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SRS A La historia inmediata por Jean Lacouture ilnmediata, de verdad? Es decir, ;instantanea en su captacion, simultanea en su produccién, virgen de todo mediador? Imagi- narla es practicamente negarla, o reservarla a algunos casos li- mite. Hacer historia inmediata es ser Georges Jacques Danton, conducido al cadalso, hablando al pueblo de su informe a la re- volucién y diciéndole el significado de su muerte. Inmediato, si, es el curso de historia que oye entonces el nifio sentado en las rodillas de alguna mama que hace punto. Ya menos inmediata es la leccion dada por Nikita Khrushchev, leyendo el informe del mismo nombre en la tribuna del XX Congreso del Partido Comunista de la Unién Soviética. Para que hubiese inmediatez, habria sido necesario que Stalin en persona pronunciase el mismo texto y diez afios antes. Del pro- ductor de historia deberia emanar, directamente «servido al consumidor», este tipo de produccion histérica. Puede mante- nerse la hipotesis, pero todos convendran en que no cabe trivia- lizarla en extremo. Después de todo, por rapidos que puedan ser los reflejos de Clio, no estén en condiciones de suplantar del todo sus reflexiones. LOS DOMINIOS DE LA HISTORIA INMEDIATA Observemos de entrada que la imagen de la «histori ta», tal como la percibimos, no cesa~de moverse, negandose a un verdadero encuadre y a una acomodacién satisfactoria. Del periodismo un tanto riguroso, practicado por hombres inmer- sos en el acontecimiento, hasta el punto de ser al mismo tiempo participantes y reflejos del mismo, a la investigacién propia- mente historica, que estudia un periodo muy reciente y recurre a los métodos de la entrevista-encuesta; supongamos de una en- Nacide en 1921. Lcenciad en Derecho y Letras. diplomado de ts Escuela de Ciencias itias. Gran reportero Se Le Monde. Redactor ‘iplomitico en el Nowrel Observatew, Encargado de curso en ef Instituto de Estudios Politicos de Paris yen la Universidad ae Nincennes, «Fellow en la snivesidad de Harvard Creador de la colecoon {La historia inmediata en Scull, Autor de mumerosss Sora 332 La historia inmediata cuesta de «Le Monde» sobre la crisis del Sahara occidental, a tna historia de Mayo de 1968 por un buen «contemporanista» de la Universidad de Paris VIII, nos deslizamos mas aqui y mas alla de cierta linea especifica, que seria la de la historia in- mediata, cuyos componentes irreductibles son, a la vez, proxi- midad temporal de la redaccién de la obra con relacion al tema tratado, y proximidad material del autor a la crisis estudiada. Proxima, participante, a la vez rapida en la ejecucion y produ- cida por un actor o un testigo cercano al acontecimiento y a la decision analizada, ésa seria la operacion historica que quere- mos considerar aqui: tendriamos un ejemplo de esto en el «Thorez» de Philippe Robricuxe, aunque los hechos estudiados se remontan a mas de quince afios, puesto que la evolucién ¢ descrita continua en el presente y el autor estuvo estrechamente implicado en ellos, mas que una descripcién de la campaiia electoral de 1978, escrita por un observador puntilloso. Pero qué dificil es delimitar este campo! La exposicion que aqui em- prendemos vagara, pues, con frecuencia, del alegato por cierto periodismo a la defensa de cierto tipo de encuesta sociohistéri- Ea, sin que podamos establecer en ningiin momento el «cuerpo del delito». i : Si la inmediatez, en este campo, es casi inaccesible, ello se debe aque la operacion histérica es enfoque, desglose, exclusion, coleccién, y supone la intervencién de un minimo de medios técnicos de mediacion, boligrafo, papel, cola, archivadores, dossiers. No es casual que el vehiculo y el lugar privilegiado de la «his- toria inmediata» haya tomado la denominacién de mass media. Extrafia inmediatez, fundada en el recurso a los mass media. Obras escritas sobre ia marcha del acontecimiento por sus actores El momento en que esta historia en fusion, al hacerse, mds se acerca a la inmediatez temporal —el reportaje «en directo» del acontecimiento absoluto: ametrallamiento de la calle de Isly en Argel en 1962, levantamiento de una barricada sobre el bulevar Saint Michel de Paris, en mayo de 1968, donde la voz del re- portero es mas que el eco, de algtin modo el tejido conjuntivo del acto en curso de realizacién, ya que no la convocatoria de os actores (tal como lo hizo, a pesar suyo, el periodista Julien Besancon)— es también aquél en que los medios técnicos se imponen de la manera mas tiranica u obsesiva. Pero si el soni- do desaparece casualmente, si la direccién de Paris necesita de pronto un espacio de publicidad, Ja operacion de alumbramien- to historico cesa de golpe. Ademas, conviene recordar que esta formula de «historia inme- diata», un si es no es provocativa, difundida al comienzo de los afios sesenta y que ha pasado al lenguaje corriente, no tiende oben: Thane, i yard, SiS) solo a abreviar los plazos entre la vida de las sociedades y su primera tentativa de interpretaci6n, sino también a conceder la palabra a quienes han sido actores de esta historia. No aspira tan sélo a la rapidez de los reflejos. Quiere elaborarse a partir de esos archivos vivientes que son los hombres. No se trata de dar preferencia a lo oral ni de vilipendiar el documento escrito Pero {por qué, a la inversa, dar mas crédito a los apuntes