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El camino de las ánimas del purgatorio.

Colección de Arte del Banco de la


República.
“Aquí no hay más nada que trabajar o tomar licor”, dice el señor Antonio José.
Tiene razón, pues Corozal, en el departamento de Sucre, es un municipio que
poco suena. En esta zona de Colombia se vive entre la relativa tranquilidad de una
ciudad pequeña y la inherente lucha social de un pueblo tachado de oligarca,
como afirma él mismo. Pero esta calma y su romance con el trabajo y la bebida no
siempre existieron. Al menos, no en el momento de su fundación.

Cuenta la historiadora Pilar Moreno de Ángel, en su libro Antonio de la Torre y


Miranda, viajero y poblador, que, en 1775, cuando este teniente español decidió
trasladar la población de Pileta al alto de Corozal de Morroa —por falta de agua y
pésima ubicación— no todos los habitantes del pueblo estuvieron de acuerdo y
varios de ellos se resistieron al cambio. En realidad, esta actitud estaba
incentivada por 85 alambiqueros que fabricaban aguardiente clandestinamente sin
pagar impuesto a la Corona y que, alebrestados por la noticia de que el teniente
proyectaba fundar una real fábrica de aguardientes en Corozal, controlada
debidamente por las autoridades, decidieron caldear los ánimos y enfrentarse a la
autoridad. Entonces, el oficial español y un refuerzo de 150 soldados procedieron
a decomisar los alambiques de las veredas de Desbarrancado, Cambimba, Joney
y Bajo de Lata, por lo que encendidas protestas se hicieron sentir y en la
ceremonia de fundación de Corozal muchos no tuvieron con qué celebrar.

Así arrancó todo. Y aunque esta región de Colombia ahora no es ni la sombra de


lo que fue en aquel entonces, para algunos todavía puede sonar paradójico —
como el mismo Antonio José relata— que una región donde las principales
actividades son la ganadería y la agricultura, el mayor empleador es el Estado y la
gente sale a las terrazas a charlar con los vecinos cuando cae el sol, pues no hay
nada más que hacer, sea el origen de la que podría ser una de las colecciones de
arte popular más importantes del país. La verdad sea dicha: no se sabe si lo es,
pero una colección como esta, compuesta de más de mil piezas, bien podría llevar
ese título.

Antonio José es el dueño de esta colección que ha moldeado a un ritmo lento y


silencioso. Lleva casi tres décadas consiguiendo piezas aquí y allá. Pero, a pesar
de ser el personaje que es, este señor no le pone mucho misterio a lo que hace.
Está al otro lado de la línea telefónica, a cientos de kilómetros de Bogotá, de
donde procede mi llamada, como si fuera un amigo el que se comunica con él.
Contesta todas mis preguntas, no se complica y por su acento costeño suena aún
más sincero en sus respuestas. No es artista, ni historiador y mucho menos
académico. No, este señor es ganadero.
Autor desconocido © Banco de la República

Las 50 piezas, que posee el Banco de la República, procedentes de esa región del
Caribe colombiano, fueron de su propiedad y de estas hay 40 exhibidas en la sala
“Los primeros tiempos modernos”, una de las curadurías de la Colección de Arte,
realizada por Jaime Borja, que se expone actualmente en la Casa de Moneda. Las
ánimas del purgatorio, las piezas que nos atañen, son pequeñas tallas rústicas
hechas en madera en las que casi todas las figuras femeninas, poderosas y
sobrecogedoras, se retuercen entre llamas mientras miran al cielo.
A esta actividad se ha dedicado este sucreño gran parte de su vida como si fuera
una obsesión o un vicio difícil de dejar y, lo que es más encantador, alejado de
toda apreciación intelectual: “Las ánimas me gustaron por lo feas que eran, me
parecieron más interesantes en ese sentido”, dice con total desparpajo. Pero
también se percibe en este personaje un interés por rescatar objetos de su
infancia y juventud, objetos olvidados que representan su cultura y las creencias
de la región, como recuerda con un tono casi melancólico: “Cuando yo era joven
mis amigos les pedían a las ánimas que los despertaran porque tenían que
estudiar, pero esa creencia se ha perdido y tenían a las ánimas guardadas por
ahí”.

