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Contemplación y discreción según el autor de La nube del no-saber

(Lino Correia Marques de Miranda Moreira, O. S. B )

Introducción

La nube del no-saber es un tratado sobre contemplación que probablemente fue


escrito poco después de 1390. 1 A su autor (un literato inglés desconocido que escribía
en lengua vernácula) se atribuyen otras seis pequeñas obras, a saber: El libro de los
consejos particulares, Epístola sobre la oración, Epístola sobre la discreción, Teología
Mística (una traducción de la obra De Mystica Theologia, de Pseudo-Dionisio
Areopagita), Benjamín (una traducción y adaptación de Benjamín Menor, de Ricardo de
San Víctor) y El discernimiento de espíritus (una combinación de dos sermones de San
Bernardo 2 con varios suplementos originales). 3
La crítica actual se inclina cada vez más a aceptar pacíficamente que tanto La
nube del no-saber como los otros títulos citados se deben realmente a un único autor.
En esta conferencia, también adoptaré esta posición, y procuraré exponer brevemente el
pensamiento del desconocido autor inglés sobre las relaciones entre la contemplación y
la discreción, recordando la totalidad de los escritos que se le atribuyen. Dividiré mi
exposición en tres partes: la primera tratará de lo que se debe entender por
contemplación; la segunda abordará la discreción como vía para llegar a la
contemplación: la tercera se dedicará a demostrar que, en último término, la propia
virtud de la discreción depende de la gracia de la contemplación.
Entremos, pues, sin mas dilaciones en la primera de estas tres cuestiones.

1
Cf. CLARK, J. P. H. – The Cloud of Unknowing: An Introduction. Analecta Cartusiana. Salzburg.
119:4 (1995) 92
2
BERNARDO DE CLARAVAL, Sermones de diversis, 23-24: PL 183, 600-605.
3
Los títulos originales son: The Cloud of Unknowing, The Book of Privy Counselling, The Epistle of
Prayer, The Epistle of Discretion, Hid Divinity, Benjamin Minor, Of Discerning of Spirits. En las citas
daré las referencias en conformidad con la siguiente edición crítica: HODGSON, P. (ed.) – The Cloud of
Unknowing and Related Treatises, Salzburgo: Institut für Anglistik und Amerikanistik Universität
Salzburg. 1982. Las traducciones que aparecen en esta conferencia son obra personal mía.
2

1. La contemplación es caridad

En la terminología de nuestro autor, la contemplación es normalmente designada


por la palabra “trabajo” (work), y quien se quiera entregar a esta actividad del espíritu
deberá permanecer en un estado de completa ignorancia intelectual y esforzarse por no
prestar atención a ninguna de las realidades creadas. De ahí que nuestro desconocido
escritor afirme:
“Al ejecutar por primera vez el trabajo de que hablo, sólo encontrarás oscuridad
y algo así como una nube de desconocimiento […] Por consiguiente, disponte a
permanecer en la oscuridad el mayor tiempo que puedas, ansiando siempre a Aquel a
quien amas. Y, si alguna vez lo pudieras sentir o ver, en la medida en que es posible en
este mundo, tal fenómeno sólo deberá suceder en esta nube y en esta oscuridad.” 4
Y también
“Pero si llegaras a esta nube del no-saber, para quedarte a trabajar en ella como
te digo, ¿qué tienes que hacer? Puesto que tal nube se encuentra arriba, entre tú y tu
Dios, tú debes colocar más abajo otra nube, -ésta de olvido-, entre tú y todos los seres
creados. […] En una palabra, todas las cosas se deben ocultar bajo la nube del olvido.” 5
El contemplativo debe, pues, renunciar a todo pensamiento analítico, aún a aquel
que tenga a Dios por objeto. Dice el nuestro autor:
“... todo aquello en que piensas, y está por encima de ti, se interpone entre ti y tu
Dios en el momento de pensarlo; así tú estás lejos de Él en la misma medida en que
haya en tu mente alguna otra cosa más allá de Él.
Y con la debida reverencia, diré que para el trabajo en cuestión de poco o nada
adelanta traer al pensamiento la bondad o la dignidad de Dios […] Porque aunque sea
bueno pensar en la bondad de Dios, y amarlo y alabarlo por esa misma bondad, en
cualquier caso es mucho mejor pensar en el propio ser desnudo de Dios, y amarlo y
alabarlo por sí mismo.” 6
La expresión “ser desnudo de Dios” designa la misma esencia del Ser divino, en
la cual están comprendidos todos sus atributos indistintamente. Y para subrayar todavía