de Les Cases que a la voz de Davoust, suponiendo desde luego que se le haya podido entrevistar al vencedor de Auerstaedt la noche de la despedida de Fontainebleau? La inmediatez de cierta historia que se elabora hoy —a partir de ilustres ejemplos sobre los que volveremos, aunque con me- dios especificos que atentian lo que la empresa comporta de aventurado— se funda tanto como sobre su instantaneidad (los americanos hablan de «Instant History», concepto mucho mas limitativo), sobre la relacién afectiva entre el autor y el objeto de su investigacion. En este sentido, puede verse un modelo de este tipo de historia en la «Historia de la revolucion rusa», de Leén Trotski, que, por estar escrita varios aiios después de la serie de hechos estudiados, presenta el extraordinario interés de la cosa no solo vista, sino vivida y creada, Y {qué es la historia de la guerra del Peloponeso, sino un modelo de inmediatez his- trica, emanante de un estratega que, condenado por sus fallos en la maniobra, no por eso esta menos directamente implicado en el conflico, al menos hasta la paz de Nicias? Evocar a Tucididese es recordar, a propésito de una obra que no solo fue escrita sobre la marcha del acontecimiento, sino por un responsable notorio del curso que éste tomé, que la Operacién histérica apunta ante todo a la investigacién de una linea de inteligibilidad, de una relacién entre causa y efectos, medios y fines, ruido y sentido. Nadie lo ha hecho nunca mejor que este jefe ateniense ni con un sentido tan agudo de la razon causal. A ejemplo de Tucidides, todo historiador, ya trate de la guerra de las Galias, de la formacién del tercer Estado, de la ensefianza primaria en el Franco Condado entre las dos gue- rras, de la primera explosion atomica o de la juventud de Va- léry Giscard d’Estaing, se afirmara ante todo por la seguridad de las relaciones logicas y resortes que vaya descubriendo, ha- ciéndolos inteligibles entre los distintos logros de su encuesta. {Qué otra cosa hace el «inmediatista» (;cuando se forjara un neologismo, sino a proposito de una neodisciplina?) sino esta cuadruple operacion de localizacién, clasificacion, montaje y racionalizacion, que, a partir de un dato cultural, el suyo, que determina Jo mismo la orientacion de su investigacion que el eje de su interpretacion, le hace realizar su obra en una duracion especialmente breve? (En lo cual el tiempo en que opera un his- INM «Et ateiense Tuciides $.86355°C) tue Gadenado ai exo por no fiber pocido imped que Srespartano Brataas se Sookine Anat Skopdo tenis sau cargo la ‘vigilancia de la costa it 334 La historia inmediata toriador como el de Montailloue define su trabajo tanto como el lugar en que se sitiia). La historia y el periodismo se mezcian sin confundirse No se trata aqui de confundir historia y periodismo, para ma- yor gloria de éste y vergiienza de aquélla. Al calificar al perio- dista como «historiador del instante», Albert Camus, que fue un gran periodista al que todo historiador de los comienzos de la IV Republica debe referirse, no ilumind mas que una cara de la cuestion. La referencia al tiempo no es vana. Pero lo que constituye el punto flaco del periodista no es tanto la precipita cién de su investigacién como la parquedad de sus fuentes y la escasez de las verificaciones a las que puede proceder. Periodis- ta no es tanto uno que trabaja deprisa como uno que maneja pocos hechos, observaciones y casos. La diferencia es menos cualitativa que cuantitativa. Y es en este punto donde el desa- srollo de las técnicas, el recurso al ordenador, que multiplica rapidisimamente los elementos analiticos del periodista, puede cambiar la naturaleza misma de su trabajo, como veremos. Tratandose de las relaciones las mas de las veces conflictivas entre historia y periodismo, no podemos por menos de advertir que ambas disciplinas tienden a converger, desde los tiempos en que reinaban, de una parte, la religion de la larga duracion y la fobia del «acontecer», y de otra, el culto de lo sensacional cues- te lo que cueste, impuesto por «Paris-Soir». En el curso del tlti- mo decenio, hemos visto realizarse en historia lo que Pierre Nora llamo «el retorno del acontecimiento», al paso que el pe- riodismo, bajo la influencia de una publicacién como «Le Monde», tendia no sin fanfarroneria a situarse en el plano de la investigacién universitaria. Lo cual propende a asegurar, mas que encuentros, una convergencia entre los historiadores y la prensa, a la espera de que lo sea entre el periodismo y el rigor historico. Si en tiempos pasados no era raro ver periodistas convertidos en improvisados historiadores —y en el caso de Jacques Kayser, triunfar—, probablemente nunca se habia lle- gado a ver a historiadores dignos de este nombre, como Fran- Gois Furet y Jacques Julliard, profesar el periodismo con una tan constante y fervorosa atencion. Una antigua tradicin Que la historia es la ciencia del pasado, que no tiene su razon de ser, su titulo de nobleza ni su justificacién mas que en Ia la boriosa extraccién de sus recursos fuera de la montaiia de los archivos es un dogma de fecha muy reciente. Es apenas el alba del reinado positivista, a finales del Segundo Imperio, cuando la Universidad, inspirada por Victor Duruye, formula su prin- (© E. Le Roy Ladurie: Noniaiiou aldea occtena de 1294 a 1342 (Madnd, Tauras, 1981), «£1 historiador