Está en la página 1de 5

Oración lunes 19 de abril

Trabajen, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre;
pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios." Ellos le preguntaron: "Y, ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios
quiere?" Respondió Jesús: "La obra que Dios quiere es ésta: que crean en el que Él ha enviado."

Contemplaré tu vida en mí. Contemplaré, Señor, tu amor.

Dios era una hogaza de pan

No puedo evitar un profundo desasosiego cada vez que oigo


a alguno de mis amigos contarme que en su infancia —en
casa, en la parroquia o en el colegio— le hicieron vivir
amedrentado con la imagen de un Dios-ogro, de aquel «Dios
con el infierno listo» (…) En mi casa se creía en el infierno,
pero se hablaba muy poco de él. Lo mismo que creíamos en
la existencia de las culebras o los caníbales, pero ni eran
tema de nuestras conversaciones ni mucho menos el centro
de nuestras vidas.

Uno de los recuerdos más antiguos de mi infancia es el de


que Dios era una hogaza. Verán: eran los años de la primera
posguerra y había racionamiento. Y pan negro. Pero, en mi
casa, mi madre tenía la obsesión de que «los niños» no
podíamos comer aquel pan. Lo comían mis padres, pero mi
madre se las arreglaba para encontrar siempre (o casi
siempre) pan blanco para nosotros. Y solía encontrarlo en Con frecuencia, más que dar, recibíamos. En aquella
complicidad con la Providencia. Recuerdo que aquellos primera posguerra, en la cárcel de Astorga había muchos
panes blancos sabían a gloria y que casi olían mejor de lo extremeños. Y, en muchos casos, las mujeres de los presos
que sabían. Y pocas cosas más sacramentales he visto yo se trasladaban también con sus hijos para, al menos, vivir
que aquel hundirse del cuchillo de cocina en la carne cerca de sus maridos. Vivían del aire, como es fácil de
crujiente del pan. Luego, mi madre las envolvía en paños imaginar. Y mi madre, que siempre sintió obligación suya el
húmedos, que hacían la función que hoy los frigoríficos, visitar a los presos, comenzó a ocuparse de alguna de
para conservarlo fresco. Y aquellos blancos paños de cocina aquellas familias. Recuerdo que un adviento mi madre quiso
eran casi como los corporales con los que yo envuelvo hoy prepararse a la Navidad compartiendo más nuestra pobreza
la Eucaristía. (mi padre era funcionario público y vivíamos de los
miserables sueldos que entonces se cobraban en puestos
Aquel pan —decía mi madre— nos lo enviaba Dios. Y nos inferiores) y decidió que los tres niños de una de aquellas
lo mandaba siempre puntualmente, ni antes ni después, justo familias irían todos los días a desayunar a nuestra casa antes
el día que lo necesitábamos. Y así empecé yo a imaginarme de ir al colegio que ella les había buscado.
a Dios como un padre atento que llevaba la contabilidad de
las cocinas, aportando no riquezas, pero sí el pan de cada Eran, lo recuerdo muy bien, dos niñas de mi edad (unos diez
día. De esta visión de Dios se deducía, lógicamente y sin años) y un chiquitín de cinco. Y el primer día, al servirles el
esfuerzo, nuestra obligación de ser prolongadores de Dios, chocolate (Astorga era la ciudad del chocolate), mi madre
de hacer, si podíamos, de Dios para los demás. Recuerdo puso dos tazas grandes a las dos mayores y una jícara
también que otra de las cosas que entonces escaseaban era el chiquita al más pequeño, temiendo que más pudiera hacerle
aceite. En casa, menos, porque teníamos un amigo daño. Pero pronto observó que las dos niñas comían más
fabricante, que nos lo facilitaba, y mi madre se las arreglaba despacio, esperaban a que acabara el chiquitín y luego,
para que siempre le sobrara alguna botella. Y entonces disimuladamente, cuando creían no ser vistas, volvían a
entraba en juego aquella forma tan especial de amor que yo llenar con parte de su chocolate la jícara del niño. A
aprendí de niño. Mi madre sabía que en casa de unos amigos mediodía mi madre nos explicó que los pobres eran más
lo estaban pasando muy mal. Y, a la caída de la tarde, me generosos que los ricos. Y siguió poniendo al pequeño su
llamaba a mí y me decía: «Vete a casa de don Fulano y le jícara chiquita para no privar a las mayores del ejercicio de
llevas este aceite. Pero lo vas a hacer como yo te digo. Tú la caridad con su hermanito y para que nosotros
vas, entras en el portal, pones la botella tras la puerta, la descubriésemos que aquellas niñas nos daban, con su
cierras y, luego, desde fuera, llamas al timbre y echas a ejemplo, mucho más de lo que nosotros estábamos dándoles
correr para que no te vean.» Me explicaba que la caridad hay a ellas.
que hacerla sin que resulte humillante y sin que después esa
familia se sienta deudora hacia nosotros. Y yo era feliz Tal vez en estos recuerdos esté la base de mi fe en Dios y en
haciendo un poco de Providencia para aquella familia e los hombres. Tal vez esté ahí también esta alegría que hoy
imaginándome su cara de sorpresa y de alegría ante aquel sigo sintiendo ahora mismo cuando, al recordarlo, se ha
regalo —¡venido del cielo!— que entonces suponía una llenado mi casa de olor fragante a pan y a chocolate.
botella de aceite.
José Luis Martín Descalzo
EL CORAZÓN DEL CRISTIANISMO

