detrás de la silla
de su padre, retrayéndose a sí mismo de la función de autoridad,
convirtiéndose en un mero espectador.
Nunca me ha llamado Nila.
El pensamiento estúpido vino y se fue en un santiamén. Jethro
aún usaba mi nombre de pila.
Me estremecí, sintiéndome abrumadoramente enferma de nuevo.
Jethro era terrible, pero ser repudiada y entregada a una sala
llena de hombres era peor. Sin ser avisada para evitar lo que se
encontraba a punto de suceder. Voluntariamente negociaría todas mis
noches en una cama y volvería a las perreras. Los perros eran
amorosos, amables... cálidos.
Me senté congelada el regazo del señor Hawk.
Su mano se posó sobre mi muslo, no violando pero aterradora. —
Ahora que nos entendemos, quiero que veas algo por mí, Nila. Luego los
festejos comenzarán. Por cada hombre que sirvas, recibirás otro
fragmento de tu historia. Sólo una vez que hayas completado tu tarea
sabrás toda la historia y serás libre para pasar la tarde, ya sea en los
baños de vapor debajo de la casa como premio o en régimen de
aislamiento en las mazmorras como castigo, dependiendo de lo bien que
nos plazcas.
No podía entender cómo mi cuerpo todavía funcionaba. El shock
volvió mis extremidades como estatuas, el miedo me volvió muda, morí
por dentro hasta que no quedó parte de mí. Pero aun así mi corazón
seguía bombeando; mi sangre seguía fluyendo, manteniéndose con vida
sólo por su placer enfermizo.
El peso del collar de mi madre en mi cuello y una pregunta
vinieron de ninguna parte. Mi madre era una Weaver. Su madre antes
que ella era una Weaver. Pero, ¿no habrían cambiado sus nombres de
acuerdo al apellido de sus maridos?
Parpadeé, tratando de recordar el apellido de mi padre.
No puedo.
—Te ves confundida. Te permito hacer una pregunta antes de
proceder —dijo el señor Hawk, sentándome más alto sobre sus rodilla.
Luché con apartarme, luchando por formular las palabras. —El
nombre de soltera de mi madre era Weaver, pero lo habría cambiado
cuando se casó. —Miré a Jethro detrás de la silla de su padre. Inclinó la
barbilla, mirando por encima de la nariz.
El señor Hawk sacudió la cabeza. —Ese hijo mío no te ha
explicado nada de lo que debía. —Girando en el asiento, miró a Jethro—
. ¿Qué exactamente has estado haciendo? Sabes que la información es
lo que nos otorga control. Somos los de la razón. ¿Cómo puedes esperar
que acepte su situación si la mantienes en la oscuridad?
Jethro apretó la mandíbula, pero se mantuvo en silencio.
Rodando los ojos, el señor Hawk me miró y sonrió. —Te voy a dar
una breve lección de historia, entonces debes comenzar tus funciones.
—Se estiró y tiró la gorra de mucama de mi cabeza.
Cada centímetro de mí se encrespó, pero no me alejé. Tenía
hambre de conocimiento. Muriendo por saber exactamente cómo
siguieron controlando a mi familia sin miedo a la interferencia de la
policía o venganza.
El señor Hawk se reclinó, su pulgar dibujando pequeños círculos
sobre mi muslo. —Todo empezó con un hombre, del que aprenderás
dentro de poco. Tenía hijos, adornando a todos con el nombre Weaver.
Entonces, a partir de ese día, el poder del nombre de la familia viajó con
la chica primogénita. No importa si se casó, se divorció, o de repente
quería cambiar su nombre a algo caprichoso, no se le permitía. Con
quien se casara, era una condición que el hombre cambiara su nombre
para que su descendencia llevara siempre el nombre Weaver y siguiera
la línea de sucesión de la deuda.
¿Por qué lo hicieron? ¿Por qué mantener un nombre que sólo trajo
miseria? Mi mente herida trataba de entender el poder de Hawk.
—Tú, creo, eres la séptima mujer que debe tomarse. Y el reclamo
puede suceder en cualquier lugar entre las edades de dieciocho y
veintiséis.
—¿Tiene normas sobre arruinar la vida de alguien?
Su frente se arrugó. —¿Qué te parece lo que hacemos, Nila? Todo
lo que hacemos sigue un estricto conjunto de reglas establecidas en la
máxima simplicidad y debe ser seguido.
—Si sigue las reglas, entonces, siga las reglas de la sociedad
actual. ¿Cree que acepto lo que me dice? ¿Que todo esto es legal? —
Escupí la última palabra—. ¿Cree que es común amenazar a mi familia,
secuestrarme, y encarcelarme con un collar de diamantes que no saldrá
hasta que me muera? Está completamente loco. Y equivocado. Y…
—Nadie, en especial un Weaver, tiene el derecho de hablarme de
esa manera. —Las uñas del señor Hawk se clavan un poco en mi
muslo—. ¿Qué parte no entiendes, chica? No hemos amenazado a tu
familia, ellos se encuentran bajo observación para asegurar su mejor
comportamiento. No te hemos secuestrado, viniste voluntariamente,
¿recuerdas? Y en cuanto al collar debes estar orgullosa de llevarlo. Es la
pieza más preciada en las antigüedades de los Hawk.
Me mordí el labio mientras sus uñas perforaban más duro.
Su voz cambió a estilo profesor, volviéndose más inflexible. —Veo
que necesitas más pruebas concretas. Bien. Los diamantes que usas
valen millones. Los diamantes que hemos traído se han utilizado para
comerciar, comprar servicios, sobornar a funcionarios, primeros
ministros, incluso el control de los diplomáticos y la realeza. Nadie se
encuentra por encima de la atracción de un diamante sin defectos, Sra.
Weaver. Todo el mundo tiene un precio. Por suerte para nosotros, nos
podemos permitir cualquier precio.
Su tono era afilado. —¿Eso responde a su grosera pregunta?
¿Qué respuesta podía dar? No existía nada que pudiera decir o
hacer para ignorar toda mi situación. Puede ser que tengan alguna
creencia equivocada de que se hallaban en lo cierto, pero eso no
importaba. Debido a que poseían la misma gente que necesitaría para
salvarme.
Mis hombros cayeron. Suspiré.
El señor Hawk sonrió. —Me alegro de que tus sentidos regresen,
chica. No nos desestimes, Nila Weaver. Hemos tenido la ley de nuestro
lado durante cientos de años. Todavía tenemos la ley de nuestro lado y
eso no va a cambiar. No eres nada más que una mujer sola que se
perdió del ojo del mundo porque se enamoró. Ya consumida y olvidada.
Sus uñas dejaron de cortar mi pierna; me dio unas palmaditas
suavemente. —Pido disculpas de que mi hijo no te informara sobre esto.
Es su trabajo ser implícitamente abierto contigo. Asegurar la aceptación
de tu nueva posición rápidamente. —Lanzó una mirada a Jethro detrás
de nosotros.
Jethro tensó su mandíbula, sus ojos ilegibles.
El señor Hawk me rebotó en su rodilla. —Ahora, no más
preguntas. Sirve a mis hermanos Diamante y gana tu derecho a obtener
más información.
Mi corazón se disparó en mi garganta. —¿Servir cómo?
Señor Hawk sacudió la cabeza. —Ah, te acabo de decir, no hay
más preguntas. No tengo dudas de que Jethro hubiera sido bastante
firme en esa instrucción. El silencio es la clave para complacernos. —
Pellizcó mis labios—. No digas ni una palabra hasta que te lo
permitamos, y serás recompensada.
¿Seré una muñeca hinchable que no tiene voz o alma?
Bajando la mirada, luché contra el impulso de apartar la cara de
su agarre.
No me dejó ir. Y no podía seguir luchando contra el impulso. Así
que hice lo único que podía hacer. Poco a poco, asentí, perdiendo otra
batalla contra las lágrimas cayendo en silencio por mis mejillas.
Continuaron su viaje sin obstáculos tristes por mi cuello, a través del
collar, a mis pezones desnudos debajo.
El sol brillaba a través de la ventana, cegándome por un segundo
con el prendedor de diamantes en la camisa de Jethro. Sus ojos se
hallaban apretados y entrecerrados, mirando a la habitación de los
hombres con chaquetas de cuero; su rostro decidido y congelado.
Liberándome, el señor Hawk ordenó—: Inclínate hacia delante, y
recupera el primer trozo de pergamino.
Me senté inmóvil. No quería retorcerme en su regazo. No quería
dar ninguna razón para que las cosas crecieran o para que las manos
toquetearan.
Jethro arremetió por detrás, capturándome por sorpresa. No me
golpeó, pero me agarró por el collar de diamantes y jaló una correa en la
parte posterior. Tirando de la restricción, murmuró—: Lección uno.
Harás lo pedido en el segundo en que se te diga. De lo contrario, te
asfixiarás hasta que lo hagas.
Se movió a la parte trasera de la silla, dejando mi línea de visión.
En el momento en que se fue, la presión en el cuello aumentó,
clavándose en mi laringe, cortando mi suministro de aire.
Simplemente deja que te estrangule.
Sería más fácil.
Pero mientras mi cuerpo se aplastaba contra el señor Hawk por la
presión, y el instinto natural para luchar se hizo cargo, sabía que n o
podía ser tan débil. No tenía sentido ser estúpida. Si estuviera en un
avión estrellado en una selva, obedecería la ley de lo salvaje, haciendo
absolutamente cualquier cosa para sobrevivir.
¿No era esto lo mismo?
Me encontraba en una guarida de bestias y estas trataban de
ayudarme al enseñarme sus leyes. Si obedecía, viviría. Completamente
sencillo. Estúpidamente sencillo.
Sin sonidos, Nila. Ni una sola palabra. Desconéctate. Retírate a ese
lugar interno y supera esto.
Podría hacerlo mediante la adaptación, mediante el aprendizaje.
Me negué a ser herida por los castigos que podía evitar.
Jethro sintió mi aprobación al mismo tiempo que su padre. No
sabía que me delató, ¿el encorvamiento de mis hombros, el suave soplo
de tristeza? En cualquier caso, ellos sabían que no iba a pelear.
Ganaron.
Jethro liberó la presión en mi garganta, removiendo la correa y
colgándola sobre el respaldo de la silla mientras se movía de nuevo a su
posición. El señor Hawk niveló mi rostro, presionando un beso húmedo
en mi mejilla. —Buena chica. Estás aprendiendo.
Ni siquiera me inmuté. Me encontraba tan fría como su hijo.
Acéptalo.
Enfocando mis ojos con los de Jethro, me mantuve anclada
mientras la mano de su padre se deslizaba en el interior del estúpido
delantal y encontró mi pecho.
Jethro apretó sus dientes, pero nunca dejó de observar mi mirada
en blanco.
Me tensé, dispuesta a que cada molécula se quedara frígida y sin
ataduras. Existía libertad en la deriva —como aprendí en la perrera— y
dejé ir a mi mente.
Sería Jethro y permanecería fría como piedra en el exterior. Pero
por dentro sería Kite y cortaría las cuerdas de mi alma, elevándome
donde nunca pudieran tocarme.
Sin importar lo que hicieran.
Mi cabeza se inclinó mientras el señor Hawk se apretaba,
moviendo una polla dura contra mi culo desnudo. —Lee el pergamino.