V. Du Gist1-1898) foe ministro de Educacion Piblies de 1863 4188, bajo Napoteba & quien habia citado en Taveatigaciones para La Vie de Conor cipio: la historia sdlo puede dedicarse a lo abolido, a lo pasado. Sia un estudiante se le ocurria elegir como tema de estudio «Victor Hugo en Guernesey» 0 «La administracion de Prusia bajo Bismarck», se le remitia a los Juegos Florales en tiempo de la Pléyade o a Wallenstein. jHabia que reaccionar dogmaticamente contra el ejemplo de luna investigacion centrada en lo vivo, dado por el autor de «La historia del consulado y del Imperio»? En su prologo, Adolphe Thiers habia no obstante sugerido que el momento en cierto modo ideal para escribir la historia es quizis aquél en que los protagonistas, separados de la accién y libres de las pasiones que los animaron, conservan el recuerdo de los acontecimientos durante los cuales ejercieron su influencia. Cabe ciertamente impugnar el uso que de este principio de la investigacion hizo Thiers. Pero la sugerencia es seductora. : En su distancia del pasado y en su relacién con los materiales que selecciona, parece que la operacién histérica ha vivido va- ios periodos ‘contradictorios. {Se consideraban historiadores César y Commynes? En todo caso, las obras que nos dejaron estaban abiertamente ancladas en el presente, un presente vivi- do por ellos, no sdlo como testigos, sino como actores y a veces como protagonistas. INM La historia condena el estudio del presente Nada viene radicalmente a poner en entredicho este tipo de re- laciones como el «pasado» hasta la mitad del siglo XIX, en que el doble advenimiento del romanticismo como moda y del posi- tivismo como ciencia remite sibitamente al operador historico a los Burgraves y a la epigrafiae. Pero la historiografia de la época de Lavisse sigue aficionada a los acontecimientos. Tras haber sido intento de poner en claro la complejidad viviente y fugitiva, en sus meandros palpitantes, ia operacin histérica se convierte en coleccién de instantes privilegiados, con tal que sean antiguos. Cantad a los héroes, pero en latin.. Fue a principios del siglo xx cuando, tras haber condenado al presente, la historiografia condena al acontecimiento. Con pa- drinos como Marx y Lucien Febvre, los historiadores s6lo se aplicardn a los periodos largos y a las evoluciones globales. Ya no quedara por proscribir-sino el estudio de las culturas hir- vientes de actividades colectivas, dando la preferencia a las «so- ciedades frias», tan caras a Claude Lévi-Strauss, para inmovili- zar la historia en un in vitro definitivo. Hubo ciertamente un tiempo —el de la creacién, la consolida- cién y después la socializacién del Estado-Nacion— en que la historia debia retroceder, una vez se habia convertido en lo que pudo Ilamarse la «interiorizacion de la conciencia nacional». Entonces debia operarse cuidadosamente, lentamente, la selec- “© Ciencia auniiar de ta Mistoria, que et inseripeiones sobre materia duraderas, como Ta piedra o el metal 336 ~—_ La historia inmediata cién entre los buenos y los malos: {Fredegunda o Juana de Arco? {Concini 0 Mazarino? ¢Sieyés 0 Marat?, cuyo ejemplo deberia ser propuesto, para incitarlos o disuadirlos, a los esco- lares franceses. Tal vez no convenga decir que estas preocupa- ciones no son ya en absoluto fruta del tiempo, pues la historia esta desapareciendo de una ensefianza que a lo que parece no ha encontrado en sus alforjas suficientes «héroes positivos» (sta habia perdido en ruta a Danton, pero ziba a recuperar tal ‘vez a Cauchon?) para hacer de los jovenes ciudadanos franceses los serenos engranajes de la sociedad productivista. Mientras esperamos los procesos de canonizacién, tal vez no sea indigno del historiador indagar lo que perdura, en 1978, del movimien- to utdpico y melenudo desencadenado diez afios antes, el mes de mayo. O analizar por qué el intenso desarrollo de los trans- portes —autopistas, turbotrén, lineas aéreas interiores— va ~ acompaiiado en Francia del crecimiento de los autonomismos 0 es su causa 0 no se opone a ellos. Bien se ve que aqui asoma la sociologia, la ciencia politica, el periodismo. Pero se toma ain el historiador la molestia de exorcizar a estos tres monstruos? Aunque tuviésemos que cir- cunscribir el territorio del historiador mas cicateramente que Paul Veynee en su leccién inaugural en el Colegio de Francia y considerar su proceso mas especifico, podemos también ima- ginarlo sin fronteras 0 en estado de unién aduanera con sus no- bles vecinas, como la etnologia, la lingiiistica, o la geografia humana, sospechosas como la sociologia o la ciencia politica, y una pizca chulesca como el periodismo. A esta mezcla de géneros le encontrara precedentes ilustres, lec- ciones tranquilizadoras. Hemos citado ya a Tucidides. gCémo no volver a él, por muy lineal y del acontecer que sea? Evoca- mos a Ibn Jaldune, el de la «Autobiografia», mas globalista y sociolégico. He aqui unos modelos sorprendentes de inmediatez historica, tanto por el lazo que los une a las decisiones tomadas y a sus consecuencias como por su preocupacién en darles una relacion, una traduccion y una interpretacion proximas. Desde luego, no retendremos como propiamente histéricos, ni siquiera «inmediatos», ni los «Comentarios» de César, ni las «Memorias de guerra» del general De Gaullee; los primeros, porque se manifiestan con sobrada sencillez como un informe justificativo, los segundos, porque el desarrollo concomitante de la investigacion historica «inmediata» invalida precisamen- te muchos de sus datos. {Como tener como historico este dia- rio de alto bordo, cuando surgen por doquier, sobre la historia de las relaciones entre los Aliados, sobre la de la Resistencia francesa 0 sobre el nacimiento de los nacionalismos en Asia y © Paul Veyne: L'tnvenaire thes ferences (P. Sel 1976). (© bn Jaldan (Tine, Ts32°E1 Cairo, 1406) os el mis conacida'de lor historiadores rater. ‘© Charles de Gaulle Memoires de guerre. 