4
,ube, 9/28-30.34-37
5
,ube, 13/24-27.36-37
6
,ube, 14/1-12
3

más que la atención del contemplativo se debe concentrar enteramente en la esencia de


Dios, el autor dice en cierto punto:
“Entiende bien que, en el trabajo a que me refiero, no debes considerar las
cualidades de Dios más que las tuyas propias. No hay nombre, ni sentimiento, ni
consideración que concuerde más y mejor con el Eterno, o sea, Dios, que aquello que se
puede obtener, contemplar y sentir, en la ciega y amorosa consideración de la palabra:
‘es’. Los atributos ‘bueno’ o ‘bello Señor’, ‘dulce’, ‘misericordioso’, ‘justo’, ‘sabio’,
‘omnisciente’, ‘poderoso’, ‘omnipotente’ – y también: ‘Conocimiento’ y ‘Sabiduría’,
‘Fuerza’ y ‘Poder’, ‘Amor’ y ‘Caridad’ (o cualquier otro término que puedas decir
acerca de Dios) – están enteramente ocultos y contenidos en esta breve palabra: ‘es’. De
hecho, para Dios, ser equivale a poseer todas estas perfecciones. Si utilizas cien mil
expresiones de ternura, como: - ‘bueno’, ‘bello’ y otras palabras semejantes -, no te
alejarás de la mencionada palabra: ‘es’. Si las dices todas hasta el final, no le añadirás
nada. Y si no dices ninguna, no le quitarás nada. Por eso procura mantenerte ciego en la
contemplación amorosa del ser de Dios y en la consideración desnuda de tu propio ser,
y renuncia a utilizar tus facultades con el objetivo de buscar algún atributo de Dios o
alguna cualidad de tu ser.” 7
Finalmente, la concentración en la esencia de Dios debería ser tan radical que
llevase al contemplativo a perder la consciencia de su propio “ser desnudo”, de su
propia esencia individual. 8 Por eso, el autor desconocido también añade:
“Ten por cierto lo siguiente: yo te pedí que olvidaras todas las cosas, menos el
oscuro sentimiento de tu ser desnudo; pero lo que yo pretendía desde el principio era
que olvidaras el sentimiento de tu propio ser en favor del sentimiento del ser de Dios.
Por eso es por lo que demostré, desde el principio, que Dios es el ser de tu ser. Sin
embargo, me parece que todavía no serías capaz de elevarte al sentimiento espiritual
del ser de Dios, debido a la imperfección de tus impresiones espirituales. Por tanto, para
que puedas llegar allí de forma gradual, empecé por sugerirte que tratases de “roer” el
sentimiento ciego y desnudo de tu propio ser. Y debías hacerlo hasta que, por la
perseverancia espiritual en este trabajo secreto, te volvieras capaz de un elevado
sentimiento de Dios. De hecho, en esta práctica, tienes que tener siempre la intención y
el deseo de sentir a Dios. Si al principio te pedí que revistieses y envolvieses el
sentimiento de tu Dios en el sentimiento de tí mismo, fue a causa de tu falta de

7
Consejos, 80/30-81/2
8
Cf. ,ube, 22/32-36; 46/5-16.29-32
4

experiencia y de la rudeza de tu espíritu. Luego, cuando la perseverancia te haya hecho