Mi cabello caía en una espesa cortina negra, ocultando la mitad
de los hombres que me miraban con ojos ansiosos. No jadeaban, pero
me recordaban a los perros hambrientos esperando el permiso para
atacar y matar.
Mis manos no temblaron cuando alcancé el pergamino. Bajé la
mirada para leer. Me hallaba silenciosamente asombrada de cuan
tranquila y distante parecía. Asombrada que me apagara tan
fácilmente. ¿Qué decía eso sobre mí? Acababa de saber sobre mi madre.
Pasé la noche con una jauría de perros. ¿Soy realmente tan adaptable?
¿O fue la conmoción la culpable?
El pergamino solía estar completo, se encontraba manchado por
el tiempo, marcado con sangre, y desgarrado. Echando un vistazo hacia
arriba, me di cuenta de las piezas restantes esparcidas alrededor de la
mesa. Una búsqueda del tesoro para leer la que sería mi sentencia.
No todos los hombres tenían una pieza, pero con un rápido
conteo, supuse que de cuatro a cinco fragmentos del papel manchado
del secreto se hallaban por ahí, esperándome.
Mirando de regreso al pergamino en mis manos, mis ojos se
posaron en la cresta que aprendí a reconocer de los Hawk, las mujeres
y los diamantes. Tomó el lugar de honor en la parte superior de la carta
con una intrincada caligrafía y escritura.
Tomando una respiración profunda, leí.
En esta fecha, el día dieciocho, del octavo mes, del año de Nuestro
Señor mil seiscientos setenta y dos, por la presente se reúnen para
resolver las desagradables reclamaciones y las inmediatas
perturbaciones familiares entre Percy Weaver y Bennett Hawk.
Hacemos un llamado a la soberanía real a la gracia de este
acuerdo vinculante entre las dos casas, para dejar de lado la calumnia
abominable, y acciones inmorales, y resolver esto como caballeros.
Como escudero sobre esta finca vinculante, tengo que mencionar
que Percy Weaver y familia, incluyendo el matrimonio santificado por la
iglesia de Mary Weaver, y su triple descendencia de dos niños y una niña
también se rigen por el grado encontrado hoy, o ellos serán colgados del
cuello hasta la muerte por los atroces crímenes encontrados
injustificables por la corte de Inglaterra, así me ayude Dios.
Terminó.
Dejé de leer, pero no me moví. Ni una respiración. Ni un
movimiento. Era verdad entonces. Mi familia hizo algo para justificar
todo esto.
¿Pero que podía ser tan terrible para ganar un contrato que
abarcaba generaciones de pagos?
El señor Hawk me rebotó de nuevo, pellizcando mi pezón. —
¿Terminaste?
Mi corazón ni se agitó ni se hundió. Volaba libre, escapando de
esta pesadilla en desarrollo.
—¿Intrigada? ¿Quieres conocer el resto? —Sus dedos se
retorcieron más duro, pero no me importó. Todo lo que me importaba
era descubrir más.
Ignorando su toque, respiré por primera vez y asentí. Por mucho
que no quisiera estar cerca de los otros hombres con el pecado y la
codicia brillando en sus ojos, la curiosidad quemaba. Me encontraba
desesperada por leer más páginas rasgadas y resolver el misterio de mi
linaje.
¿Por qué padre no dijo nada? ¿Por qué criarme para pensar que
éramos buena gente?
Esa pregunta probablemente nunca sería respondida.
El señor Hawk puso las manos en mis caderas, elevándome de su
regazo. Me levanté con los ojos hacia abajo. Silenciosa y esperando.
Sonrió en ánimo. —Comportándote bien hasta ahora. Vamos a
ver si puedes mantener el ritmo. —Agitando hacia el sobrecargado
aparador lleno de entremeses, platos de pescado, platos de carne,
verduras asadas y postres, dijo—: Eres nuestra camarera en esta
pequeña reunión. Por favor, se tan amable de servir nuestra comida.
Recibirás una muestra de agradecimiento de cada uno de los hermanos
del Diamante Negro y ganarás el derecho a terminar tu lectura.
Mis piernas se movieron antes de que mi cerebro se diera cuenta.
La parte primordial de mí tomaba el control para saltar a la tarea.
Podría ser una mujer ingenua que no sabía cómo masturbar a un
hombre, pero era una mujer de negocios en el corazón. Estuve
alrededor de estrictos compradores de tienda, modelos frívolas y
enojados propietarios de catálogo. Aprendí a cómo adaptar y vender mi
trabajo.
Esto no era diferente.
Tenía que adaptarme y venderme a mí misma.
Hacer que le importe. Hacerlo sentir.
Mis ojos volaron a Jethro. ¿Era posible? ¿Podría romper su hielo y
encontrar a un hombre en lo profundo? ¿Un hombre a quien podría
seducir, engañar, y en última instancia utilizar para seguir con vida?
¿Soy tan fuerte?
El señor Hawk golpeó mi trasero mientras rodeaba el respaldo de
su silla. Jethro no se movió de nuevo, concediéndome un pequeño
espacio para pasar.
Me encorvé, preparándome para cualquier crueldad que hubiera
planeado.
Su cuerpo se estremeció. Las líneas perfectas de músculos y
masculinidad una vez más haciéndome despreciar su belleza natural.
Una no deseada carga se disparó a través de mi sistema con el recuerdo
de él tocándome, toqueteándome con sus dedos.
Me quiso en ese momento y no tenía nada que ver con las deudas
o el dolor. Fue placentero, confuso y extraño, pero... tal vez era algo con
lo que podía trabajar.
La idea de seducir a Jethro floreció rápidamente. La flor no era
fresca como el capullo de una rosa, sino negro. Los pétalos que se
desplegaban goteaban con suciedad, brotando de un lugar que nunca
quise reconocer. Pertenecía a una familia que arruinó la mía. No tenía
compasión. Sin corazón.
¿Cómo podía hacer que le importara cuando la piedra era
completamente despiadada?
Sin embargo, lo intentaré. ¿Por qué no? No tenía nada más que
perder.
Podría ser su pupila, para ser atormentada a diario, por años. Me
gustaría ser su juguete durante todo el tiempo que quiera. El tiempo
podría cambiar algo si los elementos conspiraban conmigo. Una
montaña a la final tenía que dar paso al mar si martilleaba con sus olas
saladas.
Yo sería esa ola.
Jethro se aclaró su garganta, deliberadamente dando un paso
adelante. Su enorme cuerpo apretado contra el mío, haciendo que mi
cuerpo se retorciera y rozara mis senos desnudos contra él.
—Ups —suspiró.
No miré sus ojos. No podía soportar mirarlo. Todo esto era obra
suya y me negué a dejar que me incomodara más. —No me toques —
susurré-siseé.
Su mano arremetió, deslizándose hasta mi delantal y pellizcando
el mismo pezón que su padre tocó. —Silencio. —Inclinando su cabeza a
la mía, dijo—: Y amas que te toque. Deja de ser una pequeña mentirosa,
señorita Weaver.
Apretando mis dientes, me separé, apartando sus dedos de mi
pecho. Respiré con fuerza cuando llegué al aparador. Demasiada
comida.
Mi estómago se estrujó en dolor de hambre.
Así que ¿por qué me encontraba desnuda? Entonces, ¿por qué
más de veinte hombres me esperaban para hacer sabrá quién qué? No
importaba. Porque mi vida giraba en torno a abandonar lo normal y
abrazar la locura en la que ahora vivía.
Me los encontraría en el infierno y jugaría sus juegos horribles.
Sería la vencedora.
Agarré un plato con gradas de paté, pan crujiente y verduras en
escabeche, mi boca se hizo agua.
Estoy tan hambrienta.
Mi estómago gruñó, enviando espasmos de dolor. Nunca estuve
tanto tiempo sin comida, y la falta de azúcares y vitaminas
desvanecieron los bordes de mi visión. Mis dedos rozaron un pedazo de
patata asada. Sólo una pequeña probada...
—Date prisa —ordenó el señor Hawk.
Sacudiendo la cabeza con la agobiante necesidad de empujar un
puñado de deliciosa comida a mi boca, me di la vuelta para hacer frente
a la mesa. Nunca fui mesonera antes, pero supuse que el hombre a
cargo tendría la primera opción.
Eso significaría pasarlo de nuevo.
Sosteniendo fuerte la bandeja mantuve mi cabeza en alto, e hice
mi camino hacia Jethro. Su boca se torció cuando una vez más bloqueó
mi camino. Mantuve los labios apretados juntos, sin mirar al desafío en
sus ojos.
—¿Ya no se encuentra interesada en mí, señorita Weaver? —
ronroneó.
El señor Hawk miró por encima de su silla y me señaló, luego
colocó su dedo sobre sus labios en el signo unive rsal de “silencio”. Un
recordatorio no tan sutil de que no se me permitía hablar.
Cuando no respondí. Jethro sonrió. —Estoy impresionado.
Podría aterrorizarme, pero necesitaba saber que no iba a
rendirme. Tenía planes para él, y no sería intimidada tan fácilmente.
Además, tenía mi vómito en sus zapatos, no debería ser tan petulante.
Me permití mirar a sus ojos dorados. No me asustas.
Su comportamiento caprichoso se tensó ligeramente, un mensaje
silencioso brillando en su mirada. Dame tiempo.
Me dejó pasar sin decir nada más.
Respirando superficialmente, me paré al lado del señor Hawk.
Asintió, escogiendo una selección de la bandeja. —Buena chica. Ahora
puedes servir al resto de la mesa. De izquierda a derecha, por favor.
Enderezándome, me obligué a mirar realmente a los hombres
delante de mí, el reto de masculinidad que tenía que atravesar para
alcanzar mi destino.
Mi corazón se aceleró; un sudor frío estalló por mi espina dorsal.
Mantente fría. Mantente libre. Y superarás esto.
Puse un pie adelante, luego otro. Mi ritmo cardíaco se intensificó
cuando llegué a una parada al lado de un gran hombre oliendo a hojas
húmedas. Tenía el cabello color naranja y un tatuaje que serpenteaba
hasta su cuello.
Mi visión tembló; me tambaleé hacia la izquierda cuando una
pequeña ola de vértigo me recordó que estuve estable hasta este punto
gracias a un milagro. Tatuaje Naranja disparó un brazo, previniendo
que me estrellara contra la mesa.
Sonrió. —Firme, no voy a morder. —Me acercó, sonriendo, un
profundo hoyuelo formado—. Sin embargo, voy a lamer.
Antes de que pudiera moverme, su lengua aterrizó en mi muslo,
lamiendo largo y lento como un animal gigante.
¡¿Qué?!
Me retorcí, casi dejando caer la bandeja. Su agarre era absoluto,
sosteniéndome firme hasta que me probó en su totalidad. La oleada de
vértigo se volvió náuseas. El olor enfermizo de mi anterior enfermedad
no ayudó a mi estómago de balancearse como un naufragio.
Dejándome ir, me tropecé y traté de frotar el resplandor plateado
de la humedad de su horrible boca. Sólo se transfirió a mi codo
desnudo.
Tatuaje Naranja sonrió, pasó su lengua por sus labios, y tomó
una selección de panes y encurtidos. —Gracias, señorita Weaver.