Pero, ¿cómo se descubre un coleccionista de este calado? ¿Cómo se llega a una


región tan apartada para destapar un tesoro de esta magnitud? Pues bien, esta es
apenas una de las muchas historias que guarda celosamente la Colección de Arte
del Banco de la República y este es el momento de contarla.

Todo se conecta
El inicio de esto se dio hacia el año 2010, cuando en el Museo de Arte del Banco
de la República se preparaba la exposición Habeas Corpus, que abordaba el
cuerpo, la tensión social de ocultarlo o mostrarlo, los antecedentes históricos y el
papel de este en diferentes momentos importantes de la historia del arte. Se
trataba de un relato construido alrededor de la figura humana, cuya curaduría
estuvo a cargo del historiador Jaime Borja y el artista José Alejandro Restrepo.

Por esas conexiones fortuitas que teje la vida, este último vio, por casualidad
mientras preparaba la exposición, una talla que el artista cordobés Cristo Hoyos
tenía en su taller. No dudó en preguntarle de dónde la había sacado, y aunque ese
objeto no provenía precisamente de la colección del ganadero de Corozal, sí tenía
toda la estética de las ánimas y santos de aquella colección privada que José
Alejandro estaba a punto de descubrir.

La pieza en cuestión se llamaba Comunero de los Montes de María y era de


autoría de David Bohórquez, “un artista de un pueblecito al pie de los Montes de
María (…). Yo creo que esa fue la pieza que vio José Alejandro”, aclara Cristo
Hoyos, que, ante la curiosidad de su amigo, le contó que en Sucre había un
coleccionista, compinche suyo también, que tenía una cantidad enorme de esos
objetos.

José Alejandro viajó a Corozal para conocer a este personaje y ver esas esquivas
tallas en madera, que aún hoy generan controversia por su fecha de elaboración:
unos las ubican en el siglo XIX y otros a principios del XX, aunque lo cierto es que
del tema no hay información suficiente.

"Poco se ha estudiado desde el punto de vista de la antropología y ni siquiera


desde el punto de vista de la artesanía —subraya José Alejandro—, así que me fui
hasta allá y los conocí a él [a Antonio José] y a su colección, que es bellísima y no
es solo de ánimas sino también de cristos, crucifijos y santos."

Con la simpática osadía de un costeño, Antonio José rebobina la película y


confiesa: “La verdad es que yo no sabía quién era (José Alejandro) y miré en
internet para averiguar”. Así es, el ganadero iba a recibir en su casa a un
reconocido artista nacional sin tener la menor idea de quién era. Pero no le
importaba, él solo quería mostrar su colección y escuchar una voz diferente a la
del instinto que lo había orientado durante décadas sobre sus piezas.

Rescatadas de la hoguera
Con esa misma espontaneidad, Antonio José empezó su colección. Un día,
seguramente caluroso, como siempre en Corozal, alguien le ofreció una pequeña
talla de un san José y el ganadero no se pudo negar a recibirla. A partir de ahí,
gracias al voz a voz de amigos y empleados, empezaron a ofrecerle ánimas del
purgatorio, san Roques y cuanta talla en madera pudiera parecerle atractiva.

Parece un milagro que estas piezas de las ánimas aún existieran, pues ellas —y la
tradición de talla en madera— apenas habían podido sobrevivir a una gran
cruzada emprendida por algunas sectas religiosas que habían llegado a la zona
para quemarlas. José Alejandro Restrepo comenta:

"Desafortunadamente, fue una tradición que se perdió y desapareció por varias


razones: una, que llegó allá, más o menos a partir de los años sesenta, una
oleada evangélica que terminó con estas imágenes, y otra, que la misma tradición
católica reemplazó estas imágenes en madera por otro tipo de soportes y
materiales."

Antonio José completa la historia:

"A mí me llamaba la atención que alguien sin conocimientos se atreviera a tallar.