avanzar en la pureza de espíritu, tienes que desnudarte, despojarte y desvestirte por
completo del sentimiento de ti mismo, para que, por la gracia, te puedas revestir del
sentimiento de Dios.” 9
Al fijarse solamente en la esencia de Dios, el contemplativo lucha con un vacío
intelectual. Pero – como dice nuestro místico – “cuando la inteligencia fracasa es
cuando tiene éxito, porque aquello en que ella falla no es otra cosa más que Dios. Fue
por eso por lo que San Dionisio afirmó: ‘El conocimiento más divino de Dios, es el que
se alcanza por medio de la ignorancia.’” 10
Cuando el entendimiento permanece en el vacío, la razón comparte su suerte y
ya no consigue sobrevivir. Esta realidad viene expresada de forma particularmente
ingeniosa en Benjamín, que es una lectura alegórica a la historia de Jacob y de su
familia. En este tratado, Raquel representa la razón y su hijo primogénito, José, la
discreción, mientras que su hijo menor, Benjamín, simboliza la contemplación. Lo que
sucede trágicamente es que Raquel muere al dar a luz a su hijo Benjamín, lo cual
significa que la razón también está destinada a sucumbir, en el preciso momento en que
la contemplación nace en el alma. 11
Desde el punto de vista de la razón y de la inteligencia la contemplación no es
más que una mirada ciega, pero desde el punto de vista de la voluntad se puede definir
como un impulso de amor, consistente en la perfecta adhesión a la voluntad de Dios: 12
“Por consiguiente – dice nuestro místico – pon atención al trabajo del que hablo,
y a su maravilloso modo de obrar en el interior del alma. De hecho, si lo entendemos
correctamente, no pasa de ser un impulso repentino y como imprevisto que salta de
repente hacia Dios, como una chispa del carbón. Y es maravilloso observar la cantidad
de impulsos que pueden surgir en una sola hora, en el alma que se dispone a ejecutar
este trabajo. En una única moción, puede olvidarse de repente de todas las cosas
creadas. Luego, después de cada impulso, cae nuevamente en algún pensamiento o
recuerdo de cualquier acción hecha o por hacer, a causa de la corrupción de la carne. ¿Y
qué importa? Después se levantará tan repentinamente como antes.” 13

9
Consejos, 88/39-89/13
10
,ube, 70/3-6. Aquí el autor cita PSEUDO-DIONISIO AREOPAGITA, De divinis nominibus, 7,3: PG
3, 872.
11
Cf. Benjamín, 144/15-21
12
Cf. ,ube, 53/23
13
,ube, 12/21-30
5

Los impulsos de que se habla en este pasaje son suscitados por Dios, pues
solamente Él es capaz de mover directamente la voluntad humana. 14 Este hecho permite
sacar orientaciones precisas acerca del tipo de esfuerzo que el contemplativo debe hacer
en la oración:
“Pero ¿en qué consiste este esfuerzo? – se pregunta nuestro místico -.
Ciertamente en nada que tenga que ver con los devotos impulsos de amor que
continuamente se producen en la voluntad por acción de Dios todopoderoso, no por
iniciativa de la propia persona: Dios está siempre dispuesto a realizar esa obra en el
alma que se prepara a ello, y lleva tiempo intentando hacer todo lo que está a su alcance
para tornarse apta. Pero entonces ¿en qué consiste el referido esfuerzo? Todo él se
resume, sin duda, en pisar con los pies la memoria de todas las criaturas de Dios,
manteniéndolas bajo la nube del olvido de que ya he hablado. En esto consiste el
esfuerzo, ésta es la parte que el ser humano debe ejecutar, con el auxilio de la gracia. La
otra parte – o sea, los impulsos de amor – pertenece solamente a Dios. Por eso, tú
continúa con tu parte, y yo te aseguro que Dios no fallará en hacer la suya.” 15
Sin embargo, la contemplación no siempre exige esfuerzo, y puede muy bien
culminar en la experiencia de la unión pasiva, conforme se dice a continuación:
“… cuando tengas devoción, lo que antes era muy duro se volverá sosegado y
fácil, y lo harás con poco esfuerzo o hasta sin esfuerzo. Pues, a veces, Dios mismo hace
todo el trabajo por sí sólo. Pero eso no pasa siempre, ni tampoco por mucho tiempo:
solamente cuando Dios quiere y en la forma que quiere. Y a esta altura ¡sentirás la
alegría de dejarle actuar por su cuenta!
En estas ocasiones, puede suceder que Dios envíe un rayo de luz espiritual, que
atraviesa la nube del no-saber, interpuesta entre tú y El: así te mostrará alguno de sus
secretos, sobre los cuales el hombre no tiene permiso ni capacidad de hablar. Entonces
sentirás tu afecto inflamado en el fuego de su amor mucho más intensamente de lo que
yo puedo o quiero expresar en este momento.” 16
Así pues, podemos concluir que, en la óptica de nuestro autor, la contemplación
es el olvido perfecto de sí y la perfecta caridad. En efecto, al llegar a las cimas más altas
de la contemplación, el orante no es ni siquiera consciente de su propia esencia
individual, y su voluntad se encuentra enteramente libre para que Dios suscite en ella