Me giré para enfrentar al señor Hawk.
Esto no podía ser verdad. Esperaba que permitiera que esto
suceda. ¿De todo el mundo?
El señor Hawk masticó pensativamente, levantando una ceja,
retándome a que hablara.
Mis labios se separaron para exigir saber qué pasaba. ¿Era esta la
muestra de gratitud de la que hablaba? ¿Una lamida?
Mi pecho se hinchó, enviando una ráfaga de vergüenza a través
de mí. No sólo me encontraba desnuda sino que tenía que permitir que
ellos ¡me lamieran!
El señor Hawk frunció sus labios, esperando a que explotara.
Te castigará. No preguntes. No. Te. Quiebres.
Tomó más coraje y energía de la que tenía. Pero me las arreglé
para aspirar una bocanada de aire y liberar el estrés arremolinándose
en mi sistema. Tenía muchas otras cosas para enfocarme como para
preocuparme de una cena poco ortodoxa.
Sin hablar.
Tuve que fingir que no tenía lengua. De lo contrario, hacer de
camarera sería el menor de mis problemas.
Echando un vistazo atrás a los hombres, sonrieron, sabiendo que
no tenía más remedio que seguir.
La voz de Jethro sonó detrás de mí como una nube oscura. —Es
el plato principal, señorita Weaver. Cada hermano consigue a probada,
en cualquier lugar que elija. Serías sabia en permitirlo.
Mi corazón tronó. ¿En cualquier lugar?
Pero si era sólo una lamida, ¿era eso tan malo? Tal vez esta cena
podría no ser tan horrible como temí. Una lamida podía tolerarla. Un
toque podía manejarlo. La penetración completa llevaría a mi mente
desde su santuario directamente a un asilo.
Era como si Jethro supiera eso. Empujándome, poco a poco, más
allá de mi zona de confort.
Me moví al siguiente hombre con chaqueta de cuero. Éste era
delgado pero tenía un borde de violencia. Su cabeza rapada brillaba
mientras tomaba la comida antes de colocar su dedo en la parte
superior de mi delantal y tirar de mí hacia su nivel.
Su lengua arremetió, trazando mi pómulo hasta el final a mi oído.
Temblando, me tragué mi repulsión.
Puedes manejarlo.
En el momento en que terminó, dijo—: Gracias, señorita Weaver.
¿Qué querían de mí… permiso de que se encontraba bien? ¿Que
estaba agradecida?
Parándome derecha, luché por moverme. Luché por seguir
adelante cuando sabía cuántas lamidas más tendría que ganar antes de
que terminara.
—Proceda, señorita Weaver. No me decepcione. —La voz grave de
Jethro invadió mis oídos. Maldito. Maldita sea todo esto.
Tragando saliva, me trasladé al siguiente.
Era guapo. Bastante como Jethro de una forma corpulenta y
menos diabólica. Tenía el cabello oscuro con manchas grises y un ave
de presa tatuado en su antebrazo.
Sin apartar sus ojos de los míos, tomó unas cuantas cosas, y
luego enganchó un fuerte brazo alrededor de mi cintura y levantó mi
uniforme de mucama. Sus labios presionaron un beso en mi cadera,
provocándome con su húmeda lengua oculta por la cálida presión de su
boca.
Cada centímetro de mi cuerpo hizo corto circuito pero no me
inmuté.
Sonriendo, me dejó ir. —Gracias, señorita Weaver.
Fue la sonrisa lo que lo delató.
Es otro Hawk.
El hombre asintió, sintiendo que noté su pedigrí. —Soy el
segundo hermano —dijo en voz baja—. Dudo que sepas mi nombre ya
que Jethro llega a tener toda la diversión, pero te lo voy a decir, para
que sepas qué gritar cuando mi hermano mayor vaya demasiado lejos.
—Dobló su dedo, dando a entender que me le acercara.
A pesar de mí misma, me incliné. Había algo en este hermano.
Algo diferente.
Sus ojos marrón claro, un rasgo familiar de los Hawk, se
arrugaron en las esquinas cuando dijo—: Soy Kestrel. —Señalando el
tatuaje en su brazo, agregó—: Al igual que el pájaro.
—Déjala, Kes. Otros hermanos quieren un turno. —La demanda
de Jethro resonó desde atrás.
Kestrel se rio entre dientes. —Tranquilo, Jet. Sólo jugaba con mi
comida. —Se echó hacia atrás, haciendo un gesto para que continuase.
¿Cuántos hijos tenía el señor Hawk? ¿Ante cuántos más tendría
que someterme hasta que Jethro se cansara de mí? No tenía la
protección mental para a dormir con una familia entera de maldad.
Mis ojos no permanecieron en él y no tenía permitido hablar, pero
quería saber más de él. Quería saber por qué tenía una pizca de
amabilidad, por más leve que fuera.
Tensa, me lancé alrededor de su silla, moviéndome a mi próximo
cliente.
El siguiente hombre tenía piercings en la ceja y el labio inferior.
Cabello negro azulado, tan similar a Vaughn que rasgó mi corazón
mientras inclinaba su cabeza sobre mi brazo y arrastraba su lengua
puntiaguda hacia mi codo.
V.
Las lágrimas amenazaron con salir. V era todo para mí. No podía
soportar pensar en él, mientras que esto ocurría. Lo debería haber
contactado de nuevo. Fue cruel dejarlo angustiado.
Cerré los ojos y puse un pie delante del otro, moviéndome hacia el
próximo hombre.
Y luego el siguiente.
Y el siguiente.
Cada uno me dio las gracias, una vez que hubieron probado,
actuando como caballeros en vez de la guarida de monstruos que
realmente eran.
Con cada lamida, me quedé inmóvil, de pie tensa y odiándolos
mientras arrastraban su saliva por toda mi piel.
Afortunadamente, la falta de hambre confundió el tiempo,
fusionando los hombres y sus lenguas en un tiovivo de las pesadillas.
Perdí la noción de quién lamió donde, perdiéndome en mi cabeza y
centrándome en el peso de mi bandeja cada vez más y más ligera.
Pero ni una sola persona lamió mis pechos o coño.
Eso me envió a un estado de autoconciencia incómoda. Eran
hombres. Burlándose de una mujer que les daba permiso a degustarla.
¿Por qué no fueron a los lugares preciados?
El desconocimiento y la espera hicieron que mi piel se arrastrara
más que sus lenguas ansiosas.
El siguiente hombre al que serví era mayor con bigote canoso y el
pelo ralo. Me lamió el cuello, acariciando mi pelo antes de tomar su
ración de comida.
Fui a moverme, en trance, al siguiente comensal.
Pero el hombre de más edad capturó mi cadera y me presentó la
siguiente parte del pergamino.
Mi trance se evaporó, y me dejó con hambre de información. Esta
fue la razón por la qué permití esto. Me dejé gobernar por la historia. El
doble sentido del pensamiento no se me escapó. Fuiste tomada debido a
la historia. Te quedas debido a la historia.
El collar de diamantes pesaba en mi cuello.
Colocando la bandeja en la mesa, me aparté del siglo XXI y
procedí a ser llevada a 1672.
Para las acciones cometidas por Percy Weaver y su séquito de
colaboradores acomodados, es juzgado y requerido. Su vida se encuentra
determinada por la gracia de Bennett Hawk quien afirma lo siguiente
merecido:
Una compensación monetaria
Una disculpa pública
Y, sobre todo, retribución corporal
Qué hijo de puta. ¿No podía permitir dejar pasar algún pequeño
agravio?
Salvó a toda la familia de la horca. De alguna manera evitó que
Percy Weaver y mis antepasados fueran a la horca, y de una manera
tuve que estar agradecida. Agradecida con un hombre que salvó mi
línea de sangre, pero robó mi futuro al mismo tiempo.
Si este documento no hubiera sido acordado, nunca habría
nacido. Nadie más allá de Percy y Mary hubiera existido. Era difícil
odiar a alguien que perdonó su vida, pero fácil odiarlos por robar un
sinnúmero de esas vidas generaciones más tarde.
—Continúe, señorita Weaver —ronroneó Jethro.
Mi cabeza se levantó.
Se quedó allí, envuelto en su horrible silencio, mirándome como
un cazador.
Quería fruncirle el ceño. Quería hacer algo idiota y sacarle la
lengua. Pero no tenía sentido hacer que me odiara más. El momento en
que pudiera cargar mi teléfono, buscaría en Google cada cosa tentadora
que una mujer podía hacer.
Voy a seducirlo.
Disfruté verlo perder su impecable control en los establos. Me
encantó haber sido la culpable de eso.
Voy a hacer que le importe.
Me gustaría convertir esta parodia en una profecía tejiendo mi
magia Weaver sobre un Hawk.
Con la fuerza construyéndose en mi corazón, tomé la bandeja.
Avanzando con las rodillas tambaleantes, miré con avidez el
siguiente pedazo de papel. Se ubicaba tímidamente en el centro de la
mesa, haciéndome señas.
El siguiente hombre que me degustó era un muchacho joven,
apenas salido de la adolescencia. Su tacto era suave, lengua apenas
lamiendo. Era mi favorito de la mesa.
Después de otras dos lamidas, esperaba merecer el siguiente
trozo de pergamino, pero nadie me lo dio. Mi corazón se hundió cuando
completé una rotación completa, apretando mis ojos, mientras cada
lengua se acercó más a los lugares que deseaba estuviesen cubiertos.
No podía dejar de temblar cuando puse la bandeja vacía en el
aparador. Descansando las palmas sobre la superficie dura, respiré
profundo. Lágrimas presionaron en la parte posterior de mis ojos, las
náuseas se enrollaron en mi estómago gruñendo con hambre
desesperada. Esta era una tortura en muchos niveles. Entregar
alimentos a hombres bien alimentados todo el tiempo mientras tenían
un festín conmigo también.
—El plato principal, por favor, Nila —murmuró el señor Hawk.
Miré por encima de mi hombro. Se sentaba allí, pasando los
dedos por su barbilla. Sus ojos dorados, así como los de Jethro, no
tenían ninguna paciencia o tolerancia pero sus labios se inclinaron en
alegría. Disfrutaba de esto.
Por supuesto que lo hacía. Todos lo hacían.
Incluyendo a mi torturador principal.
Apartándome del aparador, recogí una gran bandeja de plata con
pollo y espárragos. Manteniendo los ojos bajos, deliberadamente
mantuve la bandeja alta y extendida, y proporcionándome un escudo
para pasar a Jethro.
No es que eso ayudara.
Su brazo salió disparado, deteniéndome. Maldije la familiaridad
de su toque. Grité por la manera horrible en que mi cuerpo recordaba el
placer que le concedió en los establos. No quería nada de él. Sobre todo
la memoria de sus dedos.
Lo miré a los ojos. Quédate en silencio.
Fue duro.
Tenía tanto que quería decir. Tanto que gritar. El lado de mi
cabeza todavía palpitaba por su golpe; mi ego todavía dolía de no saber
cómo masturbarlo de la manera en que deseaba. Me hizo sentir como
una niña rechazada.
Acercándome, me susurró al oído—: Estoy disfrutando verla ser
tan obediente, señorita Weaver. Y su silencio... —Me quitó el cabello de
mi mejilla, dedos demorándose en mi cuello—... Me pone duro.