La gente necesita a Jesús y lo busca. Hay algo en él que les atrae, pero todavía no saben exactamente por qué lo
buscan ni para qué. Según el evangelista, muchos lo hacen porque el día anterior les ha distribuido pan para saciar su
hambre.

Jesús comienza a conversar con ellos. Hay cosas que conviene aclarar desde el principio. El pan material es muy
importante. Él mismo les ha enseñado a pedir a Dios «el pan de cada día» para todos. Pero el ser humano necesita
algo más. Jesús quiere ofrecerles un alimento que puede saciar para siempre su hambre de vida.

La gente intuye que Jesús les está abriendo un horizonte nuevo, pero no saben qué hacer, ni por dónde empezar. El
evangelista resume sus interrogantes con estas palabras: «y ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que
Dios quiere?». Hay en ellos un deseo sincero de acertar. Quieren trabajar en lo que Dios quiere, pero,
acostumbrados a pensarlo todo desde la Ley, preguntan a Jesús qué obras, prácticas y observancias nuevas tienen
que tener en cuenta.

La respuesta de Jesús toca el corazón del cristianismo: «la obra (¡en singular!) que Dios quiere es ésta: que creáis en
el que él ha enviado». Dios sólo quiere que crean en Jesucristo pues es el gran regalo que él ha enviado al mundo.
Ésta es la nueva exigencia. En esto han de trabajar. Lo demás es secundario.

Después de veinte siglos de cristianismo, ¿no necesitamos descubrir de nuevo que toda la fuerza y la originalidad de
la Iglesia está en creer en Jesucristo y seguirlo? ¿No necesitamos pasar de la actitud de adeptos de una religión de
"creencias" y de "prácticas" a vivir como discípulos de Jesús?

La fe cristiana no consiste primordialmente en ir cumpliendo correctamente un código de prácticas y observancias


nuevas, superiores a las del antiguo testamento. No. La identidad cristiana está en aprender a vivir un estilo de vida
que nace de la relación viva y confiada en Jesús el Cristo. Nos vamos haciendo cristianos en la medida en que
aprendemos a pensar, sentir, amar, trabajar, sufrir y vivir como Jesús.

Ser cristiano exige hoy una experiencia de Jesús y una identificación con su proyecto que no se requería hace unos
años para ser un buen practicante. Para subsistir en medio de la sociedad laica, las comunidades cristianas necesitan
cuidar más que nunca la adhesión y el contacto vital con Jesús el Cristo.