14
Cf. ,ube, 39/11-17
15
,ube, 34/9-20
16
,ube, 34/25-35
6

una cadena ininterrumpida de impulsos de amor. Tales impulsos, a su vez, constituyen


la forma más perfecta de caridad, porque en cada uno de ellos el contemplativo no hace
más que amar a Dios por sí mismo sobre todas las criaturas, y amar al prójimo como a sí
mismo, por causa de Dios. 17

2. La discreción es la vía para llegar a la contemplación

Habiendo concluido mi reseña sobre la contemplación, paso ahora a la doctrina


de la discreción. También aquí me tendré que contentar con una presentación sumaria.
En sentido espiritual, la discreción es esencialmente el juicio de la razón
respecto del bien y del mal. Este concepto inspiró a nuestro autor a hacer la siguiente
observación, bastante pintoresca por cierto:
“... el tabique que el ser humano tiene en la nariz, para separar una fosa nasal de
la otra, indica que todo hombre debe poseer discreción espiritual, para distinguir el bien
del mal, lo malo de lo peor, y lo bueno de lo mejor, antes de emitir cualquier juicio
definitivo sobre alguna cosa que vio u oyó a su alrededor.” 18
Es difícil de clasificar tal capacidad de discernir, en sus diferentes grados, el bien
del mal. Efectivamente, San Bernardo afirma que “la discreción no es tanto una virtud,
sino la moderadora y el auriga de las virtudes, la ordenadora de los afectos y la maestra
19
de las costumbres.” Y dentro del mismo orden de ideas, nuestro desconocido autor
inglés da a entender que la discreción es una virtud especial, porque es ella la que
simultáneamente genera y regula todas las demás virtudes. 20
Veamos lo que esto quiere decir exactamente. Sólo seremos capaces de
comprender el pensamiento de nuestro autor en este punto, si tenemos en cuenta que él
define la virtud como “un afecto ordenado y medido, cuyo blanco nítido es Dios por sí
mismo.” 21 Así, existen en nuestra alma varios afectos – por ejemplo, el amor y el odio,
la alegría y la tristeza, el temor y la esperanza. La discreción no es un afecto semejante a
éstos; pero gracias a ella tales afectos se vuelven ordenados y medidos, esto es, se

17
Cf. ,ube, 32/19-33/4
18
,ube, 57/35-40
19
BERNARDO DE CLARAVAL, Sermones in Cantica, 49,5: PL 183, 1018
20
Cf. Benjamín, 141/32-38
21
,ube, 21/3-4
7