Aspiré un jadeo, mirando a la parte delantera de sus pantalones a
mi pesar. El contorno de su polla masiva; que me aterrorizaba, más que
sus manos, genio, o espantoso silencio; se mantenía firme y
protuberante contra sus pantalones vaqueros.
Sonrió. —Sigue con el buen trabajo y podrías obtener dos premios
esta noche. —Sus ojos se oscurecieron—. Debido a que los dos sabemos
que quieres terminar lo que empecé.
Mi jadeo se volvió un gruñido. No podía entender cómo mi
estómago se llenaba de mariposas, incluso mientras las náuseas se
arremolinaban en mi interior. Maldito mi cuerpo traidor por encontrar
su maligna belleza atractiva.
¿Seguro que deseas seducirlo sólo por protección? Odiaba la
pregunta. Odiaba no tener una respuesta.
Sacudiéndome lejos de su brazo, caminé hacia mi posición de
salida. De pie junto a señor Hawk, le serví primero. En el momento en
que hubo tomado un par de bocados, me mudé a salir, pero me pellizcó
el delantal, manteniéndome quieta.
Sus ojos se encontraron con los míos y lo supe, sólo lo supe,
servir este platillo no implicaría mis brazos, cuello o caderas para
degustar. Esto sería peor. Mucho peor.
—Mírame, chica —ordenó.
Mis dientes castañeteaban, pero lo hice lentamente como pidió.
—Inclínate.
Cerrando los ojos, obedecí.
Su aliento caliente nubló mi pecho antes de que una húmeda y
cálida boca se pegara a mi pezón. Dientes y lengua, todo me llevó a la
cima. El pináculo donde yo sabía que iba a arder en el infierno por no
sólo permitirlo, sino también por el pequeño aleteo de necesidad que
cobraba vida, mientras que su hijo conducía su dedo dentro de mí.
La cabeza me latía mientras dejaba de pensar en su traición. Yo
fui la que se traicionó a sí misma. La que no fue lo suficientemente
fuerte como para luchar contra Jethro. Hubo ganado el momento en
que lo vi y mi necesidad de contacto me consumió.
Las lágrimas me hacían cosquillas en la columna vertebral y para
el momento en que el señor Hawk me dejó ir, corrí.
No llegué muy lejos.
Tatuaje Naranja, que se sentaba al lado del señor Hawk me
atrapó, sosteniéndome fuertemente. —Ahora, ahora. Lo haces muy
bien. No lo arruines. —Su mano grande se extendió sobre mis hombros,
sacudiéndome hasta estar a su nivel. Con una sonrisa tensa, su boca se
pegó a mi pezón seco.
Gemí cuando sus grandes labios chuparon. Se tomó su tiempo,
girando su lengua alrededor de mi dura protuberancia, antes de
dejarme ir con un sorbido ruidoso.
Me quedé temblando mientras seleccionaba un poco de pollo y me
enviaba a mi camino.
No puedo hacer esto.
La autocompasión llenó mi estómago vacío, y me quedé
paralizada en la mullida alfombra.
—Siga, señorita Weaver —ordenó Jethro.
Mi cuerpo se balanceó para obedecer, pero todo en su interior se
rebeló. No me importaba que el señor Hawk hubiera descrito
elocuentemente mi jaula con el uso de los diamantes y las deudas. No
me importaba que no tuviera más remedio que hacer lo que me dijeron.
Simplemente no podía hacerlo.
Mis ojos se abrieron de par cuando las manos de Jethro
aterrizaron sobre mis hombros. Me dio la vuelta para enfrentarme a él,
respirando con dificultad. —Hazlo. Ahora. —La fuerza de su mando me
dobló las rodillas. Dejé caer mi cabeza.
En silencio, Jethro me arrastró adelante, presentándome al
siguiente hombre. La bandeja tambaleó en mis manos, pero me quedé
en pie mientras una boca vil se amamantaba en mi pecho.
Una vez que todo terminó, Jethro me llevó rudamente al
siguiente, susurrando en mi oído—: Hazme volver y mostrarte cómo
comportarte, y no voy a ser agradable. Todavía te aferras a la ideología
que eres mejor que nosotros. Que en cualquier momento esto
terminará. —Sus dientes mordieron a mi oído—. Eso es una tortura
porque es falso. No va a suceder. Acéptalo y termina con el pasado.
Acéptalo y agradece todo lo que te damos.
Empujándome hacia adelante, me acarició la parte trasera. —
Puedo ser agradable si me da razón de serlo, señorita Weaver.
Pruébeme comportándose durante el resto de la comida.
No lo vi alejarse, retomando su posición de pie detrás de la silla
de su padre.
Puedo ser agradable.
Y como una mierda podía ser agradable. Pero cuanto antes
obedecía, antes se habría terminado esto.
Así que... obedecí.
Bocas.
Dedos.
Las lenguas y dientes.
Todos me degustaron. Todos buscaron a tientas.
Pensé que el primer platillo fue duro. Me aferré a la moral de cuan
equivocado era que tantos hombres trataran a una mujer tan
injustamente.
Este platillo me hizo cosas que ojalá pudiese negar. Labios
gruesos, labios delgados, bocas calientes, bocas frescas. Todos ellos no
sólo me quitaron pero dieron algo a cambio.
Una realización horrible de que mi cuerpo se apoderaba de mi ser.
Mi terror se hundía como una piedra cada vez que un hombre
nuevo me probaba. Lentamente mi estómago revoloteó; mis entrañas
rebelándose contra la fusión que se produjo.
Los hombres no se preocuparon de que innumerables bocas
hubieran estado en mi piel. Se turnaban entre mis pezones izquierdo y
derecho, mordisqueando, chupando. Me hubiera gustado que me
hubieran mordido. Quise que me hicieran daño, algo para demostrar lo
vil que eran.
Pero cada uno viejo, joven, delgado, gordo… todos me amaron.
Adoraron ser amamantados. Gemían con tal profundo aprecio que me
esforcé por recordar que esto era por la fuerza, no por elección. Me sentí
como si les concediera un regalo.
Un regalo verdaderamente apreciado.
No. No te dejes seducir por estas cosas retorcidas.
Incluso mi voz interior se volvió un poco sin aliento, muy
confundida, y dirigiéndose hacia la aceptación.
Empecé a marearme mientras caminaba de hombre a hombre. No
hice contacto visual con ninguno de ellos. Me volví apática.
Entumecida. Apartada de esa pequeña chispa tirando del cordón
invisible de mi pezón a mi núcleo. Me hubiera gustado que no fuera así.
Anhelaba no ser afectada.
Pero poco a poco me transformé de empresaria intelectual a un
juguete tembloroso.
Poco a poco, me puse más mojada.
Dientes afilados captaron mi atención a través de la oscuridad
que se había convertido en mi alma, de vuelta a la realidad.
Miré los ojos de Daniel.
El trance suave en que estuve se quebró como una banda
elástica. Ya no encontraba ninguna aceptación o apelación lujuriosa,
sólo rabia.
—No es divertido lamer una mujer cuando no presta atención —
se burló.
Mi latido voló aterrorizado alrededor de mi pecho. Mi pezón
palpitaba desde donde me mordió.
Lamiéndose los labios, añadió—: Sabes bien, Weaver, pero deseo
que llegue el próximo platillo.
Mi corazón rápidamente se disparó y se estrelló contra el suelo.
El próximo platillo.
No. No. No. No.
—Aquí. Te lo has ganado esto. —Empujó otro trozo de pergamino
en mi dirección, y me forcé a no dejar escapar mis lágrimas.
Moviéndome torpemente, coloqué la bandeja vacía en el aparador,
luego regresé al lado de Daniel. Mi piel se desató en piel de gallina al
estar tan cerca, pero colgaba el pergamino como un regalo que quería
desesperadamente.
Tomándolo, no pude ocultar mis temblores esta vez. Mi actitud
distante y espíritu desaparecieron, reemplazado por una frágil hoja
temblorosa.
Una hoja que se encontraba excitada y húmeda.
Sobre la reflexión de sus crímenes, Percy Weaver presenta al fallo
de este escudero y se mueve a la acción el último grado formulado en
esta misma cámara por Bennett Hawk. La sentencia de muerte sobre la
cabeza de la Casa Weaver será erradicada y quemada la firma del
presente documento recién elaborado. Términos próximos...
¿Eso era todo?
Las lágrimas brotaron de mis ojos. ¿Dejé que innumerables
hombres me chuparan los pechos por no más que una tomadura de
pelo?
¿Cómo podrían?
¿Cómo podría?
¿Cómo pude permitir que mi cuerpo reaccionara a sus sucias
atenciones? Me odiaba a mí misma. Odiaba que no pudiera ocultar mi
debilidad o las hormonas estúpidas de las que pasé toda mi vida
haciendo caso omiso.
Mis rodillas temblaron y casi me doblé como un acordeón al
suelo.
—Desmáyate y no te gustará lo que encuentres cuando te
despiertes —dijo Jethro. Su voz atravesó mi dolor.
Enojo luchó contra mis lágrimas, alimentando un nuevo calor en
mi interior. Un calor que nacía de la rabia más que de la débil pasión.
Esta quemaba más caliente, lamía con llamas de color naranja,
aboliendo mi hambre y debilidad.
Me encontraba harta de la ira. Ardía de odio. Me volví más fuerte
a causa de ello. Me dio poder para continuar, pero también robó mi
seguridad de aceptación. Siseé y me calenté con vivacidad. No podía
apagarlo.
—El próximo plato, Srita. Weaver —ordenó Jethro desde su
posición a la cabeza de la mesa. Apretando mis manos, tiré el
pergamino y me dirigí al aparador.
Postre.
Ya sabía lo que pasaría.
No puedo hacer esto
Tú harás esto.
En mi rabia, tomé una decisión imprudente. Me encontraba en
guerra con mi cuerpo, ¿por qué no pasar por encima de la línea de
batalla y unirme a ellos? ¿Por qué no aceptarlo? Era otra herramienta,
otra lección. Si abrazaba las nuevas sensaciones dentro de mí, estaría
mejor equipada para hacer mella en el frío exoesqueleto de hielo de
Jethro y excavar mi camino en su calor.
Haría que le importara.
Le daría placer.
Entonces le mataría.
Mis piernas se cruzaron. Todo dentro se acurrucó más en la
clandestinidad. En el momento en que me acercara a la mesa, perdería
todo el control. No confiaba en mi cuerpo. Se apoderaba de mí todo el
tiempo. Y apestaba estar en este lío con un traidor.
Acabemos de una vez con esto.
Tomando una respiración profunda, recogí mi último plato.
Pasando a Jethro con una bandeja dorada de mini éclairs,
bombones y trifles, mantuve la mirada. Me atormentaría, sin duda.
Efectivamente, su brazo se envolvió alrededor de mis hombros,
obligándome a mirarlo a la cara. Su respiración era ligeramente
irregular; su voz perdió una pequeña pizca de frío. —Supera esto, y te
recompensaré. Seré amable, porque te lo mereces. —Presionando un
beso posesivo en mi mejilla, susurró—: Borraré todo.