4 vols (P.Plon), Africa, trabajos que situan mas bien este mondlogo majestuoso en el rango de las bellas crénicas de caballeria? INM La crénica de guerra, modelo de histcria inmediata. Charles de Gaulle memorialista es a la vez afectado y reempla- zable, o esta en periodo de comprobacién, en un tiempo en que esta operacién es facil. Sus predecesores en el ejercicio de la crénica de guerra, Joinville o Villehardouin, son por su parte irreemplazables. Testigos y actores, combatientes y negociado- res, dolientes 0 gloriosos, intimos del Principe y en contacto con sus enemigos, practican apasionadamente una historia en presente cuya subjetividad no altera su riqueza. {Qué historiador «serio» iria mas lejos en la evocacién de los progresos del espiritu critico en el tiempo y en los medios alle- gados al mas cristiano de los reyes, que Joinvillee narrando su captura por los sarrazenos en el Nilo? Citando a uno de sus lu- gartenientes, que le incitaba a él y a sus compafieros a dejarse mas bien degollar por los infieles, «porque asi iremos todos al cielo», este buen hombre de accion anota sencillamente: «No se lo creimos.» Para un confidente de Luis IX, esto dice mucho. {Se hubiera atrevido Michelet a semejante observacién cinco si- glos mas tarde? El haber pasado de golpe de la familiaridad del Temerario a la de Luis XI y luego de los cargos mas altos al cautiverio de Plessis-lez-Tours, no le impide a Philippe de Commynese practicar inmediatamente, con una lucidez impre- sionante, la operacién histérica. Cabe impugnar su relato y su interpretacién del caso de Peronne. Lo mismo que los de Mi- chelet o que el «Thermidor» de Mathiez. Y por estar infinita- mente mas distanciada con relacion a las decisiones politicas, ya que no a los acontecimientos, la crénica de Froissarte ali- menta también la defensa de lo «inmediatista», aunque tenga que recusar a Fenelén quien afirma que el historiador mas va- lioso no es tanto el que alinea fechas y hechos como el que evo- ca con arte y colorido las peculiaridades del tiempo y las carac- teristicas de sus héroes. Entre tantos precedentes o modelos, sin embargo, uno estaria tentado de proponer a los defensores de este tipo de historia la de Lissagaraye. Por la proximidad en que esta del aconteci- miento como por el papel activamente «medio» que asume, lo que le impide hablar pro domo sua como la mayoria de los ac- tores-historiadores; por la diligencia que pone en reunir recuer- dos, testimonios y documentos como por la preocupacién que tuvo de no proponer al pueblo una «chanson» falaz: por la sin- ceridad, en fin, de su compromiso, tanto menos molesto cuanto mas declarado, su «Historia de la Comuna» es una especie de clasico de la historia inmediata. De Winock y Azéma hasta Rougerie, buenos especialistas contemporaneos han podido (226-1317) acompano a San Luis « Epi yacen la anciansdad (1305- 1309) una historia de San Luis, titulada Mémoire, Philip de Commynes, ‘Sion de Argenton (1427 Th, enteasprimero al servizio de Feipe el Bueno 3 de Catone emseraro. oer NG deer ie Xl al eedor que convenia'a si indbte. Sus ‘emeires (libros) fueron retctadas Ge 1489 a 1498 © Jean Feoissart h. 1333. 1 140) es un cengo culto gue viv entre los nobles, Ye Capetin de Chinay, emprendi a reducion de Sus Mémotres, inspirandose fn puntos de vist ingleses despots franceies sobre la Guerra de fos Cen ao. Prosper Olver Tissagaray (1839-1901) es lun pertodsta francés que seri una Histor de la Coma, en a que habia tomado parte: Se habia refupado em Londres 338 La historia inmediata descubrir otros muchos documentos, explotar archivos, poner en tela de juicio esta o aquella asercion de Lissagaray, que se Situaba a un solo lado de la barricada. Pero {quién de todos tllos discute al viejo militante de la Comuna su condicién de historiador? Lissagaray presenta el tipo de trabajo que pretende el «inmediatistan: el primer lanzamiento, el primer montaje, la incomparable coleccion de documentos perecederos —los ges- tos de los vivos, la voz humana, los colores y los olores de una multitud y de un pueblo en el trabajo y en el combate— a par- cimiento de Mayo del 68, descripcion, ya historica, de una pro- ‘undidad no superada desde entonces, del acontecimiento. Mientras el reportero. socidlogo no se contenta con transfor- marse en historiador, él se transforma en historia y se confunde con ella, no tanto observador como motor tal vez. Este es tam- bien el caso de Len Trotski, que publica su «Historia de la Revolucion rusa» en un tiempo en que todavia puede esperar cambiar su rumbo. Poco le importa saber si Stalin morira po- deroso, exiliado o asesinado. Le importa hacer de su relato y de su interpretacién un alegato para otro curso revolucionario. Un ejemplo de hacedor de historia: los reporteros