dirigen a su propio objeto y ni les sobra ni les falta nada. 22 Por eso, “la discreción es –
como dice Casiano – la generadora, la guardiana y la moderadora de todas las
virtudes”,23 porque es ella la que transforma los afectos en virtudes y los hace
permanecer como tales.
Para alcanzar la discreción son necesarias dos cosas: por un lado, practicar
24
durante mucho tiempo cada una de las virtudes propiamente dichas; y, por otro lado,
someterse a la dirección espiritual.
“Así –escribe nuestro autor - , después de muchas caídas y fallos, seguidos de
fases de vergüenza, se aprende por experiencia que no hay nada mejor que ser guiado
por el consejo de otro, pues ese es el modo más rápido de alcanzar la discreción. Aquel
que siempre se hace aconsejar no se arrepentirá. De hecho, un hombre prudente vale
más que un hombre fuerte, pues el tacto es mejor que la fuerza bruta. Y un hombre
prudente hablará de victorias.” 25
En verdad la discreción es una especie de espada afilada que sirve para combatir
los malos impulsos. 26 Y para que ella pueda ejercer esa función, es necesario, ante todo,
saber discernir el origen de los pensamientos. Este es el tema de la obra El
discernimiento de espíritus, un pequeño tratado que enseña a distinguir las “voces” que
hablan en lo íntimo del alma, de un modo que se podría resumir más o menos en los
siguientes términos: si pienso en satisfacer los apetitos de la carne, hablará el espíritu de
la carne; si pienso en hacer alguna cosa que me engrandezca a mis propios ojos o a los
ojos de otros, hablará el espíritu del mundo; si pienso en cosas amargas, que me quitan
la paz y la tranquilidad, hablará el espíritu del mal; si pienso en hacer el bien, hablará el
espíritu de Dios (directamente o a través de sus ángeles tanto de la tierra como del
cielo); si consiento en algún pensamiento, en adelante pasa a hablar mi propio espíritu,
que asume el oficio del espíritu al que di consentimiento. Pero si después de haber sido
absuelto de mis culpas en la confesión sacramental, vuelvo a ser tentado, ya no será mi
espíritu el que hablará, sino nuevamente uno de los tres enemigos del alma, es decir, el
espíritu de la carne, el espíritu del mundo o el espíritu del mal.
El espíritu del mundo es más peligroso y difícil de vencer que el espíritu de la
carne, y el espíritu del mal es más peligroso y difícil de vencer que el espíritu del

22
Benjamín, 141/9-29
23
JUAN CASIANO, Collatio secunda, 4: PL 49, 528
24
Cf. Benjamín, 141/39-142/9
25
Benjamín, 142/16-21
26
,ube, 37/37-40
8

mundo. Además de eso, el espíritu del mal – que es el propio Demonio – se transforma
a veces en ángel de luz y , bajo capa de virtud, no hace más que sembrar amargura,
discordia, divisiones y calumnias. Esto pasa cuando algunos se dejan atraer por una
ascesis rigurosa y, juzgándose mejores que los demás, empiezan a censurar
abiertamente las faltas de sus prójimos.
A medida que el alma va triunfando de los malos impulsos originados por los
pensamientos, el fruto que se obtiene es el auto-conocimiento. Siendo así, se puede
decir que la discreción es la vía para llegar a la contemplación, dado que por el
conocimiento de sí mismo es como el ser humano llega al conocimiento de Dios. De
hecho, como afirma nuestro místico:
“… por esto mismo José [símbolo de la discreción], es todo hombre que no sólo
aprende a evitar los embustes de los enemigos, sino que además es conducido con
frecuencia al perfecto conocimiento de sí mismo. Y cuanto más se conoce el hombre a
sí mismo, tanto más avanza en el conocimiento de Dios, de quien es imagen y
semejanza. Esta es la razón que explica que, después de José, haya nacido Benjamín;
pues del mismo modo que José representa la discreción, podemos entender igualmente
que Benjamín simboliza la contemplación. Ambos nacieron de una sola madre, y fueron
engendrados por un único padre. 27 De hecho, por la gracia de Dios que ilumina nuestra
razón, nosotros llegamos al perfecto conocimiento de nosotros mismos y de Dios – en la
medida que en esta vida es posible.” 28

3. La discreción depende de la contemplación

Puesto que la discreción ordena y modera los afectos del alma, para que éstos se
transformen en virtudes, debemos concluir que ella también determina la exacta medida
de las acciones humanas, para que éstas no registren ninguna falta, ni por exceso ni por
defecto. Pero esto nos confronta con una nueva cuestión, que es la siguiente: la misma
contemplación, en cuanto ejercicio de caridad perfecta y actividad puramente espiritual,
¿debe ser regulada también por la virtud de la discreción? Nuestro autor responde
negativamente:

27
En la alegoria de Benjamín, Jacob representa a Dios.
28
Benjamín, 142/32-143/4
9

“… si me preguntas – dice él – qué discreción tienes que guardar en la


contemplación, la respuesta que te doy es la siguiente: ‘Ninguna’. En todas las otras
acciones debes usar de discreción, por ejemplo, en el comer y en el beber, en el dormir,
en proteger tu cuerpo de los extremos del calor o del frío, en las oraciones o lecturas, en
las conversaciones con tus semejantes. En todas estas cosas debes guardar la discreción,
para evitar tanto lo excesivo como lo que puede ser insuficiente. Pero en el trabajo al
que me refiero no debes sentirte limitado por ninguna medida, pues me gustaría que no
lo interrumpieses en ningún momento de tu vida.” 29
Podemos encontrar un fundamento para esta posición en el siguiente pasaje:
“… [la contemplación] es el trabajo en que el hombre hubiese permanecido si
nunca hubiese pecado: para esa actividad es para la que fue creado el ser humano, y
todas las cosas se hicieron con vistas a ayudarlo a seguir en esa misma actividad, por la
que nuevamente será restaurado.” 30
Aquí se sugiere que la contemplación es una actividad interior en la que el
hombre encuentra su felicidad y su justificación. Así, la contemplación es una meta que
se debe buscar por sí misma, y la actividad humana exterior tiene que ser un medio
orientado a ese fin. 31 Nosotros intentamos conseguir plenamente todo aquello que entra
en la categoría de fin; en cambio los medios los usamos solamente en la medida en que
son útiles para alcanzar el fin. Por consiguiente, el ser humano debería practicar los
actos exteriores – por ejemplo, comer, beber, dormir, defenderse del calor o del frío,
rezar, leer, hablar con sus semejantes…- exactamente en la medida en que tales actos le
permiten realizar el mayor número posible de los actos voluntarios que constituyen la
contemplación. Además, en vez del verbo “realizar”, sería mejor emplear aquí la
locución verbal “consentir en”, porque tales actos de voluntad no son más que los
impulsos de amor suscitados por Dios, de los cuales ya hemos hablado.
Con todo, ¿cómo se puede encontrar una medida ideal para los actos exteriores,
suponiendo que ésta exista? A este respecto, nuestro autor escribe:
“Aplícate al trabajo del que hablo, sin pausa ni discreción, y sabrás empezar y
acabar todo lo demás con gran discreción. De hecho, si un alma persevera en la

29
,ube, 44/16-24
30
,ube, 11/9-13
31
La actividad humana exterior debe orientarse de modo que no se convierta en un obstáculo para la
contemplación; pero, en rigor, aquella nunca puede ser un medio para alcanzar ésta, pues, como afirma
nuestro desconocido autor inglés: “Todos los medios buenos dependen de la contemplación, y la
contemplación no depende de ningún medio. Por otra parte, tampoco existe ningún medio que pueda
conducir a la contemplación.” (,ube, 39/20-21)
10

contemplación día y noche, sin discreción, creo que nunca se podrá engañar en sus actos
exteriores; pero si no persevera así, juzgo que siempre se equivocará.
Por consiguiente, si yo prestase atención vigilante y perseverante a la actividad
contemplativa de mi alma, dejaría de preocuparme de comer o beber, dormir o hablar, y
de todos los demás actos exteriores. Efectivamente, creo que lo que me haría llegar a la
discreción en estos actos externos sería la indiferencia en relación a ellos, y no la
atención cuidadosa que les dispensara, como si quisiera ponerles límites.” 32
Nuestro autor da también este género de consejos a un discípulo que se siente
atraído por una vida de rigurosa ascesis, y se pregunta cómo podrá discernir, en la
práctica concreta que se deriva de las diferentes situaciones, si lo que más le conviene es
hablar o guardar silencio, ayunar o comer, estar sólo o estar acompañado. La primera
cosa que nuestro místico le recomienda es que, en estas materias, no siga las
inclinaciones de la inteligencia ni de la voluntad. Por tanto, en una primera etapa, el
discípulo deberá someterse humildemente a la oración y a la dirección espiritual de
maestros con experiencia. Después, cuando haya alcanzado el conocimiento de sí
mismo y de sus aspiraciones interiores, podrá prescindir del auxilio de otro. A esa altura
deberá entregarse lo más posible a la contemplación, pues ella es la que le permitirá
orientarse en su comportamiento exterior, sin engañarse en absoluto. Así, su única
ocupación tiene que ser amar a Dios, que se encuentra misteriosamente oculto en medio
de actividades opuestas:
“Escógelo a El – dice el autor inglés –: entonces estarás en silencio aunque
hables, y hablarás cuando guardes silencio; estarás ayunando cuando comes, y
comiendo cuando ayunas; y así sucesivamente respecto a todo lo demás.” 33
En esta fase más avanzada, el discípulo se deja guiar exclusivamente por la
acción de la gracia y por el impulso de amor que le viene de la memoria Dei o recuerdo
de Dios (mind of God):
“Entonces – afirma nuestro autor - , ese mismo impulso de amor que te es dado
sentir será perfectamente capaz de decirte cuándo debes hablar y cuándo debes guardar
silencio. El te guiará sabiamente, en toda tu vida, sin sombra de engaño. Y él te
enseñará místicamente cómo debes comenzar y acabar toda actividad natural con
perfecta discreción. De hecho, por virtud de la gracia, un impulso tal de amor puede
tornarse un hábito y una práctica continua. Y en ese caso, si tienes necesidad de hablar,

