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DEPRESIÓN
DEPRESIÓN
Hoy la depresión inunda los hogares, los trabajos y los hospitales. En nuestro diario vivir es
común escuchar de parte de conocidos, amigos y familiares la frase “estoy deprimido”,
mientras que las consultas psicológicas y psiquiátricas se abarrotan de pacientes que dicen
estar deprimidos, a la par que los diagnósticos de depresión se desbordan. Pareciera que una
maligna sombra se cerniera sobre el mundo minando los ánimos de los seres humanos,
desposeyéndolos de toda alegría y sumiéndolos en un profundo malestar. Ante esta
misteriosa amenaza la medicina, la psicología y la psiquiatría se ofrecen como los
salvadores de la humanidad, brindando a toda persona una cura infalible: los fármacos.
Tales productos milagrosos curan los desbalances bioquímicos y las emociones-síntomas de
la depresión, ya que esta es vista como una enfermedad de origen fisiológico. La tristeza ya
no existe, y se abre paso a lo patológico. Con los fármacos no hay síntomas, sin síntomas
no hay enfermedad, y sin enfermedad el paciente está curado, libre de depresión. No
obstante, esto dista de la realidad, en tanto la depresión más que una emoción, un estado de
ánimo o un sentir físico, es un profundo malestar en el ser, un desgarro interno que
resquebraja la relación de las personas con el exterior. La depresión es un afecto, y si bien
como afecto se manifiesta en emociones y en el cuerpo, va más allá de lo fisiológico,
entrando en el campo de lo simbólico y de lo social. Es desde los aportes del psicoanálisis,
de Freud y de Lacan, que se puede entender la depresión como afecto, lo cuál tiene
importantes consecuencias en el cómo tratar la depresión, implicando una dimensión ética.
Tratar con fármacos o tratar con la palabra, tener como fin el tratamiento o tener como fin
el bienestar de la persona, escuchar los lineamientos del mercado o escuchar al paciente,
son todas decisiones con implicaciones éticas. En este sentido, en este texto se trabajarán
diversos elementos relacionados con la depresión vista desde el psicoanálisis.
Antes de hablar de la depresión como tal se hablará de la tristeza como elemento nuclear de
la depresión. La psicopatología contemporánea define la tristeza de una forma
monocromática y unidimensional, resumida en los siguientes puntos: “a) es un afecto o
sentimiento que surge directamente de una circunstancia dolorosa; b) se sitúa en el polo
contrario a la alegría; c) como el resto de afectos o sentimientos, la tristeza es de fiar y
revela una verdad del sujeto; d) suele diferenciarse una tristeza reactiva, otra endógena y
una tercera existencial” (Álvarez, 2013, p. 138). No obstante, autores como Álvarez (2013)
en un dialogo con autores clásicos muestra como la tristeza esta lejos de ser un afecto
simple, unidimensional y externo. La tristeza es un afecto del que se desprenden diversas
aristas y dimensiones: desanimo, nostalgia, pesar, dolor, inutilidad, aislamiento, goce,
maldad, egoísmo, creación. La mirada moderna simplista de la tristeza ve a la tristeza como
exterior al sujeto, como un mal que se sale de sus manos y que lo convierte en víctima, pero
si se entiende que la tristeza es dolor pero también goce, que es sufrimiento pero también
egoísmo, se revela la ambivalencia presente en la tristeza, así como se evidencia la
dimensión y un papel del sujeto en esta. En los autores clásicos se ve la tristeza como una
cobardía moral y como voluntaria, siendo una decisión autónoma del sujeto estar triste,
siendo la persona triste débil y además de ello egoísta. Como voluntaria y como decisión la
tristeza incumbe directamente al sujeto, no esta fuera de él ni es una enfermedad; la tristeza
se manifiesta en el cuerpo, pero no es el cuerpo el origen de la tristeza. Para los clásicos, las
personas grandes son aquellas que logran moderar y superar la tristeza; lo decía Séneca,
“no puede ser grande y triste un mismo hombre” (Álvarez, 2013, p. 152), y Cicerón, “el
hombre valeroso no sucumbe a estas cosas y, por tanto, tampoco a la aflicción” (Álvarez,
2013, p. 152). Se le devuelve la tristeza al sujeto y se la arrebata como enfermedad y
victimismo. Entonces, la tristeza, lejos de ser simple, unidimensional y exterior, sino
compleja, multidimensional e interna. Una visión simplista y victimista de la tristeza
fomenta una irresponsabilidad por parte de las personas, quienes dejan de actuar frente a la
tristeza, y forma terapeutas que en vez de centrarse en la tristeza y su desaparición sedan el
cuerpo de los pacientes para frenar las emociones que está provoca; unos y otros ignoran y
se someten a la tristeza, lo que para los clásicos sería un claro acto de cobardía, perversión,
egoísmo y maldad. Lo que podría verse como una postura anacrónica, lejana y acientífica,
reúne una importante y olvidada verdad, y suscita la idea de que la modernidad que se
regocija de forma pedante en la ciencia, en la medicina y en la psiquiatría, despreciando el
conocimiento de la que proviene, en vez de valiente no es más que una época
eminentemente cobarde.