del caso Watergate Y éste es quiza también el caso de los dos periodistas del «Wa- shington Post», Bob Woodward y Carl Bernsteine, autores del» Bot Woodward y Carl Saberbio reportaje histérico titulado «Los locos del Presidente», Bers: Los hombres det gue demuestra con una minuciosidad implacable los engranajes jmoin de Lo cad at Get caso Watergate. Es evidente que para estos dos reporteros, como para el redactor jefe, Benjamin Bradlee, que les ayud6 a realizar la encuesta antes de que adquiriese las proporciones de un libro, no se trata solamente de describir una Ilaga: se trata de sajaria y curarla. El reportero-historiador entra aqui en su tema no solo para convertirlo en un acontecimiento —lo que es_ en primer lugar, su oficio—, sino para hacer de este aconte- cimiento el final de una determinada historia. Uno de los mejores comentaristas de la actualidad internacio- nal, al observar no hace mucho la estupefaccion provocada en ja mayoria de los «especialistas» por ciertos acontecimientos notables de 1977 —desde la ruptura de la Union de la izquier- Ga hasta la visita de Sadat a Jerusalén— sugeria que la impre- tir de la cual las otras operaciones historicas se desarrollan en profundidad. Fuerza y flaqueza de la historia inmediata Lo que constituye a la vez lo especifico y el punto flaco de este tipo de historia, suele decirse, es que el investigador inmediato ignora, a diferencia del historiador, el epilogo. No sabe que César sera asesinado, que los copistas de las «Riches Heures» del duque de Berry seran invalidados por Gutenberg, que las Indias se llamaran América. No sabe lo que sera la vejez de M. Barre, ni la utilizacion en Europa de la energia solar, ni el papel ‘electoral de la television en tiempo de los programas por cable. Mas jqué historiador del cristianismo naciente, mientras se for- maba M. Puech, podia tener en cuenta las ensefianzas de los manuscritos del mar Muerto? Y cqué medievalista sera lo bas- tante candido para creer que la ruta de la seda ha revelado to- dos sus secretos? El castillo de Mirabeau no ha arrojado todos sus documentos. {Donde se detiene en lo definitivo, se fija en lo imemediable, se esculpe en el marmol la investigacion del his- e Sion, o mas precisamente la antiprevision («ninguna negocia toriador? {Fin de la historia? Tal vez. Pero fin de la operacion : Son directa entre Israel y los arabes es posible a corto plazo») historica... Sobre el cadaver embalsamado de la historia, segui- 3 Sieastraba la invalidez para todo comentario. {Qué esperar de ran puluiando los historiadores, a la caza de una corresponden- : ‘in analista que no ha sabido ser profeta? Si excluyo la probabi- tia {nédita, de un registro de temperatura, de un diagndstico lidad de que el presidente egipcio visite Israel que pueden valer encubierto’ por el secreto médico, de una declaracion de im- % las explicaciones que yo pueda dar después? puestos... Tato os llevar demasiado lejos la humildad historica. En efecto, El «inmediatista» no esta tan solitario ni desarmado en su ig- las dos funciones de prevision y de critica parecen muy dis- norancia del «desenlace», sea que su trabajo constituya uno de lintas, En el caso de Anuar-el-Sadat, el psicologo («este hom- los actos del drama, teniéndose resueltamente por tal y asu- 3 bre es un jugador») y el economista («Egipto esta arruinado. miendo su funcién de acompafiamiento ciego — ei trabajo del podian eni efecto predecir que el primer ministro de El Cairo in- chistoriégrafo del rey», por ejemplo—, sea que la materia que POntaria esta gestion. El historiador mas serio y mas perspicaz escruta forme un bloque lo bastante delimitado como para que debia tener perfectamente en cuenta los obstéculos del pasado, las evoluciones ulteriores no transformen radicalmente ni su las inhibiciones socioculturales, los vetos diplomaticos, regiona- naturaleza ni su sentido. les y planetarios, para excluir esta hipdtesis, con el riesgo de Tomemos, para el primer caso, el ejemplo de Edgar Morin, que Sonvertir después su sorpresa historica en motor de investiga- publica una serie de articulos en «Le Monde», en pleno aconte- : coy critica, Lo imprevisible puede también tener un sentido, sa 340 —_La historia inmediata una racionalidad. {Quién, en la linde del siglo vil, puede anun- ciar que los arabes van a estar antes de un siglo en Poitiers? Nadie, ni un Claude Cahen de la corte merovingia ni un pre~ cursor de Ibn Jaldiin, Pero sobre este prodigio abundan las ex- plicaciones mas atinadas. La «autoridad» del historiador («inmediatista» 0 no) no provie- ne de-la aptitud de prever el portento (victoria de David o pac- to germano-soviético de agosto de 1939). Después de todo, jquién habia anunciado con mayor claridad el verano de 1940 fa derrota alemana: De Gaulle 0 Marc Bloch? El vigor de su certeza convierte a Charles de Gaulle en estadista, pero el autor de «La extraiia derrota» es el historiador. Lo que garantiza en- tonces la autoridad critica es la racionalizacin de lo fabuloso, la operacién que consiste en extraer del acontesimiento, que cambia abruptamente los datos de un juego, los elementos del nuevo reparto de cartas para reanudarlo, hasta el momento en que el desarrollo, ya que no las reglas, se vea trastornado por la apoplejia de un jugador o el descubrimiento de cartas nuevas. EI historiador del presente desconoce la