José Antonio Pagola


NO TE DA VIDA COMER EL PAN SINO EL DEJARTE COMER

Fray Marcos

Jn 6, 24-35

Seguimos en el c. 6 del evangelio de Jn, pero hemos pasado por alto el relato de la travesía del lago y la aparición de
Jesús andando sobre el agua. La lectura de hoy afronta directamente la discusión con los judíos. En el v. 59, se dice
que el encuentro tuvo lugar en la sinagoga de Cafarnaúm, pero no tiene importancia. En todo caso, se plantea una
discusión larga y dura, en la que Jesús va concretando y profundizando las exigencias del seguimiento. Se va
acentuando la distancia a medida que Jesús va aquilatando el discurso. El proceso será: Entusiasmo, duda,
desencanto, desilusión, oposición, rechazo, abandono.

El diálogo es un montaje que permite a Jn poner en boca de Jesús lo que aquella comunidad consideraba las claves
del seguimiento. No contesta a la pregunta: ¿cómo y cuándo has llegado aquí?, sino a las verdaderas intenciones de
la gente, llevando el diálogo a su terreno. Lo que de verdad tiene importancia es el compromiso de entrega, al que
quiere llevarlos.

Me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. La “señal” era una invitación a
compartir, pero ellos vieron solo en ella la satisfacción del apetito. Vaciado el signo de contenido, esa búsqueda de
Jesús no es correcta, solo pretenden seguridades. Jesús va directamente al grano y desenmascara su intención. No le
buscan a él sino el pan que les ha dado. No le buscan porque les haya abierto las puertas de un futuro más humano.
Esas palabras que Jn pone en boca de Jesús, critican la religión de todos los tiempos. Todas las religiones terminan
manipulando a Dios para ponerlo a su servicio.
Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que dura dando Vida definitiva. Esta propuesta de
trabajar por la Vida es el resumen de todo su mensaje. Vale lo mismo para aquel tiempo que para hoy. Trata de
advertir de la facilidad que tiene el hombre de malograr su vida enredándose en lo puramente material o dejándose
llevar por lo sensible. La búsqueda del verdadero pan exige esfuerzo. Es un camino de lucha, de superación, de
purificación, de regeneración, de muerte y nuevo nacimiento (bautismo).

Ese alimento que perdura, lo da Dios gratuitamente. Jesús descubrió ese don y desplegó su verdadera Vida humana.
Sin alimento no se puede recorrer camino alguno. Por eso hay que escucharle cuando habla de otro tipo de comida
que es la que nos salva. También hay que trabajar por el alimento que perece, pero no debe ser el objetivo único ni
último de nuestra vida. Los judíos muestran un cierto interés por enterarse, pero como se demostrará más tarde, es
puramente superficial. Acostumbrados a moverse a golpe de preceptos, preguntan a Jesús por las normas. Son
incapaces de imaginar que Dios pueda dar algo por nada.

Este es el trabajo que Dios quiere, que prestéis adhesión al que él ha enviado. Conocer lo que Dios espera de
nosotros parecería el verdadero camino para llegar, pero ese interés es solo aparente. En realidad no nos interesa
demasiado lo que Dios quiere. Lo que de verdad nos interesa es lo que nosotros esperamos de Dios. Para garantizar
unas seguridades, nos hemos fabricado un Dios a nuestra medida. De todas formas Jesús les dice lo que Dios espera
de ellos: que le presten su adhesión. La discusión entre fe y obras queda superada de una manera drástica: confiar
en Jesús es la obra primera y más importante que Dios espera.

Pero inmediatamente viene la institución y nos dice: lo que Dios quiere es esto y aquello; que no es más que lo que
les interesa a los dirigentes de turno. Jesús no vino a dar nuevas normas morales sino a enseñarnos el camino de la
verdadera Vida. Lo que tengo que “hacer”, lo tengo que descubrir yo, no me tiene que llegar de fuera como
programación, no tengo que ser un robot al que le han introducido un programa. Lo que Dios quiere es que
lleguemos a nuestra plenitud, y el “mapa de ruta” está en nuestro interior, no fuera.