Me parecía interesante que alguien sin estudios pudiera hacer figuras con esa
anatomía, porque les hacía una cintura estrecha, las piernas más grandes que el
torso y sin ningún pliegue. Eso me gustaba de verdad y se estaba perdiendo pues
las estaban quemando…"

Y así aquellas tallas ingenuas, rurales, imposibles de catalogar en algún estilo, sin
los cánones estéticos impuestos por Europa y hechas posiblemente por
descendientes de negros, indígenas o mestizos comunes, como las describe con
certeza Cristo Hoyos, terminaron casi por desaparecer ante la mirada cómplice de
fieles e infieles, que poco o nada pudieron hacer ante el poder de las creencias.

Lo que queda
Tras la visita de José Alejandro Restrepo a Corozal, 12 objetos de la colección de
Antonio José terminaron por atravesar media Colombia para llegar a Bogotá y ser
parte de la exposición Habeas Corpus. Unos meses después, estas y 38 piezas
más —todas pertenecientes al ganadero de Corozal— fueron adquiridas para la
Colección de Arte del Banco de la República y ser mostradas al público.

La historia de esta colección anónima es apenas una pista del acontecer de la vida
en el Caribe, de las convicciones de la región y de toda esa carga cultural que ha
permeado buena parte de la zona norte de Colombia. Un recuerdo personal de
Cristo Hoyos, el artista cordobés clave en todo este cruce de personajes, colorea
muy bien el fin de este relato:

"Yo me enfermé, una cosa delicada y muy grave, y estaba internado en el hospital
San José, en Bogotá. Mi abuela, que todavía vivía en una finca en las sabanas de
Córdoba, desesperada por mi situación recordó que yo sentía fascinación por una
de las piezas que ella tenía en su altar. Entonces, empacó ese crucifijo y me lo
mandó con una carta que aún conservo. Este no era un cristo europeo, era
extraño. Luego, me enteré de que ese cristo había sido de la mamá de mi abuela y
se lo había tallado un esclavo negro. Ese cristo es extraño porque no es un cristo
blanco, es un esperpento hecho por un esclavo que perteneció a la familia de mi
bisabuela."
También se sabe que esta tradición de talla de ánimas y santos no solo es
exclusiva del Caribe colombiano. Cuba, Puerto Rico, República Dominicana y
otros países de la región hacen parte de esta cofradía devota que vive en una
atmósfera de superstición. De hecho, se cree que de la costa Caribe salieron
muchas piezas hacia Venezuela y Centroamérica en los años cincuenta, y que
estas terminaron en colecciones y museos, pero a la fecha no hay un registro
certero de dónde están o quién las tiene.

Mientras tanto, aquí en Colombia, 10 piezas de las adquiridas por el Banco de la


República al coleccionista de Sucre son exhibidas y complementan de forma
acertada la exposición Aparente ingenuidad. Pintores primitivistas en la Colección
de Arte del Banco de la República (19 de mayo al 22 de agosto de 2016), en la
que se retrata la cotidianidad de los pueblos del Caribe, los viajes en bus y en
barco por el río y donde también se destaca el trabajo sincero de futbolistas,
empleadas del servicio, policías y alfareros, que fueron artistas ajenos a la
academia y la historia del arte.
Este es un momento muy apropiado para que el público conozca estas piezas,
pues la colección de Antonio José prácticamente se ha estancado. Ya no se
encuentran tallas en madera de este tipo y pocas se ofrecen a la venta. Las que
quedan están en los hogares del Caribe, donde la gente aún les rinde culto para
curar el mal de ojo, para que san Isidro los ayude en la cosecha o para que san
Roque los aleje de las enfermedades, la pobreza, la injusticia y los enemigos.

Hoy en día, Antonio José es visto como un excéntrico por sus vecinos. Y tal vez
tengan algo de razón. ¿A quién, en sus cinco sentidos, se le ocurre comprar
pequeñas tallas en madera y acumularlas hasta llegar a semejante cantidad? A
muy pocos y contados, desde luego. Pero este señor de excéntrico no tiene nada
y, por la magnitud de lo que ha hecho en todo este tiempo, si se le pudiera
describir de alguna forma, sin duda, sería como un auténtico visionario.

Por: Alejandro Rojas Cardozo


Miércoles, Julio 31, 2019 - 14:44

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