Me quedé muda por la rara y aterradoramente hermosa visión de
un hombre que no sabía que existía. Pero entonces parpadeé mientras
el hielo de Jethro se deslizaba en su lugar, una sonrisa triste en los
labios. —Mi oferta sólo se mantiene siempre que no hables, dramatices,
o me decepciones.
Desenrollando su brazo, me empujó hacia su padre.
Casi ebriamente, me dirigí hacia el señor Hawk. Mi estómago se
estremeció de temor; mi corazón estaba aterrorizado, corriendo
frenéticamente por su vida.
Señor Hawk sonrió, levantando otra hoja de papel. —Aquí. Tu
último hasta que hayas completado este servicio final. Creo que te lo
mereces, ¿no? —Sus ojos barrieron en la parte delantera de mi
uniforme ridículo de doncella. La cofia se quedó en su lugar… no sabía
cómo.
Acariciando mi culo, añadió—: Debo admitir que se abstuvo
maravillosamente, incluso su madre, que fue mi favorita, no lo hizo con
elegancia en su primera fiesta de cena.
Ignoré eso, enganchándome en el pergamino.
El señor Hawk me hizo señas para poner la bandeja en la mesa,
antes de entregarme la pequeña pieza.
Percy Weaver y familia reconocen por el presente su conformidad al
único plazo establecido por Bennett Hawk. De acuerdo con la ley, ambas
partes han acordado que la documentación es vinculante, irrompible, e
incontestable a partir de ahora y para siempre. Los detalles y partes de
ambas firmas se muestran en el documento verificado cerrado, de ahora
en adelante conocido como la Herencia de la Deuda.
Mis ojos se encontraron con los suyos.
Si sólo tuviera el resto. Me gustaría gritar y dejar la farsa de la
obediencia. Había terminado. Aceptaría el dolor para evitar lo que se
hallaba a punto de suceder. Aceptaría el dolor en lugar de placer,
porque entonces todavía me conocería a mí misma. Cuanto más tiempo
dure esto, menos conectada me sentía con la chica que fui.
Demasiados sentimientos. Demasiados sensores. Demasiados
agujeros de conejo con demasiados correctos e incorrectos.
¿Renuncias tan pronto? ¡Ellos mataron a tu madre! Ellos han roto el
corazón de su padre. ¿No podría soportar algunas situaciones
inconvenientes y confusión con el fin de encontrar una manera de
pagarles?
Decepción pesaba mi corazón. Pensé que tendría más resistencia.
No, yo no voy a ceder.
Esto no es nada. Sé esa cometa. Corta las cuerdas de nuevo.
Tensando los hombros, me acerqué al señor Hawk sin que me lo
pidiera.
Sus ojos se abrieron, y luego una sonrisa extendió sus labios. —
Buena chica, de hecho. —Inclinando la cabeza, su brazo alrededor de
mi cintura, inclinándome un poco—. Estás demostrando ser un
testimonio de la formación de mi hijo.
La altura de mi cintura era casi perfecta para una boca baja para
adherirse a la parte delantera de mi sexo.
Y fue entonces cuando sentí la más extraña, más húmeda, más
seductora y más repugnante cosa de mi vida.
Su lengua se deslizó a lo largo de mi clítoris, retorciéndose
suavemente, empapándome en saliva.
Mi estómago se apretó, mis manos se apretaron, y temblaba en
sus brazos.
El elemento desagradable no se fue. Esperé a que mi cuerpo me
traicionara, me gustara, pero lo único que sentía era la impaciencia
grotesca para que se terminara.
Y entonces... se terminó.
Mi primera experiencia con una lengua ahí abajo, y fue por un
hombre mayor que mi padre. Si no tuviera el estómago vacío, habría
vomitado todo de nuevo. No tenía nada sexy o erótico sobre eso.
Al tocar mi trasero, murmuró—: Continúa.
Tragando saliva, recogí la bandeja de postre y crucé la pequeña
distancia a Tatuaje Naranja. Dobló el dedo, me hacía señas para que
acercara. Bloqueando la mandíbula, mantuve los postres altos e hice lo
que me pidió. Su pelo naranja hizo cosquillas en mis muslos mientras
se inclinaba, pasándome la lengua por el nudo privado de nervios.
Por suerte para mí, no era sensible, ni me gustó.
Una vez que tomó su trifle y saboreó hasta hartarse, fui a servir al
siguiente.
Y el siguiente.
Y el siguiente.
Algunos hombres obligaron mis piernas a extenderse, inclinando
el rostro profundo. Algunos hombres apenas me tocaron, su aliento
caliente flotando entre mis muslos.
Me gustaría decir que me las arreglé para apagar mi cerebro,
hacer lo que prometí y volar libre, pero cada lengua me mantuvo
bloqueada en el mundo en que vivía. Cada lametazo hizo que mi cuerpo
se convirtiera en piedra mientras mi estómago se retorcía y me dolía por
encogerlo.
Entregué el postre, pero yo era el último dulce. Los hombres se
tomaron su tiempo, con los dedos firmes sosteniendo mis caderas,
arrastrando sus lenguas de mi clítoris a mi entrada. Y después de cada
violación, se secarían sus brillantes bocas y dirían—: Gracias, Sra.
Weaver.
Gracias.
Como si su apreciación fuera suficiente para que dejara de
sentirme como basura. Su tratamiento nunca cambió. Permanecieron
corteses y gentiles. Obedeciendo las fronteras y no haciendo nada
excepto lamerme en un lugar al que no tenían derecho.
Su simpatía hizo que todo esto pareciera tan normal. Tan
terriblemente normal. Y mi odio lentamente cambió de nuevo a la
aceptación. El pequeño alboroto que sentí de mis pezones succionados
regresó, espantosa, tentativo, pero suavizando mi odio lengua por
lengua.
No me herían. No me hacían lo que fuera que tuviera el potencial
para destrozar mi mente.
Ellos sólo saboreaban.
Una pequeña probada.
Eso es todo.
Y no peleé.
De ningún modo.
Estoy mojada.
Para el momento en que llegué a Daniel, mis piernas se
encontraban empapadas y el pelo aseado que meticulosamente
mantuve se hallaba salpicado con gotas de la hermandad Diamante.
Mis manos se apretaron alrededor de la bandeja; mi mandíbula
apretada y dolorida. Porque no importaban mis buenas intenciones,
ellos ganarían. Causaron que mi cuerpo tuviera una re acción, y estaba
mojada.
El extraño dolor que Jethro conjuró se hallaba de vuelta,
pulsando el fondo de mi núcleo. El parpadeo de lenguas y probadas
suaves me frustraba y odiaba, odiaba positivamente, que tuve que
luchar porque mis caderas se presionaran con más fuerza.
Empecé el servicio tensa, pero ahora me dolía. Buscando algo.
Buscando alivio.
Daniel empujó su silla hacia atrás, inclinándome físicamente
entre sus caderas extendidas. Con un brillo malicioso en sus ojos, me
empujó hacia atrás con una palma firme entre mis pechos. —A la
mierda la regla estúpida.
Di un grito ahogado cuando su boca se enganchó alrededor de mi
clítoris. La succión de su boca hizo que mi cuerpo girara con
sensibilidad excesiva. No era juguetón o respetuoso como el resto de los
hombres. Sabía lo que quería y lo tomó.
Duro.
El dolor fue más y más fuerte, arañando su camino hacia el alivio.
Apreté los ojos. No podía mirar a los hombres que miraban. No
podía hacer otra cosa que respirar y salir adelante. Y definitivamente no
podía mirar el sitio de donde llegó un pequeño gruñido, enmascarado
con el silencio.
No era nada más que un gruñido.
Pero resonó en mis huesos con conocimiento.
Jethro.
Los pocos segundos que cada hombre tomó parecían mucho más
tiempo en los brazos de Daniel. De repente, grité, sacudiéndome duro.
La punta de la lengua sondeó mi entrada, tratando de entrar en
mí.
Nadie hizo eso. Se comportaron con cierta regla tácita de saborear
pero no devorar.
A la mierda la regla estúpida.
La voz de Daniel se repetía en mi cabeza. ¿Existían directrices
sobre cómo iba a ser tratada?
Todo lo que hacemos sigue un estricto conjunto de reglas
establecidas en la máxima simplicidad y debe ser seguido.
Recordé lo que dijo el señor Hawk.
¿Existían reglas dirigidas a arruinarme pero también a...
protegerme?
Daniel intentó de nuevo, sus dedos clavándose en mí
dolorosamente.
Entonces, me arrancaron de él.
Liberada de su agarre con una rodaja de sus uñas y arrastrada
hasta el final de la mesa. La bandeja de postre vacía salió volando,
resonando contra el suelo.
Mis piernas se tropezaron, enviándome chocar con un cuerpo con
el que estuve tan íntima sólo unas horas antes.
El golpe de la bandeja cortó a través de la habitación como un
fuerte golpe de platillos. Pero nadie dijo una palabra.
En el momento en que Jethro me arrastró a la cabecera de la
mesa al otro lado del señor Hawk, empujó el más grande de todos los
pergaminos en mis manos. Sus ojos eran oscuros, su rostro tenso. —
Aquí, léelo.
Respirando rápidamente, tratando de olvidarme de la saliva
pegajosa entre mis piernas y la sensación de tener la lengua de su
hermano tratando de entrar en mí, tomé el pergamino antiguo
manchado hecho jirones.
Jethro frunció el ceño, manteniendo una pequeña distancia entre
nosotros. Su frialdad me abofeteaba, enviando hielo dispersándose
sobre mis brazos desnudos. Parecía cabreado, furioso, sin embargo,
existía algo allí que hizo que mi estómago se revolviese.
Sea cual sea el juego que jugábamos, cualquiera que sea la
guerra que empezáramos antes en los establos, no había terminado. Lo
sabía. Lo sabía. Y el conocimiento envió emocionante poder a través de
mis venas.
Acercándose, dijo entre dientes—: Deje de mirarme, Srita. Weaver.
Le di una orden. —Tocando el rollo en mi palma, espetó—: Léalo.
Apartando los ojos de los suyos, obedecí.
El borde intrincado me llamó la atención en primer lugar. Junto
con un diseño de parras y filigranas, las palabras vinculado, endeudado,
propiedad se enredaban en tinta roja.
La caligrafía de antepasados me condenó a una vida peor que la
muerte. Mis derechos fueron tomados. Mi vida robada. Mi cuerpo ya no
era mío.

18 de agosto 1672
Firmado y atestiguado por Esq John Law
Asunto entre Weaver frente Hawk
Conocido inmediatamente como la Herencia de la Deuda.
Este presente concluye todo debate y conversación y forma una
deuda vinculante. Concilio ha sido proporcionado junto con la aprobación
soberana de dicho acuerdo.
Según lo establecido en esta cámara, he sido testigo de las firmas
de ambas partes de la Casa Weaver y la Casa Hawk, junto con su
séquito y compañeros significativos.
La deuda se establece de la siguiente manera.
Percy Weaver jura solemnemente presentar su primogénita, Sonya
Weaver, al primogénito de Bennett Hawk, conocido como William Hawk.
Esto anularía todo el malestar y a gravio hasta el momento mientras una
nueva generación llega a pasar.