A Dios le importa más lo que somos que lo que hacemos. Mostramos nuestra ceguera cuando estamos preocupados
por lo que Dios quiere que hagamos o dejemos de hacer. Solo una cosa es fundamental: confiar. Creer no es aceptar
una serie de verdades teóricas y quedar tan tranquilos. En la Biblia creer es tener confianza en... Esto es lo que pide
Jesús a sus oyentes. Tergiversamos esa confianza cuando la convertimos en esperanza de que Dios cumpla nuestros
deseos. Confiar es aceptar la voluntad de Dios, no venida de fuera, sino como inserta en la raíz de nuestro ser. La
clave está en saber pasar de un pan a otro pan.

¿Qué señal realizas tú para que viéndola te creamos? La exigencia de una señal es la demostración de que no creen.
Estarían dispuestos a aceptar un Mesías, semejante a Moisés, que demostrara su valía a base de prodigios. El maná
estaba considerado como el mayor de los milagros. Exigen de Jesús que legitime sus pretensiones con otro prodigio
igual o mayor. Pero la Vida que Jesús promete no viene de fuera y espectacularmente; está en cada uno y se
manifiesta en lo cotidiano como amor desinteresado, como preocupación por el otro.

No os dio Moisés el pan del cielo; no, es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Aquello no era más que un
símbolo. La realidad está en Jesús, verdadero pan del cielo, que alimenta la verdadera Vida. Recordemos que los
rabinos consideraban la Torah como el pan que Dios les había otorgado. Ahora es Jesús la única Ley que salva. Danos
siempre pan de ese. Reacción aparentemente sincera, pero equivocada. Le llaman Señor; creen en sus palabras;
esperan que satisfaga sus anhelos; pero no le dan su adhesión; buscan una salvación que les llegue de fuera sin que
ellos tengan que hacer nada.

Yo soy el pan de Vida. En todos los discursos que encontramos en este evangelio se hace referencia a la Vida. Se
trata de una realidad que no podemos explicar con palabras, ni meter en conceptos humanos. Solo a través de
símbolos y metáforas podemos indicar el camino de una vivencia que es lo único que nos llevará a descubrir de qué
se está hablando. “Yo soy” en Jn es la suprema manifestación de la conciencia de lo que era Jesús. Cada uno de
nosotros debemos descubrir lo que verdaderamente somos, como lo descubrió Jesús.

El que viene a mí no pasará hambre, el que cree en mi no pasará nunca sed. ¿Qué significa, “ir a él, creer en él?” Aquí
radica todo el meollo del discurso. No se trata de recibir nada de Jesús, sino de descubrir que todo lo que él tenía lo
tengo yo. Lo que Jesús quiere proponer es que los seres humanos descubran que se puede vivir desde una
perspectiva diferente; que alcanzar la plenitud humana significa descubrir lo que Dios es en cada uno y una vez
descubierto ese don total (Vida), respondamos como respondió Jesús.

Lo que propone Jesús está en contra de toda lógica racional. Nos está diciendo que el pan que da Vida no es el pan
que se come, sino el pan que se da. Si te conviertes en pan como él, entonces, ese darte, se convertirá en Vida. Jesús
no invita a buscar la propia perfección, sino a desarrollar la capacidad de darse a sí mismo. Solo dándote, superarás
el egoísmo y alcanzarás plenitud. “Yo soy” es la clave de la comprensión de Jesús en el evangelio de Jn. Lo que
pongamos después del ‘yo soy’ no tiene importancia. Aquí añade “pan de Vida”, que quiere decir VIDA. Quien se
identifique con él será también Vida y la podrá dar a los demás.

Meditación

‘Comida’ es una gran metáfora aplicada a la Vida espiritual.

La Vida espiritual también necesita de alimento.

Jn presenta a Jesús como el alimento que da Vida.

Para que alimente, tengo que asimilarlo.

Como Jesús, tenemos que descubrir la Vida

y dejar que nos atraviese desde lo hondo del ser.

También podría gustarte