conclusi6n de lo que estudia Incapacidad de prever o imposibilidad de saber, la ignorancia en que se halla las mas de las veces el historiador «inmediato» de la conclusion del periodo que estudia puede ser una fuerza o una virtud. {No seria mas profundo, mas significativo, el his- toriador que, al estudiar los origenes de la Reforma en Francia, no sabe todavia nada de la noche de San Bartolomé? {Qué fuer- za no se alia a la ingenuidad! {Qué adecuacion al flujo y reflujo de la relacién de fuerzas no garantiza! Conocer el resultado de una pelea obliga tal vez a subestimar el vigor y el dinamismo del vencido. Biasqueda y mediacién de los cambios, la historia lo es tal vez mas cuando considera su curso, independientemen- te del desenlace. Y jcémo aislar mejor ese curso de su final, como especificarlo y devolverle mejor su «apertura» que siendo uno mismo abierto a todas las hipotesis? {Puede un historiador de la colonizacién, con toda su ciencia, Su honestidad y la solvencia de su documentacion, hacer que captemos hoy la lozania de las ilusiones coloniales al comienzo de los afios ochenta, hasta Langson y los zarpazos de Clemen- ceau? Desde-luego, puede citar los textos de la época. Pero ;po- dra dar con el tono adecuado? No vamos a seguir devanando el fragil elogio de la ignorancia. La operacin historica consiste evidentemente en comparar las categorias y las secuencias pri- meramente clasificadas. La caida del reino franco ilumina la ca- balgada primera, las negociaciones con el dux, la toma de Jeru- salen. Pero, a pesar de todo, Villehardouin y Joinville... Los hombres de la historia inmediata Uno siente la tentacién de contraponer comodamente el his- toriador clasico al «inmediatista» por la antitesis horizontali- dad-verticalidad. El primero se explaya a lo largo de un univer- so historico y de una «gran superficie» de lugar y tiempo, por estrecho que pueda ser su campo declarado de investigacion. El estudio de las operaciones monetarias de la «gilde», 0 asocia- cion, de los mercaderes de Amberes en el siglo XVI encaja tan perfectamente en los trabajos de Marc Bloch como en los de los historiadores de la pintura flamenca, en los archivos medie- vales de Gante y en el de la Banca alemana, de los especialistas en los conflictos religiosos del Renacimiento, de los cronistas maritimos y de los analistas del mundo renano, de los hispanis- tas. Todo ello desplegado en una larga serie de siglos. El segun- do organiza su estudio como una escalera a lo largo de una pa- red, la del acontecimiento. Tiene que subir rapidamente a ella, sondear de un vistazo, descubrir pronto, expresarse en una es- pecie de arrebato, de prisa, de calor. En apariencia, al menos. Porque la estrechez del plazo en que de ordinario opera el «in- mediatista» se ve compensada cada vez con mis frecuencia por la diversidad de las fuentes de informacién que se le ofre- Cen en lo sucesivo. Pongamos, por ejemplo, el redactor de un gran diario japonés 0 americano, o de la agencia France-Press. Dispone de una consola electronica que, en el momento mismo en que se desarrolla el acontecimiento, responde a sus pregun- tas relativas a cuanto se ha publicado sobre el tema desde hace aiios, mientras le telefonean sus corresponsales de Pekin, El Cairo, Moscii 0 México. {Qué historiador no ha sofiado con ver proyectarse hacia él, en semejante torbellino, a la totalidad del mundo parlante? Torbe- llino que hay que ordenar, desde luego, dominar, desglosar y recobrar en energia creadora de conocimiento: problema técni- co. Este ciclon jacarrea mil afirmaciones visiblemente contra- rias a la verdad, ideas falsas, propaganda e intoxicacién? Evi- dentemente. Pero ymucho mas que los archivos del papzdo de Aviiion o de la Ochrana? El «inmediatista» que lo fuera plena- mente, es decir, la tarde misma de la muerte de Richard Nixon, Henry Kissinger, escribiendo una biografia de su antiguo pa- trén, dispondria en ese instante de una potencia historiografica poco menos que incomparable. A su propio conocimiento se Sumaria de repente la reacciér de cinco continentes, de los pro- fesores alemanes, de los socidlogos franceses, de los periodistas ingleses, de los observadores arabes e israelies, de los portavo- ces rusos y chinos, de los entrevistadores japoneses, de iis espe- culadores de Singapur, de Gustav Husak, de Amin Daca y de INM 342 La historia inmediata Pinochet, De repente, en una simultaneidad primero asfixiante, luego embriagadora y después floreciente. Y esta masa prodi- giosa es la que le mandan ordenar como un demiurgo, en el tiempo devorado que es el de la historia inmediata, mientras que el historiador de los hafcidas o el de los incas consagra tantos afios a reunir, aclarar y hacer fructificar cien inscripcio- nes y doce relatos de viajeros... La electrénica ha hecho irrupcién en la La irrupcin de la electronica en la historiografia no solamente permite un formidable desarrollo de lo cuantitativo y de todas las «metrias» imaginables, sino que multiplica las probabilida- des, los riesgos y la ambigiicdad de la inmediatez cronologica, mas todavia de lo que lo han hecho, desde hace un siglo, los mass media. Los cuales, tengamoslo en cuenta, se han sucedido en tres ciclos: el de la gran prensa, que se desarrolla tras el caso Dreyfus, que le presto un singular impulso; el de la radio, cu- yos usuarios mas eficaces fueron