Esta deuda no sólo unirá las ocupaciones actuales del año del
Señor de 1672, también todos los años a partir de entonces. Cada
primogénita Weaver será regalada como justo y merecido casti go al
Hawk primogénito para reclamarse entre los años uno y ocho y seis y
veinte respectivamente. Ambas partes siempre estarán de acuerdo a
partir de hoy.
La vida y todos los atributos serán determinados por el Hawk
actual, no se establecerán reglas o precedentes, y este acuerdo les eleva
por encima de la ley, operando dentro de la gracia de Su Majestad la
Reina de Inglaterra.
Firmado:

Bennett Hawk y Familia


Percy Weaver y Familia
15
Jethro
Traducido por Julieyrr
Corregido por Jasiel Odair

Supe cuando lo leyó.


Supe cuando la sentencia final fue hecha.
Tuvimos un documento firmado, sellado y entregado por el
magistrado real de Inglaterra, dándonos carta blanca para hacer lo que
nos gustara. No había nada de ilegal en mis acciones. No había nada
para que pudieran encontrarme culpable. Ningún sistema judicial la
salvaría.
Era la aprobación definitiva.
Sin mencionar que teníamos la riqueza para asegurarnos de que
nadie podría contradecirlo. No había nada en contra de qué luchar.
Cuanto antes lo aceptara, más fácil seria.
Los ojos de Nila se ampliaron, levantando la vista del pergamino.
Agarrando sus hombros, la apoyé contra la mesa. El horror viviendo en
su mirada marrón oscuro fue suficiente para arrastrar un poco de
humanidad de mi alma fría.
Viéndola ser saboreada —no lo negaría— me jodió. Era mi
juguete. Mía para atormentar.
Estaba enojado con mi padre por permitir que toda la hermandad
la utilizara. Ellos no eran merecedores de beber de la miseria de
alguien. Ese derecho era sólo y exclusivamente de un maldito Hawk.
Excluyendo al idiota de mi hermano menor.
Él no se merecía una mierda.
Rechinando los dientes, puse mi palma contra su esternón,
presionando su rompible pecho. El corazón le latía como un tambor de
guerra bajo mis dedos.
Sus labios se separaron pero no peleó mientras la empuje hacia
atrás.
No dije una palabra —controlándola por pura rabia y voluntad.
Sus músculos y abdominales definidos se apretaron mientras
luchaba contra la presión, luego cedieron y se extendió de espaldas
sobre la mesa. Un pequeño sonido de dolor salió de sus labios,
capturando su peso sobre sus codos.
Se negó a acostarse.
Lo haría.
Mi polla se lastimaba a sí misma, golpeando mi cinturón una y
otra vez. Sólo yo sabía cuánto ella quería ser probada. Sólo yo sabía
cómo sonaba cuando lo quería tan jodidamente mal. Y sólo yo sabía el
grado de tensión en el que se encontraba.
Esa opresión me pertenecía.
Dudaba que encajara. Dudaba en conseguir la mitad de mi polla
dentro de ella, pero hasta que no hubiera tenido el placer de tratar, a
nadie más se le permitía estar a su lado. Tenía el pergamino dándome
poder sobre todo el mundo sobre el tema, incluyendo mi padre.
Tragué saliva. La ira de ver a mi hermano meter la puta lengua en
su interior me hirvió. Me tambaleaba en un borde peligroso.
Retrocede.
No podía.
Quería lo que quería y me gustaría tener lo que me deben.
—Finalmente entiendes —le susurré. Mi voz era más gruesa, más
profunda, invadida por la lujuria oscura que había sido creada después
de sus jodidas exhibiciones esta mañana. Ella me había hecho esto. Era
su maldición arreglarme. No podía mirarla sin sentir su empuje contra
mi dedo. No podía ver más allá del desafío. La fuerza en su delgada
figura. Estaba aprendiendo.
Yo estaba aprendiendo.
Aprendíamos cómo jugar juntos este juego.
Se estremeció cuando bajé mi mano por su parte frontal,
moviéndola más y más. Mi polla dolía por la tentación húmeda
perteneciéndome. Era responsable de ella.
Había pasado por mucho. Obedecido a pesar de luchar. Se había
mantenido entera, pero ahora se hallaba precariamente cerca de
perderlo. No era tan cruel para ignorar el deseo en sus ojos. La locura
en el límite de necesitar un compartir. ¿Combinado con la prueba de
finalmente ver que éramos los buenos? Bueno, se lo debía.
Sólo un poco.
Era mi trabajo llevarla al borde, colgarla por un tiempo pero luego
atraerla de nuevo a la seguridad. Mi propósito era poner freno a todo lo
que ella era, por lo cual haría cualquier cosa que yo pidiera.
Mirándola a los ojos, le dije—: Eres mía. No soy tu amo, o dueño o
jefe. Soy el hombre que controla toda tu existencia hasta que pagues las
deudas de tu familia. No respiras a menos que yo lo permita. No te
mueves a menos que yo lo solicite. Vives una vida sencilla ahora. Con
una sola palabra que necesitas recordar… sí.
Mi toque fue desde su vientre hasta sus caderas.
Se puso rígida como una tabla. Su mirada dejó la mía, fijándola
en el techo adornado.
—Mírame —Mi voz se volvió áspera, ruda bajo su costumbre
refinada—. ¿Lo has asumido ya? ¿Que puedo hacerte lo que yo quiera?
No respondió —justo como si hubiera dicho no. Silencio. Dichoso,
bendecido silencio. No podía amonestar o discutir. Era flexible.
Maravillosamente flexible.
Se merece una recompensa.
Traté de contenerme.
No quería una audiencia.
Pero a la mierda.
Empujándola más alto sobre la mesa, quité de un golpe la
posición sobre los codos, chocando su columna sobre la madera. Gritó,
luego contuvo el aliento.
Agarré sus piernas, forzándola a abrirlas.
Su carne rosada me invitó, reluciente, no de las lenguas de otros
hombres si no de excitación. Excitación por mí. Excitación que tenía la
intención de aprovechar.
Cogiendo una copa intacta de agua de un hermano Diamante, tiré
el líquido por todo el coño de Nila.
Ella gritó; tratando de cerrar sus piernas. Pero no la dejé moverse.
El agua corría por su pelo oscuro, agrupándose debajo de ella. No
era suficiente, pero lavó al menos la saliva de los hombres.
Sólo quería saborearla.
Conectando mis manos debajo de sus caderas, la sostuve con
fuerza.
—No. No lo…
Jodidamente tarde.
Con una sonrisa fugaz, capturé su coño hinchado en mi boca.
Al momento en que mi lengua salió disparada, presionando firme
y duro, se arqueó fuera de la mesa.
—¡Ah! —Tenía la boca amplia, su cuello esforzándose mientras
cada músculo se disparaba en un claro relieve. Su pelo negro se
desplegó sobre la mesa, deslizándose contra sus hombros mientras se
retorcía sobre la madera.
Chasqueando los dedos, miré a mis dos hermanos Diamante.
Saltaron a la atención, agarrando sus muñecas y sujetándola.
Ella se retorció. Luchó. Pero mis dedos fueron sólo un poco más
duros en su culo, manteniéndola ajustada, amplia y abierta.
Mi puto hermano no tenía derecho a follarla con su lengua.
Pero yo sí.
No había planeado darle tal recompensa, pero… no era sólo
hacerla acabar.
El poder. La sumisión. Su sabor. Su maldito jodido sabor.
Mostré demasiado. Solté mi restricción apretada y bebí.
Gimió cuando me moví a un lado, sosteniendo su hueso de la
cadera con fuerza sobre la mesa. Entonces gimió. Mi lengua se convirtió
en mi arma preferida mientras lamía. Sin titubear. Sin bromear.
Estaba allí por una meta.
Su meta.
Mis ojos rodaron cuando hundí mi lengua dentro de su caliente
calor apretado.
Jódeme.
—¡Dios! —Sus caderas trataron de huir de mi invasión. Su boca
se abrió ancha; su caja torácica visible mientras sus pulmones se
esforzaban por respirar.
Puse un ritmo que nadie sería capaz de ignorar.
La follé. No había otra palabra para cómo conduje mi lengua
dentro y fuera, rápido y posesivo. Los músculos de su vientre se
apretaron. Ella jadeaba, gemía, entonces gritó.
Renunció a la lucha, entregándose.
Un espasmo previo a correrme humedeció mis jeans mientras sus
caderas se disparaban hacia arriba, su clítoris rozando contra mi nariz.
Su cuerpo se retorció, tratando de liberar sus manos, pero los
hermanos no la dejarían ir.
Se volvió salvaje. Buscando. Exigiendo. La misma criatura sexual
de los establos.
No podía respirar sin arrastrar su olor en mis pulmones. No podía
tragar sin beber de ella. Y no podía jodidamente pensar sin querer
arrancar mis jeans y sumergirme profundamente en su interior.
Mi lengua trabajó más rápido, la punta de mis dientes adornando
los labios de su coño mientras conducía más profundo lo que había
pasado antes.
La comí. Me la folle. La poseí.
Su apretado coño apretó mi lengua, pidiendo más.
Te voy a dar más.
Le había dado demasiado.
Joder.
Sus piernas repentinamente excavaron alrededor de mis oídos,
acomodándose a sí misma en mi cara.
Gimió con fuerza; un aliento mendigó en sus labios. No podía
detenerme.
Mi lengua se condujo con más fuerza; mi cabeza se balanceaba
más rápido.
Se deshizo.
Entró en combustión.
Gritó cuando se vino en mi lengua.
16
Nila
Traducido por florbarbero & Mire
Corregido por Miry GPE

DIOS MÍO.
Dios mío.
No sucedió. No puede ser. Él no lo hizo. No pudo haberlo hecho.
¿Qué diablos acabo de hacer?
Jethro se irguió, respirando con dificultad. Sus ojos se
estrecharon; su boca se encontraba empapada y roja.
Mis mejillas ardían, mi corazón palpitaba como si hubiera corrido
diez kilómetros.
¿Qué fue eso?
¿Qué truco hizo para quitarme todo rastro de conciencia, de
decoro y de odio? ¿Cómo pude retorcerme de esa manera? ¿Sonar de
esa manera? ¿Correrme de esa manera?
Me corrí.
Él me hizo correr.
Mi captor me lanzó libre por un dichoso segundo, concediéndome
algo que nadie más me dio. Las chispas, las oleadas y mi mente
girando. Quería más. Lo quería ahora.
Jethro se limpió la boca, tratando infructuosamente de ocultar la
lujuria brillando en sus ojos. Sólo dio, no tomó nada. Hizo lo que dijo.
Alejaré todo.
La única cosa en la que podría centrarme era en él. La habitación
de los hombres no importaba. Sus lenguas, toques y agradables
susurros de agradecimientos se fueron. Fueron reducidos a cenizas
gracias a la explosión que él me produjo. Ya no me encontraba a merced
de la habitación. Poseía la habitación.
Entonces todo regresó.
Mi primer orgasmo me lo dio un hombre cuyo padre mató a mi
madre.
Mi privacidad fue completamente despojada por el hombre que
me robó a mi familia.
Me hizo dormir con los perros.
Jugó con mi cabeza.
No le importó una mierda.
¿Por qué era tan inteligente? ¿Tan perfectamente diseñado para
este juego?
