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Las 50 piezas, que posee el Banco de la República, procedentes de esa región del
Caribe colombiano, fueron de su propiedad y de estas hay 40 exhibidas en la sala
“Los primeros tiempos modernos”, una de las curadurías de la Colección de Arte,
realizada por Jaime Borja, que se expone actualmente en la Casa de Moneda. Las
ánimas del purgatorio, las piezas que nos atañen, son pequeñas tallas rústicas
hechas en madera en las que casi todas las figuras femeninas, poderosas y
sobrecogedoras, se retuercen entre llamas mientras miran al cielo.
A esta actividad se ha dedicado este sucreño gran parte de su vida como si fuera
una obsesión o un vicio difícil de dejar y, lo que es más encantador, alejado de
toda apreciación intelectual: “Las ánimas me gustaron por lo feas que eran, me
parecieron más interesantes en ese sentido”, dice con total desparpajo. Pero
también se percibe en este personaje un interés por rescatar objetos de su
infancia y juventud, objetos olvidados que representan su cultura y las creencias
de la región, como recuerda con un tono casi melancólico: “Cuando yo era joven
mis amigos les pedían a las ánimas que los despertaran porque tenían que
estudiar, pero esa creencia se ha perdido y tenían a las ánimas guardadas por
ahí”.
Todo se conecta
El inicio de esto se dio hacia el año 2010, cuando en el Museo de Arte del Banco
de la República se preparaba la exposición Habeas Corpus, que abordaba el
cuerpo, la tensión social de ocultarlo o mostrarlo, los antecedentes históricos y el
papel de este en diferentes momentos importantes de la historia del arte. Se
trataba de un relato construido alrededor de la figura humana, cuya curaduría
estuvo a cargo del historiador Jaime Borja y el artista José Alejandro Restrepo.
Por esas conexiones fortuitas que teje la vida, este último vio, por casualidad
mientras preparaba la exposición, una talla que el artista cordobés Cristo Hoyos
tenía en su taller. No dudó en preguntarle de dónde la había sacado, y aunque ese
objeto no provenía precisamente de la colección del ganadero de Corozal, sí tenía
toda la estética de las ánimas y santos de aquella colección privada que José
Alejandro estaba a punto de descubrir.
José Alejandro viajó a Corozal para conocer a este personaje y ver esas esquivas
tallas en madera, que aún hoy generan controversia por su fecha de elaboración:
unos las ubican en el siglo XIX y otros a principios del XX, aunque lo cierto es que
del tema no hay información suficiente.
Rescatadas de la hoguera
Con esa misma espontaneidad, Antonio José empezó su colección. Un día,
seguramente caluroso, como siempre en Corozal, alguien le ofreció una pequeña
talla de un san José y el ganadero no se pudo negar a recibirla. A partir de ahí,
gracias al voz a voz de amigos y empleados, empezaron a ofrecerle ánimas del
purgatorio, san Roques y cuanta talla en madera pudiera parecerle atractiva.
Parece un milagro que estas piezas de las ánimas aún existieran, pues ellas —y la
tradición de talla en madera— apenas habían podido sobrevivir a una gran
cruzada emprendida por algunas sectas religiosas que habían llegado a la zona
para quemarlas. José Alejandro Restrepo comenta:
Y así aquellas tallas ingenuas, rurales, imposibles de catalogar en algún estilo, sin
los cánones estéticos impuestos por Europa y hechas posiblemente por
descendientes de negros, indígenas o mestizos comunes, como las describe con
certeza Cristo Hoyos, terminaron casi por desaparecer ante la mirada cómplice de
fieles e infieles, que poco o nada pudieron hacer ante el poder de las creencias.
Lo que queda
Tras la visita de José Alejandro Restrepo a Corozal, 12 objetos de la colección de
Antonio José terminaron por atravesar media Colombia para llegar a Bogotá y ser
parte de la exposición Habeas Corpus. Unos meses después, estas y 38 piezas
más —todas pertenecientes al ganadero de Corozal— fueron adquiridas para la
Colección de Arte del Banco de la República y ser mostradas al público.
La historia de esta colección anónima es apenas una pista del acontecer de la vida
en el Caribe, de las convicciones de la región y de toda esa carga cultural que ha
permeado buena parte de la zona norte de Colombia. Un recuerdo personal de
Cristo Hoyos, el artista cordobés clave en todo este cruce de personajes, colorea
muy bien el fin de este relato:
"Yo me enfermé, una cosa delicada y muy grave, y estaba internado en el hospital
San José, en Bogotá. Mi abuela, que todavía vivía en una finca en las sabanas de
Córdoba, desesperada por mi situación recordó que yo sentía fascinación por una
de las piezas que ella tenía en su altar. Entonces, empacó ese crucifijo y me lo
mandó con una carta que aún conservo. Este no era un cristo europeo, era
extraño. Luego, me enteré de que ese cristo había sido de la mamá de mi abuela y
se lo había tallado un esclavo negro. Ese cristo es extraño porque no es un cristo
blanco, es un esperpento hecho por un esclavo que perteneció a la familia de mi
bisabuela."
También se sabe que esta tradición de talla de ánimas y santos no solo es
exclusiva del Caribe colombiano. Cuba, Puerto Rico, República Dominicana y
otros países de la región hacen parte de esta cofradía devota que vive en una
atmósfera de superstición. De hecho, se cree que de la costa Caribe salieron
muchas piezas hacia Venezuela y Centroamérica en los años cincuenta, y que
estas terminaron en colecciones y museos, pero a la fecha no hay un registro
certero de dónde están o quién las tiene.
Hoy en día, Antonio José es visto como un excéntrico por sus vecinos. Y tal vez
tengan algo de razón. ¿A quién, en sus cinco sentidos, se le ocurre comprar
pequeñas tallas en madera y acumularlas hasta llegar a semejante cantidad? A
muy pocos y contados, desde luego. Pero este señor de excéntrico no tiene nada
y, por la magnitud de lo que ha hecho en todo este tiempo, si se le pudiera
describir de alguna forma, sin duda, sería como un auténtico visionario.