Hitler y Roosevelt antes del equipo de la radio de Londres; el de la television, que aseguré la victoria electoral de Kennedy y la irradiacion de De Gaulle. No se puede reducir el desarrollo de la historia inmediata a ninguna de estas tres expansiones. Lissagaray escribe antes de que la prensa informativa haya cobrado auge en Francia; Trotzki apenas recurre a las fuentes radiofénicas, los micréfo- nos utilizados por Lenin s6lo estaban conectados con las masas obreras y la burocracia de Stalin estaba cuidadosamente inso- norizada: y la television no desempefia mas que un papel secun- dario en la investigacion de los dos reporteros-historiadores del «Washington Post». Pero quién podria escribir una obra seria sobre el fendmeno nazi sin haber escuchado y haber hecho es- cuchar la voz del Fihrer canciller, escupida en los microfonos Gel Sportpalast 0 del estudio de Nurenberg, ese encanto ronco de los poderes de la selva? El disco es aqui irreemplazable como el filme: la historia de la V Republica es ante todo, tal vez, una historia de su television, imagenes de tres presidentes, luchas de tendencias por el con- trol permanente de la pantalla, debates para los tiempos de la palabra, maniobras para los «pases» en el curso de grandes Emisiones, que hacen y deshacen los indices de sondeo. historia inmediata El historiador del presente no puede utilizar Periddicos, radio, television: en todas las situaciones en que le colocan los distintos usos de los mass media, el periodista-his- toriador —a menos que él mismo sea objeto de su relato— tie- ne que afrontar un riesgo muy particular: el de !a ruina de sus fuentes. En la medida en que es al mismo tiempo reflejo y crea- dor de acontecimientos, ya que no de dinamica social, el «in- todas sus fuentes mediatista» esta constantemente minando el suelo que pisa. La utilizacion del diario intimo de Leonor de Aquitania no puede comportar mas riesgo para el historiador que el de enternecer la gazmoiieria de sus lectores. Pero la publicacién de las confi- dencias de un jefe de gobierno del tercer mundo, en 1978, co- mienza por cerrar las puertas de uno o varios paises al inves- tigador. Quien desee escribir una historia de Guinea desde 1958 debe olvidar la mitad de lo que sabe o ver que le prohiben el recurso a cualquier fuente local durante largos afios. Asi se opera un arbitraje misterioso entre lo conocido y lo «por cono- cer». {Qué orientalista contemporaneo, qué africanista no ha experimentado esta clase de debates interiores? Estas cuestiones no se plantean solamente mis alla de las fron- teras de Europa. A menos de arrojar las encuestas y los libros como otras tantas botellas al mar, aisladas las unas de las otras, o de practicar la estrategia de tierra quemada, todo «in- mediatista» esta obligado a un pesado deber de reserva en rela- Gon con sus informadores y sus temas. No existe grupo, ni per- sonaje, ni institucion que no tenga que preservar una zona de sombra y que no replique a una publicacién intempestiva me- diante una ocultacion definitiva. {Qué historiador del 13 de mayo de 1958, de la «izquierda unida», o de las elecciones de marzo de 1978, no tiene que sopesar sus ganas de decirlo todo y el riesgo, para sus futuras investigaciones sobre temas cone- xos, de hablar demasiado claro, aqui, del cafetero Ortiz, y alli, de tal «anticipo» de los empresarios a una u otra de las organi- zaciones de izquierda? El historiador del presente es recopilador de hechos y productor de efectos Por muy «inmediatistan que sea, Charles Tillone, al escribir la historia de su proceso de exclusion del PCF, o Jacques Ozouf, describiendo en una noche de mayo de 1974 las implicaciones de la eleccion del tercer presidente de la V Republica, es a la vez recopilador de hechos y productor de efectos. De efectos inmediatos, Muy pocos especialistas pueden medir el impacto producido sobre la sociedad comunista por las revelaciones y la requisitoria del antiguo jefe de las F.T.P. Mucho mas numero- sos son los que pueden apreciar la Iluvia de anilisis inmediatos y purificadores sobre las relaciones de fuerzas en el seno de la izquierda francesa. En todo caso, estos dos tipos de «inmedia- tistas» no pueden en absoluto escribir en el mismo estado de Animo que el autor de «La Civilizacion del reno» o de «Guerre- ros y campesinos». Este tipo de investigador debe proteger sus fuentes con vistas a sus obras ulteriores —no basta criticar el sistema de fabrica- cion en Peugeot para ser bien recibido en la direccién de Ci- INM © Charles Tillon: Ue proces de Moscon & Paris, fpe'Seai, 1971) 344 La historla Inmediata trogn— y, al mismo tiempo, pronosticar el impacto que el es- pejo tendido por su mano, sobre determinado aspecto de la so- Ciedad contemporinea, va a producir «inmediatamente»: es decir, tanto en lo inmediato como en lo que concierne al campo de sus futuras indagaciones. A este historiador balbuciente gse le abren con facilidad todos los campos de exploracién? El mundo de 1978 es acaso menos permeable al investigador que el de 1878: {cuantos paises, sin hablar del caso limite de Camboya, son inaccesibles a quien de- sea entrar a fondo en los archivos o interrogar a gobernantes y gobernados? Mil millones de asidticos, la casi totalidad de los africanos, la mayoria de los sudamericanos son ciertamente «bibliotecas vivientes», pero vedadas a los