Luché para sentarme. Los dos hombres que sostenían mis
muñecas me dejaron ir, y me senté, envolviendo los brazos alrededor de
mi torso.
El estallido caliente que hizo que todo alrededor pareciera tan
intrascendente, se desvanecía con cada rápido latido de mi corazón. Era
como estar en el ojo de la tormenta. Jethro me concedió silencio.
Compartió su silencio y calmó mi mente de todo lo que sentía.
Pero ahora la tormenta cobró fuerza, aullando, retorciéndose,
succionándome de regreso al túnel de los horrores.
Ojos.
Había muchos ojos sobre mí. En cuadros y reales. Hombres que
me vieron desnuda. Hombres que lamieron cada centímetro de mí.
Hombres a los que no les importaba si vivía o moría.
Deja que te controle.
Deja que tu cuerpo gobierne tu mente.
Déjate caer.
La pena me inundó. No podía quedarme allí por más tiempo. No
podía sentarme allí sintiendo escalofríos residuales en mi núcle o. No
podía fingir que todo era aceptable.
Jethro sonrió, su respiración calmándose mientras arrastraba sus
grandes manos por el pelo. Mi corazón se rompió en pedazos. ¿Cómo
podía darme algo tan increíble cuando me odiaba? Sus estados de
ánimo cambiantes, y su cara ilegible me confundían. Peor aún, me
molestaban.
Repulsión visceral y horror me atravesaron como una tormenta
creciendo con fuerza. Mis pulmones se quedaron sin aire mientras
volaba hacia la oscura pared.
La prisionera complaciente desapareció bajo un tsunami de ira.
Esto no estaba bien. Nada de esto estaba bien. ¡Esto no está bien!
Formando puños con mis manos, me deslicé fuera de la mesa.
Manteniéndome alejada de Jethro, le mostré mis dientes; el primer
hombre que me elevó a un pico que nunca alcancé antes.
Él.
No tenía derecho a hacerme correr. Darme un regalo no por
bondad, sino por control. Probó una valiosa lección. Podía hacer que
hiciera lo que él quisiera, y yo no podía hacer nada al respecto.
Su ceja se arqueó; y su barbilla se inclinó con arrogancia. No dijo
una palabra, moviéndose para recostarse contra la puerta, con sus
manos metidas en los bolsillos. No demostraba nada. Nada insinuaba
cómo se sentía al ver a otros hombres usándome. No tenía la menor
idea de lo que pensaba cuando me hizo correr.
Yo era su pago por esta deuda ridícula y horrible. Pero a él no
parecía importarle.
Y eso me rompía el corazón.
No le importaba nada de lo que me pasara. Todo lo que esperaba
—mi plan secreto para hacer que mi compañía fuera importante para él
o al menos la tolerara— se convirtió en polvo. No podía complacerlo. No
podía apelar a su compasión.
Él no tenía ninguna.
Con los ojos llenos de lágrimas, lo fulminé con la mirada. De pie,
abracé mi desnudez. Me estremecí. Temblaba por la indecencia.
Odiaba lo que llevaba puesto. No cubría nada ante ellos. No
quería tener nada que ver con ellos. Quería rechazar su comida, escupir
su agua y quemar sus ropas. No es que me hubiesen ofrecido alguna.
Con las manos firmes, saqué de mi cabeza la gorra de criada
francesa. La tiré sobre la mesa. La madera la hizo deslizarse todo el
camino hasta el centro, donde descansaba como una mancha, un
pecado —una cosa simple e inofensiva gritando injusticia.
Los hombres no se movieron.
Tomando los lazos alrededor de mi cuello, me saqué el odiado
delantal por encima de mi cabeza e hice una bola con él. De pie,
orgullosa, desnuda —mostrando mis moretones por el vértigo y lamidas
de las lenguas de los bastardos— hablé—: Mírense. Mírense cuán
masculinos y poderosos son. —Señalando con el dedo alrededor de la
mesa, gruñí—: Miren cuán aterradores, dominantes y fuertes son.
Miren cuán orgullosos deben estar. Han demostrado que son
invencibles aprovechándose de una mujer a la que trajeron aquí en
contra de su voluntad. Utilizaron a una chica que se ve obligada a vivir
sus peores pesadillas para proteger a los que ama.
Señalándome el pecho, susurré—: Esperen... me equivoqué.
Ustedes no son los fuertes. Yo lo soy. Son débiles y repugnantes.
Haciendo lo que hicieron, me dieron más poder del que alguna vez
probé antes. Me dieron una nueva habilidad; la habilidad de ignorarlos,
porque no son nada. Nada. ¡Nada!
»¡Y tú! —Levanté mi brazo, con la mirada fija en Jethro. El
hombre que tenía mi vida en la palma de su mano. Él no era nada. Tan
hijo de puta como sus hermanos.
Jethro se enderezó, y una sombra oscureció su rostro. Sus manos
salieron de los bolsillos y las cruzó frente a su gran pecho.
—Tú... —Hervía por la ira—. Crees que eres el más malo aquí.
Crees que me acobardaré. Crees que te obedeceré. —Pasando ambas
manos por mi pelo, le grité—: Nunca me acobardaré. Nunca te
obedeceré. No me romperás, porque no me puedes tocar.
Extendiendo mis brazos, presenté mi cuerpo desnudo como un
regalo, el regalo que él insinuó querer, pero no tomó. —Nunca voy a ser
tuya a pesar de que eres el dueño de mi vida. Nunca me inclinaré ante
ti porque mis rodillas no reconocen tu poder. Así que hazme las peores
cosas. Hiéreme. Viólame. Mátame. Pero nunca jamás me tendrás.
Respirando con dificultad, esperé.
La habitación permaneció en silencio. Pero ahora se oía el sonido
del cuero de los asientos debido a que los hombres se movieron. El
ambiente fue del silencio conmocionado a la anticipación.
Mi corazón sobrecargado se aceleró, mi visión se hizo brumosa,
un poco borrosa. Por favor, ahora no.
Reafirmé mis piernas sobre la suave alfombra bajo los dedos de
mis pies, cerré mis rodillas intentando contrarrestar la oleada de
vértigo.
El señor Hawk fue el primero en moverse. Apoyó sus codos sobre
la mesa, y enlazó sus dedos. —Me equivoqué. No eres como tu madre.
Ella tenía cerebro. Era inteligente. —Su voz dejó el tono gentil de un
hombre caballeroso, volviéndose un tanto violenta—. Tú, en cambio,
eres irracional y estúpida. No ves que somos tu familia ahora. En el
momento que dormiste bajo mi techo te convertiste en una Hawk por
adquisición.
Me reí. —Todavía soy una Weaver entonces porque nunca dormí
bajo tu techo. —Saqué mis garras afiladas. Nunca fui una luchadora,
pero algo me llamaba. Algo tóxico y letal.
Se inclinó hacia delante, la ira grabada en su rostro. —
Aprenderás tu lugar. Recuerda mis palabras.
Quería pelear. Escuché sus malditas lecciones de historia, ya era
hora que escucharan a la mía. —Puede que no tenga registros tan
perfectamente conservados como los suyos, pero sí sé que mi familia es
inocente. Lo que pasó en ese entonces era entre ellos, no nosotros.
Quedó en el pasado. Mi familia creó una empresa de confección de ropa.
No solo vestíamos a la corte real, sino también donábamos a los pobres.
Estoy orgullosa de donde vengo y para su…
—¡Jet! —El señor Hawk apretó el puente de su nariz—. Cállala.
Jethro inmediatamente colocó una mano sobre mi boca.
Me quedé helada. Sabía que fui quién provocó el castigo que me
darían. No podía culpar a nadie, pero no lamentaría lo que dije. Creía
que era una buena persona. Como mi hermano, padre, madre y sus
antepasados.
—Justo tenías que presionar —siseó Jethro—. Te haré sangrar
por esto.
Mi corazón pataleó pero me obligué a recordar un hecho
importante.
Ellos no podían lastimarme demasiado.
Habría dolor. Habría agonía. Pero querían mantenerme con vida.
Tenía deudas que pagar antes de que me quitaran la vida.
Sin apartar sus ojos de los míos, el señor Hawk, ordenó—: Jethro.
Enséñale a esta mujer que a pesar de que los Hawks somos una familia
que perdona, hay momentos en que se requiere rigor en lugar de
permitir que ocurran pequeños berrinches como este. —Sus ojos
pasaron de mí a su hijo—. Llévatela. Lidia con ella. No quiero volver a
verla hasta que haya olvidado esa justicia errónea que parece pensar se
le debe.
Jethro asintió, empujando nuestros cuerpos. Sus dedos se
despegaron de mi boca y agarró mi muñeca. Cada parte de mí se redujo
bajo su cuerpo autoritario, su temperamento palpitante y ojos dorados,
pero me obligué a permanecer erguida.
Gruñí—: Hagas lo que hagas no me importa. Lo que ocurrió antes
nunca volverá a suceder. —Nunca dejaría que mi cuerpo gobernara mi
mente, no importaba lo que hiciera—. Es posible que puedas hacerme
daño, pero sabrás lo patético que es que un hombre lastime a una
mujer. Eso no es poder. ¡Es una debilidad!
Gruñó por lo bajo—: Jodido Cristo. —Su temperamento se
incrementó hasta que la enorme sala vibró.
Otra oleada de vértigo me atravesó. Pero me las arreglé para
controlarla, luchando a través de la oleada de bruma inestable,
manteniéndome en mis pies. Lo logré.
Luché contra el desequilibrio, permitiéndome desbloquear las
variadas facetas que realmente poseía. Me puse de pie, orgullosa y
desnuda, vestida sólo con saliva seca y contusiones.
Jethro me acercó más, frunciendo el ceño. Tragó su ira, sin
demostrar nada, ni molestia ni asombro, era tan opaco y violento como
un iceberg negro.
—Vamos, señorita Weaver. —De repente me soltó, dirigiéndose
hacia las puertas dobles detrás de mí. Se abrieron como si el personal
esperara al otro lado para hacerlo.
Cuando no me moví, espetó—: Ahora.
Mis brazos querían rodear mi cuerpo. Quería esconderme de su
intensa mirada, pero luché contra cada instinto, cada impulso y
elegantemente caminé. Salí de la habitación, con tanta modestia y
orgullo como era posible. Sin mirar atrás.
En el momento en que las puertas se cerraron detrás de nosotros,
Jethro me agarró del codo, moviéndose hacia adelante como si las
llamas del infierno ansiaran su alma. Pasé de caminar a correr para
mantenerme al paso con su ritmo.
Mi visión perdió su claridad por un momento, debilitándose
cuando otro episodio de vértigo trató de desequilibrarme, pero Jethro no
lo permitió. No me dio tiempo para preocuparme mientras me
arrastraba por un pasillo tan amplio que podría haber sido un salón
principal. No me dejó inspeccionar las incontables armas: espadas,
bayonetas, ballestas y cuchillos, o de visualizar al personal sorprendido.
Respiré con fuerza cuando finalmente atravesamos una de las
muchas puertas exteriores, recibiéndonos un pasillo rojo bajo sol
brillante de principios de otoño.
Jethro siguió caminando, sin dejarme recuperar el aliento.