Siguiendo a Álvarez, un punto central de la tristeza es la ambivalencia. La tristeza está
íntimamente ligada con el dolor, con el pesar, el sufrimiento y la pena, razón por la cuál
parece extraño y contradictorio que la tristeza también sea placer y goce. No obstante,
desde los clásicos y desde el psicoanálisis se evidencia como la ambivalencia en la vida
anímica es más la regla que la excepción. Autores como Montaigne, Lucrecio y Ovidio
muestran como en medio de la tristeza se encuentra placer y como en el placer reside
tristeza (Álvarez, 2013, p. 148). Pero la ambivalencia va más allá del dolor-placer; la
tristeza se manifiesta en la creación pero también en la inutilidad, en la acción y en la
inacción, en el autorreproche-baja autoestima y en el sentimiento de superioridad-
narcicismo. Estas aparentes contradicciones no sólo reflejan las múltiples dimensiones de la
tristeza, sino que hacen parte de diversos procesos explicados por el psicoanálisis. La
tristeza está íntimamente ligada con el duelo (principalmente con la melancolía), el cuál es
resultado de una perdida dolorosa del objeto de amor. El triste y el melancólico en este
caso, negándose a perder al objeto, lo introyecta en su ego en una regresión a la fase oral
ambivalente. Esta ambivalencia amor-odio hacia el objeto se evidencia en los virajes entre
el autorreproche y los sentimientos de superioridad del melancólico, en tanto el objeto esta
introyectado en el ego. La ambivalencia inutilidad-creación, inacción-acción, son reflejos
de la inhibición y la sublimación que se presentan simultáneamente en el triste. Entonces, la
ambivalencia refleja el problema psíquico (y patológico) en el que se encuentra el triste y
permite mostrar que la tristeza es más que simple dolor o pena.
Existe una relación entre la tristeza y el egoísmo, que evidencia dos elementos: el
aislamiento del sujeto de los objetos y del exterior y la resistencia del triste. La persona
triste rompe la relación con los objetos y con los demás, envolviéndose en sí misma, como
consecuencia de una perdida trágica del objeto. Siguiendo a Álvarez,
el triste se ampara en su tristeza para justificar el aislamiento en el que se ha metido, la
pesadumbre en la que vive y la dejación de responsabilidades que progresivamente le
devalúa. Y si se diera el caso de que los otros lo desatendieran o refunfuñaran ante sus
veladas solicitudes, le bastaría con advertir del agravamiento de su enfermedad, insinuar la
inminencia de una nueva crisis o dar a entender alguna querencia suicida, comodín por
excelencia con el que exhibe su tiranía (Álvarez, 2013, p. 154).
El psicoanálisis tiene una postura ética y terapéutica que lo hace una teoría y una terapia
única.
Por último, se hará referencia al papel del capitalismo en la depresión, tema trabajado
por Colette Soler. En la sociedad capitalista actual los casos de estados depresivos han
aumentado drásticamente, lo que suscita la duda de cuál es el papel del capitalismo en
este aumento de la depresión. Para dar respuesta a esta incógnita Soler primero ofrece
unos apuntes sobre la pérdida y el deseo. La depresión siempre es desencadenada por la
pérdida y es el común denominador de todas las depresiones “una suspensión de la
eficacia de la causa del deseo; o sea lo que lanza los vectores de los intereses de cada
uno hacia la realidad. En el momento depresivo, efectivamente el sujeto se desconecta
tanto de sus objetivos previos, como de sus objetos” (Soler, 2009, p. 16). Sin embargo,
existen dos tipos-campos de pérdida: el campo de la ambición y el campo del amor. De
este modo hay dos tipos de depresiones, las del fracaso de las ambiciones y las de la
pérdida del objeto. Esto esta relacionado con el deseo.