32
,ube, 45/2-4
33
Discreción, 114/33-115/4.10-13
11

de alimentarte como los demás, de permanecer en la compañía de otros, o de hacer


alguna otra cosa que pertenezca a los usos y costumbres de los cristianos, él te moverá
con suavidad a hablar, o a realizar cualquier otra acción natural, sea la que sea. Y si no
eres dócil, te herirá como un puñal, y no te dejará en paz hasta que le obedezcas. Por
otro lado, cuando estés hablando u ocupado en cualquiera otra acción natural, si es útil y
necesario que guardes silencio y te entregues a alguna práctica característica de una
santidad singular – como, por ejemplo, ayunar en lugar de comer, o estar solo en vez de
permanecer acompañado – él te inducirá a hacerlo.” 34
En resumen, según el autor de La nube del no-saber, aquel que no tiene la gracia
del don de la contemplación siempre se engañará de alguna forma, no solo en los juicios
sino también en sus actos externos. Por lo tanto, en último análisis, la propia virtud de la
discreción depende de la gracia de la contemplación. Además, nuestro autor llega a
afirmar que la contemplación “no sólo destruye el fundamento y la raíz del pecado
35
cuanto es posible en la tierra, sino también engendra las virtudes.” Esto quiere decir
que, en las almas perfectas, la discreción y la contemplación se encuentran tan
íntimamente unidas que casi se confunden la una con la otra.

34
Discreción, 117/23-39
35
,ube, 21/32-34
12

Conclusión

En un mundo tan herido y confuso como el nuestro, las personas tienen cada vez
más dificultad en encontrar criterios que orienten sus vidas. Pero nosotros, monjes y
monjas del siglo XXI, podemos ayudarlas. De hecho, somos herederos de una larga y
riquísima tradición espiritual, que nos revela los medios y los modos de alcanzar la
virtud de la discreción. Por lo tanto, tenemos la posibilidad – y también la obligación
moral – de mostrar a nuestros hermanos y hermanas que viven en el mundo, cómo se
puede llegar a discernir el bien y el mal con seguridad, y cómo se puede encontrar la
justa medida en todas las cosas.
Pero conviene no olvidarse de un aspecto muy importante: según el autor de La
nube del no-saber, nadie puede alcanzar la discreción perfecta, si Dios no le concede el
don de la contemplación. Por consiguiente, es absolutamente esencial que, fieles al ideal
que San Benito nos propone, busquemos a Dios de todo corazón. 36 Sólo así podremos
37
ser sal de la tierra y luz del mundo, y sólo de ese modo podremos llegar a brillar
como luceros en medio de esta generación. 38 En verdad, nunca podremos aspirar a ser
auténticos profetas, si no nos esforzamos por ser, antes que nada y por encima de todo,
¡verdaderos místicos!

36
Cf. Regula Benedicti, 58,7
37
Cf. Mt 5,13-14
38
Cf. Flp 2,15

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