Me bajó a rastras por los cuatro grandes escalones, me estremecí
al sentir la grava bajo las plantas de los pies. Pero no le importó. Ni
siquiera se dio cuenta.
Nuestros pies golpeaban piedras mientras nos dirigía hacia la
línea de árboles a varios metros de la casa. Nunca antes vi este lado de
la propiedad. Los jardines eran tan enormes e impresionantes como e l
resto de la propiedad y también peligrosos.
Esta era mi jaula. Las hojas, las espinas y los zarzales.
Y estoy desnuda.
En el momento en que la grava fue reemplazada por suave hierba
bajo mis pies, Jethro me alejó. Habría caído si no fuera tan maleable y
hubiese renunciado a luchar contra su ímpetu. Tropecé hacia adelante,
con los brazos volando hacia afuera, como si pudiera repentinamente
dejar el mundo atrás y volar. Volar lejos. Volar libre.
Cuando me detuve, me giró para mirarlo de frente.
Jethro se encontraba justo detrás de mí. Agarró mi pelo y tiró de
él, torciéndome el cuello.
Gemí mientras levantaba mi cabeza, más y más alto. Mis ojos se
arrastraron por encima de su cinturón de cocodrilo, por su camisa gris
y se fijaron en un par de ojos feroces.
—Dime. ¿Qué esperabas lograr allí?
No me dio la oportunidad de responder, tirando de mi pelo
dolorosamente. —Honestamente, ¿piensas antes de abrir la boca? Si te
hubieras quedado allí y permanecido en silencio, todo estaría
terminado. Te ganaste un baño caliente de vapor. Una criada te
prepararía lo que quisieras comer. —Me sacudió—. ¿Qué parte de un
regalo por un buen comportamiento no entendiste?
—No quiero tu caridad —espeté.
Gimió. —No es caridad si te lo ganaste. —Bajando la cabeza,
presionó su nariz contra la mía.
Me quedé inmóvil, respirando con dificultad.
—Te lo ganaste hoy. Me satisficiste dejando que esos hombres te
probaran. Me sorprendiste en un buen sentido. —La suavidad de su voz
desapareció bajo un torrente de rabia—. Pero luego lo jodiste todo por
ser como eres. Y ahora... —Se calló, ideas brillando tras sus ojos.
Cuando me soltó, me alejé de él, agarrando mi pelo y rápidamente
armando una trenza floja por mi espalda. Odiaba su espesor y longitud.
Parecía invitar a Jethro a usarlo de todas las formas que quisiera. Mi
cuero cabelludo nunca estuvo tan magullado.
El collar de diamantes formó pequeños arcoíris luminosos por la
refringencia de la luz solar. Me hubiese reído si no me encontrara tan
tensa. Me hallaba desnuda, pero llevaba un arco iris; nunca pensé en
combinar la magia con la moda.
Ideas para una nueva línea de diseño surgieron rápidamente.
Ansiaba un lápiz para dibujar antes de que desaparecieran.
Jethro se colocó ambas manos en las caderas, mirándome en
silencio.
No me moví. No dije una palabra. La frágil tregua entre nosotros
se debilitaba. Podría terminar con un terrible dolor o desvanecerse
como una pluma en una brisa.
—Veo que las amenazas no funcionan contigo. Pero tal vez lo
haría una negociación.
A mi pesar, la curiosidad y la esperanza llenaron mi corazón. —
¿Una negociación?
—Una sola oferta. Tú ganas, eres libre. Yo gano, te olvidas de tu
antigua vida y cedes. Dices que nunca te poseeré. Si yo gano… de
buena gana me darás ese derecho. —Sus labios se alzaron en una fría
sonrisa—. Firmas no solo el acuerdo de la deuda, sino otro más… uno
que me hace tu dueño hasta que tu último aliento sea dado. Lo haces, y
te daré esto.
—¿Darme qué? —le pregunté sin aliento.
—Una oportunidad de libertad.
Mis ojos se ampliaron.
¿Qué?
Ladeando su cabeza hacia el bosque detrás de mí, murmuró—:
Querías ser libre, entonces ve. Corre. Ve a buscar tu libertad.
Me giré en el lugar, mirando por encima de mi hombro. El sol
hacía que las sombras de las hojas motearan el suelo, luciendo como
un valle de hadas, pero luego se hacía más oscuro, más denso y
aterrador.
El collar de diamantes reposaba pesado y ruinosamente ominoso
en mi garganta. Mi columna dolía por el poco tiempo que fui obligada a
usarlo; la frialdad aún no se adaptaba a mi piel. ¿Cómo podría correr
con tal impedimento?
¿Cómo no puedes?
Era la oportunidad que esperaba. La oportunidad que no pensé
que conseguiría.
Apretando mis ojos, dejé que el ultimátum de Jethro —su
negociación— se filtrara en mi cerebro. Si corría, podría lograrlo. Si
corría, podría conseguir lo que quería. Pero si perdía...
Girando para mirarlo de nuevo, la dorada luz del sol le emitió una
silueta fantasmal, desdibujando su contorno, creando algo más que un
hombre. Parecía como si tuviera un pie en este mundo y otro en el
infierno. Un ángel caído que seguía ardiendo en fuego —y sin embargo,
no era la pureza con la que ardía, sino con odio.
Jethro levantó una ceja. —¿Qué va a pasar?
—No sé lo que ofreces.
—Sí lo sabes.
Lo hacía. Lo hago.
Tomando un pequeño paso hacia mí, me dijo—: ¿Quieres romper
el contrato? ¿Quieres mantener a tu hermano y padre a salvo? Bien. Te
doy una oferta por única vez. Corre. Si llegas hasta los límites, eres
libre. Tu familia nunca será cazada por los Hawks de nuevo. Lo haces, y
todo esto termina. Cada última deuda y gramo de historia… desaparece.
—Su voz golpeó a través de la luz del sol.
Una pequeña chispa de mi orgasmo de antes, onduló entre mis
piernas. —¿Y si no lo hago?
Jethro frunció el ceño. —¿Disculpa?
—Si no corro... ¿qué pasa entonces?
—¿No correrás? ¿Después de que acabo de ofrecerte lo que has
querido desde el principio?
Crucé mis muñecas sobre la unión de mis muslos, ocultando mi
coño. —No dije que quería la oportunidad de correr desnuda por diez
mil kilómetros cuadrados. Dije que quería que esto terminara.
Jethro sonrió. —Esto no se acaba hasta que se acaba. —Sus ojos
se posaron en mi cuello, brillando con la oscuridad—. Y ambos sabemos
cómo va a terminar.
Acercándose, dijo en voz baja—: No hay otra opción aquí, señorita
Weaver. No te doy la opción de correr. Te digo que corras. Tú lo querías.
Lo tienes. Una oportunidad para salvar a tu familia, así como tu propia
vida. Una oportunidad. No quieres joderla por probar mi paciencia.
Mi mente chocó con todo lo sucedido. No se podía negar la
química que volaba entre nosotros —pero Jethro no respondió. Solo le
interesaba la persecución. La cacería. El deporte.
Se puso tan cerca, cada vez que él respiraba, su pecho casi
tocaba mis pezones desnudos. No parecía importarle que me encontrara
desnuda u ofrecer ropa para esta única oportunidad que tenía de
libertad. Me haría correr sin protección a través de un bosque lleno de
zarzas, depredadores y raíces para tropezarse.
Su brazo se alzó y apreté cada músculo para evitar que se
encogieran cuando ahuecó mi mejilla. Su embriagador aroma de
maderas y cuero se apoderó de mí. Pasando la yema de su dedo pulgar
sobre mi pómulo, inclinó la cabeza. —Corre, señorita. Weaver. Corre.
Pero debes saber una cosa antes de irte.
No juegues sus juegos. No muerdas el anzuelo.
Mis labios se quedaron apretados juntos. Me puse rígida en su
agarre.
Su boca hizo cosquillas en la piel suave debajo de mi oreja. —
Mientras corras, yo cazaré. No solo tienes que llegar a los límites, tienes
que hacerlo antes de que te atrape.
El cosquilleo y la horrible promesa de esperanza se evaporaron.
Cruel. Atroz. Malo.
Voy a ser cazada.
No habría libertad. Solo habría sangre. Justo como dijo en el
comedor.
La energía dejó mis miembros. ¿A quién engañaba? No había
comido desde que fui secuestrada. Apenas tuve un sueño decente.
Existía como una adicta a la adrenalina y al miedo. Esa no era una
combinación para una carrera de larga distancia a través de matorrales
y arbustos.
Jethro se alejó, dejando caer sus manos. Sonrió. —Su ventaja
comienza ahora, señorita Weaver. Me iría si fuera usted.
¿Ahora?
Retrocedí, mi corazón rebosando con terror. —¿Cuánto… cuánto
tiempo tengo?
Jethro levantó cuidadosamente su puño de camisa, mirando
tranquilamente al negro reloj de diamante en su muñeca. —Soy un
cazador experimentado. No tengo dudas de que te encontraré. Y cuando
lo haga... lo que esos hombres te hicieron no será nada. —Ladeando su
cabeza, dijo—: Creo que cuarenta y cinco minutos es bastante
deportivo, ¿no lo crees?
Mi mente ya no se encontraba allí. Saltaba y volaba sobre las
hojas y esquivaba troncos antiguos. Corre. Ve. Corre.
—Hazlo y ya no serás mía...
La libertad se burló de mí, haciéndome creer que tenía una
oportunidad. Una escaza, apenas existente oportunidad —pero todavía
una oportunidad. Los músculos en mis piernas reaccionaron, ya a
punto de despegar. Tenía que confiar en mi cuerpo. Sabía cómo huir.
Podría hacerlo. Si lo hacía, dejaría de ser su mascota para
torturar. Pero si no lo hacía...
No preguntes. No preguntes.
—¿Y si no lo hago?
Jethro bajó su cabeza, mirándome por debajo de su frente. Sus
ojos eran firmes y oscuros, brillando con emoción de la próxima cacería.
—No lo haces y la deuda que te haré pagar te hará desear haber llegado
a los límites. —Dio un paso al resplandor del sol, sus dientes brillando
como diamantes—. Ahora... corre.
Corrí.
First Debt
—Tú dices que nunca seré tu dueño. Si
gano, voluntariamente me das ese derecho.
Firmas no sólo el contrato de la deuda,
sino otro, uno que me hace tu dueño hasta
que tomes tu último aliento. Tú haces eso,
y te daré esto.
La familia de Nila Weaver está en deuda.
Robada, tomada, y legalmente obligada no
por monstruos, sino por un acuerdo
escrito hace más de seiscientos años, no
tiene salida.
Ella pertenece a Jethro aunque lo niegue.
La paciencia de Jethro Hawk se está
acabando. Su regalo heredado lo prueba, lo desafía, y lo
sorprende, y no en buenas maneras. Él no la ha controlado pero
piensa que podría haber encontrado una manera de obligarla para
siempre.
Las deudas van en aumento. Los pagos están esperando.
Sobre la autora
Pepper Winters asume muchos roles. Algunos de ellos
incluyen; escritora, lectora, a veces esposa. A ella le encantan
las historias oscuras y tabú. Cuanto más torturado el héroe,
mejor, y constantemente piensa en maneras de romper y
arreglar sus personajes. Ah, y sexo... sus libros tienen sexo.

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