investigadores. Téc- nicamente era mas facil escribir la historia de los imperios afri- canos y de las migraciones malasias hace un siglo que hoy. Charles-André Juliene ha hecho bien al dar la ultima mano a su historia de Marruecos antes de que se abata también sobre ~ Jos archivos de Rabat la cortina policial. Cierto que la informacion pluralista sobre el mundo se ha he- cho incomparablemente mas rica. Un buen observador del mundo presente afirmaba no hace mucho que el hombre mejor informado imaginable es un pastor anglofono dotado de un buen transistor: imaginémosle, aislado en las tierras altas, el oido pegado a su aparato desde el alba o la noche. Le cuentan todo lo que pasa en el universo mundo las innumerables voces de las emisoras inglesas procedentes de casi todas las capitales de los cinco continentes. Amin Dada le habla en directo y Den Xiaoping por la voz de sus heraldos. Y tal vez —tal vez— sabe de todo eso, dormido, mas que diez siglos antes un dona- do de Jumiéges. Incomparable es, en todo caso, la provision que puede hacer el «inmediatistay. La television francesa proponia en los ultimos dias de 1977 un conjunto maravilloso de documentos, que de- bid de ser la envidia de algunos historiadores, incluidos egipto- logos y medievalistas: la coleccién de peliculas de Albert Kahn, el banquero de principios de siglo que planté su camara en to- dos los confines del mundo y mas especialmente, en distintas ocasiones, en las aceras de los Grandes Bulevares de Paris. Imaginemos a un émulo de Kahn sistematizando esta ultima in- acion, y filmando una hora todos los afios, durante dos 0 tres decenios, en el mismo punto de la glorieta Richelieu- Drouot. {Qué riqueza de datos sobre la evolucion de los trans- portes, el vestido, el peinado, la morfologia femenina (0 masculi- na), sobre los niveles de vida, la publicidad, la prensa, el anor, la naturaleza de los espectaculos, la duracion de la vidal... Una 9 Charles Andeé Julien: Ldjrgue tu Nord en marche ( jaliard, 1972) INM coleccién de vasos griegos dice mucho a un helenista. Mas ,qué decir de este medio de investigacion? Se dir naturalmente que cuanto mas documentada, dferencia- da, de alto nivel y costosa sea la técnica, mas fragil +s la liber- tad del historiador. Tan pronto se plantea el problem de la fi- nanciacin, del «productor», de los gastos de mision, se plantea también el de la libertad de maniobra y de expresica. Cierta- mente, el historiador contemporineo puede echar mano de aparatos y de un material que no exigen una inversion que hi- poteque su libertad. Pero la evolucién que avanza en el sentido Gel equipamiento moderno del investigador, amenazz llevar las cosas bastante lejos, y ello reclama cierta vigilancia. La cuestién de la objetividad No menos que ese peligro evidente, miltiple y tantas veces se- fialado, que acecharia mas que a nadie al investigador contem- poraneo y que se resume en la palabra «subjetividad». {Qué queda, en la historiografia contemporanea, del «objeto» gravi do de una verdad sacramental, sobre el que se consideraba irre- ductiblemente acampado el positivismo? Ya no hay quien crea que una investigacion —y menos todavia un descubrimiento y ademés una relacion mas o menos causal— no esta guiada por algun presupuesto filosofico o por el entorno sociocultural del historiador. «Los ‘hechos historicos’, escribe Michel de Cer- teau, estan ya constituidos por la introduccién de un sentido en la ‘objetividad’. (Las comillas son, aqui, significativas.) Enun- cian, en el lenguaje del andlisis, ‘opciones’ que le preceden, que por lo mismo no resultan de la observacin, y que ni siquicra son ‘verificables’, sino ‘falsificables’ gracias a un examen criti- coe.» Pero estas opciones, ya tan evidentes en Mathiez, ino se- ran exacerbadas, avivadas, en la practica del «inmediatista»? Por apasionada que pueda ser la relacién de Tucidides con Al- cibiades, de Camille Jullian con la jerarquia franca, de Seigno- bos con los jesuitas, la que mantiene hoy un investigador con Franco, 0 con el partido comunista albanés, 0 con Frangois Mitterrand corre peligro de estar mas violentamente condicio- nada por los compromisos politicos o filoséficos. {Es, sin em- bargo, cierto que el ciudadano investigador esta condenado a la miopia partidista, cuando se interroga acerca de la politica fis- cal de Raymond Barre, con mas seguridad que si estudiase la politica religiosa de Carlos IX? Vinculado a su tiempo, a SU cultura, a su medio creador, expresara sin duda alguna ese haz de condicionamientos en la orientacion de su investigacion y en la interpretacion que de ella dé. En lo cuz! tendra un famoso predecesor, Jules Michelet, y las imagenes contrapuestas de Hacer {a historia, nn PiBarcelona, Lata, 1174) 346 La historia inmediata Juana de Arco y de Napoleén que su violento genio impone a ja ideologia popular de Francia. El historiador del pre: Condenado a los afloramientos de la subjetividad, el «inmedia- tista» encuentra la salvacion cuando expone sus orientaciones. Es mostrandose, como se neutraliza 0 se abre las vias de la equidad. Es sefialando las desviaciones de la brajula, como puede considerarse imparcial. Es acercandose a escondidas, ucts el investigador de lo inmediato se aleja més seguramente de la operacién historica. Lo que da valor a las grandes obras

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