El deseo implica siempre una falta en tanto el deseo tiene como causa la falta; en el
deseo se encuentra el “efecto dinámico de la pérdida” que empuja al sujeto a buscar un
objeto compensatorio de la falta. La autora lo ilustra de la siguiente forma (el vector del
deseo): de un menos (-) hacia la compensación de la falta más (+), graficado de este
modo (-) ----d----(+) (Soler, 2009, p. 18). El menos (-) es la falta y el más
(+) es lo deseable. Sin embargo, lo deseable no es abstracto, sino que tiene que
determinarse en objetos concretos. Es el efecto del discurso el que propone el catalogo
de lo deseable. En el discurso capitalista el éxito se convierte en un valor basado en el
individualismo total y en la competición, siendo el éxito la base de la ambición. Sin
embargo, la satisfacción del éxito como valor está acompañado de la insatisfacción y la
depresión, en tanto en el capitalismo <<el mercado de producción de los “más-de-goce,
es al mismo tiempo el mercado de producción intensiva de la falta-de-goce”>> (Soler,
2009, p. 20). Además, el discurso del capitalismo desvaloriza y destruye el capital
simbólico, el cuál tiene una función de servir como soporte ante el malestar y la
tragedia; el único valor que existe en el capitalismo es el del éxito-competencia-
mercancía, siendo esta la única forma de satisfacer la ambición personal. Del mismo
modo, el discurso capitalista degrada y precariza todos los lazos sociales, fragmentando
la sociedad y destruyendo los soportes o suplentes que tiene el sujeto ante la tragedia.
Entonces, hay una correlación entre el valor éxito-competencia-mercancía, la
destrucción del capital social y la precarización-fragmentación social del capitalismo
con el aumento de la depresión por fracaso de la ambición (y del narcicismo). Al haber
solo un valor que sirve a la ambición (y una degradación de los valores familiares,
culturales, religiosos), hay un aumento en los fracasos de la ambición, teniendo en
cuenta que de por sí la satisfacción del valor éxito-competencia-mercancía produce
insatisfacción.
Por otro lado, el discurso capitalista también afecta las depresiones de amor. En tanto el
deseo y el amor están enlazados con el objeto y con otro sujeto respectivamente, la no
relación sexual lleva a un fracaso, a un <<Uno, del Uno fálico, del “Un-decir”, como
dice Lacan, del Uno solo, completamente solo>> (Soler, 2009, p. 23). Este fracaso se
suple por medio de semblantes sustitutivos brindados por otros discursos, los cuáles
definen una pareja de amor. Sin embargo, el capitalismo al destruir el resto de discursos
y al no construir ningún semblante sustitutivo ni pareja de amor es incapaz de suplir el
fracaso de la no relación sexual, lo que lleva a la depresión. Entonces, el discurso
capitalista ha aumentado enormemente los estados depresivos en la humanidad por dos
vías: 1) por la valorización del éxito individual competitivo y la desvalorización de
otros elementos de la vida simbólica-social; 2) por la destrucción de otros discursos y
sus semblantes sustitutivos y el fracaso en proponer una solución o algo que supla la no
relación sexual.
Psicopatología moderna, medicina por medicamentos y capitalismo están
profundamente interrelacionados. Sin las dinámicas del mercado y sin la psicopatología
moderna no hay medicina por medicamentos. Es un triangulo siniestro que aliena a los
seres humanos y los despoja de su ser y de su dimensión de sujetos. Las personas que
sufren son convertidas en cuerpos enfermos, así como el malestar y la enfermedad se
multiplican como peste. La objetividad y la ganancia se convierten en los criterios bajos
los que opera la medicina, la psicología y la psiquiatría, y la ética y la terapéutica
quedan relegadas. Es el psicoanálisis como teoría y terapía el que permite evidenciar tal
realidad, así como brinda las herramientas teóricas y metodológicas para devolverle al
ser humano lo que le es propio y para brindarle un espacio en el que, a través de la
palabra, pueda expresar su malestar, aliviarlo y saber lo que se le niega. Todo sujeto
merece saber la causa de sus pesares, sus miedos, sus tristezas y sus dolores, y todos y
cada uno de nosotros debemos tener la oportunidad de aliviar y disipar el dolor que nos
aqueja. El psicoanálisis es una subversión desde todos los frentes y una cruzada sin
cuartel bajo el estandarte del bienestar y la salud mental de la humanidad.
BIBLIOGRAFÍA